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Leyendas Argentinas

Graciela Repún
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Leyendas Argentinas
Graciela Repún

Ilustraciones de Mónica Weiss

GRUPO
EDITORIAL

norma
www.librerianorma.com
Barcelona, Bogotá, Buenos Aires, Caracas,
Guatemala, México, Miami, Panamá, Quito, San José,
San Juan, San Salvador, Santiago de Chile.
Contenido

La leyenda del Isondú 7


(guaraní)
© 2001 Graciela Repún
© 200 l Editorial Norma S.A. Leyenda del otoño y el loro 11
A.A. 53550, Bogotá, Colombia
(sélknam - Tierra del Fuego)
Todos los derechos reservados.
Prohibida la reproducción total o parcial El Domuyo 19
de esta obra, por cualquier medio,
sin permiso escrito de la editorial. (mapuche - Neuquén)
Impreso en Colombia -Printed in Colombia El Pombero 29
Primera edición: 200 l (Este y Norte de Argentina)
Décimo octava reimpresión: enero de 2009
La piedra movediza de Tandil 37
Diagramación: Georgina Csome
(Buenos Aires)
CC: 11347
lSHN: 978-987-545-017-2
El árbol de la sal 43
(mocoví)

La laguna de Mar Chiquita 49


(Córdoba)

La leyenda de Rerre y Carupotro 55 La leyenda del isondú


(guaraní) (guaraní)
La leyenda del chonchón y otras aves 65
(Patagonia)

La leyenda del ñandú 75


(mocoví - Formosa - Chaco)
Esta leyenda tiene dos transcripciones.
La leyenda del ñanduty 81
Esta es una. La que más me gustó.
(guaraní)
En esta versión había un luminoso in-
La Leyenda del Carayá 89 dio guaraní que atraía admiración, odios y
(guaraní - Corrientes) amores.
La leyenda del hornero 95 Se llamaba Isondú.
(guaraní) Era de esas personas que hacen que pa-
rezca fácil cazar, pescar bien y gustarle a
La leyenda del fuego 105
todos.
(chiriguana - Formosa)
O a casi todos.
La leyenda del Ombú 113 Porque Isondú llegaba a una reunión y
(pampa - Buenos Aires) las jóvenes no buscaban excusas para acer-
Leyenda del Delta del Paraná 119 carse. Simplemente venían a mirarlo, a
( timbú - Buenos Aires) conversar con él.
Y lo rodeaban los amigos. Siempre, don- Pero él era un indio de este mundo. Y
de estaba Isondú había acción y risas. de otros.
No era su intención, pero se destacaba de El hecho fue que sus heridas cambiaron
los demás. Como si tuviera una luz acom- de color. Se aclararon, se volvieron blancas
pañándolo, dándole protagonismo. y brillaron. Unas lucecitas con alas que se
Los que no se agrupaban junto a Isondú, desprendieron del cuerpo alzando el vuelo.
los que no lo querían, empezaron a sentir Se fueron agrupadas como pedacitos vo-
que se perdían en su sombra. ladores de la Vía Láctea.
Se quedaban mirándolo, en la oscuri- Se transformaron en luciérnagas. Antes
dad. Primero solos, impotentes. Después no existían. El cuerpo mismo de Isondú se
juntos, envalentonados, compartiendo en- hizo volátil y se fue por ahí, con ellas.
vidia. Desde esa noche, entre los ríos Paraná
¿ Cómo son los pensamientos en la os- y Uruguay, hay una zona donde es casi
curidad?
Son muy negros.
Isondú lo supo una noche, cuando cayó
en una trampa para cazar animales y sus en-
vidiosos enemigos se abalanzaron sobre él.
No se sabe con qué lo atacaron. Proba-
blemente con mazas. Pero lo hicieron todos
juntos, a la vez, por sorpresa.
Si no, nunca hubieran podido vencerlo.
Le hicieron muchas heridas. Algunos
dicen que veintidós y que el cuerpo de
Isondú murió.

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imposible que alguien se deje ganar por la
oscuridad del camino. ¡Mucho menos que
se pierda!
Un séquito de luces puede acompañar-
lo, unos destellos colarse en sus más oscu-
Leyenda del otoño y el loro
ros sentimientos.
(sélknam -- Tierra del Fuego)
Algo del indio de nombre Isondú, algo
de luciérnaga repartido en vuelos, va a es-
tar junto al que anda para darle más fuerza.

En Tierra del Fuego, en la tribu sélknam


había un joven indio llamado Kamshout
al que le gustaba hablar.
Le gustaba tanto, que cuando no tenía
nada que decir -y eso era muy notable
porque siempre encontraba terna- repetía
las últimas palabras que escuchaba de bo-
ca de otro.
-Me duele la panza -le contaba un amigo.
-Claro, la panza -repetía Karnshout.
-Miremos este maravilloso cielo estre-
11 ado en silencio -le sugería una amiga.
-Sí, es cierto. Mirémoslo en silencio. ¡Es
verdad! [Está hermoso! Y es mucho más

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lindo así, cuando uno lo mira con la boca ce- Y las aves al verlo emigraron porque,
rrada, ¿no es cierto? -respondía Kamshout. ¿para qué cantar donde nadie puede escu-
-¡No quiero escuchar una palabra más! charte?
-gritaba, de vez en cuando, el malhumo- Kamshout regresó maravillado. No po-
rado cacique-. [En esta tribu hay indios día olvidar su viaje y repetía a quien qui-
que hablan demasiado! siese oírle (pero más a quien no) que en el
-Una palabra más; ¡demasiado! ... -re- Norte, los árboles cambian el color de sus
petía Kamshout. hojas.
Por su charlatanería, toda la tribu sintió Les hablaba de primaveras y otoños.
su ausencia cuando un día, como todo jo- De hojas verdes, frescas, secándose len-
ven, tuvo que partir. tamente hasta quedar doradas y crujientes.
-Kamshout se ha ido a cumplir con los (Y los que lo oían imaginaban, tal vez,
ritos de iniciación -comentaba alguno. un pan recién sacado del fuego.)
-¡Lo sé! -respondía otro-. Ahora puedo De árboles desnudos.
oír cantar a los pájaros. (Y los que lo escuchaban se horroriza-
-Yo escucho mis pensamientos -decía ban de semejante desfachatez. [Si sólo an-
alguien más. daban desnudos animales y hombres!)
-Yo, el ruido de mi estómago -decía De paisajes dorados, amarillos y rojos.
otra. (Y los obligados oyentes miraban sus
-Yo lo extraño -decía una. Pero enmu- pinturas para poder imaginar mejor.)
decía inmediatamente, ante las miradas De caminos hechos de hojas que crujían,
de reprobación de los demás. coloreadas de dorado, amarillo y rojo, pro-
Y pasó el tiempo. Tiempo de silencio y venientes de árboles que se desnudaban.
también de soledad. ¡ Y semejante falsedad cerraba todas las
Y Kamshout regresó. posibilidades de imaginación!

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Porque era demasiado esa combinación
de sensaciones y de mentiras.
Ya en la tribu, todos creían que Kamshout
estaba inventando un poco.
¿Qué era esa tontería de decir que los ár-
boles no tienen hojas eternamente verdes?
¿Qué quería decir "otoño"?
¿ Quién iba a tragarse el cuento de que
los árboles pierden su follaje y luego les
brota otro nuevo?
El descreimiento general enojó a Kam-
shout.
Lo enojó muchísimo. Muchísimo.
Lo hizo poner colorado de odio, le salie-
ron canas verdes.
Desesperado por convencerlos de que
decía la verdad, Kamshout contó lo mis-
mo infinitas veces, sin parar.
Día y noche, sin parar. Segundo tras se-
gundo, sin parar. Hasta que sus palabras se
fueron encimando unas con otras y se con-
virtieron en un extraño sonido.
La tribu trataba de esquivarlo.
Por hacerse los que no lo veían, por ju-
gar a ignorarlo, no vieron, en serio, su pro-
digiosa transformación:
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Kamshout se convirtió en un loro gordo. desnudos, volvió Kamshout, acompaña-
Recién lo notaron cuando escucharon do de su compañera y de sus hijos.
que les hablaba desde los árboles. Eso dicen algunos.
¡Era él! ¡Ese pájaro era él! Otros dicen que los que vinieron eran
No había duda. Era su voz, que ahora sólo un grupo de loros haciendo kerrhprrh
sólo decía: kerrhprrh, kerrhprrh... hasta el sin cesar desde las copas de los árboles.
cansado.
Kamshout volaba sobre las hojas, y al ro-
zarlas, las teñía del color de sus plumas.
De pronto, una hoja cayó.
Corrieron a verla, a levantarla. La pal-
paron y la volvieron a dejar en el suelo.
Entonces, la pisaron.
La hoja, matizada de dorado, amarillo,
rojo, crujió bajo sus pies.
-¡Es verdad! -dijeron-. ¡Todo era ver-
dad! ¡Kamshout no nos mintió!
Pero Kamshout no respondió. Se había
ido muy lejos. Dicen que acompañado por
su amiga y enamorada.
La tribu quedó más en silencio que
nunca.
Recién en la primavera, cuando las ho- Vocabulario
jas volvieron a cubrir las ramas erizadas
de frío de los árboles desfachatadamente Kerrhprrh: loro; grito de esa ave.

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El Domuyo
(mapuche � Neuquén)

Me gustaría que fuera mi guía. Me lo han


n-comendado para escalar el volcán -dice
t•I forastero.

-¿El Domuyo? -responde el baquiano.


-Sí.

-Y bueno ... Si está decidido ...

-Así es.

-Entonces, ¡prepárese para algo nunca


visto!

-¿Por qué?
-¡ Va a entrar en otra dimensión! -¡Un arma mortal! Las gotas de lluvia
son balas. Producen dolor. ¡ Lo taladran!
-No entiendo ...
-¿No estará exagerando?
-Usted está decidido a escalar el volcán,
la decisión es una cualidad importante. Pe- -¡Ni una pizca! ¿Usted es un hombre de
ro tendrá que tener otras cualidades más reflejos rápidos?
para lograrlo. También deberá ser ágil, así
-Creo que sí.
podrá esquivar las piedras.
-Eso es bueno. Porque si se aturde, tie-
-¿Piedras?
ne que recuperarse con suficiente veloci-
-¡Grandes! ¡Fabulosamente grandes! ¡Y dad. O el toro lo mata.
todas se abalanzarán sobre usted!
-¿Qué toro?
-¿Un fenómeno geológico?
-El toro rojo. ¡Un animal impresionan-
-¡Para nada! Pero tendrá que cuidarse ... te! ¡Absolutamente colorado! ¡Es verlo,
¡ Y mejor que parta prevenido sobre las nomas, y quedarse estupefacto! Ahí es
tormentas! cuando el animal aprovecha.

-¿ Tormentas? Gracias, las tendré en -¿Aprovecha?


cuenta. Sé cómo prepararme.
-¡Para seguir tirándole piedras! ¡Él es el
-Mire que no son cualquier tormenta. que las arroja!
¡Son tormentas enloquecidas! ¡Son como
-Ahá ... ¿El toro también es el culpable
un arma mortal!
de las gotas mortales?
-¿Son un qué?

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-¡No! ¡Ese es el caballo! -Pero, ¡está bien que sea un hombre con
sentido del humor! Decidido, ágil, preca-
-Un toro rojo y un caballo ... ¿de qué co-
vido, de reflejos rápidos y buen ánimo ...
lor? ¿Verde?
¡Ustedes un tipo dotado! Especialmente si
-Pero, ¿cómo va a haber un caballo ver- tiene lo más importante ...
de? ¡Se ve que usted se lo toma todo en
-¿Qué?
broma!
-Valor.
-No crea ...
-No me considero cobarde.

-Es que va a tener que ser muy valien-


ll'. [Enfrentar al potro no es una experien-
cia de este mundo! ¿Alguna vez tuvo que
plantarse ante un caballo salvaje?
-Sí.

-En tal caso, ¡imagínese uno que es diez


mil veces peor que el que haya enfrentado
nunca! [Que corre enardecido! ¡Y que con
n pelaje negro parece que tapara el cielo!
¡El es la tormenta! ¡En él nace!

-¿Las gotas vienen del potro?

-¡ Y los resoplidos que terminan conver-


I idos en ráfagas violentas!

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-Me imagino que los cascos son los -El que deja el Sol cerca de la doncella.
truenos ...
-¿El Sol? ¿La doncella? No entiendo.
-¡Sí, señor! Galopa con un ruido que as- ¿No eran un caballo negro y un toro rojo?
ciende en volumen hasta dejarlo atontado.
-El caballo y el toro son los protectores
¡ Y mejor que el potro no lo mire con esos
que puso el Sol.
ojos dementes que tiene! ¡Su mirada es la
chispa que enciende los rayos! -¿Protegen el oro?
-Ahá. ¿Alguna advertencia más? -Protegen a la doncella. Ella es Antú
Malguén, la amada del Sol.
-Una pregunta: ¿usted es ambicioso?
-Ah, ya entiendo. ¿Lo que me cuenta es
-No sé a qué se refiere con ambicioso.
una tradición suya?
-¿Le gusta mucho el dinero?
-¿Cómo mía? Yo no la inventé ...
-Tenerlo no me vendría mal. Pero no
-Me refiero a su pueblo. A una tradición
soy un desesperado.
mapuche.
-¡Perfecto!
-Sí, la tradición sí. Pero la doncella no
-¿Por qué? es de mi pueblo, ella no. El Sol dejó a su
novia mapuche por Antú Malguén, que es
-Porque de esa manera, cuando en- blanca y tiene el cabello dorado.
cuentre el oro, no lo tomará. Sería buscar-
se su propia muerte. -¿La doncella que está en la cima?

-¿Qué oro? -Sí, la de los cabellos cegadores, dorados.

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-¿Usted la vio alguna vez? -¡El cliente perfecto! ¡Todas las virtudes!
Decidido, ágil, prevenido, de reflejos rápi-
-No, pero me contaron. Algunos dicen
dos, valiente, poco ambicioso, de buen
que es Coñi Lafquen, la hija del lago, la si- humor, prudente y con capacidad para es-
rena. cuchar!
-¿La sirena? ¿El lago? -¿Y cuándo suben?
-El lago encantado que está en la cima.
-Eso es lo que no entiendo. No va a su-
Dicen que apenas aparece alguien, ella se
bir. Los que no están capacitados para es-
sumerge y no sale más. calar, se ríen de mis advertencias. Esos son
-Mire, desisto ... No voy subir al vol- los que intentan el ascenso al Domuyo y
cán ...
-Pero, ¿cómo, hombre? ¿No estaba de-
cidido?
-Sí, pero cambié de opinión. Veo que
ustedes le tienen demasiada aprensión al
ascenso y si algo aprendí en esta vida es
que el miedo no es zonzo -dice el foraste-
ro. Y saludando amablemente se retira de
la mesa del bar.
Un mozo se acerca al baquiano. Le pre-
gunta.
-¿Qué tal?

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nunca llegan, nunca regresan del volcán.
¡Pero los mejores, los que tienen las cuali-
dades perfectas para intentar la subida,
esos, finalmente, no quieren saber nada!
¿No es raro que se arrepientan antes de El Pombero
comenzar?
(Este y Norte de la Argentina)
-Y...

Es primero de octubre y el Pombero ca-


mina en sombras, la cara oculta bajo su
sombrero de paja.
Lo único que se ve de él son sus dientes
blancos.
El Señor de la Noche va silbando. Tiene
una boca extraordinariamente alargada. Sil-
ba lindo.
Quizás sea la forma de su boca que lo
yuda, pero no hay nadie como él para
Imitar los hablares de los pájaros.
Su modo de andar es extraño.
No hace ruido y no se deduce si va pa-
r,1 adelante o para atrás.

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Dicen que es porque tiene los pies al es su turno de aparecer en la conversación
revés. y no le gusta que lo nombren sin recaudos.
Quizás su cuerpo vaya para adelante y -¡Si seguís portándote mal va a venir él!
sus pies para atrás. Quizás camine sin irse, -grita la madre.
esté sin estar, viaje sin moverse del lugar. -¿Quién? -pregunta el hijo.
Quizás por eso aparezca a la vez en For- -Karaí Pyharé -dice ahora la mujer, ba-
mosa, Chaco, Misiones, Corrientes, Cór- jando la voz a un susurro respetuoso.
doba, y en Brasil y Paraguay. -Ah, el Pombero, ¿y qué me va a hacer?
Quizás ande en cuatro patas. -pregunta el hijo.
Quizás no haya sólo un Pombero. Qui- -Te va a hacer caer en su poder. Y en-
zás sean muchos duendes recorriendo la tonces te va a transformar en cotorra. O en
noche. Todos en sombras, todos distintos, loro. O en caburé.
como son distintas cada una de las perso- -¡A mí no me va atrapar! -desafía el pe-
nas que se encuentra con ellos. queño.
Pero es uno. Dicen que es uno.
Uno es el que llega a esta casa. Uno, el
que en la puerta se hace invisible. Que entra
por el ojo de la cerradura y escucha lo que
se hallan conversando una mamá y su hijo.
Conversando es una forma de decir. El
hijo contesta de mal modo, interrumpe a
cada rato.
El Pombero se pone en guardia. Se le
erizan los pelos de las palmas de las ma-
nos y de las plantas de los pies. Sabe que

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El Pombero sale de la casa riendo en si- una hendija o porque estaba atragantán-
lencio. dose con la cena.
Cuando se aleja, les silba a los pájaros Tal vez, luego, él se ubicó cerca del fue-
escondidos en las ramas: go, transformado en un tronco.
-¡Qué cosas inventan las personas sobre Tal vez, ahora, los comensales lo pre-
mí! sienten. Porque un estremecimiento sacu-
Al caminar, con ese andar que se va de a la familia entera.
quedando, salpica fulgores a su paso. Es -Es mi turno. Aquí aparezco yo -se dice
porque está arrojando bolitas hechas de el Pombero.
cuarzos de colores. Traza con ellas un sen- -¡Comamos! ¡En honor al Dueño de Oc-
derito que se adentra en la arboleda y se tubre! ¡Comamos, para que no nos pegue
pierde. con su látigo! -se alientan unos a otros los
En la casa, el pequeño siente un escalo- gordos habitantes del lugar.
frío y cierra la ventana. Entonces ve los El Pombero no se queda mucho.
chispazos que les arranca la luna a las bo- Al marcharse hiende algo en el aire, tal
litas. Esos brillos lo atraen como un cebo vez un látigo cuyo chasquido se confunde
al pez. con una risa seca.
-Mañana, cuando mamá duerma la Y de nuevo su silbido preguntándole a
siesta, los juntaré -piensa antes de acos- los pájaros:
tarse. -¿De dónde sacarán las personas las co-
El Pombero ya no está en la zona, qui- sas que dicen de mí?
zás no estuvo nunca. Y sigue. Ahí va. Un Pombero o muchos,
O tal vez ya ha entrado a otra casa, don- visitando la noche.
de todos comen como perturbados. Tal Después, unos caminantes dirán que se
vez nadie lo vio llegar porque se coló por cruzaron con él y que percibieron su poder

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como un temblor helado. Alguno lo descri- ¡ Pomberito,
birá alto, flaco y con una caña de pescar en Pomberito,
la mano. Otro, llevando una bolsa, panzu- sí me haces
do, bajo y retacón. Hay quien lo detallará encontrar
como un carpincho, parado sobre las patas este animalito
traseras. yo te ofrezco
Una mujer embarazada contará que la un tabaquito !
acompañó, protegiéndola durante la mar-
cha hacia su casa. No lo vio, pero se dio Les retribuirá su atención, eso es seguro.
cuenta de que era él porque piaba como No habrá animal perdido que no reapa-
pollito invisible y, en la noche templada, rezca. Sobre esa mesa, habrá de tanto en
lo sintió como frío en los huesos. tanto, frutas de un sabor para maravillarse.
Coincidirán todos sobre el resplandor El Kuarahy-Yara, el Dueño del Sol, el
de los dientes, los ojos de sapo. pies con pelos, el Py-ragüé tal vez ande
Pero hay quien andará diciendo que el ahora cerca de un abuelo que pasea por la
duende tiene mirada de lechuza y es feo. ribera con sus nietos. Tal vez transformado
¡Mejor que ese, si no quiere sorpresas, en camalote que no se deja arrastrar por la
ponga ajo protegiendo cada habitación de corriente.
su casa! Oirá cómo cuentan sobre él cosas terri-
El Pombero, un Pombero sigue deam- bles. Que cuelga de un árbol y chupa la
bulando. Pasa por una casa amiga. Aquí sangre de los chicos que mienten. Que de-
suelen dejarle ofrendas de caña y tabaco ja temblorosos a los niños que atacan a los
para mascar. Aquí, saben llamarlo: pájaros.
Y cuando el grupo emprenda el regreso

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a las casas, escuchará a uno de los rezaga-
dos nietos reírse y decir a su acompañante:
-¿Quién va a creer estas historias? [Son
puro cuento, para que nos portemos bien!
-Yo no me animaría a decir que son
La piedra movediza de Tandil
cuento ... Pero tampoco digo que sean cier-
tas las cosas que las personas inventan so- (Buenos Aires)
bre mí -responderá el Pombero, dejando
al pequeño mudo.
Y al irse, el Pombero silbará como los
hombres, gritará como los animales, piará
como los pájaros, se arrastrará como una Un puma desesperado puede perseguir su
víbora. Y en todos los hablares parecerá re- presa por cualquier terreno. Y alcanzarla.
petirle a un escondido público de pájaros: Un puma hambriento puede querer mor-
-¡ .. .las cosas que las personas inventan der el viento de rabia y desesperación y de
sobre mí! vacío.

Un puma feroz puede enfrentarse a las


fuerzas de la naturaleza y desafiar hasta al
mismo cielo que traza su destino.

Un puma helado por dentro puede que-


rer comerse el origen de todo calor.

Una vez hubo un puma así. Era en el


inicio del tiempo. Persiguió al Sol hasta el

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cielo. Lo hostigó desde el amanecer bus- inmensidad, ahora se aproximaba como
cando su ocaso. una cerca, para encerrarlos.

Pero los indios habían nacido del Padre Como siempre que se sentían acorrala-
Sol y ese día, apenas despertaron de la no- dos, los indios elevaron su mirada al cielo.
che más oscura, notaron que el mundo ya Miraron hasta poder ver las heridas del Sol
no era resplandeciente. La luz que llegaba y al puma que las provocaba. El felino era
del cielo era enfermiza. No iluminaba, no feroz, pero los indios sintieron que ni su
aclaraba, no caldeaba, no nutría. bravura ni sus garras habían herido al Sol.
Lo que lo había lastimado era su helada de-
El tiempo no pasaba. Siempre era la sesperación.
misma hora, alargada en la agonía. El ai-
re no circulaba, oprimiendo. El horizon- Desde ese momento, el puma fue el ene-
te, que hasta ese día se alejaba de pura migo. Odio y armas lo señalaron. Miles de
flechas lo buscaron, miles lo encontraron, Una piedra quedó sobre una flecha, mo-
miles fueron las heridas del animal que viéndose, nerviosa. Quedó al borde de un
cayó rugiendo. precipicio y no dejó de moverse hasta el
día 29 de febrero del año 1912.
Cayó en la Pampa como una herida vi-
va. Ningún indio se le acercó, ni siquiera Ese día, la Piedra Movediza de Tandil
para rematarlo. El Sol, libre de su acosa- se deslizó y cayó, rompiéndose en frag-
dor, recuperó sus oros y bañó en luz al mentos dispersos.
pueblo de guerreros, a sus buenos hijos. La piedra fue real, estaba en la Provin-
Después, como todas las tardes, el Padre cia de Buenos Aires, en la Sierra de Tandil
se despidió en vivaces colorados. Esta
y se movía, vaya a saber por qué ...
vez, los rojos del atardecer no fueron me-
lancólicos. Al irse, el Sol empujó el hori- Para saberlo, habría que habérselo pre-
zonte hasta volverlo nuevamente distante guntado al puma.
y abierto a la imaginación.
Llegó su esposa, la Luna, la Gran Madre.
Y en la noche iluminada por su presencia
vio al puma desparramado de dolor en la
llanura. Enseguida supo todo, porque lo
había presentido. Quién sabe qué le pasó
por la cabeza a la Luna, pero comenzó a
arrojar piedras para tapar al felino. Arrojó
piedras enormes, piedras totales. Como era
una dama celeste, su acto impulsivo dio
origen a algo bello: las Sierras de Tandil.

40 41
El árbol de la sal
(mocoví)

Como el pueblo mocoví bien sabe, Cotaá


creó todo lo viviente. Y entre sus maravi-
llas hizo nacer una planta, un helecho. He-
lecho tan digno y alto que parecía un árbol
y al que Cotaá le puso de nombre Mapic.
Mapic fue creado por Cotaá para servir.
Su función es alimentar a los hombres.
Los hombres lo comían y se multiplica-
ban, fuertes. Necesitaban un alimento y el
alimento estaba a mano.
Todo podría haber seguido así, tranqui-
lamente, si estuviéramos viviendo en el
Paraíso.
Pero estamos en la Tierra. Aquí, las co-
sas se complican; aquí, nada es fácil.
Especialmente cuando hay amenazas y
enfrentamientos. Y de eso se trata esta le-
yenda, del eterno enfrentamiento entre el
Bien y el Mal.
Porque si en esta historia aparece Co-
taá, que es Dios y que es el Bien, es posible
que quiera meter su cola Neepec, que es el
diablo y el mal.
Neepec vive atareado, intentando des-
truir la obra de Cotaá y, a veces, lográndo-
lo. No quiere que exista ni una motita de
lo que Dios crea.
Y lo que Neepec odia más de la creación
de Cotaá son los hombres. No los puede
ver ni en figuritas.
Así que un día se le ocurre que puede
destruirlos arrasando con su alimento: el
helecho Mapic.
Mirando una salina, el diablo tiene una
idea sencilla.
Busca un cántaro, lo llena con agua sa-
lada y riega a Mapic. A todos los brotes de
Mapic y a las plantas ya crecidas.

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Después se sienta a esperar. Quiere ver Pero las ideas de Cotaá, el Bien, son más
los helechos quemados por el salitre. Quie- complicadas. No siempre se entienden.
re ver a los hombres infelices, sin su ali- Toman sinuosos caminos para lograr
mento. sus objetivos.
Sin embargo lo que sucede es misterio- Por eso, todavía nos parece extraño có-
so y original. mo de una adversidad logra sacarse fruto.
El agua va a las raíces, que la absorben. Y cómo Mapic, un simple helecho, no
La sal que arrojó Neepec se mezcla con la sólo no se deja destruir por lo malo que le
savia y las hojas del helecho no se que- pasa, sino que además logra aprovecharlo
man, sólo toman un sabor salado. para mejorarse a sí mismo.
Un sabor nuevo que complace a los
hombres, ya que descubren que combina-
do con otros alimentos, hace más apetito-
sas sus comidas.
Al ver las consecuencias de su acto,
Neepec se va a hacer nuevas maldades,
odiando más que nunca. Hay que recono-
cerlo, el diablo es un trabajador incansable,
y siempre encuentra algún lugar donde
hacer su obra de mal.
Así se prueba una vez más que las ideas
de Neepec, el mal, son tan sencillas que to-
dos podemos verlas. Sus resultados están
a la vista.

46 47
La laguna de Mar Chiquita
(Córdoba)

Es sabido que en muchas lagunas y lagos


hay pueblos sumergidos.
Ciudades enteras viven otra vida bajo las
aguas y hay testimonios que así lo afirman.
Por todo el país, pero especialmente en
cada zona donde se encuentran estos la-
gos y lagunas, circulan las leyendas de có-
mo se originaron sus ciudades y de por
qué tuvieron ese destino sus habitantes.
Esta es una de esas leyendas, la más
enamorada.
Porque en la laguna del Mar de Anse-
nuza habita una diosa de las aguas.
Vive en un palacio de cristal perfecto y
facetado como diamante. Y cubre su inti- alguna tribu vecina. Sus heridas, de gue-
midad de miradas curiosas con cortinas rra, son definitivas. Ya nada se puede ha-
de arco iris deplegados por la luz. cer por él.
Su corte vive en una danza permanente, Pero la diosa desea curarlo.
fluyendo en las aguas. Hasta para dormir- No se sabe si por la magia de la noche o
se, se mecen con un ritmo que ellos cono- porque él parece implorárselo con la mira-
cen y nosotros no. da, la diosa desea curarlo.
Los habitantes del fondo de la laguna Lo desea con amor, es decir, desea que
no hacen el menor esfuerzo, sólo se dejan él se cure para que viva su vida con ella o
llevar por la corriente hasta la comida, el sin ella.
sueño, la diversión. Pero con ella, mejor.
Sin embargo, la armonía es aparente. Le llega tanto el sufrimiento del prínci-
Hay quien quiere manejar lo que se da na- pe, que siente sus heridas como suyas, y el
turalmente, y quiere dominar con crueldad. dolor de él la lastima.
Es la misma diosa, la misma diosa que Hasta ese momento, la diosa no sabía có-
vive para su capricho porque no conoce mo era sufrir. Tampoco conocía la impoten-
otra forma de vivir. Y es capaz de ser terri- cia de desear y no lograr lo que se desea.
ble con quien, por casualidad, se interpo- Pero ahora debe conocer esa impotencia
ne entre ella y sus deseos. porque el poder de la diosa no es curativo.
Pero un día, más bien una noche dema- Antes de dejar al guerrero morir, la dio-
siado estrellada, la diosa sale de su palacio sa decide transformarlo.
y se asoma al otro mundo atraída por una Lo convierte en flamenco. Un flamenco
sombra que yace en las orillas. cuyo color rosado recuerda sus heridas.
Es el cuerpo malherido de un hombre. Desde ese momento, él la acompaña, la
Su ropa denota que es un príncipe de cuida, se cuidan mutuamente.

50 51
Y dicen que las aguas del Mar de Anse-
nuza, como lo llamaban los indios, o las de
la laguna de Mar Chiquita, como la nom-
bran los mapas hoy en día, tienen, desde
ese entonces, poderes curativos.
Y, para los que quieran ver y puedan,
guarda en su profundidad un palacio de

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cristal, una corte de danzantes y cortinas
de arco iris. �.-r�,.¡.-.... ""
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53
La leyenda de Rerre y Carupotro
(guaraní)

La Ñuque Carupotro ha dado un corto


vuelo y regresa al nido.
Al verlo, se sorprende. Lo encuentra más
desarreglado de lo que pensaba.
Por eso, mientras lo asea, canta:

Sólo un rato lo dejé


y parece que hace mucho
que no limpio bien el nido.
A arreglarlo me pondré
con apuro, pues escucho
que regresa mi marido.
Y pasa la mañana ¡A levantarse, haraganes,
limpiando y ordenan- el padre Sol ya se asoma!
do. Y pasa la tarde Es hora de despertarse
esperando a su ma- y comenzar a hacer planes.
rido. Y cuando está ¿ O es que se toman en broma
por llegar la noche la tarea de alimentarse?
se da cuenta de que
ese no es su árbol, La respuesta a su llamado no se hizo es-
ni esas ramitas son perar. De todas partes voces somnolientas
las de su casa y que no le respondieron a coro:
escucha el piar de sus
pájaros vecinos. ¡ Ay Ñuque Carupotro
Distraídamente, la pobre tu relincho otra vez!
Carupotro se ha acomodado en un nido ¡Te rogamos, déjanos dormir!
abandonado. Muy tarde regresa silencio- ¿No ves que no hay otro
samente a su propia morada. Nadie se que el brillo lunar? ¿No ves
entera de su error, pero de saberlo, no se que te has vuelto a confundir?
extrañarían.
Ya están acostumbrados. Ya sucedieron Tampoco nadie olvida el último invier-
otras cosas parecidas. no, cuando un sol tempranero engañó a la
Una noche, por culpa de una luna intri- atolondrada Carupotro que salió, lo más
gante de luz potente, la confundida Ñu- campante, a anunciar la llegada de la pri-
que Carupotro salió a cantar: mavera:

56 57
¡Primavera, dije Primavera! do corresponde, atiende su nido cuando de-
Es el primer día be atenderlo, tiene sus pichones cuando es
y esta vez acierto. conveniente, los empolla en su momento
Hoy soy la primera justo.
en dar alegría La Ñuque Carupotro escuchó estos y
cuando los despierto. otros elogios sobre la Rerre sin responder
con un solo trino.
No por nada la Carupotro tiene fama de Sabía que no todo era tan maravilloso
aturdida. como lo pintaban. Pero no dijo nada.
Hay quienes aventuran que cuando Como vecina de la Rerre, estaba acos-
fueron creados los pájaros y estaban re- tumbrada a oír sus quejas constantes:
partiendo sus sonidos, ella se puso en la
fila equivocada. Por eso, en vez de recibir Cuidar el nido, empollar,
un trino, recibió un relincho. buscar comida,
¡Si es de ese trino que suena como relin- es mi deber en la vida.
cho que proviene su nombre: Carupotro! Aunque quiera disfrutar
Por eso, por su fama, los vecinos de la algún momento,
Carupotro le han hecho notar que no se ser libre como el viento
gaste anunciando lo que no tiene que y no tener que anunciar
anunciar. con mis pregones
Para dar la llegada de la primavera en fe- los cambios de estaciones.
cha -le dijeron- nadie mejor que la Ñuque
Rerre, un ave confiable de verdad. Hasta que cierto día, la Rerre regresaba
La Ñuque Rerre -le dijeron- es un ave or- a su nido. Por supuesto, perfectamente a
denadamente feliz. Picotea los árboles cuan- horario.

58 59
En sus planes no había ninguna deten- dujo una reacción inmediata entre sus ve-
ción y, como cada día, ella tenía planeado cinos, un terremoto, un desajuste de hora-
cada instante. rios infernal.
Pero un llanto angustiado la detuvo en No hay que olvidar que ellos ajustaban
seco. Quedó inmóvil, suspendida en el aire. sus tiempos con los de la Rerre.
Lo que la había detenido eran los relin- La Ñuque Rerre no se dio cuenta. Se-
chos de la Carupotro. Se la oía tan deses- guía teje y teje, abstraída, contenta.
perada, que sin pensarlo, conmovida, la Teje que entreteje mezcló ramas con hier-
Rerre desvió su vuelo y se le acercó a pre- bas medicinales y florcitas de la montaña.
guntarle qué le sucedía. Cuando concluyó su trabajo, se lo rega-
La Carupotro respondió: ló a la Carupotro con estos gorjeos:

Creyendo que el tiempo era bueno, Uniendo las hebras


¡ay, Rerre, mirá lo que hice! se forma un tejido
Puse mis huevitos y me eché a volar. que calienta el nido.
Por no escuchar el consejo ajeno Te lo doy contenta,
mis hijos se helaron y todos lo dicen: porque desde ahora
"La Carupotro se ha vuelto a equivocar." no importa la hora,
podrás irte un rato
La Rerre no supo qué hacer. ¿Cómo y bien calentitos
consolar el dolor de una Ñuque? dejar a tus hijitos.
Una idea se formó en su cabeza. Una
idea tan fuerte como para hacerla dejar su La frazadita que tejió la Rerre fue muy
rutina cotidiana y ponerse a tejer. útil. Sirvió para más que calentar el nido y
Este gesto espontáneo de la Rerre pro- proteger a los pichones de las distracciones

60 61
de la Carupotro. Sirvió para comenzar una único que se le ocurrió fue ofrecerse a cui-
amistad. dar los huevos de su amiga, a vigilarlos
La Ñuque Carupotro colocó la frazadita cada vez que Rerre quisiera picotear los
sobre sus huevos congelados y el calor les árboles un ratito más del horario previsto.
devolvió la vida. Esa primavera, los po- La Ñuque Rerre no supo qué contestar,
lluelos de la Carupotro, potrillitos verdes, porque, ¿ cómo confiar sus hijos a alguien
piaron, como nunca. tan despistado?
Su mamá estaba tan agradecida que no Pero una corazonada la hizo aceptar el
sabía cómo hacer para demostrarlo. Lo ofrecimiento de su nueva amiga.
La Rerre ya no necesita ser tan estricta
con sus obligaciones. Ahora, hay veces que
se da el lujo de distraerse picoteando, segu-
ra de que sus hijos estarán bien cuidados.
Los vecinos ya no miden sus horarios
con ella. Cada uno se regula su propio
tiempo.
Y ahora es la Ñuque Carupotro quien
anuncia la llegada de la primavera con pre-
cisos trinos que suenan a alegres relinchos:

Cada uno en su nido


oiga mis clamores.
De esta historia aprenda
que un bien compartido
nos hace mejores
y forja leyendas ...

62 63
Vocabulario

Carupotro: potro verde de Carü. Ave anun-


ciadora de la primavera.

Ñuque: madre. La leyenda del chonchón


Rerre: pájaro carpintero (picua magalla- y otras aves
nicus ). (Patagonia)

El viajero parte. Avanza con apuro, pero


hace su camino vigilando. Es que no se le
escapa que cerca de él está aleteando un
pájaro de pecho blanco.

Si el pájaro es un ñamco es de vital im-


portancia que se fije hacia dónde empren-
de el vuelo.

¡Qué desgracia! [Era un ñamco, nomás,


y tomó para la izquierda! El viajero no tie-
ne otra posibilidad más que retornar a su
punto de origen. El viaje ya no es propicio.
Si decide seguir adelante seguro que ten-
drá desgracias. Así que el hombre vuelve.
64
Reemprende el camino al día siguiente trancos el sendero que ya abandonó dos
y nada especial sucede durante la camina- veces.
ta hasta que llega la noche. Pero cuando
Marcha con rapidez hasta el momento
ya el viajero está buscando dónde descan-
sar unas horas, el cielo estrellado se entur- en que una pequeña ave comienza a volar
a su izquierda. El pájaro canta con ásperos
bia con el grito de un zorro.
gorjeos. Es un chucao y su tono desapaci-
¡Ay no! [No es un zorro! ¡Es peor y esca- ble anuncia al mismo tiempo contratiem-
lofriante! El grito ha provenido de una gar- pos y lluvias.
za nocturna, un guarivaro.
El viajero emprende el obligado regre-
El viajero regresa corriendo por el mis- so. Llega al lugar de donde salió persegui-
mo sendero por donde ha venido. No se do por la tormenta que anunció el chucao y
detendrá hasta encontrar refugio en el mis- atacado por los árboles que los rayos par-
mo lugar de donde partió. Evidentemente, ten a su paso.
ese no es el momento mejor para hacer el
Al otro día, volverá a partir. Está deci-
viaje, dado que los augurios están en con-
dido a no dejarse amedrentar por nada y
tra. Él sabe que el guarivaro lleva el alma
asegura a los que se encuentran cerca que
de un brujo y que es imposible continuar
ningún presagio lo detendrá. Aunque pa-
tranquilo con el aviso de esa aparición mal-
dita. ¡No hay otro remedio que escaparse! ra eso tenga que abstenerse de mirar el
cielo y deba cerrar sus oídos a los sonidos
La mañana siguiente amanece nublada. de la naturaleza.
Apostando a que ese día no lloverá, cada
Para impedirse la vuelta, para no tener
vez más atrasado, el viajero inicia su reco-
que avergonzarse ante nadie, para quemar
rrido atravesando nuevamente a grandes
sus naves, asegura esa noche a los que lo

66 67
despiden que él no es supersticioso. Pru-
dente, sí. Supersticioso, nunca. Por eso
repite:

-Ningún presagio me detendrá.


Lo siguiente que sucede es que el viaje-
ro avanza sin querer escuchar a otra ave
que de pronto vuela cerca de él. Es el pidel
que siempre anuncia lluvia. Después de
todo, al hombre lo están esperando para
un casamiento. No puede retrasarse más, Pero la lluvia que anunció el pidel cae,
porque es el suyo propio. ¿ Qué hará la no- ¡y cómo! Así, el viajero, perdido en la tor-
via si no acude a tiempo? menta, llega a vivir la noche más horrible
de su vida. Los rayos lo acosan, por eso
busca refugio en una cueva. ¡ Y no va a ele-
gir una salamanca, el lugar donde se reú-
nen las brujas!

Ya antes de entrar, el viajero se da cuen-


ta del error que está por cometer. Es cuan-
do se le cruza una aparición y siente un es-
calofrío al ver una bruja desgreñada que
pasa sin verlo.
"¡Una calchona!", quiere gritar el hom-

,+ bre, porque le ve las crenchas despeinadas,

I
' 69
las calchas largas de oveja. Pero se muerde veces, para no perderse detalle, la cabeza
el grito. de la bruja se separa del cuerpo y, flotando,
se acerca a él. Las orejas de la cabeza flo-
Ella no lo descubre. Sin verlo se trans-
tante comienzan a agrandarse, como si así
forma en una perra lanuda que se pierde
tristemente en la tormenta. pudieran oír mejor. Las orejas crecen de
forma particular, hasta convertirse en alas.
El viajero cree que podría escapar del ne-
La cabeza flotante de la bruja se sigue
fasto lugar retrocediendo sin que nadie lo
transformando hasta convertirse en pájaro,
advierta. Sin embargo, lo han visto. Un chi-
un aterrorizante chonchón que grita "Tué"
vato que está en la entrada lo empuja hacia
"Tué". El ave parece un caburé con atribu-
el interior y lo hace pasar a las profundida-
tos de realeza porque ejerce gran poder so-
des donde un grupo de seres malignos se
bre todos los de la salamanca, y basta que
presentan ante su vista y lo saludan con
ella grite para que los otros callen.
afecto. Parecieran estar esperándolo.
Cada vez que el chonchón abre el pico,
Para su sorpresa, en la salamanca lo re-
el viajero tiembla. Conoce lo que dicen las
ciben como a uno de ellos. Le preguntan
antiguas creencias. Si el chonchón ríe, ha-
sobre el camino, quieren saber por qué se
retrasó. brá llegado la hora de su muerte. Pero si el
chonchón canta, entonces él se casará.
Una bruja, más que otras, se destaca por
El chonchón canta, paralizando de pá-
su curiosidad. No escucha bien porque a
nico al viajero. De algún modo misterioso
cada rato pregunta a los gritos: -¿Tú hicis-
el hombre comprende que para eso se han
te qué? ¿Tú hiciste qué?
reunido brujos y brujas: a celebrar su casa-
Aunque él repite sus peripecias varias miento con una de ellos.

70 71
El viajero comienza a recitar conjuros y cada vez más dulce. Así llegará a tiempo a
a rezar para evitar que la pesadilla conti- la boda. Ni siquiera lo vence el cansancio
núe. Y despierta. Se encuentra en su cama, porque un fuerte viento a favor lo acom-
en el lugar desde donde debe partir. paña en el último trecho, empujándolo ha-
cia adelante.
Todo ha sido un sueño, nada más que
un sueño. Un mal sueño nacido del miedo ' Todos lo están esperando. La ceremonia
de no llegar a tiempo a su boda. Porque si va a comenzar pero el viento que lo ha em-
otra vez las aves presagian un mal cami- pujado hasta allí no deja de soplar. Vuela
no: ¿quién sabe si llegará? los manteles y despeina a la novia.
¡Qué rara está! El viento le ha hecho
El hombre reanuda la marcha por cuar- caer el cabello sobre la cara. Mechones
ta vez. Y se le aparece nuevamente al ave chuzos, como calchas de oveja, caen sobre
parda de pecho blanco. Esta vez, el ñamco su frente.
vuela hacia la derecha anunciando que to-
do saldrá bien. Además, el viajero encuen- Pero ahora el viento cambia, sopla en
tra un amuleto poderoso. Está hecho de dirección contraria. El cabello de su novia
vómito de ñamco, lana y pelos, ¡la suerte es echado hacia atrás, despejando su ros-
está asegurada! tro y dejando al descubierto sus orejas.
Unos kilómetros más adelante lo sobre-
El viajero nunca había visto las orejas
vuela un chucao, que también enfila hacia
de su novia. Siempre se las cubría con sus
la derecha. El hombre sonríe y prosigue.
peinados y era entendible, porque son
Sabe que al volar hacia la derecha el ave
enormes. El viajero jamás se había dado
ha anunciado felicidad.
cuenta de que las orejas de su novia tenían
El viajero sigue su camino que se le hace forma de alas.

72 73
Y mientras el viento continúa soplando
con una fiereza nunca vista, el viajero, he-
chizado, atónito, ve cómo la cabeza de su
novia se desprende del cuello y comienza
a flotar hacia él.
La leyenda del ñandú
(mocoví, Formosa, Chaco)

¡Ahí va el joven indio Nemec! ¡Ahí va el


ñandú!
Nemec va escondido, el ñandú va a ca-
rrera abierta.
Nemec lo persigue, siempre a distancia,
una distancia que no puede acortar.
Hace tanto que Nemec persigue al ñan-
dú que ya no desea alcanzarlo.
El cazador admira a su presa.
Admira su rapidez, la gracia para co-
rrer, sus fabulosas plumas.
Sus lamentablemente fabulosas plumas ...
Porque por ellas lo persigue Nemec.
El jefe de la tribu las necesita para reno-
var su tocado.
Cuanto más bellas plumas de ñandú Pero ahora la tribu está lejos, los que es-
tenga en el tocado, más demostrará el jefe tán cercanos son sus recuerdos.
su poder. Lejanas y cercanas estrellas. Lejana y
Y con esa misión ha enviado el jefe a cercana tribu. Lejano y cercano ñandú que
Nemec. Conseguir plumas de ñandú para corre delante de Nemec, bajo el cielo de
un tocado nuevo. estrellas.
Ahora están la presa y el cazador vi- N emec piensa que nunca va a alcanzar
viendo el drama. Uno delante del otro, co- a ese ñandú, por lo tanto nunca va a regre-
rriendo bajo la noche con más estrellas sar a su tribu.
que haya conocido el mundo en toda su Él tiene la fama de cazador y su orgullo.
historia. No puede regresar con las manos vacías.
O por lo menos eso piensa Neme c. Esa noche estrellada va a durar para
Pero él no puede distraerse contemplan- siempre, piensa Nemec. Con el ñandú y él
do cada estrella, como hace cuando está en corriendo como parte del paisaje.
la tribu. Nemec siente un gran agotamiento, co-
En la noches de la tribu, él bautiza las rre más lento y se asombra de que la dis-
estrellas con nombres inventados. tancia entre él y su presa no se haga más
En el cielo de la tribu, él puede unir una ancha.
estrella con otra y descubrir qué animal se En verdad, la distancia entre ambos se
dibuja con ellas de vértices. está acortando.
En la hora de sueño de la tribu, él puede Nemec comprende que llegó el final. El
bostezar bajo las estrellas y abrir grande la ñandú también está cansado.
boca como para tragarse alguna, haciendo El joven indio prepara su arma sin con-
reír a su hermano más chico. vencerse de que en unos instantes, esa ca-

76 77
rrera que duró un tiempo sin tiempo, con-
cluya cruelmente.
Pero el ñandú hace su último gesto de
maravilla. Levanta vuelo.
El milagro persiste. Aunque no es su
naturaleza surcar las alturas, el ñandú as-
ciende, con facilidad, hacia lo más alto, se
remonta hasta el firmamento y se mezcla
con las estrellas.
Nemec sigue corriendo y alza sus bra-
zos como para elevarse también.
Nada sucede.
Excepto que en el cielo hay una conste-
lación nueva.
Nemec no sabe que cuando regrese a su
tribu, su fama resplandecerá. Ni siquiera
lo imagina mientras marcha derrotado pe-
ro a la vez con alivio.
En la tribu dirán que el único modo en
que puede una presa escaparse de seme-
jante cazador es desaparecer en el cielo,
porque en la Tierra, Nemec no da tregua a
nadie.
Y gracias a él, contarán sus nietos y los
nietos de sus nietos, ahora existe la Cruz
del Sur.
78
La Cruz del Sur es ese ñandú inalcanza-
ble que perseguimos todos los que vivimos
bajo su luz.
Una luz tan lejana como las estrellas y
tan cercana como el cielo de nuestra casa.
La leyenda del ñanduty
(guaraní)

Hay historias que se van tejiendo por ca-


sualidad.
Primero un hilo de la trama, luego otro,
se cruzan y se enredan formando un rico
dibujo donde antes no había nada.
Fue por casualidad que este muchacho
indio anduviera cerca del río esa tarde.
Quería acortar camino, buscar un atajo al
sendero acostumbrado que lo llevaba a su
casa.
Y ese es nuestro primer hilo de la trama.
La consecuencia de esa decisión, de ese
cambio de ruta, fue pasar cerca de una
hermosa india joven que, al verlo, salió co-
rriendo.

80
Este es nuestro segundo hilo. El que se Quiere evitar un nuevo encuentro a cau-
entretejerá con el primero. sa de su enorme timidez, que hasta ahora
Y aquí viene el lazo inicial de la historia: la mantuvo aislada de cualquier posible
el muchacho queda prendado, anudado, a enamorado.
la imagen de la joven. Pero aunque no quiera reconocerlo, ni
Se enamora. Aunque pasan los días y siquiera a sí misma, ese encuentro casual
las noches insomnes, no puede olvidar su no se borró de su mente.
imagen. Y ese es otro lazo de la trama.
En realidad, en el momento que se cru- Que ahora parece un tejido abierto, muy
zaron y a pesar de la ayuda de la Luna, no abierto, de puro desencuentro.
es mucho lo que ha podido ver de la jo- Sin embargo, en este entramado los hi-
ven. Sin embargo su recuerdo persiste. los no descansan.
Por eso, días más tarde, al confesar el Se cruzan, unos a otros, por casualidad.
secreto de ese encuentro a su preocupada Así es como una noche, el muchacho ca-
madre, no puede describir con palabras mina por un sendero que ella acaba de
sencillas qué es lo que le atrajo tanto de la surcar, apenas algunos minutos antes.
muchacha. Y la percibe. No sabe cómo, pero está
Terminará diciendo que ella le gustó seguro de que ella anduvo por ahí.
porque, al huir, su ropa se movía levemen- Al regreso, le contará a su madre:
te pero con rapidez, y que aún corriendo, -Sentí como un roce, una caricia fresca.
la joven se deslizaba. No sé qué fue. Puede que la brisa de la no-
Dirá que parecía aérea. che. Pero la sentí, sentí que ella estaba cer-
En el telar de esta historia, un hilo avan- ca de mí.
za, se enlaza, el otro retrocede. El tiempo pasa, el tiempo es capaz de
Porque por su parte, la joven decide no aflojar y deshacer los entramados del te-
volver a acercarse al río. jido más cerrado.
82 83
Pero no los sentimientos del muchacho, mujer que enamoró a mi hijo! Y tal vez lo
que entristece y padece con cada nuevo sea ... -piensa la mujer.
día. Su madre ya no puede con la congoja No es su único pensamiento. De regre-
de no saber qué hacer para consolarlo o so al hogar, un enmarañado nudo de pre-
para ayudarlo a que la encuentre. guntas y respuestas pasan por su cabeza.
Ella también comienza a buscar a la mis- -¿Pero qué regalo fabuloso podría ha-
teriosa joven. cerle mi hijo para conquistarla? ¡No tene-
Un día, en una de sus búsquedas, por mos nada para darle! ¿Será ella? ¿Cómo la
casualidad, se entera de que el cacique de describió? Dijo que era aérea.
una tribu cercana quiere casar a su hija. Mientras la madre piensa, otros seres
Aquí se ajusta el lazo. tejen otros hilos que se enredarán en los
Quien pretenda postularse como novio que ya están tendidos.
deberá traer un regalo único, nunca visto. Casualmente pasa bajo un árbol donde
El que traiga el mejor regalo de todos una araña teje su tela, y el paso de la brisa
será el elegido. la mueve lentamente.
La madre del joven quiere conocer a la
hija del cacique. Tal vez, esta muchacha le
haga olvidar a su hijo aquella otra, a quien
apenas vio por un momento.
Busca cómo encontrarla y al hacerlo, no
se decepciona. Ve ante sí a una joven de
aparente fragilidad, de trato delicado, has-
ta tímido. Pero adivina en ella una gran
fuerza interna.
-¡Cómo me gustaría que esta fuera la

84
La mujer se detiene a contemplar el tra- -¿Que lleve qué?
bajo de la araña, admira su obra, fuerte, fir- -Este chal de ñanduty, de tela de araña.
me, pero de gran delicadeza. Ve que la tela, -Pero, ¿para qué? -pregunta azorado el
leve, aérea, roza a los que pasan distraídos ... joven.
La mujer corre a la casa porque se le ha -No preguntes y apurate a llevarlo -res-
ocurrido una idea y no puede esperar pa- ponde la madre. Sabe que si le dice a su hi-
ra llevarla a cabo. jo por qué tiene que llevar el chal, se negará.
Teje entonces un chal con ese tejido que El joven obedece. Sin saber para qué en-
ha aprendido de la araña. trega el chal. El jefe lo pone en una pila,
Al concluirlo, se lo entrega a su hijo, junto a otros regalos.
mientras le dice: Aparece, entonces, su hija, y al ver el
-Llevale este chal de ñanduty al jefe de ñanduty, lo elige entre todos.
la tribu vecina. Se envuelve en él, como si se envolviera
en la mirada amorosa del muchacho que
se le cruzó en el río.
Todavía no ha visto al joven que inme-
diatamente la reconoce. Cuando lo ve, el
jefe se da cuenta de que su hija ha elegido.
Y se celebra la boda.
Así concluye el entramado de esta histo-
ria, sobre dos enamorados enlazados por
varios hilos de amor conspirando para
unirlos en un mismo tejido.

87
La Leyenda del Carayá
(guaraní � Corrientes)

Si hay algo que me gusta, pero me gusta de


verdad, es subirme a un árbol frutal y tre-
pado a las ramas, sin que nadie me vea, co-
merme toda las frutas frescas que pueda.

Amo los árboles que rodean la laguna


del Iberá, el sapirangih, el yatay, amo los
juncos. Siempre los sentí como mi hogar,
aún más que a mi propia tribu. En la tribu
me sentía infeliz. Todos se burlaban de mí
y de mis miedos.

Porque a mí el miedo se me notaba.


Temblaba, me paralizaba, me ponía rojo y
blanco y verde. Se me paraban los pelos, No me hubiera importado vivir en la
me castañeteaban los dientes, me quedaba misma zona que el yaguareté, que el agua-
sin saliva, me descomponía. En fin, por rá, que las víboras, los zorros, la yarará cu-
más que quisiera disimular nadie dejaba zú, la ñacaniná o el gato montés siempre y
de enterarse de que ciertos animales me cuando estos animales no mordieran o só-
daban pánico. lo comieran hierbas.

Pero me molestaba que esas bestias me


miraran como comida. Y que quisieran sor-
prenderme cuando mejor la estaba pasan-
do. Que era en el momento que corría o me
trepaba a un árbol.

Yo no tenia cómo defenderme de los


ataques de esas fieras. Siempre fui pacífi-
co por naturaleza y pequeño por físico. Mi
agilidad sólo servía para escapar más rá-
pidamente.

Mi mente miedosa nunca me iba a per-


mitir enfrentarlos. Mi cuerpo nunca me
iba a permitir vencerlos.

Así que estaba destinado a sufrir. En la


tribu, por las burlas. En la soledad del
monte, por el miedo.

91
Pero un día se me ocurrió consultar al El brujo preparó sus menjunjes, recitó
nuevo hechicero de mi tribu para que me sus fórmulas, invocó a quien había que in-
diera un amuleto contra estos animales. vocar.

Al verme, me dijo: Aunque parezca extraño, dados misan-


tecedentes, yo no tenía miedo.
-Ya sé lo que buscas, Carayá. Un hechi-
zo para el amor. La fórmula que recitaba el brujo comen-
zó a dar resultado. De pronto, me sentí dis-
-No -le respondí-. Un ... tinto. Pero no muy diferente. Era como si
- .. .Yuyo para el dolor de panza -dijo-. los aspectos más destacados de mi perso-
Lo adiviné enseguida. nalidad se hubieran hecho más notables.

-Para nada. Necesito ... Estaba más ágil, más pequeño, más ju-
guetón. Tenía unas ganas terribles de su-
-Una fórmula que te proteja en batalla. birme a los árboles y comer frutos desde
las ramas más escondidas.
Estuvimos así un largo rato, yo tratando
de hablar, él interrumpiendo y equivocán- Y con la voz chillona que siempre tuve,
dose. Había ido a consultarlo a la mañana ahora aullaba de alegría.
y recién cuando el sol se fue, me dejó con-
tarle lo que quería. Tengo que reconocer que, gracias al he-
chizo, me convertí en un mono. Pero no
Mi pedido lo sorprendió. Pero me dijo un mono figurado. Un mono de verdad,
que el brujo anterior le había enseñado con cara negra, pelo duro y larga cola.
ciertas magias especiales, y si él no recor-
daba mal, una de ellas podía ser la que Pero conservé mi nombre, Carayá.
necesitaba.

92 93
Y ahora vivo como siempre quise vivir
y convivo con los que antes consideré mis
enemigos más terribles, como si fuera un
igual.

Es verdad. Ahora soy un animal igual La leyenda del hornero


que lo son ellos, pero sigo teniendo algo (guaraní)
de humano.

Debe ser por eso que, todavía, a esas fie-


ras no me les acerco.

Todos conocen esta historia que ya se ha


hecho leyenda. Pero nadie puede contarla
como yo, que conocí a los protagonistas y
fui testigo de los hechos más notables.
Sin embargo, por más que me pregunte,
yo no me voy a apartar de la versión cono-
cida por todos. No espere de mí ninguna
Vocabulario revelación trascendental porque no la ten-
Ñacaniná: serpiente. drá.
Esto sucedió hace muchos años, en nues-
Sapirangih: árbol que hunde las raíces tra tribu, cuando estaban vivos muchos de
en el agua. los que ya se fueron. En ese tiempo había
un grupo de amigos de la misma edad, en-
Yatay: palmera.
tre los que se encontraba Yahé.

94
¿Qué puedo contar de Yahé? triunfar, el otro quería desesperadamente
Que era tímido, fuerte y sincero. No hay perder todas las pruebas.
más que agregar porque aquí coincido con Yo quería ganar. A toda costa. Hacía años
lo que cuenta la mayoría. Pero aclaro algo que amaba a la hija del Cacique y ella, secre-
que ninguno dice, tal vez porque no es im- tamente, me amaba a mí.
portante para ellos: Yahé era mi mejor Yahé quería perder porque amaba a
amigo. otra; una muchacha llamada Ipona que no
Si quiere saber qué edad teníamos en- era de nuestra tribu.
tonces, piense que ya habíamos llegado al Yahé la había escuchado cantar la pri-
tiempo de pasar las pruebas que exigía la mavera pasada, en uno de sus paseos soli-
tradición de la tribu para convertirnos en tarios por las orillas del río Paraguay. La
hombres. escuchó pero no la vio.
No puedo decir que esas pruebas nos Debe haber sido divertido el encuentro
provocaran miedo, pero estábamos preo- entre ellos, porque Yahé se acercó al lugar
cupados. de donde provenía el sonido, también can-
Especialmente por el premio: quien ga- tando.
nara las competencias se iba a casar con la Ipona no se intimidó. Le respondió con
hija del Cacique. variaciones sobre la misma melodía.
Nuevamente debo aclarar algo: Yahé no Avanzaron uno hacia otro hasta encon-
sólo era mi mejor amigo, también era mi trarse, siempre canturreando. Entonces de-
rival. tuvieron su andar, pero no sus sonidos, por-
Había otros que competían, pero Yahé y que espontáneamente formaron un dúo.
yo éramos los que teníamos más posibili- Después ambos decían que lo de ellos
dades de ganar. no fue amor a primera vista, sino a prime-
Y mientras uno estaba motivado para ra oída.

96 97
Yahé me contó que una de las cosas que donde yo estaba tirado, recuperando fuer-
más le gustaron de Ipona era que cantaba zas. La siguiente prueba era nadar en el
como un pájaro. No sólo por su bonita río, y para nadar, a Yahé no había quién lo
voz, sino porque al cantar levantaba la ca- superara, a excepción de mí mismo. Eso,
beza y sacaba pecho. siempre y cuando estuviera en mejores con-
Yo no le hice ningún comentario, pero diciones físicas que él y no con las que ha-
hasta en eso se parecían. Él también erara- bía quedado después de la carrera.
ro para cantar. Hacía algo con el cuello: lo Otra vez el vencedor fue Yahé y otra vez
estiraba demasiado, además de dejar los yo jadeé detrás de él, acosando cada uno
brazos colgados y sacar la cola para afuera. de sus movimientos, pero sin alcanzarlo.
El tema era que debíamos participar en Quedaba la última prueba. Ipona, la hija
esas pruebas. Yahé y yo enfrentados en un del Cacique, Yahé y yo estábamos desespe-
cuerpo a cuerpo. rados. Pero a la vez, teníamos un rayo de
i Y ni soñar con que él intentara perder a
propósito! ¡Mucho menos que yo le pidie-
ra esa clase de favor!
En principio, porque yo tenía confianza
en mis propios méritos. Me veía ganador.
Después, porque Yahé era incapaz de
disimular o mentir en lo más mínimo.
La primera competición era una carre-
ra. Ya me veía recibiendo las felicitaciones,
porque siempre fui el más rápido.
El vencedor fue Yahé, Salí segundo.
Confieso que se me vino el alma al piso,

98
esperanza. Creíamos que no iba lograr su- acostado nueve días, completamente in-
perarla. Que no iba a aguantar ni dos días, móvil.
¡qué digo dos días! ¡Ni dos horas seguidas! Él era de naturaleza inquieta. Vivía mo-
Me explico: solamente Yahé, corno úni- viéndose de aquí para allá, haciendo cosas
co ganador de las primeras pruebas, debía con las manos, construyendo, trabajando,
quedar encerrado en una bolsa de cuero, divirtiéndose.
durante nueve días sin comida. Esa prueba era, especialmente para él,
Ese no era su fuerte. una tortura.
¿Quién iba a apostar por él? Los que lo ¡Nueve días sin comer! ¿Quién podía
conocíamos no nos figurábamos a Yahé, imaginar a Yahé sin picotear algo de comi-
da a cada rato?
Pero sucedió el milagro. El milagro que
dio inicio a la leyenda.
Habían pasado más de nueve días, cuan-
do por fin, gracias a nuestros reclamos, el
Cacique se acordó de sacarlo de la bolsa.
Y en el preciso momento en que fuimos a
buscarlo fue cuando Yahé voló. Se transfor-
mó delante de nosotros en un pájaro ma-
rrón, uno que nunca antes habíamos visto y
que ahora todos conocen como el hornero.
Pero en ese momento se alejó cantando.
Antes de perderlo de vista oímos que su
compañera le contestaba, haciendo un dúo
con él.

101
Porque también, desde ese día, no se a decirme que el jefe y yo inventamos la
supo más de Ipona. leyenda del hornero porque cuando fui-
Esa es la leyenda. La verdad, la que re- mos a buscar a Yahé, él estaba muerto.
cogen todos los que la cuentan, por su- Fue uno solo. Le repito que la historia
puesto, sin mencionar mi nombre, porque más conocida es, por cierto, la única ver-
yo no hice nada milagroso. dadera.
Mi vida siguió siendo tan sencilla como Ese que vino también tenía su teoría:
hasta ahora. me dijo que el jefe dejó demasiado tiempo
Es cierto, me casé con la hija del jefe, a Yahé sin agua y sin comida y que, al ver-
pero no por eso usted puede suponer que lo muerto, quiso tapar su descuido. Y que
yo preparé algún tipo de trampa engaña- yo lo hice por maldad, para poder tener a
bobos. la mujer que tantos años estuvo a mi lado.
¡De ninguna manera voy a aceptar lo También dijo que de Ipona no se supo
que está diciendo! ¡Cómo va a pensar más en la región porque no pudo soportar
que Ipona, mi esposa, Yahé y yo haya- la tristeza de la desaparición de Yahé y se
mos escondido, sin que nadie nos viera, marchó.
un hornero en la bolsa, reemplazando a Le voy a responder una sola cosa:
mi amigo! Los hechos son como los escuchó, es di-
¡Si ese pajarito nunca había existido! fícil de aceptar, pero los milagros existen.
[Nadie lo conocía! ¿No le digo que si us- Sin embargo, la mayoría de la gente lo
ted los ve cantar se va a dar cuenta de que entiende, y acepta esta historia como tan-
cantan igual que como lo hacían Ipona y tas, en las que alguien desesperado es sal-
Yahé? vado por la intervención divina.
Aparte, no se crea muy original. Yo estoy tranquilo con mi conciencia y fe-
Alguna vez, hace tiempo, alguien vino liz con el canto de mis amigos que siempre

102 103
volaron un poco más alto que yo y todavía
siguen haciendo lo mismo.
Ahora, usted es enteramente libre de
creer lo que quiera ...
La leyenda del fuego
( chiriguana , Formosa)

Al principio fueron unas pequeñas gotas.


Podía pensarse que de una nube pasajera.
Después, fue una lluvia. Una lluvia po-
derosa, de esas que anuncian que no van a
terminar nunca.
El cielo se volvió acabadamente gris os-
curo. Cuando llegó la noche, nada cambió.
La misma oscuridad, la misma pelea en el
cielo retumbando en la tierra.
Siguió lloviendo al otro día y a la noche
y al día siguiente. Y así, por un tiempo in-
terminable donde amaneceres y ocasos se
esfumaron transformados en un crepúscu-
lo parejamente húmedo, caprichoso e im-
posible.

104
Los animales se habían escondido con garles con el pensamiento una vida que
la primera llovizna, pero los hombres más continuara allí, bajo el agua.
jóvenes intentaron llevar una vida normal. Parecían haber desaparecido como si no
Por lo menos los primeros días. hubieran existido nunca.
Y tuvieron que desistir. En realidad, parecían haberse diluido.
Seguía lloviendo y relampagueando y Tal vez porque la imaginación también se
tronando con la misma furia, sin amainar. desleía, aguada en lluvia.
Arroyos, lagos, ríos se abultaron y recar- Cualquier ser que sobreviviera bajo la
garon y explotaron, derramándose sobre tormenta debía sentirse como un charco sin
los terrenos, las viviendas, las personas,
los escondidos animales.
Los que pudieron treparon a las eleva-
ciones. Lo hicieron sintiendo cómo el ba-
rro cedía bajo sus pies.
Los que ascendieron a un árbol vieron,
en agonía, cómo el agua iba subiendo,
hasta taparlos.
Se hundieron, casi todo se hundió.
Y siguió lloviendo.
Al cabo de tanto tiempo ya no fue posi-
ble entibiarse ni con el recuerdo del sol.
Ni siquiera pensar en las cosas sumergi-
das podía rescatarlas del olvido en que se
habían hundido. No había forma de otor-

106
forma, derramado en una tiniebla acuosa e Pero saber que años después ya ni re-
infinita. cordaban el diluvio más que con un estre-
Pero en tanta monotonía inerte alguien mecimiento leve provocado por la caída
quedaba vivo. del primer rayo o el ruido del primer true-
Dos indiecitos, uno varón, otra mujer, no que anunciaba la tormenta, hace pen-
resistían en un lugar extrañamente prote- sar que eran muy, muy pequeños.
gido de la lluvia. Aunque tal vez los indiecitos no recor-
Y quedaba vivo, cumpliendo una mi- daran porque esa lluvia desmedida cayó
sión, un sapo en un pozo, también como para llevarse muchas cosas malas, doloro-
los indiecitos, milagrosamente protegido sas o molestas. Para lavarlas.
de la lluvia. Y que el generoso sol que apareció des-
Y tal vez alguien o algo más. pués, se ocupó de evaporar efectivamente
No sé cuándo, pero un día, paró de llover los restos de las aguas sucias.
de golpe. El sol apareció tan normalmente Ahora volvamos al momento en que el
como si jamás se hubiera ido, revelando sol volvía a poner las cosas en su lugar.
crudamente la devastación que había Ahí, todavía, el sapo no había cumplido
provocado el diluvio. la última parte de su misión.
No se puede determinar qué edad te- Le había sido encomendada cuando se
nían los pequeños sobrevivientes en ese hicieron sentir las primeras gotas.
momento. Cuando entre truenos, se le apareció
Porque al verse solos, no lloraron ni se una india bajita, de cabeza y pies grandes,
desesperaron. Inmediatamente se pusie- la cara tapada por un sombrero de ala muy
ron a buscar juntos refugio y comida. ancha.
Esa acción hace pensar que eran madu- El sapo la reconoció nomás al verla. Era
ros. la Gran Madre, la Pachamama.

108 109
Buscó con la vista al perro negro que -Protege el fuego de la inundación. No
siempre la acompañaba. Estaba ahí. dejes que se apague.
Todo lo que decían de ella estaba ahí. El sapo cerró la boca y la vio irse entre ra-
Los petacones de cuero que seguramente yos, aún emocionado.
en su interior tendrían oro y plata. El lazo Aguantó así, protegiendo entre las man-
de víbora. díbulas los carbones encendidos durante
El sapo abrió la boca para saludarla. Pe- cada segundo de la inundación. Los carbo-
ro la Pachamama no lo dejó. Le metió en- nes no se apagaban ni se consumían. Su
tre las quijadas unos carbones encendidos propia respiración los avivaba.
y le dijo: Y cuando el sol se dejó ver, por fin, el sa-
po nadó y saltó hasta dar con los indiecitos.
Estos estaban tiritando en un lugar seco.
El sapo dejó su carga sobre unas rami-
tas, cerca de ellos. El fuego se encendió
enseguida.
Los pequeños se acercaron a calentarse.
Con el tiempo, también aprendieron a asar
en el fuego sus alimentos.
Los días se sucedieron, cambiantes, y to-
do lo que nació después de las lluvias fue
creciendo.
Como el amor de los indiecitos que cre-
ció con ellos.
Con el tiempo se unieron en matrimo-
nio ante las leyes del cielo y formaron una

111
enorme familia, fueron origen de la tribu
de los chiriguanos.
Una tribu que no recuerda lo que quie-
re olvidar.
Y no olvida lo que quiere guardar para
La leyenda del Ombú
siempre en la memoria.
Como esta leyenda ... (pampa � Buenos Aires)

En la Pampa fértil, sembrar maíz puede


ser una fiesta. Sobre todo si es la primera
vez que se siembra.

La tribu entera está pendiente de los


sembradíos. Siempre hay alguien contro-
lando el estado de la tierra, espiando a ver
si despunta alguna hojita nueva.

La vida de sus habitantes gira en torno


del plantío. Cada amanecer es en lo pri-
mero que piensan y cada anochecer, lo úl-
timo de lo que hablan.

Sólo la guerra puede acaparar tanto la

112
atención de los hombres. Y sólo la guerra Y de amor se trata este encargo que le
la roba de las plantas. dejó su esposo. De amor a su tribu. De que
no sufran de hambre nunca más.
La guerra siempre roba. Roba hombres,
vidas. Se los lleva a todos. En la toldería Por eso, Ombí se ocupará del maíz día y
sólo quedan mujeres y niños. noche obteniendo así que las plantas crez-
can sanamente.
El jefe, antes de irse, le ha dicho a Om-
bí, su mujer: Hasta que una gran sequía las deja sin
agua ni sombra. Casi todo el maizal se
-Cuida las plantas de maíz. Te dejo a
quema bajo los rayos implacables.
cargo.
Sólo una plantita sobrevive cuidada por
Ombí asiente con la cabeza. No abre la Ombí con su vida.
boca porque no es mujer de muchas pa-
labras.

Ese gesto, en ella, vale como un jura-


mento. Ombí es hosca hasta con su fami-
lia. Le gustaría poder demostrarles cuánto
los quiere, ser más cariñosa. Pero no sabe.

Tampoco sabe que su familia se da cuen-


ta de sus sentimientos, porque sin hablar,
con gestos, se las ha arreglado para cobijar
a todos bajo su amor.

114
Por más que la busquen para que se a decirle lo que él tampoco nunca antes pu-
proteja del sol, Ombí pennanece sobre ella do decirle.
haciendo sombra. La refresca con su alien-
Hasta que comprenda, que en realidad,
to, la riega con su propia ración de agua.
no hace falta.
Incluso le habla.

Le cuenta a la planta lo que nunca le ha


dicho a nadie. Sus sentimientos, sus sue-
ños, la necesidad que tiene la tribu de ali-
mento, la desesperación por no tener noti-
cias de su marido.

Su alma maternal se ensancha, para cu-


brirla más. Un viento fuerte comienza a
soplar y Ombí se enraíza a la tierra para
no apartarse de la planta.

Así la encuentran los indios, transfor-


mada en una hierba gigante que se con-
funde con un árbol. El cabello enmaraña-
do hecho copa. Silenciosa pero diciéndolo
todo con su gesto de amparo.
Cuando el jefe regrese, el maíz ya esta-
rá crecido, pero a él no le importará.

Irá a llorar a la sombra de su amada. Irá

116 117
Leyenda del Delta del Paraná
(timbú , Buenos Aires)

Suele suceder que los hijos no sean lo que


sus padres esperan de ellos.
Suele suceder que se rebelen y se opon-
gan al destino que les trazaron sin consultar.
Suele suceder que padres e hijos no se-
pan cómo expresar que sus desacuerdos
no tienen por qué ser entendidos como
desamor.
Esto pasa ahora y pasó siempre.
Un padre científico puede tener una hi-
ja que practique magia. Y viceversa. Una
madre que no le guste respetar reglas, a
un hijo juez. Y viceversa.
No es nada extraño ver a hijos de solda-
dos convertirse en pacifistas. Ni tampoco
es extraño saber que estas confrontacio- Su hijo parecía odiar todo lo que él más
nes vienen sucediendo desde hace cientos valoraba.
de años. Si al jefe le gustaba guerrear, Junco
Esta en particular, aconteció antes de la amaba la paz. Si el jefe estaba acostumbra-
llegada de los españoles al territorio ar- do a dar órdenes, Junco pedía las cosas
gentino, en la tribu de los indios timbúes, por favor y las hacía por sí mismo, para no
a orillas del río Paraná. tener que molestar a nadie.
Es aquí donde se produjo el gran enfren- Junco no tenía horarios porque no le im-
tamiento entre un jefe y su hijo, a quien lla- portaban los compromisos. El jefe se ocu-
maremos Junco. paba de la tribu y de todas las obligaciones
¿Qué esperaba el jefe de su hijo? que esta significaba, con rigurosidad.
Que guerreara como él. Que ejerciera la El hombre sentía que su madurez le
autoridad, igual que él. Lo soñaba fuerte, permitía hacerse cargo de todo con pro-
como él. Capaz de asumir cualquier res- piedad, menos de su propio hijo.
ponsabilidad. Igual que él. Junco lo desesperaba, lo sacaba de quicio,
Por eso siempre fue exigente en la edu- le provocaba una violencia incontenible.
cación de su familia, especialmente del Frente a él, estallaba, se iba de boca, de-
mayor, de Junco. cía cosas de las que después se arrepentía.
A sus hijos los quiso adultos desde chi- Lo que más detestaba de su personali-
quitos. Quiso que supieran todo lo que él dad era que perdiera el tiempo.
sabía, sin pasar por las duras experiencias -Tu vida no tiene una utilidad, un pro-
de aprendizaje y error por las que él tuvo pósito. Tus días pasan vacíos, sin aprender
que pasar. nada, sin ganar nuevos territorios. ¿No te
Pero transmitir sus ideas a Junco fue molesta dejar que el tiempo se escurra co-
una lucha constante. mo agua entre tus dedos? -le preguntaba

120 121
y le volvía a preguntar, cada vez como si le La relación entre padre e hijo se volvió
hubiera hecho una pregunta nueva. intolerable.
En el fondo, el jefe admiraba ciertos Discutieron un día, terriblemente, y lue-
rasgos de Junco, en especial su firmeza, go Junco se marchó.
sus convicciones profundas. Sabía que si Se fue caminando sin rumbo por las ori-
a él no le interesaba matar enemigos en llas del río. Durante mucho tiempo se de-
ninguna guerra, no iba a pelear ni aunque dicó a vagar y a vivir de lo que encontraba.
lo arrastraran. Cierta vez que estaba jugueteando, sen-
A Junco le pasaba algo parecido con su tado, con los pies en el río, vio el agua es-
padre. currirse entre sus dedos y pensó:
Detestaba la violencia que el padre ejer- -El tiempo se me escurre como agua,
cía con naturalidad. De pequeño lo había pero como agua limpia. Lo que queda en-
llevado a una batalla y la crueldad innece- tre mis dedos es el limo del río.
saria, la sangre, los muertos, fueron una im- Esta frase, dicha en voz alta para nadie,
presión que tiñó muchas de sus pesadillas lo hizo reír, no se sabe por qué. También lo
de sombríos pensamientos sobre la guerra. hizo pensar.
Odiaba el autoritarismo del jefe, la su- Sus pensamientos se dirigieron a unas
perioridad con que se pensaba a sí mismo. plantas alargadas y esbeltas que había en
Pero respetaba su compromiso con su las orillas. Sus pasos también se dirigieron
tribu, su entrega a su rol de jefe, su amor hacia ellas. Y sus palabras:
por los suyos. -Vengan, mis pequeñas -dijo, por nom-
Tampoco él le decía lo que pensaba a su brarlas de algún modo, ya que no conocía
padre. Todo lo que pensaba. Las cosas sus nombres-. Ustedes serán mis ayudan-
buenas ambos las callaban. Si se aprecia- tes, funcionarán como extensiones de mis
ban en algo, no se enteraba nadie. dedos. Me ayudarán a limpiar el agua, a de-

122 123
tener el barro. Con el barro construiremos
una isla. Necesito un lugar donde vivir.
Dicho y hecho. Es decir, dicho y des-
pués de mucho trabajo, esfuerzo y tiempo:
hecho.
Una nueva isla había sido creada. ¿ Quién
les avisó a los pájaros para que fueran vo-
lando a habitarla? No se sabe.
¿ Quién les avisó a las plantas para que
crecieran en ella? Eso sí se sabe. Las semi-
llas de las plantas estaban desde siempre
en el mismo barro, las trajeron el viento,
los insectos. Y otras las puso especial-
mente Junco.
Junco que estaba orgulloso de su obra. Y
quiso repetirla. Nuevas islas fueron po-
blando el río, y los moradores del Paraná,
que no tenían tierras, y los que ya las te-
nían, se acercaron a habitarlas o a conocer-
las de cerca.
Entre ellos estaba el padre de Junco. Se
admiró de la obra de su hijo, pero más se ad-
miró de que no le causaran sorpresa sus
éxitos. Comprendió, que en el fondo,
siempre supo que él encontraría su pro-
pio camino.
124
Por eso, humildemente, se puso a dispo-
sición de Junco ofreciéndose a continuar
formando islas a su lado y bajo sus direc-
tivas.
Junco también se admiró del cambio de
su padre. Pero más se admiró al darse cuen-
ta de que muchas cosas que había hecho
habían sido a impulso de la autodisciplina
y placer por el servicio que había aprendido
a su lado.
¿ Qué más podemos agregar?
De ellos, nada.
Y el Delta del Paraná está a la vista.

126
••

Leyendas Argentinas
Torre de Papel
GRUPO
EDITORIAL
En cualquier lugar del mundo
norma los mitos y las leyendas cumplen
un papel clave en la imaginación
popular, ya sea para explicar
fenómenos naturales o ilustrar
los misterios de la creación.
lEs cierto que algunos monos
nacieron de los hombres? iQué
tiene que ver la Cruz del Sur
con un ñandú? En este libro
algunas de las más hermosas
leyendas argentinas, relatadas
con humor y frescura, nos dan
respuestas para éstas y muchas
otras preguntas.

Gracíela Repún
Es escritora y traductora.
Ha obtenido numerosos premios
por su obra, entre otros,
el "Coca-Cola de las Artes
y las Ciencias" y el primer premio
"Fantasía" en la categoría poesía.
Leyendas argentinas obtuvo,
en 2002, el "White Ravens"
de la Iruernationale
ce 11347 [ugendbíblíothek, de Munich.
ISBN 978-987-545-017-2 En esta colección también
ha publicado El príncipe pide
una manó escrito junto
a Enrique Melanconi.

9 789875 450172

www.norma.com

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