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Trabajo de Investigación:
LOS SACRAMENTOS DE
CURACIÓN

NOMBRE : GABRIEL ALBURQUENQUE MEDINA

ASIGNATURA : DERECHO LITURGICO SACRAMENTAL

PROFESOR : PBRO. JUAN JOSÉ ASTOQUILCA

FECHA : 08 DE JULIO DE 2020


2

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 3

EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA 5

Partes esenciales. 6

Naturaleza judicial y medicinal del signo penitencial. 6

Proceso penitencial: individualidad y eclesialidad. 7

LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO 7

EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA EN EL CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO 7

ESTRUCTURA DEL TÍTULO IV 7

CAPÍTULO I 8

CAPÍTULO II EL MINISTRO DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA 9

CAPÍTULO III 10

CAPÍTULO IV DE LAS INDULGENCIAS 10

EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS 11

SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS EN EL CÓDIGO


DE DERECHO CANÓNICO 12

ESTRUCTURA DEL TÍTULO V 12

CAPÍTULO I DE LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO 12

CAPÍTULO II DEL MINISTRO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS 13

CAPÍTULO III DE AQUELLOS A LOS QUE SE HA DE ADMINISTRAR


LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS 13

CONCLUSIONES 14

BIBLIOGRAFÍA 14

APÉNDICE: ALGUNOS CASOS 15


3

INTRODUCCIÓN

Hoy en día, como en todas las épocas de la Historia, especialmente para quienes profesamos la fe
católica, no hace falta dar muchas vueltas a un asunto capital y hasta evidente: La enfermedad y el
pecado están presentes en nuestras vidas, es parte de la naturaleza humana. Todas las personas
conocen los sentimientos de indefensión, impotencia y desesperación que forman parte de la
condición de creaturas. En esos momentos de necesidad física y espiritual, la Iglesia tiende la
mano para revelar la bondad y el poder de la gracia de Dios por medio de los sacramentos de
curación.
Los sacramentos de curación, como ya es sabido, son la Penitencia o Reconciliación y la Unción de
los enfermos. En estos sacramentos, la Iglesia intercede por el perdón de Dios y la curación. Los
sacramentos de Curación restauran los vínculos rotos con Dios y vuelven a unir a la persona con la
Iglesia. Dentro del Cuerpo místico de Cristo, los cristianos hallan la fuerza, el descanso, el consuelo,
la libertad y la paz. En el sacramento de la Reconciliación, una persona recibe el perdón de sus
pecados. En la Unción de los enfermos, una persona se fortalece con la presencia del Espíritu
Santo. La Iglesia hace lo que Cristo haría. La Iglesia da la curación en el nombre del Señor.

Sin embargo, es sabido que en el mundo de hoy no todos toman conciencia de esta realidad, el
pecado y la enfermedad se hacen tan tangibles, pero al mismo tiempo invisibles, producto de la
secularización, el laicismo y el increencia. La triste realidad del pecado se nos vuelve casi una
costumbre, se nos invisibiliza su fealdad y se nos adhiere silenciosamente en cada ámbito de la
vida humana, tanto así que hoy en día se habla de una estructura de pecado 1 o de hasta de pecado
social.2 A fin de cuentas, mucha gente ignora el pecado o no cree estar haciendo el mal. Esto es sin
duda uno de los peligros más grandes que se nos incrusta por medio del relativismo moral y del
subjetivismo relativista, que todo quiere justificar. 3

Por otro lado, tenemos que la enfermedad se convierte en una especie de enemigo, una realidad
indeseada, totalmente ajena a los sistemas hedonistas imperantes. Muchas veces vemos a muchos
bautizados que reclaman ante Dios y lo culpan por sus padecimientos, ignorando que de Dios no
puede jamás producirse un mal, es decir, Dios no castiga, ni se ensaña con el hombre, más bien,
todo lo contrario: Dios es amor infinito. El dolor y la enfermedad es una consecuencia del pecado
en el mundo, un dolor que no tiene una mejor explicación que la de ser un subproducto del
alejamiento de Dios. Es por eso que la pregunta del mal grita de algún modo una respuesta
asolapada: la enfermedad y el sufrimiento son un misterio, así como lo es el mismo ser humano.

El Catecismo enseña: “El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que
perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cf Mc 2,1-12), quiso que su
Iglesia continuase, con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en
sus propios miembros. Esta es la finalidad de los dos sacramentos de curación: del sacramento de
la Penitencia y de la Unción de los enfermos.” CEC 1421. Es por eso que la remisión de los pecados
y la sanación de las enfermedades es tan importante para continuar con nuestra diaria
peregrinación hacia la construcción del Reino de Dios.
1
Cfr. PABLO VI, Populorum progressio, n. 87. En la encíclica Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II afirma que el
pecado, el que se deriva del individuo y el que afecta a las propias estructuras sociales, se manifiesta "en el
afán de ganancia exclusiva" y "en la sed de poder", actitudes que cierran el camino de la solidaridad y de la
paz; cf. n.36-40.
2
Cfr. Documento de Puebla n. 28
3
Cfr. Papa Francisco; Evangelii Gaudium n. 64, 70.
4

Así pues, en este trabajo de investigación se pretende dar a conocer en qué consisten los
sacramentos de curación, en tanto que son medios que el Señor Jesús ha instituido para que
quienes crean en Él puedan acceder a los misterios insondables de la Gracia, pues son caminos
para la santificación de los hombres, dados a la Iglesia, Sacramento de Cristo, que con amor
maternal no quiere que ninguno de sus hijos se pierda. Es justamente en el contexto del Derecho
en que los fieles católicos pueden acudir a vivir y disfrutar los medios de santificación dados por
Cristo, que puedan sanar sus heridas y renovar su amor a Dios y, por lo tanto, es nuestro menester
hacerles justicia, pues todos los bautizados son merecedores de la Gracia y nadie puede quedar
privado de este derecho, al menos no por terceros, especialmente por nosotros, quienes
ejerceremos algún día la cura de almas.

En una primera parte nos referiremos al sacramento de la Penitencia, después dedicaremos a las
Indulgencias, luego la Unción de los Enfermos. Las principales fuentes bibliográficas de este
trabajo son las Sagradas Escrituras, el Catecismo de la Iglesia Católica, Código de Derecho
Canónico, el libro: “La Liturgia y los Sacramentos en el Derecho de la Iglesia” de Tomás Rincón-
Pérez, manual de la asignatura Derecho Sacramental (del que tomaremos algunos elementos
importantes para una mejor comprensión y/o explicación de los diferentes cánones), entre otros.
5

EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA

Este sacramento es llamado por varios nombres: de la penitencia, de la reconciliación, del perdón,
de la confesión y de la conversión4, todas estas denominaciones son para manifestar una misma
realidad indivisible: Dios tiene misericordia y la vierte a raudales en la Iglesia por medio del signo
sacramental. Si bien es cierto que los católicos tenemos el derecho y la oportunidad de vivir una
vida nueva dada por la gracia en el día de nuestro bautismo, este no suprimió la debilidad de la
naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que esto conlleva (la concupiscencia). Es por eso
que Cristo estableció este sacramento para la conversión de los bautizados que se han alejado de
Él por el pecado. Este sacramento tiene su fuente primordial en las Sagradas Escrituras pues es
instituido por Cristo mismo cuando la tarde de Pascua se apareció a sus Apóstoles y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos» (Juan 20, 22-23). Pero su fundamento no radica solo en su
institución a la Iglesia naciente, sino que toda su vida fue de cara a la búsqueda de los pecadores,
llamándolos a la conversión y a la salvación. Una de las páginas más conmovedoras del Evangelio
es la parábola del hijo pródigo. Eran dos hermanos y el menor decide abandonar la casa; se
marchó a un país lejano donde derrochó todo llevando mala vida. Hasta que un día sintió
vergüenza de su situación y decidió volver a casa para pedir perdón a su padre: " Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti" (Lucas 15, 18). El padre, cuando lo vio venir salió a su encuentro, se le
echó al cuello y lo besó. Y mandó a los criados que le pusieran un anillo, el mejor vestido, que le
preparasen un banquete y una gran fiesta para celebrar el retorno del hijo pequeño. Estos son
símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a
Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. 5 Sin duda la riqueza de esta parábola, entre muchas
otras, nos puede ayudar a entender la profundidad del sacramento de la Penitencia, que es el
sacramento de la misericordia de Dios.

Muchas personas ajenas a la vida sacramental (o a la vida en la Iglesia) se preguntarán lo que ya se


ha mencionado tácitamente: ¿es posible que un bautizado siga siendo pecador? ¿Acaso el
bautismo no nos libera del pecado? Pues bien, nuestra realidad pecaminosa aun siendo bautizados
nos la expresa el catecismo de manera clara: “Por los sacramentos de la iniciación cristiana, el
hombre recibe la vida nueva de Cristo. Ahora bien, esta vida la llevamos en “vasos de barro” (2 Co
4,7). Actualmente está todavía “escondida con Cristo en Dios” (Col 3,3). Nos hallamos aún en
“nuestra morada terrena” (2 Co 5,1), sometida al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte. Esta
vida nueva de hijo de Dios puede ser debilitada e incluso perdida por el pecado.”6

Tomás Rincón-Pérez dirá muy acertadamente que este sacramento es “un signo eficaz de gracia,
es el signo eficaz del perdón y de la reconciliación; perdón y reconciliación que conllevan como
fruto último la consecución de la gracia santificante por parte del penitente.”7 En efecto, la
penitencia interior del cristiano puede tener diferentes modos o expresiones ya que es movida por
la gracia divina a responder al amor misericordioso de Dios. Implica el dolor y el rechazo de los
pecados cometidos, el firme propósito de no pecar más, y la confianza en la ayuda de Dios. Se
alimenta de la esperanza en la misericordia divina. La penitencia puede tener expresiones muy

4
Cfr. CEC 1420-1421, 1426
5
Cfr. CEC 1439
6
CEC 1420
7
Rincón-Pérez, Tomás (2007); “La Liturgia y los Sacramentos en el Derecho de la Iglesia”; Ediciones EUNSA;
Pamplona, España. p. 233
6

variadas, especialmente el ayuno, la oración y la limosna. 8 Estas y otras muchas formas de


penitencia pueden ser practicadas en la vida cotidiana del cristiano, en particular en tiempo de
Cuaresma y el viernes, día penitencial. 9 En el siguiente apartado nos centraremos un poco más en
lo que nos dice el Código de Derecho Canónico.

Los efectos del sacramento de la penitencia son: la reconciliación con Dios y, por tanto, el perdón
de los pecados; la reconciliación con la Iglesia; la recuperación del estado de gracia, si se había
perdido; la remisión de la pena eterna merecida a causa de los pecados mortales y, al menos en
parte, de las penas temporales que son consecuencia del pecado; la paz y la serenidad de
conciencia y el consuelo del espíritu; el aumento de la fuerza espiritual para el combate cristiano.

Partes esenciales.
Los elementos esenciales del sacramento de la reconciliación son cuatro: dos actos que lleva a
cabo el penitente y otros dos que corresponden al ministro que concede el perdón en nombre de
Cristo.10
Los actos propios del penitente son: la contrición (o arrepentimiento), que es perfecta cuando está
motivada por el amor a Dios, imperfecta cuando se funda en otros motivos, e incluye el propósito
de no volver a pecar (atrición); la confesión, que consiste en la acusación de los pecados hecha
delante del sacerdote, dirá acertadamente Rincón-Pérez que “Una condición indispensable para
que tanto la contrición como la confesión sean fructuosas, es la transparencia de la conciencia
cuyo medio principal es el acto tradicionalmente llamado examen de conciencia.”11; los actos
propios del sacerdote son: la absolución que el ministro concede al penitente y la satisfacción, es
decir, el cumplimiento de ciertos actos de penitencia, que el propio confesor impone al penitente
para reparar el daño causado por el pecado. 12

Naturaleza judicial y medicinal del signo penitencial.


Dijo san Juan Pablo II que “El sacramento de la Penitencia es, según la concepción tradicional más
antigua, una especie de acto judicial; pero dicho acto se desarrolla ante un tribunal de
misericordia, más que de estrecha y rigurosa justicia, de modo que no es comparable sino por
analogía a los tribunales humanos...”13 esto se condice con las afirmaciones del concilio de Trento
concibiendo el sacramento de la penitencia a modo de acto judicial. Es por eso que Rincón-Pérez
nos hace ver que “Dimensión judicial tienen, en efecto, los actos del penitente, en especial la
acusación de los pecados; función judicial desempeña asimismo la imposición de la satisfacción
sacramental mediante la cual el sacerdote ata al penitente con un mandato obligatorio, como
ejercicio de la potestad de atar y desatar. Finalmente, es acto judicial, es decir, verdadera
sentencia —aunque en sentido analógico en relación con los tribunales humanos— la que dicta el
sacerdote mediante la absolución sacramental.”14 Con esto queda clara la dimensión judicial del
sacramento de la penitencia, especialmente entendido desde la misericordia y acorde con el
código.15 El sacramento de la penitencia tiene de por sí un carácter terapéutico o medicinal,

8
Cfr. CEC 1434
9
Cfr. CEC 1438
10
Cfr. CIC 959 y 981
11
Supra 4, Rincón-Pérez; p.234
12
Supra 13.
13
Juan Pablo II, Reconciliatio et Paenitentia, 31, II.
14
Supra 4, Rincón-Pérez; p.235
15
Cfr. CIC 978
7

además es un tribunal de misericordia, es un lugar de curación espiritual en el que el penitente


recibe la salud del alma. El ministro entonces es juez y médico 16 a la imagen de Jesucristo.

Proceso penitencial: individualidad y eclesialidad.


El pecado es un acontecimiento eminentemente personal, sin embargo, también tiene
repercusiones sociales y comunitarias, inherentes a la estructura sacramental de la penitencia, que
debe resaltarse en la praxis penitencial de la Iglesia, con tal de que lo comunitario no suplante lo
individual. Lo queramos o no nuestro pecado personal daña y afecta también a la Iglesia en su
conjunto.

LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO


Triple alcance el principio doctrinal y legal.
Dice el código que “La confesión individual e íntegra y la absolución constituyen el único modo
ordinario con el que un fiel consciente de que está en pecado grave se reconcilia con Dios y con la
Iglesia; sólo la imposibilidad física o moral excusa de esa confesión, en cuyo caso la reconciliación
se puede obtener también por otros medios.”17
Se entiende así que el triple alcance de este principio canonístico consiste en:
a) El sacramento de la penitencia es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión
de los pecados graves cometidos después del bautismo.
b) Dentro ya del ámbito sacramental, la confesión individual e íntegra, así como la absolución
constituyen el único modo ordinario de reconciliación, salvo que lo impida una
imposibilidad física o moral.
c) El precepto legal, finalmente, tiene el alcance de principio general en relación con la
disciplina que establecen los cánones siguientes acerca de la confesión y absolución
generales o colectivas.

EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA EN EL CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO

Este sacramento aparece en el título IV que corresponde a los cánones 959 al 997.

ESTRUCTURA DEL TÍTULO IV

Tras un canon introductorio y un primer capítulo sobre las diferentes modalidades litúrgicas del
sacramento de la penitencia, se dedica un capítulo entero (el segundo) a su valor eclesial, que
aparece sobre todo en la absolución sacramental impartida por el ministro ordenado, y otro (el
tercero) a las disposiciones personales que debe asumir el fiel en calidad de penitente para recibir
de manera eficaz el sacramento de la penitencia. Finalmente habrá un añadido sobre las
indulgencias (el cuarto capítulo).

El texto introductorio que se hacía mención es el canon 959, que introduce la normativa del
Código sobre la penitencia, dice: “En el sacramento de la penitencia los fieles que confiesan sus
pecados a un ministro legítimo, arrepentidos de ellos y con propósito de enmienda, obtienen de
Dios el perdón de los pecados cometidos después del bautismo, mediante la absolución dada por el
mismo ministro, y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron al pecar ”. Es
interesante notar que este canon enumera todos los elementos esenciales de la doctrina sobre el
16
Cfr. Ibid.
17
Ibid. 960
8

sacramento de la penitencia: la necesaria colaboración personal y activa del penitente en el acto


sacramental, y el elemento constituido por la absolución sacramental en el que se expresa el
sacerdocio ministerial, y que representa la forma misma del sacramento.

CAPÍTULO I
Así, el canon 960, iniciando el capítulo I, dirá expresamente que el único modo ordinario de la
confesión y absolución de los pecados será individual: “La confesión individual e íntegra y la
absolución constituyen el único modo ordinario con el que un fiel consciente de que está en pecado
grave se reconcilia con Dios y con la Iglesia; sólo la imposibilidad física o moral excusa de esa
confesión, en cuyo caso la reconciliación se puede tener también por otros medios.”

Ahora bien, existe un modo de confesión de tipo general, es decir, para varios bautizados a la vez y
con absolución. Sin embargo, como ya se dijo, esta no es la forma ordinaria. Para gozar
válidamente de esta absolución sacramental se requiere por parte del fiel penitente no haber
incurrido en la prohibición del canon 915 18 y el compromiso de acceder cuanto antes a la confesión
individual según dicta el canon 962, 1 19, por lo menos antes de recibir otra absolución general
siguiendo los cánones 96320 y 98921. Al ministro del sacramento, en cambio, se le ordena en el
961, 1 que la absolución general puede ser impartida sólo y únicamente bajo las siguientes
condiciones:

1. Cuando existe inminente peligro de muerte;


2. Cuando existe una grave necesidad, es decir, cuando se verifican simultáneamente dos
circunstancias diferentes como la falta de un número suficiente de confesores y la
privación durante mucho tiempo de la gracia sacramental y de la comunión eucarística, no
por culpa de los penitentes.

Ese estado de necesidad se verifica normalmente en ocasiones de solemnidades o peregrinaciones


con gran afluencia de fieles. Corresponde, por tanto, al obispo diocesano 22 emitir un juicio sobre si
se verifican o no de modo concreto las condiciones establecidas por la ley para la absolución
colectiva. La responsabilidad de este juicio ha de ser ejercida no sólo teniendo presente los
criterios concordantes con los otros miembros de la conferencia episcopal, sino también
respetando la advertencia concreta de san Juan Pablo II pues estas formas excepcionales de
celebración “no deberá llevar nunca a menor consideración, mucho menos al abandono, de las
formas ordinarias, ni a considerar tal forma como alternativa”23. La elección redunda

18
“No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después
de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado
grave.”
19
“Para que un fiel reciba válidamente la absolución sacramental dada a varios a la vez, se requiere no sólo
que esté debidamente dispuesto, sino que se proponga a la vez hacer en su debido tiempo confesión
individual de todos los pecados graves que en las presentes circunstancias no ha podido confesar de ese
modo.”
20
“Quedando firme la obligación de que trata el canon 989, aquel a quien se le perdonan pecados graves
con una absolución general, debe acercarse a la confesión individual lo antes posible, en cuanto tenga
ocasión, antes de recibir otra absolución general, de no interponerse causa justa.”
21
“Todo fiel que haya llegado al uso de razón, está obligado a confesar fielmente sus pecados graves al
menos una vez al año.”
22
Cfr. CIC 961, 2
23
Juan Pablo II, “Reconciliatio et Paenitentia” 33.
9

exclusivamente sobre si se verifican o no en una determinada Iglesia particular los así llamados
casos de necesidad.

El capítulo I termina indicando cuál es el lugar propio para oír confesiones: una iglesia u oratorio;
en seguida indica lo que se refiere a la sede para oír confesiones, por lo que indica que la
Conferencia Episcopal debe dar normas, asegurando en todo caso que existan siempre en lugar
patente confesionarios provistos de rejillas entre el penitente y el confesor que puedan utilizar
libremente los fieles que así lo deseen. No se deben oír confesiones fuera del confesionario, si no
es por justa causa.

CAPÍTULO II
EL MINISTRO DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA

Sólo el sacerdote es ministro del sacramento de la penitencia; sólo a él se le ha conferido el poder


de perdonar los pecados, en nombre y en la persona de Cristo. Pero el carácter sacerdotal, siendo
necesario, no es, sin embargo, suficiente para administrar válidamente el sacramento. Además de
la potestad de orden, el ministro ha de tener la facultad de ejercerla sobre los fieles a quienes da
la absolución.24

La facultad para oír confesiones se adquiere de dos modos diversos conforme establece el canon
966, 2:
a) Facultad «ipso iure», es decir, el propio derecho.
b) Facultad «vi officii», la que tiene lugar mediante la colación de un oficio
c) La facultad por especial concesión de la autoridad competente.
d) Facultad por suplencia de la Iglesia.
e) Facultad en peligro de muerte.

Además del Romano Pontífice, los Cardenales tienen ipso iure la facultad de oír confesiones de los
fieles en todo el mundo; y asimismo los Obispos, que la ejercitan también lícitamente en cualquier
sitio, a no ser que el Obispo diocesano se oponga en un caso concreto. La facultad por especial
concesión, por el que tiene competencia para ello, es un acto administrativo que está sometido a
una serie de cautelas y requisitos 25. Destaca, entre todos, la exigencia de idoneidad para ser
confesor, que la autoridad correspondiente evaluará mediante examen, o de otro modo.

El canon 983 distingue el sigilo sacramental de la obligación del secreto de confesión. El primero es
inviolable y prohíbe al confesor traicionar, incluso parcialmente, al penitente de palabra o de
cualquier otro modo, y por ningún motivo; el segundo es la obligación a que está sujeto el
eventual interprete, así como todos aquellos que, de cualquier manera, hubieran tenido
conocimiento de los pecados por medio de la confesión. Para la violación directa del sigilo
sacramental prevé el canon 1388, 1 la excomunión latae sententiae reservada a la Sede
Apostólica; para la violación indirecta del sigilo sacramental, así como cualquier violación del
secreto de confesión, el mismo canon prevé la posibilidad de aplicar una sanción canónica
ferendae sententiae, sin excluir la excomunión. Además de esta obligación fundamental, el
confesor está sujeto asimismo a toda una serie de obligaciones jurídico-pastorales enumeradas en
los cánones 978-982 y 984-986. Entre ellas, poseen una importancia particular, a la luz de cuanto
24
Cfr. CIC 965-966
25
CIC 970-973
10

se dice sobre el derecho a los sacramentos y sobre la tutela de los derechos del secreto de
confesión tanto el c. 980 como el c. 984. El primero afirma que si el confesor no tiene duda sobre
la disposición del penitente y este pide la absolución, esta última no puede serle diferida, ni
mucho menos negada. El segundo, en cambio, afirma que al confesor, y en particular a quien esté
constituido en autoridad, le está absolutamente prohibido el uso del conocimiento adquirido por
la confesión con daño del penitente, incluso cuando esté excluido cualquier peligro de violación
del secreto de confesión.

El capítulo termina diciendo que todos los que, por su oficio, tienen encomendada la cura de
almas, están obligados a proveer que se oiga en confesión a los fieles que les están confiados y
que lo pidan razonablemente; y a que se les dé la oportunidad de acercarse a la confesión
individual, en días y horas determinadas que les resulten asequibles. Si urge la necesidad todo
confesor está obligado a oír las confesiones de los fieles; y, en peligro de muerte, cualquier
sacerdote.

CAPÍTULO III
DEL PENITENTE

Este capítulo es bastante corto 26, y se nos recomienda que, para recibir el sacramento de la
penitencia, el fiel ha de estar de tal manera dispuesto, que rechazando los pecados cometidos y
teniendo propósito de enmienda se convierta a Dios. El fiel está obligado a confesar según su
especie y número todos los pecados graves cometidos después del bautismo y aún no perdonados
directamente por la potestad de las llaves de la Iglesia ni acusados en confesión individual, de los
cuales tenga conciencia después de un examen diligente. Se recomienda a los fieles que confiesen
también los pecados veniales. Todo fiel que haya llegado al uso de razón, está obligado a confesar
fielmente sus pecados graves al menos una vez al año. No se prohíbe a nadie la confesión
mediante intérprete, con tal de que se eviten abusos y escándalos, sin perjuicio de lo que
prescribe el canon 983, 2.27 Todo fiel tiene derecho a confesarse con el confesor legítimamente
aprobado que prefiera, aunque sea de otro rito.

CAPÍTULO IV
LAS INDULGENCIAS

Este capítulo también es bastante corto y se nos esboza el significado y los tipos de indulgencia
que pueden darse en la iglesia. 28 La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por
los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas
condiciones, consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención,
distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los Santos. La
indulgencia es parcial o plenaria, según libere de la pena temporal debida por los pecados en parte
o totalmente. Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de
sufragio, las indulgencias tanto parciales como plenarias. Además de la autoridad suprema de la
Iglesia, sólo pueden conceder indulgencias aquellos a quienes el derecho reconoce esta potestad,
o a quienes se la ha concedido el Romano Pontífice. Ninguna autoridad inferior al Romano
Pontífice puede otorgar a otros la potestad de conceder indulgencias, a no ser que se lo haya
26
CIC 987-991
27
“También están obligados a guardar secreto el intérprete, si lo hay, y todos aquellos que, de cualquier
manera, hubieran tenido conocimiento de los pecados por la confesión.”
28
Ibid. 992-997
11

otorgado expresamente la Sede Apostólica. Para ser capaz de lucrar indulgencias es necesario
estar bautizado, no excomulgado, y hallarse en estado de gracia por lo menos al final de las obras
prescritas. Sin embargo, para que el sujeto capaz las lucre debe tener al menos intención general
de conseguirlas, y cumplir las obras prescritas dentro del tiempo determinado y de la manera
debida, según el tenor de la concesión. Por lo que se refiere a la concesión y uso de las
indulgencias, se han de observar además las restantes prescripciones que se contienen en las leyes
peculiares de la Iglesia.

EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

En el Antiguo Testamento, la enfermedad está vinculada al pecado. Jesús realiza numerosas


curaciones, clara señal de que con él había llegado el Reino de Dios y, por tanto, la victoria sobre el
pecado, el sufrimiento y la muerte. Con su pasión y muerte, Jesús da un nuevo sentido al
sufrimiento, el cual, unido al de Cristo, puede convertirse en medio de purificación y salvación,
para nosotros y para los demás. La Iglesia se empeña en el cuidado de los que sufren,
acompañándolos con oraciones de intercesión. Tiene sobre todo un sacramento específico para
los enfermos, instituido por Cristo mismo y atestiguado por Santiago (Cfr. St 5, 14-15).

En el Catecismo de la Iglesia en el n. 1511 se nos expresa, recordando al Concilio de Trento, que


“La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente
destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos: «Esta
unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor como un sacramento del
Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho, insinuado por Marcos (cf. Mc 6,13), y
recomendado a los fieles y promulgado por Santiago, apóstol y hermano del Señor» (Concilio de
Trento: DS 1695).”

Este sacramento lo puede recibir cualquier fiel que comienza a encontrarse en peligro de muerte
por enfermedad o vejez. El mismo fiel lo puede recibir también otras veces, si se produce un
agravamiento de la enfermedad o bien si se presenta otra enfermedad grave. La celebración de
este sacramento debe ir precedida, si es posible, de la confesión individual del enfermo. Sólo
puede ser administrado por los sacerdotes (obispos o presbíteros) jamás por un diácono, mucho
menos un laico.

Los efectos que este sacramento otorga a los fieles son los siguientes:
 Otorga un don particular del Espíritu Santo. La primera gracia es de consuelo, paz y ánimo
para vencer las dificultades propias de la enfermedad o la fragilidad de la vejez. Es un don
del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y fortalece contra las
tentaciones del maligno, como el desaliento y la desesperación.
 El perdón de los pecados. Pues se requiere además el arrepentimiento y confesión de la
persona que recibe el sacramento.
 La unión a la Pasión de Cristo. Se recibe la fuerza y el don para unirse con Cristo en su
Pasión y alcanzar los frutos redentores del Salvador.
 Una gracia eclesial. Los enfermos que reciben este sacramento, uniéndose libremente a la
Pasión y Muerte de Jesús, contribuyen al bien del Pueblo de Dios y a su santificación.
 Una preparación para el paso a la vida eterna. Este sacramento acaba por conformarnos
con la muerte y resurrección de Cristo como el bautismo había comenzado a hacerlo. La
Unción del Bautismo sella en nosotros la vida nueva, la de la Confirmación nos fortalece
para el combate de la vida. Esta última unción, ofrece un escudo para defenderse de los
12

últimos combates y entrar en la Casa del Padre. Se ofrece a los que están próximos a
morir, junto con la Eucaristía como un "viático" para el último viaje del hombre.

La celebración del sacramento consiste esencialmente en la unción con óleo, bendecido si es


posible por el obispo, sobre la frente y las manos del enfermo (en el rito romano), acompañada de
la oración del sacerdote, que implora la gracia especial de este sacramento. Confiere una gracia
particular, que une más íntimamente al enfermo a la pasión de Cristo, por su bien y por el de toda
la Iglesia, otorgándole fortaleza, paz, ánimo y también el perdón de los pecados, si el enfermo no
ha podido confesarse. Además, este sacramento concede a veces, si Dios lo quiere, la
recuperación de la salud física. En todo caso, esta Unción prepara al enfermo para pasar a la casa
del Padre. Puede recibir entonces el viático, que es la eucaristía recibida por quienes están por
dejar esta vida terrena y se preparan para el paso a la vida eterna.

La celebración litúrgica consta de las siguientes partes:


 Saludo y preparación
 Liturgia de la Palabra
 Liturgia sacramental, que a su vez se compone de: imposición de manos por parte del
sacerdote, alabanza del aceite consagrado, signo sacramental por el que se unge la frente
y las manos del enfermo al tiempo que se dice

" Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu
Santo. Amén"

Además, puede participar el enfermo de la comunión del Cuerpo de Cristo que, en peligro de
muerte, se llama viático, es decir, alimento para el último viaje.

SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS EN EL CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO

Este sacramento aparece en el título V que corresponde a los cánones 998 al 1007.

ESTRUCTURA DEL TÍTULO V

Este título también es corto, sien embargo contiene similitud estructural con el título IV a tenor
que se presenta un canon introductorio, en este caso es el 998: “ La unción de los enfermos, con la
que la Iglesia encomienda los fieles gravemente enfermos al Señor doliente y glorificado, para que
los alivie y salve, se administra ungiéndoles con óleo y diciendo las palabras prescritas en los libros
litúrgicos.” Aquí se puede apreciar claramente que, citando a Lumen Gentium 11, se establece la
materia (el óleo) y la forma (las palabras prescritas en los libros litúrgicos) de este sacramento. 29

CAPÍTULO I
DE LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO

29
"Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia entera
encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y los salve. Incluso los anima a
unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios" (LG 11).
13

Este capítulo nos da las pautas de cómo se debe celebrar este sacramento 30: “Además del Obispo,
pueden bendecir el óleo que se emplea en la unción de los enfermos: quienes por derecho se
equiparan al Obispo diocesano; en caso de necesidad, cualquier presbítero, pero dentro de la
celebración del sacramento. Las unciones han de hacerse cuidadosamente, con las palabras orden
y modo prescritos en los libros litúrgicos; sin embargo, en caso de necesidad, basta una sola
unción en la frente, o también en otra parte del cuerpo, diciendo la fórmula completa. El ministro
ha de hacer las unciones con la mano, a no ser que una razón grave aconseje el uso de un
instrumento. Los pastores de almas y los familiares del enfermo deben procurar que sea
reconfortado en tiempo oportuno con este sacramento. La celebración común de la unción de los
enfermos para varios enfermos al mismo tiempo, que estén debidamente preparados y
rectamente dispuestos, puede hacerse de acuerdo con las prescripciones del Obispo diocesano.

CAPÍTULO II
DEL MINISTRO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

Este capítulo consiste solo en un canon (1003): Todo sacerdote, y sólo él, administra válidamente
la unción de los enfermos. Todos los sacerdotes con cura de almas tienen la obligación y el
derecho de administrar la unción de los enfermos a los fieles encomendados a su tarea pastoral;
pero, por una causa razonable, cualquier otro sacerdote puede administrar este sacramento, con
el consentimiento al menos presunto del sacerdote al que antes se hace referencia. Está permitido
a todo sacerdote llevar consigo el óleo bendito, de manera que, en caso de necesidad, pueda
administrar el sacramento de la unción de los enfermos.

CAPÍTULO III
DE AQUELLOS A LOS QUE SE HA DE ADMINISTRAR LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

Las normas del Código relativas a la admisión al sacramento de la unción de los enfermos 31 han
sido notablemente simplificadas, según cuentan los sacerdotes de la vieja escuela. El enfermo
debe estar, evidentemente, bautizado 32 y haber alcanzado el uso de razón. 33 Si el fiel enfermo ha
perdido a causa de la enfermedad el uso de sus facultades, el sacramento puede y debe ser
administrado cuando cabe presumir la intención, al menos implícita, de recibirlo. 34 Presupuesta
esta intención, puede administrarse el sacramento incluso en caso de duda sobre si el enfermo ha
alcanzado o no el uso de razón, sobre la gravedad de la enfermedad que sufre o la efectiva muerte
del fiel.35 Sin embargo, no se puede administrar este sacramento cuando es seguro que el fiel
enfermo ya ha fallecido o a quienes “persisten obstinadamente en un pecado grave manifiesto”.36

30
CIC 999-1002
31
CIC 1004-1007
32
Ibid. cfr. 842, 1
33
Ibid. cfr. 1004, 1
34
Ibid. cfr. 1006
35
Ibid. cfr. 1005
36
Ibid. cfr. 1007
14

CONCLUSIONES

Podemos ver que los sacramentos de curación son un verdadero aliciente previsto por Cristo para
nuestra ayuda constante en el que la Iglesia católica administra e imparte. Estos sacramentos de
curación abordan las dos formas de enfermedad y muerte que experimentan todas las personas:
físicas y espirituales. Aunque todos los experimentamos, ninguno fue parte del plan original de
Dios para nosotros.

BIBLIOGRAFÍA

1. Catecismo de la Iglesia Católica.


2. Código de Derecho Canónico.
3. Documento de Puebla.
4. Juan Pablo II Sollicitudo rei sociales.
5. Juan Pablo II, Reconciliatio et Paenitentia.
6. PABLO VI, Populorum progressio.
7. Papa Francisco; Evangelii Gaudium.
8. Rincón-Pérez, Tomás (2007); “La Liturgia y los Sacramentos en el Derecho de la Iglesia”;
Ediciones EUNSA; Pamplona, España. p. 233
15

APÉNDICE: CASOS

Caso 1:
Soy un sacerdote encardinado en la diócesis de Roma, y me encuentro en una diócesis a cuatro
horas de Roma. Estoy en el confesionario de la parroquia de otro sacerdote, amigo mío, que
dentro de diez minutos celebrará un matrimonio. Una mujer de unos 35 años entra en el
confesionario y, por su actitud, deduzco que no se ha confesado en mucho tiempo. Esta mujer me
ha dicho que está casada y tiene dos hijos. Antes de casarse, 15 años atrás, ella ha abortado (no
confesado). Esta mujer viene de otra diócesis, a cuatro horas de distancia. Ella es amiga de los
esposos y quisiera recibir la comunión durante la Misa. Aparentemente, se encuentra en un
momento de gracia que la ha impulsado a entrar en el confesionario. Como sacerdote romano, yo
tengo el permiso de absolver el pecado de aborto dentro de la ciudad de Roma, sin necesidad de
recursos especiales, pero ahora me encuentro en otra diócesis, y hablo con una mujer que
pertenece a una tercera diócesis.

Dos son mis dudas: en lo que respecta a la absolución y en lo que respecta a la remoción de la
excomunión ¿cómo debo proceder?37

Respuesta:
La penitente tendrá que ser amonestada para que, en el límite razonablemente posible, se acuse
no sólo del pecado de aborto, sino también de todos los otros pecados mortales cometidos desde
la última absolución válida, si el pecado de aborto fue callado conscientemente en confesiones
anteriores, que en esta hipótesis fueron confesiones sacrílegas y no cancelaron los pecados; o si
incluso no se volvió a confesar después de este pecado.

Tendrá que ser invitada a recibir la absolución en fuerza del canon 1357, si su dolor es como el
canon lo exige (el deseo de recibir la comunión sólo por amistad hacia los dos esposos, no sería de
por sí un argumento suficiente, ya que desgraciadamente hoy por hoy muchos se acercan a la
comunión por motivos de conveniencia social); y estimularla al dolor sincero. En el caso concreto
se le debe dar una cita para recibir los mandatos de la autoridad competente o se le debe pedir la
dirección para comunicarlo por escrito. También es posible invitarla a acercarse a quien tiene el
poder de absolverla (obispo, penitenciario, religioso mendicante, sacerdote delegado, como en el
caso de Roma, en donde todos los confesores tienen la autorización de la Vicaría a levantar la
excomunión ligada al aborto). Se le debe invitar a no recibir en ese momento la comunión, aun
cuando haya sido absuelta, si (por hipótesis improbable) sea conocido su delito de aborto y no se
pudiera mostrar convenientemente la absolución recibida. Finalmente prescríbase una penitencia,
que corresponda a las posibilidades físicas, psicológicas, culturales de la señora, y
preferentemente, si es posible, que pueda reparar en la misma especie, por ejemplo ayudando a
madres en dificultad, ayudando a la infancia, etc.

En el caso del aborto, si el penitente es de sexo masculino, téngase presente que interviene no
sólo la excomunión, que se levanta como en el caso hipotético, sino también la irregularidad, que
se debe levantar y que compete sólo a la Santa Sede (en foro interno, la Penitenciaría Apostólica).
Puede ocurrir que uno pueda ser absuelto de la excomunión pero que permanezca en situación
37
Caso tomado de la página web Catholic.net; https://es.catholic.net/op/articulos/25591/cat/912/caso-
pastoral-la-confesion.html#modal
16

irregular. En este caso, sea que se trate de una persona ordenada in sacris, sea que se trate de una
persona que quiera ascender a las órdenes sagradas (¡en este caso con extrema prudencia! El
delito podría ser signo de no verdadera vocación, de falta de idoneidad) el confesor ofrézcase para
presentar el recurso, siempre callando el nombre del penitente.

Caso 2:
¿Un sacerdote católico puede recibir la confesión de un no católico que está en peligro de muerte
y que aparentemente cumple con la contrición y el deseo de confesar sus pecados?

Respuesta:
Depende. Si ese no católico fue bautizado, el sacerdote puede oírlo en confesión y ver en qué
condiciones espirituales se encuentra y por qué razón lo busca. Hay tanta ignorancia religiosa hoy
en día, que el primer punto consiste en ilustrarlo sobre las primeras verdades de la fe. Tal vez eso
pueda ser un paso inicial para que el no católico retorne a la fe de su bautismo.

Sin embargo, si el interesado en la confesión no fuese un bautizado, él no puede recibir ningún


otro Sacramento de la Santa Iglesia; necesita, primero, pedir el bautismo. Teniendo esto en vista,
el sacerdote puede recibirlo a fin de orientarlo en tal sentido. En cualquiera de las dos hipótesis,
nada impide al sacerdote recibir a quien lo busca con buenas intenciones. El resultado dependerá
de las disposiciones de alma del interesado.

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