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En el post de hoy quiero explicarte en qué consiste exactamente este fenómeno, ya que
aunque a primera vista parezca inofensivo, en la práctica puede hacer que pases demasiado
tiempo en un empleo que odias, una relación que no te llena o en un proyecto que no
funciona.
Hace unos meses empecé un proyecto online con mi hermano Guillermo. Nos pareció una
buena oportunidad y decidimos apostar fuerte por él para intentar sacarlo adelante.
Aunque la cosa empezó relativamente bien, con ganancias cercanas a los 1.000 euros
mensuales, los gastos también eran muy altos y el negocio no acababa de ser rentable.
Llegamos a un punto en que habíamos invertido más de 5.000 euros y habíamos ingresado
menos de 2.000, y la situación no tenía pinta de mejorar. Para colmo, una penalización de
Facebook –que es todavía menos transparente que Google– hizo que nuestras pequeñas
ganancias se desplomaran.
Era el momento de aceptar que nuestra idea no había funcionado, asumir pérdidas y pasar a
otra cosa.
Lo que hace interesante a los costos hundidos no es el gasto en sí, que no tiene nada de
Sin embargo, él se negó. «Ángel», me dijo. «Nos hemos gastado más de 5.000 euros en este
proyecto, así que si vendemos la página tiene que ser por ese precio».
Cuanto más recursos inviertes en un proyecto (un negocio, una relación, una carrera
universitaria…), más te atas a él emocionalmente y más te cuesta abandonarlo.
A los seres humanos nos afecta la falacia del costo hundido porque no nos gusta perder. Lo
odiamos. Y abandonar un proyecto en el que has invertido una gran cantidad de tiempo,
energía y/o dinero significa asumir que nunca más recuperarás esos recursos. ¡Ouch!
Como no queremos aceptar la realidad, preferimos ponernos una venda en los ojos y
comportarnos de forma irracional. Más concretamente, nos volvemos demasiado:
Actuar así es parte de nuestra naturaleza. No podemos evitarlo. Por eso es tan difícil no
dejarse influir por los costos hundidos.
El problema es que esto no nos beneficia. Nos hace tomar decisiones erróneas, o peor aun:
bloquearnos durante años sin hacer nada a pesar de estar en un callejón sin salida. Es la causa
del «más vale malo conocido que bueno por conocer».
Estas son algunas recomendaciones para evitar caer en la falacia del costo hundido:
Si mi hermano Guillermo hubiese sabido todo esto cuando recibió la oferta por la web, podría
haber detectado que el fuerte instinto que le animaba a no vender era fruto de la falacia del
costo hundido.
En vez de dejarse llevar por ese impulso, habría analizado la situación fríamente y habría
llegado a la conclusión de que, dadas las circunstancias, el proyecto no iba a dar beneficios y lo
mejor era recuperar 1.500 euros. Es cierto que habría perdido bastante dinero, pero también
había aprendido valiosas lecciones de cara al futuro.
Una vez liquidada la página, sus preocupaciones y responsabilidades serían menores, y podría
dedicar todo su tiempo y recursos a otros proyectos más provechosos.
Abandonar es de valientes