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CONO del SILENCIO

M. Robinson
UNDO ME
The Good Ol’ Boys 03

Sinopsis:
La conocí cuando tenía dieciséis años.
Me enamoré de ella cuando tenía diecisiete años.
Ella me puso de rodillas cuando tenía veinte.
La amaba contra toda razón. Contra toda esperanza. Contra todo
pronóstico.
Ahora ella ha regresado, un recordatorio constante de lo que
perdí, de lo que pudo haber sido.
La odio.
Estoy resentido con ella.
Todavía la amo.
¿Puedo perdonarla...?
¿Será ella mi fin una vez más o mi comienzo?
Prólogo
Aubrey
—Señora, vamos a tener que hacerle algunas preguntas.
¿A quién le está hablando? Espera… ¿quién diablos es ella?
Me devané los sesos, tratando de descubrir qué demonios estaba
pasando. Un millón de preguntas comenzaron a correr por mi
mente, haciendo difícil concentrarme en la mujer frente a mí.
—Señora, ¿puede decirme qué pasó esta noche?
Ladeé la cabeza, mirando dubitativamente a la mujer con ojos
curiosos y vestida con un traje negro.
—Soy la detective Monroe y él es el oficial Parkins.
Mi mirada pasó de ella a él en cuestión de segundos.
¿De qué están hablando?
—Aubrey—dijo él—. ¿Me recuerdas?
Lo miré sin decir una palabra o hacer un sonido. Tratando de
aclararme.
—¿Puede decirnos qué pasó anoche?—repitió la detective
Monroe, atrayendo mi atención de nuevo hacia ella.
—Estamos aquí para ayudarla—agregó.
¿Ayudarme? ¿Qué mierda estaba pasando?
Sus imponentes figuras se cernían frente a mí, como si fueran
villanos de un cuento de hadas.
—Aubrey—dijo él con tono persuasivo, levantando
repentinamente la mano hacia mí. Instintivamente me estremecí e
incliné hacia atrás tanto como pude, una reacción que se había
convertido en una segunda naturaleza para mí.
Hizo una mueca, tirando de su brazo hacia atrás.
—No te voy a lastimar. Estás segura. Estamos aquí para ayudarte
—repitió él.
Lo miré entrecerrando los ojos y luego hacia ella, tratando de
comprenderlos.
—¿Sabe dónde estás?—dijo ella con preocupación grabada en el
tono de la voz.
Miré alrededor de la habitación, mis ojos no sabían dónde mirar
primero. Estaba tan perdida.
—Está en el hospital—dijo ella como si leyera mi mente—. No
podemos ayudarla a menos que hable con nosotros. ¿Lo entiende?
Necesito que al menos asienta.
—No... No... No... Odio los hospitales, odio los hospitales—dije
entrando en pánico, sacudiendo vigorosamente la cabeza.
Puso sus manos frente a ella en un gesto de rendición.
—Jeremy Montgomery—dijo.
Me deslicé hacia atrás, prácticamente arrancándome la vía
intravenosa del brazo y abrazando las rodillas contra mi cuerpo.
Todavía negando violentamente con la cabeza.
—No, no, no, no, no, no—dije una y otra vez, meciéndome de un
lado a otro. Tratando de consolarme como lo había hecho
innumerables veces antes.
—Aubrey—me tranquilizó él, tocándome.
Aparté su mano de un manotazo, tapándome ahora los oídos.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡No!—gritaba sin cesar tan fuerte como podía.
—¿Que están haciendo aquí? —gritó alguien, obligándome a
taparme los oídos con más fuerza, con más firmeza.
Metí la cabeza en mi regazo, acurrucándome como una pelota.
—¡Soy la doctora a cargo y nadie les dio permiso para entrar
aquí!—gritó ella de nuevo.
Manos me tocaban por todas partes, y todas a la vez, haciéndome
luchar con más fuerza. El dolor recorría todo mi cuerpo, me
palpitaba la cabeza y mi visión se nublaba.
—Está entrando en estado de shock. ¡Fuera de aquí ahora! No
están ayudando en nada.
—Estamos tratando de ayudarla. Tenemos un detective tras las
rejas y un hombre que...
—¡Nooooo!—grité—. No… no… no… no… no…—sollocé, mi
cuerpo temblaba incontrolablemente hasta el punto del dolor.
—¡Afuera! ¡Ahora!—ordenó ella.
—Aubrey, Aubrey, cariño, tienes que quedarte conmigo.
Necesitas calmarte—dijo la mujer con la bata blanca.
¿Ella me parece muy familiar? ¿La conozco?
Aparté sus manos de un empujón, liberándome de los agarres
que todos tenían sobre mí, de cualquier cosa cerca de mí, de
cualquier cosa que me tocara.
—¡No me toquéis! ¡No me toquéis, maldición! —grité,
sacudiendo violentamente mi cuerpo. Causándome aún más dolor.
Los sonidos de las máquinas pitando a mi alrededor eran
ensordecedoras—. ¡No me toquéis, maldición!—repetí, gritando a
todo pulmón.
—¡Agarra sus piernas!—ordenó alguien por encima de mí—.
Ayúdame a agarrar sus brazos.
Sus manos estaban por todas partes, tratando de controlarme,
tratando de contenerme, tratando de deshacerme.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡No! —Di vueltas en todas direcciones, pero
eran demasiado fuertes para mí.
Siempre eran demasiado fuertes para mí.
—Por favor… por favor… por favor…—lloré como un bebé, mis
emociones se apoderaron de mí, asfixiándome en nada más que un
mar de desesperación y soledad.
—Shhh… shhh…—me persuadieron e inmediatamente me
imaginé la cara de Dylan, la voz de Dylan.
Instintivamente puse mi mano libre sobre mi corazón, asimilando
sus palabras.
—Shhh... shhh...
Mi cuerpo se sentía flojo, pesado, extraño, mientras una cálida
sensación me recorría desde la cabeza hasta los dedos de los pies.
—Shhh… duérmete. Cierra los ojos y duérmete, Aubrey…—los
escuché decir débilmente como un eco en la distancia.
Negué con la cabeza, tratando desesperadamente de mantener
los ojos abiertos. No podía luchar contra eso. Nunca pude. Cerré los
ojos en contra de mi voluntad, dando la bienvenida a la oscuridad.
Silencio.
Siempre entumecida.
Siempre sola.
Siempre con miedo.
Recé en secreto para no despertar nunca. Para poder morir.
Sabiendo en mi corazón que…
Nunca tuve tanta suerte.

Dylan
Entré al restaurante de Alex como un hombre con una maldita
misión.
—Joder, hombre, ¿qué mierda te pasó?—preguntó mi amigo
Jacob, observando mi labio ensangrentado, mi ojo negro y los
nudillos cortados.
—Mal día en el trabajo—dije simplemente, agarrando una
cerveza de la barra.
—No jodas—fue todo lo que él pudo responder.
—Feliz cumpleaños—dije y abracé a su novia Lily.
—Gracias, ¿estás bien? ¿Necesitas que te traiga algo? —Ella me
miraba. Inquietud y preocupación grabadas en sus ojos conocedores.
—No te preocupes por mí. Estoy bien. Viene con el trabajo.
—Ok.
Familiares y amigos estaban reunidos para celebrar el vigésimo
quinto cumpleaños de Lily, la hermana menor de mi mejor amigo
Lucas. Todo el mundo estaba tan jodidamente feliz y no había nada
por lo que estar feliz.
Al menos no para mí.
Nunca más para mí.
No pasó mucho tiempo para que escuchara a mi otro amigo
Austin gritar:
—¿Qué carajos?
Todos se volvieron, siguiendo la dirección de su mirada.
Todos menos yo.
Tres policías entraron y se dirigieron hacia nosotros. Estaba
sentado en la mesa al lado de Jacob y Lily, bebiendo mi cerveza
como si nada estuviera pasando, como si mi vida no estuviera a
punto de ser arruinada y tirada a la basura, como si, para empezar,
no significara nada.
—Detective McGraw, odiamos tener que...
—Solo hazlo—interrumpí al oficial, poniéndome de pie para
mirarlos a todos.
El resto procedió en cámara lenta y confía en mí si hubiera
podido acelerarlo, lo habría hecho.
—Dylan McGraw, tiene derecho a permanecer en silencio.
Cualquier cosa que diga puede y será utilizada en su contra en un
tribunal de justicia. Tiene derecho a un abogado. Si no puede pagar
uno, se le proporcionará. ¿Entiende los derechos que acabo de leerle?
Con estos derechos en mente, ¿desea hablar conmigo?
Asentí y Jacob, que era abogado, inmediatamente entró en acción
como sabía que lo haría.
—¿Que está pasando?—preguntó—. No digas una palabra sin mi
presencia, Dylan. ¿Me entiendes? No abras la boca para nada.
Asentí de nuevo.
Terminaron de esposarme y me escoltaron fuera del restaurante
con todas las miradas indiscretas sobre mí. Me metieron en la parte
trasera de un coche de policía como había hecho yo con tantas
personas antes, demasiadas malditas veces para contar.
La ironía no se me escapó.
Me tomaron las huellas dactilares, una foto policial, me
desnudaron y registraron antes de que me empujaran a una celda
vacía mientras esperaba a que Jacob hiciera acto de presencia.
Respiré hondo, sentándome en el banco con la cabeza apoyada
contra la pared.
Toda mi vida pasando ante mis ojos como una maldita película
que no podía pausar, ni detener.
Escuché pasos por el pasillo y no tuve que preguntarme quién
era.
—Vamos, tu abogado quiere hablar contigo.
Me esposaron una vez más y me condujeron por un pasillo
angosto hasta una habitación con una gran mesa rectangular con
sillas esparcidas a lo largo. Jacob estaba sentado en el otro extremo
de la mesa, exactamente como supuse que estaría. Me senté en el
extremo opuesto al suyo, sobre todo porque no quería caminar tan
jodidamente lejos para estar más cerca de él.
Estaba exhausto y no estoy hablando físicamente.
Cerraron la puerta y nos dejaron solos. Ninguno de los dos habló
durante no sé cuánto maldito tiempo. Simplemente nos miramos el
uno al otro, esperando a ver quién daría el primer paso. Suspiré,
reclinándome en la silla, tratando de sentirme cómodo con las
malditas esposas cortando mis muñecas.
p
—Dios, McGraw, ¿en qué carajo te metiste?
No dije una palabra. Ni siquiera me moví.
—¿Qué? ¿Vas a sentarte ahí y mirarme fijamente toda la puta
noche?
—No tengo nada que decir.
—Corta la mierda—me gruñó él.
—¿Qué quieres de mí, Jacob? ¿Un maldito cuento antes de
dormir?
Se inclinó sobre la mesa con los brazos extendidos frente a él.
—Escúchame, terco hijo de puta. Tienes que empezar a hablar y
tienes que empezar a hablar jodidamente rápido. Los cargos a los
que te enfrentas requerirán un maldito milagro, que el mismísimo
Dios aparezca en la sala del tribunal para librarte. Ahora, tienes que
decirme qué mierda pasó para que pueda hacer mi trabajo y evitar
que tu lamentable culo se convierta en la perra de alguien en una
celda en la cárcel durante la próxima década. ¿Me entiendes?
Ladeé la cabeza.
—¿Por dónde? ¿Por dónde te gustaría que empezara? —dije con
convicción.
No titubeó, no es que esperara que lo hiciera.
—Por el principio, Dylan, empieza por el maldito principio.
Capítulo 1
Aubrey
—¡Eres un maldito imbécil!
Ahí estaba yo, gritándole a un tipo que conocía solo de
reputación, en el estacionamiento de la escuela junto a su Jeep.
Ambos puños permanecieron a mis costados mientras trataba como
el infierno de conservar la calma, mantener la compostura y actuar
como la dama que me criaron, pero no lo sabrías por mis acciones en
ese momento. La ira incontrolable hacia él se apoderó de todo mi
cuerpo, y luché contra el impulso de golpearlo en la maldita boca.
Dylan Mc Graw.
Sólo su nombre me hacía querer vomitar.
Odiaba a los tipos como él.
No sabía mucho sobre él, pero el hecho era que no necesitaba
saberlo. Los chicos como él eran todos iguales, hasta el último de
ellos. Actuando como si fueran una gran cosa y los dueños de todos
los lugares en los que entraban. Con su actitud de mi-mierda-no-
apesta. Sabían cómo mostrar sus sonrisas juveniles y sus hoyuelos de
la manera correcta para que le otorgaran acceso a todas las bragas de
las chicas infestadas de lujuria. Su mero toque, el romance calculado
o sus hábiles frases hacían que esas chicas estúpidas e ingenuas
abrieran las piernas más rápido de lo que podía decir, Ábrete sésamo.
Era tan cliché.
Todo ello.
Había oído lo suficiente como para saber que tenía que alejarme
de Dylan McGraw y su propensión a ser un imbécil. Solo llevaba
unos meses en mi primer año en una nueva escuela secundaria, pero
su reputación lo precedía.
Dee fue la única chica que se acercó el primer día de clases y
rápidamente nos hicimos amigas. Era dulce y divertida de una
manera inocente. Cuando me dijo que estaba saliendo con Dylan
McGraw, mantuve la boca cerrada. Si yo estaba al tanto de su
reputación, estaba seguro de que ella también lo estaba.
Especialmente siendo ambas nativas de Oak Island. Tendrías que
vivir bajo una roca para no saber que nada bueno venía de ese chico.
Los rumores corrían por todas partes.
Dylan se apartó de su Jeep con una ceja arqueada demasiado
confiado, mirándome con los ojos entrecerrados. Se quedó allí con
nada más que una sonrisa traviesa. Era la primera vez que había
estado cerca de un chico que gritaba sexo. Irradiaba de él, tenía este
comportamiento arrogante sin siquiera intentarlo. Lentamente me
lamí los labios y mi boca de repente se secó. Me sentía como si
estuviera bajo un hechizo. Su mirada siguió de inmediato el
movimiento de mi lengua, e inconscientemente di un paso atrás,
cruzando los brazos sobre el pecho para mantenerme firme. Negué
con la cabeza, liberándome del desasosiego en el que estaba inmersa
debido a su compostura un poco intimidante que inesperadamente
pareció cernirse sobre mí.
—Eres un imbécil—repetí.
Cruzó los brazos sobre el pecho y su rostro no vaciló. Traté como
el infierno de ignorar cómo su postura solo enfatizaba su complexión
alta y musculosa mientras se recostaba contra su Wrangler negro con
una pierna apoyada sobre la otra.
Engreído y confiado como siempre.
El estacionamiento estaba vacío. Todo el mundo se había ido a
casa por ese día. Todos excepto yo. Tuve que escuchar a Dee llorar
durante una hora entera en su coche por Dylan y cómo la había
usado. Cómo habían tenido sexo un par de veces, y ahora él no
quería tener nada que ver con ella, descartándola como había oído
que había hecho con tantas otras chicas. Tratándolas como si fueran
desechables.
Fóllalas y tíralas era su estilo.
Imbécil.
Después de que finalmente se calmó y se alejó en su coche,
comencé a caminar de regreso a mi casa, pero entonces vi a Dylan
tirando sus libros de texto en el asiento trasero de su Jeep. No sé qué
me pasó. Me acerqué a él y grité lo primero que me vino a la mente.
Nunca había estado tan cerca de él antes. Ni siquiera había mirado
en su dirección ni le había dicho una sola palabra antes de ese
momento.
—¿Cómo pudiste hacerle eso a Dee? Ella no se merece tu mierda.
Es una buena chica. No es como las chicas a las que estás
acostumbrado, ¿vale? Le debes una disculpa—le ordené.
Él sonrió.
Él. Malditamente. Sonrió.
—¿Esto es divertido para ti? ¿Te gusta lastimar a las mujeres?
¿Cuántas muescas necesitas en el poste de tu cama, Dylan? ¿Qué son
unas cuantos más, ¿verdad?
Se mordió el costado del labio de manera carismática y
magnética, y fue mi turno de arquear una ceja. Odiaba que estuviera
tratando de usar su supuesto encanto conmigo.
—¿Qué? ¿Vas a quedarte ahí y no decir nada? Eso es muy
maduro, imbécil.
—No soy yo el que está teniendo una rabieta, ¿o sí?—se burló
cuando finalmente habló con un tono áspero pero suave.
Su voz era ronca, más ronca de lo que esperaba, con un ligero
acento sureño. Era la primera vez que lo escuchaba, y mentiría si
dijera que no me tomó por sorpresa. Todo sobre él lo hizo. Pensé que
sabía qué esperar cuando se trataba de él, pero me demostró que
estaba equivocada. Lo cual no tenía ningún sentido. Se suponía que
yo tenía que tener la sartén por el mango, no él.
Mis ojos se abrieron en estado de shock.
—Esto no es una rabieta, imbécil. Esto es alguien que te está
llamando la atención por tu comportamiento de mierda. Admite tus
formas de putañero, discúlpate con Dee y no tendremos ningún
problema.
Sus ojos condescendientes escanearon mi cuerpo de arriba abajo,
comenzando con los dedos de mis pies, deteniéndose en mis senos y
en mis ojos. Su expresión era difícil de leer, y no hizo más que
confundirme aún más. Pensé que estaba preparada. Que sabía todo
lo que había que saber sobre él. Pensé muchas cosas, pero pronto me
daría cuenta de que no tenía ni idea de en qué me estaba metiendo.
Una cosa era pensar que lo sabías, asumir eso, pero cuando te
miraba a la cara, cuando solo te miraba a ti, las cosas cambiaban.
Todo cambiaba.
La forma en que sus ojos se clavaron en los míos encendió un
fuego en lo más profundo de mí. Él no me estaba mirando. Estaba
mirando dentro de mí. Y eso no me lo esperaba.
Era para lo que no estaba preparada.
Siendo su realidad mucho más intensa que mi suposición, nunca
quise ser una de esas chicas.
Especialmente no ahora.
El incómodo silencio finalmente fue roto por su tono
condescendiente.
—¿Problemas contigo?—dijo él como una pregunta con una
sonrisa torcida y la cabeza ladeada, mirándome de arriba abajo una
vez más.
Observé cómo devoraba lentamente cada centímetro de mi
cuerpo, haciéndome sentir desnuda y expuesta. Se mordió el labio
inferior de nuevo cuando percibió lo que yo estaba sintiendo.
—Sí, eso es lo que dije.
Mirándonos fijamente a los ojos.
—Me arriesgaré—replicó con un tono arrogante.
—¡Ay Dios mío! Eres un maldito imbécil.
—Cariño, creo que ya lo has señalado.
—Solo estoy declarando hechos. Nada de lo cual estás negando.
—Cariño…
—Deja de llamarme así.
Se empujó alejándose de su Jeep y caminó hacia mí con tal
determinación que la sentí hasta los huesos con cada paso que daba.
Se paró justo en frente de mí, bajando su rostro demasiado cerca del
mío.
—Cariño—dijo arrastrando las palabras—. No sé tu nombre, y
aunque Perra Loca parece apropiado, pensé que apreciarías más
Cariño. —Él sonrió, rompiendo la aspereza de sus palabras.
Algo en la forma en que me miraba me hizo sentir más incómoda
de lo que ya estaba, si es que eso fuera posible. Nunca había estado
tan en conflicto alrededor de un chico. Me di cuenta en ese momento
que Dylan McGraw era diferente, simplemente no sabía en qué
sentido, al menos no todavía. Podía sentir mi guardia subiendo más
y más mientras los segundos pasaban entre nosotros.
—Quiero decir, si estamos llamando a las cosas por su nombre,
no soy yo quien se acercó a ti, ¿verdad?
No dije nada porque, sinceramente, ¿qué podía decir a eso? Mi
arrebato fue espontáneo. Solo quería rectificar la situación de Dee y
su comportamiento arruinó mi impulso.
Bastardo.
—No lo creo—agregó, como si leyera mi mente—. Me has
llamado maldito imbécil más veces de las que quisiera contar en
cuestión de cinco minutos, ¿y todavía no tengo claro qué hice mal?
Inténtalo otra vez.
—Ya te dije. Lo que le hiciste a Dee. La usaste.
Sacudió la cabeza, mirándome con los ojos entrecerrados.
—¿Yo la usé? Esa no es la forma en que lo recuerdo. Aclararé tu
historia antes de hacer el papel de mártir, cariño.
—Increíble, ¿vas a intentar negarlo?
No sé cuánto tiempo nos quedamos congelados, pero de repente
se inclinó hacia adelante, cerrando la brecha entre nosotros y
devolviéndonos a la realidad.
—No creo que nos hayan presentado correctamente—agregó. Su
mejilla rozó la mía, su rostro se acercó a mi oído. Débilmente sentí su
aliento en mi cuello.
—Hueles bien—susurró, rozando ligeramente con sus labios el
área sensible justo debajo de mi oreja. Los escalofríos recorrieron
todo mi cuerpo. El ritmo de mi corazón se aceleró, traicionando mi
mente por el imbécil que tenía delante.
—¿Qué diablos?—espeté, empujándolo bruscamente hacia atrás
por su duro pecho. Él no se movió.
—¿Quién diablos te crees que eres? ¡No puedes andar oliendo
chicas!
—Creo que lo acabo de hacer.
—¿Entonces es así como funciona, Dylan? ¿Se supone que debo
abrir las piernas para ti ahora que te presentaste? ¿Como cualquier
otra chica? —me burlé groseramente, haciéndole saber que no podía
intimidarme. —Te diré una cosa… No estoy impresionada. Eres un
chico tratando de ser un hombre, y ni siquiera uno bueno en eso.
Se rio sarcásticamente.
—No tienes idea, cariño, de lo que soy capaz. ¿Qué tal si te
muestro lo hombre que soy? Tengo algo justo aquí para esa bonita
boquita tuya que parece saberlo todo. —Hizo un gesto hacia su pene.
—Engreído hijo de… —Su dedo subió y presionó contra mis
labios, silenciándome, y apenas resistí el impulso de morderlo.
—A palabras necias, oídos sordos, cariño, será mejor que lo
recuerdes. —Juguetonamente tiró de las puntas sueltas de mi cabello
que estaban sobre mi mejilla—. Te hice un cumplido, te haría bien
decir gracias. —Y con eso se dio la vuelta y se montó en su Jeep.
Y fui despedida.

Dylan
—¡Huuurraaaaa!—gritó Jacob a mi lado cuando puse el Jeep en
reversa.
—Alguien acaba de ser jodidamente masticado y escupido—se
rio, aplaudiendo una y otra vez de manera desagradable—. ¡Maldita
sea, pagaría mucho dinero por ver eso de nuevo, hermano!
—Cierra la puta boca—le espeté.
—¿A quién coño cabreaste esta vez? ¿A dos? Maldita sea, éste es
un nuevo récord para ti. —Él simplemente no sabía cuándo
abandonar, y ese siempre fue el problema con Jacob—. ¿Quién era
esa de todos modos? ¿Es nueva aquí? Tal vez debería mostrarte
cómo se hace, hijo de puta. Estoy agendando el día de hoy como la
primera vez que Dylan-jodido-McGraw no pudo sellar el trato.
Jacob era mi amigo de la infancia. Era más como un hermano
para mí. Sabía que hablaría con Austin y Lucas tan pronto como
saliéramos del Jeep. Conocía a estos muchachos desde que nacieron;
nuestros padres habían sido los mejores amigos desde antes de que
naciéramos. Aprovecharían cualquier oportunidad para joderme,
como yo hacía con ellos.
Y esto les dio la munición perfecta.
Esperaba que Half-Pint estuviera cerca para detenerlos antes de
que tuviera que hacerlo con mis puños. Half-Pint era Alexandra,
Alex para abreviar. Ella era el pegamento que nos mantenía unidos a
todos los Good Ol´ Boys desde que éramos niños. Era dos años más
joven que nosotros, pero nunca lo sabrías. Era mucho más sabia, que
todos nosotros juntos. Una verdadera dama, la única además de mi
madre que había conocido.
Esa chica del estacionamiento tenía razón en una cosa... yo era un
imbécil, me hacía cargo de eso y no ponía excusas.
No había ninguna razón para tratar de negarlo. Había aceptado
ese título hacía mucho tiempo. Decía lo que pensaba, no endulzaba
una mierda. Si hería los sentimientos de alguien o no, ese era su
maldito problema, no el mío. La vida era demasiado corta para
pretender ser algo que no era.
Ahora, ¿si usaba a las chicas?
Joder no
Sabían en lo que se estaban metiendo. Mi reputación me seguía a
todas partes. Conseguía más coños por eso. Verás, las chicas amaban
a los chicos malos. Los que pensaban que podían cambiar, el desafío,
el que rompe las reglas, el que cambiaba las reglas del juego. De eso
es de lo que están hechos los cuentos de hadas, los felices para
siempre en los que el príncipe azul te lleva hacia la puesta de sol
mirándote profundamente a los ojos o algo así.
Mentira.
Hasta la última letra.
Tenía dieciséis años. Mis padres me acaban de comprar un Jeep
Wrangler nuevo. Vengo de un hogar con unos padres amorosos que
hicieron todo lo posible por mí. Tenía un grupo de chicos que eran
como hermanos para mí. No necesitaba una chica que me amara. No
necesitaba que una chica esperara cosas de mí. Solo necesitaba que
jugaran con mi polla porque la mejor parte de ser yo era que estaba
dotado como un maldito caballo.
Ahora, si estuvieras en mi lugar, ¿te conformarías con una chica?
Sí, eso es lo que yo pensaba.
Hacía lo que haría cualquier adolescente normal. La única
diferencia era que no era nada sutil al respecto. ¿Para qué ocultarlo?
Eso es lo que te metía en problemas.
Fin de la historia.
Pero tener a un extraña, una extraña caliente como la mierda,
llamándome la atención era un territorio completamente nuevo para
mí. Sin embargo, ahí estaba yo, perdido en mis pensamientos sobre
ella. Excepto que no estaba pensando en su figura ridículamente
curvilínea que normalmente tendría mi polla en posición firme. Era
la forma en que ella vino hacia mí sin miedo lo que despertó mi
interés. Tuvo las malditas bolas de refregarme mi mierda. Lo que las
personas que he conocido toda mi vida decían a mis espaldas, ella
tuvo el valor de decírmelo directamente a la cara.
Honestidad.
Un tipo como yo podría apreciar eso, pero me tildaban de imbécil
por eso.
No es que no disfrutara ver sus rosados labios llenos fruncirse
cada vez que trataba de ocultar el hecho de que tenía un efecto sobre
ella. Incluso iría tan lejos como para decir que ella también tuvo un
efecto en mí. Demasiados años de adolescencia pasados acariciando
mi polla con imágenes de mujeres que tenían el mismo cuerpo que
ella en la Playboy. Su cabello rubio caía perfectamente contra sus
enormes tetas. Intentaba disimularlas con una remera de corte
modesto que no hacía más que todo lo contrario. Se mantuvo firme y
me miró fijamente, haciéndome fijarme en sus brillantes ojos verdes
que tenían un toque de marrón. Ni una sola vez se encogió o desvió
su intensa mirada de la mía.
Olía lo suficientemente bien como para devorarla. A miel y
vainilla mezclada. Mis favoritas.
La chica era una paradoja de contradicciones. Su comportamiento
gritaba que me odiaba, pero a su cuerpo le gustaba mucho. Lo que
solo me hizo querer conocerla mucho más. Me encantaba un desafío
tanto como a cualquier otro.
—Ella te atrapó, ¿verdad?—me preguntó Jacob, sacándome de
mis pensamientos—. Bueno, que me den. Nunca pensé que vería el
día. Alguien se comunicó con tu gélida polla …
—Deja de ver todas esas películas de Disney con Lily o voy a
tener que empezar a comprarte tampones, Jacob. Realmente odiaría
tener que darle un puñetazo a una chica en la cara—me burlé.
Puede que haya tocado un punto sensible al mencionar a Lily. Era
la hermana menor de Lucas y siete años más joven que nosotros.
Juro que la chica era una persona explosiva. Era una niña, una
jovencita, de sólo nueve años, que estaba desesperadamente
enamorada de Jacob. Lo había estado toda su vida. Sin embargo,
Jacob no se daba cuenta. Era su forma inconsciente de protegerse de
la niña con coletas frente a él. La misma niña, que un día se
convertiría en mujer ante nuestros propios ojos y eventualmente
llevaría las bolas de Jacob en un frasco.
En los años venideros, sería como Lucas y Alex de nuevo, la
historia repitiéndose y el karma golpeando a Jacob justo en la
maldita boca.
—Su nombre es Aubrey—anunció de la nada.
—¿Qué? —Lo miré, entrando al restaurante de los padres de Alex
para reunirme con el resto de los chicos y Half-Pint.
—Me escuchaste. —Él sonrió como un maldito tonto—. Aubrey
Owens para ser exactos, según Kayla. —Me mostró su mensaje de
texto—. Oh, es una estudiante de primer año, carne fresca tal como
te gusta, imbécil. Se mudó aquí desde California con su madre o algo
así. ¿Quieres que te dé su dirección también? Tal vez, podríais
trenzaros el cabello uno al otro.
Me reí. Todos jodían conmigo por mi cabello que estaba justo
encima de mis hombros, especialmente mi madre. Había tenido el
pelo largo desde que podía recordar. Era rubio, pero se volvía blanco
durante el verano por surfear y estar constantemente bajo el sol y el
agua salada.
—Puedo conseguir un montón de coño por mi cuenta, Jacob, que
es más de lo que podría decir de ti.
—¿Qué puedo decir? Tengo altos estándares. No voy por ahí y
follo todo con un agujero. Por cierto, saluda a tu madre de mi parte.
—No antes de que le diga a tu hermana Amanda que es la mejor
que he tenido, enfermo hijo de puta.
—Touché, hijo de puta. Touché.
j p
Cuando entramos al restaurant, Lucas y Austin ya estaban
surfeando. Alex estaba sentada en una mesa con sus cuadernos
abiertos, escribiendo en su carpeta. Un viernes por la tarde, era
normal ver a Half-Pint haciendo su tarea como la niña buena que
era. Era muy brillante.
Todos los muchachos éramos como hermanos de diferentes
madres. Alex no era diferente, pero no había forma de decirle que no
era uno de los chicos. Era como nuestra hermana menor. Nos
cuidábamos unos a otros, incluso cuando no era necesario. Los viejos
hábitos tardan en morir, eso era cierto cuando se trataba de
entrometerse en cosas que, para empezar, no eran de nuestra
incumbencia.
Jacob y yo definitivamente éramos los más cercanos, ya que
éramos los mayores y nuestras personalidades de “sabelotodo” eran
bastantes parecidas. Los dos actuamos como si fuéramos dueños de
la maldita playa y de nuestro pequeño pueblo. Y en nuestras mentes,
lo éramos.
Lucas era unos meses más joven que nosotros, pero nunca lo
sabrías al mirarlo. Si le dijeras a ese chico que no, lo haría solo para
fastidiarte. Obstinado, testarudo y con un temperamento que haría
que cualquiera se lo pensara dos veces antes de cruzarlo. Sin
embargo, eso no nos impedía meternos con él, ya que todos éramos
un poco así, crecer juntos facilitó caer en patrones similares, nuestras
personalidades se contagiaron, nos gustara o no.
Alex insistió en que ella sería uno de los niños desde el momento
en que salió del vientre de su madre. Salió gritando y pateando, una
fuerza a tener en cuenta. El infierno se congelaría antes de que
actuara como la chica que era. Fue solo hacía uno o dos años que
había comenzado a usar vestidos y maquillaje. Antes de eso, se
vestía exactamente como nosotros, rogándole a su madre que le
comprara pantalones cortos cargo y camisetas holgadas para
mezclarse con nosotros, los niños. Y como Lucas, nos metíamos con
ella cada vez que teníamos la oportunidad. Odiaba que la llamaran
niña o que la trataran como tal. Aunque era dura. Dura como un
clavo, nosotros la hicimos de esa manera, y es mejor que creas que
éramos tremendamente sobreprotectores con ella.
A pesar de sus tendencias de marimacho, hablaba en serio
cuando dije que Alex era una dama de principio a fin. Nunca
maldecía, no iba a las fiestas con nosotros y era educada con todos,
incluso si no nos caían bien. A ella nunca le importó involucrarse en
chismes o dramas escolares como la mayoría de las chicas, se
mantenía sola o pasaba el rato con nosotros. Excepto que no era muy
brillante cuando se trataba de su elección de chicos.
Todos nos dimos cuenta antes de que sucediera.
Un buen ejemplo... Lucas y Alex, también conocidos como Bo y
Half-Pint.
Esos dos siempre habían compartido ese vínculo especial entre
ellos, que no incluía al resto de nosotros. Estaban separados, pero
seguían siendo una parte vital de nosotros. Lo ignoramos durante
años, lo ignoramos pensando que era lo mejor que podíamos hacer
en ese momento. Todos esperábamos que mágicamente
desapareciera por sí solo o algo así. Hasta que un día no pudimos
ignorarlo más. Cuando la mierda se vino abajo, era como si ocurriera
una maldita avalancha, y afectó a todas nuestras vidas de una
manera que nunca creímos posible.
Austin era el más joven de los chicos, un año más joven que Lucas
para ser exactos. Era un problema con P mayúscula, en todos los
sentidos de la palabra. Era el impredecible de los Good Ol’ Boys.
Cuanto más mayor se hacía, peor se volvía, y no había nada que
ninguno de nosotros pudiera hacer al respecto. Tampoco era por
falta de esfuerzo por nuestra parte. Estaba fuera de control.
Jacob se dirigió hacia la playa, diciendo que se encontraría con
alguien, probablemente un nuevo coño del que estaba tratando de
conseguir un pedazo. Me acerqué a Half-Pint.
—Hola—me saludó, mirándome. Acerqué una silla y la giré para
sentarme al revés.
—¿En qué estás trabajando?
—Álgebra—suspiró.
—Ah, mierda. Tu peor tema.
Ella me miró, con los ojos muy abiertos y confundida.
—Creo que me estoy volviendo bizca tratando de descifrar estas
fórmulas.
Asentí con la cabeza hacia ella.
—Hazte a un lado, dulce niña.
Ella sonrió, empujando su silla hacia atrás para darme espacio
para sentarme a su lado. Agarré su libro de álgebra, hojeando los
capítulos en los que estaba trabajando. Los números y las
estadísticas siempre fueron mis mejores materias en la escuela. Fue
fácil para mí recordar fórmulas y reglas. Los números se mantenían
consistentes. Agarré su carpeta para explicarle de una manera fácil
los patrones.
—Mira, aquí está tu problema, Half-Pint. Tu orden de
operaciones está incorrecto. Necesitas poner los paréntesis antes de
tus exponentes o de lo contrario te arruinará todo.
—Uf, siempre me olvido de eso. Es muy difícil mantenerlos en
orden y recordar cuál va primero.
Tomé el lápiz de ella.
—Recuérdalo así: paréntesis, exponentes, multiplicación,
división, suma y resta. Please Excuse My Dear Aunt Sally (NdelT: En
esa frase en inglés cada palabra comienza con la letra de la operación
que debe recordar. Es una regla nemotécnica. Las operaciones en
inglés se escriben así, Parentheses, exponents, multiplication, division,
addition, y subtraction.). Si recuerdas esa frase, siempre recordarás la
regla, garantizado.
Ella asintió, mirando lo que acababa de escribir. Susurrando:
—Please Excuse My Dear Aunt Sally. —Ella me miró—. Es bueno
saberlo. ¡Entiendo!
—Sabía que lo harías, eres inteligente, cariño.
—Está bien, ¿qué pasa con estos?
Me senté allí durante la siguiente hora, explicando números,
hablando de mierda y riéndome. La ayudé con todo lo que
necesitaba. Alex no tardó mucho en darse cuenta de lo que le estaba
explicando. Os dije que era brillante. Esa chica podía enfrentarse a
cualquier cosa, y lo hizo, en más de un sentido. Cuando me levanté
para dirigirme a donde estaban los chicos, nunca esperé levantar la
mirada y clavarla en mi destino y muy posiblemente en la chica que
me desharía.
Aubrey.
Capítulo 2
Aubrey
Mi madre no estaba al tanto de que caminaba a casa desde la
escuela todos los días. No necesitaba preocuparse por mí, más de lo
que sabía que ya lo hacía. Se suponía que debía subirme al autobús
escolar, pero el ruido y los niños alborotadores eran demasiado para
mí.
Lo odiaba.
Caminar era mi paz, una oportunidad de despejar mi mente del
caos que me rodeaba mientras escuchaba mis listas de reproducción
favoritas. Me encantaba perderme en las canciones, dejar que me
llevaran a otro lugar, a cualquier lugar menos aquí. En California
teníamos una rutina que ya no existía. Mi madre me dejaba en la
escuela y mi padre me recogía todos los días. Después, a veces
íbamos a tomar un helado o una taza de café, a medida que crecía.
Extraño ese tiempo con él. Extraño nuestras conversaciones y, sobre
todo, extraño reírme de sus bromas tontas. Fue un gran padre y eso
fue obvio para mí incluso desde una edad temprana.
Mi madre nos llevó por todo el país cuando decidió que
necesitábamos un nuevo escenario y un nuevo comienzo. No podía
culparla, no después de lo que hizo mi padre. Así fue como terminé
en Oak Island, Carolina del Norte.
Nuestro nuevo hogar.
Ella nunca habló mal de mi padre, aunque tenía todo el derecho
de hacerlo. Nunca pronunció una sola cosa negativa sobre él en mi
presencia, ni siquiera una vez. La respetaba mucho por eso, no todos
los padres tomaban el camino correcto como lo hizo mi madre.
Veía la mirada de dolor en sus ojos...
Siempre estaba ahí.
Persiguiéndome.
Pero al final del día, él seguía siendo mi padre y lo amaba.
Nos compró una linda casa en un bonito vecindario que me
recordaba a Pleasantville. Oak Island era un pequeño pueblo de
playa con un ambiente campestre. Rápidamente aprendí que todos
conocían a todos en esta ciudad. En secreto, me encantaba eso, una
familia extendida de algún tipo. Todo lo contrario del ajetreo y el
bullicio de Los Ángeles, donde todos se mantenían apartados,
absortos en su dinero y apariencia.
Mi madre era cirujana general de urgencias y jefa médica en
California. Dirigía toda la unidad de urgencias. Cuando decidió
mudarnos, un amigo de un amigo tenía algunas conexiones, y tuvo
la suerte de conseguir un trabajo contratado a cargo de la sala de
emergencias en el Hospital Dosher Memorial en South Port, que
estaba a solo una ciudad de distancia. Trabajaba a todo tipo de horas
locas como lo hacía en California. Casi nunca la veía. Estaba sola en
un pueblo nuevo, muy lejos de mi casa.
Cuantas más cambiaban las cosas.
Más permanecían igual.
Mi padre trabajaba desde casa diseñando software de
computadora para una empresa de telecomunicaciones. Solo había
estado trabajando para TLCOM los últimos años después de que
volvió a la universidad y obtuvo su título. Dijo que quería mejorar,
pero a menudo me preguntaba si era porque mi madre era el sostén
de la familia. Me pregunté si se sentiría castrado.
Durante la mayor parte de mi vida, mi padre fue un padre que se
quedaba en casa. Él me crió junto con la hermana de mi madre,
Celeste, mientras mi madre trabajaba para mantenernos.
Nunca fue un problema.
Hasta que lo fue.
Pasamos mucho tiempo juntos, pero desafortunadamente él
también tuvo más tiempo para reflexionar sobre el hecho de que, por
lo general, solo estábamos él y yo en casa. Hubo muchas ocasiones
en las que tuvo que asumir tanto el rol de “madre” como el de
“padre”, ya que ella trabajaba todas esas horas locas.
Hubo casos en los que él simplemente no fue suficiente. Mi
primer período, mi primer enamoramiento, mi primer beso,
prepararme para mi primera cita, cosas que solo otra mujer
entendería. Era entonces cuando intervino mi tía, relevando a su
hermana ausente. Mi tía Celeste fue como una madre para mí y lo
sigue siendo. Pude ver el dolor en el rostro de mi madre cuando le
conté algo de lo que debería haber sido parte, de lo que debería
haber sido testigo. Era un recuerdo que solo una madre y una hija
deberían experimentar, uniendo la conexión entre ellas en los años
venideros.
Sin embargo, ella siempre escuchaba.
Supongo que ese era su papel.
Podía escuchar la tensión en su voz cuando mi tía o mi padre le
contaban sobre todos los otros hitos de los que debería haber sido
parte, pero no lo fue.
Nunca cambió nada.
Mi madre vivía para su trabajo; ella siempre decía que amaba
ayudar a la gente, que eso le daba un propósito en la vida. No podía
culparla. Pasó años en la universidad y la mitad de su vida la
consumió con la cabeza entre los libros. Eso era ella. Mi tía a menudo
me contaba historias sobre cómo mi madre se perdió la infancia, la
adolescencia, la universidad y todas las cosas normales que las
personas deberían experimentar porque la medicina estaba en su
sangre, recibió su primer botiquín para su sexto cumpleaños y fue
como si se le hubiera encendido una bombilla en la cabeza. Una vez
leí que los médicos nacen, no se hacen.
Nunca deseé nada. Abría la boca y lo tenía al día siguiente. Al
crecer, siempre tuve los mejores juguetes, la mejor ropa, lo mejor de
todo. Esa no era obra de mi padre. A menudo peleaba con ella
porque me estaba malcriando demasiado. Decía que necesitaba
ganarme las cosas, no solo que me las dieran cada vez que quería
algo. Nunca entendí cómo encontraba tiempo para comprarme todo
lo que le pedía, cuando apenas encontraba tiempo para cenar con
nosotros o incluso para ver una película.
Poco sabía ella que habría cambiado una hora con ella por
cualquier juguete elegante.
Pensé que con la mudanza tal vez las cosas cambiarían de alguna
manera, que tal vez ahora haría tiempo para nosotras. No tenía a
nadie aquí. Pero no podría haber estado más equivocada.
Empezó a trabajar el día después de nuestra llegada a Oak Island,
lo que me dejó a mí con la mayor parte del desempaque. Aunque fue
tedioso abrir todas las cajas, agradecí la distracción. Los horarios
irregulares de mi madre estaban empezando a afectarme, me sentía
sola y esta vez no tenía ni a mi padre, ni a mi tía para llenar ese
vacío. Nunca le dije nada porque sabía que tenía suficiente en su
plato y no quería agregar nada más. Por mucho que intentara
disimular, sabía que nuestra situación actual la golpeaba más fuerte
de lo que le gustaría dejar ver. Esa carga se sumó a las razones por
las que se sumergió en su trabajo, más que antes.
Lo cual fue otra razón por la que estaba agradecida por mi
amistad con Dee, pasé mucho tiempo en su casa con su familia. Me
acogieron como si perteneciera allí. Creo que sus padres se
apiadaron de mí porque sabían que estaba sola la mayor parte del
tiempo. Tal vez asumieron que mi madre era una madre soltera con
dificultades que necesitaba trabajar todo el tiempo para mantenerse
a flote ya que nunca entré en detalles sobre su puesto en el hospital.
Estaba sola con nada más que mis pensamientos, tratando
desesperadamente de ignorar mis sentimientos por Dylan. No podía
creer que tuviera el descaro de darme la espalda como si nuestra
conversación hubiera terminado porque él lo dijo.
Imbécil arrogante.
Todo el encuentro fue algo borroso. Estaba tan nerviosa que ni
siquiera me había dado cuenta de que alguien estaba en su Jeep
mirándonos discutir hasta que Dylan salió del estacionamiento y
escuché la voz de su amigo riendo a carcajadas. Instantáneamente
sentí que me invadía una sensación de orgullo porque alguien había
sido testigo de cómo una chica le bajaba los humos. No me
sorprendería si alguien me dijera que soy la primera chica en
hacerlo. Eso solo me daba una sensación de satisfacción.
Había tardado mucho en llegar para un tipo como él. Caminaba
por la escuela como si fuera el dueño del maldito lugar, con cierta
arrogancia y su estúpido cabello largo y rubio que caía
perfectamente a los lados de su rostro cincelado, como si fuera una
especie de dios griego o algo así. Era alto para tener dieciséis años,
mucho más alto que mi estatura de un metro sesenta y cuatro.
Supuse que probablemente medía un poco más de un metro ochenta
y dos. Sus intensos ojos color avellana tenían un toque de verde que
imaginé que resaltarían cuando se vistiera de verde. No es que lo
estuviera imaginando de otra manera que no fuera siendo una
molestia.
Tenía el cuerpo de un hombre. Definitivamente podría pasar por
alguien mucho mayor de lo que realmente era. Necesitando detener
todos los pensamientos sobre él, los sacudí antes de que me
consumieran de nuevo y tomaran el control. Fue entonces cuando
me di cuenta de que estaba perdida. Miré a mi alrededor en busca de
una señal, pero en su lugar vi un restaurante en la playa. Decidí
parar y pedir direcciones y tal vez beber o comer algo mientras
estaba allí.
Tan pronto como entré, había una sensación cálida y acogedora
en el aire. El restaurante era hermoso y hogareño con una vista
abierta de la playa. Todo lo que tenías que hacer era cruzar el salón y
los dedos de tus pies estarían en la arena. Había mesas por todas
partes. El olor a comida deliciosa asaltó mis sentidos, haciendo que
mi estómago gruñera. Supe en ese momento que se convertiría en
uno de mis nuevos lugares favoritos para comer. La anfitriona dijo
que podía sentarme, así que decidí caminar hacia la parte de atrás
para sentarme en la terraza donde pudiera disfrutar del aire cálido y
salado del océano cuando me detuve abruptamente.
Dylan.
Puse los ojos en blanco cuando noté que estaba con una chica.
Desagradable sorpresa. Acababa de insultarlo, y allí ya estaba
sentado con otra chica. Sacudí la cabeza con disgusto, pero de
repente fue reemplazado por curiosidad. Esta chica era pequeña, no
su tipo habitual por lo que había oído. Ella no parecía familiar en lo
más mínimo. Nuestra escuela era lo suficientemente pequeña como
para conocer a la mayoría de los estudiantes, aunque solo fuera por
apariencia. Parecía demasiado dulce e inocente para alguien como él.
Tuve ganas de ir allí y advertir a la pobre chica que se alejara de él,
que no era más que un problema. Se desharía de ella como si fuera
basura del pasado una vez que consiguiera lo que quería.
No lo hice.
No pude.
Me quedé allí, mirándolos sin siquiera darme cuenta de que lo
estaba haciendo. Él la estaba ayudando con su tarea. Ahora bien, ese
no me parecía el Dylan con el que me encontré y del que escuché
cosas. Era atento con ella, paciente. Parecían como si se conocieran
de toda la vida. Sabía que no podía ser su hermana, no se parecían
en nada, pero él la estaba tratando como si lo fuera. Y lo que
realmente me impactó fue que él la miraba con amor y adoración.
Incluso respeto. Lo cual era completamente diferente al tipo que
había estado frente a mí, hacía menos de una hora, el mismo tipo al
que me enfrenté en el estacionamiento de la escuela y que no parecía
molesto por lo que le estaba acusando en lo más mínimo. No sé
cuánto tiempo me quedé allí observándolos a los dos. Observando
cada risa y sonrisa. Parecían tan despreocupados, bromeaban sin
esfuerzo.
Inesperadamente levantó la vista, como si percibiera mi presencia
desde el otro lado de la habitación. Nuestros ojos se unieron una vez
más y, por un momento, vi pasar cierta vulnerabilidad a través de él
que pude sentir en lo más profundo de mi ser. Sin embargo, tan
rápido como apareció, desapareció. Fuera lo que fuera, me hizo
cuestionar mis creencias sobre él. Su mirada inmediatamente me
hizo mirar hacia abajo, cortando la conexión que compartimos solo
por unos segundos. Caminé hacia una mesa en el otro extremo del
restaurante, necesitaba alejarme lo más posible de él.
Pedí una bebida y comida, y comencé a jugar con mi teléfono,
cuando sentí que alguien se agachaba a mi lado. Allí estaba él,
balanceándose sobre las puntas de sus pies, a solo unos centímetros
de mi cara, en todo su esplendor. Por primera vez me puso nerviosa.
—¿Ahora me estás acechando?—me preguntó con una sonrisa.
Resistí el impulso de sonreír.
—No soy yo la que está de cuclillas a mis pies, ¿verdad?
Él sonrió, más amplio, mostrando sus hoyuelos. Su mandíbula
estaba apretada y había un brillo en sus ojos como si se divirtiera con
mis bromas.
—Bueno, cariño, tú eres la reina y yo soy el imbécil, como dijiste
antes, así que parece que estoy justo donde pertenezco.
—¿Quién es la chica?—solté de la nada. Las palabras salieron de
mi boca antes de que mi cerebro registrara lo que había preguntado.
Sonrió, sus dientes blancos y rectos brillando con el resplandor
del sol.
—¿Celosa?
—Eso quisieras, amigo. No soy una de tus secuaces—
—No lo eres—respondió con un borde duro.
—¿Qué quieres de todos modos? ¿Necesitas que te diga más de
tus mierdas? —pregunté sarcásticamente, ignorando su último
comentario.
—¿No puede un chico simplemente saludar a una amiga?
—¿Somos amigos ahora? ¿Cuándo pasó eso? Ni siquiera me
gustas.
Él me miró entrecerrando los ojos como si estuviera descubriendo
mi farsa.
—Eso realmente duele, cariño—respondió con una sonrisa,
sosteniendo su mano sobre el corazón en un gesto dramático.
—Estás tan pagado de ti mismo.
—Y tú eres hermosa—afirmó, sin inmutarse.
No pude evitar sonreír.
—Así que así es como funciona, ¿eh? No sé si debería sentirme
ofendida o halagada de que ya me estés coqueteando. Ni siquiera ha
pasado una hora desde que te mastiqué y te escupí, ¿y estás de
vuelta montado en el caballo?—me burlé, lanzando la misma
declaración que escuché decir a su amigo mientras salía del
estacionamiento.
Él se rio entre dientes, un sonido ronco escapó de sus labios.
—Si tuviera que elegir, preferiría lo segundo.
—Bueno, entonces gracias a Dios que no tienes.
Él asintió lentamente.
—¿Así es como lo vas a jugar? Porque me estoy controlando para
ser un caballero aquí, pero esa boquita atrevida tuya me está
volviendo loco, cariño.
—¿Un caballero? —Miré a mi alrededor, fingiendo ver si había
alguien más allí—. Es posible que desees buscarlo en un diccionario
porque lo estás haciendo todo mal—dije, fingiendo sorpresa en mi
rostro.
Sacudió la cabeza, mostrándome esa sonrisa juvenil antes de tirar
de las puntas de mi cabello como lo había hecho antes.
—Como siempre, fue un placer.
Con eso, se puso de pie y se fue.
Me había despedido una vez más.

Dylan
—Hay un lugar vacío allí. —Austin señaló el único lugar de
estacionamiento disponible en el césped.
El terreno baldío junto a la casa de Ian se había convertido en
nuestro estacionamiento privado, parecía un pequeño concesionario
de automóviles. De Mercedes a Hondas destartalados. Nuestro
pequeño pueblo era diverso en casi todo, pero no lo sabrías mirando
a nuestros grupos.
Era sábado por la noche e Ian estaba teniendo una de sus fiestas
emblemáticas en la casa de sus padres. Sus padres eran conocidos
por estar siempre fuera de la ciudad, viajar por todo el mundo y
dejar que otra persona criara a su hijo. Esa era la belleza de vivir en
un pueblo pequeño, todos conocían los asuntos de los demás y los
chismes se extendían como la pólvora. Tratamos de no prestarle
atención, pero era difícil ignorarlo cuando los trapos sucios de todos
se aireaban al aire libre para que todos los demás los vieran.
Como cualquier familia disfuncional, siempre cuidamos de los
nuestros.
La casa de Ian era jodidamente enorme, y la mejor parte era su
ubicación. Propiedad privada frente al mar, había tanta distancia
entre las casas, que nunca llamaron a la policía por perturbar la paz.
Era el lugar perfecto para soltarse y no tener que preocuparse por las
consecuencias. Sus padres nunca se enteraron o tal vez simplemente
no les importaba un carajo. Todos festejaban cerca de la piscina
donde la música country sonaba a todo volumen a través del costoso
sistema de altavoces. Más tarde en la noche, la fiesta se trasladaría a
la playa para una fogata.
Me sorprendió que incluso encontrara un lugar libre esta noche.
Por lo general, teníamos que estacionar en la calle y caminar hasta la
casa. Eran casi las siete cuando los chicos y yo nos dirigimos a la
playa. Por supuesto, Alex estaba en casa, no vino a la fiesta.
Apostaría mi huevo derecho a que Lucas no se quedaría por mucho
tiempo, daría alguna tonta excusa y se iría casualmente de la fiesta
para ir a su casa. Nunca se quedaba por más de un trago.
Marica.
El tiempo parecía pasar volando en estas fiestas. Antes de que te
dieras cuenta, estabas allí durante horas, bebiendo y jodiendo con
y j
todos.
—Entonces… ¿es mi turno de tener una oportunidad con el
famoso Dylan McGraw?—ronroneó Chloe. Al menos pensaba que su
nombre era Chloe. Las caras y los nombres parecían mezclarse con el
tiempo por alguna razón.
—Me han hablado de ti y de tus habilidades. ¿Cuándo voy a
tener un turno para mostrarte las mías? —Ella hizo un puchero.
Sonreí ampliamente.
—¿Por qué no me aclaras lo que has oído? Disfruto de un buen
cuento antes de ir a la cama—la animé, sabiendo que mis palabras
tendrían un efecto en ella.
Ella respiró hondo, tratando de hacer su parte.
—Solo digo que me han dicho que eres todo un mujeriego, y que
conoces bien el…—Ella arqueó las cejas—… corazón femenino.
Me chupé el labio inferior y entrecerré los ojos, dejándolos vagar
por su cabello que era lo suficientemente largo para que yo tirara con
fuerza mientras la embestía por detrás. Por su cara de ratón y hasta
sus perfectas tetas que cabrían en la palma de mi mano. Ella iría bien
para la noche.
—Voy a dar un paseo. ¿Te gustaría venir? Porque realmente me
encantaría que vinieras…
Nada me emocionaba más que la respuesta de una chica a mi
toque.
Ella asintió, tratando desesperadamente de no parecer fácil, pero
fallando miserablemente en su intento. Me incliné hacia adelante, mi
boca cerca de su oído.
—Además, de todo lo que has oído—susurré, haciendo una
pausa mientras mis labios rozaban ligeramente un rincón de su
cuello, mi movimiento característico que volvía locas a las mujeres,
su pecho se levantó, sonrojada, pero trató de mantener el control—
soy un imbécil—añadí, besando el mismo lugar que hacía que sus
bragas se mojaran y sus corazones se aceleraron, sabiendo que
estaba obteniendo la reacción que anhelaba.
Funcionaba con todas las chicas. Excepto con Aubrey.
Extendí el brazo y ella hizo lo mismo, uniendo sus dedos con los
míos. Caminamos de la mano mientras la llevaba a la parte apartada
de la playa con la que estaba muy familiarizado. Pero me detuve en
seco cuando la vi.
Hablando del diablo…
Aubrey.
Capítulo 3
Había algo en la forma en que estaba sentada en la arena,
mirando el agua con el pelo ondeando con la ligera brisa.
Literalmente, verla me dejó sin aliento. Eso nunca había sucedido
antes, interesarme por otro ser humano fuera de mi familia y
amigos, especialmente en una chica que acababa de conocer. Solo
había tenido dos conversaciones con ella y, sin embargo, me
encontraba completamente hipnotizado por la visión que tenía
frente a mí. Como si apareciera de la nada.
Tan incontenible.
Tan cegadora.
Tan real.
Era como una criatura mítica que me atraía hacia mi destrucción.
En este momento, en este instante, ni siquiera tenía que elegir. Por
primera vez en mi corta vida quería desaprovechar la oportunidad
de mojarme la polla en favor de una conversación, y no me
desconcertó en lo más mínimo. Me encontré gravitando hacia ella.
Antes incluso de registrar lo que estaba sucediendo, aparté mi brazo
de la chica rubia que estaba lista para abrir sus piernas para mí como
muchas lo habían hecho antes que ella.
La miré.
—Corre, cariño.
Ella echó la cabeza hacia atrás, mirando en la dirección de mi
mirada, la comprensión rápidamente se apoderó de su rostro.
—Tú imbé…
—Creo que fuiste advertida, cariño—le dije mientras me alejaba
de ella y me acercaba a Aubrey. Todos los comentarios sarcásticos
que venían detrás de mí eran triviales.
No era la primera vez y seguro que no sería la última.
Cuando me acerqué me di cuenta de que estaba llorando. Una
sensación de curiosidad despertó mi interés, pero no era solo eso.
Me invadió una emoción desconocida de querer saber sus razones y
preocuparme por mejorarlas. Mis pies arrastrándose en la arena
rompieron su estado de trance, ella inmediatamente miró hacia
arriba y hacia mí, secándose los ojos y camuflando su angustia antes
de que me reconociera.
Ella resopló y se puso de pie para irse cuando agarré su muñeca,
deteniéndola, y por alguna razón desconocida, me dejó.
—¿Qué ocurre?—le pregunté, la sinceridad se mezclaba en el
tono de mi voz, sorprendiéndonos a ambos.
—No es asunto tuyo, McGraw. —Su rostro frunció el ceño—. Te
vi venir aquí con una de tus desvergonzadas. Probablemente
deberías regresar para sellar el trato. Odiaría ser la razón por la que
tu polla no se moja esta noche. —Su voz una mezcla de ira y tristeza
a partes iguales.
¿Estaba celosa?
Su respuesta me dolió un poco, pero no me sorprendió en lo más
mínimo. Éramos extraños, ella apenas me conocía y sólo había oído
cosas horribles sobre mí. No podía culparla por no querer abrirse
conmigo. En todo caso, estaba feliz de que su primer instinto fuera
protegerse de idiotas como yo. En ese momento, todo lo que
anhelaba era romper su comportamiento helado y derribar un
pedazo de su muro.
Sobre todo, quería verla sonreír.
Quería que me dejara entrar.
—Si querías pasar el rato conmigo, todo lo que tenías que hacer
era preguntar, tal vez incluso con un por favor, aunque disfruto de
tus tendencias de acosadora.
Ella sonrió.
—Me conformaré con esa sonrisa. —No le presté atención y me
senté en el mismo lugar donde ella acababa de pararse—. Sabes, nací
y crecí en esta ciudad. En realidad, nací en el Hospital Dosher
Memorial en South Port—dije, sorprendiéndome—. Nunca me abrí a
nadie. Esta playa me guarda muchos buenos recuerdos. Monté mi
primera ola... —asentí hacia ella—en ese punto máximo donde
rompen las olas cuando tenía seis años. Me tiraron de mi tabla por
primera vez cuando tenía ocho años en ese mismo lugar. Me lo
merecía porque era una pequeña mierda arrogante y tenía que
presumir ante los muchachos. Quedar atrapado dentro de la
corriente de la ola es como ser arrojado inesperadamente a una
lavadora, sin saber cuándo terminará el ciclo y te liberará. Estaba
muerto de miedo. No sabía en qué dirección estaba arriba y en qué
dirección estaba abajo. Pensé que me iba a ahogar. Maldita sea. —Me
reí entre dientes, sacudiendo la cabeza. Nunca se lo había admitido a
nadie.
—Los muchachos estaban aterrorizados por mí, estaba escrito
claramente en sus rostros. Todavía recuerdo cuando abrí los ojos y vi
a Half-Pint llorando por primera vez, cuando la marea me arrastró
de vuelta a la orilla.
—¿Half-Pint?—preguntó, finalmente tomando asiento a mi lado.
—No, cariño. —Me giré para mirarla—. Tu turno.

Aubrey
Caminé por la playa para estar sola.
Encontré un lugar en unas rocas cercanas y me senté a mirar la
puesta de sol en el horizonte. El cielo siempre hacía una vista
panorámica escénica sobre el agua. Todos los hermosos colores se
mezclaban preparándose para cambiar a la noche. La obra de arte de
la madre naturaleza. Quedarme sentada allí escuchando el suave
arrullo de las olas me arrastró a su ritmo calmante, trayendo una
sensación de paz sobre mí.
El océano era mi lugar feliz.
Era una de las cosas que más extrañaba de estar de vuelta en
casa. Vivíamos a poca distancia de la playa, pero aquí en Oak Island
estaba a un viaje en coche. Era otra razón por la que no podía
esperar para tener mi licencia. Ver las olas me recordaba a mi padre,
era surfista. Así fue como mi madre lo conoció, en realidad. Ella solía
contarme las mejores historias de cómo él había tratado de
impresionarla y terminó comiendo mierda. Sin embargo, amaba sus
esfuerzos.
Estar sola era la píldora más difícil de tragar. Echaba de menos
California. Extrañaba la casa en la que crecí y los amigos que había
conocido desde la infancia. Extrañaba cada vista, olor y sonido.
Había vivido allí toda mi vida.
Hogar.
La familiaridad de todo.
El consuelo.
Sobre todo, echaba de menos a mi tía y a mi padre.
En un abrir y cerrar de ojos, el anochecer estaba sobre mí. Las
estrellas brillaban en lo alto, contra la oscuridad del cielo con la luna
sonriendo como un gato Cheshire. La brisa del mar trajo un ligero
frío al aire. Abracé mis rodillas contra mi cuerpo en un gesto
tranquilizador, protegiéndome para crear un poco de calor a mi
alrededor. Me senté sola pensando en cuánto había cambiado mi
vida en tan poco tiempo. Ni siquiera me di cuenta de que había
empezado a llorar, derramando lágrimas por todo, por nada.
Una oleada de emociones se hizo cargo, imitando las siniestras
olas frente a mí, una tras otra. Miré hacia atrás, hacia la fiesta que
parecía tan lejana, pero aún muy cercana. Vi a McGraw exhibiendo
otra de sus conquistas. Todo lo que me vino a la mente fue,
prostituto. Poniendo los ojos en blanco, desvié la mirada de lo que
estaba a punto de suceder.
Segundos después escuché el movimiento de la arena a mi lado.
Inmediatamente lo miré a los ojos y me puse de pie para alejarme.
Me limpié todas las lágrimas, él es lo último que necesitaba en ese
momento.
Excepto que no lo quería.
p q q
Agarró mi muñeca para detenerme y tomó asiento donde yo me
había sentado antes, después de que me hizo sonreír con su
incesante coqueteo. No podría haberme ido, aunque hubiese
querido.
Y no quería.
Lo escuché describir su infancia con la misma añoranza que yo
sentía por mi ciudad natal. La sinceridad de su tono me había
tomado con la guardia baja, haciéndome sentir como si fuera la
única persona con la que había compartido estos recuerdos. Por
primera vez desde que nos mudamos a Oak Island, ya no me sentía
tan sola. Me sorprendió que viniera del chico del que me había
convencido que necesitaba alejarme.
La ironía no se me perdió.
—¿Half-Pint?—interrumpí, sentándome a su lado. Me pregunté
si era la chica del restaurante con la que lo había visto el día anterior.
—No, cariño. —Se volvió para mirarme—. Tu turno.
Miré a los ojos del tipo que era una paradoja andante de
contradicciones. Estaba viendo un lado de él que no le mostraba a
nadie, y no tenía idea de por qué...
Todo lo que sabía era que me gustaba.
Quería más.
Necesitaba más.
Algo muy dentro me dijo que podía confiar en él. Fui la primera
en romper el contacto visual, mirando hacia el océano tratando de
recuperar mis emociones que parecían estar tomando el control,
pensando si realmente iba a hacer esto. Todavía podía sentir su
mirada en un lado de mi cara, quemando un agujero en mi piel, y
una parte de mí sabía que él lo sentía.
El efecto que tenía en mí.
Tomando una respiración profunda, abrí la boca y murmuré:
—Me siento sola—lo suficientemente alto para que él lo
escuchara. Mis cejas se levantaron, sorprendida con mi revelación.
Finalmente admitía mi verdad en voz alta.
—Mi madre y yo nos mudamos aquí desde California unas
semanas antes de que comenzaran las clases. Empacó la única vida
que he conocido en una semana, y cruzamos el país en coche en unos
pocos días. Realmente no tuve tiempo para procesar la gravedad de
la situación. Creo que estaba tan en estado de shock por la noticia de
nuestra próxima mudanza, que no pensé en cuánto cambiaría mi
vida. —Hice una pausa, necesitando un segundo para ordenar mis
pensamientos y recuperar el valor de lo que estaba a punto de decir.
Lo que nunca le había dicho a nadie, ni siquiera a mis amigos más
cercanos cuando me preguntaron por qué nos mudábamos.
—Mi padre solicitó el divorcio. Quería odiarlo, traté de odiarlo,
pero no pude. Me sentí tan impotente al no saber de qué lado estar o
donde se suponía que debía estar. Mi mundo se hizo pedazos
porque mi padre decidió que ya no podía más. Sin embargo, todavía
lo amo. Me sentí como si estuviera en medio de una tormenta, sin
saber por dónde salir. Tuve que elegir un bando, y al final, estoy
sentada aquí extrañándolo. Al mismo hombre que hizo trizas mi
vida, pero no puedo culparlo porque mi madre trabajaba todo el
tiempo. Era prácticamente un padre soltero, tuvimos la suerte de
tener a mi tía Celeste, quien intervenía y ayudaba tanto como le
fuera posible. Es cómico cómo dos hermanas pueden ser tan
diferentes. Mi madre es cirujana general. En casa, ella era la jefa de
médicos y dirigía la unidad de urgencias. Ahora dirige la unidad de
urgencias del hospital de South Port.
Su mirada nunca vaciló. Simplemente se sentó allí escuchando
pacientemente cada palabra, sin interrumpirme, nunca.
Instantáneamente miré hacia abajo cuando lo sentí colocar
suavemente su mano sobre la mía en la arena. Era un gesto
tranquilizador, reconfortante. Tal vez para mostrarme que le
importaba.
Una pequeña parte de mi...
Se elevó por primera vez en meses. Sentí una autentica conexión
con otro ser humano. Con un chico, que ni siquiera me conocía.
—Estoy sola mucho tiempo. Más de lo que debería estar a mi
edad. Mi madre trabaja más aquí en el hospital, que en California. A
veces pienso que es más fácil para ella no mirarme. Le recuerdo
demasiado al hombre que le rompió el corazón. Una parte de mi
padre mirándola a la cara cada vez que me mira.
Mis ojos aún estaban fijos en su mano que nunca dejó la mía. En
la oscuridad, nuestras manos eran una, extensiones la una de la otra.
Sus dedos ásperos y callosos estaban tan cómodos descansando
sobre los míos que quería girar la mano para sentirlo. Cuando se
acercó y rozó ligeramente el costado de mi mejilla con la otra mano...
¿Me estaba imaginando esto? ¿Me estaba pasando esto?
…sus dedos se movieron para tirar de las puntas de mi cabello
que enmarcaban mi rostro. Este gesto sencillo pero significativo fue
la primera grieta en la pared que había construido contra él. Sus
nudillos rozaron mi mejilla otra vez, y nerviosamente me lamí los
labios, mirándolo con los ojos entornados.
—La mierda pasa—fue todo lo que dijo.
Nada demasiado descriptivo, nada emocional, nada amoroso,
simplemente, La mierda pasa.
—Tú haces la vida, Aubrey, la vida no te hace a ti.
Y en ese momento, fue lo correcto para decir.
Era exactamente lo que necesitaba escuchar.
Nunca en mis sueños más locos pensé que saldría de la boca del
chico del que más necesitaba alejarme.
Capítulo 4
Dylan
Habían pasado algunas semanas desde aquella noche en la playa
con Aubrey. Nuestros caminos siempre parecían cruzarse, pero
nuestras interacciones no se parecían en nada a esa noche. Eran
coquetos con juguetones golpes el uno al otro.
Pensaba en ella más de lo que debería, lo cual era gracioso porque
no tenía idea de quién era antes de que golpeara el culo en el
estacionamiento de la escuela. El recuerdo de ella enfrentándose a
mí aquel día me hacía sonreír cada vez que pasaba por mi mente.
Lo cual era más de lo que quería admitir.
—¿Estás listo?—preguntó Austin, caminando hacia mi casillero.
Asentí, arrojando mi último libro de texto. Las vacaciones de
Navidad estaban oficialmente sobre nosotros, dos semanas de nada
más que surf y chicas.
—Date jodidamente prisa. Colleen me está esperando en el
restaurante de Half-Pint.
—¿Collen?—le pregunté, cerrando el casillero—. ¿Quién diablos
es Colleen?
—¿Estás viendo la paja en el ojo ajeno?—dijo él, levantando la
ceja de manera desafiante.
No pude evitar reírme.
—Solo cuidándote, hermano—le respondí.
—No necesito que me cuides, Dylan. Puedo cuidarme solo.
Levanté las manos en un gesto de rendición, alejándome de él.
Austin apenas tenía quince años y ya había follado dentro y fuera de
nuestra escuela. Mierda, puede que esté persiguiendo mi parte justa
de culos, pero siempre tenía cuidado. Algo me decía que a Austin le
importaba un carajo mientras mojara su polla. Lo último que
necesitaba era dejar a alguien preñada. Tenía toda la vida por
delante. Le compraba condones cada vez que podía, pero a medida
que crecíamos, más me decía que me metiera en mis putos asuntos.
—¿Estás listo o vas a seguir remoloneando?
—Dios, calma tu mierda, ya casi termino.
—¿No es esa la chica que estás tratando de follar?
—¿Qué? —Me volví en la dirección de su mirada.
Aubrey estaba apoyada en su casillero con Kyle, el mariscal de
campo estrella, parado frente a ella.
Me crují el cuello y carraspeé, mi cuerpo de repente se puso
rígido.
—Listo.
Austin sonrió, sacudiendo la cabeza, sabiendo exactamente lo que
quería decir. Aubrey y yo nos miramos a los ojos justo antes de que
estrellara el cuerpo de Kyle contra los casilleros mientras nos
dirigíamos al estacionamiento para irnos. Sus ojos se abrieron con
incredulidad, pero también había una pizca de diversión detrás de
esos hermosos iris verdes suyos.
—¿Qué carajo?—rugió Kyle, girándose para mirarme.
Sonreí.
—Ah, hombre, no te vi.
Él asintió, su comportamiento cambió drásticamente de arrogante
a acobardado.
—No te preocupes, hombre. —Miró a Aubrey, retrocediendo—.
Te veré por ahí.
Marica.
Ella sonrió levemente, sorprendida de que Kyle se fuera tan
rápido. Frunciendo el ceño, me miró.
—¿Es en serio?
Me encogí de hombros.
—No soy yo quien huye con la polla entre las piernas, ¿verdad?
Soy tan real como parece, cariño. ¿Quieres tocarme? ¿Asegurarte de
que no estás soñando?
Ella suspiró y cruzó los brazos sobre su pecho, haciendo que sus
turgentes tetas se levantaran. Casi no lo noté.
Casi.
—No. Eres solo el que lo ahuyentó.
—Semántica—respondí.
Austin miraba de un lado a otro entre nosotros con una mirada
de satisfacción en el rostro que yo quería que quitarle de un
puñetazo.
—Me encantaría seguir parado aquí y ver estos juegos previos
entre vosotros, pero tengo un lugar donde estar. Así que hazme un
favor, cierra el trato o sigue adelante. —Él sonrió—. Por favor.
Ella se sonrojó, el rojo carmesí asomándose desde su nariz hasta
sus mejillas. Negué con la cabeza, ignorando a mi amigo bloqueador
de pollas.
—Ese tono de rojo te queda muy bien—le dije en un tono burlón
—. No te preocupes por Austin, mi amigo, aquí. No es un gran
caballero.
Ella se burló.
—¿Y tú lo eres?
—Solo contigo, cariño.
—Tienes una respuesta ingeniosa para todo, ¿verdad?
—¿Qué puedo decir, chica bonita? Sacas lo mejor de mí.
Ella sonrió, una verdadera sonrisa esta vez, y se metió el cabello
detrás de la oreja. Instantáneamente me acerqué y lo saqué para tirar
de los extremos, dejando que las yemas de mis dedos rozaran la
suave piel de su mejilla. Se inclinó hacia mi toque por una fracción
de segundo, antes de que me alejara.
—Te veré por ahí—dije en un tono condescendiente, usando las
mismas palabras que Kyle.
Me alejé de ella… aunque no quería.
Pasé el resto del día en la playa con los chicos y Alex como
cualquier otro día normal. Estaba tratando como el infierno de evitar
que mi mente divagara de nuevo a Aubrey y ese maldito idiota de
hoy en el pasillo, sin éxito.
Es lo que es.
Como de costumbre durante las vacaciones de Navidad, los
muchachos y yo pasamos todo el tiempo en la playa y en el
restaurante de los padres de Alex. Oak Island se ponía frío durante
el invierno, pero ese año fue sorprendentemente más cálido de lo
normal. El agua puede estar fría, pero mientras uses un traje de
neopreno, estarás bien.
Surfear, tomar el sol y pasar el rato. Hablar mierda era
exactamente lo que necesitaba.
Santa no fue el único que dijo, Jo, jo, jo.
Vi a Aubrey por aquí y por allá, pero siempre estaba con esa
maldita chica Dee... al menos creo que así se llamaba.
Aparentemente, la follé, así que mantuve la distancia. Lo último que
necesitaba era una chica que se pusiera furiosa conmigo y
enloqueciera con Aubrey presente.
Nunca la volví a ver con Kyle, pero se decía en la playa que la
nueva chica de la ciudad había tenido algunas citas durante las
vacaciones.
¿Quién realmente tiene citas en la escuela secundaria?
No podía creer que tipos de mi edad estuvieran saliendo. Que
montón de maricones. Aubrey estaba siendo acosada por idiotas
porque los muchachos habían olido sangre fresca. Dame un respiro,
no querían salir con ella, querían follársela.
Al menos yo era honesto.
Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía un verdadero
problema con que alguien tocara a Aubrey, incluyéndome a mí.
Llámalo como quieras, celos o simple estupidez, lo despreciaba.
¿Qué se suponía que debía hacer al respecto?
Mantuve la distancia, escuchando lo que la gente decía sobre ella,
observándola desde lejos y luchando contra cualquier sentimiento
de hacer algo al respecto.
Cuando un hijo de puta la tocaba, me mordía la lengua.
Cuando sonreía a un chico que no era yo, apretaba los puños.
Cuando escuchaba a un imbécil hablar de ella, apretaba los
dientes y me alejaba.
El deseo de ser posesivo me rodeaba. Me estaba ahogando en eso.
Me había convertido en uno de esos clichés, los tipos de los que me
burlaba. Me había crecido un maldito coño de la noche a la mañana.
Apenas conocía a esta chica y, sin embargo, no podía dejar de pensar
en ella.
Me estaba consumiendo y ni siquiera lo sabía.
Las vacaciones de Navidad terminaron demasiado pronto. Un
nuevo año siempre significaba nuevos horarios de clases, pero no
podía quejarme. Ahora Aubrey y yo compartíamos el mismo salón
de clases, ya que todos los grados estaban mezclados. Tengo que
pasar los primeros treinta minutos de mi día observándola. Era la
mejor maldita media hora de mi día. Se sentaba unos cuantos
escritorios delante de mí. Podía observar cada uno de sus
movimientos. La forma en que se retorcía el pelo cuando estaba
sumida en sus pensamientos. O cómo mordía la goma de borrar de
su lápiz cuando creía que nadie la miraba. Su maldita ropa ceñida
que la abrazaba en todos los lugares correctos era mi perdición.
Era jodidamente hermosa. La chica ni siquiera tenía que
esmerarse.
Nunca se dio cuenta del efecto que tenía sobre mí y eso se
mantuvo a lo largo de los años.
O tal vez lo hizo.
Nunca tuvimos más de una conversación completa entre
nosotros. Esa noche en la playa había sido la primera conversación
verdadera que había tenido con una chica además de Alex. Por
mucho que tratara de olvidarme de esa noche...
No podía.
Nunca he tenido una novia, nunca he querido una, y toda esta
mierda emocional con Aubrey, estaba empezando a asustarme. Así
que hice lo mejor que pude hacer, le mostré a Aubrey mi verdadero
yo. Esta vez iba a hacer lo correcto. No lastimaría a otra chica, al
menos a ninguna que importara.
Preferiría hacer que me odiara ya que no podía alejarme de ella.
Era tarde. La escuela había terminado por el día y la mayoría de
los estudiantes se habían ido a casa. Todos los maestros estaban en
sus aulas, agradecidos de que el día hubiera terminado y
preparándose para el fin de semana que se avecinaba.
—¿Estás bien?—dije cerca de la oreja de Bristol, enjaulándola con
mi cuerpo musculoso. Su casillero estaba justo al lado del de Aubrey.
Tal vez elegí Bristol a propósito. Tal vez no.
¿Quién diablos sabe lo que estaba pensando?
Todo lo que sabía era que su cuerpo presionado contra el mío no
me excitaba.
Ni una contracción de mi polla, la hija de puta no estaba
cooperando.
Lo que me cabreó más que nada.
Lo intenté con más fuerza, empujando deliberadamente mi polla
contra sus genitales, sus piernas prácticamente envueltas alrededor
de las mías. Sentí a Aubrey en el momento en que ella caminó detrás
de mí. Sentí el agujero que estaba quemando en mi espalda,
abrasando el espacio vacío donde debería estar mi corazón.
Continué con mi pequeño espectáculo, llevándolo un paso más allá.
Mis manos comenzaron a vagar desde su cadera hasta su costado,
rozando su teta, provocando que un gemido escapara de su boca.
Aubrey se dirigió a su casillero. Todavía podía sentir su mirada de
vez en cuando mientras Bristol se fundía con todo lo que tenía para
ofrecer, lo cual no era una sorpresa.
Escuché un fuerte portazo y miré hacia dónde venía. Aubrey me
miró directamente a los ojos. Ella no retrocedió, no es que yo
esperara que lo hiciera. Podía leerla como un libro abierto y la
conexión que compartíamos no tenía ningún maldito sentido.
Éramos muy jóvenes, pero nada de eso importaba. No cuando
ella me miraba así. Parecía que escondía sus emociones de todos,
excepto de mí.
¿Por qué?
Miró de un lado a otro entre nosotros, casi como si supiera lo que
estaba haciendo todo el tiempo. Pensé que, si me observaba con otra
persona, si la lastimaba, sería más fácil olvidarla y seguir adelante.
No lo hizo.
Lo hizo más difícil.
¿Qué carajo me pasa?
Jugué los juegos.
Preparé el partido.
Hice las reglas.
No estaba acostumbrado a sentirme fuera de control. No estaba
acostumbrado a sentir nada más que mi cuerpo frotando contra
alguna chica al azar y mi polla hundiéndose en su acogedor calor.
No tenía emociones, las tenía bajo llave pero esta chica parecía tener
la llave, causándome estragos.
Bristol soltó una risita, alejándome de mis pensamientos, la miré.
—Dylan, nos vas a meter en problemas. —Ella movió sus caderas,
presionando su coño más contra mi polla que todavía se negaba a
reaccionar.
Todo lo que sentí era…
Arrepentimiento.
Todo el tiempo que pasé charlando con la chica en mis brazos,
imaginé la cara de Aubrey y, por alguna jodida razón, me hizo sentir
mejor.
—Oye, ¿a dónde fuiste?—ronroneó ella en mi oído, empujando
mi cuello con su nariz.
Carraspeé y volví a mirar a Aubrey, que se había ido. Me alejé de
ella. El deseo por Aubrey se volvió demasiado abrumador. Llenando
el espacio vacío en mi corazón con tonterías que no quería, ni
necesitaba. Sin querer, seguí el sutil balanceo de las caderas de
Aubrey cuando pasó junto a nosotros de nuevo y salió al
estacionamiento. La mochila que se había colgado del hombro
parecía pesar más que ella. Caminaba rápido y con determinación.
Obviamente necesitaba alejarse de mí.
—¿Qué es lo que acaba de suceder?—susurró Bristol, tratando de
echarme los brazos al cuello.
Los contuve.
—Cariño, desesperada no es una buena vista.
Ella se echó hacia atrás, ofendida.
—Terminé aquí—le dije.
Ésta era la segunda vez que me alejaba de algo seguro debido a
Aubrey. Mis reacciones hacia ella eran territorio desconocido,
emociones inexploradas estaban tomando el control, y no estaba
seguro de querer que se detuviera. Seguro como el infierno que no
luchaba con demasiada fuerza para controlarlo. Esta energía se
apoderaba de todo mi cuerpo cuando estaba cerca de ella, y quería
que así fuera.
Me subí a mi Jeep y comencé a conducir, sin ir a ningún lado en
particular o eso me dije hasta que vi a Aubrey caminando al otro
lado de la carretera.
—Sigue conduciendo, McGraw. Sigue conduciendo tu maldito
coche, marica—razoné conmigo mismo, mirando casualmente por el
espejo retrovisor.
No había nada que decir.
La elección nunca fue mía.
—Maldita sea—grité, dando un brusco giro en U. Los coches
pisaron los frenos, tocaron sus bocinas y me gritaron obscenidades
sobre a dónde podía irme y cómo llegar allí. La conmoción detuvo a
Aubrey en seco. Se dio la vuelta para descubrir la fuente de todo el
caos.
Ni siquiera un segundo después me detuve junto a ella.
—Entra.
Capítulo 5
Aubrey
Sonreí vacilante, debatiendo si subirme o no en su Jeep. Podría
haber seguido caminando, pero la forma en que me miraba, con tal...
Desesperación.
Confusión.
Nostalgia.
Me hizo cuestionar mi resolución.
¿Cuántas veces tendría que verlo tratando de meterse en las bragas de
otra chica antes de que me entrara en la cabeza que el chico no era bueno?
—Entra—repitió en tono autoritario. Estiró la mano sobre la
consola para abrirme la puerta. Su palma abierta se extendió,
haciéndome señas para que la tomara. Miré de su mano a la puerta,
de nuevo a él, suspirando. Algo en su mirada me hizo ceder. Tiré la
mochila en el asiento trasero. Mi pie golpeó el estribo y mi mano
aterrizó en la suya. Tiramos al unísono, Dylan, ayudándome con el
salto.
Miró hacia atrás y aceleró a fondo.
—Ponte el cinturón—fue todo lo que dijo, manteniendo su
mirada fija en el camino frente a él, sin decir una palabra más. El
incómodo silencio martilleó a mi alrededor, arremetiendo contra mis
inseguridades de que esto era una mala idea. Que no debería estar
en su Jeep. No debería estar hablando con él. No debería sentir nada
por él más que lo que se supone que debo sentir.
Lo que era bueno para mí...
Creo que sintió que quería que dijera algo.
Cualquier cosa.
En lugar de eso, volvió a subir el volumen de la radio. Ain't No
Sunshine de Bill Withers asaltó mis sentidos, conmocionándome y
nublando cualquier duda. Antes de que abriera la boca, puso un
dedo en mis labios y dijo con voz áspera:
—No lo hagas.
Nos miramos a los ojos durante unos segundos, pero
rápidamente rompió nuestra conexión. Decidí mirar por la
ventanilla. Era más fácil de esa manera, fingir que este pequeño
encuentro no significaba nada.
Para los dos.
Escuché la letra de la canción, tratando con todas mis fuerzas de
no leer demasiado, mientras él tamborileaba los dedos contra el
volante al ritmo de la música. Cuando tienes quince años sientes
todo con tanta pasión, tan profundamente, que arde por todas
partes, dejando tras de sí una estela de cenizas que acumulas cerca
de tu corazón.
Haciéndolo todo mucho más real.
Atribuidlo a las hormonas, o tal vez era yo, queriendo
desesperadamente establecer una conexión con alguien. En ese
momento, sentada a su lado con nada más que mis pensamientos y
la letra de la canción, sentí que me estaba mostrando una parte de
quién era. Dejándome entrar de la única manera que sabía,
exponiendo un lado suyo que nadie conocía, posiblemente ni
siquiera él. Algo me decía que ese gesto era su manera de tenderme
una rama de olivo.
La pregunta era, ¿la aceptaría?
Sabía que no tenía amigos aparte de los muchachos y esa chica
Half-Pint, pero por la razón que fuera...
Yo le gustaba.
Conducimos en silencio por lo que pareció una eternidad,
perdidos en nuestros propios pensamientos que se desmoronaban
con la confusión en nuestras mentes. Cuando se detuvo en mi casa,
me di cuenta de que nunca le dije dónde vivía.
—¿Acechas mucho? —bromeé, sin poder evitarlo mientras
estacionaba en mi camino de entrada.
Respiró hondo mientras apagaba el Jeep, queriendo que ningún
sonido interrumpiera lo que estaba a punto de compartir conmigo.
Parecía que necesitaba sacar lo que quisiera decir antes de perder el
coraje, pero no vaciló. Se movió en su asiento para mirarme
profundamente a los ojos, buscando algo que no podía identificar.
Una guerra se libraba en sus ojos. Se estaba deshaciendo.
Se produjo una batalla interna como si lo que estaba bien y lo que
estaba mal hubiera estado delante de él todo este tiempo.
Yo.
La expresión seria de su rostro me cautivó de una manera que
nunca antes había experimentado. Lo que solo se sumó a las
fastidiosas emociones que se interponían entre nosotros.
—He estado pensando en ti, cariño. ¿Alguna vez has pensado en
mí? —admitió.
Sólo. Así.
Tan de frente.
Tan directo.
Tan implacable.
Aprendí en ese mismo momento que no había áreas grises
cuando se trataba de Dylan McGraw, solo blanco y negro. Iba directo
al grano, era sí o no. Nunca tal vez. Nunca en algún punto
intermedio. Lo loco de esto era que solo había llegado a la punta del
iceberg cuando se trataba de él, y como el Titanic, me estaba
hundiendo rápidamente.
Me encogí de hombros en respuesta porque no podía decir lo que
realmente estaba pensando. Lo que realmente quería.
Tú. También. Me. Gustas.
—¿Quieres salir conmigo?—siguió, sintiendo mi reserva. No
sabía qué me molestaba más, si el hecho de que él pudiera leer mi
mente o el hecho de que yo pudiera leer la suya. De todo lo que
había escuchado sobre él en la escuela, estaba segura de una cosa,
definitivamente era la primera chica a la que invitaba a salir. Me
había elegido sobre cualquier otra chica.
Ese simple hecho me abrumó más de lo que debería.
Apartando la sensación de aleteo que su pregunta desencadenó
dentro de mí, negué con la cabeza. Temerosa, de que si abría la boca
la respuesta hubiese sido diferente porque después de todo, no
confiaba en él.
Él respondió, tirando de las puntas de mi cabello.
—No suplicaré. Tampoco volveré a preguntar, dulce niña.
Por segunda vez en cuestión de minutos, aprecié su sinceridad.
—Hagamos un trato—lo desafié, devolviéndole su aspereza.
Ladeó la cabeza, exasperado por mi propuesta.
—Mantén tu polla en tus pantalones durante un mes y veremos
sobre una cita.
Se rio fuerte y roncamente, su risa resonando a nuestro alrededor.
—¿Tienes que estar jodiéndome? ¿Tú sabes quién soy?
—Lo sé. —Abrí la puerta para salir, haciendo una pausa para
lograr un efecto—. Pero también sé que me merezco mucho más de
lo que estás dispuesto a darme. —Salí del Jeep, agarrando la mochila
del asiento trasero—. Gracias por el viaje.
Me alejé sin mirar atrás. Dejándolo con mis condiciones,
esperando en silencio que continuara, pero no era lo suficientemente
estúpida como para creer que lo haría.

Dylan
—¡El infierno se ha congelado oficialmente, damas y caballeros!—
gritó Lucas desde la playa para que el resto de los muchachos y Alex
escucharan.
—Cierra. La. Puta. Boca—gruñí.
Se llevó la mano a la oreja.
—¿Disculpa? ¿Qué fue eso? ¿Puedes decir eso una vez más? Creo
que no te escuché.
Alex tiró de su camiseta.
—Bo, déjalo en paz. Estás siendo malvado.
—Sí, Bo—me burlé—. Estás siendo malvado—repetí con voz
aguda.
—Oh, vamos, Half-Pint, esto es monumental. ¡Un jodido parón
universal, los cerdos vuelan a nuestro alrededor!—proclamó Jacob,
tirando a Alex contra su lado. Austin rodó por la arena, partiéndose
de risa.
—¡Malditos miserables! ¡Suficiente!—les grité a todos, excepto a
Alex, arrastrándola frente a mí para bloquear todos los comentarios
de mis supuestos amigos.
—Al principio pensé que nos estabas tomando el pelo. Después,
pensé que estabas tratando de demostrarle algo a Half-Pint, como
que en realidad no eres un imbécil y eres un buen tipo. Pero ahora...
bueno, mierda, ahora sabemos que se trata de una chica . —Lucas se
rio, poniendo a prueba mi maldita paciencia.
—Y escucha esto, no cualquier chica sino la chica nueva. A la que
nadie ha puesto las manos encima todavía. Lo que solo podría
significar una cosa, McGraw, no te gusta compartir—añadió,
haciéndome dar cuenta de que tal vez tenía razón.
¿Por eso me gustaba?
—La trama se complica… ¡dun dun dun! ¿No te diste cuenta de
ese pequeño hecho? —interrumpió Jacob, provocándome.
Alex me miró a los ojos por una fracción de segundo, antes de
volver a mirar a los muchachos, enderezándose y poniendo las
manos en las caderas.
—Basta, idiotas. ¿Qué importa por qué le gusta? En pocas
palabras, le gusta alguien. Si sabéis lo que es bueno para vosotros, lo
dejareis en paz—le advirtió ella, y la amé un poco más por eso.
—Half-Pint, seamos realistas, todos sabemos que Dylan se
controla cuando estás cerca. ¿En serio vas a negar que no te
sorprende un poco el hecho de que la última vez que no tenía una
chica pegada a su cadera fue cuando todos estábamos en la escuela
primaria? —intervino Austin—. E incluso entonces todavía se estaba
metiendo en problemas por besar a las chicas detrás del tobogán.
Este es el mismo tipo que trajo una revista Playboy a nuestra clase de
tercer grado y se burló de la maestra cuando ella se la quitó y llamó
a sus padres.
Había decidido estar a la altura del desafío de Aubrey, quería
pasar tiempo con ella y lo que dijo me había conmovido. Ella se
merecía algo mejor que lo que yo tenía para ofrecer. Habían pasado
algunas semanas desde que me desafió, y me las había arreglado
para mantenerla en mis pantalones.
—¿Cuánto ha pasado, McGraw, tres, cuatro semanas? ¿Cómo
está tu mano, amigo? —se burló Jacob, imitando un gesto de
masturbación con el puño.
Half-Pint miró la arena, pateándola, un suave brillo rojo trepando
por sus mejillas. Miré a los muchachos quienes asintieron con la
cabeza en reconocimiento. Todos respetábamos demasiado a Alex
como para continuar la conversación a su alrededor.
Agarré su mano.
—Vamos, Half-Pint, alejémonos de estos imbéciles. Mis oídos
vírgenes no pueden más.
Ella se rio y me siguió. Todos nos dirigimos al restaurante de sus
padres para comer algo. Justo cuando caminábamos a través de las
puertas deslizantes de vidrio, Lucas me golpeó en el pecho.
—Hablando del diablo, ¿no es esa tu chica, McGraw?
Allí, ante mis propios ojos estaba...
Aubrey.
Con un hijo de puta.
Por supuesto, los muchachos se echaron a reír y Alex me apretó
la mano para tranquilizarme. Aubrey miró hacia nuestra dirección y
nuestros ojos se encontraron por un breve momento. Tomó todo
dentro de mí no caminar hasta allí y dar a conocer mi presencia. Por
respeto a los padres de Alex, me contuve. Eran como mis propios
padres, y no necesitaban que causara problemas.
—Vamos a sentarnos. Tengo un poco de hambre—anunció Alex,
llevándonos a la mesa de la esquina en la parte de atrás. Sabía que lo
hizo por mi bien. Todos ordenaron algo de comida excepto yo, mi
apetito había desaparecido de repente. Saqué el teléfono y lo puse
sobre la mesa.
Esperando.
Era todo lo que podía hacer. Tuve que sentarme allí y soportar
sus miradas de anhelo poco sutiles. Estaba devorando su cuerpo con
la mirada y sus constantes caricias me daban ganas de romperle los
jodidos dedos. Nuestras miradas se conectaron varias veces, era
como si lo hiciera a propósito, para sacarme una reacción, pero ¿para
qué?
No podía estar cerca de ellos mucho más tiempo, me iba a
romper. Los celos se apoderaron de mí.
La vi levantarse y cruzar la habitación hacia el pasillo. Antes de
que me diera cuenta, mis pies se movían hacia adelante como si
fueran tirados por una cuerda que ella sostenía. Me encontré
siguiéndola mientras se dirigía al baño. Agradecí que estuviera
aislado en la parte trasera del restaurante, porque la esperé.
—¿Estás tratando de ponerme celoso, cariño?
Ella jadeó, llevando una mano a su corazón.
—¡Dios! ¿Estás tratando de darme un ataque al corazón?
Arqueé una ceja, apoyándome contra la pared con los brazos
cruzados sobre mi pecho. Sus ojos seguían cada uno de mis
movimientos.
—No, solo trato de hacerte gritar... de todas las formas que
pueda, pero verás, tengo esta apuesta con una rubia luchadora para
mantenerla en mis pantalones.
Ella sonrió.
—Al menos uno de nosotros ha cumplido con su parte del trato—
dije sarcásticamente.
Ella se encogió de hombros.
—No recuerdo haber hecho un trato que me preocupara.
—¿Es eso correcto?
—Malditamente correcto.
Asentí, mirándola con los ojos entrecerrados.
—Entonces, déjame refrescarte la memoria.
—Por supuesto—me respondió.
Fruncí el ceño.
—¿Estás segura de que tienes tiempo?
—¿Que se supone que significa eso?
Me aparté de la pared, caminando hacia ella.
—Oh, ya sabes, tu cita está ahí fuera. No me gustaría hacerlo
esperar. —Tiré de las puntas de su cabello—. El chico probablemente
esté perdido sin tus tetas sentadas frente a él. —Soltando su cabello
continué mi asalto, rozando su clavícula—. Dios sabe que no ha
estado mirando nada más.
Ella apartó la mano.
—¡Imbécil!
—Nunca pretendí ser otra cosa que eso.
—Me voy a ir ahora.
—Nadie te detiene, cariño.
Sus ojos se abrieron en estado de shock, haciendo que esas
hermosas esmeraldas suyas brillaran mientras se clavaban en las
mías. Tiré de las puntas de su cabello de nuevo.
—Pero si realmente quisieras irte, ya te habrías ido.
Su pecho se agitó; claramente estaba llegando a ella.
—Lo que quieres y lo que vas a obtener son dos cosas diferentes,
cariño. —Alcancé un lado de su rostro, mis nudillos acariciaron su
mejilla, acomodando un cabello fuera de lugar detrás de su oreja.
Sus labios se separaron.
—He sido un buen chico jugando con tus reglas. —Lentamente
moví los dedos a su boca—. Verte estas últimas semanas no me está
haciendo ningún favor, cariño, sé que disfrutas verme siendo
torturado y luciendo bolas azules durante días. Veo las miradas que
lanzas en mi dirección y la forma en que tu bonita boquita sonríe
cada vez que me ves cancelar a otra chica. —Froté su labio inferior
por unos segundos con el pulgar, ella se movió e inmediatamente
aparté la mano, deslizándola en el bolsillo de mis pantalones cortos
cargo. Haciéndola añorar mi toque.
Carraspeó, sacudiendo la cabeza.
—Lo sé—dijo de la nada.
Mis cejas se elevaron.
—No ha habido ninguna chica llorando en el baño en semanas.
Me reí.
—Entonces, voy a morder. Felicidades, McGraw, tienes
autocontrol.
—Y…
—¿Hay más?—me desafió, ladeando la cabeza.
—No escarbes, cariño, puede que no te guste lo que encuentres.
Ella suspiró dramáticamente.
—Continúa una semana más y te daré el beneficio de la duda.
Todavía no estoy impresionada—dijo y se alejó—. Por cierto, ese es
y p j y j
solo un viejo amigo de la familia, se quedará con nosotros por un par
de días y es como mi hermano. Pero gracias por tu amable
preocupación—me dijo mirando hacia atrás.
Se fue, dejándome con nada más que unas putas bolas azules por
otra semana.
Capítulo 6
Aubrey
Mi teléfono sonó con un nuevo mensaje. Al deslizar la pantalla,
no reconocí el número.
Mañana. Te recogeré a las ocho.
Aubrey: ¿Quién es?
Tu príncipe azul.
Me reí, no pude evitarlo. Este solo podía ser el único imbécil que
conocía.
Aubrey: No voy a tener sexo contigo, McGraw.
Dylan: Bueno, nadie más tampoco lo tendrá.
Todo mi cuerpo se estremeció de risa mientras escribía.
Aubrey: Estás gracioso esta noche.
Dylan: También soy encantador.
Puse los ojos en blanco.
Aubrey: No dije que sí a una cita.
Dylan: No pregunté. Te recogeré a las ocho.
Empecé a escribir no.
Dylan: Por favor
Por supuesto que sabía lo que estaba pensando.
Aubrey: Guau. Dylan McGraw dijo por favor. Me alegro de tener
pruebas.
Dylan: Ponte algo amarillo. Te ves bonita en amarillo.
Sonreí ante su sutil cambio de tema.
Dylan: Te veré mañana.
Tomé una respiración profunda.
Aubrey: No me hagas arrepentirme de esto, Dylan.
Dylan: Debidamente anotado, dulzura.
Aubrey: Buenas Noches.
Tiré el teléfono en la mesita de noche y me dejé caer sobre mi
cama, mirando hacia el techo.
¿En qué diablos me acabo de meter?
Di vueltas y vueltas toda la noche, sin dormir mucho. Mi mente
acelerada con todos los qué si. Me desperté temprano dejando que mi
mente ganara la batalla. Necesitando aclararla, decidí salir a correr.
Solía correr todo el tiempo en California. Era una de mis cosas
favoritas para hacer. No había corrido ni una vez desde que nos
mudamos a Oak Island. Mis zapatos para correr todavía estaban
empacados en el fondo de una caja, junto con algunas fotos de la
boda de mis padres.
Se veían tan felices y enamorados.
Me desperté una noche después de que mi padre se mudara con
el sonido de un llanto. Encontré a mi madre en el suelo de la cocina
sollozando. Estaba abrazando un libro de algún tipo fuerte contra su
pecho; el lomo verde del libro era el fondo perfecto para sus nudillos
blancos. No interrumpí su quiebre privado; todo lo que hice fue
mirarla con lágrimas que amenazaban con derramarse como las de
ella. Cada uno de ellas fue por el dolor que mi padre le infligió a ella,
a nosotros. Sus decisiones no solo destrozaron su matrimonio.
Destruyeron nuestra casa.
Nuestra familia.
Finalmente se levantó del suelo para ir a su habitación, tirando el
libro a la basura al pasar. Esperé hasta que se fue antes de ir a ver
que había tirado. Era su álbum de bodas. Miré hasta la última foto,
por alguna razón tocando sus rostros en cada una. Cuando escuché
un sonido proveniente de la dirección de su habitación, arranqué
impulsivamente algunas fotos y corrí de regreso a mi habitación
antes de que me atrapara.
Corrí más rápido.
Más duro.
Y con más determinación.
Mis pies quemaban contra el pavimento con cada paso y cada
recuerdo, el sudor goteaba de cada centímetro de mi cuerpo. Mi
corazón latía contra mi pecho, resonando a través de mi cuerpo y
haciéndome sentir viva. Mi cabeza comenzó a volverse borrosa con
pequeños puntos que nublaban mi visión. Mi vigorosa respiración se
hizo más y más fuerte. Mis oídos comenzaron a pitar. Necesitaba
reducir la velocidad antes de desmayarme, pero no podía. La
adrenalina que corría por mi torrente sanguíneo ya se había hecho
cargo.
Finalmente, me fallaron las piernas, lo que me hizo caer sobre un
poco de hierba, hiperventilando. Cerré los ojos, montando la ola de
euforia que solo correr podría traerme.
¿Por qué dejé de hacer esto?
Inhalé y exhalé, mis respiraciones por minuto nivelándose con
cada segundo que pasaba. Me levanté sobre mis manos y rodillas
para estirar el cuello y la espalda.
—No podías esperar a verme, ¿eh?
Oh, no…
—No tenías que correr hasta aquí, cariño. Nuestra cita es a las 8
p. m., no a las 8 a. m.
Abrí los ojos a regañadientes. Dylan estaba sentado en los
escalones de su patio, encorvado con los codos apoyados en las
rodillas.
—No te halagues, McGraw.
Él sonrió, devorándome con sus ojos.
—¿Tienes frío, cariño?
Bajé las cejas.
—¿Qué?
¿
Asintió hacia mi pecho y miré hacia abajo.
Mierda.
Mi sostén deportivo amarillo estaba empapado de sudor, lo que
hizo que mis pezones se tensaran.
—Me encanta ese color en ti, bebé.
—Cierra la boca. Sabes que si fueras un verdadero caballero no lo
habrías señalado. Agreguemos cerdo a la lista de insultos, Dylan.
—No puedo evitarlo, cariño, me están apuntando a la cara.
Instantáneamente crucé los brazos sobre mi pecho,
sonrojándome.
—Ahora ese rojo es mi segundo color favorito en ti—dijo con voz
áspera, poniéndose de pie.
Me puse de pie también, mirando a todos lados menos a él,
tratando de evitar su mirada. Una botella de agua apareció frente a
mi cara. Erróneamente miré hacia arriba, mirándolo a los ojos.
Extendí la mano para tomar el agua que me estaba ofreciendo.
Nuestros dedos se rozaron más de lo que quería, pero él no soltó el
agua.
Fruncí el ceño, tirando con más fuerza en mi dirección. Su rostro
no vaciló al igual que su agarre.
—Gracias—dije, e inmediatamente la soltó.
Imbécil.
Él sonrió, tirando de las puntas de mi cabello.
—¿Qué pasa contigo y el tirón del cabello?
Dio un paso atrás, envolviéndome con su mirada de nuevo. Se
dio la vuelta para volver a subir las escaleras, ignorándome por
completo.
—¡No respondiste mi pregunta!—le grité
—Te veré esta noche—fue todo lo que dijo.
Regresé caminando a casa.
Sin necesidad de huir de nada en ese momento.

Dylan
Llamé a la puerta de Aubrey cuando faltaban cinco minutos para
las ocho. Alex dijo que tenía que llegar temprano para demostrar
que hablaba en serio sobre esta cita.
—Tú debes ser Dylan—me saludó una señora mayor, abriendo la
puerta. Asumí que era la madre de Aubrey ya que parecía una
versión mayor de ella. Dicen que las hijas se convertirían en sus
madres y si ese es el caso, jodidamente lo aprobaba.
Sonreí.
—Encantado de conocerla, señora Ow… señora.
Mierda.
Sus padres estaban divorciados y no tenía ni idea de cuál era el
apellido de soltera de su madre. Debió notar mi pausa no tan sutil
porque instintivamente me miró entrecerrando los ojos e inclinando
la cabeza hacia un lado.
—Aubrey te dijo… —Fue su turno de dudar. Ella sonrió
casualmente, recuperándose rápidamente y sacudiendo la cabeza—.
Puedes llamarme Jane.
¿Qué fue eso?
Se hizo a un lado para dejarme pasar al vestíbulo.
—Éstas son para usted—dije y le entregué unas flores.
—¿Para mí? —Ella sonrió de verdad esa vez. Al instante me sentí
a gusto.
—Por supuesto, la madre también merece flores. Éstas son para
Aubrey. —Guiñé un ojo.
—Muchas gracias, Dylan. Esto es muy dulce de tu parte.
—De nada, señora.
—¿Señora? Te dije que me llamaras Jane.
—Con el debido respeto, señora, se lo agradezco, pero no fue así
como me criaron. Solo soy un buen chico de campo. Aquí en Oak
Island, respetamos a nuestros mayores.
Me di cuenta de que estaba impresionada conmigo.
Honestamente, no le estaba haciendo la pelota. Puede que fuera un
imbécil, pero aún tenía modales. Mi madre me crió bien. Me
arrancaría las pelotas si alguna vez me viera faltarle el respeto a un
adulto.
—Aubrey está casi lista, debería bajar en cualquier momento.
Podemos esperarla en la sala de estar.
Asentí y la seguí. Podía escuchar algo de música sonando, pero
no podía distinguir qué era. Tenía que venir de la habitación de
Aubrey.
Había obras de arte esparcidas aquí y allá en las paredes de color
amarillo pálido. Un televisor de pantalla plana estaba apoyado en el
medio de la habitación en la parte superior de un moderno centro de
entretenimiento. El sofá enfrente parecía uno de esos sofás en los que
te puedes hundir y no querer irte. La habitación era luminosa y
abierta, con una ventana corrediza que daba al patio delantero.
Su casa tenía un ambiente acogedor y agradable, similar a la mía.
—¿Te gustaría algo de beber?—me preguntó amablemente.
—No, gracias, señora, estoy bien.
Caminé hacia la chimenea, había fotos de Aubrey en la repisa y
quería echar un vistazo a su infancia. Me pareció extraño que no
hubiera fotos de ella y su madre, pero había un montón de ella y otra
mujer que parecía estar relacionada con su madre. Supuse que era la
tía que había mencionado el otro día. Solo había una foto de ella y su
padre. Estaban en la playa construyendo un castillo de arena,
luciendo tan felices como podían estarlo. Vi el amor y la devoción en
los ojos de su padre solo en esa foto.
Si pensaba que se parecía a su madre, rápidamente me sorprendí
al ver cómo se veía su padre. Ella era la viva imagen de él, lo que me
recordó lo que compartió esa noche en la playa cuando me dijo que
pensaba que su madre trabajaba mucho porque le dolía mirarla.
La chica podría tener razón en eso.
—Era una niña muy hermosa—dijo en tiempo pasado,
sacándome de los recuerdos de esa noche.
—Todavía lo es—dije con honestidad, girándome para mirarla.
Ella asintió cariñosamente, mirando la foto de ellos que estaba
prominentemente colocada detrás de mí, con una sensación de
anhelo en los ojos. Fue rápido, pero lo vi.
—¿Por qué no te pones cómodo, tomas asiento?
Me acerqué al sofá de dos plazas frente a la ventana y me senté.
—¿Qué le parece Oak Island? Parece que se ha adaptado bien—
dije, mirando alrededor de la habitación amueblada.
—Ojalá pudiera atribuirme el mérito, pero me temo que Aubrey
es la responsable de todo esto. —Hizo un gesto con la mano hacia el
espacio abierto.
Asentí comprendiendo. Aubrey fue la que puso la foto de su
padre en la repisa, junto con todas las fotos de una mujer, que no era
su madre.
—Estoy feliz de conocer finalmente a uno de los amigos de
Aubrey—dijo—. Ella me dijo que compartíais un salón de clases.
Eres un estudiante de segundo año, ¿verdad?
—Así es.
—Aunque no me dijo cómo os conocisteis. ¿Supongo que en la
escuela?
Asentí en respuesta.
—Aubrey dice que la temporada de atletismo no comienza hasta
la primavera. ¿También corres en pista?
—No. Surfeo.
Tan pronto como las palabras salieron de mi boca me arrepentí.
Su rostro se frunció. Algo que dije resonó profundamente dentro de
ella. Me dolió ver tanto dolor en sus ojos. No pude evitar querer
hacerla sentir mejor. Me sentía conectado con ella de una manera
que no podía explicar o incluso entender. Tal vez era porque era la
madre de Aubrey.
—No puedo esperar para ver a Aubrey correr en la pista en la
primavera. Tuve un vistazo de ella esta mañana. Es veloz. Estoy
seguro de que ganará todo tipo de premios. Nuestro equipo de
atletismo en realidad fue a las nacionales el año pasado—balbuceé,
cambiando de tema.
Ella asintió, sabiendo lo que estaba haciendo, pero apreciándolo
de todos modos.
—A Aubrey le debe encantar que surfees. Solía ir con su padre
allá en casa. Es bastante buena en eso. Su padre la tenía en una tabla
cuando tenía cinco años. La tuvo en el agua antes de que pudiera
gatear, le encanta la playa.
Era claro como el día. Esta mujer todavía estaba muy enamorada
de su ex marido. La mera mención del surf la había sacudido hasta la
médula.
—Es bueno saberlo. Tendré que llevarla a surfear alguna vez.
¿Quizás le gustaría venir y mirar?
—Eso sería genial—dijo con la cara iluminada.
—¿Ha podido ir a la playa? Oak Island es conocida por sus
playas. Recibimos toneladas de turistas durante el verano, es la única
época del año en la que verá la playa llena de gente de todo el
mundo. El resto del tiempo somos solo nosotros los lugareños.
¿Quizás podría mostrarle a usted y a Aubrey la ciudad en algún
momento? Apuesto a que le encantaría eso... poder pasar tiempo con
usted y todo eso—presioné.
No había manera en el infierno de que su madre no quisiera
pasar tiempo con ella. Me di cuenta por la forma en que su rostro se
iluminaba cada vez que hablaba de ella. Pero también había
remordimiento en su rostro y rastros de culpa en su voz. Si hubiera
algo que pudiera hacer para mejorarlo, lo haría.
A veces, las personas necesitaban ver la luz antes de poder salir
de la oscuridad.
—Eso sería encantador, Dylan. Puede que tenga que aceptar esa
oferta.
—No hay problema, señora. Me sentiría honrado, dos chicas
bonitas de mi brazo… no puedo pedir un día mejor.
Ella sonrió.
—Me alegro de que Aubrey tenga un amigo como tú. ¿Estás
seguro de que no puedo traerte algo de beber? Necesito alistarme
para el trabajo, pero estoy tan contenta de haberte conocido—repitió
con el mismo entusiasmo que la primera vez.
—Estoy…
—Hola—anunció Aubrey, entrando en la habitación, sorprendida
—. ¡Mamá! No pensé que todavía estabas aquí. ¿Pensaba que tenías
que ir a trabajar?
—Lo hago. —Miró su reloj—. De hecho, voy a llegar tarde. Solo
quería conocer a uno de tus amigos.
Aubrey me miró nerviosamente y arqueé una ceja.
—Te ves hermosa, amiga. —Sonreí, observando el vestido
amarillo que sabía que estaba usando para mí.
Ambas me sonrieron, pero cuando volvieron a mirarse la una a la
otra pude sentir la tensión entre ellas, y me mató ver a Aubrey
luchando con sus emociones.
Especialmente porque ella nunca hizo eso conmigo.
Aunque estaba triste por ellas, estaba feliz de poder ver la
vulnerabilidad entre ellas. Obtuve una mirada más profunda a la
vida de Aubrey, conocí algo nuevo.
—Bueno, niños, divertíos. Aubrey, intenta estar en casa a las once,
¿de acuerdo? Estaré en casa temprano en la mañana para prepararte
el desayuno—dijo con tensión en la voz.
Ella asintió cuando su madre se inclinó hacia su oído para
susurrarle.
—Me gusta—la escuché decir mientras Aubrey me miraba a los
ojos.
—Fue un placer conocerte, Dylan. ¿Quizás la próxima vez
podamos planificar ese día?
—Puede contar con ello—declaré, mi mirada aún fija en la de
Aubrey.
Su madre se excusó para ir a prepararse para su turno,
dejándonos a Aubrey y a mí solos en la sala de estar.
—¿Estás lista para salir?—pregunté, ladeando mi cabeza hacia la
puerta principal. Ella asintió en respuesta, un poco sorprendida por
lo que había dicho de mí su madre antes de salir de la habitación.
—Dirige el camino, dulzura.
Una sonrisa se dibujó en su bonito rostro cuando se dio cuenta de
que había flores en mi regazo.
—¿Son para mí?
—No, no compro flores para mis amigas—respondí con una
sonrisa sabionda.
—Gracias—dijo quitándome las flores de las manos, sin
molestarse en darse por aludida con mi respuesta.
Después de que puso las flores en agua, la agarré de la mano y la
ayudé a bajar las escaleras cuando salimos de la casa.
—Oye, lamento mucho lo de mi madre, no pensé que estaría
aquí. ¿De qué estaba hablando? ¿Qué día?
Mis dedos rozaron los suyos cuando alargué la mano para abrir
la puerta, tratando deliberadamente de ser un caballero. Otro de los
pequeños consejos extravagantes de Alex. La sonrisita en sus labios
me dijo que sabía lo que estaba haciendo. Ella no hizo ningún
comentario al respecto, pero esperaba que mis esfuerzos fueran
apreciados. Cerré su puerta con la misma sonrisita que ella me había
dado.
Salté al asiento del conductor y encendí el motor, pensando en lo
que me había pedido. Ella se estremeció cuando rápidamente moví
el brazo hacia ella y tomé su barbilla. Vi sus labios abrirse y su
lengua humedecerlos, esperando un beso que no recibió. Obtuvo
una reacción tardía a la pregunta que había hecho con gran
convicción.
—Tu madre te ama.
Sus ojos se abrieron como platos, no esperaba que yo dijera eso.
—Pero para que quede claro, cariño, ésta es una cita y no somos
amigos.
Ella tampoco esperaba que yo dijera eso.
Capítulo 7
Aubrey
—¿Por qué estamos en el puerto deportivo?—pregunté, cerrando
mi puerta.
Él me esperó junto al enganche de su Jeep, extendiendo la mano
cuando me acerqué a él. Ladeé la cabeza, levantando una ceja sin
moverla hasta que respondió a mi pregunta.
—Para buscar una maldita sirena, vamos—espetó con la cara
seria.
Traté de mantener mi expresión divertida para mí mientras me
tiraba hacia él. Caminamos de la mano por el muelle, pasando junto
a un barco tras otro. Cuando llegamos al final del embarcadero, saltó
la barandilla y subió a un velero que tenía una manta extendida en la
proa. Tuve cuidado de pasar por encima de los amarres mientras nos
conducía al frente.
—Guau—fue todo lo que pude decir mientras giraba lentamente
en un círculo, observando mi entorno.
El sol acababa de ponerse y todas las estrellas brillaban sobre el
agua. Observé la manta y la canasta de picnic que estaban
perfectamente colocadas en el centro de la proa.
—¿Traes a todas las chicas aquí? No es de extrañar que tengas
tanto sexo. —Me reí, notando su expresión severa.
—Aclaremos una cosa.
Puso un dedo debajo de mi barbilla para que lo mirara. Lo miré
con los ojos entornados, esperando ansiosamente lo que iba a decir a
continuación.
—Nunca antes he traído a una chica aquí.
Sonreí tímidamente, sus palabras calentaron mi corazón,
haciéndome sentir como una mierda por lo que había dicho antes.
—Ahora, ese bote justo ahí. —Sacudió su cuello detrás de mí, y
me giré para ver.
—Usualmente uso ese—agregó con un tono neutral.
Jadeé con la boca abierta.
—¡Idiota!
Él se rio ampliamente, con un tono gutural.
—¡Ay Dios mío! ¡En realidad me atrapaste! ¡Eres un idiota,
McGraw!
Se rio más fuerte, su cabeza cayendo hacia atrás. Sacudió todo el
barco.
—Nunca sonrío si no quiero hacerlo—confesó de la nada.
Bajé las cejas, confundida por el giro de los acontecimientos.
Instintivamente miré hacia abajo, al improvisado picnic que había
hecho para nosotros...
Para mí.
—De hecho, no hago nada a menos que me dé la puta gana. No
me importa quién seas—dijo con marcado acento sureño, pasándose
la mano por el pelo largo. Me di cuenta de que su acento salía más
cuando realmente quería decir algo. Cuando estaba apasionado o
decidido a soltar lo que necesitaba decir.
Me lamí los labios, escuchando atentamente todo lo que estaba
compartiendo. Mi corazón latía más rápido con cada palabra que
salía de su boca.
—Desde que te conocí, sonrío mucho y me encuentro haciendo
todo tipo de cosas que nunca antes había hecho.
—¿Cómo es eso?
Él arqueó una ceja.
—¿Cómo puedes hacerme enojar tanto y luego hacer que
desaparezca como si nunca hubiera sucedido?
—Es una maldición, cariño, tengo ese efecto en las chicas.
Negué con la cabeza, sonriendo.
—¿Cuál es tu color favorito?
—Rosa—respondí, confundida. Parecía estar lleno de sorpresas.
—¿Alimento?
—Alitas de pollo y pizza. ¿Adónde va esto?
—¿Película?—siguió, ignorando mi pregunta.
—Boondock Saints.
Sonrió, sorprendido con mi respuesta.
—Amo a un héroe imbécil—dije con sinceridad.
Él sonrió ampliamente, sabiendo que lo decía en serio en más de
un sentido.
—¿El mejor recuerdo de la infancia?
Fruncí el ceño, pero me recuperé rápidamente y simplemente
dije:
—Surfear.
—Última pregunta, ¿cuál es tu mayor debilidad? ¿Qué odias?
—Eso es fácil. Odio que me hagan cosquillas. No puedo
soportarlo.
—¿Quieres decir así?
Todo sucedió tan rápido que nunca lo vi venir. Sus brazos me
rodearon antes de que dijera la última palabra, bloqueándome
contra su duro y firme pecho.
Jadeé.
—Dylan…—le advertí—. ¡Suéltame! Ya no quiero jugar más
contigo—argumenté, luchando patéticamente contra su agarre.
El bote se tambaleó más, sumándose a mis débiles intentos de
liberarme de su apretado agarre. El agua golpeando con fuerza
contra el malecón, imitando lo que quería hacerle en ese segundo.
—Oh, en serio, ¿dónde eres más cosquillosa? ¿Aquí?
Empecé a chillar, forcejeando y riendo histéricamente. Mi cuerpo
se estremeció violentamente mientras me hacía cosquillas por todas
partes. Encontró mi punto dulce casi de inmediato, justo debajo de
mis costillas. Me estremecí, cayendo al suelo con él prácticamente
encima de mí. Excepto que no se detuvo, en todo caso le dio mejor
acceso para hacer lo que quería...
Torturarme.
—¡Detente!—grité, retorciéndose y pateando en todas
direcciones.
—Cariño, ahora no es el momento de fingir que no te gusta que te
ponga las manos encima.
—¡McGraw! Quiero decir…
—¿Quieres decir qué, cariño?—se burló, deteniendo su ataque
con su rostro a escasos centímetros del mío.
—Dime, ¿qué quieres decir?—me provocó, acercando su cara
poco a poco.
Nunca he querido que alguien me besara más que en este
momento y lugar.
Observé la forma en que sus labios se movían, la forma en que su
cabello volaba con el viento, enmarcando mi rostro.
Observé la forma en que su pecho subía y bajaba, reflejando el
mío como si estuvieran sincronizados entre sí.
Observé especialmente la forma en que me miraba. Nunca nadie
me había mirado así. Quería grabarlo en mi memoria. Para llevarme
un pedazo de él a casa.
Cuando me apartó el pelo de la cara, no dijo ni una palabra. Sus
ojos hablaban por él.
La forma en que afectaba mi mente y mi corazón era petrificante,
pero tan real.
La emoción …
Podía tocarlo.
Sentirlo.
Saborearlo.
La emoción me rodeó. Me deshizo.
—Eres un problema, McGraw. Eres un maldito problema—
murmuré, lo suficientemente alto para que escuchara.
—Bebé—gimió con voz ronca, poniendo su frente en la mía—. No
tienes ni puta idea.
Él quería besarme.
Por la expresión de su rostro, sabía que yo también lo quería.
Pero lo que hizo a continuación me sorprendió más que nada.
Se sentó. Rompiendo la fuerte conexión que nos había mantenido
cautivos a los dos por solo unos minutos. Carraspeé y me senté con
él. Fingiendo que no me dolió su rechazo.
—¿Tienes hambre?—preguntó, caminando hacia la canasta de
picnic, rompiendo el aire denso entre nosotros.
Asentí, sin poder encontrar mi voz. Me entregó un sándwich
antes de dirigirse al borde del bote y sentarse con los pies colgando
en el agua.
Lo observé de lejos sin que se diera cuenta, lo cual era extraño
porque parecía darse cuenta de todo.
Un viejo ritmo de blues llenó inesperadamente el silencio. Las
primeras letras describían a un hombre que corría, se escondía y
luego corría y se escondía nuevamente, sin saber qué quería la chica
que hiciera. No pude evitar sonreír.
Estaba sonriendo tan ampliamente que me dolía la cara.
Estaba tratando de decirme algo otra vez. Dejando que la música
expresara lo que él no podía decir.
Presté atención a cada palabra mientras el ritmo seductor me
recorría y sentí la necesidad de estar cerca de él. Más cerca de lo que
ya estaba, y lo decía en serio en más de un sentido. Me quité las
sandalias y me deslicé hasta el borde del bote donde estaba sentado
Dylan, dejando que mis pies se balancearan al ritmo de la música en
el agua tibia del océano.
Sus dedos rasgueaban al ritmo de la música en el costado del
bote, y puse mi mano cerca de la suya.
—¿Te gusta el blues, eh?—le pregunté, sacándolo de sus
pensamientos.
Él asintió, mirando un lado de mi cara. Su mano no tardó mucho
en encontrar la mía, y con pereza dibujó círculos al ritmo de la
música. Los escalofríos me recorrieron a pesar de que no el aire no
estaba frío.
—¿Quién es?—pregunté por curiosidad. Me gustaba mucho la
voz del hombre. Me hacía algo.
—Jimmy Reed. ¿Te gusta?
—Mucho. ¿Cuál es el nombre de la canción?
Volvió a mirar hacia el agua, dudando en responder a mi
pregunta, como si estuviera contemplando si me lo iba a decir o no.
De repente se giró y se inclinó cerca de mi oído, susurrando:
—Baby, What You Want Me to Do.

Dylan
Ella sonrió y eso iluminó todo su rostro.
Iluminó todo el barco.
Volví a sentarme, mirando hacia el agua una vez más.
—Me encanta el blues. Lo ha hecho desde que era un niño.
Supongo que podrías echarle la culpa a mi padre, que lo tocaba
constantemente mientras yo crecía. No puedo decirte cuántas veces
me encontré con mis padres bailando lento. Es la única música que
puedes sentir en tu sangre, vibra y sangra en tu cuerpo. Puedes
apreciar el dolor en cada letra como si te estuvieran contando una
historia sobre un momento importante de sus vidas. Si era bueno o
malo, no importaba. Ocurrió.
Los dedos de sus pies rozaron los míos en el agua.
—¿Entonces tus padres todavía están casados?
—Felizmente.
Tomé su mano y la puse en mi regazo.
—¿Tu padre es un imbécil como tú? —Ella sonrió, empujando mi
hombro.
—Soy único en mi especie, dulzura.
Inclinándose hacia delante, movió los pies adelante y atrás con la
corriente.
—¿En serio? —Ella se rio, y fue el sonido más dulce que he oído
en mi vida.
—¿Eres cercano a tus padres?
—Tanto como cualquier hijo puede estar cerca de sus padres a los
dieciséis años—dije y me reí entre dientes, enredando mi pie con el
de ella.
—¿Saben sobre todas tus actividades extracurriculares? —Me
miró con una sonrisa en los ojos.
—¿Qué es esto, las veinte preguntas?—bromeé.
—Oh, McGraw, puedes hacer tus preguntas, ¿pero yo no?
—No soy un fan de las preguntas, dulzura. Sin embargo,
volviendo a tu pregunta, ¿quién crees que me entregó mi primer
condón?
Ella levantó las cejas, sorprendida. Sus mejillas se tornaron de un
suave rojo.
—También me encanta el rock clásico. Añade también un poco de
country—dije para cambiar de tema. No quería hablar más de mí. Ya
sabía acerca de este cabrón, quería saber de ella.
Sólo ella.
Ella soltó un bufido.
—Eres un buen chico, ¿verdad, Dylan McGraw?—presionó ella.
¿ y p
—Eres una cosa bonita, ¿verdad? —Tiré de las puntas de su
cabello, ignorando su pregunta.
Ella se sonrojó de nuevo.
—Ese rojo seguramente se está convirtiendo en uno de mis
colores favoritos, niña.
—Puedes ser muy encantador cuando quieres.
—Nah, me acabas de atrapar en una buena noche.
Ella se acurrucó en mi hombro, acercándose poco a poco a mí.
Nos sentamos en un cómodo silencio con nuestros pies frotándose,
cada pocos segundos en el agua. Podría haberme quedado así con
ella para siempre.
Era perfecto.
Con la música, el bote meciéndose suavemente y la luna brillando
sobre nosotros, algo se apoderó de mí. Me puse de pie, tirando de
ella conmigo. Tomé una de sus manos y la puse en mi hombro, luego
entrelacé la otra en la mía, colocándola cerca de mi corazón. Agarré
su cintura y la abracé. Su rostro transmitió tantas emociones en
cuestión de segundos, y presté atención a cada una de ellas.
Nos balanceamos con la música mientras yo tarareaba la melodía.
Puso el costado de su cara sobre mi pecho y supe lo que estaba
tratando de hacer, pero no importó porque ya sentía todo lo que
estaba tratando de ocultar.
—¿Quieres saber algo, McGraw?—susurró en mi oído.
—Quiero saberlo todo, dulzura.
Mi declaración no la tomó desprevenida y, francamente, a mí
tampoco.
—No me siento tan sola cuando estás cerca—dijo y se rio entre
dientes.
No había nada gracioso en su declaración. Ni siquiera una pizca.
La miré y ella me miró fijamente. Tenía una mirada de dolor en el
rostro, y me pregunté si yo tenía la misma expresión mientras
seguíamos moviéndonos.
—A mi madre le gustas. No dejes que eso se te suba a la cabeza,
ni nada. Apenas ha conocido a alguno de mis amigos. Incluso en
casa, en California. Ella es mi madre y la amo, pero mi tía Celeste
llenó sus zapatos la mayor parte de mi vida.
Eso explicaba a la misteriosa mujer de las fotos, pensé para mis
adentros.
—Es la hermana de mi madre, ella no podía tener hijos. No sé si
fue intencional o no, pero me crio, como si fuera suya. Haciendo las
cosas que mi madre debería haber hecho. La extraño tanto como
extraño a mi padre—murmuró.
Inesperadamente la hice girar, reclinándola, tomándola con la
guardia baja con mi nariz prácticamente rozando la suya. Quería
aliviar su tristeza, así que dije:
—La vida es simple, cariño, pero no es fácil.
Capítulo 8
Dylan
Había pasado un mes.
Un mes saliendo con Aubrey.
Tres meses desde que la conocí.
Más de dos meses sin sexo.
Tomé su mano, tiré de su cabello, besé su rostro y escuché todo lo
que salía de su boca como si me estuviera contando los secretos más
grandes del mundo. No la había besado. Ni siquiera había intentado
besarla. Estar cerca de ella era suficiente para mí. Poder estar con
alguien, estar realmente en un nivel que no fuese el físico, era algo
que nunca antes había experimentado. Algo que nunca había tenido.
Estaba oficialmente dominado por un coño y luciendo el peor
caso de bolas azules conocido por el maldito hombre.
No entendía nada de eso, la necesidad de estar cerca de esta chica
me estaba volviendo loco. En cada momento de vigilia pensaba en
esta chica. En la próxima vez que la vería, que hablaría con ella, que
la abrazaría…
La lista era interminable.
Nuestra conexión era perfecta y fluida; no tuvimos que trabajar
en ello. No era una carga o una lucha estar con ella como lo era con
las demás. Solía aburrirme en el momento en que el sexo se detenía,
las follaba y las dejaba, pasando a la siguiente. No con Aubrey, todo
con ella era fácil. Fluía a la perfección, las conversaciones, la química
y la amistad. Las miradas sutiles que me daba cuando pensaba que
no estaba mirando.
Era perfecta.
Había llegado a mi vida como una fuerte corriente marina,
derribando todo a su paso y arrastrándome con ella. No podía
recordar la última vez que había salido a tomar aire, que me había
tomado un segundo para respirar, un momento para orientarme y
tratar de luchar contra su atracción. Su corriente era fuerte y crecía
cada vez que estaba con ella. Me perdí en las olas de todo lo que
tenía para ofrecer. Nunca esperé enamorarme de ella. Ni siquiera
estaba buscando a nadie, pero ahí estaba ella, esta chica con tal
fuerza, tal impulso. Era tan jodidamente poderoso que nunca tuve
una oportunidad.
No hubo un tira y afloja.
Al menos no todavía…
Cada vez que me decía que hoy iba a ser el día. El día que haría
mi movimiento, el día que la besaría, el día que la tocaría, el que
pasaría de esta mierda PG-13 o lo que sea que nos estaba pasando.
Que le mostraría quién era realmente, lo que podía ofrecerle, lo que
le había dado a tantas otras chicas...
No podía hacerlo
Así. Como. Así.
Dylan-jodido-McGraw no podía sellar el trato.
No había espacio para un tal vez o posiblemente sí, era un
rotundo no, y nunca había sido más feliz. Esperaba con ansias
nuestra próxima conversación, la próxima vez que pudiera verla
sonreír o hacerla reír, pero todavía me encantaba molestarla, hacerla
enojar y ver ese temperamento luchador saliendo tanto como fuera
posible, así no tenía que convertirme en un completo marica.
Seguía volviendo a ella, queriendo más.
Queriéndolo todo.
Nada, ni nadie se interpondría en mi camino.
Me gustaría verlos intentarlo.
Había empezado a acercarla a los muchachos y a Alex hacía unas
semanas. Alex la amó de inmediato. Se llevaban como dos guisantes
en una vaina. Los chicos la recibieron en nuestro círculo con los
brazos abiertos, pero eso no impidió que me molestaran.
p p q
Acabábamos de terminar de surfear. Había llovido a cántaros
todas las tardes durante los últimos días y antes de la tormenta se
levantaba un oleaje medio.
—Mi tía va a llamar pronto, y olvidé mi teléfono en casa. Tengo
que irme—dijo Aubrey, caminando hacia mí con Alex a su lado.
Clavé mi tabla en la arena y sacudí mi cabello.
—¡McGraw!—chilló Aubrey, bloqueando el agua con Half-Pint
riéndose.
Sonreí, tirando de las puntas de su cabello.
—No finjas que no te gusta que te moje.
Ella se rio entre dientes.
—Eres un idiota.
—Te llevaré a casa. —Miré a Álex—. Asegúrate de que Lucas no
vuelva a salir una vez que llegue la tormenta. Lo veo en sus ojos, está
pensando en ello.
Ella puso los ojos en blanco.
—Seguro.
—Vamos. —La agarré de la mano y la conduje hasta el
restaurante, colocando mi tabla en la trastienda de los padres de
Half-Pint.
Habíamos estado dejando nuestras tablas allí desde que éramos
niños, era más fácil que cargarlas por todas partes. Creo que
nuestras familias apreciaban que aún surfeáramos cerca del
restaurante por si acaso. Surfear era como caer en caída libre sin
paracaídas, respetabas a la Madre Naturaleza porque podía matarte
si no lo hacías.
Abrí la puerta para que Aubrey entrara, la cerré y caminé hacia el
lado del conductor. Agarré mis pantalones cortos cargo del asiento
trasero y abrí la puerta, privando a los transeúntes de mi gloria
desnuda mientras me cambiaba. Me importaba una mierda si
Aubrey podía ver. Para ser honesto, quería que lo hiciera. Observé a
Aubrey por el rabillo del ojo, mientras ella me observaba por el
rabillo del suyo.
—Puedes mirar, cariño, él no es tímido.
Se puso roja como una remolacha, haciéndome reír.
No tardamos en llegar a su casa, vivía a pocas cuadras de la
playa.
—¿Puedo usar tu baño?
—Por supuesto.
La seguí adentro, fijándome en la forma en que sus caderas se
balanceaban mientras caminaba.
Maldita sea, amaba su culo.
—Al fondo del pasillo, primera puerta a la izquierda—apuntó—.
¿Puedo traerte algo? ¿Té dulce?
—Nah, estoy bien, gracias, cariño. Vuelvo enseguida.
Caminé por el pasillo hasta el baño. Me ocupé de los asuntos y
regresé a la sala de estar donde estaba sentada en el sofá con las
piernas dobladas debajo de ella.
Era tan malditamente hermosa.
—¿Quieres ver una película? Mi tía va a llamar dentro de poco,
pero podemos ver una después, si quieres quedarte.
—¿Estamos solos?—solté, sorprendiéndome a mí mismo.
Miró alrededor de la habitación, confundida, y me sentí como un
jodido idiota.
—Um, sí. Mi madre está trabajando como siempre. —Ella sonrió,
con un brillo en sus ojos que reconocí muy bien.
Ni siquiera tuve que pensarlo. No me importaba un carajo.
—Quizás en otra ocasión.
—Oh…— exhaló, rascándose la cabeza—. ¿Tienes algún lugar
donde estar o algo así?
—O algo así—dije evitando el contacto visual para que no
pudiera ver a través de mi mierda.
—Bien. Ok. Supongo que te veré por ahí entonces—dijo ella
nerviosamente.
—Te llamaré más tarde. —Traté de tranquilizarla, caminando
hacia la puerta principal como el marica en el que me había
convertido de repente, sin molestarme en mirar su rostro herido.
—Dylan.
Me detuve en seco, sabiendo exactamente lo que iba a preguntar.
Me di la vuelta para mirarla, todavía dándole una mirada
inquisitiva. No importaba lo que tuviera que decir, no iba a hacer
nada al respecto. Eso lo sabía. Estaba de pie junto al arco, tan
hermosa como siempre, irradiando vulnerabilidad a su alrededor y
de repente me resultó difícil respirar.
—Hemos estado saliendo, ya sabes... durante un mes o algo así—
murmuró ella—. Quiero decir… tú… quiero decir… tú sabes…
—Solo dilo, Aubrey—la interrumpí, más duro de lo que
pretendía.
Ella respiró hondo, ligeramente molesta por el tono en que le
respondí, pero la duda era demasiado grande para tragarla.
—¿No te gusto?
No me sorprendió en lo más mínimo lo que ella quería saber.
Sabía quién era yo, mi reputación con las chicas. Me había
convertido en mi peor maldita pesadilla de la noche a la mañana.
Abrí la boca para decir algo, pero por primera vez en mi vida no
sabía qué decir.
—Está bien si no te agrado y solo quieres que seamos amigos.
Podría necesitar más de esos. Me gusta mucho Half-Pint y tus
muchachos. Todos han sido muy amables al darme la bienvenida.
Odiaría perder eso si no te gusto más que... como amiga. Quiero
decir, sé que no soy como las chicas a las que estás acostumbrado y
supongo... que sería difícil dejarlas ir y esas cosas...
La dejé divagar, principalmente porque parecía que realmente
necesitaba soltarlo. Una parte de mí, mi parte idiota, pensó que se
veía tan jodidamente adorable estando expuesta y toda esa mierda,
que la dejé continuar con su pequeño monólogo. Si se tratara de
cualquier otra chica, algo así me habría hecho correr hacia la puerta
y cerrarla en su cara, pero no con ella, Aubrey era diferente.
Nunca con ella.
—Cariño—dije con voz áspera, no listo para lo que iba a confesar
—. Solo me voy porque me gustas.
—Qué…
Dicho eso abrí la puerta y me fui.
Conduje por no sé cuánto tiempo, escuchando The Thrill is Gone
de BB King una y otra vez. Memorizando la letra y repitiéndola en
mi mente como si fuera yo quien la cantaba. Estaba oscuro cuando
regresé al restaurante. Me senté en la playa en lugar de entrar para
enfrentar a los chicos y sus burlas. La tormenta había venido y se
había ido, pero el viento se mantenía. Le di la bienvenida a la brisa
fresca que venía del océano. La arena estaba húmeda y dura debajo
de mí, pero no le presté atención, había demasiado en mi mente para
que me importara.
—Hola—me saludó Alex, sentándose a mi lado. Puso una manta
alrededor de los dos—. Te vas a enfermar si te sientas aquí. Por el
aspecto de las nubes, va a llover de nuevo en cualquier momento.
—Un poco de lluvia nunca hace daño a nadie.
Continué mirando hacia la noche mientras ella miraba un lado de
mi cara.
—¿Qué ocurre?
—Nada de qué preocupar a tu diminuta cabeza.
Se quedó en silencio durante unos minutos, apoyándose en mi
brazo con la cabeza en mi hombro.
—¿Recuerdas esa vez que finalmente me dejasteis subir a la casa
del árbol? ¿Cuándo encontré vuestra colección de revistas de
¿
desnudos? —Ella se sonrojó, diciendo la última parte.
Me reí.
—Sí.
—La primera vez que vi a Aubrey pensé que se parecía a una de
esas chicas. Pensé que iba a ser una mocosa malcriada de California,
o que iba a ser tonta como una roca… ya sabes, tu tipo habitual—
bromeó, sonriendo—. No lo fue. Me gustó de inmediato. Es tan
dulce y con los pies en la tierra. Te conozco de toda la vida, nunca te
había visto mirar a nadie como la miras a ella, Dylan.
La miré por primera vez, absorbiendo todo lo que estaba
diciendo.
—Se te ilumina la cara como en una de esas películas de las que
siempre te burlas. Me gusta verte con alguien, a quien también
realmente le gustas. Esas otras chicas, solo te están usando. Eres un
juego para ellas, tanto como ellas lo son para ti. Lo sabes, ¿verdad?—
preguntó, su tono mezclado con determinación.
Asentí levemente, mi rostro repentinamente serio.
—Está bien conocer a alguien antes de acostarte con ella, Dylan.
—¿Qué diablos sabes sobre acostarte con alguien, Half-Pint?—
rugí, retrocediendo sorprendido.
—No. De ninguna manera. No puedes darme la vuelta a esto. Se
quién eres. Sé quiénes sois todos vosotros. No finjamos, ¿Ok? No
ahora. De todos los chicos, tú siempre has sido el que se ha
escondido de mí. No he dejado que eso me moleste. ¿Sabes por qué?
Porque me amas. Me amas lo suficiente como para respetarme.
Aparté mi cabello de mi cara, sosteniéndolo en la esquina de mi
cuello en un gesto de frustración.
—Tú también la respetas a ella.
Nos miramos a los ojos.
—La respetas lo suficiente como para no besarla. No tocarla... no
hacer ninguna de las cosas que te hacen ser quien crees que eres,
Dylan McGraw. Puede que seas grosero y directo, sin preocuparte
por herir los sentimientos de otras personas, pero sigues siendo un
buen tipo. Todos lo sabemos, especialmente yo.
—Cómo sabes…
—Ella me lo dijo.
—¿Qué? —Entrecerré los ojos hacia ella con una mirada intensa
—. ¿Ella te dijo qué?
—Ella me dijo lo que yo ya sabía. Lo que siempre he sabido.
Tienes un corazón, pero fingiré que no lo sabes.
Sacudí la cabeza, dejando escapar un pesado suspiro.
—No quiero lastimarla. Ha sido lastimada lo suficiente. Tampoco
puedo alejarme de ella, Half-Pint. Así que supongo que la aceptaré
de cualquier modo que pueda—dije finalmente admitiéndolos en
voz alta y para mí mismo.
Ella se puso de pie, flotando sobre mí.
—¿Por qué no dejas que Aubrey decida eso? —Ella se estiró hacia
mí.
—¿Qué pasa si te equivocas, Half-Pint? ¿Qué pasa si te equivocas
conmigo?
Ella se puso en cuclillas frente a mí, puso las manos a los lados de
mi cara y habló con convicción,
—No me equivoco.

Aubrey
—Lo siento, cariño, me quedé atrapada en una reunión. Sé que se
suponía que debía llamarte hace horas. ¿Cómo estás? ¿Como está
todo?— me preguntó mi tía Celeste cuando respondí su llamada.
—No te preocupes. Estoy bien. ¿Cómo estás?—le pregunté,
tratando de desviar su atención de mi mentira.
—Ni siquiera intentes hacerme eso, niña. Te conozco mejor que
eso. ¿Qué ocurre? ¿Qué sucedió? ¿A quién necesito ir a golpear? ¿Es
tu madre? Cariño, ya sabes…
—No es mamá—la interrumpí.
Me levanté del sofá, puse en silencio la televisión y comencé a
caminar por la sala de estar. Sabía que esta iba a ser una
conversación larga.
—Oh... se trata de un chico—afirmó comprendiendo.
Negué con la cabeza a pesar de que ella no podía verme.
—¿Cómo sabes eso?
—Oh, cariño, psssh, en la vida son nuestras madres o son
nuestros hombres. Ahora, vamos, dile a tu tía favorita lo que está
pasando.
—Ojalá lo supiera—me quejé, caminando hacia la cocina para
agarrar un refresco de la nevera.
—Comienza desde el principio.
Tomé una respiración profunda.
—Él es un imbécil—dije y me reí.
—Oh, cariño, todos lo son. Eso es parte del atractivo. Es mejor
que lo descubras más temprano que tarde, cuando más duele.
Ahora, continúa.
—No, quiero decir como un verdadero imbécil, tía Celeste. Usa a
las chicas, se acuesta con todo el mundo y no se disculpa. Es franco,
grosero, crudo y arrogante como la mierda.
—Acabas de describir a mis últimos novios. ¿Alguna relación?
Nos reímos. Sabía que estaba tratando de hacerme sonreír. Salté a
la encimera, tomé un sorbo de mi refresco y continué describiendo a
Dylan.
—Pero también es profundo de una manera extraña y misteriosa.
Hay mucho más en él de lo que deja ver a las personas. Dice todo lo
que necesito escuchar en pocas palabras. Es honesto, cariñoso y no
endulza una mierda. Dice lo que tiene que decir. Es la persona más
auténtica que he conocido.
q
—Entonces, ¿cuál es el problema, cariño?—preguntó ella, sin
entender el tema en cuestión.
—No creo que le guste.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué es lo que no le gusta?—
—Llevamos saliendo un mes y no ha pasado nada. Toma mi
mano, abre mi puerta y besa mi frente. Habla conmigo todo el
tiempo, ya sea en la escuela, por teléfono o enviando mensajes de
texto. Creo que ahora estoy en la zona de amigos o algo así, tía
Celeste—confesé.
—En primer lugar, dado que esto no se trata de mí, voy a dejar de
lado el hecho de que has estado saliendo con este chico durante el
último mes, y recién ahora estoy escuchando sobre eso. Volveremos
a eso más tarde.
Me reí. Ella siempre sabía las cosas correctas para decirme, para
hacerme reír y sentir mejor.
—Definitivamente le gustas, simple y llanamente, no hay duda al
respecto, cariño.
—Entonces, ¿por qué no ha intentado nada? Se acuesta con
cualquier cosa que tenga pulso, pero ni siquiera me ha besado. Ni
siquiera lo ha intentado. ¡Él ya debe saber a esta altura que yo
quiero! —exclamé, emocionándome por toda la situación de nuevo,
como lo hice cuando se fue—. Está enviando señales contradictorias
y lo confronté. Todo lo que tuvo que decir fue y cito textual: 'Me voy
porque me gustas'. ¿Qué diablos significa eso? Ni siquiera me dejó
preguntar antes de darse la vuelta y marcharse.
—¿De tu casa?
—Sí.
—¿Tu madre está trabajando?
—Sabes que lo está. Ella siempre está trabajando.
—Oh, cariño, él es un guardián.
—¿Qué?—pregunté, completamente confundida y sorprendida
con su respuesta.
—Para resumir… no puede mantener su paquete en los
pantalones. Nunca lo ha hecho, ¿no es cierto? Te respeta lo suficiente
como para no tentarse de no guardar su paquete en los pantalones.
¿Entiendes?
—Eso no tiene sentido—dije.
—Eso es porque lo estás viendo como una adolescente hormonal.
Da un paso atrás. Eres diferente, cariño. Él lo sabe.
—Oh…
—Ahí está tu curso acelerado sobre la psique de un hombre. ¡De
nada! —Ella se rio—. Mira, cariño, tengo que irme. Estamos a tiempo
con esta campaña de marketing, y mi jefe me está mordiendo el culo.
Estaré en reuniones toda la noche, así que te llamaré mañana. Iré de
visita tan pronto como termine esta fusión en las próximas semanas.
—De acuerdo. Te amo. Gracias por escucharme.
—Siempre estoy aquí. No importa qué, lo sabes. También te amo.
Saluda a tu madre de mi parte. Hablamos pronto.
—Adiós.
Colgué y ni un segundo después sonó el timbre. Ni siquiera tuve
tiempo de pensar o asimilar lo que alegaba mi tía Celeste. Miré la
hora en el teléfono y decía casi las diez de la noche. Salté de la
encimera y me dirigí a la puerta.
—¿Quién es?—dije.
—Tu maldito Príncipe Azul.
Me reí con una expresión confundida en mi rostro. Al abrir la
puerta, dije:
—¿Te olvidaste...
Inmediatamente me quedé sin aire por el impacto de los labios de
Dylan sobre los míos. No vaciló, separó los labios, haciéndome
gestos para que lo imitara y lo hice. Sus manos estaban a los lados de
mi cara, empujándome hacia atrás hasta que sentí las escaleras. Mi
cuerpo cayó sobre ellas con Dylan cayendo encima del mío.
Él me deseaba.
Me necesitaba.
Me consumía.
Era la sensación más aterradora, pero más liberadora que jamás
había sentido. Como si estuviera parada al borde de un acantilado,
mirando hacia abajo, lista para saltar. Sin importarme si había tierra
o agua debajo de mí.
Estaba lista para dar el paso.
Con él.
Mi mente estaba revuelta con pensamientos y emociones que no
podía controlar, etiquetar o incluso entender. Habían sido un racimo
gigante de semanas de querer sentir sus labios en los míos. Puse los
brazos alrededor de su cuello mientras me empujaba más hacia los
escalones, besándome más profundo, más fuerte y con más
determinación. Nunca me habían besado así antes. La pasión
irradiaba de él. Ni siquiera sabía que besos así existieran fuera de las
películas.
Algo me dijo que él tampoco.
Mi pecho subía y bajaba más y más rápido con cada
deslizamiento de su lengua en mi boca. Con cada respiración
profunda que tomaba, con cada caricia de sus dedos por mi rostro,
con cada gemido que escapaba de su boca, con cada latido que sentía
contra el mío, con cada... con cada... con cada...
Lo sentía a él un poco más.
No me lo estaba imaginando. Multiplicó cada latido, cada
momento, cada sensación y emoción por diez. Yo era masilla en sus
manos. Podía moldearme, construirme y moverme como quisiera.
En ese momento, lo dejaría.
De repente, me levantó y me llevó a través del arco a la sala de
estar, acostándome suavemente en el sofá. Su cuerpo se cernía sobre
el mío, nuestros labios nunca se separaron. Siguieron moviéndose
juntos como si fueran el uno para el otro.
Era irreal, pero tan jodidamente real...
Me besó una última vez, dejando que sus labios permanecieran
unos segundos encima de los míos. Instantáneamente sentí la
pérdida cuando puso su frente en la mía. Apenas podía escuchar
nuestro pesado jadeo sobre nuestros corazones y mentes
enloquecidos.
Ellos se hicieron cargo.
Su cabello volvió a enmarcar mi rostro como lo había hecho en el
bote. Supe en ese momento que iba a ser mi cosa favorita.
Sintiéndonos como si estuviéramos en nuestro pequeño mundo,
rodeados de nada más que nuestros sentimientos mutuos.
Donde nada más importaba.
Nadie.
Apartó el pelo de mi cara y yo quería desesperadamente
devolverle el favor, pero no lo hice. Quería quedarme perdida en sus
ojos, saborear la forma en que me miraba, la forma en que se sentía
encima de mí, la forma en que sacaba cada sensación de mi cuerpo
como si le perteneciera.
No quería que terminara.
Con sus manos enmarcando mi rostro, me besó de nuevo, más
lento, más delicado esta vez, menos frenético y desesperado, pero
con la misma intensidad y pasión. Cuando se alejó y dejó escapar un
fuerte e inmenso gemido, yo también gemí sintiendo su ausencia.
Sentía que iba a gritar, mi mente ya gritaba, una y otra vez. Eso
resonó a través de las paredes y se abrió paso en nuestros corazones
donde siempre recordaríamos este momento.
Me miró por última vez a los ojos y se inclinó hacia mi oído.
—Me vas a deshacer—susurró él con voz ronca, frotando sus
labios debajo de lóbulo de mi oreja, provocando un hormigueo en
todas partes.
—Y voy a dejarte.
Capítulo 9
Aubrey
Habían pasado unos meses y por fin había llegado la primavera.
Dylan y yo estábamos saliendo oficialmente, pasando cada
segundo que podíamos juntos. Parecía que aprendíamos algo nuevo
el uno del otro con cada día que pasaba. Era interesante desgranar
las diferentes capas que componían a Dylan McGraw.
Lo que lo hacía feliz, lo que lo hacía sonreír, lo que lo hacía reír.
Mi favorito personal…
Lo que lo cabreaba, que era casi todo. El chico tenía el
temperamento de un niño de dos años, dejando saber lo que le
gustaba, lo que toleraba y lo que lo haría enloquecer.
Alex era su talón de Aquiles, y me sentía mal por el que se
enamorara de esa chica porque esos muchachos le iban a patear el
culo. Sin pensar que era uno de los suyos.
Los Boys eran más hermanos que amigos. Nunca antes había visto
un vínculo así. Una hermandad Eran extensiones el uno del otro, y a
menudo sentía que estaba saliendo con todos ellos por la forma en
que actuaban cuando estaban todos juntos.
Sus padres eran modelos a seguir en su relación, y me di cuenta
de eso en nuestra primera cita cuando bailamos bajo las estrellas en
el velero de sus padres. Momentos después, compartió cómo los
observaba desde lejos, bailando al mismo ritmo de blues que nos
rodeó esa noche.
Luego estaba yo...
McGraw era como Jekyll y Hyde. Actuaba de una manera cuando
solo éramos nosotros y de otra cuando había gente alrededor. No
importaba quién fuera. Ese comportamiento de cretino de hielo que
inmediatamente se elevaba a su alrededor como si fuera la gasolina
que encendía su llama. Pero cuando estábamos solos, era muy
encantador. Amaba acurrucarse conmigo y que jugara con su cabello
o le rascara la espalda. Amaba prácticamente cualquier cosa que
involucrara mis manos sobre él. Era extremadamente brillante, sabía
todo tipo de hechos sobre cualquier cosa. Disfrutaba viendo el canal
de noticias, Discovery o History, diciendo que era bueno saber lo
que estaba pasando en el mundo, para estar preparado. Odiaba lo
inesperado.
Él tenía que tener el control.
Su padre le enseñó a usar un arma por primera vez cuando tenía
cinco años. Le dijo que preferiría que Dylan supiera qué era y el
poder que tenía, que ser un niño curioso y hacerse daño. No era un
juguete. Era protección. Dylan podía disparar dentro del centro de la
diana a más de noventa metros sin pestañear. Cuando le dije que las
armas me asustaban, simplemente dijo:
—La mejor manera de detener a un tipo malo con un arma, es con
un tipo bueno con un arma.
Cuanto más estaba cerca de él, más quería estar. Me hacía sentir
segura y, por primera vez en mucho tiempo, ya no me sentía sola.
Una vez leí que algunas personas nacen solas, como si fuera una
predisposición, como el color de tu cabello o de tus ojos, algo que no
podemos controlar. Algo que no podemos entender.
Era correcto.
Muchas veces había sentido que era una de esas personas,
nacidas para estar solas en la vida. Pero cuando McGraw estaba
cerca, la ansiedad que sentía en lo más profundo de mis huesos y
que se había fortalecido con el tiempo, desaparecía como si nunca
hubiera estado allí para empezar.
—¿A dónde vamos?—pregunté mientras salíamos de Oak Island.
—A la luna dijo él con una cara muy seria.
Le encantaba sorprenderme con todo tipo de cosas. Traerme
flores cada pocas semanas, cuando las anteriores habían muerto se
había convertido en parte de su rutina.
p
—Me gusta verte sonreír—dijo cuando le llamé la atención.
—South Port.
—¿Por qué vamos a la ciudad?
—¿Por qué el cielo es azul, cariño?
Él se estiró y agarró mi mano, colocándola en su regazo. Cada vez
que estábamos en su Jeep, mi mano estaba completamente apoyada
en su muslo. Frotaba sus dedos de un lado a otro contra la palma de
mi mano o, a veces, los hacía tamborilear al ritmo de la música.
Sus manos siempre estaban sobre mí de una forma u otra. A
veces era sutil, su brazo en el respaldo de mi silla, frotando mi
hombro con el pulgar. O cuando estábamos enfrascados en una
discusión, él jugaba con las puntas de mi cabello, escuchando cada
palabra que salía de mi boca con una mirada intensa. O hacía dibujos
en mi brazo con el dedo y me hacía adivinar qué era, haciéndome
extrañar su toque cuando no estábamos juntos.
A los boys les encantaba jugar al billar en el restaurante de los
padres de Half-Pint. Alex y yo nos sentábamos y observábamos,
riéndonos de sus ridículos egos sobre quién patearía el culo de
quién. Dylan se paraba a mi lado esperando su turno, frotándome la
nuca, justo en el nacimiento del cabello. A menudo atrapaba a los
muchachos mirando con expresiones divertidas en sus rostros.
Alex nunca pareció desconcertada por la atención que me daba.
Ella y yo nos hicimos grandes amigas enseguida. Nunca sentí que
ella fuera un año menor que yo. En todo caso, actuaba mucho mayor
que sus catorce años.
—¿Me estás secuestrando?—lo presioné, mirándolo.
—No se puede secuestrar a los dispuestos.
Condujimos durante cuarenta y cinco minutos cuando tomó la
salida de Ocean Island Beach.
—¿Vamos a otra playa? Sabes que había una a poca distancia de
nuestras casas, ¿verdad? —bromeé.
—No puedo surfear allí.
p
—Te he visto surfear allí casi todos los días desde que nos
conocimos.
Me ignoró hasta que terminó de pagarle al encargado del
estacionamiento y detuvo su Jeep en el estacionamiento de la playa.
—Puedo surfear en cualquier lugar—afirmó con arrogancia—.
Tú, por otro lado, no. Las olas son menos intensas aquí. No quiero
que te lastimes, cariño.
—¿Estoy surfeando?—pregunté, sorprendida—. Ni siquiera
tengo una tabla. La dejé en Cali.
—Podemos alquilarte una—dijo simplemente.
—Hace mucho que no hago surf, no creo que sea buena idea,
Dylan.
—Es como montar en bici, cariño, nunca se olvida.
—¿Te has visto surfear últimamente? Sabes montar.
Sonrió arrogantemente.
—Me encanta cuando me dices cosas sucias.
Puse los ojos en blanco y sonreí.
—Me refería a que no podré seguirte el ritmo.
—Iré despacio. Sé que a las chicas les gusta ir despacio.
—Como quieras. —Abrí la puerta y me tomó de la muñeca antes
de que pudiera salir.
—Sé que solías hacer esto con tu padre, dulzura. No intento
molestar a nadie. Sólo pensé que podríamos pasar un día divertido
juntos haciendo algo que ambos amamos.
Eso.
Era por eso que me estaba enamorando del chico que estaba
sentado frente a mí.
Él siempre sabía lo que estaba sintiendo, lo que no estaba
sintiendo, lo que quería sentir. Es como si tuviera un sexto sentido
cuando se trataba de mí. Era increíblemente perceptivo. Solía pensar
que era solo conmigo, pero a medida que crecíamos, y cuanto más
estaba con él, me di cuenta de que era así con todos. No podías
ocultarle nada. Cuando pensabas que lo habías hecho...
Era solo porque él te dejó.
Suspiré.
—Bien.
Se recostó en su asiento todavía sin soltar mi muñeca.
—Tengo todo el día, cariño.
Tomé una respiración larga, profunda y sonreí falsamente.
—No puedo esperar. Estoy muy emocionada.
Me tomó con la guardia baja cuando me atrajo hacia él,
levantándome para sentarme a horcajadas sobre su regazo. Besó la
punta de mi nariz y tiró de las puntas de mi cabello.
—Háblame.
Sólo. Así. Como. Así.
Sabía que no me soltaría hasta que lo hiciera. Sus ojos estaban
vidriosos, como cada vez que quería saber algo sobre mí. Dylan era
una de las personas más impacientes que había conocido, excepto
cuando se trataba de abrirme a él. Esperaría hasta el final de los
tiempos para sacarme lo que quería saber. No se daría por vencido
hasta que yo lo hiciera. Era implacable cuando se trataba de algo que
quería, especialmente de mí.
A veces sentía que nuestra relación era más que solo querer estar
juntos, era más que la clásica historia de chico conoce a chica. Lo que
teníamos no era un romance normal de secundaria. Corría mucho
más profundo que eso. Había sido así desde el principio, y cuanto
más tiempo estábamos juntos, más me daba cuenta de que no solo
quería conocerme...
Quería poseerme.
—Háblame—repitió en un tono suave. Frotando mi brazo en un
gesto reconfortante. Miré hacia abajo a mi regazo sin querer que él
viera mi debilidad. Sabía que quería que lo mirara a los ojos.
Esa era otra cosa sobre McGraw...
Quería ver las verdades que la mayoría de las personas trataban
de ignorar.
Luché como el infierno para dejar ir mi determinación a la que
me había estado aferrando desde que nos mudamos aquí. Para
derribar el muro que había construido tan alto y grueso con todos
excepto él. Nunca entendí por qué él era la excepción. Solía pasar
horas pensando en la conexión que compartimos, la intensidad de la
misma, la forma en que me miraba, en que me hablaba, en que
escuchaba, cada sonrisa, cada risa, cada palabra que salía de sus
labios significaba algo.
No importaba lo grande o lo pequeño que fuera.
Estaba allí.
Grabado en mi corazón donde nadie podría acercarse.
No es que los hubiera dejado.
Envolví mi brazo alrededor de mi estómago tratando de no
enloquecer y decirle algo que nunca le había dicho a nadie. Ni
siquiera a mi tía. Por supuesto que ella lo sabía porque mi madre se
lo dijo, pero había pasado días encerrada en mi habitación,
tapándome los oídos con las manos para drenar las voces de ese día
de mi mente. No quería revivirlo de nuevo.
La primera vez fue suficiente.
Entonces, cuando abrí la boca y dije:
—Mi padre tuvo una conferencia de maestros en mi escuela una
tarde. —Me sorprendí con lo que estaba a punto de compartir
abiertamente con un chico que me desharía.
—Excepto que, en este día en particular, mi madre estaba con él.
—Me mordí el labio, tratando de mantener mi voz firme. Ya
sabiendo que era inútil, lo inevitable iba a suceder. Me iba a
derrumbar en los brazos de un chico que me gustaba mucho. Solté
mis brazos, tirando de las costuras de mi camiseta durante unos
segundos antes de poder continuar.
Mi mente estaba corriendo una maratón, por lo que era difícil
tratar de encontrar las palabras adecuadas para expresar cuánto
significó ese día para mí.
—Recuerdo estar tan feliz. Estaba tan feliz que podría haber
llorado, Dylan— recordé, sacudiendo la cabeza, casi sintiendo esa
felicidad nuevamente—. No estaba preocupada por mis
calificaciones, siempre he sido una buena estudiante, pero estaba
encantada de que mi madre estuviera allí para escuchar a mi maestra
hablar sobre mí. Estaba orgullosa de mis logros y tal vez ella también
lo estaría.
Mis ojos se empañaron con lágrimas que amenazaban con salir a
la superficie. Las contuve, tenía años de condicionamiento para
hacerlo. Dylan estaba muy atento, apartando el cabello de mi cara y
frotando suavemente mi mejilla con el pulgar.
Diciéndome en silencio que estaba bien que siguiera.
—Cuando mis padres y yo subimos al coche, estaba tan
agradecida de que ambos estuvieran allí. ¿Qué tan estúpido es eso?
—sollocé. No pude contenerlo más. El recuerdo me mantuvo cautiva
durante mucho tiempo. Me dominó.
Mis emociones se desbocaron.
—Ven aquí.
Me acercó más, dejándome fundirme en su pecho.
—Shhh—susurró en mi oído mientras me frotaba la espalda. Me
permitió llorar y soltar la angustia atroz que llevaba desde ese día.
—No es estúpido, cariño, no es estúpido en absoluto. Es una
parte importante de ti.
Me senté, lamiéndome los labios sin molestarme en limpiarme las
lágrimas.
—Abracé a mi madre. Quiero decir que abracé a mi madre con
tanta fuerza por primera vez en mucho tiempo. Quería que supiera
p p p q p
lo que significaba para mí que ella estuviera allí con mi padre. Que
se interesara en mi vida, en lugar de solo escucharlo de papá, de mi
tía o de mí. —Sollocé cuando Dylan atrapó otra lágrima rodando por
mi mejilla.
—Tenía la esperanza de que si le mostraba cuánto significaba
para mí, tal vez podría suceder más a menudo, ya sabes, como si ella
cayera en la cuenta de lo importante que era para mí que se
involucrara en mi vida y cosas como mi enseñanza. —Negué con la
cabeza, entristecida—. Sin embargo, nunca le dije eso, tal vez debería
haberlo hecho. Tal vez podría haber cambiado algo.
Sabía en mi corazón que no lo habría hecho.
Hice una pausa, necesitando tomar una respiración profunda.
Cerré los ojos y juro que podía ver la expresión de su rostro cuando
salté a sus brazos. Quedó grabado para siempre en mi mente, un
recuerdo que me niego a dejar ir. Nadie podía quitarme esa visión,
aunque me dolía cada vez que pensaba en ello.
—De la escuela íbamos todos a la heladería del pueblo. La misma
a la que mi padre me llevaba cuando solo éramos nosotros. Me
encantó que estuviera tratando de incluirla en nuestra rutina
después de la escuela. Mostrarle lo que hacíamos juntos. —Dejé
escapar una respiración profunda que no me di cuenta de que estaba
conteniendo, me lamí los labios secos y limpié las lágrimas de mi
cara.
Mi rímel corriendo por toda mi cara.
—Al regresar al coche, me detuve en seco cuando noté que
nuestras tablas estaban en el techo. Miré ansiosamente a papá y él
solo asintió. Reafirmando lo que ya sabía. Me estaban llevando a la
playa. El día no había terminado.
Miré por la ventanilla con una sensación de anhelo, observando a
todas las familias amorosas en la playa, solo recordándome que yo
no tenía eso.
Que nunca lo tuve.
—Monté ola, tras ola, tras ola. Juro que fue como si el universo lo
supiera. Las olas vendrían en conjuntos de dos o tres, espaciadas
cada dos minutos. Hubo buenos descansos. Se hacía mucho más fácil
remar cuando no estabas luchando contra la corriente, y los vientos
estaban tranquilos—recordé, imaginándolo como si fuera ayer y
todavía estaba allí. Podía oler el agua salada en el aire y sentir el
calor del sol en mi piel. Tener una experiencia extracorpórea.
—Lo sé, cariño, no hay nada como eso—afirmó con los ojos
dilatados.
Mi recuerdo claramente lo estaba afectando a él también.
—Las alturas de las olas estaban por encima de la cabeza, de
cinco a dos metros y medio. Ser capaz de montar una ola limpia boca
abajo en una línea larga era como vincularse con la tierra. La fuerza
que me empujaba era asombroso. La emoción de salir, una y otra
vez, para atrapar la siguiente gran ola con mi padre a mi lado era
increíble. Tener a mi madre mirando desde la playa lo hacía mucho
mejor. Montamos las olas todo el día, de un lado a otro sin ninguna
preocupación en el mundo. Corriendo en la arena y el agua sin
preocupaciones y riendo. Todo lo que quería hacer era impresionar a
mamá, pensando que, si lo hacía, ella vendría a la playa con nosotros
todo el tiempo. Seríamos una de esas familias por las que rezaba
todas las noches—hice una pausa para ordenar mis pensamientos,
tratando de controlar mis emociones, pero estaba demasiado ida.
Estaba físicamente con Dylan, pero mi mente se había marchado.
Estaba allí…
Pero no lo estaba.
Capítulo 10
Aubrey
—El sol se estaba poniendo mientras estaba sentada en mi tabla
mirando hacia el horizonte. Los atardeceres de California… no hay
nada como ellos. El cielo era como una pintura de audaces rosas,
púrpuras y naranjas, todos fusionados en uno, preparándose para
sumergirse en el agua y traernos la noche. La luz del sol restante
brillaba en la superficie del agua. Era tan pacífico. No quería que
terminara el día. Había sido uno de los mejores días de mi vida—
lloré, con un nudo en la garganta, con ganas de tragarlo de nuevo,
de enterrarlo como había hecho con mis recuerdos y emociones.
—Monté nuestra última ola del día con lágrimas cayendo por mi
rostro. La tristeza de que todo había terminado era devastadora.
Odiaba sentirme así. Quería empezar todo el día de nuevo. Ponerlo
en repetición constante, así podría reproducirlo cuando quisiera.
Cuando agarré mi tabla y caminamos de regreso a donde estaba mi
madre, ella estaba sonriendo. Feliz—me regodeé, sin querer pasar a
la siguiente parte.
Jodidamente odiaba la siguiente parte.
Me rompió.
—Tenerla como parte de nuestra familia, tener una familia que
hiciera cosas normales y pasara tiempo juntos, era todo lo que
siempre soñé. Era la familia que tanto deseaba.
No logré limpiarme todas las lágrimas de la cara. Corrían tan
rápido, tan fuerte, tan implacablemente, como un grifo que no podía
cerrar. Juro que podía sentir mi dolor, resonaba profundamente a
nuestro alrededor. Apuñalándome una y otra vez, hasta que el Jeep
comenzó a cerrarse, haciéndome más difícil respirar.
El espacio se estaba cerrando sobre mí y no podía moverme, me
estaba sofocando en nada más que mi propia miseria. Mis pulmones
se sentían como si tuvieran vacíos, el aire se había ido y no sabía si
alguna vez volvería. Mi visión se estrechó y los sonidos se volvieron
distantes. Los latidos de mi corazón resonaban en mis oídos.
Necesitaba continuar, seguir adelante, y justo cuando pensaba
que no podía... Dylan agarró mi mano y la puso sobre su corazón.
Era tan firme.
Tan sólido.
Tan seguro.
—Respira, Aubrey. Siente mi corazón. Siente mi respiración. Sólo
respira.
Él observó cómo se desarrollaba todo esto, pero estaba dispuesto
a sentarse allí y permitir que me derrumbara. Que me desmoronara
en sus brazos. Que me hiciera añicos como el cristal delante de sus
ojos.
Con la esperanza de que tal vez algún día pudiera
recomponerme.
Inspiré aire que no estaba disponible en el ambiente, apoyando
mi frente en el pecho de Dylan. Todo era demasiado. Revivirlo todo
de nuevo sabiendo que el resultado seguiría siendo el mismo. Que
nada cambiaría.
Ni. Una. Puta. Cosa.
El dolor…
El sufrimiento…
La pérdida…
La sensación de mi corazón rompiéndose de nuevo.
Frotó un lado de mi cuello y pude sentirlo besando la parte
superior de mi cabeza repetidamente.
—Shhh...—susurró una y otra vez—. Cariño, no…
—Nos sentamos allí por lo que pareció una eternidad, pero no
fue suficiente—interrumpí, necesitando sacarlo.
Necesitando contarle a alguien.
Necesitando contarle a él.
Necesitaba que supiera que estaba rota.
—Te mentí, jodidamente te mentí—sollocé incontrolablemente,
mi visión se nubló y mi garganta se cerró, poniéndose en carne viva,
seca y desgarrada en un millón de pedazos.
—Soy tan jodidamente estúpida, Dylan. Tan jodidamente
estúpida. No me había dado cuenta de que mi padre apenas nos
había dicho una palabra en todo el día—grité, estremeciéndome
contra su pecho.
Quería golpear algo, cualquier cosa, para no sentir las emociones
que me arrastraban hacia abajo, más y más profundo.
Agarró mi mano, presionándola con más fuerza contra su
corazón, deseando que siguiera adelante.
—Allí éramos una gran, feliz y jodida familia—sollocé en su
pecho, su otro brazo firme alrededor de mí.
—Fuimos a casa, cenamos y mi madre, mi madre… ella reflejaba
toda mi felicidad, mi alegría, mi ilusión por el futuro y las
posibilidades desconocidas. Esa noche me fui a la cama feliz,
contenta. A la mañana siguiente mi padre me llevó a la escuela.
Nunca me llevaba a la escuela... Me besó y me abrazó. Diciéndome
que me amaba y te lo juro… te lo juro, Dylan, lo escuché susurrar
débilmente que lo sentía. —Tragué saliva, ahogando los sollozos.
—Mi madre me recogió de la escuela. Era como si hubieran
cambiado de lugar, pero ella estaba muy triste. Nada como la mujer
que era el día anterior. No quedaba ni rastro de ella. De camino a
casa, el silencio llenó el coche. Mi madre miraba al frente con
preocupación en los ojos. Algo la estaba carcomiendo, algo que no
podía decirme. Algo que cambiaría el resto de nuestras vidas. El
curso de nuestro futuro. Nunca lo vi venir. Cuando llegamos a casa,
todas las cosas de mi padre… ya no estaban. Cuando volví a mirar a
mi madre, lo supe. Mi padre la había dejado. No solo a ella, también
a mí. Él nos dejó. Mis padres no están divorciados. Te mentí...
j p
simplemente empacó y se fue sin ni siquiera una nota. ¡Así como así!
Fue tan cruel lo que hizo... ¡tan jodidamente cruel, Dylan!—grité
como si estuviera sentado a mi lado, como si pudiera oírme, y eso
cambiaría las cosas.
Como si gritar hiciera retroceder el tiempo y marcara alguna
diferencia.
Como si gritar me quitara el dolor y el vacío que sentía en el
corazón.
Traté de apartar mi mano, pero él no me dejó. La sostuvo con
más fuerza contra su corazón. Ni una sola vez cambió su ritmo
constante. Era tan estable, tan seguro, tan sereno.
Tan Dylan.
Negué con la cabeza contra su pecho, sintiendo como si mi piel
estuviera ardiendo, como si estuviera en llamas, quemándome desde
adentro hacia afuera. Rompí fuerte agarre a mi alrededor, me
envolvía con una consuelo que no podía sentir, que no quería sentir.
Que sentía que no me merecía.
—¿Por qué? ¿Por qué darme esperanza y dejarme ver cómo
podría ser, solo para destrozarlo todo? ¿Por qué me haría eso? ¿Por
qué me lastimaría así? ¿Por qué, Dylan, por favor dime por qué?
¿Por qué nos lastimaría así? —Me atraganté, las grandes, enormes y
feas lágrimas cayeron más rápido y con más fuerza.
Eran despiadadas, hasta la última de ellas.
Lloré tanto que estaba hiperventilando. Nunca había llorado así
en toda mi vida. No podía, no me lo permitiría, porque sabía, sabía
que no sería capaz de parar.
Me consumiría.
Y lo hizo.
Estaba apoderándose de mí en los brazos de un chico que me
gustaba mucho. Un chico con el que quería un futuro. Nunca me
había sentido peor. Solo sumando a mis lágrimas y el dolor de un
día que quería olvidar...
Pero sabía que nunca podría.

Dylan
Ella estaba en mi regazo desmoronándose ante mis ojos.
La abracé con mucha fuerza tratando de mantener unido lo que
quedaba de ella. De consolarla de la única forma que sabía. La
abracé tan fuerte como pude, queriendo moldearnos en una sola
persona, alzarla y quitarle el dolor. Nunca permití que su mano
dejara mi corazón, con la esperanza de que mi latido constante la
calmara. Susurrando palabras tranquilizadoras en su oído con mi
tono tranquilo para brindarle algo de seguridad.
Algún sentido de algo.
Cualquier cosa…
Una vez leí que ayudaba a las personas en apuros. Ayudaba a
quitar algo de su agonía, su pena, su sufrimiento. Era la forma
natural del cuerpo de encontrar estabilidad, consuelo y esperanza.
Me destrozaba el corazón.
Ella lloró más fuerte.
Nunca antes había visto a alguien llorar así. Tenerla
desmoronándose tangiblemente en mis brazos era casi demasiado
para soportar.
Me sentía tan jodidamente impotente.
Su hermoso rostro estaba lleno de tanta desesperación y tristeza
que provocó una reacción física en mí. El dolor que sentía en mi
corazón era tan extraño y desconocido. Era más que paralizante.
Estaba perdido.
En este momento odiaba a su padre por ella.
Le retiré el cabello del rostro. Finalmente me miró con un vacío
enorme en sus ojos. Me partió el corazón un poco más. No quedaba
nada de la chica fuerte que había conocido durante los últimos
meses. No reconocía a la persona sentada frente a mí.
Había tanto que quería decir, tanto que quería hacer.
Quería hacerlo todo, pero sentía que no podía hacer nada. Ella
estaba sufriendo de una manera que nunca supe que fuera posible.
Me cortó hasta el alma, un lugar que no me había dado cuenta que
existía dentro de mí. Estaba atrapada dentro de su cabeza, cautiva de
los recuerdos que trataba desesperadamente olvidar. Quería hacerla
reír. Mataría por verla sonreír, sabiendo que al final no importaría.
Me había dejado ver una parte de ella que nunca le había mostrado a
nadie. La cálida luz de su inocencia se había ido, sangrando sobre mí
y no sabía cómo recuperarla.
Ver sufrir a alguien que me importaba no solo era doloroso, era
paralizante. Sacaba todo de mí. Mi cuerpo no se sentía familiarizado
con todas las sensaciones que ella estaba causando. Nunca había
entendido el concepto del dolor de otra persona, la forma en que se
siente, el daño albergado de un día que podría cambiarlo todo para
ellos. Cómo podía cambiar la vida con unas pocas palabras, unos
segundos, unos momentos en el tiempo que querías cambiar para
siempre pero que nunca podrías recuperar.
Nunca lo entenderías, a menos que lo vieras. Te mataría más de
lo que jamás esperarías, más de lo que jamás podrías haberte
preparado.
¿Cómo era posible sentir eso de otra persona? ¿Cómo era posible
sentir casi todo por lo que están pasando? Pero sin experimentarlo
de primera mano.
Solo estás sufriendo porque ellos lo están.
En ese mismo momento aprendí que la parte más difícil de ver a
alguien que te importa pasar por una situación difícil es lo impotente
que te puede hacer sentir el amor.
Todo el mundo sufre. Todo el mundo pasa por mierdas. A veces
es peor que otras. A veces te sientes roto sin posibilidad de
reparación, pero lo que tomé de ese día, de ese segundo, de ese
momento, fue que habíamos establecido una conexión y tan egoísta
como esa suena…
Yo era feliz.
Quería eso con ella.
Y lo supe a los dieciséis años.
—Cariño, shhh... mírame. —Apreté su mano con más firmeza
contra mi pecho.
—Siente mi corazón. Siente todo de mí. ¿Puedes hacer eso por
mí?
Ella se encogió de hombros.
—No, cariño. Siénteme—la insté, poniendo mi mano sobre su
corazón. Estaba latiendo rápido y fuerte con cada segundo que
pasaba.
—Siénteme…—repetí, apretando ambas manos en el corazón del
otro.
Sus ojos se abrieron en reconocimiento con una intensidad que
nunca había visto antes. Un brillo que necesitaba atravesar toda la
tristeza y la desesperación, todas las cosas que la carcomían. Todo lo
que no podía cambiar pero que ella deseaba desesperadamente.
Los recuerdos que la hicieron ser quien era.
La soledad.
—Escúchame. Solo diré esto una vez.
Tragó saliva, menos lágrimas caían de sus ojos, su corazón latía
más lento, reflejando el ritmo del mío.
—Nunca entendí este dicho hasta ahora. Hasta este instante.
Se mordió el labio inferior y miró fijamente las profundidades de
mi alma cuando dije:
—Cuanto más profundo es el amor, más profundo es el dolor.
Capítulo 11
Aubrey
—¿Estás lista, cariño?—me preguntó Dylan, acostado en mi cama
con un brazo detrás de la cabeza. Estaba viendo un programa de
pesca que me aburría muchísimo.
Habían pasado algunos meses desde el incidente de la playa. El
que me importaba olvidar, y para mi sorpresa, Dylan nunca volvió a
mencionarlo.
Todos nuestros cumpleaños habían pasado. Los muchachos
tenían diecisiete años, Austin y yo dieciséis y Half-Pint quince. Por
primera vez en mucho tiempo, sentía que volvía a ser parte de una
familia, y eso más que nada, me encantaba. El verano estaba en
pleno apogeo y los muchachos surfeaban más que nunca, pero no
me importaba porque pude pasar tiempo con Half-Pint. Había
comenzado a trabajar en el restaurante de sus padres hacía unas
semanas. Dijo que quería hacer algo y que se veía bien en las
solicitudes para la universidad. Ella estaba comenzando la escuela
secundaria con nosotros y ya estaba pensando en la universidad.
Era una mentira. Sabía por qué ella realmente quería trabajar.
—Casi—le respondí, tratando de averiguar qué me iba a poner.
—Dios, dulzura, ponte cualquier cosa, te verás hermosa de todos
modos.
Sonreí, poniendo las manos en las caderas.
—Di eso otra vez, excepto que esta vez agrega un por favor.
—Bésame el culo. —Él sonrió—. Por favor.
Me reí, poniendo los ojos en blanco. Volví a mirar en mi armario,
deslizando las perchas de un lado a otro, sin que nada especial
llamara mi atención.
—¿Alex está trabajando hoy? —Giré la cabeza para preguntarle.
—Sí.
—Recuérdame que le pregunte si quiere ir de compras conmigo.
Me vendría bien algo de ropa nueva.
Dylan puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza ante mi
armario desbordado.
—No voy a decir una maldita palabra respecto a eso. Los
muchachos se reunirán con nosotros allí en un rato. Si apuras tu
lindo culo, podemos llegar hoy.
—Estoy seguro de que Lucas ya está allí—comenté, ignorando su
impaciencia.
Así era Dylan. Paciencia no era su segundo nombre. Ignoraba la
mayoría de las cosas que salían de su boca. Todavía era un imbécil.
Excepto que ahora, era mi imbécil.
—¿Qué diablos se supone que significa eso?—espetó en un tono
que no aprecié, lo que me hizo voltear a mirarlo.
Ladeé la cabeza y enarqué una ceja en un gesto interrogativo.
—Creo que te hice una pregunta, cariño.
—No quise decir nada con eso, McGraw. —Dudé unos segundos,
debatiéndome si realmente quería ser sincera. Lo quería—. Pero, ¿y
si lo hago?— lo desafié.
—No hables de cosas que no sabes, cariño.
—Yo no soy el que no sabe—murmuré por lo bajo, girándome
para mirar en mi armario.
—¿Qué fue eso?
—Nada.
—Sí, eso es lo que pensaba.
Respiré hondo, estaba molesta.
—Sabes, a veces suceden cosas en la vida que no puedes
controlar, Dylan. Todo lo que queda es aceptarlas, te gusten o no.
Escuché que la cama se hundía y supe que estaba sentado.
—Bueno, cariño, será mejor que te pongas tus bragas de niña
grande si vas a lanzar teorías vagas como esa.
—No es vaga. —Me encogí de hombros—. Solo quieres asumir
que lo es, y sabes lo que dicen sobre las personas que asumen
mierda, Dylan McGraw.
—Bueno, que me den. Eso salió tan suave como el papel de lija.
—Ahora, eso es una suposición vaga—me burlé en el mismo tono
condescendiente.
—Maldita sea, cariño.
Se puso de pie, caminando hacia mí todo confiado, con una
mirada depredadora en los ojos como si fuera a matar. No me
acobardé cuando su cuerpo grande y musculoso eclipsó el mío
mientras me presionaba contra la pared, aprisionándome con sus
brazos a los lados de mi cara. Un poco de mi determinación se hizo
añicos cuando se inclinó hacia adelante, besando mi mejilla y
moviéndose lentamente hacia mi oído, lo que envió un hormigueo
por mi columna. Su cálido aliento irradiaba hacia mi piel, causando
todo tipo de otras sensaciones. Me tenía justo donde me quería.
Vulnerable.
Mi corazón se aceleró, mi estómago cayó y mi boca se abrió.
Odiaba esto.
No, no lo hacía.
Sabía exactamente lo que estaba haciendo cuando dijo con voz
áspera:
—Si estás buscando pelea, niña, entonces soy tu hombre.
Ladeó la cabeza y dio un paso hacia mí, no tomó mucho para que
su boca estuviera cerca de la mía. Aunque, me atrajo hacia él por el
cuello y no me inmuté, en todo caso me erguí más.
Carraspeé, tratando de calmar mi voz.
—Todo lo que estaba tratando de decir era que para alguien que
es tan observador, estás ignorando lo que está descaradamente
frente a tu cara.
Me miró de arriba abajo.
—Eres la única que está frente a mi cara—gimió, a centímetros de
mis labios—. ¿Qué quieres hacer al respecto, eh?—añadió.
Empujé su pecho tan fuerte como pude, pero no se movió, ni un
centímetro. No lo desconcertó, ni un poco.
Imbécil.
De repente agarró mis muñecas y las llevó por encima de mi
cabeza. Sosteniéndolas en su fuerte agarre. Ahora no tenía adónde ir.
Apenas podía moverme. Estaba a su merced y, por mucho que me
cabreara, también me excitaba de formas que nunca antes había
experimentado.
¿Qué carajo?
—Porque podría pensar en muchas cosas que hacer con esa dulce
boquita tuya que sabe cómo presionar cada uno de mis malditos
botones.
—Yo…
—¿Dije que podías hablar?
Mis ojos se abrieron de par en par y mi boca cayó.
—¿Quién mierda te crees que eres? Así no es como va a ir,
McGraw.
Sus ojos estaban dilatados, oscuros y desalentadores.
—¿O qué? ¿Qué vas a hacer, dulzura? Porque no soy el que está
contra la pared, ¿verdad?
Sacudí mi cuerpo, tratando de liberarme de su agarre, pero en el
momento en que sentí que sus dedos tiraban de las puntas de mi
cabello, me congelé.
—Cariño, no irás a ningún lado a menos que yo lo quiera.
Agarró suavemente la parte delantera de mi cuello, el pulgar y el
índice agarrando mi pulso que solo se aceleró con su toque. Sonrió
arrogantemente cuando se dio cuenta de lo mucho que me estaba
afectando. Movió la mano desde mi cuello hasta la parte interna de
mi muslo y lentamente acarició la suave piel de mis muslos
desnudos.
Dylan nunca me había tocado así antes. Apenas nos besamos. No
reconocí al tipo que tenía delante, y eso me excitó más de lo que
debería. Tragué la saliva que se había acumulado en mi boca. Mi
respiración se elevó, mostrándole cuánto me estaba afectando.
—¿Te excita estar a mi merced, cariño?
Apreté los muslos. Incluso la forma en que me hablaba era nueva
y desconocida. Este no era mi Dylan, éste era el Dylan del que todas
las chicas estaban hablando, codiciando. Se acercó a mi sexo y resistí
el impulso de gemir.
—¿Qué pasa, bebé? ¿Ninguna respuesta ingeniosa? ¿Sin bromas
sexys? ¿Sin boca de sabelotodo? ¿Dónde está mi chica dura? ¿Eh? No
es tan dura cuando tengo mis manos cerca de su coño, ¿verdad?
Tomé aire, sorprendida por lo que acababa de decir.
Continuó su suave tortura durante unos segundos, disfrutando
de la sensación de mi piel contra sus dedos encallecidos mientras se
acercaban a donde más quería que me tocara. Exactamente el mismo
lugar que acaba de decir su boca sucia. Odiaba esa palabra, pero no
lo pensarías por la forma en que deseaba desesperadamente que me
la dijera de nuevo.
Como si leyera mi mente, inclinó la cabeza, tentándome con lo
que quisiera hacer. Podía ver, sentir su lucha interior. Estaba
luchando contra algo más profundo de lo que jamás podría
entender.
—Sé dónde quieres que te toque, bebé. —Hizo una pausa para
dejar que sus palabras se asimilaran—. Pero lo que estoy haciendo y
lo que quiero hacer son dos malditas cosas muy diferentes.
Retrocedió y se llevó su calor con él. Fue como si un balde de
agua helada me inundara. Se dio la vuelta para irse, pero se detuvo
en el último segundo para mirar por encima del hombro.
g p p
—Pero para que quede claro…no estoy ignorando una mierda.
Alex es demasiado buena para Lucas, se merece algo mejor.
Abrí la boca para decir algo.
—Sí, cariño, soy plenamente consciente de que eres demasiado
buena para mí y también te mereces algo mejor.

Dylan
No podías culparme por lo que era.
Por quien soy.
Quería tocarla con desesperación. Me dolía físicamente
contenerme. Mi polla latía y mis bolas dolían por hundirse en su
dulce coño. No estaba tratando de jugar juegos mentales o pasar de
lo caliente a lo frío, pero maldita sea, no podía evitarlo. Su boca
atrevida había sido la primer cosa que me atrajo de ella. Eso no había
cambiado solo porque ella era mía ahora. Ni siquiera había tocado
más que un cabello en su bonita cabeza rubia.
Habían pasado nueve meses desde que nos conocimos.
Seis meses desde la última vez que me había follado a alguien.
Cinco meses desde que empezamos a salir.
Confía en mí… la deseaba. La deseaba tanto que no podía ver con
claridad. Necesité todo mi interior para no reclamar cada centímetro
de su piel blanca y cremosa en este mismo momento. Perderme en
su cuerpo durante horas, hasta que no podía decir dónde terminaba
yo y empezaba ella.
Excepto, que yo nunca cedí a mi tentación.
Nunca me di la oportunidad de meterme dentro de sus bragas.
Apenas nos besábamos. Incluso entonces, tampoco permití que se
me fuera demasiado de las manos. Soportaba el peor caso de bolas
azules cada vez que estaba con ella.
Eso es dedicación.
Y créeme, sabía sobre los sentimientos de Lucas y Alex desde que
todos pudimos caminar. Al igual que sabía que Aubrey era virgen.
Ella tampoco tenía experiencia con todo lo que sucedía en el medio,
pero esa no era la razón por la que me contenía. En todo caso, su
inexperiencia era lo que me volvía jodidamente loco. La mera idea
de hacerla mía, ser el primer hombre en reclamarla, me volvía loco
hasta el punto de no retorno.
Alex tenía razón.
La respetaba.
Eso me impactó hasta la médula.
No fue tan difícil como imaginé que sería mantener mi polla en
los pantalones, pero cuando ella me respondió... joder, le hizo cosas
a mi pene que no podía controlar.
Soy humano.
Un hombre acostumbrado a conseguir lo que quiere y nunca
retroceder.
Tuve que salir de su habitación y entrar al baño antes de hacer
algo de lo que sabía que me arrepentiría. Ella no estaba lista. Lo
sabía. Echándome agua fría en la cara, me miré en el espejo.
—Dios, McGraw, ordena tu mierda.
Durante todo el viaje hasta el restaurante Aubrey no me dijo ni
una palabra. Cuando alcancé su mano, inmediatamente la alejó. Juré
por todo lo que era sagrado que casi detuve el maldito Jeep a un
lado de la carretera y tuve una pelea con ella en ese mismo
momento. Pero, seguí conduciendo. Salió de mi Jeep antes de que lo
estacionara, cerró la puerta detrás de ella y entró corriendo al
restaurante de los padres de Alex. Sin molestarse en esperar un
maldito segundo por mí.
Half-Pint miró a Aubrey y luego a mí tan pronto como entré, con
una expresión de complicidad escrita claramente en su rostro. Dio
un paso hacia mí, e instantáneamente negué con la cabeza. Iba a
dejar que mi ira se dirigiera a la maldita chica equivocada si se
acercaba a mí, y Alex no se lo merecía.
No estoy muy seguro de que Aubrey tampoco se la mereciera.
Hice lo único que pude antes de soltar mi mierda. Agarré mi
tabla y me saqué la frustración en el agua.
Capítulo 12
Aubrey
—Lo. Odio
Alex suspiró, mirando hacia el océano donde Dylan acababa de
desaparecer. Seguí su mirada preocupada, excepto que mis ojos
estaban llenos de furia.
—¿Qué sucedió?
—Dylan McGraw sucedió.
—Aubrey…
—No, Half-Pint, no puedes ponerte de su lado sin conocer los
hechos. ¡Dios! ¡Es un maldito imbécil!
Sus ojos se abrieron y me arrepentí de las palabras tan pronto
como salieron de mi boca. Lily, la hermana menor de Lucas, estaba
parada justo al lado de Alex. Solo tenía diez años, pero había
empezado a seguir a Half-Pint por todas partes.
También sabía por qué Lily hacía eso. Pero esa era otra historia en
la que no tenía ganas de entrar.
—¡Sí, sabes que lo es, Alex! —Señalé a las dos—. ¡Ambas lo
sabéis!
—¿Qué hizo él?—preguntó Lily con ojos cariñosos. Era la niña
más dulce que pensaba que sería como Alex cuando creciera. Chico,
estaba equivocada.
Demonios, no, ella no lo hizo.
A veces pensaba que Lily era peor que yo.
—¿Qué no hizo? ¡Empecemos por ahí!— argumenté.
—Cálmate—dijo Alex, su tono mezclado con nada más que
preocupación—. ¿Dime lo que sucedió?
Tomé una respiración larga y profunda, expulsando todo el aire
de mis pulmones antes de comenzar.
—Estábamos pasando el rato en mi habitación. Me estaba
preparando para venir aquí y dije… —me detuve.
Alex nunca me había hablado de ella y Lucas, pero no tenía por
qué hacerlo. Era descaradamente obvio. No quería presionarla para
que me dijera algo que no estaba lista para que yo escuchara.
—Eso no es importante. Él solo... Dios... él solo... joder, ni siquiera
puedo explicarlo. —Miré a Lily—. Lo siento, Lily bebé. No debería
decir ese tipo de palabras.
—¿Por qué? —Ella se encogió de hombros—. Los chicos lo hacen
todo el tiempo.
Me reí y Alex simplemente negó con la cabeza.
—A veces no lo entiendo. Me confunde. Normalmente es algo
bueno. Hoy no lo fue.
—Hay un chico en la escuela llamado Adam—dijo Lily de la
nada, sorprendiéndonos a las dos—. No me gustaba Adam. Era malo
conmigo. Me tiraba del pelo, se metía delante de mí en el almuerzo y
me quitaba el rotulador rosa cuando le había dicho varias veces que
es mi color favorito.
Alex y yo nos miramos confundidas y luego volvimos a mirar a
Lily.
—Le conté a mi madre todo sobre él. Ella solo dijo que era porque
yo le gustaba. Que los chicos no saben cómo expresarlo, entonces
actúan para llamar tu atención. Dylan y Jacob vinieron a buscarme a
la escuela al día siguiente y me dijeron que esperara en el coche.
Esperé durante mucho tiempo. Al día siguiente en la escuela, Adam
fue amable conmigo. De hecho, no ha sido malo conmigo desde
entonces.
Alex y yo nos echamos a reír. Ese pobre niño probablemente no
los vio venir.
—Lo que estoy tratando de decir es que Dylan es malo contigo
porque le gustas, Aubrey. Pero solo él puede ser malo contigo
porque si alguien más lo es, él les va a patear el c-u-l-o. Prefiero un
Dylan a un Adam cualquier día.
—¿Qué, Lily, cómo … ? —murmuré.
—Bueno... bueno... bueno... si no es mi supuesta mejor amiga—
escuché una voz riendo detrás de mí. Mi cabeza giró y me encontré
cara a cara con un Dee muy enojada.
No había estado saliendo con ella tan a menudo desde que Dylan
y yo comenzamos a salir. Siempre decía que estaba ocupada. Vi las
miradas que nos dio a Dylan y a mí en el pasillo. Cada vez que
intentaba hablar con ella sobre nosotros, me rechazaba. No había
mucho que pudiera hacer. Ella no me dio la oportunidad de
explicarme. Nunca quise lastimarla. No es como si Dylan y ella
alguna vez hubieran estado juntos en una relación. No había roto
ningún código de chicas. Fui a batear por ella y lo puse en su
maldito lugar.
Ella ni siquiera me lo agradeció.
—¿Cómo se siente ser su nueva puta?—vomitó sin una pizca de
remordimiento en su rostro.
—¿Perdóname? —Me eché hacia atrás como si me hubiera
golpeado en la cara.
—Oh, vamos, Aubrey, en realidad no puedes pensar que le
gustas. Creía que eras más lista que eso. ¿No ves que te está usando?
Tan pronto como lo dejes, te abandonará y pasará a la siguiente. Él es
así. ¿Crees que tienes un coño maravilloso o algo para cambiarlo?
—Tú no sabes…
—¡Oh, lo sé! ¿Por qué crees que ya ni siquiera puedo hablar
contigo? ¡Porque lo sé! ¡Sé lo que te va a hacer, y nunca pensé que
serías tan estúpida como para caer en la trampa!
—¿Quieres decir estúpida como tú? ¿Por qué estás tan cabreada,
Dee? ¿Por el hecho de que se acostó contigo y terminó? ¿O por el
hecho de que no me he acostado con él y todavía está conmigo?
—Chica, te estás quedando con mis sobras. Creí que eras mi
amiga, Aubrey.
—Soy tu amiga—dije, tratando de no dejar que sus palabras
maliciosas me afectaran. Estaba herida, lo entendía—. Y por eso no
estoy diciendo todas las cosas de mierda que quiero decirte, como tú
lo estás haciendo conmigo. ¡No hice nada malo! ¡Lo que estás
haciendo ahora mismo es porque estás celosa! Estás celosa de lo que
tengo, de lo que quieres.
—Dios, Aubrey, con amigas como tú, ¿quién necesita enemigos?
—Nunca querría lastimarte, Dee. ¡Llevo meses intentando
explicártelo! No puedo evitar que le guste, que nos gustemos. No
voy a quedarme aquí y defender mi relación contigo. No te debo
nada. Pareces olvidar que en realidad fui a la batalla con él por ti.
Ahora da un paso atrás antes de decir algo de lo que realmente te
vas a arrepentir. O antes de que me hagas cabrear.
—¿Que te dijo él? —Ella ignoró mi advertencia—. Que eres su
única, eres la cosa más hermosa que ha visto o espera, lo entiendo,
¿podría hacerte olvidar tu dolor? ¿En serio? Pobre chica nueva. Todo
lo que querías escuchar, envuelto con un gran lazo rojo.
Negué con la cabeza con fervor y Alex me agarró la muñeca, pero
me la arranqué.
—Tú no lo conoces. ¡No sabes nada! —le grité, dejándola tener lo
mejor de mí.
—No, eres tú quien no sabe nada. —Dio un paso hacia mí, a
centímetros de mi cara, mirándome de arriba abajo con una mirada
sarcástica.
—Él es como tu padre, Aubrey. ¡También te dejará sin ni siquiera
un maldito adiós! —soltó con desdén.
Mi brazo se balanceó hacia su cara cuando dijo la última palabra,
pero alguien vio mi intención y agarró mi muñeca en el aire. Antes
de que pudiera girarme para ver quién me había detenido, Dylan se
detuvo frente a mí y me colocó justo detrás de él.
Ladeó la cabeza, y pude sentir físicamente el calor abrasador de
él.
—Será mejor que retrocedas, Dee, ¿verdad? ¿Ese es tu nombre?—
dijo en un tono espeluznante mientras yo miraba con el corazón en
la garganta.
—Eso justamente... es lo mucho que significaste para mí.
Mi boca se abrió, mirando nerviosamente a mi alrededor. Los
muchachos estaban parados a nuestro lado con una mirada en sus
rostros que nunca había visto antes.
Estaban esperando.
La expresión de Alex reflejaba la mía mientras Lily se quedó
parada allí con un brillo travieso en los ojos y la sonrisa más grande
que jamás había visto. Ella sería una fuerza a tener en cuenta algún
día.
—Ahora, cariño, me dispongo a decirte, que la diferencia entre tú
y Aubrey es que me preocupo por ella, es mi chica. Tú... tú, por otro
lado, eras solo un pedazo de culo al que pude tocar. Y no eres muy
buena en eso. —Él hizo una pausa para dejar que sus crueles
palabras se asimilaran. mientras las lágrimas se formaban en los ojos
de Dee, pero él no titubeó—. Apenas te miré y tus piernas se
abrieron más rápido que la mantequilla.
Me sentí mal por ella. Sabía que no debía, pero lo hice. Abrí la
boca para decir algo y ella me interrumpió.
—¿En qué se diferencia ella, de mí? Sabes que vas a conseguir lo
que quieres y la vas a dejar. Está en tu sangre, Dylan... es lo que
haces. Ella estará donde estoy parada en unos meses. Dicen que las
chicas terminan con hombres como su padre, bueno, debe ser
verdad.
Ella no estaba retrocediendo. Las palabras de odio llegaron una
tras otra. Lo único que dijo que era cierto, yo era estúpida.
Fui estúpida por pensar que ella era mi mejor amiga.
Él sonrió grande y ampliamente, sin inmutarse por su respuesta
en lo más mínimo.
—Mencionas a su padre otra vez, no evitaré que te golpee el culo
esta vez—.
—¿A qué juego estás jugando, Dylan?
—Eso implicaría que no sé lo que estoy haciendo. No juego. Ésta
es tu primera y última advertencia. Si vuelves a joder a Aubrey, te
daré algo por lo que llorar.
—Bueno, estaré condenada. ¿No eres su caballero de brillante
armadura? Un héroe moderno. No puedo esperar hasta que sea ella
la que esté llorando y yo esté aquí para recoger los pedazos. —Una
combinación de ira y dolor salía de ella en oleadas, pero McGraw las
superó con facilidad.
La ironía no se me pasó por alto.
—Cariño, la única razón por la que ella estaría llorando es de
jodida felicidad.
Él caminó hacia ella, cada paso preciso y calculado. No le
importaba quién viera. Era un hombre poseído con el corazón en la
mano y esperé, conteniendo la respiración con el corazón en la mía.
—Deberías saber que la amo. Que estoy enamorado de ella, así
que cuando la jodes, me jodes a mí.
Sólo. Así.
Las palabras cayeron de sus labios por primera vez en el rostro de
una chica que no era yo.
—Ahora, escabúllete, hemos terminado aquí. —Y con eso se dio
la vuelta y la dejó allí parada sin un pizca de culpa por lo que
acababa de compartir.
—Te lo dije—escuché vagamente a Lily susurrar en mi oído, antes
de que Dylan se dirigiera hacia mí con una confianza que no podía
ubicar.
—Estás bien, dul…
Lo. Golpeé. Muy. Fuerte.

Dylan
—¿Qué carajo?—rugí, agarrándome la mandíbula, mirando a
Aubrey.
Ella retrocedió lentamente con la mano en el aire.
—No me sigas, McGraw—ordenó con una mirada enojada en su
rostro.
—Tienes que estar jodiéndome—gruñí.
—Lo digo en serio. —Ella sacudió la cabeza, su cuerpo temblaba
con cada paso que daba para alejarse de mí—. Me voy de aquí. —Me
miró por última vez y se fue.
Miré alrededor de la playa por primera vez. Todos estaban
parados alrededor con los ojos muy abiertos, congelados en su lugar.
—Se acabó el jodido espectáculo—gruñí a nuestra audiencia,
mirando a los chicos que estaban sonriendo como malditos tontos—.
Decid una jodida palabra, una puta palabra, y os dejaré
inconscientes—advertí, con los puños a los costados.
Podía verlo en sus ojos, querían reírse y darme mierda, pero
simplemente se encogieron de hombros sin romper el contacto
visual.
Me di la vuelta y Alex agarró mi muñeca.
—No creo…
La miré, haciéndole saber que ahora no era el momento
adecuado.
Ella la soltó de inmediato, retrocediendo.
—Ok.
Me subí a mi Jeep y lo arranqué antes de que la puerta se cerrara.
Conduje a toda velocidad a través del estacionamiento y calle abajo
hasta que la vi. Caminaba con los brazos cruzados sobre el pecho, su
postura enojada todavía muy viva.
Me detuve junto a ella.
—¡Entra!—ladré.
Ella me miró, sorprendida.
—¡No!
—No pinches al oso, bebé.
Ella puso los ojos en blanco, echó el cuello hacia atrás y gritó:
—Que te den.
Sonreí sarcásticamente, inmediatamente presioné el acelerador y
me desvié por la acera para bloquear su camino. Dejé el Jeep en park,
sin molestarme en apagar el motor y salté antes de que ella me viera
venir.
Estaba seguro de que nunca antes había visto esa mirada en su
rostro. Se dio la vuelta para salir corriendo en la otra dirección. Me
acerqué a ella en tres zancadas.
Cara a cara.
Dio un paso atrás hasta que estuvo contra mi Jeep.
Ningún lugar a donde escapar.
Colocando ambas manos a cada lado de su cabeza, hablé con los
dientes apretados:
—¿Cuál es tu maldito problema?—lancé, cerniéndose sobre su
cuerpo más pequeño.
—¡Tú! —Ella me empujó y no vacilé, lo que solo hizo que me
empujara de nuevo.
—¡Tú eres mi problema! Ahora sal de mi maldito camino.
Podía verlo en sus ojos, se había cabreado. No sabía qué mierda
había hecho para enojarla tanto.
La había defendido, y este era el agradecimiento que recibía.
—¡Te odio! ¡Te odio tanto ahora mismo! ¡Eres un imbécil, Dylan
McGraw! ¡Eres un maldito idiota!
Retrocedí, atónito. Tomó la distracción como una oportunidad
para alejarse de mí.
—¡No puedo creer que hayas hecho eso! ¡No puedo creer que me
hayas hecho eso!
—Lo haría de nuevo—dije con tono de mofa.
—¡Por supuesto que lo harías! ¡Así eres! No piensas ni por un
maldito segundo en mí. ¡Ni uno! ¡Ahora vete!
—Que te den, no voy a ir a ninguna parte. Si realmente quisieras
irte… ya te habrías ido, sin molestarme con tus tonterías. —Lamenté
mis palabras tan pronto como salieron de mi boca, pero pensar antes
de hablar nunca había sido mi fuerte.
—¡Imbécil!—me gritó mi cara.
Di un paso hacia ella e instantáneamente retrocedió, una vez más
extendiendo su mano frente a ella.
—¡Sí! Soy un maldito imbécil, pero moriré antes de disculparme
por defenderte. ¿Me entiendes?
—Eres un imbécil. ¡Estás tan cegado por tu maldito orgullo, que
ni siquiera lo ves! ¡Ni siquiera te das cuenta!
—¿Mi orgullo? Cariño, esas son palabras de pelea. Será mejor que
consideres dar un paso atrás y darte cuenta de con quién diablos
estás hablando.
Bajó el brazo y dio un paso hacia mí.
—Sé exactamente con quién estoy hablando, y me importa una
mierda. ¡No puedo creer que hayas hecho eso!—repitió—. Me dijiste
por primera vez, por primera vez, McGraw, que me amabas ante ese
pedazo de mierda de Dee. ¿Cómo pudiste hacerme eso? ¡¿Cómo
pudiste lastimarme así, imbécil?!
Sujeté su palma abierta que venía a mi cara otra vez.
—Dejé que me pegaras una vez, cariño, no volverá a suceder.
Intentó apartar su brazo con fuerza, pero aproveché el impulso
para atraerla hacia mí. Ella perdió el equilibrio y comenzó a caer
hacia adelante. Su mano libre chocó contra mi pecho, dándole
fuerza.
La abracé.
—Relájate.
Mierda.
Ni siquiera me había dado cuenta de eso. Estaba tan absorto en
poner a esa perra en su lugar que no me había dado cuenta de que
era la primera vez que las palabras salían de mi boca.
No lo había pensado dos veces.
—¡No puedes hacer esto! ¡No puedes maltratarme cada vez, solo
para salirte con la tuya! No es justo, McGraw—me gritó, sacándome
de mis pensamientos.
—Mala suerte para ti. Me importa una maldita mierda.
La incliné hacia atrás, poniendo mi mano sobre su boca, sintiendo
que iba a gritar. La coloqué contra mi Jeep de nuevo sin apartar la
mano de su boca.
Sus fosas nasales se ensancharon y su pecho se agitó.
—Eres tan malditamente hermosa que a veces me duele mirarte.
Sus ojos se abrieron, sin esperar lo que acababa de escuchar.
—No vas a hablar. —Sacudí la cabeza—. Vas a escuchar cada
palabra que tengo que decir. —Asentí, dejando caer suavemente la
mano de su boca. Tenía que explicárselo, sabía que era la única
forma en que me perdonaría.
Tragó saliva, pero no dijo nada.
—No sé qué pasó allá atrás y, francamente, me importa una
mierda. Vi a mi chica...
—Estabas surfeando—me interrumpió ella.
—Mis ojos siempre están puestos en ti, cariño. Siempre sé dónde
estás.
Se mordió el labio, sorprendida por mi declaración.
—Pero si me interrumpes una vez más, no me vas a dar otra
opción que tapar esa dulce boca de nuevo.
Me miró con los ojos entrecerrados sin decir una palabra, aunque
no tenía por qué hacerlo, sus ojos hablaban mucho por sí mismos.
—Me follé chicas, Aubrey, muchas—dije sinceramente,
tomándola con la guardia baja.
—Eso es todo lo que he hecho. Me hacía sentir bien. Me hacía
feliz. Me facilitaba las cosas. Usé chicas, ¿pero quieres saber algo,
dulzura?, ellas también me usaron. Era una situación de ganar para
ambos. Vengo de un hogar feliz, mis padres claramente se aman,
pero aun así huía del amor. Lo atribuía a una mierda de chico
normal. ¿Me entiendes?
Ella no se movió, sus ojos fijos en mi rostro, esperando lo
siguiente que iba a compartir.
—He visto a Lucas y Alex... que me den...—exhalé—. Mis dos
mejores amigos luchan contra esta conexión que han tenido desde
que eran niños. Desde antes de saber qué diablos significaba. Veo a
Lily. Y sé que tú también la ves. Jacob nunca lo verá venir. Ella lo va
a golpear como una tonelada de malditos ladrillos.
La expresión de su rostro se suavizó y me dio el empujón para
seguir adelante.
—Es todo tan jodidamente confuso, tan jodidamente complicado,
tan jodidamente prohibido. No quería tener nada que ver con eso. Ni
por un maldito segundo. A diferencia de Austin, que no tiene ni idea
de quién es, esa es la diferencia entre él y yo, yo lo sé. Sé que soy un
imbécil. No pretendo ser algo que no soy, cariño. No necesito
hacerlo y maldita sea no quiero. No tengo tiempo para esa mierda.
Nunca lastimé a una chica y si quieren afirmar que lo hice, es solo
porque es más fácil culpar a alguien más que mirarse en el maldito
espejo y darse cuenta de quiénes son en realidad.
p j y q
Ella frunció el ceño, triste por mí.
—No, cariño, no se trata de que te sientas mal por mí. Me encantó
hacerlo. El sexo, follar y estar con alguien fue lo más cerca que me
dejé llevar. Era adictivo Mi adicción. La sensación de otro cuerpo
presionado contra el mío. Bueno, no hay nada como eso. Hice lo que
se sentía bien. Sin cadenas. Sin compromisos. Nada de mierdas
innecesarias.
Me di cuenta de que quería decir algo, pero la necesidad de saber
lo que tenía que decir era demasiado fuerte para que me
interrumpiera.
—Por una vez, cariño. Por una vez en mi vida alguien tuvo las
agallas de cuestionarme. Nunca ha pasado antes. Especialmente una
chica. Una chica sexy como la mierda—añadí, sonriendo.
Ella ocultó una sonrisa.
—Entonces, después de años de ver a mis amigos luchar con
emociones y sentimientos y solo Dios sabe que otras cosas más. Toda
esa mierda de la que me escapé, me estaba mirando directamente a
la cara, lo deseaba—hice una pausa, mirándola profundamente a los
ojos.
—Te. Deseo.
Su boca se abrió, y juro que podía sentir su corazón latiendo
contra mi pecho.
—Pero, lo sé, cariño. Sé que eres demasiado buena para mí. Sé
que la primera vez que tengamos sexo, que hagamos el amor... va a
significar algo y tal vez espero que me haga un mejor hombre. Que
tú…—Tiré de las puntas de su cabello.
—Que tú me hagas un hombre mejor.
Ella se echó hacia atrás.
—Ay Dios mío—dijo y exhaló larga y profundamente.
—Te amo, Aubrey. Jodidamente te amo, y no me importa quién lo
sepa.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Te. Amo—gemí inclinándome hacia su oído.
Capítulo 13
Dylan
—¿Qué quieres ver?—pregunté desde su cama. Agarrándola por
la cintura, tirándola hacia mí.
Vino sin esfuerzo como si no pesara nada. La levanté y la puse en
mi regazo con las piernas a horcajadas sobre mi cintura. Se llevó el
dedo a los labios y dijo mmmm.
Mi polla se sacudió.
Desde que le había dicho que la amaba, nuestras sesiones de
besos se volvieron más calientes e intensos. Cada vez que retrocedía,
evitando que siguieran adelante, podía ver que su impaciencia
aumentaba más y más. Aunque ella no me había reprochado por eso.
El verano casi había terminado y había pasado más de un mes
desde que le dije que la amaba. Ella aún no me lo había dicho. Mi
impaciencia por escucharla decir las palabras aumentaba por
momentos. Sabía que me amaba, estaba escrito claramente en su
bonita cara. Especialmente cuando estaba en mis brazos, lo que
pasaba la mayoría de las veces. Pero necesitaba que lo dijera en voz
alta, para validar nuestra relación y lo lejos que habíamos llegado.
—¿Por qué vamos a fingir que estamos viendo una película,
McGraw? ¿No somos un poco viejos para la fantasía? ¿Sabes lo que
va a pasar?
—¿En serio? Recuérdamelo entonces.
—Sí, señor. —Me besó a lo largo de la mejilla, bajando hasta mi
cuello.
Su madre nunca estaba en casa. Siempre estaba trabajando. No
tenía sentido no pasar el rato en su habitación.
En su cama.
Solos.
Le había dicho que la amaba.
No es que fuera un maldito santo.
Puse las manos en su cintura, deslizándolas debajo de su
camiseta para sentir su piel tersa contra mis dedos. Los deslicé hacia
arriba y abajo por su abdomen, mis pulgares presionando contra el
alambre de su sostén.
—Dios, bebé, te sientes jodidamente increíble—gemí en su oído,
siguiendo su ejemplo y besándola a lo largo del cuello.
Frotó las caderas contra mi polla en señal de aprobación, e inclinó
la cabeza hacia atrás para que mis labios tuvieran más acceso a su
piel blanca y cremosa. Mi boca se movió lentamente desde su cuello
hasta la clavícula, saboreando el calor de su cuerpo en aumento
presionado contra el mío. Cada vez más caliente con cada caricia de
mi lengua que tocaba su piel.
Rocé su nariz con la mía y ella me miró a los ojos con adoración.
Conocía esa mirada.
Me deseaba.
Agarré ambos lados de su rostro, cerrando la distancia entre
nosotros, estrellando nuestros labios. Nuestras lenguas hicieron una
danza pecaminosa, devorándose una a la otra. Mordí su labio
inferior, haciéndola gemir. Su boca era tan jodidamente perfecta y
todo lo que podía imaginar era sus labios llenos sellados alrededor
de mi polla.
Besar a Aubrey era como volver a casa. Como probar el Cielo por
primera vez y saber que nunca podrías encontrar algo así.
Era única.
Mía.
No comenzó inocentemente y se convirtió en algo propio, algo
que ninguno de nosotros podía entender o negar. Algo que ninguno
de nosotros podía controlar.
La electricidad…
La conexión…
La intensidad…
Estaba constantemente allí. Vacilando y esperando que
cualquiera de nosotros haga el movimiento. Todo lo que teníamos
que hacer era mirarnos y saltaban chispas como el maldito 4 de julio.
Sus labios se separaron y deslicé la lengua en su boca expectante.
Cuando exhaló, su aroma nos envolvió, consumiendo mi deseo de
sentirla envuelta a mi alrededor.
No pasó mucho tiempo para que sus labios se movieran contra
los míos, exigiendo una respuesta de mí que solo ella provocaba. Su
lengua era suave y se sentía como la seda. Como jodido éxtasis, todo
en uno. Empecé a inclinarme hacia adelante. La tendí sobre su
espalda. Quería sentir su cuerpo debajo del mío. En el instante que
estuve encima de ella, mi mano comenzó a vagar. Comenzó en su
cabello, tirando de las puntas, lo cual sabía que amaba que le hiciera
cada vez que podía. Viajó hasta un lado del cuello, para acercarla a
mí, para besarla más fuerte y con más determinación.
Su respiración se aceleró, al igual que el aroma de su excitación,
envolviéndome en nada más que mi necesidad de seguir adelante y
reclamar lo que he querido durante tanto tiempo.
Lo que sabía me pertenecía.
Ella se retorcía y gemía debajo de mí, solo incitándome a ir más
allá. Ver hasta dónde podría llegar esto realmente. Mi mano se
movió a la parte superior de su pecho, y pude sentir su pezón
endureciéndose a través del fino algodón de su camiseta y el sostén
que llevaba debajo. Ella empujó su pecho aún más en mi mano.
Inmediatamente lo agarré con más fuerza, ganándome otro gemido.
El mejor sonido del mundo.
Había hecho algunos toques aquí y allá, pero ya no era suficiente.
No ahora.
No de la forma en que me sentía.
Froté mi dura polla contra su coño. Mis delgados pantalones
cortos de gimnasia y los de algodón de ella hacían que fuera más
fácil sentir la fricción que se encendió entre nosotros. Se sentía tan
jodidamente increíble que lo hice de nuevo. Siguió mi ejemplo con
bastante rapidez y comenzó a frotarse contra mí.
—Joder, dulzura—gruñí contra su boca abierta.
Mi polla dura hasta el punto del dolor.
Mi mano se movió debajo de su camiseta, amasando su pecho,
sintiéndolo hincharse bajo mi toque. Empujé la taza del sostén a un
lado y le acaricié el pezón con la palma de la mano, sintiéndolo
endurecerse. Resistiendo el deseo de inclinarme y chuparlo en mi
boca.
—Por favor… no te detengas… por favor…—suplicó.
Sus caderas se movieron más rápido contra mi polla, con mucho
más impulso que antes. Sentí su mano deslizarse entre nosotros y
sus delicados dedos envolvieron mi pene sobre mis pantalones
cortos. Estaba demasiado atrapado en el momento para detenerla.
Me acarició con el ritmo constante de una mano inexperta, haciendo
resonar el miedo que albergaba en mi interior. La besé por última
vez y al instante me aparté de ella, dejándola con la misma
necesidad que sentía en mis pantalones cortos.
—¿Tienes que estar bromeando? Por favor, dime que esto es una
broma.
—Mis bolas están tan jodidamente azules que empiezan a parecer
que son parte del grupo Blue Men, cariño. —Me reacomodé la polla
mientras me paseaba por la habitación—. ¿Y me estás preguntando
si esto es una broma?
Se incorporó y se bajó el sostén y la camiseta.
—No fui yo quien se detuvo, McGraw. ¿Cuántas malditas veces
vas a hacer esto? Llevamos juntos siete meses. Siete malditos meses.
¿Soy yo? Al menos no creo que sea yo, a juzgar por la tienda de
campaña que llevas. —Ella hizo un gesto sarcástico hacia mi pene.
Me senté en el sillón y me froté las sienes en un esfuerzo por
calmar la migraña que se estaba formando sin éxito. Miré hacia
arriba, mirándola directamente a los ojos y le dije:
—Eres virgen.

Aubrey
Suspiré, derrotada.
—Entonces, ¿qué si lo soy?
—Ese no es el problema.
No se movió, su rostro permaneció neutral sin ninguna emoción
y comencé a preguntarme si había escuchado lo que dije. Cuando se
inclinó hacia adelante, colocando los codos en las rodillas, sus ojos se
clavaron en los míos como si estuviera diciendo muestra tus cartas
sin tener que decir una palabra.
—¿Y qué? ¿Cuál es el problema?
Silencio.
—¿Vas a sentarte ahí? ¿Sin nada que decir?
Había algo animal en la forma en que me miraba. Casi como un
león antes de atacar a su presa, atrayéndome con sus ojos y su
comportamiento cautivador. Empezaba a ponerme nerviosa.
—¿Qué quieres, McGraw?
—Lo que me puedas dar. Tú me das lo que quiero y yo te doy lo
que necesitas. Te deseo, pero quiero todo de ti, tu corazón, tu cuerpo,
tu alma. Voy por todo—dijo simplemente sin moverse por un
segundo.
Bajé las cejas, mi mirada iba en todas direcciones, tratando de
averiguar a qué se refería.
Nos miramos los ojos.
—Oh…
Él sonrió.
—Bueno, mira aquí. —Traté de sacar mi mejor acento sureño y
sonar como él—. Así es como lo dices, ¿verdad?
Me miró entrecerrando los ojos con una expresión sexy y
arrogante que solo Dylan McGraw podía lograr.
—Mmm…—cavilé a propósito—. Simplemente no sé si pueda
hacerlo. Ya sabes lo que dicen, McGraw, no compres el coche sin
probarlo primero. Y, lo que has tenido que ofrecer hasta ahora… —
Me encogí de hombros—. Bueno, no es mucho.
Él lentamente asintió.
—¿En serio?— dijo arrastrando las palabras.
—Mmmjá… solo manteniéndolo honesto. Sé cuánto amas la
honestidad. Dios sabe que nunca sabes cuándo callarte.
Sabía que estaba probando sus límites. Pinchando al oso,
provocándolo a propósito, pero ésta era una lucha de poder que no
estaba dispuesta a perder.
—Quiero decir, solo para que quede claro—lo provoqué
arrojándole sus propias palabras. Las mismas palabras que había
usado conmigo una y otra vez. Se deslizó hacia atrás en la silla. Sus
piernas estaban abiertas de par en par en el sillón que ahora parecía
más pequeño con él sentado allí. Su codo descansaba en el
reposabrazos, mientras su pulgar movía su labio inferior de un lado
a otro.
Observando.
—Creo que siento algo por ti. Posiblemente esas dos pequeñas
palabras que estás buscando, pero sexo y... ya sabes... juegos previos
y esas cosas… son una mierda importante. No tengo experiencia, por
lo que la presión de actuar no debería ser tan mala para ti. Porque
seamos realistas, los muchachos que hablan mucho, por lo general
nunca están a la altura de las circunstancias—hice una pausa para
dejar que mis palabras se hundieran. Le di una expresión sarcástica,
permitiéndole permanecer por unos segundos—. Sí... no se ve
prometedor.
Contuve una risa que podría iluminar toda la habitación.
Sus ojos estaban bravíos y dilatados.
—Creo que es hora de que cumplas con lo que dices—agregué.
Sacudió la cabeza con una mirada penetrante y dijo con voz
áspera:
—No.
—Bien. —Me levanté de la cama, lista para dejarlo.
—Siéntate—ordenó.
Reconocía esa voz. Me congelé al instante, de pie en el lugar de
espaldas a él. La mano había cambiado.
—No volveré a pedírtelo—me advirtió con los dientes apretados.
Estaba sin aliento, mi pecho inmediatamente comenzó a palpitar.
—¿Qué pasa si no quiero?
—No te pregunté qué querías, ¿verdad?
—Vas a ir…
—Siéntate—ordenó de nuevo, esta vez en un tono mucho más
áspero.
Contemplé desobedecerlo, empujando sus botones un poco más,
pero la mirada en su rostro me dijo que había llegado a su límite.
Estuvo frente a mí en tres zancadas, tan pronto como sintió mi
resolución, cerniéndose sobre mí de una manera que me hizo
temblar las rodillas y mojar las bragas.
Ladeó la cabeza, una petición silenciosa de seguir su orden con
una mirada que gritaba que ésta era mi última oportunidad de
escuchar.
Lo hice.
No porque quisiera, sino porque quería saber qué haría a
continuación. Mi curiosidad superaba mi desafío y el maldito
imbécil lo sabía.
Me observó durante unos segundos o tal vez fueron minutos, el
tiempo parecía haberse detenido. Mi corazón estaba en mi garganta
y mi pulso se aceleraba con cada fibra de mi cuerpo. McGraw estaba
tranquilo, frío y sereno, sin mostrar emoción alguna. Nunca entendía
cómo hacía eso, siempre tan en control de su entorno, manipulando
a las personas para que hicieran lo que él quería sin siquiera
esforzarse mucho.
Era casi como que cuanto más severa e intensa era la situación,
mejor se mantenía en control. Eso demostró ser más que cierto a lo
largo de los años.
—Acuéstate—exigió de la nada.
—¿Por qué?—solté.
—Cariño, cuando te haga una pregunta, lo sabrás. Ahora,
acuéstate.
Tragué saliva mientras me recostaba en mi colchón firme que de
repente se sintió demasiado suave. Las sábanas se sentían frescas
contra mi piel ya acalorada. Nuestros ojos permanecieron conectados
todo el tiempo mientras observaba cada uno de mis movimientos,
como si estuviera tratando de grabarlo en su memoria.
Bajó mis pantalones cortos de algodón, centímetro a centímetro,
tomándoselo deliberadamente con calma. Mientras los arrastrara
gradualmente por mi cuerpo, rozaba suavemente sus labios sobre mi
carne desnuda, encendiendo un hormigueo por toda mi piel.
Despertando un deseo profundo dentro de mi núcleo por primera
vez en mi vida.
Se abrió camino desde mis muslos, levantando mi camiseta con el
movimiento de su boca para besar a lo largo de mi torso, y de los
costados. Se deslizó hasta mis pechos, y luego a mi cuello,
llevándose la camiseta con él. Me dejó mucho más expuesta que
antes solo con el sostén y las bragas.
Su mirada depredadora nunca dejó la mía mientras continuaba
su asalto a mi cuerpo. Sólo se detuvo cuando estábamos cara a cara,
y su cuerpo estaba perfectamente colocado encima del mío, con la
nariz rozando la mía. La deslizó por mis mejillas, mi barbilla y mis
labios, besándolos suavemente a su paso.
—¿Eso se siente bien?—exhaló, lamiéndome suavemente los
labios, despertando mi necesidad de que me besara.
Asentí sin poder formar palabras, perdida en la sensación de
Dylan.
—¿Quieres que te toque?—dijo entre besos.
Tomé aire y él sonrió contra mi boca con sus dedos acariciando
un lado de mi cara.
—Dime—instó, sin detener nunca el tormento de sus labios
contra los míos—. ¿Sabes lo que se siente al dejarse ir? Mmm…—
gimió, mirando sus dedos moverse de mi mejilla a mi hombro y
deslizar los tirantes de mi sostén por mis brazos. Depositando
pequeños besos por el camino. Me quitó el sostén con un
movimiento rápido, mis senos completamente expuestos y listos
para él.
—¿Sabes lo que podría hacerte, bebé? ¿Cómo podría hacerte
sentir? —continuó, amasando mi pezón y luego chupándolo en su
boca—. ¿Quieres eso? ¿Quieres que haga que te corras?
Gemí en respuesta y sus ojos se nublaron cuando volvió a subir a
mi boca.
—¿Dónde, bebé, dónde quieres que te toque? —Ladeó la cabeza,
aún sin mover sus labios de los míos—. ¿Dónde? —Deslizó los dedos
por mi estómago, y dentro de las bragas. Estaba a punto de correrme
y ni siquiera me había tocado todavía. Otro gemido escapó de mis
labios solo por la anticipación de lo que iba a hacer a continuación.
—¿Aquí?—me atormentó, tocando mis pliegues.
No dije una palabra. Apenas podía respirar.
Frotó por todas partes, excepto donde realmente lo deseaba.
—O…—Presionó sus dedos contra mi clítoris—. ¿Aquí?
Jadeé ruidosamente, lo que me valió una sonrisa. Ni siquiera
trató de ocultarlo.
Agarré su nuca para tener más fuerza, no podía soportarlo más,
mientras él jugaba con mi clítoris, acariciándolo de lado a lado.
—Se siente bien, ¿verdad?—preguntó con voz áspera, mientras
yo continuaba tratando de mantener los ojos abiertos.
—Sí—finalmente gemí.
Deslizó un dedo entre mis labios, recorriéndolo desde mi
abertura hasta el clítoris. Podía sentir mi humedad acumulándose e
inconscientemente giré la cara hacia su cuello por la vergüenza.
—Me encanta que estés tan jodidamente mojada. No puedo
esperar para saborearte, cariño—gruñó como si leyera mi mente.
Continuó su tortura durante unos segundos, disfrutando de la
sensación de mi humedad contra sus callosos dedos. Cuando
introdujo un dedo en mi abertura, volví a gemir y me metió la
lengua en la boca. Saboreando tanto el sabor como la sensación de
mí, y cómo mi cuerpo estaba completamente bajo sus órdenes
mientras me mantenía debajo de él. Me derretí contra él y su toque,
tomando todo lo que me estaba dando y queriendo más.
—Oh, Dios, justo ahí—jadeé en su boca, cuando su dedo se
inclinó en algún lugar profundo dentro de mí. Deslizó otro dedo y
comenzó a meterlos y sacarlos con un ritmo constante que hizo que
me retorciera. Completamente a su merced.
—¿Justo ahí?—me atormentó, empujando más fuerte contra el
lugar y mi espalda se arqueó, permitiéndole meterse un pezón en la
boca.
Mi cuerpo se sentía cálido por todas partes con la incontrolable
necesidad de que sucediera algo que quitara este dolor que él estaba
creando. Cuando sentí que su pulgar manipulaba mi clítoris
mientras sus dedos continuaban frotando ese punto dulce, pensé que
iba a morir.
En ese momento y allí.
—Quiero que te corras, bebé, quiero que te corras tan
jodidamente fuerte que me aprietes los dedos.
El sonido de sus sucias palabras hizo palpitar mi vagina. Cuando
quitó los dedos, inmediatamente sentí su ausencia. Me miró
profundamente a los ojos y luego se lamió los dedos para limpiarlos.
Mi boca se abrió y antes de que pudiera pensarlo demasiado, sus
dedos estaban de vuelta dentro de mí como si nunca se hubieran ido
en primer lugar.
—¿Sabes qué más quiero, cariño? —Me besó con una mirada
mucho más ardiente en los ojos—. ¿Qué quiero más que nada? —Me
besó de nuevo—. Que me digas lo que necesito oír. —Frotó más
fuerte y rápido, y mis labios se separaron.
—Hasta que lo hagas. No obtienes lo que necesitas.
Y entonces el bastardo se detuvo.

Dylan
Me puse de pie, inclinándome hacia adelante para agarrar sus
tobillos. Jadeó cuando tiré de ella hacia mí hasta que estuvo al borde
de la cama. Sus ojos se cerraron. Me agaché en el suelo entre sus
piernas, agarrando los lados de sus bragas. Los deslicé hacia abajo,
sin apartar los ojos de su cara bonita y despeinada, su pecho subía y
bajaba cada vez que acariciaba sus piernas. Llevé sus bragas mojadas
a mi cara e inhalé su dulce aroma, luego las arrojé a un lado.
Devoré hasta el último puto centímetro de su cuerpo con mi
mirada por primera vez, absorbiendo su hermosa gloria desnuda.
Comenzando desde sus mejillas sonrosadas, hasta sus tetas
perfectas, ruborizadas y voluptuosas que se veían mejor desde
donde estaba en cuclillas. Justo donde más quería mirar.
Su coño.
Sus piernas estaban abiertas de par en par. Su coño era del
maldito tono rosa más bonito. Su respiración era pesada y profunda,
y su piel estaba caliente, brillando por el sudor. Su clítoris estaba tan
expuesto que podía ver la protuberancia roja brillante desde donde
estaba. Tenía el brillo previo a su clímax inminente que no le
permitía tener. El olor de su excitación estaba a mi alrededor,
consumiéndome.
—Ahora no es el momento de ser tímida, dulzura. Sé cómo se
siente tu coño cuando está a punto de correrse, cómo tu cara se
sonroja y tu respiración se vuelve pesada —la atormenté, colocando
sus piernas a los lados de mis hombros.
La besé a lo largo de la rodilla, haciendo mi camino lentamente
hacia donde más me necesitaba. Su respiración se detuvo cuando
llegué a la parte interna de su muslo, mordí bruscamente el área
suave y tierna y ella gimió en respuesta. Lamí y mordisqueé el lugar
para hacerlo mejor.
La miré con una mirada traviesa, asegurándome de lamerme los
labios mientras continuaba mi camino. Besé su área púbica donde
tenía una tira de vello, muy bien recortada.
—Me encanta que tengas vello en el coño, cariño. No quiero una
niña.
Le besé débilmente el clítoris, resistiendo el maldito impulso de
lamerla hasta dejarla limpia.
Ella gimió y su cabeza cayó hacia atrás.
Me reí en silencio mientras ella giraba sus caderas contra la cama,
una súplica silenciosa para seguir adelante.
—Oh, confía en mí, bebé, quiero hacerlo. —Lamí con ternura su
protuberancia.
Exactamente como ella quería que hiciera.
Exactamente como a ella le encantaría.
—Oh, Dios mío—ronroneó, estremeciéndose.
—Apenas te he lamido y tus piernas ya están temblando. ¿Eso es
lo que quieres, cariño? ¿Que me coma tu coño?
—Por favor—suplicó.
—¿Aquí? —Murmuré, chupando su clítoris en mi boca,
disfrutando su sabor por unos segundos. Sus piernas se apretaron a
mi alrededor.
Me detuve de nuevo, sentándome sobre los talones.
Inmediatamente me miró, desconcertada y excitada.
—¡Ay Dios mío!—gritó con frustración, pero también con
urgencia—. ¡No puedes hacerme esto!
—Creo que lo acabo de hacer.
Su cabeza cayó hacia atrás y me arrastré por su cuerpo desnudo
para llegar a su cara.
—¿Hueles eso?—le pregunté, contra sus labios, besándola—. ¿Lo
saboreas? —La besé de nuevo—. Eres tú.
Sus ojos se abrieron ampliamente, sorprendida por mi
atrevimiento.
—Es adictivo. Tu sabor, la sensación de ti, el amor por ti. Estoy
loco por ti. Eres mía.
Una sola lágrima cayó por un lado de su rostro.
—Solo somos tú y yo, cariño. No me iré a ninguna parte, y
créeme, tú tampoco—afirmé en un tono posesivo—. Soy tuyo.
Otra lágrima cayó y la besé.
—¿Lo prometes?
—Siempre.
Ella sonrió levemente y susurró:
—Te amo.
Capítulo 14
Aubrey
Estábamos a la mitad del nuevo año escolar.
Lucas y Alex apenas se decían dos palabras y eso sucedía solo
cuando estábamos todos juntos. Algo se interpuso entre ellos. Cole
Hayes logró lo impensable. Abrió una brecha entre ellos y le dio a
Lucas una dura competencia. Half-Pint finalmente me había
admitido lo que ha estado pasando con ella y Lucas durante años.
Desde que eran niños. Traté de reprender a Lucas por su
comportamiento de mierda, por ponerse los viejos zapatos de
McGraw y dormir con cualquier cosa que tuviera pulso.
Había una gran división entre ellos y odiaba ver a Alex tan
destrozada y dolida por eso. Lucas, bueno, Lucas me acababa de
cabrear. Todos éramos jóvenes y estúpidos, pero no sabíamos que
pasarían años jugando al juego del gato y el ratón. Los muchachos
tampoco ayudaron en la situación. Dylan se calmó un poco al
respecto, pero creo que fue solo porque lo influí tanto como pude.
Aunque no era mucho.
Jacob, bueno, él era otra historia. Probablemente era uno de los
factores más importantes de por qué se quedaron en diferentes lados
de la cerca, luchando contra sus sentimientos que todos sabíamos
que sentían. Era tan insensato como parecía. Excepto, cuando Lily
estaba cerca. Trataba de no prestarle demasiada atención, solo
porque todavía era una niña.
Austin, realmente no me importaba. Aunque era difícil no
hacerlo. Había momentos en los que juro que nos miraba a Dylan y a
mí, con celos en los ojos. No porque tuviera otros sentimientos hacia
mí además de amistad, sino porque quería la intimidad que viene
con una relación. No era el sexo lo que anhelaba, era la conexión
emocional. A veces sentía que estaba tan solo como yo antes de
conocer a Dylan. Tal vez él también nació así.
Sentía pena por él.
No podía imaginarme de pie en una habitación llena de gente
que me amaba y todavía sentirme muy sola.
—¿Estás lista, cariño?—preguntó Dylan, viniendo detrás de mí en
mi casillero.
—Depende. —Me reí mientras me hacía cosquillas en el cuello—.
¿Me vas a dejar conducir tu Jeep?
Él sonrió, mientras me giraba para enfrentarlo.
—Ni por asomo.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué? Tengo mi licencia. Estabas allí cuando la obtuve.
¿Recuerdas que no dejabas de coquetear con mi tía?
Mi tía Celeste amaba, quiero decir, realmente amaba a Dylan. No
podía culparla. Él la encantó. Ella nunca tuvo una oportunidad.
McGraw se levantó al amanecer, sus palabras no las mías, para
presenciar este acontecimiento monumental en mi vida. Estaba muy
emocionada de tener a dos de las personas más importantes de mi
vida conmigo, aunque deseaba que mi madre también hubiera
estado. Se suponía que ella sería la que me llevaría ese sábado por la
mañana, pero en el último segundo la llamaron a la sala de
emergencias, por un accidente, una colisión frontal.
Estaría mintiendo si dijera que no estaba decepcionada e hice mi
mejor esfuerzo para ocultárselo a ambos. En lugar de eso, Dylan y yo
vimos los dibujos animados de los sábados por la mañana, sabiendo
que era una de mis cosas favoritas para hacer en casa. Cuando sonó
el timbre de la puerta ni siquiera cinco horas después y mi tía
Celeste estaba parada allí con una gran sonrisa en el rostro para
llevarme a conseguir mi licencia, salté a sus brazos. Pensé que mi
mamá la llamó como lo había hecho tantas veces en California para
llenar sus zapatos.
Ella no lo hizo.
Dylan había tomado mi teléfono sin que me diera cuenta cuando
fui al cuarto de baño a llorar por unos minutos. Llamó a mi tía y ella
estaba en el siguiente vuelo.
No podría haberlo amado más de lo que lo hice en ese momento,
y más tarde, se lo agradecí en privado. Todavía no habíamos tenido
sexo, pero habíamos hecho todo lo demás. No sé cómo resistió el
impulso. Estuvimos cerca un par de veces, pero él nunca permitió
que fuera más allá de nosotros jugando.
Dijo que yo aún no estaba lista, y tal vez tenía razón.
—Dulzura, ese es mi encanto sureño. —Me besó.
—¡Por favor! ¿Puedo conducir tu Jeep? ¿Cómo voy a aprender a
ser una buena conductora si no tengo nada para practicar?
Mi mamá dijo que no podía tener un coche hasta que obtuviera
más experiencia, lo cual era interesante ya que ella nunca estaba
presente para que yo la consiguiera.
—Oh, ya sabes cómo me encanta la súplica.
Sonreí.
—Oigan, ¿están listos?—interrumpió Alex, sosteniendo sus libros
contra el pecho.
—¡Sí! McGraw me va a dejar conducir. Llaves, por favor—
enfaticé.
Alex sonrió, mirando entre nosotros.
Colocó sus llaves frente a él, pero luego me las arrebató de la
mano cuando traté de alcanzarlas.
—¿Qué es lo que obtengo?—exigió con arrogancia, tirando de las
puntas de mi cabello.
—Un gracias.
Ladeó la cabeza, esperando. Alex se sonrojó y apartó la mirada.
Di un paso hacia él, poniéndome de puntillas y susurrándole al
oído:
—Haré lo que te gusta.
Puso la nariz en el costado de mi mejilla, murmurando:
—¿Qué cosa?
Suspiré.
—Solo quieres que lo diga.
—Y, sin embargo, sigo esperando.
Me acerqué a su oído.
—Te hablaré sucio mientras me lo haces.
—¿Mientras te hago qué?
Lo miré entrecerrando los ojos y él sonrió.
—Mientras me comes el coño.
Así como así, me entregó sus llaves.

Dylan
Aubrey era una gran corredora.
La chica tenía la velocidad del rayo. Pensé que era rápida cuando
la vi corriendo por mi calle, pero eso no había sido nada. Dijo que
estaba nerviosa por hacer una prueba para el equipo de atletismo
porque no había corrido en meses y, por lo general, pasaba meses
poniéndose en forma antes de que comenzara la temporada en
California. Me presenté en su casa una mañana cuando apenas había
salido el sol y su madre acababa de llegar del trabajo.
Le dije que estaba allí para ayudar a Aubrey a ponerse en forma
para la pista, ya que faltaban un mes para las pruebas. Ella sonrió,
me dio una palmadita en el hombro y me dijo que yo era uno de los
buenos y procedió a preguntarme qué quería para el desayuno.
Aubrey estaba profundamente dormida cuando entré de puntillas en
su habitación. Hacía frío esa mañana y se veía tan cálida y suave en
su cama. Me arrastré detrás de ella y envolví mis brazos helados
alrededor de su cintura, tirando de ella hacia mí. Gritó tan fuerte que
pensé que podría haber despertado a los vecinos.
Me llamó imbécil y trató de pelear conmigo, lo que solo hizo que
la abrazara más fuerte. Pero se levantó.
El tiempo pasaba muy rápido. Era febrero y Aubrey ya estaba
metida en la temporada de atletismo. No había tenido ningún
problema en formar parte del equipo. Nuestras carreras matutinas
valieron la pena, ella entró en el equipo universitario desde el
principio. Estaba lista para ser la campeona estatal ese fin de semana
y su tía no pudo viajar para la competencia. Aubrey dijo que no iba a
molestar a su madre con eso, sabía que estaba ocupada.
Yo sabía la verdadera razón. No quería decepcionarse.
El equipo había estado practicando hasta tarde la mayoría de los
días. A veces me quedaba y observaba. Otras veces iba a surfear con
los chicos, pero siempre volvía a buscarla. La llevaba a la escuela
todos los días.
Caminé hasta la estación de enfermeras en el hospital.
—¿Hola, como puedo ayudarte?—saludó la recepcionista.
—Hola, estoy buscando a la doctora Owens—
—Oh, estás de suerte. —Apartó la mirada de la pantalla de su
computadora—. Acaba de salir de la cirugía. Estará en su oficina.
Pasa esas puertas dobles hacia la sala de emergencias. —Señaló el
pasillo—. Una vez que llegues allí, toma el ascensor hasta el cuarto
piso. Su habitación es la 479.
—Gracias.
Me dirigí hacia su oficina, deteniéndome un minuto antes de
llamar a la puerta.
—Adelante. —Ella sonrió cuando me vio—. Dylan, qué agradable
sorpresa. ¿Aubrey está bien? —se preocupó ella.
—Sí y no—dije honestamente.
Puso una mano sobre su corazón y exhaló.
—Toma asiento.
Lo hice, mirando alrededor de su oficina. Tenía fotos de Aubrey
por todas partes, e inmediatamente me pregunté si Aubrey lo sabía.
—Entonces, ¿a qué debo el honor de esta inesperada visita?
Sonreí.
—No estoy seguro si sabías que Aubrey hizo buenos tiempos en
la pista.
Apoyó la espalda en la silla, su expresión feliz se desvaneció
rápidamente.
—No. —Ella sacudió la cabeza—. No lo sabía. No me lo dijo.
—Sí, ella…
—Es más difícil estar al tanto y saber qué está pasando con ella
aquí—me interrumpió de la nada—. En California lo sabía todo. Su
padre o su tía me contaban todo. A veces Aubrey, pero generalmente
no—me informó ella.
—Ella te necesita—le dije—. Con el debido respeto—agregué.
Ella se rio nerviosamente.
—Lo sé. —Jugueteó con los dedos durante unos segundos—. No
sé por qué te digo esto, pero eres un buen joven. Me gustas, Dylan.
Mi hija está feliz. No la había visto tan feliz en mucho tiempo.
Supongo, no sé, tal vez es por eso que no me preocupo tanto por ella,
como debería. Desde que sé que ella te tiene. Gracias por tomarla
bajo tu ala.
—Ha sido un placer—dije simplemente.
Ella asintió cariñosamente.
—Es difícil hacer esto de ser padres solteros. Probablemente estoy
haciendo un trabajo de mierda, ¿eh?
—Yo…
Levantó la mano en el aire para detenerme.
—No respondas a eso. —Hizo una pausa—. Siempre he sido la
proveedora. Ese era mi papel. A Aubrey nunca le ha faltado nada.
No importaba lo que fuera o lo difícil que fuera conseguirlo, era de
ella. Su padre y yo solíamos pelear por eso todo el tiempo. La única
razón por la que no le he comprado un coche es porque tengo miedo
—admitió en voz alta por lo que parecía ser la primera vez.
—Tengo miedo de que le pase algo. Ella es todo mi mundo,
Dylan. Mi razón para vivir. La amo. La amo más que a nada en este
mundo. Por favor, debes saber eso.
—Lo sé. Aubrey también.
—Realmente eres un buen tipo. Mírate mintiendo para hacerme
sentir mejor. —Miró hacia abajo en su regazo, pensando en lo que
quería decir—. Es difícil ser su madre en la forma en que ella me
necesita. Eso no es un escape, te juro que no lo es. Simplemente no sé
cómo. Me digo todos los días cuando me miro en el espejo, hoy va a
ser el día. No voy a trabajar tanto. Voy a conocer a mi hija. Voy a
estar allí para ella. Voy a hacer todas esas cosas que sé que ella
necesita. Todas esas cosas que quiero.
Sus ojos se humedecieron.
—Pero no puedo. No sé cómo, y tengo miedo de perderla. Le fallé
a mi matrimonio, a mi esposo, y no sé si podría soportar fallarle a
ella también. —Una lágrima escapó de su ojo pero rápidamente se la
secó.
Aquí estaba sentada esta mujer a la que apenas conocía, aparte de
pasada, compartiendo sus secretos más profundos y oscuros
conmigo.
—No soy quién para juzgar, señora. Amo a su hija. La quiero
mucho. No sabía que existía un amor así. Odio verla triste o molesta.
Es por eso que estoy aquí. Es por eso que vine. Sé que a ella
realmente le encantaría que estuvieras en esa competencia mañana.
Sentada en las gradas animándola.
Ella asintió.
—Comienza a las siete de la mañana y probablemente durará
hasta después del almuerzo. No arreglará todo, pero al menos es un
comienzo.
—¿Ella te contó acerca de...?
—Sí, señora.
—Me lo imaginé.
Me puse de pie y ella me siguió, acompañándome hacia la puerta.
En el último segundo me giré para mirarla.
—Sabes, todo lo que acabas de decirme. Deberías decírselo,
porque estoy seguro de que le encantaría escucharlo.
Ella asintió de nuevo.
—Espero verla mañana. Que tenga un buen resto de su día,
señora.
Me di media vuelta y me fui, sin mirar atrás.
—¡Dylan!—me gritó cuando estaba cerca del ascensor y miré en
su dirección.
—Gracias.

Aubrey
—¿Qué pasa si no gano?—le pregunté mientras entraba en el
estacionamiento de nuestra escuela.
—Entonces no ganas.
—Esa fue la peor charla de ánimo de la historia. Estás despedido.
—Ganas algo, pierdes algo, dulzura. Todo lo que importa es que
lo intentaste.
—Deberías haber comenzado con eso.
Se rio, tirando de las puntas de mi cabello.
Calenté en la pista, preparándome para el largo día que tenía por
delante. Las gradas se estaban llenando rápidamente. Alex y los
muchachos se presentaron para mostrar su apoyo. No voy a mentir,
estaba nerviosa.
Quería ganar.
Para probarme a mí misma que todavía era esa chica de mi casa,
y aunque mi padre se había ido, eso no tenía que definir quién era
yo. Podría ser feliz de nuevo. Aquí en Oak Island con Dylan y mis
nuevos amigos, quienes rápidamente se convirtieron en mi segunda
familia. Ya no me sentía rota, ni sola, podía tener un nuevo
comienzo.
Cuando escuché que sonaba el timbre para la primera ronda,
para que las escuelas comenzaran a prepararse, miré hacia las
gradas. Encontré a Alex y los muchachos, pero ni rastro de Dylan.
Miré a través de la multitud tratando de encontrarlo. No pasó
mucho tiempo, sobresalía como un pulgar dolorido con su largo
cabello rubio y su musculatura. Estaba caminando hacia alguien con
las manos en el aire, y seguí su mirada.
Mi madre.
Nunca había estado en una competencia..
Ni una.
Y allí estaba ella caminando hacia el chico que me hizo
enamorarme un poco más de él.
Capítulo 15
Dylan
—Solo una foto más—pidió la madre de Aubrey para mi
disgusto, pero me porté bien con ella. Era el primer baile de
graduación de su hija y estaba haciendo un esfuerzo.
—Mamá, ya tienes como de cien fotos. Si tardas más, no
llegaremos al baile de graduación de Dylan.
—Lo sé, cariño, solo una más. Sonríe. ¡Oh, vamos, Dylan, sonríe!
—Estoy sonriendo—me quejé, sin poder soportar mucho más, me
dolía la cara de tanto sonreír.
—Está bien, está bien, hemos terminado. ¡Os veis tan bien!
Abrazó a Aubrey y besó la parte superior de su cabeza. Desde la
competencia de atletismo hacía tres meses, su madre realmente
comenzó a tratar de involucrarse más en la vida de Aubrey. No sé
cómo se las arregló con el hospital, pero estaba en casa al menos dos
noches a la semana, cenando con Aubrey. A veces me unía a ellas,
pero la mayoría de las veces las dejaba solas. Necesitaban ese tiempo
juntas, para restablecer su relación. Para unirse y esa mierda. Aubrey
estaba feliz y al final del día eso es todo lo que importaba.
—Tengo que ir a trabajar. ¡Cuidaos y divertíos! Te llamaré más
tarde. —Besó su cabeza por última vez y luego me sonrió—. Cuida a
mi hija.
—Siempre.
Cuando la puerta del garaje se cerró, me dirigí hacia Aubrey. Se
veía tan jodidamente hermosa. Nunca la había visto lucir más
impresionante. Estaba vestida con un vestido amarillo claro que se
ajustaba perfectamente a su cuerpo increíble, abrazándola en todos
los lugares correctos, recordándome lo afortunado que era. Su
cabello estaba rizado y atado cerca del lado izquierdo de su cara.
Nunca la había visto usar tanto maquillaje antes, pero aun así era la
cantidad perfecta. El delineador de ojos negro que llevaba acentuaba
aún más sus brillantes ojos verdes.
Era impresionante.
—¿Cómo se supone que voy a mantener mis manos quietas
cuando te ves lo suficientemente bien como para devorarte, cariño?
—Acaricié un lado de su cara con la punta de los dedos.
—Ese es el punto, McGraw.
La miré profundamente a los ojos.
—Te amo. Solo quería que lo supieras.
Ella sonrió con un brillo en la mirada, ojos con estrellas que eran
nuevos y desconocidos.
—También te amo.
Escucharla pronunciar esas dos palabras nunca pasaba de moda.
La atraje hacia mí por el costado del cuello y besé sus labios
llenos de color rosa.
—Vamos a presumirte, dulzura.
El baile de graduación era un increíble cliché, desde las
serpentinas hasta los globos. No había un lugar en el salón de
banquetes que no estuviera cubierto con confeti, cintas o algún tipo
de decoración. Aubrey trató de que nos tomáramos una de esas fotos
tradicionales de graduación con el fotógrafo y lo hice porque la hizo
sonreír, aunque quería meterle la cámara por el culo.
No era muy dado a bailar en una sala llena de gente que apenas
me gustaba, pero cuando sonó With or Without You de U2 por los
altavoces, tomé la mano de Aubrey y la saqué al balcón donde
estábamos solo nosotros dos. La hice girar en un círculo, la acerqué a
mi cuerpo, encajándola perfectamente en mi agarre. Guie sus brazos
para que me rodearan el cuello, queriendo que no hubiera espacio
entre nosotros. Ella apoyó la mejilla contra mi pecho y yo puse mi
barbilla sobre su cabeza, cantando suavemente la letra de la canción
que se convirtió en nuestra esa noche.
Ese momento con ella iba a ser uno de mis favoritos.
Nos fuimos poco después de bailar una canción más. Se suponía
que íbamos a ir a casa de Ian para encontrarnos con los muchachos,
ya que ninguno de esos idiotas fue al baile de graduación. Sin
embargo, eso seguro que no les impidió ir a las fiestas posteriores. La
única razón por la que había ido, fue porque cuando se lo mencioné
a Aubrey, su rostro se iluminó como un maldito árbol de Navidad.
—¡Mierda! Olvidé el móvil en casa. Mi madre podría llamar. No
quiero que se preocupe. ¿Te importaría volver a mi casa antes de que
vayamos a la de Ian?
—Te tengo calada, cariño, siempre dejas tu teléfono en casa.
Su boca se abrió.
—Cierra esa boca, cariño, a menos que quieras que le meta algo.
Ella negó con la cabeza.
—Guau. Pasas de cero a cien en segundos.
Me reí.
—Es parte de mi encanto. —Agarré su mano, llevándola a mis
labios.
—Es parte de tu algo. —Ella sonrió cuando besé la palma de su
mano y la puse en mi regazo.
Conduje el resto del camino a su casa en un cómodo silencio. La
seguí para usar el baño y tomar una botella de agua de la cocina,
mientras ella encontraba el teléfono.
—¡Dylan!—gritó Aubrey desde su dormitorio en el piso de arriba
—. ¡Necesito tu ayuda con algo!
Subí las escaleras y entré en su habitación, deteniéndome en seco.
Lo que vi casi me tira de culo.

Aubrey
No estaba nerviosa.
Ni siquiera un poquito.
Me quité el vestido y lo colgué en la percha, soltándome el
cabello y dejando que los suaves rizos y ondas cayeran alrededor de
mi rostro. Mis bragas y sostén fueron los siguientes, tirándolos al
suelo junto a mi cama. Retiré el edredón hasta el final de la cama
para acostarme debajo de la sábana blanca, apenas cubriéndome
antes de gritar el nombre de Dylan.
Nunca olvidaría la expresión de su rostro cuando entró en mi
habitación.
Era un recuerdo que me llevaría a la tumba.
Apoyó el hombro contra el marco de mi puerta, cruzó los brazos
sobre el pecho e inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Es hora de acostarse, bebé?
Sonreí.
—¿Por qué no vienes aquí y lo descubres por ti mismo? Guardé el
mejor lugar para ti —le dije, palmeando la cama.
Él se apartó del marco de la puerta, quitándose lentamente la
chaqueta del traje y luego la corbata y arrojándolos en el sillón en la
esquina de mi habitación. Caminó hacia mí en cuatro zancadas
precisas. Cada una más alarmante que la anterior.
Se inclinó hacia adelante, arrastrándose hacia mí en medio de mi
cama.
—¿Necesitas que te arrope, cariño?
—Dormir no es exactamente lo que tenía en mente—ronroneé en
un tono seductor.
—¿En serio?—dijo arrastrando las palabras.
Asentí con determinación, besando suavemente sus labios.
—No hables más, solo quédate conmigo. Solo tú y yo, ¿verdad?
—Siempre—exhaló entre besos.
—Tócame, por favor.
Quería sentirlo de todas las formas posibles.
—¿Dónde?—gimió en mi boca.
Puse mi mano sobre su corazón.
—Aquí.
Gruñó mientras abría la boca, deslizando la lengua por mis labios
entreabiertos. Moviéndola en formas, que mis piernas se abrieron
para rodear su cintura y mis brazos las siguieron rápidamente,
haciendo lo mismo alrededor de su cuello. Agarró mi nuca,
acercándonos, pero aún no lo suficientemente cerca. Quería ser una
con él. Sin espacio, ni distancia entre nuestros cuerpos hambrientos.
Sus labios se estrellaron contra los míos, besándome suavemente,
con adoración, con fervor. Saboreando cada toque, cada empujón y
arrastre, cada movimiento de sus labios contra los míos. Como si
estuviera hecha para él.
Solo para él.
Se apartó un poco, apoyando la frente en la mía para mirarme a
los ojos. Paralizándome de formas que nunca creí posibles. Había un
hambre en su mirada que no podía identificar, ni siquiera me estaba
tocando y aun así lo sentía por todas partes. Ambos estábamos
jadeando, nuestra respiración imitando la del otro, nuestros
corazones escalando más y más alto y latiendo uno al lado del otro.
Tan intenso.
Tan consumidor.
Tan alucinante.
En ese segundo, en ese minuto, en esa hora… lo deseaba.
Deseaba su toque, su beso, su sabor, deseaba todos sus
movimientos, toda su adoración y su amor, toda su devoción, su
risa, su sonrisa, todo, cualquier cosa.
Hasta. La. Ultima. Parte.
A él.
Alcancé la parte delantera de su camisa, la desabotoné, sacándola
de su cuerpo y él me dejó. Toqué desde el pulso en su cuello, hasta
su corazón, recorrí sus abdominales tensos hasta llegar al cinturón.
La calidez y el terciopelo de su piel hicieron que mi sexo se apretara
y mi estómago se agitara. La sensación de mariposas nunca pasaba
de moda. Se estaba convirtiendo en uno de mis sensaciones
favoritas.
Una sensación que solo él podía encender en mí.
Jadeé cuando inesperadamente agarró mi mano, deteniéndome.
—¿Estás segura?—dijo con voz ronca, mi sonido favorito en el
mundo.
Antes de que pudiera asegurarle, decirle lo que sentía tan
profundamente en mi corazón, decirle lo mucho que significaba para
mí, lo mucho que deseaba ser suya y sólo suya, lo mucho que
deseaba que me deshiciera, que me poseyera, murmuró roncamente
contra mis labios:
—Una vez que empiece no habrá vuelta atrás, dulzura. No me
detendré hasta que haya explorado hasta el último centímetro de tu
cuerpo… hasta que esté grabado tan profundamente en tu corazón
que nunca podrás tocar tu piel y no sentirme.
Con los ojos muy abiertos, tragué saliva y exhalé:
—¿Lo prometes?
—Siempre.
Soltó mi mano y le desabroché el cinturón, quedaban sus
pantalones. Abrí el botón y bajé la cremallera. Antes de que pudiera
tocarlo donde realmente quería, donde había estado deseando desde
el momento en que lo vi con su esmoquin negro, apartó mi mano de
una palmada.
—Esto no se trata de mí. Esto se trata de ti.
Su mirada me prendió fuego, mi corazón se aceleró. Me
encantaba que me mirara así. Sabía que nunca querría que dejara de
mirarme de esa manera, de la forma en que me hacía sentir como si
fuéramos las dos únicas personas en el mundo, como si yo fuera la
única mujer en el mundo. Tenía mi corazón en sus manos, para hacer
lo que quisiera.
Supe en ese mismo momento que nunca sería capaz de estar sin
él.
Se humedeció los labios y se inclinó para besarme. En el segundo
en que su lengua tocó la mía, se convirtió en su momento, su a
creación, su mundo. Su cuerpo cayó hacia adelante y el mío hacia
atrás, empujándome aún más contra el colchón. Mis piernas se
separaron más y él fácilmente se tumbó entre ellas, poniendo todo su
peso en sus brazos que estaban acunando mi cara. La habitación
estaba oscura, pero podía sentirlo en todas partes a la vez.
—Eres tan jodidamente hermosa, Aubrey. Tan malditamente
hermosa—gimió en un lado de mi cuello mientras depositaba suaves
besos en mi escote y bajaba hasta mi pezón. Lo chupó mientras su
mano acariciaba mi otro seno, dejándome derretirme debajo de él.
Escalofríos subían y bajaban por mi cuerpo expectante. Mi espalda
se arqueó, queriendo más y él obedeció. Podía sentir su erección
contra mi núcleo húmedo mientras él movía las caderas a propósito,
restregándose contra mi calor, creando un hormigueo delicioso que
sentía por todas partes.
Me mordí el labio inferior para reprimir el gemido que estaba a
punto de escapar.
—Cariño, quiero que hagas todos los jodidos sonidos posibles.
¿Me entiendes?
Gemí en respuesta y me gané una caricia contundente pero tierna
de su mano contra mi clítoris. Manipuló mi manojo de nervios y en
cuestión de minutos mis piernas empezaron a temblar y no podía
mantener los ojos abiertos. Descendió sin esfuerzo por mi cuerpo,
empujando sus dedos en mi abertura y chupando mi clítoris en un
movimiento de ida y vuelta.
Mis manos agarraron inmediatamente su cabello y él gruñó de
satisfacción. No podía soportarlo más, la habitación empezó a dar
vueltas y mi respiración se volvió jadeante.
—Mmm… ah… mmm…—exhalé.
Lo siguiente que supe fue que me estaba besando y me saboreé
en toda su boca. Era tan embriagador como excitante. Él conocía mi
cuerpo mejor que yo, pasaba horas y horas explorándolo hasta
memorizar hasta la última curva.
Escuché una especie de susurro y abrí los ojos para ver que estaba
abriendo un condón mientras se quitaba los pantalones y los bóxers.
Observé con ojos fascinados cómo enfundaba su gran polla dura,
apenas siendo capaz de contener mi necesidad de que su cuerpo
volviera a estar encima del mío.
Me besó de nuevo, dándome exactamente lo que ansiaba y colocó
la punta de su pene en mi entrada.
—Te amo—susurró entre besos.
—Yo también te amo. Más que nada—murmuré, sin romper
nuestro beso y contacto visual.
Moví las caderas, haciéndole señas para que continuara. Aun así,
él no se movió y comencé a preocuparme, pero cuando sentí que su
mano se movía más abajo y hacia mi clítoris, comencé a relajarme.
Sus dedos tocaron mi protuberancia sobre estimulada y segundos
después comenzó a abrirse paso lentamente dentro de mí. Las
sensaciones de sus dedos reemplazaron la incómoda sensación de
sus embestidas.
Estaba acabada.
No habría regreso de él.
Era suya.
Exactamente como quería.

Dylan
—¿Estás bien?—gemí en su boca.
—Mmm…
—Estás tan jodidamente apretada, tan jodidamente buena. Tu
coño fue hecho para mí, bebé.
Nada se comparaba ni se acercaba a la sensación de Aubrey, a las
sensaciones que solo ella despertaba dentro de mí. Esto era más que
solo sexo, más que solo dos cuerpos juntándose, más que cualquier
cosa que haya experimentado antes.
Esto era ella.
Mía.
Avanzo pacientemente, centímetro a centímetro, tomándola
lentamente y cuidándola como se merece, como había querido
durante tanto tiempo. Su cuerpo era mío para hacer lo que quisiera y
mi corazón era suyo para la eternidad.
Su espalda se arqueó sutilmente.
—Casi allí, bebé. —Empujé un poco más—. Te amo—le recordé,
queriendo darle un poco de consuelo.
—Mmm…—fue todo lo que pudo responder.
Me tomé un momento cuando estaba completamente dentro de
ella, para saborear la sensación, sin detener la fricción de mis dedos
contra su clítoris.
—Abre los ojos. Déjame ver tus ojos.
Ella lo hizo.
—Ahí está mi chica.
Moví los dedos más rápido mientras metía y sacaba mi polla.
Estaba tan jodidamente apretada, tan jodidamente mojada y era tan
jodidamente perfecta. La besé, saboreando la sensación
aterciopelada de mi boca reclamando la suya. Mi pulgar rozó su
mejilla y ella sonrió. Le besé la punta de la nariz, empujando un
poco más rápido.
—¿Me sientes dentro de ti?—gruñí en su boca—. ¿Sientes esto? —
Empujé con más fuerza y manipulé su clítoris con el balanceo de mis
caderas.
Coloqué mi rodilla un poco más arriba y su pierna se inclinó con
la mía. Su respiración se elevó y supe que estaba golpeando mejor su
punto G desde ese ángulo. Agarré suavemente su nuca para
mantener nuestros ojos fijos. Mi frente se cernió sobre la de ella
mientras nivelábamos la respiración, tratando de encontrar un ritmo
al unísono, y acercaba sus labios a los míos, empujando la lengua en
su boca ansiosa. Mis embestidas se volvieron más y más duras, su
cuerpo respondiendo a todo lo que le estaba dando. Todo lo que
estaba tomando… ella también me estaba reclamando. Nuestros
cuerpos se movían como si estuviéramos hechos el uno para el otro.
Sus pupilas se dilataron de placer, pero también de dolor.
Inmediatamente lamí sus pechos sin poder tener suficiente de ella.
—Dylan—exhaló y juro que mi polla se puso más dura.
Volví a su rostro y nuestras bocas se entreabrieron mientras
ambos jadeábamos profusamente, sin poder controlar los
pensamientos que estaban causando estragos en nuestras almas.
Tratando desesperadamente de aferrarme a cada sensación de
nuestro contacto piel con piel, sentí que comenzaba a desmoronarme
y ella estaba allí conmigo.
—Te amo—repitió una y otra vez, llegando al clímax por todo mi
polla y llevándome con ella. Temblé con mi orgasmo y reclamé
apasionadamente su boca una vez más. Me devolvió cada gramo de
emoción que le estaba dando.
Estuvimos así no sé cuánto tiempo. Besé todo su rostro, su cuello
y sus senos antes de levantarme para ir al baño. Abrí la ducha y
cuando regresé ella estaba exactamente en la misma posición en que
la había dejado, mirando hacia el techo con un brillo que nunca antes
había visto.
Agarré su tobillo, tirando de ella hacia mí y ella gritó en
respuesta.
—¿Qué estás haciendo?
—Cuidar de lo que es mío.
La llevé a la ducha e hice exactamente eso.
Capítulo 16
Aubrey
Ojalá pudiera decirte que las cosas mejoraron.
Ojalá pudiera decirte que nada cambió entre nosotros.
Me gustaría poder decirte muchas cosas.
Pero no puedo.
No puedo.
Nunca me arrepentí de la decisión de darle a Dylan mi
virginidad. Nunca me arrepentí de haberlo conocido o de estar con
él, nunca me arrepentí de nada de lo que pasó entre nosotros, ni por
un segundo.
Sin arrepentimientos.
Lo amaba.
Lo amaba.
La noche que hicimos el amor cambiaron tantas cosas que yo
nunca esperé que cambiaran. Pensaba que eso ni siquiera era posible,
y seguro como el infierno nunca lo contemplé ni por un maldito
segundo.
Que podría cambiarlo todo.
Cada sonrisa.
Cada risa.
Cada caricia.
Cada. Simple. Te. Amo.
Por primera vez en mi vida me di cuenta de lo que era realmente
entregarse a alguien. Abrir tu corazón a la posibilidad del amor y la
felicidad y todo lo que viene con ello.
Todas las cosas que llenaron los espacios intermedios.
Lo bueno.
Lo malo.
El amor…
Habían pasado unos días desde que habíamos hecho el amor y
todavía estaba disfrutando de la gran sensación de felicidad. Una
noche, tarde, cuando estaba sola, un sonido desconocido me
despertó de un sueño profundo. Seguí el ruido por las escaleras y
encontré a mi madre llorando hasta el punto de que no podía
respirar.
—¿Mamá?—grité como si fuera una niña, de pie en el arco que
conducía al comedor.
Inmediatamente se limpió la cara, tratando de ocultar la
evidencia de su colapso. No sirvió de nada, su rímel estaba corrido
por todas partes causando rayas negras en su rostro. Nada podría
quitar la visión de la mujer fuerte desmoronándose ante mis propios
ojos.
—Estoy bien, cariño, vuelve a la cama—dijo entre sollozos.
—¿Qué estás haciendo en casa? ¿No deberías estar en el hospital?
Ella negó con la cabeza.
—Aubrey, ve a tu habitación por favor. Estoy bien.
—No me iré hasta que me digas qué está pasando. —Me acerqué,
sin retroceder.
Fue entonces cuando noté la botella de vino abierta sobre la mesa.
Mi madre nunca bebía y era descaradamente obvio que estaba
borracha.
—¿Papá está... papá está bien?—pregunté, con lágrimas llenando
mis ojos, mi mente se estaba volviendo loca.
Inmediatamente se derrumbó, llorando incontrolablemente. Su
cuerpo temblaba y se estremecía tan fuerte que corrí a su lado,
inclinándome y abrazándola, aferrándola como si fuera mi vida. Ella
tembló aún más fuerte. Me costaba respirar por la fuerza de su
llanto. Nunca olvidaría lo que se sentía al tratar de sostener a mi
madre mientras se desmoronaba en mis brazos.
—Shhh… está bien, mamá. Siénteme... sigue mi voz. Todo va a
estar bien— le aseguré con el mismo tono tranquilizador que Dylan
había usado conmigo el día que le dije la verdad. Acaricié
suavemente su cabello, meciéndonos de un lado a otro, deseando
desesperadamente darle todo el consuelo que pudiera.
—¡No! ¡No lo está, Aubrey, nunca va a estar bien! Lo siento
mucho. ¡Siento mucho haberlo arruinado todo! ¡Todo es mi culpa!—
dijo ella.
—Está bien, mamá, solo trata de calmarte por favor—le rogué.
—¡No puedo! ¡Por favor perdóname! ¡Te ruego por favor que me
perdones!
—Por supuesto que lo haré—respondí con lágrimas cayendo por
mi rostro. No pude retenerlas por más tiempo—. ¿Qué está
pasando? Me estás asustando. Por favor, dime ¿qué está pasando?
—Ojalá pudiera retractarme de todo. Desearía poder retroceder
en el tiempo y hacerlo todo mejor, pero no puedo. Nunca seré capaz.
Me dejó y nunca volverá. Ya no hay nada que pueda hacer al
respecto.
—¿Papá? Mamá él se fue...
—¡Yo lo detuve, Aubrey! Él quería hacer mucho con su vida y yo
lo detuve para cumplir mis sueños y hacer lo que quería. Nunca le
dejé elegir. Ni una sola vez. Siempre fue todo sobre mí. Fui egoísta,
Aubrey. Lo amaba tanto y él sacrificó todo por mí. Lo pude ver en
sus ojos. Quería más de la vida que lo que yo podía darle, pero no
me importaba. ¡Hice que me eligiera!—lloraba desconsoladamente.
—Éramos tan jodidamente jóvenes. No sabía nada mejor. Pensé
que nuestro amor podría superar cualquier cosa, pero estaba
equivocado. Él renunció a todo por mí, pero dijo que quería hacerlo.
Me hizo creer eso. Debería haber sabido. Simplemente nunca pensé
que llegaría a este punto.
—Mamá, yo…
—Estaba resentido conmigo, Aubrey. Cuando me di cuenta, traté
de hacerlo mejor. ¿Por qué crees que volvió a estudiar? Pensé que, si
hacía algo que amaba, arreglaría las cosas, pero solo empeoró.
Nuestra dinámica cambió. Yo ya no era la que proveía y no sabía
cómo compartir eso con él. Sentí que a sus ojos no estaba haciendo
un buen trabajo, como si también hubiera fallado en eso. Era
demasiado para manejar. Todo lo que hicimos fue pelear todo el
tiempo. No supe cómo hacerlo mejor, no supe cómo ser esposa o
madre, ya no sabía nada.
Me aparté de ella, necesitando mirarla a los ojos. Parecía tan rota,
tan sola, a pesar de que yo estaba allí con ella.
—Mamá, tú no hiciste…
Dicen que todo pasa por algo. Que tu vida puede cambiar en un
instante, en un momento en el tiempo y ni siquiera lo ves venir. No
hubo preparación para ello. No hay batalla que ganar. Pensé que éste
era mi momento.
No podría haber estado más equivocada.
—Lo hice, Aubrey. Fracasé en todo. Todavía estoy fracasando.
Hoy estaba en el hospital trabajando en mi turno y me entregaron
los papeles. Tu padre quiere el divorcio. Se acabó.
Esa noche cambió todo para mí.
No había vuelta atrás.
Solo avanzar.
Sostuve a mi madre en mis brazos hasta que se desmayó agotada
por las lágrimas. Me quedé allí toda la noche con ella lamentando el
costo de sus errores. Finalmente la acosté cuando salió el sol. Nunca
le dije a Dylan que mi padre quería el divorcio. Mi madre y yo
tampoco volvimos a hablar de esa noche. No tenía sentido, el daño
ya estaba hecho.
En la vida de ambos.
El verano se fue volando. Parpadeé y ya casi había terminado el
último año de secundaria de Dylan y mi tercer año. Se había
postulado a varias universidades en todo el estado y fue aceptado en
la mayoría de ellas. Me pidió mi opinión sobre cada una de ellas, lo
que pensaba, lo que quería, a dónde debía ir, qué era lo mejor para
nosotros. Era constante, una y otra vez. Cada mes se convirtió en
cada semana y pronto fue una cuestión diaria. Cada vez que me
preguntaba mi corazón se rompía un poco más, gritándome que le
dijera lo que necesitaba.
La verdad.
Excepto que nunca lo hice.
Nunca pude.
Sonreí y le dije que tenía que elegir por sí mismo, que no podía
tomar la decisión por él. Lo que solo nos llevó a discutir mucho.
Peleábamos más de lo debido por cosas pequeñas porque no
podíamos pelear por las grandes. No podía confrontar al elefante en
la habitación.
Él me estaba dejando.
Como mi padre le hizo con mi madre.
Como mi padre hizo conmigo.
No iba a cometer los mismos errores que ella. No iba a retenerlo,
incluso si quisiera y pedirle que se quedara...
¿Se quedaría?
Tenía miedo de descubrir la respuesta. Puede que no se vaya hoy,
ni mañana, pero algún día lo hará y el círculo vicioso se repetirá.
Sé que se están preguntando por qué no pude decirle eso. Por qué
no podía abrir la boca y ser honesta con él. Decirle lo que sentía,
hasta la última inseguridad que estaba enterrada en lo más profundo
de mis huesos, albergando el dolor, lo que realmente estaba
pasando.
Verás, el amor es una cosa hermosa.
Te eleva tanto hasta que llegas al final y no hay otro lugar a
donde ir, excepto hacia abajo. Solo tenía diecisiete años, pero me
sentía mucho mayor. Madura más allá de mis años. Siempre había
sido así para mí, teniendo que crecer rápido y mayormente sola. No
te das cuenta cuánto de tu infancia afecta a la persona en la que te
conviertes, la persona que eres. Cómo los recuerdos moldean tu
vida, tus sentimientos y, lo más importante, tu amor.
La lucha entre las cosas que podíamos cambiar, pero tampoco
queríamos, versus las cosas que podíamos cambiar, pero tampoco
sabíamos cómo.
Estaba aterrorizada de que, si le decía lo que necesitaba, me
dejaría de todos modos. Excepto que lo inevitable tomaría mucho
más tiempo, como una bomba de relojería ubicada en el centro de mi
corazón esperando para explotar y dejarme destrozada. Días, meses,
años de estar cada vez más cerca de él, de construir una vida con él,
¿para qué? Eventualmente ese amor que tenía por mí, por nosotros,
se convertiría en resentimiento por retenerlo, no dejarlo cumplir sus
sueños y metas. Nuestro amor moriría como una planta que pasé
años y años regando con tierno amor y cuidado.
No podía hacerlo .
Prefiero que me deje ahora.
A que me odie más tarde.
Me convertiría en mi madre.
No había manera en el infierno de que pudiera pasar por eso otra
vez. Una vez había sido suficiente. Dos veces sería insoportable.
Tampoco podía alejarme de él. Lo amaría hasta que me dejara
porque, de cualquier manera… perdería.
—¿Qué estás haciendo?—me preguntó, riendo mientras me
sentaba a horcajadas sobre su regazo en mi cama con mi teléfono en
la mano.
Acabábamos de terminar de hacer el amor. Lo estábamos
haciendo mucho más ahora. Era la única vez que mi mente dejaba de
dar vueltas y me permitía sentir.
y p
Estar con él.
Estaba usando mi sostén y mis bragas y él solo llevaba unos
bóxers.
—Tomándote una foto—le dije, mirándolo con adoración a los
ojos.
Los ojos que quería recordar.
—¿Por qué?—me preguntó, agarrando mi cintura y frotando los
pulgares de un lado a otro a lo largo de la parte baja de mi vientre.
—Por si acaso—dije simplemente con un tono que apenas
reconocí.
Lo notó de inmediato. Había muy pocas cosas que Dylan no
notara y, a menudo, me llamaba la atención, lo que nos llevó a
pelear. Chillé cuando inesperadamente me dio la vuelta,
enjaulándome con su cuerpo e inmovilizando mis brazos sobre mi
cabeza como sabía que amaba.
Se cernió sobre mí y me miró profundamente a los ojos y dijo con
voz áspera:
—Intentando irte.

Dylan
Todo jodidamente cambió.
La ironía no se me pasó desapercibida.
Pasé de tener sexo sin sentido con todas las chicas, a hacer el
amor con la única chica que significaba todo para mí y aun así se fue
a la mierda. No pude tomar un descanso. Si hubiera sabido que el
sexo habría cambiado las cosas entre nosotros, nunca habría tenido
intimidad con ella. Tenía dieciocho años y estaba a punto de
graduarme de la escuela secundaria. Todo lo que quería oírla decir
era esa palabra de siete letras.
Quédate.
Nos peleamos. Discutimos mucho.
Sobre nada.
Sobre todo.
La presioné, la presioné y la presioné y, sin embargo, todavía no
podía decir lo que realmente necesitaba. La verdad. Pídeme que me
quede. Por favor, solo pídeme que me quede.
El orgullo era algo muy poderoso, especialmente para un hombre
como yo.
—Escuché que Lucas y Jacob fueron aceptados en el estado de
Ohio—me dijo Aubrey mientras nos sentábamos en una manta en la
playa. Estaba presionada contra mi brazo, con la cabeza apoyada en
mi hombro, acurrucada de la forma en que amaba.
—Mmmjá—respondí, tratando de evitar otra discusión con ella.
—¿Cuándo ibas a decirme que también te aceptaron?
—¿Desde cuándo te importa a dónde voy?—repliqué.
Intentó alejarse de mí, pero la abracé con más fuerza.
—¿Podemos simplemente sentarnos aquí y disfrutar de la noche,
Bree?
Empecé a llamarla Bree con más frecuencia, las veces en que la
llamaba dulzura y cariño eran pocas y distantes entre sí. Ella no dijo
nada, pero no tenía por qué hacerlo.
—¿Quieres que vaya a Ohio State?
—Quiero que vayas a donde quieras. Te lo he dicho…
—No me lo digas, lo tengo jodidamente memorizado—le espeté.
Ella suspiró y la miré.
—Lo siento, ¿ok? —Besé la parte superior de su cabeza.
—Supuse que querías estar con tus amigos, Dylan. Eso es todo.
Quiero decir que nunca has dejado esta ciudad. Ohio State parece
una gran oportunidad para explorar.
—¿Explorar qué exactamente? ¿Qué crees que me estoy
perdiendo que necesito ver, Bree?
Ella se encogió de hombros solo para cabrearme más. Hacía eso
mucho, empezaba una discusión y nunca la terminaba, dejándome
sentir como un imbécil por querer hacerlo.
—¿Qué está pasando en esa hermosa mente tuya?
Ella me miró con la derrota apareciendo en sus ojos.
—¿Qué quieres hacer con tu vida, Dylan? Te gradúas en unos
meses y ya no cumpliste con varios plazos de tus cartas de
aceptación de la universidad. ¿Que estas esperando?
—Tal vez quiera quedarme aquí. ¿Sería eso tan malo?—
finalmente admití.
—Eso no es lo que quieres—dijo con los dientes apretados con un
tono que no aprecié.
Retiré bruscamente el brazo, extrañando su calor
inmediatamente.
—Dios, Bree, basta de respuestas vagas. Estoy harto de esta
mierda.
Ella se puso de pie, flotando sobre mí. Puse mis brazos sobre mis
rodillas, mirando el agua.
—¡Solo vete! ¡Ve a Ohio State! Eso es lo que quieres. ¡No te
quedes aquí por mí! Sabes que no quieres.
Sus pies descalzos pateaban nerviosamente la arena, mientras sus
ojos miraban a todas partes menos a mí.
Asentí sarcásticamente.
—Es jodidamente divertido cómo pareces tan segura de lo que
quiero, pero no tienes ni puta idea de lo que tú quieres.
—¿Que se supone que significa eso?— gritó, lanzando las manos
en el aire.
—Nada, maldición, olvídalo.
Mi sangre comenzó a hervir. No podía soportar mucho más de
esta conversación con ella.
—¿Qué? ¿Ahora no soy digna de una discusión? ¿Dónde está mi
novio idiota, Dylan, eh? ¿Cuándo fue reemplazado por un maldito
marica?
Me paré tan rápido que ella nunca lo vio venir, poniéndome justo
en su cara. Ella cruzó los brazos sobre el pecho y arqueó una ceja en
un gesto desafiante.
—Si jodes con el toro, cariño, sentirás los cuernos. ¿Quieres
intentarlo de nuevo? —le advertí, dando otro paso hacia su espacio
personal.
—Por el amor de Dios, solo ve a Ohio State, Dylan. Ve a estar con
tus amigos. Déjame aquí. Podemos hacer lo de la larga distancia y
ver qué pasa, ¿ok? Eso es lo que quiero. Eso es lo que necesitas—
respondió en un tono neutral, sorprendiéndome.
La fuerza de sus palabras, haciéndome retroceder.
—¿Está bien?—gruñí.
—Sí, McGraw. —Clavó su dedo en mi pecho, empujándome
hacia atrás.
Mi cabeza se sacudió hacia atrás, aturdido y solté por primera
vez:
—¿Me lo prometes?—de la nada.
Mantuvo la cabeza más alta, sabiendo que si decía lo siguiente
sería el final. La decisión se tomaría con o sin mi consentimiento. Dio
un paso hacia mí, su intensa mirada nunca dejó la mía y entonces
susurró:
—Siempre.
Capítulo 17
Aubrey
Fue un año escolar solitario para mí.
Mi mundo ya no era el mismo y sentía que solo estaba siguiendo
los movimientos de la vida cotidiana. Mis padres ahora estaban
oficialmente divorciados. Veía a mi madre menos que antes. Se
ahogó en el trabajo, para apaciguar su angustia. Hablaba con mi
padre cada tanto. Trataba de estar más presente en mi vida, pero no
era lo mismo.
Nunca nada lo fue.
Dylan, Jacob y Lucas estaban en la Ohio State experimentando la
vida universitaria y Alex estaba pasando por su propia mierda, al
igual que Austin. El año escolar casi había terminado y había visto a
Dylan unas tres veces. Cada visita duraba sólo unos pocos días.
Volvió a casa para su decimonoveno cumpleaños, para mi
decimoctavo cumpleaños y luego otra vez para las vacaciones.
Hablábamos por teléfono casi todos los días, pero las conversaciones
eran breves. Los mensajes de texto se convirtieron en nuestra forma
normal de comunicarnos. Apliqué a algunas universidades, incluida
la estatal de Ohio, y para mi sorpresa, me aceptaron. Todavía no le
había dicho a Dylan esa información. No quería que pensara que
apliqué allí para seguirlo, o presionarlo para que se comprometiera
conmigo.
Nuestra relación cambió, como la mayoría de las de larga
distancia. Ya no sabía cómo hablar con él o tal vez sí y estaba
asustada. Pasaba la mayor parte de mi tiempo pensando y
sumergiéndome en todo lo que me rodeaba.
Me sorprendió muchísimo cuando Alex me envió un mensaje de
texto diciendo que iría a una de las infames fiestas de Charlie con
Austin. Ella nunca iba a fiestas. De hecho, a la última a la que fue,
terminó vomitando. Tuve que cubrirla con los muchachos mientras
Lucas la llevaba a algún lugar para atenderla. En lugar de eso, me
quedé en casa y vi la televisión hasta altas horas de la noche. Cuando
mi teléfono sonó y me despertó de un sueño profundo, me di cuenta
de que era temprano en la mañana.
—Hola—gemí, limpiando el sueño de mis ojos.
—Aubrey—chilló el tono preocupado de mi madre a través del
teléfono.
Instantáneamente me senté.
—Mamá. ¿Qué ocurre?
—Cariño, un taxi está en camino para ir a buscarte, ¿Ok? Te diré
lo que está pasando cuando llegues aquí.
—¿Qué? ¡No! —Entré en pánico, saltando del sofá—. Dime ahora,
¿qué está pasando? ¿Está todo bien?
La línea se quedó en silencio excepto que podía escuchar su
respiración. Ella suspiró.
—No puedo irme o iría a recogerte yo misma. Debería estar allí
en unos minutos. Entra a la UCI.
—¿UCI? ¿Qué está pasando? Sólo dime, por favor. ¿Estás bien? —
Mi corazón latía con queriendo salírseme del maldito pecho, la
ansiedad corría a través de mí.
—Estoy bien. Tu padre está bien. Te veré en un rato—dijo y colgó.
Me quedé allí en estado de shock escuchando el silencio por un
segundo. Mi mente estaba dando vueltas, tratando de entender algo,
cualquier cosa. Corrí escaleras arriba, me había quedado dormida en
el sofá. Me cepillé los dientes y me puse una sudadera con capucha
con unos vaqueros. Cuando terminé, el taxi estaba tocando la bocina
en mi entrada. Me senté en el asiento trasero con el corazón en la
garganta durante todo el viaje al hospital. Lo que debería haber
tomado minutos, se sintió como horas.
Entré corriendo a través de las puertas de la UCI.
—¿Dónde está mi madre?—le grité a la recepcionista que me
miró con simpatía.
¿Qué carajo está pasando?
—Aubrey —me llamó mamá detrás de mí.
Corrí a su lado.
—¿Qué está pasando? Me acabas de colgar.
Miró alrededor de la habitación y luego a mí.
—Cariño, anoche…—Se frotó la frente y luego las sienes—. Ha
habido un accidente. Austin y Alex han tenido un accidente.
Mis ojos se abrieron como platos.
—Oh, Dios mío—exhalé—. Por favor no me digas…—No pude
terminar mi oración. Mi corazón se sentía como si se hubiera roto en
un millón de pedazos, solo podía pensar en lo peor.
—Están vivos, pero están en mal estado—explicó.
—¿Van a…?— tartamudeé, las lágrimas comenzaron a rodar por
mi rostro.
—Austin está en mucho peor estado que Alex, salió volando por
el parabrisas. Tuvimos que ponerlo en un coma inducido después de
operarle el cerebro con la esperanza de que ayudaría a que la
hinchazón disminuyera. Ha sufrido un trauma severo en la cabeza,
cariño, con varias costillas rotas, quemaduras y cortes profundos en
la cara y el pecho por el airbag y el parabrisas. Va a necesitar mucha
terapia, pero no es imposible.
Mi mano fue a mi boca, mis ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Y Alex? —pregunté y mi voz se quebró.
—El cerebro de Alex estaba hinchado debido a que su cabeza
reventó la ventanilla, pero no necesitábamos operar, debería
desinflamarse por sí solo. Pero todavía está en coma y
eventualmente debería despertar. Solo tenemos que tener paciencia,
el traumatismo craneoencefálico es muy grave y ambos estarán bajo
vigilancia durante un tiempo. Le tuvieron que dar unos puntos en la
frente y el labio. Aparte de eso, sufrió cortes menores en la cara, los
brazos y en el cuerpo. Tiene magulladuras por todas partes, además
de algunas costillas rotas. Te digo todo esto porque no quiero que te
sorprendas cuando entres y los veas—me advirtió.
Negué con la cabeza sin creer lo que estaba pasando.
—No entiendo. ¿Cómo sucedió esto, mamá?
—Austin conducía ebrio y chocó contra un árbol. Su nivel de
alcohol era 0.92, y el de Alex era 0.16, tienen suerte de estar vivos. Es
sólo un juego de espera ahora. Tienen a los mejores médicos
cuidándolos.
—¿Están los chicos…?
—Sí—interrumpió ella.
No sabía qué dolía más. Que mis amigos estaban luchando por
sus vidas o el hecho de que Dylan ni siquiera me llamó para
decírmelo. Obviamente no me necesitaba aquí para apoyarlo y esa
fue la píldora más difícil de tragar.
—Lucas está en la habitación de Alex. Él no se ha apartado de su
lado y Dylan y Jacob han estado yendo y viniendo entre las
habitaciones. Creo que ahora mismo están todos en la habitación de
Alex.
—¿El padre de Lucas…?
—Sí, el doctor Ryder está aquí. Su esposa llevó a la madre de
Alex y Austin a tomar un café. Están en la habitación 702.
Asentí.
—Ok.
—Vamos, te llevaré allí.
Asentí de nuevo incapaz de formar palabras. Apenas la sentí
cuando me rodeó con el brazo y caminamos una al lado de la otra
hacia la habitación de Alex. Los muchachos ni siquiera se dieron
cuenta de que estábamos paradas en la puerta. Lucas estaba sentado
en una silla en la esquina trasera, Jacob apoyado contra la pared y
Dylan estaba sentado junto a su cama sosteniendo su mano.
Lloré más fuerte, viéndolos a todos destrozados con mi mejor
amiga acostada en una cama de hospital, casi irreconocible. No
podía imaginar cómo se veía Austin.
Todos miraron en mi dirección cuando escucharon mis sollozos,
Dylan ni siquiera pestañeó al verme.
—Lo siento mucho—lloré. No sabía qué más decir.
—Ella va a estar bien—dijo Lucas con un tono severo, no sé si
estaba tratando de convencerme a mí o a sí mismo.
—Por supuesto—respondí, abrazándome, tratando como el
infierno de no enloquecer.
—Voy a ir a ver a Austin, cariño, volveré. Habla con Alex, ella
puede escucharte, aunque no esté despierta—me invitó mamá,
tratando de romper la tensión en la habitación.
—Está bien—respondí, pero me quedé en la puerta.
Ella se fue y me quedé allí como si fuera una extraña mirando
como si ya no fuera uno de ellos. Me pregunté qué les había dicho
Dylan, qué sabían ellos.
Dylan se puso de pie, asintiendo hacia mí para que me sentara.
Tragué saliva, mi corazón latía más rápido con cada paso que daba.
Hizo un gesto hacia la silla sin romper el contacto visual conmigo.
No trató de abrazarme o besarme, nada de lo que esperaba que
hiciera.
Me senté, mirando a la chica a la que consideraba una hermana,
inmediatamente sintiéndome culpable por alejarla. Apenas había
hablado con ella en todo el año. Probablemente me necesitó más el
año pasado, ya que estaba tan sola como yo y, sin embargo, la había
excluido. Había estado demasiado perdida en mi mente y mis
problemas para preocuparme por los de ella. La idea de que nunca
más podría volver a hablar con ella, que algo podría salir mal era
demasiado y me derrumbé. La parte superior de mi cuerpo se rindió
y caí a su lado.
—Lo siento mucho, Alex. Lamento mucho no haber sido una
mejor amiga para ti—sollocé, sosteniendo su mano con fuerza en la
mía—. Te prometo que te lo compensaré. Por favor, solo dame la
oportunidad—lloré más fuerte en su mano. Mi cuerpo temblaba con
cada sollozo.
Fue entonces cuando sentí las fuertes manos de Dylan
presionando contra mis hombros, frotando los músculos tensos. No
había sentido sus manos sobre mí en mucho tiempo. No podía
recordar la última vez que hicimos el amor.
—Ella va a estar bien, cariño.
Tampoco podía recordar la última vez que me llamó así y eso me
hizo llorar más fuerte.
—¿Lo prometes?—murmuré lo suficientemente fuerte para que él
escuchara.
Se agachó a mi lado, susurrándome al oído:
—Siempre.
No sé cuánto tiempo estuve así. Mis brazos la rodearon, con los
brazos de él rodeándome a mí. Podrían haber sido segundos u horas.
El tiempo pareció detenerse y desde ese momento supe que odiaría
los jodidos hospitales. Nunca querría volver a ver uno. Nada bueno
salía de ellos. No tenía idea de cómo mi madre podía hacer esto
todos los días. Cómo eligió esto sobre su familia.
Cuando la madre de Alex regresó a la habitación, le dejé mi silla.
La abracé con fuerza antes de que se sentara para sostener la mano
de su hija exactamente como lo habíamos hecho Dylan y yo.
—Voy a llevarla a ver a Austin. —Dylan extendió su mano
esperando que lo siguiera hacia la puerta.
Ellos asintieron, mirando entre nosotros.
—Me alegro de veros, chicos. Os he extrañado—dije de la nada,
necesitando que lo escucharan.
q
Jacob me abrazó y besó la parte superior de mi cabeza, Lucas lo
siguió rápidamente. Se sentía como en los viejos tiempos, pero en
circunstancias horribles.
—Él no es tan fuerte como pretende ser, Aubrey—susurró Lucas
en mi oído, atrapándome con la guardia baja—. Ahora te necesita
más que nunca. No jodas con él si no es lo que quieres.
¿Que se supone que significa eso?
Me aparté cuando nuestros ojos se encontraron, él sonrió y besó
mi frente. Dylan agarró mi mano y miré al suelo sin poder mirarlo
después de lo que acaba de decir Lucas. Dylan me llevó a la
habitación de Austin y no tuve el mismo colapso que con Alex. Su
madre estaba en la habitación y quería mantenerme fuerte por ella a
pesar de que me dolía mucho por dentro.
Mi madre se fue a casa a descansar para su próximo turno.
Cuando volvió al trabajo, ya era bien entrada la noche y me encontró
exactamente en el mismo lugar en el que estaba cuando ella se había
ido. Sentada en la sala de espera para que algo cambie.
Alguna noticia.
Sentí que estaba entrometiéndome en el espacio de todos, el de
los chicos, sus padres y el personal. Pensé que sería más fácil si me
sentaba en la sala de espera para no estorbar. Dylan salió un par de
veces para ver cómo estaba, pero nunca se quedó mucho tiempo, no
es que esperara que lo hiciera. Apenas me había dicho más que unas
pocas palabras y por más que traté de no tomármelo como algo
personal, no pude.
Lo cual solo me hizo sentir peor. Debería haber estado pensando
en mis amigos, pero ahí estaba pensando en mi relación.
Demostrando que soy egoísta.
Realmente era la hija de mi madre.

Dylan
Tomamos el primer vuelo después de que nuestros padres
llamaron. Ninguno de nosotros agarró siquiera la ropa. Pensé en
Aubrey todo el tiempo. Quería llamarla y decirle que la necesitaba,
pero cada vez que comenzaba a marcar su número, me detenía.
Sabía que su madre se encargaría de eso y que eventualmente
aparecería. Las cosas estaban tensas entre nosotros. La mitad del
tiempo ya ni siquiera sabía dónde estábamos parados. Todo lo que
quería era que mis amigos estuvieran bien. No necesitaban más
problemas que los que ya tenían, estaban en coma luchando por sus
vidas.
Estaba tan enojado con Austin, que apenas podía ver bien. Todos
lo estábamos. Todo lo que le pedimos que hiciera fue proteger a
Half-Pint.
Así de simple.
Cada uno de nosotros le dijo que necesitaba dar un paso al frente
y cuidarla, mientras estábamos en la universidad. Nos miró a todos a
los malditos ojos y juró que lo haría. No podía decir ni una maldita
cosa sobre cómo me sentía, porque eso solo provocaría que Lucas
entrara a su habitación y lo desconectara del soporte vital. Jacob y yo
mantuvimos la boca cerrada, sabiendo que nada entre ellos volvería
a ser igual después de esto.
Especialmente si…
Aparté el pensamiento de mi mente incluso antes de que se
formara por completo. Aterrorizado de que tomara el control y yo
fuera el que entrara a la habitación de Austin. Aunque Jacob era
mayor por unos meses, siempre sentí que yo lo era. Estos tipos y
Alex, eran mi vida. Si pudiera cambiar de lugar con cualquiera de
ellos, lo haría en un santiamén. No se hicieron preguntas. No pude
evitar sentirme responsable de que ambos estuvieran luchando por
sus vidas.
Salí de la habitación de Alex con la necesidad de tomar un poco
de aire fresco. Estaba empezando a volverme loco en el hospital y
apenas habían pasado dos malditos días desde el accidente.
—Cariño, tienes que ir a casa y descansar un poco. Puedes volver
después de dormir unas horas. Te prometo que tendré el taxi allí
para ti a primera hora de la mañana—dijo la madre de Aubrey,
mientras yo caminaba detrás de ellas y me detenía en el arco para
escuchar.
—No quiero irme.
—Aubrey…
—Tú no entiendes. ¿Y si me voy y pasa algo, eh? ¿Qué pasa si no
puedo decirle adiós? No puedo hacerlo de nuevo, mamá. No puedo
saber que alguien podría dejarme y no poder decirle adiós. Estuve
allí, ya lo hice, ¿recuerdas? No puedo pasar por eso otra vez. Por
favor, no me obligues a dejarlos— dijo, ninguna de las dos sabía que
estaba parado allí.
No me alejé. Estaba pegado al suelo que se sentía como si se
estuviera derrumbando debajo de mí.
—Oh, cariño—simpatizó su madre—. ¿Eso es lo que…?
—Por favor, déjame quedarme. Al menos si pasa algo, esta vez
puedo despedirme. Ellos tampoco me dejarían. —Ella estaba al
borde de la histeria.
Todo el aire fue eliminado de mi cuerpo. La realización me
golpeó más fuerte que una tonelada de malditos ladrillos. Por eso
quería que me fuera, preferiría que me fuera en sus términos.
Soy un maldito idiota.
—No les va a pasar nada. Van a salir adelante, cariño. Mírame, te
lo prometo. Los estoy tratando yo misma y sé que van a estar bien.
—La tomó entre sus brazos y Aubrey se derritió visiblemente contra
su madre mientras ella besaba repetidamente la parte superior de su
cabeza—. Bebé, tu padre no te dejó. Me dejó a mí. Se divorció de mí.
No de ti, nunca jamás de ti. Tienes que entender eso. Lamento
mucho haberme tomado tanto tiempo para decírtelo. Él te ama más
que a nada en este mundo—declaró su madre, sosteniéndola con el
brazo extendido para que pudiera ver la verdad en sus ojos.
—No se siente de esa manera—murmuró Aubrey—. No se ha
sentido así durante mucho tiempo.
—Oh cariño. Dame una oportunidad, ¿ok? Voy a estar allí para ti.
Las cosas van a cambiar. Te lo prometo. No tienes idea de cómo me
sentí cuando entraron tus amigos. Dios, Aubrey, ni siquiera sabía si
estabas con ellos. Te juro que pensé que ibas a ser la siguiente en
entrar. Todo mi mundo pasó ante mis ojos. Lo lograrán porque haré
todo lo que esté a mi alcance para que suceda—dijo y volvió a besar
su cabeza.
Ver un momento tan íntimo entre ellas era algo que me llevaría a
la tumba. Su vulnerabilidad en ese momento me llevó de regreso al
momento en que me enamoré de ella por primera vez. Volví a un
tiempo que no sabía que extrañaba hasta ahora, a un tiempo en el
que mi vida parecía completa porque la tenía.
Todo de ella.
Las cosas se volvieron mucho más claras para mí ahora y tomó
todo de mí no correr hacia ella y decirle cuánto la amaba. Cómo
haría que todo fuera mejor, cuánto pensaba en ella, cuánto soñaba
con ella, qué vacío me sentía por dentro porque ella no estaba
conmigo. Cómo debatí tantas malditas veces transferirme a
Wilmington solo para estar cerca de ella nuevamente, solo para verla
sonreír todos los días. Decirle que era tan malditamente hermosa,
incluso cuando estaba rota.
Para prometerle que nunca la dejaría, que era mía.
—Puedes quedarte...—Su madre estaba a medio decir cuando me
acerqué a ellos.
—La llevaré a su casa, señora—interrumpí, ambas
inmediatamente limpiándose la cara.
—No tienes que…—intervino Aubrey, pero la corté en seco.
—Te llevaré a casa, dulzura.
Le di una mirada severa que le dijo que no iba a dar marcha atrás
en esto. Envolví mi brazo alrededor de su hombro y tiré de ella hacia
mi costado.
Su madre caminó hacia nosotros, sonriendo con amor.
—Descansa un poco, también, ¿Ok? Mantendré el fuerte.
Vuestros amigos van a estar bien—nos aseguró a los dos.
—Gracias, señora.
Me agarró del hombro durante unos segundos y luego caminó
hacia la habitación de Alex, dejándonos a Aubrey y a mí solos en la
sala de espera. No había nadie más alrededor, excepto nosotros.
—No tienes que llevarme a casa. Sé que quieres quedarte aquí. —
Ella me miró, con lágrimas aún en los ojos.
Tiré de las puntas de su cabello, tampoco podía recordar la
última vez que lo había hecho.
—Dylan, qué… —Puse mi dedo en sus labios para callarla.
—Aquí no. — Agarré su mano—. Vámonos.
Caminamos de la mano hasta el coche de mis padres que estaba
estacionado en el estacionamiento. Condujimos en silencio, ambos
perdidos en nuestros pensamientos. Cuando llegamos a su casa,
subió directamente a su habitación. Lo seguí después de echarme un
poco de agua en la cara y prepararnos unos sándwiches. Sabía que
ninguno de nosotros había comido en todo el día.
Cuando entré en su dormitorio, ella estaba sentada en medio de
la cama con las piernas pegadas al pecho y los brazos alrededor. El
agotamiento era evidente en su rostro.
—Escuchaste lo que dije, ¿verdad?—preguntó, rompiendo el
silencio entre nosotros.
Puse nuestros platos en su mesita de noche y me senté en el
borde de su cama, resistiendo el deseo de atraerla hacia mí.
—No importa.
Ella me miró.
—¿No importa?
—No—dije simplemente.
—¿Y por qué es eso?—preguntó nada divertida.
—Porque, ahora estoy aquí.
—Para Austin y Alex. No estás aquí para mí. No has estado aquí
para mí en todo este año— espetó. Su voz mezclada con nada más
que ira y dolor.
—Sé lo que estás tratando de hacer, cariño, y no voy a caer en la
trampa. No esta vez. Nunca más.
Necesitaba meterse eso en su linda cabecita. No más juegos de
mierda.
—Tú lo sabes todo, ¿verdad, McGraw?
—Cuando se trata de ti, sí—respondí.
—No te quiero aquí. No te necesito aquí. Te puedes ir—dijo con
desdén.
Estaba llena de mierda, pero no se lo dije.
—No voy a ninguna parte.

Aubrey
No pude soportarlo más. Las paredes se estaban derrumbando
sobre mí, mis emociones me sofocaban y me enterraban viva. Me
derrumbé en la cama y mi cuerpo se dio por vencido.
—Ya no puedo hacer esto—sollocé por lo que me pareció la
centésima vez ese día—. Por favor, solo vete, Dylan, solo déjame
ahora porque no podré soportarlo más tarde.
Mi cuerpo temblaba.
Mis verdades se hicieron añicos a mi alrededor.
Los brazos de Dylan me envolvieron, acostándome contra su
pecho. Las lágrimas corrían por mi rostro. Se sentía tan bien que me
abrazara, sentir su amor y devoción, sentir todo lo que traté
desesperadamente de alejar durante el último año. Fue entonces
cuando grité. Sollocé como un bebé. Lágrimas grandes, enormes y
feas.
Puso mi mano sobre su corazón.
Calmo.
Firme.
Seguro.
Dylan.
—Shhh… siente mi corazón. Shhh…—repitió.
Acerqué mi rostro a la mano que estaba sobre su corazón,
queriendo sentir su amor latir contra mi mejilla.
—Te amo y no me voy a ningún lado. —Besó la parte superior de
mi cabeza—. Solo tú y yo.
—¿Lo prometes?—me encontré diciendo.
Él no vaciló.
—Siempre.
Capítulo 18
Aubrey
—¿Ya has empacado?—me preguntó Dylan por teléfono.
Me reí.
—Te dije que lo hice como cien veces. —Juraría que a veces tenía
audición selectiva.
—Sé cómo eres con la ropa. Todo lo que necesito es esa bonita
sonrisa y lencería. Esa mierda también es buena.
Me reí.
—Va a hacer frío por la noche. Estamos en las Smokey Mountains
—le recordé.
Me acerqué a mi tocador, saqué la única pieza de lencería que
tenía y la metí en el fondo del bolso.
—Déjame preocuparme por cómo mantenerte caliente por la
noche, dulzura—me aseguró.
Habían pasado tres meses desde el accidente automovilístico.
Austin y Alex salieron adelante, gracias a Dios. El juez acusó a
Austin de DUI1, suspendió su licencia por un año con un montón de
multas legales y servicio comunitario. Todavía iba a terapia y
tomaba pastillas para el dolor como si fueran dulces. Los había
escuchado a Dylan y a él discutiendo al respecto hacía unas
semanas, pero nunca dije nada al respecto.
Me había graduado de la escuela secundaria y decidí asistir a la
Ohio State con Dylan y los muchachos ya que Austin también fue
aceptado. Iba a decirle a Dylan en nuestras vacaciones lo había
planeado hacía más de un mes. Dijo que necesitábamos un nuevo
comienzo de año, de este año infernal y no podría haber estado más
de acuerdo.
Mi madre cumplió su palabra, esa noche en el hospital fue un
punto de inflexión en nuestra relación. Una vez más, estaba
comenzando a involucrarse más en mi vida, como lo había hecho
antes de que mi padre le entregara los papeles de divorcio. Cuando
le dije que quería ir a Ohio State para estar con Dylan, estaba
locamente emocionada por mí. Ahora también hablaba con mi padre
con más frecuencia, al menos unas cuantas veces a la semana.
Parecía feliz por alguna razón y yo estaba contenta por él.
Había paz en mi alma otra vez, gracias a Dylan.
—¿A qué hora sale nuestro vuelo? —Dejé de caminar por un
segundo para mirar alrededor de mi habitación y asegurarme de que
no estaba olvidando nada.
—Seis de la mañana. Es por eso que voy a pasar la noche.
Tenemos que salir a las cuatro para llegar al aeropuerto a tiempo.
—Oh, ¿entonces es por eso que vas a pasar la noche?—bromeé.
—Ese es exactamente el motivo, descarada. Estaré ahí más tarde
esta noche. Voy a ver cómo está Austin antes de que nos vayamos—
dijo con preocupación en el tono de su voz.
—¿Le pasa algo?—pregunté, esperando que me dijera lo que
realmente estaba pasando.
—Cariño, desearía saberlo. Te veré pronto. Te amo.
—Yo también te amo.
Colgué y caí sobre la cama. Las sábanas frías se sentían increíbles
contra mi piel cálida. Me quedé allí mirando al techo, pensando en
las posibilidades que nos esperaban y por primera vez en mucho
tiempo no tenía miedo porque sabía que incluían a Dylan.

Dylan
—¿Pero qué carajo, hombre?—discutí, agarrando el frasco de
píldoras vacío en la mesita de noche de Austin—. Esta mierda acaba
de ser rellenada hace dos semanas. ¿Quieres saber cómo lo sé? Te
llevé a recogerlo a la farmacia.
Me miró con los ojos vidriosos como una maldita adolescente.
—¿Qué quieres que te diga? Estoy jodidamente dolorido, hombre
— balbuceó.
—No. Lo que estás haciendo, es jugar con fuego. Lee la etiqueta
de advertencia, idiota. Tomar dos comprimidos al día para el dolor.
No mezclar con alcohol y sé que huelo a hierba aquí.
—¿Cuándo mierda te convertiste en mi padre, McGraw? Dios,
actúas como si nunca hubieras fumado hierba antes. ¿Qué eres,
demasiado bueno ahora que estás tan jodidamente dominado por un
coño? Tal vez si trataras de sacar tu cabeza de las nalgas de Aubrey
el tiempo suficiente…
—Si vuelves a hablar así de Aubrey, Austin, no dudaré en
noquearte. No me importa lo drogado que estés.
—¿Qué mierda quieres? ¿Qué es esto una campaña contra las
drogas del tipo 'Simplemente di no'? ¿Qué vas a hacer ahora, Dylan,
fríeme un huevo y decirme que así es como se ve mi cerebro cuando
estás drogado?
—Deja las píldoras para el dolor. Esta mierda es muy adictiva—le
advertí.
—También lo es el coño, pero nunca te escuché quejarte.
Le di una última mirada y me fui, sabiendo que éste no era el
final.
Era solo el principio.
Conduje hasta la casa de Aubrey más tarde esa noche. Me había
ido a surfear después de dejar la casa de Austin, necesitaba despejar
la mente antes de ver a Aubrey. No quería que mi repentino cambio
de humor afectara lo emocionada que estaba por nuestras
vacaciones. Las cosas iban genial entre nosotros.
Mejor que genial en realidad, y no quería que nada ni nadie
arruinara eso.
Aterrizamos cerca de las nueve de la mañana del día siguiente.
Alquilé un coche y conduje hasta nuestra cabaña para pasar la
q y j p p
semana en Pigeon Forge, conocida por ser el centro de diversión de
las Smokies. Cuanto más alto íbamos, más impresionante se volvía la
vista. Aubrey estaba muy emocionada cuando vio algunos senderos
cerca de la cabaña por los que podía correr.
—Guau, McGraw—admiró, mirando alrededor de la cabaña.
La chimenea estaba encendida y había comida en bandejas
calientes en la isla de la cocina que habían entregado para nosotros.
No quería compartirla con nadie en toda la semana, ni siquiera con
los de la limpieza. Gasté una pequeña fortuna para tener la cabaña
solitaria que estaba al borde de la montaña. Apenas había tocado
ninguno de los fondos para la universidad que mis padres habían
comenzado cuando nací. Había pasado la mayor parte del último
año en el apartamento que compartía con Jacob y Lucas.
La cabaña era increíblemente hermosa con una gran área abierta
que tenía escaleras que conducían a la suite principal. La cocina
estaba ubicada abajo con taburetes debajo de las altas encimeras de
granito. La idea de comerme a Aubrey sentada en la encimera,
inmediatamente cruzó por mi mente.
—¿Un centavo por tus pensamientos, McGraw? —Ella sonrió
cuando la hice retroceder contra la encimera, levantándola hasta el
borde.
—Prefiero mostrarte—gemí en su oído.
Me puse de rodillas, le quité las bragas e hice exactamente eso.
Pasamos los siguientes días solos en la cabaña, disfrutando
principalmente del cuerpo del otro. Teníamos nuestro propio jacuzzi
privado en la terraza que bautizamos un par de veces. Estábamos
solos, sin nadie alrededor en kilómetros. Había hecho que me
trajeran las comidas a propósito para que no tuviéramos que ir a
ningún lado, tenía a Aubrey y comida, ¿qué más necesitaba?
Al cuarto día dijo que teníamos que hacer algo más que comer y
tener sexo. Quería hacer un poco de turismo, caminar por las
pintorescas calles empedradas que estaban llenas de pequeñas
tiendas y comprar algunos recuerdos para todos. La llevé a
Dollywood y nos subimos en montañas rusas todo el día, gritando y
riendo. Literalmente, arrojé a Aubrey sobre mi hombro para algunas
atracciones porque se negaba a ir conmigo. Nos quedamos allí hasta
que el parque cerró y luego regresamos a nuestra cabaña donde me
compensó por ser “tan jodidamente imbécil”.
El día siguiente lo pasé mayormente en la cama, pero como le
había prometido que la llevaría al centro de compras, tuve que
levantar el culo a pesar de que lo único que quería era pasar el día
enterrado dentro de ella. Decidimos comprar en algunas de las
trampas para turistas, luego ir a cenar e ir de bares.
—¡A mi madre le encantarán estos!—exclamó, agarrando un par
de aretes de la cuarta tienda—. ¿Crees que a Half-Pint le gustarían
estos? —Sostuvo otro par de aretes en sus orejas.
—Cariño, ¿alguna vez has visto a Alex usar joyas?
Ella se encogió de hombros.
—Exactamente. Ella necesita algo más que ese collar de dientes
de tiburón que usa todo el tiempo. Creo que nunca la he visto
quitárselo. Voy a comprarlos.
Caminó hacia el siguiente exhibidor, pasando los dedos por un
joyero antiguo con familiaridad en su mirada mientras sonreía para
sí misma.
—Mi madre solía tener uno de estos. Mi padre se lo dio cuando
empezaron a salir. Se veía exactamente así. Recuerdo que cuando era
pequeño solía sentarme en su cama y verla prepararse para el
trabajo, sacando todo tipo de joyas brillantes de su caja especial. Mi
padre le compraba una joya todos los años para su aniversario y la
escondía en su joyero. Fingía estar sorprendida cada vez que lo abría
a la mañana siguiente—dijo riendo con anhelo.
—Es uno de los mejores recuerdos de infancia que tengo. Las
cosas no siempre fueron malas. —Abrió la tapa y una bailarina rosa
cobró vida, girando en círculos con una melodía suave.
—Es 'Fur Elise' de Beethoven—dijo en voz alta, respondiendo a la
pregunta en mi mente.
p g
—Cuando las cosas empezaron a empeorar y ninguno de los dos
estaba mucho tiempo cerca, solía ir a su dormitorio y llevarme el
joyero a mi habitación. Escuchaba la canción hasta que me dormía.
Por alguna razón, hacía que no me sintiera tan sola.
Mis ojos se abrieron, sorprendidos por su confesión. Me miró con
nerviosismo, cerró la caja y lo volvió a colocar en el estante.
Ella sonrió.
—Entonces, creo que estos son los ganadores—anunció,
cambiando de tema y levantando los aretes.
Tiré de las puntas de su cabello y le besé la punta de la nariz.
—Creo que esos son perfectos.
Pagué mientras ella iba al baño. Sabía que necesitaba un segundo
para estar sola. Aubrey inesperadamente tenía estos momentos
vulnerables casi como si estuviera reviviendo ese momento de su
vida nuevamente. Tan rápido como venían, los escondía debajo de
su alfombra, que estaba llena de nada más que un montón de
recuerdos y sentimientos.
Tan pronto como salió del baño, volvió a ser mi chica. Justo como
sabía que sería.
Encontramos un pequeño bar de mal muerte que servía comida y
tenía música en vivo con karaoke. Nos sentamos a cenar durante las
siguientes horas hablando y disfrutando de la compañía del otro.
Pedí unas bebidas y la camarera no nos pidió una identificación. Yo
iba a cumplir veinte pronto y ella diecinueve, pero a menudo me
decían que parecía mucho mayor de lo que era. Tomamos un taxi esa
noche, así que también disfruté de las bebidas. No pasó mucho
tiempo para darme cuenta de que el alcohol estaba afectando a
Aubrey. Nunca la había visto borracha antes y fue jodidamente
entretenido. Solo hizo que me enamorara un poco más de ella, si es
que eso era posible.
—Estás borracha, dulzura.
Ella negó con la cabeza y cerró los ojos con una adorable sonrisa
en el rostro.
—Nah uh—se rio, haciéndome reír.
—Sigues mirando el teléfono, McGraw. ¿Esperas una llamada
telefónica?
—Algo como eso.
—¡Ay! ¿Te va a llamar el amor de tu vida? —Ella sonrió,
moviendo las cejas.
—No, cariño, ella está sentada justo en frente de mí.
Ella sonrió ampliamente y juro que iluminó toda la habitación.
—Bueno, estoy esperando una llamada telefónica de mi padre—
dijo, tomando un sorbo de su bebida.
—¿Sí? —Le di una mirada inquisitiva.
—Mmmjá…— respondió con la pajita todavía en la boca—. Está
fuera por negocios y no he hablado con él en varios días. Supongo
que mi tía le dijo que estábamos de vacaciones y me envió un
mensaje hoy temprano para decirme que intentaría llamarme
pronto.
Asentí.
—Voy a ir al baño. —Se puso de pie y comenzó a alejarse—.
Vuelvo enseguida—dijo por encima del hombro.
Agarré su muñeca, girándola hacia mí. Ella chilló cuando acerqué
sus labios a los míos para besarla. Era tan jodidamente irresistible en
ese momento que, si no estuviéramos en un bar lleno de gente, la
follaría aquí mismo, sobre la maldita mesa.
—Ahora, puedes ir al baño—le dije, despidiéndola.
Ella puso los ojos en blanco y me besó de nuevo. Se estaba
tomando su tiempo en el baño y yo estaba a punto de ir a buscarla
cuando At Last de Etta James sonó a través de los altavoces.
Me reí porque yo conocía a mi chica.
Levanté la vista hacia el escenario y allí estaba ella, de pie, tan
guapa como siempre, con un micrófono en la mano. Balanceando su
cuerpo de la manera más sexy que jamás había presenciado.
Mi polla se sacudió.
El ritmo de la música se encendió y ella movió las caderas sin
esfuerzo, levantando su cabello mientras sus caderas comenzaban a
balancearse más rápido. La letra comenzó y gradualmente movió las
manos desde su cabello hasta su cuello, sus senos y luego su cuerpo.
Cantó, tocándose exactamente como yo quería tocarla. Negué con la
cabeza y ella entendió mi advertencia silenciosa, mientras cantaba la
nota alta. No tenía idea de que pudiera cantar tan bien.
Se acercó a mí, lentamente, haciéndome esperar. Provocándome
aún más, sus manos recorriendo su cuerpo. Haciendo un baile
sensual, sin perderse nunca la letra de la canción. Cuando finalmente
llegó a mí, bajó su cuerpo por mi pecho al ritmo de la música. Se
movió para sentarse en mi regazo y meneó provocativamente sus
caderas contra mi polla ya tremendamente dura. Se lamió los labios
cuando sintió mi necesidad por ella.
Me mordí el labio inferior y abrí las piernas, sabiendo que todos
nos estaban mirando y que probablemente nos iban a echar del bar,
pero en ese momento me importaba un carajo. Mi chica estaba en mi
regazo y si quería darme un baile erótico frente a un montón de
extraños, ¿quién era yo para negarle esa felicidad?
Se inclinó hacia atrás y giró sus caderas como si me estuviera
follando mientras el epílogo de la canción subía, luego agarró mis
manos para tocar sus senos y su cintura, deslizando su cuerpo
encima del mío todo el tiempo. No pude soportarlo más, agarré su
cabello, acerqué su rostro al mío mientras cantaba la última parte de
la canción.
Tan pronto como terminó, hundí mi lengua profundamente en su
boca, mordiendo su labio inferior para mostrarle a quién pertenecía
sin poder tener suficiente de ella. Todo el bar aplaudió y vitoreó.
Aubrey se levantó de mi regazo e hizo una reverencia por su sexy
actuación .
Pedí la cuenta y nos largamos de ahí.

Aubrey
Sinceramente, no sé qué me pasó. No me gustaba de ser el centro
de atención, pero cuando entré en el baño sentía un deseo
abrumadoramente fuerte de hacer que él me deseara como nunca
antes, quería ser la instigadora. Cuando salí al área del bar, vi a la
chica que estaba cantando bajarse del escenario. Fue entonces
cuando supe que quería montar un espectáculo para él.
Tan pronto como vi la selección de música, recordé su amor por
los blues. Nunca olvidaría su rostro mientras cantaba y bailaba para
él, como si el bar no estuviera lleno de una multitud observando
cada uno de mis movimientos. Siempre pasaba cuando estábamos
juntos. Todo y todos simplemente se desvanecían y nada importaba
excepto nosotros.
El viaje en taxi a la cabaña fue interesante por decir lo menos.
Nuestro pobre conductor definitivamente tuvo un espectáculo
mientras yo estaba a sentada horcajadas sobre el regazo de Dylan, en
gran medida por cómo nos besamos. Dylan le arrojó algo de dinero
antes de que me sacara del taxi con mis piernas alrededor de su
cintura y mis brazos alrededor de su cuello.
—Te deseo—gemí en su oído, besando el costado de su cuello.
En el segundo en que sus labios tocaron los míos, gruñó,
separándolos. Sus manos estaban sobre mí. No podía decidir dónde
quería tocarme más. Me Disfruté cada toque y sensación que tenía
para ofrecer, deleitándome con la emoción de lo que estaba por
venir. Dylan siempre estaba controlado, pero el espectáculo que le
brindé y el alcohol corriendo por sus venas, fue suficiente para
hacerle perder el sentido de la razón.
Exactamente como yo lo hacía cuando estaba con él.
Alcancé su cinturón y él ansiosamente movió las caderas contra
mis manos mientras yo abría el botón y la cremallera. No pude
quitárselos lo suficientemente rápido. Saqué su polla larga y gruesa
y la acaricié agresivamente mientras él abría la puerta. Entramos de
prisa y la pateó, cerrándola detrás de él para estrellarme contra ella.
Debería haberme sorprendido, pero no fue así.
Me abrió la blusa, los botones volaron por todas partes con el
sonido de ellos cayendo al suelo. Mi sostén fue quitado en segundos.
Sentí sus manos fuertes y callosas amasando bruscamente mis senos
mientras chupaba y lamía alrededor de mis pezones. Mi espalda se
arqueó, haciéndome agarrar su nuca. Lo quería más cerca y, sin
embargo, todavía no estaba lo suficientemente cerca.
Gemí cuando colocó mis pies en el suelo, pero no sentí la pérdida
de su toque por mucho tiempo. Me empujó bruscamente contra la
puerta de nuevo, quitándome la falda y las bragas. Ni siquiera tuve
tiempo de parpadear antes de que su lengua empujara en mis
pliegues, arremolinándose en mi abertura.
—Joder—jadeé mientras colocaba un muslo sobre sus hombros.
Mis manos instantáneamente fueron a su cabello, apartándolo de
su rostro para poder mirar. Me encantaba ver cuando su rostro
estaba enterrado en mi área más sagrada.
El lugar donde solo él me ha tocado.
Como si leyera mi mente, abrió los ojos para mirarme mientras
me chupaba el clítoris, moviendo con urgencia la cabeza de un lado
a otro seguido de un movimiento de atrás hacia adelante.
—¡Ah!—grité, tratando de orientarme.
Mi pecho se agitaba con cada manipulación precisa. Su boca
literalmente me devoraba, como si fuera su maldita comida favorita
del día. Lo vi empujar dos dedos en mi húmedo calor causando que
mis piernas temblaran, lo que solo hizo que me follara con los dedos
más fuerte y me lamiera más rápido. Acercándome al borde de mi
liberación, iba a tener el orgasmo más intenso de mi vida.
A través de los ojos entornados, lo vi comenzar a acariciarse el
pene y esa fue mi perdición. Me corrí tan jodidamente duro que vi
estrellas. Ni siquiera tuve un segundo para recuperarme antes de
que él me levantara, estrellándome contra la puerta una vez más y
hundiéndose profundamente dentro de mí con una fuerte estocada.
—Joder—gimió en voz alta contra mis labios entreabiertos—. Me
vuelves tan malditamente loco—fue lo último que dijo mientras me
follaba lentamente.
Saboreando el momento.
—Tómame como quieras—exigí con voz áspera, lamiendo sus
labios y arañando su espalda—. Fóllame—susurré cerca de su oído
en un tono seductor.
No tuve que decírselo dos veces. Nunca era rudo conmigo,
siempre habíamos hecho el amor, pero quería que me poseyera.
Romperme de todas las formas posibles.
Mentalmente.
Emocionalmente.
Sexualmente.
—Recuéstate—ordenó con voz ronca,
Hice lo que me dijo. Puso una de sus manos alrededor de mi
garganta y la otra en mi cadera, agarrándome con fuerza. Aplicando
presión en ambos. Sabía que habría marcas por todo mi cuerpo
cuando terminara conmigo, pero no me importaba. Las quería.
A. Cada. Una.
Con fuerza y urgencia me hizo rebotar sobre su polla mientras se
estrellaba contra mí. Nunca lo había sentido tan profundamente
antes y el dolor junto con el placer fue suficiente para llevarme al
punto de no retorno.
Tomé aire.
—Tu polla se siente tan jodidamente grande. Estoy llegando al
clímax tan fuerte.
Gruñó y agarró mis caderas con más fuerza, nada lo excitaba más
que las palabras obscenas que salían de mi boca. Inclinó mi cuerpo
de una manera en la que sentí que me iba a caer.
q q
—Te tengo—exhaló, leyendo mi mente.
Asentí y rápidamente empujó dentro de mí, excepto que esta vez
su polla golpeó mi punto dulce con más fuerza.
—Joder…—dijimos al unísono mientras me follaba bruscamente,
sosteniendo mis caderas y el peso de mi cuerpo todo el tiempo. Mis
sonidos se hicieron más y más fuertes a medida que me acercaba a
mi liberación.
—Oh, Dios mío, Dylan, me voy a correr muy fuerte. Voy a
correrme tan jodidamente duro. Por favor... por favor... por favor...
haz que me corra.
Me folló más fuerte y rápido, embistiendo sin piedad dentro de
mí, sus bolas empapadas de mi humedad.
—Eso es, nena… aprieta mi polla con tu estrecho coño. No puedo
tener suficiente de esto, quiero devorarte.
El sonido de bofetadas de nuestro contacto piel con piel resonaba
en la habitación.
—Sí… sí… sí…—gemí sin aliento.
Mi cuerpo se estremeció, desequilibrándome por la intensidad y
el orgasmo abrumador que solo Dylan podría darme. Nadie sería
capaz de tocarme como él y lo supe desde el momento en que puso
sus manos sobre mí por primera vez.
Era suya.
No se detuvo, sus manos se movieron a mis hombros mientras
continuaba follándome violentamente. Traté de mantener su ritmo,
apenas había terminado de correrme antes de que otro orgasmo me
golpeara.
—Joder, sí… hazlo, hazlo, hazlo—instó—. Sigue corriéndote
sobre mi polla.
Caí hacia adelante, aferrándome a su cuello. Hizo ese sonido de
rugido desde lo más profundo de su pecho cuando ambos nos
corrimos. Jadeando profusamente, tratando de orientarnos mientras
depositaba besos por todo mi rostro, aún sin salir de lo más
profundo de mí.
—Te jodidamente amo. Joder, te amo tanto, Aubrey. Soy tuyo.
—¿Lo prometes?
Me miró profundamente a los ojos y habló con convicción,
—Siempre.
Capítulo 19
Dylan
Me desperté a la mañana siguiente con Aubrey en mis brazos y
supe en ese momento que nunca más quería despertar sin ella a mi
lado. La abracé más fuerte y besé la parte superior de su cabeza.
—Podría acostumbrarme a despertarme así, McGraw.
Sonreí, ella estaba pensando lo mismo que yo.
—Bueno, supongo que es bueno que esté en Ohio State contigo,
así que las probabilidades de que nos despertemos así todas las
mañanas parecen bastante prometedoras—anunció ella de la nada.
Me senté, llevándola conmigo.
—¿Qué?
Ella sonrió y se encogió de hombros.
—He estado esperando el momento adecuado para decirte que
me aceptaron en Ohio State. Presenté mi solicitud hace meses
cuando nosotros…—Ella negó con la cabeza—. Cuando… te estaba
alejando. Lo siento por eso, McGraw. Nunca me disculpé por lo
que…
Puse un dedo en sus labios, silenciándola.
—Eso está en el pasado, cariño. No soy de los que se detiene en
algo que ninguno de nosotros puede cambiar. Estoy aquí ahora y eso
es todo lo que importa —dije, acariciando su mejilla.
Ella asintió, lanzando sus brazos alrededor de mí. La presioné
más cerca de mi cuerpo y fue entonces cuando noté los moretones en
su espalda.
—Mierda.
Inmediatamente se apartó de mí y vi los moretones en sus
caderas, su cuello y algunas marcas de mordeduras en sus senos.
—Joder—rugí, observando las marcas moradas y negras que le
había provocado—. ¿Por qué no me dijiste que te estaba lastimando,
dulzura?
—¿Qué? —Se miró y se rio—. Yo quería eso. —Ella volvió a
mirarme—. Te quería. Creo que tú y yo sabemos que lo disfruté
mucho. Además, me salen moretones con facilidad. Acabamos de
tener sexo duro, estás pensando demasiado en eso.
Aparté el cabello de mi cara, sosteniéndolo en la esquina de mi
cuello.
—No debería haber bebido tanto—revelé, de repente recordando
mi cagada.
—Por favor no hagas eso, Dylan. Yo lo quería. Lo pedí. Me
encantó.
—No usamos un condón, dulzura—dije, sacudiendo la cabeza.
Sus ojos se abrieron como platos, pero se recuperó rápidamente.
—Está bien. —Ella sonrió—. No estoy ovulando.
—¿Y cómo lo sabes?
—Tengo una aplicación en el teléfono y me dice cosas así, pero tal
vez debería tomar la píldora, ¿verdad?—preguntó nerviosa.
—No tienes que hacer eso por mí.
—Lo sé. Quiero hacerlo por mí. Por nosotros. Supongo que ni
siquiera prensé que el sexo sin barreras se sentiría tan diferente.
Quiero que siga así. Quiero sentir todo de ti, siempre sin nada entre
nosotros. —Ella se sonrojó, mordiéndose el labio y cubriendo sus
pechos con la sábana.
Tiré de las puntas de su cabello.
—Nunca lo he hecho así antes.
—¿En serio?
Negué con la cabeza.
—También me he hecho la prueba. Antes de que nos juntáramos.
Quería asegurarme…
Me tiró a la cama y me besó por toda la cara.
—¡Te amo, te amo, te amo!—repitió, y le di la vuelta.
—Ahora, trae ese dulce coño aquí, cariño, y monta mi cara. Es la
hora del desayuno.
Y lo hice por el resto de la mañana. Era por la tarde cuando
finalmente salimos de nuestra cama. Nos duchamos juntos y
almorzamos. Nuestras escapadas sexuales nocturnas y matutinas
nos dejaron a los dos bastante hambrientos.
—Busqué en Google uno de los senderos y pensé que tal vez
podríamos salir a correr. Quiero hacer una prueba para el equipo de
atletismo en Ohio State y necesito toda la práctica que pueda tener.
—Lo que quieras—dije, revisando el teléfono.
—Guau. Podría acostumbrarme a que digas eso.
Me reí, volviendo a colocar el teléfono en la encimera.
—También es un camino privado. Todo el mundo va por el
sendero The Cades Cove Loop o The Ramsey Cascades, así que tal
vez podríamos... ya sabes. —Ella me miró meneando las cejas.
—Estaré mirando tu culo todo el tiempo que estemos corriendo,
dulzura. ¿Qué opinas?
Saltó del taburete y se fue hacia nuestra habitación. Me puse las
zapatillas y saqué dos aguas de la nevera. Aubrey salió con un sostén
deportivo amarillo y pantalones cortos de algodón blanco, con el
cabello atado en uno de esos nudos en la parte superior de la cabeza.
—¿Estás listo?—me preguntó, atrapándome mirándola.
—Dirige el camino, hermosa—le dije, golpeando su trasero.
Ella tomó mi mano y abrió la puerta, pero me detuve cuando
escuché mi teléfono sonar en el bolsillo.
—Mierda. Oye, dame un segundo. —Puse mi mano sobre el
auricular—. Tengo que contestar esta llamada. —Le di una mirada
g q
de disculpa.
—Ah, ok. —Empezó a regresar a la cabaña-
—Solo ve. Te alcanzaré, cariño.
—¿Estás seguro?
—Sí. Es el sendero que vimos en el camino hacia aquí, ¿verdad?
Ella asintió.
—Sí, es sólo un sendero recto. No será difícil encontrarme, pero
¿estás seguro? Puedo esperarte.
—No, está bien. Tú ve—dije insistentemente.
—De acuerdo.
La besé y ella se giró para irse, estaba a punto de cerrar la puerta
detrás de ella.
—Dulzura.
Se detuvo y volvió a entrar mientras yo me quitaba la camiseta y
se la tiraba.
—Ponte algo de ropa.
Ella sonrió, riendo a carcajadas mientras se ponía la camiseta.
—No estaré muy lejos detrás de ti.
—¿Lo prometes?—dijo en tono de broma.
—Siempre.
Me lazó un beso y se fue. Miré mi teléfono, aliviado.
—He estado tratando de comunicarme contigo durante semanas.
Estoy tan contento de que finalmente me devuelvas la llamada.

Aubrey
Tenía los auriculares puestos, la lista de reproducción de blues de
Dylan a todo volumen y mi botella de agua a mis pies mientras
estiraba los músculos durante unos minutos. Fue entonces cuando
me di cuenta de lo dolorida que estaba realmente. Sonreí para mis
adentros recordando todo lo que pasó anoche y esta mañana. La
sensación de aleteo en mi vientre aún persistía. Me sacudí los
sentimientos mientras corría por el sendero calentando mi cuerpo
para la carrera que tenía por delante.
No pude evitar pensar en Dylan y en lo mucho que lo amaba.
Cómo nuestra relación era genuinamente autentica ahora. Del tipo
que lees en los libros y ves en las películas.
De la que estaban hechos los cuentos de hadas.
Nunca había sido más feliz en toda mi vida, y todo gracias a él. Él
me cambió en más formas de las que nunca imaginé posibles. Las
emociones, los sentimientos, la devoción, la adoración y el amor.
Vivía y respiraba por él. Era real.
Sincero.
Consumidor.
Pensaba en él cuando estaba sola e incluso cuando estaba en sus
brazos. No importaba dónde estuviera, siempre quería estar cerca de
Dylan. Nunca nada era suficiente. Solo el pensamiento de que
pronto me mudaría y estaríamos juntos todos los días como antes
era todo lo que quería y necesitaba.
Que alguien me amara.
Exactamente como él lo hace.
Finalmente lo había encontrado o tal vez él me encontró a mí,
pero lo único que importaba era que la soledad se había ido, como si
nunca hubiera estado allí para empezar.
Corrí más rápido, mi cuerpo acostumbrándose al ritmo y al
rápido movimiento de mis piernas. Con cada paso me sentía más
ligera de los demonios que me perseguían. De la tristeza que
siempre sentía como si estuviera al acecho a la vuelta de la esquina,
lista para hundirme.
Cerré los ojos por unos segundos queriendo recordar este
momento. Grabarlo en mi mente y asegúralo en mi corazón.
Jadeé, casi perdiendo el equilibrio cuando sentí que sus fuertes
brazos me rodeaban.
—Dios, McGraw, me asustaste como la mierda—me reí, mi
corazón se aceleró por la carrera y su ataque sorpresa. Tomé algunas
respiraciones constantes esperando que él dijera algo y me quité los
auriculares.
Silencio.
—¿Dylan? —Me reí nerviosamente, tratando de darme la vuelta.
—Aquí no hay ningún Dylan, cariño—respondió una voz
profunda.
Una voz que no reconocí. El olor a whisky asaltó mis sentidos y el
pánico se apoderó de mí. Mi corazón se detuvo de inmediato e
instintivamente grité a todo pulmón, tratando de luchar contra él. Se
rio entre dientes contra mi oído, presionándome más cerca de su
pecho.
—Haz tu mejor esfuerzo, perra. Nadie puede oírte aquí afuera—
dijo con voz áspera en un tono amenazador que hizo que mi cuerpo
se estremeciera—. Me encanta hacerlas gritar a todas—agregó. Su
voz sonaba apagada y pude escuchar algún tipo de acento.
—¡No!—gemí, sacudiéndome patéticamente, pateando y gritando
a todo pulmón—. ¡Dylan, Dylan! —repetí una y otra vez, con la
esperanza de que en cualquier momento vendría y me salvaría de
este infierno—. ¡No! ¡No! ¡No!—grité en vano, haciéndolo reír.
El bastardo se reía.
Su cuerpo se estremeció contra el mío. Luché más duro. Luché
tan jodidamente duro, tratando de liberarme del monstruo que
estaba a punto de quitarme la vida.
Mis vapuleados pies conectaron con su espinilla, haciendo que
sus brazos se aflojaran lo suficiente como para darme la ilusión de
libertad. Tropecé hacia delante raspándome la rodilla con la grava,
tratando de escapar, tratando de correr hacia mi felicidad.
Dylan.
No fui lo suficientemente rápida.
—¿A dónde crees que vas?
Me levantó en el aire como si no pesara nada y me golpeó la cara
contra el suelo. El dolor irradiaba por todo mi cuerpo. Me atraganté
por la repentina pérdida de aire y me quedé sin aire con todo su
peso descansando sobre mi espalda. Aspiré aire que no estaba
disponible para tomar mientras él agarraba mi cabello con fuerza y
me echaba violentamente la cabeza hacia atrás, casi desmayándome
por el dolor. Mi visión se volvió negra y parpadeé para alejar los
puntos blancos.
—Por favor, por favor, no me lastimes—,solté atontada.
Suplicándole que me soltara.
Tiró de mi cuello más hacia atrás, y juro que pensé que me iba a
arrancar el pelo.
—Por favor—repitió sádicamente—. Oh, cariño, quiero que
ruegues. Quiero que me ruegues que me detenga. Solo hace que mi
polla se ponga más dura para ese dulce y pequeño coño que estoy a
punto de romper en pedazos.
Movió las caderas un par de veces contra mi culo. Restregando su
ya dura polla sobre mí. Podía sentirlo en todas partes, sus sucias
manos me violaban. La bilis subió a mi garganta. La bilis contra la
que estaba luchando para contener estaba volviendo a subir.
Instantáneamente comencé a llorar. Las lágrimas corrían por mi
rostro, mis labios temblaban y mis dientes castañeteaban.
—¡Por favor, no hagas esto! Por favor, por favor, no hagas esto—
sollocé una y otra vez, mi cuerpo convulsionando.
—¡Cierra la puta boca! ¡Vas a disfrutar lo que tengo reservado
para ti, y si no lo haces, lo haré jodidamente de nuevo!
Me escupió en la cara y golpeó mi cabeza contra la tierra, la frotó
de un lado a otro como si estuviera tratando de enterrar mi cara en
ella. La tierra, las hojas y las ramas en el suelo me arañaron aún más
la cara.
Podía sentir cada pequeña piedra cortando mi mejilla. Lloré y
grité más fuerte, agitando las piernas. Grité hasta que mi voz se
sintió áspera y mi boca seca. Mi garganta ardía y los sonidos
simplemente se desvanecieron.
Tiró de mi brazo hacia atrás, levantándolo más arriba de mi
espalda y grité de dolor.
—No te muevas. Te romperé el maldito brazo. Pero, cariño,
puedes seguir adelante y tratar de pelear conmigo. Solo hará que te
folle más fuerte.
Soltó mi cabello y, lenta y deliberadamente, deslizó su mano
hasta mi cintura.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡Por favor, por favor, no me hagas daño! ¡POR
FAVOR!— lloré y supliqué. Mis lágrimas tan intensas y
estremecedoras que ya no podía ver. No podía respirar, no podía
moverme—. ¡Te lo ruego, por favor, no hagas esto! ¡Te daré lo que
quieras, pero no me lastimes!—lloré abiertamente, suplicándole al
hombre que sabía que me iba a causar dolor.
Tiró del dobladillo de mi camiseta sobre mis ojos y nariz dejando
mi boca expuesta. Quitando todo mi entorno y envolviéndome en
nada más que el aroma de Dylan. Mis auriculares para los oídos
ahora más cerca de mi cara, la lista de reproducción de Dylan mi
único consuelo mientras mi alma estaba siendo destruida. Podía
escuchar débilmente Ain't No Sunshine.
—Mmm…—gimió, haciéndome estremecer—. Mucho mejor.
Tocó toda mi espalda con sus manos sucias, bajando lentamente
hasta mi cintura otra vez, rompiendo mis pantalones cortos y
haciéndome dar una sacudida.
—Vamos a las cosas buenas, ¿te parece?
Sollocé, ahogándome con mis lágrimas cuando él presionó una
mano sobre mis caderas, arrancándome bruscamente los pantalones
cortos y las bragas.
—¡No!—grité, pateando y luchando con cada gramo de fuerza
que podía reunir. Su mano que me sostenía hacia abajo se soltó un
poco, y me levanté lista para correr. Por un segundo me hizo sentir
que tenía una oportunidad, por un momento pensé que esta
pesadilla había terminado. Estaba sobre mis manos y rodillas, mi pie
cavando en la tierra para levantarme.
—¿Por qué estás corriendo? La diversión acaba de empezar—se
burló, agarrando mi tobillo, haciéndome caer de cara al suelo.
Arrastrándome de vuelta hacia él. Mi estómago ahora está siendo
desgarrado por la suciedad.
Estaba jugando conmigo, yo era su presa.
Luché contra él cuando lo escuché bajarse la cremallera, pero fue
inútil. Él era demasiado fuerte para mí. Nunca tuve una oportunidad
y cuando me di cuenta de eso, me volteó bruscamente sobre mi
espalda y me abofeteó tan fuerte en la cara que inmediatamente
saboreé sangre. No se rindió, me golpeó el estómago y las costillas
repetidamente, hasta que no me quedó nada de lucha, y todo lo que
quería hacer era morir. Nunca pensé que podría haber un dolor así.
Cuando me sujetó las manos con una brida, supe que no había forma
de salvarme.
Mi cuerpo moribundo yacía inerte en un charco de mi propia
miseria mientras él me violaba. Escuché lo que sonaba como una
navaja e instantáneamente comencé a luchar contra él una vez más.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡Por favor!—supliqué en agonía. Mi cuerpo se
estaba desvaneciendo lentamente, mi alma muriendo, todo mientras
él me violaba una y otra vez.
Sentí el cuchillo en mi cuello y cerré los ojos, pensando que ese
era el momento en que iba a morir. Iba a matarme viendo la camiseta
de Dylan y envuelta en su aroma que con tanto amor me daba para
protegerme, escuchando la música que me hizo enamorarme de él.
Desgarró el centro de mi sostén deportivo, dejándome mucho
más expuesta que antes. El cuchillo rozó levemente mi pecho con
cada movimiento de su muñeca, y me golpeó en el estómago de
nuevo. Mi cabeza yacía floja contra la tierra, y vagamente sentí su
cuerpo encima del mío antes de que terminara de matarme. Empujó
tan fuerte dentro de mí que mi cuerpo se sacudió hacia adelante por
el dolor de su repentina intrusión.
Esto no está pasando, esto no está pasando. Dylan me salvará. Él me
salvará.
—Joder, te sientes mejor de lo que pensé—gruñó contra mi cara,
poniendo una mano alrededor de mi cuello y apretando su otra
mano en mi cadera, en el lado opuesto a donde las manos de Dylan
habían estado la noche anterior.
Jadeé por aire, por lágrimas, por mi voz, pero nada salió. El dolor
era demasiado abrumador, demasiado fuerte, demasiado
paralizante. Grité en agonía con cada violenta embestida. Empujó
dentro y fuera de mí. Bloqueé su voz y toda la mierda sucia que salía
de su boca acerca de que mi coño era tan jodidamente apretado, tan
jodidamente perfecto, tan jodidamente suyo. Cerré los ojos,
rogándole en silencio a Dios que me matara, que me dejara morir y
me quitara el dolor que sentía en cada fibra de mi cuerpo. El latido
entre mis piernas, el dolor en mis músculos, los moretones en mi
cuerpo y el agujero en mi corazón donde solía estar Dylan.
Me alejé, me distancié.
Aubrey se había ido.
Todo lo que quedó fue la chica violada.
Nada sería igual después de esto.
Nada…
Lo sentí correrse profundamente dentro de mí. Fue en ese
momento que perdí la fe en Dios, las esperanzas… ninguna luz al
final del túnel.
No para mí.
Nunca más.
Tembló con su liberación, gruñendo, mientras resistía el deseo de
vomitar. Suaves lágrimas se deslizaron de mis ojos, empapando la
g j p p
camiseta de Dylan. Se sentó y se abotonó los pantalones, el sonido de
su cremallera me perseguiría para siempre. Mantuve mi cara a un
lado, mi visión aún bloqueada, cayendo dentro y fuera de la
conciencia. Cada vez que parpadeaba, un recuerdo feliz aparecía a la
vista y al instante me era arrancado. Vi a mi madre, mi padrea ,
Dylan, los muchachos y a Alex, seguidos por nada más que
oscuridad. La soledad regresaba sigilosamente como si nunca se
hubiera ido, como si mi mente me estuviera mostrando por última
vez lo que era la felicidad, porque nunca volvería a sentirla.
—Mejor de lo que pensé que iba a ser.
Arrojó lo que parecía mi ropa rota sobre mi pecho.
—No finjas que no te gustó, puta sucia. Veo esos malditos
moretones en ti. A la chica le encanta lo duro, ¿eh? —se burló,
pateando lo que parecía tierra sobre mí.
Y ahí fue cuando morí un poco más.
Me pateó en el estómago por última vez e instantáneamente
retrocedí hacia un lado, agarrándome la cintura, una vez más
ahogándome por falta de aire.
—Hasta la próxima vez, pequeña provocadora.
Jadeé, desesperada por mi próximo aliento. Levantando las
rodillas para acostarme en posición fetal, temblando y de repente me
congelé. Me quité la camiseta de Dylan de la cabeza, colocándola
encima de mi cuerpo, tratando de encontrar el calor, la comodidad y
el consuelo que pudiera.
No sentí nada.
Estaba entumecida.
Ni siquiera el olor de Dylan me consoló o la suave melodía de
blues que nunca soportaría escuchar de nuevo.
No sé cuánto tiempo me quedé allí, fría, rota, sola con nada más
que mi desesperación y cerré los ojos deseando no despertar nunca.
Cuando escuché una voz familiar gritar:
—¡No!
Fue solo entonces que me di cuenta...
Dylan también, moría.
Capítulo 20
Dylan
No esperaba quedarme hablando por teléfono tanto tiempo. Una
conversación que no debía durar más de unos minutos duró casi una
hora. Cuando miré la hora, me di cuenta de que Aubrey ya debería
haber regresado. El vello de mis brazos se erizó y una horrible
sensación se apoderó de mí al instante.
Corrí al dormitorio y agarré la primera camiseta que pude
encontrar en el cajón. Me la lancé por encima de la cabeza mientras
corría hacia la puerta. Ni siquiera la cerré detrás de mí. Simplemente
salí corriendo, mis pies moviéndose por su propia cuenta. Cuanto
más tardaba en encontrarla, peor era la sensación que burbujeaba
dentro de mí. Pronto, todo lo que sentí fue pánico y una profunda
urgencia por verla. Aceleré, mis pies golpeando la tierra cada vez
más rápido, el sudor acumulándose en mis sienes con el corazón
latiendo desbocado en mi pecho.
Cuanto más me acercaba a ella, más la sentía a mi alrededor. Ella
tenía que estar cerca. La terrible sensación creció más y más,
haciéndome casi imposible mantener la calma.
No debí dejarla ir sola, no debí decirle que se fuera sin mí. No
debería haber contestado la maldita llamada.
Pensamiento acosadores s asaltaban mi mente, uno tras otro,
convirtiendo indicios de miedo en puro pánico de que algo terrible
podría haberle sucedido y yo lo permití. El sendero comenzó a
ascender, lo que me hizo aminorar la marcha. Sabía que tenía que
estar cerca, juro que podía oírla. Justo antes de que el sendero
comenzara a nivelarse, vi una de las zapatillas deportivas de Aubrey
y sus bragas blancas tiradas en el suelo. Nada podría haberme
preparado para lo que vi a continuación.
Nada.
Segundos antes de dar con su irreconocible cuerpo desnudo, la
escuché gemir de dolor. Alguien bien podría haberme dado un
mazazo en mi corazón en ese mismo momento. Algún hijo de puta
dejó al amor de mi puta vida tirado en el suelo como un pedazo de
basura que fue arrojado como si nada.
Tan pronto como la vi, supe que las cosas nunca volverían a ser
las mismas.
Nuestra relación.
Nuestro amor.
Nuestro futuro.
Mi chica.
Estaba tirada en el suelo, rota. Su piel una vez impecable ahora
cubierta de moretones. Su rostro cubierto de rasguños y sus
hermosos ojos ahora parecían vacíos. Las lágrimas rodaban por sus
mejillas y seguía meciéndose mientras sus manos estaban atadas al
frente.
—¡No!—grité. Corrí tan rápido como pude, cayendo de rodillas
incluso antes de llegar completamente a ella. Ignoré el dolor
punzante en mis rodillas.
Ella se estremeció, retrocediendo lejos de mí.
De mí.
—No, no, no, no…— repetía con una voz temblorosa que nunca
antes había escuchado.
—Soy yo, cariño.
Hizo una mueca como si le doliera oírme decir eso.
—Dios, lo siento mucho, cariño—supliqué sin saber dónde
tocarla, donde abrazarla, cómo consolarla. Necesitaba llevarla a un
hospital de inmediato.
Con manos temblorosas saqué el móvil y marqué el 911.
—¿Qué estás haciendo?— preguntó, voz sin emoción.
—Estoy pidiendo ayuda, dulzura.
Anhelaba tocarla y cuando volví a estirar las manos hacia ella se
retrajo como un niño herido.
—Por favor, no llames a nadie. Por favor —suplicó en un tono
que rompió mi maldito corazón más de lo que ya estaba.
Dejé el teléfono a mi lado y levanté las manos en el aire para que
pudiera verlas.
—No te voy a lastimar, dulzura. ¿Me entiendes? Estás a salvo
ahora, estoy aquí—dije suplicante.
Cerró los ojos, una sola lágrima cayó por su mejilla magullada.
—Bebé—murmuré con la voz entrecortada y los ojos llorosos—.
Bebé, por favor, déjame tocarte. Soy yo, Aubrey, soy yo.
Más lágrimas se deslizaron por su hermoso rostro y las sequé
suavemente, pero ella todavía se estremecía ante mi toque. Fruncí el
ceño y tomó toda mi fuerza de voluntad no romperme. Necesitaba
ser fuerte para ella.
Para nosotros.
—Por favor, cariño, abre los ojos y mírame, mira que soy yo.
Mis paredes se estaban derrumbando. Tomé sus manos cubiertas
de sangre que estaban atadas y las puse suavemente sobre mi
corazón.
—Siénteme, Aubrey.
Instantáneamente apartó sus manos de mí y se estremeció de
dolor.
Observé todos los moretones, las huellas de los dedos en su
cuello y brazos. Tuve que cerrar los ojos por un minuto antes de
pasar por debajo de su cintura, sabiendo ya lo que encontraría. Los
abrí e inmediatamente vi la sangre seca en la parte interna de sus
muslos y las marcas en sus piernas y rodillas desolladas.
Incliné la cabeza con tanta vergüenza y remordimiento,
golpeándome más fuerte que cualquier cosa que haya
experimentado antes.
—No, no, no… ¿qué fue lo que te hizo, bebé? ¿Qué mierda le hizo
a mi chica? —Gemí abiertamente, tratando de recuperar el aliento—.
Lo siento mucho, Aubrey, lo siento mucho—me atraganté colgando
la cabeza sobre su cuerpo.
Mi cara estaba empapada con nada más que culpa.
Me senté tirando de mi camiseta por encima de mi cabeza.
—Te voy a sentar para poder ponerte esto, y luego te voy a cargar
y vamos a ir al hospital para que el doctor pueda revisarte y
asegurarse…
—¡NO!—gritó, abriendo los ojos—. Nada de jodidos hospitales.
¡No quiero ir! Por favor, por favor, por favor, no me hagas ir. Te lo
ruego, por favor…
—Shhh…—susurré, acariciando su rostro con el nudillo de mi
mano—. Shhh… Todavía voy a sentarte y cargarte, ¿ok? Podemos
volver a la cabaña, y puedo revisarte. ¿Está bien?
Ella no respondió, pero tomé su silencio como un sí. Gimió de
dolor cuando la senté, y rápidamente le coloqué la camiseta por la
cabeza y el cuerpo. Las cuerdas no me permitieron pasar los brazos
por las mangas.
Se alejó de mí como si el simple olor a mí fuera doloroso.
—Voy a llevarte ahora. Podemos ir tan lento como necesites,
cariño.
—Solo hazlo—respondió ella en un tono duro.
La levanté en mis brazos como si fuera un bebé, con cuidado de
no lastimarla. Ella lloró todo el camino de regreso a la cabaña. Cada
lágrima que caía de su rostro quedaría grabada para siempre en mi
alma.
Cada. Una. De. Ellas.
Abrí la puerta, tratando como el demonio de no hacer ningún
movimiento brusco que le causara más dolor. Recogí las tijeras de la
cocina y la acosté suavemente sobre la cama en uno de los otros
dormitorios. No quería correr el riesgo de cargarla por las escaleras
hasta nuestra cama. Corté las cuerdas, con náuseas todo el tiempo.
Cuando los escuchó romperse, inmediatamente se deslizó lo más
lejos posible de mí, a pesar de que no causó más que más agonía en
su cuerpo ya roto.
—Bebé—susurré, sentándome en el borde de la cama, y tratando
de agarrarla.
Ella puso las manos en el aire, deteniéndome.
—Por favor, solo vete—murmuró, apenas lo suficientemente alto
para que yo la escuchara.
—¿Ir a dónde, cariño? ¿Dónde quieres que vaya? No voy a dejarte
así.
Me miró directamente por primera vez desde que la encontré con
los ojos muertos. No queda ni una pizca de amor allí para mí.
—Lejos. Lejos de mí—dijo rechinando los dientes que
castañeteaban.
Negué violentamente con la cabeza, los puños apretados a los
costados.
—No puedo hacer eso. Aubrey, déjame llevarte al hospital. Ellos
pueden revisarte, y podemos atrapar a este tipo. Algo puede…
—No—argumentó ella con severidad—. ¿No lo ves, Dylan? Es
demasiado tarde, el daño ya está hecho. Ya estoy muerta.
—Oh, Dios mío, no digas una mierda así. —Puse la mano sobre
mi corazón, tratando de mantenerlo unido. Me levanté de la cama y
caminé de un lado a otro, deseando nada más que ella me dejara
abrazarla, mostrarle que todavía tenía vida en ella.
Sobre todo, quería quitarle todo lo que ese hijo de puta le había
hecho a mi chica.
—Bebé, estás aquí—lloré, pasando las manos por mi cabello—.
Estás jodidamente delante de mí. No estás muerta. Estás
jodidamente aquí conmigo—argumenté, golpeándome el corazón
con el puño.
—¡Solo vete! No te quiero aquí. ¡Por favor, sal! —Su cuerpo
temblaba de ira.
—Si no me vas a dejar llevarte para que te ayude, déjame mirarte.
Déjame asegurarme…
Se arrastró hasta el final de la cama, su cuerpo casi se rinde. Me
estiré una vez más para ayudarla y ella me apartó las manos. Se
puso de pie lentamente, sacando los brazos por las mangas para
sostener sus costillas y apoyarse contra el marco de la cama.
Di un paso hacia ella.
—Déjame ayudar…
—¡Dios!—gritó, deteniéndome en seco.
Nos miramos a los ojos.
—¡Mírame, Dylan! ¡Maldita sea, mírame! ¿Qué pueden hacer
ellos por mí? ¡Nada! ¿Qué puedes hacer por mí? ¡Jodidamente nada!
El daño ya está hecho. ¡No puedes ayudarme! ¡No puedes salvarme!
¡Llegaste demasiado tarde!
Inmediatamente me eché hacia atrás como si me hubiera dejado
inconsciente. Lágrimas frescas brotaron de sus ojos, y tomé todo de
mí para no correr a su lado y rogarle que me perdonara.
—¡Ahora vete!—gritó a todo pulmón, estremeciéndose una vez
más por el dolor en sus costillas, estaba seguro de que estaban rotas.
Me quedé allí, pegado al maldito suelo que se estaba
derrumbando debajo de mí. No había vuelta atrás de esto. Solo se
necesitó una llamada telefónica para arrancarme la felicidad, para
quitarme a mi chica.
La ironía no se me pasó por alto.
—¡VETE!
Cayó al suelo derrotada y se meció de un lado a otro. Se hizo
añicos y esta vez no pude recoger los pedazos.
Negué con la cabeza, inclinándola en derrota y salí de la
habitación. Escuché que la puerta se cerró de golpe unos minutos
más tarde mientras me paseaba por la sala de estar, tirando del
cabello en mi nuca, queriendo nada más que arrancarlo de una puta
vez.
Estaba perdido.
No sabía qué podía hacer. No sabía qué podía decir. No sabía una
maldita cosa sobre cómo manejar esto.
Cómo manejarla.
Cuando escuché que la ducha comenzaba a correr, el pánico puro
se instaló en mis huesos.
Estaba limpiando toda la evidencia.
—¿Qué diablos, Aubrey? —Me lamenté en voz alta para mí
mismo, mirando hacia el techo. Rezando en silencio a Dios para que
esto fuera una pesadilla de la que pronto despertaría. Un sueño
terrible.
Algo…
Cualquier cosa…
Que lo que realmente estaba sucediendo.
No tardé mucho en escuchar sus sollozos, cada uno de ellos
desgarraba mi corazón, mi alma, mi mente, como si fuera yo el que
estuviera llorando Cuanto más tiempo me quedaba allí, más
ruidosos se volvían.
—Por favor, Dios—lloré, mirando de nuevo al techo—. Por
favor… ayúdame, ayúdala. Por favor, te lo ruego. —No era un
hombre extremadamente religioso, pero sí creía en el poder de la
oración.
Pero en este momento le habría vendido mi alma al diablo si eso
significaba que le quitara el dolor, que volviera atrás lo que acababa
de suceder y su recuerdo de este día.
No pude soportarlo más. Entré corriendo a la habitación,
caminando lentamente hacia el baño como si estuviera caminando
hacia mi ejecución. En cierto modo, lo hacía. Con cada paso mi
corazón latía más rápido, sonaba más fuerte en mis oídos. Agarré la
manija, apoyando mi frente contra la puerta por unos segundos.
Rezando una vez más para que no me alejara. Tomé una respiración
profunda y temblorosa y gradualmente abrí la puerta.
Se me cayó el estómago.
Mi corazón ahora estaba en mi garganta con la bilis subiendo,
pero me la tragué. Las puertas de cristal de la ducha estaban tan
jodidamente empañadas por el vapor que salió inmediatamente del
baño como si no pudiera calentar el agua lo suficiente. Su piel de
color rojo brillante, solo acentuaba todos los moretones en el costado
de su estómago, sus brazos y piernas.
Estaba sentada en medio de la ducha con las piernas pegadas al
pecho y los brazos alrededor. Su rostro metido en el medio,
sollozando tan jodidamente fuerte, todo su frágil cuerpo temblaba
incontrolablemente.
El recuerdo de verla así me perseguiría para siempre. No habría
un día en el que no la viera así.
Desmoronándose frente a mí.
Ni. Un. Solo. Día.
Ni siquiera me molesté en quitarme los pantalones cortos o las
zapatillas. Abrí la puerta de vidrio y ella nunca dejó de llorar, en
todo caso, solo lloraba más fuerte. Me acerqué a ella con cautela,
aterrorizado de que me alejara, pero sin importarme si lo hacía.
Necesitaba abrazarla, ayudarla, hacer algo. Me agaché para sentarme
detrás de ella, colocando mis piernas alrededor de su cuerpo.
Suavemente toqué su espalda con la punta de los dedos, donde se
habían formado más moretones y cortes, instantáneamente cerré mis
ojos recordando que le puse algunos de ellos anoche. Negué con la
cabeza, sintiendo nada más que repugnancia hacia mí mismo. Su
cuerpo se estremeció cuando me sintió, pero no me detuve.
No podía.
Mis dedos se movieron a sus costados, su estómago y bajaron a
sus piernas. Queriendo transferirme todo el dolor y la pena que ella
estaba sintiendo. Queriendo recordar que hice esto. Que yo fui la
razón por la que fue violada. Que yo era la razón por la que mi chica
se había ido.
Sería enteramente mi culpa.
Tomé aire, mi pecho agitado por mis propios sollozos. Ella estaba
llorando histéricamente en ese momento. Envolví mis brazos
alrededor de ella, presionándola contra mi pecho, y ella me dejó.
Tan pronto como estuvo en mis brazos me derrumbé.
—Lo siento mucho, nena… lo siento tanto… por favor… por
favor… haré cualquier cosa para que me perdones… por favor… —
Me revolqué en su miseria y en la mía—. Lo siento tanto...
No sé quién lloraba más. Agua caliente y humeante se precipitó
sobre nosotros como si estuviera limpiando los errores que nunca
podría cambiar. Que nunca sería capaz de mejorar, que nunca sería
capaz de olvidar.
Nos quedamos así hasta que el agua se congeló y su piel comenzó
a ponerse azul. Cerré la ducha y la acuné en mis brazos, agarré una
toalla y la puse sobre ella. La llevé a nuestro dormitorio, subiendo
cada escalón con facilidad. Retiré el edredón y las sábanas antes de
colocarla suavemente debajo de ellas. No se movió del lugar donde
la acosté, solo miró hacia el techo al que estaba rezando, minutos tal
vez horas antes, y me pregunté si ella estaba haciendo lo mismo.
Me quité los pantalones cortos y agarré un par de bóxers secos.
Me senté en el borde de la cama, mirándola por unos segundos más.
Agarré lentamente la toalla e inmediatamente se congeló, sujetando
sus brazos con fuerza alrededor de su torso.
—Shhh…—susurré, poniendo su mano sobre mi corazón—.
Shhh... siénteme, dulzura, siente mi corazón latiendo por ti. —Puse
mi mano sobre la de ella y froté suavemente el pulgar hacia arriba y
hacia abajo.
j
Cerró los ojos, pero no se relajó. Le quité la toalla con cuidado,
nunca soltando su mano. Su rostro cayó a un lado en el momento en
que estuvo completamente fuera de ella. Mi mano fue directamente
a mi boca.
Mi tristeza se convirtió rápidamente en rabia.
No había un lugar en su torso que no fuera negro y azul, lo que
parecía una huella de bota grabada cerca de su ombligo. Me caí,
sosteniéndome con una mano al otro lado de su cintura.
Rompiéndome sobre mi chica, que ya estaba rota. Con mis dientes
castañeteando, besé su mejilla magullada, su cuello, su pecho, su
cintura, sus muñecas, en cada lugar donde veía una marca, la tocaba
con mis labios. Su cuerpo permaneció rígido todo el tiempo, pero no
me detuvo.
Tomaría lo que pudiera conseguir.
Cuando llegué a su cintura, estaba temblando, cerré los ojos para
tener el coraje de mirar su área sagrada que ya no era mía.
—Por favor, no lo hagas—lloró, leyendo mi mente.
—Tengo que asegurarme de que estás bien, cariño. No voy a
tocarte—respondí con agonía mezclada en mi voz, sin querer mirar
pero necesitando hacerlo.
Sollozó, aspirando aire mientras separaba las piernas y abría los
ojos. Resistí el impulso de golpear algo cuando vi los moretones en
la parte interna de sus muslos y sus pliegues hinchados. Había un
pequeño desgarro en su abertura, y tuve que apartar la mirada
incapaz de controlar la ira y el remordimiento que sentía ardiendo
por dentro.
Rodó sobre su costado, acunando su cuerpo en posición fetal. Me
deslicé hacia su frente y la envolví en mis brazos. Su rostro ahora
está a escasos centímetros del mío con sus ojos oscuros y dilatados,
vacíos, sin alma y muertos.
—Te amo. Te amo jodidamente mucho—solté, necesitando que
me escuchara decirlo.
Ella solo parpadeó sin emoción alguna.
—Lo siento mucho, lo siento mucho, lo siento mucho—repetí,
una y otra vez como un disco rayado, besando todo su rostro.
Metió la cara en mi cuello y lloró.
Me quedé allí tratando de mantenerla unida, sabiendo que no
importaba. Ella no fue la única que murió ese día...
Yo también morí.
Capítulo 21
Aubrey
Esa noche no dormí ni un segundo.
Apenas recordaba haber cerrado los ojos. Cada vez que lo hacía,
me llevaba directamente al momento en que mi vida me fue
arrebatada abruptamente.
Cuando morí.
Pensé que me dolía ese día, pero el dolor a la mañana siguiente
era casi insoportable. Ya no había un lugar en mi cuerpo que se
sintiera como mío. Era una extraña en mi propia piel.
Dylan me abrazó toda la noche, negándose a dejarme ir. Desearía
poder decirle que me dio consuelo o me hizo sentir segura, amada y
cuidada.
No lo hizo.
Me hizo sentir náuseas.
Su olor.
Resistí el impulso de alejarlo y vomitar durante toda la noche.
Desde el momento en que tocó cada uno de mis moretones en la
ducha, hasta la forma en que los besó en la cama, hasta el momento
en que miró entre mis piernas. Quería vomitar.
Dejé que me abrazara porque ¿qué más podía hacer?
No lo culpaba.
Pero tampoco podía mirarlo. Me arrancaron todo lo que amaba
de él, su toque, sus labios, su música, su olor.
Su amor.
Cada vez que lo miraba todo lo que sentía era odio, odio por el
hombre que no hacía nada más que amarme.
Se movió un poco cuando me alejé de él y me mordí el labio con
fuerza para contener el dolor y no dejar que escapara por mi boca.
No quería despertarlo. Ni siquiera quería estar cerca de él en este
momento.
No sé qué hora era cuando decidí dejar de fingir que dormía.
Hice una mueca en el instante en que mis pies tocaron el suelo
alfombrado, aferrándome las costillas que definitivamente estaban
rotas. Me quedé allí durante unos segundos, respirando a través de
la agonía que se apoderó del cuerpo que no reconocía. Caminé
lentamente hacia el baño, tratando de no hacer ruido.
Quería estar sola, solía odiar estar sola.
Quería y necesitaba tomar otra ducha. Para enjuagar la suciedad
que cubría todo mi cuerpo.
Todavía podía olerlo.
Todavía podía escucharlo.
Todavía podía jodidamente sentirlo por todas partes.
Cuando finalmente llegué al baño, me aseguré de cerrar la puerta
detrás de mí. No había ninguna posibilidad de que permitiera que
Dylan me abrazara de nuevo. Una vez era suficiente. Me encogí ante
el pensamiento. Me incliné sobre el lavabo, completamente desnuda
y sola. Tratando desesperadamente de sostener mi cuerpo que
parecía querer rendirse conmigo.
Me miré en el espejo y no reconocí a la chica que me devolvía la
mirada. Sus ojos estaban inyectados en sangre, vidriosos y vacíos. Su
mejilla tenía un moretón justo en el puente. Llevé mi mano hacia él y
la imagen de él dándome un revés en la cara inmediatamente voló a
mi mente. Mi cuello tenía marcas de dedos y moretones. No
quedaba ningún color piel, el pecho, las costillas y el estómago, eran
morados, azules y negros por todas partes.
Toqué la huella de una bota cerca de mi ombligo y sacudí la
cabeza, cerrando los ojos para bloquear el recuerdo de él
pateándome antes de dejarme allí para morir. Mi mano se movió
hacia mis pliegues como si una cuerda estuviera tirando de ella,
p g
siseé de dolor incluso antes de llegar a mi hueso púbico. Mi mirada
nunca dejó el espejo mientras miraba hasta el último centímetro de
mi cuerpo roto. Poco a poco volteé para ver mi espalda que se
parecía a mi torso.
Resoplé con disgusto cuando pensé en lo mucho que quería que
Dylan me marcara la noche anterior. Que me dejara moretones. Que
me hiciera suya.
¿Había pedido esto?
¿Me lo busqué yo misma?
Las marcas de Dylan se mezclaban con las suyas y no pude
diferenciarlas. No sabía cuál había pedido y cuál no.
Ya no sabía nada. Era un agujero negro de nada.
Abrí la ducha, poniéndola a la temperatura más alta posible y
entré, dando la bienvenida al calor. Esperando que quemara mi piel
contaminada, que quemara la sensación de sus manos sobre mí, su
cuerpo encima del mío. El agarre que sabía que nunca desaparecería,
sin importar cuánto lo intentara, cuánto lo deseara.
Mi mente se volvió loca. No podía hacer que se detuviera,
imagen tras imagen de mi brutal ataque se desarrollaba frente a mí.
Era como un hámster en una rueca sin lugar a donde ir.
Vueltas y vueltas en círculos sin final a la vista.
Escuché el crujido del pomo de la puerta y luego los golpes en
ella.
—Cariño—dijo mientras yo presionaba las manos contra la pared
de la ducha, apoyando la frente en el frío azulejo rústico.
—Por favor, bebé—me rogó, haciéndome estremecer con la
simple palabra bebé.
Cerré los ojos y todo lo que podía ver era a él. El cobarde que se
escondió detrás de un manto de anonimato, el monstruo que me
violó físicamente y mató mi ser.
Y todo lo que podía oler era a Dylan.
Me caí, sobre el desagüe.
—¡Mierda! ¡Aubrey, abre la maldita puerta!—dijo él golpeándola.
Vomité de nuevo, sosteniéndome las costillas que me dolían. Que
protestaban contra mis acciones.
—¡Puaj!—solté, lanzando un poco más. Escupí, limpiándome la
boca con el dorso de la mano mientras me deslizaba por las
baldosas.
—¡Aubrey! ¡Por favor! ¡Por favor, no hagas esto!—me suplicó él,
golpeando la puerta.
Instantáneamente puse las manos sobre mis oídos,
desconectando su voz y la mía. Sacudí la cabeza de un lado a otro.
—¡Déjame en paz! ¡Por favor déjame en paz!—grité hasta que mi
garganta se sintió en carne viva
Los golpes en la puerta cesaron.
Excepto que el que estaba en mi mente acababa de empezar.

Dylan
Nos quedamos unos días más, dándole a Aubrey algo de tiempo
antes de que tuviera que enfrentarse a alguien en casa.
No sabría decir cuántas duchas se dio, se quedaba ahí horas y
horas, mientras yo esperaba sentado que me hablara, que me mirara,
que reconociera que estaba en la maldita habitación.
Nunca lo hizo.
Nunca levantó su mirada hacia la mía.
No durmió en nuestra habitación.
No quería estar cerca de mí.
O se duchaba o se acostaba en la habitación a la que la llevé
después de encontrarla. La puerta permanecía cerrada y bloqueada.
Tocaba para decirle que había dejado comida junto a la puerta,
pero volvía horas después y la comida seguía intacta en el suelo. Los
días pasaban así sin cambios, sin avances, nada. Me iba a dormir
todas las noches rezando para que ella viniera a mí, para que se
metiera en mi cama y me dejara abrazarla. Permitiéndome decirle
cuánto la amaba y cuánto lo lamentaba. Cómo pasaría el resto de mi
vida compensándola. Me aferré a la esperanza de que después de un
tiempo me dejaría entrar. Apenas dormí, despertándome en puro
pánico cada noche recordando cómo la encontré sin vida y todo lo
que sucedió después. Sus ojos muertos y su cuerpo destrozado era la
única imagen que veía de ella ahora.
Mi chica se había ido.
Me desperté una mañana, atontado como el infierno y miré el
reloj. Era casi mediodía. Sacudí el sueño, sorprendido de haber
dormido hasta tan tarde. Las noches de insomnio y los días
abrumadores deben haberme pasado factura. Me senté en el borde
de la cama, inclinándome hacia adelante para colocar los codos en
mis rodillas. Me pasé los dedos por el cabello, alejándolo de mi cara
y sosteniéndolo en un lado de mi cuello.
Me senté allí pensando, estrujando mi cerebro por lo que podría
hacer ese día para que fuera diferente al anterior. Dejé de intentarlo
después de unos minutos. Me puse unos pantalones cortos de
gimnasia y me dirigí a la cocina para prepararnos el desayuno,
aunque ya sabía que Aubrey no iba a comerlo. Me detuve en seco
cuando vi que la puerta de su dormitorio estaba abierta.
Inmediatamente corrí hacia ella con la esperanza de que me dejara
verla.
Que me estuviese esperando.
Cuando llegué a la habitación, estaba vacía, su cama intacta como
si ni siquiera hubiera estado durmiendo en ella. Abrí la puerta del
baño y no estaba a la vista.
—¿Aubrey?—llamé por la casa en vano—. ¿Qué carajo?
Salí y miré alrededor, gritando su nombre un poco más. El coche
de alquiler seguía estacionado de forma segura en el césped. Volví a
su habitación y fue entonces cuando noté que su maleta no estaba.
Abrí los cajones y toda su ropa también había desaparecido. Giré en
círculos buscando algo, cualquier cosa, pasándome las manos por el
cabello, lista para arrancarlo.
—Dios—murmuré para mí mismo.
Se había ido sin despedirse.
Llamé a su teléfono y fue directamente al correo de voz. Le envié
un mensaje varias veces y no obtuve respuesta. Esperé durante
horas, muy preocupado. ¿Cómo pudo hacer esto, después de todo?
Se suponía que nuestro vuelo saldría la tarde siguiente, pero ella ni
siquiera podía esperar un maldito día más para alejarse de mí. Pasé
todo el día tratando de llamarla, enviándole mensajes de texto una y
otra vez, y finalmente me rendí alrededor de las nueve.
Llamé a su madre.
—Hola, cariño—respondió ella—. ¿Estás tan exhausto como
Aubrey?
Respiré aliviado.
—Algo como eso.
Ella rio.
—Lo pasasteis bien, ¿eh? Aubrey parece que no ha dormido en
días.
Asentí a pesar de que ella no podía verme.
—Aunque esa fue una gran caída. Ojalá uno de vosotros me lo
hubiese dicho. No estoy muy contenta de que me dejaran en la
oscuridad.
—¿Caída?—le pregunté, confundido. Tuve que sentarme para
escuchar esto.
—Aubrey me habló de vosotros corriendo por los senderos y ella
deslizándose por una colina hacia un valle. Se ve muy golpeada,
Dylan, pero me dijo que la cuidaste muy bien y fue a una clínica
para que la revisaran. Entiendo que no queríais que me preocupara.
Instantáneamente me puse enfermo del maldito estómago.
—¿Dylan? ¿Estás ahí, cariño?
—Sí, lo siento. Lo siento mucho, señora. —Carraspeé, mi voz se
quebró.
—Oh, está bien. Sé que nunca dejarías que nada le pasara a
nuestra chica. Sé que está a salvo contigo. Entiendo que ocurren
accidentes, solo la próxima vez házmelo saber, para que no me
sorprenda cuando vea a mi hija entrar con moretones y cortes en el
cuerpo.
—Mmmjá…—fue todo lo que pude decir.
—¿Estás bien? Aubrey dijo que ella no se sentía bien. Ha estado
en su habitación todo el día en la cama. Apenas tocó su almuerzo y
cena. ¿Están enfermándose con algo?
—Tal vez—dije simplemente.
—Bueno, mejórate, ¿Ok? Sé que Aubrey no puede pasar más de
unas pocas horas sin verte—dijo y se rio.
—Sí, señora.
—¿Había alguna razón por la que estabas llamando?
—Umm... sí. —Me rasqué la cabeza—. Aubrey no contestaba su
teléfono. Solo quería asegurarme de que estaba bien.
—Ayyy, Dylan. Eres el sueño de una madre para su hija. Le diré
que llamaste.
—Gracias. Qué tengáis buenas noches.
—Tú también.
Colgué con su madre. Estaba furioso, por lo que sabía, ella podría
haber estado muerta en alguna parte. Mi ira sacó lo mejor de mí.
Tomé el teléfono y lo tiré contra la pared. Lo vi romperse como lo
había hecho mi corazón.
Me fui a casa a la tarde siguiente, solo.
Conduje hasta su casa tan pronto como aterrizó mi avión. Apenas
tenía mi Jeep en estacionamiento cuando abrí la puerta para salir.
Subí los escalones del porche en tres zancadas y llamé a la puerta
p y p
principal, pero nadie respondió. Sabía que su madre estaría en el
trabajo. Di un paso atrás y miré hacia la ventana de su dormitorio,
estaba oscuro y no podía ver nada.
Sabía que ella estaba allí.
Podía sentirla.
—Cariño, por favor…—grité, rezando para que me escuchara y
abriera la puerta principal.
No lo hizo.
Me senté en su porche con la espalda contra la puerta durante
horas, llamando cada pocos minutos. Me di cuenta de que no
respondería, pero esperaba que tal vez el hecho de que ella supiera
que yo estaba allí, todavía esperándola, le aseguraría que no iría a
ninguna parte, sin importar nada.
Me quedé dormido varias veces y me desperté con mi teléfono
que había reemplazado esa mañana, sonando con un mensaje de
texto. Pasé el dedo por la pantalla.
Por favor. Déjame en paz.
No tenía que preguntarme de quién era. Le respondí.
Nunca.
Ella dejó de enviarme mensajes de texto. Ese fue el último
mensaje que recibí y me fui a casa una hora después. Los días de no
verla, de no hablarle, se convirtieron en semanas. No por mi falta de
intentarlo. Me estaba volviendo jodidamente loco, y no había nada
que pudiera hacer al respecto.
Ni una maldita cosa.
Todo lo que podía hacer era esperar.
Me quedé sin oraciones.
—Hola—dijo Alex, sentándose a mi lado en el restaurante de sus
padres—. ¿Por qué no estás surfeando con los chicos? —Ella me dio
una mirada preocupada. Estaba fuera de lugar para mí no estar
surfeando, pero no lo hacía para nada últimamente.
Me encogí de hombros, mirando hacia el patio desde la mesa de
la esquina.
—¿Estás bien?
Me encogí de hombros de nuevo.
Tomó mi brazo, colocándolo alrededor de su diminuto cuerpo
para descansar contra mi hombro. Nos quedamos así en un cómodo
silencio por un rato.
—La primera vez que empezasteis a traer chicas, odié hasta la
última de ellas. Pensé que me estabais reemplazando con tetas y
cabello rubio.
Me reí entre dientes, y sonaba tan extraño viniendo de mi boca.
No podía recordar la última vez que me reí.
—Sabes que nunca me sentí así con Aubrey. Ni una sola vez. La
amé al instante. Ella es como la hermana que nunca tuve, además de
Lily, por supuesto.
Asentí, abrazándola más cerca de mí.
—Puede que no entienda lo que hacen los muchachos.
Sabía que se refería a Lucas, pero no dije nada.
—Al final del día vosotros sois parte de mí, cada uno de vosotros.
Un vínculo como ese nunca se puede romper.
La miré, entendiendo su sutil metáfora y ella sonrió. Atrapé a
alguien con el rabillo del ojo, y fue entonces cuando la vi.
Aubrey.
Al instante me puse de pie. Nuestros ojos se conectaron desde el
otro lado de la habitación, como si me percibiera. Por primera vez
desde que la conocí, no pude leerla. No sabía lo que estaba
pensando, lo que estaba sintiendo, lo que quería o necesitaba. Eso
me asustó más que nada.
Di un paso hacia ella y ella retrocedió, negando con la cabeza.
Fruncí el ceño, la confusión se apoderó rápidamente de todo mi
cuerpo. Ladeé la cabeza con los ojos muy abiertos sin creer qué
carajo estaba viendo, qué carajo estaba pasando. Me miró por última
vez y se volvió para marcharse.
Fui rápidamente al otro lado de la habitación y la agarré
bruscamente del brazo cuando la alcancé. No pensé antes de actuar.
Ella se estremeció, su cuerpo se bloqueó. Dejé caer su brazo como si
estuviera en llamas y su piel me quemara la mano. Cerró los ojos con
fuerza, abrazando su torso, temblando ligeramente.
—¡Mierda! —Instintivamente me acerqué a ella, pero me retiré—.
No pensé, cariño, lo siento.
Ella se mordió el labio, asintiendo levemente.
—Pero, ¿cómo puedes huir de mí así?
Dio un paso atrás, necesitando alejarse más de mí, como si yo la
rechazara.
—¿Qué mierda? —Di un paso hacia ella de nuevo, y de repente
abrió los ojos.
—Por favor, Dylan, por favor solo dame un poco de espacio, ¿de
acuerdo? — Ella se movió hacia atrás una vez más.
—Dios, dulzura, ¿ni siquiera puedes estar cerca de mí? Mira, sé lo
que pasó…
—Tú. No. Sabes. Nada—me gritó con una mirada de odio.
Me quedé allí conmocionado, sin reconocer a la chica parada
frente a mí. Sus moretones y cortes pueden haber desaparecido, pero
también ella.
—Solo estoy aquí porque mi madre quería algo de cenar de este
restaurante. Si fuera por mí, nunca más saldría de mi habitación,
pero no puedo hacer eso. ¿Ahora, puedo pasar? —dijo en tono
despectivo.
Me eché hacia atrás.
—¿Con quién crees que estás hablando, Aubrey?
Se giró, caminó hacia el coche de su madre, despidiéndome.
Abrió la puerta y en el último segundo se detuvo para mirarme.
—Con nadie—respondió ella—. Ya no.
Se subió al coche y se fue, llevándose mi corazón con ella.
Dejándome ahí parado.
Muriendo por dentro.

Aubrey
—Gracias por tu ayuda, tía Celeste—le dije al teléfono—.
Hablamos pronto. —Colgué.
Setenta y seis días.
Diez semanas.
Dos meses.
Desde que reconocí a la chica que me devolvió la mirada en el
espejo.
Ella no sonríe.
No se ríe.
Apenas hablaba.
Apenas se movía.
El reflejo que me devolvía la mirada mientras me sentaba frente a
mi tocador era solo un cuerpo. No había alma, ni vida, la caparazón
de un ser humano.
—Te amo—susurré tan bajo que apenas pude oírlo—. Te amo—
repetí un poco más fuerte—. Te. Amo—grité, enfatizando cada
palabra.
Llevé las manos al corazón, pero nada cambió, el latido seguía
siendo neutral, una completa falta de emoción.
De vida.
Me puse de pie tan rápido que derribé la silla, levanté el puño y
lo golpeé contra el espejo tan fuerte como pude. Se rompió alrededor
de mi mano. Fragmentos de vidrio atravesaron mi piel entumecida.
Aún nada.
—¡Te odio! —Lo golpeé de nuevo, el cristal se rompió más—.
¡Malditamente, te odio!—grité, golpeando el puño contra el espejo
una y otra vez. Gritando a todo pulmón—. ¡Malditamente, te odio!
¡Te odio! ¡Me escuchas! ¡Te odio!
Dylan entró corriendo en mi habitación de la nada, agarrándome
con fuerza alrededor de mi muñeca.
Demasiado apretado.
Demasiado duro.
Demasiado.
—¿Qué diablos estás haciendo?—rugió demasiado cerca de mi
cara.
Cerré los ojos, conteniendo la respiración con su olor a mi
alrededor.
—Qué est…
—¡No! ¡No! ¡No!—grité, tirando bruscamente del brazo,
sacudiendo la cabeza de un lado a otro.
Me abrazó, envolviéndome en nada más que su esencia y no
podía respirar, no podía moverme. Me estaba sofocando,
ahogándome más profundamente en mi desesperación, en los
recuerdos que me perseguían cuando estaba despierta y cuando
intentaba dormir. Me apretó más fuerte y me presionó firmemente
contra él, podía sentirlo en todas partes y todo a la vez.
—¡Maldición, no me toques!—grité a pleno pulmón,
empujándolo tan fuerte como pude y su espalda golpeó la pared. No
vacilé.
—¡Vete a la mierda! ¡Te odio! ¡Te odio!—repetí, golpeando todo
su rostro. Trató de bloquear todos y cada uno de los avances, así que
lo empujé y lo golpeé más fuerte.
—Aubrey, cálmate, joder—razonó solo para enojarme más.
Eso fue todo. No pude soportarlo más.
—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio tanto! —sollocé, golpeándolo y
empujándolo mientras más se acercaba a mí—. ¡Te jodidamente
odio! ¡Te odio!
Mis ojos se empañaron con nada más que lágrimas, y mi cuerpo
se retorció con el anhelo de romperse.
—¡Te odio! ¡Te odio!—grité, hablando para mí misma. Lo repetí
una y otra vez para que se hundiera en mis poros, se escurriera en
mi sangre y se convirtiera en parte de mí. Haciéndome creer,
realmente saber que éste era el final. No había esperanza para mí.
Para nosotros.
Caí al suelo, llevándolo conmigo mientras me sentaba sobre mis
rodillas con mi cuerpo encorvado.
—No puedo respirar, Dylan. Joder, no puedo respirar—grité
incontrolablemente—. Me siento como que me estoy muriendo.
Siento que me muero todos los días. ¡No se irá! ¡Nunca se irá! ¡Y no
puedo respirar!
Me puso en su regazo y lo dejé, tratando desesperadamente de
bloquear su olor que me asaltaba por todas partes.
—Shhh... está bien, dulzura... está bien, estoy aquí—dijo
solidarizándose y su propia voz se quebró.
Me derrumbé en sus brazos, emocional, física y mentalmente
agotada.
Yo estaba allí, pero no estaba.
Puso mi mano sobre su corazón.
—Siénteme, Aubrey, siente mi corazón.
Lo intenté, realmente lo hice, pero no pude sentir nada porque
sabía que...
El suyo también estaba roto.
Capítulo 22
Dylan
El verano casi había terminado.
Iba para regresar a Ohio en unos días. Quién sabe, tal vez la
distancia sería buena para despejarme la cabeza. No había visto, ni
hablado con Aubrey desde el quiebre en su habitación hacía unas
semanas. Estaba agradecido de recordar que su madre guardaba una
llave escondida debajo de uno de los adornos de jardín junto al
macizo de flores. No dejaría que mi mente reflexionara sobre lo que
Aubrey se había hecho si no la hubiera escuchado cuando estaba
junto a la puerta de su casa. Ese terrible día fue la última
comunicación entre nosotros. No devolvía ninguna de mis llamadas,
no respondía a mis mensajes de texto y se negaba a verme. Su madre
me rechazó o me ignoró descaradamente cuando llamé a su puerta.
Es como si me hubiese caído de la faz de la tierra.
Las palabras no podían expresar lo sorprendido que estaba
cuando me envió un mensaje de texto esa mañana, queriendo que
me encontrara con ella en la playa. Salté a mi Jeep y me dirigí allí con
esperanza en mi corazón.
Estaba sentada junto al agua, llorando.
Exactamente en el mismo lugar en el que estaba cuando hablé con
ella por primera vez en la fiesta de Ian. Estaba más delgada, pálida y
sin vida, pero Dios, todavía era tan jodidamente hermosa, tan
impresionantemente hermosa. Su cabello estaba suelto y flotando a
través de la brisa ligera, era la única parte de ella que se movía con
facilidad. Llevaba mi vestido amarillo claro favorito. Visiblemente
me di cuenta de que se sentía incómoda en su piel. Caminé más
lento a medida que me acercaba a ella. Lo último que quería era
asustarla.
Se estremeció un poco cuando me senté a su lado, nuestros
hombros apenas se tocaban, pero para mi sorpresa no se alejó.
Faltaba la calidez que normalmente irradiaba de ella. Estaba fría.
Desapegada, perdida en su mente. La vi cerrar dolorosamente los
ojos y tragar saliva durante unos segundos antes de abrirlos de
nuevo para mirar hacia el océano.
Era un hermoso día de verano.
No había una nube a la vista. El cielo estaba en calma con suaves
colores azules por kilómetros y kilómetros, sin un final a la vista. La
suave calma del océano y el olor del agua a nuestro alrededor se
filtraron en nuestros sentidos. No podría haber pedido un día más
pintoresco.
Mi chica estaba sentada a mi lado excepto que no era mi Aubrey,
esta persona era una impostora.
De repente se inclinó sobre mi hombro, atrapándome con la
guardia baja. Al principio pensé que mi mente me estaba jugando
una mala pasada. Cuando se deslizó hacia mí un poco más, contuve
el deseo de acercarla, de colocar mi brazo alrededor de ella y ponerla
en el hueco de mi brazo como ella amaba. No tuve que pensar
demasiado en ello porque ella misma lo hizo. Movió mi brazo,
colocándolo alrededor de su frágil cuerpo. El cuerpo que ya no
reconocía. El cuerpo que ya no era mío. Descansando la cabeza en mi
hombro, acercó su cuerpo al mío.
La sentí tomar tres respiraciones profundas y constantes antes de
que se relajara un poco contra mí.
Jodidamente sonreí.
Sonreí muy grande por primera vez en meses, finalmente pude
respirar. La abracé más cerca de mí, besando la parte superior de su
cabeza. Ella me dejó, solo tensándose por unos segundos antes de
relajarse una vez más.
Nos quedamos así el resto de la tarde en completo silencio,
viendo el mundo girar a nuestro alrededor como si fuéramos las
únicas dos personas en él. Los colores brillantes del cielo
comenzaron a dar paso al anochecer, mezclándose en naranjas
profundos y rojos fuego. Los atardeceres en Oak Island siempre eran
un espectáculo digno de contemplar. Antes de que pudiera entrar el
pánico de que nuestro tiempo juntos fuera a terminar y tuviera que
alejarme una vez más, ella se puso de pie, flotando sobre mí.
Mirando hacia abajo con una expresión que no pude ubicar.
Bajó su mano frente a mi cara.
—Vamos—dijo simplemente.
Agarré su delicada mano y me puse de pie, ella nos guió por la
playa durante unos minutos. Observé la forma en que se movía, la
forma en que su cuerpo se balanceaba con cada movimiento de sus
pies, la forma en que su cabello olía con la brisa, el toque de su piel
suave contra mi áspera mano. Sin prestar atención a dónde nos
estaba llevando. Llegamos a una casa sobre el agua que parecía estar
abandonada. Nos condujo por los escalones del patio junto a la
piscina vacía, abrió la puerta de vidrio de una casa que estaba casi
remodelada, pero parecía que la habían abandonado y se estaba
pudriendo como la mayoría de las casas en Oak Island.
Cuando cerré las puertas correderas y me di la vuelta, vi mantas,
almohadas, agua y comida esparcidas por el espacio abierto y vacío.
Alguien lo había estado usando como propio. Al principio pensé que
podrían haber sido ocupantes ilegales, pero el material era
demasiado agradable para la gente que vivía en las calles.
Miró alrededor de la habitación observando nuestro entorno, aún
sin soltar mi mano. Sus ojos encontraron los míos de nuevo.
—¿Dónde encontraste este lugar?—cuestioné
—Alex.
—¿Qué hac…?
Puso su dedo en mis labios.
—Shhh…
Ladeé la cabeza, confundido.
—Shhh…—repitió, dando un paso hacia mí sin acobardarse por
primera vez en meses.
Me miró intensamente a los ojos, buscando algo en mi mirada.
Buscando algún reconocimiento de quién era yo o tal vez restos de
quién era ella cuando estaba conmigo. Nunca la había visto mirarme
así antes.
Nostálgica.
Usando el dedo que ya estaba en mis labios, comenzó a deslizarlo
suavemente de un lado a otro contra mi boca. Separando mis labios
para frotar el interior donde podía sentir mi aliento. No la detuve, la
dejé hacer lo que quisiera, lo que necesitara con la esperanza de que
recuperara a mi chica.
Lentamente movió su dedo a lo largo del borde de mi cara,
trazando mi mandíbula de un lado a otro. Lo movió a mis mejillas,
luego al puente de mi nariz y hasta mi frente. Solo tocando muy
suavemente mi piel, recordando mi rostro. Regresó a mis labios,
repitiendo el movimiento de trazado una vez más.
Nuestros ojos permanecieron conectados todo el tiempo. Se lamió
los labios mientras pasaba el dedo por mi barbilla hasta mi cuello,
deteniéndose para acariciar mi garganta con el pulgar. Se dirigió
hacia mi pecho, rompiendo el contacto visual, enfocándose en mi
corazón, pasando los dedos a lo largo de él, apenas tocándome.
Enviando escalofríos que sacudieron mi alma.
Cuando colocó firmemente la palma de la mano derecha contra
mi corazón, vi una sutil sonrisa aparecer en su rostro. Fue rápida,
pero estaba ahí. Gradualmente unió nuestras manos izquierdas y las
llevó hasta su corazón. Presionando sus dedos en el dorso de mi
mano para mantenerla en el lugar. Latía a un kilómetro por minuto,
nada comparado con mi ritmo constante. Me miró a los ojos con una
mirada vidriosa en los suyos. Habían cambiado de lo que había visto
solo unos segundos antes.
Esperé su próximo movimiento, sintiendo el latido acelerado de
su corazón golpeando contra mi mano.
Bajó la mirada a mis labios y continuó hasta donde su mano
estaba sobre mi pecho. Tomando una respiración profunda, se
acercó a mí, sin dejar espacio entre nosotros. Quitó la mano que
estaba sobre la mía apoyada en su corazón y la movió a un lado de
mi cara, tirando de las puntas de mi cabello como lo había hecho
innumerables veces yo con el de ella. Deslizó mi cabello detrás de mi
oreja y nos miramos fijamente.
Su mano se posó en el lado de mi cuello donde estaba mi pulso, y
sonrió débilmente una vez más.
De puntillas, mirándonos a los ojos, se inclinó para colocar
tiernamente sus labios sobre los míos. No tuve tiempo de registrar lo
que acababa de pasar antes de que ella abriera los labios,
invitándome a hacer lo mismo.
Lo hice.
Apreciaba cada segundo que nuestras bocas se movían contra la
del otro como si estuvieran hechas la una para la otra, nuestras bocas
hambrientas de afecto. No la había besado en meses.
No entendía el cambio en los acontecimientos, pero estaba
agradecido por ellos de todos modos.
Cuando de repente se detuvo, resistí el deseo de gemir mientras
abría los ojos. La encontré todavía mirándome como si no hubiera
cerrado los ojos todo el tiempo que estuvimos besándonos. La vi
agacharse frente a mí, tomando mi mano. La seguí hasta el suelo
cubierto con una manta donde se recostó, guiándome para que me
acostara encima de ella.
Su expresión me dijo que no hiciera preguntas.
Lentamente me acosté encima de ella, siendo cauteloso con mis
movimientos. Fue entonces cuando me di cuenta de que su mano
todavía estaba en mi pecho, encima de mi corazón. Nunca la había
quitado. Descansé mis brazos a los lados de su rostro mientras
comenzaba a bajar mi cuerpo sobre el de ella. El latido de su corazón
se aceleró drásticamente, y juro que resonaba en la habitación.
Me aparté de ella para sentarme en los talones.
—Dulzura, esto no es una buena idea—hablé, diciendo la verdad.
Tomó mis palabras por unos segundos y luego se sentó conmigo,
su rostro vacío de cualquier emoción. Alcanzó el dobladillo de su
vestido, sin apartar los ojos de los míos. Bajé las cejas, negando con
la cabeza, pero ella comenzó a levantarlo. Agarré su muñeca
deteniéndola inmediatamente.
—Aubrey—la insté—. No tenemos que hacer esto. Esto no es lo
que quiero.
Ella entrecerró los ojos y susurró:
—Te amo. Solo tú y yo, ¿verdad? —Su voz estaba mezclada con
tanta tristeza, con tanto dolor.
Asentí con tantas emociones recorriendo mi cuerpo que no pude
encontrar las palabras para hablar.
—¿Lo prometes?—añadió ella.
—Siempre.
Sus ojos se derritieron antes de levantarse el vestido por encima
de la cabeza y quedarse solo con las bragas. Revelando su cuerpo
una vez curvilíneo que parecía muy frágil ahora. Sin importar cómo
se viera, todavía la amaba muchísimo. Volví a mirarla a los ojos
porque me dolía físicamente recordar por qué estaba tan delgada
para empezar, y no quería perder este momento por el que rezaba
para que nos condujera a muchos más.
Miró hacia abajo a mi cuerpo vestido, pidiéndome en silencio que
me quitara la ropa, y accedí ya que era lo que ella quería. En ese
momento le daría cualquier cosa que su pequeño corazón deseara.
Cuando estuve completamente desnudo, ella se arrastró hacia mí,
descansó entre mis piernas y colocó su mano sobre mi corazón una
vez más, besándome muy suavemente. No sabía qué hacer con mis
manos, no sabía qué estaba bien y qué no, pero ella debe haber
sentido mi indecisión porque me empujó hacia atrás para acostarme
con la mano que estaba sobre mi corazón. Mantuve los ojos cerrados
todo el tiempo, aterrorizado de que si los abría, esto no estaría
sucediendo y realmente estaba soñando.
Nos quedamos así por no sé cuánto tiempo, podía sentir sus
pensamientos librando una guerra en su mente, pero luego la sentí a
horcajadas sobre mi cintura, rompiendo nuestro beso para descansar
su frente en la mía.
—Por favor, abre los ojos. Por favor, mírame—murmuró tan bajo
que apenas pude oírla.
Instantáneamente lo hice, y lo que vi casi me rompe el maldito
corazón. Sus ojos estaban llenos de lágrimas no derramadas y esa fue
mi perdición, no podía soportarlo más. Agarré los lados de su cara.
—Dulzura, mírame. No tenemos que hacer esto—exhalé contra
sus labios.
—Te necesito. Te necesito que hagas esto mejor. Necesito que
hagas que todo desaparezca. Necesito que lo borres de mi cuerpo—
dijo con voz áspera y entrecortada—. Siénteme. Tócame. —Una sola
lágrima escapó de su ojo.
—¿Dónde?—le pregunté.
Presionó su mano sobre mi corazón como lo hizo la noche que me
dio su virginidad.
—Aquí.
Besé sus labios, sus mejillas, la punta de su nariz, todo su rostro
mientras lentamente movía mi mano desde el costado de su rostro
hasta su cuello.
—Dime si necesitas que me detenga—la insté y ella asintió,
reclamando mis labios con los suyos, con los ojos todavía abiertos.
Acaricié su suave piel, pasando los dedos por su cuerpo desnudo.
Su mano inmediatamente se apretó contra mi corazón cuando llegué
a su hueso púbico. Su expresión me dijo que continuara, así que lo
hice. Suavemente, presioné la palma de mi mano a lo largo de sus
pliegues, permaneciendo por encima de sus bragas. Su cuerpo se
bloqueó instantáneamente.
—Te amo, cariño, te amo muchísimo—la tranquilicé mientras la
besaba—. Mi vida no comenzó hasta el día que te conocí, Aubrey.
¿Recuerdas a esa chica fuerte que no acepta mierdas? —Le recordé,
mirándola profundamente a los ojos con una mirada intensa.
Ella asintió, apoyando su frente en la mía mientras movía
lentamente mi mano de un lado a otro, acariciándola como solía
hacerlo. Cómo sabía que amaba. Queriendo traer de vuelta el tiempo
cariñoso entre nosotros.
—¿Sabes lo primero que noté de ti?
Ella aspiró aire, mi tierno toque llegó a ella.
—La forma en que amas, cariño, protegiendo a las personas que
te importan. Supe de inmediato que quería que me amaras así.
Ella sonrió vagamente, su mano tensa contra mi corazón se relajó
mientras deslizaba mi mano sobre su clítoris un poco más rápido, un
poco más fuerte, su humedad filtrándose a través de mis dedos.
Mi corazón se aceleró.
—Sabía que esa sonrisa, esa risa, esos ojos iban a ser mi final.
Nunca sería capaz de tener suficiente. —Besé sus labios y su boca se
abrió, mi persistente frotamiento la satisfacía visiblemente.
—Eres todo lo que siempre quise, pero nunca supe que
necesitaba—exhalé mientras ella inhalaba. Era como si estuviéramos
respirando el uno por el otro.
—Dios, Aubrey, no tienes idea de cuánto te he extrañado. Cuánto
te amo.
Mis palabras también la estaban afectando.
Su espalda se arqueó sutilmente.
—Soy tuyo—le susurré al oído mientras lo tomaba en mi boca.
Ella se estaba corriendo.
—Ah—exhaló en mi boca, su cuerpo temblaba, haciéndome
sonreír.
—Ahí está mi chica—gemí, deslizando sus bragas a un lado. Me
posicioné en su apertura y ella siguió mi ejemplo, bajando sobre mi
eje.
j
—Puedes ir tan lento como necesites, no voy a ninguna parte—le
recordé, amando la sensación de ella envolviéndome, tratando como
el infierno de no perderme en la sensación de ella.
Me tomé un momento cuando estaba completamente dentro de
ella, prestando mucha atención a las expresiones de su rostro y las
respuestas de su cuerpo. Siempre lo hice, pero esta vez era muy
diferente.
Cegador y consumidor.
Todo o nada.
Acaricié un lado de su mejilla y ella se inclinó hacia mi toque
mientras rotaba gradualmente sus caderas.
—Dios, dulzura, te amo tanto. Pasaré el resto de mi vida
cuidándote, amándote. Tienes que saber eso. Lo que sea necesario.
Estoy aquí, y no me voy. Estamos juntos en esto, solo tú y yo.
Cerré los ojos y volví a besar todo su rostro, saboreando este
precioso momento entre nosotros.
—Lo siento, lo siento mucho, Dylan, lo siento mucho—sollozó,
rompiéndose en mi pecho, deteniendo sus movimientos.
—Shhh… Shhh…—Envolví mis brazos alrededor de ella,
deseando que buscara el consuelo que necesitaba en mis brazos—.
Aubrey, soy yo el que está jodidamente arrepentido. Te prometo que
pasaré el resto de mi vida compensándote. Podemos ir a terapia. No
me importa mientras estemos juntos. ¿Me entiendes? ¿Me escuchas?
Limpié todas sus lágrimas y besé cada centímetro de su rostro
mientras colocaba mi cuerpo completamente sobre el suyo como
sabía que ella amaba. acaricié sus mejillas que estaban sonrojadas y
cálidas. Mi torso tocando su pecho y mis piernas firmemente
trabadas a su lado.
—¿Está bien? —Tenía que preguntar—. Dios, solo quiero
abrazarte. Solo quiero amarte—susurré, mirándola fijamente a los
ojos—. Prometo que haré que todo sea mejor. Regresaremos a Ohio
juntos, solos tú y yo.
Necesitaba que entendiera cuánto significaba para mí que me
dejara volver y que me diera otra oportunidad, otra oportunidad
para nosotros.
—¿Qué ocurre?—le pregunté, tratando de leer su expresión.
Buscando en su rostro una respuesta.
Sacudió la cabeza y cerró los ojos mientras se agarraba a mi
espalda con más fuerza, como si estuviera tratando de moldearnos
en una sola persona.
Me besó, y lo tomé como una petición silenciosa de moverme
dentro de ella. Me encantaba sentirla envuelta a mi alrededor, la
follé lentamente, cuidándola como se lo merecía. Queriendo borrar
todos los recuerdos de las manos de ese hijo de puta sobre ella, y
recordarle que éste era yo.
Nosotros.
Cada vez que empujaba dentro de ella, podía sentir la masa de mi
cuerpo moviéndose, acercándola un poco más cada vez. La besé
suavemente, tomándome mi tiempo con cada movimiento de mi
lengua mientras se entrelazaba con la de ella. Saboreando la
sensación aterciopelada de mi boca reclamando la suya. Empujé
dentro y fuera de ella antes de alejarme necesitando mirarla a los
ojos.
Me encantaba ver cada emoción que sentía a través de su mirada,
reflejaba cada sentimiento que había dentro de mi corazón. Hasta
cierto punto, nunca entendí del todo, pero no me importaba porque
estaba allí.
Era para mí.
Sólo para mí.
Siempre estuve en sintonía con sus ojos, y en este momento eran
indescriptibles, pero no me importaba porque estaba dentro de ella.
Estábamos juntos y eso era todo lo que importaba. El resto vendría
con el tiempo. Mi pulgar rozó su mejilla y la besé lentamente una
vez más, empujando un poco más rápido.
—Te amo. Te amo jodidamente mucho. Gracias, dulzura, gracias
por volver a mí.
Ella nunca entendería completamente lo que esto significaba para
mí, pero pasaría el resto de mi vida demostrándoselo.
Mi frente se cernió sobre la de ella mientras recuperábamos el
aliento, tratando de encontrar un patrón al unísono.
Cuando sus delicados dedos acariciaron los lados de mi rostro,
me quedé sin palabras. La agarré del cuello y llevé sus labios a los
míos, empujando mi lengua dentro de su boca expectante. Algo se
apoderó de mí, este deseo primario que nunca antes había sucedido
con ella y nuestro beso se volvió apasionado. Había algo angustioso
en la forma en que hacíamos el amor.
Desesperado y desolado.
Urgente y exigente.
Devorador.
Los dos dando lo que el otro necesitaba.
No podíamos tener suficiente el uno del otro, ambos queríamos
más.
Queríamos todo.
Nuestros cuerpos se movían como si estuviéramos hechos el uno
para el otro. No había ninguno de nuestros demonios en la
habitación.
Éramos solo nosotros.
Por primera vez en meses.
Nuestras bocas se abrieron y ambos jadeábamos profusamente,
incapaces de controlar los pensamientos que estaban causando
estragos en nuestras almas. Tratando desesperadamente de aferrarse
a cada sensación de nuestra piel en contacto con piel.
Temblé con mi orgasmo y apasionadamente reclamé su boca una
vez más. Me devolvió cada gramo de todo lo que le estaba dando.
No hubo contención, y no podía agradecer a Dios lo suficiente.
—Mi chica—gemí entre besos—. Te amo tanto, bebé.
Apartó bruscamente la cara de mi agarre, girando la cabeza hacia
un lado.
—Quítate de encima—espetó con una voz fría y distante,
haciéndome retroceder como si me hubieran dejado sin aliento.
Como si hubiera recibido un golpe bajo justo en el estómago.
—¿Qué?
—Quítate. Jodidamente. De. Encima—gritó con los dientes
apretados, su cuerpo instantáneamente rígido.
Cuando no me moví lo suficientemente rápido, me empujó con
las manos, escapándose de debajo de mí. Dejándome congelado en el
suelo, mirando el lugar donde acabamos de hacer el amor.
Me tiró la ropa.
—Vístete. No soporto mirarte jodidamente desnudo.
¿Qué carajo acaba de pasar?
Me senté con una mirada atónita en el rostro mientras la miraba
ponerse el vestido. Me miró como si fuera un maldito idiota cuando
aún no me había movido, así que me levanté y me puse los
vaqueros, sin molestarme con la camiseta.
Di un paso hacia ella.
—Bebé, ¿qué es…?
Ella se encogió, alejándose de mí.
—¡Mierda!—dijo con desdén, sacudiendo las manos frente a ella
—. ¡No me llames así! ¡No vuelvas a llamarme así, maldita sea!
Abrí la boca para decir algo, cualquier cosa.
—¡No! No hables. ¡Se acabó! Se acabó, Dylan. Me enferma incluso
estar cerca de ti. ¡Hemos terminado! ¿Me entiendes? ¡Terminado!—
me gritó histéricamente.
—¿Tienes que estar jodiéndome? Esto es una broma ¿verdad? —
Extendí la mano hacia ella y ella la apartó de un golpe.
—No. —Negó violentamente con la cabeza—. ¿Quieres saber qué
es una broma? Que realmente creas que acabamos de hacer el amor
y que me curé milagrosamente. Cuando, de hecho, todo el tiempo
estuve rezando para no vomitar porque el mero olor a ti me pone
jodidamente enferma—me espetó, haciéndome retroceder.
—Sé lo que estás haciendo. ¡Sé lo que estás haciendo y no voy a
dejar que me alejes! ¡No después de todo esto!—argumenté,
señalándola con el dedo.
—Bien, entonces me iré.
Se dio la vuelta, pero no fue lo suficientemente rápida. Agarré su
muñeca, manteniéndola en su lugar frente a mí.
—No irás a ninguna parte. No hasta que yo diga que puedes y,
cariño... no lo haré.
—¡Vete a la mierda! —Ella arrancó crudamente su mano de mi
agarre—. ¡No sabes nada! ¡Ni una maldita cosa! ¡Tienes que irte
ahora! ¡Qué más puedo decirte! ¡No te quiero aquí! ¡Vuelve a Ohio!
¡Déjame en paz!—gritó la última parte.
—No voy a ninguna parte. Te amo, Aubrey.
Hizo una mueca como si le doliera oírme decirlo.
—Te. Amo—enfaticé cada palabra, necesitando que entendiera,
necesitando comunicarse con ella.
Ella soltó un sonido de sorna.
—¿Qué quieres, McGraw? Esto no era hacer el amor, no era yo
volviendo a ti. Esto era yo follándote.
—Detente—rugí, poniéndome lívido con su diatriba.
—¿Detener Qué? ¿La verdad? Dylan, esto fue un adiós, nada más.
¡Me voy a California! ¡No voy contigo! No tenemos futuro. Así que
métete eso en la puta cabeza.
—Bree—le advertí—. No necesitas hacer esto. Lo sé, cariño, está
bien. Déjame estar aquí para ti. No voy a ir a ninguna parte —le
supliqué.
—¡Estoy harta de tu mierda! ¡Esto es tu maldita culpa! ¡Me
dejaste ir sola! ¡Permitiste que me violaran! ¡Me dejaste morir ese
maldito día!
Se alejó de mí y se dirigió a la puerta. Me acerqué a ella de un
solo paso, agarrándola del hombro para girarla hacia mí, apartando
el cabello de su rostro para mirarla profundamente a los ojos.
Hablé con convicción:
—¡Por favor, no hagas esto! Por favor, no hagas esto, carajo—
urgí, pendiendo de un hilo—. ¡No tienes que hacer esto, por favor!
—¡Suéltame! ¿Me escuchas?
Lo hice y ella inmediatamente comenzó a caminar por la
habitación. Cuando escuché el repiqueteo de sus llaves no lo pensé
dos veces, simplemente actué. Estaba a punto de llevarse toda mi
vida con ella.
Me tiré de rodillas frente a ella y envolví mis brazos con fuerza
alrededor de su cintura, sosteniéndola lo más cerca posible. El lado
de mi cara recostado contra su estómago.
—Por favor, no hagas esto. ¡Te lo ruego de rodillas, por favor!
Pude sentir que su determinación se estaba rompiendo, y no
pude soportarlo más. Grité. Sollocé por primera vez desde que
encontré su cuerpo destrozado en el camino.
—Tengo las manos atadas, Aubrey. ¿No es eso lo que querías? A
mí de rodillas. ¡Yo jodidamente de rodillas, esperándote! Bueno, aquí
estoy, rogándote que no hagas esto—lloré como un bebé recién
nacido—. ¡Lo siento tanto, cariño! No te salvé entonces, pero déjame
hacerlo ahora.
Ella no vaciló.
—Ya no te amo. No puedo amarte después de lo que pasó, es
demasiado difícil. Simplemente no puedo. Mi amor por ti murió el
día que yo lo hice. No se supone que el amor duela tanto.
Negué con la cabeza.
—Nadie dijo que el amor fuera fácil.
Ella no vaciló.
—Sí... pero tampoco nadie dijo que iba a ser tan difícil.
Dudé por unos segundos, rezando en silencio para que no
respondiera con lo que pensaba.
—¿Lo prometes?—pregunté la única palabra que me quitaría
todo de ella.
—Siempre—simplemente dijo como si no significara nada
cuando significaba todo.
Fue entonces cuando finalmente entendí.
Ella trató de follarme para quitarme de su corazón.
Y pasaría el resto de mi vida...
Tratando de sacarla del mío.

Aubrey
Mi corazón se estaba rompiendo, tirado en el suelo junto al suyo.
Ésta era la única forma en que me dejaría en paz. La única forma
en que me dejaría ir. Sabía que, si le hacía creer que aún teníamos
una oportunidad, si le permitía tener esperanza, si le permitía
tocarme, si le permitía hacerme el amor, sentir mi corazón y llegar a
mi alma… entonces nunca me perdonaría, por romperlo justo
después.
Excepto que no había fingido.
También, le hice el amor.
Todo lo que decía era verdad, hasta la última palabra. Casi no
podía continuar con esto, disculpándome profusamente y
derrumbándome en su pecho como si de repente fuera a excusarme
por lo que estaba a punto de hacerle. Como si de repente todo
desapareciera y todo lo que quedara fuera nuestro amor.
El que deseaba tanto, con tanta intensidad. Pero cuando sentí sus
fuertes brazos a mi alrededor, y la sensación de malestar en la boca
de mi estómago regresando a causa de su olor, me di cuenta de que
ya no importaba, nada lo haría nunca. Ya no era esa chica. De la que
él se enamoró. Ella se había ido. Murió el día que me encontró
destrozada en ese bosque olvidado de Dios.
Necesitaba liberarlo.
Él no se merecía esto.
A mí.
Lo que quedaba de mí.
Me clavé las uñas tan fuerte como pude en las palmas de las
manos para no ceder a cada una de sus últimas promesas. Hasta la
última palabra que salió de sus labios.
Ya no podía hacerle esto.
Necesitaba terminarlo, sabiendo que todo lo que necesitaría
serían unas simples palabras.
Tragué saliva y con la voz más fría e indiferente que pude reunir,
dije:
—Ya no te amo. No puedo amarte después de lo que pasó, es
demasiado difícil. Simplemente no puedo. Mi amor por ti murió el
día que yo lo hice. —Las lágrimas caían por los lados de mi cara, una
tras otra. Esperando a que respondiera con lo que ya sabía que
vendría.
El final.
—¿Lo prometes?—dijo llorando.
Cerré los ojos y me imaginé ese día.
Sus manos…
Sus labios…
Sus embistes…
Y susurré:
—Siempre. —Martillando el último clavo en el ataúd.
Lo empujé lejos de mí como si me disgustara, y sabía que podía
sentirlo. Caminé hacia la puerta, mirando hacia atrás por última vez
para encontrarlo sobre sus manos y rodillas, inclinando la cabeza
derrotado mientras yo inclinaba la mía. Nunca quise decir todas las
cosas odiosas que salieron de mi boca. No pensaba que fuera su
culpa. Ni por un segundo. Solo estaba tratando de agregar
combustible al fuego de nuestro amor ahora contaminado.
Quería una última vez con él, estaba planeando romperle el
corazón yéndome, necesitaba liberarnos a los dos, nos habíamos
vuelto tóxicos. Pero cuando me llamó bebé... Dylan se había ido y el
hombre sin rostro estaba frente a mí. Los dos hombres se
convirtieron en uno y un sentimiento volátil se apoderó de ellos.
Lo dejé allí, roto.
Sabiendo que nunca me miraría de la misma manera.
Sabiendo que lo que teníamos se había ido.
Sabiendo que él ahora también lo sabía.
Él me odiaría, y el solo pensamiento de eso hizo que mi cuerpo se
estremeciera hasta el punto del dolor. Caminé de regreso al coche de
mi madre entumecida, fría y sola.
Conduje todo el camino a casa en una niebla. Estacioné el coche
en la entrada, respiré hondo antes de girar la cara para ver qué había
en el asiento del pasajero.
Y entonces…
Lo perdí.
Sollocé durante horas y horas, días y días, meses y meses.
Los años por venir.
Aferrándome al único amor que he conocido que me dio el joyero
que me hacía sentir no tan sola porque él sabía que eso...
Me desharía.
Capítulo 23
Dylan
Estaba a la mitad de mi tercer año en la universidad. No había
visto, ni hablado con Aubrey en casi dos malditos años. Desearía
poder decir que me olvidé de ella, pero estaría mintiendo. La vería
en unas pocas horas, ya que le prometimos a Half-Pint que iríamos a
visitarla en las vacaciones de primavera. Ella y Aubrey compartían
un apartamento en California, ambas asistían a la UCLA. Todavía
eran cercanas. No permití que Alex quedara atrapada en nuestras
mierda; no tenía nada que ver con ella. Estaba en la mitad de su
primer año de universidad y Aubrey estaba en segundo año.
Sabía que Alex nos necesitaba ahora más que nunca, ya que
estaba pasando por tantas cosas con Lucas preñando a otra. Iba a ser
padre en unos pocos meses. Nos habían arrojado otra bomba; la
madre de Lucas tenía cáncer de mama en etapa tres.
Todos nos tomamos mal la noticia, pero así era la jodida vida.
—¿Qué es eso?—preguntó, alejándome de mis pensamientos y
acurrucándose más cerca de mi torso, con un brazo sobre mi pecho y
su pierna sobre la mía.
—No es asunto tuyo. —Sonreí, tratando de disminuir el golpe de
mi respuesta directa. Colocando mi llavero de vuelta en el tocador.
Se derritió en mis brazos de la forma exacta en que sabía que iba
a hacerlo. Las mujeres eran seres predecibles. No importaba qué
dijera, cualquier cosa. Todo lo que importaba era la forma en que lo
decía.
Con una sonrisa, siempre una sonrisa.
—¿Voy a verte esta noche?—me preguntó, tratando de moldear
su cuerpo más cerca del mío, poniéndome cachondo.
—Altamente improbable—le dije sin rodeos.
—¿No me vas a extrañar?—ronroneó ella en mi pecho.
Ella era la hija de mi profesor. La había visto unas cuantas veces
de pasada y cada vez que me veía, me follaba con los ojos. Las
vacaciones de primavera habían comenzado oficialmente ayer, y
decidí comenzar con una explosión. El profesor era un imbécil,
siempre rompiéndome las bolas por una cosa u otra, así que decidí
poner las mías en la boca de su hija.
—Probablemente no. —Sonreí de nuevo y rápidamente me aparté
de ella.
Este coño se estaba apegando demasiado para mi gusto. Si había
algo que odiara más de las mujeres, era su dependencia. No era una
cualidad atractiva para tener, y creedme, a los hombres no les
gustaba.
Especialmente a un hombre como yo.
—¿Cuándo voy a verte de nuevo?
Suspiré, molesto con las constantes preguntas. Esta chica no
podía entender una puta indirecta. No me importaba ser un imbécil.
De hecho, jodidamente lo prefería.
—Cariño, ¿parece que soy el tipo de hombre que hace promesas?
Sus ojos se abrieron, sorprendida.
Me levanté de la cama. Había tenido mi diversión, y ahora era el
momento de irme. Me puse los vaqueros, los abroché y me calcé las
sandalias, sin apartar los ojos de los de ella.
—Nos lo pasamos muy bien, pero llamemos las cosas por su
nombre. No soy el primer hombre que traes a casa. —Me encogí de
hombros y asentí con la cabeza hacia ella—. Y seamos honestos, no
voy a ser el último—dije y me reí entre dientes.
Sus cejas bajaron, haciendo que sus ojos parecieran más
pequeños.
—¡Maldito imbécil!—gritó.
El estado de ánimo de las mujeres cambiaba más rápido que sus
malditas bragas.
—Lo llamo como lo veo—dije con una gran sonrisa.
Al menos ella era divertida.
—¡Jódete!—rugió.
Asentí.
—Lo hice. Dos veces para ser exactos, pero si me baso en cuántas
veces hice que te corrieras... diría más cerca de cinco... tal vez seis.
Su mandíbula cayó.
Me bajé la camiseta y levanté una ceja.
—No mantengas tu linda boquita abierta así a menos que quieras
que le meta algo. ¿O es ese tu plan? ¿Quieres que te folle la cara?
Porque todo lo que tenías que hacer era decírmelo por favor—me
burlé groseramente.
Ella resopló con disgusto.
—Eres increíble. No estoy tan desesperada—me desafió, e
instantáneamente hizo que mi polla se pusiera dura.
—¿EN serio? —Ladeé la cabeza y entorné los ojos, mordiéndome
el labio inferior.
Caminé hasta el borde de la cama y sus ojos se nublaron. Me
incliné hacia adelante y agarré sus tobillos, tirando de ella hacia mí.
Jadeó cuando la sábana cayó sin esfuerzo de su cuerpo desnudo.
Casualmente masajeé su pie mientras me agachaba en el suelo.
Estaba apoyada sobre sus codos y su pecho subía y bajaba con cada
movimiento de mi cuerpo.
Ella sabía lo que iba a hacer. Lo deseaba. Probablemente por eso
me estaba provocando. Las mujeres como ella sabían exactamente
qué tipo de hombre era yo, por eso querían follarme en primer lugar.
Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual.
El placer era algo poderoso.
—Entonces, ¿dilo otra vez? ¿Qué estabas diciendo? Mmm…—dije
con sorna, abriendo sus piernas a los lados de mis hombros. La besé
a lo largo de su rodilla y bajé lentamente—. ¿Algo sobre no estar
desesperada?—repetí, queriendo que sus palabras se asimilaran.
Su respiración se detuvo cuando llegué a la parte interna de su
muslo. Mordí bruscamente el área suave y tierna y ella gimió en
respuesta. Lamí y mordisqueé alrededor para hacerlo mejor. La miré
con una mirada traviesa, asegurándome de lamerme los labios
mientras me dirigía hacia donde ella más me deseaba.
Su coño.
Besé su zona púbica, estaba recortada y agradecí el esfuerzo,
aunque el vello no me molestaba mucho.
El coño era el coño.
—¿Eso se siente bien?—la provoqué, besando débilmente su
clítoris que aún estaba dilatado de nuestra última sesión.
Ella gimió y su cabeza cayó hacia atrás.
Me reí en silencio mientras ella giraba las caderas contra la cama,
una súplica silenciosa para seguir adelante.
—Porque…—Lamí tiernamente su protuberancia. Exactamente
como ella quería que hiciera. Exactamente como ella amaba.
—Desde donde estoy lamiendo…—susurré, chupando su clítoris
y disfrutando su sabor por unos segundos mientras sus piernas se
apretaban a mi alrededor.
—Puedo oler…—agregué, empujando mi lengua en su abertura,
metiéndola y sacándola unas cuantas veces antes de alejarme
repentinamente.
Inmediatamente me miró, desconcertada y excitada.
Asentí hacia ella.
—La desesperación está sobre ti—escupí brutalmente, tirando un
beso en el aire y poniéndome de pie. Me volví, agarré las llaves y me
dirigí hacia la puerta.
—¡Ay Dios mío!— gritó con frustración, pero también con
urgencia. Era como una perra en celo. Quería que la tratara como un
juguete.
Todas lo hacían.
Me giré y sonreí.
—Dios no, cariño, Dylan—declaré, guiñándole un ojo por última
vez y saliendo de allí. Las mujeres podían volverse violentas muy
rápido. Me subí a mi coche y aceleré por la carretera como alma que
lleva el diablo, volviendo a mi apartamento con tiempo de sobra
antes de que saliera nuestro vuelo esa tarde. No vivía lejos del
campus, su papi quería tenerla cerca.
Entré en el apartamento que aún compartía con Jacob, excepto
que Austin era nuestro nuevo compañero de cuarto desde que Lucas
se había mudado a Oak Island. Quería dar estar presente y ayudar a
criar a su hijo, Mason. Por mi parte, lo felicité por ello. Además,
quería ayudar con su madre y Lily, que ahora era una joven de
dieciséis años con la que Jacob no podía dejar de jugar al gato y al
ratón. Era solo cuestión de tiempo antes de que no pudiera mantener
la polla en sus pantalones.
A pesar de mis no tan sutiles advertencias.
—Eres un maldito imbécil. —Hablando del diablo, dijo Jacob.
Levanté las manos.
—¿Qué diablos hice ahora? Acabo de llegar.
Su amigo Troy estaba en el sofá con su novia sentada a su lado.
Nunca le dije a Jacob, pero ella se acercó a mí la última vez que
estuvieron aquí. Cuando él y Troy se fueron a comprar más cerveza,
la dejé chuparme la polla. No era asunto mío, y si Troy no podía ver
lo puta que era, entonces ese era su problema, no el mío. Al menos
no me la follé, aunque ella me lo rogó.
Austin estaba acostado en el otro sofá, y se veía drogado como la
mierda. Dios sabe qué mierda estaba tomando ahora. Nunca volvió a
ser el mismo después del accidente automovilístico y todos lo
sabíamos, especialmente yo.
Jacob me siguió a mi dormitorio.
—¿Cómo estuvo anoche?
Sonreí.
—Sabes que eso probablemente regresará y te morderá el culo,
¿verdad? Me refiero a follar con la hija del profesor. Ese es un
movimiento bastante estúpido, incluso para ti.
Me encogí de hombros.
—No estoy preocupado por eso. —No lo estaba.
—Por supuesto que no lo estás. ¿Al menos, valió la pena?
—Nada fuera de lo común—dije y cerré la cremallera de mi bolso
de lona.
Él rio.
—Eres un imbécil. No tengo idea de cómo consigues tantos coños
como lo haces. Todo el mundo sabe que eres un imbécil.
—Y eso es exactamente el motivo. Me importa un carajo lo que
piensen las personas, especialmente las mujeres.
—Eres peor de lo que eras en la escuela secundaria. Eres
consciente de eso, ¿verdad? ¿No se supone que la universidad debe
hacer algo contigo?
Me reí.
—Hizo algo conmigo, solo que todavía no estoy muy seguro de
qué es eso.
Se sentó en el borde de mi cama.
—¿Ya empacaste?
—Mmmjá.
—Entonces, ¿estás listo para esta semana? Sabes que Alex
entendería si te quedaras atrás. Estás seguro…
—Estoy seguro.
Él asintió, comprendiendo.
—Sabes que esto probablemente no haga la diferencia, pero a
Aubrey le pareció bien que nos quedáramos en su apartamento.
Half-Pint incluso dijo que parecía algo emocionada.
Lo miré entrecerrando los ojos.
—Tienes razón, no hace una maldita diferencia. ¿Cuántas veces
tengo que decírtelo, Jacob? Ella era solo una chica con la que solía
follar—dije con tono burlón.
Suspiró, sin creer mi cara de póquer. Apenas podía creer la
mierda que salía de mi boca cuando se trataba de ella.
No importaba en cuántas mujeres había estado enterrado hasta
las bolas desde ella.
Siempre. Veía. Su. Cara.

Aubrey
Su avión había aterrizado hacía cuarenta y cinco minutos.
Estarían aquí en cualquier segundo.
Había dado vueltas y vueltas toda la noche. No podía conciliar el
sueño ni si mi vida dependiera de eso, no es que nunca más volviera
a dormir bien, para empezar. No podía recordar la última vez que
había dormido más de tres o cuatro horas seguidas, o no me
desperté de una pesadilla.
Me paseaba por la sala esperando ansiosamente. Alex estaba en
su dormitorio con Cole. Sí, ese mismo Cole que hizo de la vida de
Lucas un infierno en la escuela secundaria ahora mantenía a Alex
caliente por la noche. No podía culparla. Lucas la cagó como un rey.
Ella simplemente seguía con su vida. Solo le tomó diecinueve, casi
veinte años para que finalmente lo hiciera.
Cole me gustaba. Era bueno con ella. Pero no era Lucas, y yo lo
sabía tanto como ella.
—Está bien, cariño—dijo Cole, entrando en la sala de estar.
Me encogía internamente cada vez que lo escuchaba llamarla así.
—Te veré más tarde. —Él la besó—. Nos vemos, Aubrey. —
Asintió hacia mí y se fue.
—¿Cole no quiere volverse el mejor amigo de los muchachos
antes de irse?—bromeé, sentándome en el sofá y colocando mis
piernas debajo de mí.
Alex era muy perceptiva. Sabía que me estaba volviendo loca sin
siquiera presenciarlo.
—Difícilmente. —Se rio entre dientes, sentándose de la misma
manera que yo en el sillón—. Por cierto, los muchachos no saben
exactamente que Cole y yo estamos—dudó durante unos segundos,
debatiéndose sobre qué decir—saliendo.
Sonreí.
—Ahora, ¿por qué es eso, Half-Pint?
Ella inclinó la cabeza, arqueando una ceja.
—¿Ese es el tercer o cuarto atuendo que te has cambiado? —Ella
me miró de arriba abajo.
Dejé de sonreír.
—Estoy bromeando. Estoy segura de que Dylan apreciará lo que
lleves puesto, Aubrey.
—Alex, Dylan y yo no hemos hablado en casi dos años. Esa es la
única razón por la que estoy nerviosa de verlo. No leas demasiado—
le aconsejé con severidad.
—No quiero pelear, ¿de acuerdo? Los amo a los dos, pero nunca
entenderé por qué no están juntos. No has estado con nadie desde él.
Apenas sales de nuestro apartamento, así que obviamente no sigues
adelante por alguna razón, Aubrey. ¿Por qué no te preguntas cuál
es?
Negué con la cabeza.
—No hables de cosas que no sabes, Half-Pint.
q
—Entonces dime así lo hago—me desafió ella, poniendo la mano
en su cadera.
Estaba a punto de decir algo cuando llamaron a la puerta. Mi
corazón cayó. Alex observó mi rostro pálido, pero no dijo nada. Se
levantó del sofá para abrir la puerta. Cada paso que daba, sentía que
mi determinación se desmoronaba un poco más.
No puedo hacer esto.
Me levanté del sofá para correr a mi habitación, pero no fui lo
suficientemente rápida. Abrió la puerta y me detuve en seco en la
entrada.
—¡Half-Pint!—la saludó Jacob, haciéndola chillar cuando la
levantó del suelo.
Mi corazón latía como si fuera a salírseme del pecho, haciendo
eco en la habitación. La habitación comenzó a cerrarse sobre mí.
Cerré los ojos con fuerza, tratando de orientarme. Mi piel se sentía
fría y húmeda, pensé que me iba a desmayar. A continuación
escuché la voz de Austin, esperando la de Dylan.
Como si leyera mi mente, Alex preguntó:
—¿Dónde está Dylan?—
—Oh—murmuró Jacob—. Mmm… tenía una mierda de la que
ocuparse o algo así. Estará aquí más tarde.
Instintivamente me giré, mirando fijamente a los ojos de Jacob.
Austin le dio un ligero revés en el estómago.
—¿Porque estás mintiendo? Half-Pint, ya sabes cómo es Dylan,
tiene coños en todos los códigos postales. Está con una chica que nos
recogió en el aeropuerto, volverá una vez que haya terminado con
ella.
Jacob frunció el ceño y sus hombros se encorvaron. Cerró los ojos
durante unos segundos, negando con la cabeza.
Tragué el nudo en mi garganta y sonreí levemente.
—Algunas cosas nunca cambian, ¿eh?
Austin me miró como si acabara de darse cuenta de que estaba
parada allí y el remordimiento se extendió por toda su expresión.
—Mierda, Aubrey, yo no…
—¿Cómo estuvo tu vuelo?—lo interrumpí, queriendo nada más
que cambiar de tema.
Ellos se recuperaron rápidamente, pero por unos momentos
todos me miraron con lástima. Me odié un poco más.
—Estuvo genial—intervino Jacob, tirando de mí en un abrazo.
Odiaba que me tocaran, pero lo dejé porque ¿qué más podía
hacer? Austin fue el siguiente. Ambos se quedaron con sus brazos a
mi alrededor durante demasiado tiempo. Lo que solo me hizo querer
ducharme de nuevo.
—Entonces—respiré, tratando de calmar mis nervios por sus
manos sobre mí—. ¿Qué habéis planeado?
—Pensé en mostrarles el lugar—intervino Alex—. ¿Quieres
venir?
Negué con la cabeza.
—No, tengo que estudiar. Se acercan las finales y esas cosas. Sin
embargo, divertíos. Nos pondremos al día más tarde.
Alex asintió y me fui a mi habitación. Lo último que quería era
ver la mirada en sus rostros, una vez había sido suficiente. Tomé otra
ducha caliente y me puse unos pantalones cortos de algodón y una
camiseta sin mangas. La única vez que usaba ropa reveladora era
cuando estaba sola en mi espacio seguro. Tiré el estúpido vestido
amarillo que había comprado en el fondo del armario y estudié todo
el día, encerrada en mi habitación.
Bostecé, leyendo la hora en mi teléfono, viendo que era casi la
una de la mañana, y aún no había escuchado a nadie llegar a casa.
Mi estómago rugió, así que dejé a un lado mi libro de texto y me
levanté para ir a la cocina a buscar algo para comer. Rebusqué en los
gabinetes superiores, tratando de decidir qué quería, cuando se abrió
la puerta.
—¿Sabes dónde está mi cereal, Half-Pint?—pregunté,
poniéndome de puntillas para buscar en la parte de atrás.
—¿Sigues comiendo Lucky Charms?
Me quedé helada.
Dylan.
Lo sentí venir detrás de mí, su olor amortiguado por el hedor del
perfume barato de una mujer. Mi respiración se aceleró cuando el
calor de su pecho se presionó contra mi espalda desnuda, mis ojos se
posaron en su fuerte mano apoyada contra la encimera.
¿Por qué todavía tenía este efecto en mí?
Extendió la mano detrás de mí, rozando mi hombro para agarrar
mis Lucky Charms y colocarlos frente a mi cara.
Se inclinó cerca de mi oído, su aliento golpeó un lado de mi
cuello causando escalofríos por todo mi cuerpo. Se rio entre dientes
cuando notó que el vello de mis brazos se erizaba.
—No sabía que íbamos a tener una fiesta de pijamas, cariño. —
Acarició suavemente a lo largo de mi brazo donde mis vellos estaban
erizados. una sensación de hormigueo en lo profundo de mi vientre.
Dios, no había sentido eso en tanto tiempo.
La puerta principal se abrió de nuevo y se alejó de mí con
bastante rapidez, llevándose mi cereal con él. Me di la vuelta y
nuestros ojos se conectaron de inmediato. Se mordió el labio inferior
y me miró de arriba abajo, haciéndome sentir desnuda.
Maldita sea, se veía bien.
Su cabello era más rubio de lo que recordaba, y lo tenía atado en
un moño alto en su cabeza. Sus ojos eran de un suave color miel con
un resplandor brillante, que supuse que eran los efectos secundarios
del alcohol. Nunca antes lo había visto con barba, todo tipo de vellos
rubios y castaños mezclados a lo largo de su labio superior y de su
barbilla. Llevaba una camisa blanca ajustada que acentuaba sus
definidos brazos que eran mucho más grandes desde la última vez
que lo vi.
q
Mi chico creció.
Ahora era un hombre, un hombre devastadoramente apuesto, en
una forma tosca y ruda.
Sonrió, llevándose pedazos de mi cereal a la boca, lamiéndose los
labios a propósito cuando se dio cuenta de que lo estaba mirando.
—¡Dylan!—exclamó Alex, rompiendo mi estado de trance.
Dejó mi cereal en la encimera junto a él y la levantó del suelo.
Anhelaba que él hiciera lo mismo conmigo.
Después de todo…
Todavía lo amaba.
Todavía lo amaba tanto.
No apartó los ojos de mí mientras sostenía a Alex en sus brazos.
Me pregunté si los mismos pensamientos estaban pasando por su
mente.
—Half-Pint, mírate eres toda una adulta—dijo mientras la
miraba.
—Dices eso cada vez que me ves—dijo ella y se rio, mirándome
—. Veo que se han reencontrado.
Entrecerró los ojos, esperando que dijera algo.
—Hola, McGraw—fue todo lo que pude decir.
Se estremeció, apartándose de la encimera con mi cereal en las
manos, deteniéndose cuando estuvo justo frente a mí. Agarré la
encimera, mis piernas de repente se sentían débiles.
Ladeó la cabeza y tiró de las puntas de mi cabello. Se inclinó
como si fuera a besarme en la mejilla.
—Recuerdo cuando solías agarrar mi polla con tanta fuerza—dijo
con voz áspera, señalando mis manos blancas aferrando la encimera.
Jadeé, desconcertada. No me di cuenta de que me estaba
agarrando tan fuerte. La solté y el calor se apoderó de mis mejillas.
Me entregó el cereal, dejando que su agarre persistiera, imitando el
agarre que todavía tenía en mi corazón.
Me dejó allí de pie en estado de shock.
Por primera vez en años, ya no tenía idea de quién era él.
Capítulo 24
Dylan
Llevábamos casi una semana en California y nos quedaba un día.
No había visto ni hablado con Aubrey desde esa noche en la cocina.
La evitaba como a la peste.
En lo que a mí respecta, no había nada más que decirle.
—Eres un imbécil—dijo Jacob.
Sonreí.
—¿Por qué, qué quieres decir? —pregunté con un tono de
sabelotodo, acercando un coño cualquiera a mi lado.
—¿Con cuántas chicas planeas follar mientras estemos aquí?
¿Estás tratando de abrirte camino a través de la casa de la
hermandad o simplemente sigues cabreando a Aubrey?
Me reí.
—Esto no tiene nada que ver con ella.
—Tiene todo que ver con ella. Ella te está mirando ahora mismo.
La expresión de dolor en su rostro me duele, Dylan, y no tengo nada
que ver con eso.
Puse los ojos en blanco.
—Debería haber pensado en eso antes de dejarme.
—¿Por qué no intentas hablar con ella? ¿Escucharla quizás?
—Eso implicaría que en realidad me importaba.
Acerqué a otra chica a mi otro lado, y Jacob negó con la cabeza,
alejándose de mí. Estábamos en la fiesta de la fraternidad de Cole, y
por mucho que Alex intentara ocultarlo, yo sabía que ella y Cole
estaban juntos. Capté las miradas que se daban y la forma en que
ella lo tocaba cuando pensaba que nadie podía verlos. No entendía
por qué estaba tratando de ocultárnoslo. No me importaba con quién
saliera mientras fuera feliz, y Cole parecía tratarla bien.
La noche empeoró cuando Alex se acercó corriendo a Jacob para
decirle que Austin estaba drogado con éxtasis. No me sorprendió en
lo más mínimo. El tipo tenía un jodido deseo de muerte. Después de
que Jacob y yo lo encontramos en el parque y tratamos de ayudarlo,
todo lo que eso consiguió fue que nuestra amistad se fuera al
infierno. Se dijeron mierdas que nunca se podrían retractar, y mi
decepción tanto por Austin como por Jacob en ese momento fue
suficiente para hacerme caer en espiral por una botella de ron.
Tomé un trago de la botella mientras me dirigía a la playa. El
líquido ardiente quemaba placenteramente. Quería olvidar. Quería
fingir que la última maldita hora no sucedió. Terminé en la playa que
estaba a poca distancia de su apartamento y supe que eso era obra
de Aubrey.
Le encantaba la playa.
Quería imaginar que no veía su cara frente a mí, la misma cara
que traté desesperadamente de olvidar a lo largo de los años.
Todo eso, cada recuerdo y emoción golpeándome en la cara,
recuerdo tras recuerdo. Atormentándome. Haciéndome sentir como
el pedazo de mierda que sabía que era.
No quería sentir nada.
No quería recordar nada.
No quería saber nada.
Sentí como si estuviera reviviéndolo todo de nuevo: la violación,
su abandono, la desaparición de mi vida y nuestro amor. Cayendo
sobre mí como una tonelada de jodidos ladrillos, y no podía respirar.
Me estaba asfixiando. La adrenalina bombeaba a través de mi
corazón, y podía sentir el sudor acumulándose en mis sienes.
Caminé hacia el agua, la botella ya estaba medio vacía. Estaba
entumecido. Siempre estaba entumecido. Excepto cuando no lo
estaba.
Follando.
Mujeres.
—Sabes que hay tiburones allí, ¿verdad?
Me giré para encontrar a una morena parada allí y así como así
desapareció. Podía respirar.
—No me digas, ¿en serio?
Ella rio.
—¿No tienes miedo de los tiburones?
—Los tiburones no vienen a la costa, cariño. —Observé su figura,
cintura pequeña y grandes tetas. Llevaba una bata sobre el bikini…
fácil acceso.
—Lo sé, pero ¿por qué arriesgarse? Cualquier cosa puede
suceder.
—¿Cualquier cosa? —Sonreí.
Ella se sonrojó.
—¿No es un poco tarde para que estés caminando por la playa
sola?
—No estoy sola. Estás aquí—dijo ella.
—Exactamente.
—Mi nombre es…
—No me importa cuál es tu nombre—la interrumpí, caminando
hacia ella.
—Bueno, sé tu nombre. Dylan—bromeó.
—¿Se supone que eso debe impresionarme?
Sus ojos se abrieron ampliamente.
—Tus labios. —Extendí la mano y froté el pulgar de un lado a
otro en su labio inferior—. Ya lo están haciendo.
Su respiración se aceleró.
—Quiero ver qué más pueden hacer. —Empujé el pulgar en su
boca voluptuosa—. ¿Tú quieres?—le pregunté con convicción.
Me chupó el pulgar como una maldita profesional y alcanzó mi
cinturón, desabrochándolo.
—Buena chica—la elogié, quitando el pulgar y acercándola a mí
por un lado del cuello—. Sácame la polla—gemí en su oído, y su piel
inmediatamente calentó mi mano. Besé suavemente su cuello,
absorbiendo su dulce olor a protector solar.
Reconocí a la chica. Era una de las chicas de la hermandad o algo
así.
Todas las caras se mezclaban, todas menos una.
No sabía su nombre y no me importaba, no estaba mintiendo
sobre eso. Si me había seguido hasta aquí, definitivamente haría
cualquier cosa por mí.
Y la quería de rodillas.
Ella hizo lo que le dije con manos inestables.
—Acariciarlo. Más fuerte —ordené mientras continuaba besando
sus pechos, asegurándome de frotar mi barba contra su piel. A las
mujeres les encantaba eso.
—¿Así?—exhaló.
Gemí y acuné sus pechos en mi cara.
—Sí…
Ella era muy receptiva y eso es lo que más disfrutaba de las
mujeres. Eché su cabeza hacia atrás y ella gimió, la bajé al suelo hasta
que estuvo de rodillas. Retiró su mano y puse la mía alrededor de mi
polla, me la bombeé frente a su cara mientras me miraba con los ojos
entornados.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, sus ojos se
nublaron como si nunca antes hubiera visto a un hombre acariciarse.
O podría haber sido del tamaño de mi polla.
De cualquier manera, me excitó.
La miré.
—No se va a chupar sola, cariño—insté con voz ronca.
No fue necesario que se lo dijera dos veces, su boca suave,
húmeda y caliente me devoró. Continué masturbándome mientras
ella chupaba la punta hasta que comenzó a mover su boca por el
tronco de mi polla.
—Más profundo—exigí.
Esta chica seguía las instrucciones bastante bien, pero cuando no
me llevó tan profundo como me hubiera gustado, lo hice por ella.
Tuvo arcadas cuando sentí la parte posterior de su garganta,
haciéndome gruñir y mojarla.
—Bájate la parte inferior, pon la mano en tu coño y juega contigo
misma. Quiero ver como te corres.
Nuevamente siguió mis órdenes a la perfección, manipulando su
clítoris, lento al principio, luego más rápido y más exigente. Me
aferré a los lados de su cara, moviendo su boca sobre mi polla como
yo quería.
De la forma en que anhelaba.
Su mano una vez más me acarició, y rápidamente encontré un
ritmo que hizo que mi cabeza se inclinara hacia atrás.
—Buena chica, tan buena chica—gemí, mirando a la luna.
Pensando en alguien más mientras le follaba la boca.
Disfruté la sensación de sus labios envolviéndome, pero estaba
borracho como la mierda. No me iba a correr. Cuando volví a
mirarla, ella no era la que quería que fuera y eso me molestó. Me
retiré bruscamente de su boca, metiendo la polla en mis pantalones.
—¿Qué carajo?—espetó.
—Debería preguntarte lo mismo, cariño, con labios como los
tuyos, pensé que serías una maldita profesional.
La dejé allí gritando obscenidades.
Para cuando regresé a su apartamento, mi nebulosa de borracho
persistía, pero comenzaba a recuperarme. Usé la llave que Alex me
dio sabiendo que nadie estaría en casa todavía. Era bastante
temprano para los estándares universitarios. Estaba completamente
oscuro cuando entré. Debo haber dejado la botella en algún lugar ya
que ya no estaba en mi mano. Me dirigí hacia la habitación de Alex
con ganas de desmayarme en su cama hasta que llegara a casa.
Abrí la puerta y Aubrey jadeó, dándose la vuelta para mirarme
con los brazos sobre su pecho desnudo.
Inmediatamente sonreí, agarrando la manija de la puerta.
Ladeando la cabeza para observar su hermoso y jodido cuerpo que
se parecía a la Aubrey que recordaba.
Mi chica.
—Dios, McGraw, ¿no golpeas?
—No hay nada que no haya visto antes, dulzura.
Ella puso los ojos en blanco.
—Estás borracho.
—Eres hermosa.
Ella se sacudió mi comentario.
—¿Fuiste criado en un establo? Cierra la maldita puerta.
—Bueno, maldita sea, cariño, no tienes que pedírmelo dos veces.
—Cerré la puerta, apoyando la espalda contra ella con los brazos
cruzados sobre el pecho.
—Quise decir que salgas—dijo ella.
—Pero realmente quiero entrar—respondí, recorriendo su
cuerpo.
—Eres vil. ¿Cuántas chicas han dormido en tu cama en los
últimos dos años, McGraw? Mejor aún, ¿en cuántas camas de chicas
has dormido en la última semana?
Sonreí sarcásticamente.
—Perdiste el derecho de preguntarme sobre mi cama cuando
decidiste que ya no querías estar en ella, Bree.
Ella se echó hacia atrás, aturdida.
—Vete.
Levanté las cejas.
—La verdad duele, ¿no?
—Eres un…
—Me robaste el corazón y nunca me lo devolviste.
Sus ojos se abrieron como platos.
Suspiré, caminando hacia la cama para sentarme contra las
almohadas junto a la cabecera. Contemplé el techo durante unos
segundos antes de pasar el brazo sobre los ojos para permitirle
cambiarse. No sé cuánto tiempo me senté allí hasta que sentí que la
cama se hundía a mi lado.
—Eso no es justo—anunció de la nada.
Moví el brazo y me eché el pelo hacia atrás, mirándola de reojo.
—¿Para quién?
Llevaba unos shorts de algodón con una camiseta sin mangas
similar a la que llevaba puesta la primera noche que la vi. Su cabello
rubio se había vuelto largo, le llegaba hasta la cintura. Sus brillantes
ojos verdes todavía tenían el poder de ponerme de rodillas con una
simple mirada. No usaba maquillaje, pero nunca lo necesitó, siempre
fue naturalmente impresionante. Las mujeres con las que me acosté
ni siquiera se acercaban a ella.
Parecía mayor, y odiaba el hecho de haber extrañado todo ese
tiempo con ella. Había algo en sus ojos que me decía que quería
decir mucho, y me sentaría allí por el resto de mi vida si eso era lo
que necesitaba para que se abriera a mí.
El pasado seguía acechando a la vuelta de la esquina como una
maldita sombra de la que no podía escapar. Todo lo que quería eran
unos momentos en el tiempo en los que ya no nos persiguiera.
Ella me rompió el corazón y, sin embargo, allí estaba esperando
de buena gana que lo hiciera de nuevo.
Me acarició la mejilla con los nudillos como si supiera lo que
sentía, lo que pensaba, lo que deseaba.
Me apoyé en su mano y ésta cayó sobre la parte posterior del
cabecero. La usé como almohada mientras su otra mano jugaba con
mi cabello, apartando los mechones más largos de mi cara.
—No puedo creer que mantuvieras tu cabello así—murmuró
como si le doliera decirlo.
—Te encantaba—dije la verdad.
Mi cara se volvió hacia la palma de su mano y la besé
suavemente, esperando que se alejara como siempre lo hacía antes
de dejarme de rodillas, rogándole que se quedara.
Cuando no lo hizo, coloqué lentamente besos tiernos en su brazo,
rozando mis labios de un lado a otro para disfrutar la sensación de
su piel contra mi boca.
Ella era tan suave.
Tan cálida.
Llegué a su hombro y moví su cabello al otro lado de su cuello,
sin dejar de acariciar su piel. Podía sentir el efecto que estaba
teniendo sobre ella y no me había detenido todavía.
—Dylan—se movió ligeramente y su cuerpo se tensó.
Mi corazón se aceleró.
—¿Qué, dulzura? —Me estaba acercando a su cuello.
—Necesitas parar.
—No, no lo necesito.
Su pecho se elevaba con cada movimiento de mis labios
acercándome a su boca.
—No podemos hacer esto.
—Sí, podemos.
Agarré un lado de su cara, acerqué su boca a la mía y ella me
dejó. Tenía los ojos cerrados y olía como todo lo que siempre quise.
—Eres tan jodidamente hermosa—gemí, anhelando
desesperadamente tomar lo que necesitaba fuera mío.
Su boca se abrió cuando la acerqué a mí. El olor y la sensación de
ella me estaban mareando, y todo lo que quería era besarla. Era un
gesto tan inocente, un deseo tan simple.
Quería capturar este momento y aferrarme a él todo el tiempo
que pudiera. Quería recordarla de esta manera.
Para mí.
Mía.
—Sé que una parte de mí siempre estará esperándote. Y quiero
odiarte por eso, pero no puedo—murmuré, acercándome a su boca.
Ella negó con la cabeza incapaz de encontrar las palabras.
—Voy a besarte ahora.
Se humedeció los labios invitándome a hacerlo.
—Me has arruinado para todas las demás mujeres, Aubrey—me
encontré diciendo.
Inmediatamente abrió los ojos y miró directamente a los míos.
—¿Lo prometes?
No vacilé. Ni por un maldito segundo.
—Siempre.
La puerta principal se abrió de golpe, y fue como si un balde de
agua helada hubiera sido derramado rápidamente sobre ella. Saltó
hacia atrás y lejos de mí después de la repentina intrusión.
—Tienes que irte—ordenó.
Ella no había terminado de romper mi maldito corazón.

Aubrey
—Eso no es lo que quieres—me respondió.
—No sabes lo que quiero, McGraw.
—Ahí es donde te equivocas, cariño, siempre lo he sabido. Eres tú
la que no lo ha hecho.
Mantuve mi barbilla más alta, tratando de no dejar que la verdad
que salía de sus labios me afectara.
—Algún día te encontrarás a ti misma y desearás no haberlo
hecho.
—¿Qué quieres de mí?—exhalé.
—Todo—dijo—. Pero ahora mismo me conformaré con abrazarte.
Negué con la cabeza, asustada de que si abría la boca mi
respuesta sería diferente.
—Déjame abrazarte, cariño, solo por esta noche. Mañana puedes
volver a fingir que no me amas.
—Dylan…
—Dormiré encima de las mantas como un buen chico.
—No puedo.
—Prueba.
Sabía lo que me estaba haciendo a mí misma, pero los recuerdos
ya me tenían cautiva, y quería desesperadamente sentir algo más
que el odio que vivía dentro de mí.
Aunque fuera por una noche.
Retiré las mantas y me metí debajo de ellas, alejándome de la cara
a la que no podía soportar mentirle más y esperé. Apagó la luz y la
oscuridad inmediatamente me atrapó. Nunca dormía con la luz
apagada. Estaba a punto de abrir la boca y decirle que no podía
hacer esto.
Tanto como lo anhelaba.
Cuando sentí su brazo rodearme, solo su brazo. No tiró de mí
hacia él, no me movió del lugar donde yacía y no se deslizó más
cerca de mí. Todo lo que hizo fue colocar su brazo sobre mi vientre
como si supiera que era todo lo que podía soportar, y creo que me
enamoré de él de nuevo.
Pero habían pasado demasiadas cosas.
Cosas que no podía olvidar.
Errores que no podía cambiar.
Remordimientos que no podía dejar atrás.
Cerré los ojos y para mi sorpresa no tardé mucho en empezar a
dormirme. Excepto que antes de hacerlo, lo escuché susurrar:
—Te amo. Siempre te amaré.
Dormí toda la noche por primera vez desde el día que morí con el
hombre que prometió que podría salvarme.
Capítulo 25
Aubrey
—Sí, lo sé, tía Celeste—mentí.
—¿Estás comiendo? ¿Durmiendo? ¿Cuidándote?
—Mmmjá…
—Aubrey —me presionó ella.
—¿Como está ella? ¿Está bien? —pregunté de la nada.
—Por supuesto que lo está. Te lo diría si no lo estuviera.
Asentí a pesar de que ella no podía verme.
—Tengo que irme, Jeremy está en camino. Volveré a llamar
pronto.
—Llama a tu madre, ¿de acuerdo?
—Lo haré.
—Te amo, cariño.
—Yo también. —Colgué.
Era mi último año de universidad, tenía veintidós años y estaba a
punto de graduarme con una licenciatura en moda y diseño en unas
pocas semanas. No tenía ni idea de lo que haría con el título, pero lo
tendría de todos modos.
La puerta principal se abrió de golpe.
—¿Dónde mierda estás, Aubrey?
Salté de la cama.
—También me alegro de verte, Jeremy—saludó Alex mientras yo
salía corriendo de la habitación.
Inmediatamente sonrió, su comportamiento cambió
drásticamente del hombre que acababa de irrumpir en mi puerta
principal.
—Alex. No vi tu coche afuera—dijo.
—Lo dejé en lo de Cole. Me dejó esta mañana, me está esperando
afuera.
—Hola, nena—me saludó, se acercó y me tiró contra su lado. Me
besó y luego volvió a mirar a Alex.
Conocí a Jeremy en una de las fiestas de la fraternidad de Cole al
comienzo del año escolar. Era un ex alumno que se había graduado
tres años antes como vicepresidente de la fraternidad como su padre
antes que él, y así sucesivamente. Su familia era de alto perfil, y eran
generaciones y generaciones de políticos. Jeremy trabajaba para su
padre, administrando su oficina y manejando las necesidades de la
campaña entre bastidores.
Él lo odiaba.
Viajaba todo el tiempo, y cada vez que regresaba estaba peor de
lo que estaba antes de irse.
—¿Puedo hablar contigo un segundo, Aubrey? A solas.
Asentí, mirando a Jeremy. Me miró con cansancio antes de
excusarse para ir a mi habitación.
Alex agarró mi brazo, arrastrándome hacia la cocina, más lejos de
mi habitación.
—¿Qué estás haciendo con él, Aubrey? Es un imbécil.
—Dylan también—dije, lamentando las palabras tan pronto como
salieron de mi boca.
No se parecían en nada.
En nada.
Alex negó con la cabeza, decepcionada de que incluso estuviera
comparándolos. No podía odiarme más por eso, no me quedaba
espacio extra para sentir eso. No había visto, ni hablado con Dylan
desde la noche en que dormí con su brazo alrededor de mí. La
última vez que tuve una buena noche de sueño fue hace más de dos
años, mucho había cambiado, pero aún no lo suficiente.
—Dylan no es…
—Lo sé, Half-Pint, no sé por qué dije eso.
—¿Por qué te haces esto? No tiene sentido que estés con él
cuando sabes que Dylan es...
—No todos tienen su final feliz, Alex—le respondí con dureza.
Ella dio un paso atrás.
—¿Qué te pasó, Aubrey?
—Crecí.
—Déjame…
—Ocúpate de tus asuntos, eso es lo que tienes que hacer. No
puedes salvarme más de lo que pudiste salvar a Lucas.
Ella se echó hacia atrás, herida.
—Lo siento. No quise decir eso.
—No, Aubrey, creo que querías hacerlo. —Con eso se dio la
vuelta y se fue.
Respiré hondo mientras el remordimiento y la vergüenza me
invadían. Me di la vuelta para caminar de regreso a mi habitación y
antes de que pudiera dar mi primer paso, Jeremy me dio un revés en
la cara con tanta fuerza que caí al suelo.
—¡Tú, perra estúpida!—rugió, cerniéndose sobre mí mientras me
agarraba la mejilla.
Ojalá pudiera decir que Jeremy vino y cenó conmigo, que hizo
que me enamorara de él y de su encantadora personalidad. Que no
sabía que era un monstruo. Que me engañó, que me hizo creer que
era algo que no era antes de mostrarme su verdadero temperamento.
No hizo ninguna de esas cosas.
Yo sabía en lo que me estaba metiendo. Sabía qué tipo de persona
era y qué tipo de demonios estaban sentados sobre sus hombros.
Esperándome.
Lo sabía todo.
Desde nuestra primera charla hasta nuestra primera cita y la
primera vez que me puso las manos encima. Sabía de lo que era
capaz, y yo lo quería. Lo busqué
Esos momentos en que sus puños hablaban o su boca arrojaba
palabras degradantes y odiosas eran las únicas veces que sentía
dolor en mi corazón.
El dolor que vivía en mi alma.
La angustia que consumía mi cuerpo y mi mente.
Cada. Día.
Estuve entumecida durante unos preciosos minutos.
Disfruté la sensación del dolor que me había infligido, incluso si
fue solo por unos minutos. Me quitó los recuerdos de la persona en
la que me había convertido.
—¡Maldita sea, mírame!
Lo hice.
—¿No me defiendes ante tu estúpida amiga de mierda? ¿Qué tipo
de novia eres? ¡Un pedazo de mierda! No sirves para nada más que
por ese coño entre tus putas piernas.
Me dio una patada en el estómago y retrocedí de dolor,
atragantándome histéricamente.
—¡Vete a la mierda, débil y patética excusa de novia!
Jadeé por aire, agarrándome el estómago.
—¡LEVÁNTATE, AUBREY! ¡No quieres que lo haga por ti!
Me apoyé sobre mis manos y rodillas, respirando a través del
dolor.
—No te lo voy a decir de nuevo, Aubrey—me advirtió con los
dientes apretados.
Siseé a través de mi incomodidad, parándome encorvada.
Parpadeando a través de los puntos blancos en mi visión mientras
toscamente agarraba mi barbilla.
—Dylan es mejor que yo, ¿eh? Todavía te está esperando,
¿verdad?
Silencio.
—Respóndeme.
—No—dije.
—Dime que me amas.
—Te amo—susurré con falta de emoción en mi voz.
—Dime que sabes que eres un pedazo de mierda sin valor. Dime
que soy mejor que él, que soy mejor que tu Dylan y que tienes suerte
de tenerme.
Podría soportar los golpes, el abuso físico. Era leve en
comparación con el asalto verbal que sus palabras infligían dentro de
mí. Como un cuchillo tallando mi cuerpo ya herido. El escozor era
mucho más intenso que cualquier cosa que sus manos pudieran
hacerme.
—Mírame a los ojos y dilo como si lo dijeras en serio. Si no lo
haces, te haré daño hasta que me hagas creer que lo dices en serio.
Tragué saliva, apretando mis costillas donde acababa de
golpearme para adormecer las palabras que estaban a punto de salir
de mi boca. Cada mentira que saldría de mis labios.
Lo miré profundamente a los ojos y murmuré:
—Soy un pedazo de mierda sin valor.
Sus ojos se dilataron, pude ver el subidón que le estaban dando
mis palabras y dudé por unos segundos.
—Eres mejor que él y tengo suerte de tenerte.
—¿Mejor que quién, Aubrey? ¿Soy mejor que quién?
Presioné mis costillas con más fuerza, haciendo una mueca por el
dolor que desearía fuera de mis costillas.
—Eres mejor que Dylan—dije, conteniendo las lágrimas y mi voz
para que no se rompiera.
Él sonrió sarcásticamente.
—¿Quién te ama, bebé?
—Tú.
Me soltó la barbilla y se dio unos golpecitos en la mejilla como
siempre hacía después de golpearme.
—Sabes que te amo, ¿verdad, bebé?
Asentí.
—Dime que lo sabes.
—Se que me amas.
—Solo yo, bebé, solo yo.
Me tomó en sus brazos, abrazándome.
—Hago esto por ti. Soy lo que te mereces.
Si tan solo supiera cuán verdaderas eran sus palabras.

Dylan
—¡Ya voy! ¡Espera!—grité, envolviendo una toalla alrededor de
mi cintura. Abrí la puerta principal para encontrar a mi madre
parada allí.
Sonreí.
—Hola.
Ella puso los ojos en blanco.
—Dylan, te he estado llamando toda la mañana.
Asentí, haciéndome a un lado para dejarla entrar.
—Y lo he estado ignorando toda la mañana, pero al menos
llamaste esta vez, mucho mejor que la última vez.
Ella sacudió su cabeza.
—Bueno, creo que atrapar a mi hijo teniendo sexo una vez es
suficiente para toda la vida de cualquier madre.
Me reí, apoyándome contra la puerta principal y cruzando los
brazos.
—Oh, vamos, mamá, no ha sido solo una vez—bromeé.
—No me lo recuerdes, Dylan—afirmó con un suspiro exagerado.
—Ayyy, mamá, me has visto desnudo antes. No te sonrojes—
bromeé.
—No se trata de tu salchicha, querido, solía cambiarte los
pañales, y soy plenamente consciente de cómo se ve. Es el hecho de
que lo vi en la boca de una chica lo que me tomó por sorpresa.
Sonreí y levanté las cejas, divertido.
—¿Mi salchicha?—repetí mientras me reía—. Solo tú te refieres a
ella como una salchicha, madre, y además era una buena chica,
tragó.
Su rostro hizo una mueca de asco mientras levantaba las manos
en el aire en un movimiento de parada.
—Suficiente, Dylan, no creas que no sé lo que estás haciendo.
Estás tratando de distraerme de la razón por la que estoy aquí. No
quiero escuchar ninguna excusa. Vas a ir.
—Tengo planes—respondí sin necesidad de saber la pregunta.
—Cancélalos.
Me aparté de la puerta y caminé hacia mi cocina con ella justo
detrás de mí.
—No voy a discutir contigo hoy, mamá.
—Bien, ya que no tengo intención de discutir. Vas a ir—ordenó de
nuevo.
Recogí dos botellas de agua de la nevera y le entregué una.
—No soy un niño, ya no puedes darme órdenes.
—Cierto, porque escuchabas muy bien cuando eras un niño, ¿eh?
—respondió ella.
Giré la tapa y tomé un sorbo, colocándolo en la encimera para
mirarla.
—No voy. No hay ninguna razón para que yo esté allí.
Sacó un taburete y se sentó.
—Sí, la hay—respondió ella, ya preparada para cada refutación
que estaba a punto de lanzarle.
—¿Cuál?—le pregunté, genuinamente curioso acerca de su
respuesta.
—Es importante para la madre de Lucas. Conoces a la mujer que
es como una segunda madre para ti.
—Oh, bueno, gracias por ese viaje de culpa. Misión cumplida. Te
veré allí—dije sarcásticamente.
—Dylan, no uses ese tono conmigo.
Me agarré la nuca, molesto.
—Necesitas un corte de pelo. ¿Qué tal si programo uno para ti?
¿No quieres cortarte el pelo, cariño? Está muy largo. Solo las chicas
tienen el pelo así de largo, cariño, no querrás parecer una chica,
¿verdad?
—Nunca ha sido un problema para mí. No tengo ningún
problema en tener sexo, madre, si eso te preocupa.
—¡Dylan! —Ella dio un paso hacia mí.
Extendí las manos frente a mí, rindiéndome.
—¿Qué? Tú empezaste.
Se puso la mano en la frente y respiró hondo.
—Oh, Dios mío, me estás dando dolor de cabeza. Tu cabello está
más allá de tus hombros y nunca has oído hablar de una navaja de
afeitar. Tu rostro, estás cubriendo tu hermoso rostro con nada más
que barba.
—De nuevo, nunca ha sido un…
—Suficiente. No quiero oír hablar de tus formas de ir de cama en
cama. Sé que estás en la fuerza policíaca y a punto de ser ascendido a
detective aquí en Oak Island—sonrió aunque estaba tratando de
reprenderme.
—Solo después de trabajar en la fuerza durante tres años desde
que te graduaste de la universidad—agregó con nada más que
orgullo en su voz, dando un paso hacia mí de nuevo como si fuera a
abrazarme, pero en el último segundo me golpeó en la cabeza—. Por
cierto, no me importa si tienes veintiséis o cincuenta años. No me
hablas como si fuera uno de tus muchachos o colegas. Te crie mejor
que eso, Dylan Anthony McGraw, ¿me escuchas?
Me froté la cabeza donde acababa de golpearme.
—Sí, señora.
—Lo sé, cariño. Sé que Aubrey estará allí con su novio. Sé que
han pasado años desde que la has visto. Sé que todavía…
Suspiré y nos miramos a los ojos. Sabía que odiaba que
mencionara esto de nuevo, sabiendo que no lo discutiría con ella.
No lo discutiría con nadie.
Ella sonrió con amor, leyendo mi mente.
—Esto no es por lo que estoy aquí. Significaría mucho para la
madre de Lucas si estuvieras para su fiesta de Nochebuena. Ella nos
quiere a todos juntos. No sabemos qué va a pasar, Dylan. Está
empeorando, y sé que lo ves. Ésta podría ser la última…— se
detuvo, incapaz de terminar la oración.
—Lo sé, mamá. Voy a estar allí.
Se puso de pie y caminó hacia mí.
—Gracias cariño. Todo va a estar bien. Ya verás.
Recé en silencio para que tuviera razón.

Aubrey
Me senté en mi tocador, mirando a la mujer en el espejo.
—Te amo—susurré, apenas siendo capaz de escucharlo por
encima de la melodía que salía de mi joyero. El que Dylan me había
dejado en el coche de mi madre hacía tantos años.
Aferrándome a lo único que me quedaba de él.
De nosotros.
Sus pestañas eran largas y estaban cubiertas de rímel. Sus
párpados estaban cubiertos con una sombra de ojos gris con un
delineador negro y espeso. Cada centímetro de su rostro estaba
cubierto con corrector, base y polvo. El rubor arrastrándose a lo
largo de sus pómulos. La boca de color rojo brillante.
Su cabello rubio y sedoso descansaba en el lado derecho de su
rostro, un clip en forma de lazo colocado estratégicamente en el
cabello que hacía juego con sus labios.
Su blusa de seda roja y su falda lápiz negra abrazaban las curvas
de su cuerpo. Completó el disfraz con tacones negros altísimos.
Se veía tan impecable, tan hermosa, tan organizada y perfecta,
exactamente como él quería. Ni un pelo ni una pincelada de
maquillaje fuera de lugar.
Nadie pensaría que esta mujer estaba rota. Nadie sabría de los
moretones que cubrían su rostro y cuerpo. Nadie sabría que, pasó
horas fabricando su apariencia impecable para que la gente pensara
que era feliz.
Que era amada y cuidada.
Mi familia y amigos no sabrían la verdad que yacía bajo la
fachada. Ni siquiera el hombre que le puso todas estas marcas podía
decirlo.
—Te amo—repetí, desesperadamente queriendo creerlo, pero
sabiendo que nunca lo haría.
Eché un último vistazo a la mujer que me devolvía la mirada a
través del espejo y luego dejé que mis ojos viajaran al collar
alrededor de mi cuello. Mis dedos tocaron el corazón plateado que
yacía sobre mi pecho y trazaron las palabras. Siempre. Promesa.
Me tomó años abrir el joyero que me había dado Dylan. La
primera vez que Jeremy me golpeó no grité, no lloré, ni siquiera hice
un sonido. Esa noche fui a casa y agarré el joyero que tenía
escondido en el fondo de mi armario donde guardaba mis verdades.
Lo puse en mi tocador, mirando en el espejo el moretón agudo en mi
mejilla, que todavía no sentía nada.
Con dedos temblorosos abrí la caja. La música y una delicada
bailarina vestida con un tutú blanco que estaba sentada en la cuarta
posición, cobró vida. Fue entonces cuando me di cuenta de que
había una joya escondida en él.
Fue solo entonces…
Que lloré a lágrima viva.
Capítulo 26
Aubrey
Estábamos todos en la fiesta de Nochebuena de la casa de la
madre de Lucas. Los Good Ol´s Boys volvieron a estar juntos, con la
excepción de Austin. Se fue después de su visita de las vacaciones de
primavera. Alex me dijo que todos recibían postales de él de vez en
cuando, pero nadie sabía dónde estaba o qué estaba haciendo.
Sin embargo, todos estaban preocupados.
Observé desde lejos cómo una chica que no reconocí coqueteaba
con Dylan. Ni siquiera estaba tratando de ocultarlo. Ella estaba
encima de él y, por supuesto, McGraw estaba disfrutando de sus
avances. Sin inmutarse de que yo estuviera en la misma habitación.
Nunca dejaría pasar la oportunidad de mojar la polla, y estoy segura
de que ahora era mucho peor, ya que era como un héroe local.
Se suponía que esto era una reunión familiar. Era la única razón
por la que había venido. Alex me presionó para que lo hiciera,
diciendo que la madre de Lucas empeoraba día a día y que ésta
podría ser su última Navidad. Me dijo que estar allí significaría
mucho para ella. Mentiría si dijera que no me tomó por sorpresa lo
enferma que se veía. No la había visto en años. No se parecía en
nada a la mujer fuerte que era cuando estábamos en la escuela
secundaria. Me partió el corazón verla en ese estado de salud.
Inmediatamente me sentí mal por Lucas y Lily por lo que
obviamente iba a pasar.
Era sólo cuestión de tiempo.
Dylan y yo nos quedamos en extremos opuestos de la habitación
toda la noche, aunque no importaba, podía sentirlo en cualquier
lugar.
No era solo esa noche.
Era todo el tiempo.
No nos acercamos el uno al otro en toda la noche, pero eso no me
impidió verlo hacer su magia en la chica que se le venía encima con
tanta fuerza. Dylan no miró en mi dirección, ni una sola vez. Nunca
reconoció mi presencia. En silencio esperaba que fuera por Jeremy.
No se apartaba de mi lado, interpretando el papel del novio perfecto
y cariñoso. Había refinado ese acto en los últimos tres años.
Vivíamos juntos en California, y para un extraño que miraba, yo
tenía la vida perfecta. El novio que me cuidaba y no tenía que
trabajar. Era una mujer mantenida y él me proveía en todos los
sentidos de la palabra.
Algunos podrían decir que me malcriaba.
Excepto que cuando llegaba a casa por la noche o después de días
de estar fuera lidiando con su padre, yo era la que se llevaba la peor
parte de su violencia. La que pagaba el precio de la vida infeliz que
él llevaba. Yo tenía la culpa de los sacrificios que él tenía que hacer
para poder darnos el estilo de vida ideal que estaba tratando de
darnos.
Para mí.
Sabía que Dylan había regresado a Oak Island después de
graduarse en Ohio State, Alex me lo dijo de pasada. No me
sorprendió en lo más mínimo cuando se uniese a la fuerza policial y
estaba ascendiendo con bastante rapidez. Era quien era.
Siempre tan malditamente decidido.
En el fondo sabía que su elección de carrera se debió en parte a
que no había podido salvarme hacía tantos años. Tal vez le daba la
tranquilidad de saber que podía salvar a alguien más.
Jeremy se excusó diciendo que necesitaba atender una llamada
telefónica. Cada vez que hacía eso, siempre tardaba un poco en
volver. Podría haber sido su padre o las mujeres con las que se
acostaba cuando yo no estaba cerca. Encontré un par de bragas
después de uno de sus viajes de negocios cuando estaba lavando su
ropa. Ese era mi trabajo, me ocupaba de él y de la casa. Siempre
teniendo que complacerlo, esperándolo para satisfacer sus
necesidades. Si no lo hacía de la manera que él esperaba, de la
manera que me convenía, me lo haría pagar.
Lecciones aprendidas, las llamaba él.
Lo esperé levantada esa noche con las bragas colocadas
firmemente en mi regazo. Me miró, agarró las bragas y dijo:
—Gracias, bebé, ella las estaba buscando. —Ese fue el final de la
conversación que ni siquiera comenzó. Me dio un revés en la cara a
la mañana siguiente, reprendiéndome por ser tan jodidamente
entrometida.
Cuando Dylan caminó hacia el garaje, mis pies se movieron por sí
solos como si una cuerda invisible estuviera tirando de mí. Antes de
que me diera cuenta, estaba cerrando la puerta detrás de mí, el
sonido lo hizo volverse hacia mí y mirarme. No habíamos estado
cara a cara en cuatro años. Echaba de menos sus ojos en mí.
El chico que una vez conocí se había ido, pero el hombre del que
todavía estaba enamorada estaba allí, parado frente a mí luciendo
tan guapo como siempre. Su cabello recogido en un moño de
hombre, su constitución más amplia, más ancha, más definida,
haciéndome desear que me abrazara. Que me tocara. Que me
envolviera en sus brazos y nunca más me soltara. Más que nada,
quería que tomara mi mano, la presionara contra su corazón y me
susurrara que lo sintiera.
Abrí la boca para decir algo, cualquier cosa, pero no sabía por
dónde empezar. Había tanto que decir, tantas explicaciones y
disculpas que dar, pero no había tiempo suficiente para hacerlo. Por
la expresión de su rostro, él sentía lo mismo, o tal vez solo era mi
ilusión. Esperaba lo último.
Estaba congelada frente a él, imaginando lo que podría haber
sido la vida.
Los años de recuerdos, errores y arrepentimientos se precipitaron
sobre mí. Amontonándose encima de mí, su peso me asfixiaba.
La primera vez que lo conocí.
Nuestra primera charla en la playa.
Nuestra primera cita.
Nuestro primer beso.
La primera vez que me dijo que me amaba.
La primera vez que hicimos el amor y cada vez después de esa.
Nuestro amor…
Eso fue quitado tan dura, violenta e injustamente.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, mis labios temblaron, y
cualquier pequeña parte de mi alma que se había reparado a lo largo
de los años, se derrumbó a mi alrededor en este instante. Mi corazón
comenzó a acelerarse al recordar ese día, el día que terminó con
nuestro futuro.
Solté la manija de la puerta y caminé hacia él, observaba cada
paso como si todo su mundo regresara a él. No pude soportarlo más.
El abrumador deseo era casi insoportable. No sé qué me pasó, tan
pronto como llegué a él, no lo pensé dos veces.
Puse mi mano sobre su corazón.
El corazón estable, firme, que seguía latiendo solo para mí, como
si no hubiera pasado el tiempo entre nosotros. Nos quedamos allí
por no sé cuánto tiempo, ambos perdidos en nuestros propios
pensamientos, consumidos por nuestros deseos. Con una mirada
intensa extendió la mano, pensé que la colocaría sobre mi corazón,
imitando mi acción.
No lo hizo.
En cambio, su mano viajó hacia arriba y su pulgar frotó
suavemente mi pómulo, y me estremecí cuando comenzó a
limpiarme el maquillaje, un movimiento tan inesperado que me sacó
de mi eje. Inmediatamente cerré los ojos asustada por las
ramificaciones de su acción, por lo que estaba a punto de ver.
Mis verdades.
Inspiró profundamente.
—Lo mataré—rugió y exhaló con nada más que agonía en su
tono.
Instantáneamente abrí los ojos y la mirada en su rostro casi me
hizo caer de rodillas.
La ironía no se me perdió.
—¿Durante cuánto tiempo, Aubrey?
—Dylan, yo…
—¿Durante cuánto jodido tiempo, Aubrey?—repitió con una voz
mucho más grave.
—No lo entiendes—le supliqué.
—Tienes cinco segundos para hacerme entender o voy a entrar y
lo dejaré tirado por ponerte las jodidas manos encima—vomitó
violentamente.
—Mantente al margen, McGraw.
Sacudió la cabeza, entendiendo mi declaración simple pero
mordaz.
—Dios, Bree, ¿estás bien con esto? ¿Quieres esto?
Incliné la cabeza avergonzada.
—No tienes idea.
Se alejó de mí, quitando mi mano de su corazón. Necesité toda mi
fuerza para no agarrar su mano y colocarla sobre mi corazón para
que pudiera ver lo que me estaba haciendo.
No quería perder su amor, su calidez, su consuelo.
—¿Por qué? ¿Por qué haces esto después de todo? Ya sabes,
todavía estoy jodidamente aquí. Aquí mismo, yo no soy el que se
fue. Yo no soy el que se alejó de nuestro amor. ¡Todavía te amo! Te
amo demasiado, maldita sea. Ni siquiera puedo respirar cuando
pienso en todos los años que hemos pasado separados, Aubrey.
—Por favor, no…
—¿POR QUÉ?—gritó, haciéndome saltar.
—Sabes por qué—respondí, aunque no lo decía en serio. No
podía decirle la verdad.
—Jodidamente increíble. Me culpas por ese día y, sin embargo,
aquí estás con un hombre que te golpea. Tienes que estar
jodiéndome, Bree. —Él se paseaba de un lado a otro, poniéndome
aún más ansiosa.
No sabía qué decir, así que no dije nada.
—Ni siquiera puedo mirarte en este momento. ¿Tienes idea de
cuánto me mata eso? No te he visto en cuatro años, cuatro malditos
años y, sin embargo, sigues siendo lo primero y lo último en lo que
pienso todos los días. Cada día recuerdo lo que perdí.
Las lágrimas se deslizaron por mi rostro. Sus palabras eran como
una espada de doble filo, causándome dolor y euforia a la vez.
—No puedo decirte lo mucho que lo siento, Bree. Cómo tengo
que vivir con el hecho de que te insté a ir sola. Que dejé que ese hijo
de puta me quitara lo que era mío. Lo que malditamente me
pertenecía. ¡Fui yo quien le permitió hacer todo eso, Bree, no pude
protegerte! —Se golpeó el pecho—. Me odio por lo que dejé que te
sucediera. Tengo que vivir con esa culpa y sin ti por el resto de mi
vida—dijo dejando que sus voz se desvaneciera y sus palabras
persistieran.
—¿Me estás castigando, Bree? ¿Es eso lo que estás haciendo?
¿Tratando de arrancarme el maldito corazón... otra vez? Porque si es
lo que estás haciendo, está funcionando.
—No—susurré lo suficientemente alto para que él escuchara.
Se acercó a mi oído.
—Entonces, ¿por qué se siente así?—susurró con los dientes
apretados.
Su cálido aliento se quedó allí por un segundo, enviando
escalofríos directamente a mi coño. Amaba y odiaba el efecto que
todavía tenía sobre mí. Luego se dio la vuelta y se alejó, cerrando la
puerta detrás de él. Todo el garaje retumbó, haciéndome saltar.
Me quedé allí, esperando.
No pasó mucho tiempo antes de que mi castigo llegara.

Dylan
Fui al baño, enfermo del jodido estómago.
Alex me dijo una y otra vez que Aubrey había cambiado desde
que salía con Jeremy. Supuse que la verdadera razón era la violación,
que finalmente le había pasado factura. No podría haber estado más
equivocado. Cuando la vi esa noche, todavía era increíblemente
hermosa, pero no era ella.
No importaba cuántas veces Jeremy la abrazó, le susurró al oído,
le mostró algún tipo de afecto o amor. Ella presionaría las uñas en la
palma de su mano y sus ojos bajarían al suelo. Al principio pensé
que me lo imaginaba, pero cuando casualmente la agarró del brazo y
ella hizo una mueca de dolor, tuve que salir de la habitación. La
confirmación de mis sospechas fue demasiado para soportar. Iba a
jodidamente matarlo si no me alejaba.
Nunca esperé que ella me siguiera hasta el garaje.
Nunca pensé que lo admitiera descaradamente.
Nunca imaginé que mi pesadilla se desarrollaría frente a mis
propios ojos y no podría hacer nada al respecto.
La dejé allí antes de perder los estribos y desquitarme con la
persona equivocada.
Me quedé en el baño durante el tiempo que tardé en calmarme,
listo para volver al garaje y discutir con ella. Incluso si eso
significaba que tenía que tirarla sobre mi maldito hombro para
sacarla de allí y alejarla de ese imbécil de novio y de la maldita
excusa de hombre.
Tan pronto como salí, escuché lo que parecían gritos, pero no
pude entender lo que decían debido a la música alta que sonaba en
la casa. La adrenalina recorrió todo mi cuerpo mientras corría lo más
rápido que podía de regreso al garaje.
—Cierra la maldita boca, chica—gruñó Jeremy.
—¡Vete a la mierda!—gritó Lily y mi corazón dio un vuelco.
Abrí la puerta, deteniendo a Jeremy en medio de la acción. Estaba
a punto de ir hacia Lily. Ella estaba en el suelo con Aubrey en sus
brazos, que estaba encorvada y temblando de dolor. Recordé cuando
la vi en el camino. Los recuerdos de ese día me inundaron, solo
enfureciéndome y consumiéndome aún más. Cerré la puerta detrás
de mí. Nadie iba a quitarme la oportunidad de hacer pedazos a este
hijo de puta antes de que me lo llevara y lo encerrara de una vez.
La rabia se apoderó de mí y cargué contra él, derribándolo con
todo mi cuerpo, ambos cayendo al suelo. Luchamos por unos
segundos, pero él no era lo suficientemente fuerte para mí.
—Por favor... por favor... detente—suplicó Aubrey a no sé quién.
Me senté a horcajadas sobre su pecho y el afeminado
inmediatamente se tapó el rostro. Lo golpeé de todos modos,
agarrando un mechón de su cabello y golpeando su cabeza contra el
concreto tan fuerte como pude.
—¡Tú, pedazo de mierda!—le grité, golpeándolo donde pude,
una y otra vez—. ¡Te gusta golpear a las mujeres, hijo de puta! —Lo
golpeé repetidamente, golpeando su cabeza una vez más contra el
concreto.
—Lily, lo va a matar—dijo Aubrey.
—A quién le importa, él te estaba lastimando—argumentó Lily,
solo molestándome más porque ella había defendido al hijo de puta
que yacía frente a mí.
—Estoy bien. ¡Por favor, Dylan, por favor, detente! —rogó
Aubrey.
—Eres un maldito saco de mierda—la ignoré, mis puños
golpeando su cara.
—Por favor, Dylan, si alguna vez me amaste… ¡por favor,
detente!—me gritó ella con pura desesperación en su tono.
Instantáneamente me detuve, poniéndome de pie para escupirle
en la cara. Lo que sucedió a continuación nos conmocionó tanto a
Lily como a mí.
Aubrey fue hacia él.
Ella fue a Jeremy.
Eligiéndolo a él sobre mí.
Por tercera vez en mi corta vida sentí como si me hubieran
disparado una bala en el maldito corazón.
—¿Qué estás haciendo?—dije hirviendo de rabia, agarrando su
brazo.
Ella lo liberó bruscamente.
—Métete en tus malditos asuntos. ¡Vete!—ordenó, su
comportamiento rápidamente volviéndose insensible. Nada como la
mujer con la que acababa de estar aquí.
—¿Has perdido la puta cabeza? ¡Levántate, Aubrey! Me llevo
detenido a este pedazo de mierda. —Saqué el teléfono del bolsillo
trasero, pero ella lo tiró de mi mano, causando que la pantalla se
rompiera en el suelo.
—¿Qué diablos te pasa? ¿Por qué lo defiendes? —le pregunté.
—Sabes el por qué. Vete. Vete ahora.
—¿No puedes hablar en serio? —Negué con la cabeza—. ¿Crees
que realmente voy a dejarte con él? Dame un maldito crédito,
Aubrey.
Ha perdido la maldita cabeza.
—Si no te vas, Dylan, te juro que nunca te dejaré…—vaciló, pero
entendí su sutil advertencia.
¿Iba a tirarme eso en la cara, ahora?
Ella me culpaba por lo que pasó y no había vuelta atrás. Tanto
como quería, tanto como rezaba para poder hacerlo.
—Jodidamente increíble. Yo te amaba. ¿Todavía te amo y te paras
ahí y defiendes este pedazo de mierda?
Ella tragó con fuerza su resolución rompiéndose.
—Supongo que realmente nunca te conocí en absoluto—dije
mordiendo las palabras.
Ella cerró los ojos. Pude sentir físicamente su dolor a la distancia
en que estábamos. La miré por última vez antes de patear a Jeremy
en el estómago, mirándolo con disgusto.
—Recuerda mis palabras, hijo de puta, un día te voy a matar—le
espeté, apenas siendo capaz de contener el deseo de hacerlo en ese
mismo momento.
Tomé la mano de Lily y la saqué por la puerta lateral. Se detuvo
tan pronto como estuvimos a unos metros de distancia.
—¿Qué estás haciendo? No podemos dejarla allí. Tenemos que
decirle a alguien. Tienes que arrestarlo. ¡Vuelve ahí, Dylan! —Ella
estaba histérica.
Apreté los dientes.
—No tengo otra opción.
—¿Por qué?
—Lily, solo finge que no viste eso esta noche. ¿Lo entiendes? Por
mí. Hazlo por mí —le supliqué, mirándola a los ojos.
—No puedes pedirme que haga eso.
—No te lo estoy pidiendo—le advertí a la ligera.
—Dylan, yo…
—Lily, sabes que te amo. No me hagas decirlo. Ambos sabemos
de lo que estoy hablando. He mantenido mi boca callada, ahora es el
momento de que me devuelvas el favor.
Ella estaba sorprendida por lo que sabía que yo insinuaba, Jacob
y su secreto de lo que fuera que estaban haciendo a espaldas de
todos durante los últimos años. Lo último que quería era que Lucas
o cualquier otra persona se enterara.
q p
Asentí, sintiéndome mal, y besé su frente. No me quedé para ver
la mirada confusa y herida en su rostro. Tenía demasiados
pensamientos y emociones plagando mi mente que apenas podía ver
a dos pasos frente a mí. Fui directamente al bar y tomé cuatro tragos
de bourbon, uno tras otro. Acogiendo con beneplácito la cálida
quemadura que dejó a su paso. Me serví un trago y caminé hacia el
patio trasero. Necesitaba recomponerme antes de acercarme a
alguien. Cuando volví a entrar, Aubrey y Jeremy se estaban yendo.
Se despidieron y observé cada paso que daba Aubrey, rezando para
que volviera y corriera a mis brazos. Con la esperanza de ver algo de
la mujer que solía ser.
Nada.
Capítulo 27
Dylan
No pasó mucho tiempo para que sucediera lo inevitable.
Casi un año después, la madre de Lucas yacía en su lecho de
muerte, rodeada de sus seres queridos. Familiares y amigos volaron
para dar su último adiós. Traté de estar ahí para Lucas y Lily. Me di
cuenta de que apenas pendía de un hilo, y rara vez se apartaba del
lado de su madre. No es que pudiera culpar a ninguno de ellos.
Lidiaba con las cosas de manera diferente, siempre lo había hecho.
Todavía temía la tarde en que era mi turno de tener mi tiempo con
ella.
Para despedirme de una mujer que había sido como una madre
para mí.
Siempre fui el más fuerte entre nosotros, los muchachos. Era el
papel que asumí de niño, pero me sentía todo menos eso cuando
entré en su habitación para darle mi último adiós. Nada podría
haberme preparado para las emociones que surgieron a través de mi
cuerpo, corazón y mente.
—Dylan-jodido-McGraw—dijo con voz áspera, haciéndome reír
—.
Volviendo al día en que me lavó la boca con jabón cuando tenía
ocho años después de que me escuchó decir joder a los muchachos.
Ella sonrió con amor, palmeando el costado de la cama para que
me sentara. Respiré hondo, observando su frágil cuerpo donde yacía
a punto de decirme sus últimas palabras.
—Siempre has sido un buen chico y ahora eres un hombre aún
mejor.
—Sí…
—Sabes, Dylan, a veces en la vida suceden cosas que no podemos
controlar. Que no entendemos. Pero no importa porque todavía
jodidamente apesta—dijo arrastrando las palabras, tratando de
hablar como yo.
Me reí.
Ella nunca me había hablado así antes, pero sabía que solo estaba
tratando de hacerme sentir cómodo y tomar a la ligera nuestro adiós.
—Fuiste el primer chico en causar problemas, empezar a
maldecir, a ligar con chicas, el primero en todo. También fuiste el
primero en asumir la culpa cuando no te correspondía, defendiendo
a los muchachos cuando necesitaban ser defendidos, protegiendo a
Alex al máximo cuando, para empezar, ella nunca lo pidió. Y mírate
ahora, cariño, eres un detective de narcóticos. ¿Tienes idea de lo
orgullosa que estoy de ti? Nunca me preocupé por ti, Dylan. De
todos vosotros, eras la menor de mis preocupaciones. Sabía que
siempre liderarías con tu corazón, por mucho que trates de
enmascararlo con mujeres. —Ella negó con la cabeza, frunciendo el
ceño.
—No es quién eres. Es quién crees que se supone que eres. Como
ahora mismo, quieres llorar. Tienes tantas ganas de derrumbarte,
pero no lo harás porque eres fuerte. Siempre has sido tan
condenadamente fuerte para los demás, incluso cuando te duele por
dentro.
Tragué saliva.
—Hay un momento y un lugar para todo. A veces nos lleva más
tiempo de lo que esperábamos, pero eso no significa que nunca
llegará. Simplemente significará mucho más cuando finalmente lo
haga.
Asentí, asimilando sus palabras.
—Voy a estar mirando desde el cielo, sonriendo y animándote,
porque nadie se lo merece más que tú.
Me mordí el labio, mis ojos lloraban.
—Anoche recé. Recé por primera vez en mucho tiempo, Dylan.
Por paciencia, fuerza y coraje. Por amor. No para mí... no tengo
miedo de morir. Estoy aterrorizada de lo que estoy dejando atrás.
Mis hijos, vosotros, mis amigos y el amor de mi vida. Sois vosotros
los que sufriréis. Voy a un lugar mejor porque es mi hora, pero eso
no significa que no me sientas. —Puso su mano sobre mi corazón—.
Aquí.
Miré su mano, perdido en lo que estaba diciendo.
—No tengo que decirte que vigiles a mis hijos. Sé que lo harás. Lo
has estado haciendo toda tu vida.
Parpadeé para quitar las lágrimas, incapaz de contenerlas por
más tiempo.
—Dylan-jodido-McGraw, te amo y un día te amarás a ti mismo
también.
Me incliné y la abracé incapaz de formar palabras.
Los siguientes días se sintieron como si estuvieran pasando
rápidamente, pero al mismo tiempo, como si el tiempo se hubiera
detenido. Todos esperábamos lo esperado. Su corazón comenzó a
fallar una noche y era hora de que su padre tomara la decisión de
desconectarla de las máquinas que la mantenían con vida. El dolor
que sentía era notablemente insoportable. Todos pudimos verlo en
sus ojos, ella quería irse, pero se estaba aferrando a nosotros.
Después de que tomó la decisión de que era hora de dejarla en las
manos de Dios, entró en la habitación. Me quedé con Lily en mis
brazos y Lucas sentado a mi lado. Su padre se inclinó junto a ella,
sosteniéndole la mano. Tal vez había dicho cinco palabras en todo el
día. Él la miró con lágrimas en los ojos y remordimiento por lo que
acababa de decidir.
—Por favor, dime que me amas, por favor, cariño, dime que me
amas—le rogó.
Ella abrió sus pesados párpados y susurró:
—Te amo.
Luego la besó en la frente y lloró:
—Bien, porque yo también te amo.
Acababa de presenciar uno de los momentos más hermosos, pero
dolorosos, de mi vida.
Fue entonces cuando lloré a gritos.
Por un amor que anhelaba, un amor exactamente como ese, y que
finalmente me di cuenta que tal vez nunca llegaría a tener.

Aubrey
—Tú, maldita perra estúpida. —Me dio un revés en la cara con
tanta fuerza que vi estrellas—. ¡Joder! Odio este maldito pueblo. ¿Por
qué? ¿Por qué te escuché y me mudé aquí? ¿A la maldita Isla Oak?
Nos habíamos mudado a Oak Island hacía cuatro años cuando
Lucas y Alex se casaron. Jeremy no me había dejado olvidarlo desde
entonces. La única razón por la que accedió a mudarse conmigo fue
que pensó que no tendría que tratar con su padre tan a menudo.
Desafortunadamente, le salió el tiro por la culata y, en consecuencia,
a mí también. Viajaba todo el tiempo a California y quién sabe a
dónde diablos más.
Teníamos una política de “no preguntes, no cuentes”. Excepto
cuando se trataba de mí. Esa era una historia completamente
diferente. Tenía que contarle todo, o pagaría por ello.
Lucas y Alex se casaron casi un año después de que la madre de
Lucas perdiera su batalla contra el cáncer. Después de todo lo que
habían pasado, encontraron el camino de regreso el uno al otro, y
estaba feliz por ellos.
Estaban destinados a estar juntos.
Fui al velatorio y al funeral, pero Dylan y yo no nos dijimos una
palabra. Tenía mucho dolor y no había nada que pudiera hacer por
él.
Ya no.
La última vez que lo vi fue hace un año para el cumpleaños
número veintitrés de Lily en Nashville, pero la verdad era que Dylan
llevaba años intentando hablar conmigo y ayudarme. Siempre
enviando correos electrónicos que tenía que seguir borrando por
miedo a que Jeremy los encontrara, siempre tratando de llamar,
aunque yo nunca contestaba, siempre ofreciendo ayuda, listas de
refugios y formas de ayudarme.
Siempre lo ignoré.
Lily se fue un día y se mudó a Music City en Nashville. Ella había
estado viviendo allí desde que murió su madre. Trabajaba en un bar
como su entretenimiento. Lo cual no me sorprendió, Lily siempre
estaba cantando, un talento mucho más allá de su edad. Para mi
sorpresa, Jeremy dijo que podíamos ir, pero debería haberlo sabido
mejor. Nunca hacía nada por mí, aunque afirmaba que todo lo que
hacía era por mí.
Llegamos tarde a nuestro vuelo porque tenía resaca de la noche
anterior. Procedió a culparme por ello. Gritándome como una
maldita niña que no lo había despertado lo suficientemente
temprano, que no le había dado un ibuprofeno la noche anterior.
Demonios, me culpó por el tráfico pesado. Alex y Lucas empezaron
a sospechar. Vivía a diez minutos calle abajo de su casa y casi nunca
los veía. Esa es una de las razones por las que Jeremy accedió a ir en
primer lugar. Como la mujer estúpida que era, aproveché la
oportunidad de verlo.
Dylan.
Lo cual fue un desperdicio ya que no hablamos en absoluto.
Jeremy no me perdía de vista por más de unos segundos, lo que
hacía casi imposible hablar mucho con alguien. Lily me siguió al
baño de su bar para hablar. Lo que dijo me perseguiría para siempre.
—No todos tienen su final feliz, Lily. —Arranqué la toalla de papel de
su mano y volví a mirarme al espejo, limpiándome la sangre del labio. Otra
herida obra de Jeremy por no prestarle suficiente atención.
—Estás equivocada, Aubrey—afirmó, lavándose las manos en el lavabo
a mi lado.
La miré a través del espejo.
—No podrías estar más equivocada. Espero que cuando te des cuenta de
eso... no sea demasiado tarde—dijo con convicción. Ella no se andaba por las
ramas.
Oírla decir eso fue una píldora difícil de tragar.
Todavía estaba tratando de bajarla un año después.
Al final del día no sé por qué fuimos. Fue un gran error de mi
parte.
El tiempo no fue completamente una mierda para todos. Después
de tres años de intentarlo, Alex finalmente había quedado
embarazada ese fin de semana. No podría haber estado más feliz por
ellos. Sus felices vacaciones fueron mi propio infierno.
Hace tres meses le dieron un hermano al hijastro de Alex, Mason,
y lo llamaron Bo, su apodo de infancia para Lucas. El día que nació
me estaba preparando para ir al hospital, pero Jeremy puso fin a eso.
Me golpeó muy fuerte en el estómago. Pasé todo el día en la cama
por las consecuencias de que él no estuviera contento con la forma
en que preparé su desayuno. Me echó la culpa por tener prisa por ir
a conocer al hijo recién nacido de mi mejor amiga.
Alex estaba muy dolida porque no estuve allí para ella. Apenas
me habló estos últimos tres meses. No podía culparla, yo era una
amiga horrible. Cuando recibimos la invitación por correo para una
fiesta en la casa de Alex para celebrar el nacimiento de Bo, y el
regreso de Jacob y Austin a Oak Island, me sentí aliviada de que
todavía me incluyera en su vida.
—Dios, bebé, apenas te toqué—dijo Jeremy, llevando su mano a
mi cara.
Me estremecí cuando acarició mi mejilla.
—Ve a vestirte para que podamos ir a esta estúpida fiesta. ¿Ves
cuánto te amo? Nadie te ama como yo. Nadie.
La bilis subió por mi garganta.
Asentí mientras tocaba su mejilla para que la besara. Lo hice,
resistiendo el impulso de resistirme.
Lo cual había estado sucediendo mucho más últimamente.

Dylan
—Dios, hombre. Si la deseas tanto, entonces díselo—argumentó
Jacob.
Lo miré.
—¿De qué mierda estás hablando?—le pregunté, sabiendo muy
bien de lo que estaba hablando, pero quería que él lo dijera.
—Estás mirando a Jeremy como si estuvieras listo para matarlo.
Han estado juntos durante años, hermano, ya no sé si tienes una
oportunidad, pero nunca lo sabrás a menos que lo intentes.
Ladeé la cabeza con una sonrisa arrogante.
—Oh, así que ahora que estás permanentemente unido al coño de
Lily, eres un experto en relaciones, ¿verdad?—dijo con tono de mofa
y rompí a reír a carcajadas.
Se echó hacia atrás, atónito de que lo estuviera reprendiendo por
algo que nadie aún había descubierto.
—Soy un Detective, Jacob, me gano la vida leyendo a las
personas. ¿Recuerdas eso verdad?
—¿Cuánto tiempo hace que sabes?
—¿Desde que tenía diez años? —Me reí de nuevo—. Siempre
supe que te gustaban las niñas pequeñas, debería arrestar tu
lamentable culo—le dije riendo entre dientes y empujé su hombro.
—Eres un maldito idiota.
Me reí más fuerte, no pude evitarlo.
—Estar en una relación te está ablandando, Jacob. ¿Ahora
también tengo que preocuparme por tus sentimientos? Ayyy, odiaría
hacer llorar a mi mejor amigo. ¿Os sentaos y os trenzáis el cabello y
esas cosas?
—¿Esto viene del hombre cuyo cabello ha estado hasta los
hombros desde que podía caminar? ¿A quién le creció un jodido
coño, eh?
Me encogí de hombros.
—Eres lo que comes.
—Pero sabe tan malditamente bien—dijo con voz áspera, y
choqué mi cerveza con la suya.
—Touché, cabrón, touché. ¿Cuándo le dirás a Lucas?
—Pronto.
—Menos mal que eres abogado, Jacob, porque lo va a necesitar
después de que intente matarte.
Tomó un respiro profundo.
—¿Y tú?
—¿Y yo qué?
—¿Estás de acuerdo con eso?
—¿Qué otra opción tengo? Amo a esa chica. Incluso cuando era
una niña y me molestaba con su guitarra temprano en la mañana.
Él asintió, riéndose.
—No la lastimes de nuevo. Es bueno verla sonreír—le hice un
gesto hacia Lily, que se reía con Half-Pint, luciendo muy feliz.
Se miraron a los ojos desde el otro lado de la habitación.
—La amo, Dylan. La amo más que a nada. Siempre lo hice.
—No me digas. Si Lucas no estuviera tan metido en el culo de
Half-Pint desde que ella pudo caminar, también lo habría notado.
Pero, te diré algo.
El me miró.
—Si la vuelves a lastimar, estaré con Lucas mientras él entierra tu
cuerpo. ¿Te quedó claro?
—Como el cristal.
Palmeé su espalda.
—Buena charla, hermano.
No importaba cuántas veces había estado en esta casa, todavía
sentía que nunca me había ido, mientras miraba el lugar exacto
donde había estado de rodillas rogándole a Aubrey que se quedara.
Nos miramos a los ojos desde el otro lado de la habitación. Como
si ella estuviera pensando lo mismo que yo.
—Me voy—interrumpió Austin, frotándose la nariz.
—¿Qué mierda estás haciendo, hombre?
Él puso los ojos en blanco.
—No esta mierda otra vez. Dame un puto descanso.
—Límpiate la nariz un poco mejor la próxima vez y tal vez no te
pregunte.
Inclinó la cabeza, inhalando y limpiándose la nariz de nuevo.
—Fuera de mi jodida vista antes de que te arreste—le advertí.
Respiró hondo como si quisiera decir algo, pero en el último
segundo cambió de opinión, dio media vuelta y se fue.
Sólo que no podía soportar tanto. Tenía que largarme. Me fui a
trabajar. Acababa de recibir este caso encubierto y decidí que ahora
era tan bueno como cualquier otro para comenzar. Me senté en mi
coche fuera del bar de mierda en el otro lado de la ciudad, esperando
a ver si pasaba algo. Había estado sentado allí desde las once y eran
más de las dos de la mañana cuando de repente vi a Aubrey saliendo
del bar a trompicones.
—¿Qué carajo?—dije, saliendo de mi coche para seguirla por un
callejón—. ¿Has perdido completamente la puta cabeza?—grité
detrás de ella.
Ella se detuvo al instante.
—¿Qué haces aquí sola a esta hora de la noche?
Ella se giró para mirarme.
—Tratando de olvidar—respondió simplemente.
—¿Y qué es exactamente lo que estás tratando de olvidar?
—A ti, McGraw. He pasado los últimos diez años de mi vida
tratando de olvidarte.
—Entonces eso hace que seamos dos, cariño.
—¿En serio? Porque has pasado mucho tiempo pensando en mí
—espetó ella.
—Dejemos una cosa clara, Bree, me pediste que me ocupara de
mis asuntos y, aunque iba en contra de todo lo que soy y de todos
mis principios, retrocedí, con la esperanza de que algún día
despertaras. Esperaba que esos correos electrónicos y llamadas
telefónicas te dieran el empujón y la fuerza que necesitabas para salir
de esta relación tóxica algún día. Déjame preguntarte algo, Aubrey,
¿cuánto sabes realmente sobre tu novio, aparte del hecho de que le
gusta usarte como su maldito saco de boxeo?
Ella se echó hacia atrás.
—¿Qué? ¿No crees que puedo saberlo? ¿Crees que me trago toda
la historia de mierda de lo bueno que es contigo? ¿Cómo intentas
fingir que tu vida es tan perfecta? Vamos, Bree, me conoces mejor
que eso.
—No te conozco en absoluto. Ya no—gritó, empujándome lejos.
La agarré por la muñeca, evitando que se fuera.
—¿Es así?
Ella asintió sin retroceder.
—No fui yo quien se fue con ese hijo de puta aquella noche en el
garaje. No fui yo quien me dio la espalda, una y otra vez. ¡Fui yo
quien ha estado tratando de ayudarte durante años! Dios mío,
Aubrey, he sido tu maldito cachorro, esperándote con el rabo entre
las piernas durante diez malditos años. Después de esa noche no
pude más. Se acabaron las estupideces que sigues haciéndome como
si fuera un maldito marica a tu entera disposición. —Me erguí frente
a su cara, mi adrenalina bombeando con fuerza.
Su pecho se agitó.
—Pero el hecho de que no me hayas visto no significa que no
sepa todo lo que hay que saber sobre ti. Al final del día, siempre
estaré aquí cuidándote. No sé cómo ser de otra manera. Entonces,
déjame preguntarte de nuevo... ¿qué sabes sobre tu novio?
Abrió la boca, pero la cerró rápidamente.
—Es lo que pensaba. ¿Sabías que lo acusaron de violación en la
universidad y que su papi, el político rico, pagó una tonelada de
dinero para salvar el culo de su pequeño? ¿Qué tal el hecho de que él
maneja toda la mierda turbia en la que está involucrado su padre?
¿Papi mantiene las manos limpias ensuciando a sus hijos?
—Estás mintiendo. —Ella negó con la cabeza. La incredulidad
estaba escrita en toda su bonita carita.
Solté un bufido,.
—Ojalá lo estuviera, cariño. Aquí hay algo bueno, ¿sabías que
tiene un coño en cada puto código de área que visita?
Ella hizo una mueca.
—Oh, así que eres consciente de eso y, sin embargo, todavía estás
con él. —Negué con la cabeza—. Diez años, Bree, diez malditos años
de tu vida los has pasado existiendo. Sé qué crees que moriste aquel
día en el camino, pero no, dulzura, te has estado matando
lentamente todos los días desde entonces. ¿Cómo se siente? ¿Eh?
¿Por qué te estás castigando exactamente? Yo soy el que la cagó, no
tú.
Sus ojos se humedecieron.
Cavé un poco más profundo, centímetro a centímetro ella se
estaba desmoronando.
—Me mantuve alejado porque no puedo ver que te lastimes más
y más y sé que no te importa. ¿Por qué lo proteges? Él no es nada
para ti. No importa cuánto maldito maquillaje uses, Bree, las
cicatrices ya están ahí, y no me refiero a los moretones y cortes.
Necesitas ayuda y no puedo ayudarte a menos que estés lista para
ayudarte a ti mismo primero.
Era hora de que fuera el hombre que se suponía que debía ser y
recuperara a Aubrey. La haría mía una vez más, sin importar lo que
me costara. Las palabras siempre parecían fallarnos, así que tal vez
necesitaba darle un recordatorio físico. Necesitaba que recordara lo
que solíamos compartir.
Nuestro amor.
Usé la única arma que pude.
—¿Cuándo fue la última vez que te tocaron, Aubrey?
—¿Qué?—respondió ella, desconcertada.
—¿Qué te besaron, que te amaron? ¿Cuándo fue la última vez
que alguien hizo que te corras?
Ella bajó las cejas.
—No puedes hablarme así. ¿Quién diablos te crees que eres,
McGraw?
Sonreí
—Mucho tiempo, ¿eh?
—No voy a tener esta conversación contigo.
—Genial, ya que no planeo hablar. —La miré de arriba abajo con
una mirada depredadora—. Déjame darte lo que necesitas. —Hice
una pausa para dejar que mis palabras flotaran entre nosotros y
luego gruñí—. Déjame follarte bien, como en los viejos tiempos.
Déjame follarte hasta sacarlo de tu organismo.
—¿Qué?
—¿Tartamudeé?
—No puedes simplemente venir aquí y…
p p q y
—¿Y qué? Dime, cariño, ¿qué no puedo hacer?
—Dylan, por favor…
Estuve sobre ella en tres zancadas y su espalda golpeó la pared.
Tiré de las puntas de su cabello y puse la mano en su nuca antes de
que ella lo viera venir.
—Ok, solo porque lo pediste tan jodidamente bien—dije
arrastrando las palabras.
La besé.
Por primera vez en diez malditos años, besé a la mujer que me
pertenecía. Y ella no me detuvo. Rocé su mejilla con la punta de los
dedos y coloqué un mechón de cabello detrás de su oreja. Mi toque
solo la hizo disparar.
El simple gesto hizo que sus labios se abrieran.
—Joder, Aubrey—murmuré mientras la besaba—. Dime que me
detenga, aléjame, dime que me vaya. Si sigo besándote, sintiéndote
así contra mí, nunca podré dejarte ir de nuevo.
Abrió los ojos y miró profundamente en los míos.
—¿Lo prometes?
—Siempre.
A propósito, arrastré mis dedos por su cuello. Rocé ligeramente
con las yemas la parte superior de su corazón, su respiración
acelerada hacía que sus senos subieran y bajaran, cada pocos
segundos. Nuestros ojos se conectaron una vez más y, por primera
vez en más de una década, finalmente vi lo que anhelaba todos los
días y noches.
Mi chica.
Sus ojos me mostraron todo lo que tanto deseaba oír. Ellos
hablaron por ella. Cuando mi mano llegó a su corazón, estaba
latiendo intensamente. La acerqué a mí por un lado del cuello.
—Te amo—le susurré lo suficientemente cerca de su boca para
que podía sentir su aliento en mis labios.
—Lo sé. Siempre lo he sabido—murmuró, rozando sus labios
contra los míos.
Sonreí contra ellos.
—¿Qué quieres, cariño? Te daré lo que quieras. Solo di las
palabras, soy tuyo.
—A ti. Tócame. Por favor, tócame.
Se hizo el silencio de nuevo.
Agarré la parte delantera de su cuello, el pulgar y el índice
apretando su pulso.
—Sé lo que sientes cuando te corres, dulzura, sé cómo se sonroja
tu cara. Sé que dejas de respirar un poco antes de que tu coño
comience a apretarse tanto que empuja mis dedos fuera de él. —
Mordí su labio inferior y luego la besé suavemente—. Sé a qué sabes.
Tragó la saliva que se había acumulado en su boca. Su respiración
se aceleró, mostrándome que la estaba excitando. Moví la mano
desde su cuello hasta la parte interna de su muslo, aparté sus bragas
y lentamente acaricié sus suaves pliegues.
—Pero lo más importante, sé lo cómo se siente estar dentro de ti.
Ella jadeó cuando mis dedos la frotaron como sabía que amaba.
Besé sus labios mientras jugaba con su clítoris, mojándola bien.
—Y no estoy hablando de esto. —Empujé dos dedos dentro
mientras presionaba mi mano contra su corazón.
—Aquí.
Ella inclinó la cabeza ligeramente y me besó, suave al principio,
probando la sensación de mi boca alrededor de la suya. La forma en
que sus labios reclamaron los míos me dijo que quería que siguiera
adelante, que siguiera tomando lo que aún era mío.
Incluso después de todos estos años.
Disfruté tanto el sabor como la sensación de ella, cómo su cuerpo
formaba un ángulo perfecto debajo del mío, y ella se derritió contra
mí, tomando todo lo que le estaba dando y queriendo más.
Queriendo todo.
—¿Me deseas?—le susurré al oído, mientras continuaba mi asalto
por su cuello—. ¿Quieres que haga que te corras?
Silencio.
—Dímelo…—insté, empujando mis dedos más profundamente
contra su punto dulce.
—Justo ahí—gimió ella.
—¿Dónde? —Ladeé la cabeza, sin separar nuestros labios—.
¿Aquí?
—Sí…
—Dímelo.
—Te deseo—finalmente jadeó, deslizando la lengua en mi boca
mientras sus paredes se tensaban alrededor de mis dedos muy cerca
de correrse.
—Oh, Dios mío—jadeó ella.
—¿Qué? Oh, Dios mío, ¿qué, cariño?
Sus ojos se pusieron en blanco y sus piernas temblaron.
Instantáneamente retiré los dedos y ella gimió por la pérdida. La
besé por última vez, alejándome lentamente. Ella siguió hasta que no
pudo más, abriendo los ojos con una mirada inquisitiva.
—No volverás a tener mi amor hasta que seas completamente
mía.
Sus ojos se abrieron en estado de shock.
—Siempre estoy aquí para ti. Pase lo que pase, siempre estoy
aquí. Cuando estés lista para seguir adelante, llámame.
Tiré de las puntas de su cabello y la dejé parada allí en el callejón.
Por mucho que me matara, era hora de mostrarle amor duro.
Todo lo que podía hacer era esperar que fuera suficiente.

Aubrey
—¿Dónde mierda has estado?—rugió Jeremy cuando entré por la
puerta.
Negué violentamente con la cabeza, apretando los dientes.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Qué estoy haciendo aquí? ¡Esta es mi maldita casa!—gritó,
acercándose a mí. No me acobardé.
Me agarró el pelo con tanta fuerza que pensé que me lo iba a
arrancar. Se pegó a mi cara. Estaba hirviendo de ira. Nunca lo había
visto tan enojado.
—Maldita puta—gruñó—. Hueles a colonia de hombres.
¡Estúpida, estúpida puta!
Soltó mi cabello, pero no tuve un momento para respirar antes de
que me diera un puñetazo en el estómago. Me doblé de dolor, pero
eso no lo detuvo. Me dio un revés en la cara y me derrumbé en el
suelo.
—¡Después de todo lo que he hecho por ti! —Me dio una patada
en el estómago y finalmente grité. Lo que solo hizo que me pateara
de nuevo, y esa vez escuché mis costillas crujir bajo su bota.
Odiaba esas jodidas botas.
Jadeé por aire, tratando de bloquear mi cuerpo con los brazos.
Agarró mi cabello y mis manos instantáneamente fueron hacia
donde estaban las suyas, arañando sus dedos. Me arrastró por el
pelo hasta la cocina. Mis piernas se sacudían, tratando de recuperar
el control para ponerme de pie. No sabía si estaba llorando o
gritando. Ni siquiera sabía si iba a sobrevivir a esto.
—¡Mira la cocina! ¡Mira esta maldita cocina!
Golpeó mi cabeza contra la nevera e inmediatamente vi estrellas.
Lo recuerdo vagamente sacando los cajones y tirándolos por toda la
habitación.
—¡No puedes hacer nada jodidamente bien! ¡Las cucharas están
donde se supone que deben estar los tenedores, pones los guantes
para horno y los paños de cocina en el mismo maldito cajón! ¿¡Por
p y p j ¿¡
qué mierda te compro cosas bonitas si no puedes mantenerlas
organizadas!? ¿Eres jodidamente estúpida? Respóndeme, maldita
perra.
Me pateó en las costillas otra vez.
—Lo siento—susurré tan bajo que no pudo oírme.
Me agarró por el cuello de la blusa y me abofeteó en la mejilla, mi
cara se movió hacia atrás con tanta fuerza que pensé que me iba a
romper el cuello.
—¡Mírame! ¡Mírame, puta inútil!
—No puedo—gemí, incapaz de moverme.
Me soltó y mi cuerpo cayó al suelo una vez más.
Se agachó cerca de mi cara.
—Llegué a casa temprano por ti. Todo lo hago por ti y así me lo
pagas. ¿Abriendo las piernas a quién, Aubrey? ¿Dylan? Ese pedazo
de mierda que no te quiere. Soy el único hombre que alguna vez te
amará, ni siquiera le importas una mierda a tu padre.
—¿Por qué me lastimas?—solté entre sollozos, necesitando saber
—. ¿Por qué me lastimas tanto? —Mi voz era solo un susurro.
Apenas podía respirar, y mucho menos hablar.
—Porque, jodidamente te amo. Por eso.
Lo siguiente que supe fue que me golpeó en la cara.
Y. Todo. Se. Puso. Negro.
Capítulo 28
Aubrey
—Dios, Aubrey, he estado tan ocupado con Giselle que ni
siquiera me di cuenta de lo que te estaba pasando. No tenía idea de
que Jeremy te estaba haciendo pasar un infierno. ¿Cómo no sabía
esto?
—Lo mantuve muy en secreto, tía Celeste, pero ya no puedo
hacerlo más.
Pensé en Dylan todo el camino a casa esa noche. Lo que dijo,
cómo me tocó, cómo me afectaron sus manos y sus palabras, todo.
No me habían tocado así en años. El último hombre en darme un
orgasmo había sido Dylan. Jeremy nunca se tomó su tiempo
conmigo. Ni una sola vez se trató de mis necesidades o de mí.
En todos los aspectos de nuestra relación.
Todo lo que dijo Dylan era correcto y saber que se culpaba por lo
que destrozó mi vida era demasiado. Ya no sabía por qué me estaba
lastimando. Nada tenía sentido.
Todos habían seguido adelante.
Incluido Dylan.
El hecho de que siguiera adelante sin mí me sacudió hasta la
médula. Supongo que siempre pensé que él estaría allí, esperando.
Saber que había terminado conmigo era un pensamiento que ni
siquiera podía soportar. Dylan tenía razón, necesitaba ayuda.
Cuando a la mañana siguiente me desperté en un charco de mi
propia sangre, fue la llamada de atención que necesitaba. Jeremy no
estuvo a la vista durante los siguientes cuatro días.
Iba a matarme.
Y yo iba a dejarlo.
Me tomó semanas recuperarme de la paliza que recibí esa noche.
Habían pasado poco más de seis meses desde que había comenzado
a ver a un terapeuta a sus espaldas. Finalmente encontré el coraje
para empezar a defenderme. Había estado tomando algunas clases
de defensa personal, y esta noche, cuando fue a abofetearme,
instintivamente lo bloqueé, casi tirándolo de culo. No me dijo ni una
palabra. Fue como si le hubiera dado una bofetada en la cara por una
vez y esperé el ataque que nunca llegó.
Él solo se fue.
—Aubrey, estoy volando ahora mismo—dijo mi tía Celeste.
No sé por qué le conté. Tenía miedo y solo quería hablar con
alguien. Hacer que me escuchen para variar.
—No—dije con severidad—. No te quiero a ti, ni a Giselle cerca
de Jeremy. Estoy bien. Me he ocupado de esto. Lo prometo.
—No puedes esperar que me siente aquí y espere sin saber si
estás bien, cariño.
—Te llamaré mañana a primera hora. Déjame resolver las cosas,
¿ok? Intentar organizar algo.
—Puedes venir aquí, Aubrey. También podrías ir a casa con tu
madre.
—Lo sé. Solo necesito hacer esto por mí misma, ¿de acuerdo?
¿Puedes entenderlo, por favor?
—Sí. aunque no me gusta No me gusta esto, ni un poco. Si no me
llamas mañana a primera hora, llamaré a la policía. ¿Entendido?
Asentí a pesar de que ella no podía verme.
—Aubrey.
—Sí.
—Te amo. Estoy aquí. No me importa la hora que sea.
—Lo sé.
Ella respiró hondo y colgó.
Caminé por la sala de estar con una extraña sensación en el
estómago. Decidí prepararme un té para tratar de calmarme,
debatiéndome si llamar a Dylan o no. Sabía que vendría por mí, pero
estaba siendo honesta cuando dije que quería hacer esto por mi
cuenta. Estaba harta de sentirme débil y fuera de control. Necesitaba
ayudarme, salvarme y dejar de esperar que todos lo hicieran por mí.
Tomé un sorbo del té, debatiéndome si encerrarme o no en la
habitación de invitados. Si quisiera lastimarme, ya lo habría hecho
cuando tuvo la oportunidad. No se habría ido como lo hizo. No tenía
sentido. Contemplé qué hacer por lo que pareció una eternidad hasta
que no pude más y decidí que lo mejor era ir a encerrarme en la
habitación.
Estaba más segura de esa manera.
Me dirigí a la habitación de invitados y jadeé cuando sentí que
sus brazos me rodeaban. Ni siquiera lo había escuchado entrar por la
puerta principal.
Tantos malos recuerdos volvieron a mí. Hasta el día de hoy
odiaba que se me acercaran sigilosamente.
—Jeremy—dije, mi corazón latiendo acelerado. El olor a whisky
instantáneamente asaltó mis sentidos como si se hubiera bañado en
él. Resistí el impulso de vomitar.
—Ain’t no sunshine when she’s gone—cantó contra mi oído,
balanceando sus caderas detrás de mí. Podía sentir su erección
clavándose en mi espalda.
Mi corazón se detuvo.
—Jeremy, ¿qué estás...?
—Shhh… shhh…—susurró, mi cuerpo se bloqueó—. No más
charla. He terminado de escuchar tu maldita boca. Así que, ¿crees
que puedes dejarme? —Me dio la vuelta para mirarlo y continuó
balanceando sus caderas al ritmo de la música inexistente.
—Nunca dije eso. Yo no…
—¡Cierra la puta boca!—rugió demasiado cerca de mi cara,
haciéndome saltar—. Está bien, bebé, no voy a lastimarte. Ain’t no
sunshine when she’s gone. It’s not warm when she’s away. —Me hizo
girar y luego me atrajo bruscamente hacia su pecho, nuestros
cuerpos chocaron como si estuviéramos bailando lentamente. Nunca
lo había visto tan borracho antes.
De repente me soltó.
—Date la vuelta, no puedo soportar ver tu puta cara en este
momento.
Me moví lentamente con las piernas temblorosas. Observó cada
uno de mis movimientos. Sentí sus manos ir a mis muslos y subir
lentamente por mis costados. Cantando la letra de la canción para
mí. Se detuvo abruptamente y retiró las manos de mi cuerpo. De pie
allí, todavía podía sentir su mirada en la parte posterior de mi
cabeza. No sé cuánto tiempo pasó antes de mirar detrás de mí solo
para encontrar ojos depredadores sobre mí. Instantáneamente me
giré y comencé a correr escaleras arriba lo más rápido que pude.
—¿A dónde vas? ¡La diversión apenas comienza!—dijo riendo y
me agarró el tobillo.
Caí de bruces sobre los peldaños, pero no vacilé. No podía. Me di
la vuelta y le di una patada en el estómago.
Apenas vaciló, haciendo que escapar fuera casi imposible. Sus
ojos se iluminaron como un maldito árbol de Navidad. Agarró mi
tobillo una vez más, tirando de mí hacia él, tirando mi cuerpo por las
escaleras. Pateé y grité a pleno pulmón.
—Bueno, mira, mira aquí, ¡alguien ha sido un pequeño coño
ocupado!— gritó, abofeteándome en la cara y rasgando mi bata.
—¡No! ¡No! ¡No! —Negué violentamente con la cabeza
—Quiero que me ruegues, bebé —dijo con los dientes apretados,
agarrando mi barbilla y obligándome a mirarlo. Cara a cara, con
nada más que maldad en la suya y miedo en la mía.
Me escupió en la cara y me lo untó por todas partes como si me
estuviera marcando.
—¡Eres mía! ¡Eres jodidamente mía! ¿Me oyes, pequeña puta?
Nadie me deja, métete eso en tu puta cabeza.
Me agarró de los hombros, me levantó y golpeó mi cabeza contra
los peldaños. Mi visión se nubló.
Cuando colocó bruscamente su mano sobre mi garganta, mis ojos
se abrieron como platos. Puro pánico recorrió mi cuerpo cuando
rasgó mi camisa y me arrancó las bragas, apretando mi garganta con
más fuerza cuando traté de resistirme.
Jeremy siempre había sido un bastardo, pero nunca había tratado
de violarme.
Cerré mis ojos. Estaba reviviendo la primera vez que pensé que
había muerto. No podría volver a pasar por eso. Esta vez no
sobreviviría. Como si leyera mi mente, apartó la mano de mi
garganta. Tomé algunas respiraciones, tratando de recuperar la
compostura que pude reunir.
—Abre tus ojos. Abre tus malditos ojos.
Lo hice, mis dientes castañeteaban y mi cuerpo temblaba.
Pasó deliberadamente sus manos desde mi cuello hasta mi
estómago.
—No tienes que hacer esto—supliqué en un tono que no reconocí.
Era como si yo estuviera allí, pero no lo estaba. Observé todo lo
que se desarrollaba frente a mí como si estuviera teniendo una
experiencia extracorpórea.
Ladeó la cabeza y entrecerró sus brillantes ojos.
—¿No?
Negué con la cabeza, tratando de formar palabras.
—No. Tú no.
—¿Y por qué es eso?
—Porque me amas—le recordé, esperando que me concediera
algo de misericordia.
—Mmm…—gruñó, haciéndome estremecer internamente.
—¿Y tú, Aubrey, me amas? ¿O simplemente me estás usando
como lo haría una maldita puta?
Contuve las lágrimas.
—Claro que te amo.
Él sonrió y por un segundo pensé que todo iba a estar bien, por
un segundo pensé que esta pesadilla podría haber terminado.
Estaba equivocada.
Recién había comenzado.
Se inclinó, todo su cuerpo flotando sobre el mío. Lo escuché
bajarse la cremallera y fue entonces cuando mentalmente me
desconecté. Mi mente protegiéndome de lo que estaba a punto de
hacer. Mi rostro cayó a un lado, mientras mis lágrimas comenzaron a
fluir. Mi cuerpo se sacudió hacia adelante cuando empujó su polla
en mi abertura seca. El borde de las escaleras se clavó en mi espalda.
Causándome aún más dolor.
—Joder, te sientes mejor de lo que pensé que te sentirías—gruñó
contra mi cara. Respiré a través del dolor punzante.
Entró y salió varias veces, cada movimiento peor que el anterior.
Cuando no me defendí, comenzó a follarme más fuerte. El escozor se
volvió casi insoportable, pero no iba a ceder ante él.
No esta vez.
—¡Maldita sea, grita!—gritó con la mandíbula apretada.
No dije nada, ni siquiera me moví.
—¡Quiero oírte llorar! Joder, pídeme que pare.
Silencio.
Me abofeteó y al instante saboreé sangre.
—¿Qué carajo?—gruñó, dándome un revés en la cara otra vez.
Cuando no hice ningún sonido, me golpeó sin piedad con mucha
más fuerza y determinación.
—¡No sirves para nada, pedazo de mierda!
Empujó unas cuantas veces más e inesperadamente se salió.
Poniéndose de pie para mirarme con disgusto por todo su rostro.
Y se masturbó.
—Eres mía. ¡Nunca dejaré que me dejes! ¿Lo entiendes? ¡MÍA!
Se corrió sobre mi pecho y cara, riéndose todo el tiempo mientras
se abrochaba los pantalones.
—No finjas que no te gustó, puta sucia. Sé que te gusta rudo.
Ahora aléjate de mi vista.
Sacó bruscamente mi cuerpo de las escaleras, arrojándome contra
la pared. Tropecé con mis pies, mis piernas se sentían entumecidas y
mi coño en carne viva.
No fue necesario que me lo dijera dos veces.
Subí corriendo las escaleras, bloqueando lo que ya sabía en mi
corazón.

Dylan
Dicen que cuando amas a alguien puedes sentirlo, aunque estés a
kilómetros de distancia.
Me desperté de un sueño profundo esa noche, sentado derecho
en mi cama, jadeando por mi próximo aliento. Inmediatamente
agarré el teléfono de la mesita de noche. Sin llamadas perdidas. Me
arranqué las mantas. Mi piel ardía y mi corazón latía con fuerza. Fui
a la cocina a buscar una botella de agua y traté de calmarme.
Tomé algunos tragos cuando el llavero en el estante de llaves me
llamó la atención. Tratando como el infierno de sacudirme la
inquietud que sentía en la boca del estómago. Me recosté en mi
cama, mirando al techo por lo que pareció toda una vida. Debo
haberme quedado dormido en algún momento durante la noche. Me
desperté a la mañana siguiente con el llavero bien sujeto y no
recordaba haberlo traído conmigo.
Pasé toda la mañana en la oficina, fingiendo que estaba
jodidamente trabajando cuando todo en lo que pensaba era en
Aubrey. Conté las horas hasta la fiesta de cumpleaños número
veinticinco de Lily esa noche, necesitando la distracción de la
sensación que no podía quitarme de encima.
Iba de camino a casa para cambiarme y dirigirme al restaurante
de Alex para la fiesta, cuando sonó mi móvil, te juro que lo supe.
Sabía que algo horrible había sucedido.
—Aubrey—respondí, dando un giro en U brusco y obstruyendo
el tráfico para desviarme de regreso a su casa.
—Lo siento. Lo siento tanto, Dylan…—sollozó al teléfono.
—Cálmate, cariño. ¿Dónde estás?
—En casa—lloró, apenas pronunciando las palabras.
—Estoy en camino. Estaré allí en cinco minutos. Solo espera,
cariño, ¿de acuerdo?
—Está bien—lloró ella.
—Aubrey, cariño, no llores. Voy por ti.
—Eso es a lo que temo. Dylan, lo siento mucho, tienes que
saberlo. Por favor, por favor, perdóname.
—No hay nada que perdonar, dulzura. Te amo. Siempre te
amaré.
—Yo también te amo. Nunca dejé de hacerlo. Te juro que nunca
me detuve —lloró.
Mi corazón se elevó. Había esperado casi once malditos años para
escucharla decirme eso otra vez.
—Por favor perdóname. Por favor... prométeme... que pase lo que
pase me perdonarás...
—Siempre, Aubrey, siempre.
Ella gimió en el teléfono como si le causara dolor escucharme
decir eso y no lo entendía.
—Cariño, no hay un yo sin ti. ¿No lo entiendes?
Ella lloró más fuerte.
—¿Dónde está mi chica, eh? ¿Dónde está mi chica dura? Necesito
que tomes unas cuantas respiraciones profundas, inhalando por la
nariz y exhalando por la boca.
—Ya no lo sé. He pasado el último año tratando de encontrarla.
—Está bien, la encontraremos juntos. Solo tú y yo, solo tú y yo—
repetí, necesitando comunicarme con ella.
Me detuve en su camino de entrada y abrí la puerta antes de que
el coche estuviera estacionado. Corrí hacia su puerta y la abrí
violentamente con ella todavía en el teléfono.
—¡Aubrey! —grité en el vestíbulo—. ¿Dónde estás, Aubrey? —
pregunté en el teléfono.
—En el armario de la habitación de invitados.
Coloqué el teléfono en el bolsillo trasero y saqué mi arma de la
funda en caso de que el hijo de puta todavía estuviera en la casa.
Corrí a la primera puerta que estaba cerrada que podría haber sido
un dormitorio. Ella no estaba allí.
—¿Aubrey?—grité, subiendo corriendo las escaleras, de tres
peldaños a la vez—. ¡Aubrey! ¡Respóndeme, cariño!
Escuché sollozos provenientes de uno de los dormitorios y
cuando fui a abrir la puerta estaba cerrada con llave. Ella lloraba
cada vez más fuerte, no lo pensé dos veces. Di un paso atrás y abrí la
puerta de una patada.
Corrí hacia el armario y abrí las puertas bruscamente. Lo que vi
casi me hizo caer de rodillas.
Estaba sentada en la esquina trasera con las rodillas presionadas
contra el pecho y los brazos fuertemente envueltos alrededor de
ellas. El joyero que le había dado estaba firmemente agarrado en su
regazo, con la música sonando. Sostenía un cuchillo para filetear tan
jodidamente apretado en su mano que sus nudillos estaban blancos.
—Dios—exhalé, observando los moretones en toda su cara, su
labio roto y su ojo izquierdo casi cerrado por la hinchazón.
No me había mirado ni una vez, llorando histéricamente. Guardé
el arma y coloqué mis brazos frente a mí, muerto de miedo de
asustarla.
Ella estaba en shock.
—Cariño, soy yo. Soy Dylan. ¿Puedes escucharme? —Me agaché
a su lado, inmediatamente tomé su mano y, para mi sorpresa, me
dejó.
La puse sobre mi corazón.
—Tócame, Aubrey. Siente mi corazón. Siente cómo late por ti.
Aspiró aire y se giró para mirarme como si acabara de darse
cuenta de que estaba allí con ella.
—¿Dylan?—dijo y frunció el ceño, su labio temblaba y tomó todo
dentro de mí no llorar junto con ella.
—Sí, cariño, soy yo.
—¿Estás realmente aquí?
—¿Dónde más podría estar? —Negué con la cabeza.
—Lo siento mucho… lo siento mucho…
—Shhh… shhh… —La tranquilicé, quitándole el cuchillo de la
mano y colocándolo a mi lado.
—Tú eres mi chica. Siempre serás mi chica—le dije, tirando de las
puntas de su cabello y bajando por su mejilla.
Se inclinó hacia mi mano y fue entonces cuando me di cuenta de
que llevaba el collar que le dejé en el joyero hacía años. Sonreí a
pesar de que mi corazón estaba partido en dos al verla en el estado
de angustia en el que se encontraba.
—Cariño, voy a alzarte, ¿de acuerdo? Vamos a lavarte y empacar
algo de ropa. Te llevaré a casa.
—¿Casa? —Me miró a los ojos, perdida y desolada.
Asentí.
—Mi casa. Es donde perteneces. Solo tú y yo. Te protegeré,
cariño.
—De acuerdo. —Ella asintió.
La levanté como un bebé y la senté en la encimera del baño,
abriendo el grifo para mojar un trapo. Lo presioné suavemente
contra su rostro y ella siseó al contacto. Su mano nunca abandonó mi
corazón y por primera vez en mi vida tuve que concentrarme en
mantenerlo latiendo firme por ella.
La rabia y la adrenalina que bombeaba por mis venas era
abrasadora hasta el punto del dolor.
—Ahora estoy aquí. Yo me encargaré de todo, no te preocupes.
Ella asintió como si me creyera. La levanté de nuevo, llevándola
en mis brazos. La llevé a su dormitorio, la senté en la cama y ella se
puso de pie al instante.
No tenía que preguntarme por qué.
—Cariño.
Traje su atención de nuevo a mí.
—¿Puedes ayudarme a agarrar algunas cosas para ti? Podríamos
salir de aquí mucho más rápido si me ayudaras.
Ella negó con la cabeza.
—Tengo todo lo que necesito—afirmó, apretando el joyero más
cerca de su pecho y aferrando el dije en el collar con más fuerza.
Sonreí por primera vez ese día, dando un paso hacia ella cuando
la puerta principal se abrió de golpe.
Ella se congeló.
—Aubrey, mírame a los ojos ahora mismo. No voy a dejar que te
lastime. —La puse detrás de mí, mientras él subía las escaleras
dando pisotones.
Negó con la cabeza cuando entró en la habitación sin inmutarse
en lo más mínimo de que yo estuviese allí.
—¡Tú, maldita puta! Sabía que te lo estabas follando a mis
espaldas.
Él cargó contra mí y Aubrey gritó, apartándose mientras me
estrellaba contra su tocador. Los cristales se rompieron y esparcieron
por todas partes. Me golpeó en la cara y luego en el estómago.
Gruñí, empujándolo con tanta fuerza contra la pared que tiró el
panel de yeso.
—¡No soy Aubrey, hijo de puta! —Lo golpeé en la cara un par de
veces y luego en el estómago—. No eres tan jodidamente duro
cuando no es una mujer a la que golpeas, ¿verdad?—gruñí, dándole
un rodillazo en las costillas cuando se encorvó de dolor.
Lo empujé al suelo, pateándolo un par de veces antes de
finalmente alejarme. Me limpié la sangre de la boca con el dorso de
la mano. Volví a mirar a Aubrey, que estaba de pie en la esquina de
la habitación con los ojos tan oscuros y dilatados que ya no podía ver
el verde familiar en ellos.
—Cariño. —Di un paso hacia ella.
Jeremy se rio, sentándose contra la pared, preparándose para
ponerse de pie. Aferrándose el estómago.
—Estás con este pedazo de mierda. —Escupió sangre al suelo—.
El hombre que no te protegió. El mismo hombre que te dejó salir
sola.
—¡Cierra la puta boca!—rugí, preparándome para tumbarlo de
nuevo. No quería nada más que matar a este hijo de puta.
Aubrey negaba con la cabeza.
—No, no, no, no, no—repitió, poniendo las manos sobre sus
oídos como si supiera lo que iba a decir a continuación.
¿Qué mierda estaba pasando?
—At last... my love has come along... and my lonely days are over...—
cantó él y me eché hacia atrás, la realización me golpeó como una
tonelada de jodidos ladrillos.
—Dios, te amaba entonces. Eras tan jodidamente hermosa. Todos
en el bar querían follarte. ¿Qué clase de hombre deja que su mujer
provoque a los hombres como una maldita puta? ¿Una suposición?
Te lo diré, uno que sabe que eso es exactamente lo que es.
—Por favor… por favor… detente…—Aubrey entró en pánico,
moviendo su cuerpo tembloroso por toda la habitación. La sentí
alejarse de mí, otra vez.
—Oh, ahora, quieres rogarme—se burló él cruelmente—. Te seguí
a casa esa noche. Te vi follarla contra la puerta. Saqué mi propia
polla y me masturbé todo el puto tiempo. A la zorra le encantaba lo
rudo y fue entonces cuando lo supe. Cuando supe que ella era mía.
Esa noche pasó ante mis ojos.
Hasta el último segundo se desarrolló frente a mí.
—Esperé. Esperé hasta que tuve mi oportunidad. No pasó mucho
tiempo. —Él sonrió sarcásticamente—. Ain’t no sunshine when she’s
gone—cantó de nuevo—. La vi correr y no podía esperar para
perseguirla. Ella pensó que yo era tú—se rio sádicamente—. Sin
embargo, le aclaré eso muy rápidamente. Mira... Dylan, yo hice que
ella te odiara. Es la única forma en que podría hacerla
verdaderamente mía. Puse tu camisa sobre su cara mientras la
follaba de todas las formas posibles. Ella no olió nada más que a ti
mientras desgarraba su jodido y apretado coño del que todavía no
puedo tener suficiente.
No podía respirar.
No podía jodidamente respirar.
Todo ese tiempo... todo ese maldito tiempo. Por eso ella no se
acercaba a mí. Ella no podía soportar olerme. La llevaba de vuelta a
ese momento.
Cerré los ojos, reviviendo ese día de nuevo.
La imagen de ella tirada allí destrozada, golpeada... muerta.
—Por favor, Jeremy, por favor, maldita sea detente…—suplicó
Aubrey, llorando a mares.
Me acerqué a ella y de hecho ella me tendió los brazos.
—Oh, Dylan, qué maldito tonto eres—escupió él, deteniéndome
en seco.
—¡No!—gritó Aubrey lo suficientemente fuerte como para
romper un cristal.
—Verás, nunca me olvidé de la chica que me robó el corazón. No
importaba a cuántas otras chicas violara, siempre veía la cara de
Aubrey. Su coño es tan jodidamente adictivo, ¿eh? Es como si
estuviera hecha solo para el sexo.
—Cierra la puta boca. —Me acerqué a él y alzó sus manos en el
aire.
—Bebé—se burló él—. ¿Por qué no le dices a Dylan sobre Giselle?
—Se encogió de hombros—. Tal vez debería escucharlo de ti. No
puedo esperar a ver el odio en sus ojos. Adelante, nena, arráncale al
hombre el maldito corazón.
Volví a mirar hacia Aubrey y su rostro se puso blanco.
—¿Giselle?
Ella negó ferozmente con la cabeza.
—Lo siento… lo siento tanto, Dylan… por favor perdóname…
por favor déjame explicarte… por favor…—Inmediatamente
comenzó a llorar de nuevo.
Jeremy suspiró, atrayendo mi atención de nuevo hacia él.
—Aubrey es una maldita mentirosa. No me tomó mucho tiempo
encontrarla. La primera vez que me dejó follarla noté que tenía una
pequeña cicatriz.
—¡Cierra la boca! ¡Cierra la puta boca!—gritó ella
descontroladamente.
—Quiero adivinar dónde está. Mejor aún, ¿por qué no echas un
vistazo por ti mismo? —Hizo un gesto hacia la parte inferior de su
vientre.
Su cuerpo tembló cuando mis pies se movieron por su propia
cuenta.
—And… life is like a song… oh… at last… and here we are in
Heaven…— continuó cantando él.
—Por favor… por favor…—me rogó, suplicándome mientras le
bajaba los pantalones cortos de algodón.
—Oh, Dios mío—exhalé con incredulidad.
—For you are mine… at last…—cantó Jeremy—. Renunció a su hija
incluso después de saber que no era mía.
Recordaría los siguientes segundos por el resto de mi vida.
Todo terminó con un…
BANG.
Capítulo 29
Dylan
Seis Años Después

Salí de las puertas del infierno.


Los muchachos y Alex me esperaban al otro lado de la valla,
mientras atravesaba los muros de la prisión a la que llamé hogar
durante los últimos seis años. Se suponía que debía cumplir diez
años por el homicidio involuntario de Jeremy Montgomery, pero salí
después de seis por buen comportamiento.
Todos parecían tan malditamente felices de verme. Apreté los
dientes casi sin poder tolerarlo.
No había nada por lo que estar felices.
Ni una maldita cosa.
—Dylan —Alex sonrió, lanzando sus brazos alrededor de mi
cuello—. Estoy tan feliz de que estés libre. Te he echado mucho de
menos—lloró, derrumbándose.
No le devolví el abrazo. Agarré sus brazos de alrededor de mi
cuello. Se congeló, inmediatamente frunciendo el ceño cuando los
bajé. Todavía perspicaz como siempre, excepto que esta vez me
importaba un carajo.
Los muchachos no le prestaron atención. Estaban demasiado
atrapados en el hecho de que estábamos todos juntos de nuevo. ¿Yo?
Quería salir de allí como alma que lleva el diablo.
Y no estaba hablando de la prisión.
—Vámonos—gruñí sin molestarme en abrazar a ninguno de los
muchachos.
Abrí la puerta del lado del pasajero y me subí a la camioneta.
Estaba emocionado por el hecho de que no era un coche y no tenía
que sentarme cerca de nadie. Después de compartir una celda con
otros tres tipos que querían joderte en más de un sentido, aprendías
a apreciar un poco de espacio personal cuando podías conseguirlo.
—¿Cómo se siente estar libre, hermano?—preguntó Austin,
golpeándome en el pecho mientras conducía.
No vacilé.
—Definitivamente voy a extrañar las violaciones a mi alrededor y
especialmente la maldita comida. Estoy seguro de que algún día lo
experimentarás todo de primera mano… hermano.
Nadie habló después de eso.
Cerré los ojos, apoyando la cabeza en el reposacabezas, ya
temiendo lo que estaba por venir.

Aubrey
Sostuve la invitación en mis manos temblorosas.
—Has recorrido un largo camino, Aubrey. Estoy muy orgullosa
de ti—afirmó la doctora Wexler.
Ella era la terapeuta que había estado viendo durante los últimos
siete años.
—No te habrían invitado a la fiesta de bienvenida a casa de Dylan
si no quisieran que fueras.
—Su madre me invitó. No Dylan.
—Estoy segura de que él lo sabe.
Me encogí de hombros.
—Yo no estaría tan segura. No lo he visto desde el juicio.
Fui a visitarlo una vez al mes durante los últimos seis años y se
negó a aceptar la visita todas y cada una de las veces. Él se negó a
verme, no quería tener nada que ver conmigo. No podía culparlo,
pero aun así me dolía.
—Ya no eres esa persona, Aubrey. La mujer rota que vino a mí se
fue hace mucho tiempo, cariño. Ya ni siquiera está en la misma
vecindad que tú. Eres fuerte, independiente y sobre todo aprendiste
a amarte a ti misma nuevamente. Puedes superar cualquier cosa y lo
has hecho.
Tomé una respiración profunda.
—Lo sé. —Y lo sabía.
—Entonces, ¿vas a ir?
Asentí.
—Sí.
—Excelente. No puedo esperar a escuchar sobre eso la próxima
semana.
Conduje a casa con el corazón apesadumbrado. Sabía que estaba
saliendo de la prisión. Estaba en todos los periódicos. Durante los
meses de su juicio y luego de su sentencia, todo lo que escuchabas y
leías era cómo el detective Dylan McGraw estaba tras las rejas por el
asesinato de Jeremy Montgomery, hijo del muy respetado político
Bill Montgomery. Nuestras familias y amigos cercanos sabían por lo
que pasé con Jeremy, pero no importó. No había antecedentes
policiales de ninguna de mis supuestas denuncias de los años y años
de abuso que soporté de él.
Jacob dijo que él tenía suerte de ser detective y haber cerrado
varios casos salvando vidas de personas o de lo contrario habría
estado cumpliendo más de veinte años en comparación con el
acuerdo con la fiscalía que tuvo que aceptar por solo diez.
No importaba cuántas veces intentara escribirle, todas mis cartas
eran devueltas sin abrir. Las guardé todas con la esperanza de que
algún día me perdonara y las leyera.
El festejo por su liberación se llevaría a cabo en la casa de su
madre mañana por la tarde. Tendría que ir a la casa que guardaba
tantos de mis felices recuerdos de infancia. Estar cara a cara con mis
verdades.
Iba a ir.
Era hora de enfrentar a mis demonios.
La mayoría de ellos ya los había conquistado, especialmente el
que me sonreía mientras abría la puerta del lado del pasajero.
—Hola, cariño, ¿cómo estuvo la escuela?
—Hola mamá. —Ella besó mi mejilla.
Era la niña más dulce con la lengua más afilada, muy parecida a
su padre. Después de la noche en que Jeremy me dejó en la cocina
para morir, comencé a ver a la doctora Wexler, le dije que mi mayor
arrepentimiento era haberle dado la espalda a nuestra hija.
Mi tía Celeste vino a verme unas semanas después de la
violación, nueve para ser exactos. Nunca podría mentirle. Siempre
fue muy perspicaz cuando se trataba de mí, por lo que era casi
imposible que se le pasara algo por alto. Me derrumbé una noche y
le conté sobre la violación. Me sostuvo en sus brazos todo el tiempo,
consolándome de la única forma que sabía. A la mañana siguiente
fuimos a la oficina de mi madre en el hospital y ella procedió a
contarle todo lo que compartí con ella la noche anterior.
Sabiendo que no había forma en el infierno de que pudiera
pronunciar las palabras de nuevo. Mi madre lloró por lo que pareció
una eternidad. Luego, ambas me llevaron al laboratorio para que mi
madre pudiera hacerme pruebas para cada ETS bajo el sol.
Excepto que tomó una prueba que ni siquiera consideré una
posibilidad.
Unos días después nos enteramos de que estaba embarazada.
Tenía diecinueve años y estaba embarazada, pero la pregunta en ese
momento era ¿de quién era el bebé que estaba esperando?
¿De Dylan o de mis violadores?
Me negué a contárselo a nadie, lo que mi madre y mi tía
entendieron.
Dos días después de eso, ellas decidieron que sería mejor que me
fuera de Oak Island y pasar el resto del embarazo viviendo con mi
tía Celeste. Asistí a un colegio comunitario cerca de su casa,
mintiéndoles a todos sobre que estaba en UCLA.
Al día siguiente, después de que se tomaron las decisiones y se
hicieron los planes, Dylan me encontró en mi habitación con lo que
mi terapeuta denominaba una crisis nerviosa.
—La escuela estuvo genial. Entonces, ¿cuándo puedo conocer a
mi padre? —Ella rebotaba en el asiento con emoción.
Otra de las cualidades de Dylan con las que había estado lidiando
durante los últimos seis años, su hija no se andaba con rodeos.
Decía lo que quería y en este momento quiso decir lo que dijo.
—Te lo dije, cariño. Necesito verlo primero.
Ella puso los ojos en blanco.
—Eso es tan estúpido. Soy su hija y soy súper adorable y
entrañable. —Ella se encogió de hombros—. Me va a amar al
instante.
Me reí. Ella también era tan engreída como él.
Giselle sabía todo lo que me pasaba. Mi tía Celeste nunca se lo
ocultó. Yo siempre supe lo que estaba pasando en su vida.
Simplemente no estuve involucrada en eso hasta que la recuperé
cuando tenía diez años. La primera vez que conocí a Giselle fue solo
unos meses antes de que ella volviera conmigo. Nuestra hija amaba
mucho, exactamente como su padre. Ella me perdonó, diciendo que
había estado esperando ese momento toda su vida, y que sabía en su
corazón que regresaría con ella.
Nos pertenecíamos.
—¿Por qué no puedo ir a la fiesta?—me preguntó—. Los abuelos
también me invitaron. Ellos me lo dijeron, mamá. Además, mi
nombre está en la invitación, lo que en mi libro significa que debería
estar allí.
—Te lo prometo, cariño. Déjame verlo primero y luego puedes
conocerlo.
Ella frunció el ceño, la decepción era clara en su rostro.
—Tienes razón.
Ella me miró mientras estacionaba el coche en nuestro camino de
entrada.
—Eres súper adorable y entrañable. Tu padre se va a enamorar de
ti al instante.
Ella sonrió. Esos mismos ojos color miel se clavaron en mi
corazón, exactamente como solía hacerlo su padre.
—Bien, pero tómame una foto, por si acaso. Ya sabes, solo para
sellar el trato y esas cosas.
Asentí, deseando en silencio tener su confianza.

Dylan
—¿Qué carajo estás haciendo aquí?—rugí, observando a la mujer
que nunca había conocido realmente.
Yo no quería esta fiesta.
En lo que a mí respecta, no había nada que celebrar, gracias a la
perra parada frente a mí. Me desperté en mi dormitorio adolescente.
Tenía treinta y siete años y vivía oficialmente en casa con mis padres.
Ni siquiera podía alquilar mi propio apartamento, ya que era un
delincuente convicto recién salido de prisión.
Estaba afuera en el porche, necesitando tomar un poco de aire
antes de que esta fiesta dejada de la mano de Dios, que nunca pedí,
ni quería estar, comenzara cuando la vi.
—No te volveré a preguntar, Bree, ¿qué mierda estás haciendo
aquí?
Miró alrededor del espacio abierto y luego me miró.
—Yo... yo fui invitada—tartamudeó—. Vine temprano para
ayudar a organizar y con suerte, hablar contigo.
—¿Me estás jodiendo? Tienes un buen par de cojones, ¿verdad?
¿Quién mie…?
—Yo… no… yo solo…
Me cerní sobre ella.
—¡No me interrumpas! No te atrevas a jodidamente
interrumpirme—dije hirviendo de rabia.
Ella negó con la cabeza.
—Solo estoy tratando de explicarte. Si pudieras darme…
—¿Si pudiera darte qué? ¿Qué más necesitas que te dé? ¿Mi puta
vida? Oh, no, esa ya me la quitaste en más de una ocasión.
—Dylan, yo…
Puse un dedo sobre su boca, silenciándola. Estaba harto de
escuchar su maldita boca y sus lamentables excusas. El viejo
dominado por un coño McGraw se había ido. Pateé su lamentable
culo hasta la acera el día que descubrí que ella era una maldita
mentirosa. Todo lo que alguna vez sentí por ella se desvaneció como
si nunca hubiera existido.
—No te quiero aquí. ¿Me entiendes? El mero hecho de verte me
revuelve el puto estómago. Pasé la mitad de mi vida amándote, y lo
perdí todo en cuestión de segundos por tu culpa. ¡Todo! Mi carrera,
mi libertad y mi maldita hija. Me quitaste la elección de ser padre al
ocultarme su existencia durante diez malditos años. En lo que a mí
respecta, tú moriste el día que lo hizo Jeremy.
Ella jadeó.
Dicen que la venganza no te hace sentir mejor. Bueno, eso era
mentira.
Se sentía jodidamente increíble.
—Nunca te olvidaré, aunque pasaré el resto de mi vida
intentándolo.
Sus ojos se abrieron ampliamente, inmediatamente lagrimeando.
La vi llorar tantas malditas veces que podría ahogarme en un mar de
sus lágrimas de cocodrilo.
—¿Es por eso que nunca leíste mis cartas? ¿O dejaste que te
visitara en la cárcel?
—No, Bree, no es por eso. —Me incliné cerca de sus labios y su
respiración se aceleró.
—Ese día te convertiste en otra chica con la que solía follar—dije
con convicción.
Ella se hizo añicos. Su casa de cristal se rompió mientras escapaba
de mí. Sostuve el martillo firmemente en mi mano listo para usarlo
nuevamente, cuando fuera necesario.
—Dylan Anthony McGraw—espetó mi madre detrás de mí.
Me di la vuelta, enfrentándola mientras ella venía hacia mí.
—Ni siquiera vayas allí, madre. Ni siquiera intentes ir allí
conmigo.
—¡Ay Dios mío! Estoy tan avergonzada de ti en este momento, ni
siquiera puedo mirarte.
—Bien—ladré—. Entonces voltea tu culo para que no me hagas
perder el tiempo con esta jodida…
Su mano estaba en el aire, conectándose con un lado de mi cara
antes de que dijera la última palabra.
—Oh, Dylan, no me importa de dónde acabas de salir. No me
importa lo que hayas visto. No me importa por lo que hayas pasado
o quién creas que eres ahora, pero si alguna vez vuelves a
levantarme la voz o hablarme así otra vez, muchacho, no dudaré en
recordarte con quién estás hablando. ¿Me entiendes? ¿O necesitas
que te lo recuerde de nuevo? …—gritó con los dientes apretados,
sacudiendo la picadura de su mano que sentí en mi mejilla.
—Sí, señora—me obligué a decir, sosteniendo mi mejilla.
—Ay Dios mío. ¿Dónde está mi chico? ¿Dónde está mi hijo?
Porque no lo he visto desde que cruzaste estas puertas ayer por la
tarde. Te crié mejor que esto.
—Sí, madre. Me criaste malditamente bien y aun así terminé en
prisión.
Ella sacudió la cabeza.
—¿De quién fue esa elección? ¡Tuya! De nadie más que tuya. Esa
chica ha pasado por suficiente y no necesita tu mierda además de
todo lo demás. Ella es una madre increíble para esa niña.
Me eché hacia atrás.
—¿Qué?
—Me escuchaste.
—Obviamente, no lo suficientemente claro.
—Ella tiene a Giselle. La ha tenido durante los últimos seis años,
y no ha hecho más que incluirnos en su vida. Conozco a mi nieta
gracias a ella. Esa chica es exactamente como tú, y hasta hace unos
minutos, estaba orgulloso de ese hecho.
—Yo… yo no…—tartamudeé.
—Ahora, lidia con algo de manera efectiva antes de que lleguen
tus invitados. Los que están tan emocionados y aliviados de que
finalmente estés en casa. Ve a sacarte el palo del culo y encuentra a
mi hijo. Cuando lo hagas, haz que venga a buscarme. —Se dio la
vuelta, caminando de regreso al interior.
—¡Dios mío, seis años, mamá! Seis putos años. ¡No podrías
haberme dicho eso cuando me visitaste! No podías haberme hecho
saber que Aubrey tenía a Giselle, que la estaba criando. ¡He pasado
los últimos seis años pensando en nada más que en mi hija! ¡Nadie
tuvo la decencia de decirme eso!—le grité, deteniéndola y haciendo
que se volviera hacia mí.
—¿Qué bien habría hecho eso? Estabas tras las rejas. Lo último
que queríamos hacer era causarte más dolor. Sabes, tan bien como yo
que ver a Giselle y no poder abrazarla y besarla te hubiera
destrozado. Demonios, tal vez si hubieras aceptado las visitas de
Aubrey o leído sus cartas, ella te lo habría dicho. Si hubiera sabido
esto —me hizo un gesto—, créeme, Dylan, te lo habría dicho. Tu
estado de ánimo amargado mientras estabas allí era comprensible y
nunca impidió que nadie te visitara. Pero, ahora estás libre. Es hora
de ponerse los pantalones de chico grande y lidiar con el hecho de
que ésta es tu vida ahora. Con suerte, el Dylan que conocí, el niño al
q y q
que crié para que tuviera modales y respetara a los demás, seguirá
ganando y descubrirá algo significativo que hacer con su vida.
—Ya no sé cómo hacerlo, madre—dije honestamente.
—Entonces descúbrelo antes de que realmente pierdas a todos los
que tú y yo sabemos muy bien, todavía amas.
Capítulo 30
Dylan
Estaba más perdido ahora que hace tres semanas cuando fui
liberado del infierno. Nunca pensé que volver al mundo real sería un
ajuste tan grande y un cambio tan drástico. Ya no sabía en qué
dirección era arriba o abajo.
Salí a caminar para tratar de despejarme y terminé donde
transcurrió mi infancia, el restaurante de Alex y la playa. Tal vez sólo
necesitaba hablar con Alex. Entré al restaurante por primera vez en
seis años y vi a Lily muy embarazada.
—Hola—me saludó, caminando hacia mí, frotándose el vientre.
Asentí.
—Te abrazaría, pero estoy bastante segura de que estoy gestando
un luchador en mi vientre, y lo más probable es que te patee.
Asentí de nuevo.
—¿Te volviste mudo tras las rejas, Dylan?—dijo ella ladeando la
cabeza.
Negué con la cabeza.
—No. Simplemente, supongo que no tengo mucho que decir.
—Bueno, entonces viniste al lugar equivocado. Los niños están
surfeando, Alex está ahí fuera si quieres…
—¿Niños?—interrumpí.
Sus ojos se abrieron ampliamente.
—Umm… sí. Mierda. Apesto.
—¿Lily? —Le di una mirada inquisitiva, preguntándome qué es
lo que no me estaba diciendo.
Ella suspiró.
—Mira, los niños son todos amigos. Así que... ya sabes, todos
pasan el rato juntos y esas cosas. Les encanta surfear. Quiero decir
que Giselle es solo un año mayor que Mason, y son como dos
guisantes en una vaina.
—¿Giselle? ¿Está ahí fuera? —Señalé hacia la playa. Mi corazón
comenzó a latir más fuerte. La hija que nunca conocí estaba justo
afuera.
—Bueno sí. Pero si alguien te pregunta quién te dijo eso, nunca
me viste, ¿de acuerdo?
Me fui antes de que dijera la última palabra, caminando hacia la
playa.
—Dylan—dijo Alex, dando un paso frente a mí—. ¿Qué estás
haciendo aquí?
—¿Ahora necesito una invitación?—espeté.
—No. Por supuesto que no. Es solo que umm…—Ella miró el
agua.
—Mi hija está ahí afuera—dije, terminando su oración por ella.
Ella asintió con cansancio, señalando.
—Es la que está más alejada. No puedes equivocarte. Su cabello
es casi blanco por el sol y el agua salada. Es hermosa, Dylan.
Observé a mi hija por primera vez en dieciséis años, anhelando
desesperadamente salir corriendo al agua para llegar hasta ella,
abrazarla y decirle cuánto la amaba.
—¿Aubrey sabe...?
—A la mierda con ella—gruñí.
—Dylan, eso no es justo. —Ella levantó la mano y me tocó el
hombro en un gesto reconfortante.
—¿Parece que estoy de humor para que me jodan en este
momento, Half-Pint?—dije apartando los ojos de mi hija que ya era
dueña de mi corazón.
Se puso la mano en la cadera y ladeó la cabeza .
p y
—Dylan Anthony McGraw, debes dar un paso atrás y darte
cuenta de que no soy como los muchachos y no aceptaré tu mierda.
Eres mejor que esto. Aubrey ha pasado por un infierno…
—¿Y qué hay de mí, Alex, por lo que yo he pasado?—respondí.
—Lo sé. Créeme, lo sé. Pero Aubrey no ha hecho nada más que
intentar hacer las paces contigo y con todos los que la han lastimado.
Le ha llevado mucho tiempo llegar a este punto de su vida. Ha
recorrido un largo camino y no dejaré que le arruines eso.
—Bueno, que me condenen, Half-Pint. Pensaba que eras mi
amiga.
—Sabes que lo soy. Pero, Dylan si no la perdonas, nunca podrás
seguir adelante. Aubrey pasó diez años de su vida incapaz de
perdonarse a sí misma y eso no la llevó a ninguna parte. Este círculo
vicioso debe terminar. Por el bien de todos, especialmente el de tu
hija.
—Ella no tiene nada que ver con esto.
—Ella tiene todo que ver con esto. Perdió diez años con su madre
y dieciséis con su padre. ¿Crees que esa chica quiere ver pelear a sus
padres? ¿Ver a su padre odiando a su madre? ¿Crees que eso es justo
para ella? —gritó, señalando a Giselle.
Me eché hacia atrás, abriendo la boca para decir algo, pero la
cerré rápidamente.
—Exactamente—dijo simplemente, diciéndolo por mí.
—No soy como tú, Half-Pint. No puedo perdonar y olvidar tan
fácilmente.
—¿Crees que no lo sé, Dylan? Lucas me hizo pasar un infierno,
pero al final del día siempre supe que me amaba. Nunca hubo una
duda sobre eso. Lo perdoné porque no podía vivir sin él. Después de
todo este tiempo, después de todo lo que han pasado. ¿Puedes
honestamente mirarme a los ojos y decir que puedes vivir sin ella?
—Ya no sé quién soy, Alex. Tú, de todas las personas, debes saber
lo difícil que es para mí. Lo perdí todo. Todo lo que alguna vez
significó algo para mí gracias a ella. No sé cómo superar el hecho de
que arruinó toda mi vida en cuestión de segundos.
Ella frunció el ceño.
—Ella también lo perdió todo, Dylan. ¿No ves eso? Tienes que
darle la oportunidad de explicarse. Le debes al menos eso.
—No le debo absolutamente nada. Ni una puta cosa, Half-Pint.
—Mira, ahí es donde te equivocas. Ella es la madre de tu hija. Le
debes todo.
Me quedé allí conmocionado como la mierda. Nunca lo había
pensado así. Antes de que pudiera pensar más en ello, sentí que
alguien se acercaba a nosotros, y no tuve que preguntarme quién era.
Me volví para mirar a mi hija por primera vez en dieciséis años.
De hecho, me quedé boquiabierto al verla. Era increíblemente
hermosa, exactamente como su madre, excepto que tenía mis ojos.
Tenía pecas en la cara y cabello rubio brillante por el sol. Llevaba un
bikini negro que estaría quemando y que nunca más le permitiría
usar. Tenía el cuerpo de su madre.
Ella sonrió nerviosamente.
—Tú probablemente no sepas quién…
—Sé quién eres, cariño—la interrumpí, tirando de las puntas de
su cabello.
Ella sonrió.
—Mamá dice que solías hacerle eso. Me ha contado todo sobre ti.
Todo sobre vuestro amor y relación. Cómo os conocisteis y por lo
que pasasteis. Cómo siempre estuviste ahí para ella. Cuánto la
amaste y la salvaste. Cuánto te amaba. ¡Me dice que soy como tú!
Probablemente he mirado las fotos que tiene de ti un millón de
veces. He querido conocerte desde hace mucho tiempo. Mamá nunca
me dejó ir a tus horas de visita con ella porque dijo que no querías
conocerme en esas circunstancias. No querías que te viera así. Pero
ella dijo que hablabas de mí todo el tiempo. Que me amabas tanto y
que no podías esperar para finalmente conocerme. Me peleaba con
ella cada vez que me decía que te iba a visitar. ¡Estoy tan feliz en este
momento! Me dijo que aún no habías venido a verme porque estabas
tratando de encontrar el momento perfecto. Sé que probablemente
no sea ese momento, y sé que estoy toda mojada por el océano, pero
¿puedo abrazarte? Por favor.
Parpadeé para quitarme las lágrimas y me aclaré la garganta.
—Me encantaría eso más que nada.
Ella saltó a mis brazos y fue la primera vez en seis años que
realmente abracé a alguien. Cerré los ojos y la sostuve tan fuerte
como pude contra mí, haciendo mi mejor esfuerzo para mantener la
compostura. No podía creer que Aubrey le mintiera. No podía creer
que me incluyera en la vida de Giselle todos esos años como si
estuviera ahí con ellas. Con solo unas pocas palabras mi odio hacia
ella disminuyó en cuestión de segundos.
Como si ni siquiera hubiera existido para empezar.
Giselle fue la primera en alejarse, y resistí el impulso de tirar de
ella hacia mí y nunca dejarla ir.
Miré fijamente a Aubrey cuando abrí los ojos. Se abrazaba a sí
misma en un gesto de consuelo, con lágrimas en los ojos. De hecho,
la miré en ese momento y parecía como si no hubiera envejecido ni
un día, en todo caso parecía más joven.
Llevaba un vestido amarillo suave que la abrazaba en todos los
lugares correctos, y después de todos esos años todavía era mi color
favorito en ella. Su cabello rubio era largo, hasta la cintura. Era más
claro de lo que recordaba. Eso solo me decía que debía haber pasado
mucho tiempo en la playa.
—¡Mamá!—la saludó Giselle, abrazándola y mirándome.
Nuestros ojos nunca se apartaron de los del otro.
—¿Papá puede venir a cenar?—le preguntó, atrayendo
instantáneamente mi atención hacia ella—. Oh, quiero decir…
¿puedo llamarte papá? ¿Eso está bien? —Me miró, esperando una
respuesta con nada más que amor en sus ojos. Su madre solía
mirarme de la misma manera.
—Sería un honor, cariño.
—Bueno. —Ella asintió—. ¡Ahora que estás afuera, finalmente
podemos ser una familia!—gritó, saltando de alegría.
—Giselle—la advirtió Aubrey.
—¿Qué? Tú misma me dijiste que todavía estás enamorada de él.
Sonreí y parecía tan extraño viniendo de mí. No podía recordar la
última vez que sonreí.
—¡Giselle! Ve a buscar tus cosas. ¡Ahora!
Ella frunció.
—¿Por qué? Solo estoy repitiendo lo que me has dicho durante
los últimos seis años.
—No te lo voy a decir otra vez, Giselle.
—Bien. ¿Puedes hacerla entrar en razón, papá?— me preguntó
poniendo los ojos en blanco. Definitivamente era mi hija. Casi me
siento mal por Aubrey teniendo que lidiar con una mini-yo.
Aubrey parecía molesta, y Half-Pint no podía borrar la gran
maldita sonrisa en su rostro. Ni siquiera trató de ocultarla.
—Voy a dejaros solos—declaró, yéndose.
Aubrey negó con la cabeza cuando di un paso hacia ella hasta que
estuvimos cara a cara, a solo centímetros de distancia.
—Lo siento. Giselle no tiene filtro. Ella no piensa antes de hablar.
¿Quieres adivinar de dónde saca eso?
Me reí. Tampoco podía recordar la última vez que lo había hecho.
—No sabía que estarías aquí—dijo ella.
—Yo tampoco. Simplemente terminé aquí.
—Oh.
—Me alegro de haberlo hecho—dije, asintiendo hacia Giselle.
Se lamió nerviosamente los labios y cruzó los brazos sobre el
pecho. Haciéndome mirar hacia abajo a sus pechos que ahora
estaban levantados con el collar que le había dado hace tantos años.
Un suave rubor se deslizó por su rostro cuando se dio cuenta de
que estaba mirando sus pechos. La miré a los ojos. Tragó saliva y
luché contra el deseo de tirar de las puntas de su cabello.
—Le mentiste—dije, rompiendo el silencio entre nosotros.
Hizo una mueca, probablemente pensando que iba a atacarla de
nuevo.
—Gracias—agregué.
Ella se relajó al instante.
—Puedes verla cuando quieras, McGraw. Podemos arreglar algo
para que puedas conocerla. Aunque, lo que ves es definitivamente lo
que obtienes con ella. Tienes más en común con esa chica de lo que
nunca sabrás.
—Quiero la custodia compartida.

Aubrey
Me eché hacia atrás.
—¿Qué?
—Me escuchaste.
—No tenemos que hacer eso, Dylan. No la alejaré de ti.
—Quiero que sea oficial. Legal. Documentado. No confío en ti.
Estoy seguro de que puedes entender por qué.
Fue como si él siguiera tirando bomba tras bomba sobre mi
cabeza y no me diera tiempo para buscar refugio.
—También quiero que ella lleve mi apellido. Es mía tanto como
tuya. Lo quiero…
—Ya está hecho—espeté, interrumpiéndolo.
Me miró fijamente con incredulidad.
—Te mostraré el papeleo que llené cuando recuperé mis derechos
de paternidad. Ha llevado tu apellido durante los últimos seis años,
McGraw. Quería que supiera de dónde venía. Es por eso que ella
sabe todo sobre ti. Excepto que no le dije nada.
Ladeó la cabeza hacia un lado.
—¡Qué jodido imbécil eres!
Me di la vuelta para volver a entrar, pero me agarró del brazo y
me detuvo. El simple toque de su mano hizo que mi vientre se
agitara y mi corazón latiera con fuerza. Lo miré a través de mis
pestañas. Me di cuenta de que estaba librando una batalla interna
sobre cómo responder a eso.
Cómo tratar conmigo.
Esa fue la píldora más difícil de tragar.
—Voy a estar en su vida. Lo que también significa que voy a estar
en la tuya. Acostúmbrate, porque este imbécil, no se va a ningún
lado—dijo mordiendo las palabras.
Traté de apartar mi brazo, pero él no me dejó.
—¿Qué te ha pasado?— solté, necesitando saber.
Extendió la mano y tocó la promesa, el talismán colgando de mi
cuello. Por un segundo pensé que lo iba a arrancar.
—Tú, Aubrey. Tú me pasaste—dijo y me soltó.
Dejándome sin nada, excepto el control que todavía él tenía sobre
mi corazón.
Capítulo 31
Dylan
Habían pasado seis meses desde que salí de prisión. Unos días
después de la playa, Jacob llenó todo el papeleo en su oficina para
que compartiésemos la custodia de Giselle. Después de que
firmamos los papeles, le escribí a Aubrey un cheque para la
manutención de la niña para cubrir los últimos dieciséis años. Luchó
contra mí con uñas y dientes, alegando que no lo quería, ni lo
necesitaba. Finalmente llegamos a un acuerdo semanas después.
Abriría una cuenta bancaria separada donde iría todo el dinero
relacionado con Giselle. Un lugar donde podría depositar futuros
cheques de manutención infantil que Giselle podría usar para la
universidad.
Fui civilizado con Aubrey, pero para ser completamente honesto,
solo hablábamos cuando se trataba de Giselle.
Y lo prefería de esa manera.
Dado que Lucas era contratista general, pudo llegar a un acuerdo
con uno de sus agentes inmobiliarios para que pudiera alquilar una
casa cerca de la de Aubrey en South Port. Quería estar cerca de
Giselle. Era un estilo colonial de dos habitaciones y dos baños y
medio que había sido remodelada, con acabados y accesorios
modernos. Tenía un enorme porche trasero con piscina y cocina al
aire libre.
Tan pronto como recibí las llaves, Giselle inmediatamente
comenzó a decorar su habitación. A mi niña le encantaba el morado.
Pasamos todo un fin de semana pintando su habitación con un tono
profundo y comprando muebles para su dormitorio y para toda la
casa. Siempre se me había dado bien ahorrar dinero y era inteligente
con las inversiones que me generaban ingresos aún durante mi
tiempo en prisión. No tenía que trabajar en los próximos años, lo que
me daba libertad para tratar de volver a encarrilar lo que me
quedaba de vida, sin preocuparme por las finanzas.
Tengo a Giselle cada dos fines de semana y un día durante la
semana. Aubrey y yo tenemos cada uno nuestras propias vacaciones,
alternándolas cada año. Giselle se quedó conmigo todos los veranos.
Aubrey tenía razón en una cosa. Mi hija era exactamente como
yo. De fuerte voluntad, terca como el demonio, arrogante como la
mierda, y decía lo que sentía, sin importarle los sentimientos de
otras personas.
Ella era perfecta a mis ojos.
Se sentó en el sofá cuando entré de la tienda de comestibles.
—¿Puedes ayudarme con la compra, cariño?
Se levantó y salió al garaje sin decirme una palabra, lo que no era
propio de ella en absoluto.
—Lo siento, llego tarde. Me quedé atascado en el tráfico, pero
compré todo lo que te gusta.
Ella asintió, caminando de regreso a la casa. La agarré del brazo,
deteniéndola. Obviamente algo la estaba molestando.
—Háblame.
Ella se encogió de hombros.
—Giselle—la invité.
—Guardé nuestra ropa mientras no estabas.
—Está bien…—Solté su brazo para apoyarme contra la encimera.
—Solo quería hacer algo bueno por ti.
Tiré de las puntas de su cabello, tratando de hacerla sonreír. Por
lo general, funcionaba, pero hoy no lo hizo.
—Qué ocurre…
—¡Estoy bien!—gritó en mi cara.
Se fue para ir al garaje, dejándome allí de pie, atónito por el giro
de los acontecimientos. Ella nunca había actuado de esa manera
conmigo. Pasamos todo el fin de semana juntos y ella apenas me dijo
más que unas pocas palabras. Juro que una mañana parecía que
había estado llorando toda la noche. Le presté mucha atención
durante los siguientes días, la llamé y le envié mensajes de texto con
más frecuencia y la mayoría de las veces ignoró mis esfuerzos.
—Hola! ¿Qué pasa? —Aubrey contestó su teléfono.
—Hola, ¿cómo estás?
—Estoy bien. Acabo de salir del trabajo.
Aubrey había regresado a la escuela para obtener su certificación
en terapia. Ahora estaba ayudando a mujeres maltratadas que
estaban pasando por situaciones similares a las que ella había
pasado. Decía que la ayudó a sanar.
—¿Cómo están las cosas por allá?—pregunté, tomándola con la
guardia baja.
—¿Qué quieres decir?
—Con Giselle. ¿Cómo se está comportando contigo?
—Supongo que ha estado un poco callada estos últimos días,
pero eso es normal, Dylan. Es una adolescente.
—Creo que hay más que eso. Me está ignorando, y no me gusta
una mierda.
—Mmm…
—Dilo.
—Hablaré con Giselle. Veré si puedo sacarle algo. ¿Mejor?
—Mucho.
—Dios, McGraw. Siempre es un placer—dijo con descaro como la
vieja Aubrey que una vez amé, y me colgó.
Me reuniría con Jacob para tomar algo en el restaurante de Half-
Pint más tarde esa noche. Lily seguía actuando allí y Jacob estaba tan
dominado por su coño como antes de que me encerraran, esperando
a que ella se bajara para llevarla a casa y toda esa mierda.
—¿Cómo está el hombrecito en casa?—cuestioné
—Exhausto—respondió Jacob, quitando la etiqueta de su cerveza.
Asentí hacia lo que estaba haciendo.
—Maldita sea, Jacob, ¿ha pasado tanto tiempo? Sexualmente
frustrado, ¿eh?
Él se rio entre dientes.
—Eres un idiota. Mi vida sexual está perfecta. Más de lo que
puedo decir de la tuya. No he visto ningún coño a tu alrededor
desde que saliste. Sin embargo, tiene sentido. Supongo que Bubba
sería difícil de reemplazar.
Sonreí.
—Jacob, ves demasiadas malditas películas. Bubba no existe, pero
Yolanda, mi consejera, he destrozado esa mierda.
—No lo dejaría pasar, hermano.
Tomé unos cuantos tragos de mi cerveza.
—No te preocupes por mí, Jacob. No tengo problema en
conseguir coño. ¿Cómo sabes que no estoy saliendo con alguien en
este momento y simplemente no quiero que vuestros lamentables
culos la conozcáis hasta que esté seguro de que quiero mantenerla
cerca?
—¿Cómo está Giselle?—me preguntó, ignorándome.
—Pasando por una mierda hormonal que aparentemente no
entiendo.
Él asintió.
—¿Y Aubrey?
Me encogí de hombros.
—No pregunto, no me importa. —Coloqué la cerveza sobre la
mesa.
—Entonces, si ella estuviera saliendo con alguien, ¿estaría bien
contigo?
Enfrenté el impacto de sus palabras, odiando al instante cómo
despertaba viejas emociones dentro de mí.
—No me importa para quién esté abriendo sus piernas ahora,
Jacob. Ese barco ha zarpado demasiadas veces. Estuve allí y jodí eso.
Sus ojos se abrieron ampliamente.
—Tal vez quieras reconsiderar hablar de ella así, imbécil, ella es la
razón por la que saliste cuatro años antes.
Me eché hacia atrás como si me hubiera golpeado.
—¿De qué mierda estás hablando?—dije un poco demasiado alto.
Respiró hondo, negando con la cabeza.
—Nada. Olvida que dije algo.
—Ni de coña lo haré.
—Escucha, no me corresponde decir nada.
—¿No te corresponde como qué, mi abogado o mi amigo?
Me miró entrecerrando los ojos.
—Su amigo.
Asentí lentamente.
—Supongo que algunas cosas cambian.
—O se quedan igual. Has estado interpretando este papel
durante los últimos dieciséis años, Dylan. Debe estar envejeciendo
un poco. Tienes que estar un poco cansado.
—Lo único que veo, es que, el que está viejo y cansado aquí eres
tú, pero estar dominado por un coño le hará eso a un hombre.
—No soy el que se va a casa solo, imbécil—dijo y se paró—. Tanto
quieres saber la verdad, entonces pregúntale a ella. Pero prepárate
para comerte tus malditas palabras por haber pensado o hablado de
ella de esa manera.
Y con eso, se fue.

Aubrey
y
—Hola, cariño—dije, entrando en la habitación de Giselle. Estaba
acostada en su cama leyendo un libro.
—Hola—respondió ella, sentándose y arrastrándose para que me
sentara a su lado.
—¿Buena historia?
—Mmmjá.
—¿Qué tal la escuela?—pregunté, mirándola.
—Bien.
—¿Tus amigos?
—Lo mismo.
—¿Mason?
Ella se sonrojó, encogiéndose de hombros.
Era obvio para Alex y para mí que Mason y ella sentían algo el
uno por el otro. Nunca se separaron desde el día en que se
conocieron. No podía culparla, él era tan encantador, como Lucas.
No nos involucramos, pero si algo sucediera entre ellos, estaría más
que bien para nosotros.
—Entonces, ¿es Mason quien te tiene tan callada?
Ella negó con la cabeza, jugando con las costuras de su camiseta
sin mangas.
—Tu padre dice que lo has estado ignorando.
Ella se encogió de hombros de nuevo.
—Cariño, tienes que darme más que eso.
Respiró hondo, contemplando lo que me iba a decir.
—Estaba guardando nuestra ropa en la casa de papá el otro día.
Quería hacer algo bueno por él.
—De acuerdo…
—No estaba husmeando. Quiero decir que no del todo.
Sonreí, esperando que ella dijera que encontró un condón o una
revista sucia. Eso habría sido típico de Dylan.
Nada podría haberme preparado para las siguientes palabras que
salieron de su boca.
Ni una maldita cosa.
—Encontré una caja negra de terciopelo para anillos escondida en
la esquina de su cajón de calcetines.
Toda la sangre se drenó de mi cara. Mi cuerpo instantáneamente
se volvió frío.
—Ni siquiera sabía que estaba saliendo con alguien. ¿Tú sabías?
Negué con la cabeza incapaz de formar palabras. Mi mente giró
instantáneamente en círculos, tratando de formar pensamientos
coherentes.
—Supongo… no lo sé. Supongo que esperaba que encontraran el
camino de regreso el uno al otro. Como el tío Lucas y la tía Alex o
incluso el tío Jacob y la tía Lily.
Yo también.
Me tragué las lágrimas que tanto deseaban salir a la superficie.
Tenía que ser fuerte por ella, aunque quería desmoronarme y
odiarme a mí misma de nuevo por lo que yo nos había hecho.
Todo esto fue mi culpa.
—Lo lamento, mamá—sollozó, sacándome de mi aturdimiento.
La atraje a mis brazos, poniendo su cabeza en mi regazo para
jugar con su cabello.
—No tienes nada que lamentar, cariño. Es normal que los niños
quieran que sus padres estén juntos—dije, tratando de mantener mi
voz firme.
Ella sorbió la nariz, las lágrimas aún caían por su rostro.
—Pero todavía lo amas.
—Giselle...
—Me lo dijiste todo el tiempo cuando él estaba en prisión. El
hecho de que no lo hayas dicho desde que salió, no significa que
haya cambiado.
—Siempre habrá una parte de mí que ame a tu padre. Eso nunca
va a cambiar, incluso si estoy con alguien o él lo está—expliqué,
temiendo las palabras que salieron de mi boca.
—Estoy tan enojada con él. Estoy tan enojada que ni siquiera me
dejara conocerla. Como si mi opinión ni siquiera importara.
—Cariño, estoy segura de que no es eso. Estoy segura de que solo
está esperando el momento adecuado.
—Nunca hay un momento adecuado para romperme el corazón,
mamá—lloró ella.
—Eres tan joven. Hay tantas cosas que no entiendes.
—¿Qué pasa si ella me odia y me lo quita? No quiero perderlo de
nuevo cuando lo acabo de recuperar.
Limpié las lágrimas de su rostro.
—Eso nunca podría suceder. Él es tu padre, y ese es un vínculo
que nadie puede romper jamás.
—¿Lo prometes?
Cerré los ojos. Recordando cada vez que le dije eso a Dylan.
Cada. Recuerdo. Golpeándome fuerte. Dejándome ahogada en un
mar de nada más que errores y arrepentimientos.
—Siempre—susurré lo suficientemente alto para que ella pudiera
oírme.
—Lo siento, mamá. Siento mucho que no tuvieras tu felices para
siempre—se lamentó por mí, sacando las palabras de mi boca.
Pasé la noche con su cabeza en mi regazo mientras la consolaba
de la única manera que sabía. La dejé llorar todo el tiempo que
necesitó. La dejé llorar por mí, porque sabía que si yo lloraba por mí,
puede que nunca fuese capaz de parar.
Pasé toda la noche lamentando la pérdida de algo que nunca
tuve. Nuestro amor se había ido por años. Después de cada carta sin
abrir que era devuelta, después de cada vez que el guardia volvía y
me decía que no quería verme, cada esperanza, cada deseo, cada
quizás simplemente se convertía en nunca.
Se volatilizó.
Giselle finalmente se desmayó por el agotamiento de sus
lágrimas y a la mañana siguiente hice la llamada telefónica que me
mantuvo despierta toda la noche.
—Tenemos que hablar—le dije.
—Sí, lo haremos—respondió Dylan.
—¿Estás ocupado con alguien esta noche?—espeté,
arrepintiéndome de mis palabras inmediatamente.
Estuvo callado por lo que pareció una eternidad, y esperé en
ascuas a que me dijera que se iba a casar con una mujer que no era
yo.
—Ven a las ocho.
—Ok. —Respiré—. Te veré esta noche. —Colgué antes de que
dijera nada más. Aterrada de que cambiara de opinión y de que
tuviera que despedirme de él sin que estuviéramos solos.
Una. Última. Vez.
Llamé a su puerta justo a las ocho y juro que una parte de mí
temía que una mujer también estuviese allí. Que él nos fuera a
presentar. Cuando me gritó que entrara, entré. No podía respirar los
treinta pasos que me tomó llegar a su cocina.
Lo sabía porque los conté.
Era la única forma de evitar que me desmayara por las emociones
que no podía controlar.
Estaba sentado en un taburete en la isla de la cocina, con el
papeleo desparramado frente a él.
—Hola…
—¿Te importaría explicarme cómo se selló mi expediente?—me
preguntó sin apartar la mirada de los papeles frente a él.
—¿Qué?— Pregunté, desconcertada.
Nos miramos a los ojos.
—No he tratado de buscar trabajo, no he tenido ninguna
necesidad o deseo que me digan que soy un delincuente, un convicto
y que no puedo hacer una mierda con mi vida. Según Jacob, necesito
preguntarte por qué salí de prisión cuatro años antes de lo que se
suponía. La paciencia nunca ha sido una de mis malditas virtudes,
especialmente cuando se trata de tus mentiras. Saqué mi expediente
y ha sido sellado. Ahora, ¿vas a decirme cómo mierda es eso posible?
O voy a tener que perder la poca paciencia que me queda cuando se
trata de ti y hacer que me lo digas.
—Dylan, he estado intentando…
—No has estado intentando una mierda. ¿Quieres saber cómo lo
sé? ¡Porque todavía no sé la maldita verdad!—rugió él, haciéndome
saltar.
—¿En serio? Pasé seis años tratando de hablar contigo. Tratando
de verte. Tratando de explicarte. ¡Seis jodidos años!—le grité a todo
pulmón.
Derribó el taburete y se me acercó en tres zancadas. Estaba en mi
cara incluso antes de que lo viera venir.
—¿Me veo como si quisiera que me gritaran? ¿Parece que quiero
que me jodan? Si quieres empezar a tirar números, Bree, ¿qué tal si
empezamos con el número diez? ¡Diez años te esperé! ¡Diez años
estuve de rodillas y tú me dabas la espalda! ¡Diez años de infierno!
¿Para qué? ¡Para nada! ¡Por tus malditas mentiras! ¡Diez años me
mentiste! ¡Me mantuviste alejado de mi hija!— me gritó en la cara.
—Eso no es…
—Oh, ¿ese número no es lo suficientemente bueno para ti? ¿Qué
tal dieciséis, eh? ¿Ese número es mejor? ¡Dieciséis años he estado
lejos de mi hija!
Negué con la cabeza sin saber qué decir para hacerlo mejor. Para
hacerle entrar en razón.
—¿Todavía no es lo suficientemente bueno? ¿Entonces, qué tal
seis? —dijo con voz áspera tan cerca de mi cara, que pude sentir
físicamente su odio hacia mí.
Mis ojos se abrieron, mi corazón latía profusamente con lo que
estaba a punto de decir. No pensé que sería capaz de superarlo.
Di un paso atrás, y él dio un paso adelante.
—¡Seis años estuve encerrado tras las rejas!
Otro paso.
—Seis años más lejos de mi hija.
Otro paso.
—Seis años lejos de mi familia y amigos.
Dos pasos más.
Mi espalda golpeó la pared e instintivamente puse mis manos
sobre su pecho. Mi palma izquierda justo sobre su corazón y fue la
primera vez que lo sentí latir tan rápido como el mío.
Se inclinó cerca de mis labios y habló con convicción,
—Seis años pudriéndome en la cárcel por ti, por un crimen que yo
no cometí.
Capítulo 32
Dylan
—Nunca te pedí que hicieras eso—murmuró ella.
—No tenías que hacerlo. Cuando sacaste el arma de mi funda y le
disparaste a Jeremy en la puta cabeza, tomaste la decisión por mí.
—Dylan, yo… Dios, apenas recuerdo ese día. Ya sabía que era
Jeremy antes de que entrara al dormitorio ese día. Dios, Dylan, me
había violado la noche anterior. Fue entonces cuando lo supe, pero él
había estado dando pistas todo el tiempo. Tuve que revivir esa
pesadilla una y otra vez. ¿Por qué diablos crees que me encontraste
en el armario con un cuchillo?
Me eché hacia atrás, aturdido.
—Intenté decírtelo. Pasé seis años tratando de decirte la verdad.
Todo sucedió tan rápido. Un minuto, estaba en el armario rezando
para que ese día no fuera el último. Al minuto siguiente estabas allí,
luego estabais peleando, y... joder... lo escuché hablar de ese día. La
violación Como si no fuera más que un maldito cuento para dormir,
yo, Dios, ni siquiera lo sé. Ni siquiera puedo empezar a contarte lo
que pasaba por mi cabeza cuando apreté el gatillo. Tuve un
momento de debilidad y no iba a dejar que él ganara esta vez. No
pude. Era como si estuviera allí de nuevo, en ese camino, siendo
despedazada. Ni siquiera pude reponerme antes de que él te hablara
de Giselle.
Me alejé de ella, retirándome el cabello de la cara, sosteniéndolo
en un lado de mi cuello.
—Estaba colgando de un hilo muy delgado en ese punto, y de
repente me rompí. No me detuve, ni un segundo a pensar en las
consecuencias. Todo lo que quería hacer, era callarlo. Que dejara de
hablar. Evitar que siguiera arruinando mi vida. Me quitaste el arma
de la mano, tan jodidamente rápido, que ni siquiera me di cuenta de
lo que acababa de hacer. Todo lo que recuerdo es que me dijiste que
no dijera una palabra hasta que Jacob estuviera presente. Joder...
Dylan, te vi limpiar el arma. Te vi poner tus huellas dactilares por
todas partes. Te vi escenificándolo todo, limpiando su sangre con tu
ropa y aun así no entendía que estaba muerto—continúo ella.
Ella sacudió la cabeza en incredulidad. La agonía estaba
claramente escrita en su hermoso rostro. Como si estuviera
reviviendo el día de nuevo.
—Me quedé allí y observé cómo la sangre drenaba de su cuerpo,
aterrorizada de que, si miraba hacia otro lado, se levantaría y me
lastimaría. No lo habría pensado dos veces, él habría acabado con mi
vida. Me llevaste a la cocina y me sentaste en la encimera y te juro
que todo fue en cámara lenta después de eso. La llamada telefónica
al 911 donde todo lo que me dijiste fue que dijera “ayuda” y colgar.
El momento en que me dijiste que le dijera a la policía que estabas en
el restaurante de Alex y ni una palabra más.
Tragué saliva. La bilis subiendo por mi garganta.
—Me llevaron al hospital. Los recuerdo haciéndome preguntas, y
todo lo que quería hacer era ir a ti. Encontrarte. Pero ya te habías ido.
Me dejaste allí y no entendí por qué. —Las lágrimas se formaron en
sus ojos.
—Me desperté a la tarde siguiente y Jacob ya estaba allí. Había
estado allí toda la mañana al lado de mi cama de hospital. Me dijo
que te arrestaron por el asesinato de Jeremy. Me dijo que admitiste
haberlo hecho. Me dijo que pasó toda la noche contigo y le dijiste
una y otra vez que lo mataste. Juro que por unos minutos pensé que
él tenía razón. Pensé que estaba diciendo la verdad.
—Aubrey…
—Pero luego recordé, toda la escena se desarrolló frente a mis
ojos. Le dije a Jacob que estabas mintiendo para protegerme y que yo
lo hice. Que apreté el gatillo. Me dijo que sabía la verdad. Finalmente
admitió que le dijiste todo, pero tenía importancia porque estabas
decidido y yo necesitaba mantener la boca cerrada. Que le hiciste
prometer que se asegurara de que yo nunca dijera la verdad. Hice lo
que querías. ¡Ni siquiera me miraste durante todo el juicio, y me
costó mucho no gritarle al juez que era yo! ¡Que yo lo había matado!
— gritó ella, caminando hacia mí y fue mi turno de dar un paso
atrás.
—Nunca me dejaste verte. Nunca me diste la oportunidad de
explicarte. ¡Me odias por lo que te hice! ¡Por mentir! Cuando todo lo
que hice fue escucharte y mantener la boca cerrada. ¿Por qué
aceptaste la culpa por mí? ¡Por favor! ¿Dime por qué?—sollozó ella
abiertamente.
—Aubrey, estabas en estado de shock cuando llegué allí. Joder,
estuviste en estado de shock todo el tiempo. Especialmente después
de apretar el gatillo. Todo el puto tiempo estuviste repitiendo Giselle,
Giselle, Giselle, ¿cómo la voy a tener? ¿Qué hice? Te pregunté dónde
estaba. ¿Dónde estaba nuestra hija? Y todo lo que dijiste fue tía
Celeste. No hacía falta ser un genio para sumar dos más dos.
—Eso no explica nada.
—Te dije que te vigilaba. Sabía que estabas recibiendo ayuda.
Sabía que habías empezado a ver a un terapeuta. Cuando me
llamaste, lo estaba esperando. Yo estaba esperando. Dios, Aubrey...
Fui a prisión porque pensé que era solo cuestión de tiempo hasta
que pudieras recuperar a Giselle, especialmente si estaba con tu tía.
Ella necesitaba una madre. Te necesitaba. No tenía otra opción en el
asunto.
Sus ojos se abrieron al darse cuenta.
—Lo hice por ella. Mi hija. Nadie más.
—Tu familia sabe la verdad. Les dije la verdad. Mi familia, los
muchachos, Alex. Todos saben que eres inocente.
Asentí.
—Lo sé, pero eso no cambia nada. No me devuelve todo lo que
he perdido por tu culpa. Has arruinado mi vida, y todo lo que he
hecho es intentar salvar la tuya.
—¿Crees que no lo sé? ¿Crees que eso no me mata? Te amo. ¿Me
escuchas? Jodidamente te amo.
Cerré los ojos. Tenía que hacerlo. No le permitiría ver mis
verdades. Ella no las merecía, no ahora.
—Fui con el padre de Jeremy.
Inmediatamente los abrí, mirándola.
Ella no vaciló.
—Yo estaba al límite. No me veías. No leías mis cartas. Habían
pasado casi seis años, y no podía lidiar con el hecho de que todavía
quedaban cuatro más. Una tarde Giselle y yo estábamos de visita en
casa de tu madre. Entré en tu habitación para tener unos minutos
para estar cerca de ti. Para sentirte. Me acosté en tu cama y olía a ti.
Solía odiar tu olor. Lo despreciaba y en ese momento quise
ahogarme en él. Me acosté allí por no sé cuánto tiempo, oliéndote.
Cuando me levanté entré en tu armario para llevarme a casa una de
tus camisas. Para traer algo conmigo, pero luego recordé que
guardabas todas tus camisetas en tu cajón, así que entré a buscar
una. Las saqué a todas para elegir la mejor y allí, ante mis ojos, en
una bolsa con cierre hermético, estaba la camiseta que me diste el día
que me violaron. Levanté la camiseta y mis pantalones cortos de
algodón cubiertos de sangre de ese día cayeron a mis pies. —Ella
sacudió la cabeza tratando de salir del mal recuerdo.
—Los guardé en caso de que decidieras tratar de encontrarlo
algún día. Esperaba que cambiaras de opinión y que tal vez
conservar la ropa ayudaría a encontrar al hijo de puta que te alejó de
mí.
Ella asintió en comprensión.
—Llevé la ropa llevé directamente a Jacob para preguntarle si
había algo que se pudiera hacer con ellas, algún tipo de evidencia
para que el fiscal demostrara que Jeremy era un violento bastardo.
Cualquier evidencia que te quitara algo de tu sentencia. Me dijo que
no. De plano me dijo que no había ninguna posibilidad en el infierno
de que eso se mantuviera en la corte.
Bajé las cejas aún sin seguirla.
—Me estrujé el cerebro durante días. Tenía que hacer algo. Me
desperté una mañana, agarré la ropa, empaqué una maleta y tomé el
siguiente vuelo a California. Me presenté en la casa de los padres de
Jeremy y tiré la ropa en el escritorio de su padre. —Ella se rio entre
dientes.
—Él no se inmutó, Dylan. Recordé que me dijiste que lo acusaron
de violación en la universidad y que su padre compró a las personas.
Le dije que, si no te sacaba de prisión, iba a presentar cargos.
Acudiría a cualquiera que escuchara y aireara todos sus trapos
sucios en la televisión nacional y cualquier revista que me diera una
oportunidad. Que no me detendría hasta que todos supieran la
verdad. Se presentaba para la reelección. El escándalo destruiría toda
su carrera, y él lo sabía. —Respiró hondo, caminando de un lado a
otro contándome su historia.
—Le dije a Jacob lo que había hecho y fuiste liberado de prisión
ocho semanas después. Tu expediente tenía que ser sellado. Esa fue
otra condición para que mantuviera la boca cerrada. Conservaste la
ropa para salvarme, McGraw, pero terminaron salvándote a ti.

Aubrey
—He estado tratando de decirte eso desde que saliste de prisión,
pero apenas me dijiste dos palabras que no fueran en referencia a
Giselle. Supuse que eventualmente solicitarías un trabajo en alguna
parte o necesitarías que revisaran tu expediente por algo. Cuando
llegara el momento, buscarías respuestas de Jacob y él te guiaría
hacia mí.
—Dios—dijo con voz áspera abrumado con todo lo que le había
revelado—. Entonces, ¿qué, Aubrey? ¿Qué es lo que quieres ahora?
¿Un gracias? ¿Es eso lo que estás buscando? ¿O quieres que me
arrodille de nuevo? —me vomitó cruelmente—. Esto no cambia
nada. Tomaste la decisión de ocultarme a mi hija. ¡Mi hija! No tuve
nada que decir en el asunto. Ni una sola vez me preguntaste qué
quería. Me he perdido dieciséis años de su vida, ¿y por qué?
Después de todo lo que hice por ti, después de diez años de intentar
salvarte de tu propia muerte, ¿así es como me pagas? ¡Lo sabías!
Joder, sabías que yo la habría criado. Que habría estado allí para ella
con o sin ti. No me preguntaste. ¡Tuviste todas las oportunidades
para decirme la verdad! ¡Todas las jodidas oportunidades bajo el sol
para hacerme saber que tenía una hija! ¡Nada! ¡Ni una puta palabra!
—rugió, paseándose por la habitación y tirándose del cabello como
si quisiera arrancárselo.
—Solía desear que estuviera muerto—solté la verdad. Me había
estado persiguiendo desde el día que descubrí que estaba
embarazada.
Se detuvo en seco y me miró con una expresión que nunca antes
había visto. Una de un odio tan denso que casi podría atragantarme
con él.
—El día que descubrí que estaba embarazada, quise matarlo.
Quería abortar. No quería tener nada que ver con el error que crecía
dentro de mí, era un recordatorio constante de mi violación. Lloré a
gritos durante dos días seguidos tratando de convencer a mi madre
y a mi tía de que me dejaran seguir adelante. No lo hicieron. Me
dijeron que no sabía si era de él.
—No estás ayudando a tu caso, cariño. Ahora, ¿me estás diciendo
que ellas también lo supieron todo el tiempo? ¿Cómo no fui
informado por lo menos por tu madre? Podría haber…
—¡Dios, Dylan! ¿Qué pensaste que estaba pasando cuando me
encontraste en mi habitación? ¿Qué creías que estaba haciendo,
golpeando mis puños contra el espejo? ¿Qué crees que iba a hacer si
no hubieras irrumpido cuando lo hiciste?
Hizo una mueca. Fue rápida, pero la vi.
—Exactamente. No podía estar cerca de ti. ¡Ese día en la casa
abandonada no fuiste el único que quedó de rodillas, McGraw! Yo
también. ¡He estado así los últimos dieciséis años!
Su pecho se agitó.
—Me fui a vivir con mi tía durante todo el embarazo. Iba a dar al
bebé en adopción. Te juro por la vida de Giselle que pensé que era
suyo. Ni por un segundo pensé que podría ser tuyo. ¡Ni uno! —
Negué con la cabeza, odiando lo siguiente que iba a admitir en voz
alta por primera vez.
—Pensaba que era un monstruo creciendo dentro de mí, y no
puedo decirte…—gemí, mi voz se quebró—. Cuántas veces pensé en
hacerlo yo misma. Caerme por las escaleras, agarrar una percha… —
Cerré los ojos, la vergüenza me devoraba viva—. Lo quería muerto.
Lo quería muerto con tanta desesperación que no podía respirar.
Solía rezar para que abortara o para que desapareciera. ¿Qué tan
jodido es eso? Todo el tiempo que estuve embarazada pensé en él.
Sus manos sobre mí, su cuerpo sobre el mío, su voz en mi oído.
Todos los días pasé por la violación de nuevo. Estaba segura de que
era su hijo, y nadie me decía que estaba equivocada. Yo no
escuchaba ¡Odiaba lo que vivía dentro de mí! Había días en los que
pasaba sin comer, en los que no tomaba mis vitaminas prenatales, en
los que faltaba a las citas con el médico, con la esperanza que
muriese.
—Finalmente mi tía se hizo cargo y me obligó a hacer todo lo que
tenía que hacer mientras estaba embarazada. Más o menos
arrastrándome en el coche para las visitas, asegurándome de que
comiera todos los días y tomara mis vitaminas. Apenas me dejó
fuera de su vista para usar el baño, por miedo a lo que hiciese. Me
acosté una noche y me desperté con un charco de sangre entre las
piernas. De hecho, contemplé dejarlo morir incluso si eso significaba
matarme con él.
Sus ojos se abrieron ampliamente.
—Pero no pude hacerlo. La desperté y ella me llevó rápidamente
a la sala de emergencias. Estaba a cuatro semanas de mi fecha de
parto y tuvieron que hacer una cesárea de emergencia porque tenía
una hemorragia. Supongo que mis esfuerzos dieron sus frutos. Todo
sucedió muy rápido. La sacaron y todo lo que recuerdo es escucharla
llorar antes de entrar y salir del sueño. Ni siquiera sabía el sexo. Ni
siquiera me importaba averiguarlo. Ellos gritaron 'su corazón está en
peligro' mientras el caos llenaba la habitación y se la llevaron. No me
importaba. Me quedé con mi tía y mis pensamientos acelerados. Mi
madre aún no había llegado desde Carolina del Norte, así que mi tía
intervino. Me quedé allí, todavía con la esperanza de que no
sobreviviera.
—Dios, Bree—exhaló.
—A la mañana siguiente me desperté con mi madre sentada
junto a mi cama, llorando. Mi tía estaba haciendo lo mismo. Pensé
que me iban a decir que había muerto. Que no había nada que
pudieran hacer y que ella no sobrevivió. —Tomé una respiración
profunda—. La enfermera trajo una silla de ruedas y yo sabía lo que
estaban tratando de hacer. Dije que no iba. Les dije que no me
importaba verla. No la quería. Me hicieron hacer esto. Les dije que
las odiaba. —Aspiré aire que no estaba disponible para tomar.
—Me obligaron a ir, empujando la silla de ruedas por mí,
llevándome a una habitación donde había incubadoras por todas
partes. —Me limpié la cara—. Ni siquiera tuvieron que decirme
dónde estaba. Lo supe en el momento en que entramos en la
habitación. Se veía exactamente como tú, McGraw. —Hice una
pausa para dejar que mis palabras persistieran.
—Fue entonces cuando me di cuenta de que casi mato a nuestro
bebé.

Dylan
Las lágrimas caían de mis ojos.
—Pensé que me odiaba antes, pero no fue nada en comparación
con lo que sentí en ese segundo. Me empujaron hacia ella y se veía
tan pequeña—sollozó, haciéndome revivirlo con ella. Me sentía
como si estuviera allí.
—Le salían tubos por todas partes, era desgarrador. Me dejaron
meter la mano por uno de los agujeros. Llegué a tocar su piel suave.
Llegué a sentirla por primera vez. La amé de inmediato, pero no la
merecía. Ella estaba allí por mi culpa. Mi madre dijo que me
ayudaría a criarla, que podíamos decírtelo y que sabía que estarías
ahí para mí. Para nosotras. Que ayudarías en todo lo que pudieras, y
en el fondo sabía que tenía razón, pero yo estaba jodida, Dylan. No
podía criarla después de todo lo que hice, después de todo lo que
sentí, de todo por lo que había rezado. Mi tía dijo que se la quedaría,
que todo lo que tendría que hacer sería ceder mis derechos de
paternidad. Me prometió que, si alguna vez cambiaba de opinión y
la quería de vuelta, sería mía siempre que obtuviera ayuda y lidiara
con todo el trauma emocional.
Asentí con la cabeza en comprensión, animándola en silencio a
continuar.
—No lo pensé dos veces. La entregué a alguien que sabía que
haría lo correcto por ella. Mi tía nunca le mintió, Giselle siempre
supo lo que pasaba y yo siempre la vigilaba. Simplemente, no estaba
en su vida. ¿Por qué crees que terminé con Jeremy?
La realización me golpeó como una tonelada de jodidos ladrillos.
—Te estabas castigando por entregar a nuestra hija—respondí,
sacudiendo la cabeza con incredulidad.
—¿No crees que me lo merezco? ¿Después de lo que quería,
después de todo por lo que recé?
—Ya no sé lo que pienso—respondí honestamente, mi corazón
partido en dos.
Ella se rio nerviosamente.
—Bueno, eso es lo que he estado tratando de decirte durante los
últimos seis años, y si me hubieras permitido visitarte o hubieras
leído alguna de mis cartas, lo habrías sabido.
Miré hacia el techo, emocionalmente agotado y luego la miré de
nuevo.
—Vamos—le dije, llevándola por el pasillo.
Me siguió a la cocina y le di una cerveza, bebiendo la mía en
cuatro tragos. Abriendo otra de inmediato. Se excusó para ir al baño
y me senté en el taburete, encorvado con los brazos sobre la cabeza.
Se estaba formando un terrible dolor de cabeza y agradecí la
distracción del dolor que sentía en mi corazón.
—Supongo que es bueno que sigas adelante, McGraw—anunció,
caminando de regreso a la cocina—. Tal vez éste es el empujón que
necesito para alejarme también de ti. Para seguir adelante de
nosotros. Ya no hay secretos, ni mentiras. No más demonios
acechando en las sombras. Ahora, ambos somos libres.
La miré.
—¿Seguir adelante?—respondí confundido.
—Giselle. —Se frotó la frente, apoyándose contra el armario
frente a mí—. Es por eso que ha estado actuando tan raro contigo. En
realidad, es por eso que vine aquí para hablar contigo. Encontró el
anillo.
Me eché hacia atrás, aturdido.
—¿Cuándo ibas a decírselo? No quiero decir que importe, pero
nos gustaría conocerla. Sé que Giselle está realmente herida porque
tuvo que enterarse de esa manera. Traté de explicarle que
probablemente estabas buscando…
—Es tuyo—dije simplemente, atrapándola con la guardia
completamente baja.
—¿Qué? —Ella me miró con confusión y dolor en los ojos.
—Es tuyo, Aubrey, el anillo, es tuyo.
Frunció el ceño.
—No entiendo. Cuando…
—Bueno, joder. También podría sacar todo a la luz, ¿eh? ¿Por qué
mierda no? —Me encogí de hombros.
—Dylan, ¿qué estás...?
—Iba a pedirte que te casaras conmigo.
—Oh, Dios mío, no, por favor no me digas…
—Sí, cariño, cuando nos fuimos a la cabaña. Iba a proponerte
matrimonio, lo tenía todo planeado. La única razón por la que no lo
hice fue porque no pude localizar a tu padre. Lo había estado
intentando durante semanas, dejándole mensajes, enviándole
mensajes de texto que necesitaba hablar con él. Es por eso que estuve
constantemente revisando el teléfono durante toda la semana.
Esperaba que me devolviera la llamada.
Su rostro palideció y parecía que iba a vomitar. Ella ya sabía lo
que iba a decir a continuación.
—Llamó cuando nos dirigíamos a correr por el sendero. Es la
razón por la que te dije que fueras sola. No quería que escucharas
nuestra conversación. Necesitaba un poco de privacidad para poder
pedir tu mano en matrimonio.
Nuevas lágrimas se deslizaron por su hermoso rostro. Necesité
todo de mí para no abrazarla y decirle que aún la amaba.
—¿De verdad crees que te habría dejado ir sola, Bree? Ya sabes
como soy. He tenido que vivir con ese arrepentimiento durante casi
la mitad de mi vida. No pensé que la llamada tardaría tanto. Diez
minutos como máximo, así que te dejé ir. Tu padre estaba muy
emocionado y no dejaba de hablar. Poniéndome al día sobre su vida,
dándome consejos matrimoniales, irónico, considerando cómo
fracasó en su matrimonio, pero joder... estaba tratando de ser cortés.
Lo último que quería era ser grosero con mi futuro suegro. Pensé en
ti todo el tiempo. Tan pronto como colgamos el teléfono y me di
cuenta de que había pasado casi una hora y todavía no habías
regresado. Jodidamente lo supe. Sabía que algo malo te había
pasado. Podía sentirlo. La peor parte fue que yo lo permití—hice una
pausa para dejar que mis palabras persistieran y luego hablé con
convicción.
—Todo lo que quería era un futuro contigo, y una mala decisión
terminó costándome eso.
Capítulo 33
Aubrey
Había pasado un año desde aquella noche de decirnos las cosas
en su casa.
No había mucho más que decir después de eso. Exorcizamos
nuestros demonios y finalmente se dijeron las verdades. Ambos
estábamos emocionalmente agotados, y en ese momento acordamos
que necesitábamos algo de espacio el uno del otro, para reflexionar
sobre años de remordimientos que ninguno de nosotros podía
cambiar.
Dylan le contó a Giselle sobre el anillo la siguiente vez que la
tuvo durante un fin de semana. No podía esperar para contármelo
todo cuando llegó a casa unos días después. Diciendo que ella tenía
razón y que él todavía me amaba. Que estábamos destinados a estar
juntos. No se habría quedado con el anillo todos esos años si no
quisiera estar conmigo.
Quería creerle desesperadamente, pero habían pasado
demasiadas cosas.
Nos habíamos roto demasiadas veces para contar.
Le expliqué que a veces es mejor que dos personas se alejen en
lugar de seguir lastimándose. Le aseguré que siempre la amaríamos
y seríamos padres dedicados a ella por el resto de su vida. No la
tranquilizó, en todo caso la agitó. Dijo que no sabía de lo que estaba
hablando y que nuestro amor podía superar cualquier cosa. Que eso
ya había sido probado una y otra vez.
Ahora había llegado el momento de que encontráramos nuestro
camino de regreso juntos. Donde pertenecíamos.
Mucho había cambiado desde aquella noche. Dylan, ahora era
amable conmigo, bueno, a la manera Dylan, por supuesto. Salíamos
con los muchachos, con Alex, y a veces se sentía como en los viejos
tiempos, excepto que no estábamos juntos.
Éramos amigos.
Era agradable tenerlo de nuevo en mi vida, incluso si no era de la
forma que alguna vez esperé.
Salir con alguien fue mucho más difícil de lo que recordaba.
Había tenido algunas citas y ninguna de ellas mantuvo mi interés.
Half-Pint dijo que Dylan no salía con nadie. Tampoco había visto
a ninguna mujer a su alrededor. Encontré eso difícil de creer. No
podía pasar mucho tiempo sin algún tipo de interacción con su
polla. Creo que ella estaba tratando de mantenerme en la oscuridad
cuando se trataba de su vida sexual.
—¿Crees que esto se ve bien, mamá?
Asentí, mirando a Giselle en el espejo. Estaba vestida con un
vestido azul para su baile de graduación de tercer año.
—Eres increíblemente hermosa, cariño—le dije sonriendo
mientras tomaba su mano y la hacía girar para mí.
—¿Qué mierdas está usando?— rugió Dylan, haciéndome negar
con la cabeza.
Giselle y yo nos dimos la vuelta para encontrarlo apoyado contra
el marco de la puerta en esa forma tan McGraw. Después de todos
estos años, esa mirada todavía mojaba mis bragas. Los brazos
cruzados sobre el pecho, una pierna sobre la otra con la sonrisa más
amplia en su rostro. El hombre podía ser pecaminosamente sexy
incluso cuando estaba siendo un completo imbécil.
Había empezado a sentirse como en su casa en mi hogar, no
llamaba a la puerta cuando entraba y se quedaba a cenar sin que se
lo pidieran. Incluso se había quedado a dormir un par de veces en el
dormitorio de invitados. Giselle siempre estuvo con nosotros. Hubo
muy pocas veces que salimos solos sin los muchachos o Alex.
—Oh, Dios mío, ¿no te gusta?—entró en pánico Giselle.
Lo miré.
La opinión de su padre superaba a la de todos los demás. Lo
tenía envuelto alrededor de su dedo y lo sabía.
—¿Dónde está el resto?—le preguntó él, mirándola de arriba
abajo.
Ella siguió su mirada.
—¿Qué quieres decir?— dio, sosteniendo su vestido y
balanceándose para él de lado a lado.
—Quiero decir... —Hizo un gesto hacia su pecho—. ¿Qué pasa
con esto?
Cerré los ojos, riendo en silencio.
—Se llaman tetas, papá.
Tuve que darme la vuelta para ocultar mi risa. Iba a darle un
infarto.
—No me digas. ¿Por qué están fuera?
Ella lo miró como si le hubieran crecido dos cabezas.
—Realmente no puedo hacer mucho al respecto. Las heredé de
mamá. Deberías saber eso, te atrapo mirándolas todo el tiempo.
Me sonrojé, carraspeando.
—Giselle…
—No me gusta esto. No me gusta esto, ni un carajo—dijo, se
enderezó y se fue.
Los ojos de Giselle se abrieron.
—Cariño, conoces a tu padre, él es... bueno... es una especie de
imbécil.
—Cuéntame sobre eso. Amenazó a Mason sobre esta noche. Le
advirtió que si no guardaba su ya-sabes-qué en los pantalones, se lo
volaría de un disparo.
No me sorprendió, en realidad pensé que era bastante manso
para Dylan.
—Recordándole que ya ha estado en prisión por matar a alguien,
así que si me lastima de alguna manera, pediría a uno de sus
compañeros de prisión que 'se encargara' de él. ¿Quién es Bubba,
mamá?
Rompí a reír. A ella no le hizo gracia.
—Déjame hablar con él, ¿ok? Pásatelo muy bien esta noche.
Bajé las escaleras y entré en la cocina. Dylan estaba apoyado
contra la encimera con una cerveza en la mano y una botella vacía a
su lado.
—Dylan…
—Ni siquiera me pongas a prueba, Bree—advirtió.
—Tiene diecisiete años y va con Mason. ¿Conoces a Mason, el hijo
de tu mejor amigo Lucas?
—Exactamente. ¿Recuerdas cómo era Lucas a la edad de Mason?
Me mordí el labio.
—¿Qué hay de cómo era yo?
Mis ojos se abrieron ampliamente. Oh, mierda.
—¿Debería seguir? —Se apartó del mostrador para pararse frente
a mí—. ¿Qué hay de lo que pasó después de mi baile de graduación?
—preguntó, arqueando una ceja.
—¡Ay Dios mío! Ella no va.
—Iré a decirle—dijo por encima del hombro mientras se alejaba.
Agarré su brazo.
—¡Estoy bromeando! ¡Detente! Ella está bien. Confío en Giselle.
Confío en Mason. Él es bueno con ella. Y déjame recordarte que
Lucas también era bueno con Half-Pint, fuisteis vosotros los que
jodieron todo para ellos.
—Discutible.
Me reí.
—Tienes que dejarla crecer. Se graduará el próximo año. Quién
sabe dónde querrá ir a la universidad.
—Bien. Entonces dame otra—declaró simplemente, casi
haciéndome caer de culo.
—Qué…
Sonó el timbre y salté. Dylan ni siquiera se inmutó. Observó mi
agarre en su brazo e instantáneamente lo solté.
—Voy a... la puerta... umm... sí eso—tartamudeé, yéndome a para
ir a responder.
Tomé miles de fotos de nuestra niña y Mason. Me trajo de vuelta
a la época en que mi madre había hecho lo mismo con nosotros. Hice
una nota mental para contárselo más tarde. Dylan acechaba en la
esquina trasera de la sala de estar como una persona siniestra,
literalmente quemando agujeros en Mason todo el tiempo. El pobre
chico nunca tuvo una oportunidad. Le dimos un beso de despedida
a Giselle y le dijimos que se divirtiera como nunca. Contuve las
lágrimas cuando los vi entrar en la limusina y marcharse.
Regresé a la sala de estar y McGraw se había sentido como en
casa. Estaba sentado en mi sofá con una cerveza en una mano y el
mando a distancia en la otra.
Mi corazón latía con fuerza con cada paso que daba, y en el
último segundo decidí sentarme en el sillón. Mis piernas se metieron
debajo de mí mientras miraba la televisión, sintiendo su intensa
mirada en un lado de mi cara.
Lo miré. Su ceja estaba arqueada y sonreía como un tonto.
—¿Por qué tan lejos?—preguntó, ladeando la cabeza—. No
muerdo, cariño.
Respiré audiblemente, tomándome mi tiempo para caminar hacia
el sofá antes de sentarme a su lado. Extendió la mano y tiró de las
puntas de mi cabello. No había hecho eso en años.
—¿Te vistes de amarillo para mí?—preguntó, jugando con el
dobladillo de mi vestido.
Negué con la cabeza.
—¿En serio?
Su mano se movió lentamente para acariciar el lado de mi mejilla,
y resistí el impulso de apoyarme en su toque.
—¿De qué se trata esto?—solté, necesitando saber.
Él sonrió sin responder, deslizando los dedos por mi rostro hasta
mi cuello. Tocando el talismán del collar que me dio.
—¿Estás tratando de echar un polvo? ¿De eso se trata esto?
Levantó las cejas con una mirada depredadora.
—Tú y yo, ambos sabemos que no tengo problemas para
conseguir un coño, dulzura.
Tampoco me había llamado así en años, y todavía despertaba
emociones en mí.
—Sabes que compré ese collar como regalo para el día de nuestra
boda. Iba a ponerlo en tu joyero para que lo usaras mientras
avanzabas hacia el altar.
Mi boca se abrió y tragué saliva.
—Hice que me hicieran ese talismán cuando compré el anillo.
Soltó el collar y casi gimo por la pérdida de su cálido toque.
Metiendo la mano en su bolsillo, sacó las llaves. Se quitó un llavero y
tiró las llaves sobre la mesa de café. Tenía grabados una serie de
números con un corazón recortado en un costado, como si le faltara
un pedazo.
—Hice esto ese mismo día. Son las coordenadas de la playa junto
a la casa de Ian. La playa donde me di cuenta que me pertenecías.
Llevó el llavero a mi collar y colocó mi amuleto de corazón
dentro del corte.
Calzaba a la perfección.
—Ves, cariño, siempre has tenido mi corazón y siempre he sido tu
hogar.
—Dylan…
—Soy tu lugar suave para caer.
El aire era tan denso entre nosotros que me resultaba difícil
respirar, sin saber a dónde iba con esto.
Esperé.
—Después de que nació Giselle, mi tía me preguntó si quería
ponerle un nombre. Que ella llevara una parte de mí, una parte de
nosotros a pesar de que iba con ella.
Él entrecerró los ojos sin entender a qué me refería.
—Giselle significa promesa.
Él sonrió.
—Bueno, eso explica muchas cosas, ¿no?
Asentí.
—Ella me dio tus cartas.
Me aparté de un tirón solo para que él me acercara del cuello.
—Le pedí que lo hiciera. Leí hasta la última. Palabra por palabra.
No paré hasta leerlas todas. Cada vez que el guardia venía a mi
celda para decirme que estabas ahí, yo ya lo sabía. Te presentía. Una
gran parte de mí no quería que me vieras así. No quería que vieras al
hombre en el que me había convertido. El hombre al que ya casi no
reconocía. Fui un bastardo miserable todo el tiempo que estuve
encerrado. Apenas hablaba con nadie. Comenzaba peleas a
propósito para que me metieran en el hoyo y no tuviera que estar
cerca de nadie y pudiera perderme en mis pensamientos. En mis
recuerdos de ti. —Se rio, su pulgar frotaba adelante y atrás a lo largo
del pulso de mi cuello.
—Debería haberlo sabido mejor cuando dijeron que saldría
temprano por buen comportamiento. Yo era todo lo contrario.
Me miró profundamente a los ojos durante unos segundos,
contemplando qué decir mientras esperaba en ascuas.
Entonces, cuando él dijo:
j
—Te odiaba.
Sentí que todas mis ilusiones se desmoronaban.

Dylan
—Pero sobre todo... te odiaba porque no podía dejar de amarte.
Ella se relajó visiblemente.
—Este último año he hecho mucho examen de conciencia. Por
primera vez en mi vida estaba perdido. Intenté encontrar a ese
hombre. El que conociste. El que amabas. El que fue hecho solo para
ti. No podía encontrarlo. Cuanto más buscaba, más difícil era aceptar
que quizás nunca volviera a ser él. Cuanto más tiempo pasamos
juntos, más comencé a reír, a sonreír, a sentir que estaba vivo de
nuevo. Fue entonces cuando comprendí que tú también podías
salvarme.
Ella finalmente se inclinó hacia mi toque. Anhelaba sentirla.
Deseando que me diera todo lo que pudiera.
—No podía perdonarte, cariño, hasta que me perdoné a mí
mismo—dije con sinceridad.
Cerró los ojos, asimilando mis palabras. Como si quisiera
recordarlas para siempre. Recordar este momento por el resto de su
vida.
Me incliné cerca de sus labios, resistiendo el deseo de reclamar su
boca, el deseo de hacerla mía una vez más.
—Te amo, Aubrey—dije contra su boca—. Nunca he dejado de
amarte. Te pertenezco. Solo tú y yo. Eres mi chica.
Ella no dudó.
—¿Lo prometes?
Sonreí a lo largo de sus labios antes de besarla suavemente. La
besé lentamente, queriendo saborear este momento tanto como ella.
—Siempre—murmuré, separando mis labios, instándola a hacer
lo mismo.
Ella lo hizo.
Nos besamos por primera vez en lo que pareció una eternidad.
Mi pecho subía y bajaba con cada respiración profunda que
tomaba. Puse mi mano sobre su corazón y sentí que latía por mí y
solo por mí.
Nunca se había detenido.
Con mis manos enmarcando su rostro, la besé de nuevo. Más
lento, más delicado y decidido esta vez. Menos frenético y
desesperado, pero con la misma intensidad y pasión.
—Dylan—jadeó ella.
Mordí su labio inferior y me puse de pie llevándola conmigo.
Envolvió sus piernas alrededor de mi cintura. Quería tomarme mi
tiempo con ella. Recordando hasta el último centímetro de su
hermoso cuerpo.
Las capas de todos nuestros arrepentimientos fueron despojadas
y todo lo que quedó fuimos nosotros.
No podía dejar de besarla. Ni por un maldito segundo. La puse
contra la pared y sus ojos se abrieron de inmediato. Mis manos
subieron y bajaron por sus muslos.
Sus ojos eran diferentes, pero los había visto así antes.
Nos miramos a los ojos mientras reclamaba su boca como quería.
Su respiración se hizo dificultosa y esperé las palabras que nunca
llegaron. Me alejé de ella, poniendo algo de espacio entre nosotros.
Sus ojos se dilataron, sabiendo lo que iba a hacer a continuación.
Moví mi mano tortuosamente lento hacia sus suaves pliegues sin
vello, sintiendo su humedad filtrarse a través de sus bragas hacia
mis dedos. Procedí a hacer círculos en su clítoris, mis técnicas
continuaron volviéndose más insistentes y exigentes. Sus piernas
comenzaron a temblar, sus ojos se cerraron y su cabeza cayó hacia
atrás contra la pared.
—No cierres los ojos—ordené.
Observó a través de una mirada entornada mientras yo
manipulaba su clítoris.
—¿Qué, cariño? —dije, frotando más rápido y fuerte.
Ella gimió tan fuerte que estremeció todo su cuerpo. Se corrió con
mucha fuerza. Nunca había experimentado eso antes.
—Tanto tiempo, ¿eh?
Ella rio aun temblando.
—Imbécil.
—Quiero follarte contra esta pared.
Sus ojos se abrieron, escuchando mis sucias palabras que siempre
la ponían cachonda.
—Después que termine de correrme jodidamente dentro de ti, no
habrá posibilidad en el infierno de que no hayamos hecho un bebé
en otra pared—gruñí, mordiéndome el labio inferior—. Entonces…
te llevaré a nuestra habitación y te haré el amor toda la noche,
porque, cariño, no he tenido sexo en casi ocho malditos años. No
tendré piedad de hacerte mía de nuevo.

Aubrey
—Estás mintiendo—dije.
Sus ojos brillaron, y supe que me estaba diciendo la verdad.
Cuando su polla se deslizó arriba y abajo de mi raja, me corrí una
vez más, poniendo resbaladizas nuestras partes sagradas con más de
mi humedad.
—Dios, Dylan. Solo fóllame ya—supliqué, queriendo sentir su
dura polla dentro de mí.
—Ahhh…—capturó mi boca con la suya mientras empujaba con
fuerza dentro de mí. Dándome exactamente lo que acababa de pedir.
Mi espalda se arqueó y puso los brazos debajo de los míos,
sosteniéndome cerca. Mis piernas se enroscaron alrededor de su
cintura y mis brazos alrededor de su cuello. Se quedó dentro de mí,
solo sosteniéndome y besándome.
Moví las caderas, tratando de que se moviera porque estaba
ansiosa e impaciente por todas las emociones y sensaciones que me
estaba causando. Con cada beso y caricia, se abría camino más
profundo en mi corazón.
Agarró los lados de mi cara y me miró a los ojos. Estaba
buscando algo, sabía que solo yo tenía las respuestas que buscaba.
Lo miré fijamente tan absorta como él. Era como si estuviéramos
absorbiendo nuestro camino de regreso al torrente sanguíneo del
otro, donde ninguno de nosotros podía funcionar sin el otro.
Sin apartar sus ojos de los míos, comenzó a moverse, era lento,
amoroso y apasionado. Su mano alcanzó mi cuello y lo apretó
suavemente. Era un movimiento con el que estaba familiarizada.
Siempre quiso sentir mi pulso contra la punta de sus dedos. Hice lo
que me vino naturalmente y puse una mano sobre su corazón,
haciéndolo gemir ante el contacto.
Gemí y mi coño latió. Él empezó a bombear más rápido dentro de
mí y los nervios de mi abdomen inferior palpitaban pidiendo
liberarse.
—Joder, dulzura… ¿tienes idea de lo que me haces? Dime... dime
lo que estás pensando. Dime, ¿qué está pasando en esa hermosa
mente tuya?
—Me voy a correr—exhalé, pensando que quería que le hablara
sucio.
Siguió golpeando el mismo lugar, más agresivamente que antes.
—¿Me sientes dentro de ti?
—Sí—jadeé.
—Dame lo que quiero, Bree—dijo con voz áspera—. Dime lo que
quiero oír.
Gemí, cerrando los ojos mientras arqueaba la espalda.
—Déjame ver tus ojos.
Los abrí y miré fijamente los suyos. Podía sentir que estaba cerca
de perder el control, porque sus embestidas se estaban volviendo
p p q
más rápidas.
—Jodidamente te amo—gimió él, llevándome al límite.
Fue entonces cuando grité.
—Yo también te amo.
Me llevó a mi cama y cumplió su promesa. En el fondo de mi
corazón, sabía que siempre sería así.
Epílogo
Aubrey
—Quien dijo que los bebés eran agotadores, no estaba
bromeando.
Lily se encogió de hombros.
—Ya estás vieja.
Mi boca se abrió.
—¡Más vieja! Quise decir que ahora eres mayor.
Dylan no tardó mucho en embarazarme, según sus palabras. No
estoy seguro de si concebimos en la pared o al mes siguiente ya que
prácticamente vivía dentro de mí.
La llamamos Constance, significaba siempre.
Fui un embarazo de alto riesgo por mi edad, pero gracias a Dios
no tuve ninguna complicación. Lo cual solo logró que Dylan quisiera
hacer más. Hablamos de casarnos varias veces durante mi embarazo,
pero, sinceramente, habíamos esperado tanto tiempo que lo último
que quería era caminar hacia el altar con una gran barriga.
Constance tenía casi cinco meses ahora y todavía no tenía una
propuesta, ni un anillo en el dedo.
Giselle asistía a la Universidad de Wilmington porque quería
estar cerca de Mason, que era un año menor que ella. Comenzaron a
salir oficialmente después del baile de graduación para gran
desaprobación de Dylan, pero ella todavía vivía en casa con
nosotros, por lo que él lo aprobó.
Dijo que le encantaba tener a todas sus chicas bajo su techo. Lo
hacía dormir mejor por la noche. Compramos una casa poco después
de que supe que estaba embarazada, justo en la playa. Literalmente
vivíamos a poca distancia de Lucas y Alex, y eso hizo que Giselle
quisiera quedarse en casa. Por supuesto, ella no le dijo eso a su
padre.
—¿Cómo está mi chica?—susurró sobre el monitor de bebé, y Lily
y yo nos sonreímos la una a la otra.
—Papá te extrañó hoy. No le digamos a mamá que te desperté.
Negué con la cabeza.
—Jacob hacía eso con Riley y Christian. Acostúmbrate. No
entienden que no se debe despertar a un bebé dormido.
Ni un segundo después escuchamos sus gritos.
—Te lo dije—agregó—. Voy a dejar de molestarte. Diviértete con
eso.
Me reí. Dylan acababa de llegar a casa del trabajo. Regresó a la
fuerza policial y, por mucho que me preocupara por él, sabía que era
parte de él. Prometió que no aceptaría casos difíciles ahora que era
Detective III. Hasta ahora no había sido tan malo. Estaba en casa
todas las noches para la cena y los fines de semana. Me aseguró que
pasaba la mayor parte del tiempo en su oficina. Le asignaron este
caso hacía unos meses, y me di cuenta de que lo estaba agotando.
—Oh, por cierto. ¿Has visto a Austin últimamente?
—Sí. Vino el otro día—respondí.
—Ok.
—¿Por qué?
—Jacob mencionó algo sobre la ruptura oficial entre él y Briggs.
—Se han juntado y separado durante años. Dejé de tratar de
seguirles el ritmo hace mucho tiempo.
Ella asintió.
—Buen punto. Te veré más tarde. Dale un beso a Constance de mi
parte y mi amor a Giselle.
Lily me abrazó y se fue.
—Shhh… shhh… nena, siente mi corazón. Siente el corazón de
papi. Shhh…
Con eso gimió por unos segundos y dejó de llorar.
—Increíble—me dije mientras me dirigía a nuestra habitación.
Dejé de trabajar una vez que quedé embarazada y eso fue lo que
finalmente hizo que Dylan quisiera volver a trabajar en la fuerza.
Quería quedarme en casa con Constance y ser la madre que nunca
llegué a ser con Giselle. Era una gran hermana mayor y se unió con
Dylan para que le diera más hermanos. Mi médico dijo que las
mujeres estaban teniendo bebés hasta bien entrada la cincuentena
ahora y que mis treinta y nueve años no eran tan importantes como
solían serlos.
Le daría a Dylan todo lo que quisiera.
Si quería una casa llena de sus chicas, quién era yo para negarle
sus deseos.
Después de todo lo que hizo por mí.
Se lo debía a él …
Y a nosotros.
Demasiado.
—Papi te quiere mucho, pequeña, pero si sigues llorando así
todas las noches y no me dejas hacer lo que quiero con tu mami,
entonces, ¿cómo voy a darte otra hermana?
Me reí.
Dylan era el primer hombre que conocía al que no le importaba si
teníamos un niño. Dijo que quería seguir siendo el hombre de la casa
y proteger lo que era suyo, y que era más que suficiente hombre para
tratar con todas sus chicas.
Me senté en mi tocador mirando mi reflejo en el espejo,
finalmente feliz con lo que me devolvía la mirada. Toqué el talismán
de mi collar, suspirando contenta. Me quité los aretes y abrí el
joyero, 'Fur Elise' de Beethoven inmediatamente asaltó mis sentidos.
Coloqué mis aretes en su lugar habitual, pero ya había algo allí.
Miré hacia arriba y mi corazón dio un vuelco.
—Ay Dios mío.
—Esa no es la respuesta que esperaba obtener, cariño.
Nos miramos a los ojos a través del espejo.
—Eso es…
—¿Qué opinas? —Caminó hacia mí y recogió el anillo que
brillaba intensamente contra la luz de la habitación.
—Estoy esperando.
Ladeé la cabeza.
—Yo también—lo desafié.
Él sonrió, arrodillándose y mirándome profundamente a los ojos.
—Cásate conmigo.
No era una pregunta.
Lo derribé al suelo por ello.

Dylan
No había un lugar en el cuerpo de Aubrey que no besara, tocara o
chupara. No quedó ni un gemido, jadeo o te amo por decir después
de que le hice el amor de la manera que ella quería.
Tenía todo lo que siempre quise.
Todo lo que siempre esperé.
No me importaba cuánto tiempo nos tomó llegar a ese lugar
porque lo único que importaba era que estábamos allí.
Juntos.
Para siempre.
—Mmm...—gimió ella y sus ojos se abrieron mientras le lamía el
coño a la mañana siguiente—. Dios, McGraw, ¿cómo es que quieres
volver a entrar ya?
—Quiero otra niña—dije simplemente.
Ella sonrió ampliamente.
—¿Crees que podrías hacer eso por mí?—le pregunté, chupando
su clítoris y moviendo la cabeza de lado a lado—. Mmm…—tarareé.
—Pregúntale a tus muchachos—dijo ella con descaro en
referencia a mi semen
La mordí suavemente y ella se retorció.
—Mis muchachos están muy bien, cariño.
Empujé dos dedos en su cálido y húmedo coño y su espalda se
arqueó. Acaricié su punto dulce mientras la follaba con la boca.
—¿Eso se siente bien?
Su respiración se aceleró y sus piernas temblaron.
—¿Qué?—empujé el dedo más fuerte y chupé más rápido.
Sus piernas se apretaron jodidamente fuerte alrededor de mi
cabeza mientras se corría por mi cara. Saboreé su orgasmo contra mi
lengua, tragando todos sus jugos como si fuera mi maldita comida
favorita. Le besé el clítoris por última vez y subí por su cuerpo,
deteniéndome cuando estaba completamente encima de ella. La
rodeé con los brazos, posicionando mi polla en su entrada.
Nunca podría tener suficiente de su dulce, dulce coño.
Mío.
Empujé en un movimiento rápido hasta enterrarme por
completo. Sus ojos se pusieron en blanco y besé a lo largo de su
cuello y hasta sus pechos.
Su corazón se apretó contra el mío. Donde pertenecía.
—¿Me sientes dentro de ti?—gruñí en su boca.
—Sí.
—Dame otra niña.
Ella sonrió.
Me estrellé contra ella, metiendo mi lengua en su boca.
—Dios, dulzura, jodidamente te amo.
—¿Lo prometes?
—Siempre.
—Yo también te amo.
—Pruébalo.
Incliné mi pierna más arriba, haciendo que su pierna se doblara.
Nuestras bocas se abrieron mientras tomaba bruscamente lo que es
mío. Ambos jadeábamos, tratando desesperadamente de aferrarnos
a cada sensación de nuestro contacto piel con piel. Sentí que
comenzaba a desmoronarme, y ella estaba allí conmigo. Me corrí
profundamente dentro de ella, su coño apretando mi polla
jodidamente fuerte.
La besé por última vez y la miré profundamente a los ojos.
—Ahí está mi chica.
Ella sonrió y anunció:
—Estoy embarazada.

Aubrey
Había estado tratando de encontrar el momento adecuado para
decírselo, y este parecía un momento tan bueno como cualquier otro.
—¿Me estás jodiendo?
Negué con la cabeza.
—Me enteré hace tres días.
—Bueno, mierda, cariño, parece que tienes poco tiempo para
planear una boda. No hay ninguna posibilidad en el infierno de que
esté esperando otros nueve meses.
Sonreí, asintiendo.
Como si fuera una señal, Constance lloró por el monitor.
—Iré a buscarla.
Me besó una última vez, volteándose para dejar que me
levantara. Azotándome el culo mientras me ponía mi bata de seda.
—Hola, pequeña—la saludé, levantándola de la cuna y
meciéndola en mis brazos, mientras la llevaba a la cocina.
—Le conté la noticia a papi y está muy emocionado.
Ella arrulló como si entendiera lo que estaba diciendo. Calenté su
biberón durante unos minutos, hablándole como si supiera
exactamente lo que estaba diciendo.
—Vamos a acostarte con papi, para que mami pueda preparar el
desayuno antes de que él y tu hermana se conviertan en personas no
tan agradables. Ya sabes cómo se enfadan cuando tienen hambre.
Regresé a la habitación y Dylan parecía como si hubiera visto un
fantasma con su teléfono tan apretado que sus nudillos se habían
vuelto blancos. Nada como el hombre que acababa de dejar hace
unos momentos.
—¡Ay Dios mío! —Corrí a su lado, sentándome frente a él
mientras le daba de comer a Constance.
No dijo una palabra, mirando fijamente frente a él en una niebla
de lo que fuera que lo estaba destrozando.
—¿Qué pasa, Dylan? ¡Me estás asustando!
Instantáneamente salió de eso, mirándome y luego a la bebé. Él
acarició un lado de su mejilla como si necesitara sentir su piel suave
para calmarse de lo que estaba pasando y a punto de decir.
—Dime, Dylan—solté sin poder controlar mis nervios que
estaban al límite y una sensación de malestar en la boca del
estómago.
—Briggs acaba de llamar—susurró tan bajo que apenas pude
escucharlo.
—Está bien…—dije, esperando ansiosamente que me dijera qué
estaba pasando.
Respiró hondo y dudó unos segundos antes de decir...
—Es Austin. Está en la UCI en estado crítico. Tuvo una sobredosis
anoche, y no saben si lo logrará.
Fin
Para Dylan y Aubrey.
Es sólo el comienzo o el final para...
Austin y Briggs.
EL CONO del SILENCIO
Traducción

Colmillo
Corrección

La 99
Edición

El Jefe
Diseño

Max
Notas

[←1]
Driving Under Influence(DUI) es la acción de conducir un
vehículo bajo la influencia de alcohol, drogas, cualquier
medicamento o sustancias controladas.

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