Está en la página 1de 7

La Atalaya.

Anunciando el Reino de Jehová 1972


w72 1/12 págs. 724-727

EL arrepentimiento verdadero...
72

¿cómo podemos identificarlo?


“SI HACEMOS la declaración: ‘No tenemos pecado,’ a nosotros mismos
nos estamos extraviando y la verdad no está en nosotros.” El apóstol
Juan dijo esto allá en el primer siglo de nuestra era común. Escribiendo a
compañeros cristianos, se incluyó en la expresión “nosotros.”—1 Juan
1:8.

¿Somos cristianos verdaderos? Entonces antes que nos bautizáramos


como discípulos del Hijo de Dios, ‘nos arrepentimos y nos volvimos’ del
derrotero incorrecto que habíamos estado siguiendo. Esto nos colocó en
posición de ‘solicitar a Dios una buena conciencia,’ y reconciliarnos con Él
por medio del sacrificio expiatorio u “ofrenda por el pecado” de su Hijo.
(Hech. 3:19, 26; 1 Ped. 3:21; 2 Cor. 5:19-21, margen, New World
Translation) Pero la necesidad de arrepentimiento no termina allí. Las
palabras de Juan muestran que, siendo imperfectos y pecaminosos por
herencia, todavía cometeremos errores. En la mayoría de los casos éstos
serán de poca importancia. Sin embargo un cristiano puede caer en un
mal más grave. De cualquier manera, tiene que arrepentirse y buscar el
perdón de Dios.

ARREPENTIMIENTO POR PECADOS SERIOS


Un cristiano puede llegar a ser demasiado confiado, dejando de
reconocer que ‘el que piensa que está en pie, debe cuidarse para que
no caiga.’ (1 Cor. 10:12) O debido a no apreciar plenamente las
provisiones de Dios para mantener fuerza y salud espirituales y para
defensa contra los ataques de Satanás, el cristiano puede hacerse débil y
vulnerable a la tentación. Puede cometer un mal serio. Entonces, ¿qué?
¿Qué debe hacer en ese caso?

Le será provechoso considerar lo que hizo David. En el Salmo 32 treinta y


dos, quizás escrito después del pecado serio de David que envolvió a
Bat-seba y Urías, David dijo: “Cuando me quedé callado se gastaron mis
huesos debido a mi gemir todo el día. Por fin te confesé mi pecado, y
no encubrí mi error. Dije: ‘Haré confesión acerca de mis transgresiones a
Jehová.’ Y tú mismo perdonaste el error de mis pecados. . . . Debido a
esto todo leal orará a ti en tal tiempo únicamente en que puedas ser
hallado.” (Sal. 32:3, 5, 6) El aplazar la búsqueda del perdón de Jehová solo
prolonga el sufrimiento de una conciencia herida. Como aconseja
Proverbios 28:13: “El que está encubriendo sus transgresiones no tendrá
éxito, pero al que las está confesando y dejando se le mostrará
misericordia.” Sí, nuestra relación con Dios es demasiado preciosa para
desatender el buscar su perdón y misericordia. Debemos ser prontos
para hacerlo por medio de su Hijo como nuestro “ayudante para con el
Padre.”—1 Juan 2:1.

Sin embargo, hay más que puede hacer una persona arrepentida. El
derrotero sabio sería abordar entonces a los que son “hombres de
mayor edad” espiritualmente en la congregación. ¿Por qué? ¿Tienen el
poder de conceder perdón de Dios por el pecado cometido, o pueden
servir de intermediarios entre la persona que ha pecado y Dios? No. La
persona contra quien se pecó puede conceder perdón. Otra cosa: Solo
Dios puede conceder perdón por un pecado contra su ley, y nuestro
único intermediario es su Hijo.—1 Juan 1:9; 2:1, 2; Heb. 4:14-16. 72

Pero ¿no dijo Pablo acerca de los hermanos en Corinto que ellos


‘perdonaron’ a un miembro de la congregación que había cometido un
mal serio y se arrepintió? Es cierto, pero su ‘perdón’ claramente no fue
perdonar la violación de la ley misma de Dios. Más bien, fue perdonar la
dificultad, vituperio y pena que el acto le había acarreado a la
congregación. (Compare con 2 Corintios 2:5-10; 7:11.) De manera similar
individualmente podemos ‘perdonar a otros sus ofensas contra
nosotros.’—Mat. 6:14, 15.

Entonces, ¿por qué ir a estos ancianos? Para procurar su ayuda como


pastores nombrados. El mal que se ha cometido es evidencia de
enfermedad espiritual. Mostrando lo que se necesita, dice el discípulo
Santiago: “Confiesen abiertamente sus pecados los unos a los otros y
oren los unos por los otros, para que sean sanados. El ruego del hombre
justo, cuando está en acción, tiene mucho vigor.”—Sant. 5:16.

Sí, el propósito de ir a estos hermanos ancianos es para obtener ayuda


con el fin de ser “sanados,” recobrando salud y fuerza espirituales. El dar
tal ayuda es parte de su trabajo como pastores. (Compare con Ezequiel
34:4, 16; Hebreos 12:12, 13.) Sin embargo, todavía hay otra razón.

Estos hermanos también están interesados en proteger la salud


espiritual de la congregación en conjunto, velando para que no sea
infectada. Así mismo están interesados seriamente en ayudar a la
congregación a siempre mantener una posición correcta delante de Dios
y delante de todos los hombres, de ninguna manera llegando a ser un
vituperio para el nombre de Jehová. Correctamente tratamos de
cooperar con tales personas y ayudarlas en su responsabilidad.

En vez de que el mal que una persona haya cometido quizás llegue a ser
del conocimiento de los ancianos que constituyen el comité judicial de la
congregación por alguna otra fuente, y así se vean obligados a inquirir
del malhechor si se ha arrepentido sinceramente y se ha vuelto del
derrotero incorrecto o no, esta persona muestra un espíritu correcto al
suministrarles ella misma esta información voluntariamente. “Porque
ellos están velando por las almas de ustedes como los que rendirán
cuenta” a Dios. Con toda confianza, entonces, podemos mostrar
sumisión a éstos.—Heb. 13:17; Hech. 20:28-30, 35; 1 Tes. 5:12-15, 23.

Estos ancianos, obviamente, están interesados en que realmente haya


arrepentimiento sincero de parte del malhechor y que ahora esté
haciendo sendas rectas para sus pies, para su propio bien y para el bien
del resto de la congregación. Solo la evidencia del arrepentimiento
genuino puede asegurarles que Dios ha perdonado al malhechor, que
‘no ha tomado en cuenta su pecado.’ (Rom. 4:8) De no ser así, pudieran
verse obligados a expulsar a esta persona por ser un peligro a la salud
espiritual de la congregación y la posición correcta de ésta delante de
Dios.

Sí, lo que determina si la congregación expulsa a la persona o no —no es


la gravedad del mal, ni la mala publicidad que haya producido— sino el
arrepentimiento sincero o falta de él de parte del individuo. Si la
persona verdaderamente está arrepentida, la congregación jamás la
echaría para satisfacer los sentimientos de algún individuo o del público
en general. Es cierto, en casos de males crasos es probable que se
juzgue necesario censurar severa y públicamente al malhechor, y sin
duda no se le daría responsabilidad dentro de la congregación por largo
tiempo, quizás por años. Pero no abandonarían a ningún arrepentido
sincero, así como Dios no abandonó a David cuando se arrepintió
humildemente de su mal atroz. Imitan a Dios en su amor leal, en su
bondad amorosa.—2 Sam. 22:50, 51; 1 Rey. 8:22-26; Sal. 51:17.

¿Cómo pueden estos ancianos del comité judicial quedar satisfechos de


que el que comete un mal serio está genuinamente arrepentido? En
cuanto a eso, ¿cómo podemos nosotros mismos estar seguros de que
nuestro arrepentimiento es verdadero, de la clase que complace a Dios?

¿TRISTEZA MUNDANA O TRISTEZA PIADOSA?


Claramente cualquier cristiano que peque debe sentir tristeza,
remordimiento y pesar. Y sin embargo estos sentimientos en sí 72

no son una medida segura de lo genuino del arrepentimiento. La


cuestión es: ¿Por qué siente el malhechor tal tristeza, remordimiento y
pesar? ¿Qué motiva estos sentimientos?

El apóstol muestra la importancia de determinar esto cuando escribe:


“Porque la tristeza de manera piadosa obra arrepentimiento para
salvación, del cual no hay que tener pesar; mas la tristeza del mundo
produce muerte.” (2 Cor. 7:10) De modo que es asunto de vida o muerte
el que nuestro motivo sea el correcto. La tristeza mundana no brota de
fe y amor a Dios y la justicia. Nace de pesar debido a fracaso, desilusión,
pérdida material o social, la perspectiva de sufrir castigo o vergüenza. La
tristeza mundana lamenta las consecuencias desagradables que acarrea
la comisión del mal. Pero no se lamenta a causa de la injusticia misma,
ni del vituperio que le acarrea a Dios.—Compare con Jeremías 6:13-15,
22-26.

Caín expresó esta clase de tristeza. Cuando Dios pronunció sentencia


sobre él, Caín de veras se sintió apenado... por sí mismo debido al futuro
aciago que prevía. Pero no expresó pesar alguno por su acto de asesinar
a su hermano.—Gén. 4:5-14.

Esaú mostrando falta de aprecio vendió su primogenitura a su hermano


Jacob. Más tarde, al enterarse de que Jacob había recibido la bendición
profética de su padre Isaac como primogénito, Esaú clamó “de una
manera extremadamente fuerte y amarga.” Con lágrimas buscó
arrepentimiento... no su propio arrepentimiento sino el de su padre,
tratando de convencer a Isaac para que se ‘arrepintiera’ o ‘cambiara de
parecer’ en cuanto a otorgarle la bendición a él. Lo que le pesó a Esaú
no fue la actitud materialista que le hizo ‘despreciar su primogenitura.’
Le pesó la pérdida en beneficios que esto le iba a costar ahora. Dios dijo:
“Amé a Jacob, pero odié a Esaú.”—Gén. 25:29-34; 27:34; Heb. 12:16, 17;
Rom. 9:13.

El hecho de que Dios jamás se complacerá con una actitud mudadiza en


este asunto se manifiesta en la profecía de Oseas. Concerniente a Israel
él dice: ‘Cuando están en grave aprieto, buscan a Dios.’ Pero las
expresiones de arrepentimiento que hicieron fueron efímeras. “La
bondad amorosa de ustedes es como las nubes de la mañana y como el
rocío que temprano se va.”—Ose. 5:15; 6:1-4.

Oseas 7:14-16 entonces revela el factor clave que falta en muchas


expresiones de arrepentimiento aun hoy día, diciendo: “No clamaron a
mí por socorro con su corazón, aunque siguieron aullando en sus camas.
A causa de su grano y vino dulce siguieron holgazaneando . . .
procedieron a volverse, no a nada más elevado . . .” Su ‘aullar’ por alivio
en tiempo de dificultad fue motivado egoístamente y, si se les concedía
alivio, no usaban la oportunidad para mejorar y fortalecer su relación
con Dios adhiriéndose más estrechamente a sus normas elevadas. (Sant.
4:3) Oseas dice que eran como un “arco flojo,” un arco que jamás da en
el blanco. (Ose. 7:16; Sal. 78:57) Su arrepentimiento realmente no era de
corazón.—Joel 2:12, 13.

LO QUE MOTIVA ARREPENTIMIENTO


VERDADERO
La tristeza que acompaña al arrepentimiento verdadero tiene una
motivación muy diferente a la motivación de la tristeza mundana. Hay
un deseo sincero de volver al favor de Dios, motivado por amor a él que
proviene de conocerlo y conocer sus cualidades espléndidas y
propósitos justos. El aprecio a su bondad y grandeza hace que los
malhechores genuinamente arrepentidos sientan vivo remordimiento
por haberle acarreado vituperio a Su nombre. El amor al prójimo
también los hace lamentar el daño que han causado a otros, el mal
ejemplo puesto, el daño hecho, quizás la manera en que han ensuciado
la reputación del pueblo de Dios entre los de afuera, impidiendo así que
las personas reconozcan la congregación verdadera de Dios. Estas cosas,
y no solo la vergüenza de ser ‘descubiertos’ o la perspectiva de la
disciplina, los hace sentirse “quebrantados de corazón” y “aplastados en
espíritu.”—Sal. 34:18.
Pero el arrepentimiento (griego, metánoia) también envuelve un ‘cambio
de parecer’ o ‘cambio de voluntad.’ Para ser genuino, tiene que incluir un
rechazamiento positivo del derrotero malo como repugnante, algo
odiado. (Sal. 97:10; Rom. 12:9) Esto es acompañado por un amor a la 72
justicia que hace que el cristiano arrepentido determine firmemente el
adherirse a un derrotero justo de allí en adelante. Sin este odio a lo malo
y amor a la justicia no habría verdadera fuerza en nuestro
arrepentimiento, no habría refuerzo con lo que el apóstol Pablo llamó
“obras propias del arrepentimiento.” (Hech. 26:20) El caso del rey
Roboam ilustra esto. Después de primero humillarse bajo la cólera de
Dios, volvió al proceder de hacer lo malo. ¿Por qué? Porque “no había
establecido firmemente su corazón en buscar a Jehová.”—2 Cró. 12:12-
14.

Los de la congregación corintia sí mostraron estar “entristecidos de


manera piadosa.” Cuando Pablo los censuró por haber amparado a un
practicante de iniquidad en medio de ellos, respondieron y corrigieron la
situación. La tristeza que sintieron por su mal la manifestaron no solo
por temor sino por “¡ . . . gran solicitud . . . sí, el librarse de culpa, sí,
indignación [por el vituperio que había acarreado el derrotero del
malhechor], . . . sí, anhelo, sí, celo, sí, corrección del abuso!” (2 Cor. 7:11)
De modo que hoy los ancianos pueden buscar cualidades similares en
los que les expresan arrepentimiento por algún mal cometido.

LA IMPERFECCIÓN NO DEBE FRUSTRAR EL GOZO


Los pecados, por supuesto, pueden variar en cuanto a gravedad. Quizás
en vez de algún pecado grave, como fornicación, adulterio o robo, nos
demos cuenta de que hemos sido culpables de tener “ojos altaneros” o
de estar “mostrando favoritismo,” cosas que desagradan mucho a Dios.
(Pro. 6:16, 17; Sant. 2:9) Y cuando se trata del uso de la lengua, “todos
tropezamos muchas veces,” diciendo cosas que más tarde reconocemos
como imprudentes, desprovistas de bondad, desamoradas,
no cristianas. (Sant. 3:2, 8-13) ¿Estamos interesados en que nuestras
relaciones con Dios no sufran daño? Entonces necesitamos
‘arrepentirnos y volvernos,’ buscando su perdón.

Pero puesto que nuestra imperfección se muestra de una u otra manera


diariamente, ¿significa esto que debemos estar en una condición
constante de lamento, sintiéndonos continuamente llenos de
remordimiento? De ninguna manera.
Al alistar los frutos del espíritu santo de Dios, el apóstol pone “gozo”
inmediatamente después de “amor.” (Gál. 5:22) El salmista dice: “Si
errores fuese lo que tú vigilas, oh Jah, oh Jehová, ¿quién podría estar de
pie?” (Sal. 130:3) Podemos estar gozosos, recordando en cambio que
“Jehová es misericordioso y benévolo, tardo para la cólera y abundante
en bondad amorosa. . . . Pues él mismo conoce bien la formación de
nosotros, acordándose de que somos polvo.” (Sal. 103:8-14) Aunque
nuestros errores correctamente producen pesar, no hay que
atormentarnos por toda falta menor o palabra irreflexiva.

Sin embargo, nuestro reconocimiento de estas faltas debe tener un


efecto humillante en nosotros, ayudándonos a mantenernos tanto
modestos como compasivos para con otros. Entonces, cuando oremos a
Dios por perdón de nuestros errores cotidianos él se complacerá con
nuestra oración. Al andar escrupulosamente en sus caminos y buscar
con regularidad su rostro en oración, de veras podemos estar gozosos,
seguros de una buena relación con él.—Fili. 4:4-7.

También podría gustarte