Al emprender este trabajo me propongo dos finalidades diferentes y complementarías a la vez:
desarrollar un método positivo en el estudio de obras filosóficas y literarias y contribuir a la comprensión de un conjunto preciso y limitado de escritos, que, pese a sus notables diferencias, me parecen íntimamente emparentados. La categoría de Totalidad, que está en el centro mismo del pensamiento dialéctico ante todo, prohíbe una separación rigurosa entre la reflexión sobre el método y la investigación concreta, que son las dos caras de una misma moneda. La idea central de la obra es que los hechos humanos forman siempre estructuras significativas globales cuyo carácter es a la vez práctico, teórico y afectivo, y que estas estructuras sólo pueden ser estudiadas positivamente —es decir, ser explicadas y comprendidas a la vez— en el contexto de una perspectiva práctica fundada en la aceptación de determinado conjunto de valores. Por otra parte, dada la dificultad de expresar un pensamiento dialéctico en una terminología todavía excesivamente inadecuada para él, varias veces he llegado a formular afirmaciones aparentemente contradictorias. En realidad, no existe una auténtica contradicción entre estas afirmaciones. El conocimiento de los hechos humanos no puede ser alcanzado exteriormente, independientemente de toda perspectiva práctica y de todo juicio de valor, como ocurre en el caso de las ciencias físicas y químicas; sin embargo, debe ser tan positivo y riguroso como el obtenido en los terrenos últimamente mencionados. En este sentido, negar el cientificismo y preconizar al mismo tiempo una ciencia positiva, histórica y sociológica de los hechos humanos, opuesta a la especulación y al ensayismo, no es contradictorio. El presente estudio se inserta en un trabajo filosófico de conjunto; aunque la erudición sea una condición necesaria para toda reflexión filosófica seria, éste no será ni un estudio exhaustivo ni un trabajo de erudición pura. Filósofos e historiadores eruditos trabajan sin duda sobre los mismos hechos/ pero los puntos de vista desde los cuales los abordan y las finalidades que se proponen son totalmente diferentes. El historiador erudito permanece en el plano del fenómeno empírico abstracto, que se esfuerza por conocer hasta en sus menores detalles, realizando así un trabajo no solamente válido y útil sino incluso indispensable para el historiador filósofo que, a partir de los mismos fenómenos empíricos abstractos, quiera llegar a su esencia conceptual. De este modo, las dos regiones de la investigación se complementan: la erudición proporciona a la reflexión filosófica los indispensables conocimientos empíricos, y la reflexión filosófica, a su vez, orienta las investigaciones eruditas y arroja luz sobre la mayor o menor importancia de los múltiples hechos que constituyen la masa inagotable de los datos individuales. Desgraciadamente, la división del trabajo es favorable las ideologías, y ocurre demasiado a menudo que se llegue a ignorar la importancia de uno u otro aspecto de la Investigación. El historiador erudito cree que lo único que importa es la determinación exacta de algún detalle biográfico o filológico relativo a la vida del autor o al texto, en tanto que el filósofo contempla con cierto desdén a los eruditos puros que amontonan hechos sin tener en cuenta su importancia y su significación. No hay que insistir sobre estos malentendido^. Contentémonos con señalar que los hechos empíricos aislados y abstractos son el único punto de partida de la investigación, y también que la posibilidad de comprenderlos y de determinar sus leyes y su significación es el único criterio válido para juzgar el valor de un método o de un sistema filosófico. Queda por determinar si es posible alcanzar este resultado, cuando se trata de hechos humanos de un modo: que no sea concretándolos mediante una conceptualización dialéctica. Adviértase, sin embargo, que las líneas anteriores, lejos de ser una simple afirmación de modestia subjetiva, son expresión de una posición filosófica determinada, radicalmente opuesta a toda filosofía analítica que admita la existencia de primeros principios racionales o de puntos de partida sensibles, absolutos. El racionalismo, que parte de ideas innatas o evidentes, y el empirismo, que parte de la sensación o de la percepción, admiten, uno y otro en cualquier momento de la investigación, un conjunto de conocimientos adquiridos, a partir del cual el pensamiento científico avanza en línea recta con más o menos seguridad sin tener que volver normal y necesariamente* sobre los problemas ya resueltos. El pensamiento dialéctico afirma, por el contrario, que no existen puntos de partida ciertos ni problemas resueltos definitivamente, que el pensamiento no avanza nunca en línea recta puesto que toda verdad parcial sólo adquiere su verdadera significación por relación al conjunto, de la misma manera que este último sólo puede ser conocido mediante el progreso en el conocimiento de las verdades parciales. La marcha del saber aparece asi como una oscilación perpetua entre las partes y el todo, que deben Iluminarse recíprocamente. La reflexión es una tarea viva cuyo progreso es real sin ser lineal y sobre todo sin ser nunca algo acabado. Siendo el comportamiento humano un hecho total, las tentativas de separar sus aspectos “material” y “espiritual” sólo pueden ser, en el mejor de los casos, abstracciones provisionales que implican siempre grandes peligros para el conocimiento. Sólo hay Nosotros donde existe una comunidad auténtica. Pero en la empresa que se dice común, el obrero busca su salario, el capitalista su beneficio. El Nosotros se convierte así en la realidad fundamental con relación a la cual el “yo” es posterior y derivado. Así, la realidad histórica cambia de una época a otra con las modificaciones de las tablas de valor. El conocimiento concreto no es en suma, sino una síntesis de abstracciones justificadas.