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Teórico 1.

Sarmiento y la Generación del ‘37


Por ​Ricardo Martínez Mazzola

¿Por qué empezar con Sarmiento? Todo comienzo tiene algo de arbitrario, podríamos haber
ido a la revolución de Mayo o aún a la “tradición política española” de la que habla el
historiador argentino Tulio Halperin Donghi. Pero creo que empezar con Sarmiento, y más en
general con la Generación del 37, de la que formaba parte, es un buen comienzo porque ellos
fueron los primeros en trazar un cuadro del pasado nacional, en reconstruir y deslindar las
posiciones de sus antecesores- los hombres de Mayo, los unitarios y los federales- y a partir
de a allí definir y justificar sus propias tareas.

1-La Generación del 37 y la recepción del romanticismo


Hablé de Sarmiento y de la generación del 37. Aunque tal vez ya lo conozcan creo que no está
de más hacer una breve reconstrucción de su origen y sus rasgos, para eso me voy a apoyar en
el texto de Jorge Myers que subimos al campus –y que es fundamental que lean-, que tiene la
virtud de ser a la vez claro y profundo. Myers señala que la Generación del 37 es el primer
movimiento intelectual con fin de transformación cultural global. Ese fin era el estudio, y la
afirmación, de lo nacional (tema romántico por excelencia) Nacidos en torno a los años de la
independencia se proponían completar la revolución de mayo en el planto intelectual.
Myers reconstruye su surgimiento. Se forman en un vacío de tradiciones intelectuales locales.
El principal antagonista es la generación anterior, los rivadavianos, por lo que la revuelta
contra la tradición toma la forma de revuelta generacional. Más allá de la propia mitificación,
la ausencia de un campo intelectual estructurado que pusiera resistencia a su ascenso hace que
puedan pudieran imponerse a las figuras preexistentes. Formados en instituciones
rivadavianas, vienen de diferentes partes del país (becados al Colegio de Ciencias Morales, lo
que hoy es el Nacional Buenos Aires, Sarmiento intenta ingresar pero no logra conseguir la
beca) esta múltiple procedencia favorece el surgimiento de una “consciencia nacional”. Por
otra parte su formación en los años rivadavianos marca su visión secular, laicizada. Marca
también la permanencia de elementos del programa ilustrado en tensión con su historicismo:
ciertos valores “universales¨ que permanecen como meta última y la confianza en la
capacidad de la voluntad política para torcer el curso de la historia (la que, como veremos y es
muy importante destacar, entra en tensión con la creencia historicista de que el cambio
histórico se produce por procesos inmanentes al margen de los deseos humanos).
Es la llegada de Esteban Echeverría desde Francia a comienzos de la década de 1830 la que
permite que el romanticismo latente entre los jóvenes de Buenos Aires se haga público. El
romanticismo que trae Echeverría es el francés y español, planteado en un marco de decoro
que no deja lugar a las percepciones más desgarradas respecto de la modernidad que
encontramos en el romanticismo alemán o inglés. Por otro lado en el Río de la Plata el
romanticismo fue no tanto un movimiento literario como uno de pensamiento social que
privilegiaba formas como el ensayo y que aún en los escritos de ficción daba prioridad a lo
pedagógico y formativo. Por otra parte, la concepción del arte se pensaba “socialista antes que
romántica. El arte no era pura expresión estética sino expresión social. Esto en un doble

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sentido: por un lado, sólo podía entenderse en clave historicista como expresión de la
sociedad; por otro, debía adoptar como misión esa representación de la realidad, la mera
intervención idiosincrática o era considerada como frívola. El imperativo estético y el
revolucionario aparecían fusionados.

El historicismo romántico
Lo que les permitió reunir la voluntad de transformación socialista y la actividad literaria fue
el historicismo, recibido a través de intermediarios franceses, socialistas utópicos y eclécticos.
Este postulaba la creencia en leyes generales que gobiernan el desarrollo histórico de toda
sociedad, una teoría del progreso providencialistas, pensada en etapas y caracterizada por una
visión holista en que todos los hechos y procesos de un período estaban ligados y eran
manifestación de un espíritu de la época el que se condensaba en un sujeto histórico: la
nación. Lejos de la mirada predominante hoy, que ve a las naciones como el resultado de
procesos de construcción política realizados desde arriba por el Estado y las elites, en el siglo
XIX las “naciones” eran vistas como “sujetos” colectivos con una historia cuasi natural.
Siguiendo a Palti, podemos decir que merced a transformaciones intelectuales profundas (no
me voy a meter acá en ello), a comienzos del siglo XIX comenzó a plantearse que el
desarrollo de los cuerpos, físicos pero también políticos, estaba gobernada por tendencias
evolutivas inherentes. La historia de cada uno de esos cuerpos colectivos que eran las
naciones surgía del despliegue de las posibilidades que se hallaban, en potencia, en un
supuesto origen (y por ello sería tan importante la “genealogía” de ese origen, es el caso de la
búsqueda emprendida por Bartolomé Mitre de los rasgos originales de la sociabilidad
argentina). Las naciones eran entidades objetivas, dotadas de una lógica de movimiento que
era independiente de la voluntad subjetiva (ello se ve en las frecuentes diatribas de Alberdi y
Sarmiento contra el voluntarismo iluminista de los unitarios).
Estos rasgos se ven con claridad en la voluntad de Sarmiento, planteada en el “Facundo”, de
presentarse como el Tocqueville que, armado con el instrumental de las ciencias sociales,
presentara al mundo nuestro modo de ser y explicara el misterio de la lucha que desgarra a la
república. La referencia a Alexis de Tocqueville, autor francés que con “La Democracia en
América” había planteado una interpretación del devenir de las sociedades que influiría a
ambos lados del Atlántico, es decisiva en dos sentidos que considero necesario subrayar. Por
un lado, por su mirada “holista” que considera que solo puede explicarse una sociedad, a
partir del cruzamiento entre costumbres, leyes y medio geográfico- es lo que Sarmiento
intentará realizar en el ​Facundo.​ Por el otro, en la centralidad de la “democracia” como clave
principal de la dinámica social. Tocqueville argumentaba que las sociedades contemporáneas
estaban experimentando una revolución que las llevaba a la democracia. Es importante
subrayar que tanto para el francés como para Echeverría, Alberdi y Sarmiento “democracia”
no refería solo al régimen político sino a la forma misma de la sociedad. “Democracia” se
asociaba con igualdad y su otro era la “aristocracia”. Tocqueville, de origen aristocrático,
consideraba que el largo proceso de disolución del orden feudal había debilitado los lazos que
unían a los hombres de distintos estamentos, convirtiéndolos en individuos iguales y aislados.
Advertía acerca del riesgo de que esos hombres, para compensar su impotencia, abrazaran la

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figura de un poder despótico. El francés no consideraba que este desenlace fuera inevitable,
valoraba por el contrario la experiencia norteamericana a la que una afortunada conjunción de
costumbres, instituciones y geografía había permitido la combinación de democracia y
libertad. Advertía, sin embargo, que lo difícil de unir libertad e igualdad en sociedades que
tenían tradiciones, instituciones y condiciones materiales menos favorables.
Es en ese esquema que para Sarmiento, y también para otros miembros de la generación del
37, la dictadura de Juan Manuel de Rosas encontraba una explicación verosímil: ella surgía de
la rápida e irreflexiva implantación de la democracia en un medio poco propicio. En esa línea
Juan Bautista Alberdi sostendría, en el “Fragmento preliminar al estudio del derecho” escrito
en 1837, que la legitimidad de un gobierno está “en ser”, en que el poder es una faz de la
sociedad, lo que le permite considerar que la fuerza del gobierno rosista está en su carácter
representativo. Rosas, subraya, no es un déspota que duerme sobre bayonetas sino un
representante del pueblo. Si hay un despotismo es el del pueblo, y éste sólo se esclaviza por
error, la salida entonces no es la violencia sino la educación. El gobierno de Rosas no es algo
excepcional sino el resultado lógico de una revolución que empezó por el final, intentado
establecer la soberanía popular en un pueblo no preparado. Agregaba que, aunque el modo de
llegar a la democracia no fuera el ideal, la democracia ya era un dato que era necesario
aceptar, reconociendo que esa democracia era imperfecta y que debía ser perfeccionada a
través de la educación del pueblo. En lo que era un reproche a los unitarios declaraba que la
“civilización” que se opuso al pueblo fue impolítica y estrecha y que una “verdadera
civilización” debería disfrazarse con los ropajes populares para alcanzar al pueblo y
transformarlo. Para cumplir esa tarea la Nueva Generación no debía enfrentar al rosismo sino
apoyarse en el orden por él establecido para realizar sus tareas de transformación cultural.

Frente a Rosas
Obviamente los “viejos” intelectuales ligados al rosismo, como Pedro De Angelis no vieron
con alegría lo que era un claro intento de reemplazo, y postularon la actitud de los miembros
de la Generación del 37 como soberbia juvenil. El propio Rosas no acogió con beneplácito la
“justificación” histórica que estos jóvenes, y en particular Alberdi, le ofrecían. Ante el
rechazo de su propuesta por parte del rosismo, los jóvenes fundaron la “Asociación de la
Joven Argentina¨ inspirada en la Joven Italia y otros movimientos nacionalistas. La
“asociación” tenía el carácter secreto y conspirativo de las logias carbonarias, elemento ligado
a las condiciones represivas del estado rosista. Este clima derivó en el exilio interior y exterior
lo que hizo posible el ingreso de nuevos prosélitos como Sarmiento, reclutado por un
miembro sanjuanino del Salón Literario, Manuel Quiroga Rosas (sí, se llamaba así).
La primera etapa del exilio, tuvo lugar principalmente en Montevideo. En ella se acentuó el
carácter faccioso. Los miembros de la generación del 37, encabezados por Alberdi se
encontraron entre los más entusiastas impulsores de la coalición antirosista encabezada por
Lavalle. La derrota de esa coalición en 1840-41 parecía confirmar la legitimidad de Rosas en
los hechos que eran, para el historicismo, los únicos que, en definitiva, contaban. La situación
parecía desafiar los principios que ordenaban el desarrollo histórico universal en el sentido del
progreso continuo. Se abría, tras la crisis política una crisis de inteligibilidad.

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Luego del fracaso de los movimientos antirosistas y, especialmente, a partir del inicio del
sitio a Montevideo en 1843 gran parte de los intelectuales se dirige a Chile. La mayor
institucionalización chilena lleva al alejamiento de la política facciosa y a acentuar la faz de
intelectuales casi tecnócratas que ponen su saber en servicio del estado. Las diferencias con la
cultura más tradicional de Chile llevaron a acentuar la definición nacional como “argentina”
(en un principio la apelación nacional romántica había priorizado la identidad americana y
oscilado entre las denominaciones de “porteños”, “argentinos”, “rioplatenses”). Chile ofreció
también elementos para pensar un modelo de república y de sociedad, si admiraban el orden
de la república portaliana rechazaban su carácter clasista y su poco dinamismo (y eso lo
podemos ver en las “Bases” de Alberdi, la constitución portaliana de Chile es ejemplo de
orden, pero el ejemplo de progreso es la constitución de California, recientemente unida a
Estados Unidos)

2-Domingo Faustino Sarmiento. El “Facundo”


En Chile ya estaba Sarmiento. De hecho, el sanjuanino había estado exiliado entre 1831 y
1836 y luego había vuelto a San Juan. Fue allí donde, como señalamos antes, tomó contacto
con Manuel Quiroga Rosas y, a través de él, con otros miembros de la Generación del 37. Su
prédica opositora le valió la prisión y un nuevo exilio a Chile donde continuó con la agitación
contra el rosismo a través de la prensa. Respondió a los ataques de los diplomáticos de Rosas
con la publicación en el periódico “El Progreso” de una serie de artículos que daban forma a
un folletín en el que se narraba la vida de Facundo Quiroga y, a través de ello, se trazaba un
cuadro muy negativo del Gobernador de Buenos Aires. Y ello porque la pregunta central del
texto, presente ya en la ​Introducción​, el enigma para cuya develación es convocado el
fantasma, es ¿Por qué una revolución llevada adelante en nombre de la libertad, como lo fue
la Revolución de Mayo, desembocó en el despotismo de Rosas?
Pero, si el gran misterio a resolver es el del triunfo del despotismo rosista ¿por qué el texto se
centra en la figura de Facundo Quiroga y no en la de Rosas? Esto es así porque Sarmiento
considera que Facundo es la figura más más americana de la revolución, Sarmiento considera
que la reconstrucción de su vida permite explicar una de las tendencias que luchan en la
sociedad. Argumenta que el caudillo que encabeza un gran movimiento social no es más que
el espejo en que se reflejan las necesidades, preocupaciones y hábitos de un pueblo. Podemos
ver que, siguiendo los principios del historicismo, Sarmiento considera que las fuerzas en
lucha se manifiestan en figuras representativas, grandes hombres que reúnen y sintetizan las
exigencias de su tiempo. El supuesto de que en cada objeto puede leerse el sentido de una
época, lo que Elías Palti denomina “la semiologización del mundo”, es perfectamente
compatible con la práctica periodística y el género folletinesco, y ello porque la descripción
de un hecho o una forma de vestir no remitirían a lo anecdótico o pintoresco sino develarían
en fragmento los rasgos de una totalidad con sentido. Sentado el principio de que el gran
hombre representa un modo de vida colectivo del que él mismo surge, Sarmiento pasa a la
reconstrucción del mundo rural, el de la “barbarie” de la que surge Facundo. Por
contraposición, aunque menos directamente, se presentará también el otro mundo: el urbano,
el de la “civilización. Como subraya Teran, se deber retener la conjunción del subtítulo:

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“civilización y barbarie”. Se trata de dos fuerzas que entran en tensión, de dos mundos -el de
la ciudad y el de la campaña- que chocan, la barbarie tiene fundamentos sociales, pero
también los tiene la civilización que, a diferencia de lo que sucede en lecturas “teluristas” del
siglo XX, entre ellas la de Martínez Estrada, no es reducida a mera apariencia.
Introduciendo esquemáticamente la estructura del libro, podemos decir que la reconstrucción
del mundo del que surge Facundo, la que no se limita al medio geográfico sino que da cuenta
del tipo de vida que en ese medio se desenvuelve y el tipo de hombre que genera, ocupa la
primera parte del texto (los capítulos 1,2 y 3). A ella la sigue el capítulo 4, en el que se aborda
la Revolución de mayo de 1810 y su consecuencia principal, las ciudades en conflicto
movilizan un mundo rural que luego no pueden desmovilizar. En los capítulos que siguen (del
5 al 13), y que conforman la segunda parte del libro, el paulatino avance de ese mundo rural
sobre las ciudades es reconstruido siguiendo la trayectoria de uno de sus miembros y su
representante más genuino: Facundo Quiroga. Pero, contra lo que se podría hacer imaginar la
adscripción al género biográfico, el texto no se cierra con la muerte de Facundo sino que ésta
abre a la tercera parte del libro en la que se da cuenta de la consolidación del liderazgo de
Rosas (capítulo 14) y se plantea un programa para el orden que lo debe suceder (capítulo 15)

Primera parte. El Escenario


El Capítulo 1 del “Facundo” se abre con una descripción geográfica del territorio de la
Confederación Argentina en el que, luego de subrayar su carácter despoblado –“el mal que
aqueja a la República Argentina es la extensión”- se concentra en la descripción del desierto.
Es importante señalar que para Sarmiento esa condición desértica viene dada no solo por la
inmensidad de la geografía sino también, y particularmente, en particular las tradiciones
españolas desdeñosas del trabajo manual y la navegación. A ello agrega, y no es ocioso
señalarlo, la responsabilidad del particularismo porteño que empobrece y aísla a las provincias
en lugar de liderarlas en la tarea civilizatoria. Las ciudades en general no cumplen con una
función de civilización del medio rural sino que, señala Sarmiento con referencias al Asia y el
Sahara, son oasis en medio del desierto.
En el desierto la vida se da una situación de absoluto aislamiento e independencia. Los
gauchos son nómadas que se mueven detrás del ganado, sin familia ni vivienda estable. Hay
ociosidad, tal como la que gozaban los ciudadanos en la “ciudad antigua” pero no existe el
espacio de reconocimiento ni la cosa pública en la que esos ciudadanos podía distinguirse.
Sarmiento subraya que tampoco hay verdadera religión (y esto es importante para mostrar que
la divisa de Facundo “Religión o Muerte” era solo una excusa) y la educación es la
espontánea en las tareas del campo. Esta da a sus habitantes un sentimiento de superioridad
(por ejemplo, respecto a los extranjeros y a los hombres de las ciudades) y los habitúa a la
crueldad. El gaucho sin instrucción y sin necesidades es feliz en su pobreza, la disolución de
la sociedad en la barbarie tiene ciertos atractivos. La barbarie es vista como un hecho
derivado de la naturaleza humana libre de control. A esta se le contrapone la imagen “clásica”
(Botana la asocia a la pervivencia en Sarmiento de un ideal de libertad antigua) de la ciudad
imbuida de la “virtud” del legislador. Este espíritu clásico convive con cierto romanticismo
primitivista.

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Esta convivencia se hace explícita en el comienzo del capítulo 2 en el que se plantea como
tarea de la literatura nacional la descripción del combate entre civilización europea y barbarie
indígena. Siguiendo a Echeverría, Sarmiento convoca a los escritores argentinos a ocuparse
del propio paisaje, un paisaje que, además, en la pampa hace del hombre un poeta y un
músico. Aquí abre Sarmiento la descripción de los tipos populares: el rastreador (plantea por
un lado que todos los gauchos lo son, pero algunos son especialistas), el baqueano (entre los
que ubica a Rosas), el gaucho malo (central para el texto y del que habla no sin cierta
admiración) y el cantor, al que compara (en la línea romántica y en un tema que reaparecerá a
principios del XX) con los trovadores medievales.
Sarmiento subraya que los pastores habitantes del desierto tienen necesidad de una sociedad
ficticia, que remedie la falta de asociación. Esta sociedad les es provista por la pulpería,
espacio en el que la asociación se produce por repetición. Es en esta “asamblea sin objeto
público” (señala Sarmiento en una clara contraposición a la asamblea clásica y a la libertad
municipal) que se fundan las reputaciones que tienen luego efectos en la escena pública.
(Sarmiento subraya la importancia que tiene en ella el Culto del coraje y la destreza, la lucha a
cuchillo, temas que retomará la literatura argentina y en particular Hernández y Borges). En
las sociedades despolitizadas, afirma, las grandes dotes naturales van a perderse en el crimen,
hay una necesidad en el hombre de desenvolver sus fuerzas y si faltan los medios legítimos, él
se forja un mundo aparte con sus reglas. Así tenemos un gran hombre como Facundo que sin
educación cívica y un espacio donde brillar se hace notable a través del miedo como caudillo.
En la mirada de Sarmiento el surgimiento del caudillo no está desligada de toda
institucionalidad ni de la responsabilidad de las autoridades de la ciudad. Subraya que para
reprimir las costumbres violentas de los hombres del desierto se busca a aún más desalmados
y se los nombra como jueces. Estos tienen los medios ejecutivos y, adoptar una práctica
arbitraria que refuerza las ideas populares ideas acerca de la arbitrariedad del poder. La
injusticia no es vista como abuso ya que el juez siempre es injusto. Por sobre el juez se halla
el comandante de campaña, dotado con los mismos atributos pero ampliados, el que es
nombrado por los poderes de la ciudad en la persona de quien más miedo les inspira para
tenerla ocupada y obediente. Sarmiento enumera: comandantes de campaña fueron López e
Ibarra. Artigas y Güemes, Facundo y Rosas.

Intermedio. La Revolución de mayo


Sarmiento afirma, en el final del capítulo 3, que la vida en el campo no es un accidente sino
un régimen de asociación que basta para explicar la revolución. Argumenta que hasta 1810
había dos sociedades una urbana y otra rural, la revolución hizo que estas se vincularan,
chocaran y finalmente una, la rural, absorbiera a la urbana. La revolución llevó la vida pública
a las ventas (pulperías) y produjo la asociación bélica de la montonera provincial, hija de la
venta y la estancia, enemiga de la ciudad y del ejercito patriota revolucionario, (al que se
identifica así con la ciudad).
Aquí, a comienzos del capítulo 4, se pasa de los cuadros estáticos a la narración. Sarmiento
sostiene que el objeto y fin de la revolución es el movimiento de las ideas europeas. Ese
conflicto, que se libra en el espacio urbano, enfrenta dos facciones: la conservadora y la

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innovadora. La revolución pone en movimiento las cosas, pero al principio el cambio es
moderado e interno a las ciudades. Es un conflicto entre formas de gobierno, que no afecta en
un primer momento la forma de sociedad. De la moderación aristocrática se pasa a la virtud
republicana, encarnada esta última en la figura del legislador. Pero este avance es de corta
vida ya que los legisladores se mostraron incapaces de llevar adelante su tarea, por ignorar
(tanto en el sentido de desconocer como de no preocuparse) el material con el que tenían que
enfrentarse.
El conflicto de ideas que se libraba en la ciudad, y las ideas en general, era ininteligible para
las campañas salvo en la figura de la independencia de la autoridad real, a la que adhería por
sustraerse de toda autoridad. Pero la revolución permitió además dar una ocupación al exceso
de vida que la caracterizaba y fijar un nuevo punto de reunión más amplio. Las disposiciones
guerreras y la antipatía a la autoridad encontraban un camino en el que desenvolverse. Ello
abre el camino a la nueva etapa, la invasión de los bárbaros. Ello implica un cambio de escala:
de las ciudades aptas para la república a los grandes espacios destinados al despotismo.
Siguiendo a Montesquieu y a Tocqueville, Sarmiento argumenta que el despotismo y la
barbarie son resultado del agregado humano en la ausencia de límites y reglas de sociabilidad.
En términos de Tocqueville sería una Edad Media sin castillos, o sea sin poderes intermedios
y libertades aristocráticas. Como en la democracia moderna, no hay lazos sociales orgánicos,
prima el individualismo y aún el egoísmo. El poder es personal y su única fuente de
legitimidad es el miedo. En base a este poder los caudillos, encarnación de esta no-sociedad,
despierta a la masa rural y la hace marchar contra lo único que sobresale en el desierto, la
ciudad (encontramos aquí nuevamente una imagen tocquevilleana y aristocrática, el problema
es el odio de lo igual, la llanura, a lo sobresaliente, las cimas).
Sarmiento ejemplifica el movimiento en la figura de Artigas. Este se suma a la lucha
independentista como comandante de campaña. Pero luego se separa y se enfrenta a Rondeau,
enviado de Buenos Aires. En toda revolución, argumenta, se da una lucha entre
revolucionarios y conservadores, en el Río de la Plata entre patriotas y realistas. Agrega,
recordando el ejemplo francés, que es habitual que los primeros se dividan en exaltados y
moderados, y que los vencidos se rehagan. Pero, advierte, cuando una de las fuerzas llamadas
en auxilio se desprende y forma una ​tercera entidad ​que es hostil a unos y otros, de lo que se
trata es de una fuerza heterogénea. La sociedad no ha conocido su existencia mientras y la
revolución solo ha servido para que se muestre y desenvuelva.
Es en este punto que Sarmiento devela la respuesta a la pregunta planteada al comienzo del
libro: “La guerra de la revolución argentina ha sido doble: primero, la guerra de las ciudades,
iniciadas en la cultura europea, contra los españoles…, y segundo, la guerra de los caudillos
contra las ciudades a fin de librarse de toda sujeción civil y desenvolver su carácter y su odio
contra la civilización. Las ciudades triunfaron de los españoles, y las campañas, de las
ciudades”.

Vida de Facundo
Comienza aquí la presentación de Facundo Quiroga (capítulo 5). A una rápida descripción de
los llanos de La Rioja, sigue el relato de la anécdota de Facundo enfrentado a un tigre.

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Sarmiento recuerda que Facundo mismo era llamado “Tigre de los llanos”, lo que lo lleva a
apoyarse en la frenología para descubrir en él el carácter salvaje, la voluntad firme, la
capacidad de mandar. Las palabras de Sarmiento, que no dejan de traslucir fascinación,
presentan al riojano como un gran hombre. Al relato, que no deja de asociar con otras
“fábulas inventadas”, historias que muestran en el niño el camino futuro del hombre, sigue la
primera ubicación concreta de Facundo: Buenos Aires en 1810, enrolado en el regimiento de
Arribeños, del que deserta. Sarmiento imagina que podría haber sido general de la República
en Perú o Chile, tal el caso de otros gauchos que empezaron de soldados, pero no toleró la
disciplina y desertó. Como Rosas, sostiene, Facundo odiará a los militares de la
Independencia y los perseguirá (Encontramos aquí una oposición que aparece a lo largo del
texto: montoneros- militares de la independencia). Es que para Sarmiento Facundo es un
hombre de genio, pero que no ha aprendido a controlar sus pasiones, se trata del carácter
original de género humano y representa el tipo de la barbarie primitiva, el hombre bestia pero
sagaz y con cierta elevación de miras.
Luego de la presentación de Facundo, Sarmiento vuelve a la descripción de La Rioja, y en
particular de “los llanos” en los que el de “Facundo” se ha hecho un nombre de terror. Es por
ello que es llamado por los partidos de la ciudad que, con el fin de usarlo en sus disputas, lo
nombran comandante de campaña. Facundo no asume directamente la gobernación, sino que
hace y deshace gobernadores. Sarmiento afirma que se inicia así la historia de Facundo y
acaba la de La Rioja. Subraya, apelando a la historia romana, que en ocasiones una mano
firme hace renovar las instituciones, pero cuando bárbaros como Atila conquistan la
civilización, nada nace. Facundo posee el egoísmo de todos los grandes hombres, pero lo
ejercitaba en reunir en torno suyo lo que estaba diseminado en la sociedad inculta: poder,
fortuna y autoridad, lo que no podía adquirir, respetabilidad, lo destruía.
Hasta aquí tenemos a Facundo como amo de La Rioja. Para explicar su expansión más allá de
ella Sarmiento subraya (en el capítulo 7) una contraposición. No la central que estructura el
texto, que opone ciudades a campañas, civilización a barbarie, sino una que había aparecido al
hablar de la revolución de mayo, la que opone a las fuerzas progresivas y conservadoras. Se
trata en ambos casos de fuerzas de la civilización, y por lo tanto situadas en las ciudades. Con
los recursos del folletín Sarmiento las corporiza en dos ciudades: Buenos Aires y Córdoba.
Buenos Aires, que crece hasta que los españoles deben cambiar el mapa hasta darle un lugar,
que vence a los británicos y se llena de un orgullo y una audacia que la lleva a abrazar las
ideas revolucionarias, es una ciudad en la que des-españolización es radical. Frente a ella está
Córdoba, jesuita y universitaria, encerrada en sí misma y en la escolástica, se aísla de los
cambios y de los campos, en ella se organizan las primeras fuerzas contrarrevolucionarias y
en 1820 Bustos adopta la etiqueta de la corte y el quietismo español.
El antagonismo entre el espíritu conservador y el reaccionario, se vería favorecido por el
debilitamiento del vínculo entre las provincias a partir de la independencia. La autoridad,
lamentaba Sarmiento en el capítulo 8, también se veía debilitada por la mirada ingenua de
Rivadavia y los “unitarios” que creyendo que su legitimidad surge del convenio entre
gobernantes y gobernados sino entregan el voto a los gauchos y cuando estos se le oponen
renuncian dejando al pueblo sumido en la barbarie.

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Es necesario subrayar que Sarmiento no cree que se trate de un combate de ideas. Afirma que
la Argentina está constituida de tal manera que siempre será unitaria, aunque el rótulo diga lo
contrario. La llanura continua y los ríos confluyentes a un puerto único la hacen fatalmente
una e indivisible. Por eso, más allá de los nombres, dos fuerzas unitarias se enfrentaron, una
partiendo de Buenos Aires encarnada por Rivadavia, otra del Interior encabezada por
Quiroga. Como el partido revolucionario se llamaba “unitario”, el otro pudo adoptar la
definición de “federal” (definición por oposición). Pero en la práctica se unificaría en torno a
una mano fuerte. Primero, en el interior, con Quiroga; luego en todo el país, con Rosas.
En los capítulos del 9 al 12 Sarmiento da cuenta del crecimiento del poder de Facundo.
Describe el “sistema del terror” que imponte en el interior, pero también y adoptando una
mirada romántica que ve chispas de virtud en los caracteres más negros, destaca sus acciones
generosas. Reconstruye sus enfrentamientos con el general Paz y, no sin detenerse en el
tópico del peso de la fortuna en la historia, destaca que la captura de Paz con un tiro de
boleadoras decidía la suerte de la República.
A la captura de Paz seguiría la derrota de su lugarteniente Lamadrid en la batalla de La
Ciudadela. Afecto a las aparentes paradojas Sarmiento afirma que, si La Ciudadela expulsaba
a los unitarios del país, con ellos se acababa el federalismo y se daba la fusión más completa
del interior en torno a Quiroga. Pero, destaca Sarmiento en el capítulo 13 en el que la
narración lleva a su culminación, un nuevo conflicto se abría: el que oponía a Quiroga,
partidario de la sanción de una constitución y del nombramiento de un presidente de la
República, a Buenos Aires, que bajo la influencia de Rosas y usufructuando el estado de
desorganización, se oponía.
Rosas ya no era gobernador porque, ante la negativa de la Legislatura a renovarle las
facultades extraordinarias luego de la derrota de Paz, había dejado el cargo y partido a realizar
una campaña al desierto. Desde allí, subraya Sarmiento, impulsaba el desorden en la ciudad
confiando en que este haría que los porteños, en particular los federales de la ciudad, cedieran
a sus exigencias. Mientras tanto Quiroga permanece en Santa Fe y luego pasa a Buenos Aires
donde se conecta con unitarios, conspira con los gobernadores del interior y se muestra
favorable a la constitución. Ante la noticia de un conflicto entre los gobiernos de Salta,
Tucumán y Santiago del Estero, Quiroga parte a oficiar de mediador, resuelve los conflictos y
emprende la vuelta. Sarmiento describe un viaje cargado de rumores y presagios, todo
Córdoba sabe de los planes de asesinato. Quiroga y sus acompañantes son asesinados en
Barranca Yaco. Sarmiento concluye: sus asesinos, Santos Pérez y los hermanos Reinafé, a
cargo del gobierno de Córdoba, fueron ajusticiados en Buenos Aires, la historia espera por el
instigador (de lo que acusa a Rosas).

Presente y porvenir
Sarmiento declara que en el crimen de Quiroga y el juicio a sus asesinos se da algo que la
historia vera como fundamental: la fusión de la república en una unidad y la consagración de
Rosas, investido del poder de juzgar a otro gobernador, como jefe unitario absoluto (por eso
el capítulo 14, que habla del gobierno de Rosas a partir de 1835 se titula “Gobierno unitario”).
Los otros gobernadores en adelante son solo “bajáes”, figuras delegadas de escasa

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independencia que Rosas hace y deshace a voluntad. Ningún legislador, señala casi con
admiración, logró nunca el éxito de Rosas en el esfuerzo de refundir la sociedad bajo un
nuevo plan. El sistema unitario se establece. La unidad de la nación se realiza a fuerza de
negarla.
El proceso tiene así un resultado no querido, por una suerte de mano invisible de la historia la
tiranía urbana realiza lo que no pudo el legislador unitario. La unidad en base a las pequeñas
repúblicas, proyecto que se había mostrado como imposible, fue sucedida por el poder
despótico de la ciudad que construyó un orden nacional que no podía sino ser unitario.
Rosas aparece aquí como un instrumento de la Providencia que realiza lo que a la patria le
interesa en el porvenir. Sarmiento enumera los “logros involuntarios” de Rosas: “Ha ligado a
los porteños con los del interior, las ciudades y las campañas (los gauchos al echarse sobre las
ciudades se han hecho ciudadanos). Las garantías subsisten en los extranjeros a los que no
pudo despojar de derechos. Elevado por los gauchos y la plebe el los extingue en las luchas,
cada vez más los trabajos están ocupados por europeos. Ha hecho de la navegación de los ríos
una gran cuestión. Al cerrar la educación ha enviado a cientos de alumnos a estudiar al
exterior. Ha dado crueles lecciones que hicieron a los hombres abandonar las ilusiones de los
unitarios, los jóvenes se han desparramado por América estudiando la vida de los pueblos, la
Argentina es rica en escritores. Todas las cuestiones se han discutido y dicho, todas han
costado torrentes de sangre, el sentimiento de autoridad y la necesidad de contener las
arbitrariedades están en todos los corazones.”
Sarmiento celebra “El sentimiento de la autoridad está en todos los corazones al mismo
tiempo que la necesidad de contener la arbitrariedad de los poderes, la ha inculcado
hondamente Rosas, con sus atrocidades. Ahora no nos queda que hacer sino lo q ue él no ha
hecho, y reparar lo que él ha destruido”
Con la autoridad consolidada y el temor a la arbitrariedad en los corazones, afirma Sarmiento,
sólo queda hacer lo que Rosas no hizo. A la reconstrucción de la situación bajo el orden
rosista sigue, en el capítulo 15, la proclama de un programa que fija tareas para el porvenir:
favorecer el comercio exterior, asegurar las fronteras, fomentar la inmigración, libre
navegación de los ríos, desarrollar la educación, liberar a la prensa, convocar a los hombres
ilustrados, restablecer las formas representativas, hacer justicia, garantizar al culto dignidad,
respetar las diferentes opiniones, establecer relaciones exteriores pacíficas.
La obra, aclara Sarmiento, no se hará de golpe. Sostiene que, aunque se puede tardar un
tiempo en hacer entrar a la sociedad en su quicio, la caída de Rosas abre el camino. Incluso no
descarta la posibilidad de que la paz sea inmediata. Y lo justifica en que los crímenes del
rosismo no fueron espontáneos sino oficiales (y el planteo, que resume la culpabilidad en la
cúpula, abre una puerta a los seguidores de Rosas, incluso a los “mazorqueros” en los que
reconoce virtudes). Pero observa también otros elementos que favorecen la pacificación:
afirma que los pueblos obran por reacciones, por lo que a la inquietud suele seguir la calma;
agrega que las pretensiones desmedidas de los unitarios, que los llevaron, al fracaso han
enseñado a los políticos a ser prudentes en sus propósitos. Pero, sobre todo, y en un tema que
será más ampliamente desarrollado por Alberdi y luego se volverá ideología oficial del
roquismo, declara que son las riquezas por explotar, las empresas por emprender, las que

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contribuirán a aquietar los ánimos. El elemento fundamental de moralización será la
inmigración europea que aún en condiciones de inseguridad ya está viniendo. Con una gran
masa civilizada, confía lo mismo que Alberdi, la guerra civil sería imposible porque la
mayoría no la desearía. Sarmiento concluye con un augurio: La revolución argentina terminó,
sólo la presencia de Rosas se interpone en la carrera hacia el progreso.

3. Cierre de la clase
En 1852, siete años después la publicación de “Facundo” Rosas era derrotado por Urquiza en
la batalla de Caseros. Se iniciaba el ciclo de la “organización nacional” y, aunque no sin
conflictos incluso armados, se consolidaba la apuesta por la apertura al comercio, los capitales
y la inmigración. Ello abriría a una nueva agenda de problemas (entre los cuales, como
veremos los de las epidemias y más en general las “enfermedades sociales” serán algunos de
los más acuciantes), la que en el fin de siglo sería abordada con el instrumental conceptual del
“positivismo”.

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