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acacia negra
Entre la flora arbórea naturalizada en nuestras tierras hay una especie que merece un capítulo
especial: la acacia negra.
La acacia negra, acacio o algarroba turca (Gleditsia triacanthos es su nombre científico) tiene su
origen en los Estados Unidos. Pertenece a la familia de las leguminosas y es una de las llamadas
“falsas acacias” junto a la acacia blanca (Robinia sp.) y a las sóforas (Sophora sp.). Es una especie
dioica, es decir, que existen ejemplares machos y ejemplares hembras. Florece durante el mes de
noviembre aproximadamente y al llegar el invierno sus vainas –de más de 30cm.- se encuentran
maduras y a punto de caer. Los dos factores que hacen de la acacia negra una especie de difícil
manejo son sus múltiples estrategias de reproducción y la existencia de espinas.
El llamado acacio genera enormes cantidades de semilla con capacidad de germinación en poco
tiempo. Están protegidas en una vaina azucarada muy apetecible por el ganado que la disemina
rápidamente siendo común encontrar bostas con gran cantidad de plántulas nacidas de su
interior. Por otro lado, si se efectúa un corte en el tallo se generarán rebrotes a partir del mismo o
de sus raíces gemíferas que multiplicarán la cantidad de tallos en poco tiempo.
Respecto de sus espinas, puede decirse que cualquier persona que ha tomado contacto con algún
ejemplar se ha llevado un recuerdo marcado en su piel. Precisamente el nombre específico
“triacanthos” hace mención a la agresividad de sus espinas diseminadas en tanto en el tallo
principal como en sus ramas. Éstas pueden llegar a los 20 centímetros, son muy duras y suelen
poseer sustancias tóxicas que generan hinchazón y dolor en las zonas alcanzadas. La gran cantidad
de espinas presente en los tallos es lugar propicio para el anidamiento de muchos pájaros, que se
refugian allí estando a salvo de cualquier depredador. Los tallos que provienen de un rebrote
posterior a un corte suelen presentar espinas más grandes que el tallo originario.
Desde su país de origen hasta nuestras tierras y en Europa, se encuentran testimonios de su gran
capacidad de invasión y desplazamiento de especies nativas, lo que ocurre a la vera de fuentes de
agua, zanjones, cunetas y en las orillas de tierras de cultivo. El uso de labranzas y agroquímicos en
los suelos agrícolas la mantiene a raya.
La cuestión es que los intentos de control de esta especie suelen no ser efectivos por no
contemplarse las características biológicas que han sido descriptas antes y, en general, resultan en
una enorme inversión en maquinaria, mano de obra, herbicidas y fuego; que ni termina con el
problema ni lo orienta hacia un uso sustentable.
Por eso es que a continuación expongo algunas estrategias que podrían utilizarse, tenerse en
cuenta o simplemente investigarse más a fondo para considerar la enorme capacidad de
expansión de esta especie como una oportunidad y ya no en términos de combate (actitud tan
común en nuestra relación con la naturaleza).
El recurso leña: El aumento en las tarifas de gas y electricidad –situación que irá en
progresivo aumento- demanda que pongamos énfasis en los sistemas de calefacción
basados en la leña. La acacia negra da una leña de calidad intermedia, con capacidad de
arder aún en verde, pero con la enorme ventaja de regenerarse en pocos años.
El recurso carbón: La posibilidad de generar carbón vegetal en origen a partir de una
especie invasora y exótica es ecológicamente más saludable que hacerlo a partir de
especies nativas de ecosistemas frágiles como piquillín, algarrobo o quebracho
proveniente de los espinales (pampeano, serrano o chaqueño). El carbón vegetal es un
producto que puede almacenarse sin que se alteren sus propiedades y que puede
utilizarse –además de su uso como combustible- en la recuperación de suelos degradados.
El recurso madera: De acuerdo a la bibliografía especializada, la acacia negra es
considerada como especie maderable. Sus troncos pueden ser utilizados como postes,
previo impregnado en sulfato de cobre, con aceptable vida útil.
El recurso monte como cortina o corredor biológico: Bien es sabido que en los mares de
monocultivo en los que navegamos, llegar a una isla de –aunque más no sea- acacia negra,
es un remanso de pájaros e insectos. Es una sensación que nos invade al llegar a un
poblado o a un monte a la orilla del camino. Invasora o no, de fácil manejo o no, los
lugares con “espinudo” se están convirtiendo en una de las pocas áreas libres de
agroquímicos en esta pampa.
El recurso chipeado de madera: La madera rameal fragmentada (MRF) es el trozado de
ramas que se realiza con una máquina llamada chipeadora. Esta madera trozada está
siendo utilizada en varios países como aporte de materia orgánica en suelos. Su
incorporación ha contribuido al incremento de los rendimientos en cultivos minimizando
el uso de insumos externos. Actualmente los municipios cuentan con chipeadoras en sus
plantas de procesamiento de residuos, las cuales podrían ser utilizadas para la evaluación
de acacia negra y otras especies en su uso como fertilizante de la MRF.
Otros usos: Hay abundantes testimonios del uso de extractos de vainas de acacia negra
como aglutinante en pastelería; de la confección de “café de algarroba” elaborado con las
semillas; de la formulación de alimentos para animales a base de chauchas; de la
utilización de podas controladas como cercos vivos, etc.
No tenemos el ejercicio consciente de buscar e investigar los servicios ecológicos que las distintas
especies pueden ofrecernos. Es más, frecuentemente caemos en el belicismo de atacar (con
artillería mecánica y química) una especie en particular sin analizar o considerar los daños
colaterales de tales acciones. Pensar en la acacia negra como un enemigo a eliminar (así, sin
más…) podría ser otro error en esta línea. Los productores toman decisiones respecto de ella, los
estados municipales también lo hacen y ninguno logra su cometido.
Pensar en la acacia negra como un recurso podría aportar energía de bajo costo a las familias de
las pequeñas localidades, con el aporte de las instituciones estatales se podrían generar puestos
de trabajo; se mantendrían las poblaciones en un grado de intensidad bajo, disminuyendo los
impactos negativos y se aprovecharía su potencial de crecimiento generando círculos virtuosos
que mejorarían la producción y la calidad de vida de las familias de la región.