Está en la página 1de 9

ETICA Y MORAL EN EL SISTEMA JURÍDICO PERUANO

Por: Juan Carlos Valdivia Cano

SUMARIO: 1.- Introducción 2.- El caso de Adán. 3.- Ética y moral: diferencias. 4.-
Ética moderna. 4.- Internalización.

1. INTRODUCCION
La hipótesis central de este ensayo es que en el Perú, en la medida que no
constituye un auténtico estado laico de hecho (aunque lo sea de derecho por
llamarse República) la moral tradicional pretende situarse por encima del derecho.
A través de la Iglesia y sus mayoritarios seguidores influye sobre el sistema jurídico
que no llega a ser un sistema autónomo, es decir, moderno. Aquí no se da la
separación del Estado y la Iglesia, propio del sistema republicano que se supone
hemos adoptado hace casi dos siglos, sino una intromisión de esta ultima en la
actividad estatal y en asuntos jurídico-políticos.

Es el caso del “aborto terapéutico”, por ejemplo, que aunque está permitido
jurídica y legalmente, no se aplica en los centros de salud porque se impone
directa o indirectamente la voluntad de la Iglesia Católica directamente y a través
de sus seguidores, con el pretexto que no hay protocolo. Estos pueden ser, por
ejemplo, ministros de salud, médicos o autoridades médicas, etc., enemigos de los
derechos humanos, en la medida que al actuar como opositores tenaces de la
aplicación de protocolos para garantizar medicamente la interrupción del
embarazo por razones terapéuticas, colisionan con el derecho a la vida y a la salud
de la gestante.

La falta de discusión e investigación, de organización de eventos regionales sobre


temas como “moral” y “ética”, en relación —o no— al derecho, reproduce y
mantiene la ignorancia y la confusión respecto a ellos. Estas son bien
aprovechadas por todos los defensores del statu quo peruano, que en este aspecto
no ha cambiado sustancialmente desde la Colonia. En este ensayo intentamos una
aproximación a ese esclarecimiento a partir de una perspectiva que no niega su
carácter subjetivo.

2. EL CASO DE ADAN
Presento primero, y luego comento, una interpretación del Génesis bíblico que era
la del impecable filósofo Baruch Spinoza, según Gilles Deleuze en su libro
“Spinoza: Philosophie practique”, que aquí traduzco y comento
“No comerás ese fruto…

Adán, el angustiado, el ignorante, escucha la voz de Dios y cree que él le prohíbe


moralmente algo. Sin embargo, ¿de qué se trata? Se trata de una manzana que
como tal envenenará a Adán si la come. Las partes del cuerpo de Adán no se
compondrán con las partes de la manzana y, en consecuencia, se producirá una
descomposición, un desencuentro (intoxicación, indigestión o envenenamiento).
Pero como Adán desconoce las causas por las cuales esa voz le dice que no coma
esa fruta, cree que le están dando una prohibición moral (norma obligatoria)
cuando Dios lo único que hace es advertir a Adán respecto a las consecuencias de
su acto”

La voz paternal, que parece venir del cielo, puede ser interpretada así: “Si comes la
manzana, querido Adán, podrías morir porque la manzana está envenenada, pero
no seré yo quien te lo prohíba” Su padre omnisciente y bueno quiere su vida y su
salud, pero también su libertad. Por eso es Adán quien tiene que decidir si come
o no la manzana. En tanto ser autónomo y libre Adán merece elegir su propio
destino, es digno de ello, como todos los hombres.

Si Spinoza habla a propósito de Adán de “ignorancia”, es porque este no sabe la


causa por la cual esa voz le dice “no comerás ese fruto”. El cree que es pecado
hacerlo. El cree que se trata de imputación, no de explicación. Y toda imputación
es una interpretación de la realidad que se aplica cuando no se puede y ni se
intenta explicarla (las interpretaciones animistas de nuestro pueblo por ejemplo).
Y como Adán ignora la causa aludida antes es presa de la angustia, del
remordimiento, de la mala conciencia, de la idea de pecado: de la moral.

Adán y sus hijos creen que hay conductas humanas objetivamente pecaminosas
que merecen castigo o penitencia. Adán cree que si come la manzana pecará. Pero
comer una manzana envenenada es un problema de salud, no un problema moral.
Los hechos y las conductas, además, no son pecaminosos, sino los puntos de vista
de los que creen en el pecado como hecho objetivo. Pero no hay hecho pecaminoso
sino idea de pecado, es decir, mala conciencia, sentimiento de culpa,
remordimiento, angustia: “pasiones tristes” que restan, que absorben la salud, la
potencia o la energía (Spinoza-Deleuze). Estas pasiones tristes no son naturales o
innatas ni divinas, sino condicionadas y humanas, productos de la educación. Y
además producen “ideas inadecuadas”, como las llamaba el filósofo hispano
holandés. En suma: no hay hechos morales sino interpretación moral de los
hechos, como dijo Nietzsche.

De esa angustia, de este remordimiento de conciencia, de esta idea de pecado vino


a liberarnos Jesús de Nazareth, según su paisano de Holanda. ¿De qué serviría que
el sacerdote nos perdone los pecados, en nombre de Dios, si vamos a volver a pecar
a los cinco minutos? ¿En qué sentido se podrá decir que “Cristo nos libera del
pecado” si el sacerdote al perdonarnos —punición mediante— confirma y legitima
la idea de pecado perennizándola? Este parece el insalubre razonamiento
sacerdotal implícito: el pecado existe y tú eres un pecador, pero yo, representante
del todopoderoso, te perdono a cambio de un castigo. Y en esto consistiría la
liberación del pecado. Pero ¿cómo liberarse del pecado de esta manera si uno se
mantiene atrapado a la idea que existe objetivamente? Liberarnos de él sería
tomar conciencia de que no hay tal sino solamente “idea de pecado”: no un hecho
objetivo sino una creencia. San Pablo ya sabía que Cristo vino a liberarnos del
pecado y lo dice en su “Epístola a los romanos”. Pero el no pudo deshacerse de esa
idea. Era una época muy temprana para eso.

En otras palabras, Cristo vino a liberarnos del pecado porque murió inocente como
un niño. Y así nos libra de él al plantear, con su conducta, la maravillosa
posibilidad de su inexistencia. ¿No dijo él que había que volverse niño? Recuperar
la inocencia del que no cree en el pecado objetivo porque no lo conoce y no lo ha
vivido: el niño en su primera edad. Eso ocurre cuando nos sacudimos del alma esa
idea puramente subjetiva. Spinoza define la moral como un hecho subjetivo de
poder interno: “mecanismo de dominación de la conciencia sobre el cuerpo y las
pasiones”. Luego, asunto de poder, no de salud: es la moral.

La angustia de Adán se solucionaría con el conocimiento de la causa: la manzana


está envenenada. Si hay una razón causal ya no hay moral, tiene sentido, es
recomendable. Así se diluye el remordimiento, la mala conciencia, a través de la
razón crítica y la fuerza autocrítica. Dios-Padre quiere lo mejor para su hijo, quiere
salvarlo de la muerte, por supuesto, pero no hasta el punto de negar su libertad.
Por eso al advertirle las consecuencias de este acto le da la posibilidad de que él
mismo decida si come o no el fruto. Dios no se lo prohíbe, Dios no es moralista. Él
quiere su salud y su libertad. Dios es ético, no moral, por así decirlo. El moralista
es el ignorante y angustiado Adán…y sus hijos y descendientes:

Con esto tal vez estemos listos para intentar distinguir, esquemáticamente, la
moral tradicional de una ética moderna, estableciendo algunas diferencias.
Opinión subjetiva que no pretende ser verdadera sino útil: un artefacto que puede
usar en propio provecho incluso el lector con diferente cosmovisión del autor.

3. ÉTICA Y MORAL: DIFERENCIAS

La moral es un conjunto de normas sociales creadas difusamente. Su fecha de


nacimiento es indeterminable, (y esta es una diferencia con las normas jurídicas).
Tienen carácter obligatorio, general, coercitivo (y eventualmente coactivo) como
cuando se amenaza con el infierno eterno, o como cuando se castiga el adulterio de
las mujeres en algunos países. Se funda en criterios de autoridad, es decir, de
orden u obediencia a partir de las ideas de “Bien” y de “Mal” generales y
abstractos, (pecaminoso o no pecaminoso, mal o bien en sentido moral).

En la moral “se trata de obedecer y solo de obedecer” (Deleuze-Spinoza). Es el caso


de la moral católica hispano-andina que entre nosotros es inseparable de cierta
ideología propia de los pueblos de tradición judeo cristiana, indiscernible de una
idiosincrasia pre moderna. Las normas morales no se heredan biológicamente ni
caen del cielo para apoderarse de nuestro corazón. Una vez internalizadas por la
vía familiar y social de la educación, una vez que esas normas se depositan en el
alma, se hacen cuerpo, se incorporan. Esto es posible a partir de la actividad
normativa que sobre el infante primero y sobre el adulto después ejerce la familia y
el medio educativo. Así se constituye la moral: esfera subconsciente, suerte de
depósito mental de normas obligatorias internalizadas y sedimentadas por el
tiempo, desde la primera infancia.

Cuando eso ocurre es difícil erradicar esas normas, porque se han grabado
inconsciente e inconsultamente en la infancia. Se han vuelto sentimiento,
convicción íntima, con toda la fuerza de una creencia aceptada sin crítica ni
inventario alguno. Como el niño tiene poca o ninguna conciencia de este proceso,
esas normas pasan directamente al subconsciente, (para seguir con los conceptos
freudianos) sin filtro crítico mental. Se asumen esas normas como si fueran
naturales, eternas, absolutas. Este depósito subconsciente es la moral, la mala
conciencia. La conciencia, sin embargo, no está o no debe estar por encima del
cuerpo y las pasiones y tampoco estos últimos sobre aquella, en una relación
inversa igualmente vertical.

Una vez internalizadas las normas morales dejan de ser norma social externa y se
convierten en vida mental de un individuo, o sea “fuero interno”, “voz de la
conciencia”, “idea de pecado”, Super Yo moral. Spinoza, predecesor de Freud,
entendió la moral como una relación de poder en el interior del alma, indiscernible
del cuerpo. Y por eso ante el criterio vertical del poder de la moral, él planteó el
paralelismo: es decir la armonía entre el cuerpo y el alma; el camino de la ética
moderna. Para eso había que ir “más allá del bien y del mal” de la moral judeo
cristiana.

Las normas morales tienen, en primer lugar, carácter obligatorio y generalizante.


Obligatorio quiere decir que todos debemos obedecerlas sí o sí, como se dice ahora,
porque quien las emite tiene autoridad para dar normas de ese carácter (o
creemos que la tiene). Lo que significa que las normas morales se deben cumplir
por quienes se sienten obligados a ello. Generalizante quiere decir que nadie puede
ser exceptuado de su cumplimiento. No tiene en cuenta, en consecuencia, al
individuo en su singularidad, trata al ser humano como grey, como conjunto
homogéneo. Por eso se habla de “pastores” y de “ovejas” seguramente.

Por otra parte, la norma moral no tiene fundamento racional porque es un hecho
de poder, salvo que se considere como fundamento racional el “argumento de
autoridad”, que no es argumento ni principio, sino llamado al orden, un uso de
poder que muchos veneran como si fuera algo más que eso. Se trata de obedecer y
nada más que obedecer ¿Es malo moralmente consumir cocaína? Simplemente
no, salvo para los que creen en el pecado; aunque puede ser un problema
eventualmente grave para la salud en el caso de adicción, dependencia o vicio
(problema sicológico)… o con la policía. Es un problema ético porque atañe a la
salud físico mental, no moral.

La ética moderna solo acepta la autoridad de la razón y de los valores propios de


las sociedades modernas, desarrolladas o democráticas que hemos mencionado
más de una vez: libertad, dignidad, igualdad de derechos, etc. La ética moderna se
funda en el desarrollo de la conciencia y de todas las potencialidades psíquicas y
físicas de la persona, que solo se pueden separar por abstracción: ese conjunto de
factores que llamamos salud. Si una norma moral se puede fundamentar
razonablemente deja de ser una norma moral y deviene ética en sentido moderno,
porque se basa en la razón humana, en la libertad o en la salud.

Lo que se lamenta en la moral no es, sin embargo, sólo su carácter obligatorio y


general sino que sea impuesto inconsultamente en la niñez. Esto se hace en la
familia de muy buena fe y con la mejor intención, pero transgrediendo el art. 2º de
la Constitución, que versa sobre libertad de conciencia y de creencia, que no abarca
sólo el derecho a escoger religión sino a no tener ninguna. Se niega, seguramente
de buena fe, el derecho de los hijos a escoger algo tan decisivo y profundo. Como
tiene carácter obligatorio y generalizante no toma en cuenta que cada uno es
único, singular e irrepetible. En consecuencia, se viola el principio de dignidad, es
decir, que cada ser humano merece decidir, autónomamente, su propio destino.
Las consecuencias de esas actitudes las hemos visto en los sistemas totalitarios del
siglo XX y antes en el Tribunal de la Inquisición. Todos tenían que pensar igual a
todos, sólo había una respuesta a la pregunta de cómo se debe vivir, una sola moral
obligatoria y general.

Por ello las actitudes tradicional y moderna no siempre son compatibles. La moral
colisiona con la libertad en la imposición de una creencia, aunque la imposición
sea bien intencionada y de buenas maneras. Esa actitud impositiva va bien con la
mayoría peruana y explica el desprecio social y estatal por los derechos humanos
en nuestra cultura contra reformada. Por eso para el Cardenal Cipriani los
Derechos Humanos son “una cojudez”. El siente claramente la incompatibilidad
con los valores católicos. Los derechos humanos son, sin embargo, valores
modernos, principios generales de derecho. La ética moderna es, junto con la
política democrática, elemento sustancial del derecho moderno. Está constituida
por los mismos valores que lo fundan. Esto no tiene que ver mucho con la sub
conciencia colectiva en el Perú, lamentablemente, que es bien tradicionalista.

La moral juzga con términos de Bien y de Mal abstractos. Está mal porque lo dice
la autoridad, sea el Papa, Carlos Marx, la abuelita o los vecinos. La ética puede
utilizar los calificativos de “bueno” o “malo” pero concretamente, como un jugo de
papaya puede ser bueno para alguien y un vomitivo para otro, no es asunto moral.
La ética no juzga, sólo advierte las consecuencias de un acto.

Insistimos en que estas ideas solo son instrumentos, herramientas abstractas que
esperamos ayuden a formar criterio en los estudiantes y enriquezcan los diversos
puntos de vista sin exigir adherencia alguna. No reflejan la realidad ni representan
la verdad. Solo corresponden al punto de vista del autor.

4. ÉTICA MODERNA

Desde los últimos siglos del medioevo renace frente a la moral tradicional el
sentido de la ética clásica greco romana, ahora en versión moderna. No es
casualidad que haya sido en los Países Bajos donde se afinó este concepto. En
especial “La ética al modo de la geometría”, obra maestra producto de la relevante
inteligencia y el profundo sentimiento religioso de la vida de Baruch Spinoza.

La ética, en sentido moderno, en sentido spinozista, deja de ser solo una disciplina
filosófica para convertirse también en un estilo de vida, en una forma de ser, la
práctica de vida de un individuo, grupo social o colectividad basada en la
autonomía mental del hombre, en la libertad de conciencia y pensamiento. La ética
en sentido moderno es una manera autónoma de ver el mundo y de vivir en él.
Pero eso no significa que se puede ir contra el derecho (como libertad no significa
que uno puede hacer lo que le viene en gana) porque como dijimos esa ética es un
elemento sustancial de él. Ética y política modernas hacen el derecho moderno.

Como todos somos seres singulares, virtual o actualmente, únicos e irrepetibles, no


son aceptables las normas extra jurídicas generales y obligatorias que no tienen en
cuenta esa singularidad y que no dan razones de su necesidad. En las normas
jurídicas los seres humanos intervienen como creadores. La persona está en
primer lugar en las Constituciones modernas. No puede haber, por principio,
imposición o arbitrariedad. Y menos se puede aceptar normas no jurídicas que
tengan carácter imperativo, que no estén fundamentadas más que en la obediencia
y el miedo. El fundamento de la vida democrática es la libertad de los ciudadanos;
su limitación es excepcional, no la norma.

Desde ese punto de vista, la ética moderna es un conjunto de normas facultativas


creadas autónomamente por los individuos o grupos con fines de salud, libertad,
desarrollo de las potencias y facultades humanas, sin preocuparse mucho en ver si
eso es pecado o no lo es. Este concepto implica bienestar físico y psicológico,
aceptables niveles de vida, posibilidad de desarrollo personal, etc.: un conjunto de
condiciones psicofísicas óptimas. La libertad y la independencia personal están en
la base de dicho desarrollo. Y ese era y es el caso de Holanda: desde el comercio y
la política, hasta la pintura, el derecho y la filosofía: como la saludable filosofía de
Spinoza.

La ética moderna no funda su observancia en imperativos emitidos por alguna


autoridad (política, social, religiosa, doméstica o psicológica) suficientemente
coercitiva, sino en razones de desarrollo, de salud, de fuerza. Y no en reacciones
sino en acciones. El médico es un facultativo porque el régimen que nos propone
no nos obliga (el médico no puede ni debe dar órdenes pues no es autoridad) sino
que se limita a advertir las consecuencias de nuestros actos, diagnostica y
pronostica pero no manda: respeta la libertad del paciente de seguirlo o no, es un
consejero, un asesor, un servidor, no un jefe, no una autoridad en relación al
paciente, ni menos un padre. Es un “facultativo”.

Como dijimos, la libertad —principal fundamento de la ética moderna— no es un


hacer todo lo que nos apetezca, desde el momento que implica por definición auto
conocimiento y auto superación, conocimiento de las genuinas necesidades y
conocimiento y valoración de los otros. Libre es el que conoce esas necesidades y
las supera satisfaciéndolas.

La libertad, como valor humano, es entonces inseparable de la conciencia, del


aumento de la (auto) conciencia y de la capacidad de decidir. El que sabe su
genuina necesidad puede intuirla también en el otro y puede hacer sugerencias
razonables para contribuir a su liberación.

Aunque no es obligatoria —y por no serlo— la ética en sentido moderno excluye el


capricho o la arbitrariedad. Es un conjunto de normas que reposan en
presupuestos distintos a los de la moral: como la libertad y la salud psicofísica y
ambiental. No carece de principios o valores, pero esos valores no son los de las
sociedades premodernas. La ética moderna quiere el mayor desarrollo posible de
los individuos en sociedad. No hay afán de obediencia sino conveniencias humanas
legítimas, intereses bien concretos y recíprocos que no tienen que ver con el
utilitarismo, la mezquindad o la chatura de miras, ni con sectas ni partidos
excluyentes, sino con menesteres como la buena alimentación o la buena
educación pública, por ejemplo. Asunto de salud.

Desde esta perspectiva ética, no se trata de saber quiénes son buenos y malos,
santos o pecadores, en una sociedad determinada, sino qué sistema, qué medios,
qué actividades contribuyen más eficazmente al aumento de salud en amplio
sentido, de una comunidad o de un individuo. Esto independientemente de las
motivaciones subjetivas, que pueden ser incluso monstruosamente egoístas pero
provechosas socialmente (como el que crea una empresa exitosa). O muy bien
intencionadas, pero fatales para la vida social, (el infierno está empedrado de
buenas intenciones senderistas).
Pero insistimos en que la ética moderna se atiene a los resultados, (beneficios,
perjuicios, costos, consecuencia, efectos), está motivada y conducida por la lógica
de la libertad, que es conciencia y, por tanto, respeto por el orden, aunque también
riesgo, aventura y desorden (Fernando de Trazegnies)

El egoísmo solo puede ser “malo” si se le da un sentido moral exclusivo y


excluyente a esta palabra, como ocurre con el que reprueba el egoísmo en bloque.
No ve la posibilidad de un tipo de egoísmo (o ambición) superior, de uno que
coincida con el interés general, como el estudiante que para ser el primero de la
clase duplica sus horas de estudio. ¿No es esta actitud egoísta saludable
socialmente? ¿No convendría socialmente que los demás estudiantes fueran tan
egoístas como éste?1

5. INTERNALIZACIÓN

La moral no es el único código de conducta que implica un proceso de


internalización. Las normas de la ética moderna también requieren de un proceso
semejante, pero por libre decisión o convicción, no por imposición u obligación.
Sin olvidar que entre ética y moral hay diferencias que no son sólo de grado sino de
calidad. Tal vez por eso se confunde o ignora simplemente la ética en sentido
moderno, rigiéndose (por lo menos en teoría) por la moral tradicional eclesiástica.
Pero como ética moderna y moral tradicional no son sinónimos, el creer eso
ocasiona confusión, incongruencia y malentendidos.

En resumen, la moral se internaliza inconscientemente desde la infancia, mientras


que la ética moderna requiere —en culturas como la nuestra— un proceso de auto
internalización para ser posible, en el contexto de una educación para la
democracia y la libertad, por eso es rara en nuestro medio. Sin embargo, la moral,
por estar “situada” en el umbral de la conciencia con la inconciencia, requiere de
un trabajo de desideologización. Es trabajo de autonomía mental, todo lo contrario
al adoctrinamiento: frente a la doctrina, reflexión.

El maestro moderno no pretende decirle la verdad al alumno porque él no cree que


alguien la tenga. Sólo trata de darle todas las armas posibles para que pueda
conocerse, darse una (auto) educación y desarrollar sus propias ideas y
concepciones, sus propias verdades. Pero que la internalización se dé tanto en la
ética moderna (consciente) como en la moral tradicional (subconsciente) no anula
sus diferencias.

Sin embargo, no es necesario ni posible erradicar del alma todas las normas
morales recibidas en esas condiciones. La decisión a ese respecto requiere de ese
inventario crítico ideológico de la herencia recibida2. Si el adulto libre y maduro
encuentra razonables algunas de las normas impuestas en la infancia no tendría
por qué abandonarlas o negarlas. Pero eso tiene que tener fundamentos claros y
consistentes. En la ética moderna las relaciones son “paralelas” (Spinoza),
horizontales, inter pares. La relación con la moral se da porque la norma moral
deja de serlo propiamente cuando el sujeto toma conciencia de sí al encontrar la
razón, el sentido de esa norma, si la tiene: la hace suya, la hace ética.
Todo ello no puede ocurrir en la infancia cuando el ser humano carece de la
capacidad crítica y la madurez suficiente para tomar decisiones libres tan
trascendentales como la elección de una religión o una moral. Eso habría que
dejarlo para otra edad, garantizando el respeto a la libertad de creencia y de
conciencia de los niños y jóvenes. Los valores que hemos adoptado como sociedad
son los que fundan la Constitución y estos deberían ser los que prevalezcan en caso
de colisión. Para que República no sea sólo de nombre.

También podría gustarte