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LUCIEN GOLDMANN (1913) Rumania

Al emprender este trabajo me propongo dos finalidades diferentes y complementarías a la vez:


desarrollar un método positivo en el estudio de obras filosóficas y literarias y contribuir a la
comprensión de un conjunto preciso y limitado de escritos, que, pese a sus notables diferencias, me
parecen íntimamente emparentados. La categoría de Totalidad, que está en el centro mismo del
pensamiento dialéctico ante todo, prohíbe una separación rigurosa entre la reflexión sobre el método y
la investigación concreta, que son las dos caras de una misma moneda. La idea central de la obra es
que los hechos humanos forman siempre estructuras significativas globales cuyo carácter es a la vez
práctico, teórico y afectivo, y que estas estructuras sólo pueden ser estudiadas positivamente —es
decir, ser explicadas y comprendidas a la vez— en el contexto de una perspectiva práctica fundada en
la aceptación de determinado conjunto de valores. Por otra parte, dada la dificultad de expresar un
pensamiento dialéctico en una terminología todavía excesivamente inadecuada para él, varias veces
he llegado a formular afirmaciones aparentemente contradictorias. En realidad, no existe una auténtica
contradicción entre estas afirmaciones. El conocimiento de los hechos humanos no puede ser
alcanzado exteriormente, independientemente de toda perspectiva práctica y de todo juicio de valor,
como ocurre en el caso de las ciencias físicas y químicas; sin embargo, debe ser tan positivo y
riguroso como el obtenido en los terrenos últimamente mencionados. En este sentido, negar el
cientificismo y preconizar al mismo tiempo una ciencia positiva, histórica y sociológica de los hechos
humanos, opuesta a la especulación y al ensayismo, no es contradictorio. El presente estudio se
inserta en un trabajo filosófico de conjunto; aunque la erudición sea una condición necesaria para toda
reflexión filosófica seria, éste no será ni un estudio exhaustivo ni un trabajo de erudición pura.
Filósofos e historiadores eruditos trabajan sin duda sobre los mismos hechos/ pero los puntos de vista
desde los cuales los abordan y las finalidades que se proponen son totalmente diferentes.
El historiador erudito permanece en el plano del fenómeno empírico abstracto, que se esfuerza por
conocer hasta en sus menores detalles, realizando así un trabajo no solamente válido y útil sino
incluso indispensable para el historiador filósofo que, a partir de los mismos fenómenos empíricos
abstractos, quiera llegar a su esencia conceptual. De este modo, las dos regiones de la investigación
se complementan: la erudición proporciona a la reflexión filosófica los indispensables conocimientos
empíricos, y la reflexión filosófica, a su vez, orienta las investigaciones eruditas y arroja luz sobre la
mayor o menor importancia de los múltiples hechos que constituyen la masa inagotable de los datos
individuales. Desgraciadamente, la división del trabajo es favorable las ideologías, y ocurre demasiado
a menudo que se llegue a ignorar la importancia de uno u otro aspecto de la Investigación.
El historiador erudito cree que lo único que importa es la determinación exacta de algún detalle
biográfico o filológico relativo a la vida del autor o al texto, en tanto que el filósofo contempla con cierto
desdén a los eruditos puros que amontonan hechos sin tener en cuenta su importancia y su
significación. No hay que insistir sobre estos malentendido^. Contentémonos con señalar que los
hechos empíricos aislados y abstractos son el único punto de partida de la investigación, y también
que la posibilidad de comprenderlos y de determinar sus leyes y su significación es el único criterio
válido para juzgar el valor de un método o de un sistema filosófico. Queda por determinar si es posible
alcanzar este resultado, cuando se trata de hechos humanos de un modo: que no sea concretándolos
mediante una conceptualización dialéctica. Adviértase, sin embargo, que las líneas anteriores, lejos de
ser una simple afirmación de modestia subjetiva, son expresión de una posición filosófica determinada,
radicalmente opuesta a toda filosofía analítica que admita la existencia de primeros principios
racionales o de puntos de partida sensibles, absolutos. El racionalismo, que parte de ideas innatas o
evidentes, y el empirismo, que parte de la sensación o de la percepción, admiten, uno y otro en
cualquier momento de la investigación, un conjunto de conocimientos adquiridos, a partir del cual el
pensamiento científico avanza en línea recta con más o menos seguridad sin tener que volver normal
y necesariamente* sobre los problemas ya resueltos. El pensamiento dialéctico afirma, por el contrario,
que no existen puntos de partida ciertos ni problemas resueltos definitivamente, que el pensamiento no
avanza nunca en línea recta puesto que toda verdad parcial sólo adquiere su verdadera significación
por relación al conjunto, de la misma manera que este último sólo puede ser conocido mediante el
progreso en el conocimiento de las verdades parciales. La marcha del saber aparece asi como una
oscilación perpetua entre las partes y el todo, que deben Iluminarse recíprocamente. La reflexión es
una tarea viva cuyo progreso es real sin ser lineal y sobre todo sin ser nunca algo acabado. Siendo el
comportamiento humano un hecho total, las tentativas de separar sus aspectos “material” y “espiritual”
sólo pueden ser, en el mejor de los casos, abstracciones provisionales que implican siempre grandes
peligros para el conocimiento. Sólo hay Nosotros donde existe una comunidad auténtica. Pero en la
empresa que se dice común, el obrero busca su salario, el capitalista su beneficio. El Nosotros se
convierte así en la realidad fundamental con relación a la cual el “yo” es posterior y derivado.
Así, la realidad histórica cambia de una época a otra con las modificaciones de las tablas de valor.
El conocimiento concreto no es en suma, sino una síntesis de abstracciones justificadas.

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