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Lidia Brun
Economista e investigadora doctoral en macroeconomía en la Universidad Libre en Bruselas
Hay otra línea de argumentación (a ambos lados del espectro ideológico) que
resta importancia a la robotización, ya que hasta ahora los cambios
tecnológicos han comportado siempre la creación de más puestos de trabajo
de los que han destruido. Sin embargo, el desacoplamiento entre la evolución
de la productividad y la cantidad de horas trabajadas de los últimos 15 años da
razones para creer que esta vez la destrucción de empleo pueda dominar a
medio plazo. (…)
John Maynard Keynes pronosticó en los años 1930 que la jornada laboral sería
de 15 horas semanales en el 2030. Para evitar los efectos negativos de la
robotización es fundamental reducir jornada laboral y poner el foco en
trabajos no mecanizables ni exportables, como el trabajo de cuidado o lo que
tiene que ver con la transición ecológica. Para asegurar transiciones no
traumáticas, el papel activo del Estado como empleador de última instancia,
con propuestas como el trabajo garantizado 6, y programas de formación a lo
largo de la vida para evitar la exclusión tecnológica, es imprescindible para
estabilizar la economía y garantizar a las personas protección e ingresos
estables. Y finalmente, habrá que ir pensando en cambiar la estructura de la
propiedad del capital, para repartir los beneficios de la robotización. Las
nuevas fórmulas cooperativas de la economía social y solidaria que permite la
tecnología son ya ejemplos incipientes de un nuevo sistema post-capitalista.