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‘CAYO’

LUIS GABRIEL MATEO MEJÍA

‘CUENTO CORTO’

JULIO 2021

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I

Yo era un niño cuando conocí a este hombre, era un religioso de nombre Cayo, me toco
verlo por primera vez, él ya se veía muy grande, ahora sé que tenía como sesenta. La
primera vez que lo vi fue al salir de casa, pues su casa se encontraba casi enfrente de la
nuestra. Para ese entonces yo vivía con mis padres y este religioso era hijo único.

Cuando él regresó años después a su casa, solo tenía madre. Su papá había partido desde
hace muchos años, casi cuando yo era niño. Ahora yo con mayor edad, recuerdo el
fallecimiento de sus padres y de las pocas veces que él ha venido a su casa.

Pero un día decidió regresar, casi de forma inoportuna e inexplicablemente. De repente


comencé a observar que en su casa había luz por la noche y ciertos ruidos que llamaron mi
atención. Yo ya era adulto, curiosamente, por extrañas cosas de la vida, también vivía
solo. Quizá esa fue la mayor consonancia que me identifico posteriormente con la vida de
ese viejo amigo. Y bueno, como ya saben ustedes, como la curiosidad es prima hermana
del chisme, pues un día decidí saludarlo al verlo afuera de su casa. Su saludo gentil y
amable, me motivo a saludarlo casi todos los días. Hasta que un día, comenzamos a
entablar diálogo.

Siempre tengo presente su hogar, medio sombrío, con cierto aroma a humedad y café.
Pues como ahora lo entiendo, siempre fue muy amante del sabor del café. Comenzamos a
hablar de cosas triviales, pero a poco me interesó saber de su vida, sobre todo, cómo
había llegado a esa edad y estar completamente solo. Definitivamente, ahora puedo
señalar que fue un monje que decidió regresar a su casa, pero más aún, fue un religioso
que decidió vivir su vida, muy a su manera. Tardé mucho en comprender la simplicidad de
sus palabras, todo me parecía tan absurdo al principio, pero ahora puedo ver la
inconmensurabilidad y absoluto de su misterio. Ahora es que puedo comprender el
enorme impacto que su existencia ha generado en lo más profundo de mi propia alma.

Nunca pensé que solo escuchar a una persona, se pudiera penetrar tan profundamente en
la vida misma. Ya han pasado varios años de todo esto, de hecho, no hace mucho que
murió este hombre. Y por lo mismo, tuve la idea de poner por escrito todo aquello que
platicamos. Primero, porque siento que luego lo olvidaré, segundo, espero que alguna
otra persona que pueda leer este escrito, tenga el aprecio por aprovechar la enorme
sabiduría que yo obtuve de ese viejo amigo. Ese viejo hombre, a quien siempre lo llevo en
mi memoria y en mi corazón.

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II

La vida es un sueño, no me cabe la menor duda, pero entenderlo me llevó a tener


diferentes charlas con mi amigo Cayo. Recuerdo esa conversación, fue una tarde lluviosa,
el café en su casa no podía faltar. Comentamos varias cosas sin importancia, me preguntó
por mi salud y qué cómo me estaba yendo en la escuela, parecían cosas triviales, solo para
romper el hielo y establecer algún punto de conversación que más anclara el pensamiento
al diálogo. Definitivamente, él siempre fue una persona muy sabia, siempre abierta a toda
forma de pensar y toda forma de entender la vida, las cosas, el mismo universo. Hasta
llegué a pensar que había dejado su profesión de vida religiosa, por ser tan abierto, poco
ortodoxo casi casi, nada centrado en vivir alguna regla de su vida religiosa.

No cabe la menor duda que por eso dejó su comunidad de religiosos, su espíritu rebelde
se encerraba en un cuerpo delgado, de vida humilde y sencilla, pero de una fuerza de
pensar completamente libre y absoluta. Cuando Cayo murió, contaba con algunos
achaques, enfermedades que venía acarreando desde su juventud, pero que no pudo en
su momento mejorarlas del todo. Puedo externar que Cayó vivió el sueño de su vida muy
a su manera. De hecho, he llegado a un punto de hacer una evaluación, como un juicio
crítico. En dicha evaluación encuentro una cierta incompatibilidad entre su criterio y el
mío. Pero es algo que estaré explicando con mayor detalle.

Decía que el sueño de la vida de Cayo fue muy particular. Fue un religioso de claustro por
más de cuarenta años, como hijo único de una pareja de padres que se comunicaban en el
silencio de sus vidas, Cayó encontró la vocación a la vida religiosa de forma casi inmediata.
Ese día lluvioso que tuvimos la conversación sobre el sueño de su vida, me hizo hincapié
que su vida, ya como religioso, fue una contemplación del diario vivir para su comunidad,
sobre todo, para contemplar los muchos conceptos y misterios que se encontraban en su
inmensa biblioteca de libros. Como él mismo lo indicó, fue necesario encarnar todos los
saberes, los sentires, los pesares, las dichas y las amarguras de todo lo que conoció fue en
la vida y realidad de los miles de seres humanos con quien tuvo contacto. Para
simplemente llegar a la conclusión de dejar su comunidad de vida contemplativa y
regresar a casa.

En esa charla que conversamos, le hice precisamente esa pregunta: - ¿Por qué decidiste
dejar tu vida de monje? -.

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La respuesta fue sencilla, lo recuerdo bien: - Fue un día que escuché una cita de un texto
litúrgico, una cita que explicaba un pasaje y una idea muy simple. “Si has aprendido a
amar y a servir a tu prójimo, ve practícalo con quienes no lo conocen”. Entonces
comprendí que no tenía más que hacer con quienes, -después de muchos años de trabajo
y de estudio-, ya saben lo que es su vida y lo que esperan de los que los acompañan.
Decidí que era el momento de ir hacia un nuevo horizonte y límite de la existencia. Para ir
aplicar lo mucho que aprendí y se hacer, con quienes no me conocen. Con quienes puedan
necesitarlo desde una perspectiva más en consonancia con la vida diaria y con la realidad.
Por ello, tome la decisión de dejar mi profesión y regresar a casa-.

Puedo decir que Cayo lo logró. Pues el enorme impacto que tuvo en mi vida, lo hizo con
varias otras personas más. Creo que tenía que ser así, teníamos que cruzar nuestras vidas.
Era parte de nuestro sueño de cada persona que conoció y trató a Cayó.

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III

Explicar el sueño de Cayo es explicar su vida, pero no es sencillo, es algo difícil. Requiere
paciencia para entender la enorme encrucijada y telaraña que contiene el enorme bagaje
de años de experiencia y sabiduría acumulada en la vida que entreteje el tiempo, con la
espera, la paciencia, la ansiedad, la angustia, el deseo, la esperanza, la fe, la ilusión y la
existencia. Es como sentir el peso de mil atmosferas. La decisión que tomó Cayo de dejar
su claustro, alejado de la ciudad y del bullicio de los carros. Alejada de la esquizofrenia de
la ciudad, no parece algo lógico y viable, por el contrario, parecería ser algo paradójico.
Pues como él me lo explicó en una ocasión, se supone que los religiosos de retiran de la
vida del mundo en las ciudades, para ir a aquellos lugares alejados. Lugares cuya distancia
y desierto, permiten contemplar su verdadero dios. Lugares donde se retoma el nuevo
dialogo con el ser amado.

Pero Cayo decidió dejarlo. En una oportunidad le pregunté al respecto: - ¿Acaso no es


incongruente de parte de quien ha encontrado su sentido a la vida, hacer lo que hiciste? -.

-Solamente si consideras ese único sentido para entender la vida de esa o aquellas
personas. En mi caso no considero sea así-. Contestó.

- ¿Te diste cuenta que tu vida carecía de pronto de sentido, quizá tu vocación fue un
error? -. Comenté.

- No para nada. Me encontré mi vida con plenitud de amor y sentido hacia mi mismo. Me
daba cuenta que me faltaba más a quien compartirlo. Me daba cuenta que mi vacío de
sentido hacia la existencia se había llenado desde hace muchos años en mi claustro. Lleno
como me sentía en mi alma, decidí dejar mi zona de confort y adentrarme en un nuevo
reto. Uno que llevará mi espíritu a una expresión más completa de mi miso-.

Nunca he de olvidar esas frases, me hicieron reflexionar por mucho tiempo en mi propia
soledad y silencio. Simplemente había cumplido con su propósito que le llevo mas de la
mitad de su vida realizarlo. Se dio cuenta que se había terminado ese propósito, se liberó
de ello y tomo la decisión de comenzar de nuevo. Curiosamente se traía consigo la
profundidad de su ser y la esencia de su personalidad.

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Como mencioné anteriormente, el sueño de Cayo es complicado. Requiere paciencia para
poderlo entender. Los días pasaron, recuerdo esa temporada como las lluvias causaron
muchos estragos en mi región. Las constantes inundaciones aunado a los problemas de
salud, impactaron ese año enormemente. Posteriormente, ya casi para llegar el invierno,
Cayo se puso muy enfermo, por los fríos, su vida sola y sus malos cuidados. Estuvo así
hasta que falleció. Recuerdo ese fin de año, fue un tiempo medio misterioso y mágico al
mismo tiempo. Fueron esos momentos que comencé a entender el enorme impacto que
tuvo Cayo en mi persona. Después de ese invierno, recuerdo bien, nada en mi vida
volvería a ser igual. Mi vida y mi futuro tiene una forma distinta y particular de existir, aún
de ver y comprender mi propio pasado.

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IV

Cuando Cayo era muy joven, se marchó a su convento, su vida se llenó de estudio,
meditación, trabajo y servicio a su templo, además de mucha disciplina para adentrarse en
los misterios de sus libros sagrados. Así lo externó él mismo en cierta ocasión. Si bien sus
padres se habían quedado solos, nunca parecía que hubieran albergado tristeza al saber
que su único hijo se había marchado. De cualquier forma, Cayo estuvo a la muerte de sus
padres. Esos momentos fueron parte de su sueño. Recuerdo bien que en cierta ocasión
platicamos de ello, tuve la oportunidad de hacerle una pregunta media intrigante:
¿Consideras que tu regreso a casa, para estar cerca del último tiempo de vida de tus
padres, haya sido un acto de justicia de tu parte con tu mismo destino? -.

Su respuesta fue con cierto aire de desdén: -Considero que el juicio del destino que
mencionas es del tamaño del juicio que nos hagamos sobre nosotros mismos. Creo que
fue el momento en el que mis padres y yo disfrutamos de la enorme dicha de volvernos a
encontrar juntos. Nuevamente nuestra vida se hacia una y los tres fuimos enormemente
felices en ese instante-.

-Podemos pensar que no fue el momento justo, sino simplemente que fue el momento en
que se dio y estuvieron ahí los tres para tenerlo-.

-Exactamente-.

Desde ese día, como Cayo lo comentó en varias ocasiones, su regreso a casa le permitió
acompañar a sus padres hasta su último día de sus vidas. Pasada esa ocasión, recuerdo
que Cayo comenzó a ir a la universidad en la que yo había estudiado, de hecho, pensé que
llegaría a ser maestro o incorporarse a esa institución. Pero no fue así, solo buscaba dar
ciertas charlas sobre temas de vida religiosa y espiritual. Si mal no recuerdo, en esa vieja
universidad, guiada por otro tipo de religiosos, pero actuales en su trabajo con esa
institución, guardaban cierta academia de trabajos filosóficos y teológicos. Cayo vivió su
última etapa de vida con ciertas carencias, su falta de profesión le impidió conseguir un
buen trabajo. Por fortuna las personas que lo conocimos, como fue mi caso, observamos
bien su problema. De forma casi mágica se podría decir, nunca le falto alimento y algunas
cosas necesarias para vivir. Por mi parte, fue un excelente amigo con quien la vida me

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permitió compartir algo del fruto de mi trabajo. Como lo platique anteriormente, siempre
había café en su casa para ir a platicar.

Realmente la vida de Cayo es un sueño difícil de explicar. Pare algo simple, sencillo y sin
chiste, casi casi, absurdo. Nada más lejos de eso. La profundidad de su amor es un
absoluto sin comparación y sin igual. Su espera por seguir viviendo hasta el momento de
su muerte no es algo sencillo de comprender.

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IV

En otra oportunidad tuvimos una conversación, una que no puedo dejar de lado.
Recuerdo bien esa charla, fue al llegar de mi trabajo. Quise ir a visitarlo, pues ir a platicar
con él era sencillo, vivía enfrente de mi casa. Ese día conversamos hasta la madrugada,
por cierto, otra visita había llegado primero. Fue fácil hacer la conversación entre los tres,
pues Cayo integraba muy bien a un hilo las tres formas de pensar. Siempre recuerdo de
Cayo con cariño su facilidad para retomar el aspecto más profundo del pensamiento de
cada persona que se acercaba a platicar con él.

Ese día hablamos sobre la armonía de la vida. De cómo su búsqueda causaba equilibrio y
felicidad a la vida de las personas. Pero Cayo señalaba que no era exactamente así. No
resulto algo sencillo de explicar. Definitivamente entre los tres había puntos de vista
distintos respecto a lo que era la felicidad.

Recuerdo que esa charla nos llevó varias veces a la cocina a preparar varias tazas de café.
Lo que implicaba cruzar un pequeño patio, más parecía un jardín, lleno de plantas y un
viejo naranjo que cuidaba su padre. Ese día hubo luna llena y el frio calaba fuerte. Cayo
postulaba que la felicidad de cada persona era el resultado de la forma en que cada ser
humano tenía su propio sueño de la vida. Resultaba complicado de asimilar, pues era
obvio que cada persona tiene sus propios deseos e ilusiones en este mundo. Además, el
equilibrio en cada persona, resultaba ser correspondiente con su forma de estar
posicionados ante esas partes que componen, lo más profundo de nuestro anhelo para
vivir. En esa conversación, recuerdo que hice una pregunta:

- ¿Por qué las personas equilibran sus vidas de forma tan distinta? Parecería que no existe
tal equilibrio que se postula-.

De hecho, la otra persona, que era una señora y amiga de Cayo, pues conocía a sus padres
desde hace años, comentó algo que nos hizo profundizar aún más en el diálogo: -Todavía
resulta más complicado pensar que ante las difíciles pruebas y problemas de la vida, las
personas puedan lograr el equilibrio. Cómo pensar que un padre retomara la normalidad
después de saber que pierde la vida de un hijo por alguna enfermedad-.

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Definitivamente, vivir la vida con cierta motivación propositiva ante un mundo tan
complicado, resulta más utópico que asertivo. Comenté reiteradamente. Por fin después
de mucho escucharnos a las dos personas tan distintas, nuestro amigo Cayo se decidió a
explicarnos su punto de vista. Para nada resulto ser algo convencional.

-Entiendo que aquello que armoniza la motivación hacia la vida, va religado con el
corazón, la conciencia quizá, pero principalmente, la percepción de saber que en la
realidad se manifiesta de forma concreta lo que deseamos-.

-Lo cual, resulta ser siempre una ecuación con imposibilidad de solucionarse-. Externé.

Pero entonces la explicación que nos dio nuestro amigo Cayo, no solo fue para dejarme
pensando por largo tiempo, sino que, me permitió comprender su vida aún más.
Imposible pensar que su vida había sido en vano después de esa conversación. En
concreto, su explicación giraba en función de lo siguiente:

La existencia de cada ser humano tiene un sentido. Dicho sentido se encuentra en lo más
profundo del subconsciente de cada persona, implica la aceptación de los anhelos más
profundos que se quieren vivir, además, implican los puntos ciegos de la experiencia que
aún nos faltan por vivir. Cabría pensar que al final de la vida de cada persona, su
experiencia esta completa. Por desgracia la gente suele olvidar ese contacto directo entre
su conciencia y su corazón, aceptando el sabotaje a su propio deseo. Lo que lleva a
muchas personas a experimentar fracasos, miedo y frustración, como errores cruciales de
sus propias vidas.

En definitiva, lo que explicaba Cayo no parecía estar fuera de cordura. Sin embargo, me
resultaba contradictorio a las decisiones de ciertas personas que optaban por la renuncia y
el alejamiento, como en el caso de mi amigo Cayo. Por lo que no dude en externarlo:

- ¿Cuál sería el equilibrio de una persona que renuncia totalmente a todos y al mismo
mundo? -.

-Aun así, hay equilibrio para la persona que lo hace y las personas involucradas-. Me
recalco mi amigo. Como realmente me fue complicado entender, tuve que pedirle
encarecidamente que me explicara.

Cayo, con su tono tranquilo, siempre buscando un momento para prender su cigarrillo, me
comento: -Solo la vida sin ilusiones y deseos no es vana-.

Ya para despedirnos, pues la otra persona también tenía que retirarse, tuve que reprimir
un poco las ganas de llorar, pues sí que me había calado hondo esos comentarios. Así que
simplemente nos despedimos las tres personas. Sorprendentemente, vi alejarse a aquella

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señora, como si nada, con toda la tranquilidad. No me cabía ni la menor duda, como lo
explicaba Cayo en reiteradas ocasiones, cada persona percibe la realidad de forma única.

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V

Cuando Cayo murió estaba por llegar la primera. El frio había comenzado a cesar. El
bullicio de la ciudad era imparable, pero por donde él vivía, siempre era una calle
tranquila.

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