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I.

En La Doctrina Trascendental y Especulativa


de La Física de los Elementos (Por partes
explicativas).
En la Primera Parte, Exposición de la Estética Trascendental...

A. El espacio. Como intuición pura.

[§1. Explicación del objeto físico de este concepto.]

Por medio del un sentido externo que es la propiedad de nuestra facultad psíquica en una
parte externa de la intuición de las percepciones) nos representamos objetos como
exteriores a nosotros y como estando todos en el espacio, dentro del cual son determinadas
o determinables; su figura, su magnitud y sus relaciones mutuas. Esto sólo puede suceder
en el sentido interno por medio del cual el psiquismo se intuye así mismo o su estado
interno no suministra intuición alguna del alma misma como objeto. Sin embargo, hay sólo
una forma determinada bajo la que es posible la intuición de un estado interno, de modo
que todo cuanto pertenece a las determinaciones internas es representado en relaciones de
tiempo. El tiempo no puede ser intuido como algo exterior, ni tampoco el espacio como algo
en nosotros. ¿Qué son, pues, el espacio y el tiempo? ¿Son seres reales? ¿Son sólo
determinaciones de las cosas o también relaciones de éstas? Pero ¿lo son acaso en cuanto
pertenecientes a las cosas incluso en el caso de no ser intuidas o lo son sólo en cuanto
inherentes a la condición subjetiva de nuestro psiquismo, condición sin la cual no podrían
atribuirse esos predicados a ninguna cosa? Para informarnos sobre la cuestión, vamos a
exponer primero el concepto y objeto del espacio. [Por exposición (expositio) entiendo la
representación clara (aunque no sea detallada) de lo que pertenece a un concepto. La
exposición es metafísica cuando contiene lo que nos muestra el concepto en cuanto dado a
priori.]

i. El espacio no es un concepto empírico si se extrae de experiencias


externas o relativas a la intuición del sentido externo de la percepción.
En efecto, para poner ciertas sensaciones en relación con algo
exterior a mí (es decir, con algo que se halle en un lugar del espacio
distinto del ocupado por mi) e, igualmente, para poder
representármelas unas fuera [o al lado] de otras y, por tanto, no sólo
como distintas, sino como situadas en lugares diferentes, debo
presuponer de antemano la representación del espacio. En
consecuencia, la representación del espacio no puede estar, pues,
tomada en el sentido de la relación como fenómeno externo de las
percepciones (exteriori) a través de la experiencia, sino que esta parte
del sentido externo de la experiencia, misma que es posible, lo es
pero solamente a través de una representación pensada (mediata).

ii. El espacio es en esta instancia una necesaria representación a priori


que sirve de base a todas las intuiciones externas. Jamás podríamos
representarnos la falta de espacio, aunque sí podemos muy bien
pensar que no haya objetos en él. El espacio es, pues, considerado
como condición de posibilidad de los fenómenos, no como una
determinación dependiente de ellos, sino una representación a priori
en la que se basan necesariamente los fenómenos externos.1 En
consecuencia, tal representación no puede tomarse, mediante la
experiencia, de las relaciones del fenómeno externo, sino que esa
misma forma de especie de experiencia externa es sólo posible
gracias a dicha representación.2

3
iii. El espacio no es un concepto discursivo o, como se dice, un
concepto universal de relaciones entre cosas en general, sino una
intuición pura. En efecto, ante todo sólo podemos representarnos un
espacio único. Cuando se habla de muchos espacios, no se
entienden por tales sino partes del mismo espacio único. Esas partes
tampoco pueden preceder al espacio único y omnicomprensivo como
si fueran, por así decirlo, elementos de los que se compondría aquel,
sino que solamente pueden ser pensadas dentro como parte de él
mismo, es decir, como fenómenos internos. El espacio es
esencialmente uno. Su multiplicidad y, por tanto, también, el mismo
concepto universal de espacio, surge tan sólo al limitarlo a la
experiencia o relación práctica. De ahí se sigue que todos los
conceptos del espacio tienen como base una intuición a priori (de
origen primero), no una empírica. De igual forma, tampoco los
principios geométricos (por ejemplo, que dos lados juntos en un
triángulo son mayores que un tercero) nunca derivan de los
conceptos generales de linea y triángulo, sino de intuición y, además,
a priori, con certeza apodíctica4.

1 Significaría entonces que en el sentido de los fenómenos se encuentra una noción que en la
sensibilidad, en un principio dió inteligencia y forma conceptual pero ligado a ello como fenómeno
interno o parte interna de los fenómenos en relación al tiempo.
2 En A: viene a continuación el siguiente párrafo:
«como número iii y no ii. En esta necesidad a priori se funda la certeza apodíctica de todos los
principios geométricos y la posibilidad de sus construcciones apriori. En efecto, si esta representación
del espacio fuese un concepto adquirido a posteriori, tomado de la experiencia externa general, los
primeros principios de la determinación matemática no serían más que percepciones. Tendrían,
pues, todo el carácter contingente en éstas. Tampoco sería necesario que entre dos puntos hubiese
una sola linea recta un principio de su psicología, sino que sería la experiencia la que lo enseñaría en
cada caso como percepción y apercepción, lo que llamamos la consciencia del objeto. Lo que se
extrae entonces de la experiencia posee sólo una universalidad relativa, es decir, la obtenida
mediante inducción. Por consiguiente, podríamos afirmar tan sólo que, según lo observado hasta
ahora, no se ha encontrado ningún espacio que tenga más de tres dimensiones.» allí radica
entonces la necesidad de la aplicación de la metafísica (especulativa de La Física) cómo ciencia [ya
que el carácter (ética del objeto) de un estado abierto de las percepciones es la contingencia.]
3 En A: «4.―».
5
iv. El espacio se representa como una magnitud dada infinita. Se debe
pensar cada concepto como una representación que está contenida
en una infinita cantidad de diferentes representaciones posibles
(como su característica común) y que, consiguientemente, la
subsume. Pero ningún concepto, en cuanto tal, puede pensarse como
conteniendo en sí una multitud de representaciones. Así es, no
obstante, como se piensa el espacio, ya que todas sus partes
coexisten ad infinitum. La originaria representación del espacio es,
pues, una intuición a priori, no un concepto.

[§2. Exposición Trascendental del concepto de espacio.

Entiendo por exposición trascendental la explicación de un concepto como principio a partir


del cual puede entenderse la posibilidad de otros conocimientos sintéticos a priori. Para tal
objetivo hace falta:

1). que esos conocimientos surjan realmente del concepto dado;


2). que esos conocimientos sólo sean posibles suponiendo una forma
dada de explicación de dicho concepto.

La geometría es una ciencia que establece las propiedades del espacio sintéticamente y, no
obstante, a priori. ¿Cuál ha de ser, pues, la representación del espacio para que sea posible
semejante conocimiento del mismo? Tiene que ser originariamente una intuición, ya que del
simple concepto no pueden extraerse proposiciones que vayan más allá del concepto, cosa
que, sin embargo, ocurre en la geometría (vid. Introducción V). Esa intuición tiene que
hallarse en nosotros a priori, es decir, previamente a toda percepción de objetos, y,
consiguientemente, ha de ser una intuición pura, no empírica. En efecto, las proposiciones
de la geometría son todas apodícticas, es decir, van acompañadas de la consciencia de la
necesidad, como por ejemplo, la que afirma que el espacio sólo tiene tres dimensiones.
Tales proposiciones no pueden ser juicio empíricos o de experiencia, como tampoco ser
deducidas de ellos (vid. Introducción II).6

¿Cómo puede, pues, hallarse en nuestro psiquismo una intuición externa que precede a los
mismos objetos y en la que podemos determinar a priori el concepto de esos objetos?

4 Por este concepto, reconocemos la comunidad de los juicios en el objeto, por una parte el principio
de la necesidad en supresión de sí mismo y por otra la, a priori, la universalidad del concepto en el
objeto por el cual se pensó como construido con principios a priori en tal concepto.
5 En A:«5.― El espacio se representa como una magnitud dada infinita. Un concepto general de
espacio (que es común a un pie lo mismo que a una vara), nada puede establecer respecto de la
magnitud. De no ser ilimitado el avance de la intuición, ningún concepto de relaciones conllevaría un
principio de la infinitud de las mismas».

6 Aquí se cita una nota del traductor donde dice que reformula lo dicho en A, pero no exponer en que
sentido o de que forma, o que aspecto, entonces al comparar yo mismo los dos parrafo y es respecto
al párrafo 3 de A en la cita anterior número 4.
Evidentemente, sólo en la medida en que tal intuición se asiente en el sujeto como
propiedad formal de éste de ser efectuado por objetos y de recibir, por este medio, una
representación inmediata de los mismos, es decir, una intuición. Por consiguiente, sólo en
cuanto forma del sentido externo en general.

En consecuencia, sólo nuestra explicación hace comprensible la posibilidad de la


geometría como conocimiento sintético a priori. El no suministrar tal comprensión constituirá
el rasgo más seguro para distinguir de la nuestra cualquier otra explicación, aunque a
primera vista se parezca algo a ella.]

■ Consecuencias de los conceptos anteriores.

a). El espacio no representa ninguna propiedad de las cosas, ni en sí mismas ni


en sus relaciones mutuas, es decir, ninguna propiedad inherente a los
objetos mismos y capaz de subsistir una vez hecha abstracción de todas las
condiciones subjetivas de la intuición. Pues ninguna determinación, sea
absoluta o relativa, puede ser intuida con anterioridad a la existencia de las
cosas a las que corresponda ni, por tanto, ser intuida a priori.

b). El espacio no es más que la forma de todos los fenómenos de los sentidos
externos, es decir, la condición subjetiva de la sensibilidad. Sólo bajo esta
condición nos es posible la intuición externa. Ahora bien, dado que la
receptividad del sujeto, cualidad consistente en poder ser afectado por los
objetos, precede necesariamente a toda intuición de esos objetos, es posible
entender cómo la forma de todos puede darse en el psiquismo con
anterioridad a toda percepción real, es decir, a priori, y cómo puede ella, en
cuanto intuición pura en la que tienen que ser determinados todos los
objetos, contener, previamente a toda experiencia, principios que regulen las
relaciones de esos objetos.

Sólo podemos, pues, hablar del espacio, del ser extenso, etc., desde el punto de vista
humano. Si nos desprendemos de la única condición subjetiva bajo la cual podemos recibir
la intuición externa, a saber, que seamos afectados por los objetos externos, nada significa
la representación del espacio. Este predicado sólo es atribuido a las cosas en la medida en
que éstas se manifiestan en nosotros, es decir, en la medida en que son objetos de la
sensibilidad. La forma constante de esa receptividad que llamamos sensibilidad es una
condición necesaria de todas las relaciones en que intuimos objetos como exteriores a
nosotros y, si se abstrae de tales objetos, tenemos una intuición pura (en cuanto espacio
interno en el tiempo, inteligible) que lleva el nombre de espacio. No podemos considerar las
especiales condiciones de la sensibilidad como condiciones de posibilidad de las cosas,
sino sólo de sus fenómenos.7 Por ello podemos decir que el espacio abarca todas las cosas
7 Siendo entonces los fenómenos algo de las posibilidades en cuanto a la sensibilidad e
inteligibilidad o sentido externo e interno aquí encontramos ya lo que es denominado cómo
fenomenología (o sea en sus fenómenos advirtiendo trascendentalmente este lapso de proceso del
objeto en cuanto a una relación).
A. [Texto en A]: Por ello no puede esta condición subjetiva de todo fenómeno externo
compararse con ninguna otra. El sabor de un vino no forma parte de las determinaciones
que se nos pueden manifestar exteriormente, pero no todas las cosas en sí mismas, sean
intuidas o no y sean quien sea el que las intuya. En efecto, no podemos juzgar si las
intuiciones de otros seres pensantes están sometidas a las mismas condiciones que limitan
nuestra intuición y que tienen para nosotros validez universal. Si añadimos al concepto del
sujeto la limitación de un juicio, éste posee entonces validez absoluta. La proposición:
«todas las cosas se hallan yuxtapuestas» sólo es válida si la limitamos de forma que esas
cosas sean entendidas como objetos de nuestra intuición sensible. Si añado ahora la
condición al concepto y digo: «Todas las cosas, en cuanto fenómenos externos, se hallan
yuxtapuestas en el espacio», entonces la regla es universalmente válida y sin restricción.
Nuestra exposición enseña, pues, la realidad (es decir, la validez objetiva) del espacio en
relación con todo lo que puede presentársenos exteriormente como objeto, pero establece,
a la vez, la idealidad del mismo en relación con las cosas consideradas en sí mismas
mediante la razón, es decir, prescindiendo del carácter de nuestra sensibilidad. Afirmamos,
pues, la realidad empírica del espacio (con respecto a toda experiencia externa posible de
sensibilidad, sentido externo o afectación de las cosas que suceden), pero, sostenemos , a
la vez, la idealidad trascendental del mismo, es decir, afirmamos que no existe si
prescindimos de la condición de posibilidad de toda experiencia y lo consideramos como
algo subyacente a las cosas en sí mismas. Exceptuando el espacio, no hay ninguna
representación subjetiva y referente a algo exterior que pudiera llamarse a priori objetiva.
PuesA de ninguna de tales representaciones pueden derivarse proposiciones sintéticas a
priori como podemos hacerlo, en cambio, de la intuición del espacio (§ 2). Por eso no les
corresponde, hablando con precisión, ninguna idealidad, aunque coinciden con la
representación del espacio en el hecho de pertenecer a la simple naturaleza subjetiva de
nuestro modo de sentir, por ejemplo de la vista, del oído, del tacto y sus respectivas
sensaciones de color, sonido, calor, las cuales, al ser simples sensaciones y no intuiciones,
no permiten por sí mismas reconocer objeto alguno, y mucho menos a priori.

La intención de esta observación es simplemente la de evitar que se le ocurra a


quién defienda la idealidad del espacio el explicarla mediante ejemplos tan insuficientes.
Efectivamente, los colores, el sabor, etc., no son considerados, con razón, como
propiedades de las cosas, sino como meras modificaciones subjetivas que pueden incluso
ser diferentes según las personas. En estos casos, lo que originalmente sólo es por sí

objetivas del vino ni, consiguientemente, de las determinaciones de ningún objeto, aunque
sea considerado como fenómeno, sino que pertenece a la especial naturaleza del sentido de
quién lo saboréa . Los colores no son propiedades de los cuerpos a cuya intuición van
ligados , sino que son simples modificaciones del sentido visual al ser éste afectado de
alguna forma por la luz. El espacio, en cambio, pertenece necesariamente, en cuanto
condición de los objetos externos, al fenómeno o intuición de estos. Ni el sabor ni los colores
son condiciones indispensables para que puedan convertirse en objetos de nuestros
sentidos. Se hallan ligados al fenómeno como efectos, producidos de forma puramente
accidental, de nuestra peculiar organización. Consiguientemente, no constituyen
representaciones a priori, sino que se basan en una sensación y, en el caso del sabor,
incluso en un sentimiento (placer o displacer), como efecto de la sensación. Nadie es capaz
tampoco de representarse a priori un color o un sabor cualquiera. El espacio, en cambio, sólo
hace referencia a la forma pura de la intuición. No incluye, pues, ninguna sensación (nada
empírico) y todas las clases y determinaciones del espacio pueden, e incluso deben, ser
representadas a priori, si han de surgir tanto conceptos de figuras como relaciones. Si las
cosas son para nosotros objetos externos es sólo gracias al espacio.
mismo fenómeno, por ejemplo una rosa, pasa en el entendimiento empírico por una cosa en
sí que puede, no obstante, parecer distinta a cada mirada en lo que al color se refiere. El
concepto trascendental del fenómeno del espacio, por el contrario, recuerda de modo crítico
que nada de cuanto intuimos en el espacio constituye una cosa en sí y que tampoco él
mismo es una forma de las cosas, una forma que les pertenezca como propia, sino que los
objetos en sí nos son desconocidos y que lo que nosotros llamamos objetos exteriores no
son otra cosa que simples representaciones de nuestra sensibilidad, cuya forma es el
espacio y cuyo verdadero correlato ―cosa en sí misma― no nos es, ni puede sernos,
conocido por medio de tales representaciones. Pero tampoco pregunta nadie, en la
experiencia, por ese correlato.

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