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Estilos musicales
Los hippies escuchaban rock psicodélico, groove y folk contestatario,
abrazaban la revolución sexual y creían en el amor libre.
«No tienen que ser hippies para escuchar psicodelia, pero sí podemos transformar la
experiencia de escuchar nuestra música, en rituales modernos». ‘El inmenso’, un tema de
casi cuatro minutos en su versión de estudio, se convierte en uno de estos rituales de casi
10, bajo la neblina guapuleña cómplice.
La música que hace Felipe Lizarzaburu, ‘El Camaleón’, es a ratos un pop con hermosas
letras surreales, pero tiende a transformarse. La Máquina Camaleön utiliza a la psicodelia
como arma de su volatilidad: la excusa perfecta para que siempre esté cambiando. Con un
formato de banda, los dedos del Camaleón se estimulan y empiezan a vociferar en el
teclado.
Su propuesta desde sus inicios nos ha hablado de un esoterismo inculto, influenciado tal
vez por máquinas sonoras como Pink Floyd. «Acepta la demencia y se libre, suéltate de la
cordura pues esta no es más que un puñado de costumbres enfermas», reza un textito
descriptivo en Facebook y se perpetúa en una carrera que empezó así, profesando líricas
paganas entre sonidos multipolares.
Para Carlos Bohórquez, integrante fundador de esta banda, más que nada, esos sonidos
salen en una intención de ‘provocar’. Su psicodelia no ha sido la misma ayer ni hoy, sino
que se ha reinventado en el tiempo. Puede que ahora le hagan menos a los sintetizadores,
aunque ese sonido sea una marca de fondo. «Canción ácida del disco ’49 días jugando’
fue uno de esos clímax donde encontramos ese trip con vértigo». La psicodelia para
Carlos Bohórquez: «Puede ser esa sensación de estar volando».
Efraaín Granizo en forma de Durga Vassago o Van Fan Culo
«Soy de humo y sal, me pongo azul, de humo y sal, me entierro…» y ¡Paf! sigue el juego.
Es ‘Melman’, un tema de Durga Vassago que persigue a fuego lento a la psicodelia y se
deja llevar por esa marea de sonidos diáfanos.
Macho Muchacho
En la psicodelia, la voz pasa muchas veces a segundo plano o deja de existir. Los
momentos largos de solo instrumentación nos introducen en un túnel que se genera al
cerrar los ojos. Entonces, es ahí cuando trasciende la música de Macho Muchacho a otro
plano en el oído de quien los escucha.
Velocidad cósmica con llamados a Tierra para comprobar el pulso de las guitarras. «La
verdad no he pensado mucho en eso, pero puede sonar un poco psicodélico lo que
hacemos», dice Pablo Jiménez, bajista de MM. Los tirones electrónicos,
el noise efervescente en sus canciones, arrebata con la quietud del público y le da harto
qué sentir. Todo con una dosis de esa «psicodelia matemática», como define Carlos
Bohórquez a lo que sale de Macho Muchacho -aunque no sea del todo conciente-, de eso
se trata.