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Cuando alabamos a Dios

(Hechos 16:23-31)

Propósito:
Animar a los asistentes a experimentar el poder de Dios a través de la alabanza y adoración.

Introducción:
Como pueblo de Dios hemos sido creados para traer gloria y exaltación a su
Nombre, así lo dice el Señor a través del profeta Isaías: “todos los llamados de mi nombre;
para gloria mía los he creado, los formé y los hice” (Is. 43:7). Eso significa que adorar a
Dios es una vocación que tenemos todos los cristianos, ya sea públicamente o en privado.
Es nuestro privilegio y también nuestro deber. Por si eso fuera poco, cuando adoramos al
Señor ocurren varias cosas muy interesantes: el corazón de Dios se deleita en nosotros y a
la vez nosotros nos deleitamos por el abrazo y la ministración del Espíritu Santo, nuestras
almas son edificadas y transformadas por su acción restauradora; sólo por mencionar unas
pocas bendiciones.
Al revisar varios episodios de las Escrituras, nos damos cuenta de que cuando el
pueblo de Dios alaba su Nombre, Él opera grandes milagros y liberaciones. Es por eso para
todo cristiano es muy importante aprender a adorar a Dios. La historia del apóstol Pablo y
Silas en la cárcel de Filipos es especialmente instructiva en cuanto a adorar al Señor cuando
estamos pasando por tribulación.

I. ADORAR A DIOS CUANDO PASAMOS POR ANGUSTIAS (Hech. 16:23-


25).

El apóstol Pablo junto con sus amigos estaban en Filipos, una ciudad importante de
la provincia de Macedonia. Allí encontraron a una jovencita poseída por un demonio de
adivinación que los seguía gritando por el camino. Esto ocurría todos los días hasta que al
fin el apóstol Pablo reprendió al demonio y le ordenó salir de la niña. Como se trataba de
una niña esclava, sus amos los denunciaron ante las autoridades.
Rápidamente fueron azotados y retenidos en una cárcel, el libro de los Hechos nos
dice que les colocaron en la cárcel de más adentro, es decir, la más profunda, podemos
imaginarnos un lugar en el que ni quiera entraba la luz. Se sabe que muchas cárceles de ese
tiempo eran realmente agujeros en la tierra. Para las autoridades esto no fue suficiente, no
sólo les azotaron y encarcelaron, sino también les colocaron en un cepo inmovilizándoles
de pies y manos. El jefe de la cárcel debía asegurarse que no se escaparan, si lo hacían,
tenía que pagarlo con su propia vida.
¿Qué actitud asumieron los predicadores del evangelio? Al sufrir por la causa del
Señor seguramente se sintieron alegres por haberlo honrado con sus padecimientos, aunque
por supuesto, les dolía cada parte de su cuerpo. En vez de sentirse miserables, comenzaron
a cantar alabanzas en medio de la oscuridad. Esa noche no tenían ni la menor idea de lo que
Dios iba a hacer.
El libro de los Salmos es algo así como el himnario del pueblo de Dios, en él
encontramos esto:
Tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia; con cánticos de liberación me
rodearás (Sal. 32:7).

Cuando estamos pasando por problemas es cuando más necesitamos alabar a Dios,
aquí se nos dice que el Señor es nuestro refugio y que Él nos guardará de la angustia. A
través de la alabanza nuestro Dios revitaliza nuestras almas, nos da seguridad y paz.

II. EXPERIMENTAR EL PODER DE DIOS A TRAVÉS DE LA ALABANZA


(Hech. 16:26-31).

Mientras Pablo y Silas cantaban al Señor (y el resto de los presos los escuchaban),
ocurrió un gran terremoto, los cimientos de la cárcel se movían de un lugar a otro, las
puertas de las celdas se abrieron y las cadenas de todos los presos se cayeron. Si alguien
piensa que de un terremoto se pueden abrir las puertas de las cárceles, el que las cadenas de
todos se hayan caído sólo puede ser explicado por un milagro (ya que los terremotos no
sueltan las cadenas de las personas que están presas). ¡Fue un milagro operado por el poder
del Espíritu Santo como respuesta a la alabanza de sus siervos!
El carcelero entró en pánico y pensando que todos los presos habían huido, sacó su
espada e intentó quitarse la vida. Pablo le gritó desde adentro que no lo hiciera, ningún
preso se había escapado. Para entonces, Dios ya estaba obrando en el corazón de este
hombre y esa misma noche recibió a Jesucristo como su Salvador personal junto con toda
su familia.
Para Dios, la alabanza de sus hijos tiene un valor especial, la adoración es la manera
como respondemos a su amor. Lo exaltamos por su grandeza y su poder, reconocemos que
Él es nuestro Pastor y Rey, nuestro Señor y Protector. Nos humillamos asombrados por lo
magnífico de su gloria, doblamos nuestras rodillas declarando que sólo Él es Todopoderoso
y digno de ser en gran manera alabado. Abrimos nuestro corazón y le adoramos porque
entregó su vida para el perdón de nuestros pecados y por su sangre ahora tenemos total
acceso a la presencia gloriosa del Padre Celestial. La Biblia dice:

Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar


del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y
enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios.
Verán esto muchos, y temerán, y confiarán en Jehová. (Salmo 40:1-3).

¡Qué maravilla poder exaltar el Nombre de Jesucristo! Dichosos aquellos que se


reúnen junto con sus hermanos para disfrutar alabando al Señor, experimentando su
presencia gloriosa. Siempre serán escuchados por Aquél que es digno de ser en gran
manera alabado. Sus cantos de alabanza no serán ignorados por Dios, al contrario, el Señor
responderá con grandes cosas.

Conclusión.
Cuando pasamos por angustia es cuando más necesitamos alabar al Señor. Al igual
que Pablo y Silas alababan a Dios y Él se manifestó poderosamente, así también nosotros
veremos la presencia del Espíritu Santo moviéndose sobre nuestras vidas con poder y gran
gloria. ¡Alabemos al Señor!

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