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En las noches de luna llena los perros empiezan a ladrar de miedo, sus aullidos erizan
la piel y anuncian la presencia de una entidad que no es humana ni animal: el lobizón,
un hombre que se transforma en lobo. Esta es la leyenda del lobizón.
Según la leyenda nacida en el norte del país, Luisón era el séptimo hijo de Tau y
keraná (de la mitología guaraní), que cargó con una maldición que pesaba sobre sus
padres. “Es el monstruo más temido y aborrecido de los engendros malditos”, señalan
los libros.
Pero esta norma no impidió que la gente siguiera mirado de reojo al séptimo hijo
varón, que se convertiría en lobizón, y a la séptima hija mujer que indefectiblemente
sería bruja.
El escritor chaqueño José Ramón Farías, dejó su versión del Lobizón en el libro “Mitos y
leyendas Argentinas”. Allí aseguró que la creencia de la transformación del hombre en
un animal es antiquísima. “Herodoto registra historias recogidas en sus viajes sobre
un pueblo que en determinada época del año sus pobladores se transformaban en
lobos”.
Reseñó que cuando Sebastián Gaboto (explorador en el Río de la Plata) conoció a los
aborígenes guaraníes, en las cercanías de la actual Itatí, ya existía la idea de hombres
que se convertían en tigre.
Los jesuitas, señala el chaqueño, disfrazaron muchas creencias nativas con ropaje
religioso para facilitar la transferencia de la nueva doctrina. De esta manera, algunos
valores o reglas sociales eran transmitidos como tabúes relatando historias
fantásticas. Si nacían siete hijos varones seguidos, el último sería maldito
transformándose en lobo o perro, los días viernes a la medianoche. Y si se trataba de
la séptima hija mujer, ésta sería bruja.
De esta manera, Dios castigaba a los infieles y a los que no cumplían con sus mandatos
a sufrir horrendos castigos.
“Dicen nuestros paisanos que el hombre lobo se lo puede reconocer los días sábados
porque sufre fuertes dolores de estómago y su olor es insoportable, ya que el viernes a
la noche vagó por los basurales, se revolcó en las osamentas, comió carne podrida,
engulló algún niño sin bautizar y atacó a cuanto caminante encontró”.
También dicen que lo vieron largando fuego por los ojos y la boca. En Chaco dicen que
es un perro negro grande, sin cabeza, o si la tiene luce una oreja corta y una larga
hasta el piso. Que arrastra cadenas y produce tanto terror su presencia que los perros
gimen y se esconden al solo olfatearlo.