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El grupo de personas vestidas de negro anda compungida y aprisa por el camino al declinar
el sol. Falta poco para llegar al cementerio. Llevan en ataúd al difunto, rememorando sus
bondades, los buenos ejemplos que dio y las múltiples anécdotas de su cotidiana vida, su
esposa y sus pequeños hijos están confundidos por el dolor y la impotencia de los últimos
momentos de no poder asistirlo adecuadamente.
Una vieja cuarentona, que acompaña la comitiva mirando de reojo a los dolientes, comenta:
"Era un hombre robusto y fuerte y nadie pensó que estuviese mal del corazón, y ahora qué
será de su pobre esposa y de sus hijos?
En eso la comitiva llega al sitio denominado "La Capilla", casi a la entrada de Aiquile, a
modo de descanso dejan el cajón a la sombra de un árbol corpulento y de enormes ramas
con gran follaje, crecido a la vera del camino. Su enorme tronco oscuro elevándose por los
aires abre sus brazos acogedores para dar la bienvenida a los forasteros, mientras una gran
parte de sus raíces parece acoger solícito al cansado peregrino, pues el agua que se desliza
por la acequia ha carcomido sus bordes dejando al aire como unas rodillas, que a modo de
taburete ofrecen buen sitio de descanso.
En tanto el viejo y frondoso árbol de tipa de ramas extensas y raíces salientes está ahí y
parece aguardar a los difuntos con sus ramas en alto, a fin de darles el postrer adiós o para
despertarlos de un posible letargo.
Aiquilemanta No. 1