el sentido del universo, pero algo hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres.
Jorge Luis Borges
El libro de los seres imaginarios
La sombra oscureció la tierra.
Los pájaros se enredaron en las ramas, apresurados, buscando refugio. Todos se olvidaron de cantar. Los animales se escondieron en sus cuevas y los peces se sumergieron LOS hasta lo más profundo de los ríos. Los hombres, los únicos que no sabían qué hacer, se cubrieron las DRAGONES cabezas y las ropas con cenizas y se arrodillaron pidiendo perdón por sus pecados. Del otro lado del mundo también una sombra oscureció la tierra.
Los pájaros cantaron sus mejores canciones convencidos de que había
llegado la primavera, los animales salieron de sus cuevas y corretearon, alegres por los campos, porque había llegado el tiempo del amor. Y los peces de las profundidades se asomaron a la superficie de las aguas para recibir los beneficios de la gran sombra. Los hombres abrieron las puertas de sus casas, elevaron los ojos y se inclinaron en un saludo de alegría.
En las dos puntas del mundo había aparecido un dragón.
Para el Occidente era una clara muestra del horror que se
avecinaba, la presencia de un demonio que venía a castigar, un símbolo del mal que se adueñaba de la tierra y del que pocos podrían escapar.
O tal vez nadie.
Y entonces los arrepentimientos, los miedos y los llantos
poblaron las ciudades y un indescriptible temblor recorrió el cuerpo de cada hombre y de cada mujer.
Para el mundo del Oriente la sombra era la muestra de la
llegada de la alegría, de la risa, del buen tiempo. Las flores y los frutos poblarían la región, la comida alcanzaría para todos y nacerían hermosos y fuertes niños acompañados por una larga bendición. Las mujeres adornaron las mesas con los mejores manjares, porque era un día para festejar.
Ningún animal, real o imaginario, puebla la historia y la
mitología de todas las naciones en las cuatro esquinas del mundo como el dragón. En algunos casos venerado como un dios benéfico, y en los otros combatido como el monstruo más poderoso, símbolo de la maldad y al que el hombre debe destruir.
Ninguno de los animales de la prehistoria, esas múltiples
familias de dinosaurios gigantescos, de inmensos pterodáctilos y feroces saurios, de monstruos de la tierra, del agua y del aire, y de cuya existencia nadie duda, ya que los esqueletos comprueban sus realidad, dejaron una huella en la memoria de los hombres como los dragones.
Temerosos de lo desconocido, de lo inexplicable de un
mundo donde todas las tardes el sol desaparecía y volvía a aparecer por las mañanas, del misterio de la lluvia y el trueno, de lo incomprensible de la vida y de la muerte, en los comienzos el hombre necesitó alguna explicación que lo tranquilizara, alguna palabra para entender lo misterioso y oscuro de la naturaleza. Alguna palabra para expresar sus miedos. Tal vez pudo encontrarla en la figura de un dragón.
En una hermosa página Ssu-Ma Ch`ien, citado por Borges en
El libro de los seres imaginarios, dice: “Los pájaros vuelan, los peces nadan y los animales corren. El que corre puede ser detenido por una trampa, el que nada por una red y el que vuela por una flecha. Pero ahí está el dragón; no sé cómo cabalga en el viento ni cómo llega al cielo”. Bestiario, Gustavo Roldán