Está en la página 1de 1

STEWART, Ian, El infinito: una introducción, Sal Terrae / U. P.

Comillas,
Santander/Madrid 2020, 147 pp.

Con la claridad que le caracteriza, Ian Stewart, uno de los grandes divulgadores de la
matemática, nos invita a familiarizarnos con este poliédrico concepto, tan fascinante como
esquivo desde hace miles de años. El libro es tan solo un aperitivo, algo exigente quizá, pero
delicioso para quien se interese mínimamente por estas cuestiones. En los tres primeros
capítulos se nos presenta el infinito al hilo de una serie de paradojas lógicas y aritméticas y se
traza un breve esbozo histórico, que muestra cómo aquí convergen matemática, filosofía y
religión. En los cuatro capítulos restantes el autor trata de responder a un par de preguntas.

Si todos los números que usamos son finitos, ¿para qué se necesita el infinito? Basta asomarse
al cálculo (derivadas e integrales se basan en el concepto de «infinitesimal», lo infinitamente
pequeño), a la geometría proyectiva (la perspectiva lineal, clave para el arte occidental
moderno, no sería posible sin la «línea del infinito») y a la física (la historia de las teorías
modernas de la gravedad está marcada, aún hoy, por la lucha con las «singularidades», puntos
donde alguna magnitud física adopta valor infinito) para darse cuenta de que sin él viviríamos
en un mundo muy distinto.

La segunda pregunta es: ¿se comporta el infinito como un número más, se puede proceder con
él como con los números propiamente dichos? Este interrogante aflora varias veces a lo largo
del libro, pero se aborda sobre todo en el último capítulo, dedicado al matemático ruso-
alemán Georg Cantor (1845-1918). Basándose en la teoría de conjuntos, Cantor revolucionó la
forma de pensar el infinito: enseñó a distinguir entre infinitos de distinto tamaño y a
«contarlos». Con ello sentó las bases de una nueva matemática. Sus ideas obligan a replantear
la tradicional distinción aristotélica entre infinito potencial y actual, que permite reservar la
infinitud actual (realmente existente) para Dios, asegurando así su diferencia respecto de todo
lo mundano. Para Cantor, el infinito matemático puede ser tanto potencial como actual. Y es
que él no piensa en el esquema aristotélico de potencia-acto, sino en el de proceso-objeto: si
se considera como proceso de contar, de añadir otro elemento a los miembros ya existentes
de un conjunto, el infinito permanece abierto, en potencia; si se considera como objeto, como
conjunto cerrado de elementos sin fin, el infinito es actual. Pero eso no quiere decir que sea
real, porque se trata de un objeto matemático, no físico. De ahí que resulte posible pensar
infinitos actuales junto a Dios sin cuestionar la singularidad divina.

No es de extrañar que estas reflexiones desataran un acalorado debate filosófico y teológico.


Cantor, hombre hondamente religioso, no pudo soportar las acusaciones de impiedad y cayó
en una depresión recurrente. Ideas tan revolucionarias tenían curiosamente un precedente
histórico, salvando las distancias, en los siglos V y IV a.C.: en una religión oriental, el jainismo. Y
es que matemática y religión tienen mucho sobre lo que conversar.

J. M. Lozano-Gotor

También podría gustarte