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El clericalismo en la educación

argentina
Luis Alberto Romero - 2016
Historiador

La Corte Suprema examina en estos días el reclamo de un conjunto de


ONG de Salta, por la discriminación de niños no católicos en las escuelas
públicas, donde la enseñanza de la doctrina católica es obligatoria.
Reclaman por la igualdad de derechos y contra la discriminación de los
ciudadanos. El caso, sin embargo, llama la atención sobre el papel de la
Iglesia Católica en la enseñanza pública y, más en general, sobre un cierto
avance del clericalismo, entendido como la prerrogativa asumida por los
clérigos de dirigir los asuntos públicos.

El tema, que no es exclusivo de la Iglesia Católica, animó en el occidente


medieval la lucha entre el imperio y el papado. En el siglo XIX, la
consolidación de los modernos Estados centró esos conflictos en
cuestiones concretas, como el matrimonio civil, que remitían al lugar de
Dios en un Estado secularizado. En 1870 el papado, encerrado en el
Vaticano, declaró que la Iglesia universal era una "fortaleza sitiada". Con
esa clave, los católicos del mundo explicaron la situación de la Iglesia en
cada uno de sus países.

En la Argentina no hubo "Iglesia sitiada". Por el contrario, desde la


Organización Nacional la Iglesia creció pari passu con el Estado que la
sostenía. Las zonas de conflicto se fueron dirimiendo, aunque, a
diferencia de los vecinos Uruguay y Chile, no se llegó a la separación
completa de Iglesia y Estado, y muchas cuestiones quedaron sin resolver.

Los desencuentros interpretativos fueron grandes en el tema educativo.


Según los católicos, el Estado monopolizó la educación, excluyendo a la
Iglesia, educadora natural. Pero la Constitución de 1853 había
garantizado la libertad de enseñanza, y siempre hubo una variedad de
ofertas educativas, religiosas, étnicas o simplemente privadas. El Estado
creó su propio sistema educativo y compitió exitosamente con los
privados en un mercado abierto, ofreciendo gratuidad, excelencia y un
laicismo bien visto en una sociedad abierta, móvil, integrativa y plural.
Tampoco se abandonó el principio federal, pues la ley 1420, basada en la
"escuela de Sarmiento" de la provincia de Buenos Aires, rigió sólo en la
Capital Federal y en los territorios nacionales.

En el siglo XX el papado cambió el tono. Pío X se propuso "restaurar a


Cristo en todas las cosas" y Pío XI postuló: "Cristo vence, reina y manda".
La "Iglesia triunfante" se aprestaba a reconquistar la sociedad y el Estado.
En la Argentina ese programa cobró vida pública en los años 30. El Estado
incrementó sus apoyos, se multiplicaron obispados y parroquias y la
Acción Católica organizó a sus militantes. Mientras los católicos ganaban
las calles, los capellanes castrenses conquistaron la imaginación de los
militares. Una cruzada impondría la nación católica, marginando a
quienes eran ajenos a ella. En 1943 el objetivo pareció logrado, cuando el
gobierno militar impuso en todas las escuelas del Estado la enseñanza
religiosa, ya presente en muchas provincias. Previamente, católicos y
nacionalistas habían denigrado largamente la escuela laica y su emblema,
Sarmiento.

Del régimen de 1943 surgió el peronismo, que renovó los pactos con la
Iglesia, aseguró la enseñanza religiosa e hizo suya la Doctrina Social
católica. El corporativismo de la encíclica Quadragesimo Anno inspiró la
doctrina justicialista de la Comunidad Organizada. Era parecida al reino
de Cristo, pero a la vez diferente, en parte por el estilo modernizador del
peronismo, pero sobre todo por la inevitable colisión entre el peronismo y
la Iglesia, dos instituciones unanimistas y aspirantes a conducir la
unanimidad.

La relación con Perón terminó muy mal. Los sueños del reinado de Cristo
alentaron a quienes apoyaron al general Onganía en su lucha contra la
subversiva modernidad y en pro de una sociedad comunitaria; también
inspiraron a quienes proclamaron que la violencia del pueblo conduciría
al triunfo de Cristo encarnado. Ambos grupos de católicos compartían un
ideal: un mundo donde los clérigos construyen el reino de Dios en la
Tierra.

Entre esos dos extremos, el grueso de la Iglesia optó por salir del centro
de la escena y comportarse como un actor corporativo más -como los
sindicalistas, los empresarios o los militares-, organizado para presionar
al Estado y obtener algunos objetivos en campos acotados: las costumbres
modernas, la mediación en los conflictos sociales y la educación.
En su larga lucha contra la pecaminosa "vida moderna", pese a algunos
éxitos circunstanciales, la Iglesia viene retrocediendo en una sociedad
crecientemente secularizada. Su lucha sin desmayos sólo le permite
retrasar la aprobación legal de cambios ya aceptados por la sociedad,
incluidos los católicos, como ocurrió con el divorcio.

En cambio, la Iglesia viene triunfando en su pretensión de ser la gran


mediadora en los conflictos sociales. En tiempos del anticomunismo, la
mediación de un sacerdote garantizaba que quienes protestaban no eran
subversivos. Desde 2001 la Iglesia fue la convocante natural de las
grandes mesas de consenso, suerte de eucaristía donde los problemas se
solucionarían sobre la base de una creencia compartida, regulada por el
privilegiado mediador.

La idea no carece de mérito en un país enfermo de facciosidad. Pero no es


la única posible, y probablemente no es la que dé resultados más sólidos.
En una sociedad los conflictos son muchos, sus protagonistas son
diferentes y cada acuerdo es específico. Sobre todo, porque son conflictos
reales y no meros malentendidos. Deben explicitarse, discutirse y
dirimirse, y cada acuerdo resultará de una transacción en la que se cede,
se gana y se van ajustando las opiniones.

En materia de educación, luego de la decepcionante imposición manu


militari de la unidad en la fe, la Iglesia eligió un perfil más bajo.
Multiplicó sus escuelas confesionales y presionó al Estado para que las
sostuviera adecuadamente, un beneficio que también alcanzó a otras
confesiones y a emprendedores privados, que en conjunto compensaron el
deterioro vertiginoso de la escuela estatal. A la vez, su avance sobre las
escuelas públicas se desarrolló en provincias lejanas del núcleo del debate
público y donde su influencia local era mayor. Son muchas las que
introdujeron la enseñanza obligatoria de la doctrina católica, que el caso
de Salta pone en debate. Hoy el modesto y deteriorado sistema público es
la única opción para quienes no pueden pagar otra educación. Y para
ellos, en esas provincias la única opción es confesional. Una modesta
realización, al fin, del reino de Dios en la Tierra.

Visto en conjunto, el avance actual del clericalismo es inquietante para


quienes desconfían de todos los unanimismos y apuestan a consolidar un
terreno público plural y pluralista. En el mundo del catolicismo hay
corrientes de opinión diferentes. Algunos se lamentan del clericalismo y
están convencidos de que un apartamiento del Estado -y aun una
renuncia a su sostén- redundaría en favor de una espiritualidad más
auténtica y responsable, creyendo que así todos viviríamos mejor.

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