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El discurso y el análisis del discurso*

Deborah Cameron e Ivan Panović

Al estudiar cualquier tema, resulta importante definir el objeto, es decir, el fenómeno que
se está estudiando. En este artículo, vamos a considerar algunas definiciones de discurso
y cómo se relacionan con diferentes aproximaciones analíticas.
Si miramos la palabra discurso en un diccionario general, probablemente
encontremos algo como lo siguiente (extraído del Diccionario Conciso de Oxford):

Discurso, sustantivo o adjetivo: (a) conversación, habla; (b) disertación o tratado


sobre un tema académico; (c) exposición o sermón.

Esta entrada nos dice que la palabra discurso se usa en el inglés común para hablar sobre
el lenguaje, tanto sobre el habla, como en (a), como sobre la escritura, como en (b) (el
sentido de (c) presenta dos géneros “mixtos”, ‘exposición’ y ‘sermón’, que se transmiten
oralmente pero que usualmente se componen, por lo menos parcialmente, en la escritura).
Sin embargo, ninguno de estos sentidos refleja exactamente lo que significa discurso
cuando se usa como un término técnico. Reconociendo este punto, la entrada continúa
listando otro sentido de la palabra, que identifica como perteneciente al vocabulario
especializado de la lingüística: “Una serie de enunciados conectados entre sí, un texto”.
Pero discurso no es solo un término técnico en lingüística. Como observa Sara
Mills (1997: 1), “[s]e ha vuelto un término común en una variedad de disciplinas: teoría
crítica, sociología, lingüística, filosofía, psicología social y muchos otros campos”. Esto,
sugiere la autora, puede ser una fuente de confusión, pues aunque todos utilicen la misma
palabra, las personas de diferentes disciplinas académicas o tradiciones teóricas no la
definen exactamente de la misma manera. Esto podría no importar si las disciplinas y
tradiciones en cuestión fuesen proyectos completamente separados, cada una desarrollada
de forma aislada con relación a las otras. Sin embargo, el análisis del discurso constituye
una iniciativa interdisciplinaria, influida por ideas provenientes de más de una tradición.
Por lo tanto, cualquiera que quiera comprender el campo o contribuir a sus discusiones
debe ser consciente de las variadas formas en las que sus términos deben ser definidos y
usados.

Tres definiciones de discurso


Las definiciones de discurso son muchas y variadas, pero la mayor parte de ellas
constituyen variaciones en torno a los tres temas que aparecen a continuación:

1. El discurso es lenguaje “por encima de la oración”.


2. El discurso es lenguaje “en uso”.


*
Capítulo 1 de Deborah Cameron e Ivan Panović. Working with written discourse. Londres / California
/ Nueva Delhi: Sage, 2014. Traducción hecha con fines académicos por el equipo de profesores y
asistentes de docencia del curso de Lenguaje y Sociedad de la Pontificia Universidad Católica del
Perú. Agosto del 2018.

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3. El discurso es una forma de práctica social en la que el lenguaje cumple un rol
central.

La primera definición, “lenguaje por encima de la oración”, viene de la lingüística y está


más cerca que el resto a la definición del diccionario que citamos anteriormente: “Una
serie de enunciados conectados entre sí, un texto”. Para comprender lo que esto significa,
es importante tener en cuenta que el objetivo tradicional de la lingüística es describir y
explicar la forma en que el lenguaje funciona como un sistema: cuáles son sus unidades
básicas y cuáles son las reglas para combinarlas. En esa conexión, una idea fundamental
es que el lenguaje tiene diferentes tipos y niveles de estructuras que se articulan entre sí.
Las unidades más pequeñas de la estructura lingüística se combinan para formar unidades
más grandes: por ejemplo, los sonidos del habla se combinan en sílabas, las sílabas en
palabras, las palabras en frases y las frases en oraciones. Sin embargo, lo que es
importante saber es que las unidades y las reglas para combinarlas no son las mismas en
cada nivel. Necesitamos diferentes tipos de unidades y de reglas para la fonología (el
sistema de sonidos de una lengua) y para la sintaxis (la estructura de la oración). Este
principio explica lo que se entiende por el término “por encima” en “por encima de la
oración”. A medida que la unidad crece (por ejemplo, las palabras son mayores que los
sonidos y las oraciones son mayores que las palabras), metafóricamente hablando, hay un
ascenso de un nivel al siguiente. Si el análisis del discurso se ocupa del “lenguaje por
encima de la oración”, eso significa que estudia los patrones estructurales en unidades
que son mayores, más extensas, que una oración: la “serie de enunciados conectados entre
sí” o el “texto” de la definición del diccionario.
Uno de los analistas del discurso más antiguos, el lingüista Zellig Harris (1952),
planteó la siguiente pregunta: ¿Cómo nos damos cuenta si una secuencia de oraciones es,
de hecho, un texto —es decir, que las oraciones se relacionan entre sí y colectivamente
forman un todo más grande—, y no una colección al azar de fragmentos no relacionados
entre sí? Según lo pensó Harris, la respuesta a esa pregunta esclarecería qué tipo de
estructura existe “por encima de la oración”. Los textos tendrían esta estructura, mientras
que las colecciones de oraciones al azar no lo harían. Como una ilustración del tipo de
estructura que el autor tenía en mente, fijémonos en las siguientes dos oraciones extraídas
de la primera página del Handbook of Discourse Analysis (Schiffrin et al. 2003: 1):

(1) El análisis del discurso es un campo que está creciendo y evolucionando


rápidamente. (2) La investigación en este campo proviene actualmente de
numerosas disciplinas académicas que son muy diferentes entre sí.

Intuitivamente, parece claro que estas dos oraciones pertenecen a un único texto: no se
trata solo de enunciados separados que han sido yuxtapuestos de forma azarosa. En este
punto, estas oraciones contrastan con la secuencia siguiente (inventada):

(1) El análisis del discurso es un campo que está creciendo y evolucionando


rápidamente. (2) Hace muchos miles de años, la tierra estuvo habitada por
dinosaurios.

En el ejemplo inventado no existe un nexo obvio entre las dos oraciones. En cambio, en
el ejemplo del libro de texto las dos oraciones pueden entenderse fácilmente como parte

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de la discusión de un solo tema, el análisis del discurso, pues la segunda oración se basa
en la proposición que aparece en la primera.
Nuestras intuiciones sobre este punto no solo se generan por el contenido de las
dos oraciones del libro de texto; también se relacionan con su forma. Un aspecto de la
forma es el orden en el que aparecen. Imaginemos que el orden de las dos oraciones se
revierta: “La investigación actual en este campo proviene actualmente de numerosas
disciplinas académicas que son muy diferentes entre sí. El análisis del discurso es un
campo que está creciendo y evolucionando rápidamente”. Si bien todavía podríamos
conectarlas por el tema —no parecerían yuxtapuestas de forma azarosa, como sucede con
el ejemplo del dinosaurio—, la secuencia nos parecería desarticulada en comparación con
la versión original.
En el libro de texto, las conexiones entre las dos oraciones no solo ocurren por el
orden en el que aparecen, sino también mediante el uso de instancias de cohesión que
unen la segunda oración con la primera: un ejemplo de esto es la expresión este campo,
que aparece en la segunda oración, pero que se refiere a algo mencionado en la primera
(y descrito como “un campo”): el análisis del discurso. Cuando el lector se encuentra con
la referencia a “este campo”, no se pregunta “¿A qué campo se refiere el redactor?”, pues
“un campo” ya ha sido mencionado, y nombrado, en la oración (1), y tiene sentido asumir
que “este campo” en la oración (2) hace referencia al mismo campo y no a uno
enteramente diferente que no ha sido mencionado previamente. Este tipo de cohesión
estructural constituye una de las claves formales que nos indican que estamos ante un
texto y no ante dos oraciones separadas y desconectadas. Además, esto es lo que se puede
perder, o por lo menos oscurecer, cuando se revierte el orden de las oraciones.
Pero todavía podríamos preguntarnos si podemos distinguir textos de colecciones
azarosas de oraciones usando solamente criterios formales/estructurales. Como lectores,
estamos predispuestos a tratar pedazos adyacentes de lenguaje como si estuvieran
conectados, y a hacer conexiones incluso cuando estas no eran intencionadas. Esto es lo
que produce el humor en ejemplos como el del anuncio del programa radial citado por
Stubbs (1983: 93): “Más adelante, una nota sobre la vasectomía y los resultados de la
competencia Hazlo Tú Mismo”. Si conectamos las partes presentes a ambos lados de la
conjunción “y”, se genera una interpretación de “la competencia Hazlo Tú Mismo” como
referida a “la vasectomía”. Sin embargo, aunque podemos reconocer esta como una
posible lectura, también admitimos que no puede ser la que se intentó proyectar, pues
sabemos que nadie organizaría una competencia en la que los hombres se hagan sus
propias vasectomías. Cuando nos aproximamos a un texto tratando de otorgarle sentido,
no solo tomamos en cuenta sus propiedades lingüísticas estructurales, sino que echamos
mano de dos consideraciones: nuestro conocimiento del mundo fuera del texto y lo que
pensamos que el productor del texto puede haber intentado comunicar. Si una
interpretación basada en la estructura del texto no es posible, normalmente la
descartamos. Esto convierte al discurso en un caso diferente de la fonología o la sintaxis.
No necesitamos saber nada sobre el mundo para decidir que /krin/ es una palabra posible
en inglés, mientras que /rkin/ no lo es, o que stood boy the on up a chair no es una oración
bien formada en inglés. Una vez que nos encontramos “por encima de la oración”, nuestra
habilidad para otorgar sentido a las secuencias y decidir si están conectadas y cómo lo
están implica más que solo aplicar un conjunto de reglas gramaticales.
Otra objeción a la definición del discurso como “el lenguaje por encima de la
oración” ha sido desarrollada por Henry Widdowson (1995), quien argumenta que un
texto no tiene por qué ser mayor que una oración; de hecho, puede ser más pequeño. La
leyenda MUJERES en la puerta de un baño público puede, por ejemplo, ser descrita como

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un texto, al igual que la letra P que se usa en Gran Bretaña para indicar un espacio para
el parqueo de carros. Claramente, una única palabra o letra no puede tener “estructura por
encima de la oración”, pero, desde la perspectiva de Widdowson, igual pueden constituir
un texto, si en el contexto comunican un mensaje completo. Una vez más, el
reconocimiento de MUJERES como un texto, y la interpretación de lo que ello significa,
recae en un conocimiento del mundo que no está contenido en el texto mismo. Buscar la
palabra mujeres en el diccionario no nos ayudaría a aclarar qué mensaje se está
proyectando cuando la palabra está escrita en la puerta. Necesitamos traer mucho
conocimiento general e información contextual a los textos incluso más banales, si es que
van a servir a su propósito comunicativo. Un rasgo esencial del análisis del discurso
constituye el interés en qué y cómo comunica el lenguaje.
Desde esa perspectiva, una mejor definición de discurso que “el lenguaje por
encima de la oración” es la segunda enunciada anteriormente: “lenguaje en uso”.
“Lenguaje en uso” constituye la más amplia de las tres definiciones; es también
implícitamente una definición más “social” que la de “lenguaje por encima de la oración”.
Esta última definición sugiere que el análisis del discurso, como la sintaxis, se preocupa
básicamente por patrones formales del lenguaje en sí mismo.
En contraste, “lenguaje en uso” no necesariamente supone falta de interés en la
forma lingüística, sino que sugiere que la atención se dirigirá a otras preguntas, como
quién está usando el lenguaje y para qué propósitos de los usuarios sirve el lenguaje en
un contexto particular.
La mayoría de analistas del discurso que se ubican a sí mismos dentro de la
lingüística se preocupan tanto por la forma como por la función, y por las relaciones entre
ambas. Pero no todos los analistas del discurso son lingüistas: muchos son científicos
sociales, para los cuales el análisis del discurso no es un fin en sí mismo, sino un medio
para obtener información sobre diversos aspectos de la vida social. Esto no significa que
estén desinteresados en el lenguaje y cómo este se usa. Todo análisis del discurso presenta
una dimensión social y una dimensión lingüística, pero, cuando el énfasis recae en lo
social, la noción general de discurso como “lenguaje en uso” usualmente se combina con
la tercera definición anotada más arriba, según la cual el discurso se concibe como una
forma de práctica social. Esta definición proviene de la teoría social crítica antes que de
la lingüística (aunque ha influido en varios analistas del discurso que son lingüistas) y
requiere alguna explicación adicional. En la siguiente sección, la examinamos con más
detalle.

Poder, conocimiento y práctica. Discurso(s) y construcción de la realidad social


Los científicos sociales siempre han tratado el discurso —en el sentido de “lenguaje en
uso”— como una fuente de información acerca de las actitudes, creencias, experiencias
y prácticas de las personas. Algunos de los métodos comúnmente usados en la
investigación social, como la entrevista cara a cara, involucran lenguaje hablado; otros,
como pedirles a las personas llenar cuestionarios, llevar diarios o, más recientemente,
interactuar con los investigadores usando medios sociales en línea, se basan en el lenguaje
escrito. La mayoría de investigadores que usan estos métodos no están principalmente
interesados en el discurso por sus cualidades lingüísticas sino, más bien, por lo que este
puede decirnos sobre algún otro fenómeno social; por ejemplo, sobre la experiencia de
las sujetos de investigación acerca del parto, sus sentimientos respecto al envejecimiento
o sus creencias sobre el cambio climático. Se considera que las experiencias, sentimientos
y creencias existen independientemente del discurso que los expresa: el lenguaje es

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simplemente un vehículo para transmitir la información relevante del sujeto investigado
al investigador.
Un enfoque de las ciencias sociales para analizar los datos se conoce como
análisis de contenido: como sugiere esa denominación, su objetivo es extraer y analizar
la información que está “contenida” en los cuestionarios, en las entrevistas transcritas o
en cualquier otro texto que esté siendo examinado para alcanzar los objetivos del estudio.
Los analistas identifican, a lo largo de una muestra de datos, las secciones que son
relevantes según sus objetivos, usando un conjunto de categorías previamente
seleccionadas a fin de “codificarlas”. Este enfoque se usa en las ciencias de la
comunicación, por ejemplo, para investigar preguntas como cuán frecuentemente se
cubre un tema particular en los reportes noticiosos, si la cobertura se ha incrementado o
ha decrecido a lo largo del tiempo, y qué partes de la información o qué variedad de
opiniones se presentan en los informes.
Sin embargo, aunque este enfoque se aplica a los datos del discurso, se diferencia
del análisis del discurso, tal como lo definimos en este capítulo. Para tener una idea clara
de cuál es la diferencia, consideramos algunos ejemplos del discurso mediático
relacionado con el tamaño del cuerpo y el peso. Los siguientes ejemplos se tomaron de la
página web de la revista Bliss, una revista británica para preadolescentes y adolescentes
tempranas (mybliss.co.uk). Específicamente, provienen de la versión electrónica de la
“página de problemas” de la revista, que presenta cartas y correos electrónicos de las
lectoras en los que expresan sus preocupaciones y solicitan consejos.

1. Odio mi cuerpo. ¡Tengo mucho sobrepeso! Difícilmente salgo porque creo que
las personas se ríen de mí.
2. Tengo sobrepeso para mi edad y talla, y realmente quiero perder una cantidad
saludable de peso.
3. Estoy pensando perder peso, no solo para ser superdelgada, sino porque quiero
ser saludable.
4. Estoy tratando de perder peso porque estoy un poco llenita.
5. ¡Ayuda! Tengo 12 años (casi 13) y he tratado y tratado de perder peso, pero ¡no
puedo! Siempre creo que me veo gorda.
6. Mi papá y mi mamá dicen que estoy creciendo y que necesito perder peso.
7. Odio estar tan gorda como estoy. Todas mis amigas son muy delgadas y odio ser
la que no encaja.
Quien haga el análisis de contenido de estos mensajes probablemente estaría más
interesado en la naturaleza y la variedad de las preocupaciones que expresan las
adolescentes acerca de su peso. Las chicas cuyas palabras se reproducen arriba comunican
varias razones por las que necesitan o quieren perder peso: hay alguna mención no
vinculada con la manera en que lucen sus cuerpos (por ejemplo, 1, 4, 5), algunas aluden
a las reacciones negativas de otras personas hacia su peso (1, 6, 7), y algunas indican que
quieren perder peso por razones de salud (2, 3). Podría emplearse un sistema de
codificación para etiquetar la aparición de cada una de estas preocupaciones: el analista
debe, entonces, extraer todos los ejemplos de cada tipo y, sobre esa base, plantear
conclusiones acerca de cuán frecuentes son las inquietudes particulares en la muestra.
Un analista del discurso, en cambio, querría observar no solo el contenido de las
cartas sino también la manera en que las redactoras han decidido formular
lingüísticamente sus testimonios. Sus preocupaciones, actitudes y emociones no solo se

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evidencian en qué han escrito, sino también —argumentaría un analista del discurso— en
cómo está escrito. Para ilustrar lo que esto significa, nos enfocamos en los ejemplos 2 y
3. Ambos contienen una idea que puede ser parafraseada como “La adolescente quiere
perder peso para ser saludable”, pero una mirada más enfocada en las estrategias
lingüísticas de las redactoras sugiere que puede estar ocurriendo algo más complejo.
La autora de 3 enmarca su motivación para perder peso en contraste con otra, que
se menciona para aclarar que esta no es su principal o única preocupación: ella está
“pensando perder peso, no solo para ser superdelgada, sino porque quiero ser saludable”.
Un análisis de contenido que codifique esto como “Quiere perder peso por razones de
salud” no sería “incorrecto”, dado que es, de hecho, la idea principal enunciada por la
adolescente. Sin embargo, un análisis como este estaría dejando de lado la pregunta de
por qué ella menciona, pero minimiza, una motivación alternativa: su deseo de “ser
superdelgada”. Cuando las personas minimizan o niegan un motivo en el discurso (que
es un recurso bastante común: un ejemplo típico es la fórmula introductoria “No soy
racista / sexista / feminista, pero…”), esto se debe usualmente a que prevén que los demás
les atribuirán esa motivación y las juzgarán negativamente por eso. Están solicitando
legitimación al contrastarse con un grupo que, por implicación, sí merece la crítica. En
este caso, la escritora puede estar anticipándose y tratando de adelantarse a un juicio
negativo común hacia las chicas jóvenes que quieren perder peso, aquellas cuyo interés
está dirigido más hacia una preocupación sobre la manera en la que lucen (y por el
imposible ideal representado por las supermodelos y celebridades que ven en los medios)
antes que por alguna concepción sobre lo que significa un peso saludable. Esta chica se
esfuerza por presentarse como una persona responsable que ha pensado al respecto y que
llega a una conclusión sensata. La autora de 2 emplea una estrategia distinta para cumplir
un objetivo similar. Ella solicita legitimación adoptando un tipo de voz autorizada que
podríamos asociar con un experto, como un científico o un doctor. “Tengo sobrepeso para
mi edad y talla” es una afirmación directa acerca de los hechos, no encabezada por “yo
creo” o “mi papá y mi mamá dicen”; se prefiere el término formal/médico sobrepeso en
lugar de las palabras más suavizadas, vagas y coloquiales usadas por otras adolescentes
(por ejemplo, grande, gordo o llenita); la referencia a “edad y talla” muestra
conocimiento de cómo los expertos evalúan si alguien tiene “sobrepeso”.

Actividad

Las autoras de los ejemplos 1, 5 y 7 parecen estar presentándose a sí mismos y su deseo


de perder peso de manera distinta de los autores de 2 y 3. ¿Qué tipo de imagen pública
están construyendo estas autoras en las cartas enviadas a Bliss? ¿Qué detalles del
lenguaje que usan pueden estar relacionados con esa construcción?

La discusión anterior sugiere algunas razones por las cuales el “contenido”, en el sentido
de temas y proposiciones recurrentes, podría no ser lo único que un investigador social
debería considerar en los datos del discurso; asimismo, sugiere por qué podría ser
revelador considerar los detalles del uso del lenguaje. No obstante, nuestro análisis de las
cartas a Bliss también plantea una pregunta más “teórica” sobre el uso de los datos
discursivos en la investigación social. Esta pregunta no solo se aplicaría a textos como
los que acabamos de analizar, los cuales no se escribieron originalmente con el propósito
de una investigación, sino también a textos que se produjeron específicamente para un
proyecto de investigación, como las respuestas a un cuestionario. ¿Puede siquiera
suponerse que el discurso que las personas producen es simplemente un informe de
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experiencias, sentimientos, actitudes y preocupaciones que existen independientemente
del discurso mismo y del contexto en el cual se produjo ese discurso?
Los analistas del discurso y muchos otros investigadores sociales actuales
argumentarían que la respuesta es que no existe una “verdad” objetiva y única sobre las
experiencias o sentimientos de las personas que el discurso simplemente “pone en
palabras”. Más bien, las personas diseñan su discurso para una audiencia particular en un
contexto particular. Independientemente de lo que puedan estar discutiendo, siempre
están haciendo elecciones y cálculos sobre cómo presentarse. Líneas arriba
argumentamos que las dos redactoras que eligieron destacar sus preocupaciones de salud
en las cartas a Bliss estaban presentando su deseo de perder peso como “legítimo” y
estaban presentándose a sí mismas como racionales e informadas, en contraste con el
estereotipo de las chicas que hacen dieta, tontas e inseguras, que se dejan llevar por la
presión de grupo y la cultura de las celebrities. Es posible que esta autorrepresentación
sea parcial en ambos sentidos de la palabra: podría ser que la autora de (3) esté
completamente motivada por el deseo de ser “superdelgada”, y lo niega solo porque cree
que será juzgada más positivamente si enfatiza que desea “estar saludable”. Lo anterior
sería difícil de establecer con certeza: no podemos saber lo que está en las cabezas de las
personas; solo podemos tratar de interpretar sus representaciones verbales. Para ese
propósito, es importante considerar las elecciones lingüísticas que han realizado. Siempre
hay más de una forma de representar lingüísticamente cualquier estado de cosas: al
producir una representación en lugar de otra, un usuario del lenguaje también está
construyendo una versión particular de la realidad.
Esta es una parte de lo que significa la afirmación que hacen algunos teóricos
respecto a que la realidad social no es un conjunto de verdades fijas que descubriremos
si hacemos las preguntas correctas, sino que es, más bien, una construcción discursiva
formulada y reformulada a medida que las personas hablan o escriben sobre las cosas. En
algunos tipos de teoría social, la idea de la realidad como una construcción discursiva da
un paso más allá, al señalarse que las elecciones de los individuos están inevitablemente
modeladas por fuerzas sociales mayores cuando toman decisiones sobre cómo representar
su realidad. El analista del discurso Jay Lemke plantea lo siguiente con respecto a este
punto (1995: 24-25):

Hablamos con las voces de nuestras comunidades; además, en la medida en que


tenemos voces individuales, las formamos a partir de las voces sociales que ya
tenemos disponibles, apropiándonos de las palabras de los demás para decir
nuestras propias palabras.

Lemke no está sugiriendo que las personas nunca discrepan de sus comunidades o que no
tengan sus propias ideas, sino que las contribuciones de las personas deben enmarcarse
en relación con las concepciones de la comunidad en general. Esto responde, en parte, a
la cuestión de que algunas formas de hablar son más aceptables socialmente que otras
(por ejemplo, las redactoras de Bliss presentadas anteriormente han entendido que la
comunidad adulta considera “estar saludable” como una razón más legítima para querer
perder peso que “ser superdelgada”). No obstante, también es una cuestión fundamental
en relación con qué usos lingüísticos se considerarán inteligibles. El uso del lenguaje es
un proceso intersubjetivo más que puramente subjetivo: una “voz” que es completamente
individual corre el riesgo de ser incomprensible.
Los analistas que siguen esta línea de argumentación ven el análisis del discurso
no tanto como un método para descubrir lo que los individuos particulares “realmente

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piensan”, sino, más bien, como un método para investigar el rango de “voces sociales”
en una comunidad. Esto se puede relacionar con la tercera definición del término
discurso, entendido como “práctica social”. La idea de que los hablantes y redactores “se
apropian de las palabras de los demás”, aprovechando “los recursos ya disponibles” es
expresada por otros teóricos que afirman que las concepciones y las percepciones del
mundo que tienen los individuos se construyen a partir de los “discursos” que están en
circulación. Evidentemente, la palabra discurso en esta formulación no se usa de la
manera en que la usan los lingüistas para referirse al “lenguaje por encima de la oración”
o al “lenguaje en uso”. Una diferencia obvia es que el “discurso” del lingüista no tiene
plural, mientras que los teóricos sociales a menudo hablan de discursos. Este uso plural
refleja la influencia del filósofo e historiador cultural Michel Foucault, quien definió los
discursos como “prácticas que sistemáticamente forman los objetos de los que hablan”
(Foucault 1972: 49). Para entender qué quiso decir Foucault, consideremos otro ejemplo
relacionado con el tema del tamaño y el peso corporal: el discurso actual sobre la
“obesidad”.
El término obesidad pertenece al vocabulario de la ciencia y la medicina, donde
tiene una definición científica precisa: una persona es “obesa” si tiene un índice de masa
corporal (IMC) igual o mayor que 30. El IMC se calcula a partir de la altura y el peso
individual: un valor de 18,5-24 se considera “normal”, menos de 18,5 es “bajo peso” y
25-30 es “sobrepeso”. Como la altura y el peso son realidades físicas, uno podría pensar
que nada podría ser más “objetivo” y menos “construido discursivamente”. Sin embargo,
un seguidor de Foucault señalaría que la existencia de una fórmula para calcular el “índice
de masa corporal” no es necesaria o inevitable. Medir la estatura y el peso de las personas,
calcular su IMC, y sobre esa base categorizarlas como “con bajo peso”, “normales”, “con
sobrepeso” u “obesas” son ejemplos de los tipos de “prácticas” a las que se refiere
Foucault en su definición de discurso: su invención y su posterior adopción en la práctica
clínica han dado lugar a una situación en la que las personas pueden ser clasificadas,
evaluadas y tratadas de acuerdo con su ubicación en la escala de IMC; por ejemplo, se les
puede exhortar a perder peso, se les puede prescribir medicamentos o, incluso, sugerir
una cirugía. Sin este conjunto de prácticas, todavía existirían personas de tamaño y grosor
objetivamente variables, pero no podría existir la “obesidad”. En ese sentido, la obesidad
es, en gran medida, una construcción discursiva.
La formulación de Foucault dice que los discursos son “prácticas que
sistemáticamente forman los objetos de los que se hablan”, lo cual sugiere que las
prácticas en cuestión son prácticas lingüísticas o, al menos, tienen una conexión
significativa con el lenguaje (y, por lo tanto, con el discurso en el sentido lingüístico).
Hasta ahora, nuestra explicación de que la “obesidad” es un objeto construido en el
discurso ha enfatizado más las prácticas no lingüísticas como pesar, medir y clasificar
personas: el principal fenómeno lingüístico que hemos mencionado es el etiquetado de
las categorías que este conjunto de prácticas produce, con el uso de términos como
normal, con sobrepeso y obeso. Lo anterior no es, por supuesto, intrascendente, pero no
es la única forma en que podemos conectar la construcción discursiva de la obesidad con
el lenguaje. Las prácticas no lingüísticas que acabamos de enumerar están integradas en
un contexto más amplio en el que el lenguaje —hablado y escrito— desempeña un papel
muy importante: se utiliza para explicar qué es la obesidad y por qué es importante; para
argumentar sobre cómo debe definirse y medirse; para debatir sus causas y remedios,
etcétera.
Hasta hace poco, la mayoría de los enunciados y los textos relacionados con la
obesidad pertenecían al dominio de la ciencia y la medicina. Aunque el peso corporal, la
grasa y la dieta eran temas de debate cotidiano, el término obesidad en sí no se usaba
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mucho fuera de los contextos médicos. Pero recientemente eso ha cambiado: el término
es ahora de uso común y el tema genera grandes cantidades de discurso. Este desarrollo
ilustra otro aspecto importante del pensamiento de Foucault sobre el discurso, su concepto
de “poder/conocimiento”. En las sociedades modernas, señala, se ejerce una gran cantidad
de poder y control no por la fuerza física bruta o la coerción económica, sino mediante
las actividades de “expertos” que tienen licencia para definir, describir y clasificar cosas
y personas. Estas prácticas se llevan a cabo, en gran parte, por medio del uso del lenguaje.
Las palabras pueden ser poderosas: la autoridad institucional para describir, categorizar
y etiquetar a las personas con frecuencia es inseparable de la autoridad para juzgarlas y
hacerles cosas. Esto es lo que está sucediendo con el discurso actual sobre la obesidad.
Siempre se definió como un problema médico individual, pero hoy también ha adquirido
el estatus de problema colectivo. Los intentos de definir y controlar se han intensificado,
y muchos nuevos tipos de expertos y otros comentaristas se han visto arrastrados a la
discusión en curso. Con tantas instituciones y grupos de interés involucrados, no es
sorprendente que haya múltiples “discursos” sobre la obesidad. Estos discursos pueden
estar interesados en el mismo tema, pero no lo representan de una misma manera.
Para ilustrar esto, a continuación reproducimos cinco extractos de informes de
noticias sobre el tema publicados en el Reino Unido y en los Estados Unidos.
Encontramos estos informes haciendo una búsqueda en línea (Google) en enero del 2013,
utilizando los términos de búsqueda “noticias sobre obesidad” (obesity news, en inglés):
los ejemplos que seleccionamos son un subconjunto de los ítems que aparecieron en la
primera página de resultados. Los elegimos porque representan una serie de discursos
actuales sobre el “problema” o la “crisis” de la obesidad: en particular, ilustran que
existen diversas definiciones del problema (de por qué es un problema y qué tipo de
problema es), y muestran descripciones en competencia acerca de dónde radica la
responsabilidad de este problema. (Antes de leer nuestro análisis de los “discursos” que
están presentes en los extractos, el lector podría tratar de hacer el suyo propio, y ver qué
tanto se parece al que ofrecemos más adelante).

1. Los adultos obesos le cuestan al N[ational] H[ealth] S[ervice] en Londres 883,6


millones de libras esterlinas (pounds) cada año. La obesidad infantil está costando
otros 7,1 millones de libras esterlinas. Pero el costo para tratar a los jóvenes si
siguen siendo obesos hasta la edad adulta podría elevarse a un asombroso monto
de 111 millones de libras esterlinas cada año, solo en la capital. (“Crisis de
obesidad resuelta: comer menos, dice el secretario de salud”, London Evening
Standard, 13 de octubre de 2011).
2. Los cambios sociales en las últimas décadas han ayudado a estimular el
crecimiento de la cintura y ahora un tercio de los niños y adolescentes de EE. UU.
y dos tercios de los adultos tienen sobrepeso o son obesos. Hoy en día, los
restaurantes ocupan más esquinas y centros comerciales, las porciones de tamaño
regular son más grandes y una comida rápida puede ser más barata que una comida
más saludable, sin mencionar que fue ligeramente mayor el número de personas
encuestadas que culparon a las distracciones electrónicas por la obesidad que las
que señalaron a la comida rápida como responsable. (“Encuesta: luchar contra la
crisis de obesidad, pero mantener la comida chatarra”, Associated Press / The
Guardian, 7 de enero del 2013).
3. Las familias pobres son más propensas a ser obesas, dijo la ministra de salud.
Anna Soubry dijo que los niños estaban sufriendo debido a “una gran cantidad de
comida deficiente” en sus hogares. (“Anna Soubry dice que los padres deben
asegurarse de que los niños coman bien”, Daily Mail, 23 de enero del 2013).
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4. Matt Goold, de Meadow Lane (Beeston), dijo que los comentarios fueron
“ridículos”. El hombre de 39 años agregó: “¿Cómo sabe ella esto? Es solo una
suposición estereotipada. Es una tontería absoluta. Ella dice que la gente ya no se
sienta alrededor de la mesa: para empezar, muchas personas no pueden permitirse
siquiera tener una mesa”. Richard Oldham, de 40 años, de Field Lane (Beeston)
dijo que los comentarios eran “absurdos” y agregó: “Es difícil comer bien con
poco dinero”. (“Indignación por los comentarios sobre los pobres de la
representante de Broxtowe al parlamento”, thisisnottingham, 24 de enero de
2013).
5. Descontento con la lentitud de los esfuerzos de salud pública para frenar la
obstinada epidemia de obesidad en los Estados Unidos, un prominente especialista
en bioética propone un nuevo impulso para lo que él dice que es una “estrategia
más agresiva” para promover la pérdida de peso: generar estigma social. Daniel
Callahan, investigador senior y presidente emérito del Centro Hastings, publicó
esta semana un nuevo documento en el que solicita un énfasis renovado en la
presión social contra las personas gordas —lo que algunos llaman fat-shaming—
, incluyendo carteles públicos que plantearían preguntas como esta: “Si tienes
sobrepeso u obesidad, ¿estás satisfecho con la forma en que te ves?” [...]. “No sé
en qué mundo está viviendo él para que argumente que necesitamos más estigma”,
dijo Deb Burgard, psicóloga californiana especializada en desórdenes
alimenticios y miembro de la junta asesora de la Asociación Nacional para
Avanzar en la Aceptación de la Gordura. (Sitio web de noticias de la NBC, 24 de
enero del 2013).

En estos extractos hay evidencia de varios “discursos” diferentes sobre “el problema de
la obesidad”. En primer lugar, hay referencias a ello como un problema médico: esto se
manifiesta en (1) y (5), donde se usan términos como “servicio de salud”, “tratar”, “salud
pública”, “epidemia”, pero la idea también está presente como un presupuesto de fondo
en (2) y (3). Puede permanecer como telón de fondo porque la idea de que la obesidad
causa enfermedad y muerte prematura es ahora una proposición bien establecida, con la
que se supone que los lectores están familiarizados. En la mayoría de los extractos, lo que
se destaca es una proposición más nueva, o un conjunto de proposiciones, sobre por qué
y para quién la obesidad es un problema. En (1), por ejemplo, la obesidad de un número
creciente de individuos se presenta como un problema económico para la sociedad en la
que viven, problema que ejerce cada vez más presión sobre su sistema de salud financiado
con fondos públicos. En (2) y (3), en contraste, el énfasis está en la obesidad como un
problema social, conectado ya sea con “cambios sociales” que significan que todos
estamos comiendo más mientras somos menos activos físicamente, o con las elecciones
poco saludables que realiza un sector particular de la sociedad. Finalmente, desde los
márgenes de los medios de comunicación dominantes, casi completamente oculto en
nuestra muestra de noticias —aunque se insinúa en la cita de Deb Burgard en (5)—, hay
un discurso “opositor” que desafía la opinión de que la obesidad en sí misma es un
problema, y en su lugar define que el problema radica en el estigma y la discriminación
que afrontan las personas obesas.
Algo más que vemos en este conjunto de extractos es una división entre
descripciones que atribuyen el problema de la obesidad (ya sea un problema médico,
social o ambos) a las deficiencias de las propias personas obesas —por ejemplo, la
ignorancia o irresponsabilidad de “las familias pobres”, cuya dieta consiste en “una
abundancia de comida deficiente” en (3) y la falta de autocontrol en las personas gordas
que el especialista en bioética de (5) propone para “avergonzarlas”— y las descripciones
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que sitúan a las personas obesas como víctimas de fuerzas externas, como la pobreza, la
desigualdad y la fácil disponibilidad de comida chatarra barata (2, 4). Esta división pone
en escena el argumento de Foucault de que los discursos no son “solo palabras”, sino que
tienen consecuencias materiales para las personas en el mundo real. Una vez que se ha
definido como un problema, la obesidad también se convierte en un objetivo de la
formulación de políticas sociales, y las explicaciones contrapuestas sobre las causas del
problema van de la mano con propuestas opuestas sobre qué hacer con ello. En la versión
del discurso “social”, que enfatiza la responsabilidad personal, las soluciones propuestas
son punitivas: regañar y avergonzar públicamente a las personas obesas. Es más probable
que la versión que enfatiza factores que están fuera del control de los individuos produzca
propuestas sobre políticas sociales intervencionistas, como imponer impuestos a la
comida chatarra, restringir la publicidad de alimentos poco saludables o forzar a la
industria alimentaria a reducir los niveles de grasa, sal y azúcar en sus productos. Las
versiones “radicales” de este discurso también pueden exigir una política más amplia de
reducción de la pobreza y la desigualdad. Las versiones “no convencionales”, que
rechazan por completo el postulado “La obesidad es un problema”, están asociadas con
las campañas de “aceptación de la gordura”.
Lo único que nadie propone, sin embargo, es dejar de preocuparnos del todo por
la “obesidad”. El discurso ha construido este objeto y lo ha puesto bajo un reflector,
haciéndolo imposible de ignorar. Incluso aquellos que rechazan la validez científica de lo
que se dice sobre la “obesidad” deben reconocer que esta es parte de nuestra realidad
social. Y en ese contexto, los distintos “discursos” que hemos identificado en nuestro
análisis de los extractos citados forman lo que un analista crítico podría llamar un “campo
discursivo”, esto es, una red de presupuestos y proposiciones en relación con la cual
interpretamos y evaluamos todos los nuevos planteamientos sobre un tema. Es imposible
decir algo inteligible acerca de la obesidad que no se refiera a estos discursos previamente
establecidos, y que, de este modo, los recicle, aunque el propósito del hablante sea
cuestionarlos. Como Lemke afirma, “nos apropiamos de las palabras de los otros para
decir nuestras propias palabras”.
En este punto, los lectores podrían pensar que no hemos tenido mucho que decir
sobre las palabras, y podrían preguntarse si nuestra discusión debería ubicarse en la
categoría del análisis del discurso, o si tal vez es más cercana al análisis de contenido.
Esta sería una pregunta legítima: no podríamos afirmar que el recuento presentado sobre
los discursos en competencia en torno a la obesidad se haya basado en un análisis fino
del lenguaje usado en los reportes periodísticos. Sin embargo, este tipo de análisis podría
realizarse, y de hecho, a menudo se realiza por parte de los analistas del discurso
lingüísticamente orientados y que han sido influidos por las ideas de Foucault. Muchos
exponentes del análisis crítico del discurso, por ejemplo, se interesan en explorar cómo
ciertos patrones de elecciones lingüísticas pueden contribuir a la construcción de
discursos en competencia como más o menos importantes, razonables, autorizados o
persuasivos. Aunque no haremos una discusión detallada de este enfoque, vale la pena
ofrecer una breve indicación del tipo de elecciones que podrían examinarse en un análisis
crítico del discurso de los informes periodísticos sobre la obesidad que se han citado
anteriormente.
Este tipo de análisis podría considerar, por ejemplo, la manera en que las cifras se
usan para proporcionarle un aire de autoridad y certeza a afirmaciones como las hechas
en (1), aunque debe recordarse que hay cifras en competencia, y que todas las cifras se
basan en supuestos que pueden ponerse en cuestión, así como en proyecciones que los
expertos no necesariamente perciben como 100% válidas. Otro punto de interés está en
el uso recurrente de metáforas particulares en relación con la obesidad. Un ejemplo de
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nuestro conjunto de textos es “epidemia de obesidad” (5). Esta expresión, que ahora es
de sentido común, compara a la obesidad con una enfermedad infecciosa y, de este modo,
tiende a implicar que ella requiere el mismo tipo de medidas drásticas que un brote de
cólera o una plaga. También se podrían hacer algunas observaciones sobre las formas no
equitativas en que se tratan las fuentes que representan los diferentes enfoques. En los
extractos reproducidos anteriormente, las personas citadas con más frecuencia y, muy
probablemente, las personas a las que se les atribuye mayor credibilidad son aquellas que
dan voz a los discursos que culpabilizan a las personas obesas. Los expertos que asumen
esta visión son descritos de formas que tienden a resaltar su credibilidad percibida (por
ejemplo, “la ministra de salud”, “un prominente especialista en bioética”). En contraste,
las voces “opositoras” de la muestra se describen de formas que sugieren carencia de
experticia (como en (4), que identifica a los hablantes solo como vecinos), o bien que su
visión está sesgada y no es objetiva. El extracto (5) explícitamente vincula a la psicóloga
Deb Burgard a un grupo de presión que hace campaña para la “aceptación de la gordura”,
por ejemplo, al mismo tiempo que describe al otro experto citado, el especialista en
bioética Daniel Callahan, como “un investigador senior”.
Hemos explicado el sentido de la noción de discurso proveniente del trabajo de
Foucault con algún detalle porque actualmente es muy influyente en todo el rango de
disciplinas en juego en el análisis del discurso. Sin embargo, no todos los investigadores
sociales que adoptan el análisis del discurso como un método están comprometidos con
las ideas de Foucault o con las de algún otro teórico. También existen visiones distintas
frente a la cuestión más general sobre si la realidad “se construye discursivamente” y en
qué medida. Sea cual sea la posición que se adopte sobre este punto, sin embargo, sigue
siendo cierto que un investigador interesado en abordar algún aspecto de la realidad
elicitando discursos de un grupo de sujetos de investigación u obteniendo una muestra de
un subconjunto de discursos que circulan socialmente, terminará obteniendo datos bajo
la forma de lenguaje. Y si reconocemos que el lenguaje no solo es un medio transparente,
una ventana a través de la cual podemos mirar dentro de la mente de los usuarios—una
ventana producida en un contexto específico y formada mediante el trabajo de la
comunicación verbal—, podremos concluir que prestar atención a la forma tanto como al
contenido no solo es importante para los analistas que son lingüistas, sino para cualquier
investigador que trabaje con datos discursivos.

Discurso, enunciado, texto


El tema de este libro es, específicamente, el discurso escrito y, en este contexto, la
referencia hecha anteriormente a la manera en que funciona la comunicación debe
plantearse la pregunta sobre las diferencias que supone el hecho de que la comunicación
verbal tome la forma de habla o de escritura. Las definiciones de discurso discutidas en
este capítulo son, en principio, aplicables a ambas, pero algunos esfuerzos para definir el
término parecen inclinarse hacia alguna de ellas de manera prototípica. Por ejemplo, la
entrada del Diccionario Conciso de Oxford citada anteriormente sitúa el habla y la
conversación en primer lugar en su lista de acepciones, y cuando ofrece una definición
lingüística más técnica, también empieza con una acepción que parece relacionarse con
el mundo de lo hablado (“un conjunto conectado de enunciados”). No es enteramente
claro si lo que sigue (“un texto”) se orienta a marcar una distinción (los enunciados son
hablados, los textos son escritos) o simplemente a proporcionar más información sobre
lo que significa discurso como un término general (“un texto es un ejemplo concreto de
discurso”).

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Texto es otro término cuyo significado puede variar de acuerdo con los
compromisos disciplinarios y teóricos del usuario. Fuera de la lingüística, se usa con
mayor frecuencia para referirse al discurso escrito (por ejemplo, un trabajo de literatura
es “un texto”); dentro de la lingüística, se emplea comúnmente para hacer referencia a
cualquier pieza específica de discurso, ya sea hablado, escrito o multimodal (nosotros
usaremos el término en este sentido, aunque ello puede no ser obvio, ya que muchos de
los ejemplos que describiremos como textos de hecho serán escritos). Sin embargo,
algunos lingüistas hacen una distinción teórica más fina entre discurso y texto. Para Henry
Widdowson (1995), por ejemplo, el término texto denota un objeto lingüístico (por
ejemplo, las palabras en la página de un libro o la transcripción de una conversación),
mientras que discurso es el proceso de interacción con (o el proceso de interpretación de)
el objeto, proceso que produce el significado de este en un contexto determinado. Se sigue
que Widdowson hace una distinción entre el habla y la escritura. En el habla, el discurso
precede al texto —no existe representación textual del habla que surja antes de la
negociación del significado en la interacción—, mientras que en la escritura es el texto lo
que surge primero y el discurso es producido por el lector en el proceso de interpretación
de su significado.
En este libro nos enfocamos más en la práctica del análisis del discurso —la parte
“trabajando con” de nuestro título, Trabajando con el discurso escrito— antes que en
debates teóricos sobre términos y definiciones. Sin embargo, nuestro tema, el discurso
escrito, implica considerar la tan debatida cuestión de las diferencias entre la escritura y
el habla. Ya hemos anunciado en la introducción nuestra postura general: no es
analíticamente útil abordar el habla o la escritura en términos globales y
homogeneizadores, debido a la diversidad de formas que cada una de ellas puede adoptar.
No pensamos que exista una línea divisoria absoluta entre todas las formas de discurso
escrito y hablado, pero, al mismo tiempo, no queremos presentar el habla y la escritura
como modos de comunicación intercambiables, totalmente carentes de rasgos distintivos.
Entonces, ¿cómo debemos entender la relación entre estos modos de comunicación y
cuáles son las implicancias de ello para el análisis del discurso? Abordaremos estas
cuestiones en el capítulo 2.

Resumen
Este capítulo ha tratado sobre el significado del término discurso y los objetivos y
propósitos de analizarlo. La visión del análisis del discurso adoptada aquí es “holística”,
una visión que reconoce que el análisis del discurso es varias cosas a la vez: es un método
para hacer investigación social; es un cuerpo de conocimiento empírico sobre cómo se
organizan el habla y el texto; es un espacio que da lugar a diversas teorías sobre la
naturaleza y el trabajo de la comunicación humana, así como a distintas teorías sobre la
construcción y la reproducción de la realidad social. Y tiene que ver tanto con el lenguaje
como con la vida.

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