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ROBOTS Y TRABAJO

Lidia Brun
Economista e investigadora doctoral en macroeconomía en la Universidad Libre en Bruselas

¿Cómo era la vida humana cuando no teníamos ni teléfonos móviles ni


internet? Parece una pregunta para un Museo de Historia, pero en realidad no
hace ni 20 años que estas herramientas se han generalizado, y, sin embargo,
ahora no pasamos ni un solo día sin hacer uso. Apenas somos conscientes de
cómo la Revolución Digital ha penetrado y modificado nuestra vida cotidiana,
que cuesta vislumbrar qué puede significar que el uso de estas tecnologías se
generalice en los procesos productivos. ¿Qué pasará con nuestro trabajo?
¿Nos sustituirá un robot mucho más rápido, fuerte y eficiente de lo que podrá
ser nunca un ser humano?
En los últimos años, varias investigaciones han estudiado el impacto de la
robotización en el trabajo (las más relevantes son las de Oxford 1, WEF2 y
McKinsey3). Todas aportan datos similares: alrededor de la mitad de las tareas
serán automatizadas en los próximos 20 años. Hablamos de tareas y no de
puestos de trabajo, que conllevan tareas diferentes, no todas automatizables.
Los estudios coinciden en que tareas rutinarias, poco cualificadas y de
transporte corren más riesgo de desaparecer. Por el contrario, los trabajos que
requieren creatividad o inteligencia emocional, donde el factor humano es
indispensable, corren menos peligro. ¿Cómo se distribuirá el impacto de la
robotización profesional y geográficamente? En primer lugar, afectará sobre
todo al empleo de baja cualificación y es probable que la desigualdad aumente.
Los trabajos industriales corren más riesgo que las de sector servicios, o de
cuidado. Las primeras han sido tradicionalmente ocupadas por hombres, y son
las que más se han deslocalizado en los países en desarrollo, mientras que las
segundas están más feminizadas y son difíciles de deslocalizar.
Por otra parte, hay que tener en cuenta los fenómenos de la digitalización y la
inteligencia artificial, con robots que realizan trabajos hasta ahora reservadas
a los humanos, como leer y analizar patrones discursivos. Más allá de la imagen
clásica de un trabajador de mono azul siendo sustituido por una máquina,
estos nuevos fenómenos afectarán seguramente a una amplia gama de tareas
de los trabajos de cuello blanco. El ritmo de automatización dependerá en gran
medida del nivel salarial, que determina los incentivos de las empresas a
ahorrar mano de obra. Así, los trabajos industriales corren menos peligro en
países donde los sueldos son más bajos. Pero la mecanización total de la
producción industrial podría devolver las industrias geográficamente hacia
donde hay más capacidad de consumo, para ahorrar los costes de transporte.
En un mundo donde las cadenas de producción son globales, la automatización
de algunas partes de los procesos productivos puede reorganizar la
distribución geográfica global del trabajo y de la creación de valor.
La robotización también conllevará cambios en la naturaleza del trabajo.
Algunos ya se empiezan a notar. Por ejemplo, con los teléfonos móviles
tenemos una disponibilidad constante fuera de horario laboral, difuminando
las fronteras entre el tiempo de ocio y de trabajo y el concepto de jornada
laboral, facilitando la sobre-explotación. La posibilidad del trabajo a distancia
facilita la flexibilidad y la conciliación, pero también borra la dimensión física
del puesto de trabajo, evitando el contacto humano, y dificultando la
organización sindical. Un ejemplo paradigmático es Uber, un servicio de taxis
basado en una aplicación móvil que atomiza a los trabajadores, y haciéndolos
pasar por emprendedores precariza sus condiciones laborales, haciendo
competencia desleal a los sectores tradicionales. (…)
El trabajo es un articulador social, organiza los proyectos vitales, así como las
relaciones humanas, y un cambio en su naturaleza reconfigura el carácter
humano, con consecuencias negativas y positivas. Imaginemos que se
sustituyen las trabajadoras domésticas por robots controlados remotamente
desde la otra punta del mundo por una persona cobrando un salario de
miseria. Toda la dimensión de cuidado, de relación y de red de la limpieza
personal sustituida por una mecánica aséptica que hipermercanitiliza las
relaciones humanas. Por otra parte, las tecnologías de la comunicación
permiten desarrollar técnicas colaborativas que, por ejemplo, ponen en
contacto directo productores con consumidores, sin necesidad de contar con
intermediarios que explotan y abusan, como las redes de distribución de
comida local y ecológico, creando vínculos comunitarios más fuertes y
propiciando el cuidado del medio ambiente. (…)

Hay otra línea de argumentación (a ambos lados del espectro ideológico) que
resta importancia a la robotización, ya que hasta ahora los cambios
tecnológicos han comportado siempre la creación de más puestos de trabajo
de los que han destruido. Sin embargo, el desacoplamiento entre la evolución
de la productividad y la cantidad de horas trabajadas de los últimos 15 años da
razones para creer que esta vez la destrucción de empleo pueda dominar a
medio plazo. (…)
John Maynard Keynes pronosticó en los años 1930 que la jornada laboral sería
de 15 horas semanales en el 2030. Para evitar los efectos negativos de la
robotización es fundamental reducir jornada laboral y poner el foco en
trabajos no mecanizables ni exportables, como el trabajo de cuidado o lo que
tiene que ver con la transición ecológica. Para asegurar transiciones no
traumáticas, el papel activo del Estado como empleador de última instancia,
con propuestas como el trabajo garantizado 6, y programas de formación a lo
largo de la vida para evitar la exclusión tecnológica, es imprescindible para
estabilizar la economía y garantizar a las personas protección e ingresos
estables. Y finalmente, habrá que ir pensando en cambiar la estructura de la
propiedad del capital, para repartir los beneficios de la robotización. Las
nuevas fórmulas cooperativas de la economía social y solidaria que permite la
tecnología son ya ejemplos incipientes de un nuevo sistema post-capitalista.

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