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Definiendo al Estado.
El marxismo partía de la tesis de que el Estado era un instrumento de represión
de una clase sobre otra, sobre todo desde la visión de Lenin, que en “El Estado y
la revolución” estableció un énfasis que perduró durante mucho tiempo en el
análisis marxista. Pero si limitamos las visiones a las perspectivas clásicas,
donde todo perdura en el tiempo, no podríamos modificar o enriquecer las
categorías futuras. En este sentido, Gramsci propone un avance al señalar que
el Estado no puede mantener su dominación sólo a través de la represión. El
Estado necesita también del consenso y la negociación con las clases que no
detentan el poder. Debemos de destacar el concepto de hegemonía, el cual se
considera como un sistema ideológico co-institucional que influye, y define el
quehacer económico, político y cultural del Estado.
Este autor supera la visión instrumentalista, pues bajo esta perspectiva es
imposible que las clases dominantes asumieran el poder. A pesar de esto, el
Estado no debe ser visto como una institución autónoma e independiente. En
realidad, el Estado se mueve en el ámbito de la razón y la fuerza, de la represión
y el consenso, entre el bien común y el interés parcial, entre la sociedad civil y la
clase política. Tampoco debe de considerarse que el control del estado es una
pirámide en donde aquel que ocupe el vértice asegura su control, pues no es un
bloque monolítico, sino un campo estratégico en el que se manifiestan las
contradicciones, esas mismas contradicciones que constituyen al Estado, que
estructuran su organización. El Estado es una condensación material de una
relación de fuerzas, un campo y un proceso estratégico donde se entrelazan
nudos y redes de poder, que se articulan y presentan a la vez contradicciones y
desfases entre sí. Las luchas no sólo se presentan entre las fracciones y las
clases dominantes, también se extienden a las clases dominadas.
Democracia y elecciones.
Las elecciones son por antonomasia el elemento fundamental para “consensuar”
la democracia, es decir, las elecciones son la vía de autolegitimación. En México
esto no ha sido así, ya que las elecciones en vez de convertirse en la vía de
decisión de la voluntad social, se ha convertido en un espectáculo de
mercadotecnia de campañas publicitarias. Lo que era considerado una lucha por
la justicia, la libertad y la igualdad social, se ha convertido en un negocio de unos
cuantos, por ello la cantidad tan grande de derroche del erario público para
promocionar el voto. Entonces, podemos afirmar que los órganos de poder real
en México se encuentran en las instituciones electorales como el IFE (ahora INE)
y el tribunal electoral, y el poder mediático y religioso, los cuales desempeñaron
un papel decisivo en el proceso electoral del 2006. Estos órganos no
representan el poder real del pueblo, ya que no establecen las decisiones
sustanciales de las grandes mayorías.
Conclusiones.
El poder no puede estudiarse en abstracto, sino como una relación social, en la
que los seres humanos entretejen sus deseos, demandas, dominios o presiones
en el terreno de la política, la cultura, la ideología o la economía. Las luchas,
imposiciones, avances democráticos, acuerdos políticos, etc. se ponen de
manifiesto a través de la estructura del Estado, por lo que “una teoría del Estado,
es también una teoría de la sociedad y de la distribución del poder en esa
sociedad”.
Bajo esta perspectiva, el poder aparentemente se comparte o está fragmentado
y difuso, y nadie puede poseer una cantidad excesiva del mismo. Existen
intereses que compiten entre sí, y dicha competencia es garantizada y
sancionada por el propio Estado, el cual garantiza la difusión y el equilibrio del
poder y ningún interés particular pesa demasiado sobre él.
Las irregularidades del proceso electoral del 2006 sólo tienen una explicación, se
busca mantener los intereses de la clase dominante.