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¿Qué es real y qué es fantástico?

Lo normal no es sino un código. En una entrevista para Vice, afirmó que la


etiqueta del género la asusta a veces: «… el lector que busque fantasmas, brujas y
mundos paralelos va a llevarse una desilusión». Para Schweblin, lo fantástico está
en los detalles mínimos. «Un detalle, un gesto, una sospecha, que abre la historia a
la posibilidad de otra cosa. Creo que una de las cosas que más me fascinan cuando
escribo es lograr correr el velo entre lo “normal”, y lo “anormal”, comprobar una y
otra vez que lo que consideramos normal a veces no es más que un pacto social, un
espacio cerrado y seguro que nos permite movernos sin vislumbrar nunca lo
desconocido. Pero lo desconocido no es lo inventado ni lo imposible, ¡por favor!».

Los cuentos de Samanta Schweblin

Los cuentos de Samanta Schweblin están llenos de esa extraña


limitación de información. Uno alcanza a sentir que hay algo
ahí que no nos están diciendo. Quizá porque escribe como
lectora, dice ella, pensando siempre en una voz narrativa
autoritaria que no deje duda de que posee el control de
lo que narra, en quien confiamos como quien confía en sus
padres para ser guiado por un buen camino.

Tal vez, sentimos la extrañeza porque Schweblin se toma su tiempo al estirar el


hilo de la tensión sin romperlo jamás. En diversas entrevistas, la autora compara la
tensión narrativa con la de un hilo del que nunca se debe alcanzar su origen, uno
que siempre se ha de mantener estirado sin importar cuánto avancemos los
lectores.

«Mariposas», de Samanta Schweblin


En su libro Pájaros en la boca, la autora despliega diversos mecanismos que van
de lo extraño a lo fantástico, y de lo fantástico a lo maravilloso. En todos ellos, sin
embargo, persiste una sospecha. Por ejemplo, su cuento «Mariposas» trata de un
padre que espera a su hija a la salida de la escuela. Junto a él, otros padres esperan
a sus hijos. Justo entonces, de las puertas de la escuela, sale una mariposa, que
revolotea alrededor del padre protagonista, quien, sin querer, termina apretándole
las alas, condenándola para siempre a no volver a volar. Ante la mirada atónita de
otros padres, decide aplastarla para evitarle sufrimiento. Un momento después, un
montón de mariposas salen de la escuela.

El cuento, de poco más de 500 palabras (un cuento que bien podría pasar por
microficción), abre con la ilusión de encontrar a una hija al salir de la escuela y
concluye con un parricidio (eso, claro, si admitimos que la mariposa sí es la hija, y
no una extraña coincidencia).

«Pájaros en la boca», de Samanta Schweblin

Otros cuentos de Schweblin siguen la estela de la familia como eje capital de lo


extraño, como «Pájaros en la boca». En él, un padre se niega a aceptar que su hija
come pájaros —pájaros crudos, puestos en una jaula por la madre—, llevándola al
borde de la muerte por inanición al negarse a que su hija siga con el hábito.

Al final, sabiendo que comer pájaros no es lo peor que podría hacer su hija, decide
llevarle él mismo un pájaro a la habitación para que lo coma.

El papel del lector en las historias fantásticas


La misma Samanta Schweblin dice, en otra entrevista, que lo fantástico pareciera
ser, en la lectura de sus cuentos, algo que busca o adjudica el lector, como el
código que elige para dar sentido a las historias.

Basta preguntar, hasta este punto, ¿es acaso probable que la asunción de lo
fantástico se deba a los lectores, más que al contenido en sí de lo narrado o a los
medios a través de los cuales se cuenta?

Algunas de sus historias dan cuenta de una realidad insospechada, extraña, pero
perfectamente plausible. Real. En otros cuentos, algunos más difusos en esa línea,
recurre a la misma peculiaridad en el modo de omitir lo que ocurre (como ese «no
pude ver lo que hizo») para generar la sensación de irrealidad, de que hay algo más
que se le escapa al lector. Que no es, en el caso citado por ejemplo, solo una niña
que come pájaros, sino que esa niña debe ser algo más, debe esconder esa imagen,
poderosa eso sí, algo de irreal.

Lo mismo sucede con «Mariposas»: ¿acaso la autora nos da una pista de que los
niños no van a salir? Los otros padres miran extrañados al protagonista pisando la
mariposa, pero ¿no lo haría cualquiera, siendo las mariposas uno de los insectos
que socialmente se consideran de mayor belleza? ¿No es en ese caso el lector quien
asume que está frente a una historia fantástica, como en el de «Pájaros en la boca»?

La misma pregunta podría hacerse no solo a los cuentos de Samanta, sino a lo que
entendemos por literatura fantástica en general. ¿Dónde está el género fantástico:
en el texto o en los códigos del lector para leer la realidad? Y en esa sospecha,
quizá, es donde se halla la riqueza de un género al que le queda muchísimo por
explorar.

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