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JOSE MARIA ARGUEOAS

E1NOU::X::IA Y ANTROPOU::X::IA/2

indios,
mestizos
y5cñorcs

ANTROPOLOGÍA - UNFV

O Sybila AtTedondo de Arguedas

O EDITORIAL HORIZONTE, Ja. edición, octubre 1989

Nicolás de Piérola 995, casilla 2118, Lima l, Perú


EDITORIAL HORIZONTE-�

Di5el!o de carátula: Wilfrodo Navarrete

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LA MUERTE Y LOS FUNERALES"'

El indio está seguro de que la muerte es sólo el tránsito a otm vida; el catolicismo

vioo a confirmar esa antigua convicción; )' ahora cree mucho más en !a superviven­

cia del alma. Pero no tcme menos a la muerte por eso. Además, hoce varios siglos

que ve cómo el indio mucre más fácilmeme que las otras gentes.

Pero, por frecuente y fácil, !a muen.e es algo realmente familiar en la vida de los

pueblos de indios. Se la presiente en todas partes; quizá está en la sombra de un árbol

más frondoso que los otros. en la cima de las altas piedras, en el fondo oscuro de los

barrancoso de los arroyos que corren dentro de losabismos,oen e! techo de las casas,

prendida en el pequeño sudario de las cruces de acero que clavan en el tejado; casi

se le siente en la lobreguez de los coros )' de las sacristías, y en roda la tierra de los

panteones y de los campos ql!C los circundan. El indio camma en la noche, de tal
maneca que da la evidencia de que está listo para encontrarse con la muerte inme­

diatamente; quizá ha de aparecer por encima de los cercos de piedra que orillan el

jar por-fa falda de is numt:lila. Pero es posiblc q11e


camino, o ha de ba .
W !o pase, que
cruce el camino y se pierda traS los arbustos que crecen en los cerros o en alguna

hondonada.
Y eJ encuernro ron los muertas es uu, fácil como ver a los vecinos. Cada mdio

ha vuelto a ver a casi tocias las personas que vio morir; algunos han conversado con

ellos. y cuentan con muchos dclalles la historia de estas entrevistas: "su cara estaba

cubierta de alg<Xlón -diccn-, su voz era gangosa, y cuando al despc:dirse me dio la

mano, sus dedos eran unos huesos helados ... ". Tal parece que relataran hechos

comunes, pero quien ha oído estas historias y ya no pertenece a la comunidad india,

lleva la vivencia de estos rela10scomosi algo de la propia muerte se hubiera hundido

en laconciencia. Es que el quechua tiene un hondo poder para transmitir la imagen

de estas visiones, las lleva hasta la corriente más interior del ser, y desde allf actúan

siempre, porque es también que algo de la propia esencia de la tierra se ha recibido

con ellas.
L:i muertty los junt:Mles 143
142 fosl Marúl Arguedas
Una de ellas, alguna
responso, las mujeres empiezan.ª cantar la ��espcdida".
Cuando construían la carretera de Nazca a Puquio, encontramos a cinco indios
comadre o parienta, canta cl elogio del muerto.
bajo un pcqucflo toldo de bayeta. Era en la región próxima al valle, en la cuesta. Los

indios tenían un paludismo maligno, a vanos se les había hinchado el vientre; yo

conocía a uno de ellos, y me dlJO tranqmlamcnte: "Scflorcito, sólo estamos ¡Ay! ern bueno, .

ay! DWs podre, mira a 1u criatura:


espcrando a la muerte". Por el pueblo de San Juan pasó una peque/la comitiva; 1

en /afaerw. iambitn era el primero,


llevaban en una camina a un indio moribundo; en la plaza, frente a la igrcsta, le

pregunté una de las mujeres: "Señor don Juan, ¿no quieres monne aqu! no más?"; en arreglar 1u iglesia,

pero el mdio coracsré, con una voz inolvidable: "En m1 pueblo". Entonces las tres
en cargar /u trono.

mujeres de la comitiva empczaron a dar de alaridos: y los camilleros continuaron el ¡Ayt Virgen, Virgen,

viaje; las mujeres siguieron gritando mientras subían la cocsa. por el camino a él. 111. mayordomo,

Lucanas; junto a una piedra grande se detuvo lacomniva, y las tres mujcreselevaron hizo 1u 1rono lindo.

la voz, con !as manos en bocma, lloraron, tenzeron alaridos en ratscte; estaban a con ceras y cenefas,
con susfomilias r
e cargamos flores
media legua del pueblo, pero en !a montana, y el grito agudo de las mujerescaíasobre

el pueblo como si la propia mueneestuv,era lloviendo desde la altura. Era que las yahistá. pues. ahora.

mujeres hacían la despedida del alma del moribundo para el pueblo que acababan Llévalo mamocita ...

de cruzar.
y terminando la escora lanza un alarido en raisce: entonces las o� mujeres se
El indio es resignado y humilde ante lamuene, pcrocsa humildad,casi fraternal
acercan aella y gntan, con igual voz. Bajan el cadáver a la scputuna haciendo mucho
y dulce, est.11 cargada de espanto. Los funerales son la expresión de este complejo
alarde; en seguida, los deudos más ínumos echan 1
� primeras palad�s de ucrra,
sentimiento. Si los deudos son muy pobres y no pueden comprar una mortaja para
Juego lOdoscmpujan tierra ala sepultura y!� llenan ráp.idamente. Las mujeres siguen
vesur al mueno, loenvuclven con alguna tela blanca: luego tienden el cadáver sobre
gntando. La voz decoro eruta el cielo, vnee en 1:1 tierra, como el esfuerro �ia�or
una mesa, y en candelabros o sobre pilas de ladrillos o adobes encienden muchas
hecho por la vw, humana para alcanzar los lím1teS del mundo desconocido, _la
velas. En algunos pueblos cubren la habitación con ponchos negros, y sobre los
intención del canto se siente en lOdo su poder. El coro crea en el ccmcnteno:
ponchos hacen grandes cruces con íloresde retama; a los pies del muerto prenden,
sembrado de hoosos y de calaveras, un háhto de tcll'Of y de recogimiento; Y de alh
sobre la tela, un ramo de ílorcs amarillas llamadas "ayace zapaullan". Estas llores
sale la vo,, aguda de las muj,cres, como una llamarada que alcanza la cu_mbre helada
crecen en los muros húmedos, entre las rendijas de tas piedras, o en las faldas
de las montanas y envuelve el ccto. las llanuras y los nos. Nada del honzontcqucda
escarpadas de los cerros. Y como no se les recoge sino para los muertos, son su
sin que le haya tocado la esencia mortal de este coro.
recuerdo más tangible, casi su figura. Cuando los deudos son indios sin bienes, sin

recurso alguno, de las comunidades que aun pencnccen a las haciendas, emonccs el
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cadáver se estira en el sucio, y alumbran !a choza con mecheros de cebo común.

La víspera del entierro, los compadres y amigos del difunto van a abrir la
El "pichccay" esel último rito del funeral. Pichccay, literalmente, qu(� decir
sepultura. Salen de la casa con barretas y palas al hombro, alumbrándose con faroles;
"cinqucar". A los cmco días del entierro los deudos van a �vara algún no la ropa
llevan siempre muchas botellas de aguardiente. Tardan toda la noche, y esperan el
del muerto. Los ríos o arroyos donde la gente lava la ropa ucnen sic�prc un lugar
entierro junto a la sepultura que hicieron. Amanecen borrachos y llonqucando.
destinado para el "pichccay". Este sitio, una roca o un trowde la orilla, es mrrado
Pero es la tarea más temida. Los niflos los miran como si toda la noche esas gentes
con temor. El ''pichccay", según los indlOS, purifica y lava las culpas.
hubieran estado charlando con la muene, y como tienen el rostro turbio y fatigado,
Como lOdos los ritos y costumbres indígenas, el de los funerales varia de una
cruzado pcr los rastros del sudor, y gimen como si estuvieran desconectados del
región a otra. Yo he descripto los del departamento peruano de Ayacucho.
mundo, se cree que algo de la muerte los ha "tocado".

El cadáver es llevado al cemcmcrioen un féretro. El cementerio de los pueblos


indios eslá en el campo, y hay una senal en cada sitio del cammo donde se debe

descansar, el "ayacc samachina" (descanso del cadáver). En algunos pueblos el

"ayacc samachina" es un poyo ancho de barro coo techo de paja, o un simple muro • 28 do cno
ro do 1'145.

de piedras. En cada descanso reza el cura. Desde los cerros y de las chacras vecinas

los indios miran quietos el entierro. Guiados por el cura.que lleva una gran vestidura

negra, la comitiva llega a la puena del cementerio. Y mientras el cura reza el último

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