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La segunda visita (caps. 43–44).

Dios hizo que la familia de Jacob sintiera de nuevo el hambre y, como el hijo
pródigo de Lucas 15, estos hombres tenían que regresar o morirse de hambre.
Si seguimos el relato biblico de la vida de José veremos en este momento de la
historia un cambio de corazón en sus hermanos: La disposición de Judá de ser el
garante, de cargar con la culpa del joven Benjamín; su disposición de devolver el
dinero; y su confesión de la verdad al mayordomo de José (43.19–22).
Sin embargo, cometieron algunos errores también: llevar un regalo para José y
confesar sus pecados al sirviente, en lugar de a José directamente.
No podemos dejar de ver en todo este episodio la manera en que Dios trata con el
pecador perdido. Dios controla las circunstancias para volver en sí al hombre y al
final de sí mismo.
Pero, triste como suena, demasiadas personas tratan de ganarse la salvación
ofreciendo un presente, o haciendo algún gran sacrificio (como Judá lo hizo cuando
ofreció su vida en garantía por Benjamín).
La única manera en que José podía excusar sus pecados era recibiendo una sincera
confesión y arrepentimiento.

José usó dos estratagemas para llevarlos al lugar de la confesión: la fiesta de


alegría (Genesis 43.26–34; nótese en los versículos 26 y 28 que los once hombres se
inclinaron ante él) y el descubrimiento de la copa en el saco de Benjamín.

De nuevo en Genesis 44.14 los once hombres se postraron ante José en verdadera
contrición. «Dios ha hallado la maldad de tus siervos», confesaron .

No podemos sino admirar el discurso de Judá en 44.18–34, no sólo por su


humildad y confesión, sino también por el amor que muestra hacia su padre y su
hermano menor. Estaba listo para ser el garante, para cargar con la culpa, incluso si le
costaba la vida.

Qué hermosa lección espiritual tenemos aquí. Judá pensó que José en realidad
estaba muerto (44.20) y, por consiguiente, que él mismo era culpable de homicidio.
¡Lo que no se percataba era que José estaba vivo y era su salvador! El pecador
perdido está ante el tribunal de Dios y confiesa su culpa, pensando que su confesión
es ira segura. Pero Jesucristo vive y por eso puede salvar al máximo. Cristo no espera
que seamos garantes por nuestros pecados, ni por los pecados de otro, porque Él
mismo es nuestro fiador ante Dios (Heb 7.22). Mientras Cristo viva, Dios jamás nos
condenará. ¡Y Cristo vivirá para siempre!
No fue su confesión de culpa, sus sacrificios y sus regalos lo que les dio salvación
a los hermanos.

Fue el perdón de gracia de José, perdón comprado por sus sufrimientos por amor a
ellos.

Esta historia de José es un antiguo relato que ilustra la actitud


misericordiosa que Dios espera asumamos en nuestro trato con aquellos que
nos han agraviado. Se trata de un ejemplo del amor que mostró Cristo. Pese
a que los hermanos de José le vendieron como esclavo y engañaron a su
padre para que lo creyera muerto, cuando éste los confrontó durante su
tiempo de necesidad, su amor y perdón se pusieron de manifiesto.
Demostrando una extraordinaria fe en la poderosa providencia divina, José
confiesa su creencia en que Dios usó la traición de sus hermanos como
medio para liberar a su familia durante el tiempo de hambruna.

El perdón de José de sus hermanos es tan completo que los besa y llora
de gozo al reunirse con ellos una vez más.

El perdón fraternal es expresivo, altruista y se ofrece de tal manera que


ayuda al beneficiado.

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