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1.

¿Qué es la cuarta revolución industrial y por qué va a


cambiar a la educación?
Esta semana, el presidente Iván Duque anunció en el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza,
la apertura del primer Centro para la Cuarta Revolución Industrial en Medellín. ¿Por qué es eso
relevante para el país? ¿Qué le importan las tecnologías 4.0 a la educación?

El mundo del trabajo está cambiando y va a cambiar aún más en los próximos 10


años. Los robots cada vez hacen más trabajos que antes solían hacer las personas. Y la
educación será la principal herramienta de estas últimas para no quedar en desuso al
mismo ritmo que se desactualizan los smartphones.

Es temporada de despidos
En el banco Sberbank, el más grande de Rusia y Europa Oriental, hay una sensación de
incertidumbre desde que el CEO de la empresa, Herman Gref, anunció el plan de despedir para
2021 a 45.000 empleados, cerca del 15% de su capital humano (para hacerse una idea, es casi
como despedir a todos los empleados de los tres bancos más grandes de Colombia). ¿La razón?
Llegaron los robots.

Son más baratos, predecibles y, en opinión del banco, pueden hacer el mismo trabajo que
actualmente desarrollan muchos empleados. Ya el gigante ruso lo ha puesto en práctica con
Anna, una robot que desde marzo opera el contact center para clientes empresariales.

Con un sistema de Inteligencia Artificial (IA), escucha y responde preguntas como la ubicación
del ATM más cercano y, en el futuro, entregará información del balance de cuenta y estado de
pagos. Gracias a ella, el contact center, que maneja unas 20.000 llamadas al día, redujo el
tiempo de operación a la mitad. Por esto, el Sberbank despidió cerca de 5.600 empleados en
el segundo semestre de 2018.

En 2017 contrataron un equipo de robots-abogados que era capaz de escribir demandas


automáticas, y sustituyeron el puesto de 3.000 humanos. En diciembre, Promobot, otro
software de IA, empezó a hacer labores de consultoría de clientes. Según ha dicho Gref en
distintas entrevistas, 98% de las decisiones de extender un préstamo y 30% de entregar uno
nuevo a una empresa lo hace un software inteligente.

Está convencido de que ese es el futuro, el mundo del trabajo de la cuarta revolución industrial,
donde el internet de las cosas y la automatización de las tareas humanas le darán un giro
copernicano a las relaciones laborales, sociales y económicas. Verdad no le falta; hoy, las
máquinas escriben, identifican imágenes, analizan, toman decisiones y (sobre todo) aprenden
de ellas.

Eso promete cambiar definitivamente el tipo de trabajos que desempeñan actualmente las
personas. Los trabajadores del futuro tendrán que destacarse en un set muy distinto de
competencias. Un desafío grande, pero prometedor. La revolución industrial significa, también,
la revolución de la educación.

¿A quiénes van a reemplazar?


La automatización de las labores humanas no es nueva, pero está llegando a otro nivel. Para
este año, habrá cerca de 2,6 millones de robots industriales en todo el mundo. Muchas
funciones mecánicas en fábricas de ensamblaje las desempeñan desde hace décadas.

Hasta 800 millones de personas (o 30% de la fuerza laboral mundial) tendrían que buscar un nuevo
trabajo de aquí a 2030 por culpa de la automatización.

Pero ya se están moviendo a todo tipo de sectores. En las instituciones de educación superior
identifican estudiantes en riesgo de deserción por medio del big data. En el mundo del arte, el
software Watson Beat, de IBM, crea canciones autónomamente. Ya incluso son robots (teacher
bots) los que le enseñan a otros robots a reconocer imágenes o analizar patrones.

Según el estudio “Jobs lost, jobs gained: Workforce transitions in a time of automation”,
publicado en 2017 por la firma McKinsey & Co, hasta 800 millones de personas (o 30% de la
fuerza laboral mundial) tendrían que buscar un nuevo trabajo de aquí a 2030 por culpa de
la automatización, según las tecnologías probadas hasta el momento.

Ese es el escenario más catastrófico. “Aunque la mitad de las actividades laborales tiene el
potencial de ser automatizada por tecnologías probadas actualmente, la proporción de trabajos
desplazados será probablemente más baja por factores técnicos, económicos y sociales que
afectan su adopción”, asegura el informe.

El cálculo es altamente incierto, y no hay manera de asegurar qué sucederá en doce años.
Diferentes metodologías varían en sus estimados –el estudio de McKinsey sugiere, en un
escenario más amable, que cambiaría solo el 15% de la fuerza laboral–.

Depende también de la región. En Estados Unidos, los pronósticos oscilan entre un 7% y un 47%
de empleos automatizables; en Japón, entre 6% y 55%; en Bolivia, entre 2% y 41%. En cuanto a
Colombia, entre un 20% y 30%, según Deloitte.

“Las actividades más susceptibles son las que implican trabajo físico y las que se dan en ambientes
predecibles, como operar maquinaria o preparar comida rápida. La automatización tendrá un
menor impacto en los empleos con interacciones sociales”

Depende así mismo del área laboral. El sector financiero, por ejemplo, tiene una
probabilidad bastante alta de robotizarse. Lo que ocurrió en Sberbank no es un accidente:
Bank of America pasó de tener 288.000 personas en 2010 a 204.000 en 2018; en Sudáfrica, el
Nedbank anunció el pasado marzo el despido de 3.000 trabajadores; en Suecia, el Banco
Nordea eliminó 6.000 puestos; en Japón, el grupo financiero Mitsubishi UFJ planea sustituir
9.500, casi lo mismo que el Citigroup, que podría recortar 10.000 (la mitad de su equipo de
tecnología y operaciones), según el Financial Times. Todos por la misma razón: automatización
de funciones.

De acuerdo con el informe de McKinsey, “las actividades más susceptibles son las que implican
trabajo físico y las que se dan en ambientes predecibles, como operar maquinaria o preparar
comida rápida [...] La automatización tendrá un menor impacto en los empleos con
interacciones sociales, donde las máquinas no pueden desempeñarse como los humanos por el
momento”.
Los nuevos trabajos
Este tipo de pronósticos fatalistas no son atípicos. Hace 240 años, Ned Ludd, un obrero de
Leicestershire, Inglaterra, rompió dos tricotosas en un ataque de furia por las dificultades
laborales que empezaban a sentir los trabajadores ante el surgimiento de estas máquinas para
tejer.

Hoy hay poca claridad sobre la autenticidad histórica de este personaje, pero a principios del
siglo XIX se convirtió en el símbolo del movimiento ludita, que adoptó su nombre y participó en
manifestaciones, disturbios y quemas de fábricas y molinos en todo el país.

Según el Informe sobre el desarrollo mundial 2019 (WDR, por sus siglas en inglés), del Banco
Mundial, sobre “la naturaleza cambiante del trabajo”: “No ha habido un momento de la
historia en que la humanidad no esté preocupada por dónde lo llevará su talento para
innovar. En el siglo XIX, Karl Marx le preocupaba que ‘las máquinas actúen como una
competencia superior al trabajador’. John Maynard Keynes advirtió en 1930 sobre el desempleo
que surgiría de la tecnología. Sin embargo, la innovación ha mejorado una y otra vez los
estándares de vida”.

La inversión en tecnología podría crear entre 20 y 50 millones de trabajos en el mundo.

Si se tiene en cuenta la evidencia histórica, la tecnología siempre ha generado más puestos


laborales de los que ha destruido. Desde 1980, la introducción del computador portátil creó
18,5 millones de trabajos, solo en Estados Unidos. Y en Europa, la economía de apps ha creado
1,6 millones.

Un estudio de Deloitte encontró que en Reino Unido la IA ha destruido 800 mil empleos desde
2001, pero propiciado 3,5 millones nuevos. Además, estos pagan en promedio 13.000 dólares al
año más. Con cada nueva tecnología en la historia ha ocurrido el mismo resultado.

El estudio de McKinsey estima que para 2030 la inversión en tecnología podría crear entre 20
y 50 millones de trabajos en el mundo. Si a eso se le suman los 280 que se pueden generar en
los próximos diez años por el aumento del consumo, principalmente en economías emergentes,
el impacto de la automatización no parece tan grave.

“Es difícil tener conclusiones sobre cómo serán las tareas del futuro”, señala Paolo Falco,
economista de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde). “Es más
fácil saber cuáles de las labores que realizamos hoy se podrán reemplazar. La tecnología creará
cientos de trabajos nuevos de los que no tenemos ni idea ahora”.

Es fundamental desarrollar una fuerza laboral con más competencias de alta complejidad intelectual
(como análisis de datos y pensamiento crítico) y competencias socioemocionales (como la
sociabilidad, la resiliencia y la empatía).

Sin embargo, incluso en los panoramas más tecnooptimistas, la rapidez del cambio produce
inquietudes. Una transición abrupta, señala el estudio de McKinsey, resultaría en un crecimiento
súbito del desempleo y en mayores iniquidades.
Frente a esta posibilidad, es fundamental desarrollar una fuerza laboral con más
competencias de alta complejidad intelectual (como análisis de datos y pensamiento
crítico) y competencias socioemocionales (como la sociabilidad, la resiliencia y la empatía).

Estas son, a la vez, las más difíciles de automatizar y las más transversales, útiles sin importar el
campo laboral al que se dedique; es decir, donde los empleados pueden encontrar un valor
agregado. Y, por otro lado, una fuerza laboral que pueda adaptarse a los cambios más
fácilmente, actualizarse al mismo ritmo que los avances tecnológicos.

Menos humanos-robots, más humanos-humanos


En 2016, The New York Times reportó el caso de Sherry Johnson, una georgiana de 56 años que
había perdido su trabajo por la automatización. No una sino dos veces. La primera vez, en un
periódico local en el pueblo de Marietta, donde se encargaba de manejar las impresoras. Luego
en una fábrica de máquinas médicas. Antes de retirarse, Johnson terminó trabajando en un
refugio de animales, el empleo que más feliz la hizo. Allá no podía sustituirla un robot, que
no tiene cómo “darles atención y cariño”.

“Los líderes empresariales están buscando gente con capacidad de liderazgo y comunicación oral y
escrita; con inteligencia emocional, que no peleen por cualquier cosa, pero que sepan defender su
punto de vista amable y correctamente".

Razón no le faltaba. La capacidad de relacionarnos socialmente (incluso con los animales) es


una parte indispensable de las competencias humanas. Es tan importante que es fácil
subestimar su relevancia en el mundo laboral; pero varios estudios han demostrado la relación
entre el manejo comportamental y la obtención y retención de empleos a largo plazo.

No en vano, el 79% de las habilidades más demandadas por las empresas es de tipo
socioemocional, de acuerdo con el documento de trabajo “Employer Voices, Employer
Demands”, realizado en 2016 por analistas del Banco Mundial, el cual revisó 24 estudios sobre
el tema.

Incluso en Colombia, donde el impacto de la cuarta revolución industrial ha sido menos fuerte
que en otros países, los empleadores están urgidos de esas competencias. Según un estudio
realizado por Manpowergroup en 2017, “los líderes empresariales están buscando gente con
capacidad de liderazgo y comunicación oral y escrita; con inteligencia emocional, que no
peleen por cualquier cosa, pero que sepan defender su punto de vista amable y correctamente;
y, especialmente, con flexibilidad cognitiva, que tengan la curiosidad y la facilidad de aprender,
desaprender y reaprender”, dijo Juan David Tous, gerente de comunicaciones de esta
multinacional en Colombia.

¿Qué explica la creciente importancia de las competencias socioemocionales en el mercado


laboral? Según el documento del Banco Mundial, “que las computadoras todavía son muy
malas para simular la interacción humana. Leer la mente de otros y reaccionar es un
proceso inconsciente, desarrollado por miles de años de evolución. En el ambiente laboral, es
fundamental que las personas sean capaces de trabajar en equipo, resaltar las ventajas
individuales y de adaptarse a los cambios. Esa interacción rutinaria es el núcleo de la ventaja
humana sobre las máquinas”.
Las competencias socioemocionales tienen otra ventaja más: son transversales. Son casi igual
de útiles en cualquier campo laboral. Sherry Johnson no necesitó reaprender un nuevo set de
competencias para incorporarse a un nuevo trabajo.

Las habilidades socioemocionales son entre 2,5 y 4 veces más importantes que las cognitivas para
propiciar la movilización social.

Diferentes competencias blandas pesan más en distintas labores. Según el estudio “Social and
Emotional Skills”, de la Ocde, las competencias que mejor predicen el buen desempeño
laboral y el salario son: la persistencia, el autocontrol, la confiabilidad y la orientación al
logro.

La extroversión es buena para predecir el desempeño en trabajos gerenciales y en ventas. La


regulación emocional es especialmente importante en trabajos con fechas de entrega y alto
nivel de estrés, y la apertura a la experiencia para trabajos científicos.

Un dato interesante es que las habilidades socioemocionales son “entre 2,5 y cuatro veces más
importantes que las cognitivas para personas de bajos ingresos”; esto señala su relevancia
como vehículo de movilidad social.

La generación de los datos

Ciertas competencias técnicas de alto nivel también serán muy importantes en el mundo
laboral. Dos de ellas se están posicionando como las más solicitadas: programación y análisis
de datos.

Salvo las relacionadas con Marketing y Análisis de Negocios, Ingeniería Eléctrica y Diseño
Automotriz, las 25 competencias duras más requeridas por empleadores en el mundo implican
algún grado de conocimiento de estas, según un estudio de LinkedIn publicado el pasado enero.

Para hacerse una idea de hacia dónde está yendo el mundo, las cinco más demandadas son
Computación en la Nube, Minería de Datos, Administración de las Tecnologías de la
Información y Desarrollo Web.

De hecho, un informe de Burning Glassdoor Technologies y Oracle Academy sugiere que la


mitad de los trabajos en el primer cuartil de ingresos (más de 57.000 dólares al año) requiere
conocimiento de programación.

Y, sin embargo, solo 18% de estos posiciones exigían un título en Ciencias Computacionales, lo
que hace pensar que, conforme avanza el mundo digital, el lenguaje de la programación se
vuelve una competencia transversal, más allá de la Ingeniería de Sistemas.

No es un accidente que Harvard tenga curso de Programación para Abogados, en el que


los futuros juristas aprenden a hacer “lobby con análisis de datos, automatizar litigios en
masa e investigar de manera online”, y que el Imperial College de Londres ofrezca uno en
“Lenguaje de Programación para Médicos”. O que países como Reino Unido, Argentina y
Singapur incluyan la programación en sus bases curriculares para primaria y bachillerato.
Sin embargo, para Paolo Falco, estas de nada sirven sin creatividad. “Hay tareas muy
especializadas que hoy son relevantes. Pero pasa lo mismo que en la programación, que se
pensaba era de alto nivel técnico e imposible de automatizar, y descubrimos que también la
pueden hacer las máquinas.El nivel técnico no es suficiente; tiene que ser acompañado del lado
creativo”.

“Necesitamos pasar de modelos masivos de educación a formas más personalizadas, que es lo que
están pidiendo los jóvenes. Se requiere una educación más flexible, al ritmo de cada quién".

Como señala el economista italiano, sin creatividad incluso el conocimiento altamente técnico
puede caer en desuso. Según un estudio de Deming y Kadeem Noray de 2018, el alto retorno
económico de las carreras aplicadas en STEM (por las siglas en inglés de Ciencia,
Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) disminuye, en promedio, un 50% en la primera
década de vida laboral, pues sus conocimientos quedan obsoletos. Muchos profesionales,
incluso, terminan abandonando esa área de trabajo.

De ahí la importancia de hacer las famosa conversión de estas carreras en STEAM (agregándole
un nuevo componente fundamental: el Arte).

Repensar el sistema
“Un tema importante de resaltar”, señala Falco, “es que hablamos de competencias blandas
porque son las que necesitamos hoy”. Consideramos que serán importantes en el futuro, por lo
que muestran los avances tecnológicos de punta hasta el momento. Pero quién sabe cuáles
serán las que requeriremos mañana.

Aún con todos los estudios sobre el tema, es importante recordar que el futuro de la cuarta
revolución industrial es incierto. En este sentido, lo primero, dice el economista italiano, es
implementar un sistema de adaptabilidad y flexibilidad de la educación, incluso antes de
pensar qué competencias enseñar.

“Debemos cambiar lo que venimos haciendo”, dice Maritza Rondón, rectora de la Universidad
Cooperativa de Colombia. “Necesitamos pasar de modelos masivos de educación a formas más
personalizadas, que es lo que están pidiendo los jóvenes. Se requiere una educación más
flexible, al ritmo de cada quién; que reconozca los saberes de los alumnos. Si lo aprendió
en la universidad de la vida, ¡qué importa!”

En ese sentido, todavía le falta mucho al sistema educativo. En las instituciones de educación
superior en Colombia, aún no hay mecanismos para reconocer el conocimiento informal de los
estudiantes, algo importante para recibir a quienes están interesados en estudiar y provienen
de rutas no tradicionales.

El mundo todavía no tiene las condiciones necesarias para universalizar el aprendizaje. “Un
estudio de la Ocde próximo a salir muestra que los países están poco preparados para el
aprendizaje durante la vida. Hay estudios sobre el tema, pero pocos programas comprobables”,
dice Falco.

Ese es un último componente fundamental. Mañana, cuando un robot venga a sustituir el


trabajo de abogados, contadores o ejecutivos de cuenta en el banco más grande de Rusia –o,
para ese efecto, en cualquier otro lugar del mundo–, la idea no es que los reemplace un
recién egresado más preparado, sino que los mismos empleados puedan volver al sistema
para aprender y reinventarse.

Está en las manos del sistema educativo evitar la catástrofe que significaría lo contrario. Una
responsabilidad bastante delicada.

2. Universidades, ¿imposibles de pagar?


La educación superior en Colombia es cada vez más costosa. ¿Llegará el momento en el que las
personas no puedan costearla?

Para los padres de familia, que su hijo se gradúe del colegio representa una inmensa alegría;
pero significa también una gran preocupación, pues costear una carrera no es fácil. A pesar del
desafío económico, en Colombia el número de personas que acceden a la educación superior
ha aumentado en los últimos años. De hecho, mientras que en 2015 se matricularon 2,18
millones de estudiantes, en 2016 la matrícula fue de 2,38 millones, según cifras de la firma
consultora Euromonitor International. 

Así como ha aumentado la cantidad de universitarios, también lo han hecho los costos de las
matrículas. Pero los salarios de los trabajadores no han crecido al mismo ritmo. Para una familia
colombiana de bajos y medianos recursos, la posibilidad de que su hijo acceda a estudiar en
una institución privada de alta calidad es limitada, como sustenta el Observatorio de la
Universidad Colombiana. Entre 2007 y 2014, el salario mínimo aumentó 42 %, mientras que el
costo de la educación superior en las matrículas ascendió entre un 80 % y un 120 % en
promedio durante el mismo periodo.

De acuerdo con el Observatorio, en 2007 el costo de la matrícula para un estudiante de primer


semestre de cualquiera de las 30 primeras universidades privadas colombianas en el ranking QS
era de 13,1 salarios mínimos legales vigentes (smlv), en promedio; para 2014 fue de 14,44 smlv.
Siguiendo este crecimiento, adaptado a los precios de 2017, se puede estimar que, en el país,
estudiar en una universidad de élite significa una inversión de 9‘995.730 pesos por semestre en
promedio. Si se multiplica esta cifra por los 8 semestres que dura una carrera, el valor total del
estudio de una sola matrícula es de 79.645.842 pesos; si la carrera fuera de 10 semestres, el
costo ascendería a 99.5557.300 pesos. Esto sí y solo sí, el precio del semestre se mantuviera año
tras año. 

De acuerdo con la firma consultora B.O.T., el precio de las matrículas también ha subido muy
por encima de la inflación en los últimos años. Entre 2009 y 2015, la inflación fue del 2,8 %
anual, mientras que en promedio las matrículas subieron un 4,8 % anual. “A manera de
ilustración, una matrícula que costaba 100 pesos en 2009, en 2015 ya costaba 132 pesos,
cuando solo debería valer 118 pesos si se ajustara a la inflación”, explica Daniel Aldana, director
de B.O.T. 

Sin embargo, de acuerdo con Aldana, la ‘época de las vacas gordas’ para el sector podría estar
cerca de su fin. Para los años venideros se pronostica la disminución del número de estudiantes
y un consecuente incremento de la competencia entre universidades. “Según el Dane, con el
paso de los años, el número de jóvenes va a ser cada vez menor de aquí al 2020; además, los
graduados de 11 están disminuyendo. Esta situación provocará que menos estudiantes asistan
a las universidades y las presiones se harán más fuertes. Si en dicho contexto no se agrega una
creciente habilidad gerencial de la dirección universitaria, podremos encontrarnos con que
muchas instituciones de educación superior empezarán a enfrentar problemas financieros”,
cuenta el experto. 

Índice de precios de matrícula para educación superior


Entre 2009 y 2015, los precios de matrícula en educación superior subieron en total 14 puntos
por encima de la inflación.

Fuente: Estados financieros recopilados por el Ministerio de Educación; muestra de 143


instituciones de educación superior con información completa (Sistema Nacional de
Información de Educación Superior); análisis de B.O.T.

La calidad es lo que cuesta


Ciertamente hay carreras y universidades que son más caras que otras. Por ejemplo, Medicina
es actualmente la carrera más costosa en el país y la Universidad de Los Andes es la de mayor
valor. Esta institución, que es la segunda mejor del país de acuerdo con el último ranking
regional de QS, cobra por semestre de Medicina 21‘912.000 de pesos y por las demás carreras
15‘402.000 de pesos.

Según su rector, Pablo Navas, los precios son el reflejo de lo que la institución tiene para ofrecer
a sus estudiantes. “La educación de calidad es costosa en todas partes del mundo. Hay
elementos esenciales, como la trayectoria y compromiso de los profesores que hacen la
diferencia. Ya tenemos más de 500 docentes de tiempo completo con PhD. Esto es uno de los
factores que hace que la estructura de costos sea muy superior a otras que se basan
primordialmente en profesores de cátedra”, dijo. 
“La estrategia de Los Andes es ser de muy alta calidad y también tener un precio muy alto. Pero
al mismo tiempo no está compitiendo por tener más estudiantes. Otras instituciones, en
cambio, están permanentemente tratando de mantenerse y aumentar un poco su población
estudiantil”, complementa Aldana. 

La universidad que sigue es La Sabana, que se posiciona en el sexto lugar de la clasificación QS.
Si se tienen en cuenta los 23 programas de pregrado, en promedio, los costos de un semestre
llegan a 10,1 millones de pesos sin contar Medicina, que cuesta este año 18,5 millones de pesos
cada semestre. 

Para Obdulio Velásquez, rector de La Sabana, la alta calidad es el único medio para garantizar la
visión de la universidad. “Los precios de nuestras matrículas reflejan una oferta académica de
alta calidad, internacional y con relevancia práctica”, cuenta. 

La tercera institución de precios más elevados es la Javeriana, que aparece en el cuarto lugar en
QS. El valor promedio del semestre en sus34 carreras de pregrado —excluyendo Medicina—
llega a 8,9 millones de pesos; siendo Arquitectura y Diseño Industrial las de mayor costo con
11,5 millones de pesos. Para los médicos, el semestre cuesta 19,1 millones de pesos. 

Lo que vale estudiar en las mejores universidadwes del país, según QS

Para poder calcular la matrícula en las universidades públicas se tienen en cuenta factores
como el valor de la pensión del colegio, el carácter del colegio, el estrato de la vivienda, el lugar
de residencia, tipo de propiedad de la vivienda, los ingresos de la familia y el número de hijos.

¿Vale la pena pagar tanto?


Del otro lado de la balanza están las universidades públicas que, a pesar de los grandes retos
financieros que tienen, compiten en calidad. En estas instituciones, el valor de la matrícula está
supeditado a una serie de variables, como por ejemplo, el valor de la pensión del colegio, el
estrato de la vivienda, los ingresos familiares, el carácter del colegio, el lugar de residencia o el
número de hijos. 

Aunque las instituciones oficiales están subsidiadas en parte por el Estado, han logrado
posicionarse en los primeros lugares de los rankings gracias a que se han decantado
principalmente por contribuir a la investigación en el país. Ignacio Mantilla, rector de la
Universidad Nacional, afirmó que su institución destina cerca del 25 % de su presupuesto a la
investigación. En el QS, la Nacional se encuentra en el primer lugar, la de Antioquia ocupa el
quinto puesto, la del Valle el noveno y la Industrial de Santander está en el décimo. 

Sin embargo,más allá de la posición en un ranking, a los universitarios les importa el sueldo que
recibirán apenas se gradúen. De hecho, el salario de los futuros trabajadores en gran medida
depende de la universidad de la que provengan. Según el Ministerio de Educación Nacional
(MEN), el salario promedio de enganche de un egresado de una universidad privada acreditada
en alta calidad es de 1‘899.592 pesos. 

Las posibilidades de empleabilidad varían dependiendo de la carrera y de la institución, pero, de


acuerdo con cifras del Observatorio Laboral, un ingeniero industrial obtiene una remuneración
de 2‘875.850 pesos si estudió en la Universidad de los Andes y 1‘578.515 pesos si se graduó de
la Nacional, aproximadamente. 

Lo cierto es que la elección de una universidad privada, pública o acreditada en alta calidad está
directamente conectada a las oportunidades laborales que recibirá a futuro el egresado. Pero
ante este panorama y gran desafío de costear una matrícula, la gran pregunta a resolver es:
¿cuánto más pueden pagar los colombianos? 
3.La mayoría de universitarios no terminan
la carrera que empiezan
Muchos estudiantes de educación superior se cambian de programa académico a medio
camino. ¿Por qué no están escogiendo la carrera apropiada?

Paula quería ser abogada porque soñaba con ser una voz de cambio en el país. Por eso ingresó
a la Universidad Javeriana a estudiar derecho. Pero, en su segundo semestre, se enteró que esta
carrera no era lo suyo. Las altas exigencias de los exámenes y las largas lecturas jurídicas la
desalentaron, y terminó cambiándose de programa.

Como ella, muchos estudiantes se cambian de programa en primero o segundo semestre


porque no encontraron lo que esperaban en sus carreras. Y algunos incluso se cambian en los
últimos semestres, por lo que pierden un tiempo valioso estudiando algo que no van a
necesitar.

La deserción entre programas académicos (los que no concluyen la carrera que empiezan) es
algo de lo que no se habla tanto. Generalmente, se tratan más las cifras de deserción de la
educación terciaria (los que nunca logran un título universitario), que son más bajas; en el país,
de acuerdo con el estudio Momento decisivo: La educación superior en América Latina  del Banco
Mundial, esta ronda el 37 %.

Sin embargo, la tasa de deserción también enuncia un problema grande. Según el Ministerio de
Educación, el 37,4 % de los alumnos que inician un programa lo terminan. Eso quiere decir que
de 10 estudiantes universitarios, tres nunca se gradúan. Pero lo que es más, de los otros siete,
solo tres terminan la carrera a la que entraron inicialmente. Los otros cuatro o se cambian de
programa o no llegan a terminarlo en un periodo de 14 semestres.

Esta alta deserción dentro de cada programa conduce a un sistema poco eficiente, donde
algunos estudiantes pierden tiempo y dinero estudiando cosas que no les representará mayor
provecho. Pero, además, esto indica que la deserción no es solo una cuestión de falta de
recursos, sino también de la mala elección de los programas.

Según cifras del Spadies del año pasado, el área de conocimiento con mayor tasa de graduación
es el de salud, con un 44,3 % estudiantes culminando sus estudios.  Le sigue el área de ciencias
de la educación, con una tasa de 38 %; Bellas Artes, con 37,8%; Economía, Administración,
Contaduría y afines, con 36,4 %, y Ciencias Sociales y Humanas, con 33,7 %.

Las de menor graduación son Agronomía, Veterinaria y afines, 24,2 %; Matemáticas y Ciencias
Naturales, 26,2 %, e Ingeniería, Arquitectura, Urbanismo y afines, 29,1 %.
El problema radica en que, cuando los estudiantes entran a un programa académico
universitario, lo hacen con una serie de expectativas e ilusiones frente a la carrera que no
siempre se cumplen. Muchos universitarios en primero o segundo semestre se dan cuenta de
que las materias o los prospectos laborales no eran lo que esperaban.

Según un estudio adelantado por el sociólogo Mauricio Rojas en la Universidad de Ibagué, es


por esta razón que  los tres primeros meses de la vida universitaria son los más críticos. “Las
universidades no conocen el tipo de joven que ingresa hoy a sus claustros. Diseñan unas formas
de entrada a la vida universitaria bajo una serie de supuestos sobre el joven universitario que
van en contravía de las propias expectativas y subjetividades juveniles”, dice.

Por otro lado, los universitarios muchas veces no conocen el pénsum de las carreras a las que
se inscriben ni las capacidades que necesitan. En ocasiones, estos no consideran sus aptitudes
como un factor clave a la hora de elegir carrera, sino que se van por las opciones que están de
moda o las que dan mejores ingresos.

O peor aún: eligen sin saber qué quieren. Según un sondeo realizado por la Comunidad laboral
Universia-Trabajando.com el año pasado, hasta el 24% de los jóvenes en América Latina
escogieron su carrera sin o con poca claridad de qué querían. De ahí que sea tan importante la
orientación vocacional en los últimos años del bachillerato.

Ya algunos programas como Buscando Carrera, una plataforma del Ministerio de Educación
Nacional que proporciona información sobre los programas de pregrado que ofrecen las
instituciones de educación superior en el país, pretenden enfocar mejor a los bachilleres. Pero,
para atacar este problema, es necesario mejorar la más las oportunidades de acceso a la
orientación vocacional.

Los expertos recomiendan ciertos componentes que los aspirantes a una carrera universitaria
deberían tener: autocomprensión de sí mismos, para saber reconocer sus gustos, así como las
capacidades que les permitirán sobresalir en determinadas profesiones; comprensión de la
carrera, para entender de antemano con qué exigencias académicas se van a encontrar, y
conocimiento de cuáles son las habilidades que les exigirán en el mercado laboral.
4. Las cuentas de los universitarios
En promedio, tienen ingresos mensuales de $500 mil.

Esta semana, 117 instituciones de educación superior de Bogotá reinician labores académicas.
Pablo Mejía tiene todo listo para empezar su vida como universitario. Será primíparo en una
facultad de arquitectura. Ya le pagaron la matrícula, inscribió materias y sólo le resta pisar el
claustro para romper ese celofán con el que todos salen del colegio. Es hora de pensar en
pasajes, fotocopias, libros y una que otra salida con los nuevos compañeros. ¿De dónde saldrá
el dinero para su nueva vida? Eso no lo atormenta, ya que, a pesar de que considera que
empieza una supuesta independencia, sabe que aún no tiene cómo romper el cordón umbilical
económico que lo une a sus padres. Es consciente de que, si en el colegio generaba gastos, en la
universidad se multiplicarán.

Pero ¿cuánto dinero recibe mensualmente un universitario, dónde lo obtiene, en qué se lo gasta
y qué tan importante es para él? Estas fueron las preguntas que motivaron un reciente estudio
de la maestría de educación de la Universidad de la Sabana, que a través de una encuesta a 700
universitarios (jornada diurna) de nueve instituciones de Bogotá obtuvo cifras aproximadas que
ubican a esta comunidad como un gran dinamizador de la economía local.

El estudio se concentró en tres universidades públicas y seis privadas que concentran una
cantidad representativa de alumnos de toda la ciudad y todos los estratos: la Nacional (16,8% de
las encuestas), la Javeriana (16,2%), los Andes (15,1%), el Rosario (11,5%), La Salle (10,1%), la
Distrital (8,8%), Externado (8,5%), la Sabana (8,4%) y la Minuto de Dios (4,6%).

Como conclusión, dependiendo del nivel socieconómico, un universitario en Bogotá recibe


mensualmente recursos que oscilan entre $200.000 y $1 millón. Con ese dinero debe pagar su
transporte, su alimentación, elementos académicos y también la diversión. Al menos tres de
cada diez estudiantes reciben un poco más de un salario mínimo ($689.000), con el cual, en
algunos casos, un trabajador debe sostener a toda una familia.

Al analizar en detalle los datos, hay varias categorías. Al menos el 21% de los universitarios debe
sortear todos sus gastos con menos de $200.000 al mes, algo complejo si se tiene en cuenta que
poco menos de la mitad lo debe invertir en transporte, y una sola fotocopia puede costar hasta
$100. Estos estudiantes son los que menos lujos se pueden dar y los que, en su mayoría, buscan
una fuente alternativa de ingresos.

Después de ellos hay una amplia franja media: al menos el 60% recibe entre $200.000 y
$600.000 mensuales, monto que les permite un mayor margen de maniobra en su vida
universitaria. Finalmente, hay un pequeño porcentaje que vive sin afugias, al recibir mesadas
que en algunos casos superan $1 millón.
Al consultar a varios universitarios se encontró que, contrario a lo que creen sus padres, gran
parte de esos recursos la gastan en diversión, como rumba, trago, videojuegos y viajes. Luego,
en su orden, invierten en recursos básicos (comida, transporte, ropa, etc.) y, por último, en
herramientas académicas (fotocopias, libros, cuadernos y demás).

Al comparar los usos del dinero entre estudiantes de universidades privadas y públicas, el
panorama cambia. Mientras a los primeros, el tener mayores ingresos mensuales les permite
gastar en diversión casi el 56%, tienen la posibilidad de ahorrar hasta el 10% de sus ingresos y el
resto lo usan en gastos básicos o elementos académicos; los segundos, al mantener el cinturón
más ajustado, gastan en diversión el 30%, ahorran el 1% y el resto lo invierten en necesidades
puntuales.

Por género, la investigación encontró que las mujeres son un poco más juiciosas e invierten más
en materiales de estudio y menos en rumba. Por ejemplo, “mientras ellas gastan el 22% en
útiles escolares, ellos destinan el 15%. De otra parte, los hombres gastan la mitad de sus
ingresos en diversión y las mujeres, el 46%”, precisa la investigadora María Fernanda Rebellón.

Al hacer cálculos con los datos de estudio, se encuentra que esta comunidad de al menos
500.000 alumnos mueve en Bogotá, como mínimo, recursos del orden de los $200.000 millones
al mes, contando sólo necesidades de su día a día. Al consultar el origen de esta cuantiosa
suma, los investigadores encontraron que en la mayoría de los casos tiene una fuente común:
los padres de familia. La encuesta señala que al menos nueve de cada diez jóvenes que llegan a
la educación superior reciben mesada familiar; dos de cada diez estudiantes tienen algún
empleo con el cual contribuyen con sus ingresos, y una porción muy mínima (2 de cada 100)
cuenta con una beca de manutención.

Según precisaron María Fernanda Rebellón y Marcela Salcedo, quienes lideraron el estudio, de
los pocos que trabajan, “el 8% tiene un empleo formal los fines de semana en bares, discotecas
o restaurantes; el 7% tiene un trabajo parcial; el 2,5% trabaja como monitor o asistente en la
universidad, y el 2% vende productos en clase o hace trabajos a otros compañeros”.

El estudio evidencia que los universitarios son un mercado importante, con poder adquisitivo en
Bogotá y mueven un amplio sector de la economía. Sin embargo, también muestra que la
mayor carga está sobre los hombros de las familias que, ahora que empieza un nuevo
semestre, se deben preparar para hacer una amplia inversión antes de ver a su hijo convertirse
en profesional.
5. El problema no es solo plata: 42 % de los
universitarios deserta
Un informe del Banco Mundial concluyó que Colombia es el segundo
país en A. Latina con mayor tasa de deserción en educación superior,
pero el que ofrece al graduado el mejor retorno de esta inversión.
Una nueva jornada de movilización por el presupuesto de las universidades públicas se realizó ayer
en el país. Los estudiantes, que adelantan una mesa de negociación con el Gobierno, aseguran que
han logrado grandes avances, pero que la base presupuestal sigue siendo un dolor de cabeza. Por lo
que exigen el 40 % del recaudo de la pasada reforma tributaria. (Lea: Colombia es el segundo
país de la región con mayor tasa de deserción universitaria ¿cómo reducirla?)
Desde un comienzo ambos movimientos, la Unión Nacional de Estudiantes de la Educación
Superior (Unees) y la Asociación Colombiana de Representantes Estudiantiles de la Educación
Superior (Acrees) han asegurado que se necesitan mínimo 3,2 billones de pesos para poder tener
una educación superior pública y de calidad.
Sin embargo, en medio de la difusión mediática por la crisis de financiamiento de las instituciones
públicas ha quedado opacado otro gran problema: el de la deserción universitaria, situación que
no va a tener una pronta solución mientras no se plantee una mejora en la calidad de la educación
básica y media, y se adopten estrategias inteligentes para combatirla. Sin un cambio profundo en
este sentido, una cantidad enorme de los recursos que se inviertan en el acceso a la educación
superior podrían desperdiciarse.
Según un informe de noviembre del Banco Mundial, Colombia es el segundo país en América
Latina con mayor tasa de deserción universitaria. En el país, la cobertura de educación superior
ronda el 52 % de jóvenes entre 17 y 24 años. Se estima que el 42 % de los que ingresan a planteles
educativos termina desertando en los primeros años. El problema es tan delicado que en Colombia
el Ministerio de Educación montó un sistema de monitoreo semestral, como parte de la estrategia
contra la deserción. La tasa semestral, en promedio, está entre el 12 y 13 %. Unas cifras sin duda
alarmantes.
Para el analista en educación superior, Carlos Mario Lopera, los factores académicos,
económicos, sociales y emocionales influyen en el aumento del índice. Añadió que “las mayores
deserciones se dan en primero y segundo semestre. Puede ser porque los estudiantes se
decepcionan de la carrera o porque económicamente no pueden seguir”. Con base en estas
características, varias instituciones se han visto en la obligación de replantear sus estrategias.
(Puede leer: ¿Qué piensan los líderes de la educación superior sobre las marchas en Colombia?)
La Universidad de El Bosque es una de las instituciones que ha logrado reducir su índice de
deserción. Desde hace un tiempo viene trabajando en un modelo estudiantil que combina el
ingreso y la adaptación a la etapa universitaria, con el acompañamiento académico, durante la
carrera. Además, tiene un componente para la vida laboral, en el cual les hacen un
acompañamiento para brindarles herramientas de apoyo.
Otros planteles privados y públicos han implementado diversas tácticas, como el subsidio de
transporte o alimentación, el acompañamiento psicosocial, y el apoyo con cursos adicionales o
tutorías. A pesar de las soluciones que se han establecido, la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos (OCDE) señala que la crisis de la educación no va a cesar hasta que no se
piense en un sistema integral desde la primera infancia hasta la educación superior.

Esta organización concluye que se debe entender que el sistema escolar es continuo y que la
financiación debe corresponder a las necesidades en todos los niveles. De no ser así, el
presupuesto que se le invierta a la educación superior va a perpetuar el problema de
deserción. Esto se debe a que, en la actualidad, la mayoría de universidades se ven en la obligación
de hacer cursos de nivelación con los estudiantes por falencias en conocimientos que, se supondría,
debieron adquirir en el colegio.
Problemas de financiación
El informe del Banco Mundial también muestra que la educación superior en Colombia es una de
las más costosas en América Latina, después de México y Chile. Ante el difícil acceso a las
matrículas, el Icetex surgió, hace unos años, como la alternativa para estudiar. Por las tasas de
interés altas que cobra, los estudiantes también le piden al Gobierno que sus créditos sean
condonables y que ese dinero se entregue a las universidades públicas. (Lea también: ¿Por qué
marchan los estudiantes? Aquí las claves para entenderlo)
Sin embargo, Colombia también es el país que ofrece al graduado el mejor retorno de la inversión
que hace en los estudios universitarios. “Este dato se obtuvo a través de un recurso analítico,
denominado regresión de Mincer, que muestra cómo la educación superior incompleta genera
40 % de retorno de inversión al graduado, en comparación con no estudiar. Mientras que
completar la educación universitaria le genera al profesional en Colombia hasta 140 % de retorno
de la inversión, comparado con otro nivel educativo”, aclaró Gabriel Contreras, gerente de la firma
de consultoría Sinnetic.
6. Al menos medio millón de jóvenes ni estudia ni
busca trabajo
Los llamados ninis tienen entre 15 y 24 años y no se dedican a nada. Fenómeno está en 13 capitales.

Conocida como una población de jóvenes que ni estudian ni trabajan ni están buscando empleo, los ninis se
están identificando en el país como una problemática que atañe más a las ciudades intermedias y con
mayor incidencia en las mujeres.

En las trece principales ciudades del país hay 582.000 jóvenes entre 15 y 24 años en esa situación. Son 370.000
mujeres y 212.000 hombres, y son más de uno de cada diez personas en esa edad. Si bien el fenómeno es
mayor entre mujeres, estas ayudan más en el hogar. En cambio, al menos 85.000 hombres jóvenes ni
siquiera ayudan con el oficio.
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Así se desprende del estudio realizado por el Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario ‘Perfil juvenil
urbano de la inactividad y el desempleo en el país’.

Para los investigadores del Observatorio, más que la proporción de población joven que tiene una ciudad, es de
más cuidado ver qué porcentaje de esa población joven es inactiva.

Juan Carlos Guataquí, uno de los autores del estudio, señala que la gente tiende a pensar en los jóvenes entre
15 y 24 años como una población homogénea y eso no es así. Además, agrega que hay un patrón de género
que es muy importante frente a la pregunta a qué se dedican o en qué utilizan el tiempo.

En la encuesta tenida en cuenta en la investigación hay varias opciones de respuesta para ese interrogante, como
ayudar a criar animales, realizar oficios en otros hogares, capacitación y trabajos comunitarios, entre otros, pero
aquí el patrón es en extremo diferente en términos de género.
Actividades similares
Por ejemplo, las mujeres jóvenes se dedican más a actividades semejantes a las que realizan las mayores de 25
años. Pero las actividades de los hombres no se asemejan tanto a las de los mayores. En los hombres, está más
presente la inactividad económica total, es decir, no ayudan en el hogar, no cuidan niños, no se están
capacitando, ni hacen alguna actividad educativa, mientras que las mujeres ninis sí tienen un papel de aporte
al hogar.

El 92 por ciento de las mujeres ninis hacen esa clase de labores, mientras que en los hombres esto se da en
apenas un 60 por ciento. En horas dedicadas a esas tareas durante la semana, las mujeres tienen 18,7 en
promedio, y en los hombres son apenas 9 horas.
Así mismo, el 52 por ciento de las mujeres ninis dedica tiempo a cuidar o atender niños, frente a un 10
por ciento de los hombres. A esta actividad las mujeres les dedican a la semana en promedio 32,7 horas, y los
hombres 12,2.

“Un muchacho entre 15 y 24 años es simplemente un joven inactivo, pero una muchacha en ese mismo rango se
parece más a una mujer de más de 25 años y ese es un problema complicado, porque ellas pueden quedar en
una trampa de pobreza, por el riesgo del embarazo adolescente, porque no están educándose y porque la familia
ya básicamente la tiene en labores del hogar”, explicó Guataquí.
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Por su parte, la exministra Cecilia López Montaño afirma que en muchos sitios la curva de la educación es una
U invertida, donde los papás se esfuerzan por meter a sus hijos a cursar hasta la primaria, pero después
hay una gran deserción en la adolescencia, y en lugares como los pueblos los jóvenes salen a hacer otras
actividades como mototaxismo.

“Yo creo que este problema es una mezcla de dos cosas, una muy mala educación y una desvinculación de esa
educación formal con el mercado laboral, lo que lleva a esa deserción masiva, porque ninguno sirve de
estímulo”, dijo López, al tiempo que señaló que eso amerita una buena revisión sobre lo que está pasando con
la educación intermedia.

Las jóvenes pueden quedar en una trampa de pobreza, por el riesgo del embarazo adolescente, porque no están

educándose y porque la familia ya básicamente la tiene en labores del hogar


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 TWITTER

Y al mismo tiempo, añadió, el mercado laboral requiere de un análisis que en el país se está postergando, puesto
que le parece imposible que la juventud se esté perdiendo de esta manera.
Ciudades con extremos
De acuerdo con la investigación de la Universidad del Rosario, cuando se analiza la población por edad y
actividad económica se encuentran cosas interesantes, como el hecho de que en Colombia hay dos extremos,
las ciudades más jóvenes y las que cuentan con una población con mayor vejez.

Según Guataquí, si se habla de un índice de envejecimiento, o sea población mayor a los 55 años, las que
predominan son Medellín y Pereira, con uno de cada cuatro habitantes en ese rango.

Mientras que en el otro extremo, como las ciudades más jóvenes, están Cartagena y Cúcuta, donde uno de cada
cinco habitantes está entre los 15 y los 24 años.

“De hecho Cúcuta es una de esas ciudades que en términos laborales tiene todos los indicadores en amarillo o
en rojo, es decir, cuenta con la tasa de informalidad más alta, así como una de las más altas de desempleo,
muchos jóvenes, mucha migración, luego debería ser objeto de políticas expresas del Ministerio del Trabajo”,
comentó Guataquí.
¿Quiénes son los ninis?
Por definición, se conoce como ninis a los jóvenes que están entre los 15 y 24 años de edad y que por
algunas condiciones determinadas ni estudian ni trabajan ni están buscando empleo.

Según el Banco Mundial, con cifras del 2016, se estima en más de 20’000.000 de personas (uno de cada cinco
en el grupo de jóvenes entre los 15 y 24 años) la dimensión cuantitativa del fenómeno de los ninis en
Latinoamérica.

“Esta cifra es particularmente preocupante dada su persistencia, creciente y el hecho de que estos dos aspectos
se hayan presentado en un contexto regional de reducción
de la desigualdad y la pobreza”, indica el estudio del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario.

Sobre esta condición, señala el estudio, también preocupa el hecho de que los afectados dejan de avanzar en
sus logros educativos, no acceden a experiencia laboral y se marginan en general de los espacios
económicos y sociales.

ALJEANDRO RAMÍREZ PEÑA


Redacción de Economía y Negocio

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