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LA CIENCIA POLITICA

Título de la obra original:


La Science politique
Presses Universitaires de France, Paris, 1961

Traducida por
T homas Moro S impson

La revisión técnica estuvo a cargo del traductor


y del doctor Luis A. A rocena,
profesor de la Universidad de Buenos Aires

Sexta edición: Diciembre de 1972

EUDEBA S.E.M.
Fundada por la Universidad de Buenos Aires
"P L A N E D IT O R IA L 1972/1973"

( Ó ) 1964
EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIR ES - Rivadavia 1571/73
Sociedad de Economía Mixta
Hecho el depósito de ley
IMPRESO EN LA ARGENTINA . PRINTEO IN ARGENTINA
INTRODUCCIÓN

I. La política
La definición de política que adoptaremos se apo­
ya tanto en la historia de las palabras como en la
historia de las ideas, se inspira ampliamente en las
concepciones y el vocabulario actuales.
En las ciencias humanas es necesario remitirse a
la opinión general. Los sociólogos han observado una
correspondencia directa entre la formación del len­
guaje y la creación del derecho. Lo mismo se aplica
a los conceptos políticos. Con fretuencia basta aclarar
la posición tradicional y medir exactamente su valor
para que se desvanezcan numerosos equívocos. En lu­
gar de soluciones diversas y controvertidas, prevalece
la que goza de la más amplia aceptación.
La palabra “política” se origina en las palabras
griegas polis, politeia, política, politiké.
— é polis: la Ciudad, Estado, el recinto urbano, la co­
marca, y también la reunión de ciudadanos que
forman la ciudad;
— é politeia: el Estado, la Constitución, el régimen po­
lítico, la República, la ciudadanía (en el sentido
de derecho de los ciudadanos);
— ta política: plural neutro de políticos, las cosas po­
líticas, las cosas cívicas, todo lo concerniente al
Estado, la Constitución, el régimen político, la Re­
pública, la soberanía;
— é politiké (techné): el arte de la política.
Para los antiguos, la política pragmateia es el es­
tudio o el conocimiento de “la vida en común de los
hombres según la estructura esencial de esta vida,
que es la constitución de la ciudad”1
1 Eric W eil, Philosophie politique. París, Vrin 1956.
pág. 11.
5
1

El hombre antiguo, tal como lo definió Aristóte*


aparece así como un ser o “animal cívico”. Se dis­
minuye enormemente el alcance de la definición al
traducir zoon politikon por “animal social”. El animal
es también social, pero solo el hombre es político. El
hombre no vive en manadas o en hordas; su carácter
específico es vivir insertado en el organismo social
que constituye la Polis, la Ciudad, y ésta es para él
tanto una necesidad natural como ideal.
La Polis no es solo la ciudad como planta urbana.
Atenas como Ciudad-estado es mucho más vasta que
la Atenas como recinto urbano. No solo incluye la
metrópoli, sino también un territorio agrícola, la
campaña circundante, sembrada de granjas y peque­
ños pueblos, y un puerto: el Píreo. Es todo esto lo que
constituye el Ática. Su estructura política integra un
conjunto complejo, como el de un cantón suizo. El
recinto urbano es, sin duda, esencial; es el “músculo
cardíaco”, al decir de Maurice Defourny, 2 pero no es
toda la Ciudad-estado.
Hay pues correspondencia, en cuanto al concepto
mismo, entre la Ciudad antigua y el Estado moderno.
Aún hoy empleamos a veces el término “Ciudad” en
el sentido antiguo. R. Poincaré ha escrito hace peco
una obra de vulgarización titulada: Ce que demande
la Cité,3 donde se considera las exigencias del Estado
francés y no las necesidades de París.
La correspondencia verbal entre la Ciudad y el
Estado se halla asegurada, en latín, mediante la pala­
bra respublica. A ta politika —las cosas cívicas, lo que
concierne a la ciudad— corresponde res publica: la
2 Essai sur la Politique d’Aristóte. París, Beauchesne,
1932, p. 7. [Como bien se ha observado, los griegos utili­
zaban una palabra especial —asty— para referirse a la ciu­
dad como mero lugar de residencia y aun como centro
capital de una comunidad políticamente organizada. La ex­
presión polis varió con el tiempo de significación. Comenzó
por indicar a la ciudadela —la acrópolis en Atenas, p.e., y
terminó por nominar a la totalidad de elementos que se inte­
gran en la constitución de un organismo político soberano.
Vid. Ernst Barker, The Politics o/ Aristotle, Oxford Uni-
versity Press, 1952, “Introduction”, págs, lxiv - lvx .
3 París, Hachette, sin fecha (hacia 1910).
6
cosa pública. Según Quicherat, de República erit si-
lentium se traduce por “no hablaremos de política”;
y accedere ad Rempublicam por “intervenir en polí­
tica” (Cicerón). Como adjetivo, “repúblico” es equi­
valente a ' cívico”. El eco de esta equivalencia llega
hasta el siglo xvm, en las expresiones revoluciona­
rias “juramento cívico” y “espíritu cívico”.
El latín clásico no utiliza la palabra politicus
(a, um) más que como adjetivo. Si bien Cicerón to­
ma directamente del griego la palabra politeia para
designar la República, usa una perífrasis para desig­
nar el conocimiento político: civilis scientia, y tam­
bién rerum civilium scientia. Quintiliano dice civili-
tas, y Tito Livio ars reipublicae gerendae.
Más tarde la palabra “Estado” se une a la ex­
presión res publica. La conjunción “estado de la cosa
pública” aparece en la definición del derecho pro­
puesta por Ulpiano: Hujus studii duae sunt positio-
nes: publicum et privatum. Publicum jus est quod
ad statum rei romanae spectat; privatum, quod ad
singulorum utilitatem (“En el estudio del derecho
hay dos aspectos: el público y el privado. El derecho
público concierne al estado de la República; el pri­
vado, a la utilidad de los particulares”) 4.
En sí mismo, el término status solo significa una
posición, una actitud, el estar de pie. Da la idea de
una cierta estabilidad. Pero adquiere un sentido po­
lítico con el determinativo “la cosa romana” o “la co­
sa pública”. Con el correr del tiempo la palabra
status y la expresión res publica fueron adquiriendo
poco a poco, y separadamente, el mismo sentido.
La latinidad media y baja desconoce la palabra
politica, que no figura en el glosario de du Cange
(1678). En francés, en cambio, la palabra “politique”
se emplea desde el siglo xm en el sentido griego del
término. En el Livre de toutes choses (Libro de todas
las cosas), Brunetto Latini observa que política es
el gobierno de las ciudades, que es la ciencia más
alta y más noble y comprende los más nobles oficios
4 Instituías de Justiniano, libro 1,1.1: De Justitia et
Jure, IV.
7
del mundo, de modo que la política comprende gene­
ralmente todas las artes que ocupan a la comunidad
humana”. De igual modo, en la lengua erudita de los
siglos xv y xvii se usa politie por gobierno, y policien
para referirse al ciudadano y al hombre de Estado;
durante un tiempo aún más largo y más corrien­
temente, pólice designó la forma establecida de go­
bierno.
Durante el siglo xvi, la palabra Política pertenece
al latín de los humanistas. Tal es el título de la gran
obra de Johanes Althusius (1557-1638): Política met-
hodice digesta exemplis sacris et profanis illustrata
(Política metódicamente compuesta e ilustrada con
ejemplos sagrados y profanos).
Como se verá más adelante, las otras “Políticas” i
del siglo xvi se denominan II Principe (El príncipe,
de Maquiavelo) y los Six livres de la République
(Seis libros sobre la República, de Bodin). Maquia­
velo incorpora al uso corriente la expresión “Estado”. ,
En el siglo xvn Bossuet vuelve a la costumbre
antigua, y titula su obra La Politique Tirée des pro-
pres paroles'de V Ecriture Sainte (La política según
las propias palabras de la Santa Escritura), y no,;
como sus predecesores, V institution du prince chré-.
tien (La institución del príncipe cristiano). Durante
la misma época, Mme de Sévigné escribe más fami­
liarmente: “Vengo de la casa de Mme de la Fayette.
Hemos politiqueado * mucho”.
En el siglo xvm, el presidente de Lavie publica,
bajo el título Des corps politiques et de leurs gouver-
nements (De los cuerpos políticos y de sus gobiernos,
Lyon, 1764), la obra que había titulado anteriormente
Abrégé de la République de Bodin (Compendio de
la República de Bodin, Londres, 1755). Por su parte,
Beaumarchais calca del inglés politician el término
peyorativo politicien (politicastro).
Hoy día el lenguaje corriente ha enriquecido con
* Politiqué, en el original. La versión politiqueado
de politiquear, esto es, “frecuentar más de lo necesario los
cuidados de la política”, no debe cargar aquí la acepción
peyorativa adquirida en el actual uso corriente: “servirse
de la política para usos bastardos”. (N. del T.)
8
otras acepciones la definición de política, pero deja
al sentido principal su acepción tradicional.
En el diccionario de la Academia Francesa se
lee, por ejemplo: “politique (nombre femenino): co­
nocimiento de todo lo que se relaciona con el arte de
gobernar un Estado y de dirigir sus relaciones exte­
riores. Se dice también de los asuntos públicos; acon­
tecimientos políticos; hablar de política; política in­
terior. Politique (adjetivo de dos géneros): concer­
niente a los asuntos públicos, al gobierno de un Esta­
do, a las relaciones mutuas de diversos estados. Droit
politique, las leyes que regulan las formas de gobier­
no, que determinan las relaciones entre la autoridad
y los ciudadanos o los súbditos”.**
Hatzfeld y Darmesteter dicen: “politique: rela­
tivo al gobierno de un Estado; Droit politique: dere­
cho por el cual un ciudadano participa en el gobierno
de un Estado; homme politique: el .que se ocupa del
gobierno de las cosas públicas; politique, como sus­
tantivo: arte de gobernar, manera de gobernar, todo
lo concerniente a los asuntos públicos”.
Littré definió igualmente la política como “la
ciencia del gobierno de los Estados”, o, también, “el
arte de gobernar un Estado y de dirigir sus relaciones
con los otros Estados”. Y agrega: “politique: se dice
de los asuntos públicos; nada nuevo en política. Polí­
tica interior. Política exterior”. Droit politique: las
leyes que regulan las formas de gobierno; Droits po-
litiques: derechos en virtud de los cuales un ciudada­
no participa del gobierno.
Y La grande Encyclopédie confirma que “la po­
lítica es estrictamente el arte de gobernar un Estado.
La ciencia política puede, pues, definirse como la
ciencia del gobierno de los Estados, o el estudio de
los principios que constituyen el gobierno y deben
dirigirlo en sus relaciones con los ciudadanos y los
otros Estados”.
** En el diccionario de la Academia Española (XVIa.
edición) se dice: “POLÍTICA (Del lat. politice, y éste del
gr. politiké, t. f. de —kós, político). F. Arte de gobernar y
dar leyes y reglamentos para mantener la tranquilidad y
o
II. La poiitologia * ’~

Si bien la etimología y el lenguaje señalan cla­


ramente el objeto de la política, el término presenta
cierta ambigüedad, en la medida en que designa, al
mismo tiempo que las instituciones o las actividades
políticas consideradas en sí mismas, la disciplina que
las estudia.
“La política” alude tanto a los hombres y a los
hechos como al conocimiento que se tiene de ellos.
“La política de Richelieu” es una expresión que se
refiere tanto al comportamiento del cardenal en su
lucha contra los protestantes, los duelistas y en gene­
ral contra todos los adversarios del Estado, como a la
éxposición de sus opiniones sobre la conducta hu­
mana en sus famosas Máximes d’ État.
En general, la política es esencialmente la vida
política, la lucha por el poder; es el fenómeno en sí
mismo. En el lenguaje culto, la política es el conoci­
miento del fenómeno. Quien desee ser exacto, debe
indicar constantemente en cuál de los sentidos em­
plea el término. Actualmente se hace la distinción
mediante el uso del término “ciencia política”. Yo
mismo he procedido así en este opúsculo, al titularlo
La ciencia política, pues de otro modo mi doble con­
dición de profesor de ciencia política y de senador se
hubiese prestado a equívocos.
Sin embargo la perífrasis “ciencia política” es pe­
sada, y ningún término puede derivarse de esta ex-j
presión para designar a los que estudian la ciencia
política; la expresión inglesa political scientist re­
sulta intraducibie.
Hay aquí una laguna del vocabulario, que se hace
molesta en la medida en que la ciencia política rena­
ciente ocupa un lugar importante en la investigación
y en la enseñanza.
Las palabras eufónica y etimológicamente ade­
cuadas serían estadística y estadístico. Estas desig-
seguridad públicas, y conservar el orden y buenas costum
bres". (N. del T.)
*** Politologie, en el original. Neologismo aceptado poi
el autor en remplazo de Ciencia política cuya precisión sig
nificativa recusa. Vid. infra, n. 13. (N. del T.)
10
k ,nan, de manera tan agradable para el oído como fá­
cil para la lengua, lo que se relaciona con el Estado.
Pero el uso ha dado a la palabra “estadística” un sen­
tido diferente del que aún en el siglo xix se expresa
a través de Carnot, para quien la estadística es “la
1 recopilación de los hechos originados en la aglomera­
ción de los hombres en sociedades políticas” . 5* Pero
en “estadística”, status en el sentido de situación,
prevalece sobre status en el sentido de Estado. Hoy
día designa una ciencia o un método que puede apli­
carse no solo a los asuntos de Estado, en lo referente
al gobierno y la conducción de los asuntos públicos,
sino también a las otras ramas de la sociología: la
economía y la psicología. Todas las relaciones socia­
les pueden ser consideradas en su aspecto numérico,
y registrarse así en las estadísticas. Si el término ha
desbordado la política, se ha hecho también dema­
siado restringido en relación con ella, porque la esta­
dística solo atiende a lo que puede formularse en
cifras. En consecuencia, no es más que un aspecto,
sin duda importante, fundamental para algunos, pero
sin embargo parcial, del conocimiento político.®
En lugar de “estadística”, un profesor de la Es­
cuela francesa de Derecho de El Cairo propuso la
palabra statologie (estadología), en un artículo titu­
lado: Une Science sociale nouvelle, la statologie, son
caractére, son objet.7 (Una nueva ciencia social, la
5 A. Cottrnot, Théorie des chances et des probabilités,
París, 1851, cap. IX, págs. 181-182.
8 La misma limitación de su significado y una desvia
ción análoga se han producido con respecto al término
cibernética. Etimológicamente, éste designa la ciencia o el
arte de la conducción: kibemetiké. Tanto en la acepción
platónica como en la clasificación de Ampére (Essai sur la
philosophie des Sciences, 1834), la cibernética sería el es­
tudio de los medios de gobierno, o sea una parte esencial
de la política. Actualmente se ha convertido en la ciencia
—en pleno desarrollo— de la construcción y el empleo de
las máquinas automáticas, de los mecanismos capaces de
iutogobernarse (cf. G. T. Guelbaud, La cybernétique,
P.U.F., colección “Que sais-je?”, 1954).
7 Aparecido en 1935 en L ’égypte C o ntem poraine , Re­
me de la Société Royale du Caire d’Économie politique,
le Droit, de Statistique et de Législation.
estadología, su carácter, su objeto.). M. de la Bigne de
Villeneuve dice haber forjado el término. Pero sin
duda estaba ya en la atmósfera, porque en la misma
época, en mis estudios sobre el Empire fasciste,8 yo
empleaba un término semejante, statocratie (estado-
erada), para caracterizar la dictadura musoliniana,
fundada ella misma sobre una estadología, o sea sobre
una doctrina del Estado de carácter filosófico, socio­
lógico y místico.
Este neologismo habría tenido la ventaja de disi­
par de golpe todas las incertidumbres acerca del ob­
jeto mismo de la política y de ubicar a ésta clara­
mente, como rama de la sociología. Sin embargo, el
término estadología no tuvo aceptación. El mismo M.
de Bigne, retrocediendo ante una innovación tan ra­
dical, dio a su obra principal el título de Traite, ge­
neral de V État (Tratado general del Estado). Y des­
pués, con el sello de la Librairie Sirey, el opúsculo
titulado Principes de sociologie politique et de stato-
logie générale (Principios de sociología política y es-
tatología general). La definición de “estadología” que
propone aquí es sensiblemente menos clara que le
anterior. Ganado por la tendencia que durante el
siglo xix inspiró a los autores alemanes, el autor dis­
tingue, de acuerdo con el título mismo de su obra, la
sociología política de la estadología. La primera sería
el estudio del comportamiento de las sociedades hu
manas y de sus relaciones recíprocas. La segunda s<
limitaría al aspecto de esta disciplina que se refiera
a la ciencia y al arte de gobernar las comunidades
En estas condiciones, estadología deja de correspon
der a la necesidad terminológica a la que nos hemof
referido.
En cambio, la palabra politología parece perfec
tamente aceptable. Su primera vefttaja, con respecté
a estadología (y también, por otra parte, con respectl
a sociología), es que sus dos componentes han sidí
tomados del mismo idioma. Constituido por dos pa
labras griegas: polis = ciudad, Estado; logos = ra
zón, exposición razonada de un tema, el término estl
r
bien elegido para designar el conocimiento sistemá­
tico de la cosa pública o del Estado.
La iniciativa de este neologismo viene de Ale­
mania, donde su introducción responde ante todo a
ciertas dificultades autóctonas. 9 En efecto: la tra­
ducción directa de “ciencia política” por la expresión
alemana politische Wissenschaft puede implicar un
cierto matiz peyorativo que no tiene su equivalente
castellano, y significar “la ciencia politizada”, o sea
la ciencia utilizada con fines políticos. Ahora bien; es
éste un punto sobre el cual, al salir del régimen hitle­
riano, la sensibilidad de los universitarios alemanes
estaba particularmente alerta. También se prefiere
decir “ciencia de la política”, Wissenschaft der Poli-
tik. Pero esta expresión demasiado larga y bastante
pesada se hace ella misma anfibológica, pues el plu­
ral “las ciencias de la política” designa para algunos
las disciplinas científicas al servicio de la política. 10
Además, Wissenschaft der Pólitik no permite sa­
tisfacer la costumbre alemana de nombrar a los pro­
fesores, y más aún, a los estudiantes, por su especia­
lidad. El que se dedica a esta nueva disciplina que
es la Política no puede ser llamado Politiker, que
corresponde a “político”. En cambio, politólogo suena
bastante bien. Recuerda a sociólogo, filólogo, etnó­
logo, etc. 11
La objeción más seria que podría hacerse a “poli­
tólogo” es que no se forma directamente a partir de
polis (la Ciudad o el Estado), sino de su derivado po-
lites (el ciudadano). En consecuencia, la politología
8 Propuesto por M. Eugen Fischer Baling, el término
“politología” encontró la adhesión del Pr. Gert von Eynem
en un artículo breve,pero muy denso,titulado “Folitologie”,
que se publicó en el número inaugural de la Zeitschrift
für Politik (1954, pág. 83 y siguientes).
10 Cf. H. L asswell. D. L erner y otros, Les Sciences de
la politique aux Etats-Unis, Domaines et techniques, cua­
derno 19 de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas,
París, Armand Colín, 1959.
11 Desde 1952, la Universidad de Berlín Oeste otorga
el grado de Doctor en Letras y de Doctor en Ciencias po­
líticas con la mención “Politología”. Desde 1955 se confie­
re un título de “Politólogo diplomado”.
13
.
sería más bien la ciencia del ciudadano que la de la
ciudad. Pero en esto el ejemplo fue dado por los
mismos griegos, quienes formaron politeia a partir de
polites y no a partir de polis.
Una tendencia disidente propone politicólogo, que
se acerca más a la palabra griega políticos. El tér­
mino ha sido empleado desde 1934 por Gerhardt Me-
yer, editor de Hermann Hellers, y en Francia se be­
neficia actualmente con la gran autoridad de M. Geor-
ges Burdeau. Pero politicología no presenta, desde
el punto de vista de su formación, ninguna superio­
ridad sobre politología, puesto que políticos es tam­
bién un derivado de polites. Además, politicólogo es
menos eufónico y menos fácil de hacer entrar en el
lenguaje corriente, el que adoptó sociología y no
societología.
Por ello, atendiendo al uso y deseando contri­
buir a crearlo, hablaremos aquí de politología cada
vez que el término permita designar brevemente lo
que requeriría una expresión más larga, o sea, cada
vez que consideremos el conocimiento sistemático y
ordenado de los fenómenos relativos al Estado.
PRIMERA PARTE

LAS VICISITUDES DE LA
CIENCIA POLÍTICA
CAPITULO I
LA POLITOLOG1A CLÁSICA

I. El nacimiento de la politología
La politología —o sea el conocimiento sistemáti­
co y ordenado del Estado— ha constituido una cien­
cia desde sus orígenes. Los griegos son a la vez los
creadores de la política y de la ciencia política. 1 “La
Grecia antigua— dice Edmond Goblot— madre y rec­
tora de la civilización europea, le imprimió su carác­
ter dominante: la ciencia” . 12
Y, entre los griegos, Aristóteles fue no solo el
principal promotor del conocimiento científico, sino
también el autor de un gran descubrimiento: el de
que cada ciencia tiene su individualidad. Le debemos
a él la política, la ciencia política y la situación de
ésta en el seno de las ciencias.
La clasificación aristotélica se apoya en la distin­
ción de tres operaciones del espíritu: saber (théórein)
hacer (prattein) y crear (poíein). En consecuencia,
de acuerdo con el Estagirita existen tres grandes
categorías de ciencias: las ciencias teóricas, las cien­
cias prácticas y las ciencias poéticas. Las ciencias teó-
1 Una parte de los estudiosos contemporáneos solo lla­
ma Ciencia política a lo que es ciencia positiva. Pero histó­
ricamente la ciencia corresponde al “conocimiento” sin
especificación. Tal es el sentido de la palabra griega epis-
teme y de la alemana Wissenschaft. Para una distinción —
aquí inútil o más bien prematura —entre la política como
arte, sabiduría o ciencia, remitimos a nuestros estudios:
Ampleur et limite de la création dans VArt et la Science
politique, en “Mélanges Jamati”, París, C.N.R.S., 1956, pág.
269 y siguientes; Morale et Politique en “Universitat und
Christ”, Zurich, EVZ, 1960 pág. 64 y sig., y al opúsculo pró­
ximo a aparecer en la colección “Mesopé”: Connaissance de
la politique.
2 Le systéme des Sciences, París, A. Colin, 1922.
17
ricas son las matemáticas, la física y la metafísica;
las ciencias poéticas incluyen la lógica, la retórica y
la poética; situadas entre ambas, las ciencias prácti­
cas son la ética, la económica y la política.
La ética es la ciencia del comportamiento perso­
nal, el conocimiento de la conducta del individuo, la
moral.
La económica es la ciencia de la familia, de su
composición y del mantenimiento del hogar, el o'ikos.
La política es la ciencia de la constitución y de
la conducta de la Ciudad-estado.
La política ocupa prácticamente la cúspide de la
jerarquía, porque su objeto, la Ciudad-estado, engloba
toda la organización social. En su base, la Ciudad-es­
tado se compone de familias: esposos, niños, esclavos;
se constituye luego por la asociación de familias a
través de relaciones, ya muy esparcidas en la aldea,
que se podría denominar con exactitud “colonia de
familias”; y, finalmente, por la asociación de varios
pueblos. La Ciudad-estado completa, originada en
las necesidades de la vida, existe porque las satisface
todas, habiendo llegado al punto de bastarse absolu­
tamente a sí misma. 8
La política domina teóricamente a las otras cien­
cias, porque regula todas las actividades humanas.
Se ve claramente —dice Aristóteles— que entre to­
das las artes el fin de aquellas que se podría llamar
ordenadoras o rectoras es más deseable o más impor­
tante que el de las artes que les están subordinadas. 34
El significado de las expresiones “ordenadora” y “rec­
tora” se capta aún mejor si empleamos la palabra de
origen griego, “arquitectónica”, que indica a la vez
la primacía intelectual y material de la política. Siem­
pre en la Ética a Nicómaco, Aristóteles subraya que
3 Cf. Politique d’ Aristote, ed. M. Prélot, París, P.U.F.
1950, pág. 1 y sigs.
4 Ethique á Nicomaque, trad. Thurot, París, Didot
1823, pág. 4; esta traducción antigua,pero excelente.ha sido
reeditada en los clásicos Garnier. [Vid: Moral a Nicómaco,
trad. castellana de Patricio de Azcárate, en Obras Selectas¡
Ed. El Ateneo, 2? ed., Buenos Aires, 1959, lib. I, cap. I
pág. 239].
18
‘‘hay algo de más noble y más elevado en ocuparse
del bien y del contenido del Estado en su totalidad
que en el de un solo hombre, aunque podamos limi­
tarnos a lo concerniente a un solo hombre” . 56
Sin embargo, la frontera entre la ética y la polí­
tica no es siempre trazada claramente. “El objeto de
la ética es una especie de política”: esta otra afirma­
ción del Estagirita .muestra que hay en él alguna
incertidumbre en lo relativo a la delimitación de las
diferentes artes. Además, incluye en la política una
serie de elementos que, desde nuestro punto de vista,
más bien formarían parte de la ética y de la económi­
ca: la procreación, la educación, y hasta la música.
En cambio, distingue con claridad entre la polí­
tica, que es el conocimiento de las cosas cívicas, y la
económica, que es la ciencia de las cosas domésticas.
Ésta engloba los conocimientos relativos a la casa, al
ajuar, al oikos, a todo aquello a lo que correspondería
bastante bien la palabra alemana Wirtschaft. Aristó­
teles considera tres tipos de relaciones sociales: entre
esposos, entre padres e hijos, y entre amo y esclavo.
Agrega el conocimiento de la administración del
ajuar de la casa. Sobre este último punto pasa rápi­
damente, pero otros Económicos son más completos,
en especial El Económico de Jenofonte (427-355), an­
terior al de Aristóteles, donde el autor expone las
reglas teóricas de una buena administración de un
dominio rural, siempre haciendo depender la econó­
mica de la política. El Estagirita estima que estas dos
disciplinas no deben confundirse, puesto que las re­
laciones de subordinación de la familia y las relacio­
nes de sujeción entre amo y esclavo son por completo
diferentes de las relaciones de ciudadanía. Aristóteles
rechaza desde el principio la idea de que el Estado
sería una familia ampliada, tesis que se vuelve a en­
contrar en algunos doctrinarios de la política. Por lo
tanto, no hay entre la familia y la ciudad una dife­
rencia de grado, sino de naturaleza.
I
5 Op. cit., pág. 7. fVid: ed. esp. citada. Lib. I, cap. I,
págs. 240-241.]
19
II. La tradición Antigua y Medieval
El vínculo entre la Antigüedad griega y latina
fue anudado por Cicerón, de quien puede decirse que
era un romano helenizado. Los títulos mismos de la
República (Tratado de la República) y De legi-
bus (Tratado de las leyes) indican su filiación pla­
tónica.
Siguiendo también una inspiración aristotélica,
Cicerón acepta como básica la noción de Ciudad, pero
amplía el marco y la define de un modo mucho más
jurídico. Pone a ésta en boca de Africanus, Escipión
el Africano, quien en el diálogo de la República figu­
ra como el héroe cívico al que se dirige la admiración
del gran orador: Est igitur, inquit Africanus, res pu­
blica, res populi; populus autem non omnis hominum
coetus quomodo congregatus, sed coetus multitudinis
juris consensu et utilitatis communione sociatus (“La
República es la cosa del pueblo, y el pueblo mismo
no es,no importa qué conjunto de hombres, sino una
colectividad unida por un acuerdo de derecho y por
una comunidad de interés”).
Si con Cicerón permanecemos exactamente en la
línea política griega, la Ciudad convertida en Repú­
blica ha crecido, sin embargo, hasta alcanzar las di­
mensiones imperiales de Roma, lo que hace que se
la conciba como una aglomeración cuantitativamente
importante. Entrevemos ya la concepción moderna
de masa. Por otra parte, Cicerón, abogado romano,
pone en primer plano el aspecto jurídico de la Ciu­
dad: el derecho común a todos, aceptado por todos,
efectivamente obedecido por todos. Se encuentra así
claramente especificada la naturaleza particular de
la sociedad política.
La revolución cristiana, si el fenómeno se con­
sidera sociológicamente (la revelación cristiana, si
se lo considera filosóficamente), trae profundos cam­
bios morales y psicológicos, pero técnicamente trans­
curre dentro de los moldes antiguos. San Agustín,
“educado —como él lo afirma— en los escritos de la
Escuela”, toma sus ideas políticas de De República y
de De Legibus de Cicerón. Y hasta se ha podido re-
20
constituir, recurriendo a sus citas, el texto considera­
blemente mutilado de Cicerón.
Sin embargo, Agustín modifica la definición cice­
roniana de Estado. Populus est coetus multitudinis
rationalis rerum quas diligit concordi communione
societus.6 Como el pueblo de Cicerón, el pueblo de la
“Ciudad de Dios” es también un agregado humano,
una multitud razonable, pero unida por la pacífica y
común posesión de lo que ama y no por el derecho y
la utilidad.
Pasamos de una concepción jurídica a una con­
cepción afectiva, de una noción que el lenguaje actual
calificaría de “societaria” a una noción “comunitaria”.
San Agustín prepara así ese sometimiento del Esta­
do respecto de la Iglesia, que tendrá tan gran reper­
cusión en el pensamiento medieval. El problema es
demasiado vasto para ser tratado aquí. 7 Basta recor­
dar, desde el punto de vista que nos ocupa, que el
prototipo social sigue siendo la Ciudad. Hay en el
obispo de Hipona una transposición y ampliación del
ideal terrestre, una sublimación de la idea de Ciu­
dad; pero sin que ésta sea abandonada. San Agustín
modifica la definición de Estado, propuesta por Cice­
rón, para negar la perfección al Estado romano. De
tal modo la noción puede aplicarse a otra comunidad
que trasciende la ciudad carnal a la ciudad espiritual:
Civitas Dei. La concepción agustiniana se halla en­
cuadrada en una vasta concepción dél mundo, en una
filosofía y aun en una teología de la historia.
El “agustinismo político”, para hablar como mon­
señor Arquilliére, domina el pensamiento medieval.
Sin embargo, el representante más eminente de este
pensamiento, Santo Tomás de Aquino, vuelve a la
concepción de los autores paganos. No acepta las
modificaciones de San Agustín. Más exactamente, to-
6 S an A custín, De Civitate Dei, XIX, 24; La Cité de
Dieu, traducción de L. Moreau, París, Garnier, t. III, 1899,
4a ed., pág. 256# [Véase: La Ciudad de Dios, trad. cast. de
J. C. Díaz de Beyral, Buenos Aires, Ed. Poblet, 1941, t. II,
págs. 475-476].
7 Cf. M. P rélot, Histoire des idees politiques, París,
Dalloz, 2* ed., 1961, cap. x: UL’Augustinisme politique”.
21
ma de San Agustín una definición de Ciudad que es
en realidad la de Cicerón, y mediante una pequeña
habilidad dialéctica, de la cual ni los santos mismos
están siempre exentos, omite decir que San Agustín
había citado a Cicerón para refutarlo. Por otra parte,
la posición de Santo Tomás se explica muy bien. Es- ¡
tima que la definición ciceroniana es perfectamente
válida para la naturaleza, mientras que San Agustín
se ha ocupado de lo sobrenatural. Además, Santo To­
más estudia a Aristóteles, de quien Guillaume de :
Moerbecke, un dominico flamenco, tradujo al latín
un texto considerablemente mutilado de La política.
Santo Tomás había hecho un comentario literal de
esta obra en In libros poliiicorum Aristotelis expo-
sitio (Exposición sobre los libros políticos de Aristó­
teles) . En consecuencia, la concepción tomista es sim­
plemente una formulación detallada de las doctrinas
aristotélicas. La Ciudad forma una unidad indivisa,
constituida bajo una autoridad suprema, donde cada
uno conserva su propia autonomía mientras contri­
buye al ordenamiento general.
Sin embargo, Santo Tomás se aleja del Estagiri-
ta en un punto: con él la política pierde la primacía
que le había asegurado Aristóteles. Aunque conserva
el primer lugar entre las artes prácticas, ya todas las
ciencias y las artes no convergen más hacia la polí­
tica, sino hacia la teología. La política, como las de­
más ciencias, es su sirvienta, ancilla Theologiae.
Por otra parte, además de ocuparse de la Ciudad
antigua, de la cual tiene una concepción doctrinal,
pero no histórica, Santo Tomás participa en las preo­
cupaciones de su tiempo por medio de una obra que
en francés se titula Du góuvernement royal (Del go­
bierno real), y en latín De regimine principum (Del
régimen de los príncipes), o, sin duda más exacta­
mente, De Regno (Del reinar). Este opúsculo incon­
cluso, cuya pertenencia a Santo Tomás niegan algu­
nos autores, fue escrito entre 1265 y 1267. Es un arte,
o más bien una ética del gobierno, destinada al rey
de Chipre, Hugues II Lusignan. Como el joven prín­
cipe murió a los dieciséis años, Tomás, cargado de
trabajo, renunció a terminar su obra. Pero lo que
22
escribió refleja un fenómeno nuevo, muy pronto
dominante. La noción de Estado pasa de la colectivi­
dad popular al gobierno, del gobierno a la persona de
quien gobierna, del Estado al reino y del reino al
príncipe.
III. Las concepciones modernas
El Príncipe: tal es, en efecto, el título del libro
que inicia la politología moderna. En sus dos prime­
ros siglos, ciertamente, toda la atención la reclama
el detentador del poder absoluto. Es a él a quien es
necesario conquistar y a quien conviene instruir. La
política se inclina hacia la psicología y la pedagogía.
Sin embargo, bajo estos aspectos nuevos conti­
núa fluyendo la corriente antigua. Impulsado por un
realismo cruel y por necesidades imperiosas, Maquia-
velo da a su libro el título de El Príncipe, pero solo lo
considera como un elemento de una “Política” que
constituiría el conjunto de su obra. Ya en el comienzo
de El Príncipe, en efecto, Maquiavelo distingue entre
repúblicas y principados. Da a la palabra “república”
un sentido preciso: el de gobierno temporario. En
este lugar no habla de los Estados que se gobiernan
de ese modo, y no porque sean poco interesantes, sino
porque trató de ellos en sus Discursos sobre la prime-
ra Década de Tito Livio.
La filiación aristotélica del secretario florentino
es segura. Ha leído y meditado una traducción italia­
na de la Política publicada en 1435 por el erudito
Leonardo Bruni, traducción cuyas ediciones se multi­
plicaron desde 1470.® Pero la inspiración del florentino
no es la de Aristóteles. El Estagirita dirige sus inves­
tigaciones hacia el buen gobierno que asegura una
vida buena a sus buenos ciudadanos. Maquiavelo tie­
ne en vista un objetivo más directo y brutal: un go­
bierno eficaz para “una Italia unida y desclericaliza-
da”. En consecuencia, la política es el arte del Estado,
dirigido menos a la felicidad de los miembros de la
Ciudad que a la obtención de su obediencia. Pero ya8
8 Agustín Renaudet, Machiavel, París, 1956, nueva ed.
23
se trate del bien de los hombres o de su obediencia,
el objeto del conocimiento político sigue siendo el
Estado, concebido así como un cuerpo político.
Esta noción todavía aparece nítidamente en Bo-
din, quien con Althusius, un autor menos conocido,
hace dar a la ciencia política un paso decisivo.
El tratado de Bodin abarca toda la ciencia poli-
tica, con los diversos órdenes de hechos que com­
prende y las leyes fundamentales que la integran. 9
J. C. Bluntschli destaca su importancia al poner al
primer capítulo de su Geschichte des allgemeinen Sta-
atsrechts und der Politik seit der 16. Jahrhun dert
biszu Gegenwart. (Historia del Derecho general del
Estado y de la política desde el siglo xvi hasta la
actualidad) el título de “Die Staatslehre Bodins” (La
teoría del Estado, de Bodin) . 10 San Agustín, en este
aspecto mejor ubicado que Santo Tomás, no solo
posee una vasta erudición y una gran experiencia
personal: sabe aprovechar directamente los elemen­
tos que ofrecen los hechos y las instituciones de su
tiempo. La concepción tomista, bastante libresca, em­
pleaba simplemente las categorías políticas de Aris­
tóteles. Jean Bodin, que lo conocía bien, modifica y
enriquece (aunque cae también en desviaciones la­
mentables) el esquema aristotélico, con el aporte de
puntos de vista que son tanto el resultado de su re­
flexión personal como del paso de la Ciudad-estado
al Estado monárquico, transición que tiene lugar a
principios del siglo xvi. 1515 es la fecha de la difu­
sión de El Príncipe, y también de la batalla de Ma-
rignan y del advenimiento de los Valois-Angu-
lema con Francisco I. La monarquía francesa, toda­
vía feudal con sus predecesores, se convierte en mo­
narquía moderna con su sucesor Enrique II, soberano
ya casi clásico.
Bodin ve claramente en el Estado el producto de
una evolución secular que engendra un equilibrio
de derechos- y obligaciones en el seno de un grupo
u Cf. H .B a u d rii .i .ard , Jean Bodin et son temps, París,
1853.
10 Esta obra se publicó en Munich en 18C4.
24
más complejo que el estudiado por el Estagirita. No
solo hace del Estado el “recto gobierno de varias
familias”, sino que interpreta las desigualdades com­
probadas por él como causa de una división del tra­
bajo que, para decirlo en términos actuales, se re­
suelve ella misma en una solidaridad orgánica.
A tal concepción del Estado, que en ciertos as­
pectos puede calificarse ya de “sociológica”, agrega
Johanes Althusius una concepción no menos impor­
tante. Ya hemos dicho que su gran obra se denomina
Política sistemática (Política methodice digesta).
Apareció en Herborn en 1603. Eue reeditada en Gro-
ninga en 1610, y nuevamente en Herborn en 1614.
En cada edición aumentó el número de páginas, hasta
duplicar su volumen. Althusius define allí la política
como el arte de constituir, cultivar y conservar la
vida social. Le da, en consecuencia, el nombre de
simbiótica, que toma del griego.
La palabra simbiótica muestra bien la concep­
ción fuertemente articulada que Althusius posee del
Estado. El Estado es, en la cúspide, una comunidad
política superpuesta a las comunidades más simples,
a las familias, a las corporaciones, después a las so­
ciedades más complejas, las comunas y las ciudades.
Siguiendo el método que más tarde se llamará gené­
tico, Althusius llega a una concepción contractual, y
sin embargo orgánica, de la soberanía. Se pasa por
gradaciones de las sociedades más simples a la socie­
dad estatal. Por ello se puede considerar a Althusius
como el precursor de las doctrinas políticas que más
tarde serán calificadas de federalistas o aun de cor­
porativas. Otto Gierke, quien en el siglo xix hizo
conocer a Althusius, el cual fue casi ignorado duran­
te largo tiempo, hizo de él el fundador del derecho
social, del Genossenschajt$recht.
Con él se comienzan a advertir también las bi­
furcaciones posibles del Estado. Mientras que Al­
thusius considera al Estado como una federación de
grupos ligados por un contrato del que surge la sobe­
ranía, Bodin afirma el carácter unitario e indivisible
de esta soberanía. Mientras que Althusius es un “or-
ganicista popular”, para quien la autoridad reside en
25
el pacto concluido por los elementos orgánicos qu*
constituyen el Estado. Bodin es un “monarquista uni<
tario”, partidario de la soberanía, que reposa en 1;
persona del príncipe.
Bodin acelera, sin duda involuntariamente,, lj
tendencia generada por los acontecimientos. El Prín-
cipe prevalece definitivamente sobre el Estado y do-
mina la politología de los siglos xvi y xvn. En unj
galería suntuosa se suceden el príncipe conquistado]
imaginado por Maquiavelo, y el príncipe cristiane
concebido por Erasmo. Bossuet y Fenelón, escritore¡
políticos, son figuras eminentes de preceptores de
príncipes. Aquél realiza la sustitución mediante lj
identificación del príncipe con el Estado, cuandc
afirma: “Todo el Estado se halla en él” . 11
De manera opuesta, la Escuela del Derecho na
tural y de gentes redescubre la concepción social
Puffendorf y Barbeyrac vuelven al término Civitai
Utilizan también la expresión “sociedad civil” coij
preferencia a status, que conserva para los latinistas
su imprecisión primera, y con preferencia a res pu­
blica, que tiende a perder cada vez más su sentid*
general (según Bodin) para tomar su sentido res
tringido (según Maquiavelo).
Ésta es también la acepción que propone Mon
tesquieu. Pero éste no cita sus fuentes y con fre
cuencia presenta como propio lo que toma de lo
demás. Sin embargo, entre sus recopilaciones de no
tas de lecturas, un tomo no vuelto a encontrar s<
denominaba Política, y su biblioteca de La Brédi
contenía dos ejemplares de la Política de Aristóteles
La tentativa más completa de elucidar el voca
bulario político de su tiempo es sin duda la de J. J
Rousseau. Al final del capítulo VI del libro I de
Contrato social, capítulo de importancia considera
ble, pues trata en él del “pacto social” o sea de
contrato social mismo, ofrece las siguientes explica
ciones acerca de su vocabulario: “La persona públic
que se constituye así mediante la unión de todos lo
11 B o ssuet , Politique tirée des propres parole
VÉcriture sainte, libro V, art. 4, 1* proposición.
26
otros tomaba en la Antigüedad el nombre de Ciudad,
y se la denomina actualmente república o cuerpo po­
lítico, al cual sus miembros llaman Estado cuando
es pasivo, soberano cuando es activo, y potencia al
compararla con sus semejantes Y Rousseau protes­
ta contra las desviaciones que ha sufrido el término
Ciudad. “La verdadera significación de esta palabra
—advierte— hase casi perdido entre los modernos:
la mayoría de ellos confunde el recinto urbano con
una Ciudad y a su habitante con el ciudadano. Igno­
ran que las casas constituyen el mero poblado y que
los ciudadanos conforman la Ciudad.” El ginebrino
es de este modo fiel a la tradición helénica. Sin em­
bargo, hace de “social” el equivalente de politikos y
no de koinónikos. En el “contrato social”, la palabra
“social” se refiere a la sociedad civil, o sea a la Ciu­
dad, la República, el Estado. Rousseau.mismo entien­
de que realiza una obra de político. Nos ofrece el
Contrato social como un extracto de una obra más
amplia dedicada a las “instituciones políticas”, y en
Les confessions (Las confesiones) afirma que hu­
biera querido trabajar en ella toda su vida. El Con­
trato social se llamó durante algún tiempo De la
société civile. (De la sociedad civil) (se conserva un
manuscrito en el cual este título fue preferido mo­
mentáneamente). En cuanto al subtítulo conservado,
es todavía más revelador: Principes de droit politi-
que (Principios de derecho político). Anteriormente
Rousseau había dudado entre Essai sur la constitu-
tion de l’État (Ensayo sobre la constitución del Es­
tado) ..., sur la formation du corps politique (sobre
la formación del cuerpo político)... sur la forma-
non de VÉtat (sobre la formación del Estado)..., sur
Ja forme de la République (sobre la forma de la Re­
pública) .
Pero estos tanteos terminológicos traducen sim-
>lemente matices y no una incertidumbre sobre el
óndo de las cosas. De Aristóteles al siglo xviii, la
radición es una y segura. Hay, como lo expresa muy
)ien Paul Janet, quien escribió la historia de este
>eriodo, “una ciencia del Estado, no de tal o cual
ístado en particular, sino del Estado en general con-
27
siderado en su naturaleza, en sus leyes y en sus fot
mas principales” . 12 Es la ciencia política, y nadi
derivó entonces de ella otra rama del conocimient
de la vida social.

12 P aul J anet, Histoire de la Science politique


ses rapports avec la morale. Editada en París en 1872, coi
tituía ya la segunda edición de una Histoire de la philos
phie morale et politique. Reeditada varias veces por Alca
se halla hoy completamente agotada. [Trad. esp.: Histot
de la Ciencia política en sus relaciones con la Moral, 2
mos, v. de C. Cerrillo y Ricardo Fuente, Madrid, ed. Jorr
28
CAPITULO II
LA SUSTITUCIÓN DE LA POLITOLOGÍA

I. La politología sustituida
por la ciencia económica
Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo
xviii existe ya una fisura en este hermoso bloque. El
uso cada vez más generalizado de un término que
se origina a principios del siglo xvii, el de economía
política, provoca una incertidumbre creciente.
De la herencia aristotélica hemos visto florecer
la rama fértil constituida por la política. La otra
rama, la económica, bastante débil ya en el Estagi-
rita, se marchitó rápidamente. Bajo la influencia del
cristianismo las relaciones de familia tomaron cada
vez más el aspecto de relaciones personales atinentes
no a la económica, sino a la ética. Y la desaparición
de la esclavitud redujo sensiblemente la importan­
cia de relaciones entre amo y servidor. Aun aquí, el
cristianismo tiende a colocar estas relaciones bajo el
imperio de la moral. En consecuencia, solo quedó a
la económica la administracic i del patrimonio y el
cuidado de la casa.
En el siglo xvii se produce otro de estos cambios,
ya vistos en la historia de la politología, que mo­
difica completamente el sentido del término “eco-
S ómica”. Montchrestien publica en 1615 un Traite
’économie politique (Tratado de economía política),
dedicado al joven rey Luis XIII y a su madre, la
regente, María de Médicis. Explicitada en una súpli­
ca, la idea de Montchrestien es que el Estado debe
lomportarse, con respecto a sí mismo, como si se
;ratara de una casa cuyos limitados recursos deben
tdministrarse juiciosamente. Montchrestien opone a
a conducta dispendiosa del Estado, encamada par-
icularmente en los pródigos de Valois, la idea de
29
una gestión económica, o sea “familiar”. El Príncip
debe aplicar al Estado las leyes de administración di
un hogar. De este modo Montchrestien hace que si
reúnan y confundan dos órdenes de conocimient)
que el Estagirita había distinguido cuidadosamente
Llama economía política a las reglas de una buen)
administración de los bienes del reino.
Esta concepción recibe pronto el aval de un horri
bre que no solo es un escritor, sino también, si puedi
decirse, el primer ministro francés de Economía na¡
cional: Sully, quien en su vejez publica sus Sage\
et royales économies d’État domestiques, politique,
et militaires (Prudentes y reales economías de Esta;
do domesticas, políticas y militares, 1634). Transpor.;
tada del hogar al Estado, la economía se convierte ei
el arte de la administración de las cosas materiales
Unido a “economía”, que es el sustantivo, el adjei
tivo “política” es equivalente a estatal. En su origina
obra dedicada a los Trois ages de Véconomie (Trej
edades de la economía), M. André Piettre dice mu]
acertadamente: “el carácter nacional de la economií
sobrepasa en mucho su carácter crematístico” . 1 Máj
adelante da a esta economía el calificativo de “mo|
narquizada”, invocando a Hauser para quien el rej
es “el legislador y el regulador de la vida política’j
Y aun en quien es considerado el primero de lo|
grandes economistas modernos, en Adam Smith, 1)
economía política conserva su dependencia tradicioj
nal respecto de la política. Ésta es entendida comí
“una rama de los conocimientos del legislador y de
hombre de Estado, que se propone enriquecer a lí
vez al pueblo y al soberano, particularmente con el
objeto de proporcionar al Estado renta sufk míe pa­
ra el servicio público”.
Pero la posición de Adam Smith aparece prontc
como una supervivencia. Desde la segunda mitad de]
siglo xviii la economía se aleja de la política. Se con
vierte en un sistema lógico de asuntos económicoi
que deben ser “considerados en sí mismos, por ello!
mismos y para ellos mismos”, según una fórmula dei
i Editions ouvriéres, P arís, 1955. pág. 200.
30
bida a André Piettre. El conocimiento de estas cosas
Eorma un mundo aparte. La económica de nuevo es­
tilo no solo se ha separado de la política, sino que
pretende una autonomía total. El orden natural, para
hablar en el lenguaje de los fisiócratas, obedece a
jus leyes propias. Tiene sus mecanismos espontáneos
Y sus automatismos reguladores. Así la economía es
illa misma una fisiocracia, o sea un gobierno de la
naturaleza, mientras que la política, sea cual fuere
il régimen considerado, es un gobierno del hombre,
ma antropocracia.
La economía reivindica su autonomía tanto en el
jrden práctico como en el orden intelectual. En el
>rden práctico, en tanto que actividad humana, re­
pudia las exigencias morales de las teorías medie­
vales, pero quizás rechaza aún más la dominación
política de los regímenes en vigor. En el orden in-
¡electual, la economía desea ser una ciencia inde­
pendiente con respecto a las otras ciencias, y sobre
;odo con respecto a la ciencia del gobierno del Estado.
Si bien el hecho de haber arrebatado a la política
jna vasta parte de su dominio era ya grave, el desa­
rrollo de la economía le es aún más perjudicial, pues
ísta manifiesta casi inmediatamente la pretensión de
remplazaría. La economía no solo quiere separarse
le la política, sino desvalorizarla colocándola en un
segundo plano, poniendo en tela de juicio su impor-
¡ancia y su existencia. En esto concuerdan las dos
íscuelas rivales del liberalismo y del socialismo.
En muchos aspectos, la idea fundamental del in-
lividualismo liberal está quizás constituida, más que
por las nociones de libertad y de individuo, por el
íoncepto de espontaneidad. Los fenómenos econó-
picos son una manifestación de la naturaleza: sur­
gen inevitablemente y se organizan por sí mismos.
De acuerdo con la famosa frase de un clérigo ita-
íano, il mondo va da se. La economía se halla some­
tida a leyes “naturales”. En consecuencia, la política
iada tiene que hacer en este terreno. Si interviene,
erá para ponerle obstáculos a esta rueda maravi-
osa, que de otro modo giraría por sí misma. El libe-
alismo concluye en una concepción minimalista del
31
Estado, en la que se le deja el menor sitio posible
En la vida del hombre común la política no es máj
que una excepción o un episodio. Como se ha com
probado más tarde: “El hombre de la era liberal e
el hombre menos politizado que ha existido”.2
En lo que se refiere al antipoliticismo, en el fon
do el socialismo se halla de acuerdo con su advei
sario. Los reformadores franceses casi no se parecei
en nada, pero tienen un punto en común: todos de
sean la desaparición del poder político, pero no sol
tal como existe, con sus accidentes actuales, sino e;
sí mismo, en su esencia. Hay sin duda un socialism
partidario de la conquista del poder. Pertenece, co
Blanqui, a la filiación de Babeuf. Tal es también 1
posición que tomará Luis Blanc. Pero no se trata d
pensadores de envergadura, y sus teorías tendrá
menos importancia que su acción. La primacía de 1
económico, la desvalorización y la exclusión de 1
político se expresan en la famosa parábola de Sainl
Simón. Pero es sobre todo Proudhon quien le dio u
extraordinario relieve. El séptimo estudio de V idé
genérale de la révolution au xix siécle (La idea g<
neral de la revolución en el siglo xix) se titula: “D
solución del gobierno en el organismo económico1
Para el autor, la única y verdadera revolución es 1,
revolución “social”, que opone a las seudorrevolu
ciones “políticas” de 1830 y 1848. Ella remplazará e
Gobierno por el Taller: “Ponemos la organizació)
industrial en lugar del Gobierno, y las fuerzas eco
nómicas en lugar de los poderes políticos” .3
La idea de la disolución del gobierno en la socie
dad no es menos fundamental en Marx, al menos el
cierto Marx, porque sus concepciones variaron mij
cho. Es sin embargo innegable que su pensamiento
tal como se lo comprendió hasta el día en que fu¡
revisado y corregido por Lenin, es antipolítico. íJ
forma actual de los regímenes y el Estado mismo so
superestructuras que deben ser completamente el)
minadas por la evolución económica, que conduce
2 G eorges L avau, “Science politique et Sciences d
l’homme”, Esprit, abril 1956, pág. 506.
3 París, Garnier, 1851, pág. 283.
32
la revolución social. La única realidad es la econo­
mía, y en este punto Marx se halla muy cerca de las
concepciones de los reformadores franceses, en las
que se apoyó considerablemente. Su visión del por­
venir es la de un “languidecimiento del Estado”.
Cuando el proletariado sea dueño del poder, no habrá
más poder ni habrá más Estado, porque la autoridad
política es la consecuencia de la lucha de clases.
En sus rasgos fundamentales, la economía polí­
tica de los siglos xix y xx ya nada tiene que ver con
la política, ni tampoco con la economía en el sentido
etimológico del término. Las nuevas definiciones la
califican, de acuerdo con la concepción francesa clá­
sica de J. B. Say y de Pellegrino Rossi, de “ciencia de
la riqueza”; según autores más recientes es la “cien­
cia del cambio”, y M. F. Peroux agrega a la palabra
“cambio” el adjetivo “oneroso”. Al mismo tiempo
se le busca un nuevo nombre. Algunos proponen el
de “crematística”, que se encuentra ya en Aristóteles;
Dtros, “plutología”, y algunos, particularmente los
ingleses, cataláctica. En Francia, bajo la influencia
de A. Landry, se ha vuelto a “económica” simple­
mente como sustantivo, pero se dice con más espon­
taneidad “ciencia económica”, entendiéndose que el
hnérito principal del término es sancionar —palabra
y cosa— la desaparición de la política.I.
II. La politología sustituida por la sociología
• Se produce otro cisma, que no deja de mostrar
semejanzas, en sus orígenes y en sus resultados, con
?1 de la economía. Es el que ahora separa lo político
le lo social.
Esta dicotomía no es nueva. Cierta distinción en­
re lo “político” y lo “social” aparece ya desde el
“enacimiento del Estado. Ya en Bodin y Althusius
lemos encontrado la idea de que existiría lo social
úera de lo político, o sea un elemento social distin­
guible, si no diferente, de lo político. Diríamos ac-
ualmente que estos dos autores consideran el Estado
orno un fenómeno de superposición. Pero la “sim-
liótica” de Althusius, la concepción del “recto go-
33
r

bierno de varias familias” de Jean Bodin, implica un


conocimiento del Estado que envuelve el de las so­
ciedades menores sobre las que se construye. Esta1
actitud concuerda así con la concepción arquitecto-!
nica de la Ciudad, que vimos era la de Aristóteles.
Diversos autores de los siglos xvi y xvn insisten
en la existencia de vínculos de carácter social que
están fuera de los vínculos estatales. Tal es el caso
de Grotius, cuya obra fundamental data de 1625; e]
del filósofo Leibnitz y el de un jurista que ya era
sociólogo, Nettelbladt, quien no alcanzó la misma
notoriedad. Dentro de esta línea algunos distinguen
ya, como Schlótzer, entre die Staat, el Estado, y die
bürgerliche Gesellschaft, la sociedad civil. Aparecen
así dos órdenes jurídicos independientes: un orden
de vecindad o de localización territorial, y un orden
de actividades profesionales o de oficios. 4
A comienzos del siglo xix, y esta vez bajo la
influencia de la economía, particularmente de la Es
cuela inglesa, algunos autores alemanes (por ejem>
pío Robert von Mohl) separan la ciencia social d(
la ciencia política. El término “social” designa laí
instituciones, las costumbres, o los comportamiento
no organizados directamente por el poder: la fami
lia, la propiedad y —el concepto comienza a circu
lar— las clases sociales. Se opone el Estado social
Sozialzustand, al Estado político, Staat. Más tarde
en Francia, el historiador Henri Hauser distinguid
la historia llamada política, que se preocupa sobrf
todo de las formas de gobierno de las sociedades, 3
la historia calificada de social, que se interesa prin
cipalmente en la vida material, económica y mora
en las mismas sociedades. Lo social comprende as
toda la vida privada, no solo en su aspecto individua
e interindividual, sino colectivo.
Esta división podría no haber tenido grandes in
convenientes para la ciencia política si hubiera coi
servado el carácter de una comprobación objetivi
pero muchos de sus defensores le agregan una apr<
4 Cf. G eorges G urvitch. Éléments de sociologie juril
que, París, Aubier, 1940, cap. I, “Les précurseurs”.
34
ciación cualitativa. El orden de la sociedad es consi­
derado infinitamente más rico que el orden jurídico
del Estado, tanto desde el punto de vista de su con­
tenido espiritual como de su capacidad de vida es­
pontánea. Ya sea conjuntamente, ya en forma para­
lela a la corriente económica, el flujo social desva­
loriza también a la politología.
Las exaltaciones de lo social son múltiples: unas
veces se convierten en sistema, como en las escuelas
sociales de inspiración cristiana; 5 otras, constituyen
una reacción difusa de los medios burgueses, que
sienten que la conducción de los asuntos públicos
pasa a nuevas capas sociales; o, inversamente, pro­
ceden de la afirmación nueva de que la “cuestión
social” predomina sobre los problemas políticos.6
Charles Péguy hace de todo esto una especie de ra­
mo lírico cuando escribe: “La vida privada transcurre
bajo la vida pública, conserva, lleva, sostiene y nutre
la vida pública. Las virtudes privadas se desarrollan
bajo las virtudes públicas. Lo privado es el tejido mis­
mo. Pública: las actividades públicas no son más que
islotes; es lo privado lo que constituye el mar profun­
do”. Pero es mucho más grave para la integridad de la
política la pretensión de lo social de convertirse en cien­
cia autónoma y global, bajo el nombre de sociología.
Como todo el mundo lo dice, Augusto Comte es
el inventor del término. “Creo que debo aventurar
desde ahora este término exactamente equivalente
a mi expresión ya introducida de física social. “Aho­
ra bien, aunque la expresión “física social” no tuvo
aceptación alguna, la palabra “sociología” fue adop­
tada en la mayor parte de las lenguas con el sentido
B Tal es la posición de Le Play y también de una parte
importante del catolicismo social (cf. M. Príxot, “La fin
d’une extraordinaire carence’/ en Revue Internationale
d’histoire politique et constitutionnelle. enero-junio 1957,
iPág. 9).
\ 6 “El estudio de la cuestión social es el estudio de los
males que sufre la sociedad en el orden del trabajo, y la
búsqueda de los medios de curarlos o suavizarlos” (R. P.
¡Charles Antoine, S. J., Élements de Sciences sociales, lec­
ciones dictadas en Jersey, 1892-1893, Poitiers. Oudin, 1893).
de un conocimiento general y objetivo de la constitu­
ción y del desarrollo de las sociedades.
La iniciativa de Augusto Comte priva a la polí­
tica de su primacía tradicional, porque la sociolo­
gía la reemplaza como ciencia arquitectónica. “La se­
rie natural de las especulaciones fundamentales se
constituye por sí misma. Todos los estudios prelimi­
nares (matemática, astronomía, física, química, bio­
logía) preparan de este modo la ciencia final, la cual
en adelante influirá sin cesar sobre su cultivo siste­
mático, para que en él prevalezca al fin el verda­
dero espíritu de conjunto, siempre ligado al auténtico
sentimiento social.” 7
Al mismo tiempo que la sociología sustituye a
la politología, el centro de interés pasa de las Ciu­
dades o los Estados a la Humanidad. “A. Comte de­
finió la humanidad: el cbnjunto de seres humanos
pasados, futuros y presentes. Pero los más numero­
sos —y siempre en aumento— son los muertos, que
subsisten por la inmortalidad subjetiva, sea porque
se guarda su recuerdo, o porque el resultado de sus
actos permanece gracias al progreso.”8
Sin embargo, Comte sustituye muy pronto el es­
tudio científico de la Humanidad por la religión de
la Humanidad. “La política positiva” es así absor­
bida por “la religión positiva”. De tal modo la sociolo­
gía comtiana entraña finalmente, sin verdadera com­
pensación, la desaparición de la politología clásica
Ésta no ha sido más renovada por la “Escuela
sociológica”. En la medida en que Durkheim y sus
discípulos estiman, a diferencia de Comte, que le
social más auténticamente positivo es el hecho cons­
tituido por las sociedades particulares, hubieran po-J
dido concebir la sociología como un Corpus de cien­
cias sociales donde la politología hubiese ocupado st
lugar. Pero no es ésta su perspectiva. Insisten en la
especificidad del hecho social, atribuyéndole carao;
teres propios. La sociedad misma es algo más y, tamf
7 A ugusto Comte, Discours sur l’ensemble du p osit
visme, París, 1848.
8 J ean L acroix, La sociologie d’A. Comte, París, P.U.f
1956, pág. 65.
bién, algo diferente que la suma de los individuos
que la componen. No es una adición, sino un “todo”
—algunos sociólogos llegan a decir: un “ser”— que
tiene su vida, su historia, su conciencia, sus intere­
ses. Por lo tanto, solo será sociológico, en sentido pre­
ciso, el conocimiento de los fenómenos humanos en
tanto que sociales, o sea no como productos de la vo­
luntad de los individuos, sino como resultados de la
influencia ejercida por el grupo social. Éste origina
actitudes que los miembros que lo componen no ha­
brían tenido nunca si no estuviesen agrupados. In­
cluso cuando parecen actuar libremente, sus actos
traducen una compulsión social. En consecuencia, la
sociología no estudia todo lo que ocurre en las socie­
dades existentes; solo se pregunta de qué modo y
en qué medida los hechos sociales se originan en la
vida social, y cómo, a su vez, actúan, sobre ella.
En estas condiciones, al estudiar la política, la
sociología se conduce de manera diferente que la
ciencia política. Considera la incidencia del factor
político sobre la vida social, y, recíprocamente, del
factor social sobre la vida política. Los actos políti­
cos interesan realmente al sociólogo, pero no se ocu­
pa de ellos del mismo modo que el politólogo. El
sociólogo no estudia la política más que como una
manifestación específica de vida colectiva. El poli­
tólogo considera todos los aspectos de las institucio­
nes y de la vida del Estado, comprendidos los com­
portamientos individuales (recordemos el lugar ocu­
pado por el Príncipe conqúistador, cristiano o econo­
mista), y los estudia desde el punto de vista estricta
y esencialmente político, mientras que el sociólogo
solo toma en cuenta los fenómenos políticos en tanto
que son sociales, y exclusivamente en ese aspecto.
En la realización concreta, esta diferencia de in­
terés selectivo produce obras de muy distinta inspi­
ración. Al ocuparse de fenómenos políticos, los soció­
logos eliminan en su investigación lo que más inte­
resaría al politólogo. Mientras que el politólogo se
dedica con predilección al estudio de los fenómenos
políticos superiores que están más próximos a él en
el tiempo y en el espacio, los sociólogos dedican casi
37
todas sus investigaciones a los pueblos primitivos. Su
atención se concentra en los fenómenos exóticos, en
las costumbres que se relacionan más bien con la
etnología y solo tienen una conexión remota con la
sociedad política sutil y profundamente instituciona­
lizada que es el Estado actual. Sin duda que a este
respecto los sociólogos han formulado promesas;
pero el lugar que en su clasificación se le confiere a
la sociología política está bastante mal asegurado.
De hecho se ocuparon poco de los problemas políti­
cos, y en modo alguno cumplieron lo que habría po­
dido ser su tarea.9
No cabe duda de que en el futuro renacimiento
de la politología, la sociología cumplirá su parte fe­
cunda, particularmente gracias a su influencia me­
todológica. Pero en la evolución intelectual del siglo
xix y comienzos del xx constituye un rival, tanto
más peligroso cuanto que invoca para sí misma el
rigor científico y la categoría universitaria. Supe­
rando el escepticismo de su medio, Durkheim logró
que la sociología fuera reconocida como ciencia y se
le concedieran cátedras. En cuanto a la política, solo
se le concede el papel de un arte de aplicación. La
sociología la rechazó fuera de la ciencia y fuera de
las Facultades, porque “en el medio universitario, de­
cir que una rama del saber o de una actividad es un
arte implica arrojar el descrédito sobre ella”.10I.
III. La politología remplazada
por la ciencia jurídica
La economía se desarrolló bajo la influencia in­
glesa, y la sociología nació en Francia; de allí que la
0 Los sociólogos que se dedicaron a la sociología políti­
ca han recopilado, en su mayor parte, elementos dispersos
en otras obras. Así, el pequeño libro de Sociologie politique
del deán Davy es fundamentalmente un estudio penetrante
de la obra de los juristas sociólogos L. Duguit y M. Hauriou
(París, Vrin, 1950, 2* ed.). También A. Cuvillier, en su Ma
nuel de sociologie (París, P.U.F., 2* ed., 1959, 2 vol.) utilizc
ampliamente el trabajo de los constitucionalistas y de los
especialistas en derecho público.
10 J acques L eclercq, Du droit naturel á la sociologie
París. Spes, 1960, t. II, pág. 47.
Alemania de mediados del siglo xix parezca el país
menos afectado por las tendencias disolventes. Reac­
cionando sobre éstas, logró inclusive reintegrar, bajo
la influencia de sus “economistas nacionales”, la eco­
nomía en la política; y, al insistir sobre el aspecto
“nacional” de los fenómenos, volvió a colocar lo so­
cial en lo político.
Este énfasis en la idea del Estado como un “con­
junto que domina a los individuos y aun a las gene­
raciones” se debe a la obra de Adam Muller.11 Pero
la influencia de este autor se origina en el hecho de
que sintetiza una triple corriente jurídica, lingüísti­
ca y filosófica, que a las tres tendencias de la econo­
mía clásica: el individualismo, el cosmopolitismo y
el perpetualismo, opone, en orden, el espíritu comu­
nitario, el ideal nacional y la relatividad histórica.
Después de Adam Muller, las obras de Dahl-
mann, Waitz y Treitschke confirman la unidad clá­
sica de la ciencia política como conjunto de conoci­
mientos relativos al Estado-nación. Superan así la
dicotomía de Mohl, que distinguía lo social y lo polí­
tico, y que dentro de lo político distinguía a su vez
idivex’sas partes, una de las cuales, la Staatskunst,
era la política propiamente dicha. Waitz y Treitschke
identifican “obviamente” la política y la doctrina del
Estado.1112 Dalhmann, quien en 1835 publica en Go-
tinga el tomo primero y único de Die Politik (La
Política sobre la base y medida de los objetos reales),
usa la palabra “política” en el sentido de los anti­
guos, o sea que la política es para él la doctrina del
Estado. En su Grondziige der Politik (Fundamentos de
la Política, Kiel, 1862), Georg Waitz ve en la política
una Staatslehre, sin distinguir el ordenamiento estáti-
11 A dam Muller, nacido en Berlín en 1779, y muerto en
Viena en 1829, reunió en su libro Die elem ente der Staats
kunst (Los elementos del arte político) las conferencias da
das por él en Dresde, donde actuaba como diplomático
[Trad. esp.: Elementos de Política. Lecciones dadas en Dres
den en el invierno de 180X2X09, traducción de E. Tmaz, Ma
drid, Rev. de Occidente, 1935.]
12 Esta expresión irónica y algo despectiva se debe al
jurista y sociólogo alemán S tier -S o m lo , autor de un peque
ño libro titulado Politik, Von Quelle y Meyer, Leipzig, 1919.
3H
eo del Estado y la vida pública en movimiento, sin dis^
tinguir Staatsrecht y Politik. Treitschke publica er
1859 una Ciencia de la sociedad, donde el Estado e¡
“la sociedad organizada unitariamente”.
Sin dejar de ubicar en la base de su construc
ción más a la Nación (Volk) que al Estado (Staat)
la escuela alemana sostiene o redescubre la concep
ción global de la política formulada por Aristóteles
En el sentido helénico, “politología” significaba “co
nocimiento de la polis”; en el sentido germánico, si
convierte en la teoría general del Estado, la Allge
meine Staatslehre.
Pero la escuela alemana, que superó el divorci<
entre lo económico y lo sociológico, va a engendra]
ella misma la separación de lo jurídico.
La ruptura se anuncia en el último tercio de
siglo xix con Allgemeine Staatslehre (Teoría gene
ral del Estado), de J. C. Bluntschli, cuya primer;
parte Lehre von modernen Staat (Teoría del Estadi
moderno) apareció entre 1875 y 1876. Según la con
cepción clásica, Die Politik hubiera debido ser el equi
valente del título general: Lehre von moderne]
Staat. Pero en la pluma de J. C. Bluntschli la pala
bra “política” no solo no designa el conocimiento de
Estado en su conjunto, sino que solo en último téi
mino entra en la “doctrina” o “teoría” del Estad
moderno. Lo esencial de la doctrina del Estado mo
derno se halla constituido por la teoría general di
Estado y del derecho del Estado. La política es rele
gada a un segundo plano con respecto a estas do
disciplinas, que toman la delantera.13 No tiene qu
investigar ya los fundamentos del Estado, pues s
ocupa de ello la teoría general; tampoco le compet
el examen de la constitución y los órganos del Es
tado, pues ésta es tarea del derecho público. Solo 1
queda el estudio de las actividades estatales. Formul
13 Armand de R iedmatten, quien tradujo la obra i
francés, la presenta también en tres volúmenes: La théor
générale de l’État, Le droit public, La politique, París, Gu
laumin, 1877. [Trad. esp.: Derecho público universal , v. c
A. G arcía Moreno y J. O rtega G arcía, Madrid, Ed. F. Gó
gora, 1880.]
40
1

y explica las reglas que deben seguirse en el gobier­


no de los pueblos, y analiza el espíritu de las institu­
ciones y la actividad de la nación en el Estado.
Este relegamiento de la política es aún en Johann
Bluntschli lo suficientemente discreto como para
no romper la unidad de una politología global. Hay
distinción, pero no separación. El derecho público y
la ciencia política surgen de un tronco común. Pero
la teoría general del Estado domina a la vez el de­
recho y la política. El Estado real vive y la vida
vincula el derecho con la política. El derecho, sobre
cuyo carácter estático los sucesores de Bluntschli
insistirán más que él, no permanece, sin embargo,
invariable. Por su parte, la política busca un punto
de equilibrio y de reposo. El derecho posee una his­
toria, y hay una política de la legislación. El derecho
procede de la política, y la política presupone el
derecho como condición fundamental de la libertad.
Ésta se desarrolla en límites que traza el derecho.
De todos modos, la autoridad de J. C. Bluntschli
logró que desde ese momento la doctrina alemana
aceptase la idea de que la política no es más que una
parte del dominio de los conocimientos sobre el Es­
tado. Así, von Holtzendorff, en sus Prinzipien der
Politik (Prmcinios de la Política, 2^ ed., 1879), ve
;n la ciencia del derecho el ejercicio de la voluntad
:olectiva del Estado, en tanto que es voluntad ge-
íeral, o sea voluntad independiente, suprema, sobe­
rana. La política, en cambio, es la misma voluntad
ictuante, pero dentro de los límites prescriptos por
as circunstancias y los antecedentes, y determinada
ín sus resoluciones por la ocasión y la historia.
Mucho más radicales y sonoras son las tesis de
Seorg Jellinek. Ya al principio de su libro Allge-
neine Staatslehre14 (Teoría General del Estado),
>bserva que la palabra “política” significa en griego
'doctrina de la Polis”, y que se debe traducir por
b4 Traducido al francés con el título poco satisfactorio
le VÉtat moderne et son droit, París, Fiard & Bjiére, 1911,
1vol. [Trad. esp.: Teoría General del Estado, trad. dt F er
íando de los Ríos, Madrid, 1914. La misma versión reedita-
la en Buenos Aires, Ed. Albatros, 1954.]
41
“doctrina del Estado”. Pero abandona inmediatamen
te esta posición lógica para dejar la política fuen
de la “doctrina del Estado”. Ciencia descriptiva i
explicativa del Estado, la Allgemeine Staatslehre es
tudia la noción del Estado bajo todas las formas ei
que manifiesta su actividad. Se divide, por una pai
te, en una doctrina “social” del Estado, y por otrj
en una doctrina “jurídica” del Estado o derecho pú
blico en general. Por lo tanto, y a diferencia de J. (
Bluntschli, G. Jellinek no concibe ninguna doctrin
general del Estado que abarque a la vez el derech
público y la política. Ésta solo examina la maner
en que el Estado puede realizar sus fines y apreci
sus actitudes. Se convierte en un estudio accesori
de carácter práctico y crítico.
Como consecuencia directa de este retroceso
de esta subordinación, queda asegurada la hegemc
nía del derecho público en la teoría general. Frent
a Ja política, y aislada y circunscripta, brilla co
todo el prestigio que su rigor le confiere.
Menos de diez años antes de que J. C. Bluntschl
desmantelara la politología, el “venerable” Gerbei
a quien los alemanes consideran el padre del dere
cho público, había publicado sus Grundzüge eim
Systems des deutschen Staatsrechts (Fundamento
de un sistema del Derecho Político alemán, 1865
Deplora allí que sus predecesores hayan considerad
que la tarea de determinar los principios constitucic
nales modernos es más de naturaleza filosófica (léí
se “política”) que jurídica. Se esfuerza por clarific<
los principios del derecho sobre los cuales debe ed
ficarse el derecho público, y se propone eliminar lí
tendencias políticas, históricas o doctrinarias qu
eran precisamente las de los autores alemanes qu
hemos mencionado. Inspirándose en concepciones d<
derecho privado entonces dominantes, Gerber se ap<
ya en las teorías de la personalidad y de las relaci<
nes jurídicas y las aplica al dominio del derech
público. Para él, el derecho público es exclusivi
mente el derecho del Estado concebido como sujei
de derechos. Los derechos estatales mismos se op<
nen a los derechos privados. Son los derechos de d<
42
ilinación del Estado sobre los hombres exteriores
i él, eine Herrschaft über fremde Personen. Lo dog-
nático termina sustituyendo a lo sociológico, para
legar a la creación de un derecho público que nada
lebe a ninguna disciplina, salvo al derecho mismo.
El sucesor de Gerber será Paul Laband, uno de
os maestros más reputados de la Universidad de
Estrasburgo durante el período de la anexión. P. La-
>and exige que el análisis del sistema constitucional
e un país determinado sea puramente jurídico. Hay
Iue establecer, ante todo, las relaciones de derecho
ue constituyen el derecho público; fijar luego con
recisión su naturaleza jurídica; descubrir después
js principios jurídicos generales a los que se hallan
lubordinados, y desarrollar, finalmente, las conse-
iuencias que se desprenden de ellos. Partiendo de
as reglas inscriptas en los textos, nos remontamos
iasta los principios, desde los cuales descendemos fi­
elmente, mediante el razonamiento lógico, para des­
abrir las aplicaciones no formuladas. •
Este método es exclusivamente, y, como lo ha
licho el profesor Lexis, “intensivamente” jurídico,
-os autores que se inspiran en él “hacen derecho
mblico” y no ciencia política, disciplina inferior, in-
ligna de las cátedras universitarias. P. Laband y sus
liscípulos no solo descartan las consideraciones polí-
icas como extrañas a su disciplina, sino que mani-
íestan repecto a ellas una hostilidad característica,
in tanto que sirven con demasiada frecuencia para
lisfrazar la ausencia de análisis y de trabajo cons-
ructivo. Es, dicen, “literatura de periódico”.
Algunos juristas alemanes son menos despecti-
ros y se esfuerzan (como lo hace, por otra parte, el
nismo Laband) por dar a la política un contenido;
>ero la determinación de este contenido queda como
Igo abstracto y sin real importancia práctica. Como
a sociología, y aún más, puesto que es más antigua
más rentable, la ciencia jurídica detenta las cáte­
las y mediante la preparación de exámenes ocupa
as espíritus.

43
CAP171 I O
LA POLITOLOG1A DESMEMBRAI;
Y ABANDON \I]

I. Una ciencia sin contení


Ya sea beneficiándose con el entusiasmo por
novedad, o haciendo uso de una antigua posesión i
estado, la economía, la sociología y el derecho p
blico despojan de lo mejor de su sustancia a lo q
fue tradicionalmente el dominio de la política,
contenido de ésta disminuye hasta desaparecer p
completo, debido a la creciente especialización de ]
ciencias políticas.
Existen ahora la sociología política, que estu<|
los fenómenos políticos en su aspecto social; la e<
nomía política, que examina el Estado como ager
o como marco económico; el derecho político, ir
corrientemente calificado de público, que considí
el aspecto jurídico de las instituciones y relacioi
públicas; existe también la historia política, que
tablece los hechos relativos a la vida pública; la
losofía política, que permite apreciarlos; la geogra
política, que considera las relaciones del suelo y i
Estado, y, finalmente, todas las disciplinas a las-c
puede aplicarse el calificativo de política.
Cada vez que aparece, la política es absorb
por alguna otra ciencia. Cada hecho, desde que se
aborda, cada problema, desde que se lo profundi
deja de pertenecer al conjunto general que es
ciencia política para entrar en el compartirme
particular de una disciplina positiva bien carac
rizada. Lo que constituía la ciencia política clás
pertenece ahora, por razones de prioridad, a ot
ciencias más evolucionadas, y por lo tanto en m<
res condiciones de promover el estudio y hacer í
gresar el conocimiento. A fines del siglo xix la p
tica desapareció como sustantivo que designa i
44
[iáciplina autónoma y solo quedó como calificación
le otras disciplinas. No existe más la ciencia polí-
ica; solo subsisten las ciencias políticas.
Como toda investigación política se transforma
n un estudio particular, y cada problema considéra­
lo en sí mismo escapa a “la” política para entrar en
una” ciencia política determinada, mejor organiza-
la para hallar una respuesta, ya nada queda para
a politología cortio tal. La comprobación de su va­
nidad y de su inutilidad se hace inevitable.
Algunos, sin embargo, consideran que esta reab-
prción total es excesiva. En su opinión, queda toda-
ía algo después de que todas las ciencias han recibi-
0 plenamente su parte. Su desarrollo deja, entre
Has o fuera de ellas, algunas partes inexploradas,
a ciencia política se interesará así en investigacio-
es inéditas, aún no organizadas, en el descubrimien-
) de elementos nuevos, todavía no regimentados, si
5 que puede utilizarse esta expresión. Situada aquí
ti la vanguardia, la politología conservará además, en
t retaguardia, lo que las disciplinas particulares no
ayan podido asimilar.
Es evidente que esta teoría “residual”, como se
1 llama hoy, no puede servir de base para una su-
ervivencia honorable de la ciencia política. Tal con-
epción le ofrece un campo demasiado pobre para que
¡ueda conservar algún prestigio. Pero, además, el
[bjeto que se le destina, con toda su mediocridad, no
e halla ni siquiera asegurado, porque el progreso de
Bs ciencias políticas tiende a eliminarlo mediante la
reación de nuevas ciencias diferenciadas, y porque
I da nueva mutilación de la ciencia política general
rá considerada como un progreso científico.

Se le ofrece a la ciencia política un destino ape-


is mejor viendo en ella una encrucijada donde 45 se
da carece de existencia propia. Esta hecha dt dos
más caminos que se cruzan, y de este modo se coi
funden en un breve trecho de su itinerario; per
cada camino retoma en seguida su dirección propij
Sin embargo, esta comparación describe bastar
te bien la situación en la que se colocó a la cienci
política a fines del siglo xix y comienzos del xi
“Academia de Ciencias morales y políticas”, “Escuel
de Ciencias políticas”, “Doctorado en Ciencias polít
cas”: son éstos simples puntos de reunión de disc
plinas diversas. Entre los especialistas no se intenta
aproximaciones más estrechas, porque, como lo h<
mos observado, toda la filosofía de la época ve en 1
especialización un signo de progreso y el criteri
mismo de lo “científico”.
La idea de que la ciencia política sería una sír
tesis de las ciencias políticas aparece entonces com
contradictoria en los términos. Los más benévolc
admiten la existencia de una filosofía política qu
tendría una ambición, pero la sitúan en un futui
indeterminado. Para la comodidad del presente bast
haberlas reunido bajo un mismo techo, como en 1
Escuela libre de Ciencias políticas, o en la Escuel
de Derecho, o, mejor aún, bajo una cúpula, como e
la Academia de Ciencias morales y políticas. Pero <
quai Conti (Academia de ciencias morales y polít:
cas), objeto de ironías ligeras, es como el centr
mismo del “mundo donde uno se hastía”, y la cali
Saint-Guillaume (Escuela libre de ciencias polít:
cas), enseña cada vez menos política y cada vez má
administración.1
Paradójicamente, la multiplicidad y el progres
de las ciencias políticas engendran la desaparición d
la politología.
II. Una ciencia sin adepto
Como es natural, la corriente que acabamos d
describir ocasionó durante el siglo xix y comienzo
del xx el debilitamiento de la literatura politológica
1 Cr. A ndré S iegfried, Hommage á Emile Boutmy e
á Albert Sorel, Fundación Nacional de Ciencias políticai
París, 1956.
46
¡Sin duda que este período no carece de grandes obras
políticas,2 pero ninguna corresponde ya al ideal clá­
sico, de acuerdo con el cual el autor considera el
¡conjunto del fenómeno político y reconsidera por.su
cuenta todo el problema de la ciudad y de su go­
bierno.
Cuando Marcel Waline sostiene que André
Siegfried, con su famoso Tableau de forces politiques
de la France de Vouest (Cuadro de las fuerzas polí­
ticas del oeste de Francia), es en Francia el ver­
dadero creador de la ciencia política moderna, que
Tocqueville es el precursor y que Boutmy ocupó el
lugar entre Tocqueville y Siegfried,3 ofrece en este
breve resumen una imagen exacta de la época y con­
firma con ella lo que acabamos de decir sobre el
carácter especializado que adquieren en adelante las
publicaciones.
Hay pocas “Políticas” escritas durante tal perío­
do, y las que existen corresponden raramente a las
promesas contenidas en sus títulos. Casi todas han
sido olvidadas actualmente, y exigen difíciles inves­
tigaciones. No puede decirse que éstas sean compen­
sadoras. Después de sacudir el polvo que cubre los
ejemplares descubiertos con gran esfuerzo y de ho­
jear sus páginas amarillentas, se comprueba que no
contienen casi nada de lo que se esperaba de ellas, o
sea que, partiendo de una definición segura, hiciesen
una exposición sistemática de la ciencia política. Es
cierto que no todo carece de interés o está despro­
visto de talento, pero el hombre de mediados del
siglo xx, con su gusto por la precisión, exige algo
más que reflexiones bastante deshilvanadas acerca
de una actualidad perimida.
Así ocurre con la Science politique (la ciencia
política), de Ivan Golovine, cuya obra se publicó en
2 Cf. Marcel P rélot, Histoire des idees politiques, op.
cit., libros IV y V.
3 Influencia de Duguit sobre el derecho constitucional
y la ciencia política, en Revue juridique et éconómique du
SudOuest, números 3 y 4, 1959. Congreso conmemorativo
del centenario del nacimiento del deán León Duguit, Bur­
íleos, mayo 29-30 de 1959.
47
Didot en 1844. “La política —escribe— es la cienci,
del gobierno tanto en sus relaciones interiores comí
exteriores, la ciencia del Estado por excelencia.” Pe
ro de esta afirmación liminar no deduce el autoj
ninguno de los desarrollos que debieran seguirse ló
gicamente de ella.
En cambio, el Traite de politique et de scieno
sociale (Tratado de política y de ciencia social), d
P. J. B. Buchez 4 es una obra importante. Considera
do a veces como un precursor de Saint-Simon, otra
como un precursor de los cooperativistas y de los de
mócratas cristianos, Buchez se vincula con la tradi-
ción aristotélica. “La terminología y las definición^
de Platón y de Aristóteles constituyen todavía hoi
la base de la ciencia política”.5 Estima, sin embargo
que la concepción antigua debe completarse por 1
introducción de una idea nueva en la ciencia política^
la del progreso. Por otra parte, Buchez distingu
la ciencia social de la política práctica, insertando en
tre las dos la teoría constitucional. La ciencia social
tiene por objeto los principios que rigen la forma­
ción de la sociedad, al igual que la coordinación di
las instituciones y de las funciones en virtud de laj
cuales las sociedades se conservan y progresan; 1í
teoría o doctrina constitucional, llamada aún teorú
de la sociedad y arte del gobierno, establece la tran
sición de la ciencia a la práctica; la política práctict
varía según los tiempos, las sociedades, los.países
las civilizaciones; ella se aprende mediante el estu
dio de las leyes, de los reglamentos, de las costum
bres, de las circunstancias presentes, y sobre todo
mediante el uso.6 Pero para completar semejante
cuadro hubiese hecho falta algo más que la plumí
caída de la mano de un moribundo; habría sido tam­
bién necesario que la imaginación y el sentimientí
fuesen orientados con más frecuencia en beneficie
de una experiencia que Buchez sin embargo poseía
Es precisamente la experiencia —y solo la expe
4 Publicado por los ejecutores testamentarios del autor
L. Cerise y A. Ott, París, Amyot, 1866.
5 Libro I. cap. II, pág. 23.
8 Eod. loe., pág. 46 y sigs.
48
riencia— la que invoca León Donnat, con quien pa­
samos del lirismo del 48 al positivismo de fines del
Segundo Imperio y de comienzos de la Tercera Re­
pública. La politique experiméntale 7 (La política ex­
perimental), sostiene como divisa este aforismo:
“Solo la experiencia nos debe dirigir; ella es nuestro
único criterio.” L. Donnat juzga, en efecto, que la
simple observación es insuficiente; la experimenta­
ción, tal como Aristóteles la ha reclamado para la
medicina, es también indispensable para la política.
León Donnat ha hecho la demostración mediante la
ciencia, la historia, la situación política de Francia,
la observación comparada de los pueblos libres. El
uso de esta última fórmula muestra claramente que
L. Donnat ha sufrido otra influencia: la de Le Play,
a quien conoció bien y de quien habla con simpatía,
aunque él mismo sea furiosamente anticlerical. Sin
embargo, Donnat desarrolla menos las reglas de una
política que las de una legislación experimental, y
su obra, finalmente, se dirige más hacia la práctica
que hacia la ciencia.
Sin duda, La politique: principes, critiques, re­
forme (La política: principios, críticas, reforma),
simple recopilación de artículos publicada por Th.
Funck-Brentano (París, 1892), posee una textura dé­
bil y un interés precario. Los principios se reducen
a algunas afirmaciones triviales, y las reformas con­
sideradas parecen hoy día tan anacrónicas como an­
tes pudieron parecer novedosas. Es por otra parte
probable que Th. Funck-Brentano no se hiciera ilu­
siones respecto de su obra, y que el sentimiento de
su insuficiencia no haya estado ausente en la funda­
ción, tres años más tarde, del Collége libre des Scien­
ces sociales (Colegio libre de Ciencias sociales), cu-
lyos servicios a la ciencia política, en el momento
mismo en que reinaba todavía la desconfianza hacia
.la enseñanza pública, habrían de ser considerables.
‘ Aunque netamente superior a la obra de Th.
Funck-Brentano, tampoco se puede clasificar entre7
7 Publicada en 1885 y reeditada en 1891, París, Reinwald
(Bibliothéque des Sciences contemporaines).
49
las grandes obras La politique (La política), que
Charles Benoist 8 publicó hacia fines del siglo xix.
Profesor de la Escuela de ciencias políticas, parla­
mentario, miembro del Instituto, embajador, el autor
no es aún más que la promesa de una gran carrera.
Su obra posee la característica propia de la juventud:
une a una exposición débil el enunciado de vastas
ambiciones. Influido a la vez por la tradición antigua
y por la sociología reciente, Charles Benoist procla­
ma: “La política es estrictamente la ciencia de la
vida de los hombres en sociedad o de las sociedades
humanas. Cualquiera otra definición la rebaja o la
disminuye... Todas las formas de la vida social en­
tran por algún lado en el campo de la vida política, o
tocan por algún lado su dominio”. Pero desde la pá­
gina veinticinco Charles Benoist estudia el Estado,
y hasta el final del Libro I no se ocupará de otra cosa
que de la soberanía y del gobierno. El Libro II está
dedicado al poder político, y el III a los órganos y
funciones del Estado. La exposición parecería una
sucesión de apuntes escolares si en algunos momen­
tos no mostrara un rasgo original.

8 Colección “La vie nationale”, Bibliothéque des Scien


ces sociales et politiques, León Chailley, París. 1894.
50
SEGUNDA PARTE
LAS CIENCIAS POLÍTICAS
EN NUESTROS DÍAS
CAPITULO IV
LA POLITOLOGÍA RENACIENTE

I. El nuevo clima
Contrariamente a lo que podría creerse ahora, la
Primera Guerra Mundial no' contribuye en absoluto a
sacar del marasmo a la ciencia política. Ésta conti­
núa, al igual que antes, fuera de los recintos uni­
versitarios. Un viento de árido tecnicismo minucioso
sopla entonces sobre las Facultades de Derecho. En
cuanto a las obras, constituyen más bien un retro­
ceso, tanto en número como en importancia.1
En cambio, la Segunda Guerra Mundial da el im­
pulso decisivo al renacimiento politológico, qiife co­
menzará desde la ocupación y el armisticio. En un
mundo extremadamente politizado, la convicción de
que la ciencia política no puede ser ignorada oficial­
mente surge pronto y se extiende de un modo irre­
sistible.
Hemos explicado en otra parte cómo la “década
decisiva” (1945-1955) marca el “fin de una extra­
ordinaria carencia”,12 por lo cual nos limitaremos a
poner de relieve dos factores secundarios, pero muy
directos, de la transformación del clima. Uno es ex­
terno y de imitación; el otro, interno y de tradición.
En el renacimiento de la politología tiene gran
importancia, ante todo, el ejemplo norteamericano.
Las universidades de los Estados Unidos poseían cáte­
dras sobre gobierno desde fines del siglo xix; crearon
1 Confrontando Economía y Ciencias políticas, Gaétan
Pirou solo cita a André Siegfried y Célestin Bouglé, con
referencia a obras anteriores a 1914. Introduction á l’Écono-
mie politique, París, Sirey, 2* ed., 1945.
2. Cf. nuestro análisis .ya citado, “La fin d’une extraor-
dinaire carence”, Revue Inter, d’hist. pol. ét constit., P.U.F.,
enero-junio de 1957, pág. 1.
53
y sin duda extendieron su departamento de ciencias
políticas, paradójicamente favorecidas por los acon­
tecimientos europeos, que provocaron la partida ha­
cia el otro lado del Atlántico de hombres como Cari
Friedrich, Mario Einaudi, Waldemar Gurian y mu­
chos otros. En compensación, y particularmente a
través de la Unesco, el prestigio norteamericano actúa
sobre muchos jóvenes espíritus que van directamente
a la ciencia anglosajona sin sentirse obligados a los
rodeos y precauciones de sus antecesores.8
Sin embargo, la brusca ascención de la ciencia
política solo pudo producirse porque durante todo el
siglo xix y comienzos del xx las Facultades de De­
recho han sido, a pesar de las reticencias y las hosti­
lidades, la verdadera Escuela de la Ciencia política.
Si, entre los constitucionalistas, Raymond Carré
de Malberg quiso ser un jurista puro,34 si León Du-
guit no hizo ciencia política más que de un modo
inconsciente y “esporádico”,8 Maurice Hauriou debe
ser considerado, en cambio, entre los grandes politó-
logos. Se advertirá ello más adelante, cuando nos
ocupemos de las instituciones. Desgraciadamente, M.
Hauriou presenta un pensamiento profundo y origi­
nal bajo la forma de libros de texto indigeribles, cu­
ya riqueza escapa al público, inclusive al considerado
intelectual. Por otra parte, el deán de Toulouse,
quien se esforzó por animar el derecho constitucio­
nal mediante la sociología, no pidió jamás inspira­
ción a la ciencia política.
Tal es, en cambio, la actitud de la línea de pen­
samiento, que cuenta ya cuatro generaciones, cuya
obra se extiende desde los Éléments de droit consti-
tutionnel et comparé (Elementos de Derecho consti­
tucional y comparado), de Adhémar Esmein, en 1895,
hasta la tesis de Auguste Soulier, en 1939.
A fines del siglo xtx , los Éléments son la prime-
3 Cf. Mattwtce PTTVERrER, Méthodes de la Science politi-
que. París, P.U.F., 1959, pág. 48.
4 Fue después de él y a su pesar que su obra adquirió
contenido político.
8 Marcel Waline, “Influence de Duguit”, op. cit., pág.
159.
54
ra obra francesa que hace época en materia consti­
tucional. Contiene un estudio de los regímenes de
libertad en que se le concede espacio considerable a
la historia de las ideas, a la comparación de las ins­
tituciones y al examen del juego de fuerzas.
Durante el primer tercio del siglo xx el contacto
con la vida pública anima las obras de Joseph Bar-
thélémy, que en su gran Traite de Droit Constitu-
tionnel (Tratado de Derecho Constitucional, 1933),
y en numerosas monografías registra su experiencia
electoral y parlamentaria.
Entre las dos guerras, J. J. Chevallier publica
dos volúmenes sobre L’évolution de l’Empire bri-
tannique (La evolución del Imperio británico, 1931)
y un Barnave ou les deux faces de la Révolution
(Barnave o las dos caras de la Revolución, 1936),
cuya influencia se comprueba en Gouverneur Morris
{Gobernador Morris), de Adhémar Esmein.® El autor
de estas líneas publicó en 1936 VEmpire fasciste (El
Imperio fascista), y, en 1939, un cuadro de L’évolu­
tion politique du socialisme frangais (La evolución
política del socialismo francés).
El mismo año se distingue en particular, entre
las tesis de la generación siguiente, L’instabilité mi-
nistérielle en France sous la lile. République (La
inestabilidad ministerial en Francia bajo la Tercera
República), de Auguste Soulier.7
Debe observarse, sin embargo, que en estas obras
la ciencia política presente en todas partes, no se
afirma a cara descubierta, sino que toma la aparien­
cia del “punto de vista”. En la Conferencia de agre­
gación, Luis Rolland usó este recurso con virtuosis­
mo, rehaciendo las lecciones, más o menos logradas,
de los candidatos, según dos planos alternativos: uno
0 En espera de la tesis (de Letras) de P aul Bastid so­
bre Sieyés et sa pensée, París, Hachette, 1939.
7 Hay que considerar también, durante la misma época,
la acción perseverante y fecunda de Boris Mirkine-Guetzé-
vitch. Cf. M. P rélot, “Adieu á Boris Mirkine- Guetzévitch”,
en Revue Internationale d’histoire politique et constitution-
nelle, París, P.U.F., 1955, pág. 1; y Prefacio a Carl F ríe-
drich , La démocratie constitutionnelle , París, P.U.F., 1958.

55
propiamente jurídico, y el otro formulado “desde el
punto de vista de la ciencia política”. En esta pers­
pectiva se muestra claramente que el estudio del
Estado, de los fenómenos constitucionales y rela­
ciónales, contiene algo más que lo que capta y ex­
plica el Derecho. Para ser completa, la visión del
constitucionalista debe tomar en cuenta las diferen­
cias existentes entre la situación concreta que obser­
va directamente y los esquemas dogmáticos que
construye en su condición de técnico.
Sin embargo, la resistencia de los especialistas
en Derecho Público formados en la escuela del Dere­
cho Privado, o de los que sufren la influencia ger­
mánica de Laband, es lo suficientemente fuerte para
que Iq teoría del punto de vista permanezca implíci­
ta, sin ser nombrada.
Le tocó a Georges Burdeau efectuar la revolución,
ya latente pero todavía insegura de sí misma, de ha­
cer pasar el Derecho Constitucional de la situación
de ciencia principal a la de ciencia complementaria.
Separándolo deliberadamente de las ciencias ju­
rídicas, Georges Burdeau hizo del Derecho Constitu­
cional el punto de partida y el elemento de apoyo de
la ciencia política. La reedición, en 1949, en forma de
primer tomo de un Traite de Science politique, (Tra­
tado de Ciencia Política), de su libro Le pouvoir et
VÉtat (El poder y el Estado), aparecido en 1943, mar­
ca el paso decisivo. Burdeau se acusa en el prefacio
de “presuntuosidad” e “ingenuidad”. Pero mientras
su obra se terminaba y se imprimía dejó de ser una
temeridad para convertirse en un testimonio.8
II. Redescubrimiento de la política
Transacción y transición, la teoría del punto de
vista había permitido introducir prácticamente sin
escándalo los temas de la ciencia política, temas que
8 Otro signo de un cambio total de clima lo constitu
la publicación por M auhice D uverger, después de 1945,
de su primer curso de derecho constitucional; en 1948 lo
titulará, sin cambiarlo mucho, Manuel du droit constitución-
nel et de Science politique.
56
en los programas de enseñanza figuraban nominal­
mente como jurídicos. Al mismo tiempo, esta teoría
abre intelectualmente el camino a una noción autó­
noma de la ciencia política: la de interés selectivo.9
Es propio del espíritu humano elegir en el seno
de la realidad, en sí misma indiferenciada, aquello
que desea conservar. Intereses muy distintos pueden
manifestarse con respecto a los mismos datos globa­
les. Un paisaje no es en sí mismo más que un con­
junto de elementos diversos, entre los cuales solo
la persona del observador establece una conexión. No
tiene el mismo sentido para el pintor que ve en él
un conjunto de colores y de líneas; para el poeta que
lo siente como la traducción de un estado de alma-,
para el general interesado en la mejor utilización tác­
tica del terreno; para el geólogo que adivina bajo el
suelo las capas rocosas; para el agricultor, en fin, que
se pregunta cuántas bolsas de trigo podrá recoger.
Todas estas elecciones son legítimas e igualmente
válidas.
De igual modo, el politólogo no se considera como
el propietario de un dominio medido y limitado, sino
como un investigador a través de todo lo social. Co­
mo otros adeptos de las ciencias humanas, lo que él
descubre es la realidad social; pero la considera de un
modo diferente, y le concede un interés que es el
único en experimentar.
A lo que la noción de punto de vista tenía de pa­
sividad, al ligero perfume de diletantismo que toda­
vía conservaba, la teoría del interés selectivo opone
una concepción activa, un espíritu de investigación y
de descubrimiento. Siente predilección por los fenó­
menos constitucionales, pero tiene sin embargo una
curiosidad mucho más vasta. Ningún asunto que pue­
da aportar algo al conocimiento político es dejado de
lado a priori. Un examen metódico elige en las cien­
cias ya existentes todo lo que puede ser utilizado,
y los vacíos se llenan con nuevas investigaciones. Pe-
9 La teoría del “interés selectivo” ha sido formulada
particularmente por R. M. Mac Iver y Charles H. P ace
(Society. An introductory Analysis, Londres, 1950).
57
ro el conjunto y el detalle se hallan ligados por una
cierta unidad de enfoque.
La teoría del interés selectivo se halla implícita
en la creación de los Instituís d’études politiques (Ins-
títulos de estudios políticos), emprendida por Re*
né Capitant desde 1945. Subyace también en los tra­
bajos de la Unesco en 1948, en relación con el esta­
blecimiento de la lista-tipo, de la que pronto nos ocu­
paremos, y sobre todo en el intenso movimiento de
curiosidad que va a convertir a la ciencia política,
como lo dirá Julliot de la Morandiére en el Instituto,
en “la ciencia de moda”.
- Pero para que la selección fuera posible se nece­
sitaba un criterio que diera fundamento y justificara
la elección. Por lo tanto, la primera y fatal consecuen­
cia del renacimiento de la ciencia política debía ser
necesariamente un debate sobre su objeto. Pero no
era necesario, en cambio, darle las proporciones que
adquirió; apenas redescubierta, la ciencia política fue
declarada “inencontrable” y se la buscó en todos los
lugares donde no estaba.101
A los que buscaban demasiado lejos una respues­
ta que, como ya lo hemos visto, la tradición y el uso
ponían al alcance de la mano, Jean Dabin y la
Escuela de Lovaina recordaban, con un buen sentido
imperturbable, que “aquí no puede haber dudas: la
ciencia política no es ni puede ser otra cosa que la
ciencia del Estado. Tal era el objeto de la política
en la antigüedad... No hay razones para que el ob­
jeto de esta ciencia haya desaparecido desde Platón,
Aristóteles y Cicerón”.11

10 Nos proponemos dedicar próximamente a esta discu­


tida cuestión un pequeño volumen de la colección “Mesope’:
Des Sciences politiques á la politologie (ed. Privat). Cf-
P ierre Duclos, “L’introuvable science politique”, en Recueil
Dalloz, 1949, Chr., pág. 37.
11 “Sur la science politique”, en Revue dxi droit public
et de la science politique, enero-marzo 1954, pág. 9.
58
III. La lista-tipo y los grandes temas
Lo que de este modo afirmaba la doctrina, el em­
pirismo lo había ya reconocido con el establecimien­
to de la lista-tipo de la Unesco.
Cuando Jean Dabin comprueba que si parti­
mos de un sentido nítido de la palabra “política” la
ciencia política tiene un objeto específico perfecta­
mente distinguible, o sea la cosa política, res política
(“.. .todas las realidades, nociones y valores que im­
plica la cosa política, relación política, agrupamien-
tos políticos, poder político, instituciones políticas,
partidos políticos, acontecimientos políticos, ideas po­
líticas, fuerzas políticas, vida política, revoluciones
políticas”), no hace más que establecer un vínculo
intelectual entre los temas tomados en cuenta por los
expertos que en 1948 se reunieron en París por inicia­
tiva de la Unesco.
En este coloquio, en el que dominó el empirismo
anglosajón, no se trató de definir a priori la ciencia
política; los esfuerzos se dirigieron a enumerar aque­
llo en lo que se interesaban, de hecho, las institucio­
nes y los hombres dedicados a su investigación y a su
enseñanza. Se consignaron así, de común acuerdo,
cuatro temas fundamentales:
19 La teoría política
a) La teoría política
b) La historia de las ideas
29 Las instituciones políticas
a) La Constitución
b) El gobierno central
c) El gobierno regional y local
d) La administración pública
e) Las funciones económicas y sociales del
gobierno
f ) Las instituciones políticas comparadas
3? Partidos, grupos y opinión pública
a) Los partidos políticos
b) Los grupos y las asociaciones
59
c) La participación del ciudadano en el go
bierno y en la administración
d) La opinión pública
4? Las relaciones internacionales
a) La política internacional
b) La política y la organización internado
nal
c) El Derecho internacional
Además del prestigio del consentimiento univer
sal, la lista-tipo ofrece una triple serie de ventajas
En primer lugar, cumple adecuadamente la fun
ción de registrar los temas que, de una manera i
otra, constituyen el objeto de escritos o de investiga
ciones diversas, sea o no reconocida la existencia di
la ciencia política como disciplina independiente.
En segundo lugar, la lista-tipo toma felizmenti
en cuenta el hecho de que, allí donde no es autónomi
la ciencia política, resulta tributaria, en lo que si
refiere a la obtención de sus maestros y la formado!
de sus bibliotecas, de otras disciplinas que gozan di
autonomía. Así las ideas políticas, ligadas al conjun
to del movimiento de los espíritus, deben ser estu
diadas al principio por los filósofos, al igual que la
otras manifestaciones del pensamiento. Las institu
ciones dieron lugar a investigaciones dependientes de
una disciplina de desarrollo avanzado: el derechi
constitucional. La vida política, en sus diversos as
pectos, necesita de las variadas investigaciones de!
sociólogo, del geólogo, del historiador, del psicólogo
cultores de disciplinas enseñadas generalmente en la¡
facultades de letras, convertidas también en facul
tades de ciencias humanas.
Finalmente, la lista-tipo evita caer en los peli'
gros que la politología no supo evitar anteriormente,
disolviéndose en una serie de ciencias especializadas
que solo dejaban a la ciencia política un residuo ca
rente de interés. La nomenclatura de la Unesco li
libera de la sujeción a las disciplinas tradicionales y
de las clasificaciones pedagógicas más o menos acci'
dentales, sin que por ello la ciencia política deje d*
60
r
beneficiarse con aportes exteriores diversos. Median­
te un reagrupamiento homogéneo que se adapta a la
naturaleza de los elementos considerados, elimina las
tendencias centrífugas hacia la dispersión, y permite
que, dentro de los temas básicos propuestos, toda la
ciencia política pueda ser tratada a través de grandes
estructuras fundamentales.
Es posible, no obstante, y sin dejar de ser fiel a
la lista-tipo, racionalizar aún más sus divisiones (co­
mo lo haremos nosotros), sustituyéndolas por una
clasificación ternaria en ideas, instituciones y vida
políticas, que es aproximadamente la conservada en
la enseñanza francesa de la ciencia política.12i

i2 El programa de 1954 de la licenciatura en derecho


incluye el estudio de las instituciones políticas en primer
año, de las ideas y de la vida en tercero, y el conjunto es
unificado mediante un curso de método..
61
CAPITULO \
LAS IDEAS POLITIC aJ

I. La oposición entre la doctrina y la teoría


El primer tema de la lista tipo se denomina “teo­
ría política”. Contiene dos subdivisiones: la teoría
política y la historia de las ideas políticas.
Esta clasificación es adecuada si las palabras no
se usan con una significación demasiado precisa, si
se considera que teoría e idea son términos equiva­
lentes.1 Es discutible, en cambio, si se usa el térmi­
no teoría con el sentido que le dio, Gaétan Pirou en
la “Introduction” a su gran Traité d’économie politi-
que (Tratado de economía política), donde retoma
la distinción ya hecha anteriormente por él en su obra
de 1929 Doctrine sociale et Science économique (Doc­
trina social y ciencia económica).
La teoría es el resultado de la observación. Se
coloca en el terreno del conocimiento positivo, pero
no consiste solo en la comprobación de hechos; los
trasciende primero para agruparlos, y luego aleján­
dose aún más, para explicarlos. Con este fin utiliza
lo que en la lógica de las ciencias se denominan “hi­
pótesis”, las que una vez verificadas se convierten en
leyes. Por lo tanto, la teoría corresponde al conjunto
de los hechos no solo comprobados y ordenados, sino
explicados y organizados. Es el vínculo que pone entre
ellos el espíritu. Pero no se trata de un vínculo sub­
jetivo, pues solo tiene validez cuando es controlado
en seguida por la experiencia, y solo entra en la cien­
cia cuando es confirmado de este modo.
1 Observemos que la obra de G eorge E. S abine ded
da a la historia de las ideas políticas se titula en inglés
A History of political theories, Holt, Nueva York, 1951, y
Storia delle dottrine politiche en italiano. [Trad. esp.: His­
toria de la Teoría política, trad. de Vicente H errero, Méxi­
co, Fondo de Cultura Económica, 1945.]
62
La doctrina se ocupa también de los fenómenos,
pero los aprecia, los acepta o los rechaza en función
de un ideal inmanente o trascendente al Estado. Las
doctrinas juzgan los hechos, indican los caminos por
seguir para asegurar la felicidad de los ciudadanos o
el poder del Estado. Se refiere a lo mejor, a lo más
noble, a lo más moral, a lo más justo, a lo más fuerte,
de acuerdo con la Weltanschauung en la que se ins­
piran. Pero los elementos de juicio no se hallan cons­
tituidos solamente por los hechos políticos. Los es­
fuerzos efectuados para extraer de ellos una moral
o un arte no han sido, en general, coronados por el
éxito. Lo más frecuente es que los juicios de valor y
los ideales de reforma procedan de consideraciones
extrapolíticas.
La distinción de Gaétan Pirou es por lo tanto útil
desde el punto de vista lógico y metodológico; ha he­
cho progresar seriamente el pensamiento económico
y también el pensamiento jurídico.2 Todavía sigue
siendo necesaria. Georges Vedel afirma, con razón,
que es lamentable que el pensamiento político actual
esté hecho más de doctrina que de teoría.3
Es por lo tanto evidente que, en su sentido pre­
ciso, la teoría política es más amplia que cualquier
aspecto aislado de la ciencia política. Si se estima po­
sible y deseable, como lo veremos al concluir, la uni­
ficación de esta ciencia, entonces la teoría política
es el coronamiento de la investigación política y la
consagración ideal de su realización.
Hay que adoptar, pues, como nombre del primer
tema, una expresión neutra, ideas o pensamiento,
pero preferentemente la primera, pues tiene la ven­
taja de figurar en los programas de tercer año de la
licenciatura y del doctorado en ciencia política. Este
nombre designará en bloque lo que ha sido escrito
2 Nosotros mismos hemos escrito durante la ocupación
una Introduction au droit constitutionnel ampliamente ins­
pirada en la Introduction de G aétan P iroü (publicada en
Introduction á l’étude du droit, París, Rousseau. 1953, t. II).
3 “Un d e m i-siéc le d e S cience é c o n o m iq u e ’, en Revue
frangaise de Science politique, 1957.
63
1
sobre el Estado, sea cual fuere el punto de vista en
el que se hayan colocado sus autores.
Aquí la dicotomía de Gaétan Pirou deja de tener
vigencia; hasta podemos preguntarnos si no arrastra
a la politología en una dirección equivocada. Émi-
le James observa con justicia que, muy frecuente,
mente, lo que se presenta como teoría es en realidad
doctrina.4 El autor de una doctrina la disimula bajo
el velo científico; inversamente, las doctrinas dan lu­
gar a teorías. En la mayor parte de las obras el vín­
culo entre la doctrina y la teoría no podría ser cor­
tado. A lo sumo, en caso de que se lo lograra, se em­
pobrecería considerablemente su estudio. Hasta se
correría el riesgo de desfigurar completamente el
sentido. La mayoría de los escritores son a la vez
doctrinarios y teóricos. Si solo se los considera como
teóricos, se presenta una imagen parcial de su pensa­
miento. Las grandes obras deben estudiarse, pues, en
toda su amplitud y densidad, aprehendiendo su eco­
nomía interna del modo en que fue concebida por el
autor.
II. El punto de vista politológico
Las ideas políticas hallan su expresión en la masa
de obras, escritas o transcriptas, referentes a la Ciu­
dad antigua o al Estado moderno.5 La literatura polí-
4 Al ocuparse ellos mismos de la historia de las ideas,
los economistas, partidarios primero del enfoque de Gaétan
Pirou, lo han abandonado por completo actualmente.
Émile James, que adhería entonces a la tesis de Gaétan
Pirou, había escrito en 1950 una Histoire des théories écono-
m iques y ha titulado sus obras recientes: Histoire sommaire
de la pensée économique y Histoire de la pensée économi
que au xxe siécle. Ya Daniel Villey, en su Petite His­
toire des grandes doctrines économiques, había descartado
la dualidad teoría-doctrina, a la que Henri Guitton fue siem­
pre refractario. E. James considera que no hay una teo­
ría y una doctrina, sino cinco operaciones del espíritu que
podrían clasificarse del siguiente modo: observación, siste
matización, verificación, juicio de valor, proposición de re­
forma. Pero, finalmente, desesperando de llegar al fin de
tales complicaciones, acepta la confusión.
5 “Escritas” o “transcriptas”, pues deben incluirse en
64
tica incluye así textos de toda especie; no solo trata­
dos o ensayos, sino también novelas, piezas de teatro
y hasta poemas. Desde el punto de vista literario, la
política es un tema como cualquier otro y aun mejor,
dada su particular importancia y su enorme reper­
cusión. Se pueden citar tanto el teatro de Aristófanes
como Les tragiques (Los trágicos) de Aubigné; tan­
to algunos sermones de Bossuet como los panfletos de
P. - L. Courrier; tanto los alegatos judiciales de Berr-
yer como las novelas de Balzac o de Barrés. Chate­
aubriand, Hugo y Lamartine son grandes poetas o
novelistas cuya obra política hubiera bastado para
darles fama.
Naturalmente, el estudio que efectúa el politó-
logo no es el que realizan otros especialistas. Un poli-
tólogo no es un filólogo. La publicación de la misma
obra en una colección de ciencia política y en una
colección de literatura son cosas diferentes.' La colec­
ción Guillaume Budé, que comenzó la edición de La
política de Aristóteles, reproduce el texto del modo
más exacto posible. Entre las diversas versiones bus­
ca la más segura y saca de ella el mayor provecho.®
La posición del crítico político es diferente. Se inte­
resa, sin duda, por tener un buen texto, pero esto no
es para él más que una condición preliminar. Ante
todo debe dar al documento su fuerza y alcance polí­
ticos. Y esto no lo han hecho siempre los editores que
lo precedieron. Se puede conocer bien el griego e
ignorar el vocabulario de la ciencia política. Por otra
parte, la politología querrá que el texto resulte inte­
ligible desde el punto de vista actual. Claro que hay
límites para las libertades que podemos tomarnos con
el texto, pero algunas deben asumirse. Personalmen­
te, no he creído que debiera sentirme obligado por6
este conjunto obras habladas, en particular discursos que
nos fueron transmitidos de modo más o menos completo,
como el elogio de Pericles a los guerreros muertos en la
guerra del Peloponeso, que relata Tucídides.
6 París, Les Belles-Lettres, 1960, libros I y II. La intro­
ducción d e J e a n A u b o n n e t , doctor en derecho, es una
importante contribución a la historia de las ideas políticas.
Es posible ser simultáneamente politólogo y filólogo.

G5
el orden perfectamente conjetural de los libros de
La política de Aristóteles. La presentación preferible
se desprende para nosotros de la lógica de las insti­
tuciones, o sea de los datos que constituyen la espe­
cialidad del constitucionalista.
El politólogo no es un crítico literario, pero no es
indiferente a la belleza de la forma. Se siente feliz
de encontrar un escritor político que sea también un
escritor, como Fran^ois de Chateaubriand en la Mo-
narchie selon la Charte (La monarquía según la Car­
ta). Tampoco será insensible a algunas torpezas ex­
presivas, o a los rasgos moralmente reprobables de
la inspiración del autor. Pero nada de esto es para
él esencial. Lo que busca en el autor, sin recibir siem­
pre el honor de una respuesta, es su pensamiento
acerca del Estado, del poder, de sus caracteres y sus
orígenes, de su transmisión legítima, de la manera
en que ha sido establecido, de la parte de iniciativa
que deja a los ciudadanos, etc.7 En un análisis seme­
jante, la crítica literaria cae en numerosos contra­
sentidos. Si bien hay estudios de Saint-Beuve sobre
Proudhon y de Albert Thibaudet sobre Barrés y Mau-
rras que poseen una rara penetración, los relativos a
J. - J. Rousseau caen en frecuentes errores, porque el
crítico literario no ha distinguido en él el verdadero
sentido de las palabras, cuya extrema importancia
para el autor del Contrat Social hemos considerado
anteriormente.
El politólogo no es un historiador. Sin duda que,
de acuerdo con la fórmula de la Escuela histórica, las
ideas se desarrollan, o sea que no son el fruto del
azar, ni tampoco el resultado de factores individua­
les solamente. Pertenecen a un movimiento vital de
los espíritus, del cual no constituyen más que una
expresión. Todas tienen la marca de la época y el
sitio en que se desarrollan. Por lo tanto, deben ser
estudiadas en su tiempo, en el lugar en que son ela­
boradas, y en relación con la vida de su autor. Pero
el punto de partida histórico no puede seguir preva-
7 Sobre las dificultades que enfrenta el politólogo
esta cuestión, ver M. P rélot, Histoire des idées politiques,
op. cit., pág. 8.
66
r

leciendo. En la expresión historia de las ideas polí­


ticas, la palabra política nos parece más importante
que la palabra historia.89La fecha de aparición y el
medio tienen su importancia, pero estos aspectos cola­
terales son menos interesantes que las concepciones
políticas mismas. Son ellas las que debemos colocar
en primer plano. Esto parece obvio, pero es frecuen­
temente olvidado. Así, debemos liberarnos de con­
ceptos como la actualidad o la vejez de una obra. In-
telectualmente, ha dicho A. Sudre, historiador de las
doctrinas de la Antigüedad, “la historia no comienza
ni termina en ninguna parte”.0 No hay doctrinas que
se hayan hecho verdaderamente antiguas, ni doctri­
nas enteramente nuevas. Entre las doctrinas existen
puntos de contacto, puntos de oposición en virtud de
los cuales las doctrinas reaparecen no idénticas a lo
que eran, sino con ciertas modificaciones que les dan
un aire de novedad. En síntesis, sufre*!, procesos de
desaparición y de retorno comparables con los de la
moda. Se vinculan entre sí por su analogía o su con­
traste; se suceden con rapidez, pero su originalidad
o su carencia de ella no son necesariamente cronoló­
gicas. Con frecuencia hay más relación entre las ideas
de dos épocas muy alejadas que entre las de dos
períodos históricos más próximos.10
El criterio del interés selectivo debe aplicarse
aquí plenamente. Para evitar la dispersión en lo “cir­
cunstancial”, el estudio de las ideas se apoyará en los
datos ofrecidos por las otras partes de la politología:
las instituciones y la vida política.
8 Volvemos aquí a la proposición efectuada por J ean
T ouchard en el prefacio a su Histoire des idées politiques,
que él mismo presenta como una “empresa literaria” (París,
P.U.F., colección Thémis”, 2 vol., 1959). [Trad. esp.: Historia
de las ideas políticas, Madrid, ed. Tecnos, S. A., 1962, en
2 tomos.]
9 A. Soudre, Histoire de la souveraineté ou Tableau des
institutions et des doctrines comparées de l’antiquité, París,
1864.
10 Sobre el paralelo entre el estudio de los regímenes
en Derecho constitucional comparado y el estudio de los sis­
temas en lig atu ra política comparada, ver M. P rélot, His­
toire des idées politiques, op. cit., págs. 5 y 6.
.67
III. Las ideas como fuente
de conocimientos políticos
Las instituciones y la vida política del pasado, y,
en menor medida, del presente, se conocen a través
de las obras políticas, en el sentido amplio que hemos
dado a este término.11
Aunque son fundamentalmente obras de carác­
ter valorativo en que se proponen reformas, contie­
nen también elementos de politología positiva. Ya
sean reformadores o revolucionarios, los autores se
ocupan de describir el estado de cosas de su tiempo.
Inclusive los que dieron a su obra la forma de una
utopía o una ucronía, o sea la forma de una descrip­
ción de lo que no se encuentra ni en el espacio ni el
tiempo, siempre reflejaron en ella alguna parte de la
realidad que les era conocida. De otro modo, si se lo
priva de toda referencia a lo que ve o a lo que conoce,
el lector no podría comprender lo que se le expone.
Debemos pensar también que el autor no hubiera po­
dido concebir su obra solo mediante la imaginación.
En consecuencia, el valor científico de las doctrinas
se mide por el aporte progresivo que hayan dado al
conocimiento.
El espíritu humano se halla constituido de tal
modo que casi siempre toma posición frente a los
hombres y frente a las cosas antes de haberlas estu­
diado completamente. Hay en esto algo como una
necesidad de la vida. Generalmente, la observación
científica solo interviene después de los juicios y
tentativas de modificación. En virtud de un fenóme­
no extraño, pero aparentemente incoercible, lo pri­
mero que se formula es la crítica. Tanto el mundo
científico como los medios populares reaccionan pri­
mero sobre la base de la valoración de las cosas, an­
terior al conocimiento razonado de las cosas mismas.
La contribución de las grandes obras a la polito­
logía positiva es evidentemente muy variable, según
11 Sobre la descripción literaria de los fenómenos po
líticos, ver las interesantes reflexiones de J ean M eynaud ,
La Science politique: Fondement et perspectives, Lausana,
ed. del autor, 1960, pág. 194.
68
el autor y la obra. La Ciudad-estado es para Aristó­
teles tanto real como ideal. El Estagirita usa amplia­
mente el método comparativo. Nos queda un frag­
mento de la Politeiai: la monografía constitucional
de Atenas, que constituye una obra prodigiosa, pues
sigue el método de exposición que nosotros practica­
mos hoy día. En cuanto a La política, obra doctrina­
ria. M. Glotz ha podido aclarar mediante ella la mul­
titud de datos sobre la Ciudad griega obtenidos me­
diante los otros métodos históricos. Santo Tomás ra­
zona en gran parte apoyándose en elementos que no
corresponden a su siglo, ya que se basa en las con­
cepciones políticas legadas por Aristóteles; pero en
De regimine principum se dirige ai joven Lusignan
que debía ser rey de Chipre, y le propone el ideal de
una monarquía moderada, análoga a la concebida por
un San Luis. Bodin, que fue diputado en los Estados
generales, nos ofrece indicaciones preciosas sobre el
Estado moderno naciente. Su análisis es rico en da­
tos concretos, por ejemplo sobre la naturaleza del
dominio real. Bossuet, bajo el velo de las Santas Es­
crituras, como Hacine bajo el disfraz de los griegos,
los romanos o los turcos, nos presenta a los hombres
de su tiempo. Hay en ambos numerosos elementos
susceptibles de aclararnos aspectos de la monarquía
absoluta en su modalidad francesa. El escritor puede
hallarse aún más estrechamente ligado a los aconte­
cimientos. Cuando el barco lleva a la reina María de
regreso a Inglaterra, cerca de ella se encuentra un
hombre con un manuscrito. Es Locke, quien escribió
su Gobierno civil para la defensa e ilustración del
nuevo régimen. No carece de importancia que J. - J.
Rousseau sea ciudadano de Ginebra y que se consi­
dere tal. Sus concepciones son frecuentemente la idea­
lización de la realidad de su país de origen. Se ha
discutido su fidelidad, pero los reflejos de la imagen
helvética son^claramente perceptibles. Los revolucio­
narios y los reformadores franceses nos han explica­
do el gobierno de su tiempo; su hostilidad aguzaba
muchas veces su clarividencia.
Así, no hay obra política que ro proporcione, en
alguna medida, los elementos de un conocimiento de
'

las instituciones y de los hechos políticos contempo­


ráneos, y que, de acuerdo con el genio o el talento del
autor, no contribuya a la formación de la ciencia
política.12
IV. Las ideas como creadoras de instituciones
y de acontecimientos políticos
Pero el interés y la importancia de las ideas no
reside solamente en que constituyen una documenta­
ción inteligentemente seleccionada. Tienen más que
un valor retrospectivo; para la politología represen­
tan una fuerza creadora. En la medida en que influ­
yen en la formación y el desarrollo de las institucio­
nes o de la vida política, las ideas políticas mismas
constituyen un elemento del devenir político.
Paul Bureau, a quien La Science sociale (La cien­
cia social) encargó en su juventud una investigación
sobre el campesino de los Fiords de Noruega, partió
hacia Escandinavia compenetrado con las ideas de
la Escuela y manejando la famosa nomenclatura de
Le Play, revisada por el abate de Tourville. Pero este
viaje debía revelarle brutalmente la insuficiencia de
los factores materiales. Para explicarlo todo no bas­
taba considerar una situación geográfica, por parti­
cular que fuera, inventariar las herramientas, estu­
diar un tipo humano, a pesar de que ambas cosas se
hallaban bien caracterizadas. Faltaba el elemento
esencial que Paul Bureau, en su Introduction á la
methode sociologique (Introducción al método socio­
lógico), debía traer más tarde a plena luz con el
nombre de “representación de la vida”, de Wéltans-
chauung.13*18
“Para un materialismo tosco —observa Alfred
Fouillée, autor de la expresión dinámica las ideas
13 Una historia de las ideas escrita desde el punto de
vista de la formación de la ciencia política, o sea de la crea
ción de las “teorías” a través de las doctrinas, sería de un
enorme interés. Joseph Schumpeter lo ha intentado en eco­
nomía. En materia política, solo hubo hasta ahora tentativas
parciales.
13 Párís, Bloud & Gay, 1923, caps. V y VII, passim.
70
fuerzas —todo lo que no es una realidad es por eso
mismo una quimera; pero lo que no es una realidad
puede ser un ideal. El ideal es fecundo como las con­
cepciones creadoras del poeta, del artista, del filó­
sofo, que pueden hacer surgir un mundo nuevo me­
diante las ideas, los sentimientos, las voluntades.” 14
La historia nos muestra, en efecto, que la mayo­
ría de las transformaciones políticas se deben a la
difusión de las ideologías correspondientes.1516* Parti­
cularmente en Francia, “el desarrollo intelectual y
el desarrollo social han tenido lugar en forma para­
lela. Junto a los grandes acontecimientos, las revo­
luciones, las mejoras de carácter público, se advier­
ten siempre en nuestra historia las ideas generales,
las doctrinas que les corresponden. Nada ha ocurri­
do en el mundo real de lo cual la inteligencia no se
haya apropiado al instante y no haya extraído por
sí misma una nueva riqueza; nada sucedió en el do­
minio de la inteligencia que no haya tenido en el
mundo real, y casi siempre con rapidez, su repercu­
sión y su resultado. En Francia, por lo general, las
ideas precedieron y provocaron el progreso social.
Éste se preparó en las doctrinas antes de realizarse
en las cosas, y el espíritu marchó primero en la ruta
de la civilización”.18
Es la Escuela del Derecho natural y de Gentes la
que se halla en la base de las tres grandes revolucio­
nes: la inglesa de 1698, la norteamericana de 1774, y la
francesa de 1789, y de lo que Adhémar Esmein lla­
mó “el régimen político moderno”. Los hechos se
hallan claramente dominados por los movimientos in­
telectuales anteriores. Entre las corrientes doctrina­
rias y las realizaciones institucionales puede haber
14 A . F o u il l é e , L’idée moderne du droit, París, Hache-
tte, 1878, págs. 235 y 236.
15 Denominamos “ideología”, en el sentido objetivo del
término, a un conjunto de “tesis políticas relacionadas entre
sí y vinculadas a un principio cuando han adquirido la con­
sistencia de un sistema” (H enry M ichel , “Lecon d’iritroduc-
tion á un cours d’histoire des idées politiques”, Revue bleue,
19 de dic. 1896, separata, pág. 8).
16 F. Gurzor, Histoire de la civilisation en France, Pa­
rís, Bichen, 1829-1830, págs. 16 y 17.
71
diferencias sensibles, marcados desajustes, pero no
existen ejemplos de transformaciones políticas du-
rabies que no hayan sido preparadas por la madura*
ción de las ideas en los espíritus.
Las revoluciones del siglo xx, sean comunistas
o fascistas, no invalidan esta afirmación. Indican sim­
plemente que la influencia ideológica, que en 1789,
y también después, tenía un carácter eminentemen­
te intelectual y racionalista, puede manifestarse en
otras épocas de modo fundamentalmente pasional.
La idea se hipostasía entonces en “mito”. Según las
conocidas distinciones de Georges Sorel, el “mito”
difiere de la “utopía” en que no es, como ésta, una
“descripción pasiva”, sino una imagen motriz, “una
manifestación de la voluntad”. El valor del mito no
reside en absoluto en la realidad que no es, sino en
la realidad que crea.
Como lo acabamos de ver, la historia de las ideas
podría ser estudiada desde el punto de vista de la
historia de las teorías, o sea de la formación misma
de la ciencia política; puede concebirse aquí en fun­
ción del papel creador de las doctrinas, las que se
clasifican según que precedan al acontecimiento o
sean posteriores a él.
De este modo nos veremos conducidos a tratar
primero las doctrinas que se denominarán prepara­
torias o proféticas, las que pueden ser tanto doctri­
nas revolucionarias como reformadoras. Las doctri­
nas revolucionárias son las que preparan el camino a
las grandes convulsiones, a las mutaciones bruscas,
generalmente acompañadas de violencia y de episo­
dios sangrientos. Las doctrinas reformadoras se pro­
ponen modificar lo existente mediante la evolución,
por medio de transformaciones progresivas. Al tipo
de doctrina profética y revolucionaria pertenecen
¿Qu’ est ce - que le tiers? (¿Qué es el tercer esta­
do?), de Sieyés, y el Manifest der Kommunistischen
Partei (Manifiesto del Partido Comunista), de Marx.
Al segundo tipo pertenecen los libros publicados por
los escritores liberales de los últimos años del Se­
gundo Imperio, que ejercieron una influencia decisi­
va sobre la Constitución de 1875. La Asamblea de Ver-
72
salles, que ha sido presentada como víctima exclu­
siva del oportunismo, fue inspirada directamente por
el duque de Broglie, por Prévost-Paradol o Labou-
laye, y, de una manera más general, por la Escuela
liberal clásica de Benjamín Constant o por la Escuela
liberal católica del Correspondant.
A las doctrinas preparatorias se oponen las doc­
trinas apologéticas, o sea las que vienen después para
justificar el régimen existente. Son numerosas las
obras escritas para defender a los hombres y las
situaciones imperantes, en particular los tratados
para la educación de los príncipes. Tal es el caso de
La politique tirée des propres paroles de V Écriture
sainte (La Política según las propias palabras de la
Santa Escritura), que es una ilustración del régi­
men absoluto. En un sentido completamente opuesto,
Of civil Government (Del gobierno civil) de Locke
fue escrito esencialmente para consolidar al nuevo
trono del príncipe de Orange.
Julien Benda dio a la historia de las ideas crea­
doras de hechos el nombre de historia democrática
de las ideas. Ensayista a veces irritante, pero por lo
general sugerente, el autor de la famosa Trahison
des clercs (La traición de los intelectuales) ha visto
muy bien que para toda doctrina existe una expre­
sión auténtica, que es la formulada por el autor en
su obra, y una expresión derivada, o, por así decir,
dirigida, que difunden el periodista, el orador ca­
llejero, el militante. De este modo ha ocurrido que
obras pobres por su pensamiento y mediocres por su
forma, como Ursrganisation du travail (La organiza­
ción del trabajo), de Louis Blanc, alcanzaran gran
influencia. En cambio, obras importantes fueron casi
completamente ignoradas. Vico, por ejemplo, no fue
reconocido hasta el momento en que inspiró a Mi-
chelet; Cournot tuvo desde su época solo un público
reducido, que apenas aumentó en nuestros días.
Julien Benda deja de lado la historia de las gran­
des obras, “historia aristocrática”, que compara con
la historia política que se ocupa de los reyes. “Las
ideas solo desempeñan un papel cuando son previa­
mente deformadas con el fin de llegar a la multitud,
73
de influir en las masas.” De una obra ilegible, Das
kapital, kritik der politischen Oekonomie (El Capi­
tal, crítica de la Economía política), poco es lo que
ha quedado en las mentes de muchos que se conside­
ran marxistas, pero eso es suficiente para proporcio­
narles un enorme potencial revolucionario. Son las
doctrinas “adoptadas por el vulgo en la medida en
que satisfacen sus pasiones, y deformadas constante­
mente para satisfacerlas aún más, las que constitu­
yen la historia de las ideas, en cuanto éstas desem­
peñan un papel en la historia de los hombres y no
en la de algunos solitarios”.17

17 J ulien Benda, "Mon premier testament”, Cahiers de


la Quinzaine, tercer cuaderno de la serie número XII, París,
1910.
74
* '■

CAPITULO VI
LAS INSTITUCIONES POLITICAS

I. Primacía de la institución
A diferencia del nombre dado al primer tema, el
título del segundo: Las instituciones políticas, no
provoca objeciones. Lo hallamos tanto en la nomen­
clatura de la Unesco como en el nombre de varias
materias de la Licenciatura en Derecho de 1954: “De­
recho Constitucional e Instituciones políticas”, “His­
toria de las instituciones y de los hechos sociales”,
‘Instituciones judiciales”, “Instituciones internacio­
nales”, “Instituciones financieras”.
La invariabilidad del vocabulario corresponde al
hecho de que las instituciones son la parte más sóli­
da de la ciencia política. Como se apoyan en los
textos y las costumbres jurídicas’ ofrecen una indi­
cación más precisa en lo que se refiere a las fuentes,
j poseen un aspecto máfc definido que los otros fenó-
nenos de los que se ocupa la ciencia política. Son
también la parte más elaborada de la politología,
)uesto que, con el nombre de Derecho Constitucio-
íal, las instituciones fueron estudiadas oficialmente
lurante largos años —desde la monarquía de Julio,
r sobre todo desde la Tercera República—, lo que
lio origen a grandes obras tanto en Francia como
n el extranjero.
Por otra parte, y más recientemente, fue elabo-
ada una teoría de las instituciones que, a pesar de
lgunas oscuridades iniciales, logró ser ampliaménte
ceptada en los medios más diversos, en particular los
Movimientos juveniles y las organizaciones sindicales.
Con las instituciones llegamos así al núcleo duro
resistente del conocimiento político. La politología
io es, al menos de manera directa, el conocimiento
e los hombres, ni tampoco de las relaciones entre
75
1

los hombres. No se confunde con la psicología y lg


interpsicología; no se disuelve en la infinita multi-
plicidad de las conexiones; se concentra en una reali.
dad objetiva propia, que es la de las instituciones en
su formación y su vida, su decadencia y su desapari.
ción. Por eso no podemos aceptar la concepción an-
tropológica de la ciencia política sugerida reciente-
mente por varios politólogos alemanes, a pesar de la
simpatía que sus intenciones merecen. Como reacción
contra los excesos totalitarios del Reich hitleriano
y el consiguiente aniquilamiento del hombre, Dolí
Sternberger hace del hombre el objeto de la política
y ve en él “el cuerpo político”.1
Que nuestra investigación debe llegar hasta el
hombre es una verdad que ya hemos reconocido a
propósito de la sociología, pero lo mismo puede de­
cirse de todas las ciencias humanas. En cambio, el
estudio de lo institucional en sus aspectos superiores
y más evolucionados es propio de la politología.
Conviene cuidarse aquí, naturalmente, de toda
transposición biológica, en particular de absorber en
el Estado, como hacen los organicistas, toda la vida
colectiva, reduciendo a los ciudadanos a la categoría
de células componentes. No todos los politólogos han
podido evitar este error. Pero, inversamente, disol­
ver la politología en una antropología política sería
ignorar la exterioridad del Estado respecto del hom­
bre considerado individualmente.
Una concepción de la ciencia política fundada
en las tesis institucionalistas posee el gran mérito
de salvaguardar la dualidad fundamental de la per­
sona humana y de las instituciones sociales. No solo
constituye una protección práctica de la vida de los
ciudadanos, como lo quieren los politólogos alema­
nes, sino también una sólida base teórica para 1*
investigación científica.
1 Cf. el coloquio habido en la Sorbona a principios &
1956, donde los estudiantes alemanes adoptaron dos posictf
nes originales, una en cuanto al carácter “comprometido" d
la ciencia política, y otra en cuanto a sus fundamentos
manistas.
76
II. La noción de institución
Usamos aquí la palabra “institución” en el sen­
tido preciso que le da la Escuela institucionalista,
sin insistir por ello demasiado en tal o cual tenden­
cia particular. Vemos así ‘en la institución-persona
una colectividad humana unificada, con su doble as­
pecto de organización interna y de individualización
externa.2
Para evitar todo lo que podría hacerla confundir
con la persona humana, la “institución-persona”, o,
más exactamente, la “institución-cuerpo”, aparece asi
cada vez que en una colectividad dada se instaura
otra vida que agrega algo a la vida de sus compo­
nentes. Desde que alcanza un cierto grado de inte­
gración, desde que, comunidad o sociedad, constituye
un cuerpo, deja de reducirse a los individuos que allí
se encuentran agrupados.
Ya los romanos habían distinguido claramente el
cuerpo —llamado, según el caso, corpus, collegium,
sodalitas—, en que los individuos pasan y se suceden
sin que por ello quede afectada la existencia misma
de la sociedad, y la soctetas, simple agrupamiento
personal, yuxtaposición pasajera de individualidades
:ontractuantes.
2 Sobre la institución se hallarán indicaciones genera
les, pero suficientes, en el libro de P aul R oubier , profesor
de la Facultad de Derecho de Lyon: Théorie générale du
iroit, París, Sirey, 1946, págs. 12 y sigs. Los lectores que
deseen ir a las fuentes consultarán, si no los ensayos publica­
dos en 1906 en Recueil de législation de Toulouse, y después
sn otras obras de Maurice Hauriou, al menos la disertación
difundida en 1925, fuera del mundo de los juristas, por los
Vahiers de la Nouvelle Jcnirnée dirigidos por P aul A rcham
íault (fascículo iv ): La cité modeme et les transforma-
ions du droit: “La Théorie de l’institution et de la fonda
ion, essai de vitalisme social”. Es un texto difícil, inclusive,
>ero de una excepcional riqueza de pensamiento, que ser­
rina de estímulo para toda una serie de publicaciones e
nvestigaciones, en particular las de G eorces R enard, La
héorie de l'institution, essai d’ontologie juridique, París,
lirey, 1930; La philosnphie de l'institution. París, Sirey,
1939, y las de J. T. D élos . “La théorie de l’institution (Ar-
’hives de philosophie du Droit, 1931). En su tesis de docto-
ado M. A. Desqueyrat se esforzó por presentar un cuadro
77
Hoy día damos a las palabras sentidos diversos,
pero queda la idea fundamental: la de que la insti-
tución subsiste independientemente de los hombres
que la componen. A la compleja red relacional que
liga entre sí a los participantes, la institución agrega
algo más y distinto de los elementos iniciales, que
son ellos mismos componentes. Más allá de los miem­
bros individuales nace un elemento nuevo, una en­
tidad autónoma, que no resulta de una simple suma.
En lo que a esto se refiere, no se ve por qué el
espíritu se negaría a reconocer en el mundo social
la existencia de realidades propias formadas por los
grupos instituidos. En la vida corriente nadie con­
funde el edificio más simple con la pila de materiales
que sirvieron para construirlo. Y la institución es
también una obra, un conjunto arquitectural en que
los individuos desempeñan su papel, pero adquieren
un valor nuevo en virtud de su situación en el todo.
. El fenómeno institucional implica, en efecto, una
influencia del todo sobre las partes incorporadas más
o menos conscientemente a un conjunto orgánico.
En el plano intelectual, el vínculo puede ser la idea
de la obra que deben realizar juntos —algunos filó­
sofos hablan hoy día del “proyecto colectivo”—, pero
el núcleo de la institución es frecuentemente menos
una idea que una necesidad. Ésta no puede ser .satis­
fecha apelando a los recursos individuales, o en todo
completo de las cuestiones referentes a L ’institution, le
droit objectif et la technique positive (París, 1933). Hoy día
se requiere una nueva síntesis, después que el instituciona-
lismo, como ha sido ya observado, alcanzó el lenguaje co­
rriente. La Escuela constitucionalista francesa tiene en el
extranjero numerosos precursores, particularmente en Ale­
mania, con von I hering , en su obra tan seductora y notable
L ’esprit du droit romain, y von G ierke , en su Genossens
chaftsrecht; en Italia, con S anti R o m a no , L ’ordinamento
giuridico, Pisa, 1918, 29 ed., Florencia, Sansoni, 1945; en los
Estados Unidos, donde una escuela económica lleva ese nom­
bre. Además, se hallan muy próximas de las teorías institu-
cionalistas francesas algunos sociólogos anglosajones, par­
ticularmente B. M a lin o w sk i , Freedom and Civilization
(Alien & Unwin, 1947, Esquema y resumen de A. C uvillier ,
Manuel de sociologie, París, P.U.F., 1950, pág. 217).
78
caso lo será más plenamente a través de los esfuerzos
colectivos. Debido a su permanencia, las ideas y las
necesidades dan a la institución un carácter por com­
pleto diferente del de un simple medio de relación.
El agregado humano se convierte en una comunidad
efectiva.3 Como lo ha dicho muy bien Georges Re­
nard, nace y se desarrolla una “intimidad constitu­
cional”, acompañada por un sentido de exclusividad
de los participantes respecto de los otros, si no por
un sentimiento de hostilidad hacia los extraños.4
Por lo tanto, ya en los orígenes de la institución
se pone de manifiesto una voluntad expresa o tácita
que no se agota en el cumplimiento del compromiso
del cual nace; la categoría de lo institucional se opo­
ne de este modo a la categoría de lo contractual. La
estipulación contractual es temporaria, mientras que
la norma institucional, obedecida durante cierto
tiempo, aceptada con entusiasmo o resignación, deja
de poder ser denunciada libremente. Las voluntades
creadoras e iniciales son sustituidas por la voluntad
nueva de los órganos de la institución. Ya sea en for­
ma individual o colectiva, los hombres ejercen inte­
riormente el poder de decidir sobre la institución, y
hablan por ella en el exterior.
Esto nos conduce al último rasgo característico
de la institución, que no es solo el de existir como
algo distinto respecto de sus miembros, sino el de
adquirir personalidad con relación a los extraños.
De este modo puede entrar con el exterior en rela­
ciones de hecho y de derecho. Después de haber su­
perado en su propia estructura la etapa meramente
relacional, podrá establecer con las otras institucio-
8 La teoría de la institución puede ser integrada perfec­
tamente reduciendo a su justa medida la oposición funda­
mental de la sociología de Ferdinand Tonnies, Gemeinschaft
y Gesellschaft (cf. J. Leif, La sociologie de Tonnies, París,
P.U.F., 1946).
4 Paralelamente, la teoría de la institución puede acep­
tar la parte de verdad contenida en el antagonismo amigo
enemigo, criterio de lo político, según C arl S c h m itt , “Der
Begriff des Politischen”, en Archiv, für Sozial Wissenschaft
und Sozialpolitik (t. 56, 1927).
79
nes vínculos susceptibles de ser a su vez institucio­
nalizados, caso en que la nueva institución estará
compuesta de otras instituciones anteriores a ella.

ni. La institución de las instituciones:


el Estado
El carácter de institución compleja pertenece es­
trictamente al Estado. Maurice Hauriou la denomina
acertadamente la institución de las instituciones,
atendiendo al hecho de que es la institución suprema
o última; ninguna otra institución posee igual poder
de integración. Como lo veremos después, a propósito
de las relaciones internacionales, fuera del Estado no
existen instituciones integrantes, sino solo institu­
ciones añadidas.
El Estado domina el campo de lo institucional.
Engloba el conjunto de las restantes instituciones,
sin estar comprendido en otra institución tan sólida,
coherente y rigurosa como el Estado mismo. Su es­
tructura es así la de un sistema articulado de insti­
tuciones. Él mismo institución-cuerpo, el Estado se
expresa por intermedio de los individuos o de los
grupos que tienen “el poder de decidir en su nom­
bre” y que son también instituciones. Además, con­
tiene en su seno instituciones secundarias, colectivi­
dades locales o especiales.
Esta concepción institucional del Estado permite
tomar partido en un problema fundamental, que con­
cierne no solo a la extensión sino al espíritu mismo
de la investigación politológica.
Según cierto punto de vista, reflejo implícito de
la opinión popular o fórmula explícita de algunos
teóricos o doctrinarios, el Estado sería solamente un
aparato de gobierno, exterior a la colectividad gober­
nada.
“En Francia —nos dice André Siegfried—, el
concepto de Estado es para nosotros absolutamente
claro; es el de algo que existe fuera de nosotros mis­
m os... Para un inglés, el Estado es la expresión de
la comunidad; en Francia lo concebimos como exte-
80
rior a nosotros.” 5 En consecuencia, el Estado toma a
los ojos de muchos franceses la apariencia de un or­
ganismo peligroso, que les exige su dinero para los
impuestos, su tiempo e inclusive su vida para el
servicio militar, que los rodea de compromisos, que
los obliga a efectuar múltiples prestaciones, todas
onerosas y desagradables. A causa de ello, la idea del
Estado engendra un sentimiento de resistencia y no
de colaboración. Para poner de relieve esta exterio­
ridad del Estado, los franceses no lo llaman por su
nombre, que les resulta un término demasiado abs­
tracto. Tal como Dañinos lo ha descripto con humor,
emplean el término “ellos”, que representan concreta­
mente el conjunto impersonal e indeterminado del
poder estatal. El pueblo no dice “El Estado somos
nosotros” sino “El Estado son ellos”.
Esta concepción ha sido avalada por algunos so­
ciólogos, y no de los menores, particularmente por
Durkheim. “Es indudable —escribe— que con fre­
cuencia se llama Estado no al órgano gubernamental,
sino a la sociedad política en su conjunto___ Es así
como se habla de los Estados europeos y se dice que
Francia es un Estado. Pero debido a la conveniencia
de disponer de términos especiales para realidades
tan distintas como la sociedad y uno de sus órganos,
llamaremos más especialmente Estado a los agentes
de la autoridad soberana, y sociedad política al grupo
complejo del cual el Estado es el órgano eminente.
El Estado es un órgano especial encargado de ela­
borar ciertas representaciones que valen para la co­
lectividad”.6
Emile Durkheim solo da a la distinción entre
Estado y sociedad política el valor de permitir un
uso más claro y cómodo de los términos: “Como se
necesita una palabra para designar al grupo especial
de -funcionarios encargados de representar la auto­
ridad soberana a la que se someten los individuos,
5 En la introducción que escribió para la obra colectiva
Aspects de la société frangaise, París, Pichón & Durand-
Auzias, 1954, pág. 32.
6 Legons de sociologie, philosophie des moeurs et du
droxt, Estambul, París, P.U.F.', 1950, págs. 58-59. 61 62.
81
i
convendremos en reservar para este uso la palabra
Estado.” Contrariamente a esto, las doctrinas de la
disociación del Estado y la sociedad tienen origen y
contenido político.
Puede pensarse que la concepción popular des­
cripta por Andró Siegfried es una supervivencia, en
una sociedad democrática, de la idea de monarquía
absoluta en la que el Príncipe se identifica con el
Estado, según la famosa fórmula “El Estado soy yo”,
atribuida a Luis XIV y presente, en efecto, en los
teóricos de su reino. El Príncipe puede conceder al
pueblo libertades privadas, pero rechaza su parti­
cipación en el Estado. Los gobiernos de este tipo
desean permanecer separados del pueblo, situados
frente a él como frente a un adversario, si no de un
enemigo. Desafiantes y recelosos, se atrincheran de­
trás de los funcionarios y soldados, que les sirven
de escudo protector y de instrumento de dominio.
La misma visión, pero yendo esta vez desde aba­
jo hacia arriba, ha sido sistematizada por Marx y
Engels. Para ellos el Estado, máquina de opresión
de una clase sobre otra, está constituido por los go- I
bemantes y sus agentes. De acuerdo con un folleto
comunista de vulgarización, “en cada país el poder
se ejerce por medio de cierto número de organismos.
El Estado se halla constituido por el conjunto de esos
organ ism osEl Estado francés de 1960, por ejemplo, I
comprende los tribunales, la policía, las prisiones, un
ejército, administraciones diversas con sus funcio­
narios; se compone también de Cámaras, de un Pre­
sidente de la República, de ministros, de consejos
generales y municipales, etc.
Es un hecho curioso que un adversario de Marx
(y de Durkheim) como Jacques Maritain, quien hoy
día representa prestigiosamente en Norteamérica ¡
el pensamiento neoescolástico, adopte la misma
idea del Estado atrincherado en el poder.7 Según
Maritain, el Estado es “el órgano habilitado para em-
7 En la obra titulada Uhomme et l’État, publicad
por la “Bibliothéqne de la Science politique”, París, P.U.F., I
1953. [Trad. esp. El hombre y el Estado, trad. M. Guerra,
Buenos Aires, ed. G. Kraft, 1952.]
82
plear el poder y la coerción. Compuesto de expertos
y especialistas del orden y el bienestar público, fun­
ciona como un instrumento respecto del ‘cuerpo po­
lítico’; la ‘sociedad política’ es el ‘todo’; el Estado,
solo la ‘parte’ dominante o especializada”. Maritain
espera contrarrestar por medio de esta distinción la
marcha del Estado hacia el totalitarismo, que lo
acecha.
A nuestro juicio, estas actitudes, ya sea que tra­
duzcan la reacción del pueblo opuesto al Estado, o,
a la inversa, la desconfianza del príncipe respecto
del pueblo; ya sea que expresen la voluntad de sumir
el Estado en la sociedad, o, a la mversa, de afirmar
la resistencia de la sociedad a fundirse con el Esta­
do, desconocen todas el hecho de que en el Estado el
poder y la sociedad son indisolubles. En,este aspecto
coinciden, #a pesar de que sus premisas e intenciones
son contradictorias. El Estado-poder necesita al Es­
tado-sociedad, así como el Estado-sociedad necesita
al Estado-poder.
Aquí la concepción institucional aclara profun­
damente la realidad del Estado. La sociedad política
nace en el momento en que ella es, en el sentido
escolástico del término, “informada” por el poder;
deja de existir cuando los dos elementos se disocian.
Oponer la sociedad al poder es destruir la intimidad
que constituye la vida del Estado; es herirlo en su
ser mismo; es no solo suprimir su carácter y alterar
su esencia, sino comprometer su existencia.
En el sentido preciso del término, el Estado es
una forma calificada, perfeccionada, eminente de la
vida colectiva; se origina en una creación de la volun­
tad y de la razón humanas que aplica sus esfuerzos
y reflexiones al problema de la organización políti­
ca, y logra asegurar su continuidad. En consecuencia,
como lo ha explicado muy bien Georges Burdeau,
solo hay Estado donde la autoridad ha sido institu­
cionalizada, o sea allí donde “hay una diferenciación
de funciones públicas que las separa de las otras for­
mas de la vida social, que las instituye, y órganos
83
propios que las centralizan para hacer surgir la uni­
dad del Estado soberano.” 89
Como la idea de este fenómeno se produce en el
vacío, fuera del marco social que lo sitúa en el lugar
y el momento en que aparece, resulta ser estricta­
mente inconcebible, y la separación del Estado-poder
del Estado-sociedad no es, allí donde se efectúa, más
que un accidente patológico, calificado justamente
de “crisis del Estado”.®
Desde el punto de vista científico, la colocación
de la sociedad fuera del Estado, efectuada de modo
diferente por la concepción de la política como cien­
cia del poder, tiene consecuencias ilógicas. Quita a
priori a la politología dos de sus conceptos esencia­
les: el de legitimidad y el de nacionalidad.
En su A Grammar of Politics (Gramática de la
política), Harold J. Laski observa muy bien que his­
tóricamente el Estado presentó siempre “el aspecto
asombroso de una vasta multitud que debe obedien­
cia a un número relativamente reducido de hom­
bres”.101 En lo que a esto se refiere, el primer fe­
nómeno político no es el poder, sino la obediencia.
Bertrand de Jouvenel, uno de los raros escritores
políticos de nuestro tiempo, comienza su libro Du
pouvoir, histoiré naturelle de sa croissance (El po­
der, historia natural de su crecimiento), con un capí­
tulo dedicado precisamente a la “obediencia civil”. Y
la califica de “misterio”, de acuerdo con la termino­
logía de Gabriel Marcel.11 Contrariamente a lo pre­
tendido por cierta “física social”, el fenómeno del
poder no se apoya, en su conjunto, en la fuerza de
los que lo detentan. La fuerza de los poderosos no
8 J. T. D élos , La Nation, Montreal. L’Arbre, 1944, t. II,
pág. 8.
9 Cf. J. M. Auby, “L’État divisé”, en Crise du pouvoir
et crise du civisme, Semana social de Rennes. Crónica so
cial, 1954, pág. 45 y sig.
10 El Estado moderno; sus instituciones politicas y eco­
nómicas. [Trad. de T. G onzález G arcía , Barcelona, 19321.
11 Ginebra, C. Bourquin, 1947, pág. 29 y sigs. ITrad.
esp.: El poder. Historia natural de su crecimiento , Madrid,
Ed. Nacional, 1956],
84
sería nunca suficiente si no respondiera, de manera
explícita o no, al consentimiento de los “humildes”.
Debido a ello, el problema doctrinario fundamental
de la ciencia política de antaño era el de la legitimi­
dad. Se lo vio reaparecer en primer plano el 18 de
junio de 1940, el 13 de mayo de 1958, y el 23 de ene­
ro de 1960.
No menos importantes y actuales son los proble­
mas relativos a la composición misma de la colectivi­
dad política. Ésta puede ser de estructura homogé­
nea, o sea fundada sobre la existencia de una nación
natural, o hallarse constituida por elementos hetero­
géneos, reunidos por vínculos diversos, como hasta
hace poco el de la fidelidad dinástica. El problema
de la nación sería ignorado si la política residiera
enteramente en el poder. Y sería omitido también el
problema fundamental de la correspondencia entre
la Nación, sociedad natural, y el Estando, sociedad
instituida, problema conocido históricamente con el
nombre de principio de las nacionalidades.
Otra ventaja de la concepción societaria del Es­
tado es la de mostrar con claridad, por debajo de
las instituciones de gobierno, la posición de las insti­
tuciones administrativas y judiciales. Como se halla
claramente implícito en la lista de la Unesco, el térmi­
no “político” no se usa aquí en el sentido que le da la
expresión “Derecho político”, empleada hasta hace
poco en Francia y utilizada todavía, particularmente
en España. Las instituciones políticas no son solo las
instituciones de gobierno, sino también las adminis­
trativas y judiciales.
Sin éstas, el Estado no se halla realmente insti­
tuido, porque entre la cúspide donde se sitúan los
órganos gobernantes que ejercen la autoridad sobe­
rana y los gobernados que se encuentran en la báse,
se intercalan una serie de órganos necesarios. Unos
se ocupan de la vigencia de las libertades y de la
administración de los servicios públicos, y otros apli­
can las leyes y hacen justicia. Estos elementos inter­
mediarios pueden ser simples dependencias de la
administración central, pero con frecuencia toman la
85
forma de instituciones1 de autonomía más o menos
amplia. La lista de la Unesco acentúa esta orienta­
ción al hablar del “gobierno regional y local”.

IV. Las instituciones políticas


no estatales
Si bien la politología estudia, como lo acabamos
de ver, la institución estatal en su totalidad, no se
limita a ella. La toma como punto de partida y de
referencia para el estudio de los fenómenos que por
ser preestatales, paraestatales, infraestatales y supra-
estatales se relacionan también con el Estado.
A este respecto, la politología evita el error me­
todológico de la sociología, que comienza el estudio
de los fenómenos políticos por el de las manifesta­
ciones de autoridad, todavía mal diferenciadas, y
sobre las cuales nuestro conocimiento es con frecuen­
cia conjetural. Si bien los considerables esfuerzos
efectuados por los autores de trabajos en este dominio
merecen respeto, no podemos evitar la comprobación
de su relativa esterilidad. Para llegar a resultados fe­
cundos es necesario proceder en el orden inverso, par­
tiendo de los conocimientos seguros que ofrece el
Estado.12
Entonces hallarán su ubicación correcta los fe­
nómenos preestatales, o sea los fenómenos relativos
a épocas o lugares en que el Estado aún no existe.
En la medida en que se relacionan con los comienzos
del Estado, forman también parte de la política. En
todas las ciencias se admitió siempre que los oríge­
nes, por inciertos y brumosos que fueren, dependen
de la ciencia misma, al menos como introducción a
ella. Naturalmente, el límite inferior de lo pre-esta-
tal se ubica en un período donde los descubrimientos
ya nada pueden aportar al conocimiento del Estado.
12 En esta perspectiva fue instituido por el D.E.S. de
ciencias políticas un curso dedicado a la historia de las
sociedades políticas. Cf., en el mismo sentido, R oland M as -
petiol , La société politique et le droit, París, Montchrestien,
1957.
86
En cuanto al límite superior, se halla constituido por
la Ciudad-estado. Creemos que de La Bigne de
Villeneuve comete un error al descartarlo, por con­
siderar imprudente la asimilación del Estado griego
al Estado moderno. Es cierto que hay diferencias
cualitativas y cuantitativas, intelectuales e institu­
cionales, particularmente en el plano espiritual, pero
estas particularidades deben examinarse dentro y
no fuera de la categoría de Estado.
Los fenómenos para-estatales pueden conside­
rarse como fenómenos de reemplazo. Hay épocas sin
Estado, pero donde, a diferencia de los tiempos pri­
mitivos, reemplaza al Estado una organización social
poderosa que asegura las funciones que en la civili­
zación estatal serán competencia del Estado. El feu­
dalismo constituye uno de los ejemplos más acabados
de estos tipos de reemplazo. P. C. Timbal lo des­
cribe como “una organización de un tipo especial
que aparece cada vez que el Estado, al debilitarse y
no ser ya capaz de dar cumplimiento a sus deberes,
termina por perder la conciencia de su papel”.13 Este
“relevo del Estado”, para expresarnos con palabras
de P. C. Timbal, es característico, en particular,
de dos sociedades consideradas tan perfectas como
el Estado mismo: la familia y la Iglesia. Durante la
Edad Media la Iglesia goza de un período de hege­
monía; sobreviene luego un período de equilibrio,
seguido a su vez por la declinación de su actividad
temporal. En 1789 el Estado adquirirá en Francia, en
calidad de servicios públicos, funciones consideradas
hasta entonces propias de la Iglesia, como las fun­
ciones asistenciales y las relativas al estado civil.
Aunque la politología no se ocupa directamente de
la sociedad familiar o eclesiástica, las incluye en su
dominio cuando cumplen funciones que en nuestros
días atribuimos al Estado.
Los fenómenos intra-estatales pertenecen tam­
bién, en virtud de una extensión análoga, al dominio
del conocimiento político. Pueden definirse como las
13 P. C. T im b a l . Histoires des institutions et des faits
sociaux, París, Dalloz, 1957, pág. 10.
87
instituciones y las relaciones propias de colectivida­
des a las que se les reconoce carácter político, pero
se les niega la calidad de Estado. Entran en este cua­
dro los Estados denominados semiindependientes o
ciertas situaciones “coloniales”. No podemos entrar
aquí en el análisis de fenómenos sobre cuya califica­
ción ha dudado mucho el Derecho internacional. Al­
gunos autores consideran que no es posible atribuir
a estas colectividades el carácter de Estado, ya que
su soberanía no es completa; pero otros sostienen,
en cambio, que si poseen la estructura del Estado y
ejercen sus prerrogativas pueden ser consideradas ta­
les. En nuestra opinión, los fenómenos infra-estatales
poseen también carácter estatal. El Estado vasallo,
protegido, o interiormente autónomo, se halla en el
dominio de los conocimientos políticos, porque, o bien
—de acuerdo con la teoría generalmente admitida—
los Estados semi-soberanos siguen siendo Estados, o
bien no lo son, y constituyen entonces elementos de
otro Estado complejo y diversificado. Sea cual fuere
el modo en que se los estudie, considerados en sí
mismos, o integrados en una estructura estatal glo­
bal, siguen perteneciendo a la categoría de lo estatal,
o sea de lo politológico.
Los fenómenos inter-estatales, supra-estatales y
trans-estatales, por razones no menos lógicas, se ha­
llan en la misma situación. Un reparo hecho con fre­
cuencia a la politología como ciencia del Estado es
que en nuestros días el Estado clásico habría entrado
en decadencia; de acuerdo con este punto de vista, el
Estado clásico, tal como se lo conoce en la Antigüe­
dad, y más tarde, de modo más perfecto, en la época
moderna, habría agotado en el siglo xix todas sus
posibilidades. Los fenómenos políticos que interesan
a los hombres de nuestra época sobrepasarían al Es­
tado. Serían universales o regionales (en el sentido
que posee este término en Derecho internacional).
Pero la formación de instituciones internacionales,
transnacionales o supranacionales no implica en ab­
soluto, hasta ahora, la desaparición del Estado. El
Estado mismo sigue siendo la institución principal
de la vida política. Las estructuras adicionales, lejo? j
88
de ser la negación de lo estatal, constituyen un nuevo
aspecto para el que se busca aún una terminología,
como lo veremos al considerar las relaciones interna­
cionales. Los fenómenos considerados nuevos perma­
necen en el dominio de la politología, puesto que su
elemento fundamental sigue siendo el Estado. ¿Cómo
es posible que fenómenos en sí mismos políticos, por
ser relativos a un Estado, dejen de ser políticos cuan­
do conciernen a varios Estados? No hay en Principio
ninguna dificultad en incluir estas manifestaciones
en el dominio clásico de la politología. Un excelente
jurista, en la actualidad consejero canónico de la Em­
bajada de Francia en la Sante Sede, el R. P. Délos,
afirma que hoy día existe menos diferencia entre la
organización estatal y los fenómenos supra e inter­
estatales que la continúan, que entre el orden feudal
y el orden estatal.14 Así, lejos de constituir,un reparo
a la identificación de lo político y de lo estatal, los
fenómenos que trascienden el Estado no hacen más
que confirmarla, pues ellos mismos tienen su funda­
mento en el Estado.

14 La Nation, op. cit., t. II, pág. 9.


89
CAPITULO Vil
LA VIDA POLITICA

I. Multiplicidad y fluidez de los factores


de la vida política
Con “los partidos políticos, los grupos, las asocia­
ciones, la opinión pública y la participación de los ciu­
dadanos en el gobierno y la administración”, la lista
de la Unesco forma un tercer apartado que lleva el
nombre de “partidos, grupos y opinión pública”.
Este título, que en realidad es una simple enu­
meración, es incompleto a pesar de su longitud. Ade­
más de las ideas y de las instituciones, que ya hemos
tomado en cuenta, queda todavía sin explorar todo
un mundo que sobrepasa los partidos, los grupos y
las manifestaciones de opinión.
A pesar de los esfuerzos ulteriores de síntesis,
este tercer grupo conservará contornos mucho más
desdibujados y un carácter mucho menos homogéneo
que los dos precedentes. Es teniendo en cuenta el
carácter indeterminado de sus fronteras y la fluidez
de su contenido que proponemos designarlo con la
palabra vida. Otra justificación para el uso de este
término es que, como ya lo hemos dicho, fue elegido
para designar un curso optativo de tercer año y un
curso del doctorado: Instituciones y vida políticas.
Puede objetarse que este término es demasiado
general; se lo puede rechazar también por sugerir a
contrario que no hay vida en las ideas o en las insti­
tuciones. Pero esta interpretación sería demasiado
tendenciosa. La palabra vida indica, en cambio, que,
en el estudio de la ciencia política, el tercer tema es
la parte dinámica, opuesta a lo organizado y estabili­
zado por el derecho, aspecto del que se ocupa la par­
te titulada instituciones. De igual modo, vida contras­
ta con ideas por abarcar numerosos elementos no in­
telectuales.
90
r

Finalmente, vida implica, a través de la multi­


plicidad de aspectos, una cierta unidad del devenir
político que puede reducirse a una dialéctica del po­
der y la fuerza, efecto ella misma del juego de fuer­
zas, de las influencias y de los comportamientos.

II. La dialéctica del poder y la fuerza


Al colocar la institución estatal como centro del
conocimiento político, hemos puesto de relieve la pri­
macía que tiene para el politólogo el poder estabili­
zado, organizado e impersonal. Lo mismo vale para
la vida política, donde toda fuerza individual o co-
llectiva tiene el designio inconsciente o confesado de
detentar el poder. Como es lógico, un movimiento
hacia el poder atrae a los hombres animados por el
pmpulso del interés individual o colectivo. Queriendo
hervir o servirse a sí mismos, son arrastrados direc­
ta o indirectamente a apropiarse del poder o al menos
a influir sobre él. Si la historia estrictamente política
¡no se reduce a un mero anecdotario, traduce la ten­
dencia fundamental, que es condición de la existen­
cia de todo Estado, hacia la retención conjunta del
poder y la fuerza.
Bajo todo poder, potestas, existe una fuerza, po-
lentia, y generalmente varias. Un texto no basta pa-
:a conferir autoridad a un jefe de Estado, para dar
uerza a una asamblea. Detrás de la institución de la
borona se hallan una persona física y una dinastía
}ue, de acuerdo con la situación y el individuo, re­
presentan una fuerza variable. Detrás de una asam-
)lea hay una opinión. Una cámara es ella misma un
órgano que el derecho instituye, pero si no tuviera
nás que una base jurídica no sería una fuerza. Es
lecesario que sea también representativa, en el sen-
ido sociológico del término. El país debe encontrar
n ella su verdadera imagen, sus preocupaciones ín-
imas, su voluntad profunda. Debe ser al mismo tiem-
•o el “país legal” y el “país real”.
La politología descubrirá bajo cada una de las
istituciones políticas las fuerzas que las animan ac-
91
tualmente, y, más allá de éstas, las fuerzas exterio­
res a la institución que algún día vendrán a insta­
larse en ella o a provocar la formación de institucio­
nes nuevas.
La dinámica política consiste en continuos cam­
bios de fuerzas en el seno del poder. El poder debe
renovar y conservar su fuerza. Por lo tanto, nece­
sita incorporar toda fuerza que llegue a la madurez
política, comprendiéndose que hay fuerzas que nun­
ca alcanzan la madurez y otras que llegan al poder,
pero no pueden conservarlo. La vida política, entre
dos hipótesis extremas, implica toda una serie de
situaciones intermedias.
En el punto de partida, la fuerza existente se ha­
lla estrechamente integrada en el poder. En ese mo­
mento las fuerzas políticas se ajustan de manera per­
fecta a las formas institucionales. Esta situación se
encuentra en la historia no exactamente durante el
nacimiento de nuevas formas institucionales, sino en
el momento en que formas y fuerzas han logrado una
adaptación recíproca. Pero el agradable período de
pleno equilibrio termina necesariamente. Llega el
momento en que salen a luz fuerzas nuevas, mientras
que el poder ha perdido en parte su antigua fuerza.
Tal es la situación que existe en la víspera de una
revolución, aquella que Sieyés evoca en ¿Qué es el
Tercer Estado? Éste no es nada como poder, pero lo
es ya todo como fuerza. Titulares del poder —la
monarquía, las clases privilegiadas— se han visto de­
bilitados, y la fuerza ya no se encuentra en sus ma­
nos. El régimen entra entonces en decadencia. Se
llega a la situación extrema en que la fuer- se halla
de un lado y el poder de otro. La consecuer a de es­
ta situación es generalmente la conquista del podei
por una fuerza nueva, mediante un despliegue de
mayor o menor violencia. Pero también es frecuente
que la ascensión al poder de nuevas fuerzas y el re­
tiro de las antiguas se efectúe de modo lento e im­
perceptible.
El análisis de este fenómeno ha constituido siem­
pre una preocupación de los escritores políticos. Aris­
tóteles dedicó un notable y profundo estudio al man-
92
¡enimiento y subversión de los reinos; Montesquieu
>mprendió la misma investigación en sus Considéra-
íons sur les causes de la grandeur des Romains et de
!eur décadence (Consideraciones sobre las causas de
a grandeza de los romanos y de su decadencia, 1734).
Con menos genio, pero quizás con más método,
a politología contemporánea considera las fuerzas
¡xistentes en una sociedad dada, examina su estruc-
;ura, analiza su ideología, sigue su ascención hacia
>1 poder estatal, describe su éxito o su fracaso, toma
ai cuenta Id disociación entre el poder y las fuerzas
¡ue declinan, comprueba el eclipse de las fuerzas an-
guas y analiza la ascensión al primer plano de las
íerzas nuevas.
III. Las »fuerzas
I•fectuar
El papel activo de las fuerzas políticas obliga a
una comprobación necesaria en cuanto a su
laturaleza: las fuerzas políticas no pueden ser abs-
racciones; tampoco pueden ser cosas. En sí mismas y
>or sí mismas, las fuerzas políticas deben ser suscep-
ibles de ascender, de tomar posesión del poder, de
lesintegrarse y de caer. Solo seres humanos —colec-
ividades e individuos— pueden poseer este carácter
utónomo y, podríamos decir, automotor.
Las fuerzas individuales son las primeras que de­
bemos considerar. Como ya lo hemos anticipado, se-
ía un grave error construir la politología sobre una
ase exclusivamente colectiva y anónima. En política
1 poder más grande pertenece al hombre, a la per-
bnalidad que por sus características sabe apropiarse
leí poder, o, mejor aún, obtenerlo mediante el con­
finamiento general. Están en primer plano, pues, las
olíticas y los políticos. La desconfianza del sociolo-
ismo respecto del fenómeno individual es un error
úe la actualidad y la historia señalan a cada instan-
k Cuando falta el elemento humano, los otros que-
an impotentes. Grandes movimientos políticos que
mían vasto arraigo en las masas fracasaron por no
aber hallado jefes que transformaran en poder esa
lerza espontánea y naturalmente anárquica. Gran-
93
des cambios históricos tienen su origen en un hom­
bre, en su perseverancia, en su visión, a pesar de
que los medios de que disponía en los comienzos eran
ridiculamente reducidos. El hombre de Estado y el
político constituyen para la politología un objeto de
estudio fundamental. En este sentido la ciencia poli-1
tica es una ciencia de lo individual.
Las fuerzas colectivas, que representan el otro
elemento importante de la investigación, pueden ser
clasificadas en dos grandes categorías: los grupos no
organizados y los grupos organizados.
La primera categoría corresponde a las colecti­
vidades difusas, de límites vagos y de cohesión es­
pontánea, pero con frecuencia muy débil.
Consideraremos en primer término la opinión
pública, que desempeña un papel fundamental en la
política moderna, como se refleja en la lista de la
Unesco. En su Explication de notre temps, que tuvo
su momento de notoriedad, Lucien Romier le dio el
nombre pintoresco de “emperatriz nómada”.
También puede considerarse como una categoría
difusa la determinada por el sexo. Las mujeres tie­
nen su lugar entre los factores individuales, pero tam­
bién como elemento colectivo, en la medida en que
sus movimientos de reivindicación constituyeron en
el Estado una fuerza política autónoma. Actualmente
la adquisición casi universal del derecho al sufragio
y a la elegibilidad tiende a hacerlas entrar en el mar­
co común.
Las clases sociales presentan otro tipo de colec­
tividad difusa. Por lo general carecen hoy en día de
una organización jurídica que las institucionalice en
órdenes. Sin embargo, actúan sobre el poder con
fuerza considerable. Es la eliminación de una clase
por otra lo que en el esquema marxista constituye la
Revolución. Aun si se rechaza esta concepción —o si,
como nosotros, se la inserta en una concepción más
amplia del devenir social— la influencia política de
las clases sigue siendo importante. Por otra parte,
donde no existen clases bien definidas hay medios, y
los medios sociales son también colectividades difusas
cuyo estudio compete a la politología. El estudio dp
94
los medios ricos, por ejemplo, revela la existencia de
la fuerza del dinero. Generalmente esta no se mues­
tra a cara descubierta, pero su poder no es por ello
menos grande. Se la ha comparado acertadamente
con un muro, donde la pasividad puede ser una forma
de acción, como la huelga en los medios populares.
De igual modo, deben considerarse como políticamen­
te importantes las reacciones del medio rural, debi­
do a su estabilidad, su homogeneidad y su extensión
numérica.
De las fuerzas colectivas difusas se pasa por tran­
siciones insensibles a los grupos organizados, que po­
seen límites precisos y reconocen un jefe, se ajustan
a reglas y cuentan con adherentes.
En la época contemporánea el agrupamiento or­
ganizado típico es, en política, el partido. Al reunir
un número elevado de miembros, que se sqmeten a
una discip’ na, crea una fuerza que en la democracia
llega al poder mediante el mecanismo del voto, y en
los sistemas monocráticos mediante otros procedimien­
tos. Actualmente, la atención se concentra sobre los
partidos políticos en grado considerable. La ciencia
política cíe los últimos años les ha dedicado numero­
sos estudios. Se han beneficiado con la atracción de
la novedad, porque en Francia los partidos políticos
son una realidad reciente; durante el siglo xix y co­
mienzos del xx nuestra vida pública se caracterizó
por su ausencia casi absoluta. Hasta 1920, solo uno
merece el nombre de partido político: el Partido So­
cialista Unificado (S. F. I. O.). Pero el estudio de los
partidos políticos no data de la Liberación. Entre 1923
y 1928 nosotros mismos dictamos en la Escuela de
Ciencias sociales y políticas de Lille un curso sobre
La evolución de los partidos políticos en Francia y en
el extranjero. Ya existía entonces, con André Sieg-
fried, una geografía de los partidos, y, con Ostro-
gorski y Roberto Michels, una sociología; el primero
estudió los partidos políticos anglosajones, y el se­
gundo sacó a luz las tendencias oligárquicas de la
Sozialdémocratie alemana. La diferencia entre esa
época y la actual estriba en un gran enriquecimiento
del tema debido a la multiplicación de los partidos
auténticos, a la .aparición de los partidos únicos, a los
fenómenos de multipartidismo y antipartidismo. Am­
pliado de este modo el campo de investigación, permi­
tió que se efectuaran algunos intentos de síntesis.1
También pueden clasificarse como fuerzas polí­
ticas organizadas los sindicatos profesionales. Los
sindicatos de trabajadores y de patronos actúan en la
vida pública de manera más o menos declarada. La
actividad política y la actividad sindical se confun­
den en Inglaterra, donde los trade-unions son un ele­
mento integrante del laborismo. En Francia, en cam­
bio, la “Carta de Amiens” formuló el principio de
una distinción entre la acción política, reservada en­
tonces al Partido Socialista Unificado, y la acción sin
dical, desarrollada por la Confederación General del
Trabajo (C. G. T.). Esta distinción fue suprimida con
el advenimiento del comunismo. El único sindicalis­
mo que se declara completamente apolítico es el sin­
dicalismo patronal grande y medio. Se han efectuado
frecuentes tentativas para formar un partido político
surgido de los sindicatos, o al menos uno que recibie­
ra directivas sindicales. Se formó así un partido cam­
pesino, al margen del sindicalismo agrícola. Sin em­
bargo, éste ha permanecido en su mayor parte fuera
de todo partido.
Los agrupamientos espirituales son también, a
su modo, fuerzas organizadas, ya sea porque las reli­
giones nacionales constituyen una prolongación del
poder temporal, ya porque, de manera inversa, la
Iglesia católica separa las cosas de Dios de las que
corresponden al César. Sin embargo, no proponiéndo­
se regir más que lo espiritual, la Iglesia se encuentra
con la sociedad política en muchos dominios, por el
hecho de que ella misma es una sociedad organizada.
Es éste el problema de las materias mixtas y del po­
der indirecto. En ciertas épocas las fuerzas espiri­
tuales intervienen directamente en la arena política
mediante el ejercicio del poder temporal, o adqui-
1 Cf. M aurice D uverger, Les partís politiques, París,
A. Colín, 1954 2? ed. [Trad. es.: Los partidos políticos, tra­
ducción de J ulieta C a m pos y E nrique G onzález P edrero,
México, Fondo de Cultura Económica, 1957.]
96
riendo la condición de órdenes privilegiados, como el
clero en el antiguo régimen. En la época contempo­
ránea existen partidos independientes de la jerarquía
eclesiástica propiamente dicha, pero que hallan su
cohesión profunda en la comunidad de fe de sus adhe-
rentes. No pueden, por lo tanto, prescindir de la orien­
tación dada a los fieles por sus pastores.
Las fuerzas armadas son también fuerzas suscep­
tibles de adquirir carácter político. Aquí existen dos
posiciones opuestas: por una parte, la del ejército de
tipo español que “grita” y se “pronuncia” (el pronun­
ciamiento es la toma de posición política de un jefe
militar que, lanzando un “grito”, reúne al pueblo en
torno a su persona y a su programa); por otra, la del
ejército de tipo francés (antes de los acontecimien­
tos recientes) calificado de “gran mudo”. Este ejér­
cito sirve menos a los hombres y los regímenes suce­
sivos que al Estado y a la Nación. Se unió .a la Mo­
narquía de la Restauración, después de haber sido el
ejército de Bonaparte; sirvió a la Monarquía de Julio,
después de haber sido el ejército de Carlos X; aceptó,
en su conjunto, la Segunda República y el Segundo
Imperio: Entre el ejército que grita y el ejército que
calla existen variadas situaciones, en particular la
pasividad complaciente. En casos extremos, el ejér­
cito, que es siempre una fuerza, puede convertirse
directamente en el poder mismo, como ocurrió, en
ciertos aspectos, con la flota bajo el régimen de Vichy.IV.

IV. Las influencias


Junto a las fuerzas propiamente dichas, indivi­
duos o colectividades humanas, se ejercen influen­
cias que condicionan en grado variable las institucio­
nes y la vida política.
Las influencias se distinguen de las fuerzas en
que no son susceptibles de convertirse en poder polí­
tico. En sí mismas son inertes, pero a su contacto los
elementos humana se modifican, los comportamien­
tos se transforman.
El primer factor es la influencia étnica. Ya en
97
el siglo xviii, Montesquieu puso bien de relieve la
incidencia política del temperamento de los pueblos.
Los suizos, los holandeses y los ingleses poseen un
sentido cívico muy desarrollado, y además una men­
talidad pragmática, debido a lo cual su vida pública
excluye generalmente la violencia. En cambio, otros
pueblos poseen un espíritu difícilmente disciplinable.
Cuando desaparecen sus estructuras tradicionales, el
mantenimiento de un poder regular presenta difi- •
cultades enormes; la muerte política, en particular,
se convierte en un hecho común, como ocurre en el
Cercano Oriente.
La influencia geográfica tiene importancia sufi­
ciente como para que una disciplina científica, la geo­
política, haya tratado de establecer una correlación
directa entre la estructura del suelo y los fenómenos
políticos. Algunos autores, como Ratzel entre los ale­
manes, y entre nosotros la Escuela de Ciencia Social
y la Escuela de Geografía humana de Jean Brunhes
y Camille Vallaux, creyeron en un determinismo geo­
gráfico de las estructuras y del comportamiento polí­
ticos. Las características geográficas crearían una
predisposición favorable para la formación de Esta­
dos, algunas formas institucionales y a ciertas prác­
ticas de la vida política. Hay sin duda algo de ver­
dad en estas explicaciones, pero la lección de los
acontecimientos señala, en conjunto, el predominio
del factor humano. Algunos de los autores que aca­
bamos de citar habían considerado imposible que
ciertas zonas del planeta tuvieran Estados. Sin em­
bargo, los acontecimientos actuales, con la formación
de un África negra independiente, señalan que esta
pretendida imposibilidad geográfica no era más que
un prejuicio.
Las influencias económicas son particularmente
activas. Para algunos son inclusive las que determi­
nan el espíritu y la forma de los regímenes políticos.
La economía es la estructura profunda, la infraestruc­
tura, mientras que las instituciones políticas solo
constituyen la superestructura, en dependencia direc­
ta de la primera. La teoría marxista hace de la socie­
dad feudal o de la sociedad burguesa el resultado de
98
una economía que a su vez depende directamente de
un cierto instrumental. Aquí hay también mucho de
exageración, de sistematización a priori. Sin embar­
go, es indiscutible que existe una correlación entre
ciertas fuerzas económicas y ciertas fuerzas políticas.
En particular, son claramente perceptibles las afini­
dades entre el régimen parlamentario clásico y la
economía liberal. La crisis de ésta provoca con fre­
cuencia la decadencia del régimen parlamentario.
Las influencias ideológicas desempeñan también
un papel que en ciertos casos es fundamental. Ante­
riormente hemos hecho una distinción entre las ideas
políticas consideradas en sí mismas y los factores
ideológicos, y con Julien Benda establecimos una opo­
sición entre dos tipos de historia de las ideás: la de­
mocrática y la aristocrática. La segunda es un ele­
mento del conocimiento político, la primera, el estu­
dio de las influencias motrices. Los acontecimientos
recientes incitan a pensar que los factores intelec­
tuales tienen con frecuencia más peso que los ma­
teriales. Nada en el terreno de los hechos, ni siquie­
ra sus millones de desocupados, obligó a Hitler a de­
sencadenar la Segunda Guerra Mundial. Hubiese po­
dido obtener sin guerra una serie tal de satisfaccio­
nes que el Tercer Reich habría logrado sin duda la
hegemonía mundial, simplemente debido al desarro­
llo de sus fuerzas de expansión. Pero, tanto en el ré­
gimen hitleriano como en el régimen fascista, la ideo­
logía no permitía una evolución pacífica prolongada.
Al reducir toda la política a la antinomia amigo-ene­
migo, el nacionalsocialismo debía concluir en la gue­
rra total por razones de lógica intelectual.V.
V. Los comportamientos
El juego de las influencias que actúan sobre las
fuerzas, o sea el^uego de los factores citados sobre
los individuos y las colectividades, tomados separa­
damente o en grupos, engendra los comportamientos
políticos.
Los comportamientos políticos son muy numero­
sos y diversos; desde el punto de vista moral sus dos
99
polos son la lealtad y la traición. La primera es la
dedicación espontánea o cultivada del ciudadano a
la vida del Estado; la segunda es el incumplimiento
de las obligaciones vitales con respecto al Estado en
beneficio de otro Estado o de otro régimen. La leal­
tad puede tomar en el ciudadano una forma activa y
consciente, que es el civismo, peí o iambién puede ser
alterada por algunos comportamientos patológicos,
como el fenómeno de la corrupción. Se abre así un
vasto campo a los psicólogos y a les moralistas. Nos
debemos limitar a señalar su existencia, no solamen­
te por razones de espacio, sino también porque faltan
en este campo trabajos suficiente" como para permi­
tir la deducción de conclusiones generales.
La importancia de las influencias que se ejercen
sobre los comportamientos varía enormemente, se­
gún que resulten del azar o que sean estimuladas por
la propaganda. Como ya lo hemos observado en rela­
ción con “la historia democrática de las ideas”, algu­
nas representaciones del porvenir poseen tanta más
fuerza impulsora cuanto más indecisos son sus con­
tornos, porque solo crean fuerzas y ejercen influen­
cias mediante la vulgarización, a través de las técni­
cas de sugestión: la televisión, la radio, lbs periódi­
cos, la' noticia que se transmite de puerta en puerta.
A este nivel los movimientos políticos no son general­
mente de carácter racional, sino pasional. Pueden ser
en gran medida provocados, y esto nos conduce a un
dominio en el que la ciencia política actual tiene aún
mucho que descubrir: el de la persuasión no solo in­
culcada sino arrancada a los espíritus rebeldes, hasta
un punto tal que ha podido hablarse de la “violación
de las multitudes”.
La propaganda puede ser obra de individuos y de
grupos privados, pero solo revela su novedad y su am­
plitud cuando es obra de un Estado o de un partido
convertido en órgano del Estado. Lo inverso de la
propaganda es de este modo la presión. Ésta es exte­
rior al Estado. No se propone conquistar el poder, si­
no, más sutilmente, utilizarlo para sus fines, median­
te hábiles intervenciones, frecuentemente discretas y
a veces hasta clandestinas. “La acción emprendida
100
—dice muy bien Jean Meynaud— puede tomar cami­
nos esencialmente diversos. El grupo puede combatir
directamente a aquellos cuya conducta es necesario
modificar para obtener una victoria: sindicatos de
trabajadores que afrontan a los patronos con el ob­
jeto de fijar condiciones de trabajo, adversarios de
un culto que intervienen para dificultar o impedir
su ejercicio... Una modalidad particular de acción
consiste en ejercer presión sobre las autoridades, pa­
ra fijar un salario, por ejemplo, o lograr que se pro­
híba una manifestación.2 A nuestro parecer la presión
es un “comportamiento” que puede ser asumido por
cualquier individuo o grupo. La fórmula “grupo de
presión” tiene la desventaja de que solo se aplica es­
trictamente a algunas formaciones, mientras que
“desde este punto de vista es imposible establecer
una diferencia entre los grupos de interés, porque
todo organismo de esta categoría puede transformar­
se en cualquier momento en un grupo de presión:
basta que el camino gubernamental aparezca como
el método único, o el más eficaz, para tratar una de­
terminada dificultad o problema”.3
Lo que el grupo de presión se propone fundamen­
talmente es influir en ei comportamiento político de
los gobernantes, que tienen monopolio de la decisión
política. Ésta depende, en la cúspide, del jefe de Es­
tado, de los gobiernos, de los ministros, de los parla­
mentos, y de los electores en la base. La politología
encuentra aquí problemas que comienzan a ser estu­
diados cada vez más de cerca: los relativos a los orí­
genes, composición, hábitos y métodos de trabajo del
personal gubernamental. Hace ya medio siglo Gaeta-
no Mosca dedicó toda su Scienza política al estudio
del fenómeno de la clase política, que anticipó una
explicación profunda del advenimiento del fascismo.4

2 J eaw M eynaud , Les groupes de pression en France,


París, Arrnand Colín, 1958, pág. 21.
3 Ibid., pág. 22.
4 Gaetano Mosca, Elementi di Scienza política, 1? ed.,
Roma, 1898; 4* ed., Barí, 1947.

101
CONCLUSIÓN

I. £1 lugar de las relaciones


internacionales
El anterior análisis dedos grandes temas de la
politología no ha concedido ningún lugar especial a
las relaciones internacionales. Nos parece, en efecto,
que su clasificación en un grúpo separado, como en
la lista tipo de la Unesco, constituye sin duda una
comodidad práctica, pero carece de fundamento cien­
tífico. No hay razón alguna para conceder autonomía
a las relaciones internacionales. Nada hay en ellas
que no forme parte de alguno de los aspectos ya con­
siderados: que no dependa de las ideas, o no sea rela­
tivo a las instituciones a no pertenezca a la vida po­
lítica.
Según fue definida por Jean Baptiste Duro-
selle, uno de los mejores especialistas en la materia,
la ciencia de las relaciones internacionales “es el es­
tudio científico de los fenómenos internacionales con
el objeto de descubrir los datos fundamentales o ac­
cidentales que las rigen”.1
Podría parecer que es pedagógicamente útil rea­
lizar una exposición separada de los problemas rela­
tivos a las relaciones internacionales, pues, por una
parte, ello permitiría estudiarlos más ampliamente,
y, por otra, ofrecería una mejor preparación a los
que se dedican a la diplomacia. Una enseñanza más
completa de las relaciones internacionales se impone
en el caso de los futuros diplomáticos y de todos los ,
que deben actuar en el extranjero. También puede
considerarse de interés, en el aspecto material, la
1 J. B. D uroselle , “L’étude des relations internationa-
les”, en Revue Frangaise de Science politique, 1952, n? IV,
pág. 683.
102
creación de establecimientos particulares para el es­
tudio de las relaciones internacionales, con el fin de
utilizar mejor los recursos provenientes de donacio­
nes privadas o de subvenciones públicas, de organizar
mejor los horarios de clase, de multiplicar los semi­
narios y de poseer un temario más amplio para los
exámenes. Y hasta es posible tratar de enseñar las
materias desde un punto de vista nuevo, pues mu­
chas cuestiones adquieren un aspecto diferente en la
perspectiva internacional.
Pero, si vamos al fondo de las cosas veremos que
la separación es funesta inclusive pedagógicamente.
Los estudiantes de relaciones internacionales tendrían
una formación muy mala si solo conocieran relacio­
nes internacionales. Las especializaciones dejan de
ser legítimas cuando su resultado es la ignorancia
recíproca. Y ésta sería la consecuencia si las relacio­
nes internacionales fueran enseñadas al margen de
otras ciencias políticas. Al perder todo vínculo, las
disciplinas no tardarían en evolucionar independien­
temente. Se iría hacia una incomprensión total, a pe­
sar de que la política interior y las relaciones inter­
nacionales son como las dos caras de una misma rea­
lidad. La primera tarea de un diplomático que llega
a su lugar de destino es conocer la estructura del Es­
tado ante el cual ejercerá sus funciones. No puede
ignorar el Derecho constitucional del país con el que
trata. Son conocidas las funestas consecuencias oca­
sionadas por el hecho de que algunos negociadores
del Tratado de Versalles conocían mal la constitu­
ción de los Estados Unidos y el papel de su Senado.
Pero para comprender las instituciones de un país es
necesario haber estudiado muy seriamente Derecho
constitucional, porque el único medio de conocer bien
una constitución es conocer muchas otras. De igual
modo, el diplomático debe tener familiaridad con la
organización de los partidos políticos del país en que
se encuentra. Lo necesita para situar a los hombres
y seguir los movimientos de opinión. Sería un grave
error creer que es posible efectuar un estudio útil de
las relaciones internacionales si tal estudio se limita
estrictamente a la consideración de éstas.
103
La tesis separatista se halla también mal funda­
da en el plano teórico, cuando se considera la estruc­
tura de la politología. El objeto “de las relaciones
internacionales —dice muy bien W. A. Robson—
no es diferente del de la política. Se trata de rela­
ciones entre Estados, grupos e individuos. Si no exis­
tieran Estados nacionales, no podría haber relaciones
internacionales para estudiar. La naturaleza del Es­
tado, de la soberanía, del nacionalismo, del derecho
y de la organización política y social constituyen la
esencia misma de la ciencia política’’.2 Las relaciones
internacionales, confirma J. B. Duroselle, son ante
todo “las relaciones políticas de Estado a Estado, y
después las relaciones de grupos o individuos de una
parte y de otra de una frontera; el primer aspecto, la
política exterior, es el más importante y accesible”.3
Las relaciones internacionales son, pues, políti- i
cas por naturaleza, porque aun cuando se trata de 5
vínculos privadós, dependen del fenómeno de la exis­
tencia de los Estados. En el capítulo dedicado a las
instituciones hemos situado fácilmente las institucio­
nes internacionales entre las instituciones políticas
agregativas. No hay ninguna dificultad en aplicar el I
mismo criterio a los fenómenos internacionales no
institucionalizados. La vida internacional es también
un juego de fuerzas y de influencias, que se traducen
2 No se había secado aún la tinta con que se escribió la
lista-tipo cuando se discutía ya su existencia. Sobre este
punto la UNESCO provocó una clara investigación, bajo los ¡
auspicios no de la Asociación internacional de Ciencia poli- I
tica, sino de la Conferencia perm anente de Altos Estudios t
internacionales. Primero tuvo lugar una reunión preparato- I
ria en Utrecht, y luego, en abril de 1950, otra más impor- |
tante en Windsor. En setiembre de 1952, en La Haya W.
A. Robson retomaba la cuestión ante la Asociación interna­
cional de Ciencia política. Robson dirigía allí una tendencia j
disidente o fraccionista, según la cual las relaciones Ínter- |
nacionales constituyen una disciplina independiente de la :
ciencia política. Retomó los argumentos contenidos en su
opúsculo, perteneciente a la serie de monografías dp la
UNESCO, sobre L es Sciences sociales dans Venseignement
supérieur: la Science p olitiqu e (1955).
3 J. B. D uhoselle , “L’étude des relations internationa-
les”, ibid.
104
en comportamientos. Separar las relaciones interna­
cionales y la ciencia política, hacer de ellas dos do­
minios, dos materias separadas, es, por lo tanto, un
error de principio: implica,por una parte, privar de
la integridad de su contenido a los temas normales
de la ciencia política; y, por otra, transgredir el prin­
cipio lógico fundamental en virtud del cual no deben
crearse más categorías distintas de las que sean ri­
gurosamente indispensables.
Por el momento, las categorías constituidas por
las ideas, las instituciones y la vida parecen irreduc­
tibles. Es posible, sin embargo, que dentro de algunos
años comprobemos que este esquema que hoy nos
satisface contiene divisiones demasiado estrechas o
mal construidas, que algunas cuestiones entran a la
vez en varias categorías, mientras que otras no son
consideradas en ninguna parte. Pero aun suponiendo
que el futuro nos reserve tal comprobación, ésta no
constituiría actualmente una condena. El día en que
el esquema propuesto se halle superado deberemos
buscar otro. En estos continuos descubrimientos con­
siste precisamente el progreso científico.4
No por ser una hipótesis de trabajo, la nomen­
clatura revisada de la Unesco deja de constituir hoy
día un instrumé|ito indispensable, en especial para la
redacción de los programas de enseñanza e investi­
gación.
II. La unidad de la ciencia política
Si bien en sus grandes líneas es generalmente
aceptada, osea nomenclatura enfrenta, sin embargo,
una objeción fundamental que se refiere a su inspi-
4 Haré ya más de veinte años, ye mismo había propues­
to como tema fundamental de la ciencia política: las grandes
doctrinas, las grandes formas y las grandes fuerzan Cf. el
prólogo de la Évolution politique Ju socialisme frengáis.
Parí?. Spéo. 1939. Es de acuerdo con la misma división que
hemos estructurado, hasta estos últimos tiempos, las tres
series de la Biblioteca de Ciencia política fundada en 1950
con mi amigo Boris Mirkine-Guetzévitch. Actualmente juz­
gamos preferible seguir la nomenclarura de la UNESCO,
revisada y confirmada por los programas franceses.
105
ración misma. Bertrand de Jouvenel la ha plan­
teado con claridad tanto a los dirigentes del Instituto
de estudios políticos de París como a los miembros del
Instituto internacional de Filosofía política. “La defi­
nición de la ciencia política por enumeración —dice
con elegancia— evoca un trébol de cuatro hojas don­
de se ven bien las hojas,pero se busca en vano el ta­
llo común.” Una ciencia no puede ser el resultado de
una adición; sus diversos elementos deben integrar­
se en una teoría general, que sería “la teoría política
pura”.56
No discutiremos aquí las ideas personales formu­
ladas a este propósito por Bertrand de Jouvenel;
ya las hemos considerado parcialmente en las páginas
anteriores. Como se comprende, éstas han sido re­
dactadas con un espíritu de fidelidad a la ciencia po­
lítica tradicional, y expresan una reacción tanto con­
tra la atribución a ésta de un objeto inédito como
contra la increíble dispersión de las investigaciones
actuales.
Georges Lavau —quien no pertenece más a la
“nueva ola”— ha descripto muy bien su estado caó­
tico. Como el renacimiento de la ciencia política tiene
su origen en una “mirada a la realidad”, en una vo­
luntad de “captar los problemas en toda la densidad
de sus múltiples tejidos y en la red de sus interac­
ciones”, ésta multiplica los interrogantes numerosos
pero desordenados. Sus investigaciones no siguen
ningún plan definido ni conocen límites: el politi-
cal scientist reivindica un derecho de curiosidad casi
universal”.6
Esta actitud ha originado numerosos trabajos, in­
teresantes y hasta pintorescos, pero que son con fre­
cuencia puramente informativos, de modo que no
puede afirmarse que hayan hecho avanzar sensible­
mente la politología. Para ser fecundos, los análisis
no deben ser efectuados desde el exterior, con esa
5 B ertrand de J ouvenel , “Invitation á la théoric-politi-
que puré”, Rev. intern. d’hist. pol. et const., P.U.F., enero-
junio de 1957, pág. 86.
6 G eorges L avau , Sciences politiques et Science de
Vhomme, op. cit., págs. 504 y 505.
106
multiplicidad de enfoques cara a los anglosajones y
algunos franceses que siguen su escuela, sino partir
de un punto central de referencia. Por otra parte, la
lógica de todo buen método indica que se debe partir
de lo conocido para ir hacia lo menos conocido, y des­
pués hacia lo ignorado. La observación misma debe
apoyarse sobre los datos seguros para comparar con
ellos lo probable o lo incierto.
Es por eso que en este pequeño volumen nuestro
mayor cuidado ha sido “volver a centrar” la ciencia
política, de acuerdo con su concepción tradicional, es­
forzándonos por impedir su desviación o dislocación.
Para que exista una politología es necesario, en efec­
to, que sea dueña de sí misma, que no sea derivada
hacia otra disciplina o dividida en disciplinas diver­
sas que no le dejañ nada propio.
Tal había sido, según lo hemos comprobado, su
desgracia desde el fin del siglo xvm; tal derivación
o división conduce lógicamente a la desaparición de
la política como ciencia autónoma.
Este riesgo fundamental no ha desaparecido com­
pletamente en nuestros días. Así, el Dr Francesco
Vito, de la Universidad católica del Sagrado Corazón
de Milán, afirma en su discurso inaugural del se­
gundo Congreso italiano de Ciencias políticas y so­
ciales (Palermo, 5 de abril de 1956) que la mayor
parte de los estudiosos italianos no aceptarían la con­
cepción unitaria de la ciencia política, cuya paternidad
atribuyen a los anglosajones: “Ante todo, es inacep-
; table la idea de una ciencia que representaría la sín­
tesis de las variadas disciplinas cuyo objeto es el es­
tudio del proceso político/ Esta idea sería tan enga­
ñosa como la que en el siglo pasado prometió hacer
de la sociología la síntesis de todas las ciencias so­
ciales. No se puede efectuar la síntesis de componen­
tes que se hallan en continuo desarrollo. Reservas
análogas deben expresarse respecto de una ciencia
unitaria entendida como la suma de disciplinas que
obedecen a diversos métodos de investigación. Tal
concepción excluye de entrada la posibilidad de for­
mular proposiciones que tengan el carácter de leyes
i científicas. Puede ayudar a describir los hechos en
107
su estructura compleja, pero se detiene en el umbral
de la construcción científica”. Es por ello que, sin
adoptar una posición política, los investigadores ita­
lianos no han ocultado su preferencia por las ciencias
políticas en plural, tanto en los tres congresos inter­
nacionales habidos en Zurich (1949), La Haya (1952)
y Estocolmo (1955), como en las reuniones científi­
cas internacionales que tuvieron lugar en Florencia
en 1953, Mostraron “la fecundidad de las contribu­
ciones que pueden esperarse de los estudios políticos
que siguen la línea de las tradicionales disciplinas ju­
rídicas, históricas, filosóficas, económicas, etc., cuan­
do éstas son aplicadas oportunamente a la individua­
lización de los problemas dominantes del mundo con­
temporáneo, puestos a luz por la más vasta reunión
posible de materiales, reunidos de acuerdo con los
procedimientos de la ciencia empírica y coordinados
cuidadosamente, de modo que no quede sin explorar
ninguno de los múltiples aspectos de la realidad po­
lítica”.7
Amicus Vito, sed magis amica veritas. Que el emi­
nente profesor italiano nos permita expresar nuestro
desacuerdo con un propósito que le inspiran sin duda
su propia especialidad de economista y el recuerdo
de las desgraciadas circunstancias que en Italia acom­
pañaron la fundación de las Facultades de ciencia
política. Pero si lo siguiéramos se confirmaría la si-
tuación actual: en muchos países la politología no
J
es considerada debidamente y la ciencia política sigue
constituyendo para sus adeptos más una vocación
personal que una verdadera especial] zación.
La tormenta de la unidad es para toda ciencia el
fermento de su desarrollo. El nombre mismo de la
politología, que significa “explicación de la Ciudad”,
señala su cohesión interna y su carácter global. Mues­
tra que de ningún modo rechazamos, según la pro­
mesa de Bertrand de Jouvenel, “la construcción
de un edificio conceptual que si va do apoyo común ¡
7 F. V it o , "Indirizzi a ttu a li d e g ii s tu d i p o litic i” , en Ri-
vista intem azionale di Scienze Sociáli, ju lio -a g o sto de 1956,
pág. 287.
108
a diferentes investigaciones”.8* Creernos haber seña­
lado inclusive su elemento esencial al situar en el
corazón de la politología la teoría de la institución,
que también ocupa una posición central en el gran
tratado de Georges Burdeau, y en toda la tradición
intelectual, que confirma de este modo la gran tesis
de Georges Gurvitch sobre L’idée du droit social.®
Naturalmente, en la extraordinaria dispersión ac­
tual no nos jactamos de que todos los especialistas
adhieren a nuestras opiniones. En el estado naciente
de los estudios politológicos tampoco lo deseamos,
aorque varias hipótesis pueden ser simultáneamente
’ecundas.
Pensamos, en cambio, que la ciencia política na­
da ganará con proseguir las controversias in abs­
tracto en las que se complace desde su renacimiento
y que hace que “la ciencia de moda”, como ya se la
ha calificado, sea también para algunos “una ciencia
imprecisa, frágil y fragmentada”.10
“Imprecisa, frágil”: creemos haber probado en
las páginas precedentes que no hay nada de eso. En
cuanto a la calificación de “fragmentada”, es cierto
que con frecuencia hemos arrojado sobre nuestras
dudas íntimas el manto de Noé, pero una vez llega­
dos al término de este examen nos parece que nuestro
gesto piadoso corresponde también a una realidad
más profunda de lo que sugerirían las irritantes apa­
riencias.
Todos los politólogos |—inclusive los que desean
llamarse political scientiszs o politicólogos— buscan
exactamente lo mismo, porque, de acuerdo con el afo­
rismo pascaliano, no lo buscarían si ya no lo hubie­
ran encontrado.

8 B. DE JOUVENEL, op. CÍf., pág- 87.


® G eorges G urvitch , Uidée du droit social, París, Sirey,
1932.
10 G eorges B urdeau , Méthode de la science politique,
París, Dalloz, 1959, Introducción.
109
Bibliografía complementaria *
Además de las obras citadas por el autor y cuya ver­
sión castellana queda indicada entre corchetes en las notas
del texto, pueden consultarse con provecho sobre los temas
específicas de que tratan, las siguientes:
B eard , C harles , A., Fundamentos económicos de la política,
México, Fondo de Cultura Económica, 1947.
C hevalier , J ean -J acques , L os grandes textos políticos, desde
Maquiavelo hasta nuestros días, Madrid, Aguilar 1960.
F ayt , C arlos , S., Teoría de la Política, Buenos Aires, Abe-
ledo-Perrot, 1960.
F riedrich , C arl , J., Teoría y realidad de la organización
constitucional democrática, México, Fondo de Cultura
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G arcía P elayo , M anuel , Lugar de la política en la esfera
de la realidad social, Buenos Aires, Facultad de Dere­
cho y Ciencias Sociales, 1958.
H eller . H erm an n , Teoría del Estado, México, Fondo de
Cultura Económica, 1942.
I M errim a n , C harles , E., Prólogo a la Ciencia Política, México,
Fondo de Cultura Económica, 1941.
M eynaud , M. J ean , Introducción a la Ciencia Política, Ma­
drid, Editorial Tecnos, 1960..
R obson , W il lia m A. (redactor^, La enseñanza universita:
ria de las ciencias sociales: ^ciencia política, Washington
D. C., Unión Panamericana, 1961. Tomo II de la colec­
ción “Estudios y Monografías de la Secretaría General
de la OEA”, que comprende un informe de la Asociación
Internacional de Ciencia Política para la UNESCO,
como parte de los resultados de una encuesta sobre la
enseñanza de la ciencia política en ocho países.
S ánchez V ia m o n t e , C arlos , Las instituciones políticas en la
historia universal, Buenos Aires, Editorial Bibliográfica
Argentina, 1962.
S c h m itt , C arl , Teoría de la Constitución, Madrid, edito­
rial Revista de Derecho Privado. Reimpresión, s. d.
S chwarzenberger , G., La política del poder. Estudio de la
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S eym our , M artin L ipset , El hombre político. Las bases
sociales de la política, Buenos Aires, Eudeba, 1963.
V ereker , C harles , El desarrollo de la teoría política, Bue­
nos Aires, Eudeba, 1961.
* Preparada por el revisor técnico para esta edición.
111
INDICE

I n t r o d u c c ió n 5

P . LAS VICISITUDES
r im e r a parte
DE LA CIENCIA POLÍTICA
I. La politología clásica........................... 17
II. La sustitución de la politología ........ 29
III. La politología desmembrada y aban­
donada .................................................. 44

S egunda . LAS CIENCIAS


parte

POLÍTICAS EN NUESTROS DÍAS


IV. La politología renaciente 53
V. Las ideas políticas ........ 62
VI. Las instituciones políticas 75
VII. La vida política______ 90
C o n c l u s ió n ....................................... 102
B ib l io g r a f ía s u m a r ia ...................... 110

A rte s G rá fica s Rioplatense,


dio térm in o a esta obra en el m es de diciem bre de 197 2,

3 Sarg e n to s 11 5 6 , L anús.
'

LA CIENCIA POLÍTICA
Marcel Prélot
El libro del profesor Prélot ofrece un análisis amplio
de un tema de viva actualidad, pues se desarrolla en
torno de las posibilidades, carácter y objetivo de una
ciencia política —"politología", en términos técnicos—,
cuyos orígenes rastrea en los textos aristotélicos, pa­
sando de la concepción antigua y medieval a las con­
cepciones modernas.
La parte histórica presenta una crónica breve y estimu­
lante de las vicisitudes de esta ciencia a través de los
siglos, en sus íntimas y a veces confusas relaciones con
la economía, el derecho y la sociología: en la parte
sistemática hallará el lector —especialista o profano—
un cuadro orgánico en el que ocupa su justo lugar el
análisis de las ideas políticas, creadoras de instituciones
y acontecimientos; de las instituciones políticas, cuya
primacía corresponde al Estado en la concepción mo­
derna, y de la vida política, donde se pone de relieve
la dialéctica del poder y la fuerza. Finalmente se
hallará también en este panorama un análisis de las
relaciones internacionales, aspecto de la ciencia política
que en nuestro tiempo ha dejado de ser uña cuestión
académica para convertirse en un tema de apasionante
interés común.

EL P E R S O N A L IS M O - E . Mounier
LOS G R U PO S DE P R E SIO N -J. Meynaud
A R IS T Ó T E L E S Y EL L IC E O -J . Brun
EL D E R E C H O R O M A N O MrVilley
LA S O R G A N IZ A C IO N E S IN T E R N A C IO N A L E S - P
Gerbert

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