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CAPITULO II

Intento de soborno

Cuando Andrea dijo que era la abogada de la señora Concepción Carbonelli,


yo no pude menos que acariciar sus palabras. Su dulzura permanecía
inalterable.
- Y yo soy el cardiólogo de la señora Concepción Carbonelli –repliqué
con voz burlona, tratando de imitarla-. Después de lo cual nos reímos como
años atrás y quizás habríamos continuado haciéndolo de haber estado solos.
Inevitablemente, quise imaginarme todo lo que pudo haberle pasado en todo
ese tiempo. ¡Qué veinte años no es nada! lo dice el tango y nadie se atreve a
contradecir tal axioma. Pero nada se dijo de veintisiete años, y con siete más
ya se hacen más de un cuarto de siglo. ¡No es poco!
Nos preguntamos de nuestras vidas, de lo que hicimos los últimos años. No
sé, ni recuerdo nada de lo qué me respondió. Sólo era capaz de mirar cómo
sus labios se abrían y cerraban armoniosamente, sus manos acompañaban a
sus gestos, sus gestos a su cuerpo, su boca se cerraba unos segundos como
queriendo darme una mínima oportunidad para interrumpirla -derecho
constitucional que me negaba a ejercerlo y que ella usufructuaba hábil y
legalmente-, ¡yo embelesado! Un momento, me tomó ambas manos, eso me
hizo olvidar la cardiología, mi dirección y hasta mi nombre. Lo poquísimo que
recuerdo estaba impreso en la tarjeta que me dio.
En un momento escuchamos que el ascensor se detenía en el piso
donde estábamos. Cuando se abrieron las puertas, sale una camilla, en ella
está una señora anciana de unos ochenta años, la vimos respirar tranquila,
tiene un chichón en la frente y una huella de sangre había en su rostro, ella
nos saluda sonriente; la acompaña un médico quien nos dice que la trajeron
de urgencia de la casa, su esposo le comentó que había hecho “como un
paro cardiaco”, pero que sólo le duró como unos pocos segundos.
-Andrea, yo querría seguir hablando contigo, pero debo atender a
esta paciente que acaba de llegar. ¡Discúlpame por favor! - le dije
lamentando interrumpir nuestra conversación. -Le diré a la señora Carbonelli
De: Ignacio Zerimar - Noel J. Ramírez ©. En. La electrocardiografía basada en cuento y poesía.
1ra Ed. Tarixa Libros, Buenos Aires, 2013.
que hablaremos entre nosotros y que nos pondremos de acuerdo sobre qué
hacer con ella. ¿Sigues confiando en mí, cierto? Sabes que te extrañé.
-Sí, nunca lo dudé. Yo también te extrañé y te pensé siempre. Lo
sabes. Lástima que no podamos vernos esta noche. La enfermera me dijo
que estabas de guardia hasta mañana. Ya te vi, ya sé de ti, ya te encontré,
por ahora eso me basta. Quiero imaginar qué haremos mañana cuando
volvamos a vernos. Encontrémonos mañana… ¿a cenar, quieres?
entendiendo tu trabajo. Búscame en la dirección de la tarjeta, a las 8 de la
noche.
-¡Sí, por supuesto! -dije rápidamente, como queriendo que no se
arrepintiese-. Allí estaré para cuando salgas de tu estudio. A las 8 de la
noche. Con un beso en la mejilla tan corto como efectivo, sellamos nuestro
reencuentro. Ella volteó y se fue, como queriendo huir, pero antes de unos
10 pasos, volvió la mirada, se llevó la mano a la boca y besó el anillo que un
día fuera de mi abuela. Lloraba. Yo también. Me estremecí de pies a cabeza.
Comprendí que nada había cambiado entre nosotros en esos 27 años y 4
meses. Así es la vida.
Para cuando llegué a la cama de la paciente, el residente de primer
año de cardiología ya tenía los signos vitales, la paciente estaba recostada en
la cama, conectada al monitor de ECG y saturómetro de pulso. Se disponía a
sacar una muestra de sangre y obtener una vía para líquidos endovenosos.
Inicialmente, me entregó primero una tira de ritmo del monitor de ECG de la
paciente. Las manos de la anciana, acariciaban las de su esposo, mientras le
recordaba que las milanesas estaban en la heladera. “Cómelas, no te vayas a
olvidar”, le decía.
-Nuestros hijos ya están en camino hacia el hospital. ¡Cúren a mi
esposa, por favor!- nos rogó el esposo con su voz temblorosa y gastada. En
su rostro habían huellas de una vejez de trabajo, su escaso pelo blanco y
despeinado, su espalda encorvada, eran una obligada invitación al respeto.
Le dijimos que se quedara tranquilo y que haríamos todo lo posible para
atenderla de la mejor manera, al tiempo que le pedíamos que descansara en
el hall de espera, donde iríamos hablar con él y conversaríamos sobre lo que
tiene su esposa, para saber más de cómo fue el episodio actual. Él, no sin
antes dejarle un beso en la frente y después de acariciar sus pies por sobre
la sábana, salió cabizbajo, pensando.
En el monitor de ECG se veía esta secuencia

De: Ignacio Zerimar - Noel J. Ramírez ©. En. La electrocardiografía basada en cuento y poesía.
1ra Ed. Tarixa Libros, Buenos Aires, 2013.
Hablamos con la paciente, quien nos contó cómo fue el episodio. Nos
dijo que nunca tuvo ninguna internación de ningún tipo, excepto para sus
dos partos, cuando sólo la atendió la partera. La examiné, algo me llamo
mucho la atención, hice como si hubiese encontrado nada de interés. Estaba
probando al residente. Le pedí a la enfermera que se ocupase de seguir
atendiéndola. Nosotros salimos a hablar con el esposo. En el pasillo le
pregunté al residente.
- Bueno. Vaya a hablar con el esposo y me cuenta lo que averigüe
¿Cuál cree Ud. que fue la causa del síncope?.
- ¿Ud. cree que fue un síncope?
- Entonces ¿qué cree que tuvo? Espere, mejor vamos juntos.
El esposo nos relató que encontró a su esposa en el piso, que
inicialmente no le respondía al llamado, pero que “en pocos segundos
despertó del paro cardiaco” y ahí se dio cuenta de que se había golpeado la
frente, luego llamó a la ambulancia, quienes sin demora la trajeron al
Hospital.
De regreso le pregunto al residente cuál es su diagnóstico clínico y
qué plantea como conducta inmediata. El timbre de mi celular interrumpe
nuestra conversación. Del otro lado del teléfono la escucho nuevamente a
ella, era Andrea.
-Manuel, no olvides que estaré esperándote, mañana. Yo quisiera
verte antes, pero tengo una audiencia que será larga -dijo y calló. Yo pude
oír su respiración.
-¡Doctores, vengan a la sala rápido! La señora se desmayó Y tengo el
ECG. Tienen que ver esto ahora- nos dijo la enfermera.

-Perdón, pero debo ir a ver a la paciente que llegó cuando tú


estabas-, así interrumpí mi ilusión de escucharla.
-Sé cómo es tu trabajo, Manuel. Ve. Me hizo feliz volver a verte. Te
mando un beso, -dijo Andrea-. Ceo que ella escuchó o entendió lo que
pasaba.
De: Ignacio Zerimar - Noel J. Ramírez ©. En. La electrocardiografía basada en cuento y poesía.
1ra Ed. Tarixa Libros, Buenos Aires, 2013.
Acudimos rápidamente al llamado de la enfermera Inés, mujer de 59
años, tenía 4 hijos y había adoptado un quinto niño –ahora de 6 años-, ella
decía, porque le salía un amor que superaba el entendimiento… lo quería
entrañablemente. Sus otros hijos lo incluyeron en el grupo, como el menor, y
claro, era el más cuidado. No recuerdo que Inés haya faltado al Hospital en
los casi 18 años que yo llevaba trabajando –salvo durante sus vacaciones-,
su vocación por el cuidado de su familia y la atención respetuosa a los
pacientes son para imitar. El recuerdo más vivo que tengo de ella, es del día
que lloró un tiempo largo cuando un joven médico se refirió a un paciente
“como el viejastro de la cama 2”; diría que más por el respeto que le tenía a
Inés le pedí al médico que considerará la forma de referirse a los pacientes,
él se cambió de Hospital, no supe más de él; a veces lo busco con la mirada
en los congresos de cardiología, nunca más volví a verlo.
Cuando llegamos a la cama de la paciente vemos en el monitor una
imagen semejante a la ya vista anteriormente, pero Inés nos alcanza una
impresión del periodo que le llamó la atención, ella había registrado algo
definitivo, categórico.

-¡Ay doctor! parece que me dormí un poco- nos dice Josefina esbozando una
sonrisa. No se lo diga a mi esposo, por favor, se va a preocupar. A nosotros
los mayores, eso nos pasa pero tomando un té tranquilizante no vuelven a
aparecer- Y mientras lo dice, extiende su mano, dejando caer en la mía un
caramelo de dulce de leche. Sentí su mano, no recuerdo si estaba fría o
caliente, pero hizo que me corriera un frío intenso por la espalda. Me invadió
una sensación mezcla de impotencia y asombro, ¡Agradecí a Dios! el
haberme dado la oportunidad de elegir una profesión en la que puedo ver
que la gente se ama hasta la muerte. Confieso: Esa tarde, ya casi noche,
estuve a punto de elegir ser corrupto, deseé por un instante no anotar en la
evolución el episodio sincopal constatado por Inés. Y todo eso, porque me
compraron con un caramelo de dulce de leche y el pedido de una anciana.
Vi el ECG de Josefina y sonreí. Hay una tarea para Ud. -le dije al
residente, mostrándole el ECG- ¿Qué ve de raro en él? Suele asociarse al
De: Ignacio Zerimar - Noel J. Ramírez ©. En. La electrocardiografía basada en cuento y poesía.
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síndrome de Kartagener. Luego de hacer las indicaciones médicas y de hacer
unos encargos a los enfermeros, salí de la Unidad Coronaria.

De: Ignacio Zerimar - Noel J. Ramírez ©. En. La electrocardiografía basada en cuento y poesía.
1ra Ed. Tarixa Libros, Buenos Aires, 2013.

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