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© Juan García Sánchez y Pepa Palazón Rodríguez, 2010
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sólo puede
ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www. cedro.org–), si necesita fotocopiar o
escanear algún fragmento de esta obra.
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NOTA DE LOS AUTORES
Las explicaciones y las reflexiones que aparecen en este libro pretenden ayudar al
lector a que entienda qué es la depresión y cómo ésta puede asociarse a su contexto
interpersonal. Si sospechas que estás padeciendo una depresión, la lectura de este libro te
ayudará. Sin embargo, no será suficiente para recuperarte. Consulta con tu médico o con
un profesional de la salud mental.
Para escribir este libro nos hemos basado en los trabajos y manuales profesionales del
Dr. Gerald L. Klerman, de la Dra. Myrna M. Weissman y de su equipo de colaboradores.
Atribúyase a nosotros cualquier diferencia entre sus ideas originales y las que aquí
aparecen.
Para cualquier comentario o sugerencia sobre el libro, puede contactar con nosotros
en psicoterapia-interpersonal @hotmail.com.
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AGRADECIMIENTOS
Gracias también a Manuel Guerrero y Olga Castanyer, del equipo editorial de Desclée
de Brouwer, por haber acogido este proyecto con tanto entusiamo.
Qué decir de nuestros familiares, amigos y colegas de profesión, muchas gracias por
vuestro apoyo. Valiosas han sido las sugerencias de Laura Wilkis, Pedro Moreno, Ana
Beatriz Padilla, Esteban Ortiz, Carmen Martínez, Juan A. Aznar, Marisa Terradillos,
Pablo Hernández, José Mª López Ochando y Pilar García. ¡Gracias a todos!
Y, por supuesto, gracias a nuestros pacientes, por hacernos partícipes de sus historias
personales y por confiar en nosotros para recuperarse de la depresión. Ellos y ellas son
los que más nos han enseñado.
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PRÓLOGO
La Psicoterapia Interpersonal, cuyas siglas en inglés son IPT, fue desarrollada en los
años setenta por Gerald L. Klerman, Myrna M. Weissman y sus colaboradores. Su
intención era satisfacer la cada vez mayor necesidad de especificar los procedimientos de
psicoterapia, de forma que pudieran definirse en un manual, utilizarse en la formación de
psicoterapeutas y también testarse en ensayos clínicos, como se hace con los fármacos.
En aquel momento, la necesidad de este trabajo era obvia, debido a la creciente variedad
de fármacos psicotrópicos existentes y las pruebas de su eficacia a la hora de tratar
trastornos psiquiátricos. Se necesitaba una información similar para la psicoterapia, ya
que ésta era a menudo preferida como tratamiento por los pacientes, ya fuera sola o
acompañada de medicación.
Este libro de autoayuda, escrito por Juan García Sánchez y Pepa Palazón Rodríguez,
es el primero en su género. Es la primera publicación autorizada en español y es el primer
libro de autoayuda basado en la psicoterapia interpersonal. Sus autores han tomado los
principios fundamentales de esta forma de psicoterapia y los han adaptado para que los
pacientes puedan utilizarlos. Añaden además ejemplos de su propia experiencia clínica a
modo de guía. La idea central de la psicoterapia interpersonal es que la depresión tiene
lugar en un contexto interpersonal, como una situación de duelo, una disputa, un cambio
vital o la falta de relaciones; y entender ese contexto es el punto de partida para curarse.
Siguiendo las directrices del manual de psicoterapia interpersonal, este libro enseña al
lector cómo reconocer los síntomas de la depresión y cuáles son sus posibilidades de
tratamiento. Comprender el contexto interpersonal es básico para reconocer la depresión
y entenderla. A lo largo de este libro aparecen ejemplos y casos prácticos de pacientes
deprimidos, para que el lector pueda ayudarse a sí mismo.
Ha sido una buena idea escribir el primer libro de autoayuda para la depresión basado
en la psicoterapia interpersonal. La depresión es una enfermedad muy común, que afecta
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a todas las clases sociales y, aunque su primera aparición es temprana, suele volver a
aparecer de nuevo a lo largo de la vida. A pesar de que la depresión tiene un grave
impacto en el funcionamiento laboral, académico y familiar, es una enfermedad que
puede ser tratada con éxito. Este libro pretende ayudarte a reconocer los primeros
síntomas de la depresión y las situaciones que los pueden estar provocando.
Felicito a sus autores por hacer estas ideas accesibles a los pacientes. Para muchas
personas, conocer los síntomas y el curso de la depresión, entender qué problemas en su
vida pueden estar originándola, y aprender estrategias para afrontar dichos problemas,
puede ser suficiente. Para otras personas, si la autoayuda no funciona, recomendamos
seguir un tratamiento con un profesional de la salud mental. Hay distintas opciones de
tratamiento para la depresión como la medicación y/o la psicoterapia, incluyendo la
psicoterapia interpersonal.
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¿TENGO DEPRESIÓN?
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Una introducción
En tu mente siempre los mismos pensamientos: “No valgo”, “no puedo”, “no me
quieren”, “tengo la culpa de todo”, “nada merece la pena”… Quizás también hayas
notado cambios en tu cuerpo. Tu apetito, tu necesidad de dormir y tu deseo sexual
pueden haber disminuido (o en algunos casos, aumentado). Es posible, además, que te
sientas más “lento”, con dificultades para ponerte en marcha, tomar decisiones o prestar
atención, o que sientas en cambio como una inquietud interna que te lleva a moverte sin
sentido de aquí para allá, morderte las uñas o fumar. Puede que incluso te haya rondado
la idea de que estarías mejor muerto o que lo mejor sería quitarte de en medio.
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Si te ves muy reflejado en las líneas de arriba, es probable que estés pasando por un
episodio depresivo o una distimia, y que requieras un tratamiento específico. Si no te
ves tan reflejado, puede que no tengas una depresión, pero sí que estés pasando por un
mal momento debido a un cambio en tu vida que te haya desestabilizado, lo que
llamaríamos un trastorno de adaptación. Más adelante te explicaremos la diferencia
entre estos tipos de depresión.
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8. Estoy más despistado y olvidadizo
TOTALES:
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estés sufriendo una depresión, pero una combinación de varios síntomas casi a diario o a
diario, durante al menos un par de semanas, sí podría estar indicándolo. Descarta los
síntomas que presentas “casi nunca” o “algunos días”, y suma el total de síntomas que
presentas “casi a diario” o “a diario”. A continuación te indicamos los diagnósticos más
probables. Pero eso sí, ten en cuenta que este inventario es sólo orientativo y no puede
substituir la valoración de un profesional.
A continuación vamos a hablarte de cuatro pacientes tratados por nosotros que han
sufrido distintos tipos de depresión. Aparecerán de nuevo más adelante en otros
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capítulos, junto a otros ejemplos, para darte ideas de cómo afrontaron su enfermedad y
cómo fue su recuperación.
El caso de María
María es una mujer de 41 años que vivió la peor experiencia para una madre: la
pérdida de su hijo. Conduciendo con su niño de 7 años en el asiento trasero, tuvo un
grave accidente. Ella sólo sufrió heridas superficiales pero su hijo murió al no llevar
puesto el cinturón de seguridad. Por entonces lo pasó muy mal. Se sentía triste y
culpable, perdió el apetito y tenía insomnio. Con el tiempo y un antidepresivo, que le
recetó su médico de familia, consiguió recuperarse. De hecho, a mucha gente le
sorprendía la entereza que había mostrado y cómo había conseguido reponerse tan
pronto. Ella decía que no podía permitirse estar deprimida porque tenía otra hija de 2
años que la necesitaba y que no entendía que su mamá pasara el día llorando. Tras unos
meses decaída, María salió adelante, centrándose en su familia, su trabajo y sobre todo
en su hija. Sin embargo, cuando ésta cumplió los 7 años, empezó a obsesionarse con la
idea de que su hija podía morir también, porque ella era una “mala madre”. Su estómago
se cerró y perdió dos tallas. Se sentía mucho más triste y culpable. Su cuerpo estaba
cansado y su mente despistada, por lo que se veía incapaz de llevar a cabo su trabajo y
sus tareas domésticas. Sólo tenía ganas de estar en la cama, aunque tampoco conseguía
dormir, así que se dedicaba a criticarse a sí misma. “Soy una mala madre”, “no sirvo
para nada” y “mi familia es infeliz por mi culpa”, eran sus pensamientos.
El caso de Carmen
Carmen es una mujer de 27 años, que lleva dos años casada y trabaja en un
supermercado. Lleva casi un año sintiéndose triste y apagada, aunque no entiende muy
bien por qué. Dice no tener razones para estar triste, pero que, a veces, le da por llorar.
Ha engordado en los últimos meses. Cuando está en casa sola, le da por picar y
últimamente se desvela por las noches con un hambre irresistible, que le conduce al
frigorífico a comer lo que pille. Durante el día está soñolienta y fatigada, y su deseo
sexual es mínimo. Su jefa le ha llamado la atención por bajar su rendimiento y
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últimamente discute mucho con su marido, quien critica su aumento de peso y su poco
apetito sexual.
El caso de Pepe
Pepe es un hombre de 35 años, con dos niños, que está en trámites de divorcio. Su
mujer le ha dejado porque dice que ya no aguanta más su “mamitis”, aunque él sospecha
que la verdadera razón es que tiene una aventura con un compañero de trabajo.
Reconoce que ha sido muy dependiente de la opinión de su madre y que ésta no se lo ha
puesto fácil a su mujer, pero no se esperaba el divorcio. Desde que su mujer le dijo que
quería divorciarse, se ha sentido triste e irritable.
El caso de Sandra
Sandra es una mujer de 45 años, divorciada y con una niña de 12 años, que trabaja
como arquitecta. Piensa que más que estar deprimida, su problema es que ella es así, que
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su personalidad es depresiva. Hace años que no ríe, que no se divierte. Su mente sólo
recuerda momentos tristes o se preocupa por catástrofes futuras. Apenas sale de casa,
salvo cuando hace alguna actividad con su hija o con alguna amiga soltera. Piensa que no
encaja en ningún sitio. Siempre se ha sentido inferior a los demás. Nunca se ha sentido
valorada ni querida.
Cree que sus padres siempre han querido más a su hermana mayor, que es más
brillante que ella en todos los aspectos, y que sus amigas siempre se han aprovechado de
su buena voluntad. Desde que se divorció de su marido, tras continuas infidelidades, que
ella sospechaba pero no quería admitir, no ha vuelto a tener ninguna relación con
hombres. Piensa que nadie se fijará en alguien tan fea y aburrida como ella. Sandra
padecía una distimia desde hacía años, que consiguió vencer con tratamiento
farmacológico y psicoterapia.
Tratamientos psicológicos
Según los estudios científicos realizados hasta el presente, existen tres tratamientos
psicológicos o psicoterapias que han demostrado ser eficaces para tratar la depresión y
para prevenir sus recaídas: la psicoterapia conductual, la psicoterapia cognitiva y la
psicoterapia interpersonal. Estas tres formas de psicoterapia son eficaces tanto si se
aplican de forma individual como dentro de un grupo de psicoterapia.
Lo ideal es que se lleven a cabo en sesiones semanales de 50 minutos. Dependiendo
de la gravedad del trastorno depresivo, se recomienda participar de forma continuada de
10 a 20 sesiones, programando en algunos casos sesiones de seguimiento para valorar la
evolución del paciente y prevenir recaídas. Te explicamos brevemente en qué consiste
cada uno de estos tratamientos:
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Psicoterapia conductual. La psicoterapia conductual, también llamada activación
conductual, parte de la idea de que la depresión es un trastorno psicológico provocado
por una “desactivación” de la forma habitual de comportarse de quien la padece. Para
adaptarse a algún cambio importante en la vida, como por ejemplo una pérdida o un
fracaso, el individuo reduce de manera generalizada sus actividades y tareas cotidianas.
Al permanecer tan pasivo y “desactivado”, el paciente limita su contacto con los demás y
abandona aún más las actividades que habitualmente le provocaban bienestar, aislándose
y bloqueándose cada vez más y más. Poco a poco se va creando un círculo vicioso en el
que cuanto más pasivo permanece, más hundido se siente, y, a su vez, cuanto más
hundido se siente, más pasivo permanece, hasta quedar totalmente paralizado.
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el entorno familiar y social en el que tiene lugar la depresión. Las investigaciones no
dejan claro si los problemas con los demás conducen a la depresión o si es la depresión la
que conduce a tener problemas con los demás. En cualquier caso, sí se ha demostrado
que ayudar al paciente a afrontar los cambios que ha sufrido en su vida y a resolver sus
conflictos con los demás, mejora el estado de ánimo y la calidad de vida, lo que le
permite salir de la depresión.
Tratamientos farmacológicos
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Lo cierto es que la gran mayoría de las personas que han intentado suicidarse al estar
pasando por una depresión, se arrepienten de haberlo hecho cuando se recuperan de ella,
y esto al margen de que sus problemas personales se hayan resuelto o no. Lo que lleva al
suicidio no son los problemas en sí, sino la idea de que no podrás afrontarlos nunca y de
que tampoco podrás soportar el malestar.
Este libro está diseñado y escrito para que pueda ayudarte de varias maneras a
afrontar tu depresión. Si estás muy angustiado por los síntomas que experimentas o si
dudas sobre tu estado emocional, es aconsejable que consultes con un profesional de la
salud mental antes de intentar diagnosticarte y tratarte tú mismo. Difícilmente un libro
puede ayudarte a descartar la presencia de otras enfermedades, tanto físicas como
psicológicas, que pudieran ser la verdadera causa de tu estado de ánimo deprimido.
Hecha esta advertencia, nos gustaría contarte cómo hemos diseñado esta obra, nuestro
propósito, sus contenidos y cómo puede emplearse para que te beneficies al máximo de
ella.
Una vez que conozcas tu enfermedad y qué la puede estar manteniendo, gracias a
estos tres primeros capítulos, pasaremos a la acción, aportándote ideas de cómo
afrontarla. Para ello, vamos a centrarnos en los cuatro focos de tensión propios de la
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psicoterapia interpersonal. Los capítulos del 4 al 7 se centran en cómo afrontar estos
cuatro focos de tensión, frecuentemente encontrados en las personas que padecen
depresión.
En el capítulo 5 trataremos el tema de los conflictos con los demás, lo que llamamos
técnicamente una disputa interpersonal. Quizá ni te lo hayas planteado, pero puede que
tu relación con alguien importante esté minándote poco a poco sin ser tú muy consciente
de ello. Exploraremos junto a ti si tienes algún conflicto en activo, qué está impidiendo
que se resuelva y qué podría estar en tu mano para resolverlo.
Para terminar nuestra obra, hemos incluido otros dos capítulos a los que hemos
llamado botiquín. El primero, el capítulo 8, es un botiquín de fármacos. En él te
contaremos cuáles son los fármacos antidepresivos más recomendados por médicos de
familia y psiquiatras, así como sus beneficios y efectos secundarios. El segundo, el
capítulo 9, es un botiquín de remedios psicológicos. En él te proponemos remedios que
puedes utilizar para calmar tus estados de malestar.
Para concluir, decirte que es importante leer el libro en el orden en el que aparecen los
capítulos, especialmente los tres primeros. Después, puedes ir directamente al foco o
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focos de tensión que crees que pueden estar impidiendo tu recuperación. Los dos últimos
capítulos déjalos para el final.
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CONOCER LA ENFERMEDAD
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Los síntomas y los tipos de depresión
Si te levantas por la mañana con la nariz taponada, mucosidad abundante, tos seca,
picor de garganta, estornudos y dolor de cabeza, ¿qué pensarías que te está pasando? ¿Y
si además recuerdas que ayer pasaste frío al salir de casa con poca ropa? Casi seguro que
es un resfriado. Ya sabes qué hacer durante la próxima semana: reposo, mucho líquido y,
si es muy molesto, visitar al médico.
Los síntomas del resfriado son fáciles de reconocer. Tanto tú como los que te rodean
podéis ver cómo te suenas los mocos o cómo estornudas, algo que no es típico en tu
forma habitual de comportarte (a no ser que tengas alergia crónica). La depresión, en
cambio, es más difícil de reconocer por uno mismo, ya que sus síntomas aparecen en
forma de pensamientos y sentimientos, lo que puede llevar a creer que la persona
deprimida se comporta así porque ella es así.
A pesar de que ahora te sientas desesperado y creas no tener solución, lo cierto es que
la depresión responde bastante bien al tratamiento farmacológico y psicológico. Como te
hemos indicado en el capítulo 1, diversos fármacos antidepresivos y psicoterapias han
demostrado ser eficaces para tratar la depresión. Una vez tratada, los síntomas irán
remitiendo poco a poco hasta que puedas volver a desenvolverte en tu vida como de
costumbre y no como lo has estado haciendo últimamente.
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De momento, mientras sigas deprimido, es posible que no te impliques tanto en tus
actividades cotidianas y en tus relaciones con los demás. Es necesario que te des permiso
para ello y que se lo hagas saber a los que te rodean para que no malinterpreten tu
comportamiento. También es necesario que te impliques en un tratamiento.
Esta obra no pretende reemplazar a una psicoterapia pero sí pretende ser un buen
complemento para ella o para un tratamiento farmacológico. Nuestro propósito es
ayudarte a conocer cómo está funcionando tu organismo deprimido y qué problemas han
podido conducirte a ello para que puedas afrontarlos de forma diferente en el presente y
en el futuro. Te aconsejamos que leas esta obra, especialmente si no estás siguiendo
ningún tratamiento psicológico. Conforme vayas saliendo de tu depresión, los síntomas
irán remitiendo y volverás a implicarte en tus actividades y relaciones personales. Aunque
entendemos que es difícil de creer ahora que te encuentras desesperado. Confía en
nosotros y sigue leyendo este libro. Pero eso sí, no seas exigente ni crítico contigo
mismo.
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En otras ocasiones es más un sentimiento de vacío, de falta de sentimientos, como si
uno estuviera anestesiado. María decía que se sentía “muerta por dentro”. En estos
casos, es frecuente que haya desaparecido el deseo, la ilusión y la motivación. Ya casi
nada despierta interés y mucho menos provoca placer. Uno se mueve por moverse o
porque le obligan, pero no porque tenga el deseo, el interés o las ganas de hacerlo. En
casos graves, uno puede perder la capacidad de sentir y responder al entorno, pero ése
no es tu caso, al menos en la actualidad, ya que estás leyendo este libro y eso indica que
tienes la capacidad de interesarte.
El cuerpo deprimido se caracteriza por estar cansado y fatigarse pronto. Desde que
estás deprimido, habrás notado que realizas tus tareas con mayor lentitud y que te fatigas
antes. A veces sentirás pesadez en tus brazos y en tus piernas. También notarás que te
cuesta más trabajo prestar atención y tomar decisiones, estarás menos ágil en general y
con la sensación de que estás perdiendo la memoria. Esto puede contrastar con el estado
de inquietud en el interior de tu cuerpo, con esa angustia que no te deja tranquilo y que
difícilmente se calma con consuelo o medicación. María decía que era como si sus
músculos y cerebro estuvieran dormidos pero su sangre estuviera hirviendo.
El apetito también puede verse alterado. Desde que estás deprimido, puede que hayas
perdido el apetito, e incluso perdido peso, como María, que había perdido dos tallas de
ropa. O, al contrario, puede pasarte como a Carmen, que su apetito había aumentado. A
veces el apetito puede aumentar tanto que aparecen ataques de hambre en momentos
inesperados, sobre todo en busca de sabor dulce, en los que uno come por comer sin
llegar a saciarse. Es lo que se llama un atracón compulsivo.
El deseo sexual suele disminuir, lo que se traduce en dificultades para excitarse y tener
orgasmos. Si eres mujer, puede que te cueste excitarte, lubricar o tener un orgasmo. Si
eres hombre, quizá tengas dificultades para mantener la erección o tu eyaculación se
adelante o se atrase. Estos cambios son consecuencia del agotamiento físico del
organismo y suelen mejorar poco con la medicación. Es importante que seas paciente y
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se lo expliques a tu pareja. El problema no es que tu pareja haya dejado de atraerte de
repente, sino que el deseo está bloqueado, lo que dificulta la relación sexual. Sé paciente
y busca formas alternativas de mantener un contacto sensual (no sexual) con tu pareja.
Aumenta la estimulación con juegos eróticos, masajes, abrazos y besos. Recuerda que el
mayor órgano sexual que tenemos es la piel y no los genitales, como muchos creen. De
momento, si practicas sexo, hazlo como una forma de comunicación e intimidad con tu
pareja, no como una forma de buscar placer, pues puede que éste no aparezca y te
frustres aún más.
Muchas personas deprimidas creen que no son útiles y fracasarán en todo; que no
valen nada ni para nada; que los demás no les quieren, y tarde o temprano les rechazarán
o les abandonarán; y que tienen la culpa de todo, que siempre hacen daño a los demás.
Al estar agotado física y mentalmente, es más fácil que termines creyendo este tipo de
pensamientos sin cuestionarlos; de forma que te sientas peor aún y termines
comportándote además como ellos dicen, y no conforme a tu voluntad y a la realidad.
No sólo cambia el tipo de pensamientos que acude a tu cabeza, sino que cambia en sí
misma la manera de pensar. Al estar deprimido, uno suele prestar más atención a los
aspectos desagradables de la realidad e ignora los aspectos agradables. Observa cómo tu
mente se cree los pensamientos pesimistas que acuden a ella. En cambio, ignora o le
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quita importancia a los pensamientos optimistas.
A la hora de recordar, rebusca entre los recuerdos sólo el pasado doloroso y oculta los
recuerdos placenteros para que no estén disponibles. Cuando se pone a imaginar, tu
mente deprimida aventura un futuro desolador, sin esperanza, catastrófico, pero eso sí,
sin tener pruebas de que ese futuro vaya a hacerse realidad. A la hora de hacer planes, tu
mente te hace creer que no serás capaz llevarlos a cabo, influyéndote para que los
pospongas o los abandones.
Vamos a ponerte el ejemplo de María. Su mente se llenaba de pensamientos que la
intentaban convencer de que ella era la culpable de todo y que sólo hace daño a los
demás: “Mi hija no es feliz porque no levanto cabeza”, “si yo estuviera bien, mi madre
no iría tan sobrecargada”, “estoy decepcionando a mi jefe”… Su atención se centraba en
lo desagradable. Sólo se fijaba en que su niña lloraba y tenía rabietas, pero no se fijaba
cuando su niña se divertía jugando con ella con una sonrisa de oreja a oreja. Rebuscaba
en su baúl de recuerdos aquéllos que pudieran convencerla de su culpabilidad: “Si no
hubiese cogido el coche, mi hijo no habría muerto”, “si le hubiese puesto el cinturón,
estaría vivo”, “si hubiese estado más atenta, no habría tenido el accidente”…
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llamado la atención, esté preocupado por ti o resentido contigo, debido a estos cambios.
No seas duro contigo mismo. Todos estos cambios indican que tienes una enfermedad
que se llama depresión. Una vez instalada, estará presente un tiempo y salir de ella no va
a depender sólo de tu voluntad. Será necesario tiempo y algunos cambios en tu forma de
afrontarla. En algunos casos, será necesario también medicación o un tratamiento
psicológico. Los siguientes capítulos tienen el propósito de darte ideas para que tú
decidas cómo hacerlo. No existen recetas mágicas pero sí muchas posibilidades.
Aunque la depresión es una enfermedad que se caracteriza por los síntomas típicos
que hemos comentado anteriormente, es común que se vea acompañada por síntomas de
otros trastornos psicológicos. A continuación vamos a contarte los más frecuentes, para
que valores si también te pasan, y busques un tratamiento adecuado en su caso. A veces,
algunas depresiones aparecen al sentirse desesperado por el padecimiento de otro
trastorno psicológico.
La ansiedad
Algunas personas que padecen depresión suelen tener crisis de ansiedad o ataques
de pánico. Carmen contaba que un día empezó a sentir como si su cuerpo y su mente se
descontrolaran de repente. Su corazón palpitaba con fuerza, su pecho la oprimía, le
costaba respirar, sentía un sudor frío, hormigueo por los brazos y temblor en las piernas.
Segundos después estaba mareada, con sensación de inestabilidad y con visión borrosa.
Pasó de todo por su cabeza: “Me estoy muriendo”, “me estoy volviendo loca”, “me voy
a desmayar”.
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Menos común, pero también frecuente, es lo que le pasaba a Sandra. Ha sido tímida
desde niña, pero a veces su timidez le ha causado problemas. Recuerda que cuando tenía
que hablar en clase o cuando conocía a gente nueva lo pasaba muy mal. Se ponía roja,
se le revolvía el estómago y sentía como si tuviera que ir al baño, aunque luego iba y ni
vomitaba (a pesar de la sensación de nausea) ni orinaba (a pesar de la sensación de no
poder aguantarse). Evitaba conocer gente nueva e intentaba pasar desapercibida. Cuando
no tenía más remedio que interactuar con un desconocido, medía mucho sus palabras e
incluso se quedaba callada. Vivía con mucha humillación sonrojarse, algo que le ocurría
con facilidad, y su mente se llenaba de fantasías en las que imaginaba cómo hacía el
ridículo delante de los demás o cómo se reían de ella.
Durante mucho tiempo pensó que su problema era la timidez. Después cayó en la
cuenta de que no era la timidez, sino el temor a ser rechazada el que le impedía conducir
una vida social satisfactoria. Cuanto más se esforzaba en dar una buena imagen ante los
demás, con más angustia vivía esas situaciones, hasta el punto que llegaba a evitarlas por
completo. Por supuesto, luego se daba excusas a sí misma de que en el fondo le gustaba
estar sola y que prefería hacer una vida tranquila sin ajetreos. El tipo de ansiedad que
experimentaba Sandra se llama fobia social.
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ideas relacionadas con contraer un enfermedad (por ejemplo, contraer cáncer) o con un
tema cualquiera al que se le da vueltas infinitamente (por ejemplo, ¿por qué somos de
carne y hueso?).
Las obsesiones generan gran malestar, bien porque atentan directamente contra los
principios de quien las padece, bien porque se las considera totalmente absurdas e
innecesarias. En cualquier caso, quien las padece se ve abocado a hacer algo para calmar
el malestar y sentirse menos culpable. Es ahí cuando entran en juego las compulsiones,
que son determinadas acciones que supuestamente evitan que las obsesiones se hagan
realidad o ayudan a sentirse menos mal.
Estas acciones suelen hacerse de manera repetitiva, a veces en forma de ritual. Las
más típicas son comprobar acciones repetidamente (por ejemplo, comprobar 10 veces si
se ha cerrado la puerta), rituales de lavado y desinfección del cuerpo (por ejemplo, no
tocar pomos de puertas y lavarse las manos 50 veces al día) y rituales de limpieza y
orden de objetos (colocar los muebles simétricamente).
Si crees tener obsesiones y compulsiones, es posible que estés padeciendo un
trastorno obsesivo compulsivo al mismo tiempo que tu depresión. Si es así, necesitas
ponerte en tratamiento. Los fármacos antidepresivos también reducen el malestar
generado por las obsesiones y compulsiones, y las psicoterapias conductual y cognitiva
han demostrado ser eficaces.
Hay muchas depresiones que aparecen tras años de estar padeciendo en secreto un
trastorno obsesivo compulsivo. Quien lo padece, suele avergonzarse mucho de ello, por
lo que ni se plantea buscar ayuda. Si es tu caso, habla con un profesional de la salud
mental. Nada de lo que le cuentes le sorprenderá, por muy horroroso y humillante que te
parezca. Sentirás un gran alivio al poder desahogarte. Ten en cuenta que de cada
cincuenta personas que te encuentres por la calle, una tiene, ha tenido o tendrá un
trastorno obsesivo compulsivo. No es tan raro, aunque pueda parecértelo.
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muchos especialistas, le diagnosticaron fibromialgia y nadie supo darle explicación de
sus mareos.
Las adicciones
El alcohol, algunas drogas como el hachís y la cocaína, algunos fármacos como los
tranquilizantes, algunas actividades como el juego (máquinas tragaperras, bingo, cartas,
casinos, etc.) y el uso abusivo de Internet y de sexo, tienen algo en común. Por un lado,
generan un estado transitorio de placer que reduce el estado de ánimo deprimido. Por
otro, mantienen la mente distraída temporalmente de los problemas que pueden estar
manteniendo la depresión. Da la impresión de que ayudan a sentirse mejor, pero sólo es
una impresión. Lo cierto es que después de los momentos de supuesto placer y de
distracción, la realidad sigue siendo la misma o incluso peor.
La depresión y las dificultades siguen ahí, y para colmo otros problemas aparecen,
como la necesidad de seguir consumiendo (alcohol, drogas o juego), que se hace mayor.
Tu salud y tus relaciones personales se resienten, las deudas se acrecientan, al igual que
los reproches y los sentimientos de culpa. Si estás recurriendo a sustancias o actividades
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adictivas para evitar tu malestar, ésa no es la solución. Te aconsejamos que afrontes tu
malestar y tus problemas de forma más constructiva. Consulta con tu médico qué
fármacos consiguen disminuir el “mono” y qué psicoterapias pueden ayudarte.
La bulimia nerviosa
Estaba en una trampa. Cuanto menos comía, más ansia le daba, y terminaba
comiendo más durante un atracón. En ocasiones se provocaba el vómito después del
atracón. El vómito le daba una sensación de alivio transitorio pero no resolvía el
problema. Había observado que cuanto más vomitaba y más restringía su alimentación,
más ansia de comer tenía y más odiaba su cuerpo. Sin darse cuenta además de tener
depresión, estaba adentrándose en una enfermedad peligrosa: la bulimia nerviosa.
La euforia
Los episodios de euforia pueden durar desde unos días a varios meses y se
caracterizan por un sentimiento desbordante de energía y bienestar que lleva a la persona
a involucrarse en todo tipo de actividades. Uno siente tanta energía y vitalidad que no
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necesita dormir ni comer, la mente se llena de proyectos y uno tiene la sensación de que
es todopoderoso. Además, como desaparece totalmente la vergüenza, uno se toma
demasiadas confianzas con los demás, dice lo que se le ocurre sin medir las
consecuencias y puede llevar a cabo acciones peligrosas, como hacer gastos excesivos,
conducir peligrosamente, tomar drogas, insinuarse sexualmente e implicarse en peleas y
proyectos muy arriesgados.
Si has experimentado estos momentos de euforia, sin haber consumido ninguna droga,
es importante que acudas a tu médico. Es posible que tengas una enfermedad llamada
trastorno bipolar y necesites tomar una medicación llamada estabilizador del ánimo
para evitar que tengas esos cambios de ánimo en el futuro.
Tipos de depresión
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pero la otra mitad sí que tendrá uno o más episodios posteriores, generalmente sin que
haya una recuperación total.
Distimia
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durante dos años.
Los síntomas depresivos del trastorno de adaptación son menos intensos que el resto
de depresiones y aparecen tras un cambio importante en la vida al que cuesta adaptarse
como por ejemplo un divorcio, la maternidad, la muerte de un ser querido, un fracaso
amoroso o la jubilación. Generalmente los síntomas depresivos desaparecen conforme
uno se va adaptando a la nueva situación y raramente requiere tomar medicación o iniciar
una psicoterapia. No obstante, algunos trastornos de adaptación pueden agravarse y dar
lugar a un episodio depresivo, que sí necesite un tratamiento farmacológico o psicológico.
Cuántas veces te habrás hecho esta pregunta, ¿verdad? ¿Por qué yo, que se supone
que debería ser feliz, tengo depresión? Es muy difícil responderla. De hecho, ni los
especialistas nos ponemos de acuerdo. A lo largo de la historia se han dado muchas
explicaciones sin que ninguna resulte totalmente convincente. Podríamos hablar de tus
genes, de tu personalidad, de todo lo que te ha pasado en la vida, de cómo has aprendido
a resolver problemas y a relacionarte con los demás, de tus conflictos personales y de tu
forma de afrontarlos. Todos estos factores contribuyen en mayor o menor medida para
dejarte deprimido. No podemos decirte en qué porcentaje ha contribuido cada uno de
ellos, pero sí podemos decirte que una vez deprimido de poco importa.
Antes de notar todo el cortejo de síntomas depresivos, es probable que hayas pasado
un periodo de tiempo sintiéndote mal. Tristeza, culpa, vergüenza, impotencia e
irritabilidad, son las formas de malestar más frecuente. Su presencia indica que algo en tu
vida no ha ido o no está yendo como desearías, lo que te genera estos sentimientos para
que reacciones. Pérdidas, fracasos, decepciones, tener que morderte la lengua o ir en
contra de tus deseos, contribuyen a este malestar. La forma en la que tú y las personas
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que te rodean lo manejéis y la forma en que tú conduzcas tu vida a partir de entonces,
facilitará que quedes estancado en la depresión o que te recuperes de ella.
A lo largo del libro nos vamos a centrar en la importancia de tus relaciones con otras
personas de tu presente y/o de tu pasado, como factores que tienen que ver con tu
mayor predisposición a padecer una depresión o que pueden haber contribuido a originar-
la o a mantenerla. Hay muchos estudios (en los que no vamos a entrar porque no es el
objetivo de esta obra) que demuestran la importancia de tener relaciones humanas
estrechas desde la infancia y a lo largo de toda la vida, que nos den seguridad,
tranquilidad y sensación de fortaleza por dentro.
¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? A veces no se tiene muy claro si la pérdida o el
deterioro de las relaciones con los demás (lo que llamamos foco de tensión) da lugar a la
depresión o, al contrario, una vez deprimido se van perdiendo o deteriorando las
relaciones con personas significativas. En cualquier caso, diversos estudios demuestran
que mejorar la cantidad y la calidad de las relaciones con los demás, contribuye a
recuperarse de la depresión. Y es precisamente en esto en lo que nos vamos a centrar.
38
recuperes de la depresión y encuentres remedios para evitar recaídas. De hecho, la
psicoterapia interpersonal, que es el fundamento de este libro, surgió a raíz de multitud
de estudios que realizaron el Dr. Gerald Klerman y la Dra. Myrna Weissman junto a
otros colaboradores, con la intención de prevenir recaídas en personas que habían
padecido depresión.
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3
MIS RELACIONES Y YO
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Explorando mi entorno interpersonal
Como te dijimos en capítulos anteriores, las personas que te rodean juegan un papel
muy importante en tu vida, incluso aunque seas una de esas personas que va de
independiente y autosuficiente. La depresión está determinada por muchas causas. Sin
embargo, su comienzo suele estar asociado a problemas de adaptación en las relaciones
con los demás. El ejemplo más evidente es la pérdida de un ser querido. Pero, además,
tensiones con personas importantes para ti, bien por un conflicto de intereses, bien por
un cambio en tu vida, que implica a su vez un cambio en tu relación con ellos. También
la ausencia de relaciones que aporten apoyo y afecto.
Todas estas dificultades contribuyen a crear un malestar que puede dar lugar a una
depresión. En otras ocasiones, estas situaciones no están en el origen del malestar pero,
conforme la persona va cayendo en la depresión, sus relaciones con los demás se van
deteriorando igualmente, lo que deja a la persona bloqueada y dificulta su recuperación.
Un sondeo a tu alrededor
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Reflexiones 1: Un sondeo a tu alrededor
Si has conseguido establecer una época aproximada del momento en que comenzó tu
malestar, te habrán venido a la cabeza algunas ideas de los cambios o conflictos que
vivías. Si no consigues establecer ninguna época o sencillamente no te vienen ideas a la
cabeza, responde al Inventario 2 y lee a continuación su interpretación.
2. ¿Pasó algo o era una fecha señalada que te hizo recordar a un ser querido
fallecido?
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10. ¿Tus suegros o tus cuñados se entrometían en tu relación de pareja?
43
28. ¿Comenzaste o terminaste unos estudios o un trabajo?
34. ¿Te sentías poco apoyado o poco valorado por los tuyos?
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Del 32 al 38. En este caso tu foco de tensión es un déficit interpersonal. Con
esto hacemos referencia a una ausencia de relaciones satisfactorias con los
demás, bien porque no te rodees de muchas personas, bien porque no sientas
apoyo y afecto por su parte, bien porque te invaden de alguna forma.
Si crees tener más de un foco de tensión, céntrate en aquel que más dificultades te
causa y que más relacionas con tu depresión actual. Posteriormente, te aconsejamos que
leas el resto de focos, pues en todos se tratan aspectos importantes que pueden influir en
tu proceso de recuperación.
El duelo complicado
Cuando fallece un ser querido es normal, y deseable, pasar unos meses decaído.
Necesitamos asimilar que esa pérdida es irrecuperable. Al principio nos resistimos a ello y
podemos hacerlo de dos formas: con anestesia emocional o con rabia. La anestesia
emocional nos deja como desconectados del momento que se está viviendo, con la
intención de que el dolor no nos desborde. Hay personas que pueden ver al fallecido,
acudir al velatorio, al funeral y al entierro (o el ritual que se haya llevado a cabo) sin
sentir nada especial, como si todo eso fuera una película que no va con ellos. Es efecto
de la anestesia emocional, del rechazo a creer que no volveremos a ver a esa persona
nunca más.
Otras personas, en cambio, se ven invadidas por un sentimiento de injusticia que les
pone furiosas. La rabia es también un intento de resistirse a la idea de haber perdido a
esa persona, y junto a la rabia, el cuerpo se pone tenso. Esa tensión puede cerrar el
estómago, dificultar el sueño o provocar inquietud. Con el tiempo aparece la tristeza y el
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cansancio. Es positivo sentirlos, ya que es el momento de aceptar lo que ha sucedido y
recuperar energías. No tiene sentido permanecer anestesiado o enrabietado
indefinidamente. La realidad es que esa pérdida es irrecuperable, y es necesario dejar de
resistirse a esa idea. La tristeza nos permite hacer un alto en nuestra vida cotidiana, llorar
la pérdida de nuestro ser querido y hacerle su duelo. Es un proceso de digestión
emocional que todos necesitamos hacer antes de continuar con nuestra vida cotidiana.
S eñales Sí No
¿Has sido tú el hombro sobre el que todos han llorado tras su muerte?
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muerte?
¿Evitas actualmente hablar del difunto o ver sus fotos, vídeos o enseres,
aunque hace ya más de un año que murió?
TOTAL __ __
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animamos a que leas el capítulo 4 y sigas sus consejos. Si has contestado a más de tres
preguntas con un sí, además de leer el capítulo 4, te aconsejamos que hables con algún
profesional de la salud mental que te ayude a dar forma y expresar tus sentimientos. Será
difícil que puedas hacerlo tú solo.
La disputa interpersonal
En el capítulo 5 conocerás a Carmen. Vivía una disputa con su marido por la época
en que empezó a deprimirse. Ella esperaba tener un marido que entendiese sus
necesidades de estudiar, que compartiese con ella al 50% sus responsabilidades en la casa
y en la crianza de su futuro hijo, y que no la presionara para ser madre. Su marido, por
su parte, esperaba tener a su lado a una mujer tradicional, cuyo mayor deseo fuera darle
un hijo y que se hiciera cargo de la casa y la crianza, como su madre y su abuela habían
hecho.
Lo que cada uno esperaba del otro parecía razonable desde su punto de vista. Para
ella, era razonable ser independiente y que las cargas familiares se repartiesen. Para él,
era razonable que su mujer cuidara de él como su madre cuidaba de su padre o como su
abuela cuidaba de su abuelo. Los dos creían tener la razón en su planteamiento del
problema y veían la del otro como poco razonable. Desde que se casaron, había
temporadas en las que Carmen intentaba llegar a un acuerdo con su marido. En estos
momentos solían discutir bastante, unas veces serenamente y otras acaloradamente.
Las situaciones de disputa suelen generar sentimientos intensos en las dos partes del
conflicto. La culpa y el resentimiento se alternan con frecuencia. Culpa por pensar que
uno ha sido injusto con el otro. Resentimiento por pensar que el otro está siendo injusto
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con uno. Estos sentimientos, si son repetitivos, generan una impotencia que puede dar
lugar a una depresión o bloquear el proceso de recuperación una vez deprimido.
Si sospechas estar atrapado en una disputa con alguien importante para ti, te
recomendamos la lectura del capítulo 5. En él encontrarás tres ejemplos de personas que
consiguieron resolver sus disputas interpersonales y mejorar su depresión. Un ejemplo es
de disputa en la relación de pareja, otro en el ámbito laboral, y otro en las relaciones
familiares.
Transiciones vitales
Los cambios no necesariamente tienen que ser a peor. Hay cambios que en apariencia
son a mejor, pero igualmente nos pueden dejar con la sensación de pérdida. En estos
casos, además de triste uno puede sentirse culpable o enfadado consigo mismo porque
cree no estar siendo razonable o cree estar siendo injusto con algún ser querido. Un
ejemplo típico de esto es cuando un padre o una madre toma conciencia de que su niño/a
se ha hecho mayor y se marcha de casa. Sabe que es un cambio positivo y necesario;
pero interiormente siente dolor, como si le quitaran un trozo de su ser. Ese padre o esa
madre se siente dividido. Una parte de sí mismo está contenta por ver a su hijo/a
madurar; otra parte de sí, está triste, porque siente que ha perdido a su niño/a; y otra
parte de sí, normalmente escondida, se siente culpable y avergonzada por sentirse triste.
Hablamos de transiciones vitales porque son momentos de paso y cambio en nuestra
vida. Requieren desprenderse de parte de nuestro pasado y abrazar un presente y un
futuro relativamente inciertos. Algunos de estos cambios vienen dados por la edad, como
el paso a la adolescencia, a la emancipación propia, a la maternidad/paternidad, a la
madurez, a la emancipación de los hijos o a la vejez. Otros cambios vienen dados por la
cultura de nuestra sociedad, como un divorcio, un reagrupamiento familiar, cambios
laborales (despido, ascenso, jubilación) o cambios de residencia. A veces los cambios son
totalmente inesperados, como la aparición de enfermedades o accidentes en uno mismo o
en un ser querido.
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Si tu depresión vino a coincidir con alguna etapa de transición en tu vida, te
aconsejamos la lectura del capítulo 6. En él te contaremos la historia de tres personas que
se deprimieron a raíz de cambios en su vida: al emanciparse, al divorciarse y al ser
diagnosticada de cáncer de mama.
El déficit interpersonal
Diversos estudios demuestran que cuando una persona se siente arropada y apoyada
por su entorno familiar y social, tiene más defensas psicológicas para hacer frente a
cambios o conflictos que lo desafíen. En cambio, cuando no siente ese apoyo, es más
difícil afrontar las adversidades. Uno se siente más “pequeño”, desprotegido ante el
mundo.
Tener relaciones cercanas con familiares y algunos amigos íntimos, tener relaciones
menos intensas pero satisfactorias con amigos y conocidos, y tener relaciones cordiales
en el entorno laboral o académico, ayudan a prevenir la depresión y a recuperarse de ella.
En el capítulo 7 exploraremos tu satisfacción con tus relaciones interpersonales. Te
propondremos cambiar algunos comportamientos para favorecer que mejoren tus
relaciones en cantidad y en calidad.
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4
MUERTES DIfÍCILES DE SUPERAR
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El duelo complicado
En este capítulo vas a conocer las historias de María, Jorge y Ana. Los tres sufrieron
una depresión que se relacionaba con el fallecimiento de un ser querido. María perdió a
su hijo en un accidente de tráfico. Jorge vio cómo su padre se demenciaba y finalmente
moría. Ana pasó por un aborto. Los tres tenían en común la pérdida de un ser querido,
pero también tenían en común que su proceso de duelo se vio bloqueado. Por distintas
razones, no pudieron hacer la digestión emocional necesaria para aceptar la pérdida de su
ser querido y continuar conduciendo sus vidas. Se quedaron bloqueados en su malestar,
lo que derivó en una depresión.
Tipos de duelo
Por duelo entendemos el proceso psicológico por el que una persona consigue aceptar
la pérdida de un ser querido para continuar adelante con su vida. Implica dos partes:
digerir emocionalmente la pérdida y retomar el contacto con el presente.
La muerte de un ser querido deja una herida emocional que provoca dolor y que
necesita cicatrizar. Cuando el dolor es “limpio”, lo que llamamos tristeza, y no se
contamina con otros sentimientos o pensamientos, el proceso de duelo sigue su curso
natural. La persona asimila emocionalmente la pérdida y, a lo largo de unos meses, va
retomando el contacto con su vida cotidiana. En estos casos, hablamos de un duelo
normal.
Pero ese dolor “limpio” puede contaminarse por diversos motivos, que veremos más
adelante, y convertirse en dolor “sucio”, en sufrimiento. Una herida sucia es más difícil
de cicatrizar que una herida limpia. En estos casos, se provoca una indigestión emocional
que bloquea el proceso de duelo y puede dar lugar a una depresión. Es cuando hablamos
de un duelo complicado.
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¿Cómo te sentiste al enterarte de que tu ser querido había muerto? Intenta recordarlo.
¿Qué sentías? ¿Rabia? ¿Ansiedad? ¿Tristeza? A veces no se siente nada al principio. No
es raro quedar desconectado, como si todo fuera una película que no va contigo. Como
te dijimos en el capítulo anterior, ese estado de desconexión emocional es una anestesia
emocional. Es un primer intento de nuestra mente de rechazar la idea de que no
volveremos a ver vivo a nuestro ser querido. No te sientas extraño si experimentaste esa
anestesia emocional, es lo normal. Muchas personas se sienten culpables al no sentir
nada. Interpretan esa anestesia como falta de amor hacia su ser querido, pero nada más
lejos de la verdad. Es un primer intento de rechazar la idea de su muerte. El segundo
intento suele ser mediante la rabia. Sentimientos de rabia y enfado que pueden cargarse
contra quien sea. Contra los médicos que no lo salvaron, contra Dios por ser tan injusto,
contra un familiar o contra nosotros mismos por haber o no haber hecho tal o cual cosa.
En cualquier caso, aparece rabia y ésta pretende no aceptar la muerte, resistirse a esta
idea.
Tras pasar un tiempo decaído y lloroso, con dificultad para dormir y para comer, con
cansancio y con inquietud, se va asimilando la idea de la muerte. Serás capaz de recordar
a tu ser querido sin tanto dolor y aceptando más la idea de no volver a verle más. Es
entonces cuando estarás preparado para ir retomando progresivamente tu vida cotidiana.
Poco a poco recuperarás tu energía para trabajar como siempre, llevar adelante la casa,
implicarte con la familia y con tus amistades, etc. En ese momento el proceso de duelo se
acaba. Aunque pueda parecer que tienes depresión, no la tienes. Todas estas reacciones
no son una enfermedad, son las propias de quien pierde a un ser querido y necesita
asimilar emocionalmente la experiencia. Por eso no es conveniente medicarse ni
distraerse de lo que te está pasando. Evitar el dolor limpio favorece que se convierta en
dolor sucio, en depresión.
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a quien no te apetezca. Es un momento para ti y para los tuyos, para que todos podáis
hacer vuestra digestión emocional, cada uno a su ritmo. Rodéate de personas con las que
te sientas libre para hacer lo que necesites hacer. Expresa tus emociones. Habla de lo
sucedido, de tus reacciones, de lo que viviste, de lo que esperabas y nunca sucedió.
La digestión emocional de la pérdida del ser querido puede quedar bloqueada por
diversos motivos. La indigestión resultante genera un malestar que con el tiempo puede
dar lugar a una depresión. Te hemos hablado en varias ocasiones de María, que perdió a
su hijo en un accidente. Hubo dos hechos que bloquearon su proceso natural de duelo.
Por un lado, sintió una fuerte culpa al ser ella la que manejaba el automóvil en el
momento del accidente. Por otro, quiso volver a la normalidad demasiado pronto porque
tenía otra hija que la necesitaba. La culpa y las prisas no le permitieron digerir
emocionalmente la muerte de su hijo.
El paso del tiempo no es suficiente para asimilar una pérdida así. El duelo queda en
pausa, pendiente para algún momento posterior. Fue lo que le sucedió cuando su hija
pequeña cumplió los 7 años, que era la edad con la que murió su hijo. Por entonces
comenzó a recordar a su hijo y esto permitió que el proceso de duelo, que estaba en
pausa o en espera, se activara de nuevo. Su depresión fue un segundo intento de su
mente de hacer la digestión bloqueada, sólo que en este caso se complicó mucho más.
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Ella no entendía por qué se sentía tan mal en ese momento e interpretó su malestar (que
en realidad era su duelo retrasado) como que era una mala madre y una desagradecida.
Lo que le ocurría era que estaba deprimida.
Los sentimientos intensos hacia un ser querido fallecido bloquean el proceso natural
de duelo. Da igual que los sentimientos sean agradables (profundo amor y dependencia)
o desagradables (intensa culpa o rencor). Si son intensos y no se expresan, bloquean el
duelo. Sentimientos de añoranza, de culpa, de rabia y de miedo a no poder continuar sin
la compañía del ser querido, necesitan expresarse mediante la palabra y mediante el
cuerpo. El miedo o la vergüenza a sentir dolor pueden llevar a evitar su expresión.
En otras ocasiones, son la falta de apoyo o las presiones del entorno las que dificultan
su expresión. La gente entiende que estés mal un tiempo pero pronto exige que vuelvas a
la normalidad, cuando a lo mejor no estás preparado aún. Cuantas veces escuchó María:
“No llores, tienes que ser fuerte, tienes una hija que te necesita”. ¡Cómo no iba a llorar si
había perdido a su hijo!
A veces se escondía o esperaba estar a solas para desahogarse tranquila, sin que nadie
se lo impidiese, pero lo vivía con vergüenza, como si su dolor no fuera razonable. Varias
veces sintió un fuerte dolor en el pecho que le dificultaba respirar y la asustaba. No era
más que el bloqueo de su llanto. Llanto de rabia y llanto de tristeza que quedaba
bloqueado por su sentido del deber (“Tengo que ser fuerte, los demás me necesitan
fuerte”) y por las presiones del entorno (“¡No llores, sé fuerte!”).
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Facilitar la activación de recuerdos
¿Qué te hubiese gustado haber hecho con él y no hicisteis? ¿De qué te arrepientes?
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¿Cuándo y cómo murió tu ser querido? ¿De qué murió?
¿Cuál es la última imagen o recuerdo que tienes de tu ser querido estando vivo? ¿Qué
hiciste con él? ¿Qué le dijiste?
Para facilitar el recuerdo es necesario que pongas en marcha tus cinco sentidos, así
activarás tu memoria. Sigue este plan de activación de recuerdos:
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6) Habla con personas que lo conocieron bien. Facilita que te cuenten en qué aspectos
tu difunto era querido y en cuáles rechazado. Suponemos que como ser humano (e
imperfecto, por tanto) no era ni un dios ni un demonio, tendría sus virtudes y sus
defectos.
Hoy día las ecografías permiten ver al bebé. Puedes incluso haber comprado
utensilios o recibido regalos. La futura mamá siente físicamente al bebé en su interior o,
al menos, nota cambios en su cuerpo, que le indican que hay vida dentro de ella. El
futuro papá también puede tocar la barriguita y notar los cambios en su pareja. Todo esto
permite iniciar una relación con el bebé, antes de que nazca. Incluso en los abortos
provocados y planeados, uno siente que pierde algo.
Si has abortado y tus síntomas depresivos comenzaron por esa época o por el
aniversario de la misma, te recomendamos que trates a ese bebé no nacido como un
difunto. Si no le pusiste nombre, pónselo. Si no conociste su sexo, déjate llevar por tu
intuición al ponerle nombre de niño o niña. Dirígete a él como un ser querido con el que
tuviste una relación y que perdiste. Hemos adaptado las preguntas anteriores para estos
casos. Te las mostramos a continuación en las tablas Reflexiones 4 y Reflexiones 5.
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¿Qué te hubiese gustado haber hecho con él y no hicisteis? ¿De qué te arrepientes?
¿Le hiciste algún tipo de ritual de despedida? ¿Cómo te sentiste durante el mismo?
Para activar tus recuerdos sobre las circunstancias que rodearon el aborto, echa mano
de ecografías, utensilios comprados y recibidos como regalos, y por supuesto intenta
recordar lo que sentías y lo que imaginabas. De un no-nacido no se tienen imágenes
visuales o auditivas; pero sí sensaciones corporales, sentimientos de amor y rechazo, así
como temores e ilusiones referidas a cómo sería tenerlo. Todo eso está almacenado en tu
memoria. Haz lo posible para rescatarlo de ella y revivirlo.
Una vez reactivados tus recuerdos, vamos a pedirte que te centres en cómo te sientes
al tener esos recuerdos en tu mente. Los sentimientos y las emociones no son buenos o
malos; sólo son sentimientos y emociones. Unos son agradables de sentir como la alegría,
el interés, el amor o la ilusión. Otros son desagradables de sentir, como el enfado, la
tristeza, el miedo, la culpa, el rencor, la vergüenza, la envidia o la decepción. Pero todos
son sentimientos y emociones fabricados por tu mente para protegerte, aunque sean
desagradables de sentir. No rechaces tener esos sentimientos, sean los que sean. Al fin y
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al cabo, sólo son sentimientos que pretenden influir en tu comportamiento, pero ante los
que tú decides si te dejas influir o no.
A veces este enfado se dirige equivocadamente hacia otras personas. Uno puede
culpar a otros o culparse a sí mismo por la muerte del ser querido, y enfadarse con ellos
o consigo mismo. Incluso puede ser que ahora mismo te estés cabreado conmigo por lo
que te estoy diciendo. Si al leer estas líneas, has pensado: “¡Vaya una tontería! ¿Cómo se
le ocurre escribir a éste que estoy enfadado con mi difunto?”, es una señal de cómo
diriges tu rabia contra mí para quitar de tu cabeza la idea de que sea posible enojarse con
un difunto. Pues sí, es posible y además, bastante frecuente. Cuando alguien nos
abandona, nos enfadamos, aunque después razonemos para que se nos quite el enfado.
Si estás enfadado con tu ser querido por haberse marchado de tu lado o por cualquier
otra razón, deja de torturarte. Acéptalo como un sentimiento. Recuerda que los
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sentimientos no son buenos ni malos, sólo son sentimientos.
Te hemos hablado de los distintos sentimientos que has podido experimentar. Quizá
incluso los estés sintiendo ahora mismo. Es el momento de dejarlos salir de alguna forma.
Te animamos a que los expreses con tus palabras y con tu cuerpo. Una forma de hacerlo
es a través de la escritura. Te proponemos escribir una carta a tu ser querido fallecido.
Sí, una carta. Evidentemente nunca la recibirá físicamente pero sí espiritualmente.
Cuéntale en esa carta todos tus sentimientos, abiertamente, sin censura; tanto los que
te son agradables como los que te son desagradables. Cuéntale cómo le echas de menos,
el miedo que te da seguir adelante sin su compañía, lo enfadado que estás por su
abandono, lo culpable que te sientes por no haberle salvado, lo aliviado que te sentiste al
no tener su carga o su mal humor (sobre todo si tuvo una enfermedad grave antes de
morir), lo alegre que te sientes al saber que está descansando en paz o cómo la tristeza te
invade cuando le recuerdas. Todos estos sentimientos son válidos, porque son humanos
y todos los hemos sentido en algún momento. Cuéntaselos. A la hora de escribir esa
carta, lo más importante es que te dejes llevar al hacerlo. Refleja ahí tu verdadera forma
de sentir, sea ésta como sea. Te damos algunos consejos que pueden facilitarte esta tarea:
1) Antes de escribir la carta, activa todos tus recuerdos como te hemos propuesto en
el apartado anterior. Para soltar tus sentimientos reprimidos hay que activarlos
antes. El recuerdo de tu ser querido y del momento de su muerte lo facilitará.
2) A la hora de escribir, lo importante es que lo hagas libremente. Olvida la ortografía,
la gramática y la coherencia. Todo eso sirve para escribir libros pero no para
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escribir sobre sentimientos. El orden lo marcarán tus sentimientos tal y como los
sientas, incluso aunque sean contradictorios o absurdos.
3) La carta no tiene un límite definido. La terminarás en el momento que tú tengas la
sensación de que te has quedado libre y desahogado, sin haber guardado ni
reservado nada para ti. Puedes escribirla en un día o en varios. No tengas prisa en
hacerlo.
4) Sé sincero contigo mismo. Si lo eres, en la carta aparecerán reflejados sentimientos
agradables y desagradables hacia tu ser querido. Cuéntaselos todos. Sé humano e
imperfecto. Tu ser querido y tú sois humanos, ni dioses ni demonios. Recuérdalo.
5) Es normal tener miedo a dejarse llevar, sobre todo si eres una persona que te gusta
tenerlo todo bajo control. Te aconsejamos que lo hagas. Déjate llevar al escribir,
sin censura. Si necesitas llorar, gritar, sonreír o golpear un cojín, hazlo. Así,
además de expresarte con la palabra, te expresarás también con tu cuerpo. Será
mucho mejor. En nuestra experiencia, nadie ha perdido la cordura ni el control, al
dejarse llevar por esas emociones, por muy intensas que hayan sido.
6) Una vez terminada la carta, léela de principio a fin. Si crees que falta algo por
expresar, exprésalo. Si te quedas con la sensación de que ya está acabada,
compártela con tu ser querido. Siempre hay un lugar donde hacerlo. El lugar donde
esté enterrado, donde se hayan esparcido sus cenizas o un lugar especial para tu
difunto o para ti. Ve allí y cuéntale tus sentimientos. Puedes leerle la carta o
simplemente expresárselo como te salga, pero compártelo con él/ ella.
7) También puedes compartir esta experiencia con alguien de tu confianza o con un
profesional que te ayude a comentarla. Comentar lo escrito te ayudará a ordenar y
asentar lo sentido. Una vez expresados esos sentimientos con la palabra y el
cuerpo, y una vez asentados en tu cabeza al compartirlos con tu difunto y/o con
alguien de tu confianza, esos sentimientos estarán dispuestos a almacenarse en tu
memoria sin volver a bloquearte. Aparecerán sí, pero no con tanta intensidad ni
con tanta interferencia en tu vida diaria. Si vuelven a aparecer intensamente, quizá
no hayas expresado en la carta todo lo que necesitabas. En ese caso te animamos a
que escribas otra nueva carta siguiendo los consejos que te hemos dado. No
olvides que lo importante es expresar todos los sentimientos reprimidos.
Otra tarea que podría ayudarte a expresar tus sentimientos reprimidos sería hacer un
duelo intensivo. Para ello necesitarías la colaboración de alguien de tu confianza. La
tarea consiste en dedicar un tiempo continuo a estar de luto, en soledad; pero con la
cercanía de alguien que, en un momento determinado, pudiera consolarte si, y sólo si, tú
se lo pidieras. Esta tarea está especialmente indicada para personas que no han podido
llevar a cabo un duelo normalizado, debido a presiones de su entorno para sentirse bien y
volver a la normalidad, cuando en realidad no estaban preparadas. Si te viste en la
obligación de estar bien rápidamente y no recibiste el apoyo de tu entorno, te
aconsejamos que realices esta tarea, aunque te parezca un tanto extraña. Los pasos son
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los siguientes:
1) Encuentra al menos un par de días en los que puedas estar libre de ocupaciones y
sin cargos de ningún tipo. Quizá un fin de semana o en periodo de vacaciones. Es
muy importante que nadie te interfiera. Si tienes niños o mascotas, déjalos a cargo
de alguien de confianza, para que puedas estar con dedicación exclusiva en esta
tarea.
2) Tu misión es estar de luto. Durante esos días has de vestirte de negro (o de la
forma en que tu religión o cultura exprese el luto), sin arreglarte. Debes
permanecer en casa sin salir ni contestar a llamadas telefónicas. Tu único contacto
con el mundo exterior será a través de la persona de confianza que haya decidido
ayudarte en esta tarea. Esta persona responderá al teléfono o al timbre por ti y
pondrá una excusa para no ser atendida (estás enfermo, indispuesto, de viaje…).
3) Esta persona de confianza estará en una habitación distinta a la tuya, disponible
para cuando tú la llames. En ningún caso debe preguntarte cómo estás o intentar
consolarte. Sólo se acercará a ti cuando tú la avises.
4) Evita cualquier actividad o persona que te distraiga o te divierta. Tu misión es llorar
la pérdida de tu ser querido. Ten a tu disposición pañuelos y un cojín grande. Si
necesitas llorar, llora. Si necesitas quejarte, quéjate. Si necesitas golpear algo,
golpea el cojín. Expresa tus sentimientos de tristeza, rabia, culpa e impotencia.
Para facilitar la aparición de los sentimientos, rodéate de recuerdos. Fotografías,
vídeos, prendas de vestir, utensilios, perfumes, canciones… Todo lo que te
recuerde a tu ser querido es válido.
5) Si en un momento determinado necesitas consuelo, llama a la persona que esté en
la otra habitación. Sólo puede consolarte físicamente, sin utilizar palabras. Puede
abrazarte, acariciarte, tomar tu mano o simplemente estar ahí junto a ti sin decir
nada. Sus palabras, por muy bien intencionadas que sean, bloquean la expresión de
tus sentimientos. Para consolarte sólo puede establecer contigo un contacto físico.
Está prohibido utilizar palabras o tomar tranquilizantes.
6) Si simplemente necesitas charlar, llama a tu persona de confianza y charla. Pero
sólo podéis charlar sobre tu difunto y el momento de su muerte. Recuerda que sólo
puede consolarte físicamente si al charlar te emocionas. Déjale claro que está
prohibido utilizar palabras como “Venga, no llores”, “ánimo, que todo va a ir bien”,
“tú puedes salir adelante”, y cosas por el estilo. Estas palabras parecen consolar
pero en realidad bloquean tus sentimientos, son perjudiciales en esos momentos.
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alguien que no tolere ver tu malestar, no será efectiva. Recuerda que es un duelo
intensivo. Es necesario estar de luto de forma continuado al menos un día entero, y si
son dos días mejor.
Ritual de despedida
La muerte es una despedida de la vida tal y como la conocemos. Según tus creencias
religiosas o filosóficas, creerás o no creerás en la existencia de un más allá. Tanto si
existe como si no, en ningún caso tu relación con tu difunto será la misma. De ahí, la
necesidad de decir adiós. No es un adiós a tu ser querido, sino al tipo de relación que
teníais en este mundo. Esperándote en un más allá o en el interior de tu propio ser, sigue
contigo de alguna forma.
Esa persona dejó un poso en ti, en tu forma de ver el mundo, en tus costumbres y en
la construcción de parte de tu personalidad. Es hora de decirle adiós a la relación tal y
como la concebíais tu difunto y tú. Eso no es incompatible con que tú sigas en contacto
con tu ser querido de alguna forma. Bien con el poso que dejó en ti o mediante tus
sueños, tus recuerdos, tu imaginación o tus sensaciones, sigue contigo.
A veces, la muerte es tan repentina que sorprende a todos y no permite una
despedida. Te proponemos llevarla a cabo. Para ello, es necesario que lo hagas mediante
un ritual en honor a tu difunto. Cualquier ritual simbólico que signifique algo especial
para tu difunto y para ti, es válido. Si has escrito la carta que te propusimos en el
apartado anterior, podrías utilizarla como un ritual de despedida. Acude a algún lugar
especial para tu difunto o donde yacen sus restos y léele la carta. Después, puedes
enterrarla o quemarla, como ritual de despedida. Esto también puedes hacerlo con una
poesía, unas palabras o una canción que le hayas escrito. Otras opciones pueden ser
hacerle una misa, hacer algo en su nombre que sabes que le hubiese agradado, visitar en
su honor un lugar que siempre quiso visitar, o hacer en su puesto algo que le quedara
pendiente. Sirve cualquier acción que sea especial para ambos. Si este ritual lo llevas a
cabo acompañado de alguien de tu confianza, mejor aún.
Este ritual de despedida es muy importante en el caso de que no sepas dónde yacen
los restos de tu ser querido, por ejemplo si fue dado por muerto tras desaparecer, lo
abortaste o sus restos yacen en un país de difícil acceso. Este ritual ayudará a limpiar y
cicatrizar la herida, aunque no te privará del dolor. Sé ingenioso a la hora de crear tu
propio ritual o incluso pide ayuda a alguien de confianza para hacerlo y para acompañarte
durante el proceso. Es algo especial para ti y lo especial se comparte con los seres
queridos.
Si has seguido las tareas sugeridas y en el orden propuesto, habrás conseguido digerir
emocionalmente tu pasado y estarás en mayor disposición de conectarte con tu presente.
Tu depresión no se habrá esfumado pero sí te habrás quitado un peso de encima, el peso
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de tu dolor sucio, de tu sufrimiento. En este momento no te sentirás feliz ni contento.
Probablemente sentirás más bien una sensación de vacío, de que te falta algo. Es el
momento de entrar en contacto con ese vacío, sentirlo y decidir qué hacer con él.
Te sugerimos no seguir leyendo hasta que hayas hecho las tareas propuestas hasta
ahora. No tiene sentido continuar con tu presente si te hayas bloqueado emocionalmente
en tu pasado. Acepta tu miedo y tu vergüenza al plantearte hacer las tareas propuestas,
pero no permitas que estas emociones decidan por ti. Decide tú.
Retomar tu vida
Una vez que has despertado tus recuerdos, has desbloqueado tus sentimientos y te
has despedido de tu relación con tu difunto tal y como la concebías, es el momento de
mirar a tu interior. ¿Qué sientes? Toma un momento para experimentar qué sientes.
¿Quizá vacío? Si es así, conecta con ese sentimiento. Siéntelo. Si no lo sientes, busca un
objeto que te lo recuerde. Un vaso de cristal vacío puede servir. Toma el vaso y colócalo
frente a ti. Observa su vacío interior durante un tiempo. Ahora siente ese mismo vacío en
tu interior. Concéntrate en él. Parte de ese vacío nunca podrá llenarse. Lo ocupó alguien
importante para ti y ese lugar no se puede reemplazar por nada ni por nadie.
Una parte del vacío siempre te acompañará en tu interior, siempre la sentirás hagas lo
que hagas. No luches contra esa parte del vacío ni intentes llenarla con nada. Hay
personas que la ocupan con comida, alcohol, trabajo excesivo, máquinas tragaperras,
preocupaciones, obsesiones, manías, planes de venganza, aventuras amorosas o teniendo
un hijo. Nada de eso llenará esa parte del vacío. Es sencillamente imposible de llenar.
Acéptalo tal y como es. Siéntelo primero y dale permiso para estar después. Es parte de
ti.
Sin embargo, hay otra parte del vacío que sí puede llenarse. Toma de nuevo el vaso
vacío y ponlo frente a ti. Vierte algún líquido en él hasta llenarlo a la mitad. Míralo ahora.
Una parte del vaso sigue vacío, como ese vacío en tu interior que nunca se podrá llenar
con nada ni con nadie. Pero la otra parte sí está llena. ¿Con qué actividades y con qué
personas la has llenado tú?
En mayor o menor cantidad, tienes un tiempo y unas energías que necesitan invertirse
en hacer algo o en estar con alguien. ¿En qué estás invirtiendo tú tu tiempo y tus
energías? ¿En qué actividades y relaciones personales te estás implicando ahora mismo?
En el capítulo 9 encontrarás una serie de consejos que te ayudarán a plantearte cómo
retomar tu vida, volviendo a invertir tus energías en actividades y relaciones personales
que tengan un sentido para ti. Pero antes de ello, es necesario que te des permiso para
hacerlo. Si crees estar traicionando a tu difunto al tratar de rehacer tu vida, no te darás la
oportunidad de retomarla. Piénsalo sinceramente, ¿lo estás traicionando si tratas de ser
65
feliz otra vez? ¿Has de vivir en un luto permanente para demostrarle que lo sigues
queriendo o que te arrepientes de algo que debiste haber hecho?
Vamos a contarte la historia de María, Jorge y Ana. Los tres sufrieron una depresión
que se relacionaba con el fallecimiento de un ser querido. María perdió a su hijo en un
accidente de tráfico. Jorge vio cómo su padre se demenciaba y finalmente moría. Ana
pasó por un aborto. Los tres tenían en común la pérdida de un ser querido pero también
tenían en común que su proceso de duelo se vio bloqueado.
María es una mujer de 41 años, casada y que trabaja en una tienda de muebles. Tiene
una hija de 8 años y tenía un hijo que falleció hace 5 años (actualmente tendría 12 años).
Conduciendo con su niño en el asiento trasero, tuvo un grave accidente al ser arrollados
por otro vehículo a gran velocidad. Ella sólo sufrió heridas superficiales pero su hijo
murió. Por entonces, lo pasó muy mal. Se sentía triste y culpable, perdió el apetito y
tenía insomnio.
Con el tiempo y un antidepresivo, que le recetó su médico de familia, consiguió
recuperarse. De hecho, a mucha gente le sorprendía la entereza que había mostrado y
cómo había conseguido sobreponerse tan pronto. Ella decía que no podía permitirse estar
deprimida porque tenía otra hija de 2 años que la necesitaba y que no entendía que su
mamá pasara el día llorando. Tras unos meses decaída, María salió adelante, centrándose
en su familia, su trabajo y sobre todo en su hija.
Todo cambió cuando su hija cumplió los 7 años (la edad a la que murió su hijo).
Empezó a obsesionarse con la idea de que su niña podía morir también, porque ella era
una “mala madre”. Su estómago se cerró y perdió dos tallas. Se sentía mucho más triste
y culpable. Su cuerpo estaba cansado y su mente despistada, por lo que se veía incapaz
de llevar a cabo su trabajo y sus tareas domésticas. Sólo tenía ganas de estar en cama,
aunque tampoco conseguía dormir, así que se dedicaba a criticarse a sí misma. “Soy una
mala madre”, “no sirvo para nada” y “mi familia es infeliz por mi culpa”, eran sus
pensamientos.
66
hospitalizada.
Es cierto que para que el accidente tuviera ese desenlace fatal fue necesario que ella
decidiera coger el coche en ese preciso momento y que ella hubiese decidido no poner el
cinturón de seguridad a su hijo en ese preciso momento. Sin embargo, fueron necesarias
otra serie de decisiones que no tenían nada que ver con ella. Fue necesario que su madre
la mandara a hacer un recado en ese preciso momento, que su hijo cogiese una rabieta al
intentar ponerle ella el cinturón de seguridad y por eso no se lo pusiese, que el otro
conductor decidiera coger su vehículo en ese preciso momento, que María estuviese
despistada en ese preciso lugar y que el otro conductor decidiera ir a gran velocidad justo
en ese preciso momento y lugar…
¿Qué te ha hecho sentir la historia de María? ¿En qué te has podido parecer a ella?
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¿Has sido avaricioso a la hora de quedarte con toda la responsabilidad de la muerte de tu
ser querido? ¿Has creído que tu parte de responsabilidad en lo sucedido significa que tú
eres el culpable de su muerte? Si ensucias de esta manera tu herida, será muy difícil que
pueda cicatrizar. Tu dolor limpio se convierte en dolor sucio. ¿O acaso crees que no
tienes derecho a que cicatrice tu herida por haber contribuido tú en su muerte, aunque
sólo fuera en una mínima parte? ¿Ése es tu castigo? Duro castigo el que te impones por
haber hecho aquello que consideraste más apropiado en aquel momento, en aquel lugar y
en aquellas circunstancias, con independencia de que fuera erróneo o acertado.
Hablar de todo esto y expresar lo que sentía, le ayudó a estar más tranquila. Sin
embargo, María no vivía su vida. Se dejaba llevar, iba a la deriva. Por su cabeza rondaba
un pensamiento que no le permitía implicarse realmente en la vida que estaba llevando.
El pensamiento era: “¡Ojalá hubiese muerto yo en el accidente y no él!”. Se sentía
culpable por seguir viva mientras su hijo había muerto. No se permitía vivir su vida con
plenitud porque sentía que era una especie de traición a su hijo. Como si el volver a ser
feliz significara que se había olvidado de su niño o ya no lo quería. ¿Crees que María no
tiene derecho a volver a vivir con plenitud? ¿Crees que no merece conducir una vida con
sentido para ella y los suyos? ¿Y tú? ¿Te estás dando el derecho a vivir con plenitud?
¿Mereces conducir tu vida y lograr que tenga el sentido que tú quieras darle?
Jorge tiene 50 años, es soltero e hijo único. Ha trabajado como comercial para una
multinacional toda su vida. Su madre falleció repentinamente hace 5 años y fue un duro
golpe para él y su padre. A pesar de vivir lejos de sus padres por su trabajo, siempre ha
estado muy unido a ellos. Los llamaba por teléfono diariamente y los visitaba cada vez
que podía.
68
padre.
Enterró a sus padres juntos y él se quedó viviendo en la casa de ellos. A los meses,
comenzó a sentirse triste y sin energía. De sus ojos caían lágrimas en momentos
inesperados y sin que él estuviese pensando en nada en particular. Nada le ilusionaba ni
le motivaba. Perdió mucho peso y apenas dormía. A veces recurría al alcohol o se
excedía con los tranquilizantes para relajarse o poder dormir. Le rondaba por la cabeza la
idea de suicidarse y la forma en la que lo haría.
Acudió a su médico de familia porque creía estar perdiendo la cabeza como su padre.
Se le olvidaban las cosas y en alguna ocasión sintió una sensación extraña yendo por la
calle, como si estuviera confundido y la realidad no pareciera real. Su médico descartó
una demencia, le diagnosticó una depresión y le prescribió un tratamiento antidepresivo,
que le ayudó a estar más tranquilo. Como persistía la idea de suicidarse, comenzó una
psicoterapia por consejo de su médico de familia. Jorge sentía una profunda soledad. Sus
padres habían sido sus pilares emocionales. Había hecho su vida lejos de ellos, había
tenido éxito en el trabajo y tenía muchas amistades. Sin embargo, sabía que sus padres
estaban ahí. Sentía un vínculo especial con ellos, que ahora desaparecía y lo dejaba
huérfano. Creía que ya nada merecía la pena y se abandonó. Recibía continuas llamadas
de sus amistades y de su ex pareja, que él no respondía. Cada vez se aislaba más, lo que
hacía que se sintiera mucho más solo aún.
La tristeza y el dolor eran comprensibles, pero ¿qué lo estaba deprimiendo? ¿Por qué
su proceso de duelo no seguía su curso natural? Sentía un profundo sentimiento de
abandono. Se sentía abandonado por sus padres y eso no sólo le hacía sentirse solo e
indefenso, también se sentía furioso por dentro. ¿Por qué lo habían abandonado a él, con
todo lo que se había esforzado? Él que había renunciado a su trabajo y a su vida en otra
ciudad para cuidar de su padre. ¿Y qué había hecho su padre? ¡Olvidar que él era su
hijo, insultarle y morirse! Todos estos pensamientos rondaban por su cabeza y lo
atormentaban. Creía ser una mala persona por pensar así, se criticaba a sí mismo por ello
y se sentía culpable. “¿Cómo puedo pensar así si el pobre hombre estaba enfermo y
había perdido la cabeza? Soy una mala persona”, se repetía una y otra vez.
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aliviado. “¿Qué clase de persona se alegraría de la muerte de su padre?”, se decía a sí
mismo. Evidentemente, no era alegría lo que sentía, sino el alivio natural que se siente al
quitarse la sobrecarga de cuidar a una persona muy enferma.
Además, había un secreto que lo atormentaba también. En su juventud buscó un
trabajo en otra ciudad para poder sentirse libre. Jorge es homosexual y nunca se lo dijo a
sus padres. Tenía tanto miedo a decepcionarlos y que lo rechazaran, que lo ocultó. Jamás
pudo decirle a su padre que el motivo por el que no le daba el ansiado nieto que él
deseaba no era porque no había encontrado a la mujer apropiada, sino porque nunca
tendría una mujer.
Jorge escribió una carta a sus padres, en especial a su padre. En ella les contó lo
agradecido que estaba por todo el amor que le habían dado y por toda la ayuda que había
recibido de ellos. También les contó todos estos sentimientos “prohibidos”. Lo
abandonado que se sentía, lo enfadado que estaba por el maltrato que recibió en el última
fase de la enfermedad de su padre y lo aliviado que se sentía por no tener su carga. Para
concluir, les contó también que era homosexual y que había tenido un miedo atroz a
contárselo porque no podía permitirse perderlos, los quería demasiado como para
arriesgarse a ello.
Les pidió perdón por no haber confiado en ellos y por no haberse atrevido a contarles
que ese amigo íntimo al que tanto querían ellos, era en realidad su novio, con el que
había convivido durante 10 años y que terminó dejándolo a él por su negativa a
presentarlo como tal. Pudo reprochar también a su padre que él no se atrevió en parte a
ser sincero con él porque le había escuchado multitud de veces hablar con desprecio de
los homosexuales, algo que acrecentó su temor a contarle la verdad. Sincerarse con sus
padres y permitirse sentir lo que sentía, lo ayudó a estar más tranquilo y a poder
plantearse cómo quería conducir su vida.
¿Qué sentimientos hacia tu difunto no te estás permitiendo tener tú? ¿Con cuáles de
ellos te estás atormentando? Es normal sentirse abandonado y enfadado, especialmente si
antes de morir tu ser querido ha estado muy enfermo, ha cambiado su carácter o ha
demandado mucha atención. Jorge tuvo que ver cómo su padre se demenciaba,
volviéndose más agresivo con él y llegando a no saber quién era. El sentimiento de estafa
y enfado que tenía Jorge era normal. Él se había esforzado en ayudarle e hizo muchas
renuncias en su vida para recibir un maltrato a cambio.
¿Qué renuncias has tenido que hacer tú? ¿Cómo se te ha pagado? Tienes derecho a
estar dolido y a pensar que tu esfuerzo no ha servido para nada porque tu ser querido
haya muerto igualmente. Ahora bien, reconoce para qué sí ha servido tu esfuerzo y tu
dedicación. No le has salvado pero sí le has permitido sentir que tú estuviste ahí en la
medida que te fue posible y lo acompañaste durante su enfermedad o su muerte.
¿Te has sentido culpable por sentir alivio, como le pasó a Jorge? A veces podemos
sentirnos mal con nosotros mismos si creemos estar “beneficiándonos” de alguna forma
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de la muerte de un ser querido. Bien porque te hayas librado de algo que no te gustaba
de él (o de su enfermedad), bien porque su ausencia te permita hacer algo que no hacías
antes; eso no significa que lo estés traicionando. Tienes derecho a reorganizar tu vida y a
conducirla como tú decidas.
¿Te atormentas por algo que ocultaste a tu ser querido? Jorge ocultó su
homosexualidad por temor al rechazo. ¿Qué le has ocultado tú? ¿Qué te hizo actuar así?
¿El miedo? ¿La vergüenza? A veces para conservar el amor de nuestros seres queridos y
no decepcionarlos, podemos ser capaces de ocultar cualquier cosa. Si hay algo que ansías
decir a tu difunto, díselo. Escríbele una carta o cuéntaselo cuando visites el lugar donde
yacen sus restos, como hizo Jorge.
Ana tiene 35 años, está casada, tiene dos niños pequeños y es ama de casa. Antes de
conocer a su actual marido, tuvo un novio del que se quedó embarazada con 16 años, y
que la abandonó tras enterarse. Decidió abortar con el apoyo de su madre, ocultándoselo
a su padre y hermanos. Lo pasó muy mal entonces, pero salió adelante y su madre le
dijo que nunca hablara de lo sucedido.
El año pasado su hermana mayor tuvo un aborto espontáneo después de llevar mucho
tiempo intentando quedarse embarazada, y Ana estuvo ahí para apoyarla. Hablar del
aborto espontáneo de su hermana, le hizo recordar el aborto provocado que ella tuvo en
su adolescencia.
Su marido tiene fuertes creencias religiosas, que ella empezó a practicar tras
conocerlo. Nunca le ha contado lo de su aborto, porque cree que él jamás lo aceptaría.
Estos pensamientos la atormentaban y decidió hablar con un sacerdote. Éste le dijo que
el aborto es el único delito que no tiene perdón de Dios. Se sentía horrorizada. Comenzó
a imaginar cómo sería esa criatura que ella no permitió nacer. Miraba a sus dos niños y
se preguntaba cómo pudo ella haber renunciado a ese bebé. Sentía una profunda angustia
y culpa. Culpa por el horrible pecado que había cometido y angustia porque temía ser
despreciada por su marido si éste se enterase alguna vez de lo que hizo en su
adolescencia.
Ana comenzó a perder el apetito y a tener pesadillas por las noches. Al día siguiente
se encontraba cansada y despistada, con dificultades para realizar sus tareas cotidianas.
Tenía palpitaciones frecuentemente y estaba irritable. Se sentía culpable por cualquier
cosa y evitaba ver a su familia, especialmente a su hermana. Su marido se preocupó y le
preguntaba insistentemente qué le ocurría. No entendía por qué estaba tan deprimida,
cuando no tenía razones. Ella lloraba y le decía que no lo sabía.
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Buscaron ayuda médica y comenzó a tomar un tratamiento antidepresivo. Recuperó
energías y mejoró su sueño, pero seguía estando deprimida. Consultaron entonces con
un psicólogo e inició tratamiento. Ana mantuvo su secreto durante mucho tiempo. Temía
ser despreciada por el psicólogo si descubría el horrible crimen que había cometido. Un
día estalló y se lo contó. Le sorprendió ser escuchada sin censura. Esto le permitió dar
rienda suelta a sus pensamientos y sentimientos consigo misma y con los demás. Pensaba
que había cometido un crimen horrible, no tanto por sus creencias religiosas, sino porque
así lo consideraba su marido, su madre y aquel sacerdote.
Ana tuvo miedo a ser madre con 16 años, pero hubiera seguido adelante si hubiese
contado con el apoyo de su pareja de entonces y de sus padres. Su pareja se desentendió
y su madre estaba más preocupada de que se enterasen en el pueblo que de ayudarla
realmente. ¿Cómo iba ella a hacerse cargo de una criatura sin el apoyo de nadie y con
sólo 16 años? Al hablar con su psicólogo, conectó con la rabia que sentía por haber sido
abandonada a su suerte por su pareja y por su madre, precisamente en un momento tan
duro para ella. Pudo, además, expresar lo culpable que se sentía por haberse permitido
vivir su adolescencia, terminar sus estudios y posponer su maternidad para cuando se
sintió preparada; y consiguió perdonarse a sí misma.
Ana tenía la intuición de que podría haber sido un niño varón y le habría puesto el
nombre de Carlos. Le escribió una carta a Carlos contándole todos sus sentimientos. El
miedo que sintió al enterarse de su embarazo, lo enfadada que estaba con su familia y su
ex pareja por el poco apoyo que recibió entonces, el deseo de tenerlo y cuidarlo, la culpa
por no haberle permitido nacer y por sentirse aliviada tras abortar… Le pidió perdón y le
dijo que lo amaba profundamente. Aunque nunca lo vio ni lo escuchó, lo conoció de
alguna forma en su interior, lo sintió. Con el apoyo de una amiga, le hizo un entierro. En
un lugar especial para ella, le leyó la carta escrita. Después, la quemó y la enterró con
unas flores. Ahí yacía su hijo Carlos y estaba ahí para cuando ella quisiese visitarlo. Su
amiga le dijo que ella hubiese hecho lo mismo en su situación y que tenía derecho a
tomar sus propias decisiones, aunque los demás no las aprobasen.
A veces uno no puede tomar la mejor decisión, sencillamente porque no existe. Uno
elige aquello que parece menos doloroso para sí mismo y para sus seres queridos. ¿Crees
que Ana fue una criminal que hizo daño intencionadamente o crees que sólo era una niña
asustada que hizo aquello que pensó que era lo menos doloroso para todos?
¿Qué crímenes tan horribles crees haber cometido? ¿Qué no te atreves a confesar
porque das por hecho que te despreciarán? Sea lo que sea lo que tengas en la cabeza,
piénsalo sinceramente, ¿tu verdadera intención fue provocar daño por gusto? Ana
interpretaba el alivio de quitarse todo el peso de encima de una maternidad para la que no
estaba preparada y no tenía apoyos, con la intención de provocar daño deliberadamente
al que hubiese sido su hijo Carlos.
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En la medida que se sintió más tranquila consigo misma, pudo aceptar esa parte de su
historia y la compartió con su marido. Los dos concluyeron que lo importante ahora era
centrarse en su presente: ellos como pareja, sus hijos, sus trabajos, sus familias, sus
amistades y su tiempo libre.
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5
RELACIONES CON ALTA TENSIÓN
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La disputa interpersonal
Entendemos por disputa interpersonal una situación tensa de desacuerdo con alguien
importante para ti en un tema también importante que os concierne a ambos. Lo que esta
persona y tú esperáis de vuestra relación es diferente, de manera que los dos os frustráis
repetidamente al no llegar a un acuerdo sobre cómo satisfaceros el uno al otro. En la
medida que no se llega a una solución del conflicto, uno se siente impotente y atrapado.
Estos sentimientos, si son intensos y continuos, pueden provocar ansiedad y, con el
tiempo, depresión. Es como si cuerpo y mente pensaran: “¿Para qué voy a moverme si
haga lo que haga estoy atrapado? Pues me paralizo y no desperdicio energías
inútilmente”.
Recuerdo una paciente llamada Yolanda que comenzó a deprimirse tras enterarse de
que no podía tener hijos y tras haber tenido muchos intentos fallidos de inseminación
artificial. Su malestar se originó a partir de tomar conciencia de que no tendría nunca un
hijo biológico, que era el sueño de su vida. Sin embargo, lo que no permitía su
recuperación era la situación de disputa que se originó con su marido tras estar ella
deprimida. Él no entendía su tristeza y quería comenzar un proceso de adopción, para el
que ella no estaba preparada. Ella necesitaba pasar más tiempo en casa, llorar y asimilar
la idea de que jamás sentiría un bebé en su interior, antes de plantearse si quería o no
adoptar un niño. Él necesitaba salir a distraerse y que ella fuera la mujer divertida y
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cariñosa de siempre. Este conflicto de expectativas y el desacuerdo sobre la adopción,
llevó a la pareja a muchas discusiones. Dejaron de apoyarse y comenzaron a criticarse y
a juzgarse. Poco a poco se fueron alejando tanto el uno del otro que se plantearon el
divorcio.
También te hablaremos en este capítulo de dos situaciones en las que más que una
disputa interpersonal, lo que deprime a la persona es una dominación interpersonal, en
la que se ejerce un maltrato. Las personas que padecen violencia de género o acoso
laboral/escolar (mobbing/bullying) viven en una situación de dominio donde alguien que
cree ser superior a ellas ejerce su poder y violencia como forma de dominación. En la
medida que la víctima se ve dominada, atrapada y sin la posibilidad de cambiar su
situación, la depresión se pone en marcha como un mecanismo de supervivencia. En
estas situaciones las personas no están realmente deprimidas (no tienen una enfermedad),
sino que están oprimidas (el dominio y la violencia las anula). Sin embargo, los síntomas
son muy parecidos a los de una depresión.
Identificar la disputa
Mientras leías la introducción, ¿qué persona te venía a la cabeza? ¿Tu pareja? ¿Un
familiar? ¿Tu familia política? ¿Un amigo? ¿Tu jefe o encargado? ¿Un compañero de
trabajo? ¿Un vecino? ¿Qué imagen te ha venido a la cabeza? Puede ser una señal.
¿Quién te tensa o te decepciona? Con ello no queremos decir que esa persona tenga la
culpa de tu depresión, sino que el tipo de relación que tienes con esa persona ha
contribuido o está contribuyendo a que no te recuperes de ella. ¿Quién te tensaba o te
decepcionó por la época en que comenzaste a deprimirte? ¿Quién te está tensando o
decepcionando en la actualidad? Piénsalo un momento.
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Si no lo tienes claro, te proponemos hacer un ejercicio. Vas a medir con un
termómetro emocional a las personas que más influyen en tu vida. Utiliza el Inventario
4, que se presenta a continuación. En primer lugar, te vamos a pedir que puntúes de 0 a
10 la influencia que esa persona tiene en ti. Con ello hacemos referencia a cómo lo que
esa persona hace o dice repercute en tu bienestar. El 0 indicaría que lo que hace o dice
esa persona no te afecta en absoluto. El 10 indicaría que lo que esa persona hace o dice
influye muchísimo en ti, bien porque pasas mucho tiempo con ella o bien porque sus
actos captan tu atención y te hacen reaccionar.
Tu pareja o ex pareja
Tu hijo/a
Tu padre
Tu madre
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Un hermano/a
Un abuelo/a
Tu suegro/a
Un cuñado/a
Un yerno o nuera
Un amigo/a
Tu jefe o encargado/a
Un compañero/a de trabajo
Un vecino/a
El desacuerdo
Reflexiones 6: El desacuerdo
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¿Con quién tienes una disputa? ¿Cómo te hace sentir esa situación?
¿Qué deseas o esperas de la otra persona? ¿Qué se supone que debería hacer o decir?
¿Qué crees que esa persona desea o espera de ti? ¿Qué quejas tiene sobre tu
comportamiento?
¿Qué podría darte esa persona y no te da? ¿Para qué actúa así? ¿Cuál es su intención?
¿Qué podrías darle a esa persona y no le das? ¿Para qué actúas así? ¿Cuál es tu
intención?
Tanto Carmen como su marido daban por hecho lo que el otro debería pensar y
sentir. Lo cierto es que la mente está hecha para pensar y sentir libremente. No existe un
decálogo de los buenos pensamientos y buenos sentimientos. No se “debe” pensar o
sentir tal o cual cosa. Tan sólo se piensa y se siente. Los pensamientos y los sentimientos
no dañan, lo que dañan son las acciones o cómo interpretamos las acciones. Lo
interesante es valorar qué necesitas de la otra persona y qué necesita la otra persona de
ti. Así, ambos podréis llegar a un acuerdo y actuar de tal forma que se satisfagan vuestras
necesidades, sin dañaros y sin poner en riesgo vuestra relación.
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Las relaciones humanas son contratos, en los que ambas partes se comprometen a
actuar de tal o cual forma. El contrato no está en papel, sino en la cabeza, pero es
igualmente un contrato entre tú y la persona con la que tienes una relación. Si el contrato
está claro, para lo que es necesario comunicarse abiertamente, y hay un compromiso de
llevarlo a cabo, la disputa se resolverá y la relación irá a más. Si no es así, habrá que
cambiar el contrato para que la relación pueda seguir adelante, lo que implica negociar
abiertamente las condiciones del mismo. Y si no es posible, habrá que romper el contrato
y con ello la relación con esa persona. Vamos a verlo detenidamente en el siguiente
apartado.
El estado de la disputa
Si estás viviendo una situación de disputa con alguien importante para ti, puedes estar
en uno de estos cuatro estados de disputa: disputa fría, disputa caliente, disputa cortada y
disputa resuelta. Según en qué estado se encuentre tu disputa, será necesario dar un paso
u otro.
Disputa caliente. Si estás viviendo una disputa caliente, estarás de negociaciones con
la otra parte para llegar a un acuerdo. Negociar implica contactar con la otra parte y
discutir las condiciones de vuestro contrato. Para que la disputa se resuelva es necesario
expresar claramente lo que necesitas y estar dispuesto a encontrar un punto intermedio
que satisfaga tus necesidades y las de la otra parte. Si la disputa no se resuelve,
probablemente es porque la comunicación es confusa o porque ambas partes os
empeñáis en vencer al otro en lugar de ganar los dos. Cuando no se resuelven, estas
situaciones predisponen a la ansiedad y, si se alargan en el tiempo, a la depresión. Parejas
que buscan discutir por cualquier asunto, trabajadores en alerta ante cualquier cosa que
diga o haga su jefe, familiares que sólo están pendientes de cómo criticar o menospreciar,
vecinos o amigos con la escopeta cargada ante cualquier respuesta…
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Disputa cortada. Cuando uno llega a la conclusión de que el acuerdo y la
comunicación con la otra parte son imposibles, la mejor opción es acabar con la disputa
cortando definitivamente la relación. Parejas que se divorcian, trabajadores que se
despiden o son despedidos, familiares que dejan de hablarse y de verse, vecinos que se
cambian de domicilio para no ver a otros vecinos…, son ejemplos de cómo se corta una
relación. Es normal sentir miedo antes de dar el paso definitivo y sentir culpa una vez
dado el paso. Sin embargo, el alivio vendrá y con ello se facilitará la recuperación de la
depresión. A veces es la única opción cuando uno alterna disputas frías y calientes a lo
largo del tiempo sin que el acuerdo sea posible y tras haber probado muchas soluciones.
¿Para qué mantener una relación con alguien que perjudica tu salud? Si estás
sufriendo violencia de género, maltrato familiar o acoso laboral, escolar o vecinal, la
única solución es cortar con esa relación, por muy difícil que sea dar el paso. Cuando
una parte utiliza la violencia para dominar a la otra, el daño psicológico y moral (y en
ocasiones, físico), difícilmente permitirá establecer un nuevo contrato satisfactorio para
ambos. La confianza puede estar tan dañada que la relación es sencillamente imposible
con esa persona, sea ésta tu pareja, un familiar, tu jefe, un amigo o un vecino. En
situaciones donde no se utiliza la violencia, sí que se pueden buscar alternativas para
resolver la disputa, como veremos más adelante.
Disputa resuelta. La disputa resuelta implica que las dos partes habéis llegado a un
acuerdo sin que uno haya vencido al otro. Debe haber dos ganadores y no un vencedor y
un vencido. Para ello habrá sido necesario retomar el contacto con esa persona, negociar,
expresar vuestras necesidades, establecer un acuerdo en la que sólo haya ganadores (no
vencidos) y, lo más importante, comprometerse para que el acuerdo sea una realidad. Si
el contrato de vuestra relación y sus condiciones son claras y elegidas libremente por las
dos partes, será más probable el compromiso de mejorar vuestra relación, sea ésta de
pareja, laboral, familiar o de amistad. Comprometerse implica elegir libremente hacerlo,
sin presiones del entorno ni del sentido del deber.
Ejemplos de disputas que parecen resueltas pero no lo están son cuando una pareja
sigue junta “por los hijos” o “por lástima”, cuando un trabajador sigue en la empresa
“por no perder la indemnización”, cuando un familiar ve a otro sólo “porque es de su
sangre” o “por no disgustar a otro familiar” o cuando se mantiene una relación de
amistad “porque uno se ve solo”. Estas disputas se disfrazan de resueltas pero en
realidad son disputas frías pendientes de resolver o de cortar. Mantenerlas así, sólo ayuda
a deprimirse más, porque la culpa, el resentimiento y la impotencia siguen presentes.
Recuerda que para que una disputa esté realmente resuelta, las dos partes han de
sentir que ganan y han de elegir mantener y mejorar su relación porque tiene valor en sí
misma, no por satisfacer a otras personas ni porque se lo diga su sentido del deber.
Ejemplos de esto sería cuando un compromiso de pareja se refuerza tras una crisis, un
trabajador vuelve a confiar en su empresa y en su jefe, unos familiares sienten que han
alcanzado una mayor intimidad en sus relaciones o unos vecinos o amigos consiguen una
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mayor complicidad.
Resolver la disputa
Si los dos seguís actuando como hasta ahora, ¿cómo crees que estaríais dentro de 5
años?
¿Cómo imaginas que te sentirías tú? ¿Cómo imaginas que se sentiría la otra persona?
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también se evita hablar de lo que les disgusta o bien buscan siempre un miembro de la
familia para que haga de intermediario o de portavoz.
Estas situaciones terminan agotando física y mentalmente a quien las vive. En este
apartado vamos a hablar de cómo expresar necesidades para poder llegar a un acuerdo
que resuelva el conflicto. También hablaremos de cómo favorecer una comunicación más
clara y efectiva.
Expresar necesidades
¿Te has planteado sinceramente qué es lo que necesitas de la persona con la que
tienes la disputa? ¿Y lo que esa persona necesita de ti? Pues ése es el primer paso: aclarar
las necesidades de cada uno. Por muy distintos que seamos los seres humanos, hay
cuatro necesidades que todos necesitamos cubrir. Vamos a verlas detenidamente.
Necesidad de igualdad. Ser tratado como superior o inferior a los demás, dificulta la
estabilidad emocional. Si uno termina creyendo que es inferior a los demás, perderá la
confianza en sí mismo y renunciará a conseguir lo que desea porque no se ve capaz de
hacerlo. En cambio, cuando uno cree ser superior a los demás y que es capaz de
conseguir todo lo que se proponga, su autoestima se ve continuamente amenazada
cuando el día a día le demuestra que su superioridad no es real. Su frustración será
continua y su esfuerzo terminará agotándole.
Necesidad de ser uno mismo. Mirar por tus gustos, tus valores o tus deseos es
importante para poder conducir tu vida. No se trata de ser egoísta, sino de ser tú mismo
y de cuidar de ti mismo. Si tus actos sólo tratan de complacer a los demás o de aparentar
83
ante los demás, si no miras hacia dentro de ti, tu decepción será continua. Quizá seas
querido o respetado, pero no serás tú mismo. Serás lo que esperan de ti y eso te hará
sentir vacío o te hará creer que eres un fraude.
¿Qué necesitas entonces de la otra persona? ¿Que te quiera y te acepte? ¿Que te
respete y valore? ¿Que te trate como un igual? ¿Que te permita ser tú mismo? Piénsalo
un momento. ¿Cómo se vería reflejado eso que necesitas en una acción? ¿Qué tendría
que hacer la otra persona para que tú sintieras que consigues lo que necesitas? Piénsalo
también un momento. Quizá la otra persona trate de darte lo que necesitas, pero lo hace
de una forma que no te permite verlo. Quizá su intención sea ayudarte pero su acción no
te lo parece así. Esto es muy frecuente en las relaciones de pareja y de padres-hijos.
Imagina que tu pareja quiere que tengas tu espacio y te sientas capaz. Para ello, deja
de estar tan pendiente de ti y dedica más tiempo a su trabajo o a vuestros hijos. Si eso es
visto por ti como un abandono o un rechazo, probablemente te sientas triste en lugar de
libre y capaz, que era su verdadera intención. Al reprocharle tú su acción (supuesto
abandono), es posible que tu pareja crea que no estás siendo justo y entonces te evite, lo
que a su vez hará que te sientas más abandonado, creando un círculo vicioso.
Imagina ahora que uno de tus padres quiere dejarte claro que os pertenecéis el uno al
otro, y para ello trata de mostrarte afecto e interés, buscándote muy a menudo y
opinando sobre lo que debes hacer. A pesar de tener una buena intención, su acción
puede estar chocando con tu necesidad de control personal o de ser tú mismo. En la
medida que tú te alejas de sus opiniones para tener tu propia opinión, él/ella puede estar
reclamándote más para demostrarte que eres querido y aceptado. Las intenciones de las
dos partes serían positivas, pero las acciones emprendidas para conseguirlo sólo llevan al
conflicto y a la frustración de ambos.
Una vez que tengas claro qué necesitas de la otra persona, es muy importante
traducirlo a una acción clara que la otra persona pueda llevar a cabo. ¿Qué tendría que
hacer o decir esa persona para que tú consiguieras lo que necesitas (aceptación,
reconocimiento, igualdad o ser tú mismo)? ¿Qué efecto tendría en ti esa acción? ¿Cómo
te haría sentir? ¿Qué otras acciones podría llevar a cabo esa persona para conseguir el
mismo objetivo? Recuerda que hay más de un camino para llegar a un mismo sitio.
Cuantos más se te ocurran, más fácil será que la otra persona pueda complacerte y tu
necesidad sea cubierta.
Vamos a ponerte un ejemplo. Imagina que últimamente has sentido a tu pareja más
distante y necesitas un mayor contacto con ella. ¿Qué acciones podrían indicar un
“mayor contacto”? Quizá salir a cenar solos este fin de semana, ver una película
recostados en el sofá, tener una relación sexual con más tiempo y afecto, que te pregunte
cómo te ha ido el día, que te ayude a resolver algún problema que te preocupe, que te
toque o acaricie cuando estáis juntos, etc. Todas estas acciones podrían indicar un
“mayor contacto”. No es tan importante la acción en sí, sino la intención que tiene dicha
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acción. Si la acción no consigue complacerte o tu pareja no está dispuesta a hacerla,
busca otra acción que cubra tu necesidad (en este ejemplo, un mayor contacto).
Igual que tú tienes unas necesidades que satisfacer, la persona con la que tienes la
disputa también las tiene. Te proponemos que te conviertas un momento en esa persona,
sea ésta tu pareja, un familiar, tu jefe, un amigo, un compañero o un vecino. Métete en
su piel. Trata de pensar y sentir como esa persona. ¿Cómo te ve a ti? ¿Cómo se siente
contigo? ¿Para qué actúa así? Quizá te vengan a la cabeza pensamientos como: “Para
fastidiarme”, “porque es tonto”, “es frío y manipulador”, “para salirse con la suya”…
Deja a un lado toda esa supuesta maldad y egoísmo de esa persona, y piensa de
nuevo. ¿Para qué actúa así? ¿Para qué necesita hacer lo que está haciendo? ¿Qué intenta
conseguir de ti y cómo lo está haciendo? ¿Habría otra forma de que se sintiese ayudado
por ti y que esté en tu mano hacer? Para resolver el conflicto es imprescindible que los
dos satisfagáis vuestras necesidades y para ello es necesario estar dispuesto a cambiar tus
acciones y a pedirle que cambie las suyas. Por cierto, ¿sabes pedir lo que necesitas? De
nada servirá tener claro lo que necesitas si no lo pides también de una forma clara.
Vamos a ver en el siguiente apartado formas eficaces e ineficaces de comunicarse.
Comunicación confusa
De adulto, tu llanto permitirá saber a los demás que necesitas algo, pero no les
indicará qué. ¿Cómo haces saber a los demás lo que necesitas? ¿Qué haces para indicar
que necesitas ayuda? ¿Y para indicar que necesitas compañía y afecto? ¿Y para indicar
que necesitas más espacio, que te están agobiando? ¿Cómo se lo haces saber a los
demás? Quizá tu respuesta sea: “Pues diciéndoselo”. Sí, diciéndoselo. Pero ¿cómo?
¿Con tus palabras, con tus gestos o con tus acciones? A veces, tus palabras, tus gestos y
tus acciones pueden estar diciendo cosas distintas o poco claras que confundan a los
demás. Vamos a contarte las formas de comunicación que más favorecen la confusión y
los malos entendidos.
Esperar a que adivinen. En muchas ocasiones damos por hecho que los demás saben
lo que necesitamos, cómo lo necesitamos y cuándo, como si tuvieran la capacidad de leer
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nuestra mente. Lo cierto es que nadie tiene la capacidad de adivinar lo que necesitas, a
no ser que tú se lo hayas dicho de una forma clara, directa y breve. A veces podemos
adivinar o sospechar lo que el otro necesita, pero incluso la persona más intuitiva que
conozcas puede terminar metiendo la pata con la mejor intención del mundo. ¡No
esperes a que adivinen lo que necesitas! Pídelo. Si la otra persona no puede o no quiere
dártelo, te lo hará saber. Si no lo pides y la otra persona no lo adivina (que es lo más
probable), terminarás resentido y frustrado.
Esperar a que salga de la otra persona. Imagina que tu pareja nunca te regala nada
por tu cumpleaños porque no da importancia a esas cosas. Tú, en cambio, sí se la das.
Podrías decirle: “Cariño, me haría ilusión que me regalaras algo por mi cumpleaños”,
pero no le dices nada porque quieres que salga de ella. Llega tu cumpleaños y no tienes
regalo. Te sientes decepcionado, evitas hablar con ella y le dices que te deje en paz. Tu
pareja, desconcertada, no entiende qué te pasa. ¿Qué crees que ocurrirá el próximo año?
Posiblemente tampoco tengas regalo y también tengas otra decepción. Pero ¿y si te
animas a decírselo? ¿Cómo sabrás si te trae el regalo porque sale de ella o simplemente lo
trae para que no te enfades? Nunca podrás saberlo, pero sí que sabrás que desea
complacerte y que tiene en cuenta tus necesidades. No esperes a que tu hijo quiera hacer
sus tareas escolares, tu jefa quiera subirte el sueldo o tu amigo quiera no presentarse en
casa sin avisar. Si esperas a que salga de ellos, quizá nunca salga, y tú sentirás más
frustración, decepción y dolor. Si necesitas algo de alguien, díselo. Si lo hace, será una
prueba de que te tiene en cuenta y le importas.
Dar por supuesto el no. Cuando uno se decide a pedir lo que necesita sin esperar a
que los demás lo adivinen o salga de ellos, puede bloquearse en el último momento si
espera un no por respuesta. El temor al rechazo puede dejarte mudo. Si es así,
pregúntate qué es lo peor que te puede pasar si pides lo que necesitas. ¿Acaso no tienes
derecho a pedirlo? ¿Temes quedar como tonto o débil? ¿Se disgustarían contigo? ¿O es
que no puedes aceptar un no por respuesta? Si necesitas algo importante para ti, pídelo y
estate abierto al no y al sí. De lo contrario, te quedarás resentido, enfadándote contigo
mismo y desilusionándote con los demás. Como se suele decir, el no ya lo tienes.
Dejar pistas o dar rodeos. Cuando uno siente vergüenza o miedo de pedir lo que
necesita de forma directa, utiliza las vías indirectas. Unas veces uno va dejando pistas
por ahí y por allá con la esperanza de que alguien sepa interpretarlas. Otras veces uno da
vueltas y vueltas dejando caer lo que necesita pero envuelto en palabras innecesarias. A
no ser que los que te rodean sean buenos detectives que sepan interpretar pistas o leer
entrelíneas, va a ser difícil que puedan complacerte. Por supuesto, tú seguirás sin tener lo
que necesitas.
Dar por supuesto que te han entendido. Si lo que necesitas depende de otra persona,
esta persona debe escucharte (y no simplemente oírte) para poder entenderte. También
debe recibir tu mensaje. No des por supuesto que te ha entendido si sólo has lanzado al
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aire algunas palabras o un intermediario lo ha hecho por ti. Asegúrate que te mira a los
ojos quien debe recibir el mensaje, que nadie se inmiscuye quitándote la voz y que vas al
grano al expresar lo que necesitas. No tengas vergüenza en preguntarle qué ha entendido
de lo que le has dicho.
Actuar en lugar de pedir. Detrás de muchos actos impulsivos y agresivos hay una
necesidad que no ha sido pedida con palabras. Romper objetos, gritar, mostrarse crítico y
gruñón, atacar a alguien, hacerse daño uno mismo, hincharse a comida, emborracharse,
drogarse, sedarse, jugarse el dinero… Todos estos actos piden algo pero en un lenguaje
muy difícil de comprender por los demás.
La forma más grave es el intento de suicidio, en el que se dice algo pero sin utilizar
palabras. El lenguaje del suicidio dice algo así como: “Estoy desesperado, necesito
ayuda”, “estoy resentido contigo pero la pago conmigo para no hacerte daño”, “merezco
un castigo por un error imperdonable” o “cuídame porque no sé cuidarme yo mismo”. Si
has intentado suicidarte o lo has pensado, ¿qué estás queriendo pedir en realidad y quién
puede ayudarte? ¿Habría otra forma distinta de pedir lo que necesitas sin hacerte daño a
ti ni a los demás? El suicidio sólo lleva a la culpa y al resentimiento, en ti (si sobrevives a
él) o en los demás (si acabas muriendo). ¿Sería necesario tanto dolor para llegar a un
acuerdo o para romper una relación?
Silencio como protesta. Cuando uno cree no tener otra forma de expresar el malestar,
simplemente permanece callado. Quedarse callado tiene dos efectos perjudiciales. Por un
lado, es vivido por los demás como un castigo injusto, que despierta la ira y las ganas de
venganza. Por otro lado, el silencio no evita que uno dé vueltas en su cabeza a lo que le
provoca malestar, de manera que el malestar sigue ahí indefinidamente. Si algo te
provoca dolor, exprésalo. Si te da miedo hacerlo porque estás muy enojado, toma tu
tiempo para serenarte y pensar qué es lo que quieres decir o pedir a la otra persona. Pero
no alargues mucho ese tiempo si no quieres la venganza del otro y el malestar en ti.
Palabras vacías. Si yo te digo que me gustaría que me respetaras más, ¿qué te estoy
pidiendo? ¿Sabrías cómo yo necesito que tú me respetes? ¿Sabrías cómo hacerlo?
Posiblemente, no. Tendría que ser más claro para que tú supieras hacerlo. Quizá si
consiguiese pedirte algo que tú pudieses ver con claridad si se consigue o no, así sí
sabrías cómo necesito ser respetado. Si te digo, por ejemplo, “Avísame cuando no vayas
a venir a comer a casa”, los dos podemos ver si eso sucede (me avisas) o no sucede (no
me avisas). Si me avisas, sabrías que me estás respetando y que yo me sentiría
respetado. En cambio, si te digo: “Haces lo que te da la haga, nunca me respetas”, tú te
sentirías ofendido y seguirías sin saber cómo respetarme.
A la hora de pedir algo, utiliza palabras visibles. Si consigues que la otra persona se
imagine haciendo algo, será más fácil que lo haga. Esto es especialmente importante con
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los niños. Si le dices a tu hijo: “Siéntate bien”, no sabrá cómo hacerlo. Si le dices: “El
culete en la silla y la espalda en el respaldo”, puede imaginarse cómo hacerlo y, por tanto,
es más fácil que lo haga. Ejemplos de palabras vacías son: “Necesito más libertad”, “me
agobias”, “necesito más cariño”, “no tienes iniciativa”, “no me valoras lo suficiente”,
“pasas de mí”… Con estas palabras podemos estar pidiendo miles de cosas distintas, que
cada uno interpretará a su manera. Por eso, son palabras vacías. Parece que se está
hablando pero en realidad no se está diciendo nada.
Palabras gancho. A veces lo que pedimos no queda claro porque utilizamos palabras
que enganchan la atención de los demás. Los reproches y las críticas destructivas tienen
la capacidad de poner alerta o de provocar culpa en los demás, captando totalmente su
atención. Una vez enganchado al reproche, uno estará más pendiente de protegerse
(justificándose o contraatacando) que de escuchar lo que necesitas. Si al verme me dices,
por ejemplo, “¿Tú qué? Pasas de mí, ni siquiera eres capaz de llamarme”, yo estaré más
pendiente de protegerme (justificándome o reprochándote algo a ti) que de escuchar tu
verdadero mensaje (“Te he echado de menos y me gustaría verte más”). Cuando, en
lugar de pedir lo que necesitamos abiertamente, utilizamos reproches o críticas dañinas,
estas palabras enganchan la atención de los demás y nuestro verdadero mensaje no se
escucha.
Te damos a continuación diez consejos que pueden ayudar a que tu comunicación sea
más efectiva:
1) Plantéate qué necesitas de los demás y cómo podría verse reflejado eso en una
acción que los demás puedan llevar a cabo. Si son varias acciones, mejor.
2) No esperes a que los demás adivinen lo que tú necesitas y salga de ellos llevarlo a
cabo. Pídelo tú.
3) Evita intermediarios y portavoces. No des por hecho que te han entendido o ya te
conocen. Todo esto aumenta la confusión. Toma la iniciativa y pide tú.
4) Evita los rodeos, las indirectas, el silencio o los actos impulsivos. A la hora de pedir
lo que necesitas, hazlo de forma directa y breve. Indica qué necesitas (o no
necesitas) y el efecto beneficioso que eso tendría en ti o en los dos. Por ejemplo,
“Baja la voz y te podré escuchar mejor”, “me aliviaría hablar contigo” o “entiendo
que te preocupes por mí, pero me tensa que me pidas tantas explicaciones”.
5) Tú y los tuyos tenéis derecho a pedir. También tenéis derecho a decir sí o a decir
no. Por supuesto, también tenéis derecho a llegar a un acuerdo o un punto
intermedio que os complazca.
6) Asegúrate que te escuchan y te entienden. No des nada por supuesto.
7) Procura que los demás puedan hacerse una imagen mental de lo que necesitas.
8) Convierte tus reproches (“¡Pasas de mí!”) en peticiones (“Necesito verte más”).
9) Convierte tus críticas destructivas (“¡Eres un egoísta!”) en críticas constructivas
(“Me gustaría que tuvieras en cuenta mi opinión”).
10) Una señal de que lo estás haciendo bien es comprobar que consigues lo que
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necesitas, manteniendo tu relación con los demás y, sobre todo, manteniendo el
respeto a ti mismo.
Una vez leídos los apartados anteriores, te vamos a pedir que contestes las preguntas
de la tabla Reflexiones 8, que son un resu
men de lo visto hasta ahora.
¿De cuántas formas distintas podría ayudarte esa persona a satisfacer tu necesidad?
¿Qué acciones concretas podría emprender? Haz un listado
De todas las acciones anteriores, ¿cuáles crees que le resultaría más fácil de llevar a
cabo?
¿Cómo podrías mejorar tu comunicación para que sea más eficaz y consigas que lleve
a cabo alguna de esas acciones?
¿Te animas a poner todo esto en marcha? Si no es así, ¿qué te está frenando? ¿Cuáles
son tus temores? A veces los temores son racionales, pero otras veces no lo son tanto.
Observa qué fantasías o pensamientos catastróficos te están bloqueando. Un temor muy
frecuente es que se rompa definitivamente la relación con esa persona. Que tu pareja te
abandone, que un familiar te deje de hablar para siempre, que tus hijos te rechacen, que
tu jefe te despida, que un amigo pierda la confianza en ti. El miedo a perder una relación
valiosa para ti puede dejarte bloqueado. Lo cierto es que si tú no consigues cambiar la
forma en la que os estáis relacionando, probablemente tú mismo terminarás alejándote de
esa persona y la relación se verá deteriorada igualmente. Además, la decepción continua
no te ayudará a salir de la depresión.
Una forma de superar estos temores es intentando comprender a la otra persona.
Intenta meterte en su piel y contesta sinceramente a estas preguntas de la tabla
Reflexiones 9.
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Reflexiones 9: Ponerse en la piel del otro
¿Qué te une a esa persona? ¿Por qué es importante para ti mantener esa relación?
¿Qué necesita esa persona de ti? ¿Qué te está pidiendo, aunque sea con un lenguaje
confuso? Trata de descifrarlo.
De todas las acciones anteriores, ¿cuáles crees que te resultaría más fácil de llevar a
cabo?
¿Qué no estás dispuesto a llevar a cabo bajo ningún concepto? ¿Por qué crees que
esto es importante para esa persona? ¿Cómo podrías compensarle?
¿Has conseguido tener una idea más clara de lo que está sucediendo entre esa persona
y tú? Si no es así, lee los ejemplos que te exponemos a continuación. También puede ser
interesante que compartas tus reflexiones con alguien de tu confianza o con un
psicoterapeuta que te ayude a ver opciones que te hayan pasado desapercibidas. Una vez
hecho esto, has de pasar a la acción. Expresa tus necesidades utilizando un lenguaje claro
y llega a un acuerdo con esa persona que permita satisfacer las necesidades de los dos.
Imagina que entre esa persona y tú se está construyendo un muro que os separa. Para
que el muro siga creciendo es necesario que los dos participéis. Uno poniendo ladrillos y
el otro poniendo cemento. Imagina que tú te encargas del cemento. Por muchos ladrillos
que ponga la otra persona, siempre será más fácil derribar el muro si los ladrillos no están
pegados con cemento. A partir de ahora plantéate si tus acciones ayudan a poner
cemento o a derribar los ladrillos.
En la tabla Reflexiones 10 te animamos a pensar sobre esto. Anota qué has hecho
hasta ahora para resolver el problema. Dicen que el ser humano es el único animal que
tropieza en la misma piedra. Por desgracia, es bastante cierto. En muchas ocasiones
tratamos de resolver los problemas de la misma manera, lo que nos hace obtener siempre
el mismo resultado. Piensa en qué te ha ayudado lo que has hecho hasta ahora y en qué
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te ha perjudicado. Te animamos después a dejar tu mente libre y anotar cualquier otra
opción que se te ocurra para resolver el problema. Valora después las posibles ventajas e
inconvenientes de actuar así. Es importante que tengas en cuenta si estás encementando
los ladrillos o derribándolos. Lo que está claro es que necesitarás experimentar formas
nuevas de solucionar tus problemas si quieres obtener resultados distintos.
¿Qué nuevas acciones podrías llevar a cabo para alcanzar un acuerdo o para
cortar esa relación (si el acuerdo no es posible)?
Aclarar lo que necesitáis cada uno del otro hablando directamente y llegar a un
acuerdo, no siempre permite un cambio en la relación. Si la otra persona no reacciona,
tendrás que hacerle reaccionar. A veces no es tan importante lo que hagas para resolver
el problema, sino captar la atención de esa persona sobre ese problema para que tome
conciencia de que estás dispuesto a llegar a un acuerdo. Una forma de conseguirlo puede
ser dejar de hacer lo que has hecho hasta ahora o hacer justamente lo contrario de lo que
estás haciendo. Sorprender a la otra persona haciendo algo inesperado puede tener un
efecto poderoso para llamar su atención y plantearse un cambio en la relación. Te
ponemos un ejemplo a continuación.
Imagina una madre ama de casa que para que sus hijos adolescentes colaboren en la
limpieza se dedica a ir detrás de ellos tratando de convencerles de que deben hacerle
caso, y, cuando se desespera, recurre a amenazarles con decírselo a su padre. Si los hijos
siguen sin obedecerle, ella se esfuerza en seguir convenciéndoles o amenazándoles con su
marido. ¿Cuál será el resultado de seguir haciendo lo mismo? Pues el mismo: sus hijos
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seguirán ensuciando. ¿Cómo podría sorprender esta madre a sus hijos para que
reaccionen? Quizá haciendo algo totalmente distinto, incluso lo contrario. Imagina que se
declarara en huelga unos días o, mejor aún, contribuyera a ensuciar la habitación de sus
hijos con pequeños despistes, se le olvidara tener preparada la cena o manchara sin
querer la ropa de sus hijos. Sus hijos se enfurecerían con ella, pero al captar su atención,
quizá consiguiera que éstos se replantearan lo que están haciendo.
Quizá te parezca un poco radical este planteamiento, pero puede ser efectivo porque
capta la atención. Esa misma madre podría haber optado por otro método. Por ejemplo,
en vez de regañarles por lo que ensucian, quizá podría sorprenderles agradeciéndoles por
todo lo que no ensucian. En este caso no se trataría de mentir, sino de estar pendiente de
cualquier acto de limpieza u orden en los hijos para reconocérselo inmediatamente.
Aunque los dos planteamientos parecen muy distintos, tienen algo en común. En los
dos se hace algo distinto de lo habitual que capta la atención de los demás y les hace
tomar conciencia de lo que están haciendo. ¿Te atreverías a probar algo distinto para
resolver tu problema? Siempre que no te hagas daño tú ni se lo hagas a los demás, una
terapia de choque puede ser efectiva. Nosotros te animamos a que lo pruebes y, si no
sabes cómo, pide ayuda a un psicoterapeuta.
Carmen es una mujer de 27 años que lleva dos años casada y trabaja en un
supermercado. Lleva casi un año sintiéndose triste y apagada, aunque no entiende muy
bien por qué. Ha aumentado de peso en los últimos meses. Cuando está en casa sola, le
da por comer y últimamente se desvela por las noches con un hambre irresistible, que le
conduce al frigorífico a comer lo que pille. Durante el día está soñolienta y fatigada, y su
deseo sexual es mínimo. Su jefa le ha llamado la atención por bajar su rendimiento y
últimamente discute mucho con su marido, quien critica su aumento de peso y su poco
apetito sexual. También ha tenido crisis de ansiedad con palpitaciones intensas y la
sensación de que le faltaba el aire, lo que le hacía pensar que podía morir asfixiada. En
su mente siempre los mismos pensamientos: “Soy una inútil”, “soy tonta”, “mi marido
me dejará porque soy horrible”.
Carmen no tenía muy claro por qué estaba deprimida. Decía que lo tenía todo y que
debería ser feliz. Hacía dos años que se había casado con su novio de toda la vida. Tenía
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un montón de amigas y una familia que la adoraba. Hace un año tuvo un aborto
espontáneo estando embarazada de dos meses, al que no dio mucha importancia. Antes
de deprimirse, pasó una época algo triste, ansiosa e impotente. Triste porque le daba
pena no haber estudiado en la universidad, algo que siempre había soñado. Ansiosa e
impotente, porque a menudo se mordía la lengua con su marido.
Aunque siempre había sido muy buena estudiante, dejó los estudios porque su familia
tenía problemas económicos y comenzó a trabajar de dependienta en una tienda.
Poco antes de casarse, se planteó reducir su jornada laboral y retomar los estudios,
pero su novio no estaba de acuerdo. Le dijo que tenían que trabajar y ahorrar para
casarse. De hecho, le dio un ultimátum, según el cual o se casaban ya o la dejaba. Ella
reconocía que era hora de casarse, pero le quedaba la espina de no haber estudiado. Su
novio además quería tener hijos pronto y le pidió que dejara de tomar la píldora
anticonceptiva. Ella también reconocía que la mayoría de sus amigos ya tenían niños y
que era razonable tenerlos, aunque sentía que no era el momento. Tuvo que renunciar de
nuevo a sus estudios. Primero lo hizo para pagar las deudas de sus padres y después para
contentar a su marido. Durante este tiempo se sentía enfadada por dentro, pero pensaba
que ese enfado no estaba justificado, que estaba siendo egoísta.
Más tarde, quedó embarazada. Todos estaban muy ilusionados, hasta que tuvo el
aborto espontáneo. Sus amigas la apoyaron, su familia le quitó importancia al asunto y su
marido hacía como si no hubiese pasado nada. Pero ella lo notaba distante, lo que le
hacía pensar que estaba enfadado con ella y que la culpaba del aborto. A veces él le
reprochaba que siempre estaba pendiente de los problemas de sus padres y que eso la
ponía nerviosa. Le decía que si hubiese estado más tranquila, quizá no habría abortado.
Pronto empezó a animarla para concebir otro retoño. Ella no estaba convencida. Pensaba
que si tenía un niño toda la responsabilidad sería para ella y que eso no le permitiría
hacer otras cosas como estudiar o trabajar. Su necesidad (estudiar y ser independiente
económicamente) y la de su marido (tener hijos y depender económicamente de él)
entraban en conflicto.
Carmen vivía una disputa fría con su marido por la época en que empezó a
deprimirse. Ella esperaba tener un marido que entendiese sus necesidades de estudiar,
que compartiese con ella al 50% sus responsabilidades en la casa y en la crianza de su
futuro hijo, y que no la presionara para ser madre. Su marido, por su parte, esperaba
tener a su lado a una mujer tradicional, cuyo mayor deseo fuera darle un hijo y que se
hiciera cargo de la casa y la crianza, como su madre y su abuela habían hecho. Lo que
cada uno esperaba del otro parecía razonable desde su punto de vista. Para ella, era
razonable ser independiente y que las cargas familiares se repartiesen. Para él, era
razonable que su mujer cuidara de él como su madre cuidaba de su padre, y que la
responsabilidad económica no fuera asunto de ella.
Desde que se casaron, había temporadas en las que Carmen intentaba llegar a un
acuerdo con su marido. En esos momentos solían discutir bastante, unas veces
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serenamente y otras acaloradamente. Pero en la medida que no llegaban a un acuerdo, o
mejor dicho se terminaba haciendo lo que su marido quería, Carmen se iba sintiendo
cada vez más abatida y desanimada. En esos momentos evitaba directamente discutir o
hablar con su marido. Cedía por temor a que las discusiones acabaran en una ruptura. Su
marido ya la había amenazado con abandonarla en varias ocasiones, tanto de novios
como de casados.
¿Te sientes como Carmen? ¿Te ves renunciando continuamente a metas importantes
para ti por contentar a los demás? ¿Crees que para seguir siendo querido, tienes que
renunciar a tus necesidades? ¿Cómo te hace sentir esa situación? ¿Qué has intentado
para ponerle solución?
Carmen tenía tres frentes por solucionar. El primero era decidir cómo quería orientar
su mundo laboral y su maternidad. En segundo lugar, aprender a comunicarse y negociar
con su marido para llegar a un acuerdo con él en estas cuestiones. En tercer lugar,
necesitaba delimitar su papel como hija y su papel como esposa, pues la dependencia de
su madre no favorecía su relación de pareja. Necesitaba aprender a decir “no” a su
marido y “no” a su madre, al menos en ocasiones. Esto no fue fácil para ella porque,
desde bien pequeña, estaba acostumbrada a agradar a los demás y evitar los conflictos.
El principal problema es que al evitar resolver los conflictos, para no disgustar en especial
a su marido y a su madre, ella tenía que renunciar a metas importantes en su vida. Eso
generaba una fuerte tensión interna que la hacía estar ansiosa y acabó deprimiéndose.
Andrés tiene 40 años, está casado, tiene 3 hijos y trabaja en un hipermercado. Lleva
toda su vida en la empresa. Comenzó siendo un vendedor con 20 años y consiguió
promocionar a jefe de departamento a costa de un gran esfuerzo. Su sueño es alcanzar
un puesto de subdirección.
Hace 5 años habló con el director para facilitar que contratasen a un amigo suyo para
otro puesto de jefe de departamento, que había quedado vacante. En poco tiempo este
amigo consiguió llevarse muy bien con el director, ya que tenían aficiones en común.
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Andrés tenía sentimientos encontrados. Por un lado, estaba contento de tener a su amigo
en el trabajo. Por otro, le daba rabia ver cómo el director le exigía continuamente y era
incapaz de reconocerle su esfuerzo, mientras que a su amigo le daba continuas
palmaditas en la espalda.
Poco después, empezó a tener dificultades para dormir y para comer. Estaba irritable.
Su esposa se quejaba de que pasaba el día enfadado y que no tenía paciencia con los
niños. Sus vendedores empezaron a tenerle miedo, porque se mostraba crítico con ellos
cuando tenían pequeños fallos, algo que no era habitual en él. Andrés empezó a aislarse y
a volverse más reservado. Iba al trabajo sin ilusión. Se sentía un fracasado y a veces le
rondaba por la cabeza la idea de suicidarse. Cuando iba de casa al trabajo, le daban
impulsos de estrellarse con el coche o de lanzarse por un precipicio. A veces le asustaban
esos impulsos porque sentía que podría llevarlos a cabo y terminar matándose. Creía que
su vida no tenía sentido y el suicidio lo valoraba como una posibilidad. Empezó a tener
pérdidas de memoria y su esposa lo presionó para que acudiese al médico.
Comenzó a tomar una medicación antidepresiva, que le ayudó a estar más tranquilo y
estabilizó su sueño y su apetito. Inició después un tratamiento psicológico por
recomendación de su médico.
¿Qué crees que deprimía a Andrés? Se sentía estafado. Estaba rabioso con su amigo
por haber ocupado su ansiado puesto. Estaba furioso con su jefe por no haberlo valorado
como merecía. En cambio, sentía que no tenía derecho a estar enfadado, porque él había
sido quien había facilitado que su amigo estuviese allí. Además de enfadado, Andrés
estaba triste. Desde que su amigo entró en la empresa, su relación cambió. Ya no
quedaban tanto como antes y cuando lo hacían terminaban hablando del trabajo. Echaba
en falta las cosas que hacían antes juntos. Sentía también envidia de la relación que había
entre su jefe y su amigo. ¿Por qué él no merecía ser tratado igual? Esa sensación de
estafa le sonaba familiar a Andrés. Cuando vivía con sus padres, se sentía de forma
parecida. Por mucho que él se esforzara, su padre apenas le daba palmaditas en la
espalda. En cambio, su hermano las conseguía todas con mínimos esfuerzos. La historia
parecía repetirse.
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Cada vez ponía más excusas para salir con su esposa y para quedar con sus amistades.
Temía que le preguntaran cómo se sentía y qué le había pasado.
¿Qué crees que ayudó a Andrés para resolver esta disputa con su jefe y con su
amigo? Hasta ahora no les había dicho nada de cómo se sentía ni había pedido ser
reconocido en la empresa como él creía merecer. Tan sólo se esforzaba, echaba horas
extras que no le pagaban y aceptaba cualquier crítica de su jefe, aunque no fuera
razonable. Tenía miedo de hablar con ellos por si al hacerlo le daba un arrebato y
terminaba perdiendo el control. Temía empezar a gritarles, insultarles o incluso pegarles.
Lo cierto es que esos impulsos agresivos, hacia ellos y hacia sí mismo, no reflejaban su
verdadero deseo, sino la rabia y la impotencia que sentía.
En la medida que consiguió hablar con ellos y decirles lo que sentía, comprobó que
las intenciones de ambos no habían sido hacerle daño a él. Su amigo le confesó que él
también echaba de menos el tipo de relación que tenían antes y que a veces se sentía
presionado por su jefe para hacer cosas con él fuera del trabajo, algo que no le gustaba
tanto como Andrés imaginaba. Al hablar con su jefe, éste se puso un poco duro al
principio. Le dijo que si no le gustaba la empresa ya sabía donde estaba la puerta. Andrés
consiguió mantener la calma y le explicó por qué él creía que merecía un ascenso o al
menos un reconocimiento de su esfuerzo.
Irene es una mujer de 35 años, que desde hace un año comienza a sentirse triste,
cansada, sin ganas de hacer nada. Está muy sensible a todo, vive los días como aburridos
y monótonos. No tiene tiempo para ella ni para su pareja, le cuesta sentir placer y
disfrutar con su vida. A la vez, no está tranquila por dentro. Muchas veces se nota
opresión en el pecho, como si le costara trabajo respirar, y se le acelera el corazón. Está
casada desde hace ocho años y tiene dos niños pequeños. Se siente muy culpable porque
cada vez tiene menos paciencia con ellos, se irrita con facilidad y les grita por tonterías.
Trabaja como enfermera en un hospital, atiende su casa y a sus hijos. Desde que
nacieron, se queja de que apenas puede descansar ni de día ni de noche. Lleva una gran
sobrecarga y cada vez se ve con menos fuerza para atender sus obligaciones. Piensa que
su marido es una buena persona, trabajador, tranquilo, que le ayuda en casa y con los
niños. Desde que está tan baja de ánimo también se nota más enfadada con él y las
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discusiones son cada vez más frecuentes.
A veces piensa que no tiene motivos para estar así con él, ni para estar tan deprimida,
que debería disfrutar de todo lo bueno que tiene (un buen hombre a su lado, sus hijos, un
buen trabajo). Se siente muy culpable por no valorarlo. También se culpa de no tener
deseos sexuales y evitar mantener relaciones con su marido desde hace meses. Cuando
se queja, su marido le pregunta qué puede hacer él para aliviarla, a lo que ella contesta
“que la ayude” o que “se comunique más”, siempre en tono de reproche y enfado, por lo
que interpreta que, si no lo hace, es porque no quiere.
También se queja Irene de que sus suegros y su cuñada no la ayudan nunca, aún
sabiendo la gran sobrecarga que lleva. Sólo la buscan para pedirle algún favor,
aprovechándose de que trabaja en un hospital. Ella nunca les dice que no, aunque siente
que la utilizan, que son unos egoístas y desagradecidos. Todo esto le produce rabia e
impotencia. Cree que son ellos los que deberían darse cuenta de su situación y echarle
una mano, pero no sólo no lo hacen, sino que le dan más trabajo. Teme que si les dice
que no o les pide algo, sus suegros y su cuñada van a pensar que es una egoísta, que no
es capaz de llevar su vida adecuadamente, que se van a enfadar, o que van a darle de
lado. En las discusiones con su marido, le reprocha con más frecuencia que no la apoya,
que no le hace ver a sus padres y a su hermana lo egoístas que son, aún viendo cómo
abusan de ella. Siempre que discuten la conversación acaba en los reproches de Irene
hacia su marido, porque interpreta que si no la defiende ante su familia es porque le da
igual que lo esté pasando tan mal por culpa de ellos. Cada vez se siente más sola. Nota
que está más distante de su marido y que él está cansado de su actitud. Esto la angustia,
ya que siente que es su único apoyo. A veces se le pasa por la cabeza que su marido la
deje y esto la asusta, pero no puede evitar estar de mal humor, discutir y sentirse cada
vez más hundida, impotente, desanimada y culpable. Cuando comenzó a dormir sólo dos
o tres horas por la noche, a no tener fuerzas para levantarse por las mañanas, a no tener
ganas de ir a trabajar ni atender a sus hijos, a evitar relacionarse, a pensar en morirse
como forma de descansar y quitarse el agobio que sentía por dentro, se asustó y acudió a
su médico de familia. Le pautó tratamiento antidepresivo y aconsejó tratamiento
psicológico. Fue dándose cuenta de su gran dificultad para permitirse estar mal, pedir
ayuda y el profundo sentimiento de soledad que la había acompañado desde su infancia.
Su madre padeció fuertes depresiones. Nunca pudo contar con ella. La recuerda frágil y
enferma. Su padre, siempre estuvo ausente, atareado en su trabajo. Es la mayor de dos
hermanas. Recuerda tener que responder a las expectativas de sus padres mientras
observaba cómo a su hermana se le permitía hacer lo que deseaba, sin exigirle tanto
como se le pedía a ella. Ahora, con la edad, sus padres y su hermana la buscan con
frecuencia cuando están enfermos y necesitan de su ayuda. Ella nunca les dice que no,
aunque se siente utilizada e irritada por dentro.
¿Te identificas con Irene? ¿Te has ido llenando de responsabilidades, porque te cuesta
decir que no, y cada vez sientes mayor sobrecarga? Si te paras a mirarte, quizás te des
97
cuenta de que te sientes mal contigo mismo y con los demás desde hace tiempo, incluso
que puedes estar deprimiéndote. Tu mal humor y cansancio, ¿hacen que discutas con
más frecuencia con tu pareja y que sientas que tampoco puedes contar con ella? ¿Tienes
problemas de relación con tus suegros o cuñados/as? ¿Aparentas que todo va bien, pero
sientes que no te aceptan, que no te quieren o que no te ayudan? ¿Crees que sólo te
buscan cuando te necesitan? ¿Te quejas de que tu pareja se pone de parte de su familia
en vez de ayudarte?
A través de la ayuda psicológica, Irene fue dándose cuenta de que las quejas hacia su
familia política eran las mismas que tenía hacia su propia familia y algunas de sus amigas
íntimas. Sentía que se aprovechaban de ella y eran desconsiderados al no darse cuenta de
lo necesitada de ayuda que estaba. Eran los mismos reproches que hacía a su marido.
Dejar de responder al ideal de los padres y de sí misma (ser buena madre, buena esposa,
buena hija), comenzar a atender sus propias necesidades y deseos, ir dejando en la
agenda de su vida un tiempo para cuidarse, conectar con los sentimientos de enfado y
culpa y aprender a pedir en vez de ser adivinada, le fue permitiendo tener una mejor
imagen de sí misma y liberarse poco a poco de los sentimientos de impotencia y rabia.
Contar ella con los demás, hizo que se fuese sintiendo menos sola y dio oportunidad para
que otras personas la ayudasen, lo que contribuyó a su recuperación.
Hablamos de opresión porque una o varias personas ejercen un abuso de poder sobre
otra, con la intención de acabar con su resistencia psicológica. Estas situaciones de
dominación suelen darse en el ámbito familiar (violencia de género) y en el ámbito laboral
(acoso laboral o mobbing). La dominación se ejerce mediante violencia física y/o
psicológica, y el agresor hace creer a la víctima que tiene la culpa de las agresiones o que
ejerce la violencia por su bien. Por este motivo, las personas víctimas de dominación
interpersonal apenas son conscientes de su condición de víctima, lo que favorece que
queden bloqueadas e impide que se pongan a salvo o actúen para defenderse. A
continuación, vamos a hablar de violencia de género y de acoso laboral. Hemos incluido
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un inventario en cada caso para que puedas valorar si podrías estar siendo víctima de
dominación interpersonal.
Violencia de género
Muchas mujeres sufren violencia de género por parte de sus parejas o ex parejas.
Técnicamente, la violencia de género se define como la dominación que un hombre
ejerce sobre una mujer, utilizando para ello métodos que la dañan física y/o
psicológicamente. Te proponemos que contestes sinceramente el Inventario 5 antes de
seguir leyendo.
Sí No
¿Es celoso o posesivo? ¿Te acusa de haber sido infiel (sin ser cierto)?
¿Pone siempre pegas para que veas a tus familiares y a tus amistades?
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¿Te insulta y te hace sentir como inútil o estúpida?
¿Te dice que sólo él podría quererte porque eres fea y no sirves para nada?
¿Te pone castigos o te humilla cuando no le gusta algo que has hecho?
¿Se abalanza sobre ti con rabia, rompe objetos o te amenaza con pegarte?
¿Ha llegado a empujarte, agarrarte del cuello, tirarte del pelo o golpearte?
Si has respondido afirmativamente a las cuatro últimas frases y además has sufrido
dos o más del resto de las situaciones expuestas, es bastante probable que estés siendo
víctima de violencia de género y que en realidad no estés deprimida, sino oprimida por tu
pareja. En ese caso, será necesario que hables con algún profesional de la salud o un
trabajador social, que te ayude a valorar si realmente estás siendo víctima de violencia de
género y poder así actuar para defenderte. Actualmente en España existen muchos
dispositivos de atención a mujeres maltratadas que pueden asesorarte. Además, a través
del teléfono 016 puedes hablar con profesionales que sabrán orientarte para que puedas
protegerte del maltrato. Es un teléfono gratuito y que no deja rastro en la factura
telefónica.
100
presente que no tienes una enfermedad mental llamada depresión, tu cuerpo y tu mente
están reaccionando ante la dominación que tu pareja ejerce sobre ti. A pesar de que tu
pareja te diga que tú estás loca o enferma, no lo estás. Cualquier persona que sufra
maltrato físico, psicológico o sexual, reaccionaría como tú estás reaccionando y la
culpable no eres tú, sino el maltrato y el maltratador.
Se sospecha que una de cada diez mujeres sufre maltrato psicológico por parte de su
pareja y una de cada cincuenta sufre además maltrato físico y sexual. Generalmente el
maltrato físico suele ser un agravamiento del maltrato psicológico. Si tu pareja te ha
puesto la mano encima o te ha sometido a humillaciones una vez, volverá a hacerlo de
nuevo. Aunque cada caso es particular, el maltrato suele establecerse de forma parecida
en muchas parejas. Te lo contamos a continuación.
El aislamiento y el control. Desde el principio de la relación, la pareja trata de aislar a
la víctima de su entorno familiar y social. Distintas excusas sirven: “No me caen bien tus
amigos”, “tu familia no te quiere tanto como yo”, “mejor salimos los dos solos”, etc.
Poco a poco la víctima va reduciendo su círculo de amistades y sus relaciones familiares,
haciéndose más dependiente de su pareja. Es entonces cuando la pareja se vuelve más
controladora. Pide explicaciones continuamente: “¿Dónde has estado? ¿Con quién?
¿Cuánto has gastado?”. De ahí se pasan a las órdenes: “Llámame cuando llegues”, “no
vistas así”, “no vayas a ese sitio”, “no quedes con ésa”… Poco a poco la víctima
aprende que es mejor hacer lo que él dice, porque si no, se enfada. Aunque la víctima se
disgusta con el aislamiento y el control, su pareja sabe vendérselo como algo romántico
(“Lo hago porque te quiero”), hasta el punto que la víctima se lo cree (“Es celoso y
posesivo porque me quiere”).
101
no salga y no se relacione con nadie si él no está presente.
Generalmente las agresiones van cada vez a más, pudiendo llegar a pegar auténticas
palizas, seguidas de amenazas para que no lo cuente. Puede amenazar con matarla,
poner en contra a sus hijos o hacerles daño, humillarla gravemente ante sus seres
queridos, perseguirla si lo deja, etc. En este momento la mujer se encuentra totalmente
atrapada y cree no poder cambiar la situación. Su cuerpo está agotado físicamente y su
autoestima está destruida. Es cuando la víctima cree no tener otra opción. Algunas
personas intentan suicidarse. Otras, se resignan a vivir con su cruz, unas veces esperando
a que algún día cambie o esperando a que sus hijos sean adultos.
Si crees estar siendo víctima de malos tratos psicológicos es importante que lo hables
con un profesional de la salud. Sé clara y
directa, desde el primer día. Si tienes miedo de tu pareja, has sufrido amenazas o temes
que te ataque, cuéntalo desde el primer día. Si le quitas importancia a las agresiones, tu
médico o psicólogo pueden pensar que le planteas un conflicto de pareja y no un caso de
violencia de género. Es frecuente encontrar personas que han estado siendo tratadas,
durante años, en centros de salud mental, sin haber contado nunca los malos tratos
recibidos e incluso negándolos ante los profesionales. Ningún psicofármaco y ninguna
psicoterapia te ayudará realmente, mientras no cese el maltrato.
102
El primer paso es contar que estás siendo maltratada y valorar cómo actuar en tu
beneficio. Todo lo dicho es mucho más importante aún si estás siendo víctima de
maltrato físico. Si has recibido una agresión física, acude a tu médico o a urgencias
hospitalarias y pide un parte de lesiones para poder denunciar a tu pareja. Si has sufrido
una agresión, volverás a sufrir otra si sigues con él. Con la legislación actual, tienes
derecho a la celebración de un juicio rápido y a multitud de recursos sociales: asistencia
legal y psicológica gratuitas, ayudas económicas, búsqueda de empleo, etc. Puedes recibir
información de todo ello en el teléfono 016. Tu agresor recibirá una orden de
alejamiento, que le prohibirá acercarse a ti durante un tiempo. En los casos más graves,
puedes recibir un seguimiento de la policía o refugiarte temporalmente en una casa de
acogida.
Quizá pienses que son demasiados cambios, tengas miedo y te sientas desamparada,
pero recuerda que tienes derecho a vivir tu vida y a que nadie te maltrate. Los malos
tratos nunca van a menos, siempre van a más. Con el tiempo, muchos maltratadores
agradecen que sus víctimas los hayan denunciado, pues ellos mismos reconocen que no
podían controlar su agresividad. Ayuda a tu pareja a que deje de ser un maltratador, y
denúnciale. Verse detenido le ayudará a tomar conciencia de que no es justo lo que te
está haciendo. Seguir ocultando el maltrato, hará que se sienta impune y que él mismo
pierda el control de sus actos. Recuerda que los malos tratos no son problemas o
conflictos de pareja, son un delito.
Acoso laboral
Antes de nada te pedimos que contestes este cuestionario. Piensa cómo te has sentido
durante los últimos 6 meses en el trabajo y cómo han actuado contigo tus jefes y tus
compañeros. Contesta si te ha pasado o no lo que aparece en el Inventario 6.
No Sí
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Apenas me dejan hablar en el trabajo. M e interrumpen, me evitan o me
ignoran cuando trato de decir algo
104
He ido al médico por mareos, palpitaciones, dolores, problemas de
estómago, insomnio, problemas en la piel o hipertensión arterial, que
antes no tenía
Si has respondido afirmativamente a las tres últimas frases y además, al menos una
vez a la semana en los últimos 6 meses, eres víctima de dos o más del resto de las
situaciones expuestas, podrías estar siendo víctima de acoso laboral. Puede que no tengas
depresión, sino que estés recibiendo la opresión de tu entorno laboral. En ese caso, será
necesario que hables con un mediador legal o sindical, que te ayude a valorar si
realmente estás siendo víctima de un acoso laboral y, en su caso, actuar legalmente.
105
Le hacen insinuaciones sexuales. Cambian sus tareas habituales de trabajo, mandándole
tareas humillantes, muy difíciles, o incluso no permitiéndole trabajar. En casos más
graves, puede haber amenazas o agresiones físicas, aunque esto suele evitarse para que el
sujeto no tenga pruebas y los pueda denunciar. La víctima del acoso empieza a
experimentar síntomas de ansiedad y acude al médico. Esto es utilizado por sus
compañeros para justificar sus agresiones, diciéndole que está loca o enferma, y que la
culpa es toda suya.
En esos momentos la persona empieza a culparse a sí misma de lo que le sucede.
Trata de esforzarse en ser amable con los demás y en hacer bien su trabajo, sin obtener
ningún resultado. Normalmente, el acoso se hace en privado y los testigos son “ciegos y
sordos”, muchas veces por temor a que hagan con ellos lo mismo, si apoyan a la víctima.
La falta de apoyo y el silencio, hace que la víctima no se dé cuenta del grado de acoso
sufrido, ya que nadie le da la razón.
106
siguiendo una psicoterapia, el resultado de los mismos habrá sido escaso. Tu malestar
está justificado y para que desaparezca, el primer paso es alejarte de ese entorno hostil y
dejar de sufrir maltrato. Para ello será básico que cuentes con la ayuda de un abogado o
un sindicato.
Necesitarás, además, un informe médico en el que se refleje detalladamente qué clase
de violencia física o psicológica se ha ejercido sobre ti y el efecto que la misma ha tenido
en tu salud y en tu estado de ánimo. También será necesario contar con pruebas o
testigos que te apoyen ante el juez. Si tu abogado cree que tu caso tiene pocas
probabilidades de éxito o no quieres pasar por un juicio, sí que necesitarás que un
mediador legal te ayude a conseguir un despido por mutuo acuerdo con tu empresa.
Si después de leer este apartado, sospechas que estás siendo víctima de acoso laboral,
nuestro consejo es que acudas directamente a hablar con un mediador legal y con tu
médico. Si estás además en tratamiento psicológico, es muy importante que se lo digas a
tu terapeuta. Quizá sientas una mezcla de vergüenza e impotencia que no te permite
hablar y te paraliza. Desahógate y cuéntale las humillaciones que has vivido. Estarás más
dispuesto entonces a buscar soluciones para defenderte del maltrato.
107
6
CAMBIOS QUE CUESTAN
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Las transiciones vitales
Quizá te estés preguntando por qué unas personas se deprimen y otras no lo hacen
cuando afrontan un cambio similar, como puede ser un divorcio, un despido o una
incapacidad física. Olvida lo de la falta de personalidad, falta de fortaleza o falta de
voluntad. La depresión no tiene nada que ver con todo eso. Cualquier persona puede
deprimirse siempre que la transición se quede bloqueada y uno no llegue a adaptarse al
nuevo cambio.
109
ocasionado por aferrarse al pasado y por temer el presente puede ser el caldo de cultivo
para que cualquier persona desarrolle una depresión. Además, al afrontar un cambio, es
muy importante la ayuda y el apoyo emocional que recibas de los demás, especialmente
cuando el cambio implica a tu entorno.
Vamos a distinguir dos tipos de transiciones: las esperadas y las inesperadas. Por
transición esperada entendemos aquel cambio que viene marcado por la edad o por las
normas sociales, como por ejemplo casarse o jubilarse. Con transición inesperada nos
referimos a los cambios que aparecen repentinamente en nuestra vida porque los
provocan otras personas, circunstancias que no dependen de nosotros o, sencillamente,
pasan, como una enfermedad física.
Antes de seguir leyendo, responde a esta pregunta:
Transiciones esperadas
Por el hecho de tener una determinada edad o un determinado sexo se espera de uno
que pase por una serie de cambios en la vida. Unas veces es nuestra propia naturaleza la
que nos incita a cambiar, como las hormonas de la adolescencia, que incitan a buscar
pareja, o las de la premenopausia, que muestran el fin de la reproducción femenina.
Otras veces es la cultura o el entorno en el que vivimos quien nos marca lo que se
110
supone que debemos hacer o cómo debemos conducir nuestra vida, como la edad de
emancipar-se de los padres.
Seguro que de niño has jugado al juego de “las mamás y los papás” o al juego de los
“oficios”, en los que fingías casarte y tener niños, o que eras policía o enfermero. Eso
que hacemos de niños no es tan distinto de lo que hacemos de adultos, sólo que esta vez
es en serio, y “debemos” hacerlo muy bien. En la vida real, todos jugamos a ser un buen
hijo, un buen hermano, un buen amigo, un buen amante, un buen esposo, un buen
padre, un buen trabajador, un buen amo de casa, un buen compañero de trabajo, un
buen vecino…
Como si existiera lo bueno. Si no te permites sentir determinadas emociones al jugar o no
te comprometes a jugar a un nuevo juego, o cambiar las reglas del juego, es más fácil
que te puedas deprimir.
Andrea ha jugado siempre a ser una hija servicial, atenta de su mamá. Siempre ha
estado más pendiente de agradar a su madre y de protegerla del alcoholismo de su padre,
que de plantearse realmente lo que quería hacer con su vida. Hace poco que se ha
casado con su novio de toda la vida, pero no se siente feliz. Su madre le pide seguir
jugando al mismo juego de siempre, en el que Andrea es su hija servicial y su protectora.
Por ejemplo, su madre la llama angustiada contándole que no soporta a su padre y que la
echa mucho de menos. Andrea, en cambio, necesita cambiar las reglas del juego en este
momento de su vida. Necesita centrarse en formar una nueva familia con su marido y
aprender a convivir con él.
No es fácil para Andrea jugar a los dos juegos a la vez, ya que o sigue siendo la
misma hija servicial que sólo mira por mamá (algo que acabará alejándola de su marido),
o da el paso de convertirse en la esposa de su marido (para lo que tendrá que dejar de ser
la protectora de su madre). Andrea ha jugado siempre a hacer feliz a su madre, ya que
pensaba (y su madre le decía) que su padre era insuficiente. Necesitará un periodo de
transición para cambiar las reglas del juego con su madre (hija servicial) y jugar a un
juego nuevo con su marido (esposa emancipada).
Como Andrea, todos necesitamos jugar a juegos nuevos conforme cumplimos años.
Por ejemplo, pasamos de hijo pequeño (pendiente de papá, mamá y los hermanitos) a
hijo adolescente (pendiente de los amigos y los estudios); después a esposo/a y
trabajador/a (pendiente de nuestra pareja y trabajo), y a padre/ madre (pendiente de
nuestros hijos); para pasar después a abuelo/a y jubilado/a (pendiente de los nietos y las
aficiones). Para jugar a juegos nuevos, hay que cambiar las reglas de los juegos antiguos.
111
Andrea no podía convertirse en esposa si no dejaba de ser la hija pequeña protectora de
su mamá.
Las transiciones más comunes vienen marcadas por la edad. Cada cultura marca lo
que se supone que cada uno debe hacer a una edad. Las transiciones más frecuentes en
nuestra cultura son las siguientes:
La juventud. En esta etapa es básico emanciparse de los padres. Eso no quiere decir
separarse físicamente de ellos, sino confiar en que ellos podrán arreglárselas sin que estés
en casa y que tú podrás sobrevivir sin su cuidado continuo. Es una época de decisiones
importantes y de establecer compromisos. Comprometerse con una pareja (o con la
soltería libremente elegida), con una profesión u oficio, con un grupo de amigos y con
unas aficiones. También es el momento de plantearse tener hijos (sean biológicos o
adoptados) y adaptarse al hecho de tenerlos (o no tenerlos) y criarlos (con las
limitaciones de libertad que ello supone).
Transiciones inesperadas
Además de las transiciones esperadas, por las que todos pasamos, hay ciertos cambios
que pueden aparecer de repente: las transiciones inesperadas. Algunas de las más
frecuentes son:
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La ruptura sentimental y el divorcio. Las dos partes de la pareja tienen que afrontar
la ruptura y los sentimientos puestos en marcha. Es costoso aceptar que el proyecto de
pareja ha fracasado. La culpa por lo que se pudo haber hecho y no se hizo, la tristeza por
el tiempo perdido, y el miedo a los cambios inmediatos. También la rabia y la impotencia
cuando se es abandonado por otra persona, así como la vergüenza y la culpa en quien
abandona. Se hace más doloroso cuando hay hijos de por medio y se teme dañarlos con
la separación. Igual que cuando los amigos y las familias se parten en bandos y uno
siente que pierde no sólo a su pareja (y el proyecto que soñaba con ella), sino también la
relación con amigos y con la familia política, actividades en común, la economía familiar
y la sensación de tener a alguien ahí.
Cambios laborales. Pasamos una gran parte de nuestra vida trabajando. En el trabajo
(sea dentro o fuera de casa), ponemos esfuerzo, energía, tiempo e ilusión. Cuando te
despiden, te jubilan, te promocionan o, sencillamente, cambias de trabajo, es posible que
sientas estar perdiendo una parte de ti mismo. Es frecuente la sensación de fracaso e
inutilidad personal, sobre todo si el cambio no es deseado o si te sientes rechazado.
También es frecuente la sensación de pérdida de los compañeros, de las actividades
cotidianas o de aquello que sentías que se te daba bien. El miedo a no saber adaptarse a
realizar nuevas actividades u ocupaciones, supone un desgaste psicológico.
113
Tu propia transición vital
¿Qué cambio has tenido que afrontar o estás afrontando? ¿Ha sido esperado o
inesperado?
¿Qué otras personas están a tu disposición? ¿Qué otras actividades podrían llegar a
ser costumbres?
¿Qué temes de tu nueva vida? ¿Con qué y con quién cuentas para afrontarla?
Despedir el pasado
La transición es como un puente nuevo que nos ayuda a cruzar de un lugar conocido
a otro desconocido. Imagina que vas caminando y llegas a uno de esos puentes colgantes
de madera, que aparecen en las películas de Indiana Jones; puente que has de cruzar.
Quizá el lado donde estás no es idílico, pero es conocido y parece seguro. Verte en la
obligación de cruzar, puede enfadarte, y el enfado puede hacer que decidas no cruzar, a
pesar de ser necesario hacerlo. El enfado nos lleva a la protesta, a la queja y a la tozudez
114
en seguir donde estamos. Detrás de muchas depresiones, hay un fuerte sentimiento de
enfado por tener que cruzar al otro lado, sin verse preparado o sin ser la elección de uno
mismo.
Pero ¿qué pasa si decides cruzar? Entonces aparecen las dudas y la inseguridad.
“¿Podré hacerlo? ¿Sabré hacerlo? ¿Qué encontraré al otro lado?”, son los pensamientos
más frecuentes. El miedo puede hacerse intenso y puedes empezar a cuestionarte tu
capacidad para cruzar, especialmente si el puente no parece muy estable, se tambalea o
cruje al ponerle el pie encima. Tu mente se llena de fantasías catastróficas: “¿Y si al
cruzar se rompe el puente y caigo al vacío?”. Temores que pueden hacerte retroceder
tras dar los primeros pasos.
La angustia se hace máxima cuando llegas al punto medio del puente, pues la
posibilidad de retroceder se hace más difícil. Es un punto que impide el retorno. Si
superas ese temor y avanzas hasta el final, llegarás al otro lado del puente. Tras unos
momentos de alivio, o incluso de orgullo, es cuando podrías preguntarte: “¿Y ahora
qué?”. Vuelven de nuevo los temores y las dudas. Es el momento de tomar una decisión:
quedarse inmóvil o elegir cómo continuar el camino.
Algunas personas, se quedan ahí, quietas, por temor a avanzar. No hacerlo facilitará
que recuerdes el otro lado. Al menos antes te sentías seguro, aunque no fueses
totalmente feliz allí… No avanzar implica llenar tu mente de recuerdos, echando de
menos lo que ya no tienes: “¡Con lo bien que estaba yo allí! ¿Para qué habré cruzado?”.
A veces incluso puedes olvidar lo que detestabas del otro lugar y subir a los altares lo que
viviste allá. La culpa y la tristeza se activan. Si son intensas, pueden dejarte bloqueado,
porque no te permiten continuar el camino. El cuerpo ha cruzado, pero la mente no. La
mente sigue en el otro lado, con lo que se perdió allí.
Otras personas, sí que cruzan en cuerpo y mente. Sienten miedo, pues están en un
lugar desconocido, y dudan cómo continuar su camino. También pueden sentir
vergüenza por lo que pudieran pensar los demás al verse novato en el nuevo lugar. Pero
esos temores pueden convertirse en pequeños retos que ayuden a continuar el camino,
dejando atrás el puente, que ya se ha cruzado. Siempre estará el recuerdo del otro lado y
del puente que se cruzó, pero si la mente está en el nuevo lado, centrada en cómo
continuar el camino, se continuará. Como decía el famoso poeta Machado: “Caminante,
no hay camino, se hace camino al andar”.
¿En qué lugar te encuentras tú? ¿Estás sentado ante el puente, cruzado de brazos y
con el entrecejo fruncido? ¿Estás con los temores y las dudas de los primeros pasos?
¿Quizá con la angustia de quien se ve en el medio del puente y teme caer al vacío sin
poder regresar? ¿Acaso sientes la timidez de quien acaba de llegar al otro lado y no sabe
cómo actuar? ¿Quizá estés sentado al otro lado, pero con pena por lo que dejaste atrás o
con culpa por haber cruzado? ¿O estás haciendo caso a Machado? Si echas a andar,
115
concentrándote en abrir tu propio camino, no querrás pisar tus propias huellas. Pero
antes de hacerlo, vamos a ver qué sentimientos obstaculizan que eches a andar.
Lo justo y lo injusto
Imagina que llegas tarde a una cita y, mientras vas conduciendo tu automóvil, de
repente se pincha una rueda. ¿Qué haces, aparte de llevarte un buen susto y un buen
enfado? ¿Merecería la pena bajarse del automóvil y comenzar a plantearse si es justo o
injusto lo que ha sucedido? ¿Y qué sería en tal caso? ¿Sería justo o injusto? Piénsalo un
momento.
Muchos problemas o cambios que se nos presentan no son justos ni injustos, tan sólo
son problemas o cambios pendientes de afrontar. Probablemente sea más rentable
plantearse cómo afrontarlos que plantearse su justicia. Si te pones a cambiar la rueda
pinchada o buscas ayuda para hacerlo, quizá llegues a tu cita. Si te quedas enfadado,
preguntándote por qué te ha tenido que pasar a ti y protestando por lo injusto que te
parece, lo más probable es que sigas ahí. Tu rueda seguirá pinchada, tu automóvil
estorbará al resto del tráfico y no llegarás a tu cita. Tienes derecho a sentirte enfadado y
a protestar por lo sucedido (¡claro que sí!), pero siempre que eso no te bloquee, y te
permita continuar tu camino.
Si has vivido una situación que te ha parecido injusta, sentirás enfado. Si además lo
que te ha enfadado lo ha provocado una persona querida, sentirás decepción o rencor. El
enfado, la ira, la decepción y el rencor son emociones que nos ayudan a defendernos de
los abusos de los demás. Es útil enfadarse para tener la energía suficiente que te ayude a
defenderte. Pero no parece muy útil plantearse la justicia de los problemas o de los
cambios. Nosotros te proponemos algo distinto. ¡Quítate la toga de juez y cambia el chip!
Céntrate en qué te ayuda a continuar caminando y qué te paraliza en el camino. Haz
aquello que te ayude a construir tu camino con tus propios pasos, aunque para ello tengas
que dejar a un lado la justicia y cruzar un puente inestable.
Lo deseado y lo temido
Muchas de las transiciones por las que pasamos tienen una parte de deseo y otra parte
de temor. Por ejemplo, hay parejas que desean casarse, otras divorciarse; trabajadores
que desean promocionar, otros desean despedirse; parejas que desean ser padres y
madres… pero temen hacerlo. El deseo de cambiar conduce casi siempre al temor.
Unas veces se teme las repercusiones del cambio, como dejar de vivir con los padres
o verse sin una pareja al lado, echar de menos a los compañeros de trabajo o perder la
116
libertad del que no tiene hijos. Otras veces, se teme no saber desempeñarse en un lugar
desconocido, como aprender a convivir con la pareja o plantearse una vida sin ella,
buscar y aprender un nuevo empleo, o aprender a ser padres.
Lo perdido y lo ganado
Todo cambio implica perder algo y ganar algo. Cuando lo perdido es importante y
valioso, cuesta desprenderse de ello. Cuesta decir adiós. Sin embargo, para poder
centrarte en el presente y afrontar tu nueva situación, es inevitable despedirse de lo
perdido, de tu pasado. Antes de seguir, te proponemos contestar las preguntas de la tabla
Reflexiones 12. Piensa durante un momento qué te gustaba y qué te disgustaba de tu
antigua vida. Después, qué te gusta y qué te disgusta de tu nueva vida. Antes de seguir
leyendo, anota libremente todo lo que se te ocurra. Es importante que no juzgues los
sentimientos que se despierten en ti al recordar el pasado o al pensar en el presente.
117
La mayoría de las personas que se deprimen tras cruzar el puente, tienden a recordar
más lo que les gustaba del pasado y a olvidar lo que les disgustaba. Esto hace que la
sensación de haber perdido sea mayor. Vuelve a mirar lo que has escrito en la tabla
Reflexiones 12. ¿Qué otras cosas te disgustaban de tu vida anterior? Piénsalo. Seguro
que hay más de las que ahora recuerdas. ¿Qué te ponía tenso? ¿Qué no te terminaba de
llenar? ¿Qué te hacía sentir insatisfecho y decepcionado? Toma tiempo y anota todo lo
que se te vaya ocurriendo.
Mira ahora lo que has anotado sobre lo que te gustaba de tu pasado. ¿Realmente era
tan valioso y tan necesario para ti? A veces uno idealiza o idolatra el pasado, subiéndolo a
unos altares que no le corresponden. Ver tan “bueno” el pasado, dificulta ver las
oportunidad del presente. Míralo de nuevo y bájalo de los altares, critica lo que merezca
crítica. ¿Qué queda ahora? Sí, quizá eso sí que sea valioso y te duela sentir que lo has
perdido. Si es así, llóralo. La pérdida sólo se calma con llanto. Llora si lo necesitas.
Laméntate por haberlo perdido. Hazle su duelo.
Perder la cercanía con un ser querido, perder el placer que aportaba un trabajo o una
afición, perder la seguridad que te hacía sentir una persona o una actividad, perder parte
de tu salud, perder una estabilidad económica, perder parte de tu libertad…, son pérdidas
dolorosas. Si has perdido algo así, llóralo. Una forma de llorarlo es escribiendo una carta.
Te animamos a que le escribas una carta a tu pasado. Laméntate en esa carta por todo lo
que has perdido importante para ti.
La tristeza puede activar además otras emociones como la rabia o la culpa. Si es así,
exprésalas en esa carta. Si lo que has perdido es la relación con una persona, dile lo que
la echas en falta, lo rabioso que estás porque ha cambiado vuestra relación, recrimínale
cómo te ha dañado y pídele perdón por cómo le has dañado tú (si crees haberlo hecho).
Expresa tu tristeza, tu rabia y tu culpa.
No es necesario que le entregues esa carta a nadie. Léela después y comparte tus
reflexiones con alguien de tu confianza o con un terapeuta, que te comprenda y también
te ayude a tener otros puntos de vista sobre lo vivido por ti. Te ayudará a digerir
emocionalmente esas pérdidas. Antes de escribirla, sería necesario activar tus recuerdos.
Mira fotos de tu pasado. Recuerda las personas y las ocupaciones que has perdido. En el
capítulo 4 (duelo complicado) damos ideas de cómo llorar a un difunto. Muchas de las
ideas que aparecen allí pueden ayudarte a llorar la pérdida de una relación o de una
ocupación importante para ti. Emocionalmente, sentir que se aleja un ser querido o se
pierde una ocupación valiosa, no es tan distinto a llorar la muerte de alguien querido (en
este caso es claramente más intenso). Aunque un ser querido no haya fallecido, sí ha
muerto de alguna forma dentro de nosotros y necesita ser llorado, velado y enterrado.
Hemos hablado del pasado, pero ¿qué está pasando con tu presente? ¿Qué te gusta y
te disgusta de él? Las personas que se deprimen tienden a prestar más atención a lo que
les disgusta del presente. Además, suelen quitarle importancia a lo que sí les gusta.
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Piensa un momento a qué le estás prestando atención en tu presente y tu futuro
inmediato. Mira lo que has anotado en la tabla Reflexiones 12. ¿Qué otras cosas te
gustan en tu presente y no has anotado aún? Observa a tu alrededor. ¿Con qué personas
cuentas? ¿Quién te considera alguien valioso, aunque tú mismo no te consideres así?
¿Quién te busca y quién está ahí cuando lo buscas? ¿Qué actividades dicen que se te dan
bien, aunque tú no lo sientas así? ¿Qué sabes hacer, a pesar de no tener energías para
hacerlo? Tus síntomas depresivos pueden condicionarte a la hora de relacionarte con los
demás o de llevar a cabo actividades. Estas personas y actividades podrían volver a
llenarte interiormente. Préstales la atención que merecen y, por supuesto, no le quites la
importancia que tienen.
Antes de dar la bienvenida al presente, es básico haberse despedido del pasado. Si aún
no lo has hecho, vuelve a leer el apartado anterior y haz las tareas que se proponen.
Emocionalmente no estarás preparado para decir “¡hola!” si aún no has dicho “¡adiós!”
El enfado, el miedo, la tristeza y la culpa son emociones que pueden haberte dejado
inmóvil en distintos lugares del puente. Será importante aceptarlas mientras cruzas, y
proponerte seguir cruzando, antes de plantearte cómo continuar tu camino al otro lado
del puente.
Temores y decepciones
Desde la infancia aprendemos cómo se supone que es el mundo que nos rodea y
cómo debemos sentirnos al vivirlo. La familia, el colegio, los amigos, los medios de
comunicación, el cine…, todos ayudan a que nos hagamos una idea de cómo son y cómo
se viven las experiencias de la vida. Pero a veces esas ideas no reflejan la realidad al cien
por cien. No son más que estereotipos de la realidad. Los estereotipos pueden ser
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positivos o negativos.
Cuando echas mano en tu cabeza de un estereotipo positivo para entender la
realidad, sólo miras una parte de ella: la agradable. Por eso es frecuente sentirse
decepcionado al averiguar que hay otra parte que es desagradable. Se suelen tener ideas
muy idílicas sobre hechos como emanciparse de los padres, estudiar lejos de casa,
casarse, tener hijos, mudarse a una casa “mejor”, promocionar en el trabajo, que los
hijos se emancipen o jubilarse. Mirar sólo la parte agradable de los sentimientos que estás
teniendo al pasar por una de estas transiciones, puede hacer que te sientas
tremendamente desilusionado o decepcionado al cruzar el puente. Estas experiencias
también entrañan dolor, porque en todas se pierde algo y en todas se descubre que no era
tan maravilloso como te habían contado. Cualquier cambio que se produzca, aunque sea
“a mejor”, implica despedirse de algo y decir adiós siempre es, en parte, doloroso.
Con los estereotipos negativos pasa justo lo contrario. Uno mira sólo la parte
desagradable de la realidad y aventura sólo experiencias dolorosas. Esto disparará tu
miedo y te hará retraerte, que te vuelvas más tímido y vergonzoso. Por ejemplo, ser
abandonado por tu pareja, divorciarse, ser despedido, tener que cerrar un negocio, tener
una enfermedad o un accidente con secuelas.
Imagina la esposa que acaba de descubrir que su marido tiene una amante y quiere
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abandonarla por ella. Al principio, la rabia se lo pone fácil, incluso puede ser ella misma
quien le diga al marido que se vaya de casa y que quiere el divorcio. La tristeza, después,
se lo pone más difícil. Empieza a echar en falta lo que le gustaba de él y tiende a olvidar
lo que le disgustaba. Será mucho más difícil pasar por ese puente si tiene una idea muy
negativa de lo que está viviendo y le queda por vivir. El estereotipo negativo que tiene en
su cabeza sobre el abandono y el divorcio puede asustarla e impedir que retome las
riendas de su vida.
Pensamientos del tipo: “Yo a mi edad educando a mis hijos sola, saliendo con amigas
divorciadas o solteras, ligando, buscando otro empleo…” o del tipo: “Me ha dejado
porque soy fea e insoportable” o “¿Qué van a pensar de mí si me ven haciendo tal o cual
cosa?”. Todos estos pensamientos reflejan una idea muy negativa de lo que significa el
divorcio. Idea que no refleja la realidad al cien por cien. Aunque ser abandonado y
divorciarse sean experiencias dolorosas, lo cierto es que abren ante ti una nueva puerta.
Puedes empezar a plantearte qué quieres de verdad en tu nueva vida y cómo quieres
conducirla.
¿Cómo son los estereotipos que tienes en tu cabeza? ¿Tienes ideas muy maravillosas
e idílicas que te decepcionan y no te dejan aceptar la realidad como es (estereotipos
positivos)? ¿O acaso tienes ideas muy horribles de lo que estás viviendo, hasta el punto
que sientes un miedo o una vergüenza exagerados (estereotipos negativos)? Responde a
las preguntas que aparecen a continuación en la tabla Reflexiones 13.
¿Qué se supone que deberías sentir y ¿Qué sientes y qué necesitas hacer en
deberías hacer? realidad?
¿Por qué te parece tan horrible? ¿En qué te ¿Qué necesitas hacer para que el miedo y
basas para pensar que no la superarás? la vergüenza no te paralicen?
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Hasta ahora hemos hablado del sentimiento de pérdida y de las emociones
desagradables que despierta. Pero con los cambios, incluso aquellos más dolorosos,
también se abren puertas. ¿Cuáles son las que tienes por abrir?
Responde por escrito las preguntas que aparecen en la tabla Reflexiones 14. Toma tu
tiempo para hacerlo, incluso hazlo en varios días. Anota todo lo que se te ocurra.
Mediante las relaciones que establecemos con los demás, conseguimos sentirnos
queridos y parte de alguien. Igualmente, mediante las actividades que realizamos,
conseguimos sentirnos útiles y parte de algo. ¿Qué actividades son las que estás llevando
a cabo? ¿En qué estás invirtiendo tu tiempo y tus energías? ¿En qué actividades y
relaciones personales te estás implicando ahora mismo? Si consigues implicarte con las
personas y con las actividades que tienes o podrías tener a tu disposición, será más fácil
que vivas en el presente. El presente es lo que puedes cambiar. El pasado ya no está en
tu mano. Acepta el momento que estás viviendo en el presente y consigue darle un
sentido para ti. En el capítulo 9 encontrarás una serie de consejos que te ayudarán a
conseguirlo.
Si al pensar en tus relaciones personales, detectas tensiones con alguien querido, sería
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interesante que leyeras también el capítulo
5. Si, por otra parte, apenas tienes personas a tu alrededor y crees tener dificultades para
establecer y mantener relaciones con los demás, te animamos a leer el capítulo 7.
A continuación conocerás la historia de Andrea, Pepe y Rocío. Los tres tuvieron que
afrontar un cambio difícil en su vida. Andrea se emancipó de sus padres para casarse con
su novio, Pepe se divorció de su mujer y Rocío padeció cáncer de mama.
Andrea tiene 25 años, trabaja en una peluquería y es la menor de tres hermanos. Sus
padres no han tenido una buena relación, incluso han pensado en separarse varias veces.
Su madre suele quejarse de lo infeliz que se siente al lado de su marido, un hombre que
prefiere pasar su tiempo libre en el bar y que llega en ocasiones borracho a casa. Andrea
siempre se ha creído en el deber de rebajar la tensión entre sus padres. Ha hecho de
intermediaria de sus discusiones en multitud de ocasiones, pero sus esfuerzos han servido
para poco. También se ha visto en la obligación de hacer feliz a su madre, que tanto se
ha sacrificado por ella y sus hermanos.
Desde que sus hermanos se fueron de casa, la unión de Andrea con su madre se hizo
más intensa aún. Su madre decía que ella no era como las demás madres, que era la
“amiga” de su hija. Ambas se contaban confidencias y hablaban de sus relaciones de
pareja, incluso de la parte sexual. Para Andrea era difícil esta situación, porque en
ocasiones no estaba de acuerdo con su madre y le apetecía defender a su padre.
Tampoco le resultaba agradable que su madre le dijera que no disfrutaba del sexo con su
padre. Sin embargo, prefería callar su desacuerdo para no disgustarla.
Cuando Andrea salía con su novio y sus amigas, se preocupaba pensando cómo
estaría su madre. A veces, incluso discutía con su novio por este motivo, ya que él no
aceptaba que su madre la llamara por teléfono preguntándole cuándo iba a volver o
contándole la discusión que acababa de tener con su padre.
Hace un año su novio le pidió casarse y ella aceptó, a pesar de sus dudas. Por
entonces, tuvo varias crisis de ansiedad e insomnio, que achacó al estrés de los
preparativos de la boda. Finalmente se casó y se fue a vivir a un bonito apartamento que
había decorado a su gusto. A los meses de casarse, comenzó a sentirse decaída. Se
despertaba a mitad de la noche, ansiosa. A veces calmaba su ansiedad con comida, lo
que le hizo ganar peso. Se sentía más despistada y eso afectaba a su trabajo. Cuando
llegaba a casa, sentía ganas de llorar, pero trataba de disimularlo para que su marido no
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creyese que se arrepentía de haberse casado con él. No entendía lo que le pasaba. Se
decía a sí misma que no debería sentirse así. Quería a su marido, le encantaba su
apartamento, tenía amigas y le gustaba su trabajo. Sin embargo, se sentía sola.
¿Qué crees que le pasaba a Andrea? ¿Por qué le costaba tanto seguir caminando una
vez que había cruzado el puente hacia el matrimonio? Añoraba la relación diaria que
tenía con su madre y se sentía culpable por no estar con ella. Creía que la había
“traicionado”, que la había “abandonado”. Creía que había sido “egoísta” porque sólo
había pensado en ella. Por primera vez en su vida, Andrea renunciaba a complacer a su
madre. La añoranza y la culpa no le permitían vivir su presente.
Para su madre tampoco fue fácil que ella se marchara de casa. De hecho, se deprimió
también durante un tiempo, lo que hacía que Andrea se sintiera más culpable aún. La
tristeza de su madre le confirmaba que, sin ella, su madre nunca sería feliz, algo que no
era cierto. Andrea era la hija de su madre. No era su esposa, ni su amiga, ni su propia
madre. Andrea sólo podía ser su hija. Su madre ya tenía un esposo, unas amigas y una
madre anciana que necesitaba ayuda. Andrea no podía ocupar un lugar que no le
correspondía.
En la medida que Andrea se replanteó el tipo de relación que tenía con su madre,
pudo empezar a calmar su malestar. Lo cierto es que Andrea, en su fuero interno, se
sentía muy enfadada con su madre; algo que no se atrevía ni a confesarse ella misma.
Desde fuera parecía que tenían una relación maravillosa, que eran “amigas”. Sin
embargo, esa relación era posible porque Andrea callaba muchos de sus sentimientos.
Andrea estaba harta de que su madre criticara a su padre y la utilizara de intermediaria en
sus discusiones. Para ella, su padre no era tan horrible como lo pintaba su madre. Sí que
se iba al bar y venía borracho, pero a veces era para evitar las críticas de su madre. Era
incapaz de reconocer algo positivo en él, a pesar de que era un hombre cariñoso y que
trabajaba en exceso para pagar las muchas deudas que tenían. Su madre estaba
insatisfecha con su padre, pero su padre también estaba insatisfecho con su madre. Eran
la cara y la cruz de la misma moneda. Ella no podía satisfacer a ninguno de los dos,
porque ninguno era su pareja. Ella tenía su propia pareja, con la que acababa de casarse
y con la que quería formar su propia familia.
Conforme Andrea pudo revisar su pasado, se dio cuenta de que no era tan idílico.
Echaba de menos ver diariamente a su madre y sus confidencias, pero se sentía aliviada
de no tener que escuchar las críticas de su madre hacia su padre. Ni su padre era tan
“malo” ni su madre era tan “buena”. Hasta ahora su misión en la vida había sido proteger
a su madre y hacerla feliz. Su misión, en este momento, era otra. Andrea quería conducir
su propia vida. La relación con su madre era muy valiosa, pero sólo era una parte de su
vida. Su marido, su trabajo, sus amigas, sus aficiones y resto de su familia (su padre y
hermanos), también son parte de su vida, y requieren su espacio.
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En la medida que Andrea y su madre dejaron de ser “amigas” y se convirtieron en
madre e hija, todo mejoró. Tras un periodo de depresión y búsqueda desesperada de su
hija por teléfono, su madre comenzó a salir más con su padre y a criticarlo menos. Al
sentirse más valorado, él empezó a pasar más tiempo en casa y su madre se sentía
menos sola, por lo que necesitaba menos a Andrea. Así, ella pudo centrarse en su
presente. Pudo comprometerse verdaderamente con su marido y disfrutar con sus
amistades, sin sentirse culpable por dejar que su madre viviera su vida.
¿Te has visto reflejado en Andrea o en su madre? ¿Crees estar ocupando un lugar que
no te corresponde? Si te sientes como Andrea, recupera tu sitio y no te sientas culpable
por ello. Tienes derecho a vivir tu vida y a ser tú quien la conduzca.
Si, en cambio, te sientes como la madre de Andrea, es importante que aceptes esos
sentimientos de pérdida. Es natural que llores la ausencia de tus hijos en casa y eches en
falta muchas de las costumbres que teníais juntos. Pero no pidas a tus hijos adultos que
dejen de serlo para convertirse en tu pareja, en tus amigos o en unos niños pequeños que
ya no son. Ellos sólo pueden ser tus hijos adultos. Si tienes pareja, céntrate en mejorar tu
relación con ella o plantéate romper con ella (lee el capítulo 5), establece nuevas
amistades (capítulo 7) y da un sentido a tu vida a través de ocupaciones como el trabajo,
aficiones, vida social y actividades para la salud (capítulo 9).
Pepe: el divorcio
Pepe es un hombre de 35 años con dos niños, que acaba de divorciarse. Sospechaba
que su mujer tenía una aventura con un compañero de trabajo, aunque ella lo negaba.
Desde que su mujer le dijo que quería divorciarse, se ha sentido triste e irritable. Ha
perdido el apetito y le duele frecuentemente el estómago. No consigue dormir por las
noches y está cansado al día siguiente. Al acostarse, comienza a dar vueltas a la cabeza.
Se siente incapaz de afrontar el cambio y no se hace a la idea de perder a su mujer. Tiene
una imagen muy negativa de sí mismo y cree ser un fracasado como hombre. Se siente
muy culpable y avergonzado por no haber sido lo suficientemente bueno para ella. A
veces se ha sentido tan desbordado que ha recurrido al alcohol para olvidarse de todo o
ha pensado en el suicidio. Pepe se sentía en el medio del puente colgante y temía caer al
vacío.
¿Te has sentido alguna vez como él? Ser rechazado o abandonado es una experiencia
dolorosa, especialmente si quien te rechaza o abandona es un ser querido. Sin embargo,
lo que hizo que Pepe se deprimiera no fue el dolor por el abandono, sino cómo lo vivía.
Creía ser un fracasado por ello. Se criticaba continuamente y se sentía culpable por no
haber sabido conservar a su esposa. Idolatraba su matrimonio y demonizaba el hecho de
estar divorciado. Pepe concebía el matrimonio como algo para toda la vida, como el de
sus padres y como le dictaban sus creencias religiosas.
Lo cierto es que él no había sido feliz con su pareja. Su mujer había estado más
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pendiente de criticarle que de apoyarle en las decisiones difíciles. Lo hacía sentir inferior
ante su suegro y sus cuñados, vistos siempre por ella como “mejores” que él. Su mujer
se quejaba de que él no tenía iniciativa, pero cuando la tomaba, le ponía pegas a sus
propuestas. Se quejaba de que él nunca expresaba sus sentimientos, pero cuando lo
hacía, ella lo interrumpía, y hablaba y pensaba por él, haciéndole sentir un inútil, como
tantas veces le había hecho sentir su madre cuando era un niño.
Temía que sus hijos dejaran de quererlo y verse otra vez viviendo con sus padres, por
quienes nunca se había sentido aceptado. Decidió convivir con un compañero de trabajo
para compartir gastos. Descartó convivir con sus padres porque estos lo incitaban a
recuperar a su mujer y lo hacían sentir culpable con argumentos religiosos. Su mujer y él
hablaron con sus hijos y les explicaron que ya no iban a vivir juntos y que ahora tendrían
dos casas: la de mamá y la de papá. La custodia y la vivienda familiar se la quedó su ex
mujer. Pero eso no implicaba renunciar a su paternidad. Se implicaba más en el cuidado
de sus hijos, les ayudaba con sus deberes y programaba actividades con ellos los días que
él tenía la custodia. De hecho, comenzó a vivir su paternidad mucho más que antes.
Su vida había estado muy centrada en su trabajo. Desde que se casó, había perdido el
contacto con muchos de sus amigos. Le daba vergüenza salir y conocer gente nueva. Sin
embargo, conforme fue superando sus temores, comprobó que su situación no era tan
horrible. Conoció a otras personas que habían pasado por experiencias similares y no se
sintió tan fracasado ni tan responsable de la ruptura. Al fin y al cabo, para que la pareja
funcione las dos partes han de contribuir. Cuando una pareja se rompe, los dos son
responsables.
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pero sin aferrarse a ellas. También es importante continuar caminando, por intenso que
sea el miedo, la vergüenza o la culpa. Llora lo perdido y continúa caminando. Además, si
tienes hijos con tu ex pareja, será necesario que enterréis vuestra relación como pareja
pero no vuestra relación como padres. Vuestros hijos necesitan que colaboréis para
educarles.
Rocío tiene 37 años, trabaja a tiempo parcial como administrativa, está casada y tiene
una niña de 5 años. Hace 3 años le detectaron un cáncer de mama. Ha recibido
radioterapia y quimioterapia, y le extirparon un pecho. Actualmente es una superviviente
al cáncer. Sin embargo, lleva unos meses triste e irritable. Se enfada y llora con facilidad.
Se despierta en mitad de la noche angustiada y le cuesta recuperar el sueño. Ha perdido
peso por falta de apetito. Se queja de no tener memoria como antes y de estar como
adormilada. Siente que su vida ya no tiene el sabor de antes.
Sus familiares están sorprendidos de verla así. No entienden cómo estaba de buen
humor durante el tiempo que pasó por la operación y por tratamientos duros, y ahora,
que está recuperada, se hunde. De hecho, al principio de la enfermedad, era ella quien
daba ánimos a su marido y quien gastaba bromas a los familiares y amigos que iban a
visitarla al hospital. Incluso era ella quien calmaba a los que se ponían a llorar
desconsoladamente al verla.
En realidad, todos esos ánimos y bromas eran una fachada. En su interior, sentía
verdadero pánico a morir, pero no quería angustiar a sus seres queridos, especialmente a
su marido y a su hija. Después de la operación, sentía mucho miedo a que el cáncer se
reprodujese y tener que pasar por el mismo calvario otra vez.
A veces se imaginaba agonizando e incluso se imaginaba el sufrimiento de los suyos en el
momento de su entierro. Estos pensamientos aparecían en sus pesadillas o sencillamente
le venían a la cabeza durante el día.
Rocío había guardado muchos sentimientos tras esa sonrisa y aparente calma. Sentía
mucha rabia. No entendía por qué le había tenido que tocar a ella. Se repetía una y otra
vez: “¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Por qué ahora, con lo feliz que era yo? ¡No
es justo!”. Guardaba mucho miedo al sufrimiento, a morir y no poder ver crecer a su
hija, a no poder desempeñar su trabajo y sus aficiones como antes… También guardaba
tristeza. Se sintió, por primera vez en su vida, totalmente indefensa. Había perdido su
salud, que siempre había sido de hierro, y la idea de vivir segura.
El cáncer era algo que escapaba a su control y a su voluntad. Era una amenaza
invisible, cuyos golpes no podía anticipar para defenderse. De ahí, que su mente trataba
de imaginar el peor escenario posible en el futuro (su muerte), como en un intento de
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estar preparada. Nunca había hablado de estos sentimientos con nadie. Los guardaba
para sí misma. No quería preocupar a sus seres queridos, ni que le tuviesen lástima. Lo
cierto es que guardar todos estos sentimientos y fingir calma, la estaba matando
emocionalmente.
En la medida que Rocío dejó de preocuparse por cómo se sentían los demás,
comenzó a hablar de lo que estaba sintiendo ella. Comprobó que no daba lástima a los
demás, sino que había sido una experiencia dolorosa para todos y que era necesario
digerirla. Todos temían perder algo importante. Ella temía perder la salud y sus proyectos
vitales. Sus seres queridos temían perderla a ella. Todos sentían dolor, estaban confusos
y no sabían cómo actuar. Es normal en estas situaciones. Hablar de ello, ayudó también a
que sus familiares, especialmente su marido, pudieran ayudarla; algo que necesitaba ella
y que necesitaban hacer los demás.
Había algo que le impedía retomar su vida: la vergüenza. No quería mostrar su cuerpo
y se despreciaba al mirarse desnuda ante el espejo. Tenía relaciones sexuales con ropa y
no permitía que su marido la tocara de cintura para arriba. Este sentimiento es frecuente
en las personas que tienen una secuela visible o una incapacidad evidente, tras pasar por
una enfermedad o un accidente.
¿Te ves reflejado en Rocío o en alguno de sus familiares? Si te sientes como Rocío,
¿qué estás haciendo tú ante el deterioro de tu salud y las marcas del mismo? ¿Compartes
128
tus sentimientos? ¿Te dejas ayudar? ¿Has conseguido soltarte de esa idea fantasiosa de
ser invencible, que te tenía atado? ¿Vives en un futuro aterrador lleno de sufrimientos
que aún no han ocurrido y que posiblemente nunca ocurran? ¿O estás viviendo tu
presente, participando en él y no siendo un mero espectador del mismo?
Si, en cambio, te ves reflejado en uno de los familiares de Rocío, es importante que
afrontes con naturalidad vuestra nueva situación, por dolorosa que sea. Con naturalidad
no nos referimos a que finjas que no ha sucedido nada, que te obceques en que todo
tiene que salir bien a la fuerza o que te muestres desconsolado a cada momento. Con
naturalidad queremos decir que aceptes los sentimientos que vas teniendo en cada
momento tal y como son. Sentimientos de rabia, de miedo, de tristeza y de culpa.
Acéptalos pero sin agarrarte a ninguno. Igualmente, ayuda a tu familiar enfermo o
discapacitado a que exprese y acepte sus emociones. No lo avasalles con ánimos poco
realistas ni lo angusties innecesariamente con tu propia angustia. Ayúdalo a que llore su
pérdida de salud o de capacidad y a que retome las riendas de su vida, implicándose de
nuevo en relaciones y ocupaciones que tengan un valor para él (no para ti) y al ritmo que
él/ella marque. Recuerda que es su camino, no el tuyo.
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7
LA FALTA DE RELACIONES SATISfACTORIAS
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El déficit intrapersonal
Hay personas que apenas han establecido vínculos afectivos duraderos en su vida,
permaneciendo la mayor parte de su tiempo aislados. Hay otras personas que sí
establecen vínculos, pero tienden a perderlos con facilidad o no disfrutan de ellos cuando
los mantienen. En cualquier caso, la falta de vínculos o la insatisfacción con los mismos,
conduce al aislamiento, a la soledad y a la sensación de vacío. En estas condiciones, es
más fácil desarrollar una depresión, ya sea por la soledad o por la falta de apoyos
emocionales en momentos difíciles. ¿Te has parado a mirar alguna vez el tipo de vínculos
o de lazos que tienes con los demás? ¿Te has fijado en la cantidad y en la calidad de los
mismos? Te proponemos hacerlo contestando las preguntas de la tabla Reflexiones 15
De tus familiares, ¿con quiénes tienes más intimidad? ¿Con qué frecuencia los ves y
qué te gusta hacer con ellos?
Si tienes pareja, ¿cómo es la relación con ella?; y si no la tienes, ¿qué crees que te
impide tenerla?
¿Quiénes son tus amigos de confianza? ¿Con qué frecuencia los ves y qué te gusta
hacer con ellos?
De los amigos y conocidos menos íntimos, ¿cuáles crees que podrían convertirse en
amigos más íntimos? ¿Qué te impide que esto suceda?
Si trabajas fuera de casa, ¿cómo te llevas con tus compañeros de trabajo y con tus
jefes? ¿Con quiénes tienes más confianza?
Y en tu vecindario, ¿con qué vecinos notas mayor conexión? ¿Qué te frena a la hora de
que la relación se haga más cercana?
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Cuando estás enfermo, disgustado o necesitas consuelo, ¿a quién acudes? ¿A quién
más podrías acudir, aunque no lo hagas?
El tipo de vínculos que establecemos con los demás, influye en nuestra manera de
relacionarnos; y al contrario también, la forma en la que nos relacionamos, influye en el
tipo de vínculos que establecemos y en la permanencia y la satisfacción con los mismos.
¿Has pensado alguna vez cómo acostumbras a relacionarte con los demás? ¿Has probado
a verte desde fuera, como cuando uno mira un video de sí mismo?
No es lo mismo sentirse solo que estar solo. Hay personas que se sienten solas
estando rodeadas de gente, y personas que estando físicamente solas, se sienten
acompañadas. Por eso, vamos a distinguir entre soledad y aislamiento. La soledad es el
sentimiento de estar solo, con independencia de que haya o no gente a tu alrededor. El
aislamiento, en cambio, es la acción de apartarte de los demás para quedarte físicamente
solo, aislado.
Cuando uno está deprimido es frecuente sentirse solo (soledad) y ese sentimiento
puede llevar a apartarse de los demás (aislamiento). Otras veces, pasa al revés, pues una
persona empieza a apartarse voluntariamente de los demás o los demás la apartan de su
lado (aislamiento) y poco a poco va apareciendo en ella el sentimiento de estar solo
(soledad).
¿Qué te sucede a ti? ¿Estás solo, te sientes solo o te pasan las dos cosas a la vez?
¿Qué ocurrió primero? ¿Tu sentimiento de soledad te hizo aislarte? ¿O acaso el
aislamiento te ha llevado a sentirte solo? Sea como fuere, lo cierto es que la soledad y el
aislamiento pueden ser el caldo de cultivo para que aparezca la depresión.
Mediante el contacto con los demás y nuestra pertenencia a distintos grupos
(familiares, de amigos, laborales, vecinales, de aficiones, etc.), cubrimos nuestras
necesidades afectivas y sociales. No formar parte de estos grupos o tener la sensación de
que uno no pertenece a los mismos, conduce al vacío y éste a la depresión.
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Vamos a ver de qué manera puedes estar aislándote tú mismo y/o cómo tu forma de
relacionarte, puede estar contribuyendo a que te aíslen o a que no te sientas satisfecho
con los demás.
Una relación con otra persona tiene sentido en la medida que las dos partes consiguen
cubrir sus necesidades afectivas, como el sentirse querido, incluido, valorado, respetado,
seguro y libre. Incluso algunas necesidades aparentemente materiales, esconden una
necesidad afectiva. ¿De qué te sirve el dinero si no puedes gastarlo con nadie? ¿Qué
sentido tiene ser famoso si nadie te tiene en cuenta? Tras la búsqueda del estatus social y
económico, suele esconderse la necesidad afectiva de ser valorado, querido o respetado
por los demás. De ahí que algunas personas se depriman tras conseguir dinero o fama, si
éstos no van acompañados de amor y respeto sinceros por parte de los demás.
Las personas que se aferran a la familia (o la pareja), aislándose del resto, sienten
miedo (o incluso pánico) cuando se alejan de ella. Necesitan asegurarse una y otra vez de
que sus seres queridos los siguen queriendo para sentirse tranquilos. Esto puede causar
dos tipos de problemas. Por un lado, pierden la confianza en sí mismos para afrontar
dificultades, tomar decisiones y relacionarse con otras personas. Por otro, dependen
tanto de sus seres queridos, para sentirse seguros, que no se atreven a contradecirles. Se
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convierten en una especie de “adictos al amor”, que necesitan continuamente comprobar
que sus seres queridos los siguen queriendo. Amar en exceso al otro y buscar
insistentemente su amor, hace que se amen poco a sí mismos. Además, también corren el
riesgo de que los seres queridos se cansen de esa continua búsqueda de seguridad y
consuelo, provocando el efecto contrario al esperado.
A veces, en lugar de consuelo y cariño, lo que reciben es rechazo o contestaciones
groseras.
La tendencia a aferrarse a los seres queridos, hace que se vuelvan mucho más
tímidos, se retraigan en las relaciones con personas no familiares y desconfíen de sí
mismos. Buscan siempre la seguridad y la aprobación de una persona considerada más
fuerte como el padre, la madre, un hermano, la pareja, un hijo o un amigo muy íntimo.
Pero esto es a costa de no confiar en sí mismos y de renunciar a lo que desean, para que
los demás no se enfaden y los sigan queriendo. La renuncia continuada a los propios
deseos, hace que estén sonrientes por fuera, pero a punto de explotar por dentro.
En el fondo, sienten rabia en su interior, pero les da miedo expresarla, por si dejan de
quererles. Rabia que a veces aparece en forma de pensamientos (“No valgo para nada”)
o de impulsos agresivos (como ganas de gritar o de hacerse daño). Otras veces, esa rabia
interior se convierte en ansiedad o dolores musculares, debido a la tensión interior que
tiene el cuerpo. Esa tensión, a la larga, provoca tristeza, desgaste energético y un
sentimiento de desesperación.
¿Te suena lo que acabas de leer? ¿Sientes estar solo, aunque tengas compañía?
¿Necesitas comprobar repetidamente quién te quiere? ¿Se quejan tus seres queridos de
que es imposible consolarte por mucho que se esfuercen? ¿Te da la sensación de que
tratan de evitar estar contigo o te desprecian cuando buscas su consuelo?
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Posiblemente lo que evitan y desprecian no es tu compañía, sino tu búsqueda
desesperada de consuelo. Es difícil consolar a alguien que se encuentra muy deprimido.
A menudo dará igual lo que te digan o lo que hagan para calmarte. Tú seguirás sintiendo
la misma soledad y ellos se sentirán impotentes, al ver que no pueden hacerte sentir
mejor.
¿Has oído alguna vez este dicho? Pues hay personas que lo llevan a la práctica
demasiado a menudo y piensan que mejor estar solo que mal acompañado. El temor a
ser rechazado o dañado por los demás, puede hacer que te retraigas y te aísles, con la
intención de protegerte. El problema es que el aislamiento lleva a la soledad, al vacío y a
la depresión. Apartarte de los demás puede protegerte de que te hagan daño, pero
también te impide cubrir tus necesidades afectivas y sociales.
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tarde o temprano te harán daño, te rechazarán, te abandonarán o se aprovecharán de ti;
de forma que hayas decidido aislarte como forma de protección.
En otras ocasiones, no es el maltrato, sino el exceso de protección, lo que puede
llevarte a que evites el contacto con los demás. Si desde tu infancia, has sido cuidado por
personas que han estado demasiado pendientes de tus necesidades, puedes haberte hecho
muy sensible al rechazo. El temor a no recibir el cuidado (cuando lo das por supuesto) y
la atención a la que estás acostumbrado, puede hacer que renuncies a mantener una
relación, en general satisfactoria, en el momento que sientas una pequeña falta de
cuidado o de atención.
Establecer y mantener relaciones con los demás implica aceptar la posibilidad de ser
aceptado y de ser rechazado. Si el maltrato o el exceso de protección, te han hecho muy
sensible al rechazo, es posible que trates de evitarlo a toda costa. Has podido
acostumbrarte a alejarte de los demás para protegerte del futuro daño que pudieran
hacerte. El problema es que no sólo evitas el daño de ser rechazado, también impides el
placer de ser aceptado. Alto precio el que puedes estar pagando para sentirte a salvo.
¿Cómo te sientes tú cuando conoces a alguien nuevo? ¿De qué estás más pendiente?
¿De si te acepta o de si te rechaza? El temor al rechazo puede hacer que estés demasiado
pendiente de él; hasta el punto de que cualquier reacción normal de desaprobación o
desacuerdo puntuales, puede ser valorada como un rechazo total de tu persona. Estar
pendiente del rechazo hace que vivas con tensión cualquier encuentro con los demás.
Como la tensión no es agradable, es posible que el recuerdo que te quede es de haber
estado a disgusto con esa persona o esa situación. Pero ¿qué causa tu malestar? ¿El
encuentro con esa persona o la tensión que te provoca estar pendiente de si te rechaza?
Nuestro consejo es que estés abierto tanto a ser rechazado como a ser aceptado. Cuando
conozcas a alguien, sé curioso con esa persona. Interésate por qué cosas le gustan y
cuáles le disgustan. Busca qué tenéis en común y qué podéis aportaros el uno al otro, de
todo el mundo puede aprenderse algo. No saques conclusiones precipitadas de cómo le
has caído o de qué opinión tiene de ti. Concéntrate en conocerle y en darte a conocer.
A veces el esfuerzo que realizas para caer bien, puede terminar consiguiendo el
resultado contrario. ¿No has intentado alguna vez caer muy bien a alguien y el resultado
fue un desastre? Intentar dar una buena imagen, hace que dejes de ser tú mismo. Igual
que sucede cuando tratas de dar una mala imagen. Las imágenes, sean “buenas” o
“malas”, no son más que imágenes y, por tanto, no son reales. Tu verdadera persona es
lo real y lo interesante. Dala a conocer a los demás.
Cuando conozcas a alguien, no busques caerle bien, simplemente cuéntale quién eres
y cómo eres, e interésate por quién es y cómo es esa persona. Si sientes algo de conexión
con ella, mantén el contacto y conócela mejor. A no ser que tú mismo estés saboteando
la posibilidad de hacer amigos. ¿Te lo has planteado alguna vez? Quizá tú mismo te estés
poniendo la zancadilla sin darte cuenta. A continuación te señalamos algunas de las
136
formas más típicas de ponerse la zancadilla para evitar ser rechazado:
Olvidar los puntos fuertes. Hay personas que consiguen salir del estado de
petrificación y se dan a conocer. El problema es que sólo dan a conocer una parte de sí
mismos y de las cosas que han vivido. Pueden hablar de lo que no saben hacer, de lo que
no tienen, de lo que se les da mal, de las desgracias que han vivido, de su enfermedad,
de lo triste que es la vida y de lo angustiantes que son sus problemas. Pero ¿qué pasa con
el resto de experiencias que han vivido y viven? ¿Qué pasa con lo que sí saben hacer,
con lo que sí tienen y con lo que sí se les da bien? ¿Qué pasa con los momentos de
alegría y orgullo que han vivido y viven? ¿Y con la salud que sí tienen? A veces los
puntos fuertes quedan olvidados, arrinconados en la memoria como si no existieran.
Nuestro consejo es que los saques del olvido. Cuando te des a conocer, ¡date a conocer
al completo!
Poner en duda los halagos de los demás. Otra forma frecuente de ponerse la
zancadilla es preguntar continuamente a los demás por los fallos y defectos que posees, y
no creer los cumplidos que los demás te hacen. Preguntas del tipo: “No te ha gustado,
¿verdad?”, “¿en serio que lo he hecho bien?”, o frases del tipo: “Seguro que lo dices para
quedar bien o porque me tienes aprecio o porque sabes que estoy triste”, cuando alguien
te hace un cumplido o te halaga. Los mensajes de este tipo son desagradables para quien
los escucha, porque implican una desconfianza. A veces el temor al rechazo puede
llevarte a intentar asegurarte a toda costa que los cumplidos y halagos son ciertos. O
puede que pongas a prueba a los demás contándoles tus defectos o fallos, esperando su
aprobación. Sin embargo, preguntar únicamente por los fallos propios y poner en duda
los halagos de los demás, suele ser incómodo y bloquea la comunicación. Si alguien te
hace un cumplido o un halago, no lo pongas en duda rápidamente y acéptalo. Que la
depresión te impida ver tus virtudes y tus aciertos, no significa que no los tengas. Y, por
supuesto, no preguntes continuamente por tus defectos y tus fallos. Los demás estarán
más interesados en conocer tus puntos fuertes que tus puntos débiles.
137
Entregarse a medias
Si has sido criado o educado por personas muy variables en sus reacciones
emocionales, no es extraño que te sientas así. Si, por ejemplo, tus cuidadores o
educadores fueron personas que te premiaban cuando estaban contentos y te castigaban
cuando estaban enfadados, con independencia de cómo tú te hubieses comportado,
tendrás sentimientos contradictorios a la hora de relacionarte con los demás. Por un lado,
desearás sentirte querido y valorado por los demás, pero, por otro lado, puede que
sientas desconfianza y sólo te relaciones superficialmente. Es posible que parezcas tener
muchas relaciones familiares y sociales, pero quizá sólo sean de “hola y adiós”. Algo
parecido sucede a quienes sólo han sido premiados por actuar de una determinada
manera. Siguen haciendo siempre su mismo papel sin implicarse emocionalmente con sus
seres queridos y conocidos. Sólo muestran una parte de sí, aquélla que todos esperan o la
que se han acostumbrado a mostrar. A continuación encontrarás algunas pistas que
pueden hacerte sospechar que no te comprometes al cien por cien al relacionarte con los
demás.
Centrarse en lo material. Hay personas que tratan de demostrar su amor a los demás
mediante bienes materiales (dinero, regalos) y buscan el amor de los demás mediante sus
posesiones (dinero, propiedades) o su estatus (éxito profesional, inteligencia, aspecto
físico). Los bienes materiales, las posesiones y el estatus pueden provocar placeres
puntuales y estados de bienestar pasajeros, pero no consiguen aliviar la soledad. Buscar
el amor de los demás de esta forma, tiene dos peligros. Por un lado, es posible que no te
sientas querido ni valorado una vez que hayas conseguido las posesiones o el estatus
deseado. Por otro, las otras personas pueden no entender tu forma de expresar afecto y
creer que no te importan por mucho que tú te esfuerces en conseguir dichos bienes
materiales para ti o para ellos. Además, en el caso de perderlos, corres el riesgo de
confundir tu valor personal con las posesiones o el estatus que has perdido. Tú, como
persona, eres mucho más que tus posesiones, tu estatus y tu aspecto físico. Quien te
rodea podrá admirar o despreciar lo que tienes, pero siempre valorará quien tú eres si te
atreves a ser tú mismo.
Mirar por la tarea y no por la persona. Otra forma de vincularse a medias con los
demás consiste en centrarse demasiado en determinadas tareas o actividades a costa de
olvidar que se está rodeado de personas. Por ejemplo, si te enfadas mucho con un amigo
por haber llegado tarde para entrar al cine y eso te hace estar a disgusto con él toda la
velada, ¿por quién estás mirando? ¿Por la tarea (ver un película) o por la persona (tu
amigo)? Si tu intención es compartir un momento con tu amigo, ¿qué más da que sea
138
viendo una película, charlando en una cafetería o paseando por la calle? Si te ha
molestado su tardanza, díselo y pídele que sea puntual la próxima vez. Pero no permitas
que la tarea sea más importante que la persona. Cualquier tarea, sea de trabajo o de ocio,
tiene un valor en la medida que te conecta con alguien o contigo mismo. Por eso, incluso
cuando la tarea la hagas tú solo, no olvides que eres tú quien la lleva a cabo. Mira por ti y
por los demás, no por cómo se lleva a cabo la tarea.
Cuidar a los demás sin dejarse cuidar uno mismo. Hay personas que desde bien
pequeños han aprendido a anteponer las necesidades de los demás a las necesidades
propias. Se relacionan con los demás haciendo de “papá”, “mamá” o “enfermero” de sus
seres queridos y conocidos. Nunca dicen “no” a los demás para no herirles. Tratan de
agradar y cuidar, a pesar de sobrecargarse o de tener que renunciar a sus propias
necesidades. ¿Te sientes así tú? ¿Te ves cuidando de los demás y te resulta difícil pedir
que te cuiden? ¿Sientes que los demás se aprovechan de tus buenas intenciones?
Hacer de maestro. A veces uno intenta ser querido y valorado por lo que sabe y es
capaz de hacer. Esto favorece que se relacione con los demás como un “maestro” y no
como un familiar, un amigo o una pareja. ¿Se queja tu entorno de que les dices lo que
tienen que hacer y cómo lo tienen que hacer? ¿Te sientes poco valorado o querido
cuando no te obedecen o cuando ignoran tus consejos? Si te metes en el papel de
“maestro”, sin darte cuenta, corres el riesgo de que los demás crean que les quitas
libertad y reaccionen groseramente (o llevándote la contra), ante tus bienintencionados
consejos, como una forma de sentirse libres. Por muy experto que seas en un tema o en
la vida de una persona, aprende a esperar que pidan tu ayuda. No permitas que tu ansia
de proteger o enseñar a los demás, les quite la voz o les haga retraerse ante ti. Tu valor
como persona es mayor que cualquier conocimiento o habilidad que puedas tener.
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¿Con qué formas de relacionarte, de las que acabas de leer, te has sentido reflejado?
¿Te aferras sólo a unos pocos y te aíslas del resto? ¿Evitas relacionarte para no ser
rechazado? ¿Te entregas a medias? Vamos a verlo más despacio.
Te proponemos pensar cómo te relacionas con tus familiares, con tus jefes y
compañeros de trabajo/estudios, con tus amistades, con tus vecinos y con desconocidos.
A continuación encontrarás el Inventario 7, donde aparecen algunas formas de
relacionarse que conducen al aislamiento, a la soledad o a las dos cosas. Como ya te
hemos dicho antes, la soledad y el aislamiento contribuyen a que puedas deprimirte o a
que se bloquee tu proceso de recuperación una vez deprimido. Piensa si sueles
relacionarte de las siguientes formas y contesta sí o no.
Sí No
Suelo hablar más de mis defectos y fallos que de mis virtudes y aciertos
140
Doy mucha importancia a los bienes materiales, las posesiones, el aspecto
físico o el estatus (social, económico o intelectual)
Estoy más pendiente de que las cosas se hagan “bien” que de con quién
estoy
¿Qué tiendes a repetir tú, a pesar de que no te haga feliz? ¿Cuánto tiempo llevas
haciéndolo? ¿Cuánto tiempo pretendes seguir haciéndolo?
¿Cómo sueles relacionarte tú con los demás, en especial con tus seres queridos?
¿Cómo suelen relacionarse ellos contigo? ¿Qué suelen esperar de ti? ¿Qué esperas tú de
ellos? ¿Qué suele repetirse, contribuyendo a que tú termines siendo aislado o aislándote
tú mismo?
141
Piensa en cómo te relacionabas tú con tu familia (padres/ madres, hermanos/as,
abuelos/as) y cómo se relacionaban contigo y entre ellos. Piensa también cómo te
relacionabas con tus maestros, con tus compañeros de clase y amigos del vecindario.
Encuentra puntos en común. Te ayudará a entender tu forma habitual de relacionarte y
cómo eso lo llevas a cabo por inercia ahora con tu pareja, tus amistades, tus compañeros
de trabajo, vecinos o jefes, casi sin darte cuenta de ello.
Si la conclusión que sacas es que no te satisfacen tus relaciones con los demás, será
necesario que te plantees qué cambios necesitas incorporar en tu forma habitual de
relacionarte. No se trata de que cambies tu forma de ser ni de que cambies la forma de
ser que tienen los demás. Se trata de encontrar puntos de equilibrio que permitan
satisfacer tus necesidades y las de las personas importantes que te rodean.
A continuación vas a conocer la historia de Luisa, Sandra y Antonio. Los tres tenían
dificultades para relacionarse con los demás, lo que contribuía a su aislamiento y soledad.
Luisa tiene 43 años, es hija única, soltera, y vive con su madre viuda. Siempre se
recuerda como una persona aburrida, apocada, nada atractiva y que nunca ha gustado a
los demás. Desde la infancia, Luisa ha pasado por la vida de puntillas, sin molestar, sin
hacerse visible, callada. Nunca dio el paso de aproximarse a nadie que le interesara.
Antes de que la echaran, directamente no se acercaba. Está tan acostumbrada a sentirse
así, que nunca se ha parado a pensar que esto sea un problema.
Es hija única de un matrimonio cuyo padre murió cuando era pequeña. Su madre no
rehizo su vida con otro hombre, se aferró a ella ante su soledad, y le transmitió la idea de
142
que no necesitaría de nadie en la vida, porque ella se lo daba todo. Le decía que
cualquier otra persona acabaría aprovechándose de ella, haciéndole daño o dejándola en
la estacada. Tampoco le habló nunca bien de su padre y fue creciendo con la idea de que
los hombres son egoístas, poco cariñosos, despreocupados, y que buscaban en las
mujeres unas “criadas” que atiendan sus necesidades. Creció con mucha angustia ante la
idea de salir del mundo de su madre y fiarse de la gente; pero, a la vez, con gran envidia
hacia personas que eran capaces de entablar relaciones.
A veces le viene el recuerdo de una compañera de trabajo, con la que intimó más, que
la animaba a salir y la ayudó a conocer a algunos chicos. Al evocarlo, siente cierta
nostalgia. Es la única vez que tuvo que mentir a su madre porque, pese a temer sus
reproches, tenía más fuerza en su interior el sentirse aceptada e interesar a otros. Sin
embargo, debido a un cambio de ciudad de su amiga, se quedó sola y de nuevo se
replegó en su aislamiento. Hizo alguna otra amistad, pero poco profunda y duradera.
Desde hace tiempo, Luisa no se encuentra bien. Ha pasado épocas en las que se ha
sentido triste, sola, desesperanzada, pensando que era un estorbo, un fracaso… Pero
nunca había pedido ayuda, porque tampoco se le ocurrió pensar que pudiera estar
deprimida.
Hace cinco años, a Luisa le diagnostican una enfermedad degenerativa de los huesos.
Le han dicho que no peligra su vida, pero le ha supuesto aceptar limitaciones y cambios.
No podrá tener hijos, le duele el cuerpo, se nota con menos energía, aún más agotada y
sin ganas de hacer nada. La gente la agobia y siente que no merece la pena el esfuerzo de
estar con los demás. Su aislamiento es cada vez mayor. Teme que su madre muera,
143
imagina su futuro sola, y realmente no cree que nadie la acepte tal y como es. Está
convencida de que su realidad no es muy diferente de sus temores y esto la hace sentir
impotente.
Cuando hace un año murió su madre entró en una profunda depresión. Se dio cuenta
de que estaba tan mal cuando, un día, no se pudo levantar para ir al trabajo, motivo por
el que se asustó y fue a su médico, al que le llamó la atención el gran aislamiento de
Luisa desde hacía años. Le diagnosticó una depresión y prescribió tratamiento
farmacológico. Le aconsejó psicoterapia, para resolver sus graves problemas de relación
con los demás.
¿Te sientes identificada con Luisa? ¿Te han transmitido que tienes que estar alerta
ante los demás porque pueden aprovecharse de ti o hacerte daño? ¿Estás tan
acostumbrado a tu soledad, que no añoras el contacto? Luisa estaba convencida de que
no necesitaba de nadie. ¿Crees que la compañía de algún amigo o una pareja, te ayudaría
en estos momentos? ¿Te gustaría conocer a gente, pero te sientes torpe, que ya se pasó
el momento o que tendrías que aprender a hacerlo?
No le fue fácil a Luisa arriesgarse a iniciar nuevas relaciones, porque no había tenido
ninguna que le hubiese proporcionado bienestar. Con ayuda de su psicoterapeuta, pudo
recordar aspectos positivos de dos relaciones del pasado. Por un lado, su compañera de
trabajo, con la que vivió momentos de diversión, despreocupación, risas y coqueteo con
chicos. Por otro, la relación que mantuvo poco después con un chico, que había
enterrado en lo más profundo de su memoria. Estaba convencida de que evocarla sería
doloroso, y se sorprendió poder hacerlo sin sufrimiento. Se había sentido atractiva,
elegida, interesante para un hombre, incluso había sido capaz de intimar y pasarlo bien.
Rompió ella, sin dar explicaciones. Ahora entiende por qué. Su madre le hizo
comentarios muy negativos sobre él, no le gustaba para ella e incluso la llegó a convencer
de que tenía que desconfiar: quizás sólo buscaba aprovecharse, no construir algo serio
con ella. Pudo hablar de la culpa y de la rabia hacia alguien tan importante como su
madre, a la que nunca se había atrevido a criticar.
144
demás, la animaba. Se abría una ventana con la que ella no contaba.
Sandra es una mujer de 45 años, divorciada, con una hija de 12 años, y trabaja como
arquitecta. Se describe como una mujer tímida y reservada desde niña.
En el colegio, fue una chica reservada, con pocas amigas. Se solían burlar de ella por
su aspecto físico y su forma de vestir. A veces le decían “chicazo”, porque le gustaba
vestir pantalones y jugar al fútbol. Creció sintiéndose rara en casa y rara en el colegio.
Durante sus estudios universitarios, cambió bastante su aspecto. Jamás sería una
“Barbie” como su hermana, pero se volvió mucho más coqueta. Hizo algunas amistades,
conoció a su actual ex marido y se licenció en arquitectura. Pronto encontró trabajo en la
empresa de un amigo de su padre, donde trabaja en la actualidad.
Siempre ha vivido con temor las relaciones sociales. Recuerda que se ponía muy
nerviosa cuando le preguntaban en clase. A veces sentía que se le iba a salir el corazón
por la boca y notaba una intensa sensación de calor. Intentaba pasar desapercibida y
permanecía callada la mayor parte del tiempo. En ocasiones se sentía como si estuviera
desnuda delante de un gran público que la miraba fijamente.
Actualmente no es tan tímida como cuando era niña, pero sí que se muestra muy
reservada. Hace años que no sonríe, que no se divierte. Su mente sólo recuerda
momentos tristes o se preocupa por catástrofes futuras. Apenas sale de casa, salvo
cuando hace alguna actividad con su hija o con alguna amiga soltera. Piensa que no
encaja en ningún sitio. Siempre se ha sentido inferior a los demás y nunca se ha sentido
aceptada. Cree que sus padres siempre han querido más a su hermana mayor, que es
más brillante que ella en todos los aspectos, y que sus amigas siempre se han
aprovechado de su buena voluntad. Desde que se divorció de su marido, tras continuas
infidelidades de él, que ella sospechaba pero no quería admitir, no ha vuelto a tener
ninguna relación con hombres. Piensa que nadie se fijará en alguien tan fea y aburrida
como ella.
Sandra no sólo se sentía sola, estaba sola. Pasaba la mayor parte de su tiempo en
145
casa, haciendo tareas domésticas o cuidando de su hija. De hecho, la tutora de su hija le
llamó la atención porque al estar tan apegadas ellas dos, Nuria, su hija, se sentía
totalmente desprotegida en el colegio y eso le dificultaba hacer amigas. Es como si
Sandra se hubiese ido al otro extremo y tratara de ser la madre cuidadora y protectora
que su madre nunca fue.
En la medida que Sandra empezó a aceptar la posibilidad de ser rechazada, pudo vivir
las relaciones sociales con más tranquilidad. Antes trataba de dar una “buena imagen” o
actuar como los demás esperaban de ella, pero esto era a costa de mucha tensión y de no
ser ella misma.
También observó que en su intento de no ser rechazada, tenía algunas costumbres
que la alejaban de los demás. En primer lugar, solía evitar las invitaciones que le hacían
para salir o quedar. Cuando las aceptaba, intentaba permanecer en un segundo plano y
estaba más pendiente de caer bien que de mantener una conversación y mostrarse como
era ella en realidad. Además, cuando hablaba, tendía a recrearse en sus defectos, sus
fallos y su mala suerte. Cuando sus amistades trataban de hacerle ver sus virtudes y sus
aciertos, ella les quitaba importancia y pensaba que se lo decían para que se sintiera
mejor. Estas costumbres, que intentaban evitar el rechazo, en realidad conseguían lo
contrario. No porque Sandra no fuera una mujer interesante, sino porque se mostraba
escurridiza y desconfiada, algo que solía enojar a sus amistades y a la gente interesada en
conocerla de verdad.
¿Te muestras igual de escurridizo y de desconfiado que Sandra? Tus vivencias pueden
haber sido distintas a las de ella, pero pueden haberte conducido a ser muy sensible al
rechazo y actuar de forma similar. ¿Y si te dieras a conocer de verdad como al final
consiguió ella?
146
Antonio tiene 38 años y es el mayor de tres hermanos. Trabaja como abogado y vive
solo en un apartamento. Está muy bien considerado dentro de su familia y por sus
colegas abogados. Sin embargo, se siente triste desde hace años. Pensaba que mudarse a
su apartamento le animaría pero no fue así, sigue igual de triste y se siente solo.
La única pareja estable que ha tenido fue hace mucho tiempo y duró sólo un año.
Tiene muchos conocidos gracias a su profesión, pero ningún amigo de confianza. A veces
queda con algún colega o algún cliente a comer o tomar una copa, aunque suele pasar los
fines de semana solo, leyendo, viendo la televisión o navegando por Internet. Visita a sus
padres y a sus hermanos de vez en cuando, aunque no se siente mejor con ellos.
A menudo sus hermanos y sus padres le piden consejo sobre problemas diversos; algo
que también suelen hacer sus conocidos. Él les atiende con gusto, aunque a veces se
siente utilizado por ellos o se queja de que sólo lo buscan cuando lo necesitan.
Ha sido muy responsable desde niño. Su madre padecía graves depresiones que la
hacían permanecer en cama durante temporadas. Su padre era muy exigente con él y a
veces pagaba su mal humor con sus hermanos y, sobre todo, con él. De pequeño, trataba
de esforzarse por ser un niño “bueno”. Sacaba sobresalientes en el colegio, ayudaba en
casa y era muy obediente. Sin embargo, no recibía el aprecio de sus padres, quienes a
veces reaccionaban explosivamente a pequeños errores que, como niño que era, cometía.
Estudió derecho para ganarse el aprecio de su padre. Éste siempre había dicho que
quería un hijo abogado o médico. Aunque su padre nunca le reconoció lo orgulloso que
estaba de él, Antonio sabía que su padre alardeaba de hijo con sus amistades. Encontró
pronto trabajo en un bufete y se compró la ropa y el coche caros, que jamás tuvo su
padre. Por entonces, hizo amistad con la secretaria del bufete, a la que solía ayudar y
aconsejar. Empezaron a salir y estuvieron un año juntos, hasta que lo dejó ella sin
muchas explicaciones. Antonio dedicaba muchas horas a su trabajo y se hizo conocido en
su mundillo. Después de mucho meditarlo, se compró un caro apartamento en el centro
147
de su ciudad, al que no se fue a vivir hasta que no estuvo minuciosamente decorado.
Bajo su necesidad de tenerlo todo perfecto, se escondía el temor de verse solo en su
casa.
¿Qué crees que le pasaba a Antonio? ¿Por qué llevaba tantos años triste, a pesar de su
éxito profesional y su estatus social y económico? Se sentía solo. Ya no era el niño
tímido que ansiaba el cariño de sus padres y que se acomplejaba ante sus compañeros de
clase… ¿O sí lo era a pesar de sus 38 años? ¿Qué opinas tú? A los ojos de los demás, era
un hombre adulto, con éxito profesional, con un cuerpo musculado en el gimnasio, que
acumulaba posesiones materiales y que no tenía novia porque estaba centrado en su
trabajo. Pero, ¿cómo crees que se sentía por dentro? Seguía siendo el mismo niño que
buscaba el reconocimiento de los demás, ya no el de su padre, sino el de sus jefes, sus
colegas, sus amigos e, incluso, de los desconocidos. Y pretendía conseguirlo mostrando
su supuesto valor: dinero, sabiduría, éxito y aspecto físico; algo que valoraban los demás
pero que no era suficiente. Faltaba él. No se entregaba en las relaciones.
Pero ¿por qué no conseguía intimar con sus conocidos? ¿Qué le impedía pasar de
tener conocidos a tener amigos y pareja? La forma de relacionarse que aprendió de
pequeño, le dificultaba establecer lazos afectivos con los demás. Solía aconsejar aunque
no le pidieran consejo y, en cambio, no permitía que lo aconsejaran a él. Sus conocidos
se quejaban de que a veces era demasiado “moralista” y “pedante”. Opinaba sobre cómo
debían llevar la vida los demás, pero no permitía que opinaran sobre la suya. Cuando
conocía a alguien, se apresura a mostrar su supuesto valor (material) y esto era visto por
los demás como una ostentación innecesaria. Con las mujeres, solía resultar interesante al
principio, pero, cuando se esperaba de él más afecto, hablar de sus sentimientos o hacer
planes juntos, él se asustaba tanto que ponía distancia, centrándose entonces en el
trabajo o buscándoles defectos.
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149
CAPÍTULOS COMPLEMENTARIOS
150
8
EL BOTIQUÍN MÉDICO
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Los fármacos antidepresivos
En ningún caso te mediques tú mismo o cambies las dosis de los antidepresivos que
estés tomando. Consulta siempre con tu médico o con un psiquiatra. Es importante tener
en cuenta tu edad, el tipo y la gravedad de la depresión que padeces, la presencia de
otros síntomas o enfermedades, y cómo responde tu organismo al tomar el antidepresivo.
En este capítulo vamos a hablarte de cómo se utilizan los fármacos antidepresivos, así
como de sus efectos terapéuticos y secundarios. No vamos a entrar en explicaciones
químicas ni biológicas, ya que no es el objetivo de este libro. Simplemente decirte que
una vez deprimido, tu cuerpo y tu cerebro experimentan una serie de cambios que
repercuten en tu forma de sentir, pensar, comportarte y relacionarte. Los antidepresivos
pueden ayudar a tu recuperación. En unos casos, será suficiente únicamente la toma de
antidepresivos. En otros casos, habrá que combinarlos con psicoterapia o habrá que
seguir únicamente una psicoterapia. Sigue el consejo de un profesional médico o de la
salud mental a la hora de tomar un tratamiento u otro.
152
El uso de fármacos antidepresivos
En este capítulo vamos a hablarte de cómo se usan los fármacos antidepresivos más
utilizados. Son los llamados Inhibidores Selectivos de la Recaptación de la Serotonina
(ISRS). Estos antidepresivos son efectivos, provocan pocos efectos secundarios y no
generan dependencia.
Una vez que ha hecho efecto el antidepresivo, hay que seguir tomándolo, a la misma
dosis a la que ha hecho efecto, de 6 a 12 meses. Si te apresuras en dejar de tomarlo,
puedes tener una recaída. Pasado este tiempo, si has tenido una mejoría significativa y
no has recaído, puedes empezar a reducir la dosis a lo largo de 2 semanas hasta dejar de
tomarlo definitivamente. Igual que la dosis ha de ir subiéndose poco a poco, también hay
que ir bajándola poco a poco. De esta forma tu cuerpo se irá adaptando al fármaco que
entra y al fármaco que sale. Nunca inicies ni abandones bruscamente la toma de
antidepresivos y hazlo siempre con la ayuda de un médico.
153
riesgo de recaída.
Estas indicaciones son recomendaciones generales para los antidepresivos ISRS, que
son los más utilizados. Sin embargo, hay fármacos más antiguos (como los tricíclicos,
tetracíclicos e IMAO) y más modernos (como los antidepresivos duales y otros), que
suelen presentar efectos terapéuticos más rápidos pero con más efectos secundarios.
Consulta con tu médico o psiquiatra y sigue su consejo a la hora de tomar un
antidepresivo en concreto y la manera en la que has de tomarlo.
154
fármacos para otras enfermedades, consumo de alcohol y drogas.
La combinación de los fármacos antidepresivos con la psicoterapia está especialmente
indicada en los siguientes casos:
155
aquellos que pueden afectar al funcionamiento del cuerpo sin desearlo (efectos
secundarios).
Efectos terapéuticos
Efectos secundarios
156
pequeño sacrificio el que tienes que hacer al principio, pero merece la pena si consigues
recuperarte. No obstante, si tras iniciar el tratamiento antidepresivo experimentas intensos
vómitos, dolor de cabeza y vértigo, o algún síntoma extraño o molesto, díselo a tu
médico para que valore el cambio de fármaco.
Temblor o inquietud.
Subidas o bajadas de tensión sanguínea que pueden causar taquicardia o
mareo.
Sequedad de boca, estreñimiento o retención de la orina.
Visión borrosa.
Somnolencia.
Sensación de nausea o vómitos.
Disminución o retraso del deseo sexual, de la excitación o del orgasmo.
Estos efectos secundarios son más frecuentes en los antidepresivos antiguos (los
llamados tricíclicos, tetracíclicos e IMAO). Son menos frecuentes en los antidepresivos
más utilizados en la actualidad (los ISRS) y en las últimas generaciones de antidepresivos
(como los antidepresivos de acción dual). No obstante, cada persona es un mundo. Hay
personas mucho más sensibles a los efectos secundarios y personas que no los presentan.
Además, estos efectos secundarios pueden ser aliviados combinando temporalmente el
antidepresivo con otros fármacos.
En cualquier caso, habla con tu médico sobre las ventajas e inconvenientes de tomar
el fármaco que te propone. Sé tolerante con los efectos secundarios (suelen ser leves y
breves) y sé paciente con los efectos terapéuticos (te ayudarán a recuperarte). Ten
presente que una depresión sin tratamiento puede durar un año. En cambio, un
antidepresivo puede ayudarte a aliviar los síntomas depresivos en tan sólo un mes y a
recuperarte en 3 meses. Aunque no olvides que el fármaco sólo trata de mejorar tus
síntomas para que puedas desenvolverte mejor en tu día a día. Ningún fármaco va a
decidir y actuar por ti. Será necesario hacer algunos cambios en tu vida para facilitar tu
recuperación actual y para evitar recaídas en el futuro. Esperamos que la lectura de los
capítulos anteriores te haya ayudado a tomar conciencia de qué problemas han podido
contribuir a que estés deprimido y qué posibles soluciones podrías poner en marcha. Si
no es así, busca la ayuda de un profesional de la salud mental.
157
9
EL BOTIQUÍN PSICOLÓGICO
158
Otros remedios psicológicos
Si has seguido la lectura de este libro en el orden que aparecen los capítulos, ya
conocerás la enfermedad que padeces, habrás encontrado el foco de tensión que dificulta
tu recuperación y posiblemente hayas puesto en práctica algún cambio en tu vida.
El objetivo de este capítulo es darte algunos consejos generales para que no te quedes
estancado en tu malestar y para que empieces a retomar tu vida dándole un sentido. Los
consejos que encontrarás no tienen que ver con la psicoterapia interpersonal, que es la
forma de psicoterapia que hemos utilizado hasta ahora para ayudarte. Sin embargo, los
incluimos aquí porque pensamos que pueden serte útiles para salir de tu estado de
depresión.
Es importante que aceptes tu enfermedad tal y como es, con sus síntomas físicos y
mentales, que ya te explicamos en el capítulo 2. Pero eso sí, no puedes dejar tu vida
aparcada mientras eso sucede. Un resfriado suele durar una semana. En cambio, una
depresión puede durar meses o incluso años. Por eso no tiene sentido esperar a sentirte
bien para actuar. Nuestro consejo es que actúes ya para conducir o reconducir tu vida, de
manera que ésta pueda ser lo más enriquecedora posible. Nuestra meta no es hacerte
feliz, sino que aprendas a vivir con los momentos de bienestar y malestar que tu vida te
aporte. Te proponemos que tu meta sea VIVIR, enriqueciendo tu vida en el día a día,
mejorando lo que puedas mejorar y aceptando lo que no puedas mejorar. Vamos a
contarte cómo lo hizo Carmen.
Aceptar el malestar. Carmen pasó mucho tiempo peleándose con su depresión. “No
es justo que esté así de amargada”, “no debo estar deprimida”, “tengo que ser feliz”,
“tengo que estar más tranquila”, “tengo que dejar de sufrir”, “tengo que ser más
positiva”, “tengo que hacer más cosas”…, todos estos pensamientos rondaban por su
cabeza. Se daba órdenes para sentirse bien o para pensar de forma más optimista. Pero
159
estas órdenes servían para poco. Su mente deprimida y su cuerpo desvitalizado las
desobedecían continuamente, lo que la desesperaba cada vez más. Hubo un antes y un
después cuando Carmen comenzó a aceptar su malestar tal y como estaba. No tenía
sentido castigarse porque su cuerpo estuviera cansado o porque se acelerara cuando le
daban crisis de ansiedad. Tampoco tenía sentido criticarse por haber aumentado su peso
o por tener disminuido su deseo sexual. Su cuerpo estaba así y por más que lo criticara y
lo juzgara no iba a cambiar su estado.
Lo mismo pasaba con su estado de ánimo. Por mucho que intentara pasárselo bien,
sonreír, disfrutar o tener ilusión, no podía. Las emociones no se pueden forzar. Aparecen
y desaparecen cuando se dan las condiciones apropiadas. Pero cuando se tiene
depresión, el sentimiento predominante es el de malestar o el de anestesia. No tiene
sentido obligarse a estar feliz, como tampoco tiene sentido obligarse a estar triste o
enfadado. Nuestras emociones no tienen la capacidad de obedecernos.
160
de todo lo que su mente pudiera fabricar, fuera eso pesimista u optimista.
Te aconsejamos que hagas lo mismo que Carmen. Deja de pelearte con tu depresión
y deja de atarte a los pensamientos depresivos que acuden a tu cabeza. Sé TÚ. ¿Que
quién eres tú? Pues la persona que está leyendo estas líneas. La persona que tiene sus
cinco sentidos en funcionamiento, que puede ver, escuchar, oler, saber, sentir. La persona
que puede pensar, recordar e imaginar. La persona que puede decidir y actuar según lo
que desea y ve conveniente para sí misma. Esa eres TÚ. Lo demás sólo es una maraña
de pensamientos depresivos que te paraliza.
Vivir en el presente. Hoy y sólo hoy está en tu mano hacer o no hacer. Tu pasado ya
está hecho y fuera de tu alcance. Tu futuro está por hacer, pero fuera de tu alcance
también. Sólo tu presente está en tus manos. Eso no quiere decir que renuncies a tu
pasado o que te despreocupes de tu futuro. Tu pasado es tu pasado, tu historia personal.
Sea triste o alegre es tu historia personal y forma parte de ti. Respétala como tal, aunque
sea dolorosa, porque es tuya, es tu historia. Tu futuro está por construir. Puedes
aventurarlo con temor o con ilusión; pero, en cualquier caso, está por construir.
Cuando te preocupas por algo, puede que tengas la sensación de estar adelantándote
al futuro, de estar controlándolo; pero sólo es una sensación. Tu futuro dependerá en
parte de cómo estés conduciendo tu vida en el presente, de tus actos, y también
dependerá de actos de otras personas y de situaciones que no están ni estarán bajo tu
control. La mejor manera de construir tu futuro no es preocupándote por él, sino
ocupándote de tu presente, dando pasos en la dirección que más te convenga.
Así lo hizo Carmen. De poco le servía dar vueltas sobre su pasado. Su infancia y
adolescencia no fueron fáciles. Su familia había tenido dificultades económicas. Sus
padres discutían continuamente y ella hacía de intermediaria, porque la tensión era
insoportable. En ese contexto recibió más de una bofetada injustamente por defender a
su madre. No pudo estudiar en la universidad por ayudar a sus padres. Había tenido un
aborto y su relación de matrimonio no había resultado ser lo que esperaba.
Recrearse en recordar lo vivido, sólo es útil en la medida que nos ayuda a mejorar el
presente. Aventurarse a adivinar el futuro, sólo es útil si te ayuda a hacer planes y tomar
decisiones en el presente. Durante su depresión, Carmen pasó tiempo cavilando entre sus
recuerdos, lo que la hacía sentir triste, culpable y rabiosa. También pasó tiempo
preocupándose por un futuro que podía imaginar muy real pero del cual no podía tener
garantía. Parecía estar solucionando algo. Sin embargo, lo único que hacía era ponerse
ansiosa. Cuando decidió dejar de rebuscar en el baúl de los recuerdos de su memoria y
dejar de adivinar el futuro en la bola de cristal de su imaginación, pudo abrir los ojos y
centrarse en su presente.
Tenía tres frentes por resolver. El primero era decidir cómo quería orientar su vida
laboral y su maternidad. En segundo lugar, aprender a comunicarse y negociar con su
161
marido para llegar a un acuerdo con él en estas cuestiones. En tercer lugar, necesitaba
delimitar su papel como hija y su papel como esposa, pues la dependencia de sus padres
no favorecía su relación de pareja. Necesitaba aprender a decir “no” a su marido y “no”
a sus padres, al menos en ocasiones. Cuando se centró en su presente, pudo contemplar
estos frentes y ocuparse de ellos, sobre todo porque pudo comenzar a moverse con
sentido.
Moverse con sentido. Carmen sólo había una, pero Carmen podía tomar muchos
papeles, al igual que una actriz puede representar a distintos personajes. Estaba la
Carmen trabajadora, la estudiante, la ociosa, la hogareña, la saludable, la espiritual.
También estaba la Carmen esposa, la hija, la hermana, la amiga, la vecina y, de alguna
forma, la Carmen madre. Muchas Carmenes abandonadas, porque se había encasillado
en dos papeles: el de Carmen hija, que debía complacer a su madre, y el de Carmen
esposa, que debía contentar a su marido. Y ya sabes lo que le pasa a los actores que se
encasillan en un único papel…
Desde que naciste, has recibido mensajes continuos de lo que está bien y lo que está
mal, lo que debes hacer y lo que no. Muchos de esos mensajes siguen activos en tu
mente y constituyen tu sentido del deber. Cuando una acción tuya va en contra de tu
sentido del deber, aparece la culpa, que te hace retroceder. Carmen retrocedió
demasiado. Abandonó sus estudios y adelantó su boda y su maternidad, supuestamente
porque era lo correcto y lo que esperaban de ella los demás. Sin embargo, esto la hacía
sentir vacía. Si se hubiese dejado llevar por sus valores, y no por el deber, probablemente
habría compaginado sus estudios con el trabajo, habría devuelto algunas
responsabilidades a sus padres, habría frenado a su novio para casarse y habría
pospuesto su maternidad. Sin embargo, como hemos insistido anteriormente, el pasado
pasado está y poco sentido tiene darle vueltas.
Antes de deprimirse, Carmen siempre se había movido en la dirección que querían los
demás y que marcaba su sentido del deber; la mayoría de las veces, en contra de sus
deseos. Una vez deprimida, sencillamente renunció a sus deseos y metas personales,
dejándose ir a la deriva.
¿Sabes qué le ayudó a retomar su vida y reconducirla en la forma que ella quería?
Pues comenzar a moverse con sentido, según sus metas personales actuales. Se apuntó a
la universidad a distancia para ir estudiando tranquilamente, sin prisas; para poder
compaginarlo con otras actividades importantes como su trabajo, sus tareas domésticas y
sus paseos con amigas. Tras varias conversaciones con su marido, decidieron posponer el
embarazo pero no la maternidad. Leían juntos libros sobre cómo ser padres y cuidaban
ocasionalmente de sus sobrinos para “practicar”. Consiguió repartir la carga doméstica
con su marido. Poco a poco fue dejando de resolver los problemas de su madre y pasó a
ayudarle para que fuera su propia madre quien resolviera sus propios problemas, lo cual
no fue fácil al principio. También comenzó a quedar más con sus amigas, no porque
162
éstas le insistieran, sino porque ella quería mejorar su vínculo con ellas.
Carmen seguía teniendo algunos síntomas de depresión; sin embargo, estaba viviendo.
Dejó de sobrevivir para pasar a vivir. Conseguía que su vida se fuera enriqueciendo
progresivamente. Cada día se proponía pequeñas metas que pudiera cumplir ese mismo
día y que apuntaban en la dirección que ella había marcado. En la medida que invertía su
tiempo y su esfuerzo en mejorar sus actividades y sus relaciones personales, fue
sintiéndose más plena interiormente. Finalmente, se recuperó de su depresión, y para
entonces, su vida estaba reorientada en la dirección que ella deseaba, lo que a su vez la
hacía tener más defensas para no volver a deprimirse. Carmen pasó de moverse sin
sentido a moverse con sentido. ¿Cómo te estás moviendo tú?
¿Te mueves según tus valores y metas personales? ¿O haces aquello que los demás
esperan de ti o lo que tu sentido del deber te impone? ¿Te estás moviendo con sentido o
simplemente te dejas llevar?
En este apartado hemos querido resaltar cuatro ideas que consideramos básicas para
poder recuperarte de la depresión y que te resumimos a continuación:
2) Una cosa eres TÚ y otra cosa son tus pensamientos. No te creas todo lo que te pasa
por la cabeza.
3) Ocúpate de los problemas que están por resolver en el presente. El pasado y el futuro
no están en tus manos.
En los próximos apartados vamos a proponerte ejercicios para que puedas llevar a la
práctica estas ideas.
163
Concentrarse en el cuerpo y en la respiración. Siéntate en un lugar tranquilo sin
ruidos ni interrupciones. Coloca tu espalda recta en el respaldo. Posa suavemente tus pies
sobre el suelo y tus brazos sobre el apoyabrazos. No cruces las piernas ni los brazos.
Quítate las gafas o las lentillas de contacto. Cierra los ojos y concéntrate en tu cuerpo.
Haz un recorrido mental por todo tu cuerpo, deteniéndote en cada una de sus partes
durante unos 5 segundos. Se trata de prestarle atención, de notarlo. Simplemente notarlo,
sin opinar sobre él ni juzgarlo. Solamente concéntrate en una parte de tu cuerpo, siéntela
y continúa con la siguiente.
Comienza concentrándote en tus manos, tus brazos y tus hombros. El recorrido sigue
por tu nuca, tu cabeza, tu frente, tus ojos, tu nariz y tu boca, bajando por tu garganta.
Sigue por tu pecho y tu estómago. Continúa con tu espalda y tus nalgas. Finalmente, tus
muslos, piernas y pies. Una vez terminado el recorrido por partes, siente tu cuerpo en su
conjunto durante unos segundos.
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No trates de deshacerte de ellos ni te recrees con ellos. Simplemente observa cómo los
pensamientos entran en tu mente y salen de ella, igual que hacías al concentrarte en
cómo el aire entraba y salía de tu cuerpo al respirar.
No juzgues ni critiques los pensamientos que pasan por tu mente. Sólo son
pensamientos. Algunos serán pesimistas y catastróficos; otros serán optimistas y
relajantes; y otros, serán pensamientos absurdos, sin sentimiento. Préstales a todos la
misma atención, notando como aparece un pensamiento en tu mente, permanece un
tiempo, y desaparece de tu mente, dejando paso a otro pensamiento distinto.
¿Alguna vez te has tumbado en el suelo y te has puesto a contemplar cómo pasan las
nubes? ¿O has contemplado un desfile como una procesión de Semana Santa o una
manifestación? Imagina que cada pensamiento es como una nube, un nazareno o un
manifestante. Tú estás ahí, tranquilamente, mientras observas como pasan distintos
pensamientos, uno tras otro. No impides el paso a ninguno ni tampoco lo detienes
cuando trata de marcharse, sencillamente los ves pasar. ¿Qué ocurre si un pensamiento
es doloroso? Lo mismo que si no lo es, tú lo dejas pasar y esperas a que venga otro
pensamiento. No trates de pensar nada en particular. Deja que tu mente coloque el
pensamiento que le venga en gana.
Practica este ejercicio diariamente durante 10 minutos al menos una semana o dos.
Cuando tengas práctica, podrás utilizarlo en momentos en los que tus pensamientos te
depriman especialmente. Y, por supuesto, practícalo una vez al día, aunque no te
atormente ningún pensamiento.
Los ejercicios propuestos son remedios que pueden aliviar tus síntomas depresivos y
te aconsejamos que los pongas en marcha. Sé paciente para notar sus efectos, ya que
requieren práctica y entrenamiento. Mientras los pones en marcha, es importante que
empieces también a moverte con sentido en tu vida. Vamos a ver cómo hacerlo a
continuación.
165
Mediante las relaciones que establecemos con los demás, conseguimos sentirnos
queridos y parte de alguien. Igualmente, mediante las actividades que realizamos,
conseguimos sentirnos útiles y parte de algo. ¿En qué estás invirtiendo tu tiempo y tus
energías? ¿Qué actividades son las que estás llevando a cabo? ¿En qué relaciones
personales te estás implicando ahora mismo? Piénsalo un momento.
Te proponemos hacer un sondeo o una cata de cómo estás invirtiendo tu tiempo y tus
energías. En el Inventario 8 encontrarás un registro donde puedes anotar en qué
actividades inviertes tu tiempo y con quién. Anota durante una semana qué haces y con
quién lo haces a cada hora. Cuando lo tengas anotado, échale un vistazo y toma
conciencia de cómo inviertes tu tiempo y tus energías.
¿Qué actividades y tareas has llevado a cabo? ¿Con qué personas te has implicado y
relacionado? Verlo en conjunto te ayudará a valorar lo que sí tienes y te dará ideas de
cómo podrías invertir mejor tu tiempo y tus energías. Toma una semana para anotarlo
todo en el registro. Obsérvalo después y saca tus propias conclu
siones. También puedes comentarlo con alguien de tu confianza o con un terapeuta. Si
consigues implicarte con las personas y con las actividades que tienes o podrías tener a tu
disposición, será más fácil que vivas en el presente. El presente es lo que puedes
cambiar. Continúa leyendo cuando hayas completado el registro.
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¿Qué conclusiones has sacado tras anotar las actividades realizadas durante una
semana? ¿Qué te falta? ¿Qué te sobra? Plantéatelo un momento y sigue leyendo.
Cuando una persona está deprimida tiende a volverse más pasiva. Realiza menos
actividades y la mayoría de las que realiza le aportan poco. No sería sorprendente que tu
registro estuviera lleno de actividades vacías o de “tiempos muertos” en los que hacías
algo con poco valor para ti. Eso fue lo que le pasó a Carmen.
El tiempo pasaba casi sin sentido para ella. Su marido empezaba a pasar más tiempo
fuera de casa porque le enfadaba verla en ese estado. El teléfono sonaba sin ser
respondido y cuando lo respondía, era para poner la excusa de que no se encontraba bien
ni para salir ni para visitas. A veces salía a rastras a hacer la compra, pero sólo si le era
imposible encomendársela a alguien. La sensación de vacío era cada vez mayor y la
llenaba con pensamientos destructivos y críticas hacia su persona, algo que jamás
permitiría sacarla de su estado depresivo.
167
realidad no hacía nada valioso para él. Sus actividades no tenían un sentido, sólo le
servían para tenerlo distraído de su sufrimiento.
Ni Carmen ni Pepe conducían una vida con sentido después de deprimirse. Carmen
se quedó paralizada. Pepe, en cambio, en un continuo estado de agitación y actividades
de distracción. Sin embargo, los dos tenían algo en común: su tiempo y sus energías se
invertían en actividades vacías, sin sentido. Nosotros te proponemos que hagas algo
distinto, que te muevas con sentido en tu vida. Piénsalo un momento.
¿Qué es importante y valioso para ti? No te pregunto qué te hace sentir bien porque
ya sé la respuesta: “Nada” o “casi nada”. Te pregunto qué tiene valor para ti, qué es
preciado para ti. Quizá te hayas quedado en blanco y no sepas contestar a esta pregunta.
Cuando uno está deprimido parece que nada tiene sentido y todo pierde su valor. Es un
efecto del estado de ánimo deprimido. Por eso, intenta contestar las preguntas de la tabla
Reflexiones 16, que probablemente te ayuden a recordar lo que es valioso para ti:
Piensa en alguien que admires profundamente. ¿Qué hace esa persona que tanto
valoras? ¿En qué te gustaría parecerte?
¿Qué ideas te han venido a la cabeza? Para conducir tu vida con sentido es
importante que tengas en mente cuál es tu escala de valores y principios. Tus valores
funcionarán como direcciones a seguir, que te guiarán a la hora de decidir qué hacer y
con quién. Hay un dicho que reza: “Todos los caminos llevan a Roma”. Si tienes claro
que quieres ir a Roma y marchas en esa dirección, te irás acercando a través de distintos
caminos, porque lo importante es la dirección y no el camino particular que tomes en un
momento dado para llegar a ella.
Hay caminos más largos y más cortos. También hay caminos con más obstáculos o
con menos. Pero si cualquiera de esos caminos te conduce en la dirección deseada, irás
bien. Salvarás, además, los obstáculos que sean necesarios, por complicados que éstos
sean, pues tu compromiso con tus valores prevalecerá sobre tu estado de ánimo.
168
En cambio, si no tienes clara la dirección a seguir, deambularás de aquí para allá. Irás
a la deriva y te detendrá cualquier obstáculo que se te ponga por delante. Más que
acciones o comportamientos determinados (caminos), lo interesante es que te plantees
con qué valores (direcciones a seguir en tu vida) te quieres comprometer. Las acciones
particulares se te irán ocurriendo sobre la marcha, si tienes clara la dirección.
Por ejemplo, para Carmen algo muy valioso era formarse. Su dirección era
“formarse” y para seguirla tenía muchos caminos a su disposición. Podía leer un libro,
hacer un cursillo, navegar por Internet, aprender de una conversación con sus amigas,
estudiar en la universidad a distancia… Todas estas acciones eran caminos que
apuntaban a la misma dirección o valor: “formarse”. Todas estas acciones tenían un
sentido, una dirección. Carmen no las hacía por hacerlas, ni porque los demás lo
esperasen de ella, ni porque fuera su deber. Lo hacía porque, para ella, formarse era algo
que tenía un valor y un sentido. Para seguir esa dirección, daba igual las energías o los
ánimos que tuviera en un momento particular, siempre había algo que se podía hacer
para seguir esa dirección, aunque ese día diera un paso muy pequeño, era un paso.
Cuando te relacionas con alguien importante para ti, te metes en un papel. Aunque
eres siempre el mismo actor o actriz, tus papeles cambian. Así, tienes el papel de familiar,
de pareja, de padre/madre, de amigo, de compañero de trabajo y de vecino. No
confundas el papel que actúas en cada momento con tu propia persona, con el
protagonista. Permite además que los papeles sean flexibles y puedan ajustarse a las
necesidades tuyas y de la persona con la que te relacionas. No hay papeles buenos ni
malos. Tampoco protagonistas buenos ni malos. Se actúa con mayor o menor habilidad a
la hora de desarrollar un papel determinado. Según el papel que actúes y el valor que este
papel tenga para ti, podemos tomar cinco direcciones que guíen tus acciones:
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tío/a, sobrino/a, primo/a, abuelo/a o nieto/a, etc. Para seguir esta dirección, se pueden
tomar mil caminos en el día a día para ayudar a que tus familiares conozcan tus
necesidades y a que tú conozcas las de ellos. La dirección a seguir es que la familia se
convierta en lugar de refugio donde uno se sienta lo suficientemente protegido para
expresarse con libertad, sin sentirse aislado ni asfixiado por ellos.
170
Tu energía y tu tiempo se emplean en llevar a cabo actividades y tareas. Si éstas
apuntan hacia tu salud, en sentido amplio, sentirás que vives de forma más intensa y
llenarás parte de tu vacío interior. Distinguimos seis formas de salud: física, emocional,
laboral, intelectual, espiritual y social.
Mejorar tu salud física. Con independencia de tus energías o ganas, siempre hay algo
que se pueda hacer para mejorar tu salud física. La idea no es obligarte a hacer una
actividad determinada (por ejemplo, apuntarte a un gimnasio), sino elegir una actividad a
tu disposición que apunte en la dirección de mejorar la salud de tu cuerpo. Salir a pasear,
hacer ejercicio moderado, alimentarse equilibradamente, reducir el consumo de tóxicos
(tabaco, alcohol, drogas) o hacerse revisiones médicas apuntan en esa dirección.
También incluiríamos todas las actividades que impliquen el cuidado de tu aspecto físico
como tu aseo, vestuario, maquillaje o productos de belleza. Cualquier acción que mejore
tu cuerpo por dentro y por fuera es válida.
Mejorar tu salud emocional. Con salud emocional nos referimos a todas las
actividades que te ayuden a relajar tu cuerpo, a experimentar emociones agradables y
aceptar las desagradables. Cualquier actividad es válida si consigue este propósito sin
dañar tu cuerpo y sin dañar tus relaciones personales. Actividades deportivas, actividades
relajantes (yoga, respiración abdominal, relajación muscular, masajes…), relaciones
sexuales, aficiones (jardinería, cocina, literatura, baile...), actividades de entretenimiento
(cine, teatro, música, lectura, pasatiempos....) apuntan en esta dirección.
Mejorar tu salud espiritual. Todas las personas, incluso los ateos más radicales,
tienen una parte espiritual que necesita desarrollarse mediante la religión y/o la filosofía.
Cualquier religión o filosofía que te ayude a encontrar una paz interior y que dé un
sentido a tu existencia, apunta en esta dirección. Ahora bien, desarrollar tu yo espiritual
no significa que sigas al pie de la letra lo que una doctrina religiosa o filosófica imponga.
Eso te haría sentir más vacío aún. Quédate con la parte de esa doctrina que tiene un
171
sentido para ti y que no entra en colisión con otros valores igual de importantes o más
importantes para ti. Algunos grupos religiosos fomentan más el vacío y la culpa que la
paz interior.
¿Qué direcciones has decidido tomar en tu vida? ¿En qué relaciones personales y en
qué actividades has decidido implicarte? En el Inventario 9 tienes un resumen. Puntúa de
0 a 10 en la primera columna (valor) el valor que tiene para ti cada una de estas
direcciones, indicando el 0 que no tiene ningún valor para ti y el 10 que tiene un valor
máximo.
Valor Diana
0-10 0-10
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M ejorar tu salud física
Para poder implicarte realmente con una o varias direcciones en tu vida, estas
direcciones tienen que ser marcadas y elegidas por ti. A veces no elegimos nosotros, sino
que eligen los demás en nuestro lugar. Desde tu infancia, has escuchado multitud de
mensajes sobre lo que está bien o mal, lo que es correcto o incorrecto, lo que es justo o
injusto. Todos esos mensajes están en tu memoria y forman lo que llamamos el sentido
del deber. Cuando crees traicionarlo, sientes ansiedad, vergüenza o culpa. Otras veces
esos mensajes están fuera, en tu entorno social, familiar o laboral, e igualmente te
influyen, haciéndote sentir mal, cuando no los sigues. Te proponemos hacer un ejercicio.
Observa la dirección que has marcado como más valiosa para ti y responde a las
siguientes preguntas:
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deberías hacer, y no tanto por lo que realmente tiene sentido para ti.
Revisa de nuevo el valor que le has asignado teniendo esto en cuenta. Después, sigue
las direcciones que realmente tienen sentido para ti. Y hazlo a través de caminos que te
dirijan hacia ella, que te permitan dar en la diana ¿Qué acciones determinadas podrías
llevar a cabo para dar en la diana y seguir tu dirección elegida? Ponte pequeñas metas
diarias que apunten en la dirección elegida. Por ejemplo, si has elegido “mejorar tu
relación de pareja” como dirección, puedes tomar diversos caminos. Puedes dar una
sorpresa agradable a tu pareja, puedes decirle algo que no te guste de su comportamiento
y proponerle una alternativa para que lo cambie, puedes expresarle tu gratitud por algo
agradable que te haya hecho, puedes consentirlo y mimarlo, puedes aceptar sus
diferencias de opinión, puedes ponerte de acuerdo con él/ella para que vuestros hijos no
os manipulen y se salgan con la suya… Todas estas acciones apuntan en esa dirección y
dan en la diana, porque permiten que la relación de pareja mejore, se haga más fuerte.
En el Inventario 10 tienes un registro que te puede ayudar a planificar esas acciones
orientadas en una dirección vital para ti. Te incluimos un ejemplo.
Si tienes clara tu escala de valores y las direcciones que quieres seguir en tu vida, es
necesario que te comprometas a seguirlas con acciones diarias. Implicarse de verdad
significa elegir orientarte en una dirección determinada, a pesar de los obstáculos que
surjan.
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Si te desvías, no te martirices. Vuelve a orientarte en la dirección que has elegido. A
veces los caminos son más largos, pero van en la misma dirección. Para cuando te
recuperes de tu depresión, no sólo habrás retomado tu vida, sino que la habrás
reconducido o reorientado en direcciones más valiosas para ti. Conseguirás que tu vida
sea más enriquecedora.
Este libro se terminó de imprimir en los talleres de RGM, S.A., en Urduliz, el 5 de octubre de 2010.
175
176
177
Índice
Portadilla 1 2
Portadilla 2 3
Créditos 4
NOTA DE LOS AUTORES 5
AGRADECIMIENTOS 7
PRÓLOGO 9
1 11
2 24
3 40
4 51
5 74
6 108
7 130
CAPÍTULOS COMPLEMENTARIOS 150
8 151
9 158
Contraportada 177
178