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Alexander Hamilton InformeManufacturas1971
Alexander Hamilton InformeManufacturas1971
Extractos del Informe sobre las manufacturas que Alexander Hamilton presentó al
Congreso estadounidense el 5 de diciembre de 1791. Su primera traducción al
español se publicó en la revista Benengeli, volumen 3, número 2, del segundo
trimestre de 1988.
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"Si, contra el curso natural de las cosas, puede darse un florecimiento prematuro a
ciertas manufacturas, mediante fuertes aranceles, prohibiciones e incentivos, o
mediante otros recursos artificiales, ello sería sacrificar los intereses de toda la
comunidad a los de ciertas clases. Además de emplear mal la mano de obra, se
daría un virtual monopolio a las personas ocupadas en tales manufacturas, y el alza
de precios —consecuencia inevitable de todo monopolio— tendría que sufragarse a
expensas de las otras partes de la sociedad. Fuera muy preferible que tales
personas se dedicaran al cultivo de la tierra y que, a cambio de sus productos,
obtuviésemos las mercancías que los extranjeros pueden abastecernos más
perfectas y favorablemente"...
Para tener una idea precisa de cuán susceptible de esta imputación puede
considerarse lo antes expuesto, es necesario atender cuidadosamente a las
consideraciones que hablan a favor de las manufacturas y que parecen recomendar
su especial y positivo fomento, en ciertos casos y dentro de ciertas limitantes
razonables... También creemos poder mostrar que la conveniencia de tal fomento es
recomendada por los más poderosos y convincentes motivos de seguridad nacional...
III. "Que el producto anual de la tierra y del trabajo de un país sólo puede
aumentarse de dos maneras: mediante alguna mejora de las capacidades
productivas del trabajo útil, o mediante un aumento de la cantidad de dicho trabajo.
Que, en cuanto a lo primero, siendo el trabajo de los artífices capaz de una mayor
subdivisión y simplicidad operativa que el de los agricultores, es susceptible, en un
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7. Asegurar, y en algunos casos crear, una demanda más cierta y regular del
excedente del fruto de la tierra.
Con razón se ha observado que difícilmente existe algo más importante para la
economía de una nación que una adecuada división del trabajo. La separación de las
ocupaciones hace que se realice cada una con perfección mucho mayor de lo que
sería posible lograr combinándolas. Esto se debe principalmente a tres
circunstancias.
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Y por todas estas causas juntas, la mera separación de la actividad del cultivador de
la del artífice tiene el efecto de aumentar las capacidades productivas del trabajo y,
con ellas, la masa total del producto o ingreso de una nación. Desde esta
perspectiva, queda clara la utilidad de los artífices o manufactureros para fomentar el
aumento de la industria productiva.
De las que hemos enumerado, ésta es una de las circunstancias más importantes.
Es uno de los principales medios por los que el establecimiento de las manufacturas
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Es evidente que el trabajo del agricultor será estable o fluctuante, vigoroso o débil,
según lo estables o inestables, adecuados o inadecuados que sean los mercados de
los que depende para vender el excedente de su trabajo; y que tal excedente por lo
regular será mayor o menor en la misma proporción.
Para dicha venta, el mercado interno es muy preferible al externo, porque lo natural
es que sea mucho más seguro.
Para crear tal mercado interno, no hay otro recurso que promover los
establecimientos manufactureros. Los manufactureros, que constituyen la clase más
numerosa fuera de los labradores, son por ello los principales consumidores del
excedente del trabajo de éstos.
Esta idea de crear un extenso mercado interno para el producto excedente del suelo,
es de primordial importancia. Es el factor que más efectivamente conduce al
florecimiento de la agricultura. Si las manufacturas tuviesen el efecto de atraer una
parte de la mano de obra que de otra manera estaría dedicada a la agricultura,
posiblemente puedan hacer que se reduzca la cantidad de tierras bajo cultivo; pero
también es cierto que, por su tendencia a generar una demanda más estable para el
producto excedente del suelo, al mismo tiempo causarían que se mejorasen las
tierras bajo cultivo y aumentase su productividad. Y mientras que, por su influencia,
mejoraría la situación particular de cada granjero, probablemente aumentaría el
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monto total de la producción agrícola, pues ello evidentemente depende del grado de
mejoramiento tanto o más que del número de acres bajo cultivo.
Las consideraciones que llevamos dichas bastan para establecer las siguientes
proposiciones generales: que es del interés de las naciones diversificar las
ocupaciones industriosas de los individuos que las componen; que con el
establecimiento de manufacturas se pretende no sólo aumentar la cantidad total de
trabajo útil y productivo, sino aun mejorar la situación de la agricultura en particular,
impulsando, por cierto, los intereses de quienes la practican. Hay otras perspectivas
de este tema, que se considerarán más adelante, y pensamos servirán para
confirmar estas inferencias...
Es muy difícil definir algo preciso respecto al verdadero monto del capital monetario
de un país, y aún más respecto a la proporción que guarda con los objetos en que
puede invertirse. No es menos difícil definir en qué medida el efecto de una
determinada cantidad de dinero, empleado como capital —o, en otras palabras,
como medio para poner en circulación la industria y la propiedad de una nación—,
puede aumentar por la circunstancia misma del movimiento adicional que le dan los
nuevos objetos en que se emplea. No fuera impropio representar tal efecto,
semejante al impulso de un cuerpo descendente, como una razón compuesta de
masa y velocidad. Parece seguro que una cantidad dada de dinero, en una situación
en que se sintieran poco los arranques de la actividad comercial, resultaría
inadecuada para poner en movimiento la misma cantidad de industria y propiedad
que movilizaría en una situación en que se sintiera plenamente la influencia de esa
actividad.
No es obvio por qué no habría de hacerse al comercio exterior la misma objeción que
a las manufacturas, pues es evidente que nuestras inmensas extensiones de
territorio, tanto las ocupadas como las vacantes, podrían emplear mucho más capital
que el que hoy se invierte en ellas. Es cierto que los Estados Unidos ofrecen amplias
oportunidades para el empleo ventajoso del capital; pero no se desprende que no
puedan encontrarse, de un modo u otro, fondos suficientes para desarrollar con buen
éxito cualquier clase de industria que posiblemente demuestre ser benéfica de veras.
Las consideraciones que siguen son de tal naturaleza que disipan cualquier inquietud
en lo tocante a la falta de capital.
Hay amplio margen para tener en cuenta el auxilio de capital extranjero. Hace mucho
se ha comprobado su utilidad en nuestro comercio exterior, y empieza a sentirse en
otros campos. No sólo nuestros propios capitales sino también nuestra agricultura y
otras mejoras internas se han visto animados por él. En algunos casos se ha
extendido incluso a nuestras manufacturas.
Es un hecho bien conocido que algunas partes de Europa cuentan con más capital
que objetos rentables en qué invertirlo internamente. De ahí, entre otros motivos, los
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No es imposible que pueda haber personas inclinadas a ver con recelo la introducción
de capital extranjero, como si fuera un instrumento para privar a nuestros propios
ciudadanos de las ganancias de nuestra propia industria. Posiblemente nunca pueda
haber recelo menos razonable. Antes que verlo como rival, debiera considerársele un
valiosísimo auxiliar, llevadero a poner en movimiento una mayor cantidad de trabajo
productivo y una mayor proporción de industria útil de lo que pudiere existir sin él. Es
evidente, mínimamente, que en un país con la situación de los Estados Unidos, con
una reserva infinita de recursos por aprovechar, cada centavo de capital extranjero
que se invierta en mejoras internas y en establecimientos industriosos de carácter
permanente, constituye una adquisición valiosa.
Y cualesquiera que hayan sido los objetos que originalmente atrajeron el capital
extranjero, una vez introducido puede dirigirse a cualquier empresa benéfica que se
desee. Y para retenerlo entre nosotros, no puede haber nada tan efectivo como
ampliar la esfera en que puede dársele empleo útil. Aunque originalmente atraído con
miras puramente especulativas, puede luego convertirse en sirviente de los intereses
de la agricultura, el comercio y las manufacturas.
Pero aunque hay razones lo bastante fuertes para ameritar una confianza
considerable en la ayuda del capital externo para el logro de nuestras metas, es
satisfactorio tener buenas bases para estar seguros de que hay recursos internos
suficientes en sí mismos para alcanzarlas. Sucede que existe actualmente en los
Estados Unidos un tipo especial de capital, capaz de aliviar cualquier inquietud
respecto a esta carencia: la deuda consolidada.
Los bonos públicos sirven como capital, por la estima de que usualmente gozan entre
gente adinerada; y, consecuentemente, por la facilidad y rapidez con que pueden
convertirse en dinero. Esta capacidad de pronta convertibilidad en moneda hace que
una transferencia de bonos sea equivalente en muchos casos al pago en metálico. Y
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cuando sucede que la parte que recibe no está dispuesta a aceptar en pago una
transferencia de bonos, el que paga nunca se verá en aprietos para encontrar un
comprador que le suministre, a cambio de sus bonos, el metálico que necesita. En
consecuencia, en condiciones de estabilidad y entereza de los bonos públicos, el
poseedor de cierta suma de ellos podrá realizar cualquier negocio, con la misma
confianza que si poseyera una suma igual en metálico.
La función de los bonos públicos en tanto capital es demasiado obvia para negarse;
pero a la idea de que se trata de un aumento del capital de la comunidad, se objeta
que ellos ocasionan la destrucción de una cantidad equivalente de algún otro capital.
El único capital que puede suponerse que destruyen consiste en la cantidad anual de
fondos públicos empleados en el pago de intereses y la gradual amortización del
principal de la deuda pública; es decir, la cantidad de moneda que se emplea en
circular los bonos o, en otras palabras, en realizar los cambios de manos por los que
pasan.
Hasta aquí es evidente que la proporción entre capital destruido y capital creado no
sería mayor que de ocho a cien. Es decir, de la masa total de capitales varios se
extraería una suma de ocho dólares para pagarle al acreedor del gobierno; mientras
que éste poseería una suma de cien dólares, disponible para su aplicación en
cualquier propósito o empresa que le parezca idónea. He aquí, pues, que el aumento
del capital, o la diferencia entre el que se produce y el que se destruye, equivaldría a
noventa y dos dólares. A esta conclusión pudiera objetarse que cada año se
extraería la suma de ocho dólares, hasta que se extinguieran los cien dólares
completos; y pudiera inferirse que a la larga se destruirá tanto capital como el que se
creó inicialmente.
Pero aún así es cierto que en todo el intervalo que va desde la creación del capital
de cien dólares y su reducción a una suma no mayor que el ingreso anual aplicado a
su amortización, habrá un capital activo mayor al que habría de no haberse contraído
la deuda. La suma extraída de otros capitales en un año dado nunca será mayor a
ocho dólares; pero en todo momento habrá en manos de alguien una suma
correspondiente a la porción impaga del principal, empleada o disponible para
emplearse en alguna empresa productiva. Por consiguiente siempre habrá más
capital disponible para su empleo que el que se extraiga de dicho empleo.
Se ha dicho que el excedente en el primer año sería de noventa y dos dólares; todos
los años disminuiría, pero siempre quedaría un excedente, hasta que el capital
adeudado se redujera al equivalente del pago anual, que, en el caso que hemos
escogido como ejemplo, equivale a ocho dólares. La realidad de este excedente se
hace más palpable si suponemos que, como sucede con frecuencia, que un
ciudadano de otro país importa a los Estados Unidos cien dólares para comprar un
monto equivalente de deuda pública. Hay aquí un aumento de la masa de dinero
circulante, en la cantidad de cien dólares. Supongamos que a fin de año el extranjero
se cobre ocho dólares, a cuenta de su capital y sus intereses; de todas formas deja
en circulación noventa y dos dólares de su depósito original, y en la misma forma, al
final del segundo año, deja ochenta y cuatro, cobrando de nuevo su anualidad de
ocho dólares; y así sucesivamente. El capital que deja en circulación disminuye cada
año y se aproxima al nivel de la anualidad cobrada. En últimas existen, sin embargo,
algunas diferencias en cuanto a la administración de la parte de la deuda comprada
por extranjeros y la que permanece en manos de nacionales. Pero el efecto general
en ambos casos, aunque en grados diferentes, es aumentar el capital activo del país.
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Queda por verse cuánto más habrá que restarle al capital que se crea con la
existencia de la deuda, por cuenta de la moneda que se emplea para que circule.
Esto es mucho menos susceptible de cálculo preciso que lo anterior. Es imposible
decir qué proporción de moneda se requiere para realizar las enajenaciones que
suele atravesar cualquier tipo de propiedad; la cantidad varía, en efecto, según las
circunstancias. No obstante, puede decirse sin lugar a dudas que, debido a la rapidez
de su rotación, o, más bien, de sus transiciones, el medio de circulación nunca
representa más que una pequeña proporción de la propiedad circulante. Por
consiguiente cabe deducir que la cantidad de moneda empleada en las negociaciones
de los fondos, y que les da actividad como capital, es incomparablemente menor que
el monto de la deuda negociada comercialmente.
No debe omitirse, empero, que la negociación de los bonos de gobierno deviene por
sí misma negocio que emplea y por tanto desvía una porción de circulante de otras
actividades. Pero una vez tenida en cuenta esta circunstancia, no hay razón para
concluir que el efecto de la desviación de moneda en toda la operación guarde
proporción considerable con el monto de capital que pone en movimiento. La suma
de la deuda en circulación en un momento dado siempre está al servicio de alguna
empresa productiva; la moneda misma que le da circulación, nunca se aparta más
que momentáneamente de sus funciones ordinarias. Experimenta un rápido e
incesante flujo y reflujo entre los canales de la industria y los de las negociaciones de
bonos.
Hay circunstancias de peso que confirman esta teoría. La fuerza del capital
monetario que ostenta Gran Bretaña, y el grado en que por impulso suyo han crecido
las varias clases de industria, no guardan proporción con la cantidad de moneda que
ese reino haya poseído jamás. Consecuentemente ha sido coetáneo de su sistema
financiero, así como opinión prevaleciente entre empresarios y la generalidad de los
teóricos más sagaces de ese país, que el empleo de bonos gubernamentales como
capital ha contribuido en gran medida a lograr dicho efecto. Entre nosotros hasta
ahora las apariencias tienden a la misma conclusión. La industria en general parece
haberse reactivado. Hay signos que indican la ampliación de nuestro comercio.
Nuestra navegación, por cierto, ha sentido recientemente un impulso considerable, y
en muchas partes de la Unión parece haber una disponibilidad de capital que hasta
hace poco, cuando menos desde la Revolución, era desconocida. Pero al mismo
tiempo debe reconocerse que hay otras circunstancias que también han contribuido
(y en gran medida) a esta situación, y que las apariencias no son aún lo bastante
decisivas para merecer nuestra completa confianza.
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Hay individuos respetables que, por una justa aversión a la acumulación de deuda
pública, no quisieran reconocerle ningún tipo de utilidad, ni admiten que pueda
representar beneficio alguno que compense el perjuicio de que la suponen plena; ni
es posible persuadirlos de que dicha deuda pudiera de algún modo considerarse un
aumento del capital, no sea que vaya a inferirse que entre más deuda más capital, y
mientras mayor la carga mayores los beneficios para la sociedad.
Pero compete a las instituciones públicas darle a cada cosa su justo valor; apreciar
hasta dónde el bien de alguna medida es contrarrestado por el mal, o el mal por el
bien, puesto que raramente ocurre el uno sin el otro.
Y puesto que las vicisitudes de las naciones dan pie a una constante tendencia a la
acumulación de la deuda, debiera haber en todos los gobiernos un esfuerzo
perpetuo, celoso e incesante por reducirla, tan rápido como sea posible dentro de la
integridad y la buena fe.
El razonamiento sobre un tema que abarca ideas tan abstractas y complejas, tan
poco reducibles a cálculos precisos como las que entran al asunto recién discutido,
siempre conlleva el riesgo de caer en falacias. Debida cuenta debe hacerse, por
tanto, de esta posibilidad. Pero hasta donde la naturaleza del tema lo permite,
parece haber pie para afirmar que los bonos gubernamentales operan como fuente
de capital para los ciudadanos de los Estados Unidos; y que si en efecto son un
recurso, se trata de un recurso importante...
I. Parece haber lugar para creer que el comercio de un país a la vez manufacturero y
agrícola, es más lucrativo y próspero que el de un país meramente agrícola.
Una razón de ello radica en ese esfuerzo general de las naciones (ya mencionado)
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por obtener de su propio suelo los artículos de primera necesidad requeridos para su
propio uso y consumo; y por el cual su demanda de abastecimientos externos
deviene en gran medida ocasional y contingente. Por tanto, mientras que la
necesidad de las naciones dedicadas exclusivamente a la agricultura, de artículos de
los países manufactureros, es constante y regular, la demanda de éstos por los
productos de aquéllas está sujeta a grandes fluctuaciones e interrupciones. Ya se
han señalado las grandes variaciones por el cambio de estaciones. Tal uniformidad
de la demanda por un lado, y su variabilidad por el otro, necesariamente tenderán a
hacer que el curso general del intercambio de bienes se torne desventajoso para las
naciones meramente agrícolas. La peculiaridad de una situación, la aptitud de un
clima o de un suelo para la producción de ciertos bienes, ocasionalmente contradirán
la regla; pero existen todos los motivos para pensar que, en lo fundamental, ella es
válida.
Una tercera circunstancia, quizás no inferior a las dos anteriores en lo que se refiere
a la antedicha superioridad, tiene que ver con el estancamiento de la demanda de
ciertos productos, lo que tarde o temprano interfiere en mayor o menor medida con
la venta de todos. Una nación incapaz de ofrecer al mercado más que unos cuantos
productos, se verá afectada más directa y tangiblemente por tales estancamientos
que una que en todo momento dispone de gran variedad de mercancías. La primera
frecuentemente halla que gran parte de sus mercancías ofrecidas en venta o
intercambio se quedan en inventario, o se ve obligada a realizar penosos sacrificios
para satisfacer sus necesidades de bienes foráneos, numerosos y urgentes, en
relación a los pocos propios. A menudo la segunda se ve compensada con el alto
precio de ciertos artículos por el bajo precio de otros; la venta rápida y a buen precio
de los artículos que tienen demanda, le permite al que los vende esperar hasta que
se produzca un cambio favorable relativo a los que no la tienen. Existen bases para
afirmar que las diferencias de situación en este respecto tienen efectos
inmensamente diferentes en la riqueza y la prosperidad de las naciones.
Los hechos parecen confirmar esta conclusión. Parece que la importación de bienes
manufacturados invariablemente despoja de su riqueza a los pueblos meramente
agrícolas. Compárese la situación de los países manufactureros de Europa con la de
los que sólo se dedican a la agricultura, y se verá una disparidad sorprendente. Es
cierto que tal disparidad entre ciertos países puede atribuirse en parte a otras
causas, entre ellas la condición relativa de su agricultura; pero entre otros, la primera
causa de tal disimilitud es la condición relativa de sus manufacturas. En
corroboración de lo cual no debe dejar de verse que las Antillas, cuyas tierras son de
las más fértiles, y la nación que en mayor medida abastece de metales preciosos al
resto del mundo, mantiene un intercambio comercial negativo con casi todos los
países.
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Bretaña era creciente. Desde la Revolución, los estados en que más han aumentado
las manufacturas, son los que más pronto se han recuperado de los daños de la
reciente guerra, y los que más abundan en recursos pecuniarios.
Debe admitirse, sin embargo, que tanto en este caso como en el precedente, el
fenómeno puede atribuirse en parte a causas que nada tienen que ver con la
condición de las manufacturas. El continuo avance de nuevas colonizaciones tiene
una tendencia natural a crear una balanza comercial desfavorable, aunque compensa
la inconveniencia con el aumento del capital nacional, mediante la conversión del
yermo en tierra de cultivo. Y los diferentes grados de comercio exterior que realizan
los diferentes estados puede producir grandes diferencias en el estado relativo de
riqueza de cada una. La primera circunstancia tiene que ver con la deficiencia de
moneda y el aumento de la deuda antes de la Revolución; la segunda, con las
ventajas que los estados más manufactureros han gozado sobre los otros desde que
terminó la reciente guerra.
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Estas desventajas pesan considerablemente sobre los intereses agrícolas del país.
En tiempos de paz, causan una seria reducción del valor intrínseco de los productos
del suelo. En tiempos de guerra, ya sea de nuestra nación o de otra que controle
parte considerable del transporte de nuestro comercio, los recargos por transporte
de nuestros artículos, tan voluminosos como son en su mayoría, difícilmente dejarían
de ser una pesada carga para el agricultor, mientras deba depender tanto como
depende ahora de los mercados foráneos para la venta del excedente de su trabajo.
Pero existen consideraciones más particulares que tienden a reforzar la idea de que
el fomento de las manufacturas interesa a todas las partes de la Unión. Si tales
establecimientos se asentaran principalmente en los estados del norte y del centro,
inmediatamente beneficiarían a los estados del sur, creando una nueva demanda
para los productos de éstos, algunos de los cuales se producen también en otros
estados, mientras que otros les son peculiares, o más abundantes, o de mejor
calidad que en otras partes. Estos productos son principalmente la madera, el lino, el
cáñamo, el algodón, la lana, la seda burda, el añil, el hierro, el plomo, las pieles, los
cueros y varias clases de carbón. De estos productos, el algodón y el añil son
peculiares a los estados sureños, como lo son hasta la fecha el plomo y el carbón.
El lino y el cáñamo se producen o pueden producirse en mayor abundancia ahí que
en los estados de más al norte; y se dice que la lana de Virginia es de mejor calidad
que la de cualquier otro estado, situación que parece probable, en vista que Virginia
abarca las mismas latitudes que los mejores países productores de lana en Europa.
El clima del sur es también más apto para la producción de seda.
Difícilmente pudiera lograrse el cultivo en gran escala del algodón, de no ser en base
al previo establecimiento de manufactorías nacionales dedicadas a procesarlo; y el
impulso más seguro para los demás productos, sería el mismo tipo de manufactorías
para cada uno de ellos.
Tal empleo útil de fondos extranjeros debe ser tal que produzca mejoras sólidas y
permanentes. Si sólo sirve para impulsar un florecimiento temporal del comercio
exterior, sin abrir mercados nuevos y duraderos para los productos nacionales, no se
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Para formarse un mejor juicio de los medios a los que pueden recurrir los Estados
Unidos, será útil examinar los que se han aplicado venturosamente en otros países.
Los principales son los siguientes:
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Este ha resultado ser uno de los medios más eficaces de fomentar las manufacturas,
y en opinión de algunos, el mejor. No obstante, aún no lo practica el gobierno de los
Estados Unidos (a menos que los descuentos a la exportación de pescado seco y
encurtido, y de carne salada, pudieran considerarse un subsidio), y goza de menos
favor público que otras formas.
1. Es un tipo de incentivo más directo y positivo que cualquier otro, y por eso mismo
tiene una tendencia más inmediata a estimular y sostener empresas nuevas,
aumentando las oportunidades de ganancia y disminuyendo los riesgos de pérdida en
sus primeros intentos.
4. Los subsidios son a veces no sólo el mejor, sino el único medio adecuado para
conjugar incentivos a la vez para un nuevo producto agrícola y un nuevo producto
manufacturero. Es del interés del granjero que se promueva la producción de una
nueva materia prima agrícola, obstaculizando la introducción de la misma materia
prima del extranjero. Es del interés del manufacturero contar con la materia prima
barata y abundante. Si antes de producirse nacionalmente dicha materia prima en
cantidades suficientes para surtir a buen precio a los manufactureros, se impone un
arancel a su importación del extranjero con el objetivo de promover su producción en
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casa, se traicionará tanto el interés del agricultor como el del manufacturero. Sea por
la eliminación del abasto requerido, o por la elevación de su precio a un nivel
inalcanzable por una recién nacida manufactura nacional, ésta fracasa, o es
abandonada; y no habiendo manufactorías nacionales que generen demanda por la
materia prima producida por el agricultor, se habrá destruido en vano la competencia
de la mercancía externa equivalente.
Contra los subsidios existe algún prejuicio, nacido de la apariencia de que constituyen
una dádiva de fondos públicos sin justificación inmediata, y del supuesto de que
sirven para enriquecer a ciertas clases a expensas de la comunidad.
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La suposición de que este planteamiento implicaría un poder por parte del Congreso
para hacer todo lo que se le antojara conducente al bienestar general, no debe
provocar ninguna objeción. El poder para decidir la asignación de dinero con tal
libertad, si se define en términos explícitos, no conlleva el poder hacerlo mas que en
las formas autorizadas por la Constitución, sea explícitamente o por implicación bien
definida.
V. Premios.
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Este es uno de los más úiles e indudables auxilios que se le pueden dar a las
manufacturas. Los medios usuales de otorgarlo son las recompensas pecuniarias y,
por algún tiempo, los privilegios exclusivos. Las primeras deberán aplicarse según la
ocasión y según la utilidad generada por la invención o descubrimiento; para los
segundos, en lo tocante a "autores e inventores", ya están establecidas por ley las
normas pertinentes. Pero es deseable, en lo relativo a avances y secretos de
extraordinario valor, poder dar a los introductores el mismo beneficio concedido a los
autores e inventores, práctica que se ha seguido con éxito en otros países. En esto,
sin embargo, al igual que en otros casos, hay que lamentar que se cuestiona no poco
la competencia y autoridad del gobierno nacional para administrar este bien. Muchos
auxilios pudiera darle a la industria, y promover muchas mejoras internas de
importancia fundamental, una autoridad que abarcara toda la Unión; lo que no le
sería posible a una autoridad confinada a los límites de un estado.
Pero si la legislatura de la Unión no puede surtir todo el bien que pudiere desearse,
es deseable que al menos pueda hacerse cuanto sea practicable. Los medios para
promover la introducción de avances foráneos al país, aunque menos eficientemente
de lo que sería con una autoridad más adecuada, es parte del programa que se
pretende presentar al final de este informe.
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Las siguientes observaciones son tan sensatas y oportunas que merecen citarse al
pie de la letra: "Los buenos caminos, canales y ríos navegables, al disminuir el costo
del transporte, ponen a las partes remotas de una nación a un nivel más próximo al
de las inmediaciones de la ciudad. Por ese motivo son la mayor de todas las
mejoras. Fomentan el cultivo de las áreas remotas, que por lo general son las más
extensas del país. Benefician a la ciudad, por cuanto rompen el monopolio de las
zonas rurales aledañas; y benefician incluso a estas zonas rurales, pues aunque
introducen a los viejos mercados algunas mercancías rivales, abren a sus productos
muchos mercados nuevos. El monopolio. además, es gran enemigo de la buena
conducción económica, que nunca podrá establecerse universalmente sino como
resultado de una competencia libre y universal, que fuerce a todo mundo a valerse de
ella en defensa propia. No ha más de cincuenta años que algunos de los condados
vecinos de Londres pidieron al Parlamento impedir la extensión de carreteras hasta
las regiones más remotas; argumentaban que esas regiones, debido al menor costo
de la mano de obra, podrían vender su pastura y su maíz a mejores precios en los
mercados de Londres, con lo que por tanto reducirían las rentas de los agricultores
cercanos a Londres, y arruinarían sus cultivos. Desde entonces, sin embargo, han
crecido sus rentas y mejorado sus cultivos".
Ejemplos de igual talante que el prevaleciente en los condados recién referidos, muy
frecuentemente se ofrecen a la vista del observador imparcial, lo que da lugar al
patriótico deseo de que la sociedad de este país, en cuyas instituciones menos debe
predominar una disposición parcial o localista, disponga de facultades para procurar
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Los anteriores son los principales de los medios por los que ordinariamente se
promueve el crecimiento de las manufacturas. Pero no sólo es necesario que las
medidas gubernamentales orientadas directamente a las manufacturas se conciban
para apoyar y proteger a éstas, sino que se impida cualquier tendencia peculiar de
otras medidas, relacionadas con ellas en forma meramente colateral, a perjudicarlas.
Hay ciertas clases de impuestos que suelen resultar opresivos a diversos sectores
de la sociedad y que, entre otros malos efectos, ofrecen un panorama muy adverso
a las manufacturas. Todos los impuestos por censo o capitación son de este tipo.
Tales impuestos se basan ya en una tasa fija, que obra inequitativa y
detrimentalmente en contra del trabajador pobre; o bien le otorgan a ciertos
funcionarios la discreción de hacer estimaciones y avalúos que necesariamente
resultan vagos y conjeturados, y se prestan al abuso. Por tanto es menester
abstenerse siempre de ellos, como no sea en casos de la mayor urgencia.
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la defensa nacional. Existen, empero, objetos a los que poco se aplican estas
circunstancias, y que por razones especiales aun así merecen estímulo.
Hierro
Es una fortuna para los Estados Unidos contar con ventajas peculiares para derivar
todo el beneficio de este tan valioso material, y tienen todos los motivos para
aprovecharlo con cuidado sistemático. Se le encuentra en varias partes de los
Estados Unidos, en gran abundancia y de casi todas las calidades; y el combustible,
elemento principal en su manufactura, es barato y abundante. Esto se aplica
particularmente al carbón de leña; pero existen ya en operación productiva minas de
carbón mineral, y fuertes indicios de que este material podrá encontrarse
abundantemente en varios otros lugares.
Tales manufacturas reúnen también, en mayor grado que cualquier otra, los varios
requisitos que se han mencionado como referencia para la selección de productos
dignos de estímulo.
El único otro estímulo a las manufacturas de este artículo, cuya conveniencia puede
considerarse incuestionable, sería aumentarle los aranceles a los productos
extranjeros que le rivalizan...
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Resumen ejecutivo http://www.larouchepub.com/spanish/other_articles/2006/hamilton.htm
Para que no se considere inadmisible el principio, las medidas para impedir que se
abuse de él no habrán de presentar obstáculos insuperables. Hay pautas útiles
derivadas de la experiencia en otras partes.
Por tanto sólo se señalará en este respecto que ningún subsidio que se aplicare a la
manufactura de algún artículo se extenderá sin perjuicio más que a las fábricas en
que la hechura de tal artículo es comercio corriente.
También puede presentarse como objeción a las medidas que se han planteado la
posibilidad de que disminuya el erario; pero no hay verdad tan segura como el hecho
de que redunda en beneficio de éste todo lo que favorezca el crecimiento de la
producción y la riqueza nacional.
Pero las medidas que se han propuesto, tomadas en su conjunto, antes que disminuir
el erario tenderán por mucho tiempo a aumentarlo.
Poco cabe esperar que el progreso de las manufacturas mantenga un ritmo tan
parejo con el crecimiento de la población, que impida que aumenten, aunque sea
gradualmente, los ingresos por aranceles a los artículos de importación.
No obstante, dado que se propone en algunos casos abolir y en otros disminuir los
aranceles que se han comprometido para el pago de la deuda pública, es esencial
que tal acción vaya acompañada de un sustituto adecuado. A este efecto se requiere
que todos los aranceles adicionales que se impongan, se destinen antes que nada a
reponer cualquier desfalco que pueda resultar de la abolición o disminución. Aun a
primera vista es evidente que no sólo bastarán para lograrlo, sino que generarán un
excedente considerable.
Que se aparte cierta suma anual, y se ponga bajo control de no menos de tres
comisionados, escogidos de entre ciertos funcionarios del gobierno y sus sucesores
en el cargo.
Que se faculte a dichos comisionados para aplicar los fondos a: sufragar los gastos
de inmigración de artesanos y manufactureros en ciertas ramas de extraordinaria
importancia; inducir la prosecución e introducción de descubrimientos, invenciones y
mejoras útiles, mediante recompensas adecuadas, prudentemente ofrecidas y
otorgadas; estimular mediante premios, tanto honoríficos como lucrativos, los
esfuerzos de individuos y sectores relacionados con los objetos que se pretende
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promover; y otorgar a estos fines otros auxilios que pueda estipular la ley.
Más aún, puede ser útil autorizarlos a recibir aportaciones voluntarias, con la
obligación de aplicarlas a los objetos específicos para los que fueron hechas, si
alguno tuvieren dicho los donantes.
Es particularmente obvia la gran utilidad que puede tener un fondo de esta naturaleza
para procurar e importar avances del extranjero. Entre ellos, los artículos de
maquinaria formarían un renglón de la mayor importancia.
En los países donde hay gran riqueza privada, mucho puede lograrse mediante las
aportaciones voluntarias de individuos patriotas; pero en una comunidad en
condiciones como las de los Estados Unidos, el erario público debe suplir la
deficiencia de recursos privados. ¿Dónde puede ser más útil que en estimular y
perfeccionar los esfuerzos de la producción?
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