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HISTRIA DE LA SELVA

En 1924, año en que se publica nuestra célebre novela La Vorágine, de José Eustasio Rivera, se
publica también en francés, y en París, la primera edición de En el corazón de la América
Virgen, del nariñense Julio Quiñones. Si bien este acontecimiento, sin duda significativo para la
historiografía literaria colombiana, fue poco conocido en su momento, la segunda edición en
español de la editorial Diente de León (2016) dinamiza de nuevo el efecto enriquecedor que
tiene la novela dentro de los trayectos narrativos de la selva americana. La novela narra y
visibiliza el mundo de los uitoto-nonuya (hacia 1907 el autor convivió con ellos), ubicados en
las riberas del Caraparaná, afluente del río Putumayo. La estética que anima la novela, de
franca estirpe modernista, dignifica, exalta y estiliza el ambiente selvático del sur de Colombia:
cascadas de imágenes sensoriales y descripciones exquisitas de auroras y atardeceres
circunscriben dichas selvas hasta conformar un ámbito de resonancias paradisíacas. Se
contempla y disfruta una selva amiga, fértil y habitada por olores embriagantes; se tienen
frutas variadas y alimentos sanos; se beben aguas de arroyos cristalinos, y se vive un clima
dulce y amable. Esta estetización de la selva transforma o desvía la usual representación
narrativa de la misma como espacio devorador de hombres y comunidades: cárcel verde que
aprisiona y reprime, en concordancia con actitudes perversas y brutales de patrones
explotadores de indígenas y campesinos. Imposible no recordar De Bogotá al Atlántico (1894),
de Pérez Triana; La Vorágine (1924), de Rivera; Toá (1933), de Uribe Piedrahita, para hablar de
las colombianas, sin olvidar los cuentos de Quiroga en Uruguay y de García Calderón en Perú o
la célebre Canaima (1935), del venezolano Gallegos. En contraste con esta línea narrativa,
desde el prólogo de la novela de Quiñones se declara la poética gratificante que la guía a partir
de una fascinación por la profundidad del río y su hechizo misterioso. Motivos poéticos de
filiación impresionista —acuarela “encendida”, “impresión de ensueño”, “resplandores
fugitivos” y “estrellas errantes”— conforman metaforismos plásticos que destacan verdes y
azules tornasolados donde se encuentran “cigüeñas blancas” y “lianas legendarias”; así mismo,
el “humo blanco” que brota de las malocas se eleva al cielo como incienso “místico” y su
simbolismo ennoblecedor destaca la paz que reina en este topos casi sagrado “donde la
maldad no encuentra nunca asilo”. No por casualidad, la voz narrativa reitera que el entorno
nonuya es región de poesía y de luz en la cual la naturaleza vibra con los personajes y donde el
amor no muere. Así, el sacrificio de la pareja Moneycueño-Willy eterniza una queja y un eco
permanente que resuena en sitios y recodos del paisaje selvático, una verdadera puerta de
acceso al relato de amor desgraciado. Igualmente, el lenguaje estilizado y dignificador enmarca
saberes etnográficos sobre los nonuyas y otras tribus vecinas —emuas, yahuayanos, muynanes
y jeduas— fuentes de conocimiento de cosmovisiones indígenas: el mito del jaguar devorador
con sus connotaciones de odios, venganzas y rencores acumulados; trabajos colectivos;
convivencias pacíficas entre tribus, ceremoniales de cenizas mortuorias y conjuros.

La novela resignifica el viejo motivo del infortunio amoroso entre Moneycueño, hija de
Fusicayna, cacique de la tribu nonuya, y Willy, forastero de origen blanco que viene huyendo
del maltrato de los caucheros a los indígenas, efecto nefasto y perverso de las acciones de la
Casa Arana. Así pues, por encima del propósito alegorizante, la novela instaura una
ambigüedad radical por medio de una poética del silencio, del disimulo o de lo ininteligible. Lo
no dicho, entonces, invade la mente de los lectores. He aquí una resolución narrativa que
“suspende” el enunciado y al dejarlo abierto provoca nuevas preguntas En el corazón de la
América virgen.
LA VORÁGINE (1924), del colombiano José Eustasio Rivera (1889-1928), es la primera de tres
grandes novelas latinoamericanas del siglo XX cuyo tema central es el enfrentamiento del
hombre con la naturaleza. Las dos restantes son: Doña Bárbara, del venezolano Rómulo
Gallegos, y Don Segundo Sombra, del argentino Ricardo Guiraldes. Tres novelas ejemplares ,
las llamó el ensayista cubano Juan Marinello.

Rivera concibe su novela como reseña de una aventura amorosa y como expediente contra la
empresa depredadora de un puñado de hombres. La vorágine es pues una novela de la selva ,
de la misma manera en que Doña Bárbara lo es de los llanos y Don Segundo Sombra de la
pampa. Estos fueron al menos los lugares comunes que durante mucho tiempo pretendieron
clasificar el contenido de tres obras cuyos personajes centrales salen de la civilización urbana y
se extravían en la barbarie de la naturaleza, donde se modifican sus conciencias.

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