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TEOLOGÍA DEL MINISTERIO ORDENADO Y DEL PRESBITERIO

Alvaro Cadavid Duque.

I. PANORAMA BÍBLICO-TEOLÓGICO DEL MINISTERIO ORDENADO


Y SU DESARROLLO HISTÓRICO-DOGMÁTICO

A. EL MINISTERIO ORDENADO EN EL NUEVO TESTAMENTO


1. El problema metodológico para abordar los datos
2. Carismas y ministerios en la Iglesia neotestamentaria
- Carismas y ministerios en las cartas auténticas de Pablo
- El ministerio de la presidencia en las cartas pastorales
- El sacerdocio en la Carta a los Hebreos

B. EL MINISTERIO ORDENADO EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA


1. Del ministerio apostólico al ministerio ordenado. La sucesión
apostólica
2. Los Padres de la Iglesia. Inicio del proceso de sacerdotalización
del ministerio
3. El esquema sacerdotal desde finales de la Patrística hasta la
Reforma
4. El Concilio Vaticano II y la nueva visión del ministerio eclesial
5. Los aportes del Vaticano II acerca del ministerio ordenado

II. EL MINISTERIO ORDENADO A PARTIR DEL VATICANO II, LA


EXHORTACIÓN APOSTÓLICA “PASTORES DAVO VOBIS”, Y
LA TEOLOGÍA POSTCONCILIAR

A. LA IDENTIDAD Y MISIÓN DEL MINISTERIO DEL PRESBÍTERO-


PRESBITERIO
1. El presbítero-presbiterio, sacramento de Cristo cabeza y pastor
2. Sacramento de Cristo siervo en la presidencia del Pueblo de Dios
3. Sacramento de Cristo por el triple servicio de presidencia de la
evangelización, la celebración litúrgica y la caridad del pueblo de
Dios
4. Sacramento de la caridad pastoral de Cristo Siervo
5. Sacramento de comunión en la Iglesia.
6. Relación del presbítero-presbiterio con el mundo
B. Ser y misión del presbítero en América Latina. Perspectivas a partir
del Magisterio Episcopal Latinoamericano (de Medellín a Aparecida)
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BIBLIOGRAFÍA

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TEOLOGÍA DEL MINISTERIO ORDENADO Y DEL PRESBITERIO

Alvaro Cadavid Duque.

1. PANORAMA BÍBLICO-TEOLÓGICO DEL MINISTERIO


ORDENADO Y SU DESARROLLO HISTÓRICO-DOGMÁTICO

El ministerio ordenado es un ministerio de servicio, que aparece


desde la más antigua tradición de la Iglesia, haciendo parte del modo de
ser y de la manera de estructurarse de la misma. Es él un ministerio que,
vinculado al gesto sacramental de la imposición de manos, se considera,
por una parte, en legítima continuidad con el ministerio original de los
apóstoles y, por otra, como necesario para la existencia de la comunidad
como comunidad propiamente eclesial. A este ministerio se vinculan muy
íntimamente desde antiguo los ministerios episcopal, presbiteral y
diaconal.
Al recorrer la historia de este ministerio, desde su origen hasta hoy,
encontramos que no ha sido una historia uniforme, no en referencia a la
existencia del mismo, puesto que siempre ha existido, sino respecto a su
teología y oficio específico. Se pregunta: ¿Es legítimo pensar que, además
de la Sagrada Escritura, que a nivel documental, es el primer vehículo de
conexión con el testimonio primigenio de los apóstoles, tengamos otro
vínculo, de carácter más dinámico, personal y magisterial con ese primer
testimonio, a través del ministerio ordenado? ¿Es legítimo este ministerio y
que continuidad tiene con el ministerio primigenio de los apóstoles?. De
estos interrogantes se desprenden otros: ¿Cómo, por qué y qué sentido
tiene el hecho de que ese ministerio sea elevado a la categoría de
Sacramento? ¿Con qué legitimidad y en qué sentido se habla de él en
categorías de “diferencia esencial, y no de grado, respecto al sacerdocio
común de los fieles? ¿Cuál es la relación, teológica y pastoral, precisa de
ese ministerio con el ministerio que están llamados a ejercer todos los
fieles bautizados en general y, también, con aquellos que
institucionalmente se confieren a los mismos? Y al lado de estos
interrogantes está la importante y decisiva cuestión acerca de la identidad
y el sentido teológico del ministerio ordenado y también de cada uno de
los ministerios que lo conforman: episcopado, presbiterado y diaconado.
Tratar de dar respuesta a estas cuestiones es la tarea que nos
proponemos.
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EL MINISTERIO ORDENADO EN EL NUEVO TESTAMENTO

El problema metodológico para abordar los datos


Los escritos del Nuevo Testamento son todos escritos ocasionales y
circunstanciales, que hacen referencia a situaciones muy concretas de las
comunidades a las que aquellos están dirigidos, razón por la que no es
posible encontrar en ellos la elaboración sistemática de una teología
ministerial. Este dato, junto al hecho de las diferencias que presentan los
diversos escritos del Nuevo Testamento respecto a la cuestión ministerial,
y sumado también al hecho de que las estructuras ministeriales que hoy
tenemos -obispo, presbítero, diácono-, no aparecen en el Nuevo
Testamento con las tareas y significado que hoy poseen, al punto que las
palabras pueden ser las mismas, pero las realidades a las que apuntan
pueden ser diversas, hace que la tarea de elaborar una teología ministerial
y, en concreto, del ministerio ordenado, sea una gestión que conlleva
algunas dificultades.
Las tres razones anteriores reclaman, y sobre todo para el tema que
nos ocupa, poner en relación y dar una mirada unitaria y de conjunto a los
escritos del Nuevo Testamento y a la experiencia eclesial vivida en los años
inmediatamente posteriores a los escritos neotestamentarios. Unos y otra
se esclarecen mutuamente, y con mayor razón en este caso, cuando el
paso de la tradición apostólica a la tradición eclesiástica se realizó en
perfecta continuidad en vida de los mismos apóstoles cuando ellos
designaron a los responsables de las comunidades locales como
encargados de “guardar el depósito” (1 Tim 6, 20).

Cabe advertir que no es posible, dentro de una Iglesia naciente, llena


de carismas y ministerios, precisar con nitidez las diversas figuras
ministeriales ni su significado y alcance, lo que, a su vez, hace difícil una
elaboración teológica acerca de cada una de esas figuras ministeriales.

Carismas y ministerios en la Iglesia neotestamentaria

- Carismas y ministerios en las cartas auténticas de Pablo1

En las cartas llamadas auténticas de Pablo, 1 Corintios y Romanos,


se encuentran unas listas de carismas y ministerios en las que todavía no
aparece un esquema de organización jerárquicamente constituido como
1
Sobre este tema ver, J. DELORME, El ministerio y los ministerios según el Nuevo
Testamento, cristiandad, Madrid 1975; A. LAMAIRE, Les ministères aux origenes de l’Eglise,
Ed. du Cerf, Paris 1971. Una importante síntesis sobre este tema se encuentra en J. M.
CASTILLO, Ministerios, en C. FLORISTÁN-J. J. TAMAYO , Conceptos fundamentales de Pastoral,
cristiandad, Madrid 1983, 628-647.
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hoy se conoce. Estas cartas datan alrededor del año 57-58. En ellas las
comunidades aparecen más carismáticas, ligadas a la acción del Espíritu,
no hay una institución de ministerios desarrollada propiamente, los cuales
aparecerán en las cartas pastorales.

a) 1 Corintios 12,8-11 señala los dones de sabiduría, ciencia, fe,


curaciones, milagros, profecía, discernimiento de espíritu, don de lenguas
y el de interpretarlas. No se menciona el carisma de presidencia o
gobierno, aunque se supone que las comunidades cuentan con alguien al
frente de ellas, como atestigua 1 Tes 5,12.

b) 1 Corintios 12,28-30, menciona: apóstoles, profetas, maestros, el


poder de milagros, los dones de curación, de asistencia, de gobierno, de
lenguas y el de interpretarlas. Este texto, señala el ministerio de gobierno,
pero no figura como el primero de la lista.

c) Romanos 12,6-8. Habla de los dones de profecía, enseñanza,


exhortación, dádiva, presidencia, obra de misericordia. Dice que el carisma
de presidencia debe ser ejercido con solicitud.

d) Efesios 4,11-13. Recoge la doctrina anterior y refiriéndose a Cristo


dice: “El mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelizadores; a otros pastores y maestros”. De igual modo, habla del
ministerio de pastoreo sin ponerlo como primero de la lista*. De las cuatro
listas se puede visualizar lo siguiente:

Pablo relaciona unos carismas que tienen que ver con el espíritu
humano o de ciencia y se manifiestan externamente en el lenguaje:
sabiduría, ciencia, fe, profecía, discernimiento de espíritu, don de lenguas,
don de interpretación de lenguas; otros carismas tienen que ver con la
actividad externa de las personas, que se podrían llamar operativos: poder
de hacer milagros; don de curaciones; y, finalmente, otros tienen que ver
específicamente con el recto ordenamiento de los santos, en orden a las
funciones del ministerio; son los se pueden llamar carismas ministeriales:
apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores, dones de asistencia, dones
de gobierno, que son para realizar las funciones que les corresponde:
ministerio, profecía, enseñanza, exhortación, dádiva, presidencia, obras de
misericordia. Toda esa diversidad de carismas debe confluir en la unidad
de la comunidad eclesial (cf. El símil del cuerpo en 1 Cor 12, 12-31; Ef 4,
4-6).
A partir de los anteriores datos, podemos detectar, en el conjunto de
las primitivas comunidades, una cierta estructura ministerial: los “doce”,
“apóstoles”, “profetas”, “doctores o maestros”, “dirigentes”, “pastores”, ,
“guías”, “asistentes” (1 Tes 5,12; 1 Cor 12,28; Rom 12,6-8; Flp 1,1; Ef
4,11-13; He 20,28;). Sobre todo se resalta la triada apóstoles, profetas y
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doctores, que son claves en la fundación de la comunidad primitiva. A la


cabeza de éstos están los “doce”. Sin que sea totalmente claro el perfil y las
funciones de estos ministerios, podríamos decir lo siguiente sobre cada
uno de ellos:
1. Los doce. Desde una lectura atenta de los evangelios, se descubre
el deseo expreso de Jesús de que su ministerio, la definitividad de su obra
salvadora, se continuara en los doce como prototipo del Israel fiel. Así
como el Padre envió al Hijo, éste elige a los doce para que estuvieran con él
y para enviarlos a predicar (Mc 3,13; Mt 28,19-20; Jn 20,21); ellos serán
después los testigos directos de la resurrección del Señor (los mencionan
los Evangelios, Hechos, y 1 Corintios). Al morir, sus diversas funciones se
perpetúan en aquellos que los demás escritos neotestamentarios llaman
apóstoles, profetas, doctores, pastores y dirigentes, epíscopos, presbíteros,
guías. En esta perspectiva de elección y llamado se ubica el ministerio
ordenado como sucesor del ministerio original apostólico.

2. Los apóstoles. Se trata de una función más amplia que la de los


doce. Eran misioneros enviados propiamente por los doce y la misma
comunidad (caso de Pablo, Bernabé y otros), están al servicio del
Evangelio.

3. Profetas. Son los que intervienen en las asambleas litúrgicas con


una predicación o una oración; disciernen las Escrituras, celebran la
Eucaristía. Profetas y doctores son los que figuran después de los
apóstoles en las listas más importantes de ministerios (1 Cor 12,28; Ef
4,11; Rom 12,6-8; He 13,1-3).

4. Doctores. Son los encargados de la enseñanza (didascalia), lo cual


hace ver el avance de las comunidades en la profundización del mensaje
revelado. Sin embargo, se impone la primacía de los apóstoles respecto a
los profetas y doctores pues son los pilares de la Iglesia y su autoridad y
su testimonio duran siempre.

De las listas de los carismas y ministerios y del conjunto del N. T.,


se deriva la siguiente doctrina: la primitiva comunidad cristiana veía en el
don del espíritu el mayor fruto de la muerte de Jesús, quien al dar y
comunicar su Espíritu da cumplimiento a las Escrituras (cf. Ez 36, 27; Jo
3; Hech 2, 14-36). Dicho don es otorgado en primer lugar a la comunidad
apostólica (cf. Hech 2, 1ss) y se extiende luego a todos los que se bautizan
en Cristo (cf. Hech 19, 1-7). Ese Espíritu transforma al cristiano en hijo
adoptivo de Dios (cf. Rm 8, 4).
Además de este don fundamental del Espíritu, dado a todo
bautizado, hay según el N. T., otros dones particulares de gracia,
concedidos por el mismo espíritu, diversificados unos de otros y otorgados
para el bien común de la comunidad eclesial, no con miras a la
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santificación personal, sino a la edificación de la Iglesia. El origen de todo


carisma en la Iglesia es, pues, el Espíritu Santo y su autenticidad se
verifica a través de dos elementos: en la confesión que la persona hace de
su fe en Jesús como Señor y en el hecho de que tal carisma contribuya
realmente a la unidad eclesial (1 Cor 12, 4-6). La finalidad de los carismas,
afirma Pablo, es el provecho común (cf. 1 Cor 14; 12; Ped 4, 10).
Dichos carismas se insertan dentro de una escala de valores que
Pablo mismo específica en 1 Cor 13: primero el don fundamental del
Espíritu, luego, la caridad, como efecto inmediato y fruto mayor de la
presencia del espíritu, después la fe y la esperanza, dones también del
Espíritu, pero temporales y, por último, los carismas funcionales,
enunciados más arriba y que también son temporales. En 1 Cor 14, Pablo
establece una regulación de la importancia de estos últimos carismas. La
superioridad de un carisma sobre otro radica en el mayor provecho con
miras a la edificación comunitaria; en el mayor servicio que preste a los
demás. En ese sentido, los que más provecho hacen para la edificación de
la comunidad son los carismas ministeriales que aparecen enunciados en
las listas de 1 Cor 12, 28-30; Ef 4, 11-13; Rm 12, 6-8. Esos carismas son
más excelentes en cuanto son más útiles y prácticamente necesarios para
la conservación, progreso y finalidad de la comunidad eclesial.

- El ministerio de la presidencia en las cartas pastorales

Las epístolas llamadas pastorales (posteriores a la primera


generación), son las que presentan una estructuración más formal del
ministerio de dirección y lo ponen en los epíscopos, presbíteros y diáconos.
Estas epístolas reflejan una evolución, o al menos otra forma de
estructuración del ministerio, donde los dirigentes o presidentes que los
apóstoles o sus delegados han puesto al frente de las comunidades
fundadas por ellos, empiezan a cobrar importancia; su preocupación
principal es vigilar por la unidad de las comunidades y conservar y
transmitir fielmente el Depósito de la fe, es decir, la Tradición apostólica.

Los rasgos de estas epístolas pastorales en torno a este ministerio de


la dirección o presidencia son los siguientes: 1) muestran la vinculación
necesaria entre ministerio eclesial y vigilancia doctrinal; 2) informan la
organización de esas comunidades con presbíteros (identificados con
epíscopos) y diáconos; 3) insisten en la apostolicidad del ministerio
recibido por la imposición de manos como expresión del carisma recibido
del Espíritu. Se les llama de diversos modos: vigilantes-epíscopos y
servidores (Flp 1,1; He 20,28; 1 Tim 3,1-2); guías o dirigentes (Heb
13,7.24); presidentes (1 Tim 3,4-5).

Estos ministerios de epíscopos, presbíteros y diáconos, que el


Espíritu suscita al frente de las comunidades, han sido instituidos por los
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apóstoles o sus delegados para garantizar el anuncio del Evangelio y la


edificación de las comunidades.

Epíscopos. Es un término griego que significa inspector, vigilante y


designa a los que dirigen, atienden y están pendientes de la comunidad
cristiana. Se usa tres veces en singular: han sido puestos por el Espíritu
Santo como vigilantes (epíscopos), para pastorear a la grey de Dios (He
20,28); les corresponde organizar y vigilar la comunidad estableciendo
presbíteros en cada ciudad. Pablo pide a Tito instituir presbíteros que
luego llama 'epíscopos' (Tit 1,5). Por la grandeza y delicadeza de su cargo
debe reunir en su persona diversas cualidades, pues es "administrador de
Dios" (1 Tim 3,2); tiene que adherirse a la Palabra y permanecer fiel a la
sana doctrina o auténtica enseñanza (Tit 1,7). Pablo los menciona junto a
los diáconos (Flp 1,1), están al frente de la comunidad, que no son todavía
nuestros obispos actuales, sino los presbíteros y ancianos que dirigen y
atienden la comunidad. Son pastores del rebaño y poseen el don del
Espíritu en virtud de la imposición de las manos (He 20,28; 1 Tim 4,14; 2
Tim 1,6). Hasta este momento, la función de los epíscopos no se
diferenciaba en nada a la de los presbíteros. Pablo por ejemplo, le pide a
Tito organizar la comunidad estableciendo presbíteros (Tit 1,5-9).

Presbíteros. Significa anciano. Según diversos pasajes del Nuevo


Testamento, son colaboradores de los Apóstoles en la presidencia y
vigilancia de las comunidades, esa es su principal tarea; así en Jerusalén
forman un colegio presididos por el apóstol Santiago y juntos toman
decisiones para la Iglesia (He 11,30; 12,17; 15,1-29; 16,4; 21,18). Bernabé
y Pablo designan presbíteros en las iglesias que van fundando (He 14,23).
Tito recibe de Pablo la encomienda de establecer en Creta presbíteros o
epíscopos al frente de las comunidades (Tit 1,5). El mismo Pablo convoca a
los presbíteros de Efeso para despedirse y darles recomendaciones (He
20,17). Tienen un ministerio específico de dirección y vigilancia y que han
de apacentar la grey de Dios con solicitud (1 Tim 5,17-22; 1 Pe 5,1-5).
Están al frente de las comunidades como dirigentes (Heb 13,7.17.24),
presidiéndolas y guiándolas como fieles pastores del rebaño. Tienen
también la misión de asistir a los enfermos (Sant 5,14). También se les
menciona en 2 Jn 1,1 y 3 Jn 1,1.

Diáconos. Término griego que significa servidor o ministro. El libro


de los Hechos de los Apóstoles 6, 1-7, habla de la institución de 7 diáconos
que ciertamente, no corresponde al diaconado actual. Se dice que su oficio
era la asistencia a las viudas (6,1) y el servicio a las mesas (6,2); anuncian
también el Evangelio (21,8). Aparecen al lado de los epíscopos en Flp 1,1;
en 1 Tim 3,8-11 se mencionan sus diversas funciones. San Pablo se aplica
el término por su ministerio y también a sus colaboradores que sirven al
Evangelio (He 4,20.29; 1 Cor 9,16-18; 2 Cor 6,3; Flp 2,22).
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Se puede decir entonces, que esta diversidad de carismas y


ministerios miran en su globalidad a tres servicios ejes fundamentales: 1)
Ministerio de la Palabra. Lo esencial en el ministerio de Jesús fue anunciar
la Buena Nueva del Reino y enviar a sus discípulos a hacer lo mismo. Este
ministerio suscita la fe y es el objetivo de la misión eclesial (1 Tes 5,20; 1
Cor 1,17; 12,28; Rom 12,6-7; Ef 4,11; He 11,27; 13,1; 1 Tim 5,17); 2) el
ministerio de la comunión o servicio a la unidad del cuerpo de Cristo. En
medio de la diversidad de carismas y ministerios se debe servir a la
comunión, siguiendo el deseo del Señor de que todos sean uno (Jn 17,21).
Tanto el Evangelio como la Fracción del Pan son expresiones máximas de
comunión eclesial que se vive en la Asamblea, lugar privilegiado para
compartir la Palabra, la Eucaristía y la ayuda fraterna (He 2,42; Rom 10,8-
13; 1 Cor 10,17; 12,13); 3) el ministerio de la dirección o gobierno de las
Iglesias. Es un carisma necesario para conservar y transmitir la Tradición
Apostólica y vigilar por la edificación de la comunidad (1 Tes 5,12; Rom
12,8; Flp 1,1; 1 Cor 12,28; Ef 4,11; Jn 21,16; He 20,28; 1 Tim 3,5; 5,17).

Existen dos formas de participar en estos carismas ministeriales: 1)


Dios da el don y la comunidad solamente discierne, reconoce y acepta sus
frutos; es el caso de los apóstoles y profetas; media por así decir, una
especie de investidura espiritual; 2) y la otra forma es mediante una
investidura social visible, expresada en el gesto de la imposición de manos
por parte de los responsables de la comunidad, que como expresión del
don del Espíritu, está unido a la designación o encomienda de un
ministerio (He 13,3: 2 Tim 1,6).

- El sacerdocio en la Carta a los Hebreos

Los escritos neotestamentarios nunca llaman a Jesucristo Sacerdote


(salvo la Carta a los Hebreos), aún cuando refieren de él acciones
sacerdotales: da la vida por sus ovejas (Jn 10,4-16); es sacrificado con una
muerte de cruz (Mc 10,45; 14,24; Lc 22,19; 1 Cor 5,7; 1 Pe 1,18-19. Su
ministerio se relacionó más con el de profeta (Lc 4,24; 7,16). San Pablo
emplea la terminología cúltica, relacionándola con el servicio al Evangelio,
que es un culto a Dios y con el cual los gentiles al aceptar el anuncio
hacen de su vida una ofrenda agradable a Dios (Rom 1,9; 15,16; 2 Tim
1,3).
Es la carta a los Hebreos, quien inaugura esta nueva visión del
ministerio de Jesucristo como Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva
Alianza2, pues desde la perspectiva veterotestamentaria, él nunca podría
ser considerado como tal, ya que no pertenecía a la familia levítica,
heredera del sacerdocio (Nm 3,10-38).

2
Cf. VANHOYE, Albert. Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento.
Salamanca: Sígueme, 1984. 335p.
13

El sumo sacerdote y toda la corte sacerdotal de tiempos de Jesús


eran de ascendencia levítica, miembros de familias de sumos sacerdotes,
de la aristocracia sacerdotal. El ministerio de Jesús no tuvo carácter
sacerdotal de oficiar el culto en el templo, segregado del pueblo*. Más bien
se oponía y criticaba el sacerdocio de su tiempo centrado en ritualismos
vacíos de contenido e interesado en ganancias (Mt 21,12-17.23);
"misericordia quiero y no sacrificios" les dirá a sus interlocutores ((Mt 9,13;
12,7).

La tesis central de Hebreos, consiste en mostrar a Jesucristo como el


Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza que supera definitivamente
el sacerdocio antiguo, ineficaz y perecedero, indicando así la ruptura y
novedad de su sacerdocio. Es el perfecto mediador entre Dios y los
hombres pues el mismo se ofreció como víctima salvadora, por su
obediencia y entrega hasta la muerte (Flp 2,6-11), fue exaltado a la diestra
de Dios, acreditado ante él ha entrado en el santuario de Dios con la
autoridad de Hijo. Jesús es sacerdote, en cuanto él mismo es la ofrenda
perfecta ofrecida al Padre.

El otro camino de la eficacia de su sacerdocio es su solidaridad


existencial con el hombre; asumió la condición humana, por eso es
misericordioso y capaz de compadecerse de todos (Heb 4,14-5,10); su
gloria es la del amor generoso, la entrega de la propia vida hasta la
muerte3. Y así el Padre lo ha constituido en Sumo Sacerdote según el rito
de Melquisedec (Sal 2; 110), sin principio ni fin (Gn 14,17-20 habla de
Melquisedec que es sumo sacerdote del Dios Altísimo sin conocer su origen
ni su término).

En cambio el sacerdocio de la antigua alianza es imperfecto, no logró


la perfecta relación entre Dios y los hombres, porque se realizaba con una
serie de ritos de separación (segregación) del pueblo, sin tener compasión
del mismo4; y además, tenían que ofrecer víctimas (sangre de animales) por
los propios pecados y los del pueblo; por eso es ineficaz. Sólo Cristo es el
verdadero Sumo y Eterno Sacerdote acreditado ante Dios y misericordioso
con todos por la ofrenda de su propia vida.

EL MINISTERIO ORDENADO EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA

3
Cf. VANHOYE, Albert. El mensaje de la carta a los Hebreos. Navarra: Verbo Divino,
1980. p.39-45.
4
Cf. VANHOYE, Albert. Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento,
Op. cit., p.128. Explica como los sacerdotes judíos son pecadores y no tienen compasión
de sus hermanos pecadores, Ex 32,1-5.21-24.29; Nm 25,6-13.
* En la gran fiesta de la expiación el sumo sacerdote avanzaba solo hacia el santo de los
santos para inmolar la víctima e implorar el perdón de los pecados; tenía que prepararse
con una serie de ritos para entrar dignamente en el santuario y ofrecer el sacrificio.
14

Del ministerio apostólico al ministerio ordenado. La sucesión


apostólica

A la muerte de los apóstoles, los elegidos directamente por el Señor,


la comunidad cristiana edificada sobre el anuncio de la Buena Nueva
realizada por ellos, continúa la misión en sus dirigentes o pastores, que los
mismos apóstoles se preocuparon de establecer en las comunidades que
iban fundando. En efecto:

1. Jesucristo enviado del Padre (sacramento fontal), elige y envía a


doce para continuar su misión de anunciar la Buena Nueva del Reino que
llevó a término con su muerte y resurrección.

2. Ellos fundan comunidades que presiden directamente o a través


de sus delegados Al ir creciendo las comunidades van estableciendo
epíscopos o presbíteros, que no son nuestros obispos actuales sino los que
se encargaban de dirigir, presidir y atender a las comunidades (Flp 1,1; Tit
1,5-9). Donde estaban los apóstoles ellos mismos presidían la comunidad
con el colegio presbiteral (He 15).

3. A la muerte de los apóstoles los dirigentes locales (establecidos


por los apóstoles o sus delegados) asumirán la presidencia de las
comunidades con la autoridad de seguir organizándolas poniendo
responsables al frente de ellas. Actúan en nombre de Cristo sabiéndose
vinculados a él por el ministerio apostólico. Conservan la Tradición,
trabajan por la unidad y edificación de las comunidades, en fin, continúan
la misión apostólica.

4. La finalidad al establecer dirigentes en las comunidades es velar


por la unidad y comunión eclesial y conservar y transmitir fielmente el
Depósito de la Fe (la Tradición Apostólica), y así mantener la apostolicidad
de las diferentes comunidades eclesiales.

5. La tríada Obispos, presbíteros y diáconos se irá configurando


paulatinamente como sucesor de la misión apostólica al frente de las
comunidades, como responsables de la Tradición Apostólica y de la unidad
eclesial*. Mientras tanto irá quedando a la sombra la diversidad de
carismas de la primitiva Iglesia.

Hay un paso interesante del epíscopo-presbítero como dirigente o


presidente al frente de las comunidades (de lo cual hablan las cartas
pastorales) al de epíscopo, como obispo que preside la comunidad con el
colegio presbiteral y los diáconos y distinguiéndose de ellos. Reflejo de esto
son las comunidades ignacianas, donde la figura del obispo empieza a
centralizarse como vínculo de relaciones y unidad eclesial, lo cual no
quiere decir que todos los epíscopos ignacianos sean obispos. Es posible
15

que desde tiempos de san Ignacio el término epíscopo tuviera junto al


significado de presbítero-presidente, el de sucesor de los apóstoles u
obispo que se le dará más tarde. Es a finales del siglo II y comienzos del III
cuando aparece ya consolidado el paso de epíscopo=presbítero-presidente
a epíscopo=obispo. Se sabe que en los primeros siglos hubo sucesión
apostólica y que es en el siglo III cuando la sucesión episcopal se convirtió
en la forma histórica concreta de la sucesión apostólica en la Iglesia.
Veamos brevemente cómo se hizo este tránsito:

Como ya se dijo, “presbíteros” y “episcopos” son, en el N. T., títulos


para designar una misma función. La función de los presbíteros es la
episkopé o vigilancia de la comunidad. Estos presbíteros-episcopos son
una institución de función apostólica y su ministerio lo realizan siempre
bajo la guía de los apóstoles o sus agregados. Son siempre los apóstoles o
sus sucesores quienes los instituyen; nunca los presbíteros-episcopos
instituyen a otros presbíteros.
Luego, en Clemente Romano, a finales del siglo I, encontramos la
figura de un presbítero-presidente que preside la celebración litúrgica. Con
Ignacio de Antioquía la figura de este presbítero presidente adquiere un
puesto tan preponderante dentro del colegio presbiteral que le es reservado
el título epíscopo. Así, progresivamente, se va haciendo la diferenciación,
cada vez más marcada, entre el episcopo y el colegio de los presbíteros. En
las comunidades Ignacianas, hacia la primera mitad del siglo II, aparece
esa figura ministerial concentrando el vinculo de unidad y el centro de
caridad de la asamblea eclesial: es él el que bautiza o hace bautizar; él
preside la Eucaristía y sin él, o sin permiso de él, un presbítero no puede
celebrar lícitamente la Eucaristía; para contraer matrimonio se necesita el
permiso del episcopo; él es el predicador y el guiador de la vida espiritual
de los fieles; sobre él recae toda la autoridad doctrinal. De todas maneras
hay que señalar que todas estas acciones las realiza rodeado de su colegio
de presbíteros y diáconos. Juntos constituyen el órgano de unidad
dirigente y pastoral de las Iglesias locales.

En este contexto surge la pregunta: ¿Tienen esos episcopos las


funciones del actual obispo? Parece imposible saberlo con exactitud.
Estamos en una época de transición de episcopos = presbítero presidente a
la significación de episcopos = obispo. Es posible que desde tiempos de
Ignacio, que murió bajo el imperio de Trajano entre el 98 y el 117, el
término episcopos, junto al significado de presbítero-presidente, también
tuviera la significación de “sucesor de los apóstoles” u obispo, que es el
significado que va a tener claramente después, si bien no todos los
episcopos ignacianos son obispos. Lo que si es bastante significativo es
que Ignacio en ninguna de sus cartas afirme que los episcopos puedan
16

instituir presbíteros, función que era reservada sólo a los apóstoles o a sus
sucesores.
Es propiamente hacia el año 175-200 cuando encontramos
consolidado el paso de episcopos=presbítero-presidente a episcopos =
obispo. Es posible que este paso pudiese haber ocurrido de una doble
manera: los apóstoles, al comienzo itinerantes, se fueron progresivamente
haciendo residenciales. Era lógico que donde estaba el apóstol residiendo
no se necesitara el presbítero-presidente, pues aquél desempeñaba esas
funciones con toda propiedad. Pero a medida que la Iglesia se expandía se
fue necesitando un mayor número de “sucesores de los apóstoles”, y en
este caso el cargo se le confería al presbítero presidente o episcopos de las
Iglesias locales. Es éste el momento en el que episcopos u obispo es el
término propio para designar la sucesión del ministerio apostólico. Cabe
advertir que en unas y otras comunidades, los presbíteros cumplían una
función, que autorizada por los apóstoles o por los obispos, era
fundamentalmente colegial participativa.

La sucesión apostólica debe entenderse entonces, por una parte,


como sucesión ininterrumpida de ministros al frente de las comunidades
y, por otra, como forma de vida y doctrina transmitida de los apóstoles; es
la fiel conservación y transmisión del depósito revelado, hacer viva y
mantener la continuidad del mensaje de la salvación. Responde al designio
de llevar a los hombres de todos los tiempos y lugares al encuentro con el
Señor, mediante el anuncio de su Palabra, la celebración de los
Sacramentos y la dirección de la comunidad. De ahí que la apostolicidad
de la Iglesia consista en estar edificada sobre el fundamento de los
apóstoles y profetas, fuente y base de la apostolicidad del ministerio
eclesiástico. El vínculo del ministerio ordenado con el apostólico está pues
en ser garantes del Depósito de la fe, de la Tradición apostólica como un
ministerio necesario de dirección o presidencia de las comunidades y
conservación de la doctrina auténtica, garantizando así, la identidad
apostólica de la Iglesia a lo largo de los siglos y actualizando siempre la
definitividad de la salvación obrada por Jesús con su muerte y
resurrección y el envío del Espíritu Santo.

Los Padres de la Iglesia. Inicio del proceso de sacerdotalización


del ministerio

Con los Padres de la Iglesia se inicia lo que se ha llamado el proceso


de sacerdotalización del ministerio ordenado 5, que consiste en la
progresiva interpretación histórico-teológico del ministerio ordenado a
partir del lenguaje sacerdotal propio del Antiguo Testamento, tanto a nivel
teórico como práctico, sin atender suficientemente los datos del Nuevo
5
Cf. PARRA, Alberto. El proceso de sacerdotalización. En: Theologica Xaveriana. Bogotá.
No. 28 (Nov. 1978); p.79-100.
17

Testamento. Se reviven realidades de la antigua Alianza superadas en


Cristo, al grado de dar la impresión que el Nuevo Testamento es sencilla y
llanamente continuación del Antiguo. El obispo es equiparado al sumo
sacerdote judío, los presbíteros a los ancianos del pueblo y los diáconos a
los levitas, reduciendo así la diversidad de ministerios del Nuevo
Testamento a estos tres: obispo, presbítero y diácono cuyas funciones se
ven desde la perspectiva sacerdotal, propiciando así la distinción
sacerdotes-laicos en vez de comunidad - ministerios.

Este proceso de sacerdotalización es gradual, se van concentrando


las funciones y tareas en el sacerdocio solamente. Clemente lo inicia con
su exhortación a los Corintios al considerar la continuidad del sacerdocio
antiguo en el obispo, el presbítero y el diácono. Ireneo lo continúa en la
línea escriturística y teológica con su estilo tipológico. Hipólito lo hace
desde el aspecto ritual-práctico o existencial-litúrgico. Ignacio de Antioquía
es quien expresa de forma clara la constitución del ministerio ordenado al
frente de la comunidad en obispo, presbítero y diácono, en cuyo centro
está el obispo y la Celebración Eucarística.

Clemente Romano*. En su carta a los Corintios 6, señala cómo el


sacerdocio levítico se continúa en Cristo y en la Iglesia. Las funciones del
sumo pontificado son similares a la de los obispos. Los tres grados del
ministerio: obispo, presbítero y diácono, están anunciados en el Antiguo
Testamento y equivalen al sumo sacerdote, a los ancianos y a los levitas
respectivamente. La Eucaristía por su parte dice relación a los sacrificios
antiguos. Hay que considerar que todavía no se ha fijado el canon de las
Escrituras del Nuevo Testamento y por consiguiente el Antiguo sigue
influyendo como instancia normativa en la comunidad eclesial. Clemente
no hace exégesis bíblica, su método es el haggádico que emplea para
exhortar a los corintios a respetar a sus epíscopos-presbíteros que han
depuesto, valiéndose de esta equiparación entre el sacerdocio antiguo y el
nuevo. De este modo contribuye Clemente a estructurar el ministerio
eclesiástico sobre los moldes veterotestamentarios adoptando su
vocabulario. Se empieza así a reducir la diversidad de ministerios del
Nuevo Testamento al sólo ministerio ordenado y a acentuarse el lenguaje
cultual.

Ireneo de Lyon. En su obra Adversus Haereses, destaca la radical


continuidad y unión intertestamentaria, pues, el gnosticismo y otras
corrientes que le tocó combatir hacían una valoración negativa del Antiguo
Testamento. Usa el método tipológico-alegórico viendo el Antiguo
Testamento como anuncio de realidades que tendrían su pleno
6
* Según Eusebio de Cesaréa, ejerció el pontificado en Roma entre los años 92-101 y
escribió esta carta a los corintios con motivo de su alzamiento y deposición de sus
epíscopos-presbíteros (EUSEBIO DE CESAREA. Historia Eclesiástica 3, 15).
Cf. CLEMENTE ROMANO, San. Epístola a los Corintios 32,2; 36,1; 40,2; 42,4; 61,3.
18

cumplimiento en el Nuevo (las realidades cultuales, sacrificiales y


sacerdotales dicen continuidad en ambos Testamentos). Sobre el
sacerdocio Ireneo afirma: 1) El Verbo de Dios se relacionó con los
sacerdotes de la antigua Alianza; pudo trabajar en sábado al igual que los
levitas, dedicados al templo, Jesús era sacerdote 7; 2) el cordero es símbolo
del sacerdocio antiguo y de Cristo sacerdote 8; 3) los apóstoles y discípulos
del Señor eran sacerdotes y de herencia levítica 9; 4) la Eucaristía está en
continuidad con las ofrendas, oblaciones y sacrificios del Antiguo
Testamento10.

Hipólito de Roma. En su obra la Tradición Apostólica11, presenta


más expresamente este proceso de sacerdotalización en la línea práctico-
litúrgica al hablar del ritual de ordenación de los tres grados del
ministerio. Dice que Cristo ha recibido el mismo espíritu regio y sacerdotal
del Antiguo Testamento, que a su vez comunicó a sus apóstoles, los cuales
fundaron la Iglesia como santuario.

En cuanto a la ordenación de un obispo señala los siguientes


elementos: a) La comunidad cristiana elige al candidato que es libre de
aceptar, y sólo el que ha sido elegido por el pueblo debe ser ordenado
obispo; b) viene a continuación la imposición de las manos para ejercer
legítimamente la presidencia en la línea de la sucesión apostólica; así como
Yahvé comunicó su Espíritu a Moisés, a Aarón y a los ancianos para guiar
a su pueblo, se invoca al Espíritu Santo que ungió a Jesús y a sus
apóstoles.

El obispo es sumo pontífice con funciones cultuales y sacrificiales.


Seis cosas se piden para el Obispo: la gracia pastoral, el servir
irreprochablemente, ser misericordioso, el don de repartir los cargos en su
iglesia, el poder de 'desatar' como los apóstoles y, que sea agradable a
Dios.

La ordenación de un presbítero se efectúa mediante la imposición de


manos del obispo y de los presbíteros colaboradores suyos; se invoca al
Espíritu Santo pidiendo sobre él el espíritu de gracia y de consejo del
colegio presbiteral, así como Moisés instituyó ancianos colaboradores en la
dirección del pueblo (Nm 11,17-25). El presbítero por eso es colaborador
del obispo.
7
Cf. IRENEO DE LYON. Adversus Haereses III, 11,11; H. 2,49; VI, 16,1; H. 2,166.
8
Ibid, III, 11,11; H.2, 48.
9
Ibid, IV, 17,1; H. 2,167-168.
10
Ibid, IV, 29,5; H. 2,197-199.
11
Cf. HIPÓLITO DE ROMA, San. Tradición Apostólica. No. 3; B. 8, citado por
SCHILLEBEECKX, El ministerio eclesial, Op. Cit., p.83-91. La Tradición Apostólica, es un
testimonio antiguo del ritual de ordenaciones, que ha influido en la tradición litúrgica de
la Iglesia. Influyó en dos obras antiguas: "Constituciones Apostólicas" y en el
"Testamentum Domini", y además en el Pontifical Romano de Paulo VI.
19

El diácono es ordenado para ayuda del obispo, no para ejercer


funciones sacerdotales. El lenguaje de Hipólito incluye el elemento
tipológico en el sentido de que las formas sacerdotales presentes fueron
anunciadas por el Antiguo Testamento.

Ignacio de Antioquía*. En sus Epístolas12, que escribe a diferentes


comunidades, testimonia la organización eclesiástica en tres grados:
obispos presbíteros y diáconos. Son los responsables de la comunidad, la
cual está "bajo la presidencia del obispo que está en lugar de Dios; y de los
presbíteros que representan al consejo de los Apóstoles; y de los diáconos
que son mi delicia, encargados de servir a Jesucristo" 13. Insiste en que
todos deben estar bajo la presidencia del obispo y en torno a un único
altar eucarístico concelebrando con él; se marca así la diferencia entre
obispo y colegio presbiteral; su figura se va concentrando así como vínculo
de unidad eclesial y sin su autorización no se puede hacer nada. Se
considera a Ignacio como el consolidador propiamente de este proceso de
sacerdotalización y de la centralización de la diversidad de ministerios de
la comunidad apostólica en el ministerio ordenado. La preocupación de
Ignacio de Antioquía es mantener la fidelidad al Evangelio, conservar la fe
auténtica y la comunión eclesial.

San Cipriano. Obispo de Cartago. Influye también en este proceso


de sacerdotalización. De las 202 veces que emplea el término sacerdote,
147 lo hace para designar al obispo y una para el presbítero. Habla de
honor, dignidad y potestad del sacerdocio dejando en sombra la dimensión
de servicio14.

San Agustín. No está de acuerdo en considerar como mediadores a


los ministros ordenados; sólo Jesucristo es el Mediador perfecto. Emplea
sin embargo, la terminología sacerdotal aplicada al ministerio ordenado.
En contra de Tertuliano, no acepta que los laicos puedan presidir la
Eucaristía aún en caso de extrema necesidad.

La acentuación de la dimensión sacerdotal fue ganando terreno


hasta quedar como eje del pensamiento teológico sobre el ministerio
ordenado, incluso en los mismos concilios III y IV de Letrán, Florencia,
Trento hasta llegar a los momentos previos del Concilio Vaticano II 15.
12
* Fue obispo de la antigua Antioquía de Siria, fue condenado a muerte en tiempos de la
persecución del emperador Trajano y murió como pasto de las fieras hacia el año 107 en
el circo Romano.
Cf. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, San. Magnesios VI,1; VII,2; Efesios II,2; IV,1; V,2;
Filipenses IV; Tralianos XIII,2.
13
IGNACIO DE ANTIOQUÍA, San. Magnesios VI,1.
14
Cf. CIPRIANO DE CARTAGO. Epístola 67.
15
Dos textos son especialmente ilustrativos a este respecto. En 1903, Dom Gueranger,
obispo brasileño, escribía. “El pueblo fiel no tiene sino deberes de sumisión a cumplir con
20

A partir del siglo III se empieza a hablar de orden y ordenación. Tales


términos los introduce Tertuliano al lenguaje ministerial pues era propio
del imperio romano (designaba a los funcionarios imperiales en tres
órdenes: senadores, caballeros y la plebe); él mismo es partidario de que
en circunstancias especiales un laico pueda presidir la Eucaristía (esta
visión la tenía antes de caer en el montanismo que el mismo critica de
abusar al respecto, permitiendo la presidencia eucarística de laicos en
circunstancias normales).

En toda esta época, la influencia de la comunidad en la designación


de sus ministros era decisiva. Nadie podía ordenarse si ella no lo aceptaba,
o readmitir a un depuesto si ella no lo quería; había una estrecha relación
comunidad-dirigentes16. Prevalece una visión cristológica-pneumatológica-
eclesiológica del ministerio ordenado, pues es un don del Espíritu en orden
a la edificación de la comunidad y sólo desde ella se justifica; lo importante
es ser elegido o reconocido por ella y enviado a una comunidad concreta.
La Eucaristía por eso era celebrada por la comunidad, aún cuando lo
hiciera bajo la guía de su presidente, ella es el sujeto de la acción litúrgica;
se tenía la conciencia de que quien preside la comunidad es el más
indicado para presidir en ella la Eucaristía. La función del presbítero es
sencillamente la de presidir como dirigente y pastor local.

Esta realidad fue magistralmente expresada por el concilio de


Calcedonia en el canon 6 donde nadie podía ser ordenado de forma
absoluta, es decir, si no se le asignaba una comunidad concreta que
presidir en la ciudad, en el campo o en un martirium (sepultura de un
mártir venerado); quien así proceda su ordenación es nula e inválida* y no
puede realizar funciones litúrgicas. La ordenación está pues
estrechamente vinculada a la comunidad, su llamado y designación son
decisivos, ella se siente con este derecho divino al asistirle el Espíritu

relación a sus diversos jefes jerárquicos. La masa del pueblo fiel es esencialmente
gobernada y radicalmente incapaz de ejercer una autoridad espiritual, ni directamente ni
por delegación”. Y en 1906, en la encíclica Vehementer nos, escribía el Papa Pío X: “La
iglesia es una sociedad desigual que comprende dos categorías de personas, los pastores
y el rebaño; los que ocupan un puesto en los distintos grados de la jerarquía y la
muchedumbre de los fieles. Y estas categorías son tan distintas entre sí que en el cuerpo
pastoral sólo, residen el derecho y la autoridad necesaria para promover y dirigir los
miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la muchedumbre, no tiene otro deber,
sino dejarse conducir y, rebaño fiel, seguir a sus pastores”.
16
Es el caso de Basílides que siendo obispo, apostató durante la persecución de Decio y
fue depuesto de su cargo por la comunidad. Él acudió al Papa Esteban quien lo restituyó
en su cargo nuevamente. La comunidad no contenta con este hecho acudió a Cipriano el
cual convocó un concilio para tratar el caso; con los 37 obispos asistentes llegaron a las
siguientes conclusiones: a) La comunidad es la que elige a sus ministros y esto es de iure
divino; b) Por lo mismo, ella puede deponer a los ministros cuando son indignos y la
dañan; c) La situación del depuesto no cambia ni por el recurso al Papa.
21

Santo con diversidad de carismas y ministerios; no bastaba, por tanto, la


potestad de orden para presidirla y celebrar en ella la Eucaristía17.

El esquema sacerdotal desde finales de la Patrística hasta la


Reforma

El proceso de sacerdotalización del ministerio, con acento en lo


cultual, generado en los comienzos de la Patrística, se continúa en los
siglos siguientes y se impone hasta el punto que no se ve el sacerdocio
como una función que ocupa diversos ministerios, sino que toda la función
y el ser mismo del ministro se ve y se identifica con esta índole sacerdotal-
cultual, reduciendo el ser y el obrar del ministerio casi a este solo
sentido18. Este dato se constata en Padres de la Iglesia como Orígenes,
Tertuliano, Ambrosio, Juan Crisóstomo y el SeudoDionisio. Esto no niega
las diversas acentuaciones que sobre el sacerdocio se hacen en una y otra
parte, por ejemplo, en Alejandría se acentúa el ministerio de la palabra y el
sacerdote es así un maestro y un misionero; en Antioquía sí se pone
expresamente el acento en el ofrecimiento del sacrificio; en las
comunidades judeocristianas y en la Iglesia romana se enfatiza el gobierno
de la comunidad. Pero a pesar de estas acentuaciones lo predominante es
la comprensión del ministerio en términos de sacerdocio litúrgico-cultual.
Los diáconos, como diáconos del obispo, empezaron a gozar de gran
estima, sobre todo en la Iglesia romana. Muchos obispos y el mismo Papa
encomendaron a aquellos misiones especiales, al punto que los legados
papales eran, en la mayoría de los casos, diáconos. Esto favoreció la
actitud de que en muchos casos se consideraran a sí mismos como
superiores a los presbíteros. En el siglo IV San Jerónimo protestó contra
las pretensiones de superioridad de los diáconos y se interesó por
demostrar que no hay diferencia entre los presbíteros y los obispos. Esta
concepción de Jerónimo tendrá una notable influencia en la edad media.
Después de finales del siglo III y en los siglos IV y V los presbíteros
empiezan a multiplicarse bastante debido al surgimiento de muchas
iglesias parroquiale y comienzan también a sea gozar de una creciente
autonomía, ejerciendo de liturgos principales y asumiendo incluso
funciones episcopales, pues al expandirse la Iglesia, los obispos no
alcanzan a visitar sus parroquias y entonces los presbíteros locales
asumen sus funciones.

17
* Aún cuando haya recibido la imposición de manos con todos los ritos litúrgicos.
Cf. VOGEL, Cirylle. Laica communione contentus: Le retour du presbytre au rangs des
laïcs. En: Revue des Sciences Religieuses. Strasbourg, France. No. 1 (Jan. 1973); p.56-
112). El autor en sus investigaciones históricas llega a la conclusión de que un ministro
dejaba de presidir la comunidad por cualquier motivo volvía a ser laico en el sentido pleno
de la palabra
18
Sobre el proceso de sacerdotalización, ver A. FAIVRE, Naissance d’une hiérarchie.
Premières ètapes du cursus clérical, Paris 1977.
22

Durante los siglos VI, VII y VIII en España, Irlanda y las Galias, toda
la teología del ministerio ordenado que se realiza se inspira en el
sacerdocio judío.

Todos los datos anteriores confluyen en el hecho de que los


presbíteros, concebidos sacerdotalmente, comienzan a ser los
protagonistas del ministerio. En ellos se va a concentrar en la práctica casi
todo el quehacer ministerial y toda la reflexión teológica. Ya son ellos,
asistidos por los diáconos, que habían dejado de ser diáconos exclusivos
de los obispos, pasando a serlo también de los presbíteros, los que van a
ser considerados bajo la categorías de sacerdote. El presbítero es el que
por antonomasia es sacerdote. La figura del obispo se oscurece y deja de
ocupar un lugar central en la Iglesia.

En el siglo VIII ocurren cosas extrañas en la comunidad cristiana: la


Eucaristía se ritualiza cada vez más con la participación disminuida de los
fieles, se celebra en latín sin ellos comprenderlo, incluso el concilio de
París (829) habla de la celebración sin asistencia de fieles**.

Aún cuando se ha gestado el proceso de sacerdotalización, la


instancia eclesial en cuanto a la elección y aceptación de sus ministros
está clara: nada al margen de la comunidad eclesial. Durante este primer
milenio rige el principio sabiamente formulado por León Magno: "Aquel que
debe presidir a todos debe ser elegido por todos"19. Es más, el Papa
Celestino I corrobora: "A nadie debe ordenarse de obispo contra el deseo de
los fieles y sin haberles consultado"20.
Entre los años 1150 y 1450, las ciudades fueron subdivididas en
parroquias y el Papado, al mismo tiempo, alcanzó un gran florecimiento,
luego hacia el siglo X la relación entre el obispo y los presbíteros, por el
sistema feudal de organización en el que aparecen archidiaconías y
decanatos, se hace muy pobre, hechos estos, que contribuyen a oscurecer
aún más al obispo como figura central de la comunidad eclesial. Las
relaciones entre los presbíteros y su obispo quedaron prácticamente
reducidas a lo jurídico, al punto que se consideraba que la importancia del
obispo sólo residía en el plano meramente juridiccional y no en la potestad
de orden. A pesar de esta situación, nunca se dejó de reconocer la
superioridad del obispo frente a los presbíteros y funciones, como la
ordenación de presbíteros, la confirmación y la consagración de Iglesias,
siempre estuvieron reservadas sólo al obispo.
En la baja escolástica será Pedro Abelardo quien, basándose en la
doctrina de San Jerónimo, identifique presbiterado y sacerdocio. El

19
LEON MAGNO en su Epístola X, 6; PL 54, 634ª: "Qui praefuturus est omnibus, ab
omnibus eligatur".
20
CELESTINO I Epistola IV, 5: PL 50, 434B: "Nullus invitis detur episcopus. Cleri, plebis et
ordinis, consensus ac desiderium requiratur". Frase que más tarde recogerá Graciano.
23

episcopado se coloca al margen del sacramento del orden, desapareciendo


con ello la idea del sacerdocio de segundo orden.

El ministerio ordenado y la sacra potestas. Se trata de ver ahora


una segunda etapa en la concepción del ministerio ordenado, donde el
proceso de sacerdotalización alcanza su culmen 21. La reflexión teológica
centra más su atención en el ministerio como realidad en sí, su
vinculación esencial con Jesucristo de quien recibe "el carácter
sacramental" (dimensión cristológica), olvidando la dimensión eclesial
propia del primer milenio* y dejando atrás el canon 6 de Calcedonia que
acentúa lo eclesial del ministerio y prohíbe las ordenaciones absolutas. En
adelante lo importante será el poder sagrado o sacra potestas del
presbítero recibida en la ordenación para presidir la Eucaristía y perdonar
los pecados, dejando a un lado las dimensiones profética y de dirección.

Graciano en la edad media, recoge la perspectiva del canon 6 de


Calcedonia prohibiendo ordenaciones absolutas. Inocencio III reconoce
esta perspectiva, pero lo suaviza con el principio de caridad para aquellos
ordenados ya de forma absoluta, pidiendo que el obispo prevea su
sustento; con él las 'ordenaciones absolutas', pasaron a ser prácticamente
válidas. Todo esto reforzará la visión medieval de la sacra potestas
independientemente de presidir o no una comunidad. Urbano II (1088),
por su parte, reconoció ordenaciones absolutas, tal vez por el contexto
feudal de honores y privilegios y por el creciente poder papal de dispensar
de normas eclesiásticas.

El Concilio III de Letrán (1179), en vez de determinar que nadie se


ordene si no es elegido y aceptado por la comunidad, cambia la perspectiva
hacia la sustentación del ministro, del titulus ecclesiae se pasa al titulum
beneficium*.

El concilio IV de Letrán (1215), sanciona que solamente puede


celebrar la Eucaristía quien ha sido válida y lícitamente ordenado. Esto
supone de alguna manera la referencia a la comunidad eclesial pero no
dice que pueda celebrarse con o sin ella; lo que interesa ahora es que esté
válidamente ordenado para poder presidir la Eucaristía en la comunidad 22.
21
* Se desarrolló muy bien la teología del sacramento sólo que centrado en su dimensión
sacerdotal-cultual. La figura del presbítero es central, al grado que su relación y
diferencia con el episcopado era solamente jurídica, ambos consagran el cuerpo y sangre
de Cristo y pueden perdonar los pecados; se llegó incluso a pensar que el episcopado no
era sacramento.
22
* El “titulus ecclesiae” es sustituido por otro: “sine certo titulo de quo necessaria vitae
percipiat”, es decir, no puede ser ordenado alguien sin asegurar su subsistencia. Extraño
paso, de la instancia comunitaria se pasa a la económica.
** Tenemos que ser justos con ambos concilios que buscaron dar respuestas a
circunstancias de la época y no hacen tratados sistemáticos sobre el ministerio ordenado.
La limitación es construir una teología del sacramento del orden sobre estas bases
24

Acentúa a su vez la relación sacerdote-Eucaristía, acrecentando más la


sacerdotalización**.

Santo Tomás de Aquino. En la alta escolástica se consagra la tesis


de Pedro Abelardo hasta el punto que Santo Tomás niega formalmente la
sacramentalidad del episcopado y elabora toda su teología del sacramento
del orden en torno a la Eucaristía y el poder de la consagración, poder que
comparten igualmente el obispo y el presbítero. De todas maneras Santo
Tomás no deja de reconocer que la potestad de los ministros está en el
obispo como en su fuente y no en los presbíteros.

Al tratar acerca del sacramento del orden en la tercera parte de su


Suma Teológica lo relaciona de inmediato con la Eucaristía. Para él, y para
toda la escolástica, el sacramento del orden es para celebrar la Eucaristía:
“sacramentum ordinis ordinatur ad Eucharistiae consecrationem” 23.
Hablando acerca de las acciones dirigidas a Dios, señala que sólo el
sacerdote está capacitado para dirigir acciones directamente a Dios (pues
es acción de toda la Iglesia), lo cual sólo puede realizarlo quien consagra la
Eucaristía que es Sacramento de toda la Iglesia 24.

En esta época medieval queda suplantado el corpus verum Christi,


que es la Iglesia por el corpus misticum Christi, la Eucaristía. Se invierte el
orden: el verdadero cuerpo de Cristo es la Eucaristía y la comunidad
cristiana es su cuerpo místico. Se acentúa así la progresiva separación
sacerdotes-laicos25; al principio era la distinción entre espíritu de Cristo y
espíritu del mundo por el bautismo; con el monacato los monjes
pertenecen a Cristo y los demás se quedan con el espíritu del mundo;

solamente. De ahí la crítica para la teología dogmática que ha construido su reflexión en


la sagrada potestad del orden, olvidando la perspectiva neotestamentaria de servicio a la
comunidad; se ha ido bastante lejos sobre algo tan fundamental y decisivo para la vida de
la Iglesia.
23
AQUINO, Tomás. Suma Teológica III, q. 65, a. 3; q. 67, a. 2. Se observa como construye
su teología del sacramento del orden al margen de una eclesiología, ya que después del
tratado sobre Jesucristo, sigue el de los sacramentos sin hablar antes sobre la Iglesia.
24
Cf. AQUINO, Tomás. In Sententia d. 24, q. 2, a. 2-2. En síntesis, el pensamiento de
santo Tomás acerca del sacramento del orden: “Este sacramento consiste, sobre todo, en
la entrega de un poder. El sacerdote tiene dos cometidos: uno, el principal, tiene por
objeto el cuerpo de Cristo; el otro secundario, el cuerpo místico de Cristo... Así son
promovidos al sacerdocio muchos a los que sólo se les encomienda la primera función:
por ejemplo, a los religiosos que no tienen cura de almas… El fin principal del sacramento
del orden es la consagración del cuerpo de Cristo, su distribución a los fieles y el
perdonar sus pecados. Los que reciben el sacramento del orden consecuentemente están
a la cabeza de los fieles: deben ser también por los méritos de su santidad”.
25
Un reflejo de toda esta concepción se encuentra en un texto de Juan Crisóstomo: “Por
grande que sea la diferencia entre las bestias salvajes y los hombres razonables, ésta
misma -y no exagero- es la distancia que existe entre el pastor y sus ovejas”. Tratado
sobre el sacerdocio II, 2 (SC 106). Se trata, evidentemente, de una afirmación de orden
moral y no ontológica.
25

ahora la centralidad está en el sacerdote quien actúa in persona Christi


Capitis en la Eucaristía.

Hay que anotar que en la época del Concilio de Florencia (1438-


1445) se sustituye la imposición de manos por la entrega de los
instrumentos para el sacrificio de la Misa con su correspondiente
fórmula26. De esta manera, toda la teología del sacerdocio se constituye en
un tratado exclusivo sobre el presbiterado y éste concebido sólo desde el
punto de vista litúrgico cultual. El episcopado es entendido como un mero
apéndice de esta teología.

En este contexto, es importante mencionar el concilio de Aquisgrán


(812-819) ya que allí se hizo claramente la distinción entre los laicos y los
sacerdotes. Éstos últimos poseen un estado de vida más que un servicio a
Cristo y a la comunidad, y tienen el poder sagrado de consagrar y
perdonar27. Se desarrolló también en esta época la doctrina del “carácter
sacerdotal”*, como don del Espíritu, sello que se imprime en el ordenado
de forma indeleble (permanece para siempre), quedando configurado
ontológicamente a Cristo sacerdote para actuar en su misma persona, in
persona Christi. Ciertamente, los escolásticos lo entendieron como una
capacitación para cumplir una función eclesial 28.

Las causas que pueden aducirse sobre esta visión de la sacra


potestas son de carácter extrateológico: el creciente poder hegemónico y
económico de la Iglesia en el marco de una sociedad feudal que acentúa el
poder, el honor y el dominio. Por otra parte, el renacimiento del Derecho
complicó las cosas contribuyendo a la separación entre potestad de orden
y potestad de jurisdicción, pudiendo celebrarse la Eucaristía
independientemente de la comunidad, pues el presbítero tiene la sagrada
potestad y puede usarla para propio beneficio, es decir, sin la potestad de
jurisdicción. La edad media construyó la teología del sacramento del orden
centrada en la sagrada potestad y el carácter sacerdotal, dejando en
sombra la dimensión de servicio a la comunidad eclesial; el presbítero
empieza a llamarse con toda normalidad “sacerdote”, el cual existe
segregado de la comunidad y del mundo, distinguido por encima de los
fieles por su poder sacerdotal. No importa que sea mal sacerdote, que
predique o no, que sirva o no a la comunidad o que la dañe con su
26
Cf. Dz 701.
27
Cf. DENZINGER, Heinrich-HÜNERMANN, Peter. El magisterio de la Iglesia, no.1764.
Barcelona: Herder 1999. p.546. Se llegó a definir el ministerio por su sola dimensión
sacerdotal, cuya función principal es celebrar la Eucaristía y perdonar los pecados.
* Para santo Tomás el rito exterior de la ordenación, reconocido como legítimo en la
Iglesia, manifiesta que el presbítero ha quedado incorporado válidamente al ministerio, y
el estar situado en nombre de Cristo ante la comunidad constituye el elemento esencial
del carácter (AQUINO Santo Tomás. Suma Teológica III, q. 63, a. 6.
28
** La influencia del renacimiento del Derecho en la Iglesia se ha considerado el principal
factor que marca la diferencia entre primer y segundo milenio.
26

antitestimonio, que tenga fe o no, que sea o no sacramento de Cristo, lo


esencial es el poder sagrado que posee; todo lo cual contradice los datos
del Nuevo Testamento que habla en términos de servicio y no de poder (Mt
18,1-5; 20,25-27; Mc 10, 45; Jn 13,12-15; 1 Tes 2,8; Flp 1,8). La relación
no es ya la de la Iglesia primitiva: comunidad-ministerio, sino sacerdote-
laico.

La Reforma de Lutero y el sacerdocio Ministerial. Los siglos XV y


XVI son expresión de una creciente decadencia del clero que se venía
gestando ya desde el medioevo y que contribuyó al movimiento de la
reforma protestante. Se destacan entre otras realidades: el creciente poder
de la Iglesia, sobre todo del papado (se veía al Papa como príncipe más que
pastor); las frecuentes excomuniones que lanzaba; el descuido de
residencia de obispos y presbíteros en sus comunidades, más pendientes
de los beneficios que del servicio (no importaba el munus sacerdotal sino el
beneficium); la escasa formación del clero así como su vida poco creíble por
abusos de diversa índole, quienes se ordenaban sin la intención de
anunciar el Evangelio y sin preocupación del cuidado pastoral 29. La
división entre clérigos y laicos era cada vez más profunda, los primeros se
consideraban como un status clericalis, pendientes de cualquier beneficio,
privilegio u honor por encima de los fieles.

Contra esta situación intolerable de una iglesia piramidal o


jerarcológica, que no le preocupaba el servicio, se levanta Lutero y
arremete contra el sacerdocio ministerial 30, negando el concepto de
sacerdocio como “status” centrado en el culto y por encima de los fieles
quienes constituyen el verdadero pueblo sacerdotal por el Bautismo. No
existe, por tanto, una jerarquía sacerdotal con tales privilegios*; lo
fundamental es el ministerio de la Palabra y nada más.

De las ideas expuestas por Lutero en sus escritos y las de


Melanchton, su brazo derecho, interesa subrayar las que hacen referencia
al sacerdocio ministerial. Estas ideas son tomadas fundamentalmente de
la obra de Lutero La cautividad babilónica de la Iglesia31.

La crítica de la Reforma se puede resumir en los siguientes puntos32:

- En el Nuevo Testamento, el término sacerdote y derivados, sólo se


atribuye a Cristo, y al conjunto de los bautizados por participación.
- Bajo la Nueva Alianza sólo hay un Sacerdote, Cristo.
29

30

31
Cf. EGIDO, T. Lutero, Obras completas. Salamanca: Sígueme, 1997. p. 142-145.
32
Cf. FONTBONA, J. Ministerio de comunión. Barcelona: Biblioteca Litúrgica, no. 11. Centre de Pastoral
Litúrgica, 1999. p. 26-27.
27

- Todos los bautizados son sacerdotes, porque son miembros del


Cuerpo de Cristo.
- Los llamados “sacerdotes” (obispos y presbíteros), son sacerdotes lo
mismo que cualquiera de los fieles bautizados.
- La distinción entre sacerdote y laico no es de institución divina: la
raíz es una consagración según la autoridad de este mundo, ya que la
autoridad verdadera es la del servidor.
- La participación en el sacerdocio de Cristo es por el bautismo; el
orden no es sacramento: es un invento de la Iglesia (en concreto del Papa).
- Los llamados sacerdotes, tienen la función de alimentar y sostener
la fe de la Iglesia solamente por la Palabra.
- El servicio que prestan los ministros surge de la necesidad que
tiene la Iglesia de organizarse para el servicio de Dios y de la humanidad,
por lo que esta función no es de origen divino.

La Reforma niega que exista alguna diferencia entre el sacerdocio


bautismal y el ordenado, por tanto, niega también el aspecto cultual del
sacerdocio ministerial, reduce las competencias de los ministros del Nuevo
Testamento al ministerio de la Palabra, y se niega a identificar el
ministerio pastoral con el estado clerical, así como sus obligaciones y
privilegios tanto sociales como religiosos33.

Trento y el sacerdocio ministerial. Ante la acometida protestante


la Iglesia salió al frente con el Concilio de Trento 34 definiendo
dogmáticamente lo que ellos negaban, “la existencia del sacerdocio
ministerial distinto al sacerdocio común”. En sus ocho cánones responde a
la concepción protestante de que el sacerdocio ministerial tiene
fundamento bíblico, es de origen divino y está en orden a confeccionar la
Sagrada Eucaristía y absolver los pecados**.

Podemos resumir las definiciones del tridentino en los siguientes


puntos: 1) Afirmó la existencia del sacerdocio ministerial visible y de
institución divina, con fundamento bíblico, para celebrar la Eucaristía y
perdonar lo pecados; 2) son tres los grados de la jerarquía y es de
institución divina: obispos, presbíteros y diáconos; 3) defendió el valor del
sacramento del orden y el “carácter” o sello indeleble que imprime; 4)
sostuvo la validez de la ceremonia del orden; 5) definió la superioridad de
los obispos respecto a los presbíteros, y su potestad sobre el sacramento
del orden y la confirmación; 6) habló de la existencia de órdenes mayores y
menores.

33
Cf. MARTINEZ, D. El sacerdote según el Concilio de Trento. En: Christus. México. No. 460 (marzo
1960); p. 34.
34
* Para Lutero todos somos sacerdotes sin diferencia esencial u ontológica de un
sacerdocio ministerial.
Cf. DENZINGER-HÜNERMANN, Op. Cit., p.548 (cánones 1-8; no. 1771-1778).
** Eucaristía y Reconciliación son los ejes de Trento en torno al oficio sacerdotal.
28

Con esto Trento nunca pretendió dar una doctrina exhaustiva y


sistemática sobre el sacramento del orden, sino que sus afirmaciones
responden más bien a las negaciones y ataques de la reforma protestante.
Mientras la reforma acentúa el servicio al Evangelio como lo esencial para
el sacerdote, Trento lo define como presidente del culto divino sin querer
por eso negar el servicio al Evangelio.

Se ha criticado a Trento por ofrecer una visión reducida del


ministerio ordenado. Sus definiciones acentuaron y puntualizaron lo que
ya se venía afirmando sobre la sacra potestas para celebrar la Eucaristía y
perdonar los pecados, sancionando así la sola dimensión sacerdotal del
ministerio con el peligro de ensombrecer las otras dimensiones 35 (como
hará la teología postridentina). Acentuó la diferencia entre clérigos y laicos,
ya que los sacerdotes son los administradores y dispensadores de los
sacramentos, alter Christus, separados del mundo para dedicarse a las
cosas de Dios. Por otra parte, Trento sancionó la supremacía del
episcopado sobre el presbiterado sin definir teológicamente en qué consiste
la diferencia (tan sólo aduce a los sacramentos del orden y la confirmación
presididos por el obispo y no por el presbítero) 36.

En Trento el contexto eclesial marcó y limitó demasiado las


perspectivas. El Concilio no pretendió definir la totalidad del sacramento;
sus definiciones hay que interpretarlas en el marco de la tradición de la
Iglesia y en el contexto histórico de la época; ciertamente por centrar todo
en lo sacerdotal-sacramental, deja un tanto en sombra la dimensión
profética y servidora del sacramento del orden37.

Una de las limitaciones de Trento es que trató el tema desde la


perspectiva sacramental y no eclesiológica y como reacción a la reforma
protestante. Deja así consolidada la imagen medieval de sacerdocio como
sacra potestas, afirmación dogmática que derivó hacia una concepción
ontológica del carácter sacerdotal del presbítero para presidir los
sacramentos, olvidando la dimensión esencial de servicio a la comunidad
propia de la época neotestamentaria.

La teología postridentina, por su parte, olvidó las circunstancias


históricas a las que tuvo que responder Trento con sus definiciones
dogmáticas y a partir de allí elaboró su teología sobre el ministerio
ordenado; centró su reflexión en la relación sacerdote-culto, en la potestad
que tiene para celebrar los sacramentos y en su existencia separada del
mundo. Desarrolló la teología del carácter sacerdotal sin profundizar en las

35

36

37
29

otras funciones: la profética y la dirección de la comunidad como


servicio38.

Las consecuencias de esta centralización del ministerio en la imagen


o figura sacerdotal son: el considerar al presbítero como funcionario de lo
sagrado, de los sacramentos; relegar el derecho de la comunidad a
proponer sus pastores así como a apartarlos si son antitestimonios; definir
al presbítero por lo que lo diferencia de los laicos; considerar las otras
dimensiones del ministerio desde la presidencia del culto divino; acentuar
la sacra potestas en vez del servicio a la comunidad munus o múnera.

El Concilio Vaticano II y la nueva visión del ministerio eclesial

Un cambio de perspectiva eclesiológica. Cabe advertir que en este


tema, y en general en toda la eclesiología del Concilio, no es propósito del
mismo exponer en un conjunto armonioso y sistemático la doctrina acerca
del sacerdocio y de los ministerios en la Iglesia. Los textos del Concilio
reflejan más bien un intento difícil de armonizar las nuevas concepciones y
aquello que se había heredado de la mentalidad postridentina. Es tan
cierto esto que en un mismo párrafo encontramos afirmaciones que se
compadecen con el deseo de renovación, seguidas de otras que responden
más bien a la mentalidad postridentina y que difícilmente se armonizan
entre sí; y esto sin ninguna solución de continuidad39.

38
El pontifical Romano de Pío V en el Rito de Ordenación de Presbíteros, ve el sacerdocio
como dignidad y herencia veterotestamentaria: “Puesto que vais a ser ascendidos al orden
levítico, considerad a qué alto grado de la Iglesia sois promovido”.
39
Hay que reconocer en el texto conciliar la presencia de dos eclesiologías, que si bien no
se oponen, aparecen colocadas de manera yuxtapuesta, sin interés alguno por
armonizarlas: la eclesiología jurídico-institucional por una parte y, por otra, la eclesiología
de comunión y de servicio al mundo (sobre estas dos eclesiologías ver, A. ACERBI, Due
ecclesilogie. Ecclesiologia giuridica e ecclesiologia di communione nella Lumen gentium,
Bologna 1975). Por este motivo algunos han llegado a afirmar que no existe propiamente
una teología conciliar, sino diversas y en cierto modo contradictorias (la afirmación de G.
Girardi, en C. FLORISTÁN-J. J. TAMAYO, El Vaticano II, veinte años después, Madrid 1985,
431). Esta doble eclesiología hace que, de acuerdo al horizonte hermenéutico en el que se
ubique cada persona o grupo humano, se enfatice una y otra tendencia, lo que favorece
que todos citemos el Concilio para apoyar posiciones, muchas veces, contrarias. Nos
parece que es legítimo, como principio interpretativo del Concilio, tratar de ser fiel,
sobretodo, al espíritu del mismo en línea de renovación y adecuación a los nuevos
tiempos.
30

A finales del siglo XIX y todo el siglo XX, pero sobretodo en los años
inmediatamente precedentes al Concilio Vaticano II, la situación tiende a
cambiar bajo la forma de numerosas corrientes de pensamiento y de vida
que han caracterizado nuestra época. Un ejemplo claro de ello son los
movimientos que promueven “volver a las fuentes” tanto bíblicas como
patrísticas. Podemos recordar también las nuevas tendencias
eclesiológicas que retoman, en primer lugar, la realidad invisible o
misteriosa de la Iglesia con particular énfasis en la dimensión espiritual o
pneumatológica, sacramental, comunitaria y escatológica; el relieve que se
le da al laicado y la promoción en general de los movimientos sociales de
los laicos que conducen a la revalorización del sacerdocio real y profético
de todos los fieles; los estudios e investigaciones sobre el episcopado que
dan nuevas luces sobre la sacramentalidad y colegialidad del episcopado
así como sobre la fraternidad sacerdotal; los movimiento bíblicos y
litúrgicos que han descubierto en el Nuevo Testamento y en la Tradición
litúrgica una concepción del sacerdocio y del culto cristiano del todo
original y diferente del de las otras religiones; la renovación de una
espiritualidad específica del clero que toma muy en cuenta los ambientes y
ámbitos de trabajo en que se mueve el presbítero; el movimiento
ecuménico que permite una benéfica ósmosis de la teología católica,
ortodoxa y protestante, y promueve, también sobre el tema del ministerio,
la superación de las polémicas posiciones pluriseculares. Hay, pues,
grandes esfuerzos por la renovación del clero, tanto en el aspecto teológico
como en el espiritual y pastoral.

Todo este dinamismo que se vive en la Iglesia antes del Concilio, es


la antesala de lo que traerá consigo la nueva eclesiología que propone el
Vaticano II, la cual deja de ser jerarcológica y mira hacia la Iglesia en su
universalidad, anteponiendo la comunión a la distinción, el pueblo de Dios
a la jerarquía. Así queda reflejado en el orden de los capítulos de Lumen
Gentium, documento central del Concilio: ante todo la Iglesia es
comprendida y presentada como el nuevo pueblo de Dios en su totalidad
(LG 9), pueblo todo él sacerdotal (LG 10-11), dentro del cual el Espíritu
suscita diversidad de carismas y ministerios (LG 12). Y sólo después de
esta presentación de conjunto, el Concilio habla de la jerarquía (LG 18 ss.).
“Es la proclamación de la dignidad bautismal, de aquella unión propia del
sacerdocio común en virtud de la cual todos en la Iglesia participan –
aunque según formas y servicios diversos- de la profecía, del sacerdocio y
de la realeza del Señor Jesús. De esta manera, el mismo ministerio
jerárquico es visto en la Iglesia y para la Iglesia, nunca fuera de ella” 40.


Viene a cuento revisar la pequeña pero esclarecedora reseña histórica del tema que hace Bruno Forte en su
libro La Iglesia, icono de la Trinidad. Salamanca: Sígueme, 1997. p. 15-20.
40
Ibid, p. 35-36.
31

Veamos a continuación los principios fundamentales o perspectivas


teológicas que se desarrollaron en el Concilio y que repercutieron en la
reflexión teológica de todos los documentos, así como en la teología
posconciliar:

a) Una perspectiva cristológica y trinitaria: La teología del Orden se


fundamenta en la participación del sacerdocio de Cristo de la que
participan todos los fieles por el bautismo, vista ya no como una
contraposición de dos realidades desiguales y subordinadas, sino como
insertados en Cristo, Cabeza del cuerpo místico. Así, el sacramento del
Orden es visto como expresión histórica de la presencia de Cristo
Sacerdote Cabeza y Pastor de su Iglesia que opera hoy mediante su
Espíritu y en nombre del Padre.

b) Una perspectiva eclesiológica: El sacerdocio ministerial no está


sobre, ni mucho menos, opuesto al pueblo de Dios, sino que es un servicio
cualificado del sacerdocio de toda la Iglesia.

c) Una perspectiva sacramental: En el ámbito de la Iglesia


“sacramento universal”, el sacerdocio jerárquico viene constituido por el
sacramento del Orden como una forma institucional visible de la actividad
invisible del Supremo Sacerdote, Profeta y Pastor, Jesucristo. Por este
motivo, los presbíteros son “sacramentos vivientes” mediante los cuales
Cristo ejercita en el transcurso de la historia sus poderes sacerdotales,
magisteriales y pastorales en vista del crecimiento del Cuerpo místico.

d) Una perspectiva colegial: El único y supremo sacerdocio de Cristo,


participado al Colegio apostólico con Pedro a la cabeza, perdura en el
Colegio episcopal del cual los presbíteros son “próvidos cooperadores” 41. De
modo que la actualización del sacerdocio de Cristo, fundante, contenido y
finalizado está en cada sacerdote por el ministerio de los obispos.

e) Una perspectiva secular: El presbiterado ocupa un rol específico


en la misión de la Iglesia en el mundo, que exige su presencia cualificada y
típicamente sacerdotal, no sólo de cara al pueblo de Dios, sino también a
los alejados, a los no cristianos, a los no creyentes y a todos los sectores de
la actividad humana por profanos que parezcan.

f) Una espiritualidad sacerdotal: Es a la luz de esta teología renovada


del sacerdocio ministerial que se han de buscar los lineamientos
fundamentales de la espiritualidad propia del clero, la cual es exigida a
título especial de la vocación sacerdotal; está vitalmente ligada a las
funciones de potestad del Magisterio, del culto y de la cura pastoral; viene
realizada prácticamente a través del ejercicio de estas funciones y envuelto

41
Cf. LG 28.
32

en el tejido orgánico de la comunión jerárquica, es decir, tanto con el


obispo como con la comunidad presbiteral, y en una situación de
consagración particular a Dios y de presencia entre los hombres.

Estos son puntos clave de la eclesiología del Vaticano II que


definitivamente fueron el fundamento del desarrollo de la teología del
Orden y que, por ende, marcó el pensamiento teológico sobre los rasgos
que identifican al presbítero diocesano.

Como se puede constatar en esta primera aproximación, el Vaticano


II ha supuesto una renovación en la visión que se manejaba de Iglesia y,
como consecuencia, renovación en la concepción del sacerdocio
ministerial, si lo comparamos con el sacerdocio tridentino. Es importante
hacer ver que el Concilio toma como eje central el pueblo de Dios como
cuerpo sacerdotal, real y profético, del que Cristo es Cabeza; y, luego, el
episcopado que posee la plenitud del sacramento del Orden 42 y no el
presbiterado, del que partía la doctrina anterior para fundamentar el
ministerio sacerdotal en relación con el sacrificio eucarístico, como ya hizo
Trento.

Se reafirma, pues, tanto la sacramentalidad como la ministerialidad


de la Iglesia y se reelabora la teología del ministerio ordenado a partir del
episcopado. Este cambio de perspectiva venía fraguándose tiempo atrás y
las razones son estas: se estaba operando un cambio sustancial frente al
modo de pensar de los teólogos medievales al tratar del episcopado, a
razón de dos hechos que apremiaban tanto a los teólogos como a los
pastores: 1) la insatisfacción que producía vincular a un mero acto jurídico
la adquisición de los poderes episcopales, pues se admitía que el obispo
era superior al presbítero tan sólo por el poder de la jurisdicción y no por
razón del orden; 2) La insatisfacción que también producía no
fundamentar en el derecho divino, sino en la misión canónica recibida del
Papa, la potestad episcopal.

Además de lo anterior, el Concilio ha insertado el sacerdocio


ministerial en el interior de la misión de toda la Iglesia y en relación con el
sacerdocio común de los fieles (LG 10); ha puesto de relieve la dimensión
sacramental del episcopado (LG 21); ha redescubierto el diaconado
permanente (LG 29); ha presentado el ministerio ordenado en el triple
grado del episcopado, presbiterado y diaconado; ha definido el sacerdocio
ministerial no sólo en función de la Eucaristía, sino también en relación
con la triple misión de Cristo Cabeza: el anuncio evangélico, la
santificación y el pastoreo del pueblo de Dios; y ha fundamentado la
sacramentalidad del episcopado y del presbiterado, recurriendo al envío

42
Cf. LG 21.
33

por el que Jesucristo hace partícipes a los doce de su consagración y


misión (LG 28).

Es claro, pues, que el Concilio Vaticano II propone un cambio de


perspectiva, ya que, mientras Trento acentúa en el ministerio el poder
sobre el cuerpo eucarístico de Cristo, el Vaticano II propone como lo propio
del ministerio, el obrar en nombre de Cristo Cabeza, que es ciertamente un
servicio a todo el pueblo de Dios en las tres funciones: anuncio de la
Palabra, guía de la comunidad y celebración de los sacramentos, dando
una preponderancia a la celebración de la Eucaristía.

El contexto de la sesión 23 del concilio de Trento fue la institución


del sacrificio visible de la Eucaristía, por lo que su óptica de comprensión
del sacerdocio ministerial es eucarística y sacrificial, la razón fundamental
fue para exponer la necesidad y la naturaleza del sacramento del orden,
dada la posición protestante. En cambio el Concilio Vaticano II asume una
más amplia perspectiva. Así la constitución Lumen Gentium inserta el
tema de la jerarquía en el interior de la misión de todo el pueblo de Dios, lo
que obliga a leer el ministerio sacerdotal en ese amplio horizonte
eclesiológico43.

En cuanto al momento de la institución del ministerio, hay un


cambio en relación a Trento, que lo sitúa –sin especificar más- en la Cena,
mientras que Lumen Gentium hace hincapié en la elección de los Doce
como inicio de todo un proceso, del que no es ajeno –sino al contrario,
puesto que es momento privilegiado- la institución de la Eucaristía en la
Cena.

Estos presupuestos en el cambio de perspectiva teológica son la base


sobre la que se construye una fisonomía más completa del presbítero
diocesano, no es una teología independiente del cuerpo de Cristo, sino
unida y articulada a favor de todo el cuerpo. Es una teología más
eclesiológica, más de comunión y de servicio, que nace de la Trinidad, se
dirige al bien de la Iglesia y del mundo y se encamina, llena de frutos, al
seno trinitario.

Los aportes del Vaticano II respecto al ministerio ordenado. En


la constitución Lumen gentium y en el decreto Presbyterorum ordinis se
encuentran las alusiones del Concilio sobre el sacerdocio ministerial. En
ellos los ministerios episcopal y presbiteral están ubicados, a nivel
cristológico, como signo de Cristo cabeza, sumo sacerdote, maestro, pastor
y pontífice (LG 21, 27, 28; PO 2-3; 5-5) y, a nivel, eclesiológico, se inserta
el ministerio en el interior de una comunidad toda ella sacerdotal, profética
y real, que encuentra en el momento ministerial su punto de convergencia

43
Cf. LG 18.
34

y unidad (Cf. Todo el capítulo II de LG y, especialmente, los números 18 y


30).
El concilio al hablar del ministerio ordenado parte de la misión que
Cristo recibió del Padre y que encomendó a su Iglesia continuarla en el
tiempo y en el espacio. Este es el eje en torno al cual se comprende la
identidad de ministerio ordenado. En efecto, Jesucristo enviado del Padre,
ungido por el Espíritu, hizo presente la Buena Nueva del Reino de Dios con
su Palabra y sus obras, y lo consumó con su Misterio Pascual y el envío
del Espíritu Santo. Eligió a doce para que estuvieran con él y para
enviarlos a predicar (Mc 3,13), encomendándoles su misma misión de
llevar la salvación a todos los hombres con el anuncio del Evangelio, la
celebración de los Sacramentos44 y la guía de la comunidad eclesial; son
los testigos directos y cualificados del Señor resucitado. Ellos a su vez
fueron instituyendo ministros al frente de la comunidad para que
custodiaran y transmitieran fielmente el depósito de la fe y velaran por la
unidad y comunión del pueblo de Dios. De esta manera, el ministerio
eclesial de divina institución se fue configurando paulatinamente en el
sucesor del ministerio apostólico45, que debe entenderse como forma de
vida y doctrina transmitida de los apóstoles y como sucesión
ininterrumpida de ministros al frente de las comunidades 46.

A la luz del Vaticano II47, los obispos con sus colaboradores


necesarios, los presbíteros y los diáconos, son los responsables del
ministerio apostólico de edificar y dirigir a la comunidad en la unidad y
comunión y en fidelidad a la Tradición Apostólica, por eso, "los obispos,
junto con los presbíteros y diáconos, recibieron el ministerio de la
comunidad presidiendo en nombre de Dios la grey de la que son pastores
como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros
dotados de autoridad"48. Es una sucesión en la doctrina y en el servicio de
dirección de las comunidades, es un carisma que descansa o se arraiga en
la misión apostólica que nace inmediatamente de Jesús (Jn 20,21) y se
confiere con el sacramento del orden49, y se manifiesta al presidir como
cabeza y pastor el anuncio del Evangelio, la santificación del pueblo de
44
Cf. SC 6.
45
Cf. LG 28.
46
Cf. CASTILLO, Los ministerios en la Iglesia. En: Rzazón y fe. Madrid. T.229, No. 1144
(Feb. 1994); p.167-177. En los primeros siglos hubo sucesión apostólica, pero es hasta el
siglo III cuando la sucesión episcopal se convirtió en la forma histórica concreta de la
sucesión apostólica en la Iglesia. Por eso, el ministerio episcopal ha sido visto por la
tradición y el magisterio de la Iglesia como sucesor del ministerio apostólico que se
impone como un dato de fe. La idea aparece ya con Clemente Romano (1 Cle 42), y la
expresión como tal es con Ireneo y Tertuliano. Santo Tomás de Aquino lo emplea
formalmente, 'episcopi successores apostolorum' (IV Sententia, d. 7, q. 3, a. 1; Suma
Teológica III, q. 67, a. 2 ad 1). Lo seguirán usando el Concilio de Florencia (Ds 1318),
Trento (Ds 1768), Vaticano I (Ds 3061) y Vaticano II (LG 18 y 20).
47
Cf. LG 27, 28 y 29.
48
LG 20.
49
Cf. SÁNCHEZ CHAMOSO, Ministros de la Nueva Alianza, Op. Cit., p.421-433.
35

Dios y el gobierno de la Iglesia en estrecha comunión con el orden


episcopal y el colegio presbiteral, manifestando así la capitalidad de Cristo
en sus fieles y la comunión de todo el cuerpo50.

Las figuras ministeriales las describe así el Concilio:

El episcopado como servidor de Cristo y de la Iglesia, es el sucesor


del ministerio apostólico, de forma colegiada, es decir, con los presbíteros y
los diáconos, juntos constituyen el ministerio eclesiástico de procedencia
divina. En cuanto cabeza del ministerio ordenado, es el sujeto eminente
del ministerio apostólico, cuya autoridad ministerial ejerce en comunión
con el sucesor de Pedro, el Papa y con todo el colegio episcopal. Posee la
triple función como servidor del pueblo de Dios: la misión de enseñar y
predicar el Evangelio, de santificar al Pueblo de Dios administrador de la
gracia y de los sacramentos y presidir como pastor legítimo, a la Iglesia
particular (diócesis) que se le ha encomendado51.

Los presbíteros, afirma el Concilio52, participan en el mismo


sacerdocio de Cristo junto con los obispos y a través del ministerio de
éstos. Por el sacramento del orden, han sido constituidos en verdaderos
sacerdotes del Nuevo Testamento; son colaboradores necesarios del orden
episcopal, tienen la misión de anunciar el Evangelio, santificar y apacentar
al Pueblo de Dios, como auténticos servidores de Jesucristo. Están
llamados a vivir la fraternidad presbiteral como expresión de comunión
sacramental, entre sí mismos y con el obispo.

Los diáconos, en estrecha comunión con los obispos y presbíteros,


han sido constituidos en orden al servicio y no al sacerdocio; su ministerio
mira al servicio del pueblo de Dios en la liturgia, en la palabra y en el
ejercicio de la caridad53.

Según el Vaticano II, el obispo es, entonces, el sujeto primario de la


sucesión apostólica en el oficio de enseñar, santificar y regir al pueblo de
Dios, junto con los presbíteros y diáconos, pero estos últimos participan
del ministerio apostólico 'en y a través' del ministerio episcopal, lo cual no
significa que el obispo participe o comparta algo suyo. Él es, más bien,
como el canal, el medio, el servidor a través del cual la sucesión apostólica
se continúa en la Iglesia en unidad y comunión de ministerio. Por otra
parte, si bien se habla de su misión de ser maestro en la fe y la autoridad

50
Cf. KASPER, Walter. Nuevos matices en la concepción dogmática del ministerio
sacerdotal. En: Concilium. Madrid. Vol. 5, No. 43 (Mar. 1969); p.375-389; BOROBIO, Los
ministerios en la comunidad, Op. Cit., p.202-237
51
Cf. LG 18, 20, 21, 22, 24, 26, 27, 28; CD 4, 8, 11; PO 2.
52
Cf. LG 28; PO 1, 2, 4, 5, 6, 7, 8.
53
Cf. LG 29.
36

rectora del pueblo de Dios, se ha resaltado demasiado la dimensión


sacerdotal de su ministerio, se dice que posee la plenitud del sacerdocio,
es el sumo sacerdote que preside la comunidad y los sacramentos, sobre
todo la Eucaristía54.

El Concilio ciertamente, marcó un cambio decisivo en la


comprensión del ministerio episcopal, pues pasó a considerar su identidad
más allá de lo jurisdiccional, como plenitud del sacramento del orden. Pero
el extremo no tardó en ponerse de manifiesto, pues se centralizó el
ministerio ordenado en su figura, aún cuando haya afirmado que el
ministerio eclesiástico (obispos, presbíteros y diáconos) es el sucesor del
ministerio apostólico*; el texto del Concilio y en la práctica parece no verse
con mucha claridad esta realidad y así, los presbíteros y diáconos no
pasan de ser meros colaboradores y subordinados del orden episcopal 55,
aún cuando señale que son "necesarios e imprescindibles" 56, y es más, el
diácono participa en grado subordinado, se encuentra en el grado 'inferior'
de la jerarquía57.
54
Cf. LG 26 y 28; CD 15; Sacrosanctum Concilium 41 (esta Constitución del Concilio
Vaticano II, se citará en adelante con la sigla SC y su número correspondiente).
* El Concilio usa expresiones que lo acusan de cierto episcopalismo al hablar del
presbítero, tales como, 'participación en el ministerio en grado subordinado respecto al
obispo' (PO 2), 'colaboradores del orden episcopal' (LG 28, PO 2, 7), 'reúnen en nombre del
obispo a la familia de Dios' (PO 6), 'pastor que hace las veces del obispo' (SC 42). Habló y
ubicó muy bien el ministerio episcopal, pero hizo falta otro tanto respecto al presbítero, y
no se diga del diácono del que solamente se dedica un número para hablar de su
identidad (LG 29). Habrá que precisar y/o matizar el alcance de estos términos para no
caer en un centralismo de autoridad que no se justifica teológicamente. La dependencia y
subordinación ensombrecen y limitan un desarrollo adecuado de la identidad presbiteral;
incluso algunos teólogos de visión nueva emplean la expresión del presbítero
'subordinado' al obispo. Bíblicamente se puede justificar que el presbítero sea colaborador
del obispo (He 15) por la idea de colegialidad, pero no su subordinado (que da la idea de
poder y dominación contraria al Evangelio), ya que, juntos, obispo, presbíteros y diáconos
son sucesores del ministerio apostólico (LG 20 y 28; PO 2).
55
Cf. PO 2. Este texto señala que el ministerio de los obispos se ha confiado a los
presbíteros en grado subordinado.
56
Cf. LG 28; PO 2, 4, 5 y 6.
57
Cf. LG 29.
* En las comunidades neotestamentarias, el epíscopo es el que preside la comunidad, está
al frente y cuida de ella (Flp 1,1); y en las comunidades ignacianas el epíscopo preside la
comunidad y la Eucaristía junto a los presbíteros y a los diáconos, los cuales no pueden
hacer nada sin la autorización del obispo. El Concilio por su parte, deja ver en muchas de
sus afirmaciones un retorno al cuadro ignaciano, más que a la perspectiva bíblica, pues
habla de los obispos como aquellos que por institución divina son sucesores de los
apóstoles, presiden en nombre de Dios la grey de la que son pastores como maestros de la
fe, sacerdotes del culto y ministros del gobierno de la Iglesia; que por su consagración,
reciben la plenitud del sacerdocio que han de ejercer en comunión jerárquica con la
cabeza, Pedro, y el colegio episcopal y juntos son sujetos de la plena y suprema potestad
sobre la Iglesia universal (LG 20,21,22). De esta manera, el significado y sentido de los
obispos ignacianos son equivalentes a los actuales. Con esto no se quiere decir que el
Concilio se haya expresado mal, sino más bien que acentuó demasiado su doctrina en el
ministerio episcopal frente al del presbítero y del diácono, por eso algunos teólogos
37

Leyendo en el espíritu del Concilio, la relación entre ellos es de


unidad y comunión de identidad y misión como sucesores del ministerio
apostólico, al cuidado del pueblo de Dios, con el servicio de la presidencia
y dirección y de guardianes del Depósito de la fe, cada cual desde su
especificidad, obispo, presbítero y diácono. Así tiene que expresarse esta
comunión del sacramento del orden, y no como subordinados o
subalternos, sino como servidores de la Iglesia en comunión jerárquica*.

Desde esta perspectiva renovada del ministerio ordenado, la línea


teológica se va marcando hacia el servicio y edificación del pueblo de Dios,
más que a la distinción jerarquía-laicos o la centralización de la figura del
pastor como la más importante en la vida de la Iglesia, lo cual supone una
nueva comprensión de la relación entre ministerio ordenado y ministerios
no ordenados, donde la función del primero debe ser considerada como
sacramento de Cristo mediador, servidor de esta única y perfecta
mediación entre Cristo y su Iglesia, toda ella ministerial, presidiendo y
dirigiendo la diversidad de carismas y ministerios con los cuales ella
cumple su misión. Se trata de superar una visión de Iglesia institucional
donde prima solamente la jerarquía, por una Iglesia de comunión, donde
se viva la igualdad en la dignidad de hijos de Dios por el bautismo, y a la
vez se exprese la diferencia por el don y ministerio específico de cada
uno58.

Es fundamental, entonces, para el ministerio ordenado, estar al


frente de la comunidad garantizando su apostolicidad con la transmisión
fiel del Depósito de la fe y el cuidado del rebaño a través del anuncio del
Evangelio, la celebración de los Sacramentos y la presidencia o dirección
del Pueblo de Dios; como don de Cristo a su Iglesia, debe estar al servicio
de la ministerialidad apostólica y del sacerdocio común de todo el pueblo
de Dios. Más allá de ser un simple funcionario del culto divino, es servidor
bueno y fiel, llamado a presidir (promover, animar, coordinar, dirigir) y
edificar a la comunidad eclesial que posee diversidad de carismas y
ministerios. Su ministerio no es una realidad en sí, sino para la misión, al
servicio del Evangelio, de la comunidad y de toda la humanidad como
sucesor del ministerio apostólico.

El binomio ya no es entonces el de sacerdote-laico sino el de


comunidad eclesial-ministerios, retornando a la visión cristológica-
pneumatológica-eclesiológica del ministerio que se tenía en la Iglesia
antigua, pues la sacerdotalización sigue sutilmente latente en nuestras
eclesiologías y tratados sobre el sacramento del orden; en el mismo
critican al Concilio de episcopalismo (Cf. DIANICH, Ministerio. En: Nuevo Diccionario de
Teología, p.1105-1106).
58
Cf. CENCINI, Amadeo et al. El presbítero en la Iglesia hoy. Madrid: Sociedad de
Educación Atenas, 1994. p.150-151. (Colección Edelweiss No.28).
38

concilio se nota al definir o describir quién es el presbítero “El Señor


constituyó a algunos ministros que, ostentando la potestad sagrada en la
sociedad de los fieles, tuvieran el poder sagrado del orden, para ofrecer el
sacrificio y perdonar los pecados” 59. Es el peso enorme de la tradición que
poco a poco irá cediendo paso para construir una genuina teología del
presbiterado todavía balbuceante. Hay que mirar continuamente la génesis
y razón última del ministerio siguiendo al Vaticano II y al magisterio
postconciliar, sobretodo la exhortación postsinodal “Pastores Dabo
Vobis”60. Se trata de ubicar la identidad del presbítero hoy, en su origen
trinitario, en su fundamento cristológico, en su destino eclesiológico y en
su actuación pneumatólogica61.

La doctrina que se puede extraer de las afirmaciones conciliares se


podría resumir en los siguientes aspectos:

- Se recupera el sentido comunional del orden. La consagración


introduce al obispo en un “ordo episcoporum” (LG 22), es decir, en un
cuerpo apostólico colegiado que se dedica a la misión.
- El episcopado constituye la cima de los tres grados del único
sacerdocio ministerial (LG 21). El grado participado es el presbiterado
(LG 28; PO 2) y el grado subordinado el diaconado (LG 29).
- El episcopado es un sacramento y no una plenitud honorífica del
presbiterado (LG 21). El Obispo es quien participa sacramentalmente,
en primer lugar, del ministerio que Jesucristo confió a los apóstoles,
ministerio que se comunica al presbítero y al diácono a través del
obispo.
- Se utiliza la categoría sacerdocio preferiblemente para todo el pueblo de
Dios, y se asigna la categoría ministerios a las tres funciones del orden
jerárquico: ministerio episcopal, ministerio presbiteral y diaconal. De
todas maneras se vuelve a utilizar el lenguaje sacerdotal-cultual para
decir que el obispo posee la “plenitud del sacerdocio”.
- Los ritos de ordenación se simplifican62. La entrega de ornamentos y de
instrumentos para la función litúrgica aparecen con una importancia
secundaria.
- El origen del ministerio jerárquico reside en la capitalidad de Cristo. Los
obispos se configuran con Cristo sacerdote, quienes lo comunican a los
presbíteros para que obren en persona o en nombre de Cristo cabeza
-“in persona Christi Capitis”- (cf PO 2, 6, 12; LG 28).

59
PO 2.
60
Cf. LG 28; JUAN PABLO II. Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis no. 12. México:
Clavería, 1994. En adelante se citará con la sigla PDV (Pastores Dabo Vobis).
61
Cf. CENCINI et al, Op. cit., p.138-139.
62
Cf. PABLO VI, Constitución apostólica Pontificalis Romani, junio de 1968.
39

EL MINISTERIO ORDENADO A PARTIR DEL VATICANO II Y LA


TEOLOGÍA POSTCONCILIAR

- Es doctrina de la carta a los Hebreos que en la Iglesia sólo existe


un sacerdocio, el de Cristo. La unicidad del sacerdocio de Cristo es
irrefutable de cara a la institución sacerdotal judía y, por supuesto,
también frente a la naciente Iglesia. El autor de esa carta al contemplar la
muerte y resurrección de Jesús y al reflexionar en el significado y alcance
de estos acontecimientos comprende que esa muerte constituye el
verdadero y auténtico sacrificio donde Jesús es al mismo tiempo la ofrenda
y el oferente. Jesús es sacerdote en sentido pleno, por su condición de
Hijo. Esto convierte a Jesús en nuestro sumo sacerdote, que pone fin a
todo sacrificio y a todo sacerdocio, constituyéndose en “el único mediador
entre Dios y los hombres” (1 Tim 2, 5-6). Por el bautismo, todo cristiano
participa de ese único sacerdocio de Cristo y se introduce en ese pueblo
todo él sacerdotal que es la Iglesia, lo que no significa que cada cristiano
sea personalmente sacerdote, sino que cada cristiano, en Cristo, tiene
acceso directo a Dios.
- Innegablemente que uno de los más notables hallazgos teológicos
del Concilio Vaticano II fue el redescubrimiento del sacerdocio común de
los fieles, que junto con los dones especiales concedidos por el Espíritu
Santo, constituye el lugar y fundamento de todo ministerio en la Iglesia
(Cf. LG 3, 10 y PO 2). Es éste el primer lugar de asiento del ministerio
ordenado en el sentido de que el obispo, el presbítero y el diácono actúan
siempre en la Iglesia, que es toda ella un pueblo sacerdotal.
- Los ministerios que encontramos en el Nuevo Testamento, según él
mismo, no se fundamentan en este sacerdocio común de los fieles, sino en
los dones que el Espíritu concede a unas personas, que en el caso concreto
del ministerio ordenado, consiste en un don de presidencia y construcción
de la comunidad en la línea de la sucesión apostólica. Este ministerio
apostólico y su sucesión es querido por Jesús, lo que hace que el
ministerio eclesiástico en la Iglesia sea considerado de institución divina
(LG 28), en el sentido de que Jesús quiere que haya alguien al frente de la
Iglesia. Se trata del mismo ministerio que Jesús confió a sus apóstoles.
Precisar el sentido de este ministerio en la Iglesia y la teología que en él
subyace es uno de los más importantes cometidos de la teología
postconciliar.
- Es un dato clarísimo que en el credo confesamos no la
apostolicidad de los obispos, sino de toda la Iglesia. Es ésta una precisión
teológica pertinente para hablar de toda la Iglesia, antes de distinguir al
pueblo de sus pastores. La Iglesia es apostólica en la medida que se
mantiene fiel al testimonio de los apóstoles e integra y vive de los dones
40

dados por el Espíritu. Mantenerse en la doctrina de los apóstoles hace a la


Iglesia real y verdaderamente apostólica. Pero la sucesión apostólica no es
sólo sucesión en la fe, sino que también es sucesión en un ministerio que
se remonta a los apóstoles mismos. Es una sucesión que incluye algo más
que la sucesión en la doctrina: es sucesión de un ministerio de dirección
de las Iglesias y de construcción de las mismas, haciéndolas permanecer
en la enseñanza de Cristo. No significa esto que los ministros ordenados
sucedan a los apóstoles en su ministerio original ni en su persona misma,
realidades éstas que son intransferibles. Su sucesión es una sucesión en
el ministerio pastoral de los apóstoles en la Iglesia y al frente de la Iglesia.
- Desde muy al comienzo en la Iglesia se dice que los obispos son
“sucesores de los apóstoles”, pero al mismo tiempo, se considera que lo
son, en compañía de los presbíteros, sus colaboradores (cf. PO 2). Es un
ministerio que se realiza al frente de una comunidad eclesial, junto al
colegio presbiteral. El episcopado es la cabeza de un colegio en el que
todos juntos realizan la sucesión apostólica.
- El episcopado es, por tanto, el sujeto eminente del ministerio
apostólico, el verdadero sucesor de los apóstoles (cf. LG 18b, 20b.c, 22a);
sucesión que es colegiada con los presbíteros y con los diáconos, a través
de la consagración sacramental, lo que, a su vez, significa que en la Iglesia
no existe más que un ministerio ordenado que comprende diversas
funciones y grados. Así entonces, el sacramento del orden como tal, en sus
tres grados, continúa el servicio apostólico.
- Los presbíteros y diáconos63 son, entonces, necesarios por razones
sacramentales y no por razones jurídicas o, si se quiere, facultativas del
Obispo, pues la fuente del ministerio en la Iglesia no es el obispo -pasa
ciertamente a través de él, pero no es él el origen-, sino el sacramento. De
esta manera, como lo precisan los números 20 y 28 de la Lumen gentium,
lo que es, estrictamente hablando, de institución divina es el ministerio
eclesiástico y no el obispo solo como tal. Él participa a los otros dos grados
del ministerio ordenado, no de su ministerio personal, sino del carisma
apostólico que se invoca sacramentalmente por la imposición de manos64.
- Se puede decir, entonces, a partir de lo anterior, que lo que Jesús
confió a sus apóstoles y que lo que éstos confiaron a sus sucesores, no es
un ministerio confiado a cada uno en particular -excepto el caso de Pedro-,
sino un ministerio colegiado. Es el colegio apostólico el portador de dicho
ministerio. El ministerio eclesiástico es, por tanto, intrínsecamente
colegial. Los obispos son cabeza de un presbiterio, que participa todo él

63
Hay que reconocer que el tema del diaconado y su restauración sigue siendo todavía
muy complejo; su estudio y reflexión exige quizás más esfuerzos de los que hasta ahora se
han hecho.
64
La teología postconciliar respecto al presbiterado y el diáconado quizás no se haya
hecho desprender suficientemente de esta comprensión unitaria y orgánica del ministerio
ordenado; comprendida en este sentido es ella una teología que todavía falta por hacerse
con más suficiencia.
41

por el sacramento del orden a través del cual pasa la sucesión apostólica,
del carisma apostólico. Los miembros del colegio presbiteral son
“colaboradores necesarios” por el mismo significado colegial de la sucesión
apostólica. De esta manera, obispos y presbíteros cuidan, en la Iglesia y al
frente de ella, de que la Iglesia apostólica se haga presente en todos los
lugares y en todos los tiempos, ejerciendo la triple función que Cristo les
ha encomendado: la Palabra, los sacramentos y el gobierno de la
comunidad (cf. PO 2)65.
- Lo que la ordenación al episcopado -y al presbiterado- confiere no
es propiamente el sacerdocio, sino el carisma apostólico de presidir la
construcción de la comunidad en todos los sentidos que le son propios y
que conforman una unidad: la evangelización, el culto sacramental y el
gobierno caritativo de la misma. Esto significa que el sacerdocio en el
sentido cultual-sacramental, no es la categoría abarcante de la
comprensión total del ministerio, sino que es una de las dimensiones que
lo conforma.
-.Así se entiende mejor el sentido de la afirmación del Concilio en
Lumen gentium 10, en donde se dice, siguiendo al Papa Pío XII en la
encíclica Mediator Dei66, que entre el sacerdocio común de los fieles y el
sacerdocio ministerial o jerárquico existe una diferencia no sólo de grado,
sino esencial. El sentido de la frase no apunta, ni en Pío XII ni en el
Concilio, a establecer una diferencia ontológica entre estas dos realidades
y esto se puede verificar en la frase siguiente del mismo numeral de Lumen
gentium: esos dos sacerdocios -el común y el ministerial- están “ordenados
el uno al otro, puesto que cada uno participa de modo peculiar del único
sacerdocio de Cristo”. Desde esta perspectiva la afirmación significa que
entre el sacerdocio común y el ministerio pastoral del ministerio ordenado,
que incluye un ministerio sacerdotal, no hay analogía -la diferencia es
esencial-, pues el segundo no es reductible a un grado superior del
primero67.
- En este mismo orden de ideas, es necesario precisar una
distinción: el hecho de que la Iglesia sea toda ella ministerial, y que dentro
de este concepto se coloque el ministerio ordenado, no significa, de
ninguna manera, que todos en la Iglesia tengan la misma responsabilidad
ni que la tengan de la misma manera. Es cierto que todos en la Iglesia son
corresponsables, pero no tienen la misma responsabilidad. Hay en la
Iglesia toda una responsabilidad diversificada que de ninguna manera es
intercambiable. Con esto se quiere significar que no es la misma la
responsabilidad de un laico que la de un presbítero, o la de un obispo que
la de un presbítero. Y en este punto cabe otra precisión: las funciones
65
Aunque referente al presbiterado, pero en estrecha relación con la teología del
episcopado, es importante la obra de R. SÁNCHEZ, Ministros de la Nueva Alianza. Teología
del sacerdocio ministerial, CELAM, Santafé de Bogotá 1993.
66
Cf. AAS 39 (1947) 555.
67
Es significativo que en PO 2, ya no se dice que la diferencia sea esencial.
42

ministeriales del ministerio ordenado no se pueden, por una parte, suplir


y, por otra, tampoco se puede participar de ellas a los laicos. Aceptar que
fuera así significaría suprimir la identidad propia de cada ministerio: así
entonces, la carencia de ministros ordenados en una comunidad para
presidirla en todos los sentidos, no se resuelve con un laico que supla al
presbítero, sino con ordenaciones de presbíteros 68. Lo mismo hay que
agregar respecto al hecho de que el laico no ejerce su sacerdocio bautismal
por delegación de nadie ni por participación en el ministerio de nadie, a no
ser del mismo Cristo, lo que no quita su cooperación con el ministro
ordenado, pero la hace desde su propia identidad laical69.
- Lo anterior significa que no es conveniente para la Iglesia seguir
oponiendo, ni conceptualmente ni en la práctica, dos sacerdocios e,
incluso, sería preferible no usar el término “sacerdocio”, que se ha
entendido de manera omnicomprensiva, para llamar a los obispos y a los
presbíteros. Corresponde más a la realidad que se quiere significar,
referirse, más bien, al ministerio episcopal y al ministerio presbiteral, así
simplemente. El uso de esta terminología de ninguna manera iría en
detrimento de la verdad de que estos ministerios poseen una función
sacerdotal diferente -si se quiere esencialmente diferente- en su mismo
quehacer ministerial a la del sacerdocio común, pues sólo aquellos
visualizan ante la comunidad la capitalidad y el pastoreo de Cristo.
- En la línea que venimos exponiendo parecería más adecuado
hablar de “plenitud del sacramento del orden” (LG 21; 26a) que de
“plenitud del sacerdocio”, expresión ésta que, según lo expuesto y en
consonancia con lo que se quiere afirmar en el Concilio, se presta a
ambigüedades y comprensiones unilaterales. “Plenitud del sacramento del
orden” apunta a reconocer la plenitud de responsabilidad pastoral que los
obispos tienen en la Iglesia, ya que ellos han sido constituidos en la misma
maestros de doctrina y de gobierno (cf. LG 2a; 26a; CD 15a). Si se habla de
“plenitud del sacerdocio” hay que estar atentos para que la expresión no se
comprenda por oposición al sacerdocio común de los fieles, los cuales
representarían a Cristo sólo de una manera oscura, sino más bien en el
sentido de representatividad propia del episcopado al que hemos aludido:
él representa más plenamente ante la comunidad a Cristo cabeza.

LA IDENTIDAD Y MISIÓN DEL MINISTERIO DEL PRESBÍTERO

La visión renovada de Iglesia que ha hecho el Concilio, permite una


nueva comprensión de la identidad y misión del ministerio ordenado como
carisma del Espíritu unido a una misión específica, la de ser sacramento
de Cristo cabeza y pastor, situado "en y al frente de la Iglesia" para
garantizar su identidad como comunidad eclesial edificada sobre la base
apostólica. Destaca el origen trinitario de la misión del ministerio
68
Sólo se podría hablar de suplencia para casos de necesidad y, sólo, para algunos actos.
69
Cf. canon 517&2; 129&2.
43

ordenado: el Padre envía al Hijo ungiéndolo con su Espíritu (Lc 4,16-21),


Cristo a su vez envía a los apóstoles con la efusión del Espíritu Santo, y
éstos a su vez designan a sus sucesores los cuales son ungidos y enviados
por el mismo Cristo70.

Este ministerio ordenado, jerárquicamente constituido desde los


inicios de la Iglesia en obispos, presbíteros y diáconos, respectivamente, lo
ha retomado y definido el Concilio en su especificidad ministerial partiendo
de la misión de la Iglesia recibida de Jesucristo, de ser para el mundo
sacramento de salvación71. Llamados a anunciar el Evangelio, presidir la
celebración de los sacramentos e impulsar la caridad fraterna entre los
hijos de Dios, fundando así nuevas comunidades bajo la guía del Espíritu
Santo. Presidiendo estas dimensiones fundamentales de la Iglesia, realiza
su misión específica de ser sacramento de Cristo cabeza y pastor. Es esta,
una visión más integral de dicho ministerio, pues Trento lo trató desde la
sola dimensión sacerdotal, desde su relación con los sacramentos sobre
todo la Eucaristía y la Reconciliación.

El presbítero, sacramento de Cristo cabeza y pastor

Hablar del presbítero como sacramento de Cristo cabeza y pastor es


un aporte del Concilio Vaticano II a partir de una nueva visión de Iglesia,
pueblo de Dios y comunión, toda ella ministerial y servidora de la
humanidad, con una misión propia recibida de su fundador 72. Así se
recuperó una visión más íntegra e integradora del ser y misión del
ministerio ordenado.

Frente a una visión sacerdotalizante del presbítero en los siglos


precedentes, el Vaticano II ofrece una nueva concepción de su ministerio:
el presbítero es el que ejerce el oficio de Cristo cabeza y pastor, reúne a la
familia de los hijos de Dios y los conduce al Padre; participa de la
autoridad con que Cristo mismo edifica, santifica y rige a su cuerpo; es
cooperador diligente del orden episcopal en estas funciones. Representa a
Cristo en la Iglesia y está al frente de ella como cabeza y pastor, cuida,
guía y dirige a la Iglesia hacia la unidad y comunión 73. No es ya la visión de
la época de la cristiandad, donde la capitalidad del sacerdocio ministerial
ensombrecía la realidad bautismal fundamental del cristiano; hoy, el
ministerio ordenado, y específicamente el presbítero-presbiterio, debe
entenderse como servidor del pueblo de Dios profético, sacerdotal y regio.

70
Cf. PO 2.
71
Cf. LG 27, 28 y 29. Puede verse: BOROBIO, Los ministerios en la comunidad, Op. Cit.,
p.23-51, 157-162; SÁNCHEZ CHAMOSO, Román. Vaticano II y presbítero: herencia y
programa. Apuntes para una genuina teología del presbiterado. En: Seminarios.
Salamanca. Vol. 42, No. 139 (Ene-Mar. 1996); p.7-54.
72
Cf. LG 1-9.
73
Cf. LG 28; PO 1-2, 4-6, 12,13; AG 39.
44

Las afirmaciones que han hecho el concilio Vaticano II y la Pastores


Dabo Vobis74 sobre el presbítero como cabeza y pastor tienen un
fundamento bíblico. Se aplica a Jesucristo y luego a los dirigentes de las
comunidades*. En efecto, Jesucristo es el Buen Pastor que da la vida por
sus ovejas (Jn 10, 11-18; 3,16; 5,40; 6,33.35.47.51; 14,6; 20,31; Mt 9,36;
Lc 15,7; Heb 13,20; Ap 7,17); es la cabeza del Cuerpo de la Iglesia que la
amó y se entregó por ella (Ef 5,21-32; cf. Col 1,18 y Ef ).

Desde esta perspectiva bíblica, y siguiendo las enseñanzas del


Magisterio de la Iglesia, es posible hablar de la identidad del presbítero
como sacramento de Cristo cabeza y pastor, por cuanto su ministerio mira
a realizar las mismas acciones salvíficas de Cristo, a aspectos esenciales
para la vida de la Iglesia como presidirla en su nombre, alimentarla con la
Palabra y los Sacramentos, vigilar el rebaño buscando la unidad y
comunión. Tiene la responsabilidad de mantener a la Iglesia en fidelidad a
la Tradición Apostólica, es decir, a la forma auténtica del Mensaje
proclamado por los Apóstoles (2 Tim 1,13), como custodio o garante del
Depósito de la Fe, en comunión con todo el ministerio ordenado (obispos,
presbíteros y diáconos). En fin, todo lo que mira a la edificación de la
Iglesia y al cumplimiento de su misión, todo lo que la construye en la
unidad y comunión con Dios y entre sus miembros es dimensión esencial
de la identidad y misión del presbítero, como ministro de la dirección o
presidencia del pueblo de Dios.

El presbítero es sacramento de Jesucristo cabeza y pastor, elegido y


ungido por la fuerza de su Espíritu para actuar en su nombre en la Iglesia
y al frente de ella como guía y dirigente, como el que preside en nombre de
Cristo. En efecto, el Concilio Vaticano II y la Exhortación Apostólica
Pastores Dabo Vobis75 resaltan con puntualidad insistente esta dimensión
esencial del presbítero: "Ellos ejercitando en la medida de su autoridad, el
oficio de Cristo, pastor y cabeza, reúnen la familia de Dios como una
comunidad de hermanos, animada y dirigida hacia la unidad y por Cristo
en el Espíritu, la conducen hasta el Padre Dios" 76. Por su parte, la PDV
señala magistralmente:

El sacerdote está llamado a revivir la autoridad y el servicio


de Jesucristo cabeza y pastor de la Iglesia, animando y guiando la
comunidad eclesial, o sea, reuniendo la familia de Dios como una
fraternidad animada en la unidad y, conduciéndola al Padre por
medio de Cristo en el Espíritu Santo. Este munus regendi es una
74
Cf. LG 28; PO 2, 4, 5, 6, 12; PDV 3, 12, 18, 20-23, 29, 42, 45, 61, 70, 72.
75
Cf. LG 28; PO 2, 4, 5, 6, 12; PDV 3, 12, 18, 20-23, 29, 42, 45, 61, 70, 72. Emplea con
frecuencia las expresiones 'configuración con Cristo cabeza y pastor' o 'sacramento de
Cristo cabeza y pastor' al hablar de la identidad y misión del presbítero.
76
LG 28.
45

misión muy delicada y compleja, que incluye además de la


atención a cada una de las personas y a las diversas vocaciones, la
capacidad de coordinar todos los dones y carismas que el Espíritu
suscita en la comunidad, examinándolos y valorándolos para la
edificación de la Iglesia, siempre en unión con los obispos77.

Estos textos son claves en la comprensión del ministerio presbiteral


en su identidad más profunda al participar de forma específica de la
unción y misión de Cristo cabeza y pastor, él actúa en la comunidad y al
frente de ella como sacramento de Cristo que preside a su pueblo; además,
estas dos categorías expresan las dimensiones esenciales del ministerio
ordenado: pneumatológica, cristológica y eclesiológica, como una identidad
de relaciones fundamentales o sacramentalidad relacional.

Y es que, existe una radical e íntima comunión entre Jesucristo, el


Espíritu Santo, el ministerio ordenado y la comunidad eclesial, pues "Los
ministros -en la sucesión apostólica-, reciben de Cristo resucitado el
carisma del Espíritu Santo mediante el sacramento del orden; reciben así
la autoridad y el poder sacro para servir a la Iglesia ‘in persona Christi
capitis’ (personificando a Cristo cabeza), y para congregarla en el Espíritu
Santo por medio del Evangelio y de los sacramentos"78.

De ahí que el sentido último que define la identidad presbiteral sea


esta relación sacramental con Jesucristo enviado del Padre, con el Espíritu
Santo y con la Iglesia, pues todo ministerio que suscita el Espíritu es en
orden a la comunidad eclesial, para servir a su edificación como precisa la
Pastores Dabo Vobis:

La identidad sacerdotal como toda identidad cristiana, tiene


su fuente en la Santísima Trinidad, que se revela y se
autocomunica a los hombres en Cristo, constituyendo en él y por
medio del Espíritu la Iglesia como el germen y el principio de ese
Reino... El presbítero en virtud de la consagración que recibe con el
sacramento del orden, es enviado por el Padre por medio de
Jesucristo, con el cual como cabeza y pastor de su pueblo se
configura de un modo especial para vivir y actuar con la fuerza del
Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del
mundo79.

Sería una visión bastante reducida considerar al presbítero


solamente desde una de estas relaciones. Hay que ubicarlo siempre desde
la perspectiva cristológica y eclesiológica, habiendo sido constituido pastor

77
PDV 26.
78
Ch L 22.
79
PDV 12.
46

y cabeza para la Iglesia, para su edificación, no se debe a sí mismo, sino


que está al servicio del pueblo de Dios80.

Es en el sacramento del orden donde el presbítero recibe esta unción


y misión de ser guía, cabeza y pastor de la comunidad eclesial como bien
muestra el ritual de ordenación 81; se invoca al Espíritu Santo para que
unja y transforme al candidato configurándolo a Cristo cabeza y pastor y
para que le conceda el carisma de apacentar, regir o presidir al pueblo de
Dios. El gesto visible es el de la imposición de manos del obispo y el colegio
presbiteral significando y operando en el presbítero el don del Espíritu (1
Tim 4,14); se le ungen las manos y se le entregan el cáliz y la patena para
que santifique al pueblo de Dios presentándole su ofrenda*.

Por su parte, la imposición de las manos en el Nuevo Testamento82,


es un rito de transmisión de una gracia o de un poder, He 6,6 y su valor
está cada vez más determinado por el contexto: bendición, Mt 19,15;
curación Mt 9,18; don de la plenitud del Espíritu, He 8,17 y en general,
consagración para una función pública especial, 1 Tim 1,18; 5,22; 2 Tim
1,6; He 6,6, 13,3.

Esta relación sacramental con Cristo cabeza y pastor es la base


específica del ministerio ordenado, del presbiterado, "ut in persona Christi
agere valeant"83. Cristo actúa y está presente en todas las acciones del
presbítero para edificar la comunidad eclesial en la unidad y comunión:
cuando preside el anuncio del Evangelio, la celebración de los sacramentos
y cuando apacienta con la autoridad de Cristo servidor y esposo 84. El
presbítero así: 'Va delante de las ovejas', mostrándoles a Jesucristo camino
80
Cf. DIANICH, Severino. Teología del ministerio ordenado. Una interpretación
eclesiológica. Madrid: Paulinas, 1988. p.85-107.
81
Cf. PABLO VI. Pontifical y Ritual Romanos. Barcelona: Regina 1978. p.100-110.
82
* El rito de ordenación ha evolucionado a través de la historia, pero lo esencial siempre
se ha conservado como en la comunidad apostólica: la invocación al Espíritu Santo para
que conceda al presbítero el carisma de presidencia y la imposición de manos como gesto
visible de la unción del Espíritu y la encomienda de la nueva misión. Puede verse al
respecto el interesante artículo de BERNAL, José Manuel. La identidad del ministerio
sacerdotal desde los rituales de ordenación. Balance histórico. En: Phase. Bilbao. Vol. 21,
No. 123 (May-Jun. 1981); p.203-222. En la misma línea reflexiona LLABRÉS, Pere. La
identidad del ministerio ordenado a partir del ejercicio de la función litúrgica, paradigma
del sacerdocio ministerial. En: Phase. Bilbao. Vol. 21, No. 123 (May-Jun. 1981); p.241-
254.
Cf. Biblia de Jerusalén. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1976. Comentario de 1 Timoteo
4,14. San Jerónimo no da importancia a la imposición de manos; para el obispo basta del
colegio presbiteral con la aprobación del pueblo (Cf. JERÓNIMO. Commentarium in
Isaiam 16,58.10: PL 24,569). Macarius de Ancira escribe a comienzos del siglo VI que la
elección por parte de una comunidad constituye obispo a un cristiano y la imposición de
manos es secundaria. Un antiguo ritual latino de ordenación "Ordo 34 Andrieu" s. VIII, no
alude a la imposición de manos en la ordinatio. Hoy se ha recuperado este gesto con su
sentido bíblico.
83
PO 2.
47

verdad y vida que conduce al Padre (Jn 14,5), y atento por otra parte a los
caminos por los cuales transitan los fieles.

Que como cabeza y pastor actúe in persona Christi85, no debe


entenderse como delegación o sustitución, como un desplazar o actuar en
vez de. Precisamente se usa por eso el término sacramento, representación
para expresar la visibilización de Cristo Pastor, Cabeza y Esposo de la
Iglesia, ya que como afirma el Concilio: "Ellos ejercitando en la medida de
su autoridad, el oficio de Cristo, pastor y cabeza, reúnen la familia de Dios
como una comunidad de hermanos, animada y dirigida hacia la unidad y
por Cristo en el Espíritu, la conducen hasta el Padre Dios" 86. Por eso, el
presbítero es sacramentalización, personalización representada o
manifestación visible de Cristo que preside, guía, conduce, protege y cuida
amorosamente a su Iglesia, dándole su misma vida divina a través del
ministerio presbiteral*.

Como sacramento de Cristo cabeza y pastor representa y remite a la


persona de Cristo, de tal manera que sus gestos y palabras, su pensar y
actuar han de transparentar al mismo que es Sacramento del Padre. Así
como en otro tiempo Jesús dijo a Felipe: "El que me ha visto a mí ha visto
al Padre" (Jn 14,9), así ahora, quien ve al presbítero debe ver a Jesús
realizando su obra salvadora. Su ministerio, es continuación histórica
eclesial del ministerio de Cristo, no para suplantarlo, sino para actuar en
su nombre, para hacerlo presente por la Palabra, los Sacramentos y el
pastoreo87; para estar de algún modo "en el lugar de él", prolongando de
forma concreta, visible y personalizada su obra salvadora, ser su
transparencia en medio del pueblo santo y ante el mundo 88. Por eso, no
agota su identidad en sí mismo, sino que se fundamenta y expresa
radicalmente en Cristo y en la comunidad eclesial, como sacramento del
único Mediador, como medio de comunión radical entre dos existencias
reales: Cristo y su Iglesia.

De ahí que al presidir la comunidad no lo haga por cuenta propia, o


a título personal, sino "in persona Christi", con los mismos sentimientos de
Cristo (Flp 2,5), como servidor bueno y fiel del gran Servidor de la
humanidad (Jn 3,16), como ministro de Jesucristo Buen Pastor, Sumo y
eterno Sacerdote, única Cabeza que quiere la unidad y comunión de su

84
Cf. LG 28; PO 4-6; SC 33. Puede verse al respecto los comentarios de BOROBIO, Los
ministerios en la comunidad, Op. Cit., p.202-212.
85
Cf. LG 10, 21, 28, 37; SC 33; PO 2, 6, 12, 13; AG 39. El concilio usa con frecuencia esta
expresión 'in persona Christi', 'representatio Christi' refiriéndose al ministerio ordenado y la
PDV asume la doctrina, habla incluso del presbítero como 'personificación de Cristo' (PDV
15, 18, 20).
86
LG 28.
87
Cf. LG 28; PO 4-6.
88
Cf. PDV 12 y 13.
48

cuerpo89. Es su misión apacentar y vigilar la grey, no forzada sino


voluntariamente, según Dios; no por afán de ganancias, sino de corazón y
por amor; no con autoritarismo, sino como modelo del rebaño (1 Pe 5,2).

Si la identidad del presbítero está estrechamente relacionada con la


vida eclesial, quiere decir que está, de forma específica, por el sacramento
del orden que ha recibido, "en la Iglesia" y "al frente de la Iglesia", como
el que preside, dirige y conduce a la comunidad al encuentro con su
Señor. No actúa al margen de ella o por encima de ella, sino sirviendo a su
edificación en la unidad y comunión de los hijos de Dios*. Su ministerio es
esencialmente eclesial, su origen es divino pero ha sido constituido en
favor de la comunidad, tal como afirma el Concilio: "por el sacramento del
orden los presbíteros se configuran con Cristo sacerdote, como miembros
con la Cabeza, para la estructuración y edificación de todo su cuerpo, que
es la Iglesia, como cooperadores del orden episcopal" 90.

Por otra parte, el presbítero está al servicio de la misión de la Iglesia,


la cual unida ontológicamente a su Esposo y Cabeza, es sujeto primario
del envío que Cristo recibió del Padre. Ella por eso ha sido constituida en
sacramento universal de salvación91, y realiza su misión en diversas
funciones: el anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos, la
práctica de la caridad y la guía comunitaria en sus pastores. En ese
sentido se dice que el presbítero actúa "in nomine ecclesiae"92, como
responsable de presidir la misión de la Iglesia; no como una simple
delegación o sustitución, sino como órgano o expresión de la comunidad

89
Los padres de la Iglesia son conscientes de esta realidad ministerial, de actuar en la
persona de Cristo. San Cipriano dice que el sacerdote "vice Christi vere fungitur"; san Juan
Crisóstomo y san Agustín sostienen que es Cristo mismo quien bautiza en la persona del
sacerdote. En la edad media, santo Tomás enseña que toda la acción sacerdotal es "in
persona Christi", sus actos son de Cristo y de la Iglesia, esta visión se zanjó con el concilio
de Trento y continuó en la época postridentina.
90
* Por eso en los primeros siglos la comunidad participaba en la designación de sus
ministros que la dirigían, no se aceptaban ordenaciones absolutas, es decir, no se
ordenaba a nadie que no fuera aceptado y/o promovido por ella, y sin comunidad
concreta que presidir; esto, lo sancionó el canon 6 de Calcedonia. En estas ordenaciones,
se invocaba al Espíritu Santo para que ungiera al nuevo ministro con el carisma de la
dirección con el cual serviría a la comunidad eclesial. En la edad media se perdió esta
dimensión eclesiológica importante al acentuarse la relación sacerdote-Eucaristía y
validarse las ordenaciones absolutas.
PO 12.
91
Cf. LG 1.
92
Cf. AQUINO, Santo Tomás. Suma Teológica III, 64, 9, 1um; 82, 7, 3um. La expresión "in
nomine Ecclesiae" no aparece en el Nuevo Testamento, pero si su contenido al intervenir
la comunidad en las decisiones, en el discernimiento de los carismas y ministerios junto
con sus guías (He 6,3; 13,1-13; 1 Tim 1,18; 4,14). La expresión se sistematiza en la edad
media. Santo Tomás habla del actuar sacerdotal como órgano de la comunidad orante y
creyente (AQUINO, Santo Tomás. Suma Teológica III, 64, 9, 1um; 82, 7, 3um). En el siglo
XX lo emplean Pío XI en la Encíclica Ad Catholici Sacerdotii, y Pío XII en la Mystici
Corporis y la Mediator Dei.
49

creyente, como signo e instrumento en el cual y mediante el cual la Iglesia


se hace presente efectivamente y actualiza la comunicación de la
salvación.

Es éste el sentido de la "configuración ontológica" con Cristo cabeza


y pastor de la que habla la doctrina conciliar y la Pastores Dabo Vobis. Es
una identidad para la misión, una configuración con Cristo para el
servicio, más allá de la ‘sacra potestas’ de los siglos precedentes (del poder
que tiene sobre los sacramentos); no es ya un clericalismo metafísico, sino
una identidad de siervo que se entrega a Cristo y a la Iglesia en la ofrenda
radical de su existencia.

Sacramento de Cristo siervo en la presidencia del Pueblo de Dios

La configuración del presbítero a Cristo cabeza y pastor es para


presidir en su nombre a todo el pueblo de Dios. En la comunidad y al
frente de ella tiene el ministerio de asegurar el anuncio de la Palabra en
fidelidad a la confesión de fe apostólica; de presidir las celebraciones para
santificarla y dirigirla hacia el encuentro con su Señor, edificándola en la
unidad y comunión; velar para que Cristo sea el único Señor de la
comunidad. Es al mismo tiempo, representante de Cristo ante la
comunidad, de su autoridad de servidor, y a su vez representante de la
comunidad creyente ante el mundo, es decir, lo que vive en la comunidad
tiene que cristalizarse en su vida.

Este ministerio de pastoreo y dirección de la comunidad tiene como


paradigma al mismo Jesucristo Buen Pastor, Cabeza y Esposo de la
Iglesia, Sumo y Eterno Sacerdote que vino a servir y a dar su vida por las
multitudes (Mc 10,45). Actitud fundamental y aún más, estilo de vida que
el presbítero debe asumir en el ejercicio de su ministerio como sacramento
de la capitalidad de Cristo, con la autoridad del servidor bueno y fiel que
se entrega al cuidado de la comunidad.

En esta dimensión de servicio a Jesucristo y a la comunidad eclesial


se inserta el ministerio de la presidencia o dirección, "que el mayor entre
vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve" (Lc
22,26). Son las novedades del ministerio cristiano: la autoridad es ser el
menor y servidor de todos (Mt 18,1-9); tiene que velar por todos y más por
los excluidos (Mt 18,10-14); es la última instancia (Mt 18,15-20). Es un
estilo de vida al servicio de la comunidad eclesial; dicho ministerio debe
manifestar la autoridad de Cristo servidor por excelencia, como expresión
de su mismo amor con el que cuida, guía y conduce a su Iglesia y que lo
llevó a entregarse por ella93. El presbítero debe tener esta capacidad para
93
Cf. LG 18, 24. Vale la pena contemplar como el Concilio Vaticano II equilibra la
dimensión de servicio y de autoridad del ministerio ordenado. Servicio: LG 18, 24, 27, 28;
CD 15, 16; PO 2, 9, 10, 12, 15. Autoridad: LG 19, 22, 27, 28; CD 2, 4, 8, 11, 16; PO 2, 6,
50

gobernar al pueblo de Dios, no como lo hacen los jefes de las naciones


(autoritariamente) sino sirviendo, entregando la vida por el rebaño al estilo
de Jesucristo; es una de las cualidades fundamentales que señalan las
cartas pastorales para aquel que se le ha de imponer las manos en orden a
presidir la comunidad (1 Tim 3,4); deben observar una conducta digna del
cargo (1 Tim 3,2-7); no hay que imponérselas a cualquiera (1 Tim 5,22); los
que ejercen bien su cargo merecen doble remuneración (1 Tim 5,17.22)*.

El presbítero ha recibido el carisma de presidencia para servir y


construir la comunidad sobre la base apostólica y fidelidad evangélica,
atestiguando así que los miembros no pueden formar cuerpo sin el influjo
que les viene de la Cabeza y los vivifica. Es pues, servidor de Cristo como
sacramento y representación visible de su capitalidad en la Iglesia y al
frente de ella. Su función es significar al Otro en la comunidad, garantizar
la autenticidad de la fe y asegurar la unidad y comunión de los creyentes
en su único Señor. Es servidor de la Iglesia con su diversidad de carismas
y ministerios, a los cuales compete presidir, dirigir, coordinar, impulsar y
favorecer los medios para su desarrollo y hacer que todos contribuyan al
bien común y edifiquen la unidad y comunión eclesial. Es el servicio
fundamental de relacionar a las comunidades entre sí y de éstas con toda
la Iglesia universal sirviendo a su vez de enlace con la comunidad
apostólica en el devenir histórico.

En definitiva, su presidencia o gobierno significa según el Concilio:


"Posibilitar que cada uno de los fieles sea llevado en el Espíritu Santo a
cultivar su propia vocación de conformidad con el Evangelio, a una caridad
sincera y activa y a la libertad con que Cristo nos liberó" 94. Ha sido llamado
a trabajar por la edificación de una comunidad eclesial cada día más
evangélica, no para ensombrecer o desplazar al sacerdocio común en su
triple dimensión bautismal que debe ejercerse desde su propia índole, sino
para presidirlo, coordinarlo, organizarlo y orientarlo hacia su desarrollo
eclesial pleno.

Sacramento de Cristo por el triple servicio de presidencia de la


evangelización, la celebración litúrgica y la caridad del pueblo de Dios

Después de haber permanecido por mucho tiempo la identidad del


presbítero reducida solamente a la dimensión sacerdotal (cúltica
sacramental), con la renovación del Vaticano II se ha recuperado
formidablemente la triple múnera en el ejercicio de su ministerio: "Los
presbíteros por la ordenación sagrada y por la unción que reciben de los
obispos son promovidos para servir a Cristo maestro sacerdote y rey" 95.
7.
94
PO 6.
95
PO 1. Los números 4-6 y 12 del mismo decreto conciliar, así como LG 28, son muy
puntuales al respecto, especificando la identidad del presbítero.
51

Esta doctrina integradora del ministerio presbiteral la recoge la


Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis, que afirma que los
presbíteros en la Iglesia "son una representación sacramental de
Jesucristo cabeza y pastor, proclaman con autoridad su palabra, renuevan
sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, principalmente con
el bautismo, la penitencia y la Eucaristía; ejercen hasta el don total de sí
mismos, el cuidado amoroso del rebaño, al que congregan en la unidad y
conducen al Padre por medio de Cristo y en el Espíritu"96.

Ciertamente ambos, fieles y ministerio ordenado, se relacionan con


el triple oficio de Cristo profeta, sacerdote y rey por el bautismo, están
ontológicamente unidos a Jesucristo enviado del Padre en su ser y misión.
Sin embargo, el presbítero está como el que preside estas funciones en la
persona de Cristo cabeza y pastor, actualiza el ministerio de Cristo cuando
anuncia el Evangelio, cuando celebra la Eucaristía y perdona los pecados y
siempre que preside la comunidad; es el hombre de la Palabra y al mismo
tiempo del culto, es el que tiene el cuidado (cura) de apacentar el rebaño
con los mismos sentimientos de Cristo. Y es que, el ministerio de dirección
o presidencia mira al crecimiento y/o edificación del pueblo de Dios, al
servicio de su unidad y comunión en la línea de la sucesión apostólica, de
tal manera que este pueblo sacerdotal, profético y real, no se desarrollaría
en la historia si le faltase la función ministerial del presbítero.

El presbítero, presidente del servicio de la evangelización. El


concilio Vaticano II ha recuperado y ubicado esta dimensión profética del
presbítero dentro de la Iglesia, que quedó en sombra por mucho tiempo; al
hacerlo no va en detrimento de las otras funciones, como hizo la reforma
protestante acentuando solamente la función evangelizadora, sino más
bien valorar las tres funciones como cometido esencial del presbítero en el
servicio al pueblo de Dios.

Enseña el Concilio97, como el ministerio ordenado se inserta en el


servicio de continuidad o sucesión apostólica de anunciar a todos el
Evangelio de Jesucristo como testigo fiel de la Palabra hecha carne; ha
sido elegido para estar con el Señor y ser enviado a predicar (Mc 3,13),
como testigo cualificado de su Misterio Pascual, que engendra vida en
quienes escuchan y acogen esta Buena Nueva de Salvación, que crea,
alimenta y hace crecer la comunidad de los hijos de Dios. Su carisma es
por eso fundamentar a la Iglesia en la palabra apostólica, como garante del
Depositum Fidei, de tal manera, que en la predicación, su palabra es una
palabra autorizada que lleva la garantía de su apostolicidad, es decir, su
enraizamiento en el ministerio apostólico.

96
PDV 15.
97
Cf. LG 28.
52

Obispos presbíteros y diáconos están entonces, vinculados al


mandato expreso del Señor de ir por todo el mundo anunciando el
Evangelio a toda criatura, (Mt 28,19-20); se saben enviados por el mismo
Cristo (Jn 20,21). El sentido de la misión debe estar siempre presente en
ellos, como servidores del Evangelio98, servidores de Cristo Profeta,
presidiendo esta tarea confiada a la Iglesia, lo cual constituye un deber
fundamental de su ministerio, como dice san Pablo, ‘ay de mí si no
evangelizo’ (1 Cor 9,16). Por eso afirma la Pastores Dabo Vobis: "Existen y
actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la
Iglesia, personificando a Cristo cabeza y pastor, y en su nombre"99.

El presbítero está llamado a ser servidor autorizado del Evangelio en


el seno de la comunidad y para el mundo en comunión de misión con los
obispos que están a la cabeza de la sucesión apostólica 100. Las mismas
epístolas pastorales señalan como cualidad fundamental de aquel que ha
sido constituido al frente de la comunidad 'ser apto para enseñar' (1 Tim
3,2), estar adherido a la palabra fiel, conforme a la enseñanza (Tit 1,9),
pues los presbíteros que ejercen bien su cargo merecen doble
remuneración, principalmente los que se afanan en la predicación y en la
enseñanza (1 Tim 5,17).

Ha sido constituido ministro de la Buena Nueva al servicio del


pueblo de Dios, ya que este se reúne por la Palabra del Dios vivo que
convoca, crea, genera y edifica la comunidad eclesial 101. Su ministerio
profético en la comunidad y al frente de ella, constituye por eso, una
dimensión esencial y/o fundamental de su identidad y misión, como
sacramento de Cristo profeta, de tal manera que cuando proclama la
Buena Nueva de Salvación es Cristo mismo quien proclama, instruye,
alimenta y edifica a su esposa, porque Él es la Palabra de Vida eterna, el
Evangelio del Padre102.

Como responsable de la evangelización en la comunidad, actúa con


la misma autoridad de Cristo103, ha sido cualificado para este ministerio
especial de vigilancia por la doctrina y el orden. De esta forma, enseña
Paulo IV en la Evangelii Nuntiandi104, el presbítero evangeliza cuando
proclama con autoridad la Palabra de Dios; al reunir al pueblo de Dios
disperso y congregarlos en la unidad de hijos de Dios; al alimentar al
pueblo con la celebración de los sacramentos; al hacerlos caminar hacia la
salvación según la vocación de cada uno.

98
Cf. PDV 75.
99
PDV 15.
100
Cf. LG 28; PO 1-2; 4-6.
101
Cf. PO 4.
102
Cf. SD 7.
103
Cf. AA 24 y 25.
104
Cf. EN 68.
53

Ahora bien, como enseña el Concilio y precisa la Pastores Dabo


Vobis , para garantizar y ser más eficaz en el ministerio de la Palabra,
105

tiene que leer y escuchar el mismo el Evangelio de Vida, ser oyente y


creyente humilde y asiduo de la Palabra que ha de hacerla viva en el
corazón de los hombres; ser el primer convencido y evangelizado que lleva
a los demás la Buena Nueva del Reino. Vivir la experiencia del encuentro
con el Señor de la historia para ser profeta auténtico y portador de una
Palabra poderosa que transforma la vida personal y social de los hombres
según el designio del Padre. Con su acción evangelizadora, debe favorecer
la santificación del Pueblo de Dios haciendo de éste una ofrenda total a
Dios (Mc 12,30). Ha de permanecer por eso en continuo diálogo con el
Señor y en continuo diálogo con su pueblo; estar atento a los
acontecimientos de la Iglesia y del mundo, conociendo su lenguaje para
poder iluminarlo con la Palabra de Vida; necesita saber leer los signos de
los tiempos lo cual es garantía de la autenticidad de su profetismo. Toda
su vida tiene que ser una profecía que cautiva. Solo así podrá ser modelo
creíble, ministro convencido y fervoroso de la evangelización.

Por otra parte, le corresponde al presbítero garantizar el anuncio


auténtico de Jesucristo a todos los hombres, no solamente a los ya
convertidos, sino a las ovejas que todavía no pertenecen al redil. Se trata
de reunir a los hijos de Dios dispersos (Jn 11,52), por eso ha de animar y
dirigir la dimensión misionera de la Iglesia, llevando a las gentes a
glorificar a Dios106. Esta tarea, si bien es responsabilidad de todo cristiano,
el presbítero ejerce este servicio como función orientadora con vistas a la
unidad de la Iglesia en la predicación y en la confesión de fe; así los fieles
no serán arrastrados por cualquier viento de doctrina 107, de tal manera que
la dimensión profética bautismal del pueblo de Dios no sea vea ahogada o
desplazada sino promovida y desarrollada.

El presbítero, presidente del servicio celebrativo de los


sacramentos. El concilio Vaticano II marcó un hito decisivo en la
comprensión de la Iglesia como pueblo de Dios, elegido y constituido por
Jesucristo en reino de sacerdotes para Dios su Padre (Ap 1,6; 5,10; 20,6),
donde todos los bautizados redimidos por Cristo son linaje escogido,
sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para ofrecer sacrificios
espirituales y proclamar las maravillas de Dios con la ofrenda de sus vidas
(1 Pe 2,4-9; Rom 12,1)108.

Jesucristo ha hecho partícipes de su sacerdocio a todos los


bautizados en su nombre, constituyéndolos en el pueblo de la Nueva
105
Cf. PO 13; PDV 26; 47.
106
Cf. PO 4; 20; AG 39.
107
Cf. PO 9.
108
Cf. LG 10 y 11.
54

Alianza que camina hacia la plenitud escatológica, como sacramento de


salvación para todos los hombres. Por eso en las comunidades
neotestamentarias todos ejercían la triple función esencial de su bautismo:
proclaman la Palabra de Dios con libertad (He 4,31; 1 Cor 14,24; 1 Tes
4,9; 1 Jn 2,20); realizan el culto como tarea comunitaria, ofrendando sus
vidas a Dios (Rom 12,1; Heb 13,15), juntos celebran la Fracción del Pan (1
Cor 11,23-25; He 2,42); y es la comunidad quien decide e imparte justicia
entre los suyos (Mt 18, 15-17; 1 Cor 5,4).

En este pueblo profético, sacerdotal y regio le compete al presbítero


ejercer su ministerio como servidor del sacerdocio común de los fieles,
presidiéndolo, como sacramento que es de Cristo. Por eso el presbítero
tiene la función de presentar la ofrenda del pueblo santo a Dios y ofrecerse
él mismo como hostia viva unido a Jesucristo. Hay que partir siempre de
que Jesús es el único Sumo y eterno Sacerdote que ha unido a su
sacerdocio al pueblo redimido con su sangre y por eso participa en la
dimensión sacerdotal-cúltica de ofrenda y alabanza a Dios. En la
presidencia del presbítero, Cristo ejerce su capitalidad de Sumo y eterno
Sacerdote.

El presbítero por tanto, ejerce la función de sacramento de Cristo


sacerdote**, es servidor del único Mediador entre Dios y los hombres,
favoreciendo así con su ministerio la unión de dos existencias: la de Cristo
y la de la Iglesia pueblo sacerdotal. Lo representa en la comunidad
haciendo presente su Misterio Pascual, más aún, Cristo actualiza en la
comunidad el memorial de su pasión, muerte y resurrección por la
presidencia del ministerio sacerdotal, santificando y llevando a su plenitud
al pueblo de Dios. De ahí que los ministros deban esforzarse por llevar una
vida que transparente al mismo Cristo, de tal manera que los fieles vean
en ellos servidores de Cristo y administradores de los Misterios de Dios (1
Cor 4,1).

Por otra parte, entre sacerdocio común y sacerdocio ministerial


existe una relación íntima de referencia y mutua implicación como dos
modalidades esencialmente diferenciadas de participar en el único
sacerdocio de Jesucristo, no pueden separarse, se ordenan el uno al otro.
Al respecto afirma el Concilio:

El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o


jerárquico, aunque difieren esencial y no solo gradualmente, se
ordenan el uno al otro, pues cada uno participa de forma peculiar
del único sacerdocio de Cristo. Porque el sacerdocio ministerial, en
virtud de la sagrada potestad que posee, forma y dirige al pueblo
sacerdotal, efectúa el Sacrificio Eucarístico en la persona de Cristo,
ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo; los fieles, en
cambio, en virtud de su sacerdocio real concurren a la oblación de
55

la Eucaristía, y lo ejercen con la recepción de los sacramentos, con


la oración y la acción de gracias, con el testimonio de una vida
santa, con la abnegación y caridad operante109.

El ministerio sacerdotal difiere del común en tanto representación


sacramental de la única autoridad con la que Cristo preside y realiza el
sacerdocio de los fieles, que es en sí mismo ofrenda existencial al Padre;
visibiliza como signo e instrumento la mediación de Cristo autor de la
salvación que se ofrece con su pueblo. Siendo hermano entre los hermanos
por el bautismo, el presbítero no es un supercristiano, sino servidor del
pueblo sacerdotal, llamado a la santidad* y donde todos sus miembros
señala Juan Pablo II en la Christifideles Laici 110, son protagonistas en la
obra de la salvación, en la tarea de hacer presente el Reino de Dios en las
realidades terrestres, participando activamente en el trabajo apostólico, y
donde el presbítero, únicamente preside como sacramento de Cristo
cabeza y pastor, pero no suple, ni desplaza la acción misma
transformadora del cristiano.

Por otra parte, ha dicho el Concilio111, que la Iglesia pueblo de Dios


ejerce su sacerdocio en la liturgia, fuente y culmen de la vida cristiana, de
toda la evangelización y de toda actividad eclesial. La liturgia como
ejercicio del sacerdocio de Cristo, en la que Cabeza y miembros ejercen el
culto a Dios necesita, del presbítero como representante o signo de Cristo
sacerdote, como el que preside en su nombre, como sacramento y servidor
de la Mediación sacerdotal de Cristo única y definitiva.

El presbítero visibiliza, explicita y concretiza la obra salvadora al


presidir los sacramentos y demás celebraciones de la comunidad en las
que Cristo mismo está siempre presente, y que debe realizar en comunión
jerárquica con el obispo112.

Pero es sobre todo en la Eucaristía, fuente y cima de toda


evangelización y a la cual se ordenan y unen todos los demás
sacramentos, ministerios y obras de la Iglesia, donde el presbítero ejerce la
presidencia de Jesucristo Sacerdote, por eso afirma el Concilio:

Su oficio sagrado lo ejercitan sobre todo en el culto


eucarístico o comunión, en donde, representando la persona de
Cristo y proclamando su Misterio, unen al sacrificio de su Cabeza,
Cristo, las oraciones de los fieles, representando y aplicando en el
sacrificio de la Misa, hasta la venida del Señor, el único Sacrificio

109
LG 10.
110
Cf. ChL 25 y 27.
111
Cf. SC 7; 10.
112
Cf. PO 5.
56

del Nuevo Testamento, a saber, el de Cristo, que se ofrece a sí


mismo al Padre como Hostia Inmaculada.

En la Eucaristía, está presente Cristo en persona, Cordero Pascual,


Pan vivo, para alimento de sus fieles; ella crea comunidad y es expresión
máxima de comunión; es el centro de toda la vida de los fieles que preside
el presbítero; es la fuente y culminación de toda predicación evangélica, y
por su recepción, se injertan plenamente los fieles en el Cuerpo de
Cristo113.

Al presidir la Eucaristía el presbítero realiza un servicio a Jesucristo,


autor de la salvación presente en ella, su presidencia remite a Cristo; y es
un servicio a la comunidad que se edifica y crece en la unidad y la
comunión por la celebración aquí y ahora del Misterio Pascual de su
Señor. Cristo se sigue ofreciendo al Padre y une a su sacrificio a la Iglesia,
su Cuerpo y Esposa, ejerce y visibiliza así su sacerdocio nuevo y definitivo.
Es el mismo Señor quien preside en la persona del ministro santificando a
su Iglesia congregada por su Palabra.

De esta manera, el sacerdocio común del pueblo de Dios que había


quedado en sombra por mucho tiempo frente al sacerdocio ministerial (que
se había colocado como centro y eje de la vida de la Iglesia), cobra
nuevamente su lugar e importancia con la renovación conciliar, siendo así
que el ministerio sacerdotal del presbítero encuentra su justificación
última en el servicio al pueblo de Dios todo él sacerdotal.

El presbítero, presidente del servicio de la caridad. La Iglesia está


llamada a vivir la misma caridad de Jesús, a ser testimonio de la
misericordia y compasión de su Señor para con los pobres y los pecadores
de tal manera que con su acción pastoral promueva una auténtica
fraternidad, y una justicia personal, comunitaria y social teniendo como
fundamento el amor que Cristo enseñó: "En esto conocerán todos que sois
discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35). Se
busca que la acción salvífica de Cristo, su Misterio Pascual abarque al
hombre entero, a toda la vida personal, comunitaria y social, y se genere
una recíproca relación y/o interpelación entre Evangelio y la vida concreta
del hombre y la historia.

Ella es la samaritana de todos los tiempos al servicio de la liberación


de los empobrecidos en la que su asistencia está encaminada a ser
sanadora y liberadora, y su acompañamiento ha de promover al hombre
integral, concreto, histórico, cuyo misterio sólo se esclarece en el misterio
del Verbo Encarnado114. Y es que, teniendo al hombre como camino115, su
113
Cf. PO 5.
114
Cf. GS 22.
115
Cf. JUAN PABLO II. Redemptoris Hominis 13, 14; Centessimus Annus 53.
57

acción debe ser pronta y eficaz entre sus mismos miembros y con los de
fuera para que se manifieste la caridad de Cristo siervo y con ella cumpla
su misión de servidora del Reino y de la humanidad.

Este gesto de acogida y cuidado por los pobres es dimensión esencial


de su ser y misión, por lo que todo bautizado está llamado a manifestar
con el testimonio de vida la comunión y solidaridad con ellos, ya que la
aceptación y/o conversión a Jesucristo, lleva consigo el compromiso de
velar por el hermano, servir al prójimo en todas sus necesidades, tanto
materiales como espirituales, para que así resplandezca en cada hombre el
rostro de Cristo116.

Esta caridad en la Iglesia como entrega de la propia vida, como


expresión genuina o gesto radical de servicio y amor, siguiendo el ejemplo
del Maestro, Señor y Siervo, reviste expresiones concretas de solidaridad y
corresponsabilidad, es decir, de compartir la vida, el esfuerzo, el trabajo, el
pan, las riquezas materiales, el saber y la cultura que orienten hacia una
auténtica humanización117. Se trata de impulsar una comunidad de bienes
que favorezca el mutuo crecimiento como verdadera familia de hijos de
Dios118. Implica el reconocimiento del hermano como hijo de Dios a quien
hay que servir en actitud solidaria, sobre todo a los más pobres y
excluidos, descubriendo en ellos a Jesucristo y su llamado, su invitación y
exigencia a seguir su práctica en favor de los pobres.

Esta tarea compete a todos sus miembros, desde el carisma


específico y no a unos cuantos especializados en la dimensión social de la
pastoral. Todos son responsables de esta misión caritativa en favor de los
más necesitados, reconociendo la grandeza de Dios que enaltece a los
humildes y a los pobres (Lc 1,52), y realizando el deseo de Cristo de ser
atendido en los pobres y desprotegidos (Mt 25, 31-46). Y es que en
realidad, los pobres son sacramento de Cristo que reclaman la ayuda de
sus hermanos; el mismo Señor declara al respecto: "cuanto hicisteis a
unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt
25,40). Esto significa que, la Iglesia es y será juzgada al final de los
tiempos en el amor y sobre su radicación y solicitud entre los pobres y
excluidos, de ahí que tenga que escrutar continuamente los signos de los
tiempos para una interpretación adecuada de la persona en su contexto a
lo largo de la historia.

Es esta la dimensión social de la Iglesia que compete al presbítero


presidir, animar, impulsar, siguiendo el estilo de su Señor. Ciertamente,
116
Cf. JUAN PABLO II. Exhortación Apostólica Ecclesia in América 52. Santa Fe de
Bogotá: Paulinas 1999. p.98.
117
Cf. CA 22.
118
Cf. CA 31.
58

los protagonistas de la acción social son todos los miembros de la Iglesia,


todos los bautizados (los laicos como comúnmente se les llama), pero
quienes presiden esta acción eclesial son sus pastores.

De este modo, el presbítero vive y preside la caridad de la Iglesia


como martyria, es decir, de testigo, como sacramento de Cristo servidor
que da la vida por sus ovejas. Tiene la misión de vivir como testigo del
Señor de tal manera que sus palabras, su preocupación por educar la fe,
la celebración de los sacramentos y la dirección de la comunidad eclesial
no sólo signifique la misma acción de Cristo por los suyos, sino que
realicen eficazmente su obra salvadora edificando así a todo el pueblo de
Dios.

Preside la caridad como servicio a la koinonia de la Iglesia. Es el


ministerio de convocar, construir y presidir al pueblo de Dios con la
evangelización, con la celebración de los sagrados Misterios,
principalmente de la Eucaristía, como expresión máxima de comunión
radical con el Señor de la vida y de sus miembros entre sí. Tiene la función
sacramental "de hacer la comunidad como comunidad, partiendo del signo
eficaz de Cristo en la Eucaristía, misterio de unidad y de comunión; la
conciencia de convocar y de reunir la comunidad, así como la
responsabilidad que se deriva de ello, especifican la función e identidad
episcopal y presbiteral”.

Preside la diakonia, es decir, el servicio de promover e impulsar a


que se viva la caridad en todas sus dimensiones, ad intra y ad extra de la
Iglesia, pero sobre todo entre sus mismos miembros para la edificación
eclesial. Es la expresión más viva de Cristo siervo que amó a su Iglesia y se
entregó por ella para santificarla y presentársela sin manchas ni arrugas
(Ef 5,23-27).

Estas dimensiones esenciales del ser y misión de la Iglesia, son


también dimensiones esenciales del ministerio presbiteral, como
sacramento de la presencia del Señor que cuida, conduce, protege, anima
y ama a su Iglesia. Es el responsable de presidir la unidad y realización de
todas las acciones de la Iglesia, del desarrollo de cada uno de sus
miembros y del servicio que éstos deben ofrecer al bien de la comunidad.
De ahí que el crecimiento de la caridad eclesial esté también marcado por
la acción presbiteral.

Sacramento de la caridad pastoral de Cristo Siervo

Esta actitud fundamental de servidor, se traduce en la caridad


pastoral, que no es sino, la configuración del presbítero con Jesucristo
para asumir y vivir su mismo estilo de vida, actuando y presidiendo en su
Nombre y con sus mismas actitudes. Visibiliza, hace viva y operante en su
59

acción ministerial la misma capitalidad de Cristo que amó a su Iglesia y se


entregó por ella, que cuida, protege y da la vida por sus ovejas. Anuncia la
Buena Nueva como testigo fiel de Jesucristo Evangelio del Padre, sirve al
pueblo sacerdotal, profético y regio.

En verdad que la vida de comunión radical del presbítero, la


espiritualidad más profunda de su ministerio como sacramento de Cristo
cabeza y pastor queda expresada en esta actitud o estilo de vida
fundamental que es la caridad pastoral 119. Se trata de un vivir y actuar
siguiendo al mismo Señor y Maestro, cabeza y Pastor de su pueblo;
testimoniar el amor de Cristo por sus ovejas hasta el extremo de dar la
vida por ellas; vivir y transparentar con su ministerio de dirección y
presidencia "en la Iglesia" y "al frente de la Iglesia", la actitud de siervo que
se entrega por la salvación de todos120.

El origen o fuente de la caridad pastoral es el Espíritu Santo, quien


unge y configura al presbítero a Cristo cabeza y pastor, siervo y esposo de
la Iglesia; lo conforma y anima con la misma caridad de Cristo Buen
Pastor y lo pone en la Iglesia como servidor autorizado del anuncio del
Evangelio y de la plenitud de vida cristiana de los bautizados 121. La caridad
pastoral es al mismo tiempo, don gratuito del Espíritu y deber y llamada a
dar respuesta generosa y responsable 122 con la entrega de la propia vida al
servicio de Cristo y de la edificación de su Iglesia. Y es que, el contenido
esencial de esta caridad pastoral es "la donación de sí, la total donación de
sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen" 123.

Al participar de la misma unción y misión de Cristo por la acción del


Espíritu Santo, el presbítero debe conformar su vida a la de Cristo que
amó a la Iglesia y se entregó por ella en el ejercicio diario de su ministerio,
anunciando fiel y audazmente el Evangelio de Vida, santificando a los
fieles a través de los sacramentos y apacentando a los fieles con la misma
autoridad de Cristo; de esta manera, impulsado por la caridad del Buen
Pastor entrega su vida por las ovejas124.

Los Santos Padres también señalan que la clave del pastoreo es el


amor, expresado en la radicalidad de la entrega a Cristo y las ovejas; ama
a las ovejas porque ama a Cristo dueño y Señor del rebaño. Esta caridad
pastoral puede expresarse en tres dimensiones: el presbítero ama a
Jesucristo supremo Pastor y dueño de las ovejas; siguiendo a Cristo ama
al rebaño entregándole su propia vida en su ministerio cotidiano y el amor

119
Cf. PDV 15.
120
Cf. PDV 16 y 49.
121
Cf. PDV 15.
122
Cf. PDV 23.
123
PDV 23.
124
Cf. PO 13.
60

actual de Cristo Buen Pastor a las ovejas significado y representado en el


amor del presbítero que actúa 'in persona Christi Capitis'.

En el contexto actual, la caridad pastoral permite al presbítero ser


sacramento de comunión de forma eficaz y auténtica, pues le lleva a
integrar su propia vida frente a un mundo marcado por la complejidad, la
fragmentación y la dispersión, ella es como dice el Concilio "vínculo de la
perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad" 125. Por
eso la caridad pastoral es principio interior, motor que impulsa, anima y
fortalece la vida espiritual del pastor, dinamiza y unifica sus múltiples
actividades126.

Asumir el estilo de vida de Cristo, sus actitudes y comportamiento


para reflejar la misma caridad de Cristo pastor y siervo que da la vida por
su Iglesia, significa que el presbítero: debe servir a la Iglesia misterio,
comunión y misión, servir al sacerdocio común de los bautizados 127; tener
cuidado amoroso por el rebaño, conducirlo, protegerlo, orientarlo,
convocarlo y alimentarlo con la doctrina sana y fiel de Jesucristo
(ortodoxia) y con los sacramentos y testimonio de vida (ortopraxis). Es
reflejar en lo posible, "aquella perfección humana que brilla en el Hijo de
Dios hecho hombre y que se transparenta con singular eficacia en sus
actitudes hacia los demás" 128. Sentir como Cristo compasión y misericordia
por todos, especialmente por los descarriados, como revelador del corazón
del Padre, testigo de su compasión y misericordia para con los pecadores y
de la alegría consoladora del perdón y del encuentro con el Dios de la
vida129. Entregar su vida por el rebaño como el esposo a la esposa con el
don total de sí mismo, pues ya no se pertenece sino que se debe todo a los
fieles, su existencia es precisamente sacerdotal, sacrificial, ser para los
demás, servidor del rebaño130.

La autoridad divina de la que participa el presbítero, la ha de ejercer


desde la dimensión de la caridad, para el servicio y crecimiento del Pueblo
de Dios, no para escalar por encima de los demás. Esto supone estar
continuamente en la escucha de su Palabra, interiorizarla y anunciarla a
los hermanos, pues Cristo quiere seguir ejerciendo su autoridad-servicio a
través del ministerio presbiteral donde "la predicación y autoridad sobre la
casa de Dios aparece como fundamental en el ministerio de la Iglesia y es
un aspecto realmente sacerdotal". Como Ministros de la Nueva Alianza,
tiene que animar, fortalecer, acompañar, ser solidarios con la familia de

125
PO 14.
126
Cf. PDV 21.
127
Cf. PDV 16, 17 y 37.
128
PDV 43.
129
Cf. PDV 26.
130
Cf. PDV 13, 15, 22, 23, 40.
61

los hijos de Dios y ser al mismo tiempo fiel a Jesucristo cabeza y pastor
'dando la vida por amor' (Jn 15,13).

Sacramento de comunión en la Iglesia

La unidad y comunión eclesial a la cual sirve el presbítero, le


compete vivirlo y experimentarlo radicalmente, para ser testigo y
constructor de auténticas comunidades. No sólo es el maestro que instruye
y enseña la comunión, sino que está llamado a ser epifanía de la misma
comunión divina, a ser visibilización del encuentro de Cristo con su esposa
la Iglesia, a través de su palabra y de su testimonio. Elegido por Jesucristo
y ungido por su Espíritu, el presbítero está en la Iglesia y en mundo como
testigo y servidor de la comunión. Es en su identidad más profunda el
hombre de la comunión, que vive y edifica de palabra y de obra, y con la
radicalidad de su entrega ministerial la comunión profunda de la Iglesia
pueblo de Dios.

Comunión con Jesucristo. Es la dimensión cristológica del


ministerio presbiteral. El presbítero en su identidad de cabeza y pastor
como sacramento de Cristo, está estrechamente unido a Jesucristo, quien
lo ha configurado en sacramento suyo, signo e instrumento de salvación
para actualizar, representar y visibilizar su capitalidad de Señor, Esposo y
Pastor de su Iglesia. Su comunión con él es por eso ontológica,
sacramental y existencial131. Los presbíteros son, "una representación
sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor..., existen y actúan...
personificando a Cristo... y en su nombre" 132; configuran su ser y actuar al
de Cristo, modelan su corazón y la totalidad de su vida conforme a su
Maestro y Señor.

2.2.3.2 Comunión con el Espíritu Santo. El presbítero está a su


vez en estrecha relación con el Espíritu Santo, lo cual constituye la
dimensión pneumatológica de su ministerio. Es el Espíritu del Señor que
ungió al presbítero en el Bautismo quien a su vez lo unge y configura a
Cristo cabeza y pastor en el sacramento del orden 133, ya que "con la
efusión sacramental del Espíritu Santo que consagra y envía, el presbítero
queda configurado con Jesucristo cabeza y pastor de la Iglesia y es enviado
a ejercer el ministerio pastoral" 134. El mismo Espíritu que ungió e impulsó
a Jesús a realizar su misión es quien anima y vivifica la existencia diaria
del presbítero con diferentes dones y virtudes para que realice eficazmente
su misión de cabeza y pastor en medio del pueblo de Dios ejerciendo así la
caridad pastoral de Cristo Buen Pastor 135. Como Jesús ungido del Padre, el
131
Cf. PDV 3, 12, 15, 16, 24.
132
PDV 15.
133
Cf. PDV 21.
134
PDV 70.
135
Cf. PDV 27.
62

presbítero recibe esa unción en orden a la misión y puede a su vez decir


como Él: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para
anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la
liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los
oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor" (Lc 4,18-19). Por eso,
es el hombre del Espíritu, ungido para anunciar la Buena Nueva de
salvación a todas las gentes (Mt 28,19-20); su vida debe transcurrir y
manifestarse siempre en sintonía con el Espíritu, dejarse guiar por sus
inspiraciones para ser así servidor bueno y fiel de la casa del Señor.

Comunión con la Iglesia. Dimensión eclesiológica. En su identidad


fundamental el presbítero guarda una íntima comunión con la Iglesia,
expresada por su ministerio de cabeza y esposo, de pastor y guía como
sacramento que es de Cristo. En efecto, el concilio ha señalado cómo los
presbíteros conseguirán la unidad de su propia vida "uniéndose a Cristo
en el conocimiento de la voluntad del Padre y en la entrega de sí mismos
por el rebaño que se les ha confiado"136.

La relación del presbítero con la Iglesia como sacramento de Cristo


cabeza y pastor se fundamenta en la misma relación de Cristo con ella;
como servidor de Cristo la alimenta, cuida, protege, preside, dirige y
sostiene con su enseñanza y testimonio. Realiza en ella y para ella, signos
eclesiales y sacramentales de la presencia de Cristo resucitado.
Ciertamente el presbítero ha nacido “en y para” la Iglesia, como hijo en la
celebración de su Bautismo, como su pastor y cabeza en la ordenación
presbiteral para estar "en y al frente" de ella137.

Su relación con ella se entiende entonces, "desde y para" la


comunión eclesial; es ministro-servidor de la unidad y fraternidad de la
Iglesia que es sacramento radical de comunión. En ella, engendra, anima y
celebra la comunión desde el triple oficio de su ministerio como tarea
fundamental de su ministerio de congregar a la familia de los hijos de
Dios138. Debe mantener por eso, la conciencia profunda de estar vinculado
radicalmente al pueblo de Dios, pues no sólo está "al frente", sino ante
todo "en" la Iglesia que es misterio de comunión en la cual tiene que crecer
y a la cual tiene que servir 139. Su competencia se extiende por otra parte a
la Iglesia universal, manteniendo la unidad y comunión de las iglesias
particulares, de las pequeñas comunidades y uniendo éstas a la comunión
de Iglesia universal y apostólica, por estar vinculado a todo el ministerio
eclesiástico u ordenado, sucesor del ministerio apostólico140.

136
PO 14.
137
Cf. PDV 22.
138
Cf. PDV 26.
139
Cf. PDV 74.
140
Cf. LG 28.
63

Comunión con todo el ministerio ordenado. La comunión


presbiteral. Es la dimensión de fraternidad entre los mismos presbíteros,
con el obispo y los diáconos. El trabajar por la comunión eclesial,
promover y dirigir a la Iglesia hacia la plenitud de vida en Cristo y entre
sus miembros, implica al presbítero un estilo de vida comunitario
específico, que pueda ser soporte o fundamento de lo que enseña y
preside. Como ministro de la comunión eclesial, tiene necesidad él mismo
de crecer y vivir radicalmente esta comunión, testimoniarla de palabra y de
obra, de tal manera que sea siempre una instancia segura, un paradigma
para todo fiel en el estilo de vida comunitaria a la cual está llamado todo
discípulo del Señor.

Se trata de la comunión y/o relación fundamental de unidad en la


amistad, hermandad, y sacramentalidad del ministerio pues, "dentro de la
comunión eclesial, está llamado a crecer en y con el propio presbiterio
unido al obispo"141. De esta manera, su ministerio será auténtico y eficaz
en la medida que permanezca unido a Cristo mediante la inserción
sacramental en el orden presbiteral y en comunión jerárquica con su
obispo142. Se trata de constituir con el presbiterio "una verdadera familia,
cuyos vínculos no provienen de carne y sangre, sino de la gracia del
orden"143. El presbítero debe por eso permanecer estrechamente vinculado
al colegio episcopal, al Papa y en general a todo el ministerio ordenado,
como signo de unidad y colaboración en la doctrina y enseñanza, en la
celebración de los Sagrados Misterios y en el cuidado pastoral de las
ovejas.

Obispos y presbíteros están llamados a vivir esta unidad y comunión


pues participan del mismo y único sacerdocio y ministerio de Cristo, y así
esta unidad de consagración y misión exige la comunión jerárquica entre
ellos. En su relación con los obispos son colaboradores necesarios y
consejeros en el ministerio y/o función de enseñar, santificar y apacentar
al Pueblo de Dios; no son simples subalternos del orden episcopal, sino
amigos y hermanos que sirven a la Iglesia de Jesucristo con la triple
múnera de su ministerio. Esto tampoco significa igualdad democrática de
gremio, como pudiera interpretarse, sino comunión de identidad y misión
jerárquica y orgánicamente constituida, en la que el obispo preside el
colegio presbiteral y diaconal como sujeto primario de la sucesión
apostólica del cual participan también los presbíteros y diáconos a través
del ministerio episcopal144.

La relación y comunión ad intra del ministerio ordenado: obispos,


presbíteros y diáconos, es por eso sacramental y no sólo de orden
141
PDV 74.
142
Cf. PDV 17, 28 y 74.
143
PDV 74.
144
Cf. LG 28 y 29; PO 2, 4, 5 y 6.
64

funcional o jurisdiccional (como se interpretó en etapas precedentes de la


historia). Es todo el ministerio eclesiástico el que participa y continúa el
ministerio de Jesucristo confiado a sus Apóstoles de llevar la salvación a
todos los hombres, presidiendo y apacentando a las comunidades
eclesiales y transmitiendo fielmente el Depósito de la fe, de tal manera que
por el ministerio ordenado de divina institución 145, las comunidades
tengan la garantía de ser comunidades apostólicas. Esta comunión
ministerial de identidad y misión del sacramento del orden, lleva consigo la
garantía expresa de que es Cristo quien actúa en ellos para edificar a su
Iglesia (Jn 20,21; Mt. 28,20).

Este ministerio de presidencia del presbítero como sacramento de


Cristo cabeza y pastor lo ejerce siempre en comunión y/o estrecha relación
con todo el ministerio ordenado: obispos, presbíteros y diáconos, en la
línea de la sucesión apostólica146, en continuidad con la misión que
Jesucristo le dejó, siendo para la Iglesia signo vivo, expresión visible de ese
cuidado solícito de Dios hacia sus fieles. Son servidores de la comunión y
del desarrollo armónico de los diferentes dones y carismas desde su
diferenciación orgánica para la plena comunión de la familia de los hijos
de Dios; comunión que se vive en la Iglesia particular (y en las
comunidades que ésta contiene), y en la Iglesia universal. Su misión es,
entonces, estar al servicio de la ministerialidad apostólica y del sacerdocio
común de todo el pueblo de Dios, por la Palabra, los Sacramentos y el
gobierno de la Iglesia. Como ha señalado la Cuarta Conferencia del
Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo: "El ministerio ordenado
es siempre un servicio a la humanidad en orden al Reino. Hemos recibido
la fuerza del Espíritu Santo para ser testigos de Cristo e instrumentos de
vida nueva" (DSD 67).

Relación del presbítero con el mundo

La identidad del presbítero está marcada por su profunda unión con


Dios Padre, con Jesucristo su enviado y con el Espíritu santificador y guía
del pueblo de Dios (PDV 12); pero, a la vez, guarda una relación especial
con el mundo, con la humanidad entera, con el hombre en toda su
dimensión terrena; y es que, la identidad del presbítero incluye no sólo la
dimensión teológica, sino también la sociológica y psicológica. Al presbítero
le es imprescindible para llegar a una realización auténtica como persona
y como guía de la comunidad la dimensión social, con el mundo en todas
sus circunstancias. En efecto, el presbítero es tomado de entre los
hombres y puesto a favor de los hombres, como dice la carta a los Hebreos
(5,1); se encuentra estrechamente unido y perfectamente enraizado en la
vida humana a la cual tiene que servir y santificar con el anuncio de la

145
Cf. LG 28; PO 1 y 2.
146
Cf. LG 28; PO 2.
65

Buena Nueva y con los Sacramentos, engendrando Vida divina de la cual


es portador.

Es esta referencia al hombre y al mundo lo que constituye la


dimensión secular del presbítero, que le ayuda a esclarecer su identidad y
misión dejándose interpelar siempre por sus valores y necesidades, le
ayuda a madurar su propia vida como verdadero hombre de Dios inserto
en el mundo. El mismo Señor Jesús pide a su Padre por sus discípulos
'que no los saque del mundo, sino que los preserve del mal' (Jn 17,15). El
presbítero está llamado a adaptarse a cada ambiente y a cada época, sin
que por ello signifique pérdida de identidad; de ahí que la Pastores Dabo
Vobis señale la necesidad de abrirse "a la iluminación superior del Espíritu
Santo, para descubrir las orientaciones de la sociedad moderna, reconocer
las necesidades espirituales más profundas, determinar las tareas
concretas más importantes, los métodos pastorales que habrá que
adoptar, y así responder de manera adecuada a las esperanzas humanas"
(PDV 5).

Se trata pues, de una labor genuinamente pastoral para la vida del


presbítero en el cumplimiento fiel de su ministerio al servicio del Evangelio
y de la presencia del Reino en las realidades terrenas; y a su vez, como
guía y presidente, como cabeza y pastor de la comunidad eclesial, hace
que la Iglesia lleve a cabo su misión de ser sacramento de salvación para el
mundo, colaborando así a la liberación del hombre integral, mostrando el
rostro misericordioso del Padre que ofrece siempre su salvación a todo
hombre que acepte y crea en su Hijo Jesucristo.

IDENTIDAD Y MISIÓN DEL PRESBÍTERO EN AMÉRICA LATINA A


LA LUZ DE APARECIDA

Uno de los más interesantes acápites del capítulo V de las


Conclusiones de Aparecida (DA 184 a 224) es el que se llama: Los
discípulos misioneros con vocaciones específicas. En este apartado
encontramos precisamente lo concretamente referente a los Presbíteros.

Sin embargo, las conclusiones de la V Conferencia, hay que leerlas y


estudiarlas transversalmente (en conexión mutua), porque no hay que
buscar en ellas por separado lo que se refiere al laico o al sacerdote en
general, o al párroco en particular. Porque todos, absolutamente todos, sin
excepción, somos discípulos misioneros de Jesucristo (Obispos,
presbíteros, diáconos, laicos, consagrados).

Y en efecto, lo que es válido para los cristianos en general, es válido


también para los ministros ordenados, por una sencilla razón: el
sacerdocio común (a través del bautismo).
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En esta perspectiva, el Documento Conclusivo de Aparecida, al


referirse a la identidad teológica del ministerio presbiteral, señala que: El
Concilio Vaticano II establece el sacerdocio ministerial al servicio del
sacerdocio común de los fieles, y cada uno a su manera participan del único
sacerdocio de Cristo (LG 10). Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos ha
redimido y nos ha participado su vida divina. En Él, somos todos hijos del
mismo Padre y hermanos entre nosotros (DA 193), también los presbíteros.
Antes que Padre, el presbítero es un hermano. Esta dimensión fraterna
debe transparentarse en el ejercicio pastoral y superar la tentación del
autoritarismo que lo aísla de la comunidad y de la colaboración con los
demás miembros de la Iglesia (cf. Folleto No. 14, A la luz de Aparecida – El
Presbítero discípulo misionero de Jesús Buen Pastor – CELAM 2008, de
Mons. Guillermo Melguizo Yepes). Continua exponiendo el número 193 de
Aparecida: El sacerdote no puede caer en la tentación de considerarse
solamente un mero delegado o sólo un representante de la comunidad (como
si fuera un “funcionario”), sino un don para ella por la unción del Espíritu y
por su especial unión con Cristo cabeza.

Como podemos intuir se plantea aquí una visión del presbítero


diferente de aquella pre-conciliar en donde el presbítero se concibe como
separado de la comunidad-Pueblo de Dios, y se enmarca en ese contexto,
ejerciendo un ministerio (carisma) de presidencia.

Desde esta concepción, Aparecida nos ofrece, para la formación de


los presbíteros, algunos elementos-marco para la formación inicial desde el
tiempo de la formación en el Seminario (frutos de la OT y PDV):

 El tiempo de la primera formación es una etapa donde


los futuros presbíteros comparten la vida a ejemplo de la
comunidad apostólica en torno a Cristo Resucitado: oran juntos,
celebran una misma liturgia que culmina en la Eucaristía, a partir de
la Palabra de Dios reciben las enseñanzas que van iluminando su
mente y moldeando su corazón para el ejercicio de la caridad
fraterna y de la justicia, prestan servicios pastorales
periódicamente a diversas comunidades, preparándose así para
vivir una sólida espiritualidad de comunión con Cristo Pastor y
docilidad a la acción del Espíritu, convirtiéndose en signo
personal y atractivo de Cristo en el mundo, según el camino de
santidad propio del ministerio sacerdotal (DA 316).
 En cuanto al proyecto formativo del Seminario, este
ha de ofrecer a los futuros presbíteros: un verdadero progreso
integral: humano, espiritual, intelectual y pastoral, centrado en
Jesucristo Buen Pastor. Es fundamental que, durante los años
de formación, los seminaristas sean auténticos discípulos, llegando
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a realizar un verdadero encuentro personal con Jesucristo (…)


(DA 319).
 En todo el proceso formativo, el ambiente del Seminario
y la pedagogía formativa deberán cuidar un clima de sana
libertad y de responsabilidad personal, evitando crear
ambientes artificiales o itinerarios impuestos. La opción del
candidato por la vida y ministerio sacerdotal debe madurar y
apoyarse en motivaciones verdaderas y auténticas, libres y
personales (DA 322).
 El Seminario deberá ofrecer una formación intelectual
seria y profunda (…), con atención crítica atenta al contexto
cultural de nuestro tiempo y a las grandes corrientes de
pensamiento y de conducta que deberá evangelizar (DA 323).
 Los candidatos han de ser capaces de asumir las
exigencias de la vida comunitaria, la cual implica diálogo,
capacidad de servicio, humildad, valoración de los carismas ajenos,
disposición a dejarse interpelar por los demás, obediencia al obispo y
apertura para crecer en comunión misionera con los
presbíteros, diáconos, religiosos y laicos, sirviendo a la unidad
en la diversidad. La Iglesia necesita sacerdotes y consagrados
que nunca pierdan la conciencia de ser discípulos en
comunión. (DA 324).
 Una formación inculturada, para no perder las raíces y
poder ser evangelizadores cercanos a nuestros pueblos y culturas
(cf. DA 325).
 La formación inicial en el Seminario ha de continuar
con la formación permanente del presbítero, abarcando las
diversas etapas y dimensiones de su vida. La formación sólo
termina con la muerte. Además, se requieren proyectos diocesanos
bien articulados y constantemente evaluados. (cf. DA 326).

Frente a estas perspectivas formativas que se ofrecen en Aparecida


para los futuros presbíteros, podemos encontrar en el Documento
Conclusivo rasgos para una identidad y misión propias del presbítero a la
luz de Aparecida.

Desde una lectura transversal de Aparecida, habría que partir de


una dimensión Trinitaria, que se aplica a todos los bautizados
discípulos misioneros (incluyendo a los presbíteros): Todos los bautizados
y bautizadas de América Latina y El Caribe, “a través del sacerdocio común
del Pueblo de Dios”, estamos llamados a vivir y transmitir la comunión con
la Trinidad, pues “la evangelización es un llamado a la participación de la
comunión trinitaria” (DA 157). En primer lugar, como presbíteros deben
mostrar que son signo de vida en el mundo (cómo lo es la Trinidad
también en su expresión histórica).
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Aparecida señala que la Iglesia es comunión en el amor. Esta es su


esencia y el signo por la cual está llamada a ser reconocida como seguidora
de Cristo (dimensión Cristológica) y servidora de la humanidad. El nuevo
mandamiento es lo que une a los discípulos entre sí, reconociéndose como
hermanos y hermanas, obedientes al mismo Maestro, miembros unidos a la
misma cabeza, y por ello, llamados a cuidarse los unos a los otros (DA 161).
Podemos descubrir aquí una invitación para dimensionar o redimensionar
si se quiere, la fraternidad presbiteral.

Es de esta manera que la diversidad de carismas, ministerios y


servicios, abre el horizonte para el ejercicio cotidiano de la comunión, a
través de la cual los dones del Espíritu (dimensión Pneumatológica) son
puestos a disposición de los demás para que circule la caridad. Este es el
propósito del ministerio en medio de la comunidad, desde la acción del
Espíritu, siendo los presbíteros signo de ello, hacer que “circule la
caridad”.

De lo anterior, se desprende que cada bautizado (entre ellos, los


ministros ordenados) es portador de dones que debe desarrollar en unidad
y complementariedad con los otros (Dimensión Eclesiológica), a fin de
fomentar el único Cuerpo de Cristo, entregado para la vida del mundo. Esto
tiene un efecto: asegurará mayor vitalidad misionera y será signo e
instrumento de reconciliación y paz para nuestros pueblos (DA 162).

En el contexto latinoamericano hay una dimensión que no se puede


pasar por alto, y que es fundamental para que el ser presbítero en América
Latina sea consecuente con la identidad-imagen que se debe ofrecer como
“Alter Christus”, y Aparecida lo señala: No podemos olvidar que el obispo (y
con él su presbiterio), es principio y constructor de la unidad de su Iglesia
particular y santificador de su pueblo, testigo de esperanza y padre de los
fieles, especialmente de los pobres, y que su principal tarea es ser
maestros de la fe, anunciador de la Palabra de Dios y administrador de los
sacramentos, como servidor de la grey (DA 189).

Ciertamente, en su identidad y misión, el presbítero, a imagen del


Buen Pastor, está llamado a ser hombre de la misericordia y la compasión,
cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que
sufren grandes necesidades. La caridad pastoral, fuente de la
espiritualidad sacerdotal, anima y unifica su vida y ministerio (DA 198). Es
claro, entonces, que la caridad pastoral, que es el corazón mismo de
Jesucristo, es el motor que ha de accionar el ser y el ministerio del
presbítero.
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El Documento de Aparecida también señala ciertos lugares para la


vivencia de la comunión eclesial, como lugares privilegiados para el
ejercicio eficaz y coherente del ministerio del presbítero en América Latina:

-La Diócesis: La maduración en el seguimiento de Jesús y la pasión


por anunciarlo requieren que la Iglesia particular se renueve constantemente
en su vida y en su ardor misionero (esto es también con los presbíteros).
Sólo así puede ser, para todos los bautizados, casa y escuela de
comunión, de participación y solidaridad. En su realidad social
concreta, el discípulo hace la experiencia de encuentro con Jesucristo vivo,
madura su vocación cristiana, descubre la riqueza y la gracia de ser
misionero y anuncia la Palabra con alegría. Desde esta perspectiva, la
diócesis deja de ser un mero elemento jurídico de acción pastoral-
sacramental en un determinado territorio, y se convierte en una realidad
viva y dinámica, con un profundo sentido teológico, cristológico y
eclesiológico.

-La Parroquia: Aparecida enfatiza algo que viene a ser una llamada
urgente al señalar que la renovación de la parroquia exige actitudes
nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La
primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo,
porque sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una
parroquia. Debe ser un ardoroso misionero que vive en constante anhelo
de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración
(DA 201). En pocas palabras, Aparecida hace un llamado para que los
presbíteros no sean meros administradores de bienes o solo funcionarios
del culto.

-Comunidades Eclesiales de Base y Pequeñas Comunidades:


Aparecida recalca que con la ayuda y orientación de los Pastores, ellas
pueden desplegar su compromiso evangelizador y misionero entre los más
sencillos y alejados, y son expresión visible de la opción preferencial
por los pobres. Son fuente y semilla de variados servicios y ministerios a
favor de la vida en la sociedad y en la Iglesia (DA 179). Este es un gran
impulso a la valoración positiva de esta experiencia eclesial en América
Latina y, por qué no, un reconocimiento a la labor de no pocos presbíteros
que se han gastado en ellas, apoyándolas y animándolas en la fe. En ellas,
se tiene, además, una fuente segura de vocaciones al sacerdocio, a la
vida religiosa, y a la vida laical con especial dedicación al apostolado
(Cf. DA 310).

-Las Conferencias Episcopales: Aquí es importante señalar el tema


de la fraternidad y corresponsabilidad pastoral, así como el de cultivar la
espiritualidad de comunión en orden a acrecentar los vínculos de
colegialidad (DA 181).
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Para que todo lo anterior sea una realidad, Aparecida ofrece una
clave de lectura que recorre todo el documento: la conversión pastoral
que, despierta la capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración
del Reino de vida. Obispos, presbíteros, diáconos permanentes,
consagrados y consagradas, laicos y laicas, estamos llamados a asumir
una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con
atención y discernimiento “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap
2,29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta (DA
366).

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