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Alexander Hamilton, 1791

Extractos del Informe sobre las manufacturas que Alexander Hamilton presentó al
Congreso estadounidense el 5 de diciembre de 1791. Su primera traducción al
español se publicó en la revista Benengeli, volumen 3, número 2, del segundo
trimestre de 1988.

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Al Presidente de la Cámara de Representantes:

El Secretario de Hacienda, en cumplimiento del mandato del 15 de enero de 1790 de


esa Cámara de Representantes, ha dedicado su atención, en tan corto plazo como
sus demás obligaciones se lo permitían, al asunto de las manufacturas; y
particularmente a los medios para fomentar las que tiendan a tornar a los Estados
Unidos independientes de otras naciones en su abastecimiento militar y de bienes
esenciales. Y así, respetuosamente presenta el siguiente informe.

La conveniencia de alentar las manufacturas en los Estados Unidos, que no ha mucho


se consideraba muy cuestionable, parece ahora reconocerse bastante generalmente.
Los obstáculos que dificultan el progreso de nuestro comercio exterior han llevado a
serias reflexiones sobre la necesidad de ampliar la esfera de nuestro comercio
interno: las reglas restrictivas que en los mercados extranjeros coartan la venta del
creciente excedente de nuestros productos agrícolas, dan lugar al franco deseo de
ampliar la demanda interna de ese excedente. Y el completo éxito del que ha gozado
la empresa manufacturera en ciertas ramas valiosas, conjurado con los síntomas
promisorios que muestran esfuerzos menos maduros en otras, justifican la esperanza
de que los obstáculos al crecimiento de esta clase de industria son menos
formidables de lo que se temía; y de que en su ulterior crecimiento pueden hallarse
sin dificultad plena compensación por cualquier desventaja que hoy presente o pueda
presentar, así como un aumento de los recursos favorables a la independencia y a la
seguridad nacional.

Sin embargo, aún existen respetables personeros de opiniones adversas al fomento


de las manufacturas. Los siguientes son, en lo sustancial, los argumentos con los que
defienden tales opiniones...

"Empeñarse, con apoyo extraordinario del gobierno, en acelerar el crecimiento de las


manufacturas, es empeñarse, de hecho, en desviar forzosa y artificialmente la
corriente natural de la actividad humana, de un canal más a otro menos benéfico.
Todo lo que tenga tal tendencia necesariamente será imprudente. En verdad que
difícilmente será jamás prudente que un gobierno intente fijarle rumbo a la industria
de sus ciudadanos. Esta, si se le deja en libertad, bajo la vigilante dirección del
interés privado, infaliblemente encontrará su propio camino hacia su empleo más
rentable; y es mediante ese empleo que se fomentará más eficazmente la
prosperidad pública. Por lo tanto, dejar en paz a la industria es, en casi todos los
casos, la política más adecuada, así como la más sencilla"...

"Si, contra el curso natural de las cosas, puede darse un florecimiento prematuro a
ciertas manufacturas, mediante fuertes aranceles, prohibiciones e incentivos, o
mediante otros recursos artificiales, ello sería sacrificar los intereses de toda la
comunidad a los de ciertas clases. Además de emplear mal la mano de obra, se
daría un virtual monopolio a las personas ocupadas en tales manufacturas, y el alza
de precios —consecuencia inevitable de todo monopolio— tendría que sufragarse a
expensas de las otras partes de la sociedad. Fuera muy preferible que tales
personas se dedicaran al cultivo de la tierra y que, a cambio de sus productos,
obtuviésemos las mercancías que los extranjeros pueden abastecernos más
perfectas y favorablemente"...

Para tener una idea precisa de cuán susceptible de esta imputación puede
considerarse lo antes expuesto, es necesario atender cuidadosamente a las
consideraciones que hablan a favor de las manufacturas y que parecen recomendar
su especial y positivo fomento, en ciertos casos y dentro de ciertas limitantes
razonables... También creemos poder mostrar que la conveniencia de tal fomento es
recomendada por los más poderosos y convincentes motivos de seguridad nacional...

III. "Que el producto anual de la tierra y del trabajo de un país sólo puede
aumentarse de dos maneras: mediante alguna mejora de las capacidades
productivas del trabajo útil, o mediante un aumento de la cantidad de dicho trabajo.
Que, en cuanto a lo primero, siendo el trabajo de los artífices capaz de una mayor
subdivisión y simplicidad operativa que el de los agricultores, es susceptible, en un

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grado proporcionalmente mayor, de perfeccionar sus capacidades productivas, sea


mediante el aumento de su destreza, o mediante la introducción de máquinas
ingeniosas; por lo cual, el trabajo empleado en el cultivo de la tierra, no puede
pretender superioridad alguna sobre el empleado en las manufacturas. Que,
respecto al aumento de la cantidad de trabajo útil, éste, salvo en circunstancias
extraordinarias, depende esencialmente del aumento del capital, que a su vez
depende del ahorro derivado de las ganancias de quienes aportan o manejan aquello
que en cualquier momento se emplea, ya sea en la agricultura, las manufacturas o en
cualquier otra rama".

Pero si bien se ha negado y refutado la supuesta productividad exclusiva del trabajo


agrícola, la superioridad de esa producción se concede sin titubeos. Dado que esta
concesión es de importancia considerable, como máxima de la administración
pública, las bases en que se sustenta merecen examinarse atenta y
particularmente...

Ahora procede avanzar un paso más, y enumerar las circunstancias principales de


las que puede inferirse que los establecimientos manufactureros no sólo aumentan
positivamente el producto y el ingreso de la sociedad, sino que contribuyen
esencialmente a que éstos sean mayores de lo que serían sin tales establecimientos.
Estas circunstancias son:

1. La división del trabajo.

2. La extensión del uso de maquinaria.

3. Más empleo para las clases de la comunidad que ordinariamente no se dedican al


negocio.

4. El fomento de la inmigración de otros países.

5. Darle más cabida a la diversidad de talentos e inclinaciones que distinguen a unos


hombres de otros.

6. Abrirle un campo más amplio y variado a la empresa.

7. Asegurar, y en algunos casos crear, una demanda más cierta y regular del
excedente del fruto de la tierra.

Cada una de estas circunstancias tiene considerable influencia en el volumen total de


trabajo industrioso de la comunidad. Juntas, le añaden un grado de energía y efecto
que no se conciben fácilmente. Algunos comentarios sobre cada una de ellas, en el
orden en que se han enumerado, quizá sirvan para explicar su importancia.

I. Respecto a la división del trabajo

Con razón se ha observado que difícilmente existe algo más importante para la
economía de una nación que una adecuada división del trabajo. La separación de las
ocupaciones hace que se realice cada una con perfección mucho mayor de lo que
sería posible lograr combinándolas. Esto se debe principalmente a tres
circunstancias.

Primero. La mayor habilidad y destreza que naturalmente resultan de dedicarse


constante y exclusivamente a un solo objeto. Es evidente que estas propiedades han
de aumentar en la medida en que se separen y simplifiquen los objetos, y de la
constancia de la atención que se dedique a cada uno de ellos; y deben disminuir en
proporción a la complejidad de los objetos, y al número de ellos entre los que se
divide la atención.

Segundo. El ahorro de tiempo que se logra evitando la frecuente transición de una


operación a otra de naturaleza diferente. Esto depende de varias circunstancias: la
transición misma; el ordenamiento de las herramientas, máquinas y materiales
empleados en la operación que se abandona; los pasos preparatorios para el inicio
de la nueva; la interrupción del impulso adquirido por la mente del trabajador al
dedicarse a una operación particular; las distracciones, dudas y titubeos que implica

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el paso de una actividad a otra.

Tercero. El aumento del uso de la maquinaria. Un hombre ocupado en un objeto


único, lo dominará mejor, y le será más natural ejercer su imaginación para inventar
métodos que faciliten y abrevien su trabajo, que si se mantuviera perplejo por una
variedad de operaciones independientes y distintas. Además de esto, el artista que
se dedica a la fabricación de máquinas, que en muchos casos constituye en sí misma
un oficio definido, tiene todas las ventajas que se han enumerado para el
mejoramiento de su arte particular; y así, por partida doble, aumentan la invención y
las aplicaciones de la maquinaria.

Y por todas estas causas juntas, la mera separación de la actividad del cultivador de
la del artífice tiene el efecto de aumentar las capacidades productivas del trabajo y,
con ellas, la masa total del producto o ingreso de una nación. Desde esta
perspectiva, queda clara la utilidad de los artífices o manufactureros para fomentar el
aumento de la industria productiva.

II. En cuanto al aumento del uso de la maquinaria

En cuanto al aumento del uso de la maquinaria, hay un punto que, aunque ya se


anticipó en parte, debe ubicarse en uno o dos contextos más.

El empleo de la maquinaria es un factor de gran importancia en el volumen general


de industria de la nación. Es una fuerza artificial introducida en auxilio de la fuerza
natural del hombre; y, para todos los efectos del trabajo, es un aumento de la fuerza
y la mano de obra, libre, además, del costo de manutención del trabajador. ¿No
puede, pues, inferirse, que aquellas ocupaciones que dan mayor alcance al empleo
de este auxilio son las que más contribuyen al acopio general del esfuerzo industrioso
y, en consecuencia, al producto general de la industria?

Se supondrá —y la veracidad del argumento se remite a observación— que las


actividades manufactureras son susceptibles en mayor grado que las agrícolas a la
aplicación de maquinaria. En tal caso pierde toda ventaja una comunidad que, en vez
de manufacturar para sí misma, importa de otros países aquello de que necesita
abastecerse. El sustituir las manufacturas propias por extranjeras es transferir al
extranjero las ventajas derivadas del empleo de la maquinaria, en las formas en que
ésta puede emplearse con máxima utilidad y a mayor escala...

VI. Respecto a la apertura de un campo más amplio y variado


para la empresa

También esto tiene mayor consecuencia en el conjunto de la actividad nacional de lo


que pudiese suponerse, quizá, de un vistazo superficial, y tiene efectos no muy
distintos que los de la circunstancia antes mencionada. Nutrir y estimular la actividad
de la mente humana, multiplicando los objetos de su iniciativa, no es de los recursos
menos considerables para aumentar la riqueza de una nación. Aun cosas que en sí
mismas no son positivamente ventajosas, a veces pueden serlo por su tendencia a
estimular un esfuerzo. Con cada nueva actividad que se presenta a la agitación y
esfuerzo de la inquieta naturaleza humana, se suma una nueva energía al cúmulo
general de esfuerzos.

El espíritu de empresa, con todo lo útil y prolífico que es, necesariamente ha de


contraerse o expandirse en la medida de la simplicidad o diversidad de las
ocupaciones y oficios que se puedan encontrar en una sociedad. Será menor en una
nación de meros labradores que en una de labradores y comerciantes; y menor en
ésta que en una de labradores, artífices y comerciantes.

VII. Respecto a la creación, en algunos casos, de una nueva


demanda y la estabilización de la ya existente, para el excedente
de los frutos de la tierra

De las que hemos enumerado, ésta es una de las circunstancias más importantes.
Es uno de los principales medios por los que el establecimiento de las manufacturas

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contribuye a aumentar el producto o ingreso de un país, y guarda relación directa e


inmediata con la prosperidad de la agricultura.

Es evidente que el trabajo del agricultor será estable o fluctuante, vigoroso o débil,
según lo estables o inestables, adecuados o inadecuados que sean los mercados de
los que depende para vender el excedente de su trabajo; y que tal excedente por lo
regular será mayor o menor en la misma proporción.

Para dicha venta, el mercado interno es muy preferible al externo, porque lo natural
es que sea mucho más seguro.

Un objetivo primordial en la política de las naciones es poder abastecerse con el fruto


de sus propias tierras; y las naciones manufactureras, en tanto las circunstancias lo
permitan, procuran obtener de la misma fuente las materias primas que necesitan
para sus fábricas. En ocasiones, impelido por el espíritu de monopolio, este afán se
lleva a extremos insensatos. Parece no siempre recordarse que las naciones que no
cuentan con minas ni manufacturas, sólo pueden obtener los artículos
manufacturados que requieren a cambio de los productos de su suelo; y que si las
naciones que mejor pudieran surtirlas de tales artículos no están dispuestas a dar el
debido curso a ese intercambio, aquéllas, por necesidad, harán cuanto les fuere
posible por manufacturar lo propio, cuyo efecto es que las naciones manufactureras
coartan las ventajas naturales de su situación, por su empeño en no permitir que las
naciones agrícolas gocen de las suyas, sacrificando los intereses de un intercurso
mutuamente beneficioso a la vana pretensión de vender todo y no comprar nada.

Pero también es consecuencia de la política ya mencionada, el que la demanda


externa para los productos de los países agrícolas es, en gran medida, más casual y
ocasional que segura o constante. Hasta qué punto dicha política ha sido la causa de
perjudiciales interrupciones de la demanda de algunos importantes productos de los
Estados Unidos, es algo que dejamos al juicio de quienes realizan el comercio del
país; pero sí puede decirse que tales interrupciones se sienten a veces en forma
muy inconveniente, y que no son poco frecuentes los casos en que los mercados se
contraen y restringen a tal punto que la demanda resulta muy desigual a la oferta.

Así mismo, independientemente de los obstáculos artificiales que crea la política en


cuestión, existen causas naturales que tienden a restarle fiabilidad a la demanda
foránea de productos agrícolas. Las variaciones del clima en las naciones
consumidoras causan en distintos años grandes diferencias en la producción de su
propio suelo; y, por consiguiente, en el grado de necesidad de suministros externos.
Las cosechas abundantes en éstas, especialmente si al mismo tiempo ocurren
cosechas similares en los países abastecedores, causan, por supuesto, la saturación
de los mercados.

Considerando cuánto y cuán rápido aumentará el producto excedente de la tierra con


el progreso de las nuevas colonias en los Estados Unidos, y sopesando seriamente
la tendencia del sistema comercial que predomina en la mayoría de las naciones de
Europa, sin importar cuánto se confíe en ciertas circunstancias naturales para
contrarrestar los efectos de una política artificial, existen fuertes razones para tener
por muy incierta la demanda externa de ese excedente, y para buscar sustituirla
mediante la ampliación del mercado interno.

Para crear tal mercado interno, no hay otro recurso que promover los
establecimientos manufactureros. Los manufactureros, que constituyen la clase más
numerosa fuera de los labradores, son por ello los principales consumidores del
excedente del trabajo de éstos.

Esta idea de crear un extenso mercado interno para el producto excedente del suelo,
es de primordial importancia. Es el factor que más efectivamente conduce al
florecimiento de la agricultura. Si las manufacturas tuviesen el efecto de atraer una
parte de la mano de obra que de otra manera estaría dedicada a la agricultura,
posiblemente puedan hacer que se reduzca la cantidad de tierras bajo cultivo; pero
también es cierto que, por su tendencia a generar una demanda más estable para el
producto excedente del suelo, al mismo tiempo causarían que se mejorasen las
tierras bajo cultivo y aumentase su productividad. Y mientras que, por su influencia,
mejoraría la situación particular de cada granjero, probablemente aumentaría el

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monto total de la producción agrícola, pues ello evidentemente depende del grado de
mejoramiento tanto o más que del número de acres bajo cultivo.

Amerita mención especial el hecho de que la multiplicación de las manufacturas no


sólo genera un mercado para los artículos que se acostumbra producir
abundantemente en un país, sino que también genera demanda de otros que o no se
conocían o no se producían en grandes cantidades. Tanto las entrañas como la
superficie de la tierra empiezan a ser escudriñadas, en búsqueda de elementos
antes despreciados. Adquieren utilidad y valor animales, plantas y minerales nunca
antes explorados.

Las consideraciones que llevamos dichas bastan para establecer las siguientes
proposiciones generales: que es del interés de las naciones diversificar las
ocupaciones industriosas de los individuos que las componen; que con el
establecimiento de manufacturas se pretende no sólo aumentar la cantidad total de
trabajo útil y productivo, sino aun mejorar la situación de la agricultura en particular,
impulsando, por cierto, los intereses de quienes la practican. Hay otras perspectivas
de este tema, que se considerarán más adelante, y pensamos servirán para
confirmar estas inferencias...

La inversión de capital en la industria

La supuesta falta de capital para el desarrollo de las manufacturas en los Estados


Unidos es la más indefinida de las objeciones que comúnmente se le hacen.

Es muy difícil definir algo preciso respecto al verdadero monto del capital monetario
de un país, y aún más respecto a la proporción que guarda con los objetos en que
puede invertirse. No es menos difícil definir en qué medida el efecto de una
determinada cantidad de dinero, empleado como capital —o, en otras palabras,
como medio para poner en circulación la industria y la propiedad de una nación—,
puede aumentar por la circunstancia misma del movimiento adicional que le dan los
nuevos objetos en que se emplea. No fuera impropio representar tal efecto,
semejante al impulso de un cuerpo descendente, como una razón compuesta de
masa y velocidad. Parece seguro que una cantidad dada de dinero, en una situación
en que se sintieran poco los arranques de la actividad comercial, resultaría
inadecuada para poner en movimiento la misma cantidad de industria y propiedad
que movilizaría en una situación en que se sintiera plenamente la influencia de esa
actividad.

No es obvio por qué no habría de hacerse al comercio exterior la misma objeción que
a las manufacturas, pues es evidente que nuestras inmensas extensiones de
territorio, tanto las ocupadas como las vacantes, podrían emplear mucho más capital
que el que hoy se invierte en ellas. Es cierto que los Estados Unidos ofrecen amplias
oportunidades para el empleo ventajoso del capital; pero no se desprende que no
puedan encontrarse, de un modo u otro, fondos suficientes para desarrollar con buen
éxito cualquier clase de industria que posiblemente demuestre ser benéfica de veras.

Las consideraciones que siguen son de tal naturaleza que disipan cualquier inquietud
en lo tocante a la falta de capital.

La introducción de bancos, como se ha mostrado en otra ocasión, tiene una


poderosa tendencia a extender el capital activo de un país. La experiencia de la
utilidad de tales instituciones las está multiplicando en los Estados Unidos. Es
probable que se establecerán dondequiera que puedan existir venturosamente, y
dondequiera que pueda apoyárseles, si se administran con prudencia, añadirán
nuevas energías a todas las operaciones pecuniarias.

Hay amplio margen para tener en cuenta el auxilio de capital extranjero. Hace mucho
se ha comprobado su utilidad en nuestro comercio exterior, y empieza a sentirse en
otros campos. No sólo nuestros propios capitales sino también nuestra agricultura y
otras mejoras internas se han visto animados por él. En algunos casos se ha
extendido incluso a nuestras manufacturas.

Es un hecho bien conocido que algunas partes de Europa cuentan con más capital
que objetos rentables en qué invertirlo internamente. De ahí, entre otros motivos, los

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grandes préstamos que constantemente se hacen a otros países. Y es igual de


cierto que los capitales de otras partes del mundo pueden encontrar utilización más
rentable en los Estados Unidos que en su lugar de origen. Y pese a haber razones
de peso para preferir el empleo del capital nacionalmente, aun a menor ganancia,
que invertirlo en el extranjero aunque con mayores ganancias, no obstante, esas
razones son vencidas ya sea por una deficiencia de empleo o por una diferencia muy
considerable en las ganancias. Estas dos causas se conjugan para producir una
transferencia de capital extranjero a los Estados Unidos. En varios campos este país
ofrece ventajas que difícilmente igualarán otros; y debido a las impresiones cada vez
más favorables que se tienen de nuestro gobierno, tales ventajas serán más y más
fuertes. Estas impresiones devendrán una rica veta de prosperidad para el país, si
son consolidadas y fortalecidas por el progreso en nuestros asuntos. Y para
asegurar este beneficio, se requiere poco más que fomentar la industria y cultivar el
orden y la tranquilidad, nacionalmente y en el exterior.

No es imposible que pueda haber personas inclinadas a ver con recelo la introducción
de capital extranjero, como si fuera un instrumento para privar a nuestros propios
ciudadanos de las ganancias de nuestra propia industria. Posiblemente nunca pueda
haber recelo menos razonable. Antes que verlo como rival, debiera considerársele un
valiosísimo auxiliar, llevadero a poner en movimiento una mayor cantidad de trabajo
productivo y una mayor proporción de industria útil de lo que pudiere existir sin él. Es
evidente, mínimamente, que en un país con la situación de los Estados Unidos, con
una reserva infinita de recursos por aprovechar, cada centavo de capital extranjero
que se invierta en mejoras internas y en establecimientos industriosos de carácter
permanente, constituye una adquisición valiosa.

Y cualesquiera que hayan sido los objetos que originalmente atrajeron el capital
extranjero, una vez introducido puede dirigirse a cualquier empresa benéfica que se
desee. Y para retenerlo entre nosotros, no puede haber nada tan efectivo como
ampliar la esfera en que puede dársele empleo útil. Aunque originalmente atraído con
miras puramente especulativas, puede luego convertirse en sirviente de los intereses
de la agricultura, el comercio y las manufacturas.

Pero la atracción de capital extranjero al fin directo de las manufacturas no debe


tenerse por ilusión quimérica. Ya hay ejemplos de ello, como se ha señalado aparte;
y estos ejemplos, si se cultiva el gusto por ellos, difícilmente dejarán de multiplicarse.
Hay también ejemplos de otro tipo, que refuerzan tal expectativa. Las obras
destinadas a mejorar las comunicaciones públicas, abriendo canales, quitando las
obstrucciones de los ríos y erigiendo puentes, han recibido ayuda muy sustancial de
la misma fuente.

Cuando el capitalista manufacturero de Europa conozca las muchas e importantes


ventajas que se han sugerido en el curso de este informe, no podrá sino percatarse
de los tremendos móviles que tiene para trasladar su persona y su capital a los
Estados Unidos. Entre las reflexiones que debe sugerirle una muy interesante
peculiaridad de la situación, no escapará a su observación la ponderable
circunstancia de que la población y el progreso continuos de los Estados Unidos
aseguran una demanda interna cada vez mayor para los artículos que producirá, que
no será afectada por percances ni vicisitudes en el exterior.

Pero aunque hay razones lo bastante fuertes para ameritar una confianza
considerable en la ayuda del capital externo para el logro de nuestras metas, es
satisfactorio tener buenas bases para estar seguros de que hay recursos internos
suficientes en sí mismos para alcanzarlas. Sucede que existe actualmente en los
Estados Unidos un tipo especial de capital, capaz de aliviar cualquier inquietud
respecto a esta carencia: la deuda consolidada.

El efecto de la deuda consolidada, en tanto especie de capital, se ha observado en


otra ocasión; pero el énfasis que aquí se hace en este punto amerita que se le dé
elucidación más particular; esto, pues, se procurará.

Los bonos públicos sirven como capital, por la estima de que usualmente gozan entre
gente adinerada; y, consecuentemente, por la facilidad y rapidez con que pueden
convertirse en dinero. Esta capacidad de pronta convertibilidad en moneda hace que
una transferencia de bonos sea equivalente en muchos casos al pago en metálico. Y

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cuando sucede que la parte que recibe no está dispuesta a aceptar en pago una
transferencia de bonos, el que paga nunca se verá en aprietos para encontrar un
comprador que le suministre, a cambio de sus bonos, el metálico que necesita. En
consecuencia, en condiciones de estabilidad y entereza de los bonos públicos, el
poseedor de cierta suma de ellos podrá realizar cualquier negocio, con la misma
confianza que si poseyera una suma igual en metálico.

La función de los bonos públicos en tanto capital es demasiado obvia para negarse;
pero a la idea de que se trata de un aumento del capital de la comunidad, se objeta
que ellos ocasionan la destrucción de una cantidad equivalente de algún otro capital.
El único capital que puede suponerse que destruyen consiste en la cantidad anual de
fondos públicos empleados en el pago de intereses y la gradual amortización del
principal de la deuda pública; es decir, la cantidad de moneda que se emplea en
circular los bonos o, en otras palabras, en realizar los cambios de manos por los que
pasan.

Pero la apreciación real y precisa de esta cuestión parece ser la siguiente.

Primero. En cuanto a la porción anual del erario público empleado en el pago de


intereses y amortización del principal.

Ya que una proporción definida tiende a dar perspicuidad al razonamiento,


supóngase que el fisco anual a aplicarse, correspondiente a la conversión en bonos
de los Estados Unidos al seis por ciento de interés, guarda una relación de ocho a
cien; esto es, en primera instancia, seis a cuenta de los intereses y dos a cuenta del
capital.

Hasta aquí es evidente que la proporción entre capital destruido y capital creado no
sería mayor que de ocho a cien. Es decir, de la masa total de capitales varios se
extraería una suma de ocho dólares para pagarle al acreedor del gobierno; mientras
que éste poseería una suma de cien dólares, disponible para su aplicación en
cualquier propósito o empresa que le parezca idónea. He aquí, pues, que el aumento
del capital, o la diferencia entre el que se produce y el que se destruye, equivaldría a
noventa y dos dólares. A esta conclusión pudiera objetarse que cada año se
extraería la suma de ocho dólares, hasta que se extinguieran los cien dólares
completos; y pudiera inferirse que a la larga se destruirá tanto capital como el que se
creó inicialmente.

Pero aún así es cierto que en todo el intervalo que va desde la creación del capital
de cien dólares y su reducción a una suma no mayor que el ingreso anual aplicado a
su amortización, habrá un capital activo mayor al que habría de no haberse contraído
la deuda. La suma extraída de otros capitales en un año dado nunca será mayor a
ocho dólares; pero en todo momento habrá en manos de alguien una suma
correspondiente a la porción impaga del principal, empleada o disponible para
emplearse en alguna empresa productiva. Por consiguiente siempre habrá más
capital disponible para su empleo que el que se extraiga de dicho empleo.

Se ha dicho que el excedente en el primer año sería de noventa y dos dólares; todos
los años disminuiría, pero siempre quedaría un excedente, hasta que el capital
adeudado se redujera al equivalente del pago anual, que, en el caso que hemos
escogido como ejemplo, equivale a ocho dólares. La realidad de este excedente se
hace más palpable si suponemos que, como sucede con frecuencia, que un
ciudadano de otro país importa a los Estados Unidos cien dólares para comprar un
monto equivalente de deuda pública. Hay aquí un aumento de la masa de dinero
circulante, en la cantidad de cien dólares. Supongamos que a fin de año el extranjero
se cobre ocho dólares, a cuenta de su capital y sus intereses; de todas formas deja
en circulación noventa y dos dólares de su depósito original, y en la misma forma, al
final del segundo año, deja ochenta y cuatro, cobrando de nuevo su anualidad de
ocho dólares; y así sucesivamente. El capital que deja en circulación disminuye cada
año y se aproxima al nivel de la anualidad cobrada. En últimas existen, sin embargo,
algunas diferencias en cuanto a la administración de la parte de la deuda comprada
por extranjeros y la que permanece en manos de nacionales. Pero el efecto general
en ambos casos, aunque en grados diferentes, es aumentar el capital activo del país.

Hasta aquí nuestro razonamiento ha admitido el supuesto de que se destruye parte

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de algún otro capital, en un monto equivalente a la anualidad extraída para el pago


de los intereses y la amortización del capital adeudado, pero aun eso es admitir
demasiado. Cuando mucho, lo que ocurre es que hay una transferencia temporal de
algún otro capital, igual a la anualidad, de quienes lo pagan al acreedor que lo recibe,
quien a su vez lo devuelve a la circulación, con lo que reanuda su función de capital.
Esto lo hace ya sea en forma inmediata, empleando el dinero en alguna rama de la
actividad productiva, o en forma mediata, prestándolo a alguna otra persona, quien a
su vez lo hace ya sea invirtiendo o gastándolo en su propia manutención. En cualquier
caso no hay destrucción de capital, sino una suspensión temporal de su movimiento;
esto es, mientras pasa de manos de los contribuyentes, a la Hacienda pública, y de
ahí, por mediación del acreedor público, a algún otro canal de circulación. Cuando el
pago de los intereses se hace en forma periódica y rápida, y por medio de los
bancos, la desviación o suspensión de capital puede considerarse casi momentánea.
Por lo tanto, la sustracción de capital por esta causa es mucho menor de lo que
parece a primera vista.

Es evidente que, por lo que respecta a la anualidad, no hay destrucción ni


transferencia de ningún otro capital que la porción del ingreso personal que cada
individuo destina a cubrir la anualidad. La tierra que le da al granjero la suma que ha
de contribuir, permanece inalterada; y lo mismo puede observarse en cuanto a otros
capitales. Ciertamente, en tanto los impuestos sean objeto de contribución (como
frecuentemente ocurre, cuando no son una carga opresiva), pueden ser causa de un
mayor esfuerzo en cualquier ocupación; pueden incluso servir para aumentar el
capital de los contribuyentes. Esta idea no carece de importancia en la consideración
general del tema...

Queda por verse cuánto más habrá que restarle al capital que se crea con la
existencia de la deuda, por cuenta de la moneda que se emplea para que circule.
Esto es mucho menos susceptible de cálculo preciso que lo anterior. Es imposible
decir qué proporción de moneda se requiere para realizar las enajenaciones que
suele atravesar cualquier tipo de propiedad; la cantidad varía, en efecto, según las
circunstancias. No obstante, puede decirse sin lugar a dudas que, debido a la rapidez
de su rotación, o, más bien, de sus transiciones, el medio de circulación nunca
representa más que una pequeña proporción de la propiedad circulante. Por
consiguiente cabe deducir que la cantidad de moneda empleada en las negociaciones
de los fondos, y que les da actividad como capital, es incomparablemente menor que
el monto de la deuda negociada comercialmente.

No debe omitirse, empero, que la negociación de los bonos de gobierno deviene por
sí misma negocio que emplea y por tanto desvía una porción de circulante de otras
actividades. Pero una vez tenida en cuenta esta circunstancia, no hay razón para
concluir que el efecto de la desviación de moneda en toda la operación guarde
proporción considerable con el monto de capital que pone en movimiento. La suma
de la deuda en circulación en un momento dado siempre está al servicio de alguna
empresa productiva; la moneda misma que le da circulación, nunca se aparta más
que momentáneamente de sus funciones ordinarias. Experimenta un rápido e
incesante flujo y reflujo entre los canales de la industria y los de las negociaciones de
bonos.

Hay circunstancias de peso que confirman esta teoría. La fuerza del capital
monetario que ostenta Gran Bretaña, y el grado en que por impulso suyo han crecido
las varias clases de industria, no guardan proporción con la cantidad de moneda que
ese reino haya poseído jamás. Consecuentemente ha sido coetáneo de su sistema
financiero, así como opinión prevaleciente entre empresarios y la generalidad de los
teóricos más sagaces de ese país, que el empleo de bonos gubernamentales como
capital ha contribuido en gran medida a lograr dicho efecto. Entre nosotros hasta
ahora las apariencias tienden a la misma conclusión. La industria en general parece
haberse reactivado. Hay signos que indican la ampliación de nuestro comercio.
Nuestra navegación, por cierto, ha sentido recientemente un impulso considerable, y
en muchas partes de la Unión parece haber una disponibilidad de capital que hasta
hace poco, cuando menos desde la Revolución, era desconocida. Pero al mismo
tiempo debe reconocerse que hay otras circunstancias que también han contribuido
(y en gran medida) a esta situación, y que las apariencias no son aún lo bastante
decisivas para merecer nuestra completa confianza.

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En la cuestión que discutimos, es importante distinguir entre aumento absoluto del


capital, o aumento de la riqueza real, y crecimiento artificial del capital, en tanto
motor de actividad productiva o como instrumento de la industria y el comercio. En el
primer sentido, no se pretende contar como aumento de capital la consolidación de
una deuda; en el segundo, hay razones incontrovertibles para considerarla tal. El
crédito bancario es de similar naturaleza y, en grado menor, lo es cualquier clase de
crédito privado.

Pero aunque una deuda consolidada en bonos no representa, en primera instancia,


un aumento absoluto del capital o de la riqueza real, al servir como impulso nuevo en
la producción tiende, dentro de ciertos límites, a aumentar la riqueza real de una
comunidad, de la misma forma en que el dinero que toma prestado un granjero
hacendoso para invertirlo en el mejoramiento de su granja puede, finalmente,
aumentar su capital de riqueza real.

Hay individuos respetables que, por una justa aversión a la acumulación de deuda
pública, no quisieran reconocerle ningún tipo de utilidad, ni admiten que pueda
representar beneficio alguno que compense el perjuicio de que la suponen plena; ni
es posible persuadirlos de que dicha deuda pudiera de algún modo considerarse un
aumento del capital, no sea que vaya a inferirse que entre más deuda más capital, y
mientras mayor la carga mayores los beneficios para la sociedad.

Pero compete a las instituciones públicas darle a cada cosa su justo valor; apreciar
hasta dónde el bien de alguna medida es contrarrestado por el mal, o el mal por el
bien, puesto que raramente ocurre el uno sin el otro.

Tampoco se seguirá que la acumulación de la deuda es deseable porque cierta


porción de ella sirve de capital. Pudiera haber una plétora tanto en el cuerpo político
como en el natural; un estado de cosas en que fuese innecesario todo capital
artificial. También pudiera la deuda hincharse a tal extremo que su mayor parte
dejase de servir de capital y sólo sirviese para satisfacer los caprichos de individuos
ociosos y disolutos; que las sumas requeridas para el pago de intereses deviniesen
opresivas y en exceso de los medios que puede emplear un gobierno para
recabarlas sin menoscabo de su tranquilidad; que el recurso a los impuestos para
enfrentar la deuda esté tan socorrido que ya no admita extensiones adecuadas a las
exigencias de la seguridad pública.

No se puede dictaminar dónde se encuentra este punto crítico, pero es imposible


creer que no exista.

Y puesto que las vicisitudes de las naciones dan pie a una constante tendencia a la
acumulación de la deuda, debiera haber en todos los gobiernos un esfuerzo
perpetuo, celoso e incesante por reducirla, tan rápido como sea posible dentro de la
integridad y la buena fe.

El razonamiento sobre un tema que abarca ideas tan abstractas y complejas, tan
poco reducibles a cálculos precisos como las que entran al asunto recién discutido,
siempre conlleva el riesgo de caer en falacias. Debida cuenta debe hacerse, por
tanto, de esta posibilidad. Pero hasta donde la naturaleza del tema lo permite,
parece haber pie para afirmar que los bonos gubernamentales operan como fuente
de capital para los ciudadanos de los Estados Unidos; y que si en efecto son un
recurso, se trata de un recurso importante...

Habiéndose discutido ya las objeciones que comúnmente se hacen a la conveniencia


de alentar la empresa manufacturera en los Estados Unidos, así como a sus
posibilidades de éxito, las consideraciones que han aparecido en el curso de la
discusión, y que recomiendan tal tipo de empresa a la protección del gobierno, se
fortalecerán sustancialmente con algunos temas generales y otros particulares que
naturalmente se han reservado para su consideración posterior.

I. Parece haber lugar para creer que el comercio de un país a la vez manufacturero y
agrícola, es más lucrativo y próspero que el de un país meramente agrícola.

Una razón de ello radica en ese esfuerzo general de las naciones (ya mencionado)

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por obtener de su propio suelo los artículos de primera necesidad requeridos para su
propio uso y consumo; y por el cual su demanda de abastecimientos externos
deviene en gran medida ocasional y contingente. Por tanto, mientras que la
necesidad de las naciones dedicadas exclusivamente a la agricultura, de artículos de
los países manufactureros, es constante y regular, la demanda de éstos por los
productos de aquéllas está sujeta a grandes fluctuaciones e interrupciones. Ya se
han señalado las grandes variaciones por el cambio de estaciones. Tal uniformidad
de la demanda por un lado, y su variabilidad por el otro, necesariamente tenderán a
hacer que el curso general del intercambio de bienes se torne desventajoso para las
naciones meramente agrícolas. La peculiaridad de una situación, la aptitud de un
clima o de un suelo para la producción de ciertos bienes, ocasionalmente contradirán
la regla; pero existen todos los motivos para pensar que, en lo fundamental, ella es
válida.

Otra circunstancia que le da superiores ventajas comerciales a los países que a la


vez manufacturan y cultivan, consiste en los atractivos más numerosos que un
mercado más diversificado le ofrece a sus clientes foráneos, así como las
oportunidades que le brinda a la empresa mercantil. En el comercio es verdad
indisputable, también por razones muy obvias, que la mayor ventaja la tendrán
siempre los mercados donde las mercancías, además de abundantes, sean más
variadas. Cada diferencia de especie ofrece un atractivo más. Y no es menos claro
el hecho de que el campo de acción de los comerciantes de un país se amplía en
proporción a la variedad así como a la abundancia de las mercancías con que
cuentan en casa para exportar a mercados externos.

Una tercera circunstancia, quizás no inferior a las dos anteriores en lo que se refiere
a la antedicha superioridad, tiene que ver con el estancamiento de la demanda de
ciertos productos, lo que tarde o temprano interfiere en mayor o menor medida con
la venta de todos. Una nación incapaz de ofrecer al mercado más que unos cuantos
productos, se verá afectada más directa y tangiblemente por tales estancamientos
que una que en todo momento dispone de gran variedad de mercancías. La primera
frecuentemente halla que gran parte de sus mercancías ofrecidas en venta o
intercambio se quedan en inventario, o se ve obligada a realizar penosos sacrificios
para satisfacer sus necesidades de bienes foráneos, numerosos y urgentes, en
relación a los pocos propios. A menudo la segunda se ve compensada con el alto
precio de ciertos artículos por el bajo precio de otros; la venta rápida y a buen precio
de los artículos que tienen demanda, le permite al que los vende esperar hasta que
se produzca un cambio favorable relativo a los que no la tienen. Existen bases para
afirmar que las diferencias de situación en este respecto tienen efectos
inmensamente diferentes en la riqueza y la prosperidad de las naciones.

Del conjunto de estas circunstancias pueden derivarse dos inferencias importantes:


una, que siempre habrá mayor probabilidad de una balanza comercial favorable en
los países donde medran las manufacturas, sobre la base de una agricultura
floreciente, que en los que se limitan exclusiva o casi exclusivamente a la agricultura;
y la otra (que también es consecuencia de la primera), que países como los
primeros, seguramente contarán con mayor riqueza pecuniaria, o dinero, que los
segundos.

Los hechos parecen confirmar esta conclusión. Parece que la importación de bienes
manufacturados invariablemente despoja de su riqueza a los pueblos meramente
agrícolas. Compárese la situación de los países manufactureros de Europa con la de
los que sólo se dedican a la agricultura, y se verá una disparidad sorprendente. Es
cierto que tal disparidad entre ciertos países puede atribuirse en parte a otras
causas, entre ellas la condición relativa de su agricultura; pero entre otros, la primera
causa de tal disimilitud es la condición relativa de sus manufacturas. En
corroboración de lo cual no debe dejar de verse que las Antillas, cuyas tierras son de
las más fértiles, y la nación que en mayor medida abastece de metales preciosos al
resto del mundo, mantiene un intercambio comercial negativo con casi todos los
países.

Nuestra experiencia nacional señala hacia la misma conclusión. Antes de la


Revolución, la cantidad de moneda en posesión de las colonias que hoy constituyen
los Estados Unidos, era inadecuada para su circulación; y su deuda con Gran

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Bretaña era creciente. Desde la Revolución, los estados en que más han aumentado
las manufacturas, son los que más pronto se han recuperado de los daños de la
reciente guerra, y los que más abundan en recursos pecuniarios.

Debe admitirse, sin embargo, que tanto en este caso como en el precedente, el
fenómeno puede atribuirse en parte a causas que nada tienen que ver con la
condición de las manufacturas. El continuo avance de nuevas colonizaciones tiene
una tendencia natural a crear una balanza comercial desfavorable, aunque compensa
la inconveniencia con el aumento del capital nacional, mediante la conversión del
yermo en tierra de cultivo. Y los diferentes grados de comercio exterior que realizan
los diferentes estados puede producir grandes diferencias en el estado relativo de
riqueza de cada una. La primera circunstancia tiene que ver con la deficiencia de
moneda y el aumento de la deuda antes de la Revolución; la segunda, con las
ventajas que los estados más manufactureros han gozado sobre los otros desde que
terminó la reciente guerra.

Pero la apariencia general de una abundancia de bienes, en concomitancia con el


florecimiento de las manufacturas, o lo contrario, donde éstas no han prevalecido, da
una fuerte indicación del efecto benéfico de las mismas en la riqueza de un país.

No sólo la riqueza, sino la independencia y la seguridad de un país, parecen estar


íntimamente ligadas a la prosperidad de las manufacturas. Toda nación que pretenda
alcanzar esos grandes objetivos, debe procurar tener ella misma lo esencial del
abasto nacional. En ello quedan comprendidos los medios de sustento, vivienda,
vestido y defensa.

La posesión de estos medios es necesaria para la perfección de los poderes


públicos, así como para la seguridad y el bienestar de la sociedad; la falta de
cualquiera de ellos, significa la carencia de un importante órgano de vida y
movimiento político; y en las varias crisis que afectan al Estado, éste sentirá
agudamente los efectos de tal deficiencia. La extrema confusión y los apuros que
pasaron los Estados Unidos en la guerra reciente, por su incapacidad de
abastecerse a sí mismos, todavía se recuerdan vivamente. Cualquier guerra futura
pondrá otra vez de manifiesto los males y peligros de una situación en la que todavía
prevalece demasiado esta incapacidad, prevaleciente aún en gran medida, a menos
que se cambie mediante un esfuerzo oportuno y vigoroso. Lograr dicho cambio, tan
rápidamente como la prudencia aconseje, exige toda la atención y todo el celo de
nuestros Consejos Públicos; es la próxima gran obra a realizarse.

La falta de una Armada para proteger nuestro comercio exterior, mientras no se


remedie, seguirá haciendo particularmente inseguro y precario el abasto de artículos
esenciales, lo que ha de fortalecer prodigiosamente los argumentos en pro de las
manufacturas. A estas consideraciones generales se suman otras de carácter más
particular.

En el actual estado de cosas, nuestra distancia de Europa, la gran fuente de bienes


manufacturados, nos impone pérdidas e inconveniencias de dos maneras.

Lo voluminoso de las mercancías que son el principal producto del suelo,


necesariamente impone recargos muy pesados a su transporte a mercados lejanos.
Esos recargos, cuando las naciones a las que enviamos nuestros productos compiten
con los suyos en sus propios mercados, recaen principalmente sobre nosotros, y
constituyen importantes reducciones del valor inicial de los artículos ofrecidos. La
misma circunstancia de lejanía aumenta considerablemente los recargos a los
artículos manufacturados traídos de Europa. Y, de nuevo, cuando nuestra propia
industria no compite en nuestros propios mercados, esos recargos recaen
principalmente sobre nosotros, convirtiéndose en una causa más de reducción del
valor inicial de nuestros productos, por ser éstos los objetos de cambio con que
obtenemos los productos foráneos que consumimos.

La igualdad y moderación que caracteriza a la propiedad individual en este país, así


como la constante colonización de nuevos distritos, dan pie a una extraordinaria
demanda de manufacturas rústicas; cuyos recargos, que son mayores conforme es
mayor la voluminosidad de las mercancías, contribuyen a la desventaja que acaba de
describirse.

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Dado que en la mayoría de los países la producción nacional compite muy


considerablemente con los bienes agrícolas importados, si el establecimiento de
manufacturas en gran escala en los Estados Unidos no da lugar a una competencia
similar frente a las manufacturas importadas, puede deducirse sin lugar a dudas,
partiendo de las consideraciones ya mencionadas, que en nuestro intercambio con
otras naciones sufriremos pérdidas por partida doble, lo cual seguramente conducirá
a una balanza comercial desfavorable, muy perjudicial a nuestros intereses.

Estas desventajas pesan considerablemente sobre los intereses agrícolas del país.
En tiempos de paz, causan una seria reducción del valor intrínseco de los productos
del suelo. En tiempos de guerra, ya sea de nuestra nación o de otra que controle
parte considerable del transporte de nuestro comercio, los recargos por transporte
de nuestros artículos, tan voluminosos como son en su mayoría, difícilmente dejarían
de ser una pesada carga para el agricultor, mientras deba depender tanto como
depende ahora de los mercados foráneos para la venta del excedente de su trabajo.

En tanto la falta de un mercado adecuado inhibe la prosperidad de las pesquerías


estadounidenses, ello constituye una razón más para desear que proliferen las
manufacturas. Además del pescado, que en muchas partes podría hacer parte de la
subsistencia de las personas empleadas, se sabe que los aceites, los huesos y las
pieles de los animales marinos son de uso extendido en varias manufacturas. De aquí
la expectativa de una demanda adicional para el producto de las pesquerías...

Pero existen consideraciones más particulares que tienden a reforzar la idea de que
el fomento de las manufacturas interesa a todas las partes de la Unión. Si tales
establecimientos se asentaran principalmente en los estados del norte y del centro,
inmediatamente beneficiarían a los estados del sur, creando una nueva demanda
para los productos de éstos, algunos de los cuales se producen también en otros
estados, mientras que otros les son peculiares, o más abundantes, o de mejor
calidad que en otras partes. Estos productos son principalmente la madera, el lino, el
cáñamo, el algodón, la lana, la seda burda, el añil, el hierro, el plomo, las pieles, los
cueros y varias clases de carbón. De estos productos, el algodón y el añil son
peculiares a los estados sureños, como lo son hasta la fecha el plomo y el carbón.
El lino y el cáñamo se producen o pueden producirse en mayor abundancia ahí que
en los estados de más al norte; y se dice que la lana de Virginia es de mejor calidad
que la de cualquier otro estado, situación que parece probable, en vista que Virginia
abarca las mismas latitudes que los mejores países productores de lana en Europa.
El clima del sur es también más apto para la producción de seda.

Difícilmente pudiera lograrse el cultivo en gran escala del algodón, de no ser en base
al previo establecimiento de manufactorías nacionales dedicadas a procesarlo; y el
impulso más seguro para los demás productos, sería el mismo tipo de manufactorías
para cada uno de ellos.

Así, siendo bastante la apariencia de que el fomento de las manufacturas conviene


generalmente a los Estados Unidos, merece particular atención el hecho de que
ciertas circunstancias hacen del actual un momento crítico para ahincarnos en esta
importante empresa. El esfuerzo no puede menos que beneficiarse sustancialmente
de un considerable y creciente flujo de dinero a causa de la compra de bonos
gubernamentales por inversionistas extranjeros, y de los desórdenes que hay en
diferentes partes de Europa.

La primera circunstancia no sólo facilita el establecimiento de empresas


manufactureras, sino que las hace necesarias, como medio para convertir en ventaja
el influjo de fondos extranjeros, e impedir que pudieren convertirse a la larga en un
mal. Si al dinero que los extranjeros introducen al país mediante la compra de la
deuda pública, no se le encuentra forma útil de inversión, pronto se reexportará en
pago de un extraordinario consumo de artículos foráneos, y sufriremos en adelante
una angustiante fuga de nuestra moneda, en pago de intereses y amortización del
capital de la deuda consolidada.

Tal empleo útil de fondos extranjeros debe ser tal que produzca mejoras sólidas y
permanentes. Si sólo sirve para impulsar un florecimiento temporal del comercio
exterior, sin abrir mercados nuevos y duraderos para los productos nacionales, no se

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habrá obtenido ventaja real ni duradera. Conforme se le encamine a las mejoras en la


agricultura, la apertura de canales y adelantos similares, generará una utilidad
sustancial. Pero hay motivo para dudar que ese dinero halle aplicación suficiente en
tales actividades, y aún más motivo para dudar que muchos de sus poseedores se
inclinen tan naturalmente por obras de esta naturaleza, como por empresas
manufactureras más parecidas a las que ya están acostumbrados, y al espíritu que
éstas generan.

La apertura de uno y otro campo al menos asegurará mayores posibilidades de


aplicación provechosa de cualquier influjo monetario que haya habido o pueda haber.

En la presente coyuntura hay cierto fermento de los ánimos, cierto ímpetu de


inversión y empresa que, debidamente encauzado, puede ponerse al servicio de fines
útiles; pero si se le deja completamente a sus anchas puede tener efectos
perniciosos.

La agitada condición de Europa, que incita a sus ciudadanos a emigrar, permitirá


adquirir más fácilmente que en otros tiempos los trabajadores necesarios; y el efecto
de multiplicar las oportunidades de empleo para los inmigrantes, puede acrecentar la
cantidad y extensión de valiosas adquisiciones en términos de más población, artes e
industrias para el país. Fuera criminal alegrarse por las calamidades de otras
naciones; pero beneficiarnos nosotros, ofreciendo asilo a quienes sufren a causa de
ellas, es tan justo como atinado.

Habiéndose ya examinado plenamente los atractivos de impulsar las manufacturas en


los Estados Unidos, así como las principales objeciones que comunmente se les
contraponen, conviene considerar a continuación los medios por los cuales se
efectuarán, antes de pasar a especificar los renglones que deben impulsarse en el
actual estado de cosas, y las medidas particulares que fuera aconsejable adoptar
respecto a cada uno.

Para formarse un mejor juicio de los medios a los que pueden recurrir los Estados
Unidos, será útil examinar los que se han aplicado venturosamente en otros países.
Los principales son los siguientes:

I. Aranceles proteccionistas; es decir, aranceles a los artículos extranjeros rivales de


los productos nacionales que se pretende fomentar.

Los aranceles de este tipo obviamente equivalen a un virtual subsidio a la fabricación


nacional, pues al aumentar los sobrecargos a los artículos foráneos, le permiten al
manufacturero nacional vender más barato que sus competidores extranjeros. No
hace falta abundar sobre lo apropiado de este tipo de incentivos, dado que no sólo
se deriva claramente de los muchos temas que se han tratado, sino que además las
autorizan en varias instancias las leyes de los Estados Unidos, y poseen la ventaja
adicional de ser una fuente de ingresos públicos. De hecho, todos los aranceles
impuestos a los artículos importados, aunque con el solo propósito de generar
ingresos fiscales, tienen el efecto mencionado y, salvo cuando se aplican a las
materias primas, tienen un efecto benéfico para las manufacturas del país.

II. Prohibición de artículos rivales, o aranceles equivalentes a una prohibición.

Este es un medio distinto y eficaz de alentar las manufactura nacionales, pero en


general sólo conviene aplicarlo cuando las manufacturas del caso hayan alcanzado
tal grado de desarrollo y estén en tantas manos que se garantice una competencia
adecuada, así como un abasto suficiente y en términos razonables. En cuanto a
aranceles equivalentes a prohibiciones, hay ejemplos en las leyes de los Estados
Unidos, y otros casos en que bien pudiera aplicarse este principio, pero no son
numerosos.

Considerando que la política de darle monopolio de su mercado interno a sus propios


manufactureros es la que prevalece en las naciones manufactureras, casi pudiera
decirse que en los Estados Unidos se impone, en todas las instancias apropiadas,
una política similar, por los principios de la justicia distributiva, y en todo caso por el
deber de asegurar ventajas recíprocas para sus ciudadanos.

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III. Veto a la exportación de materias primas necesarias para las manufacturas.

El deseo de garantizar un abasto barato y abundante para los trabajadores


nacionales, y, donde el artículo es característico del país o se produce ahí de una
calidad especial, la renuencia a permitir que los productores foráneos rivalicen con
los nacionales utilizando sus materias primas, son los motivos principales de este tipo
de regulación. No debe afirmarse que nunca sea adecuada, pero ciertamente se
trata de un tipo de regulación que debe adoptarse con gran cautela y sólo en casos
muy evidentes. Es claro que el efecto inmediato de esta medida es limitar la
demanda y el precio de los productos de algún otro sector industrial —generalmente
la agricultura— con el consecuente perjuicio para los que trabajan en él; y aunque
sea realmente esencial a la prosperidad de una importante manufactura nacional,
pudiere suceder que los perjudicados en primera instancia se vean compensados
posteriormente con un mercado interno amplio y estable, resultante de dicha
prosperidad; mas en una cuestión que se presta a tantas y tan complicadas
combinaciones, en la que se contraponen consideraciones tan diversas, la prudencia
parece dictar que se recurra muy moderadamente a la medida en cuestión.

IV. Subsidios pecuniarios.

Este ha resultado ser uno de los medios más eficaces de fomentar las manufacturas,
y en opinión de algunos, el mejor. No obstante, aún no lo practica el gobierno de los
Estados Unidos (a menos que los descuentos a la exportación de pescado seco y
encurtido, y de carne salada, pudieran considerarse un subsidio), y goza de menos
favor público que otras formas.

Sus ventajas son las siguientes:

1. Es un tipo de incentivo más directo y positivo que cualquier otro, y por eso mismo
tiene una tendencia más inmediata a estimular y sostener empresas nuevas,
aumentando las oportunidades de ganancia y disminuyendo los riesgos de pérdida en
sus primeros intentos.

2. No da lugar a la inconveniencia de un aumento temporal de precios, como sucede


con otros tipos de incentivos, o la causa en menor grado, por cuanto no aumenta, o
aumenta en menor grado, los gravámenes al artículo rival foráneo, como sucede con
los aranceles proteccionistas. Lo primero sucede cuando los recursos para el
subsidio pecuniario se obtienen gravando algún otro producto (lo cual puede
aumentar o no aumentar el precio de ese artículo, según su naturaleza); lo segundo,
cuando tales recursos se obtienen gravando el mismo producto, o uno similar, de
manufactura foránea. Un arancel de uno por ciento al artículo foráneo, convertido en
subsidio para el producto nacional, tendrá el mismo efecto que un arancel de dos por
ciento sin el subsidio; y el precio de la mercancía foránea tendería a elevarse en uno
por ciento, en un caso, y dos por ciento en el otro. De hecho, cuando el subsidio se
deriva de otra fuente, se prevé que fomente la reducción del precio, pues sin imponer
ningún recargo extra al artículo extranjero, sirve para entablarle competencia, y para
aumentar la cantidad total del producto en el mercado.

3. Los subsidios no tienen, como los gravámenes proteccionistas, la tendencia a


causar escasez. Aunque el efecto inmediato de aumentar los aranceles no siempre
es un aumento de precios, éste es comúnmente el efecto final cuando no lo
contrarresta el progreso de una manufactura nacional. En el intervalo entre la
imposición del arancel y el proporcional aumento del precio, la medida puede
desalentar la importación, al reducir las ganancias que cabe esperar de la venta del
artículo.

4. Los subsidios son a veces no sólo el mejor, sino el único medio adecuado para
conjugar incentivos a la vez para un nuevo producto agrícola y un nuevo producto
manufacturero. Es del interés del granjero que se promueva la producción de una
nueva materia prima agrícola, obstaculizando la introducción de la misma materia
prima del extranjero. Es del interés del manufacturero contar con la materia prima
barata y abundante. Si antes de producirse nacionalmente dicha materia prima en
cantidades suficientes para surtir a buen precio a los manufactureros, se impone un
arancel a su importación del extranjero con el objetivo de promover su producción en

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casa, se traicionará tanto el interés del agricultor como el del manufacturero. Sea por
la eliminación del abasto requerido, o por la elevación de su precio a un nivel
inalcanzable por una recién nacida manufactura nacional, ésta fracasa, o es
abandonada; y no habiendo manufactorías nacionales que generen demanda por la
materia prima producida por el agricultor, se habrá destruido en vano la competencia
de la mercancía externa equivalente.

No puede pasarse por alto que la imposición de un arancel a la importación de algún


artículo no puede coadyuvar a la producción nacional del mismo más que por las
mayores ventajas que le da en el mercado nacional. No influirá en forma alguna para
mejorar en los mercados foráneos las condiciones de venta del artículo producido; ni
tenderá, por tanto, a fomentar su exportación.

La verdadera forma de conciliar estos dos intereses, es imponerle un arancel a las


manufacturas foráneas hechas con la materia prima cuya explotación se desea
fomentar, e invertir los recursos de dicho arancel en un subsidio, ya sea para
producir la materia prima misma o para su manufactura nacional, o para ambas
cosas. En esta situación, el manufacturero inicia su empresa con todas las ventajas
derivadas del precio o la abundancia de la materia prima. Y el agricultor, si el
subsidio es directamente para él, estará en condiciones de competir con la materia
prima producida en el exterior; y si el subsidio es para el manufacturero, según la
cantidad de materia prima nacional que consuma, el efecto es casi el mismo; el
interés del manufacturero le motivará a preferir la materia prima nacional, aunque de
mayor precio que la extranjera, siendo de la misma calidad, siempre y cuando la
diferencia de precio sea menor que el subsidio que se le dé al artículo producido.

En la mayoría de los casos, salvo los de manufacturas nacionales estables y


ordinarias, o las que gozan de imponentes ventajas locales, los subsidios pecuniarios
son indispensables para la introducción de una nueva rama. Un estímulo y un apoyo
no menos poderoso y directo generalmente es esencial para superar los obstáculos
que surgen de una mayor destreza y madurez de la competencia externa. Los
subsidios son especialmente esenciales en relación con artículos que acostumbran
subsidiar los extranjeros que solían abastecer al país.

En el caso de manufacturas largamente establecidas, siempre será cuestionable la


prudencia de mantener los subsidios, porque en todos los casos tales surgirá la
sospecha de que existen impedimentos inherentes y naturales para el éxito. Pero en
las empresas nuevas, los subsidios son tan justificables como a menudo necesarios.

Contra los subsidios existe algún prejuicio, nacido de la apariencia de que constituyen
una dádiva de fondos públicos sin justificación inmediata, y del supuesto de que
sirven para enriquecer a ciertas clases a expensas de la comunidad.

Pero ninguna de estas objeciones resiste un examen concienzudo. No hay propósito


en el que puedan invertirse más provechosamente los fondos públicos que el
desarrollo de una nueva rama de la industria; ninguna consideración más valiosa que
un aumento permanente del acervo de trabajo productivo.

En cuanto a la segunda objeción, se aplica de igual manera a otros tipos de


incentivos, considerados aceptables. Siempre que un arancel provoca el aumento de
precio de algún artículo foráneo, le ocasiona un gasto extra a la comunidad, en
beneficio del manufacturero nacional. No es otra cosa lo que hace el subsidio; pero
en ambos casos conviene a la sociedad imponerse un gasto temporal, que se verá
más que compensado por el aumento de la industria y la riqueza, por el crecimiento
de los recursos y la independencia; y por una posterior circunstancia de
abaratamiento, como ya se ha señalado.

Debiera observarse, empero, al emplear este tipo de estímulo en los Estados


Unidos, como razón de que deba moderarse el grado del mismo en los casos en que
se considerare aplicable, que la gran distancia entre este país y Europa impone
recargos muy pesados a todos los artículos que de allá se traen, en proporción de
entre 15 y 30 por ciento de su valor, según su volumen.

Se ha cuestionado el derecho constitucional del gobierno de los Estados Unidos a


practicar este tipo de fomento, pero ciertamente no hay bases válidas para tal

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cuestionamiento. La Legislatura Nacional tiene autoridad expresa para "establecer y


recabar impuestos, aranceles, contribuciones y tasaciones, para pagar las deudas y
procurar la defensa común y el bienestar general", sin otra restricción que estas:
que "todos los aranceles, tasaciones y contribuciones sean uniformes en todos los
Estados Unidos; y que ninguna capitación o impuesto directo se establezca como no
sea en proporción a cifras definidas por un censo o enumeración elaborado conforme
a los principios prescritos en la Constitución", y que "no se imponga ningún arancel o
gravamen a los artículos exportados de ningún estado". Aparte de estas tres
condiciones la facultad de recabar fondos es plenaria e ilimitada; y los objetos a los
que puede asignarse el dinero no son menos que los que cubran el pago de la deuda
pública y garanticen la defensa común y el "bienestar general". Sin duda el término
"bienestar general" debe abarcar más de lo que se expresó o implicó en los
anteriores; de otro modo quedarán excluidas de toda consideración muchas
necesidades relativas a los asuntos de una nación. El significado de la frase es lo
más amplio posible, pues no resulta apropiado que la autoridad constitucional de la
Unión se rija, en la asignación de sus recursos, por objetivos menos amplios que la
consecución del "bienestar general", ya que este objetivo necesariamente abarca una
amplia variedad de particulares, que no son susceptibles de especificación o
definición.

Así, es necesario dejar a discreción de la Legislatura Nacional la definición de los


objetos que conciernen al bienestar general y que, por tal razón, requieren y ameritan
que se les asignen recursos. Y sin lugar a dudas todo lo que convenga al interés
general del aprendizaje de la agricultura, las manufacturas y el comercio, está
dentro de la esfera de lo recomendable para el país, en lo que respecta a la
asignación de dinero.

La única salvedad a la generalidad de la frase en cuestión, es la siguiente: que el


objeto al que ha de asignarse dinero sea de carácter general y no local; y que su
operación se extienda, de hecho o potencialmente, a toda la Unión, sin limitarse a
ningún lugar particular.

La suposición de que este planteamiento implicaría un poder por parte del Congreso
para hacer todo lo que se le antojara conducente al bienestar general, no debe
provocar ninguna objeción. El poder para decidir la asignación de dinero con tal
libertad, si se define en términos explícitos, no conlleva el poder hacerlo mas que en
las formas autorizadas por la Constitución, sea explícitamente o por implicación bien
definida.

V. Premios.

Estos son de naturaleza similar a los subsidios, aunque se distinguen de ellos en


ciertos rasgos importantes.

Los subsidios se aplican a la cantidad total de un artículo producido, manufacturado


o exportado, y conllevan un desembolso correspondiente. Los premios sirven para
recompensar alguna superioridad o excelencia especial, alguna aptitud o esfuerzo
extraordinario, y sólo se otorgan en un reducido número de casos. Pero su efecto es
estimular el esfuerzo general. Concebidos como gratificaciones a la vez lucrativas y
honoríficas, los premios van dirigidos a diversas pasiones; tocan tanto las cuerdas de
la emulación como del interés. Así, constituyen una forma muy económica de
estimular la iniciativa de toda una comunidad.

Existen diversas sociedades en varios países, dedicadas a otorgar premios para el


fomento de la agricultura, las artes manuales y el comercio; y aunque en su mayor
parte son sociedades voluntarias, con fondos relativamente escasos, su utilidad ha
sido inmensa. Mucho se ha logrado en Gran Bretaña empleando este medio;
Escocia, en particular, le debe en gran parte el prodigioso mejoramiento de sus
condiciones. De una institución similar en los Estados Unidos, con fondos y apoyo del
gobierno de la Unión, cupiera esperar grandes beneficios. En la conclusión del
presente informe, se presentarán algunas ideas más al respecto.

VI. Exención arancelaria a las materias primas de las manufacturas.

Por regla general, y especialmente en relación al establecimiento de nuevas

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manufacturas, la conveniencia de tal exención es obvia. Difícilmente será jamás


aconsejable añadir cargas fiscales a las dificultades que naturalmente estorban el
surgimiento de una nueva manufactura; y cuando ésta logra su madurez, y se
convierte en objeto gravable, generalmente es mejor que sea el producto y no las
materias primas el objeto de gravamen fiscal. La proporción ideal entre el monto del
impuesto y el valor del artículo puede fijarse más fácilmente en el primer caso que en
el segundo. Los argumentos en pro de exenciones de este tipo en los Estados
Unidos pueden derivarse de la práctica, hasta donde lo han permitido sus
necesidades, de las naciones con las que habremos de competir en nuestro propio
mercado y en los externos.

Hay, sin embargo, excepciones, de las cuales se darán algunos ejemplos en la


siguiente sección.

Las leyes de la Unión definen algunas instancias en que se observa la política


recomendada, pero probablemente sea conveniente extenderla a otros casos. De
naturaleza afín a ella es la regla que exenta de aranceles las herramientas e
instrumentos, así como los libros, ropas y muebles domésticos de los artesanos
foráneos que vienen a residir a los Estados Unidos; una ventaja ya garantizada por
las leyes de la Unión, y que desde cualquier punto de vista es conveniente que se
mantenga...

VIII. Fomento de nuevos inventos y descubrimientos en los Estados Unidos, e


introducción de los que se hagan en otros países, particularmente los relativos a la
maquinaria.

Este es uno de los más úiles e indudables auxilios que se le pueden dar a las
manufacturas. Los medios usuales de otorgarlo son las recompensas pecuniarias y,
por algún tiempo, los privilegios exclusivos. Las primeras deberán aplicarse según la
ocasión y según la utilidad generada por la invención o descubrimiento; para los
segundos, en lo tocante a "autores e inventores", ya están establecidas por ley las
normas pertinentes. Pero es deseable, en lo relativo a avances y secretos de
extraordinario valor, poder dar a los introductores el mismo beneficio concedido a los
autores e inventores, práctica que se ha seguido con éxito en otros países. En esto,
sin embargo, al igual que en otros casos, hay que lamentar que se cuestiona no poco
la competencia y autoridad del gobierno nacional para administrar este bien. Muchos
auxilios pudiera darle a la industria, y promover muchas mejoras internas de
importancia fundamental, una autoridad que abarcara toda la Unión; lo que no le
sería posible a una autoridad confinada a los límites de un estado.

Pero si la legislatura de la Unión no puede surtir todo el bien que pudiere desearse,
es deseable que al menos pueda hacerse cuanto sea practicable. Los medios para
promover la introducción de avances foráneos al país, aunque menos eficientemente
de lo que sería con una autoridad más adecuada, es parte del programa que se
pretende presentar al final de este informe.

Las naciones manufactureras acostumbran prohibir, bajo severas penalidades, la


exportación de máquinas y herramientas por ellas inventadas o perfeccionadas. En
los Estados Unidos existen ya artículos sometidos a regulaciones similares, y cabe
esperarse que de cuando en cuando aparezcan otros. La adopción de esta medida
parece impuesta por el principio de reciprocidad. Una mayor liberalidad en ello
concordaría mejor con el espíritu general del país, pero la política egoísta y exclusiva
que prevalece en otras partes, no siempre permitirá dar rienda suelta a una
inclinación que nos pondría en desventaja. En la medida en que las prohibiciones
tiendan a impedir que los competidores foráneos se beneficien de los avances
internos, tienden a aumentar las ventajas de quienes las hayan introducido, lo que
obra como aliciente a la empresa.

IX. Normas prudentes para la inspección de bienes manufacturados.

Este medio no es de los menos importantes para promover la prosperidad de las


manufacturas. En algunos casos, ciertamente, es de los más esenciales. Ayudar a
impedir el fraude contra consumidores internos y exportadores a otros países, y
mejorar la calidad y conservar el carácter de las manufacturas nacionales, no puede
sino contribuir a su venta más expedita y ventajosa, y servir de garantía contra la

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competencia de otras partes. La reputación de la harina y la madera de algunos


estados, así como la potasa de otros, se ha logrado con arreglo a estas normas. El
mismo prestigio puede obtenerse para tales artículos dondequiera que se produzcan,
con un sistema de inspección juicioso y uniforme, en todos los puertos de los
Estados Unidos. Igual sistema pudiera aplicarse, con igual provecho, a otras
mercancías.

X. La agilización de los envíos monetarios de un lugar a otro es asunto de


considerable importancia para el comercio en general, y particularmente para las
manufacturas, dado que facilita la compra de materias primas y provisiones, así
como el pago de los bienes manufacturados. La circulación general de documentos
bancarios, que se espera resulte del reciente establecimiento de tales instituciones,
será uno de los medios más valiosos para lograrlo. Pero también se derivarán
grandes beneficios de algunas otras medidas relativas a letras de cambio nacionales.
Si las letras emitidas en un estado y pagaderas en otro, se hicieran negociables en
todos los demás, y en caso de reclamos se pagaran intereses y perjuicios, ello
alentaría mucho las negociaciones entre los ciudadanos de diversos estados,
haciéndolas más seguras, para mayor conveniencia y ventaja de los comerciantes y
manufactureros de todos.

XI. Agilización del transporte de mercancías.

Las mejoras en este renglón conciernen íntimamente a todos los intereses de un


país, pero con las manufacturas puede decirse sin impropiedad que guardan una
relación importante. Difícilmente se encontrará algo mejor concebido para ayudar a
las manufacturas de Gran Bretaña, que el mejoramiento de caminos públicos de ese
reino, y el gran progreso obtenido últimamente en la apertura de canales. En cuanto
a lo primero, todavía le falta mucho a los Estados Unidos; y para lo segundo
presentan facilidades poco comunes.

Las muestras de interés en el mejoramiento de la navegación interna que han


comenzado a surgir en algunas partes, deben llenar de contento a todo el que
albergue en su pecho un verdadero celo por la prosperidad del país. Cabe esperar
que estos ejemplos estimularán los esfuerzos tanto del gobierno como de los
ciudadanos de todos los estados. Difícilmente habrá empresa que merezca más la
atención de los gobiernos locales, y fuera deseable que no hubiese duda alguna de la
facultad del gobierno nacional para prestar su ayuda directa, dentro de un plan
general. Esta es una de esas mejoras que pudiera realizar más eficazmente el
conjunto que una o varias partes de la Unión. Hay casos en que habrá peligro de
sacrificar el interés general en aras de presuntos intereses locales. En asuntos como
éste las envidias son tan comunes como erróneas.

Las siguientes observaciones son tan sensatas y oportunas que merecen citarse al
pie de la letra: "Los buenos caminos, canales y ríos navegables, al disminuir el costo
del transporte, ponen a las partes remotas de una nación a un nivel más próximo al
de las inmediaciones de la ciudad. Por ese motivo son la mayor de todas las
mejoras. Fomentan el cultivo de las áreas remotas, que por lo general son las más
extensas del país. Benefician a la ciudad, por cuanto rompen el monopolio de las
zonas rurales aledañas; y benefician incluso a estas zonas rurales, pues aunque
introducen a los viejos mercados algunas mercancías rivales, abren a sus productos
muchos mercados nuevos. El monopolio. además, es gran enemigo de la buena
conducción económica, que nunca podrá establecerse universalmente sino como
resultado de una competencia libre y universal, que fuerce a todo mundo a valerse de
ella en defensa propia. No ha más de cincuenta años que algunos de los condados
vecinos de Londres pidieron al Parlamento impedir la extensión de carreteras hasta
las regiones más remotas; argumentaban que esas regiones, debido al menor costo
de la mano de obra, podrían vender su pastura y su maíz a mejores precios en los
mercados de Londres, con lo que por tanto reducirían las rentas de los agricultores
cercanos a Londres, y arruinarían sus cultivos. Desde entonces, sin embargo, han
crecido sus rentas y mejorado sus cultivos".

Ejemplos de igual talante que el prevaleciente en los condados recién referidos, muy
frecuentemente se ofrecen a la vista del observador imparcial, lo que da lugar al
patriótico deseo de que la sociedad de este país, en cuyas instituciones menos debe
predominar una disposición parcial o localista, disponga de facultades para procurar

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y fomentar el interés general, en los casos en que se corra peligro de interferencia


de una semejante disposición.

Los anteriores son los principales de los medios por los que ordinariamente se
promueve el crecimiento de las manufacturas. Pero no sólo es necesario que las
medidas gubernamentales orientadas directamente a las manufacturas se conciban
para apoyar y proteger a éstas, sino que se impida cualquier tendencia peculiar de
otras medidas, relacionadas con ellas en forma meramente colateral, a perjudicarlas.

Hay ciertas clases de impuestos que suelen resultar opresivos a diversos sectores
de la sociedad y que, entre otros malos efectos, ofrecen un panorama muy adverso
a las manufacturas. Todos los impuestos por censo o capitación son de este tipo.
Tales impuestos se basan ya en una tasa fija, que obra inequitativa y
detrimentalmente en contra del trabajador pobre; o bien le otorgan a ciertos
funcionarios la discreción de hacer estimaciones y avalúos que necesariamente
resultan vagos y conjeturados, y se prestan al abuso. Por tanto es menester
abstenerse siempre de ellos, como no sea en casos de la mayor urgencia.

Todos los impuestos (incluidos los impuestos a las ocupaciones) basados en el


monto del capital que se supone debe invertirse en un negocio, o en las ganancias
que se supone que éste tenga, inevitablemente serán perjudiciales para la
producción. Y en vano se tratará de mitigar el daño, dejando a discreción del
contribuyente declarar el monto de su capital o sus ganancias.

Los que se dedican a alguna ocupación o negocio comúnmente tienen razones de


peso para eludir declaraciones que revelen con alguna precisión el estado real del
mismo. Muchas veces prefieren arriesgarse a ser oprimidos que recurrir a un refugio
tan inconveniente. Y, en consecuencia, frecuentemente son oprimidos.

O cuando la declaración, si se hace, no es definitiva, sino que se deja en gran parte


a la discreción —o, en otras palabras, a las pasiones y los prejuicios— de los
funcionarios fiscales, no sólo es una protección ineficaz, sino que la posibilidad de
serlo se convierte en una razón más para no recurrir a ella.

Aun suponiendo la más justa disposición de los funcionarios públicos, al intentar


ejercer su discreción sin disponer de la información necesaria para ello,
infaliblemente serán engañados por las apariencias. El monto de la actividad que
parece realizarse es, en la mayoría de los casos, una medida muy engañosa de las
ganancias que genera; mas constituye quizá la mejor información de la que pueden
disponer, y de la que más naturalmente se fiarán. Por lo cual un negocio que pudiere
requerir ayuda del gobierno antes que poder contribuir a él, puede verse aplastado
por conjeturas erróneas de los tasadores de impuestos.

Los impuestos arbitrarios —categoría en la que se incluyen todos aquellos cuyo


monto por cabeza se deja a la discreción de ciertos funcionarios— son tan contrarios
al espíritu de la libertad como a las máximas de la industria. Así lo han considerado
los más sensatos comentaristas en asuntos de gobierno, quienes les han atribuido
los más severos epítetos reprobatorios, por constituir uno de los peores rasgos que
suele haber en la práctica de gobiernos despóticos.

Lo que sí es cierto es que tales impuestos son particularmente contrarios al éxito de


la industria manufacturera, y ha de cuidarse de ellos cualquier gobierno que desee
fomentarla.

La gran extensión del tema de este informe ha conducido imperceptiblemente a una


discusión preliminar más larga de lo que originalmente se contemplaba o pretendía.
Pareció propio investigar los principios, considerar las objeciones e intentar
establecer la utilidad de lo que se pretendía fomentar, antes de especificar los
objetos merecedores o urgidos de estímulos, y las medidas que pudieren ser
correctas en cada caso. Una vez alcanzado el primer objetivo, queda por alcanzar el
segundo. En la selección de objetos hay cinco circunstancias que ameritan, según
parece, atención particular: la capacidad del país de suministrar la materia prima; el
grado en que la naturaleza de la manufactura permite sustituir el trabajo manual con
maquinaria; la facilidad de su ejecución; la variedad de usos que pueden dársele al
artículo; y su subordinación a otros intereses, particularmente el interés supremo de

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la defensa nacional. Existen, empero, objetos a los que poco se aplican estas
circunstancias, y que por razones especiales aun así merecen estímulo.

La designación de la principal materia prima de la que se compone cada


manufactura, servirá como introducción a los comentarios sobre ella. En primer lugar:

Hierro

Las manufacturas de este producto merecen un rango preeminente. Ninguna otra es


tan esencial en sus diversos tipos, ni de uso tan extendido. En todas las ocupaciones
útiles constituyen, en todo o en parte, los implementos, los materiales, o ambos. Su
utilidad es evidente por doquier.

Es una fortuna para los Estados Unidos contar con ventajas peculiares para derivar
todo el beneficio de este tan valioso material, y tienen todos los motivos para
aprovecharlo con cuidado sistemático. Se le encuentra en varias partes de los
Estados Unidos, en gran abundancia y de casi todas las calidades; y el combustible,
elemento principal en su manufactura, es barato y abundante. Esto se aplica
particularmente al carbón de leña; pero existen ya en operación productiva minas de
carbón mineral, y fuertes indicios de que este material podrá encontrarse
abundantemente en varios otros lugares.

A las indagaciones originadas por el tema de este informe se ha respondido con


pruebas de que las manufacturas de hierro, aunque se reconoce generalmente que
están muy extendidas, lo están mucho más de lo que comúnmente se supone. Las
variedades en que se ha logrado mayor progreso ya se han mencionado aparte, y no
hace falta repetirlo; pero cabe poca duda de que cualquier otra, debidamente
cultivada, medrará rápidamente. Merece señalarse el que varios de los oficios
basados en la manufactura del hierro, se pueden impulsar sin recurso a grandes
capitales.

Las fundiciones de hierro han aumentado notoriamente en los Estados Unidos, y


funcionan con mucho mayores ventajas que antes. Su precio promedio antes de la
revolución era de sesenta y cuatro dólares la tonelada, y en la actualidad es de
ochenta, aumento que debe atribuirse principalmente al aumento de las manufacturas
con este material.

La mayor extensión y multiplicación de tales manufacturas tendrá el doble efecto de


promover la extracción del metal mismo, y de transformarlo en un mayor número de
aplicaciones rentables.

Tales manufacturas reúnen también, en mayor grado que cualquier otra, los varios
requisitos que se han mencionado como referencia para la selección de productos
dignos de estímulo.

El único otro estímulo a las manufacturas de este artículo, cuya conveniencia puede
considerarse incuestionable, sería aumentarle los aranceles a los productos
extranjeros que le rivalizan...

Los encabezados anteriores comprenden las más importantes de las diversas


manufacturas que a la vez requieren y son las más dignas de apoyo público, y se han
sugerido medidas para conseguirlo, que parecen ser las mejor concebidas para ese
fin.

Las observaciones que han acompañado esta enumeración de productos obvian la


necesidad de muchos comentarios adicionales, pero quizá haya uno o dos que no
resulten del todo superfluos.

En varios casos se proponen los subsidios como una forma de estímulo.

Una de las objeciones comunes a ellos es que son difíciles de administrar, y se


prestan al fraude. Pero ni la dificultad ni el riesgo bastan, parece, para contrarrestar
las ventajas a que dan lugar cuando son debidamente aplicadas. Y se supone ya
demostrado que, en algunos casos, particularmente en la infancia de las nuevas
empresas, son indispensables.

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Pero hará falta extraordinaria circunspección en la manera de concederlos. Ya se


han ideado las precauciones requeridas; pero entrar en detalle abultaría este
informe, ya de por sí voluminoso, a un tamaño demasiado inconveniente.

Para que no se considere inadmisible el principio, las medidas para impedir que se
abuse de él no habrán de presentar obstáculos insuperables. Hay pautas útiles
derivadas de la experiencia en otras partes.

Por tanto sólo se señalará en este respecto que ningún subsidio que se aplicare a la
manufactura de algún artículo se extenderá sin perjuicio más que a las fábricas en
que la hechura de tal artículo es comercio corriente.

Sería imposible anexar precauciones suficientes a un beneficio de esta naturaleza, si


éste se otorgara a todas las familias en que la manufactura se realiza sólo
ocasionalmente; y, siendo una ocupación meramente ocasional, que llena los ratos
que de otra forma se perderían, provechosamente puede realizarse sin necesidad de
tan especial auxilio.

También puede presentarse como objeción a las medidas que se han planteado la
posibilidad de que disminuya el erario; pero no hay verdad tan segura como el hecho
de que redunda en beneficio de éste todo lo que favorezca el crecimiento de la
producción y la riqueza nacional.

Proporcional al grado de éstas es la capacidad de cada país de contribuir a la


hacienda pública; y cuando la capacidad contributiva aumenta, o aun si no disminuye,
la única consecuencia de medidas que disminuyen alguna fuente particular de
ingresos es el cambio de objeto. Si por favorecer la manufactura nacional de algún
artículo, se reducen los ingresos públicos que se derivaban de su importación,
fácilmente se hallará indemnificación, ya sea en la manufactura misma, o en algún
otro objeto que se estime más conveniente.

Pero las medidas que se han propuesto, tomadas en su conjunto, antes que disminuir
el erario tenderán por mucho tiempo a aumentarlo.

Poco cabe esperar que el progreso de las manufacturas mantenga un ritmo tan
parejo con el crecimiento de la población, que impida que aumenten, aunque sea
gradualmente, los ingresos por aranceles a los artículos de importación.

No obstante, dado que se propone en algunos casos abolir y en otros disminuir los
aranceles que se han comprometido para el pago de la deuda pública, es esencial
que tal acción vaya acompañada de un sustituto adecuado. A este efecto se requiere
que todos los aranceles adicionales que se impongan, se destinen antes que nada a
reponer cualquier desfalco que pueda resultar de la abolición o disminución. Aun a
primera vista es evidente que no sólo bastarán para lograrlo, sino que generarán un
excedente considerable.

Tal excedente servirá:

Primero. Para constituir un fondo para pagar los subsidios concedidos.

Segundo. Para constituir un fondo para el funcionamiento de una junta que se


establecerá para la promoción de las artes, la agricultura, las manufacturas y el
comercio. A esta institución se han hecho varias alusiones en el curso de este
informe. Ahora se presentará un borrador para su realización.

Que se aparte cierta suma anual, y se ponga bajo control de no menos de tres
comisionados, escogidos de entre ciertos funcionarios del gobierno y sus sucesores
en el cargo.

Que se faculte a dichos comisionados para aplicar los fondos a: sufragar los gastos
de inmigración de artesanos y manufactureros en ciertas ramas de extraordinaria
importancia; inducir la prosecución e introducción de descubrimientos, invenciones y
mejoras útiles, mediante recompensas adecuadas, prudentemente ofrecidas y
otorgadas; estimular mediante premios, tanto honoríficos como lucrativos, los
esfuerzos de individuos y sectores relacionados con los objetos que se pretende

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promover; y otorgar a estos fines otros auxilios que pueda estipular la ley.

Los comisionados deberán rendir (a la legislatura) un balance anual de sus


transacciones y pagos; y todas las sumas que no se hubieren aplicado a los fines
desginados, al cabo de cada tres años revertirán a la Hacienda pública. También
podrá imponérseles la obligación de no retirar fondos como no sea para gastos ya
especificados.

Más aún, puede ser útil autorizarlos a recibir aportaciones voluntarias, con la
obligación de aplicarlas a los objetos específicos para los que fueron hechas, si
alguno tuvieren dicho los donantes.

Hay razón para creer que el progreso de ciertas manufacturas se ha retrasado


mucho por falta de trabajadores calificados. Y a menudo pasa que los capitales
empleados no son adecuados al fin de traer del exterior trabajadores de superior
calibre. Aquí, en casos que lo ameriten, la ayuda del gobierno muy probablemente
resultaría útil. En todas las ramas hay, además, valiosos trabajadores a quienes todo
lo que les impide emigrar es la falta de recursos. Auxilios ocasionales a tales
personas, debidamente administrados, pudieran ser una fuente de valiosas
adquisiciones para el país.

La conveniencia de estimular mediante premios las invenciones y la introducción de


avances útiles, se admite sin dificultad. Pero el éxito de ello evidentemente ha de
depender de la forma de aplicar los premios. Basar su concesión en ciertas reglas,
acompañadas de arbitrios colaterales, servirá para darles la más segura eficacia.
Parece impráctico otorgar recompensas específicas en base a reglas generales, en
favor de descubrimientos de una utilidad desconocida y difícil de calcular.

Es particularmente obvia la gran utilidad que puede tener un fondo de esta naturaleza
para procurar e importar avances del extranjero. Entre ellos, los artículos de
maquinaria formarían un renglón de la mayor importancia.

También se ha aludido al funcionamiento y la utilidad de las recompensas, así como


las ventajas que han resultado de otorgarlas, bajo la dirección de ciertas sociedades
públicas y privadas. Alguna experiencia en ello se ha sacado del caso de la Sociedad
de Pennsylvania (para la promoción de manufacturas y oficios útiles); pero los fondos
de tal sociedad han sido demasiado pocos para producir más que una porción muy
pequeña del beneficio al que tiende en principio. Puede afirmarse sin lugar a dudas
que difícilmente existe cosa mejor concebida para estimular un espíritu general de
progreso, que las instituciones de esta naturaleza. Son verdaderamente invaluables.

En los países donde hay gran riqueza privada, mucho puede lograrse mediante las
aportaciones voluntarias de individuos patriotas; pero en una comunidad en
condiciones como las de los Estados Unidos, el erario público debe suplir la
deficiencia de recursos privados. ¿Dónde puede ser más útil que en estimular y
perfeccionar los esfuerzos de la producción?

Todo lo cual se presenta humildemente.

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