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No ocurre lo mismo con la rentabilidad requerida por el accionista, que entra “el
último de la cadena”, siendo remunerado principalmente vía dividendo. Al ser el último,
tiene más riesgo a la hora de recuperar su inversión, de ahí que la rentabilidad
requerida del inversor sea siempre más alta y, por ende, el coste de los recursos
propios el mayor de todas las fuentes de financiación.
Tenemos, entonces:
Con esto parecería que una estructura de financiación óptima debería ser la que solo
tenga deuda, ya que es el recurso “más barato”.
Sin embargo, lo que no tenemos en cuenta aquí es que, cuanto mayor sea la
proporción de deuda, mayor será el coste de la misma.
El riesgo de quiebra o default
Así es: los bancos y otros proveedores y prestamistas también hacen su trabajo. Y,
antes de prestar sus recursos, harán (o deberían hacer) un análisis del riesgo crediticio
de aquel a quien están prestando dichos recursos.
Es fácil entender que, cualquier entidad financiera, pedirá más intereses a una empresa
que tiene una deuda del 80% que a una que no tenga deuda ninguna. El riesgo de
default o insolvencia de la primera es mucho mayor, por lo que la rentabilidad requerida
por dicha financiación será mayor (no me canso de repetir: a mayor riesgo, mayor
rentabilidad exigida).
Siendo así, cuanto mayor sea el coste financiero de los recursos, menor será el valor
actual de los flujos generados, con lo que menor es el valor actual de nuestro
proyecto o empresa.
El sentido de esto es que cuanto mayor es el coste financiero que tengo que asumir, la
rentabilidad que me ofrece mi proyecto es, en comparación, relativamente peor.
Esto hace que se trate más de un concepto teórico que real, aunque sí se trata de un
ejercicio de análisis interesante para entender si en nuestro proyecto de negocio
tenemos todavía recorrido de mejora en cuanto a la optimización de la estructura de
capital o si nos hemos pasado de frenada y debemos iniciar un proceso de
reestructuración del capital reduciendo el nivel de deuda.