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A los justos les irá mejor

Es justo que honres a Dios y a tus padres. Hacerlo provoca


bendición.

La justicia y misericordia son dos valores muy diferentes aunque


se relacionan. Cuando tenemos misericordia con otros, Dios es
justo con nosotros y cuando Él tiene misericordia con nosotros,
debemos obrar con justicia hacia los demás.
Seamos justos con Él y con nuestros semejantes, especialmente
con aquellos que han tenido misericordia de alguna forma. Por
ejemplo, un trabajador a quien se le ha perdonado alguna falta,
debe ser justo con su jefe y no solamente dejar de hacer lo
incorrecto que se le perdonó, sino también compensar de alguna
forma lo que hizo. Si robó, debe devolver lo robado, además de
trabajar el doble para suplir su falta. En otras palabras, dejará de
hacer lo malo y hará algo muy bueno a cambio.
Yo sorprendí a un trabajador robándome. Era una buena persona
que cometió un error, así que le perdoné. Cuando me dijo que se
iría por haber robado, le respondí: “Espera, sufrí las consecuencia
de tu pecado ahora quiero disfrutar de los beneficios de tu
arrepentimiento. Claro que devolverás lo que tomaste, además de
vender más de lo que tenías establecido para compensar con una
buena actitud”. Es necesario hacer obras de justicia para quien
tuvo misericordia con nosotros. Si tu esposa te perdonó la
infidelidad, además de no volver a engañarla, debes compensarla
con mucho amor y detalles. No se trata de empatar la situación,
sino de superarla con lo bueno. Ofrece gestos de justicia a quienes
te han mostrado misericordia.
Aplica ese mismo principio con Dios que te perdona
constantemente. Si debemos perdonar setenta veces siete las faltas
de nuestros hermanos, Él nos perdona más aún, entonces,
¡imagina cuántas expresiones de justicia debemos darle! No
abuses de Su misericordia y demuestra que la valoras,
ofreciéndole actos de justicia.
Servir sin condiciones
Mateo 20:8-15 no cuenta sobre la justicia: Cuando llegó la noche,
el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y
págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los
primeros. Y al venir los que habían ido cerca de la hora undécima,
recibieron cada uno un denario. Al venir también los primeros,
pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron
cada uno un denario. Y al recibirlo, murmuraban contra el padre
de familia, diciendo: Estos postreros han trabajado una sola hora,
y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga
y el calor del día. Él, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no
te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo
que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti. ¿No
me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia,
porque yo soy bueno?
Recordemos que esta historia nos habla del dueño de una viña
que contrató obreros. A los primeros que envió a trabajar desde el
inicio de la jornada, les pagó según lo pactado y a quienes
contrató cuando ya solamente quedaba una hora de trabajo, les
dijo que recibirían lo justo, aunque no sabían cuánto. Estos
últimos confiaron en él y no exigieron ningún contrato, como los
primeros. Muchas veces queremos hacer negociaciones con Dios
y lo condicionamos, diciéndole que le serviremos pero pedimos
algo a cambio. Esa actitud no es la correcta ya que debemos
servirle sin esperar nada porque estamos seguro que Él nos dará lo
justo.

Dios siempre prueba las intenciones de nuestro corazón. En esta


parábola, el señor de la viña probó a los últimos trabajadores
cuando los contrató diciendo que pagaría lo justo y ellos
aceptaron, confiando en él, agradecidos por la oportunidad de
trabajar aunque fuera sólo una hora. Seguramente fue a ellos a
quienes contrató para el siguiente día y si les pagó un denario por
hora de trabajo, les pagaría doce denarios por doce horas. ¡Así es
la justicia del Señor que nos da más de lo que imaginamos!
Aprendamos de ellos y aprovechemos las oportunidades, por
pequeñas que parezcan porque seguramente son las correctas en
ese momento de tu vida. A veces somos “llenos de cuentos” y
actuamos con arrogancia, esperando solamente grandes
oportunidades, pero sólo quien demuestra valor en lo poco será
puesto en mucho. Lo pequeño abre las puertas a lo grande.
¡Aprovecha todo lo que venga!
Entonces, a quienes contrató de primero, los probó de último, en
el momento de la paga y no superaron la prueba porque actuaron
con rebeldía, criticando sin agradecimiento. Dios es astuto. A
veces nuestras peticiones son como manipulaciones. Le decimos:
“Sáname porque soy tu siervo y te sirvo”. No nos damos cuenta
que ¡Él nos sana porque en la cruz del Calvario pagó el precio por
bendecirnos, lo hace porque nos ama y porque por Su herida
fuimos sanados! No pienses que tu pequeño grupo en casa te sirve
para manipularlo. Nos dio la vida eterna por amor, no por
agradecimiento a los coros que le cantamos. Adóralo por lo que te
ha dado, no para manipularlo. Cuando Pedro, se estaba
hundiendo, no empezó a “cantar coritos”, sino que fue al grano y
pidió misericordia, lo mismo hice yo cuando Sonia y mi hija
estaban en peligro de muerte en la sala de partos. Allí, el Señor
me hizo ver que Su misericordia nos alcanzaría y así fue.

Somos hijos de Dios, más que pertenecer a una religión, somos


Sus herederos por eso debemos acercarnos a Él confiando en Su
amor y ofreciéndole actos de justicia. Mis hijos me enseñaron
cómo funciona esa relación. Yo siempre les traía algún regalo de
cada viaje porque pensaba que si bendecía a otros, mi familia
también merecía bendición. Así que ellos siempre esperaban que
yo le diera algo cada vez que regresaba de algún lugar.
Prácticamente se le tiraban a la maleta o hacía como los israelitas
ante Jericó, rodeándola siete vueltas para conquistarla. Con el
tiempo se pusieron religiosos porque con mucho tacto me
preguntaban: “¿Cómo te fue papá?, ¿Hubo personas que se
entregaron al Señor?” Me hacía gracia porque sabía que
esperaban ansiosos que les diera el regalo que les llevaba. Dios es
tu Padre y te ama, esa es la razón por la que te da bendición y por
eso, merece tus actos de justicia.

Si has servido desinteresadamente al Señor y has confiado


plenamente en Su justicia, te aseguro que está por venir el
segundo día de trabajo, ese cuando te pagará más de lo que
imaginas. Te dará doce veces más, te bendecirá en abundancia, no
lo dudes. No le pongas condiciones a Dios para servirle. ¡Debes
romper los contratos espirituales! Dile: “Señor, te firmo un
documento en blanco, te serviré sin condiciones y sé que me darás
lo que es justo”. No lo limites, déjale hacer conforme a Su
justicia.
Recibir lo justo
Isaías 3:10-11 promete y advierte: Decid al justo que le irá bien,
porque comerá de los frutos de sus manos. !!Ay del impío! Mal le
irá, porque según las obras de sus manos le será pagado.
Todos, justos e injustos reciben fruto de su trabajo. Le irá bien a
quien hace lo correcto porque trabaja y se esfuerza. De igual
forma, le irá mal a quien no obra con justicia y desperdicia las
oportunidades. Esfuérzate haciendo el trabajo que te corresponde
y Dios te bendecirá. No esperes a ser gerente para demostrar que
eres capaz de lograr grandes cosas. Alcanza tus metas siendo
operario, oficinista o director general de la empresa donde
trabajas. No seas como los que tuvieron trabajo todo el día y
protestaron por lo que el amo hacía con su dinero. Cumple con tu
parte y recibirás lo justo.
Proverbios 3:9-10 asegura: Honra a Jehová con tus bienes, Y con
las primicias de todo y serán llenos tus graneros con abundancia,
y tus lagares rebosarán de mosto.
Dios llena hasta rebalsar los graneros de los justos que le honran
con las primicias de sus cosechas. Así era en aquellos tiempos. Lo
primero de una cosecha se consagraba al Señor porque era la
forma de asegurarse abundancia de fruto. Los graneros estaban
construido calculando la cosecha y sabían que al honrar a Dios,
esos graneros rebosarían, pero si no lo hacían, sobraría espacio y
la cosecha no sería abundante. La economía bíblica no está ligada
a la misericordia sino a la justicia. Al hacer lo correcto, Dios,
justamente, nos bendice.

Leyes justas y con promesa

Efesios: 6:1-3 recuerda: Hijos, obedeced en el Señor a vuestros


padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es
el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y
seas de larga vida sobre la tierra.
Los mandamientos de Dios son dulces como la miel, justos y
verdaderos, relacionados con promesas. Si los cumples, recibes
bendición, fruto de tus buenas obras.

Por eso, Dios nos pide que obedezcamos a nuestros padres ya


que la desobediencia es un acto de injusticia. Claro que se refiere
a obedecerles en el Señor, es decir, haciendo lo bueno y santo, no
lo que sabemos que es pecado. Un padre nunca debe pedirle a un
hijo que le lleve el cheque a la amante o le vaya a comprar drogas
porque su hijo, con justicia, puede negarse. Una esposa no
obedecerá a su marido si éste le pide acostarse con otro hombre.
La obediencia y sujeción deben ser en el Señor y según Sus leyes.

Obediencia y honra son dos cosas diferentes. Puedes obedecer sin


honrar, pero jamás honrar sin obedecer. Obedecer a los padres es
muy importante porque está ligado a una gran promesa de
bendición y de larga vida sobre la tierra. Es como si le dijeras a
tu hijo que le darás un premio por sacar buenas notas y además, te
darás algo extra si saca 90 puntos en matemática. De esa forma le
dices que la matemática es lo más importante. Lo mismo sucede
con este mandamiento. Dios nos promete bendición extra si lo
cumplimos, eso significa que es muy, muy importante.

En la década de los 80’s cuando gané mi primer sueldo en


planilla como analista de sistemas en la empresa de
telecomunicaciones de Guatemala, pensé en honrar a mi madre y
no sabía de qué forma. Así que le pedí consejo a una tía y me dijo
que le diera mi primer salario completo. Yo dudé, pero ella me
dijo: “Me pediste un consejo y te lo di, ahora tú decides”. Al
final, hice más que eso porque le compré un reloj que me costó un
poco más de tres salarios, pero era poco para lo que mi madre
merecía. Recuerdo que fui a la joyería más exclusiva y le compré
un reloj de oro de 18 quilates con un brillante. Ella tal vez no
necesitaba un reloj, ni mi dinero, pero yo necesitaba honrarla.
¡Para lograrlo, tuve que apretarme el cincho y pasé comiendo
tortillas con salchicha durante tres meses!
Algunos tienen regalos pendientes que deben proponerse dar a
sus padres para honrarlos. Podemos justificarnos de muchas
formas para no hacerlo o esforzarnos para cumplir. Si quieres
tener larga vida sobre la tierra y que te vaya bien, honra y obedece
a tus padres. Esa es la justa promesa del Señor. Ahora yo he
recibido muchos relojes y cosecha por la honra que le doy a mi
madre. Lo mismo puede suceder contigo, aunque la intención de
tu corazón debe ser amarlos y ser justo. La recompensa vendrá
por añadidura.

Todo padre merece doble honor, ahora es el momento de la


acción. No te preocupes por tus recursos porque Dios proveerá
para que honres. Además, los padres nunca deben negarle a sus
hijos las promesas de prosperidad que tienen al honrarlos. El
Señor es justo y con Sus mandamientos nos recuerda que obrando
con justicia recibiremos bendición. Dale gracias y entrégale tu
corazón para que Sus leyes justas y llenas de misericordia
gobiernen tu vida.

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