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”
Por Viqui.
Generar un clima propicio para que los colmenares se reproduzcan, elaboren y recolecten
producciones, es el conjuro del que echamos mano para compartir lo que valoramos como
alimento, sin amenazarlas…
Entonces fuimos aprendiendo de sus rituales, de sus mañas y sintonías casi mágicas, para
acercarnos y deambular con ellas.
Pecorean las abejas y pecoreamos quienes elegimos la apicultura.
Fuimos comprendiendo que hay un tiempo, una biodinámica que las condiciona como insectos
y a nosotras como crías humanas. Pensar esos tiempos vitales nos obliga a organizar nuestros
esquemas de trabajo.
Amanecer y aprontar el mate y las herramientas para una jornada de trabajo, nos anticipa al
paisaje. El ánimo se va ahumando diferente si llegamos a tierra sana, renegrida de vida, o si
calculamos que por la época es probable encontrarnos en algún camino vecinal con
maquinaria lista para envenenar/nos.
Pirueta obligada fue durante tanto tiempo, coincidente con la explosión de un modo
agroindustrial contaminante, elegir el montecito del campo bajo, alejarnos de los lotes
monocultivados extensivamente…y piruetas invisibles fueron haciendo los enjambres (en
busca de néctar puro y variado, de aire y agua limpia) mientras se les entumecía el paseo
florístico…
Ahora se cerró el verano. Cosechamos la miel pura y sin venenos que se generó en los
colmenares de los campos en transición agroecológica. Tenemos la gracia de poder contar con
estas experiencias, como un incentivo, como un saber que es posible un campo vital, diverso,
con lazos humanos que contribuyan a la tarea colectiva de cuidar lo común, y nutrirnos de la
salud que del suelo brota.
El otoño será tiempo de descansar, como hacen los enjambres, agruparse para mantener el
calor. Tiempo de limpieza y sobrevivencia. Los sabores del Espinillo o Aromo, la Primavera y la
Borraja, Tréboles y Alfalfas se impregnaron a ésta Miel. Ya menguaron las flores del Algarrobo
y el Ñandubay, pero perdura la Chilca…
Ya con los días más cortos y las noches más frescas, las abejas empiezan a sellar cualquier
entrada de aire a la colmena, con esa misteriosa resina antiséptica que conocemos como
“propóleos”.
Y es momento de aprovecharla. De sumar a los enceres alguna gubia que nos permita
recolectarla.
Usarla como medicina para nuestras crías, y como medicina para las crías de las abejas. Para
barnices que inviten a los enjambres que vendrán en la próxima primavera, convidados en los
cajones que a tal fin prepararemos durante el invierno, ese que necesariamente vendrá
después del otoño.
En estos años hemos aprendido a lograr el denominado “extracto blando”, a partir del cual
logramos cremas, tinturas, jarabes, jabones, suplementos dietarios.
Con unos 200 gramos de propóleos macerados en un litro de alcohol durante al menos un mes
damos el primer paso. A ese caldo filtrado (con un filtro de café) lo des-alcoholizamos en un
suave baño maría que nunca supera los 40 grados, y cuando logramos que el caldo tenga una
consistencia de jalea damos el segundo paso. Ese es el “extracto blando”, propóleos puros,
para agregar a una crema base, a un alcohol de cereal, a un jabón fundido, en proporciones
que debemos ir experimentando, y que rondan entre el 2 y 10%.
Lo que queda en los filtros lo podemos utilizar para pintar cajones por dentro, mezclando esa
borra con aceite y alcohol, obteniendo así un excelente atrayente para los enjambres
primaverales.
Así, la colmena nos convida también medicina, y lo hace en el momento en que necesitamos
prepararnos para el invierno, tiempo en el que estaremos adentro, cobijados por el calor de
alguna salamandra, reflexionando sobre la campaña pasada, proyectando la esperanza que
vendrá.