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de la
adolescencia
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PROMUEVA LA CREATIVIDAD
RESPETE EL DERECHO DE AUTOR
Ángel Aguirre
Baztán(Ed.)
Psicología
de la
adolescencia
SERIE DE PSICOLOGÍA
Coordinador: Ángel Aguirre Baztán
Universidad de Barcelona
MONOGRAFÍAS
X. Altarriba Gerontología
A. Rodríguez Carballeira El lavado de cerebro
A. Aguirre Estudios de Etnopsicología y Etnopsiquiatría
M.A. Soria/J.A. Hernández El agresor sexual y la víctima
A. Aguirre/A. Rodríguez Patios abiertos y patios cerrados. Psicología cultural de las instituciones (en preparación)
MANUALES
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ISBN: 978-84-267-0971-4
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Impreso en España
Printed in Spain
Impresión: Vanguard Gràfic, S.A. Joan Miró, 17 - 08930 Sant Adrià de Besós
Para Silvia Aguirre
al final de su adolescencia
Índice general
PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
VII
4.1.2. Experiencia del cuerpo vs. conciencia del Yo ............. 67
4.2. El lugar del cuerpo en el desarrollo psicosexual adolescente .... 68
4.2.1. Cuerpo como organizador del Yo ................................ 68
4.2.2. Elección del cuerpo como objeto.................................. 69
4.3. El culto al cuerpo: la estética occidental ..................................... 71
4.4. La vivencia negativa de la genitalidad en la adolescencia ........ 72
4.5. Bibliografía .................................................................................. 75
TERCERA PARTE
Capítulo 7. LOS RITOS INICIÁTICOS EN LA ADOLESCENCIA
(I. Badillo León) ................................................................. 115
7.1. La iniciación adolescente ............................................................. 116
7.2. Los ritos de iniciación masculina ................................................ 118
VIII
7.3. La iniciación femenina ............................................................... 121
7.4. Los ritos actuales de la adolescencia .......................................... 125
7.5. Bibliografía ................................................................................. 127
IX
11.2. Del grupo familiar al grupo de pares .......................................... 195
11.2.1. La familia: grupo social originario .............................. 195
11.2.2. El proceso de individuación adolescente: la ruptura
de la identidad familiar............................................. 197
11.3. El grupo: espacio de ritualización del tránsito adolescente........ 198
11.3.1. La vivencia del tránsito: el rito iniciático ..................... 198
11.3.2. La vivencia cultural: la territorialidad y la mezcla de
estilos ......................................................................... 202
11.3.3. El héroe inidividual frente al grupo heroico ............... 207
11.4. Los grupos de ataque: vandalismo y delincuencia...................... 209
11.4.1. El vandalismo .............................................................. 210
11.4.2. La banda delincuente .................................................... 211
11.5. Bibliografía .................................................................................. 213
CUARTA PARTE
Capítulo 12. SOCIALIZACIÓN DEL ADOLESCENTE (I. González
Almagro) .......................................................................... 215
12.1. Introducción ................................................................................. 215
12.2. Evolución teórica del proceso de socialización .......................... 216
12.2.1. Antecedentes históricos .............................................. 216
12.2.2. El psicoanálisis............................................................... 217
12.2.3. Las teorías del aprendizaje............................................ 218
12.2.4. El funcionalismo ............................................................ 219
12.2.5. El interaccionismo simbólico ........................................ 219
12.2.6. Modelos o enfoques actuales ........................................ 220
12.3. Principales agentes socializadores .............................................. 222
12.3.1. La familia como contexto socializador primario ........ 222
12.3.2. El grupo de iguales ........................................................ 225
12.3.3. El centro educativo ...................................................... 227
12.3.4. Los medios de comunicación social ............................. 229
12.4. La socialización en la adolescencia.............................................. 230
12.4.1. Pubertad y adolescencia ............................................... 230
12.4.2. Aproximación evolucionista a la socialización adoles-
cente .......................................................................... 231
12.4.3. Prácticas socializadoras familiares ............................... 233
12.4.4. Contexto socializador del grupo ................................... 235
12.4.5. Socialización y adquisición del rol sexual..................... 237
12.5. Bibliografía .................................................................................. 239
X
13.1.1. Desarrollo de la independencia y autonomía emocio-
nal y de conducta ...................................................... 244
13.1.2. Desarrollo de la independencia y autonomía de los
valores morales......................................................... 255
13.2. Pautas diferenciales de desarrollo en la emancipación de los
adolescentes............................................................................. 259
13.3. Conflictos en la adquisición de la autonomía e independencia
en la adolescencia.................................................................... 264
13.4. Demoras en la adquisición de la independencia........................ 267
13.5. Estabilidad de la conducta dependiente-independiente ........... 268
13.6. Bibliografía ................................................................................. 268
XI
14.9. Desarrollo moral, valores y patologías de los adolescentes
actuales ..................................................................................... 301
14.9.1. Adolescencia y principios morales............................... 301
14.9.2. Conducta moral y reacciones a la transgresión ........... 302
14.10. Bibliografía ................................................................................... 303
XII
1. Introducción
1
tacto con alumnos adolescentes y postadolescentes, contribuyó a motivar
nuestra tarea.
Hemos, pues, realizado un trabajo conjunto de investigación, en el que he-
mos invertido más de dos años, cada uno desde la vertiente de especializa-
ción. La tarea ha sido colmada y hoy podemos ofrecer un conjunto de refle-
xiones sobre la adolescencia que conforman el presente volumen.
2
nitivo en la adolescencia, un tema que evalúa con competencia y sentido crí-
tico. Pocos temas tan cardinales en la adolescencia como el de la identidad,
que desarrolla el Prof. J. Labajos Alonso con evidente acierto, analizando las
principales doctrinas acerca del tema. Finalmente, M. Rodríguez revisa la vi-
vencia grupal de los adolescentes, sobre todo en la protoadolescencia, con el
«grupo de pares» y la pareja, así como las nuevas tribus y bandas modernas.
La cuarta parte del libro está dedicada al enfoque psicosocial de la adoles-
cencia. Un trabajo del Prof. I. González Almagro sobre la socialización del
adolescente, nos abre a otras formas de interrelación psicosocial más específi-
cas, como las relaciones parentales del adolescente, que estudia el Prof. M.
Moraleda, a los valores del adolescente, estudiados por el Prof. F. Vicente
Castro y, finalmente, R. Marín y M. C. Gálvez nos introducen en el palpitante
tema adolescente del acceso al trabajo.
3
2. Psicología de la adolescencia
Ángel Aguirre Baztán
1. «Ella tenía esta gracia fugitiva que marca la más deliciosa de las transiciones, la adolescencia,
los dos crepúsculos mezclados, el comienzo de una mujer en el final de una niña» (V. Hugo «Los tra-
bajadores del mar»). Para una historia de la adolescencia, desde el enfoque psicológico, pueden con-
sultarse: P. Aries L'enfant et la vie familiale sous l'ancient régime (1972), ed. esp. Taurus, Madrid,
(1987). B. Bellerate L'adolescenza nella historia en Lutte et al. La condizione giovanile, (1979) 125-
141. J. R. Gillis Youth and history: tradition and change in european age relations 1770-present Acad.
Press, N. York, (1974). L. Giuliano Giuventú e instituzioni nella Roma Antica: condizione giovanile e
processi di socializzazione Tip. Artística, Roma, (1979). R. E. Muus Teorías de la adolescencia Paidós,
México, (1986). G. Lutte Liberarla adolescencia Herder, Barcelona, (1991).
6
losophes» (Montesquieu, Diderot y Voltaire), hombres que representan el
racionalismo de la Ilustración, mientras que Rousseau se abría al Romanti-
cismo.
J. J. Rousseau, perseguido por la inteligencia ilustrada, publicó sus obras
«El Contrato Social» y «El Emilio» en Amsterdam, llegando en 1762 clandes-
tinamente a París los primeros ejemplares, acogidos con un rotundo éxito, lo
que provocó su condena el 8 de mayo de 1762 por heterodoxia religiosa.2
«El Emilio», escrito en forma de novela biográfica, ha llegado a ser el libro
de pedagogía más leído del mundo. Siguiendo el esquema de la República de
Platón, se estructura en cinco libros:
I (0-2 años). Dirigido a las madres, que deben amamantar a sus hijos. El
padre debe actuar como tutor, la madre como nodriza.
II (2-12 años). El niño aprende lo que está al alcance de los cinco senti-
dos, en un aprendizaje más sensorial que intelectual.
III (12-14 años). Se enseña al niño cómo aprender, pero el único libro que
se salva para esta edad de la «pubertad» es el «Robinson Crusoe» de
D. Defoe.
IV (15-20 años). Dedicado a la adolescencia, la cual constituye la etapa de-
cisiva. El libro tiene tres partes:
«Nacemos, por decirlo así, en dos veces: una para existir y la otra para vi-
vir. Una para la especie y la otra para el sexo. Aquellos que consideran a la
2. «Rousseau no podía comprender que era precisamente el amplio interés suscitado por "El
Emilio" lo que lo tornaba peligroso. La simplicidad y el sentimentalismo, la visión bucólica de la natu-
raleza humana, el estilo alegórico, los inquietantes epigramas y paradojas, eran particularmente aptos
para cautivar la imaginación de las clases dirigentes y la próspera burguesía europeas» (L. Kaplan,
1986,53).
7
mujer como un hombre imperfecto sin duda se equivocan; aunque la analogía
exterior les dé la razón. Hasta la edad nubil, los niños de ambos sexos no tie-
nen nada aparentemente que los distinga: mismo rostro, misma figura, mismo
color, misma voz, todo es igual; las muchachas son niños; los muchachos tam-
bién son niños. El mismo nombre basta para unos seres tan parecidos. Los
machos, en quienes se impide el desarrollo posterior del sexo, conservan esta
conformidad toda su vida; son siempre niños grandes. Y las mujeres, que no
pierden esa misma conformidad, parecen, a los ojos de muchos, no ser jamás
otra cosa.
Pero el hombre, en general, no está hecho para quedarse siempre en la in-
fancia. Sale de ella en la época prescrita por la naturaleza; y este momento de
la crisis, aunque bastante corto, tiene largas influencias.
Así como el bramido del mar precede con mucha anterioridad a la tempes-
tad, esta tormentosa revolución se anuncia por medio de las pasiones nacien-
tes. Una sorda fermentación advierte de la proximidad del peligro. Un cam-
bio en el humor, arrebatos frecuentes, una continua agitación del ánimo,
hacen al niño casi indisciplinable. Se vuelve sordo a la voz que le mantenía
dócil; es un león enfebrecido. No conoce a su guía y no quiere seguir siendo
gobernado.
A los signos morales de un humor que se altera, se suman cambios percep-
tibles en el rostro. Su fisonomía se desarrolla y se impregna de un especial ca-
rácter; el escaso y suave vello que crecía en la parte baja de sus mejillas se os-
curece y adquiere consistencia. Su voz enmudece, o más bien la pierde: ya no
es niño, pero tampoco hombre, y no es capaz de adoptar el tono de ninguno
de los dos. Sus ojos, esos órganos del alma, que nada han dicho hasta el mo-
mento, encuentran un lenguaje y una expresión. Un fuego naciente los anima,
sus miradas más vivas, tienen aún una santa inocencia, pero ya no su primera
imbecilidad: se da cuenta ya de que pueden decir demasiado. Comienza a sa-
ber bajar los ojos y a enrojecer; se vuelve sensible antes de saber lo que
siente. Está inquieto sin motivo. Todo ello puede venir lentamente y dar un
poco de tiempo. Pero si su vivacidad se torna demasiado impaciente, si su
arrebato se convierte en furor, si se irrita y se enternece a cada momento, si
vierte lágrimas sin causa, si cerca de los objetos que comienzan a tornarse pe-
ligrosos para él, su pulso se acelera y su mirada se inflama, si la mano de una
mujer posándose sobre la suya le hace temblar, si se turba o intimida al lado
de ella, Ulises, ¡oh sabio Ulises!, ten cuidado. Los odres que cerrabas con
tanta precaución, se han abierto; los vientos se han desencadenado. No aban-
dones ni un instante el timón, o todo está perdido.
Este es el segundo nacimiento del que hablaba, aquí es donde el hombre
nace verdaderamente a la vida y nada humano le es extraño. Hasta aquí nues-
tros cuidados no han sido más que juegos infantiles. Es ahora cuando adquie-
ren su verdadera importancia. Esta época en que termina habitualmente la
educación, es propiamente aquella en la que la nuestra debe comenzar. Pero,
para exponer con claridad este nuevo plan, contemplemos nuevamente desde
arriba el estado de las cosas que guardan relación con ella» (J. J. Rousseau
«El Emilio» t. V).
8
Rousseau es una lectura-prólogo obligada para entender a los grandes clá-
sicos posteriores.
3. «No existe en la vida del hombre otro periodo de tan óptimas posibilidades para el adiestra-
miento y la disciplina, ni de parecida maleabilidad, tanto para adquirir costumbres como para adap-
tarse fácilmente a nuevas condiciones. Es la edad del entrenamiento exterior y mecánico. La lectura, la
escritura, el dibujo, el adiestramiento manual, la técnica musical, los idiomas extranjeros y su pronun-
ciación, el empleo de números y elementos geométricos y muchas otras aptitudes, tienen en ésta su
edad de oro, y si no se la aprovecha a tiempo, ninguna de estas habilidades podrá ser adquirida más
tarde sin graves impedimentos, desventajas y pérdidas», (Hall 1904,41, p. XII).
9
Adolescencia (12-22/25 años). Etapa tormentosa (Sturm und Drang) ex-
puesta en el capítulo «Sentimientos y evolución psíquica», en la que describe
las turbulencias de la vida adolescente y sus contradicciones, a través del mo-
vimiento literario alemán citado. La sexualidad será el gran motor adoles-
cente que permitirá pasar del amor a sí al amor a la Humanidad y hasta al
amor a Dios (sic).
4. Al final de sus días escribió su autobiografía «The Life and Confessions of a Psychologist», que
publicó en 1923, un año antes de su muerte.
5. Cfr. Kaplan (1986, 62). Estas poses de converso son muy típicas de la época. Basta recordar la
proclama de F. Nietzsche en María Sils, o la de Herder ante el paisaje alemán.
6. «Pese a que era un hombre austero, que se mantenía frío y reservado en sus relaciones perso-
nales, a Hall se le reprochó todo tipo de hazañas sexuales imaginarias» (Kaplan, 1986, 66).
10
tes en el desarrollo de la personalidad, constituyéndose el complejo de Edipo,
hacia los cinco años, en la piedra angular del comportamiento humano.7
Apuntemos brevemente las etapas del desarrollo de la personalidad infantil:8
— Fase oral o canibalística (0-1 año) organizada en torno a la boca: «La
primera de estas organizaciones sexuales pregenitales es la oral o, si se quiere,
caníbal. En ella, la actividad sexual no está separada de la absorción de los
alimentos» (Freud 1905,1,801):
— con una oralidad pasiva (succión placentera preambivalente),
— con una oralidad sádica (morder: ambivalencia pulsional).
— Fase sádico-anal (1-3 años) organizada en torno a la retención/evacua-
ción anal: «Una segunda fase pregenital es la organización sádico-anal. En
ella, la antítesis que se extiende a través de toda vida sexual está ya desarro-
llada, pero no puede ser aún denominada masculina y femenina, sino simple-
mente activa y pasiva» (Freud, 1905,I, 801):
— pasiva erótica (placer de evacuación, regalos),
— activa sádica (control y destrucción).
— Fase fálica (4-5 años) organizada en torno a los órganos genitales: «La
tercera fase se conoce con el nombre de fálica y es la predecesora de la forma
final que adoptará la vida sexual y con la que ofrece muchas semejanzas»
(Feu, 1938, III, 1019):
— Manipulación de los genitales, descubrimiento de las diferencias
anatómicas sexuales.
— No hay distinción de lo masculino-femenino hasta después de la or-
ganización del Complejo de Edipo.
— El «Complejo de Edipo» es un conjunto organizado de deseos amo-
rosos y hostiles que experimenta el niño respecto a sus padres den-
tro de un esquema triangular y de forma aguda alrededor de los
cinco años.
«Comienza el niño a desear a la madre, en el nuevo sentido descu-
bierto, y a odiar de nuevo al padre, como a un rival que le estorba en
el cumplimiento de tal deseo» (Freud II, 1628).
Entre los 6-10 años discurre el periodo de latencia, que va desde la articu-
lación del Complejo de Edipo hasta la aparición de la pubertad, en el cual no
11
sucede reorganización específica de la personalidad, de ahí que reciba el nom-
bre de «periodo» y no de «fase».
La aparición de la adolescencia está marcada por el protagonismo de la se-
xualidad y Freud llegó a definirla como una segunda etapa edípica. No obs-
tante, el periodo de latencia ha constituido una «barrera contra el incesto»,
aunque el primer objeto amoroso heterosexual pueda ser, para el muchacho,
una mujer madura (desplazamiento materno) y un hombre maduro para la
niña (desplazamiento paterno).
No obstante, la superación de este segundo edipo puede verse ligada a una
cierta inversión del objeto sexual («homosexualidad individual y grupal», de
chicos con chicos y chicas con chicas, como veremos más adelante), que libe-
ran de la heterosexualidad parental.
La adolescencia supone para Freud el «logro de la primacía genital y la
consumación del proceso de búsqueda no incestuosa del objeto».
La originalidad del planteamiento freudiano reside en otorgar preponde-
rancia a la sexualidad como organizadora de la personalidad, tanto en la in-
fancia como en la adolescencia. La sexualidad infantil será autoerótica y no
genital, mientras que la adolescente será genital y objetal.
Para Freud, como buen biologista, los factores importantes del desarrollo
serán los biológico-pulsionales y no los socio-cultural-ambientales.
En la teoría freudiana de los Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905)
sólo la infancia adquiere primacía y omnipresencia, debiendo concluir que «es
innegable que la adolescencia se ha convertido en la hija indeseable del psico-
análisis».9 Esta perspectiva freudiana se hace patente no sólo en la posición del
biógrafo oficial de Freud, E. Jones, sino en la práctica psicoanalítica ortodoxa.
E. Jones, en su trabajo Some Problems of Adolescence (1922) llega a decir:
«La adolescencia recapitula a la infancia y la manera precisa en que una per-
sona dada habrá de atravesar las necesarias fases del desarrollo en la adolescen-
cia está determinada, en gran medida, por la forma de su desarrollo infantil».
Por otra parte, la práctica clínica de los psicoanalistas ortodoxos se con-
duce de manera que todo adulto vuelva, a través de la trasferencia con el ana-
lista (que reaviva la figura paterna) a reanudar los caminos de la infancia y
rara vez se plantean, sorprendentemente, reconstruir la adolescencia del pa-
ciente, e incluso, como anota Kaplan, algunos psicoanalistas afirman que,
aunque en la adolescencia «se produce un drama de gran intensidad, en reali-
dad no sucede nada nuevo».10
12
Son los estudios de A. Freud, los que permiten un mayor abordaje teórico
de la adolescencia, tanto en El yo y los mecanismos de defensa (1926) como
en escritos posteriores, postulando que el aumento de presión pulsional en la
adolescencia rompe el equilibrio de la latencia postedípica. Las transforma-
ciones pulsionales buscan nuevos lazos objétales más allá de los «objetos» in-
fantiles. Las identificaciones parentales se muestran insuficientes e insatisfac-
torias, con lo que se propicia una nueva articulación del yo y la articulación de
nuevos mecanismos de defensa.
El nuevo adolescente experimenta tres tipos de pérdidas11 que lo abocan a
un triple duelo: la pérdida del cuerpo infantil, de la identidad infantil y de los
padres de la infancia.
La pérdida del cuerpo infantil produce un cierto tipo de despersonaliza-
ción (Rosenthal y Knobel 1970), a la que sigue una segunda individuación
(Bloss 1967) y un desamparo parental (A. Freud 1926).
Diversos autores han puesto de manifiesto los nuevos mecanismos o rea-
firmados mecanismos de defensa de la nueva adolescencia: ascetismo e inte-
lectualismo. El ascetismo supone la negación o bloqueo de todo placer pulsio-
nal, por miedo al descontrol (negación de la sexualidad, de la estética
corporal, del alimento, etc.). El intelectualismo supone una sublimación de la
pulsión libidinal, negando o bloqueando la nueva realidad adolescente de la
que sólo aceptan los aspectos de rendimiento intelectual o laboral (adolescen-
tes estudiosos, «con buenas notas», que pasan del sexo y de «tonterías»).
Podríamos llegar a algunas conclusiones respecto al tratamiento que Freud
y sus más inmediatos discípulos hacen de la adolescencia:
— Mantenimiento del mito recapitulacionista que pone en paralelo el de-
sarrollo biológico y el de la personalidad. Si el desarrollo biológico es univer-
salmente homogéneo, las fases de la niñez, el Complejo de Edipo y la puber-
tad adolescente serán también universales e independientes del medio
ambiental o cultural.
— La adolescencia es una reactivación del conflicto edípico, así como la
fase fálica nos abre a una «pequeña adolescencia».
— La adolescencia, desde la transformación puberal, nos introduce en
la fase sexual objetal.
— Lo verdaderamente nuclear de la construcción de la personalidad se
realiza en la infancia y no en la adolescencia. La práctica clínica psicoanalítica
se orienta hacia la anamnesis de la infancia.
— No obstante, al plantearse nuevas relaciones (las objétales), aparece una
nueva reconstrucción del yo y el desarrollo de nuevos mecanismos de defensa.
Aunque Freud y sus seguidores hayan minimizado la etapa adolescente,
no obstante, el psicoanálisis freudiano permite fructíferos desarrollos teóricos
en la comprensión de la adolescencia.
13
2.1.3. Adolescencia y Cultura
«Entre los indios, el muchacho recibe arco y flecha al nacer. A medida que
crece, los arcos aumentan de tamaño. Cuando por primera vez contribuye con
un pinzón de las nieves a la alimentación de la familia, el acontecimiento se
celebra como una fiesta. La contribución del muchacho se valoriza y se cele-
bra aunque el padre haya cazado un búfalo. Tampoco se modifica el estatus
cuando, finalmente, él mismo caza un búfalo» (Muus 1986,83).
14
Los adolescentes samoanos vivencian esta continuidad15 cuidando de los
más pequeños, mientras que los mayores les cuidan a ellos. Todos tienen una
responsabilidad en la cadena familiar. Mientras que, entre nosotros, se pasa
bruscamente de la sumisión a la dominación, de la traumática sumisión al pa-
dre hasta la estresante responsabilidad de fundar una familia, la adolescencia
samoana no se configura como una «crisis», que conlleva un estrés emocional,
sino como una vivencia sexual tabú y culpabilizante. Después de describir M.
Mead el mundo idílico del adolescente samoano, ataca a la sociedad occiden-
tal y la hace culpable del fracaso adolescente, por lo que postula un cambio en
las reglas educacionales, una mayor permisividad y una mayor libertad. La
adolescencia, para Mead, no es un desarrollo biológico de carácter determi-
nista, sino una configuración cultural. Cada cultura tiene sus formas de cons-
truir la adolescencia y esto es patente en el análisis transcultural.
La posición de los antropólogos es opuesta al biologismo de Hall y Freud.
Una cardiopatía será descrita de la misma manera en Nueva Guinea que en
Madrid, puesto que las patologías orgánicas tienen formulaciones «universa-
les». Pero las psicopatologías comienzan por tener diversa manifestación sin-
tomática y en su etiología existen elementos culturales «particularistas». Así,
la depresión no tiene la misma manifestación sintomática en las culturas cen-
troafricanas que en las europeas y la anorexia mental, al mismo tiempo que
hace estragos en la población blanca norteamericana, tiene casi nula inciden-
cia entre las chicas negras de aquel país.
Frente al determinismo biológico de Hall y Freud, parece que Mead y
otros apuestan por una suerte de determinismo «cultural», del contexto nor-
mativo-social que nos envuelve, ya que hasta el fenómeno «biológico» de la
pubertad tiene una interpretación diferente en cada cultura y no es posible
conectar siempre la pubescencia con el inicio de la adolescencia, ya que esta
última se la considera, sobre todo, un fenómeno cultural.
Este planteamiento afecta de una manera sustancial a la formulación de
los estadios o fases adolescentes, ya que los cortes que los separan son cons-
tructos culturales o simplemente no existen:
15. Cfr. la importante obra de L. Hollingworth The Psychology of the Adolescent (1928) en la lí-
nea de los procesos continuos descritos por los antropólogos.
15
lectiva, por lo que la conducta de los adolescentes no es tan diferencial de la
de la infancia y la adultez, es el referente a un «continuum».
En la sociedad occidental, el aprendizaje individualizado produce unos ri-
tuales iniciáticos poco homogéneos (cada uno se inicia casi individualmente)
y con alto «gasto psíquico». Un ejemplo, que siempre pongo a mis alumnos de
psicología, puede aclarar esto: si 5 estudiantes viven en un piso, necesitan pa-
gar entre todos, un alquiler, tienen una cocina, etc. Si los 5 estudiantes se in-
dependizan, necesitarán cinco pisos, cinco cocinas, etc., con lo que se multipli-
cará por cinco el gasto monetario, pero también el gasto psíquico, pues cada
uno deberá afrontar el gasto psíquico individual de la responsabilidad. Mu-
chas depresiones aparecen porque no todo el mundo tiene «capital» psíquico
para afrontar individualmente (como lo demanda la democracia igualitaria
pero competitiva) su responsabilidad.
Una adolescencia excesivamente individualizada, expuesta constantemen-
te a la competitividad presente y futura, lleva a un estrés emocional que no
todos pueden soportar. Nuestra sociedad occidental, con un cambio acelerado
y en una cultura de competitividad e individualismo consumista, ha cons-
truido un modelo de adolescente de estrés y tensión (de «crisis»), creando en
el adolescente una constante interrogación sobre su identidad, a veces susti-
tuida por la «marca» singular que fabrica el consumo.
Todas las fases o etapas de la infancia y la adolescencia serían, para los an-
tropólogos particularistas, como una carrera de vallas institucionales inter-
puestas en el camino y las «crisis» de ruptura serían como los «saltos» de esas
vallas, con el estrés competitivo de pasarlas el primero, individualmente y an-
tes que los demás.
Todas estas cuestiones, aunque históricas, nos remiten a una temática, de
reminiscencias iniciáticas y de rituales de paso, que son las fases de la adoles-
cencia.
16. A. Van Gennep Los ritos de paso (1909), ed. esp. Taurus, Madrid, (1986). M. Elíade Inicia-
ciones místicas (1958) ed. esp. Taurus, Madrid, (1989). J. S. La Fontaine Iniciación Ed. Lerna, Barce-
lona, (1987). P. Centlivres/P. Hainard Les rites de passage aujourd'hui Lausanne, (1986). V. W. Turner
El proceso ritual (1969) ed. esp. Taurus, Madrid, (1988).
17. Tran-Thong Los estadios del niño en psicología evolutiva ed. Pablo del Río Madrid, (1981). H.
Wallon/J. Piaget y otros Los estadios en la psicología del niño Ed. Nueva Visión Buenos Aires (1976).
P. Fernández Villamarzo La realidad infantil Ed. Narcea, Madrid, (1982). I. Badillo Psicolo-
gía evolutiva y educación en A. Aguirre/J. M. Álvarez Psicología de la Educación Barcelona, (1987)
195-232.
16
biológico y cultural, para pasar después a analizar tanto la perspectiva psicoa-
nalítica como la cognitivo-moral. Finalmente, pasaremos a realizar una pro-
puesta de análisis desde la psicología social-cultural.
Para nosotros, la existencia de las «fases» es una realidad observable y que
nos permite la construcción de unos diseños o modelos epistemológicos capa-
ces de vertebrar el discurso del desarrollo adolescente.
Sobre todo, por motivos metodológicos y hasta didácticos, creemos, pues,
que el enunciado de las fases, si no se realiza de una manera cerrada y dogmá-
tica sino flexible, puede contribuir a comprender mejor el desarrollo de la
adolescencia.
17
al proceso ulterior a la maduración en el que los factores ambientales (fami-
lia, escuela, etc.) conforman la conducta individual o colectiva, aunque «la
aculturación nunca puede prevalecer sobre la maduración» (Gesell 1943, 41).
El desarrollo no es rectilíneo, sino que evoluciona en forma de espiral hacia la
madurez, lo que explicaría algunas aparentes regresiones. Esta espiral de gra-
dientes ascendentes y descendentes, conforma mecanismos de reafirmación y
adaptación, más perceptibles en la infancia que en la adolescencia.
Gesell publicó algunas conocidas obras sobre los periodos de la infancia y
la adolescencia: Infant and Child in the Culture of Today (1943) y Youth: The
Years from ten to sixteen (1956). Desde el análisis de la población escolar, Ge-
sell trabajó en la descripción de perfiles y rasgos propios de la maduración
adolescente. Rechazaba la descripción de la adolescencia como una etapa de
turbulencias (Sturm und Drang) que hizo Hall, para describirla como un pro-
ceso ordenado de maduración, con algunas irregularidades debidas a los fac-
tores ambientales.
Como hemos dicho, Gesell otorga una duración de trece años a la adoles-
cencia (de los 11 a los 24, aunque la reduce 2 años para las adolescentes a
causa de su maduración precoz), produciéndose durante los años de la pri-
mera adolescencia (juventud) los cambios más importantes, al estar ligados a
la edad pubescente.
No deja de ser curiosa la descripción que hace, en la obra Youth: The
Years from ten to sixteen de los años de la juventud adolescente, año por año,
y que aquí reproducimos en los detalles más significativos:
18
Identificación con hérores y líderes.
Alta autoestima.
19
Confianza de ser digno de la confianza de los demás.
Si sus necesidades son satisfechas, esto le genera confianza.
Si se frustra en la satisfacción de sus necesidades, tendrá desconfianza.
2. Autonomía contra vergüenza y duda (fase anal freudiana).
El control efectivo de esfínteres produce autonomía.
El descontrol interior produce inseguridad exterior.
La vergüenza (que aparece antes que la culpa) está producida por la
inseguridad de ser visto y no aceptado.
La duda se manifiesta a través de la incapacidad de salir de sus pro-
pios límites.
3. Iniciativa contra culpa (fase fálica freudiana).
Aparición del complejo de Edipo.
El deseo de autonomía lleva a la iniciativa.
La frustración de la iniciativa edípica produce culpa.
La intrusión fálica alcanza al derredor del niño.
4. Laboriosidad contra inferioridad (periodo de latencia freudiano).
Nuevas habilidades para lograr cosas.
La incapacidad de esta industriosidad genera inferioridad.
Creatividad para hacer «cosas».
La inferioridad puede significar un regreso a la protección materna.
5. Identidad contra difusión de la identidad (fase genital freudiana).
Nueva realidad corporal de la pubertad.
Búsqueda de nueva identidad.
Superación de la confusión de identidad.
Confrontación de identidad en las relaciones heterosexuales.
20
La teoría de las etapas de Erikson describe la vida del hombre en forma de
una permanente crisis, lo que representa una posición antagónica al suave
continuum biológico de Hall o Gesell. Esta interpretación de las etapas ado-
lescentes (etapas 5 y 6) presenta algunos importantes aciertos como el de cen-
trar la problemática adolescente en el tema de la identidad del yo (corporali-
dad, mismidad, intimidad, vocación, identificación, identidad grupal, marcas,
diferencialidad, consignas totalitarias, radicalismo, idealismo amoroso, etc.),
afirmando que la madurez empieza cuando la identidad ha sido ya, de algún
modo, consolidada (integridad). Por eso concluye:
«De todo ello se infiere, que sólo un sentido de identidad que crezca pau-
latinamente y tenga sus bases en la salud social y en la solidaridad cultural,
obtenidas de cada una de las crisis mayores de la niñez, permite esperar ese
periódico restablecimiento del equilibrio en la vida del hombre, que dé sen-
tido a la condición humana en la integración de las etapas evolutivas del yo.
Pero, cuando este sentido se pierde, cuando la integridad cede ante la deses-
peración y la adversidad, cuando la fecundidad cede ante el estancamiento,
la intimidad ante el aislamiento y la identidad ante la difusión, se movilizan
toda una serie de temores infantiles, porque el superyo es la internalización
de la desigualdad eterna entre el padre y el hijo, y sólo una identidad del yo
firmemente arraigada en el "patrimonio" de una identidad cultural puede
contrabalancear al superyo y producir un equilibrio elaborable» (Erikson
1950).
21
adolescencia un estatuto de reorganizador de la personalidad, papel que re-
servan para la infancia.
La obra de Peter Bloss resulta, en este sentido, doblemente excepcional,
ya que resume las aportaciones psicoanalíticas del presente siglo hasta 1961 y
plantea abiertamente el estudio global de la adolescencia y sus fases.
P. Bloss, en su obra On Adolescence. A Psychoanalytic Interpretation
(1962)18 distingue cinco estadios relativos a la adolescencia:
22
2.2.2.2. El enfoque psicosocial
23
2. Primeras interacciones entre camarillas unisexuales de grupos entre sí,
vg.: en una fiesta se encuentran grupos de chicos con grupos de chicas, a partir
de los 13-14 años.
3. Se inician las camarillas heterosexuales, donde sólo los más decididos
realizan encuentros individualizados heterosexuales. Es una fase de bandas
en estructuración.
4. Camarillas mixtas, asociadas en banda, formadas por camarillas de di-
verso sexo y que actúan como bandas heterosexuales consolidadas, de los
14-15 años en adelante.
5. Desgaste progresivo de la banda mixta por la formación en su seno de
parejas heterosexuales estables, a partir de los 16 años.
20. J. P. Almodovar Les expériences fraternelles dans le dévelopment de l'enfant en M. Soulé Frè-
res et soeurs E. S. F. París, (1981). T. J. Berndt The features and affects of Friendship in early adoles-
cence en Child Dévelopment 53 (1982) 1447-1460.
24
2.2.2.3. El enfoque cognitivo
25
La única etapa, la de las operaciones formales, asignada a la adolescencia,
queda en entredicho al no haberse podido probar su universalidad (análisis
transcultural) y ni siquiera su estandarización en la sociedad occidental a
causa de los diferentes resultados escolares.21 Las principales críticas aluden
a que el pensamiento formal no se presenta en todos los adolescentes, ni si-
quiera en todos los adultos, que no todas las tareas formales se adquieren a la
vez, que las variables sociales, pero sobre todo culturales, inciden de una ma-
nera sustancial en el problema.
Lo que está claro es que hay un cambio entre la estructura cognitiva infan-
til y la adolescente, pero los procesos cognitivos de la adolescencia están espe-
rando una teoría omnicomprensiva, más allá de los estrechos cauces del pen-
samiento formal.
Paralelamente a sus importantes investigaciones cognitivas, Piaget publicó
un trabajo, punto de partida para el estudio del desarrollo moral en el niño:
Le jugement moral chez l'enfant (1932). Para Piaget toda moral es un sistema
de reglas, estudiadas a través de cuatro estadios sucesivos: motor (0-2 años), a
base de reglas motrices individuales y ritualizadas; egocentrista (2-5 años), en
el que el niño utiliza las reglas del exterior para sus propios intereses; coope-
ración naciente (7-8 años), donde hay un acuerdo con los demás, experimen-
tando en ello un placer social; codificación de las reglas (11-12 años), las re-
glas tienen un estatuto social compartido.
Así mismo, de los 4-7 años, los niños consideran las reglas como interesan-
tes aunque no obligatorias, de los 7-10 años, las consideran como inamovibles;
y a partir de los 11 años el niño acepta o no las reglas, pues el niño siente la
regla como el resultado de una libre elección: juega o no juega con esas re-
glas.
Entre los 4-8 años se daría una moral heterónoma, basada en la autoridad
(y no en el autoritarismo que no lo acepta el niño) y que considera las reglas
como buenas en sí (realismo moral).
Entre los 8-11 años se construye una moral autónoma. El niño procede por
reglas propias inspiradas en la cooperación y en la interacción con los demás.
Como vemos, la obra de Piaget sobre el desarrollo de la conducta moral se
queda en el umbral de la adolescencia, pero fue completada por L. Kolhberg,
a partir de sus trabajos de 1958, sobre todo en su obra Moral development and
behavior (1982).
Kolhberg analiza el desarrollo moral a dos niveles, el de las categorías y
el de los estadios. Distingue (1969) 25 categorías que se pueden agrupar en 7
categorías generales. Constituyen los «objetos» susceptibles de evolución ge-
nética vg: «valor», «sanción», etc. Después, distingue seis estadios en el inte-
rior de cada una de las veinticinco categorías específicas. Los estadios están
categorizados en función de la edad y no de los sujetos. Así, los niños de 7
años se sitúan esencialmente en el estadio 1 (72 %), en el 2 (23 %) y en el 3
(5 % restante).
26
Analicemos los seis estadios:
Nivel I de la moral preconvencional (4-10 años).
El control de la conducta es exterior al sujeto.
Las acciones son buenas o malas de acuerdo con una ética práctica de si-
tuación y no en relación a los valores abstractos.
Estadio 1. La acción moral del sujeto se acomoda al juicio de personas
prestigiosas o poderosas, que imponen las normas y otorgan los pre-
mios y castigos.
Estadio 2. El niño acata las leyes en vistas a su propio interés y secun-
dariamente pensando en los demás.
Relativismo moral, hedonismo egoísta.
Nivel II de la moral convencional (10-13 años).
El control de la conducta pertenece al grupo social y el sujeto respeta el
orden convencional. Desean agradar y ser afirmados por los otros.
Estadio 3. La acción moral del sujeto busca que los demás estén de
acuerdo. Conformidad con los estereotipos sociales.
Estadio 4. Aceptación incondicional de las reglas sociales. Subordina-
ción de la moral del sujeto a la moral del grupo. Se mantiene el orden
social.
Nivel III de la moral de principios autoaceptados (desde 13 años).
Percepción del posible conflicto entre dos normas y tiene que decidirse
por una. El control de la moral es ya interno y responsable.
Estadio 5. La moralidad deriva del contrato social a partir de los dere-
chos individuales. Se tiene en cuenta lo que piensa la mayoría.
Estadio 6. La moralidad de los principios individuales de la conciencia.
Los sujetos actúan, no por normas exteriores, sino por normas inte-
riorizadas. Posibilidad de poder tomar posiciones minoritarias res-
pecto al grupo, apelando a una «moral natural» vg.: el caso de la pena
de muerte.
La organización de la moral individual es el fruto de un desarrollo largo y
complejo, que afecta a la infancia y la adolescencia y que es paralelo al pro-
ceso de desarrollo cognitivo (Piaget) y de búsqueda de la identidad (Freud y
Erikson).
Para Kolhberg, los componentes «legislativo» y «judicial» de la conciencia
moral son más interiores y, por tanto, más fáciles de alcanzar; mientras que el
componente «ejecutivo» de acción exterior, está sujeto al medio social.
Como hemos visto antes, no se alcanza un riguroso análisis transcultural,
como cuando en algunas culturas no se percibe la conciencia de «culpa» y, en
otras, esta conciencia es muy acusada, por poner un ejemplo. La categoriza-
ción universal de tales principios queda por probar a pesar de las «pruebas»
hechas en EE.UU., Taiwán, México o Turquía (Kolhberg 1969). Éstas son
comprobaciones locales que no permiten apoyarse en una teoría universal de
la cultura.
27
2.2.3. Propuesta de temporalización del proceso adolescente
2.2.3.1. Las etapas adolescentes
Estamos asistiendo, por un lado, a un cambio acelerado en la maduración
adolescente, pues desde 1850 (Tanner 1978) se viene produciendo una ten-
dencia hacia la precocidad de la menarquia, del orden de cuatro meses cada
diez años. Así, hemos pasado en Europa, de una menarquia que aparecía en-
tre los 16 y 17 años, a la media estadística actual de 12 años y 6 meses, pu-
diendo llegar, según algunos autores, hasta los 9 años; por otra parte, el creci-
miento en la esperanza de vida, superior en Occidente a los 80 años, hace que
el habitual tercio de vida dedicado a la educación y los aprendizajes nos pro-
longue la adolescencia hasta los 24 años, con un fluctuante añadido de pe-
riodo postadolescente.
Estas cuestiones nos plantean, en primer lugar, la duración actual del pe-
riodo adolescente y su comprobación. El punto de partida es hoy estudiado
desde diversas hipótesis antropo-biológicas: maduración ósea, peso corporal,
nivel de adiposidad, aparición de la menarquia, etc. (Tanner 1978, García-
Moro 1991, Prado 1986). El punto de cierre ha sido estudiado por algunos
autores desde la psicopatología adolescente, como la edad de riesgo de la
anorexia mental en las muchachas (entre 12 y 24 años), el límite de la edad
enurética «normal» (22 años), etc.; el límite de la mayoría legal de edad oscila
entre los 18 y 21 años; la terminación media de los estudios superiores, el ca-
samiento, etc. (entre los 22 y 25 años); etc.
Desde una dilatada experiencia docente y terapéutica de más de veinte
años, he construido un modelo de análisis de las diversas etapas de la adoles-
cencia, que he sometido durante los últimos cinco años a la consideración de
unos, aproximadamente, tres mil adolescentes, la mitad de ellos universitarios
de los primeros cursos (18-22 años) y la otra mitad, entre la segunda etapa de
Enseñanza G. Básica (11-14 años) y los estudios medios (15-18 años). La casi
totalidad de los encuestados y entrevistados la consideraron como aceptable
para entender las etapas de su vivencia adolescente, si bien con la precaución
de no presentar la periodificación y la sistematización como algo dogmático
que no permita matices y singularidades.
La periodificación que propongo, inspirada en un principio en Dunphy
(1963), pero que he elaborado y matizado ampliamente, tiene un alto valor
metodológico y hasta didáctico, tanto a nivel docente como terapéutico.
Mi propuesta es que la adolescencia podría dividirse en las siguientes sub-
fases:
a) Pubertad y Preadolescencia (11-12 años).
b) Protoadolescencia (12-15 años).
c) Mesoadolescencia (16-22 años).
d) Postadolescencia (23-29 años).
a) La Preadolescencia vendría vinculada: al desarrollo puberal, al des-
pertar pulsional, a la elaboración del duelo.
28
El desarrollo puberal está representado por las hondas transformaciones
que experimenta el cuerpo humano. En general, la pubertad es considerada,
por casi todos, como un factor etiológico de la adolescencia, por el ajuste psi-
cológico que representa, aunque no siempre el cambio físico-corporal con-
lleva el cambio psicológico. Los trabajos de Tanner (1978) pueden conside-
rarse modélicos para este apartado.
El despertar pulsional supone, para los psicoanalistas, la ruptura del pe-
riodo de latencia y la capacidad de investir un amor objetal. S. Freud (1905)
dedicó un célebre ensayo a describir estas hondas transformaciones que intro-
ducen al niño, a través de un proceso más o menos traumático, en la adultez.
De la consideración de la pubertad como fuerza físico-psíquica (pulsional), al-
gunos pocos psicoanalistas han avanzado hacia posiciones más psicológico-so-
ciales, un ejemplo de las cuales puede ser la excelente obra de Kaplan (1986).
La elaboración del duelo por la pérdida del cuerpo infantil, de la identidad
infantil y de la percepción infantil de los padres. Los procesos de duelo se en-
tienden como un conjunto de representaciones que acompañan a la pérdida
de algo o alguien, sentido como afectivamente propio. Se trata de una suerte
de «desgarro» doloroso pero necesario, que genera mecanismos de defensa
ante las ansiedades depresivas concomitantes. Al hablar posteriormente de
los duelos adolescentes, tendremos ocasión de explicar más ampliamente este
proceso.
La extrema variabilidad del proceso hace que las edades sean meramente
indicativas y que los periodos puedan yuxtaponerse y no sean excluyentes,
dato este que hay que tener en cuenta para una comprensión correcta de su
descripción.
He dudado mucho sobre el término «Homosexualidad», pues puede llevar
a equívocos, pero lo he preferido a otros como «homoafectividad» y similares.
29
es meramente afectiva y no tiene por qué representar homosexualidad geni-
tal. Supone, pues, la superación de los objetos incestuosos del complejo de
Edipo «positivo» y un cierto rechazo («no me comprenden») de las figuras
parentales.
— La «Homosexualidad colectiva» supone un desarrollo del subperiodo
anterior, dándole un matiz más acusadamente grupal, en términos de grupos
primarios o camarillas y de grupos secundarios o bandas. Siguen siendo
interacciones unisexuales («chicos con chicos, chicas con chicas»), como me-
dida psicológica de autoprotección. En los colegios, se reconocen porque los
chicos tratan a las chicas de «estúpidas» y las chicas a los chicos de «bestias».
Se trata de una primera, aunque hostil, aproximación.
— La «Heterosexualidad colectiva» supone la coronación de la protoado-
lescencia grupal, ya que, aunque de una manera colectiva, comienza a descu-
brirse el objeto heterosexual, propio de una primera maduración de la perso-
nalidad adolescente. Este «objeto heterosexual» está arropado por el grupo
(excursiones, fiestas, salidas, deportes, etc., «mixtas»), el cual proporciona el
«fijarse» en «una chica», o en «un chico», a veces sin atreverse a dirigirle la
palabra. El grupo heterosexual constituye la plataforma de la futura pareja.
El grupo es una realidad necesaria para el joven adolescente. Nuestra rea-
lidad primera es, desde el nacimiento, grupal. Vivir en grupo es, psíquica-
mente, «más económico». Por otra parte, el grupo es la respuesta a la escisión
edípica del yo, su reconstrucción fantasmática (Anzieu, 1986), donde se recu-
pera el contexto social, que antes era casi exclusivamente familiar y ahora es
predominantemente de «grupo de pares». El adolescente se inserta en el
grupo que necesita («que le gusta») y toma el rol grupal que más elimina su
ansiedad.
Hay muchos adolescentes que no superan esta fase grupal protoadoles-
cente, articulándose en «bandas», a veces destructivas del orden (parental) y
del otro sexo (grupos de chicos que maltratan a las chicas a través de un ma-
chismo de inseguridad, o grupos de chicas que agreden a los varones a través
de un feminismo agresivo y carencial). Las llamadas «tribus urbanas», con su
indumentaria y violencia característica, los colectivos alternativos, etc., son
pruebas testimoniales de ello.
30
dividualizada, donde los mecanismos de defensa como el ascetismo (anore-
xias, rituales y fidelidades grupales, etc.) o el intelectualismo (adolescentes so-
lamente «estudiosos», aplicados, serviciales, etc.), retardan la solución del
tema principal: la construcción de la «identidad» individual.
En este periodo mesoadolescente, que va desde los 16 a los 22 años, apro-
ximadamente, el adolescente abandona parcialmente la heterosexualidad gru-
pal para concretizarse en dos tipos de individualidad: la «Heterosexualidad
individual» que posibilita la pareja, y la elección del rol social-profesional.
—La heterosexualidad individual comienza con un aprendizaje de pareja
(el primer novio/a). Esta confrontación individual, de «tú a tú», con el objeto
amoroso, conlleva no pocos riesgos y dificultades que el adolescente irá sor-
teando y superando. A veces, se descubren las preferencias homosexuales en
la elección de la pareja, lo que crea una tremenda perplejidad. En algunos ca-
sos, el descubrimiento de la homosexualidad real crea desazón y miedo a
aceptar tal situación, bien por la crítica parental y social, bien por las conse-
cuencias de automarginación que esto conlleva. Pero, muchas veces, se trata
de una angustia hacia la posibilidad de ser homosexual que se traduce en dos
actitudes: una hiperactividad heterosexual, de palabra y de obra, para «de-
mostrarse» que no lo es, o una «sumisión» angustiosa, en forma de miedo a
ser «violado» analmente, con parte de aceptación.
Por otra parte, el otro sexo le produce angustia: chicos que tienen miedo
a las mujeres «castradoras» y huyen hacia su madre; chicas que tienen mie-
do a desmontar su «cuento de hadas» ante un chico que es poco romántico y
siempre «piensa en lo mismo». En este juego de aproximaciones y dificulta-
des, a veces, «las mujeres dan sexo para obtener amor y los hombres dan
amor para obtener sexo», suelen decir.
Generalmente, durante el periodo mesoadolescente, se construyen dos o
tres «noviazgos» de media, con lo que ambas partes llegan a entender a los
hombres/mujeres. Estos noviazgos tienen un inconveniente: suelen estar cons-
truidos por parejas de la misma edad, ya que hasta los veinte años, aproxima-
damente, tanto el chico como la chica, «salen» con los de su misma edad, pa-
reciéndoles, más de tres años de diferencia, un gran desequilibrio. Es a partir
de los veinte años, cuando la chica suele buscar el equilibrio con chicos cuatro
o cinco años mayores que ella. Un noviazgo prematuro, desde los quince o
dieciséis años, realizado con pareja de la misma edad y llevado con un rela-
tivo «aislamiento» del grupo, suele tener no buenos resultados posteriores, ya
que la pareja exclusivizante impide la maduración colectiva y lleva al agota-
miento de la relación.
— No menos problemática resulta la elección del rol profesional, bien a
través de la especialidad de los estudios o a través de la opción por la profe-
sión u oficio. En una sociedad con alta tasa de paro e incertidumbre laboral,
donde la competitividad creciente lleva a la angustia y al estrés, el joven ado-
lescente que ha sido «educado» para ganar dinero, tener éxito y «mantener
una familia», o la joven que ya no se fía de la seguridad del matrimonio y tra-
baja para realizarse o para conseguir autonomía económica, están transfor-
mando el valor de lo profesional como prioritario, por encima, incluso, del
31
afectivo (la residencia laboral primará sobre la residencia «elegida» por uno
de los cónyuges), que considera el trabajo (sobre todo, el bien remunerado)
como un «bien escaso» en el cual hay que invertir constantemente, la elección
y aprendizaje de la profesión se lleva el mejor tiempo de la adolescencia.
La elección del rol laboral es, en realidad, una decisión de responsabilidad
individual, de alto costo psíquico, en la cual interviene la consideración de la
seguridad y del riesgo por el acierto.
A pesar de que los mesoadolescentes comienzan a disfrutar de creciente
autonomía «económica» (dinero para divertirse), de la casa parental (viajes,
llegar tarde), afectiva (relaciones de pareja, de amigos), etc., conviene no per-
der de vista muchos de los importantes problemas que surgen: maternidad
precoz, abortos, fugas de casa, mortalidad en accidentes de tráfico, drogas y
un largo etcétera y que hacen de la mesoadolescencia una constante preocu-
pación para los padres.
d) La Postadolescencia, en la realidad socio-cultural de nuestra actual
sociedad, donde casi un tercio de la vida se dedica a aprendizajes, puede pro-
longarse hasta casi los 30 años. La prolongación de los estudios (terminar la
carrera, especialización laboral, etc.), la dificultad económica para adquirir vi-
vienda, la necesidad de madurar el proyecto de pareja, etc., hacen depender
al postadolescente de los padres, tanto económica como psicológicamente.
Por otra parte, como en la vivienda parental «manda» la madre, esto significa
que la chica es la que, a partir de los 24 años, desea salir de la casa, pero que
los chicos, «sobreprotegidos» por la madre, prolonguen más de lo previsto su
estancia en la vivienda parental. A veces, el miedo al «nido vacío» hace a los
padres «sobreproteger» a los hijos postadolescentes para que permanezcan
más tiempo en la casa parental.
La postadolescencia no es un periodo en sí, es la etapa de «permanencia»
en la casa, mientras llega la hora de salir, de realizar el tercer gran «duelo», el
abandono de la vivienda parental.
Dos grandes temas dan contenido a la postadolescencia:
— La consolidación de la pareja.
— El acceso a la independencia económico-social.
— Aparejarse es un acto exogámico, pues los dos salen del domicilio pa-
rental para crear un núcleo familiar o amical, como trasunto del núcleo fami-
liar parental. La postadolescencia, en este aspecto, es un periodo poco estu-
diado, como residual de la adolescencia y, sin embargo, lleno de celadas.
Como hemos dicho, mientras los chicos tienden a permanecer más tiempo
junto a una madre sobreprotectora y condescendiente (formación nuclear del
«machismo» como inseguridad), las chicas tienden a independizarse más pre-
cozmente de la presencia de la madre, lo que no siempre alcanzan. En este
sentido, las jóvenes parejas sufren algunos desequilibrios que afectan en ma-
yor grado a las chicas por su insatisfacción ante la realidad social emocional
de las parejas postadolescentes. Suele hablarse de alto riesgo emocional de las
chicas, en las jóvenes parejas postadolescentes.
32
La consolidación de las parejas postadolescentes, en las dificultades socio-
económicas-afectivas que la actual realidad conlleva, debe ser uno de los capí-
tulos prioritarios de la investigación.
— El acceso a la independencia económico-laboral suele resolver no po-
cos problemas de los anteriormente enunciados: posibilidad de autonomía de
vivienda y separación de los domicilios parentales («el casado, casa quiere»),
y la posibilidad de realización laboral-profesional, junto al placer de construir
un hogar y tener hijos, devuelve la estabilidad soñada y contribuye a la madu-
rez de la pareja.
La independencia económica, que posibilita la autonomía de vivienda y la
conjuntación psicológica de la pareja, pondrá fin a la adolescencia. Quizá el
matrimonio no se consolide hasta el nacimiento de los hijos, pero, en todo
caso, la postadolescencia habrá terminado.
33
la depresión (trastornos en los ritmos circadianos, enlentecimiento motor, in-
hibición y falta de concentración, baja autoestima y hasta deseos de muerte).
La elaboración de estos duelos se realiza mediante la experimentación cons-
ciente del «luto», racionalizando y verbalizando la «pérdida». La no supera-
ción de estos «duelos» conduce a un estado de frustración que se resuelve,
bien como agresión (conductas agresivas, automarginación, etc.) o bien como
disforia (anorexia, postración, pensamientos de suicidio, etc.).
Los psicoanalistas sólo suelen admitir las primeras pérdidas (del cuerpo in-
fantil, de la identidad infantil, de los padres de la infancia) en el primer pro-
ceso de duelo22 correspondiente a los años de la pubertad al que otorgan la
máxima importancia. Sin embargo, consideramos que es el segundo duelo
(hacia los 15-16 años) el que se constituye en eje de la personalidad del ado-
lescente, al poner de manifiesto con toda su fuerza el tema de la identidad, tal
como apuntara Erikson.23
Las elaboraciones de los «duelos» constituyen posiciones depresivo-agresi-
vas en las cuales se fragua el «paso» de etapa y que constituyen nuevas reor-
ganizaciones de la personalidad en el adolescente.
Hay muchas correspondencias conceptuales entre los procesos de «crisis»,
«duelo» y «paso», en las que es preciso profundizar, para que estos conceptos
contribuyan decisivamente a fundamentar una teoría de las etapas adoles-
centes.
22. A. Talarn/J. Poch La elaboración del duelo en la adolescente rev. INFAD 3/4 (1991) 42-47.
A. Aberastury/M. Knodel (Eds.) La adolescencia normal. Un enfoque psicoanalítico Ed. Paidós,
Barcelona, (1970).
23. E. H. Erikson Identidad: Juventud y crisis (1968) Ed. esp. Taurus, Madrid, (1989).
O. Mannoni et alt. La crisis de la adolescencia Ed. Gedisa, Barcelona, (1986).
34
Intentaremos, pues, presentar la cultura adolescente desde dos vertien-
tes principales: la de su expresión intragrupal, dentro del propio contexto de
los adolescentes y la de su expresión extragrupal, para diferenciarse, tanto
del mundo parental de referencia infantil, como del mundo del orden esta-
blecido.
El apartado 2.3.1 tratará de analizar cómo es la cultura adolescente desde
su vertebración interior; el apartado 2.3.2 nos abrirá al mundo de la «contra-
cultura» adolescente.
— el culto a la corporalidad,
— el culto a la comunicación sensorial,
— el culto a la imagen.
«Ceremonia es la nueva forma tribal y comunal que adquieren las artes vi-
vas en el periodo postartístico. Con el tiempo, reemplazará al teatro, influen-
ciando el campo entero de la actividad humana, y volverá a ocupar el puesto
24. A. Ortiz Osés/A. Orensanz Contracultura y Revolución Castellote Ed. Madrid, (1976).
35
original y arcaico que le correspondió como centro de vida. La ceremonia se
convertirá en la actividad central de la vida de la gente. (...) En la ceremonia,
la gente se reúne con una presencia física que se impone al propio grupo para
evocar una imagen, un recuerdo (racial o colectivo), una emoción, un pro-
blema, alguna alegría, cualquier cosa que deseen poner en común. Y juntos lo
evocarán mediante la acción; una acción que imita lo que ellos desean, como
medio de recrearlo en el espacio donde se encuentran reunidos. Una vez que
lo han evocado y plasmado, lo pueden modificar, disfrutar, saborear, estudiar
y ponerlo en práctica... De esta manera, ellos liberan y ponen a prueba la
energía que el símbolo, la alegría, el recuerdo, el temor, etc., tienen para to-
dos ellos».25
a) El culto a la corporalidad
La pubertad acusa importantes cambios en el cuerpo, entre los que sobre-
salen el crecimiento y las manifestaciones secundarias del cambio sexual (se-
nos, vello púbico, cambio de voz, menstruación, etc.).
El culto a la corporalidad se refleja en la preparación para el deporte (chi-
cos) y en la defensa de la delgadez (chicas). Esta actitud ante el propio
cuerpo, que es a la vez ética y estética, se orienta hacia un narcisismo autorre-
ferencial, que se refuerza mediante la afirmación de la moda (vestido) o la ex-
presión de la desnudez. La ética corporal es para el adolescente una racionali-
zación de valores sobre su identidad corporal en la que lo obeso es sentido
como impuro. La estética corporal crea «modelos» publicitarios, basados en
la fuerza para el chico y en la delgadez para la chica (el chico quiere ser como
un toro y la chica no quiere ser como una vaca).
25. Clem Gorman The book of ceremony Whole Earth Tools, Cambridge (1972), cit. por A.
Orensanz en Osés/Orensanz, (1976, 74-75).
36
Pero, sobre todo, el «yo» es presentado no como un «yo pensante» carte-
siano, sino como un «yo corporal», pasando a prevalecer la «exteriorización»
sobre la «interiorización»: las expresiones de la fenomenología existencialista
(Marcel, Merleau Ponty, etc.) según las cuales «je suis mon corps», adquieren
plena vigencia.26 El encuentro con el cuerpo va, en estos años pioneros, desde
la expresión teatral del desnudo («Hair») hasta el arte más «directo».27
El culto al deporte está especialmente presente en la adolescencia mascu-
lina, donde los chicos intentan demostrar su «virilidad» a través de la forma
física, del juego guerrero del deporte de competición, siendo el deporte de
alto rendimiento (profesional) básicamente, una cultura adolescente.
Otras formas de expresión corporal adolescente masculina serían el
«riesgo» y la «aventura», en todas sus más diversas formas de realización.
Frente a este «exceso de cuerpo» de la cultura adolescente masculina, te-
nemos el culto femenino a la delgadez, a la silueta,... cuya forma patológica
vendría expresada por el síndrome anorexia-bulimia. Las «modelos» femeni-
nas adolescentes son delgadas casi hasta la «carencia de cuerpo».
b) El culto a la sensorialidad
Ya hemos dicho que el cuerpo es vivenciado como sensorialidad y no
como pensamiento, en la más pura inversión del planteamiento cartesiano.
El sistema eléctrico de los medios de comunicación audiovisuales (megafo-
nía, radio, TV, etc.) se experimenta como prolongación del sistema nervioso
del cuerpo. La música se transforma en el «lenguaje» universal de la juventud.
Los festivales son como concilios de la juventud: Woodstock (1969), Wight
(1970), son los prolegómenos. Estos «encuentros» musicales son un lenguaje
intercultural no literario (los textos de las canciones son insulsos, las más de
las veces), donde se consagran los nuevos «héroes» legendarios de la juventud
(cantantes), desde los Beatles y Joan Baez hasta Elton John o Julio Iglesias.
En los festivales se vive el ritual intenso (a veces con ayuda de drogas) de
las masas que durante horas agitan sus brazos fascinadas por el sonido,
creando nuevas orientaciones en las modas musicales y hasta en los atuendos.
Estos encuentros musicales, no obstante, ya no se suelen celebrar en el
«campo» abierto, sino en los estadios.
26. «No tienes un cuerpo sino que eres tu cuerpo. Tu cuerpo es tu pasado y tu pasado es tu
cuerpo. Cada contracción muscular de tu organismo representa un no que no fue pronunciado» J. Ho-
ward Tóqueme, por favor Ed. Kairós, Barcelona, (1973) 169.
27. «A comienzos de los años sesenta, Manzoni expone huellas digitales; luego, «frascos de san-
gre del artista»; proyecta, después una exposición de personas vivas y cadáveres en plástico (1969),
presenta bases mágicas (todo el que sube a ellas se convierte en escultura). A estos inicios sigue la pre-
sentación del cuerpo humano como materia y medio de expresión plástica, al tiempo que se formaliza
el arte del cuerpo (bodily art). Se llega a una afirmación directa, sin significantes, del cuerpo, general-
mente de forma negativa y hasta masoquista: Jouriac se hace tomar sangre para la fabricación de su-
puestas morcillas de sangre humana; Oppenheim se destruye una uña o se clava un pincho bajo las
uñas; Van Vautrier se golpea la cabeza contra el muro; Burden se hace disparar un tiro en el brazo.
Durante la primavera de 1975 se producen en EE.UU. exposiciones más ambiciosas: Cris Burden per-
manece sobre una plataforma, adosada y suspendida a un rincón de la galería, durante dieciocho días,
guardando ayuno; en otra muestra, el autor se exhibió en cama, durante los veintidós días de muestra,
como único objeto de exposición» A. Orensanz, en A. Oses/A. Orensanz, (1976,36).
37
La música es la primera realidad cultural de la adolescencia. La música es,
además, danza y agitación grupal. Una discoteca es como un «claro de bos-
que» a cuyo plato convergen los rayos (focos) de sol que traspasan las copas
de los árboles en movimiento. Allí, al son de una música cada vez más maqui-
nizada y rítmica, mueven frenéticamente sus cuerpos los adolescentes. En
este delirio de movimiento rítmico, se vive el presente-presente, la «eterna ju-
ventud», lejos del rechazo que provoca la infancia y de la angustia que pro-
duce el futuro. Y, si es posible, lejos del espacio y el tiempo paternos: espacios
nuevos, «rutas» de bares y discotecas y tiempos de la noche, lejanos del
mundo febril y diurno de los adultos.
El culto a la sensorialidad es vivido como hedonismo, inmediatez, narci-
sismo y hasta egoísmo (que convive con la crítica idealista a la sociedad pa-
rental). En este sentido, W. Reich y, sobre todo, H. Marcuse, representantes
de un freudomarxismo, dieron una sistemática a este hedonismo adolescente.
Así, Marcuse, en su obra programática Eros y Civilización (1955) se en-
frenta a la «represión» de la cultura occidental (Freud había dicho: «cultura es
represión») y afirma que la vida está sobre todo y que el trabajo debe dejar de
ser un castigo bíblico para llegar a ser un juego (con placer incorporado). Esta
erotización de la cultura lleva a afirmar la libertad total de todas las formas de
sexualidad y, en ataque frontal contra la dominación «patriarcal» de la moral
sexual, se llegará a afirmar la homosexualidad como contracultura, tal como
lo propugna G. Hocquemhem.28
c) El culto a la imagen
El adolescente actual vive, como hemos dicho, una yoicidad corporal, el
cuerpo es su principal perspectiva. La imagen de su cuerpo es su propia ima-
gen, después de mirarse en el espejo narcisista.
La imagen del adolescente es la de un cuerpo en «eterno presente», en
«eterna juventud» que no necesita del pasado (tradición), ni del futuro (li-
gado a la experiencia) para llegar a ser, sino intenso presente (presentismo),
como la que se revela en el póster triunfante de un joven cantante, deportista
o aventurero, que ha llegado a conquistarlo todo (salud, dinero y amor) y en
plena juventud.
En este culto a la imagen, el cine es la nueva literatura, el comic suple a la
lectura y la síntesis del mensaje es el videoclip. No sólo una imagen vale más
que mil palabras, sino que es la única palabra.
La anorexia instruccional que sufre esta juventud en permanente fracaso
escolar, cuestiona la utilidad de unas clases que imparten los conocimientos
en forma de subordinadas (esquemas), cuando la forma más cercana a su re-
ceptividad sería la clase-telediario-videoclip, a base de oraciones yuxtapuestas
y coordinadas. La forma de conocimiento actual es el presentismo sincretista,
una suerte de «plato combinado» en el que hay de todo un poco.
28. Cfr. G. Hocquemhem Homosexualidad y sociedad represiva Gránica Ed., Buenos Aires,
(1974) 109-110.
38
Paradógicamente, en el mundo de las imágenes no hay un mundo de ima-
ginación y de creatividad, sino de inmediatez y de oralidad consumista que
lleva a la destrucción y a la insaciable insatisfacción.
El mundo del «look» es un mundo de formas estáticas que teme a la dia-
cronía del tiempo (envejecimiento) y al juicio histórico sobre la fragilidad de
la moda.
En la conciencia ahistórica de la actual adolescencia, se tiene por viejo lo
que «hace» más de veinte años que sucedió, porque miden la historia por la
sola dimensión de su propia edad (generacional).
El héroe, paradigma del ideal del yo, es siempre un ser de imagen y formas
estables, cuyo talón de Aquiles es el «discurso» del tiempo. Por eso, cuando
un héroe envejece («se pasa de moda»), es sustituido por otro héroe «actual»
(presente). En el presentismo de la imagen todo cambia (la moda) para que
nada cambie, para que no se esfume la «eterna juventud». De esta manera, la
adolescencia ha sido considerada por los adultos como la «imagen de la vida»,
como un «tipo de vida», como un «estilo de vida», como una forma de «imagi-
narnos la vida».
39
La «contestación» del adolescente respecto a sus padres es «natural», se
trata de un esfuerzo por «despegarse» del mundo parental infantil. Pero si hay
una edad en la que el adolescente necesite a sus padres y pueda dialogar y ser
comprendido por ellos, ésa es la adolescencia. Un padre que «responde» con
gritos (inseguros) a la forma bronca de expresarse su hijo adolescente, no sólo
pierde la autoridad, sino que, sobre todo, no está en condiciones de dar un
apoyo psicológico a su hijo.
La «revolución adolescente» se fraguó en los años sesenta: el año 1969, al
año siguiente de la gran protesta parisina del «mayo 68», los hippies, siguiendo
las consignas del poeta Gary Snyder, abandonan la ciudad de S. Francisco y se
asientan en las comunas rurales. Años antes, los Beatniks vagabundearon por
el curso de los ríos siguiendo su cauce hasta las fuentes. Era la «Hégira ecolo-
gista», el abandono de la ciudad por el campo.
El corpus contracultural que surge de esta época se articula en la defensa
de una posición revolucionaria que propugna:
40
como el «Black Panther Party», «Gay Liberation Front», etc., y a la sociedad
«civilizada» se le responde con la creación de «tribus urbanas» (rockeros,
punkies, skins, etc.); los símbolos son banalizados (cruces pectorales de obis-
pos junto a cruces gamadas, como decoración, por ejemplo).
Frente a la marginación impuesta, esta juventud grupalizada, contesta con
destrucción agresiva, con alteración del orden, con la provocación en la indu-
mentaria, etc.
Todas estas formas contraculturales perduran a lo largo del proceso ado-
lescente, con más o menos intensidad, como una forma cultural a veces sote-
rrada, a veces explosiva. Sólo con la maduración y aceptación de los roles so-
ciales de los adultos se cerrará este periodo contracultural.
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42
3. El desarrollo físico en la adolescencia
Consuelo Prado Martínez
3.1. INTRODUCCIÓN
43
El tipo linfoide, circunscrito al desarrollo del sistema linfático, desempeña
un importante papel en la protección del organismo contra los agentes pató-
genos. Su crecimiento es rápido y su máximo se alcanza entre los 11 y los 12
años. Los niveles de este tejido disminuyen a lo largo de la adolescencia hasta
reducirse a la mitad en el individuo adulto.
El tipo genital, opuesto al neural y característico de los aparatos genitales
masculino y femenino. Su crecimiento es muy lento durante la primera dé-
cada de vida (10 %), sufriendo una brusca aceleración en la pubertad.
Sin embargo, todos estos cambios biológicos parecen confluir en su finali-
zación en una etapa de «metamorfosis» morfofisiológica: la pubertad. Du-
rante el período puberal se producen una serie de cambios en la morfología
directamente relacionados con la función sexual y la maduración del aparato
reproductor. El niño y la niña dejan de serlo y pasan a convertirse en indivi-
duos aptos para reproducirse.
La pubertad (término biológico) puede coincidir, al menos en parte, con la
adolescencia psicológica, aunque esta última se prolonga en muchos casos
cuando el joven es ya perfectamente maduro biológicamente. El cambio secu-
lar constatado entre un gran número de poblaciones en el sentido de madura-
ciones más precoces y períodos de crecimiento más cortos, desfasa aún más
44
«el apto biológico» del «apto psicológico» y, por supuesto, del «apto social»
que en nuestros días se prolonga por encima de los 20 años.
45
Además del rápido crecimiento que tipifica la adolescencia, tienen lugar
una serie de transformaciones que evidencian la maduración sexual. Los ras-
gos morfológicos empleados tradicionalmente son: en varones, el vello pú-
bico, axilar y facial; desarrollo de la genitalia; cambio de la voz y primera eya-
culación. En mujeres, vello pubiano y axilar; desarrollo mamario y primera
menstruación (menarquia).
Estos cambios conllevan la aparición de los caracteres sexuales secunda-
rios en una serie de estadios o pasos cuantificables:
46
8-9 años. Sin embargo, cuando la niña madura tardíamente, este grado de de-
sarrollo puede observarse por encima de los 13 años.
Los siguientes grados 3 y 4 de desarrollo se caracterizan por un aumento
de tamaño de la mama pero en el primero de ellos no existe una separación
definida entre mama y areola, en el segundo areola y pezón forman una ele-
vación secundaria por encima de la mama. En el estadio 5 típico de la madu-
rez se aprecia una única proyección del pezón, pues la areola se mantiene en
el mismo nivel. Se ha podido comprobar cómo existen jóvenes que se detie-
nen en el estadio 4 y nunca alcanzan el 5, u otros casos en los que pasan del 3
al 5. Hay también notables diferencias en lo referente al tiempo em-
pleado en el desarrollo mamario, así mientras hay niñas que recorren los esta-
dios 2, 3 y 4 en aproximadamente 3,5 años, las precoces lo completarían en 2,5
años y las tardías en 4,0.
Dependiendo de los individuos, el inicio del desarrollo mamario puede es-
tar precedido por la aparición de vello púbico, aunque lo más general es que
esto ocurra posteriormente (Jordán 1979, Tanner 1975). Para evaluar este as-
pecto se parte del denominado estadio preadolescente donde en la región pu-
biana no se observa más vello que el normal que cubre todo el cuerpo. Hacia
los 10 años se evidencia la aparición de vello a lo largo de los labios mayores,
en una etapa sucesiva el vello se oscurece y encrespa cubriéndose un área ma-
yor. El estadio 4 supone una distribución semejante a la del adulto aunque no
se llega a la cara interna de los muslos. Al igual que ocurría con el desarrollo
mamario, hay una gran variación en el «arranque» del desarrollo de este ca-
rácter, señalándose cómo los maduradores precoces no sólo inician el proceso
antes, sino que lo completan en un período de tiempo más breve.
Junto a la adquisición de estos caracteres sexuales secundarios es notorio
en ambos sexos un crecimiento más rápido de las extremidades y el cuello res-
47
pecto del tronco. En relación a las cinturas (escapular y pelviana), acontece
un cambio marcado diferencial en el varón y en la joven. En ellos el creci-
miento preferencial está orientado en el ensanchamiento de hombros (tron-
cos trapezoidales) y en las niñas el mayor aumento se produce en la región
pélvica (troncos rectangulares). El desarrollo pélvico en ellas se inicia antes
que cualquier otro rasgo morfológico adolescente, en muchos casos a los ocho
años de edad se puede diferenciar bien a un niño y a una niña colocados de
espaldas.
No debemos olvidar, asimismo, la diferente redistribución que en esta
etapa sufre la composición corporal. Los varones se vuelven más delgados y
angulosos y aumenta su masa muscular de manera notoria. En las adolescen-
tes, por el contrario, existe un aumento de tejido adiposo subcutáneo en la
práctica totalidad del cuerpo, si bien es especialmente notorio en caderas,
muslos y nalgas, pechos y antebrazos.
48
ser imputado a la grasa subcutánea, en un varón de esta misma edad, tan sólo
el 10-12 % de dicho peso correspondería a masa magra.
Tras la finalización del período adolescente en varones se produce una re-
cuperación del panículo adiposo, aunque siempre con valores significativa-
mente inferiores a los de las mujeres.
Se ha comprobado cómo durante el estirón que precede a la menarquia el
principal cambio en la composición corporal es el aumento de la grasa corpo-
ral. E. Frisch estima que el incremento es de un 120 % (de 5 a 11 kg) mientras
que la masa muscular en las niñas tan sólo aumentaba en un 44 %, diferen-
ciándose netamente de lo que acontece en los muchachos. Evidentemente, el
papel tradicional del tejido adiposo, como envuelta inerte, con misión única
de aislamiento y almohadillado del cuerpo, ha cambiado. Se conoce ahora,
después de las investigaciones llevadas a cabo por los grupos de la Universi-
dad de California (P.K. Siiteri), del cento Cecil H. (P.C. MacDonald) y del
Centro de la Reproducción de Dallas (Ida Green), que la grasa corporal con-
vierte los andrógenos en estrógenos. La cantidad convertida supone tan sólo
un tercio de los estrógenos que circulan por la sangre de una mujer en etapa
fértil, pero supone una cantidad lo suficientemente importante como para ex-
plicar ciertos caracteres feminoides en jóvenes y hombres adultos obesos. La
grasa corporal de los hombres también transforma los andrógenos en estróge-
nos. Debemos reseñar que la grasa corporal no sólo incide en la producción
cuantitativa de estrógenos, sino que también incide en la calidad de los mis-
mos. Recientes análisis llevados a cabo en la Universidad Rockefeller por el
grupo de Jack Fishman han demostrado que la conversión de andrógenos en
una forma potente o no potente de estrógenos, depende de cuan obesa sea
una persona. Las adolescentes anoréxicas, problema tan frecuente en la pu-
bertad, presentan niveles elevados de estrógeno relativamente inactivo. Por el
contrario, las mujeres obesas presentan niveles altos de la forma estrogénica
más potente.
También son rasgos diferenciales en la biología de la adolescencia mascu-
lina y femenina, la presentación del acné y la grasa de la cara y el pelo que
son signos claros de la secreción de andrógenos (porcentualmente más fre-
cuentes en chicos que en chicas), no se debe olvidar que tanto en uno como
en otro sexo existen andrógenos y estrógenos. Los primeros entre las mujeres
son responsables del crecimiento del vello sexual del pubis y de las axilas y
del antes mencionado aumento de la secreción grasa en la piel y cuerpo cabe-
lludo y del acné. Probablemente, también del desarrollo de los labios mayores
integrantes de la vulva y que ocultan la entrada de la vagina. La presencia de
andrógenos en exceso puede producir un aumento del clítoris y de otros ras-
gos virilizantes.
Mientras que en los varones las primeras poluciones nocturnas (eyacula-
ciones durante el sueño) son imprecisas de determinar e inciertas, en la ado-
lescente existe un rasgo que define como ningún otro la pubertad. Nos referi-
mos al inicio de las menstruaciones, denominado menarquia.
49
50
3.4. LA MENARQUIA
Los ovarios son dos órganos del tamaño de una nuez aproximadamente, si-
tuados a ambos lados del útero. Cuando una niña nace, sus ovarios contienen
entre 50.000 y 350.000 óvulos; más exactamente folículos primordiales rodea-
dos de una capa de células epiteliales. Dichos primordios están detenidos en
metafase y realmente la formación de un óvulo es más un proceso de madura-
ción que de formación en la adolescencia. Los folículos, denominados de
Graaf, acumulan líquido de forma progresiva, adoptando diferentes grados de
desarrollo durante la infancia siendo en algunos casos su tamaño hasta de 1
cm. En algunas niñas dichos folículos pueden formar pequeños quistes que
acaban atrofiándose y destruyendo al óvulo en su interior (ovarios poliquísti-
cos). En la adolescencia no es infrecuente encontrar importantes diferencias
en el tamaño de los ovarios, debido precisamente a la presencia o ausencia de
quistes foliculares. Normalmente, la mayor parte de estos quistes se atrofia y
no producen ninguna alteración en el organismo femenino.
En la pubertad, la hipófisis (glándula situada en la parte inferior del cere-
bro), comienza a producir hormona Folículo Estimulante (FSH), encargada
51
de la estimulación de los folículos de Graaf. Al madurar éstos, empiezan a se-
cretar estrógenos. En el momento de la ovulación, la hipófisis segrega tam-
bién otra hormona, la Luteinizante (LH) que en conjunto con la FSH produce
la ruptura del folículo, la continuación de la meiosis reductora del óvulo, que
se convierte entonces en un gameto con la mitad del número de cromosomas
y su salida a la cavidad abdominal para que pueda ser captado por las trom-
pas.
Este es el momento de la ovulación, después el folículo se colapsa transfor-
mándose en el cuerpo lúteo que comienza a producir la segunda hormona
ovárica: la progesterona. En el caso de no existir fecundación, el cuerpo lúteo
se va atrofiando durante un período de ocho o diez días, después de la ovula-
ción. No produce estrógenos ni progesterona, lo que repercute en la descama-
ción del endometrio y en la menstruación. Si existe fertilización, la implanta-
ción en las paredes uterinas del óvulo fecundado conduciría a la persistencia
52
del cuerpo lúteo que progresaría en su producción de progesterona y conti-
nuaría el embarazo.
La actividad cíclica del ovario está, pues, supeditada a la secreción fluc-
tuante de dos hormonas (LH y FSH). Durante la primera fase del ciclo ová-
rico, los ovarios segregan cantidades crecientes de estrógenos que estimulan
el crecimiento en altura del endometrio, tejido que cubre la parte interior del
útero. Después de la ovulación (aproximadamente, hacia el día 14 del ciclo),
estrógenos y progesterona llevan a cabo el desarrollo endometrial, el cual se
hace más sensible a la acción de la progesterona. El endometrio deja de cre-
cer en altura y prolifera hacia los lados. Si el nivel de progesterona desciende,
lo que ocurre hacia el día 21 del ciclo, no se mantiene el endometrio, produ-
ciéndose la menstruación (figura). Durante el período puberal, sin embargo,
se ha podido constatar (Israel, 1967) cómo aunque exista menstruación, tras
la menarquia no hay ovulación. En los ovarios de estas muchachas púberes
(Eckstein, 1973; Ramírez, 1975) no es posible encontrar más que folículos ma-
duros pero no cuerpos amarillos. Tales folículos descritos por estos autores
tienen una estructura funcional normal en lo que respecta al desarrollo tecal
folicular pero todavía no se desarrolla el aparato luteico. Fluhman (1956) en
un texto ya clásico, definió a la púber como «fisiológicamente estéril».
Otra característica importante a reseñar en esta fase ontogenética feme-
nina es la disritmia ovárica, lo que hace que la maduración y la atresia folicu-
lar no tengan lugar a intervalos de un mes sino que se produzcan de una ma-
nera esporádica unas veces y tumultuosa otras. La irregularidad en las reglas
es un rasgo común de la pubertad.
La ovulación produce elevación de la temperatura basal, que fluctúa en 5-
6 décimas de grado, diferenciando así la primera de la segunda fase del ciclo.
Precisamente esta elevación de temperatura permite detectar el momento de
máxima fertilidad cuando se ha realizado la ovulación. La temperatura mono-
fásica durante el ciclo indica una no ovulación. Sería recomendable el segui-
miento de la temperatura basal durante la etapa púber para detectar posibles
53
alteraciones o la persistencia prolongada durante la adolescencia de ciclos
anovulatorios que pudieran estar relacionados con patologías ováricas (grá-
fica).
Botella (1982) señala cómo observaciones seriadas han puesto de mani-
fiesto un cambio en el hematocrito femenino puberal, produciéndose una li-
gera disminución en el número de glóbulos rojos. Esta disminución es estadís-
ticamente significativa y se mantiene ya durante toda la vida de la mujer.
Esto, junto con la pérdida periódica de aproximadamente 200-250 cm3 de san-
gre, hace que la adolescente y la mujer en general tengan una mayor predis-
posición a la anemia. El hierro es un oligoelemento importante que debe con-
templarse en la ingesta femenina.
La sangre menstrual normalmente no se coagula. Si se observan coágulos
puede ser un indicio de alteraciones en la secreción hormonal y en la depriva-
ción endometrial que deben estudiarse.
Paralelamente a la importancia estrictamente biológica y fisiológica que la
menarquia tiene, constituye uno de los rasgos de más amplio impacto tanto a
nivel social como desde un punto de vista estimador del bienestar social de
una determinada población.
Sería salirse del contexto el comentar someramente los diferentes ritos de
pubertad en las distintas épocas y culturas ligados a la adquisición de los san-
grados periódicos y, por tanto, no se hará referencia en este capítulo, pero sí
es importante en la menarquia como «estimador del bienestar». ¿Por qué?
¿Basado en qué?
Para responder a esta cuestión debemos hablar del concepto de cambio se-
cular.
Durante los cien últimos años, en la mayor parte de los países desarrolla-
dos e incluso en la actualidad en aquellos en vías de desarrollo, se ha produ-
cido un cambio en las dimensiones físicas de sus poblaciones. Los niños son
más altos a cualquier edad y además crecen y maduran más rápidamente.
Este fenómeno se conoce con el nombre de cambio secular en el crecimiento.
Los factores responsables argumentados son muy abundantes, así: la sanidad
e inmunización preventiva, la reducción de los tamaños familiares, la genera-
lización de los cuidados higiénico-sanitarios y también la movilidad poblacio-
nal a distintos niveles: áreas geográficas, rural-urbano y de la escala social
pueden estar en la base de los cambios antes mencionados.
Pocos rasgos de cambio morfofisiológico adolescente han sido estudiados
con la intensidad y amplitud con que lo ha sido la iniciación de los ciclos
menstruales en el aspecto de variación temporal.
Tanner, en sucesivas recopilaciones (1966, 1975, 1982) ha puesto de mani-
fiesto cómo en la mayor parte de las poblaciones se ha producido un adelanto
de la maduración sexual. Análogo empeño y parecidos resultados se ponen de
manifiesto en la recopilación realizada de modo exhaustivo para poblaciones
europeas por Danke-Hopfe (1986). Se ha hablado de que una estima media
cifraría la variación secular en un descenso de 4 meses por cada década trans-
currida. Así, por ejemplo, una hipotética población en la cual la edad media
de menarquia fuera de 15,5 años a principios del presente siglo, y que mantu-
54
viera una variación teórica constante, habría pasado a un valor medio de 12,9
años. Este caso teórico ha sido ampliamente refrendado por valores constata-
dos en poblaciones como la noruega, sueca, inglesa, etc., de las que se poseen
importantes estudios a lo largo de este siglo.
55
Cuadro 2. Algunos datos de menarquia obtenidos desde 1980 en varias poblaciones (Tanner, 1990).
Europa
Bélgica: Bruselas 1980 13,1 ±0,06 Vercauteren & Susanne, 1985
Dinamarca: Zelanda del N. 1983 13,0 ± 0,05 Helm& Helm, 1984
Alemania del Este:
Bremerhaven 1980 13,3 ±0,03 Danker-Hopfe, 1986
Holanda 1980 13,3 ±0,04 Roede & van Wieringen, 1985
Hungría: Komarom 1980 12,8 ±0,09 Farkasetal., 1985
Hungría (toda) 1981 13,1 ±0,03 Eszter& Elben, 1984
Irlanda 1985 13,5 ±0,05 Hoeyetal., 1986
Italia: Turín 1984 12,6 ±0,05 Benso et al., 1986
Italia: Sardinia 1986 12,8 ±0,06 Florisetal., 1987
Yugoslavia: Zagreb 1982 12,7 ±0,02 Preberg, 1984
Polonia: Cracovia 1983 13,1 ±0.05 Chrznowska et al., 1986
España
Madrid, clase media 1980 12,1 ±0,04 Prado, 1986
Madrid, obreros 1980 12,3 ± 0,04 Prado, 1986
Estepona, Málaga 1985 12,8 ±0,04 Prado, 1986
África
Sudán
Jartúm (el. media) 1980 13,4 ±0,14 Attallah et al., 1983
Jartúm (pobres) 1980 14,1 ±0,18 Attallah et al., 1983
Indo-Mediterráneos
India:
Ladakh, 3500 m 1980 14,1 ±0,24 Malik& Hausple, 1986
Punjab, Patiala,
Clase med-baja 1986 12,5 ± 0,13 Singh & Malhotra, 1988
Pobres 1986 13,7 ± 0,18 0,18[Sing & Malhotra, 1988
Arabia Saudí
Región Asín, 1-5 hijos 1988 13,1 ±0,16 Attallah et al., 1989
56
El método prospectivo supone el seguimiento de un grupo de sujetos a los
que reiteradamente se les cuestiona, a intervalos cortos de tiempo, sobre su
inicio menstrual. Los intervalos de tiempo cortos, así como la confidenciali-
dad del método lo hacen enormemente preciso, pero también muy costoso.
Las dificultades de seguimiento de toda una muestra representativa de una
población se evidencian en el escaso número de trabajos referidos con este
sistema; entre los últimos los de Billewicz, Fellowes y Thomson (1981) sobre
población de Massachusetts de origen europeo y el llevado a cabo en Europa
por Benso y col. (1986) sobre 500 niñas de Turín. Este método, además, per-
mite conocer la curva de distribución de la edad de menarquia. Esta es, apro-
ximadamente, una gaussiana tipo de distribución que ya era asumida por el
método probítico.
El método retrospectivo es de todos el menos fiable. Ciertamente la meto-
dología implica la subjetividad del «recuerdo» de las personas. La mujer es
preguntada sobre la edad a la que inició sus reglas con la fecha más exacta po-
sible. Bergsten-Brucefors (1976) en un estudio en Suecia de tipo longitudinal
pusieron de manifiesto que sólo el 68 % de las muchachas estudiadas contes-
taron la fecha de su menarquia con un intervalo de ± 3 meses, a pesar de que
se les cuestionó tan sólo 4 años después. En este método jamás deben in-
cluirse grupos de edad de adolescentes en los que coexistan jóvenes con me-
narquia y aun sin ella, pues la media obtenida supondría una edad infravalo-
rada. Además el propio método entraría en un error «intrínseco», y es que
cuando se contesta a la edad de menarquia se contesta en años y no en años y
meses. Así, por ejemplo, una joven puede decir que su primera regla ocurrió a
los 13 años y en realidad haber ocurrido a los 13 años y 7 meses. Por ello, en
muestras grandes en las que se presupone un número equivalente de indivi-
duos por encima del medio año y por debajo de éste, a la media obtenida se le
debe sumar un factor correctivo de 0,5 años.
57
mucho más frecuente en los jóvenes con enfermedades hepáticas que interfie-
ren la elaboración, conjugación y degradación de los estrógenos. También
puede relacionarse con los tumores feminizantes de las glándulas suprarrena-
les. Un hecho preocupante es que en la actualidad se han descrito y consta-
tado ginecomastias producidas por preparados cosméticos y por ingesta exce-
siva de carnes tratadas con estrógenos (para que aumenten de peso, al retener
agua). Se sabe de internados y escuelas en las que el porcentaje de adolescen-
tes afectados de este desarrollo mamario es mucho más frecuente que lo espe-
rado en población normal debido a una ingesta uniforme y frecuente de este
tipo de carne, por desgracia cada vez más frecuente en nuestros mercados.
Los casos graves hay que tratarlos con intervención quirúrgica y psicológica-
mente es necesaria ayuda especializada.
Cliptorquidia es otra anomalía no infrecuente y que consiste en que los
testículos no descienden a la bolsa escrotal. En los recién nacidos esta cliptor-
quidia es frecuente en aproximadamente un 10 % de ellos, pero en la puber-
tad este porcentaje ha descendido de modo espontáneo hasta un 1-3 %. Des-
pués de la pubertad tan sólo un 0,5 % la presentan. La cliptorquidia puede ser
unilateral o bilateral, siendo la primera la más frecuente. La cliptorquidia es
verdadera cuando el testículo está situado en el interior de la cavidad abdomi-
nal o en el conducto inguinal. En este caso se asocia a algún trastorno endo-
crino, déficit hipofisario o anomalía testicular. En un elevado número de ca-
sos, la cliptorquidia no es verdadera, recibiendo vulgarmente el nombre de
«testículos en ascensor». Se trata de testículos de difícil implantación que al
penetrar en el escroto vuelven a salir de él. En algunos casos el problema
puede solucionarse con un suave masaje descendente sobre los testículos. Lo
normal es que después de la pubertad los «testículos en ascensor» queden ya
fijos en la bolsa.
Los testículos ectópicos están localizados en otras zonas: perineal, femoral
o inguinal superficial. La excesiva permanencia de un testículo en zonas con
demasiado riego sanguíneo puede producir un deterioro en la irrigación del
propio testículo y atrofia posterior, por lo que deben ser tratados quirúrgica-
mente. Un importante factor pronóstico que alerte al tratamiento y vigilancia
es que entre los niños prematuros son mucho más frecuentes las cliptorqui-
dias. Ello se debe a que el descenso de los testículos se realiza en el octavo
mes de embarazo (mes en que el número de gonadotropinas coriónicas proce-
dentes de la madre favorece este descenso); los prematuros, por lo tanto, pue-
den ser tratados por el pediatra con la aplicación de gonadotropinas precoz-
mente, lo que puede evitar la intervención quirúrgica.
Hay además muchos trastornos de tipo hormonal, como las alteraciones de
la glándula tiroidea por exceso o por defecto de las glándulas suprarrenales o
de la propia hipófisis, que producen variaciones en el desarrollo del muchacho.
Aparecen además otros trastornos provocados por tratamientos médicos
recibidos durante la infancia o incluso por la madre durante el embarazo que
pueden alterar la maduración, como ocurre con los tratamientos con corticoi-
des, cuyo efecto se ha puesto de manifiesto en el retraso de los niños asmáti-
cos tratados con ellos.
58
Por último, la nutrición, que como también se verá para la niña, constituye
un aspecto crítico para un normal crecimiento y desarrollo en una etapa de
crisis somática y de incremento en las necesidades energéticas del organismo.
59
rado «aislante» y reservorio tiene también un importante papel en la regula-
ción de la reproducción. La adolescente debe llegar a una cantidad porcentual
de grasa mínima para que acontezca la menarquia, así como la mujer adulta
debe mantener un cierto acumulo graso para mantener ciclos regulares y en
definitiva para reproducirse.
La hembra humana, a lo largo de nuestra historia evolutiva, ha ido seleccio-
nando y adquiriendo una serie de características tales que al llegar a la madu-
rez, tras el proceso puberal, posee un almacenamiento de grasa corporal equi-
valente aproximadamente a la cuarta parte de su peso total. Por ejemplo, una
mujer joven que pesara 56 kg, tendría una reserva grasa de cerca de 14 kg, lo
que supone alrededor de unas 126.000 calorías almacenadas; este acumulo per-
mitiría hacer frente a los gastos energéticos que suponen el embarazo y la lac-
tancia. En el caso de los hombres no obesos, el porcentaje de grasa corporal es
tan sólo de entre el 12 y el 14 % del total de su peso corporal.
Se ha podido comprobar cómo en el estirón que precede a la menarquia el
cambio corporal más relevante consiste en el drástico incremento de grasa
(un 120 %), pasando de ser en valor absoluto de unos cinco kilogramos du-
rante la etapa de niñez tardía a unos once kilogramos. La masa magra tam-
bién aumenta en la adolescente pero tan sólo en un 44 %, por lo que la rela-
ción entre masa magra y masa grasa se modifica notoriamente. Pasa de un 5:1
en la niña, a un 3:1 durante la pubertad femenina en el arranque de las mens-
truaciones. Esta proporción parece ser limitante en el inicio y mantenimiento
de las reglas (Frisch, 1984).
En mujeres adultas el porcentaje de grasa debe ser superior para restable-
cer la menstruación tras un período de amenorrea. Esta diferencia puede de-
berse a que en el período adolescente existe una etapa de subfertilidad hasta
la consecución de un total desarrollo de los órganos reproductivos y durante
el cual son mucho más frecuentes los ciclos anovulatorios. El fiel de la ba-
lanza biológica es enormemente estricto en este sentido. Por ejemplo, se ha
podido comprobar cómo jóvenes atletas podían tener períodos amenorreicos
y recuperaciones de ciclos con variaciones de tan sólo un kilogramo de peso
(durante períodos de precompetición y entrenamientos intensos y cese de
éste por lesión). Períodos de amenorrea prolongados y menstruaciones tar-
días son una tónica general en grupos de atletas seleccionadas y entrenadas
desde edades tempranas como las gimnastas o bailarinas de ballet. En las que
no, no son infrecuentes los casos de anorexia. El peso puede ser un baremo
engañoso a la hora de determinar las subfertilidades cuando se trate de jóve-
nes o mujeres musculosas en las que un peso acorde a su talla puede ser en
una proporción mayor de músculo y tener menor grasa de la umbral reque-
rida.
El déficit de peso en la adolescente altera cuantitativa y temporalmente el
patrón de secreción de gonadotropinas impidiendo la estimulación de la hipó-
fisis y la secreción de las hormonas folículo estimulante y luteinizante que,
como ya se ha dicho, controlan periódicamente la liberación del óvulo y la
maduración del folículo ovárico. En este sentido, se ha podido comprobar
cómo durante períodos de penuria alimentaria y restricciones, la proporción
60
de partos gemelares disminuye por un descenso en el número de gemelos di-
cigóticos (doble ovulación) respecto de los gemelos monocigóticos, cuya tasa
suele permanecer invariable.
También en el caso de los varones parece afectada la capacidad procrea-
dora asociada a la pérdida de peso extrema. Primero, por un descenso de la li-
bido y, posteriormente, por una reducción en el fluido prostático. Esto dismi-
nuye la motilidad de los espermatozoides y su longevidad y, por tanto, su
eficacia reproductora.
Lo anteriormente expuesto pone de manifiesto cómo la nutrición juega un
papel de enorme importancia durante el período, no sólo del crecimiento,
sino también de la adolescencia. Es el primer factor incidente en la cantidad y
tempo del spurt adolescente y también en la maduración del aparato repro-
ductor que, al final de esta etapa, culmina con seres aptos para reproducirse.
En nuestra sociedad existen problemas tanto por exceso como por defecto,
y la adolescencia parece ser una edad proclive a los extremos. Ya hemos ha-
blado de la anorexia, pero también, y en número creciente, se observa una
cierta obesidad entre nuestros jóvenes. Muchos jóvenes ingieren un número
de calorías superior al necesario para el crecimiento, maduración y gasto
energético. Se ha podido constatar, por otro lado, cómo el adolescente obeso
es, en su mayor parte, un obeso adulto con los consiguientes riesgos de morbi-
lidad que esta patología origina.
Aunque la obesidad puede tener una base genética, también en muchos
casos se adquiere por una malnutrición. Tanto la ingesta como el consumo
energético que más o menos pueden ser controlados y planificados durante la
infancia se vuelven anárquicos e incontrolados en la adolescencia. Por un
lado, los cambios de horarios, comidas en institutos y salidas junto con una
permanente tendencia a ratificar el yo frente al colectivo de la comida fami-
liar hacen difícil controlar la ingesta nutricional. Estudios realizados en pobla-
ción española (Sarria, 1988 y Alcobendas, 1989), han puesto de manifiesto
que los adolescentes son uno de los peores grupos alimentados de nuestra so-
ciedad. Sobre todo es notorio la deficiencia en vitaminas, asociada a una in-
gesta muy baja de frutas y verduras. Oligoelementos como el hierro y el calcio
también están por debajo de los valores recomendados.
El rápido crecimiento del adolescente va acompañado muchas veces de un
aumento del apetito, pero que a menudo no se mide de acuerdo a la cantidad
de calorías y micronutrientes necesarios. Las tablas pueden servir de orienta-
ción básica, pero se ha de ser consciente de que cada individuo es un caso par-
ticular con unas características morfofisiológicas y una actividad propias.
No se debe olvidar la importancia creciente que el consumo de alcohol
tiene en la adolescencia. El aporte calórico es muy elevado y, sin embargo, és-
tas constituyen unas calorías vacías para las necesidades nutricionales del
joven.
Se exponen algunas de las más recientes estimas sobre los requerimientos
energético-nutricionales durante esta etapa en la que las necesidades son su-
periores a las de cualquier otra edad y cuyo desfasaje puede perturbar el equi-
librio somático de los individuos.
61
Cuadro 3. Composición corporal en niños, jóvenes y adultos (referencia adultos varones).
62
63
En conclusión, tras este intenso proceso de cambio, el cuerpo modificado
tanto morfológica como fisiológicamente, está preparado para, al menos teó-
ricamente, perpetuar la especie.
3.6. BIBLIOGRAFÍA
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64
4. La corporalidad adolescente
Emma De Llanos Serra
65
cultades en la aceptación e integración del cúmulo de transformaciones que
de forma intrusiva se apoderan de él. Con la irrupción de la maduración se-
xual, el adolescente puede sentirse falto de coherencia interna y, por lo tanto,
verse perturbado el sentido de la propia identidad.
Es frecuente el sentimiento de extrañeza y de no reconocimiento del pro-
pio cuerpo que invade al adolescente, como si de una esquizofrenia se tratara.
Tiene la sensación de estar deformado físicamente, carencia que no tiene por
qué corresponderse con la realidad, ya que se trata de falsas percepciones de
la imagen de sí mismo.
Ajuriaguerra propone para definir estos estados de ánimo el término dis-
morfestesia (sentimiento de deformidad) frente al de dismorfofobia, utilizado
por primera vez por Morselli en 1886, al considerar que se trata más de una
obsesión por el cuerpo que de una auténtica fobia.
No obstante, sí que existe un temor (para Ajuriaguerra el temor al rechazo
social), y es el temor a un cierto número de fuerzas pulsionales que se mani-
fiestan a través de un cuerpo erotizado; el temor a la pérdida del cuerpo in-
fantil; el temor a la pérdida de los padres de la infancia; el temor a la eviden-
cia de una identidad sexual. Aspectos todos ellos desvelados y representados
por las transformaciones corporales.
Existe, pues, una dosis elevada de angustia ante el reajuste intrapsíquico
que subyace a dichos cambios. Reajuste que puede concretarse en tres duelos
fundamentales.
66
4.1.2. Experiencia del cuerpo vs. conciencia del Yo
67
Tanto en el consumo de drogas, como en la exaltación de la belleza y del
cuerpo en la música, el baile y en el placer erótico-sexual, subyace el retorno
y la búsqueda de la utopía, el paraíso perdido (madre naturaleza), atemporal,
puramente hedonista.
El mundo de ensoñaciones al que se accede con la drogadicción, el sentirse
arropado en el tumulto de las discotecas y conciertos (experiencia grupal), y
el aislamiento que a su vez producen las músicas estridentes y compulsivas de
moda, conducen obviamente a una pérdida del juicio de realidad y conciencia
del Yo, a favor del culto a la sensorialidad, al sentir el cuerpo por el cuerpo.
68
tivo). Formando parte de él encuentra la seguridad que obtenía en los prime-
ros años en la relación grupal con la madre. Y eso es así porque en el grupo,
como un todo, proyecta de forma reactiva su tan temida escisión. Razón de
entender el grupo como un espacio de proyección y externalización de lo cor-
poral. Por lo tanto, cuanto más débil y vacío se sienta el Yo, más tenderá a re-
nunciar a su individualidad y a someterse al Ideal Colectivo. Dentro del grupo
sí que se sitúa en una situación edípica (rivalidad e identificación); se rebela
ante el padre (leyes...). Desde este punto de vista podemos considerar a las
pandillas adolescentes movimientos contraculturales.
3. Ph. Jeammet (1980) L'adolescence comme conflit, en Le bien-être de l'enfant dans sa famille
E.S.F. ed., París, vol. 1, 69-80.
69
raron y caracterizaba a sus adeptos expresaban sus ideas oposicionistas y de
protesta. Hoy en día también las bandas urbanas como los punks, skins, etc.,
recurren al cuerpo para expresar su rebeldía. Cuanto mayor sea su extrava-
gancia en su apariencia física, mayor inconformismo.
Desde este punto de vista estamos haciendo referencia al vestido como
«objetivización» del cuerpo, en su función tanto decorativa como protectora,
sin olvidar también el sentido simbólico que implica la ropa y que deja entre-
ver las actitudes hacia la propia corporalidad.
(ii) Uno de los recursos frecuentes de que dispone el adolescente para
expresar su conflictividad psíquica es la masturbación, esto es, la descarga de
la excitación sexual obtenida a través de la manipulación genital.
70
4.3. CULTO AL CUERPO: LA ESTÉTICA OCCIDENTAL
71
Todas estas posturas dificultan considerablemente la aceptación y el desa-
rrollo hacia una adecuada identidad genital.
(ii) Grupo de pares. La inseguridad que crea la ausencia de un Ideal del
Yo estable lleva al adolescente a refugiarse en el grupo de pares, pero la pre-
sión normativa que ejerce el mismo a todos los niveles es muy fuerte.
El joven dirige todos sus esfuerzos para no salir de los límites que marcan
las pautas de conducta y criterios de feminidad y masculinidad esperados y
aceptados por el grupo al que pertenecen. De ahí que muchas chicas y chicos
imiten la forma de vestir y de comportarse de aquellos dotados de los atribu-
tos valorados y acordes a los estereotipos culturales de belleza. Para las chicas
la delgadez y para los chicos el desarrollo muscular —era del culturismo que
está ganando adeptos también entre las mujeres.
No ajustarse a los cánones preestablecidos conlleva inmediatamente un
sentimiento de inferioridad y desvalorización respecto del grupo. Son los pro-
pios compañeros los que de forma no poco cruel se encargan de ridiculizar y
enfatizar cualquier deficiencia de los demás. En realidad, proyectan sus pro-
pios defectos en los otros con el fin de reafirmarse ellos mismos. «Todas las
veces que se manifiesta un interés por tal o cual parte del cuerpo de otro
existe a la vez el mismo interés por tal o cual parte del propio cuerpo. Toda
anomalía de una parte del cuerpo concentra el interés sobre la parte corres-
pondiente en el cuerpo de otros».4
Por lo tanto, y a modo de resumen, los atributos físicos, la importancia
otorgada a dichos atributos, el ajuste o no a los modelos culturales del cuerpo,
el resultado de las comparaciones establecidas con el grupo de pares, las acti-
tudes que los demás dispensen hacia nosotros, la seguridad obtenida o resul-
tante de las experiencias afectivas tempranas, y la imagen corporal que se ha
ido conformando desde los primeros años, determinarán en gran medida la
aceptación o rechazo del propio cuerpo, de lo que dependerá, a su vez, el de-
sarrollo psicosexual, que en caso de ser adecuado culminará con la elección
de objeto heterosexual.
72
La anorexia mental surge, pues, como reacción a la transformación del
cuerpo infantil en un cuerpo de mujer. La no aceptación de dicho cambio y,
por lo tanto, las dificultades de integrar la genitalidad, conduce a la negación
de este «medio cuerpo inferior» (vagina y útero), con lo cual la vivencia de la
corporalidad queda asentada sobre la dualidad: arriba (boca) vs. abajo (geni-
talidad).
Con el conflicto edípico y la consecuente regresión a las fases pregenitales,
se produce la sexualización y erotización de la zona oral (por desplazamiento
y fijación de las pulsiones sexuales), y con ella la asociación de la receptividad
genital con la oral. Se recupera la teoría infantil de las relaciones sexuales por
la boca, tras la negación y rechazo de la genitalidad.
De ahí que, dada esta confusión entre las «dos bocas», la anoréxica adopte
como solución fóbica el rechazo de la comida (boca superior) por todo lo que
representa y preservarse así del temor, pero también deseo, de «comer» por
su boca inferior o vagina (fantasía inconsciente de embarazo, objetivado en el
estreñimiento creado por la inanición y la amenorrea).
Ante esta situación, la joven repudia la condición y formas femeninas
(cuerpo real), busca con ahínco la delgadez (belleza purificada, cuerpo ideal),
renunciando y negando entonces cualquier energía pulsional (ascetismo).
Castiga su «cuerpo sexuado» y lo disocia claramente de los aspectos intelec-
tuales y racionales que potencia.
Únicamente «en confrontación» con otra anoréxica toma conciencia de su
realidad, pues se enfrenta lo que es cuerpo y lo que quisiera ser. Si bien en la
anoréxica prevalece la restricción, en la bulímica prevalece la impulsividad;
de ahí la obsesión y el temor a encontrarse con el alimento, que de ser incor-
porado deberá ser expulsado posteriormente con el vómito.
73
panadas en ocasiones por alucinaciones, ideas de referencia, delirios...; pre-
sentes también, y con significado defensivo y evolutivo, en cualquier adoles-
cente con elevada dosis de angustia ante la crisis de desarrollo.
(iii) Rehusando la imagen del cuerpo genital, las pulsiones pregenitales
se manifiestan exlusivamente recuperando la vivencia corporal pregenital, de
ahí que los síntomas vinculados a una relación sexual en conflicto devengan
síntomas orales u anales. Las náuseas, vómitos, calambres uterinos y el vagi-
nismo en las mujeres, y las diarreas en el varón, responden a este plantea-
miento.
(iv) La no aceptación de los cambios puberales puede derivar también en
fobias a determinadas partes del cuerpo; histeria, cuando el conflicto genital
se da en términos orales. En las chicas angustia ante lo puro-impuro; trastor-
nos obsesivo-compulsivos, si el conflicto se da en términos anales (sucio-lim-
pio). Compulsión a la limpieza, el orden; hipocondría, ansiedad, síndromes de
despersonalización.
(v) En el caso de fallar las defensas ante el incremento pulsional, y si la
exteriorización de los afectos y la acción es el medio privilegiado de luchar
contra la angustia, el adolescente que siente odio y rechazo ante el propio
cuerpo puede llegar a materializar estos sentimientos con actos destructivos
hacia él mismo.
El suicidio parte de la necesidad de controlar un cuerpo no sentido como
propio, sino vivenciado como algo extraño y externo a uno mismo y, por lo
tanto, susceptible de focalizar las tendencias agresivas y de destrucción.
Las automutilaciones, golpearse, cortarse, etc., presentes en organizaciones
psicóticas, presuponen una grave alteración en la imagen de sí mismo, una di-
ficultad en el conocimiento de los límites de su Yo corporal, y posiblemente
respondan también a una necesidad y búsqueda de comunicación y atención.
(vi) La homosexualidad podría situarse más cerca del autoerotismo que
del amor objetal. La importancia erógena del órgano genital (narcisismo fá-
lico) permite reafirmarse ante profundos temores de castración, por ello la
persona deseada no puede carecer de él.
La elección de objeto en el transexual también es homosexual, pero en este
caso niegan tal identificación. Rechazan los signos de virilidad, y de forma ca-
ricaturesca reivindican la castración, pues desean ser mujeres y actuar sexual-
mente como tales.
Todas estas manifestaciones patológicas adolescentes reflejan, con mayor
o menor gravedad, serias dificultades en la aceptación e integración del incre-
mento pulsional que acompaña la asunción de la genitalidad. Manifiestan una
percepción y valoración muy negativa de la corporalidad y claras resistencias
a conformar una identidad genital, bien sea masculina o femenina. En estas
condiciones, el desarrollo psicosexual adolescente queda totalmente compro-
metido.
74
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75
5. El género en la adolescencia
María Ferrer Guasch
Las bases sociales del género se han asentado en la cultura occidental ba-
sándose en el sustrato biológico de los sexos.
La identificación entre sexo y género implica la necesidad de interiorizar los
roles, funciones y valores que lo caracterizan. Los atributos que componen cada
género se han definido culturalmente. Ya en el mito de la fundación de la socie-
dad humana se asignó a cada sexo una función básica: cuando el ángel echó del
paraíso a Adán y Eva les impuso a cada uno un castigo diferente, a Adán le
condenó a «ganar el pan con el sudor de su frente» y a Eva a «parir sus hijos
con dolor», desde aquí se orienta al género masculino hacia el trabajo, que se
convierte en obligación y prerrogativa de los hombres, siendo de su competen-
cia la esfera de la productividad. El eje que configura culturalmente el género
femenino es la maternidad y todos los atributos que de ella se derivan: la repro-
ducción biológica y la esfera doméstica que engloba el cuidado de los hijos.
Las identidades de género y sus modelos culturales están profundamente
modeladas, desde su núcleo mismo, por un componente que está presente en
todas las culturas del trabajo de nuestra sociedad y de nuestra tradición cultu-
ral judeo-cristiana: la definición de responsabilidades sociales entre los géne-
ros quedan conformados en torno a la producción (el trabajo) para los hom-
bres y la reproducción (biológica y social) para las mujeres.
El acto reproductor tiene consecuencias diferentes para cada uno de los
dos sexos «mientras el macho fecunda y se separa físicamente de las conse-
cuencias de su acto, la hembra es fecundada e integra físicamente las con-
secuencias del acto reproductor».1 El embarazo impone a la mujer un ritmo
social diferente, hay una mayor fatigabilidad, la movilidad se ve reducida;
mientras que el hombre no se ve afectado por este hecho.
77
Con la aparición del nuevo individuo también se modifica la dinámica del
grupo o de la familia, la necesidad de cuidados que require es vivida por am-
bos progenitores de forma distinta: mientras la madre se involucra directa-
mente, el padre lo hace indirectamente, de forma esporádica cuando la madre
no puede realizar estas funciones, quedando relegada de esta manera al cui-
dado de los hijos y a su integración social y cultural, reproduciendo los esque-
mas sociales. Así la mujer y los hijos quedan sometidos al poder del hombre,
estableciéndose la familia patriarcal donde el cabeza de familia ostenta la
autoridad que le confiere el hecho de sostener con su trabajo a la familia. Ve-
mos así como la dinámica reproductora impone una división sexual de las ta-
reas. En las sociedades agrícolas, cazadoras, la mujer además de la reproduc-
ción debe encargarse de la producción de alimentos para la familia mientras
el hombre se ocupa de actividades más peligrosas como son la caza de anima-
les o la protección del grupo de depredadores o de otros grupos rivales y de
la guerra para conquistar nuevos territorios o defender el suyo. Si los hom-
bres pueden lanzarse al nomadismo cazador o a la guerra es porque cuentan
con el apoyo de este grupo que cuida de los hijos y de la supervivencia del
grupo.
No se trata de que los varones hayan nacido con una tendencia innata a ser
cazadores o guerreros, ni las mujeres para cuidar de las criaturas; esta división
de papeles aparece bajo un conjunto de condiciones naturales y culturales que
la determinan.
División de papeles que marca la concepción sobre los valores, estereoti-
pos, roles, etc., que competen a cada género y que analizaremos a lo largo del
presente estudio.
Sin embargo, poco a poco la mujer se ha rebelado contra esta posición y se
ha incorporado al mundo laboral, aunque muchas veces el empleo de la mujer
se oriente sólo a mejorar la posición económica de la familia y en pocas oca-
siones todavía se dé, hasta por la propia mujer, la misma importancia a su tra-
bajo que al del hombre.
Se hace necesario definir qué entendemos por sexo y género dada la con-
fusión terminológica que existe respecto a ambos.
El sexo hace referencia a los mecanismos biológicos que determinan que
una persona sea macho o hembra. Está anclado en la dimensión biológica y
desde la genética se explica por el par 23 de cromosomas (XX para la mujer y
XY para el hombre). Aunque se desarrolla a lo largo de todo el ciclo vital, el
nacimiento constituye el punto de partida de este desarrollo. Durante el em-
barazo, el sexo se define como biológico pero a partir del nacimiento se inves-
tirá con los atributos que social y culturalmente se le atribuyen contextuali-
zándose en la realidad de género.
Por género entendemos el conjunto de rasgos y características social y cul-
turalmente considerados apropiados para el hombre y la mujer. Sólo puede
78
entenderse desde una realidad psico-socio-cultural que se asienta en la varia-
ble sexo y que interactúa con ella a lo largo de todo el ciclo vital.
Los estudios antropológicos, sociológicos y psicológicos han puesto de ma-
nifiesto que la masculinidad y feminidad se comprenden mejor desde la ver-
tiente del género.
La división de roles inherente a la doble realidad actual del género se
puede explicar desde una doble perspectiva:
2. Cfr. Fernández, J. (coord.) (1988): Nuevas perspectivas en el desarrollo del sexo y el género. Pi-
rámide, Madrid, p. 39.
79
Esta orientación hacia la asunción de un determinado rol social viene de-
terminada desde el nacimiento, Rubin et al. (1974) comprueban la relación
existente entre las variables sexo del bebé y sexo de los progenitores y la va-
riable género en cuanto contexto social de tipificación sexual y socialización
del rol sexual: los padres ven a sus hijos recién nacidos de forma diferente en
función del sexo asignado, ven a las niñas «como más suaves, más pequeñas,
de rasgos más delicados, más distraídas» mientras que los varones son vistos
«más fuertes, más robustos, duros, con una mejor coordinación, de rasgos más
bastos» coincidiendo ambos progenitores en los atributos de cada sexo. Pode-
mos, pues, constatar que esta orientación viene marcada precozmente por las
expectativas que el sexo del hijo genera en los padres en el nacimiento, a pe-
sar de que las características del recién nacido son prácticamente neutras (to-
dos los bebés están igualmente indefensos). Por eso, no deben extrañarnos las
diferencias que aparecerán en la orientación de la educación posterior de
cada sexo, ni que la variable sexo ocupe un lugar preponderante en los proce-
sos de categorización sobre la percepción de las personas, ya que se percibe a
través de categorías dadas, impuestas por la cultura, acentuando las semejan-
zas percibidas entre los miembros de una misma categoría y las diferencias
entre categorías.
80
de personalidad: masculinos (altos en masculinidad y bajos en feminidad), fe-
meninos (altos en feminidad y bajos en masculinidad), andróginos (altos en
masculinidad y altos en feminidad) e indiferenciados (bajos en masculinidad y
bajos en feminidad).
81
grupo social y depende de él; por lo tanto, en el hombre las tendencias auto-
asertivas y las integrativas deben estar equilibradas.
Desde este modelo no se puede mantener, a nivel teórico, la alta relación
entre masculinidad para hombres y feminidad para mujeres como única posi-
bilidad de equilibrio y madurez de la personalidad, y tampoco que la inver-
sión de sexo biológico y masculinidad-feminidad, respectivamente, conlleve
disfunciones de tipo sexual. Por el contrario, se desprende la necesidad de un
equilibrio entre las polaridades que aparecen. Planteamientos teóricos en los
que se han basado los numerosos instrumentos elaborados basados en la
nueva concepción de masculinidad y feminidad: el Inventario de Rol Sexual
(BSRI; Bem, 1974), el Cuestionario de Atributos Personales (PAQ; Spence,
Helmreich y Stapp, 1974), la Escala de Comportamiento del Rol Sexual
(SRBS; Orlofsky, 1981), la escala PRF ANDRÓ (Berzins, Welling y Wetter,
1978), las Escalas de Masculinidad (MSC) y Feminidad (FMN) de CPI (Bau-
com, 1976), y las Escalas de Masculinidad y Feminidad del Adjective Check
List (ACL; Heilbrun, 1976).5
82
de la identidad/constancia de género, en segundo lugar la elección de sujetos
del mismo sexo como modelos a imitar en sus roles y estereotipos sexuales y,
finalmente, la adhesión a los modelos a los cuales imita.
Desde estos diferentes enfoques teóricos se estudian temáticas próximas
pero no coincidentes, hecho que puede explicar las diferencias terminológicas
y conceptuales y que impide llegar a un acuerdo; mientras los psicoanalistas
hablan de identificación que implica un deseo de ser como el otro, de una in-
ternalización de lo que representa, los cognitivistas hablan de la identidad, es
decir, de la autoclasificación de niño o niña, y los conductistas se refieren a la
tipificación sexual o a la asunción del rol que la sociedad impone a cada sexo.
A partir de la elaboración de estos modelos han surgido dos tendencias:
por un lado, los que intentan perfeccionar los enfoques ya existentes (las
aportaciones neofreudianas hacen especial énfasis en los factores sociocultu-
rales) y, por otro, los que han establecido su propio modelo de explicación.
Surgen, así, nuevos enfoques como el de la «trascendencia de los roles sexua-
les» que enfatizan el desarrollo de los roles sexuales y los surgidos del proce-
samiento de la información, que parten de la base de que la estereotipación
sexual es un proceso cognitivo normal.
83
b) Nivel de desarrollo
c) Sexo
d) Familia
e) Escuela
f) Grupo
84
autodesvalorización, una mayor inseguridad y mayores dificultades afectivas.
Las preocupaciones de esta etapa difieren respecto a los sexos; mientras en
las chicas la principal preocupación se halla en el deseo de gustar, en el chico
va a girar en torno al problema de la virilidad.
Podemos definir los estereotipos de género como una imagen mental muy
simplificada, acerca de las personas, en función de la dicotomía sexual que re-
fleja las creencias populares sobre los rasgos físicos, las actividades y los roles
que caracterizan a hombres y mujeres (y que, sin embargo, no siempre coinci-
den con la realidad).
Cumplen una función de orientación dentro del mundo social, son utiliza-
dos para reconocer a otra persona como perteneciente a un grupo social o a
uno mismo, a pesar de que esta categorización lleva implícita un cierto grado
de despersonalización al enfatizar los rasgos comunes al grupo y negar los in-
dividuales. Desde su nacimiento, los niños y las niñas se hallan inmersos en un
proceso de socialización a través del cual, por la presión social, van a desarro-
llar pensamientos, creencias y expectativas diferenciales sobre los comporta-
mientos apropiados para mujeres y varones construyendo, basados en ellos,
su propia identidad de género que modula sus comportamientos diferenciales.
Bajo esta categorización estereotipante se percibe a los sujetos femeninos
más cálidos, expresivos e interesados por los problemas personales, rasgos
que son de gran utilidad en las relaciones interpersonales y en las interaccio-
nes sociales; mientras que los hombres son considerados más asertivos, racio-
nales y más orientados hacia la actividad que hacia la gente. Esto ha llevado a
orientar durante mucho tiempo la educación de la mujer hacia determinadas
tareas socialmente consideradas como «femeninas» y la del varón hacia otras
«más masculinas»; pero la nueva concepción de la masculinidad y la femini-
dad como factores independientes, que surge a través de los estudios del gé-
nero, rompe la dicotomía entre sexo y género y abre nuevas perspectivas que
exigen un replanteamiento de las concepciones tradicionales.
B) Roles de género
Los roles de género son un subgrupo de los roles sociales definido en fun-
ción del sexo biológico y analiza las expectativas y conductas que definen los
contenidos de estos dos roles diferenciales. Se plantea de qué manera la dife-
rencia de género afecta a su realización, a sus componentes, y qué tipo de roles
sociales se ven afectados en mayor o menor grado por el género de los sujetos.
Éstos se van adquiriendo a lo largo del proceso de socialización, a través
de los procesos de identificación con las figuras parentales y de introyección
85
de las normas sociales, en un continuo a lo largo del ciclo vital. Desde las teo-
rías del rol social se definen como:
86
Con respecto al prestigio asociado con la ocupación del rol, las de mayor
prestigio son las ocupaciones mixtas, las masculinas y, en último lugar, las fe-
meninas. También el poder del rol de trabajo, marital y parental es mayor en
los varones a excepción de pequeñas parcelas de poder cotidiano en el ámbito
doméstico que son para las mujeres.
En el compromiso con el rol parece que para los varones es mayor el com-
promiso en el rol laboral y para las mujeres en los familiares.
Por otro lado, en el análisis de la interacción entre roles se observa una re-
lación negativa entre empleo y rol de madre que puede llegar a ser positiva si
hay mayor reparto de tareas familiares, mientras que en el hombre el rol de
padre y marido se ve supeditado al alto compromiso con el laboral.
Las diferencias entre hombres y mujeres han sido reforzadas por un sis-
tema social que ha dicotomizado la familia, el trabajo y las interacciones so-
ciales en función del sexo de los individuos.
87
— la moral heterónoma (desde 4 a 8 años); durante este período el niño
consideraría los deberes y los valores que se relacionan con ellos como inde-
pendientes de la conciencia e impuestos obligatoriamente.
— la moral autónoma (a partir de los 8 años) en la cual los actos pasan a
valorarse por su intencionalidad en lugar de por sus consecuencias.
88
que éstos realizan más juegos competitivos donde ejercitan sus habilidades de
organización y coordinación de grupos más numerosos, elaborando reglas y
desarrollando procedimientos justos para resolver los conflictos, mientras que
las niñas realizan juegos en grupos reducidos, más cooperativos, que les ayu-
dan a conocer al otro pero no a asumir las reglas. Esto nos lleva a la entrada
en la adolescencia con una diferente orientación interpersonal y unas expe-
riencias sociales distintas para cada género, que van a modular el desarrollo
de la moral y los aspectos que adquieren más relieve en este desarrollo.
C. Gilligan plantea que el desarrollo moral de las mujeres se centra en la
elaboración de la importancia de la intimidad, de las relaciones y del cuidado
interpersonal; dice: «de la importancia de la intimidad, las relaciones y el cui-
dado es algo que las mujeres han sabido desde el principio»,10 así surge una
concepción moral diferente de las aparecidas hasta el momento; en esta con-
cepción, el problema moral surge de responsabilidades en conflicto, y no de
derechos competitivos, y para su resolución pide un modo de pensar que sea
contextual y narrativo, en lugar de formal y abstracto. Se centra en torno del
entendimiento de la responsabilidad y las relaciones, así como la concepción
de moralidad como imparcialidad une el desarrollo moral al de entendi-
miento de derechos y reglas. La esencia de la decisión moral es el resultado
de la elección y la disposición a aceptar las responsabilidades de dicha elec-
ción, logrando la integración de derechos y responsabilidades mediante el en-
tendimiento de las relaciones; este entendimiento modera el potencial auto-
destructivo de una moral autocrítica, afirmando la necesidad de dar cuidado a
todas las personas.
Desde esta perspectiva los dilemas morales aparecen en términos de res-
ponsabilidades conflictivas.
10. Gilligan, C. (1985): La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino. México: F.C.E.,
p.39.
11. Cfr. Llanos, E. (1989): «El cuerpo y el desarrollo psicosexual en la adolescencia», INFAD,
2,49-59.
89
relaciones afectivas. Sin embargo, desde la misma sociedad los cánones de be-
lleza establecidos para la mujer son diferentes, y van ligados a la estética cor-
poral entendida como delgadez, como fragilidad, atributos de la feminidad;
mientras que una chica «rellenita» está «como una vaca» un chico está «como
un toro». Estereotipos que han apartado a la mujer del deporte.
No es de extrañar, sin embargo, que se haya llegado a este punto, ya que si
echamos una mirada hacia atrás observaremos que la mayoría de las culturas
han diferenciado los roles masculinos y los femeninos; desde la época griega
se había apartado a la mujer de la educación y de la práctica deportiva con al-
gunas excepciones (con la finalidad de que tuvieran hijos más fuertes).
Estas actitudes frente a los roles, estereotipos y valores diferenciados en
cada género han creado una serie de mitos a nivel social que justifican la es-
casa práctica deportiva en las mujeres; mitos como son la masculinización de
su cuerpo, que no les interesa, no lo realizan lo suficientemente bien, puede
afectar a su salud existiendo períodos en los que no pueden realizar ejercicio
(durante la menarquia). Sin embargo, estos mitos han sido sustituidos por
otros nuevos provenientes de sectores feministas (M. García Ferrando,
1986)12 que reivindican el mismo límite en la ejecución para ambos sexos, la
igualdad, niegan la relación entre el deporte de hombres y mujeres y el hecho
de que es dañino para la salud. A pesar de ello, hay que tener en cuenta las
diferencias morfológicas y fisiológicas13 entre los dos sexos que van a condi-
cionar la práctica y los resultados deportivos.
Aparte de estos condicionantes sociales hay otro, el del nuevo ideal de ex-
trema delgadez (representado por modelos, bailarinas, actrices, etc.) que ha
llevado a las muchachas, en casos de alteraciones psicopatológicas (casos de
anorexia),14 a una hiperactividad motriz que se manifiesta en la práctica de
deportes durante muchas horas para controlar de forma obsesiva su peso y
mantener la imagen de un cuerpo infantil, asexuado, llegando a conseguir la
desaparición de los caracteres sexuales secundarios.
5.3. CONCLUSIONES
A modo de conclusión podemos decir:
— La realidad de género se enmarca en un contexto psicológico determi-
nado social y culturalmente. Desde la propia cultura se originan los estereoti-
pos, roles, valores, etc., que conforman la masculinidad/feminidad.
— La división de los roles surge, en parte, debido a una serie de conse-
cuencias naturales y sociales: las características físicas llevan al hombre a de-
12. García Ferrando, M. (1986): Hábitos deportivos de los españoles. Sociología del comporta-
miento deportivo. Ministerio de Cultura. Consejo Superior de Deportes. Madrid. Ob. cit. en Zaragoza
Mora, F. (1991): «La adolescencia femenina y el deporte», INFAD, 3-4. Pág. 91.
13. Descritas en Zaragoza Mora, F. (1991). Ob. cit.
14. Cfr. A. Aguirre (1989): «La anorexia mental en el marco de la adolescencia femenina»,
INFAD, 1,17-23.
90
dicarse a la caza y a la guerra, mientras las mujeres quedan condicionadas por
el ritmo que les impone la dinámica reproductora y relegadas al ámbito do-
méstico.
— La orientación en el género se inicia muy precozmente, antes incluso
del nacimiento; en el momento que los padres conocen el sexo de su hijo ya se
generan una serie de expectativas acerca de su futuro que determinan la
forma de percibir y de relacionarse con su hijo.
— A partir de los estudios realizados sobre el género se ha llegado a la
conclusión de que es un constructo bidimensional, esto permite tipificar a los
individuos como: masculinos, femeninos, indiferenciados o andróginos (en
función de la carga de masculinidad/feminidad que tiene cada uno). Se plan-
tea la necesidad de establecer un equilibrio entre ambas polaridades; así, los
sujetos andróginos aparecen con un alto grado de salud mental y de flexibili-
dad comportamental.
— En el proceso de enculturación y de socialización en el género influyen
tanto factores constitucionales (edad, nivel de desarrollo, sexo) como sociales
(familia, escuela, grupo), factores que van interrelacionándose entre sí para
conformar la identidad de cada individuo.
— Los procesos de socialización y enculturación determinan el aprendi-
zaje de estereotipos, roles, valores, etc., que conforman la identidad de cada
persona basándose en su sexo, elementos transmitidos socialmente de una ge-
neración a otra reproduciendo las estructuras sociales existentes. Esto con-
lleva expectativas a nivel social diferenciadas para hombres y mujeres.
— La imagen corporal construida en la adolescencia tiende a reforzar el
género a través de su expresión corporal y de los roles adscritos a lo mascu-
lino y a lo femenino. Consideramos decisivo el periodo adolescente en la
construcción psicosociocultural del género.
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93
6. La psicosexualidad en los adolescentes
Mariano Moraleda Cañadilla
6.1. INTRODUCCIÓN
95
rendar de modo significativo este desarrollo y su correspondiente expresión
en forma de ciertos comportamientos psicosexuales.
El desarrollo de la psicosexualidad adolescente ha sido objeto de numero-
sos estudios tanto desde un punto de vista teórico como empírico. Entre los
estudios teóricos cabe distinguir dos orientaciones fundamentales: la psico-
analítica y la psicosociológica.
Los teóricos de orientación psicoanalítica han realizado importantes apor-
taciones al conocimiento, sobre todo, de los aspectos profundos de la psicose-
xualidad adolescente. Para ellos dicha sexualidad viene a ser, ante todo, una
reactivación de la primitiva orientación infantil hacia los antiguos objetos de
amor: los padres (Alsteen, 1970; Bloss, 1970; Freud. A, 1974; Klein, 1978;
Schwarz, 1975; Sullivan, 1953; Tanner, 1962).
Los teóricos psicosociales, muy numerosos, han realizado también trascen-
dentales aportaciones al conocimiento de la psicosexualidad adolescente. Sus
investigaciones, más diversas, no son fáciles de categorizar. Algunos, como
Jurich y Jurich (1974), Judith y Anthony D'Angelli (1977), Miller y Simón
(1982), Jackson y Bosma (1992) se han orientado al análisis de las normas y
juicios morales que rigen la conducta sexual adolescente y que reflejan de al-
gún modo la visión que tiene éste del mundo que le rodea. Otros, en especial
los pertenecientes a las tres últimas décadas, se han dedicado fundamental-
mente al estudio de la llamada «revolución sexual» o comportamiento sexual
de los adolescentes actuales (Freeman, 1972; Hopkins, 1977; Jessor y Jessor,
1975; LoPiccolo, 1973; Marcuse, 1953; Mead, 1972; Reich, 1976; Reinold,
1979).
La mayor abundancia de investigaciones, con todo, son de tipo empírico y
están orientadas al estudio de los distintos tipos de conducta sexual, su inci-
dencia y posibles variables responsables de la misma. Es innegable el interés y
riqueza científica de muchos de estos trabajos que suponen, generalmente, un
gran esfuerzo de acercamiento, desde una cierta perspectiva dialéctico-con-
textual, a la dimensión histórica del comportamiento sexual de los diferentes
grupos adolescentes; es decir, a los determinantes contextúales de dicho com-
portamiento (Álvarez, 1977; Benavent, 1973; EPSA, 1978; Ferrer, 1968; Gon-
zález y col, 1989; Gurrea, 1985; Hite, 1977; Kinsey, 1966; Moraleda, 1993; Na-
varro, 1993; Schmidt y Sigusch, 1971; Schfield, 1969; Sorensen, 1972; Udry,
1965).
Las dificultades, con todo, al realizar este último tipo de estudios, son
grandes. Unas, derivadas de la representatividad de la muestra. Otras, de la
fiabilidad de las respuestas dadas por los adolescentes. Todo lo cual dificulta a
veces la generalización de sus conclusiones.
En este capítulo vamos a realizar el análisis de la sexualidad adolescente a
partir de las aportaciones de algunos de estos estudios, centrándonos, sobre
todo, en los siguientes puntos: Factores implicados en el desarrollo de la psi-
cosexualidad adolescente; su comportamiento sexual; sus actitudes ante la se-
xualidad; factores diferenciales en este desarrollo.
96
6.2. EL DESARROLLO PSICOSEXUAL ADOLESCENTE
CONDICIONADO POR FACTORES BIOLÓGICOS,
EMOCIONALES Y SOCIOCULTURALES
97
ción genital correcta. Es necesario que esta genitalidad se haya integrado en
un desarrollo emocional (erótico) también correcto. De esta integración ma-
durativa de ambos componentes dependerá fundamentalmente el desarrollo
psicosexual de cada sujeto, su lentitud o aceleración, su posible desviación, re-
tención o incluso regreso a estadios ya superados.
Este proceso de la psicosexualidad adolescente, así entendido, no es algo
que se da de modo poco ordenado en función de las condiciones ambientales
de cada sujeto. Sino que es un proceso unitario, decíamos anteriormente, en
el que ciertas variables internas predicen la dirección del desarrollo; un pro-
ceso de maduración progresiva que evoluciona a través de etapas sucesivas,
desde un primer momento en el que los componentes biológicos (genitales) y
psicoemotivos (eróticos) se dan en el sujeto por separado, hasta otro en el
que ambos elementos se dan integrados en un acto de amor pleno, caracterís-
tico de la madurez.
98
6.3.1. La masturbación
99
un placer idéntico a la relación heterosexual plena. El orgasmo vivido en la
unión da al sujeto una seguridad de la que carece la masturbación. Quizá ex-
plique esto la decepción y desagrado que una gran parte de estos adolescentes
manifiesta sentir en ella, sobre todo a medida que aumentan los años y la ne-
cesidad de una relación heterosexual es en ellos más fuerte.
— Para el 46 % de los chicos y el 29 % de las chicas es una descarga con-
vulsiva que sigue a un estado de hiperemotividad. Esta hiperemotividad
puede ser causa de una tensión específicamente sexual. La masturbación
se puede convertir entonces en un medio no tanto para buscar un placer se-
xual, cuanto para acabar con una tensión que ha llegado a ser insoportable.
Pero puede tener también un origen no específicamente sexual. Por ejemplo,
un esfuerzo deportivo, un fracaso, un día de juerga, etc. En cuyo caso la mas-
turbación viene a ser la recuperación de la fatiga o un posible acto regulador
de la ansiedad.
— Para un 20 % de los chicos y un 30 % de las chicas es un medio para re-
gular la agresividad. Este rol de catarsis reguladora lo ejerce la masturbación
gracias a la función de descarga tensional, por supuesto. Pero, sobre todo, por
la compensación de la frustración que implica dicha agresividad, al asegurar
al adolescente la posesión de sus capacidades vitales, mediante el autoconoci-
miento y autodemostración de las mismas. Esta forma de masturbación es
más propia de los primeros años adolescentes.
— Para un 45 % de los chicos y un 28 % de las chicas es la reivindicación
de un derecho a la libre disposición de su cuerpo porque piensan que es algo
bueno; algo a lo que legítima y naturalmente tienen derecho, como lo tienen
al comer o dormir.
Esta exigencia confusa aflora, no obstante, en estos sujetos en pugna con
la norma represiva e interiorizada de la moral imperante en forma de culpabi-
lidad.
— Para el 27 % de los chicos y el 38 % de las chicas es un esfuerzo por
romper su sentimiento de soledad y tristeza. La masturbación es, en estos ca-
sos, como indica Alsteen (1970) una llamada al «otro». Las imágenes que la
acompañan, los fantasmas que la alimentan, nos indican que está orientada
hacia objetos exteriores, distintos de su propio cuerpo. Pero si el otro se en-
cuentra ahí, en imagen, también se encuentra realmente ausente. Por lo que
la masturbación subraya y señala al adolescente lúcidamente su soledad, sus
límites, su finitud. Únicamente es un esfuerzo de conjuración, un intento de
combatir el vacío, la soledad, pero sólo un intento.
— Para el 13 % de los chicos y el 22 % de las chicas es un refugio contra
el aburrimiento y el cansancio de la vida. Un refugio en el que se esconden
cuando se encuentran excesivamente frustrados u oprimidos; un medio de
evadirse a un mundo irreal, abierto a su discreción como un televisor interior
en el que el adolescente tuviera plena libertad de elegir programa.
100
La característica, con todo, de la masturbación adolescente es que, aunque su
ejecución es autoerótica, ya se muestra abierta a la heterosexualidad por los
fantasmas que, según hemos visto anteriormente, la acompañan. Estos fantas-
mas son, con frecuencia, imágenes sexuales reales que implican un compa-
ñero o una chica a los que se sienten ligados por amistad o a veces prolongan
fantasías diurnas. Un rasgo esencial de estos fantasmas es el servir de expre-
sión a los deseos íntimos del sujeto. Otro rasgo también importante es un ca-
rácter de irrealidad. Esta irrealidad puede llevar al adolescente a convencerle
de la ausencia de verdadera satisfacción sexual y con ello contribuir a que
abandone su práctica. Pero también puede llevarle, por el contrario, a redo-
blar su ejecución, en la búsqueda incesante de una satisfacción que nunca al-
canza plenamente.
En el caso del adolescente puede encontrarse también un tercer rasgo: la
satisfacción que le ofrece la masturbación, aunque incompleta, es para el su-
jeto más fácil y accesible que la relación heterosexual. Por lo que el miedo a
las dificultades que ésta entraña, sobre todo al comienzo, puede llevar al ado-
lescente a instalarse en ella, desconectándose definitivamente de la realidad e
incluso llegando a un empobrecimiento de los fantasmas, lo que puede lle-
varle a una situación regresiva.
Un cuarto rasgo, por fin, que caracteriza la masturbación adolescente y
que nos da la clave de su última y más profunda significación es que estos
fantasmas están relacionados con la situación edípea. La investigación psi-
coanalítica muestra cómo con el despertar de las glándulas sexuales se reac-
tiva en los sujetos su primitiva orientación hacia los antiguos objetos de
amor: los padres. Pero estos deseos se encuentran con la barrera de la
prohibición del incesto. La tensión encuentra entonces su cauce en la mas-
turbación: el adolescente vive a nivel inconsciente esta relación heterose-
xual con sus padres, representados a nivel simbólico por los fantasmas de
los amigos u otras personas. Pero esta relación, aunque a nivel imaginario,
conserva su carácter incestuoso. De ahí que cuando los fantasmas que la
acompañan son genitales, reactiven los antiguos miedos a la castración
(Alsteen, 1970).
Contra el envite de esta genitalidad y su correspondiente reactivación del
complejo de Edipo, generadores de culpabilidad, el adolescente puede adop-
tar una serie de actitudes defensivas, según A. Freud (1974): el ascetismo o
rechazo radical por el adolescente del ejercicio de su genitalidad, que le lleva
incluso en ocasiones a la renuncia de toda forma de virilidad o feminidad.
Una consecuencia del gasto continuo de energía que supone en el adolescente
este mecanismo represivo suele ser, indica A. Freud, el empobrecimiento de
los recursos de energía psicológica disponibles para relacionarse con el exte-
rior. Lo que puede llevarle a una situación de fatigabilidad en el desempeño
de las tareas.
Otro mecanismo de defensa ante la genitalidad es la intelectualización,
que consiste en trasformar cuanto se experimenta, a nivel de sentimiento, en
ideas abstractas. Es un medio de mantener distancias con el instinto sexual
desplazándolo al pensamiento abstracto y controlándolo así.
101
Un tercer mecanismo de defensa, por fin, es la sublimación. Por él el adoles-
cente modifica la energía sexual que le resulta ansiógena, poniéndola al servicio
de formas de expresión que, al paso de ser valiosas, le sirven para aliviar su ten-
sión instintiva. Muchas de las ocupaciones realizadas por los adolescentes (de-
portivas, pictóricas, religiosas, sociales), pueden tener, sobre todo en los adoles-
centes tímidos con dificultades sexuales, este carácter substitutivo.
102
En este tipo de relaciones íntimas se efectúa una identificación del sujeto
con un ser semejante a él, que tiene los mismos problemas, dudas, ansiedades,
amistades, rebeliones, entusiasmos; que le ofrece la oportunidad de encon-
trarse en él y participar con él en los sentimientos demasiado pesados para so-
portarlos solo; de ahí que esta amistad sea de importancia capital y vaya a
desempeñar un papel considerable en la evolución y crisis adolescente (Sulli-
van, 1953).
Estas amistades suelen ser exclusivas, fervorosas, celosas y se parecen al
amor, al que preceden, sobre todo en las chicas. Toman del amor su lenguaje
y, como en el amor, se ven invadidas de tempestades, rupturas, perdones y re-
conciliaciones. La traición de un amigo íntimo puede suponer para un adoles-
cente una experiencia dolorosa que le llega hasta lo más profundo del alma.
Porque no sólo es un duro golpe a sus experiencias de absoluto, a su necesi-
dad intensa de amor, sino que le pone en duda su valor mismo (Moraleda,
1992).
En esta edad el amigo íntimo desempeña el valor de sostén del yo; o me-
jor, es un otro yo; un yo idealizado que reenvía al adolescente a una imagen
aseguradora de sí mismo. De ahí la importancia de una tal relación; de ahí
también las consecuencias cuando viene a romperse. Nada tiene de extraño
que en la base de ciertas fugas se encuentre una amistad rota. En la base de
esta amistad adolescente se encuentra, pues, mucho de narcisismo, ya que la
relación con el amigo es una relación de espejo (Sullivan, 1953).
Todo esto explica que la amistad adolescente sea una amistad a dos y que
parezca marcar un retroceso en el proceso de socialización e integración en el
grupo.
La amistad en esta edad no suele resistir a la separación por muy dramá-
tica que se presente ésta. Basta que un adolescente sea cambiado de colegio
para que los lazos de la amistad se esfumen. El momento en el que uno de los
compañeros se orienta hacia el otro sexo basta también para que la amistad se
disuelva, sobre todo si uno de los amigos es más joven o menos desarrollado.
— La fase de idealización/romanticismo.
— La fase de heterosexualidad en grupo (flirteo o coqueteo).
— La fase de enamoramiento.
— La fase de noviazgo.
103
6.3.3.1. Fase de idealización/romanticismo. En ella el conocimiento y
descubrimiento de la heterosexualidad no se inicia con aproximaciones reales
entre los sexos, sino que en un primer momento prevalecen la idealización y
el romanticismo, dos formas diversas de conducta heterosexual.
En la idealización, el deseo de establecer contactos de naturaleza heterose-
xual existe, pero, antes de llevarlos a la práctica en el grupo de pares, dichos
encuentros se producen a nivel de fantasía. En ella se refugia el adolescente
ante el temor y la angustia que supone la posibilidad de mantener experien-
cias reales. El fantasear las relaciones sexuales supone también para el ado-
lescente un entrenamiento del rol que debería posteriormente asumir en la
realidad. La actividad onírica y los ensueños adquieren, por tanto, un papel
fundamental. Los chicos imaginan que son héroes poderosos, salvadores,
mientras que las chicas fantasean ser seducidas por un príncipe azul, se creen
el centro de la atención de los chicos, desean ser admiradas, pero también
amadas.
La persona hacia quien se orienta el deseo sexual suele ser idealizada. Es
decir, tanto los chicos como las chicas, no se fijan en sujetos de la misma edad,
sino que su primer deseo lo constituye una persona generalmente mayor e
idealizada (actores, profesores, amigos de sus hermanos mayores). Se trata de
amores platónicos cuyas fotografías invaden las paredes de su habitación, car-
petas escolares, armarios, etc., y que monopolizan las conversaciones entre
amigos del mismo sexo.
La intensificación del deseo que suponen estas fantasías de relaciones
con estas personas tan distantes se resuelve generalmente con la mastur-
bación.
En este momento en el que la idealización y el romanticismo son muy in-
tensos, sería contraproducente mantener relaciones sexuales, ya que serían vi-
vidas como una experiencia frustrante y sucia, al no estar integrados todavía
en la personalidad adolescente la ternura y la genitalidad.
104
Es la edad de las discotecas. A través del baile, el adolescente satisface sus
deseos de aproximación física al otro sexo y, por otra parte, debido a sus cla-
ras connotaciones sexuales, permite la liberación de la tensión sexual que no
puede encontrar salida todavía en unas relaciones completas.
Generalmente los contactos entre los dos sexos se reducen a paseos, cari-
cias, besos, miradas cómplices, etc. Debido a que el sentimentalismo está to-
talmente ausente en este tipo de relación puramente exploratoria, la disocia-
ción entre afecto y sexo es ahora máxima.
6.3.3.3. Fase del enamoramiento. Esta fase que sigue al flirteo y a ve-
ces alterna con él se distingue de éste en que es una relación más selectiva y
de naturaleza más fundamentalmente emotiva e irracional.
Entre las transformaciones que implica el enamoramiento en el adoles-
cente una de ellas es que éste sale de sí para proyectarse hacia su compañero
de pareja. Nada le interesa ni importa si no es visto, sentido, vivido a través
del «filtro» del otro. El trabajo, la familia, los amigos, pasan ahora a segundo
plano. Un segundo mecanismo que se dispara en el enamoramiento es el que
tiende a modificar las posibles discrepancias entre ambos enamorados. Para el
enamorado, todo lo referente a su pareja es formidable, positivo, tendiendo a
disculpar e ignorar la presencia en él de los aspectos negativos. Un tercer me-
canismo que se dispara, por fin, se refiere a las transformaciones que el ena-
moramiento implica en el adolescente que lo vive. Basta con decir que
cuando está enamorado, suele perder el apetito o el sueño o viceversa, tener
un hambre de lobo y felices sueños. La ansiedad, palpitaciones, rubor y pali-
dez son los síntomas más corrientes y visibles. Es la emotividad que se desen-
cadena violentamente cada vez que el adolescente enamorado ve, oye hablar
o piensa en la persona amada. La concentración se desvanece y el pensa-
miento permanece fijo en ella, se haga lo que se haga o se diga lo que se diga.
En el enamoramiento el adolescente se siente feliz, colmado y motivado.
A pesar de que, como hemos indicado, no tenga la fuerza de voluntad necesa-
ria para concentrarse en otras cosas, existe la necesidad abstracta y el entu-
siasmo de hacerlas. Todo se vuelve hermoso y le parece que quiere a todo el
mundo; lo que antes le disgustaba, ni siquiera le molesta y el aburrimiento
desaparece por completo. Es como un estado de exaltación constante en el
que se tiene la sensación de vivir en una esfera de cristal y en un estado de ar-
monía consigo mismo.
Lógicamente un momento de «gracia» de tal intensidad es, por su propia
naturaleza, de corta duración precisamente porque se basa en una carga irra-
cional. Cuando ese estado se acaba, hay dos opciones: o se transforma en
amor, sentimiento más complejo y más adecuado a la realidad, o termina del
mismo modo rápido e irracional que había comenzado.
El problema es que si termina, no termina siempre al mismo tiempo en las
dos personas. Entonces el que sufre el alejamiento del otro puede entrar en
un estado de depresión profunda y sentirse decepcionado y vacío.
Es interesante observar también que hay adolescentes que se enamoran
continuamente y otros que no se enamoran nunca. En general, el adolescente
105
que se enamora con gran facilidad es constitucionalmente de naturaleza frá-
gil, inseguro de sí mismo y de sus más profundas necesidades sentimentales,
con una constante necesidad de encontrar nuevos estímulos en personas cada
vez más distintas, como si de este modo pudiera verificar y descubrir su pro-
pia personalidad e identidad. Aunque de modo distinto, los adolescentes que
no se enamoran nunca sufren una especie de «carencia». En la mayor parte
de los casos se trata de estructuras cerradas en su «ego» que viven en una es-
pecie de avaricia psicológica como si creyeran que el tiempo que dedican a los
demás fuera un tiempo perdido.
La atracción sexual en estos primeros encuentros presenta diferencias en-
tre chicos y chicas: Una de ellas es la mayor precocidad en la iniciación de las
relaciones heterosexuales en las chicas, debido a que maduran éstas sexual-
mente antes que los varones. Una segunda diferencia es que los chicos suelen
mostrar más experiencia sexual, están más iniciados en el sexo, que las chicas.
Esta diferencia está basada, según Sherman (1972), en factores innatos acen-
tuada por el aprendizaje debido a factores culturales. La capacidad de reac-
cionar a los estímulos psicológicos de naturaleza sexual (observación del sexo
opuesto, figuras desnudas, etc.) es también mayor en los chicos que en las chi-
cas. Otra tercera diferencia está relacionada con el significado diferente que
presenta para los chicos y chicas la relación heterosexual. Para las chicas, en
efecto, esta relación, de substrato predominantemente psíquico, es la forma
más fundamental de relacionarse con el otro. Considera al chico no como un
instrumento para su satisfacción sexual, sino como un camino para realizar la
plenitud de su feminidad. Mientras que para el chico la sexualidad, de subs-
trato predominantemente biológico, es algo episódico, una forma entre otras
de relación, así como también un modo de satisfacer su genitalidad. De ahí
que considere a veces la chica como un instrumento para la satisfacción y que,
una vez que la ha obtenido, se dirija inmediatamente hacia otros objetivos,
otras actividades (juego, trabajo, etc.).
Esta disociación de la genitalidad y la ternura en estas primeras relaciones
heterosexuales puede presentar, tanto en el chico como en la chica, dificulta-
des; para el chico, el reducir a la chica a simple objeto sexual así como sus di-
ficultades para comprenderla en sus demandas de una relación profunda y du-
radera; para la chica, el no sentir por el chico sino un sentimiento platónico y
no comprenderle en sus demandas de satisfacción sexual.
6.3.3.4. Fase del noviazgo. Una edad clave en la aparición del no-
viazgo como nuevo tipo de relación heterosexual son, a juzgar por los datos
recogidos en nuestra investigación con adolescentes españoles (Moraleda
1977-1992), los 18 años. Antes de esta edad, sólo el 24 % manifestaban tener
novia y el 47 % haberla tenido. Pasados los 18 años son ya, sin embargo, el
37 % los que manifiestan tenerla y el 57 % haberla tenido.
¿Qué lleva a estos jóvenes a unirse en relación de noviazgo? Según la ante-
dicha investigación nuestra, los motivos más frecuentes son, tanto para los
chicos como para las chicas, el amor y la comprensión (83 % para los chicos y
87 % para las chicas) y la necesidad sexual (70 % para los chicos y 73 % para
106
las chicas). A estos dos añaden las chicas también la necesidad de compañía y
las afinidades de carácter personal (60 %).
Pero, ¿qué significa para estos adolescentes el amor? Tanto los chicos
como las chicas responden que «una apertura máxima a la comunicación»
(70 % los chicos y 80 % las chicas) y «lo que te hace más feliz» (51 % los chi-
cos y 65 % las chicas). Esta necesidad de comunicación tiene un significado
psicológico relacionado con el descubrimiento de la relación en profundidad
en pareja y la entrega al otro en dicha relación propios de esta edad. Comuni-
cación que produce en el sujeto un sentimiento de plenitud y felicidad (51 %
los chicos y 65 % las chicas). Esta necesidad de comunicación tiene también
implicaciones de tipo sociocultural. En un mundo donde la incomunicación ha
llegado a ser uno de los problemas más acuciantes, estos jóvenes creen que la
comunicación se puede lograr mediante el amor. De ahí que un gran porcen-
taje de ellos señalan también el amor como remedio contra la soledad. Este
problema, con todo, es más acuciante en los chicos (55 %) que en las chicas
(25 %). Muchos varones, a pesar de vivir aún en esta edad en familia, suelen
presentar dificultades en la relación en el hogar y se quejan de ser incompren-
didos por los padres, mucho más que las chicas. Por lo que aspiran a encon-
trar ese amor como remedio contra este aislamiento.
La relación de noviazgo es también para un alto porcentaje de adolescen-
tes (sobre todo en ellas) no sólo una relación que lleva a la comunicación y fe-
licidad, sino también un estímulo que lleva a la persona a una situación de fe-
cundidad psicológica caracterizada por la euforia, el entusiasmo ante la vida,
un estado de armonía con sí mismo, el deseo de madurar juntos tomando de-
cisiones cada vez más complejas y profundas, el deseo de entrega al otro, etc.
Vienen a confirmar y en cierto modo a matizar esta forma de vivir el amor los
adolescentes las respuestas dadas a esta pregunta de nuestra investigación:
¿Cuál es tu actitud ante el amor? El 76 % de los chicos y 80 % de las chicas
contestaron que la entrega a él como un proceso creativo que implica es-
fuerzo. Sólo un 18 % de los chicos y 12 % de las chicas indican que aceptan el
amor como un sentimiento inevitable y un 10 % de los chicos y 4 % de las chi-
cas que lo rechazan porque coarta su libertad o su desarrollo personal.
Un punto importante que puede aclararnos bastante la calidad de la rela-
ción heterosexual en el noviazgo es ver cómo valoran los adolescentes la fide-
lidad en el amor. La mayor parte de ellos indican que lo juzgan importante
(41 % de los chicos y 46 % de las chicas), un porcentaje menor que lo juzgan
imprescindible (29 % de los chicos y 39 % de las chicas) y sólo una pequeña
parte que lo juzgan indiferente (18 % de los chicos y 10 % de las chicas).
¿Qué puede deducirse de estos datos? A nuestro modo de ver, un hecho im-
portante: que los adolescentes ven las relaciones en el noviazgo como un pro-
yecto de vida mutuamente comprometido y en un plano de igualdad entre sus
componentes. Esta felicidad la vive cada vez más un mayor número de adoles-
centes como un modo consciente y constructivo; como un acto que no nace,
como tradicionalmente se había entendido, de condicionamientos externos ni
de moralidades, ni de idealismo, ni de sutiles y ambiguas formas de chantaje,
sino del deseo de darse más, de entregarse a esta relación sin reservas.
107
Un componente esencial también de esta fidelidad tal como la viven mu-
chos adolescentes es la sinceridad. Amor y sinceridad es el binomio en que se
basa la fidelidad de la pareja. De ahí que cuando faltan ambos no tenga sen-
tido para ellos el compromiso institucional: el 83 % de los chicos y 97 % de
las chicas se declaran partidarios de la posibilidad de la ruptura aún cuando
exista un compromiso matrimonial si no se dan ambos componentes.
108
respetar los deseos de ella y le impone una vida sexual para la que no se
siente ésta preparada. En otras ocasiones, por fin, esta conducta se reduce en
ambos a una tentativa tosca, insegura e impulsiva de hacer el amor, en la más
completa ignorancia y con una torpeza que proviene del temor a experimen-
tar dolor, a no sentir nada por parte de ella, a fracasar o hacer mal papel por
parte de él, etc.
109
c) Actitud ante las relaciones heterosexuales
— Una primera característica de los adolescentes, al menos entre los in-
vestigados por nosotros (Moraleda 1993), es que, sobre todo los estudiantes,
tienden a presentar, por lo general, una actitud liberal y permisiva ante las re-
laciones heterosexuales, ya sea en forma de petting ya de relación sexual
plena, sin tener en cuenta la edad ni el estado civil, si bien las circunstancias
previas que exigen son diversas: cuando ambos están de común acuerdo o de-
sean satisfacer sus necesidades sexuales (59 % de los chicos y 38 % de las chi-
cas); cuando ambos tienen una madurez física, psíquica y moral para entrar
en una relación afectiva (46 % de los chicos y 52 % de las chicas); cuando se
conocen y desean expresarse de ese modo su cariño, aunque no se hayan pro-
metido fidelidad (38 % de los chicos y 39 % de las chicas). En relación con
esta liberación de la sexualidad hay que situar la caída de ciertos valores que
tradicionalmente inhibían el ejercicio de la sexualidad. Al preguntarles si
existe algo que les impida llegar a unas relaciones sexuales plenas con su pa-
reja, sólo el 3 % contesta que el deseo de conservar su virginidad y un 8 %
motivos religiosos o morales.
— Una segunda característica significativa es la valoración por los adoles-
centes de la autenticidad en las relaciones heterosexuales. Este deseo se en-
cuentra reflejado, sobre todo, en tres hechos: en el porcentaje de adolescentes
que manifiestan sus exigencias de que estas relaciones vayan acompañadas de
ternura y amor (45 %); en el de aquellos que rechazan el matrimonio como
consecuencia de un embarazo no deseado, aunque no exista el amor (90 %);
en el de los que justifican el divorcio cuando no existe el amor en la pareja
(64 %); y en el de los que señalan la fidelidad en las relaciones sexuales como
condición imprescindible o al menos importante en las relaciones sexuales
plenas (95%).
— Una tercera característica significativa es su tendencia a considerar las
decisiones en materia sexual como cuestiones que se han de establecer más
sobre normas de moralidad personales y significativas para ellos que sobre
costumbres sociales tradicionales o sobre el temor a sus consecuencias. Algu-
nos han llegado a pensar que podría ser esto una de las causas, entre otras, de
la pronunciada caída de la nupcialidad en estas edades junto con el aumento
paralelo de parejas estables que conviven sin casarse. Mas esto no es del todo
exacto. Son, según investigaciones recientes (Miguel, 1992) siete de cada diez
adolescentes los que expresan sus deseos de casarse «con papeles» y la consi-
deración positiva de la familia como institución va entre ellos en aumento. Es-
tas manifestaciones responderían, entonces, según algunos investigadores, a
su deseo de «probar» otro tipo de relaciones antes de llegar al compromiso
definitivo, así como a la repulsa a cuanto de despersonalizante e inhibidor
puedan presentar las normas e instituciones sociales.
— Una cuarta característica, por fin, se deduce de su actitud ante el uso de
anticonceptivos y preservativos: El 78 % de los chicos y 80 % de las chicas se
declaran favorables a su uso. Entre los motivos que aducen se encuentran, sin
duda alguna, motivos higiénicos. Para la mayoría, con todo, se relacionan con
la distinción que hacen éstos entre sexualidad y procreación; lo cual viene a
110
ser una afirmación más de la gratuidad y libertad con que ellos entienden se
debe realizar el amor, así como una afirmación de su paternidad responsable.
La prueba es que estos mismos adolescentes al ser interrogados si en su pro-
yecto de vida incluyen el ser padre o madre, el 83 % de los chicos y 92 % de
las chicas responden afirmativamente.
111
cuestión de conquista agresiva o incluso de violación, etc. Las prácticas de en-
trenamiento sexual a su vez están íntimamente relacionadas con amplias acti-
tudes culturales. Entre los zunis, por ejemplo, el acto sexual tiene un carácter
de cooperación. En otras sociedades, como las de los mundugumor, la agre-
sión y la competencia desempeñan, por el contrario, un papel importante en
dicho acto sexual.
Los datos que poseemos sobre la diversidad de conductas sexuales en las
distintas culturas constituyen un testimonio impresionante de la modificabili-
dad de la conducta sexual de los adolescentes. Estos datos demuestran tam-
bién el papel enormemente importante que tienen las diferencias culturales
en la determinación de las actitudes y creencias sexuales del individuo, en la
frecuencia y dirección de las respuestas sexuales, en el grado en que la con-
ducta real sexual se aparta de las creencias y en el nivel de ansiedad y senti-
mientos de conflicto que van ligados a tal conducta (Mussen y col, 1971). Así
pues, es importante considerar si las actitudes culturales están cambiando y
de ser así, qué efectos podrán tener en las pautas actuales y futuras de la con-
ducta sexual de los adolescentes. Se habla mucho en la actualidad acerca de la
existencia de una «nueva moralidad» así como de una «revolución sexual» de
los adolescentes. ¿Cuáles son sus características? Según Hopkins (1987) y
Moraleda (1993) son cuatro las características que diferencian a la actual ge-
neración adolescente con respecto a las de hace varias décadas y que según
éstos son de origen cultural: Son más liberales, más permisivos y más toleran-
tes ante las conductas sexuales de todo tipo; son más francos y sinceros en
la expresión de todo tipo de conductas sexuales; son más tendentes a conside-
rar las decisiones sexuales como cuestiones de carácter personal y no de inte-
rés público; muestran una mayor madurez psicológica en sus relaciones
sexuales.
112
cantes de los credos protestante, judío y católico eran consistentemente más
activos en el aspecto sexual que los adolescentes religiosamente practicantes.
A parecidas conclusiones llegó Libby, Gray y White, 1978. En nuestra investi-
gación (Moraleda, 1977) aunque no controlamos de modo directo esta varia-
ble, sí de modo indirecto ya que la muestra estaba dividida entre adolescentes
pertenecientes a centros educativos de la Iglesia y centros aconfesionales. Los
resultados nos indicaron que los adolescentes que asistían a los centros acon-
fesionales se mostraban menos tolerantes ante la homosexualidad. Sin em-
bargo, más favorables que los de los centros de la Iglesia a las relaciones pre-
matrimoniales, el uso de preservativos y a disociar la sexualidad de la
procreación. De igual modo admitían más fácilmente que el mero atractivo fí-
sico pueda bastar para establecer contactos heterosexuales íntimos. Los ado-
lescentes alumnos de los centros de la Iglesia se mostraban, por su parte, más
comprensibles ante el fenómeno de la masturbación y ante el fenómeno de la
homosexualidad; más favorables a las relaciones sexuales como expresión del
afecto y compromiso personal entre los dos miembros de la pareja. Por lo que
eran menos partidarios de admitirlas como acto accidental, fuera de una si-
tuación institucionalizada, como puede ser el noviazgo o, aun más, el matri-
monio.
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114
7. Los ritos iniciáticos en la adolescencia
Isabel Badillo León
1. «Con frecuencia se ha afirmado que una de las características del mundo moderno es la desa-
parición de la iniciación. De capital importancia en las sociedades tradicionales, la iniciación es prácti-
camente inexistente en la sociedad tradicional de nuestros días (...) La originalidad del hombre mo-
derno, su novedad con respecto a las sociedades tradicionales está, precisamente, en la voluntad de
considerarse como un ser únicamente histórico, en el deseo de vivir en un Cosmos radicalmente desa-
cralizado» (M. Elíade, 1975, 9).
2. M. Elíade, (1975,10).
3. Una exposición clásica de los «ritos de paso» en A. Van Gennep Los ritos de paso (1909) ed.
esp. Taurus, Madrid (1975).
115
Existen tres enfoques básicos para analizar los ritos iniciáticos: a) en pri-
mer lugar, desde J. Frazer hasta Mircea Elíade hay toda una corriente de his-
toriadores de las religiones que estudian los ritos iniciáticos como acceso de
los neófitos a los misterios religiosos, sobre todo al «mito cosmogónico» de la
creación; b) otra corriente viene dada por la perspectiva sociológica que va de
E. Durkheim a A. Van Gennep y que describe las estrechas relaciones entre
el ritual y los procesos de enculturación y socialización; c) finalmente, existe
una corriente psicológica y simbólica, de la que participa V. Turner, B. Bettel-
heim y los psicólogos de la adolescencia, en la que se pone de manifiesto la vi-
vencia personal de los símbolos del ritual y el valor psicológico de la adhesión
al grupo.
El análisis histórico-temático de estas tres perspectivas4 no puede ser ex-
cluyente y todos estos grandes autores mantienen, en muchos de sus postula-
dos, plena vigencia teórica.
Las iniciaciones siempre tienen un sentido grupal, bien sea por la obligato-
riedad de todos los niños o adolescentes de «entrar» en la adultez, o bien por
la iniciación de un individuo solo. Al final quien recibe al neófito, siempre es
el grupo. La función sociocultural de todo rito iniciático es la de obtener un
nuevo estatus y una nueva identidad grupal, psicológicamente asumida. Mir-
cea Elíade expresa este sentido de pertenencia grupal mediante lo que él
llama experiencia existencial:
Cada paso del ciclo vital comporta una iniciación. El paso de la infancia a
la adolescencia se experimenta como un «duelo», lo mismo que el paso de la
4. Cfr. J. La Fontaine Iniciación. Drama ritual y conocimiento secreto (1985) ed. esp. Lerna, Bar-
celona, (1987). Los clásicos de la iniciación: J. Frazer La rama dorada. Magia y religión FCE México,
(1964). M. Elíade Iniciaciones místicas Taurus, Madrid (1975). A. Van Gennep Los ritos de paso Tau-
ros, Madrid (1986). V. W. Turner El proceso ritual Taurus, Madrid (1988). B. Bettelheim Heridas sim-
bólicas, Barral Eds., Barcelona (1974).
5. M. Elíade, 1975, 20. «La iniciación constituye uno de los fenómenos espirituales más signifi-
cativos de la historia de la humanidad. Es un acto que (...) pone en juego su vida total» (M. Elíade,
1975,19).
116
adolescencia a la adultez y de la adultez a la vejez. No tardaremos en compro-
bar cómo se realizan estudios de ese paso traumático que va desde la hiperac-
tividad del adulto al «matar el tiempo» del jubilado. Pero, ha sido tradicional-
mente la adolescencia la que ha sido considerada como el tránsito iniciático
por excelencia (hacia la adultez), a través de los llamados «ritos de pubertad».
Suele decirse que la iniciación adolescente comienza con la pubertad, aun-
que pubertad y comienzo de la adolescencia pueden no coincidir.
El concepto de pubertad es biológico y se inicia al segregar la hipófisis an-
terior las hormonas gonadotrópicas a la vez que hay un aumento de secreción
de las glándulas suprarrenales. A partir de ahí, se experimenta un cambio
morfológico-fisiológico (crecimiento, maduración sexual, caracteres sexuales
secundarios). Pero hay un rasgo predominante que desde siempre ha definido
el comienzo del proceso puberal: la menarquia, ya que la primera eyaculación
de semen, en los niños, no se presta a una comprobación tan rigurosa.
La menarquia se nos presenta, según los últimos estudios, cada vez más
precoz, adelantándose cuatro meses cada diez años y colocando la media ac-
tual en 12 años y 6 meses.
El que no siempre coincidan la pubertad biológica y la pubertad psicoló-
gico-social es un hecho ya remarcado por algunos autores a principios de si-
glo.6 Ya Van Gennep alude a que (en 1909), en Roma, las chicas son legal-
mente nubiles a los 12 años, pero que sólo la duodécima parte de las chicas
tiene la regla a esa edad; por el contrario, en París la edad nubil legal es de 15
años, cuando la media de la aparición de la menarquia es de 14 años y 4 me-
ses, concluyendo que «en Roma la pubertad social es anterior y en París pos-
terior a la pubertad fisiológica.7 Por lo cual «más valdría dejar de llamar ritos
de pubertad a los ritos de iniciación» adolescente.8
La adolescencia social-psicológica sólo comenzaría cuando, por una parte,
se haya elaborado el «duelo» por la pérdida del cuerpo infantil y del universo
parental infantil y, por otra, cuando la sociedad introduce al niño en unos pro-
6. No puedo menos de transcribir una cita a pie de página (Van Gennep 1986, 79, nota 3), escrita
en 1909, por su valor de cotejo con la actualidad: «Ploss-Bartels Das Weib 8.a ed. Leipzig 1905) 1.1, pp.
394-420, han reunido una considerable cantidad de documentos sobre la primera aparición, tanto nor-
mal como anormal (a partir de dos meses, etc.) de las reglas en los diversos pueblos. La fecha de las
primeras reglas depende, a la vez: del clima, del alimento, de la profesión y de la herencia. A los obser-
vadores, médicos en su mayoría, les cuesta tanto ponerse de acuerdo acerca de la edad media de las
primeras reglas, en una población un poco considerable, tomada en bloque (Francia, Rusia, etc.) o, in-
cluso, en una región limitada (gran ciudad p. ej.), que supondría convertir en excelentes estadísticos a
los negros, pobladores de Oceanía, etc., el suponerles capaces de haber podido descubrir la media para
sus propias tribus, antes de toda investigación metódica sobre la influencia del clima y de la nutrición.
El cuadro para 584 mujeres de Tokio es el siguiente: A los once años, 2; a los doce años, 2; a los trece
años, 26; a los catorce años, 78; a los quince años, 224; a los dieciséis años, 228; a los diecisiete años, 68;
a los dieciocho años, 44; a los diecinueve años, 10; a los veinte años, 2. Las medias para África son las
siguientes: Wolofs, once a doce años; Egipto, diez a trece años (Pruner-Bey), o nueve a diez años (Ri-
gler), «bogos», dieciséis años; «suaheli», doce a trece años; «wanjanwesi», doce a trece años; «berébe-
res» de Egipto, quince a dieciséis; Somalia, dieciséis años, Loango, catorce a quince, raramente doce;
«árabes» de Argel, nueve a diez, Fezzan, diez a quince años».
7. Van Gennep, (1986) 80.
8. Van Gennep, (1986) 80.
117
cesos de «paso» hacia otro estatus sociocultural, a lo que casi siempre acom-
paña la situación fisiológica (y social-cultural) de la capacidad de «procrear».
Desde otro punto de vista, podría definirse a la adolescencia como el paso
del ámbito de la madre al de la sociedad grupal, del paso de una sexualidad
edípica a una sexualidad objetal (para algunos, de una etapa asexual a otra se-
xual).9
9. M. Elíade, (1975,24-25).
10. M. Elíade, (1975,45-46).
11. M. Tractenberg La circuncisión Paidós Ed., Buenos Aires, (1972).
12. Cfr. M. Tractenberg, La circuncisión Ed. Paidós, Buenos Aires, (1972). A. Green El complejo
de castración, Paidós Ed., Barcelona, (1992). B. Bettelheim Heridas simbólicas Barral Eds., Barcelona,
(1974).
118
Él usará pantalones largos
Y pondrá la mano en el collar de perlas de las jóvenes
e introducirá su pene en el sexo de la mujer desposada
Él copulará un poco con las jóvenes».13
13. Canción Malinka, recogida por E. Lutten, cit. por Tractenberg, o.c. p. 54.
14. M. Tractenberg, (1972,55).
15. B. Bettelheim, (1974,125).
16. B. Bettelheim, (1974,129).
17. Comunicación de J. Henry, cit. por Bettelheim (1974,129).
18. B. Bettelheim, (1974,139).
119
claro del bosque, siendo introducido durante tres días en una cabaña zoomór-
fica, cubriéndosele de cal o ceniza, con la prohibición de hablar, dormir, co-
mer, no mirar sino el suelo, etc. Estará como muerto, pero no podrá dormir
para significar que va a «resucitar» a una nueva vida.
A algunos novicios les dan una bebida para que pierdan el conocimiento y
«olviden su vida pasada» e incluso no recuerden su parentesco. El olvido es
un símbolo de la muerte:
«Esta "estancia entre los muertos" no deja de tener consecuencias: los no-
vicios recibirán revelaciones relativas a la ciencia secreta. Pues los muertos es-
tán más ilustrados que los vivos. Hay aquí una honda valoración religiosa de
los muertos. El culto a los antepasados gana en importancia, a la par que las
figuras de los seres supremos celestes van desapareciendo de la actualidad re-
ligiosa. La muerte ritual tiende a ser valorizada no sólo como prueba iniciá-
tica indispensable para un nuevo nacimiento, sino también como situación
privilegiada en sí misma, por el hecho de que permite a los novicios vivir en
compañía de los antepasados».20
La cabaña iniciática es como un útero, como una noche cósmica que pre-
cede el nacimiento de un nuevo día. Lo normal en los iniciados «resucitados»
es que se les ponga un «nuevo nombre», como una nueva personalidad.
120
El adolescente, al superar la segunda prueba, recibe armas de caza para
que se interne en el bosque y venza a la «Madre Naturaleza», no permitiendo
que el bosque (o algún animal salvaje) le devore. Debe cazar algún animal y
llevarlo al poblado, como símbolo de conquista y triunfo. La selva, como
útero materno iniciático, está habitada por la Madre arcaica, de grandes senos
y nariz afilada, fecundada por el viento y que aparece como una temible ma-
dre devorante (la madre que devora a sus propios hijos).
El iniciando sólo se podrá casar y ser adulto, si es capaz de vencer a la Ma-
dre Naturaleza del bosque, sobreviviendo a sus peligros, conquistando el tro-
feo del héroe adulto: la caza.
Hay todavía en Castilla-La Mancha una ceremonia de caza, llamada del
«novicio», según la cual el que va a hacerse cazador se retira con la cuadrilla
de cazadores durante tres días a una casa en el campo, sin presencia alguna de
mujer. El «padrino» ordena al tercer día salir a cazar, y al avistar la pieza
(siempre mayor y ejemplar masculino), indica al novicio que la abata. Inme-
diatamente después, el padrino corta los testículos del venado y aún calientes
se los da a comer al neófito, el cual los vomita. Después se abre en canal el
vientre y se le introduce la cabeza en el, lo que, aparte del hedor, le mancha la
cabeza de sangre. Posteriormente se ata al novicio a una rueda de carro o ár-
bol, poniéndole como collar los intestinos del venado, y así permanece mien-
tras los demás asan y comen de la caza, dándole al novicio de comer como si
fuera un niño. Esta prueba suele ser muy dura y no todos la soportan, sobre
todo aquellos que, sin conocer estos ritos, asisten a una cacería colectiva y de-
claran que el venado que acaban de matar es el primero que han cazado. Los
demás intentarán, por este motivo, hacerle el rito del novicio, al que algunos
se resisten a tiro limpio.
Este ritual, que se mantiene en secreto entre los cazadores, bien pudiera
ser parte de los antiguos ritos iniciáticos de caza, a los que nos referimos.
El joven que regresa con la caza al poblado, podrá ser capaz de «alimen-
tar» a su familia porque sabe cazar, después de haber aprendido la sexualidad
en la primera prueba y los secretos iniciáticos religiosos, en la segunda.
21. Cfr. A. Aguirre Aguas amnióticas y aguas bautismales en J. A. González Alcantud El agua.
Mitos y ritos Ed. Anthropos, Barcelona (en prensa).
22. Cfr. I. Badillo León La menstruación «mal de mujer» rev. INFAD 3-4 (1992) 22-25.
121
menarquia y las siguientes menstruaciones han estado siempre ligadas a ta-
búes,23 sobre todo en la ley mosaica, como queda patente en el Levítico, que
obligaba a las mujeres a purificarse por la sangre, tanto después de la mens-
truación como del parto.
Como en el caso de la iniciación masculina, estudiaremos aquí los tres mo-
mentos del ritual de paso: separación, margen y agregación.
a) Nada más percibir la menarquia, la niña debe ser separada del po-
blado. Aquí comienza el ritual iniciático femenino que es más pobre y menos
complejo que el masculino, quizá para realzarlo a causa de la indeterminación
del comienzo puberal (eyaculación del primer semen) o quizá, sobre todo,
para darle un mayor realce social.
Estos ritos de separación van unidos, pues, a la importancia que se da a la
menarquia en la sociedad primitiva, aunque Bettelheim opina que se debe a
la posición angustiosa de los hombres:
«Es mi opinión que los ritos de pubertad de las jóvenes se hallan más afec-
tados por la actitud de los hombres respecto a la menstruación que por el fe-
nómeno fisiológico mismo. He sugerido anteriormente que los sentimientos
de los hombres son en parte formados por las reacciones femeninas (...). Si
un acontecimiento es considerado tabú y pavoroso por una parte de la pobla-
ción, la otra parte empezará pronto a preguntarse el por qué de ello, aun
cuando en un primer momento no les haya preocupado».24
23. Cfr. E. Puschel Die Menstruation und ihre Tabus Schattauer, Stuttgart, (1988).
24. B. Bettelheim, (1974,178).
25. F. Giner Abati Ritos de iniciación femenina en los pueblos primitivos: el caso de los Bosqui-
manos !KO (Kalahari Central) INFAD 3-4 (1991) 72-75. Cfr. E. E. Evans-Pritchard La mujer en las so-
ciedades primitivas Península, Barcelona, (1971). A. Richards Chisungu. A girl's initiation ceremony
among the Bemba of Zambia Tavistock, Londres, (1982).
122
miento. Cada rito se inicia, pues, no en una determinada estación, sino que
depende de cada caso individual. Cuando la joven vivencia la nueva situación
de menarquia, informa a su abuela o a otra mujer mayor de la familia. Inme-
diatamente es apartada del poblado y evitado el contacto con los jóvenes va-
rones, a quienes puede perjudicar con sólo el efecto de la mirada. Cuando el
periodo acontece durante la recolección en el bosque, la muchacha se sienta o
permanece en cuclillas hasta que sus compañeras se percatan y la van a bus-
car. Si la joven comienza la regla durante el cambio de asentamiento del cam-
pamento, es llevada por las otras chicas o por las mujeres hasta el nuevo lugar
elegido, en caso de que ésta no sea demasiado pesada. Si la muchacha es un
poco gordita, recibe unas sandalias para el camino. La explicación a esto está
en que si la joven hollara el suelo con sus pies, adelgazaría. Una vez llegados
al nuevo lugar escogido para instalar el campamento, levanta su propia ca-
bana, apartada de las demás, con la ayuda de su abuela, que simbólicamente
inicia el trabajo. La joven es colocada sobre una piel de antílope, puesta
hierba seca entre sus piernas y mirando al suelo con la espalda hacia el po-
blado. Su abuela u otra mujer mayor se encarga de arreglarla, ponen un gorro
sobre su cabeza y la cubren con una piel. Las demás mujeres anuncian la noti-
cia con canciones propias para la ocasión. Normalmente, otras dos jóvenes
elegidas por la mujer que va a instruirla, se sientan a ambos lados de la en-
trada. El concienzudo trabajo de instrucción, normalmente es responsabilidad
de la abuela, quien cada día y durante bastante tiempo, enseña a la joven un
extenso repertorio de canciones, al mismo tiempo que dirige los cantos y dan-
zas que se celebran cada mañana y cada atardecer alrededor de la cabaña. Pa-
sados cinco días, la joven ya puede volverse. Será, primeramente, lavada, en-
galanada y su cara pintada como la piel del antílope. Aún conservará el
sombrero. Piensan que si se lo quitara, los rayos del sol incidirían sobre su ca-
beza y el poblado, en grave peligro por este incidente, podría ser abrasado
por la acción calorífica del sol. A su espalda y colgadas de su cuello normal-
mente, llevará dos varitas de madera decoradas. Pero éstas también pueden
sustituirse por un manojo de palitos medicinales. Un palito rascador le permi-
tirá aliviarse de sus picores. Si se rascara con las uñas, acto tabuizado, el po-
blado correría el riesgo de ser invadido por una plaga de insectos y parásitos,
que atormentarían a todo el grupo. Las varitas y el rascador serán hechos cui-
dadosamente por el padre. La anciana introducirá a la joven en los objetos
con los que en adelante se familiarizará, como el tabaco, la pipa, nuevos ali-
mentos, etc. Primero soplará sobre cada uno de ellos, para después entregár-
selos. Entre las ceremonias de este tipo, sobre las que se da una considerable
variación, destaca la de imprimir suerte a las armas de los cazadores. Así se le
presentan a la muchacha un arco y una flecha, que deberá disparar, bajo la di-
rección de la mujer mayor, contra una piel de antílope. Las mujeres celebran
el disparo certero con sus bulliciosas voces».26
123
En otros lugares, no sólo se las aparta a casas o lugares de menstruantes,
con prohibición de salir, rascarse o mirar a los jóvenes, sino que, a veces se las
coloca en hoyos en el suelo (dentro de la choza o fuera de ella), o en jaulas
colgantes, o atadas en su hamaca, etc., durante una cuarentena ritual, en la
cual se dice que «han entrado en la sombra».
La «separación» de las muchachas no es tan drástica como la de los jóve-
nes; sin embargo, habrán de permanecer lejos de caminos y ríos para no con-
taminarlos y, sobre todo, no dar la cara a los jóvenes de su edad durante la
cuarentena de la menarquia. El aislamiento es una suerte de «soledad», de re-
tiro comunitario.
«si se tiene en cuenta también la estirpación del clítoris y de los labios mayo-
res, la perforación del himen y la sección del perineo, así como la subincisión,
se constata que el cuerpo humano ha sido tratado como un simple trozo de
madera que cada cual ha tallado y arreglado a su modo: se ha cortado lo que
sobresalía, se han agujereado las paredes, se han labrado las superficies pla-
nas y, a veces, con auténticos derroches de imaginación, por ejemplo en Aus-
tralia».27
124
a que la mayoría de los investigadores han sido hombres, y en parte a que los
ritos masculinos son más prominentes, la literatura acerca de la iniciación fe-
menina es poca».28
Durante esta segunda parte de la iniciación o de «muerte ritual», además
del aprendizaje de la sexualidad y de las relaciones con el varón (prohibidas
durante el rito de iniciación), las heridas simbólicas le marcarán su estatus so-
cial futuro en la comunidad.
125
A partir de la superación de estas pruebas iniciáticas, los neófitos podrían
acceder a la «comunión» con los fieles, al grupo eclesial.
El final de estas pruebas iniciáticas ha sido siempre, en las religiones, el ac-
ceso al matrimonio o al estado levítico. De hecho, los niños actuales que ha-
cen la primera comunión van vestidos de «novios» y son puestos de largo, en
la mayoría de los casos. Bautismo y comunión son rituales iniciáticos de ac-
ceso a los conocimientos sagrados y se realizan cuando se tiene «uso de ra-
zón» (salvo el bautismo que se ha institucionalizado modernamente para los
recién nacidos).
Las fiestas de puesta de largo son también de origen religioso. En el Islam,
las chicas, cuando tienen la pubertad, ponen sus vestidos de largo y tapan su
cabeza con un pañuelo o «chador», para que no exciten la concupiscencia de
los varones. Los fundamentalistas islámicos llegan a decir: «un cabello fuera
del chador es como una daga al corazón del Islam». Este tapado de las muje-
res púberes ya no existe en Occidente (la mantilla española es un pálido re-
cuerdo del chador), a no ser esas ridículas «puestas de largo» de la llamada
alta sociedad.
Respecto al servicio militar, verdadero rito iniciático de los varones hasta
hace unas décadas («hacerse hombre en la mili»), precedido de la llamada a
quintas, fiestas de «quintos» y periodo de servicio militar lejos del contexto
familiar-maternal, hay que decir que hoy no cumple casi ninguno de los valo-
res rituales antiguos y su eficacia ritual está en profunda crisis.31
La iniciación ritual de la adolescencia actual, de la cual es urgente realizar
un profundo y detallado estudio, está dispersa en una constelación de actos
puntuales iniciáticos, como el primer viaje al final de los estudios primarios,
llevar el primer ciclomotor, obtener el permiso de conducir, empezar a fumar
o a beber en grupo, pasar la primera noche fuera del contexto familiar, gra-
duarse en los estudios medios o superiores, acceder al primer trabajo y cobrar
el primer sueldo, afeitarse, raparse el cabello o dejarse una cresta, vestir con-
testatariamente, a veces tomar drogas, etc., y, sobre todo, la autonomía eco-
nómica y de vivienda respecto a los padres.
Desde que comienzan la pubertad, los chicos y las chicas adolescentes tras-
pasan una a una las diversas etapas adolescentes,32 arracimando en ellas todos
esos momentos individuales de conquista iniciática de la vida adulta. Acto por
31. «De los ritos iniciáticos más conocidos en nuestra sociedad, están el de la «mili» (chicos) y
«puesta de largo» (chicas), de los cuales hay que decir que están ya obsoletos. El servicio militar su-
pondría la primera salida lejana de la casa «materna» y el primer encuentro serio con la cultura patriar-
cal (militar), constituía el primer momento iniciático de maduración («espabilarse») más importante de
nuestros jóvenes. Era precedido de la fiesta de los «quintos», en la que participaba todo el pueblo. Una
vez llegados al cuartel y rapados sus cabellos, se les uniformaba, se les sometía a férrea disciplina pa-
triarcal y se iniciaban en el compañerismo masculino. La vuelta de la «mili» suponía maduración para
casarse y para tener un trabajo estable. Hoy, su carácter iniciático ha quedado diluido y su funcionali-
dad debe ser redefinida. La «puesta de largo» (el tapado de la cabeza y la boca tienen vigencia en algu-
nos países árabes) no tiene hoy sentido sino en una limitada clase burguesa, pues antes significaba que
la niña había dejado de ser «inocente» y no podía exhibir sus piernas ante los demás». (A. Aguirre,
1991,12).
32. Cfr. A. Aguirre La adolescencia femenina rev. INFAD 4-5, (1991) 9-10.
126
acto, el camino iniciático individual de cada adolescente, llega a la integración
de la vida adulta. Lo que caracteriza a los procesos iniciáticos actuales es su
«costosa individualidad» (en contraste a la grupalidad antigua), que comporta
«heridas psicológicas» no menos dolorosas que las físicas antiguas.
El camino iniciático es hoy, pues, más largo, más individualizado y compe-
titivo, conformado por «heridas psicológicas», que ha cambiado la «soledad»
grupal por la soledad individual.
Lo dilatado del camino adolescente actual ha permitido la creación de una
cultura específica adolescente, que se manifiesta a veces como contracultura y
que tiene como problemática fundamental la búsqueda de la identidad.
7.5. BIBLIOGRAFÍA
AGUIRRE BAZTÁN A. (1991). La adolescencia femenina, rev. INFAD 4-5, 9-14.
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127
8. Desarrollo afectivo de la adolescencia
Manuel García Cabero
129
se atiende a los datos proporcionados por la psicología clínica, especialmente
los conseguidos gracias a la metodología proyectiva y al análisis formal de las
respuestas, la afectividad aparece como una estructura o un sistema percep-
tual-reaccional, sensible a determinadas situaciones y señales, y no a otras, ca-
paz de deformar, con mayor o menor intensidad, el significado intelectual de
los datos, al margen de la objetividad.
Al psicólogo evolutivo interesa conocer, entre otros factores, si existen
afectos o «estados» afectivos básicos, radicales, de los que deriven los demás;
cómo se desarrolla el nivel afectivo, su diferenciación y organización en la
vida concreta del individuo; la relación entre desarrollo afectivo y otros desa-
rrollos: cognitivo, social, moral...
Los diversos autores entienden que la vida afectiva parte inicialmente de
tonalidades o reacciones básicas, aunque no coincidan en la cuantificación de
las mismas, en su identificación y alcance. Recuérdese que Freud, por ejem-
plo, hablaba de dos pulsiones iniciales: placer-displacer. Y H. Wallon se refe-
ría a la alegría y al sufrimiento como polos de la afectividad, entendiendo —lo
que es un paso importante en la elucubración psicológica— que correspondían
ambos a satisfacción o insatisfacción de necesidades, es decir, a apagamiento
en la respuesta del medio ambiente.
Este autor encontrará en el recién nacido hasta seis posturas básicas: pla-
cer, descontento, espera, miedo, cólera y alegría.2 Toda necesidad indicaría un
estado de tensión que sólo tendría esas dos salidas posibles: alegría o sufri-
miento. Y no es único en esta indicación de necesidades.
Así, por ejemplo, J. Bowlby, al referirse al niño de pecho, señala las necesi-
dades de aire, calor, amor, caricias, movimiento. 3 J. B. Watson, en una
línea esencialmente darwiniana, entiende que el organismo vivo responde a
solicitaciones ambientales en su proceso de maduración nerviosa, con reaccio-
nes de miedo, amor y cólera. Estas tres experiencias vitales incondicionadas
constituirán, en ese caso, la base de la vida afectiva posterior a través del
juego de los condicionamientos, es decir, de la experiencia.4
2. L'évolution psychologique de l'enfant, A. Colin, París 1952; Les origines du caractère chez l'en-
fant, Boivin, París 1934.
3. «Soins maternels et santé mentale», OMS, Ginebra 1951: Attechment and loss, vol. 2, Basic
Books, N. Y. 1973.
4. Cfr. Behaviorism, Kegan, Londres 1930.
130
tado de esa experiencia primitiva, surgen las actitudes, se refuerzan y organi-
zan; y la vida afectiva, en consecuencia, se estructura en torno a esas primiti-
vas vivencias, cuya valoración deriva de la importancia subjetiva que se le con-
ceda, independientemente de su posible condición fantasmática, como ha
puesto de manifiesto la psicología patológica. Todos los psicólogos evolutivos
coinciden en resaltar la incidencia de estas experiencias afectivas en la poste-
rior construcción de la personalidad. Así, Wallon y Gesell, por ejemplo. Tal
idea es acentuada, si cabe, por los partidarios de la psicología profunda: A.
Freud, Sptiz, Bowlby, Aichworth, Klein...5
Si se pregunta ahora por las relaciones entre la afectividad y los distintos
aspectos de la personalidad, hay que indicar cómo la respuesta no es uni-
forme. Para Piaget, la vida afectiva se presenta dispersa, inestructurada. Son
las funciones cognitivas las que van a reconducir y estructurar la afectividad.
En efecto, para Piaget, los sentimientos sociales y morales se desarrollan en el
estadio de las operaciones formales, cuando es accesible la intelección de la
lógica y de las normas. Y ello porque la constitución progresiva del objeto y
de la norma precede y condiciona la expresión afectiva.6
Es evidente que a esta teoría se le escapa la vivencia cotidiana. Es claro
que tiene poco que ver con el conocimiento de las normas: las relaciones se vi-
ven, después se piensan. Para otros autores, en especial para los partidarios de
la psicología profunda, los primeros seis años de vida del niño son esencial-
mente afectivos y a esa edad se dan ya las bases definitivas de lo que va a ser
la afectividad adulta. Se insiste, desde esta perspectiva, en que el desarrollo
normal de la inteligencia se realiza correctamente si se da, al mismo tiempo,
una normalidad afectiva. Es esta normalidad la que posibilita la seguridad, la
objetivación de lo real, el interés por el mundo exterior... factores sobre los
que se construye el conocimiento. Las experiencias relaciónales negativas pue-
den provocar inhibición intelectual, como se constata con los bloqueos afecti-
vos, las obsesiones, las regresiones, los estados depresivos de los niños.
5. Cfr. Wallon, H., o. c; Gesell, A. El adolescente de 10 a 13 años, Paidós, Buenos Aires 1967;
Freud, A. The Psychoanalitical treatment of children, International Universities Press, N.Y. 1946; Spitz,
R. A., «Hospitalism: A follow-up report on the investigation described», en Fenichel, O. The psychoa-
nalitic study of the child, I.U.P., N.Y. 1946; «Attachment and dependency: a comparison», en Gewirtz,
J.L., Attachment and dependency, Winston, Washington 1972.
6. Cfr. Les relations entre l'affectivité et l'intelligence dans le développement mental de l'enfant,
Centre de Documentation Universitaire, París 1954.
131
mente un período de ruptura con el mundo infantil y paterno? ¿Es, por consi-
guiente, la afectividad en la edad adolescencial tan específica? No todos los
autores responden unívocamente a estas cuestiones.
Algunos que consideran la adolescencia como período específico, con crisis
características —por ejemplo, la crisis de originalidad de que habla M. De-
besse, la de autoridad...—. Autores americanos de finales del siglo pasado en-
tendieron la «adolescencia» como un estadio peculiar del desarrollo humano.7
Sin embargo, hoy se tiende a considerar la afectividad propia de esta edad in-
sertada en un ciclo cuyas características no pueden ser tan distintas de las de
otras edades, de tal manera que merezcan un tratamiento específico, sobre
todo, si se parte de que la adolescencia «no es ni una repetición del pasado ni
una mera estación intermedia entre la infancia y la edad adulta, sino un espa-
cio pleno de historia y potencialidad.8
Mussen es rotundo en su afirmación de que «no existe entidad a la que se
pueda encuadrar bajo epígrafes como "el adolescente" o "los jóvenes de
hoy"».9 La adolescencia, dice, comienza en la biología y termina en la cultura.
Coleman, por su parte, en un esfuerzo por ser fiel a la empiría, indica que la
psicología, como ciencia, sobre todo la psicología evolutiva, ha descuidado el
estudio de la adolescencia, dejándolo en manos de sociólogos, psicoanalistas y
psiquiatras. Estos dos tipos de profesionales, aunque difieren en muchos as-
pectos, coinciden en decir que la adolescencia es un período especialmente
tensional. Para los psicoanalistas, porque, en este período, surgen fuerzas pul-
sionales específicas, propias de la pubertad, las cuales perturban el equilibrio
psíquico, lo que da lugar a comportamientos regresivos, ambivalentes, incon-
formistas y, finalmente, crisis de identidad. No se olvide que A. Freud dejó
escrito que «la adolescencia constituye, por definición, una interrupción del
plácido crecimiento que recuerda aparentemente diversos problemas emocio-
nales y trastornos estructurales... Tanto que ser normal durante la adolescen-
cia es por sí mismo anormal».10 Para los sociólogos, la tensión tendría sus raí-
ces en la búsqueda, por parte del adolescente, de un puesto en la sociedad, lo
que conllevaría a un conflicto de roles, sobre todo de los papeles de los adul-
tos, y conflictos con los agentes de socialización, sean políticos, educativos u
otros. Estos profesionales harían un estudio sesgado de la adolescencia: Los
psicoanalistas y los psiquiatras porque trabajan con una población sometida a
terapia, es decir, una población objeto de la clínica o de la hospitalización. Los
sociólogos, porque consideran a la juventud como metáfora del cambio social,
como avanzadilla del movimiento social. En ambos casos, se produce una se-
lección no relevante de lo que es la adolescencia en cuanto grupo social y en
cuanto contenido.
7. Cfr. Hall, G.S. 1904 Adolescence, Its Psichology and Its Relations to Physiology, Anthropology,
Sociology, Sex, Crime, Religion and Education, Appleton, N.Y.
8. Cfr. Kaplan, L.J. 1986. Adolescencia. El adiós a la infancia, Paidós, Buenos Aires, 13.
9. Mussen, P.H., Conger, J.J., Kagan, J. y Huston, A.C., 1990. Child Development and Persona-
lity, Harper and Row, N.Y.
10. «Adolescence. Psychoanalytic Study of the child», en Fenichel, O., o. c.
132
De hecho, las investigaciones empíricas no coinciden con los datos de los
psicoanalistas ni con los sociológicos. Es cierto que en el período adolescencial
se producen cambios en la estructura de la personalidad, revisiones y modifi-
caciones del concepto de sí mismo. No hay datos, sin embargo, que avalen esa
crisis aguda y generalizada de identidad de la que habla Erikson. Es probable
que tal crisis afecte únicamente a una minoría. La rebeldía, la oposición a los
adultos y a sus valores no es tan radical como proclaman Debesse y Deconchy,
por ejemplo. Las relaciones con los padres suelen ser positivas y constructivas;
los valores de los adultos resultan compartidos y asumidos. Y, en el mismo or-
den de cosas, no se sostiene la idea de un comportamiento antisocial generali-
zado, ni de un ejercicio de la sexualidad especialmente promiscuo, ni de tras-
tornos psicopatológicos más numerosos y específicos que en otros grupos
sociales. Es ésta una realidad indudable en nuestro país, en donde el hogar pa-
terno es el espacio existencial de la mayoría de los jóvenes españoles. Una en-
cuesta del Centro de Investigaciones sobre la Realidad Social (CIRES) señala
que el 70 % de los jóvenes españoles entre 18 y 29 años vive con los padres, lo
que no sucedería en caso de enfrentamiento generacional.11
Parece claro, pues, que la evolución de la afectividad adolescencial ha de
encuadrarse en el campo de la normalidad, sin negar, con ello, la labor adapta-
tiva que significa pasar de la infancia a la adultez, es decir, reconociendo pro-
cesos de ajuste tanto psicológicos como sociales, como se verá.
11. Martín Serrano M., 1993. Los valores actuales de la juventud en España, Cires, Madrid. En la
misma encuesta realizada sobre una muestra de 1200 personas, los jóvenes califican el hogar familiar
de muy bueno en un 26 %, de bueno en un 67 % y de regular en un 7 %. Sólo lo califica de malo o muy
malo un 1 %.
12. Sherif M. y Sherif C, 1965. Problems of youth transition to adulthood in a changing world,
Aldine Publishing Co., Chicago.
13. Erikson, E.H., 1970. Identidad, juventud y crisis. Paidós, Buenos Aires.
133
8.5. IDENTIDAD Y ENTORNO FAMILIAR
14. Mussen, P.H., o.c. Antes de Mussen, y referido a la infancia, Becker, en 1964, y Shaefer, en
1959 y 1961, respectivamente, realizaron un estudio sobre la forma de crianza paterna y su influencia
en el comportamiento de los hijos. Su análisis, resumido, es el siguiente: Una atmósfera de frialdad-re-
chazo y autonomía-permisividad produce en los hijos conductas impulsivas, rebeldía y pautas de delin-
cuencia, tendencia a la soledad o aislamiento social, problemas emocionales y de inmadurez. Todo ello
resultado de la excesiva libertad proporcionada por padres poco afectuosos que crean sentimiento de
ser rechazados a los hijos.
Una actitud de cordialidad-aceptación y autonomía-permisividad crea un ambiente en el que la libertad
va acompañada de apoyo emocional, lo que conlleva el desarrollo de patrones positivos de personali-
dad y socialización. Los niños que maduran en este ambiente han recibido amor y un alto grado de
aceptación emocional. Sin embargo, estas actitudes que evitan imponer reglas no impiden que los ni-
ños sean egocéntricos y mimados en exceso, lo que altera la capacidad de estar en buenas relaciones
con los compañeros de la misma edad.
Una actitud de frialdad-rechazo y control-restricción promueve un ambiente en el que los niños tien-
den al conformismo y a la sumisión, a la pasividad, a la timidez, al ansia de aprobación del igual y del
adulto. Hay distancia emocional con los padres, y su autoestima y capacidad de independencia son
bajos.
Una actitud de cordialidad-aceptación y control-retricción crea peligros a la independencia infantil a
causa del excesivo control de los padres, quienes, sin duda, se interesan en la problemática de los hijos,
a veces sobreprotegiendo. Se fomenta un ambiente en el que los niños no son muy independientes, res-
ponsables o creativos. (Cfr. Becker, W.C., «Consecuences of different kinds of parental discipline», en
Hoffman, M.L. & Hoffman, L.W., Review of child development research, 1, Russel Sage, N.Y. 1964;
Schaefer, E.S., «A circumplex model for maternal behavior», en Journal of Abnormal and Social Psy-
chology, 1959, 59, 226-235; «Convergin conceptual models for maternal behavior and for child beha-
vior», en Glidewell, J.C. Parental altitudes and child behavior, Charles C. Thomas, Sprinfield, III, 1961.
15. Cfr. Coleman, J. o.c.
134
Los análisis conductuales de adolescentes sometidos a patrones paternos
extremos demuestran cómo se producen comportamientos afectivos que pue-
den ir desde la neurosis obsesiva, en el caso de los modelos autocráticos y
autoritarios, hasta la perversión cuando se trata de modelos permisivos
y de «laissez-faire». Ello se debe a que en ambos extremos no se producen
modelos de independencia cooperadora y de índices correctos de respon-
sabilidad, lo que implica la ausencia de «imagos» que posibiliten la identifi-
cación con adultos, salvando, al menos, dos aspectos: la cooperación y la
autonomía.
El análisis de modelos autoritativos arroja conclusiones positivas para el
comportamiento adolescencial: los hijos asumen modos de comportarse regla-
dos, seguridad en las expectativas y una independencia razonable, es decir,
aquella de que se goza en un marco social democrático.
Es difícil exagerar el papel que los iguales juegan en la afectividad del ado-
lescente. Si un niño difícilmente puede vivir sin depender de los otros, a un
adolescente se le hace imposible. La adolescencia es tiempo de soledad in-
tensa, resultado de la complejidad que supone el descubrimiento del yo, su
interpretación y control. El desconcierto personal se supera en el grupo de
iguales, en la comparación con los demás, en la confianza de que llegará a
adulto como han llegado otras generaciones. Es un proceso que indica cómo
se transfiere al grupo parte de la dependencia mantenida hasta el momento
con la familia y, en especial, con las figuras paternas.
El simple estar con los demás no es suficiente, pues no resuelve los proble-
mas. Es necesario vivir con los iguales, con sus valores y experiencias, intimar,
participar de sus emociones... Es así cómo el grupo se convierte en el labora-
torio en el que se experimenta la afectividad del adolescente. Gracias al
grupo, se libera de la propia soledad y se hace capaz de asumir la identidad
adulta.
No se debe generalizar el enfrentamiento entre valores adultos y valores
del grupo, dando por hecho la disminución de la influencia adulta. Los hechos
no avalan esa idea. El adolescente, especialmente en un principio, se con-
forma a los valores, costumbres y caprichos de la cultura de los iguales por las
compensaciones ofrecidas. (En modo alguno se puede entender una aproxi-
mación a un grupo cuyos valores se rechazan.) Es lógico que, en la evolución
posterior, se vaya produciendo un lento distanciamiento a medida que se va
construyendo y reforzando su autonomía. Sin embargo, ni desde el grupo
como tal, ni a nivel individual, hay oposición al adulto. La semejanza cultural
impone sus normas y, en consecuencia, los adolescentes van asumiendo los va-
lores adultos y, a la larga, reforzándolos; aunque ciertas diferencias inmedia-
tas, determinados enfrentamientos referidos a modas estáticas, usos y gustos,
pudieran inducir a pensar otra cosa.
135
Conviene tener en cuenta que la experiencia adolescencial de los modelos
adultos no resulta monolítica sino que refleja directamente las relaciones fa-
miliares y hasta las características personales: si el hogar es lejano, el adoles-
cente se alejará del mismo y de sus valores; si es cercano, en cambio, habrá
menos necesidad de distinguir entre valores de grupo y valores de iguales. Si
el adolescente es inseguro y dependiente, se someterá más fácilmente a las in-
fluencias del momento; si es más confiado y autónomo, encontrará su camino
personal sin sufrir significativamente las perturbaciones de los adultos o de los
iguales.
Los autores, al tratar del adolescente y el grupo, suelen indicar que no son
idénticas las relaciones que se producen con el grupo grande, con la pandilla o
con los amigos.16 Desde el punto de vista de la evolución afectiva, es necesario
afirmar que son los amigos íntimos quienes más contribuyen a la misma. Y,
en este sentido, la sexualidad se ofrece como campo privilegiado del desarro-
llo afectivo: indica el camino a recorrer desde el narcisismo a la alteridad,
desde el apego al yo a la fusión con el otro. Este proceso implica el descubri-
miento de la riqueza afectiva plena.
Un recorrido de esta índole no es fácil. Los autores se han detenido en re-
visiones de carácter más bien sociológico, centradas, en general, en actitudes
respecto al sexo, iniciación sexual, edades en las que se realizan diversos com-
portamientos sexuales. Mas, como dice Coleman, «apenas se sabe nada res-
pecto a las consecuencias en la vida adulta de los diferentes patrones de la
vida sexual adolescente y, en particular, los efectos de una experiencia prema-
rital precoz en la maduración psicológica».17 En campos concretos, como pue-
den ser las diferencias sexuales en la adolescencia, el tema de los anticoncepti-
vos, los embarazos adolescentes y el aborto..., hay pocos estudios sociológicos
y no existen referentes a las consecuencias psicológicas de tales fenómenos.
Desde Freud a Lévi-Strauss, se sabe que la cultura y el aprendizaje, que su-
pone la incorporación a la misma de los más jóvenes, son decisivos en la deter-
minación de la respuesta sexual que se adopte para satisfacer las pulsiones se-
xuales. Hay culturas más restrictivas. En la nuestra y en nuestro ambiente se
han ido produciendo cambios paulatinos y continuos en las actitudes de la so-
ciedad respecto al comportamiento sexual. «Los datos procedentes de investi-
gaciones realizadas tanto en países europeos como en EE.UU. indican que los
jóvenes están cambiando de actitud respecto al comportamiento sexual, de
modo muy similar al de los adultos. Esencialmente, si se establecen compara-
ciones entre las actitudes que adoptan los adolescentes hoy y las que mante-
nían hace veinte o treinta años, parecen establecerse tres importantes diferen-
cias. En primer lugar, actualmente los jóvenes se muestran más abiertos frente
a las cuestiones sexuales; en segundo lugar, consideran el comportamiento se-
xual más bien como una cuestión de moralidad privada que pública; y, en ter-
16. Ibid.
17. McCann, Erikson, ELH., «Estudio sobre la juventud europea», Tribuna de Actualidad,
57, mayo 1989, 88.
136
cer término, parece darse un creciente sentimiento de importancia del sexo
asociado a relaciones estables y a largo plazo».18
Todo esto se plantea en relación con las generaciones inmediatamente pre-
cedentes.
La cuestión que puede interesar aquí no se refiere tanto a comportamien-
tos concretos de los que puede haber resultados más o menos fiables, como,
por ejemplo, el hábito masturbatorio y la preferencia sexual, con su bifurca-
ción en la homosexualidad o heterosexualidad, lo que conduciría a un discurso
nada fácil. El problema es entender las repercusiones afectivas que todo este
cambio está produciendo en la afectividad juvenil. Se recuerda una vez más
que se carece de estudios sobre el tema. Sin embargo, se pueden arriesgar al-
gunos problemas.
Es claro, pues, que el grupo cumple unas funciones importantes. Pueden
enumerarse algunas:
La conquista de la seguridad y de la confianza. No es que el grupo pro-
porcione la seguridad, pero sí permite una confrontación entre iguales. Es
decir, que, gracias al grupo, el adolescente encuentra una imagen de sí, se re-
conoce, compara su propio ideal con el de sus compañeros, se valora y com-
prueba que no se halla fuera de la realidad. Asume sus propios riesgos y, en
definitiva, su propia seguridad. El grupo de iguales piensa y siente como él, no
lo minusvalora sino que lo toma en serio.
La conquista de otros valores. En el grupo, el adolescente se somete a di-
versas pruebas que posiblemente no podía realizar, al menos de modo tan ex-
perimental, en el ambiente familiar. En efecto, compromete su palabra y tra-
baja por ser fiel a la palabra dada; ha de realizar ciertos compromisos
comunes que le llevan a olvidarse de sí. Aprende a ser leal, etc. De alguna ma-
nera, está haciendo experiencia de vida adulta, algo que la propia familia, por
su estructura jerárquica, le hacía difícil.
La dotación de una estructura que le permite experimentar la independencia.
La vida en grupo resuelve, al menos temporalmente, algunos conflictos ado-
lescenciales: permite resolver la cuestión de una dependencia rechazada y ex-
perimentar la independencia; consiente el ejercicio de la reflexión y, por úl-
timo, la apertura y la entrega a un ideal. Goza así el adolescente de una
notable preparación para asumir en el próximo futuro la condición de hombre
en la mejor situación.
18. Cfr. «Adolescent agreement with perceived maternal and paternal educational goals», en
Journal of Marriage and the Family, 43,1981, 85-93.
137
Porcentaje de adolescentes americanas que han tenido relaciones sexuales prematrimoniales, aten-
diendo a la raza y a la edad, entre 1971-1982. Informe Nacional de Crecimiento Familiar en 1982.
Raza Años
y
Edad 1971 1976 1979 1982
TOTAL
15-19 31,7 39,0 43,4 45,2
(Estándar) (31,7) (38,6) (42,7) (44,0)
15 14,6 10,8 21,9 18,6
16 23,5 26,4 27,1 30,0
17 30,7 37,4 47,0 41,8
18 36,9 54,0 54,4 57,8
19 54,0 65,8 64,8 73,4
BLANCOS
15-19 29,2 36,2 40,8 43,1
(Estándar) (29,2) (36,0) (40,0) (42,0)
15 13,5 8,9 20,1 16,8
16 20,8 24,7 24,0 28,1
17 27,9 34,2 5,3 38,6
18 33,2 50,1 49,5 55,4
19 51,6 62,7 62,1 71,8
COLOR
15-19 51,2 56,1 61,2 56,5
(Estándar) (51,2) (54,8) (59,6) (54,9)
15 22,7 23,2 33,1 27,9
16 45,1 37,3 45,2 40,0
17 51,9 57,1 58,1 56,4
18 68,1 78,3 85,7 73,7
19 73,3 85,0 81,8 82,5
Fuente: S.L. Hofferth, J. R. Kahn, W. Baldwin, Family Planning Perspectives, 1987, 19, 2, 46-53.
19. Cfr. Conger, J.J., Peterson, A.C., Adolescence and youth, Harper and Row, N.Y. 1984; Werts,
J.S., «Social class and initial carer choice of college freshmen», en Sociology of Education, 39, 1966, 74-
85; «Paternal influence on career choice», en Journal of Counseling Psychology, 15,1966,48-52.
138
Es posible que esos comportamientos influyan de manera notable en
la afectividad adolescencial. Carecemos, sin embargo, de estudios que esta-
blezcan pautas que permitan arriesgar hipótesis con un mínimo valor.
Esta vida en común, sin vínculo social sancionador, ¿significa que el com-
promiso personal, genitivo, es tan maduro que no necesita el testimonio
público? ¿Es, acaso, indicador de lo contrario, es decir, del temor a tal com-
promiso? ¿Es señal de prolongación o permanencia de comportamientos
infantiles?
En cualquier caso, esta cuestión no está resuelta para el psicólogo evolu-
tivo y la carencia de estudios serios y fiables impide dar una opinión. Quizás
pueda concluirse que los adolescentes de hoy sean menos conflictivos que sus
antecesores y más informados, y que este tema no incide en su afectividad de
manera específica.
139
La dimensión afectiva del proyecto vocacional es importante. Las cuestiones
a responder podrían ser, entre otras: ¿no es cierto que el retraso de la incorpora-
ción al mundo laboral prolonga la dependencia afectiva y hasta el infantilismo?
No es difícil imaginarse las repercusiones afectivas de esta cuestión en una ju-
ventud capaz de actuar, preparada para hacerlo e imposibilitada legalmente. Es
imposible que no se den incidencias en la vida afectiva y en el campo sexual.
8.9. CONCLUSIÓN
140
3. Se constatan cambios en la relación adolescencial con los adultos, con
los iguales y, en concreto, en la relación sexual. ¿Es signo de una mayor madu-
rez? ¿Es simple uso de mayores posibilidades de actuación? ¿Es incons-
ciencia?
4. La Tecnología, la sociedad tecnificada, está ahí y está para quedarse.
Este desafío va a tener que resolverse por el adolescente, en soledad. Las re-
percusiones afectivas de esta tarea son impredecibles.
8.10. BIBLIOGRAFÍA
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141
9. Desarrollo cognitivo en la adolescencia
Fernando Lara Ortega
143
que, brevemente descritos, pueden sintetizarse del siguiente modo: Una pri-
mera etapa, de carácter eminentemente sensoriomotor, que abarca aproxima-
damente los dos primeros años de vida, en que el conocimiento del medio se
compone exclusivamente de los datos suministrados por los sentidos y las ac-
ciones. Hacia los 18-24 meses, aparece la función semiótica, que capacita al
niño para un conocimiento del medio a través de las imágenes mentales. Ello
da paso a la segunda etapa del desarrollo cognitivo. El niño, a partir de esta
edad puede representarse mentalmente los objetos, las acciones y las relacio-
nes entre ellos, lo que ya supone una primera superación del mundo pura-
mente sensoriomotor. Sin embargo, aún le queda un largo camino por reco-
rrer: los datos sensoriales siguen siendo la base de su conocimiento; sobre
ellos aún no realiza inferencias lógicas y, por tanto, las alteraciones percepti-
vas producen una gran cantidad de juicios erróneos típicos de esa edad infan-
til. Hacia los siete años comienza una tercera etapa en que comienzan a obser-
varse en el niño las primeras operaciones lógicas: conservación, clasificación,
seriación, reversibilidad, etc. La gran deficiencia de esta tercera etapa sigue te-
niendo algo que ver con los datos sensoriales, a los que el niño de esta etapa
aún se encuentra firmemente ligado: el niño estructura el conocimiento del
mundo a partir de un razonamiento empírico-inductivo; esto es, a partir de los
datos sensoriales, puede llegar a inducir las leyes generales que subyacen a
una cierta cantidad de casos específicos.
Con la adolescencia, el ser humano inaugura las formas de pensamiento
adulto. El pensamiento del adolescente comienza a ser capaz de liberarse de
esa esclavitud a que los receptores sensoriales le han sometido hasta ahora. El
adolescente puede comenzar a pensar ya no sólo sobre los objetos sensibles de
los que ha tenido experiencia, sino también sobre objetos posibles, sobre cons-
tructos abstractos, sobre proposiciones elaboradas mentalmente, etc.; sus ra-
zonamientos pueden partir de la pura posibilidad. El razonamiento empírico-
inductivo del estadio anterior poco a poco va quedando desplazado por otro
de carácter hipotético-deductivo que, como decíamos anteriormente, tan bue-
nos resultados viene dando a las ciencias.
El adolescente puede comenzar a operar con las formas del pensamiento
adulto propio de una sociedad, que desde ese mismo pensamiento se autocali-
fica de avanzada y que ha sido capaz de generar una cultura altamente cientí-
fica y altamente tecnificada. Téngase presente que esto implica un problema
de tipo lógico-filosófico añadido: nos enfrentamos al estudio de un pensa-
miento adulto que intenta comprenderse a sí mismo.
Acorde con todo ello, la estructura del presente capítulo será la siguiente:
En primer lugar insertamos una reseña histórica, donde se analizan tanto las
fuentes bibliográficas, como la importancia actual en España de la investiga-
ción sobre el desarrollo cognitivo de la adolescencia. Posteriormente, nos
adentramos en el estudio sistemático del tema: comenzaremos pasando revista
al mecanismo del desarrollo cognitivo en general y a las principales adquisi-
ciones cognitivas anteriores a la adolescencia; a continuación, nos adentrare-
mos en las características básicas del pensamiento formal: a nivel funcional, a
nivel estructural y los principales esquemas operatorios formales. Y para fina-
144
lizar insertamos dos apartados altamente interesantes: uno sobre el problema
de la generalización del estadio formal en el desarrollo cognitivo y otro sobre
la influencia del pensamiento formal en la personalidad del adolescente.
145
Aspectos funcionales: En la obra se estudian las características específicas
de este tipo de pensamiento. Se muestra experimentalmente su especificidad
como estadio y sus diferencias cualitativas con los estadios propios de la infan-
cia. Piaget ya había indicado en su obra la existencia de este último estadio
adolescente; pero quedaba por hacer un estudio más profundo al igual que ya
se había hecho con los otros estadios.
Aspectos estructurales: Piaget piensa que ciertas estructuras lógico-matemá-
ticas pueden llegar a convertirse en modelos adecuados para describir las es-
tructuras cognitivas en determinados estadios del desarrollo. En la obra de
1955, Piaget dedica grandes esfuerzos a mostrar la estructura lógico-matemá-
tica de la cognición adolescente.
146
ha sido un continuo vaivén entre las posiciones piagetianas y las no piage-
tianas.
De forma paralela, también nos encontramos con otros autores que inten-
tan reformular la teoría. Surgen los trabajos de Pascual-Leone (1969), quien
respetando las tesis piagetianas, ofrece soluciones a algunos de sus problemas,
tales como el citado anteriormente: por qué determinadas tareas que parecen
poseer una misma estructura lógica se resuelven correctamente a diferentes
edades. Para Pascual-Leone, ello se debe a que dichas tareas, a pesar de re-
querir la misma estructura lógica en el sujeto, demandan recursos atencionales
distintos y la coordinación de una diferente cantidad de esquemas. Igual-
mente, introduce nuevas ideas, como la de los diferentes estilos cognitivos de
los diferentes niños, etc.
Bruner supone otro hito en las alternativas a Piaget. Aunque acepta las lí-
neas básicas de la teoría piagetiana, Bruner se opone a la idea de la autorregu-
lación del desarrollo de las estructuras cognitivas o a que la lógica formal sea
un instrumento adecuado para representar las estructuras cognitivas. Este
autor aboga por la importancia de los procesos de interacción social y cultural
en el desarrollo cognitivo; por la idea de que los tres sistemas de codificación
de información: enactivo, icónico y simbólico están ya presentes en el desarro-
llo desde los primeros años de la vida del niño; por la importancia del lenguaje
en la formación de las estructuras lógicas, etc.
Posteriormente, y hasta nuestros días, vienen surgiendo diferentes estudios
desde diferentes líneas de la psicología, tales como la del procesamiento de la
información, o los estudios sobre la cognición social, o bien otras investigacio-
nes de carácter mucho más puntual —sobre todo de naturaleza psicopedagó-
gica—, que directa o indirectamente describen diversos aspectos sobre las ha-
bilidades y estructuras del desarrollo cognitivo. A lo largo del presente
capítulo iremos revisando sus principales conclusiones, centrándonos ya más
específicamente en el periodo que nos ocupa: la adolescencia.
147
propia del hombre adulto, se abandonan muchos de sus aspectos a la psicolo-
gía general del adulto. Aunque en las últimas décadas, la Psicología Evolutiva
ha tomado conciencia de su deber de afrontar el ciclo vital humano en su tota-
lidad, también es verdad que, en multitud de ocasiones, se ha limitado exclusi-
vamente al estudio de los primeros años. Igualmente, el hecho de situarse en
el último estadio del desarrollo ha venido suponiendo que este tema quedaba
en los programas y explicaciones universitarias para el final del curso; final de
curso al que, en multitud de ocasiones, no se llegaba y en otras había que ir
más de prisa para acabar el temario en su totalidad, con la consiguiente des-
ventaja de este estadio respecto a los anteriores.
Segundo: A medida que avanza el desarrollo, se van complicando, cada vez
más, las estructuras cognitivas. Enfrentarse al sistema cognitivo del adoles-
cente supone, por tanto, enfrentarse a la estructura más complicada del desa-
rrollo cognitivo humano. Quizá por ello, el mismo Piaget investigó este pe-
riodo bastante más tarde que el resto de los estadios, y quizá por esa misma
razón, este estadio ha provocado menor cantidad de investigaciones que el
resto de las etapas. Basta simplemente hojear cualquier obra sobre el desarro-
llo cognitivo humano para darse cuenta que, cuando se llega a la adolescencia,
el estudio se hace más complejo: comienza a aparecer un lenguaje mucho más
abstracto que en el resto de los estadios, y a la vez comienzan a aparecer siste-
mas de símbolos lógicos, complicados para el profano, que de por sí invitan a
pasar por alto a quien no tenga un verdadero y profundo interés por el tema.
Con estos símbolos lógicos se han tratado de describir los cimientos y la cons-
trucción de la estructura cognitiva adolescente, de tal forma que para enten-
der estos trabajos es necesario entender de Lógica y de Psicología. Igual-
mente, para desarrollar esta línea de investigación, que puede ser altamente
fructífera, deberían coordinarse y armonizarse, en mayor grado, los profesio-
nales de la Lógica y los profesionales de la Psicología.
Tercero: Cuando en Psicología se habla de adolescencia, se piensa, deforma
casi automática, en los aspectos afectivos y sociales más que en los
cognitivos. Ello se debe a que los cambios a nivel orgánico, hormonal, sexual,
etc., y el cambio en los intereses afectivos y sociales que se producen en este
periodo son enormemente llamativos. De esta forma, no es difícil comprender
que la Psicología se haya dedicado a profundizar en el estudio de estos intere-
santes aspectos, en detrimento de otros —a primera vista— menos palpables.
Sin embargo, a lo largo de los últimos años estamos asistiendo en España a
un verdadero auge en el interés por el desarrollo cognitivo de la adolescencia.
Y no faltan buenas razones que lo expliquen: Las últimas reformas educativas
han contemplado, cada vez más, la presencia de adolescentes en los sistemas
escolares. Y el profesorado que trabaja con ellos se ha convertido en el princi-
pal demandante de soluciones a sus problemas diarios, dentro de los cuales fi-
guran, en un lugar preferente, los referidos a la psicología de la adolescencia
en general y a su sistema cognitivo en particular.
La Enseñanza General Básica (E.G.B.) ya contemplaba la escolarización
de los niños hasta los 14 años, con el consiguiente efecto de incluir en las aulas
no sólo edades infantiles, sino también los primeros años de la adolescencia. A
148
este respecto, no dudemos en afirmar que una buena parte de los problemas
de indisciplina, o de falta de rendimiento académico e incluso de problemati-
zación de la relación profesor-alumno en los cursos superiores de la E.G.B., se
derivan directamente de la presencia de un cierto porcentaje —cada vez ma-
yor—, de adolescentes en sus aulas. Pensemos que la actual Reforma del Sis-
tema Educativo —LOGSE—, contempla la enseñanza escolar obligatoria
hasta los 16 años, y que es de esperar que los problemas anteriormente indica-
dos van a seguir estando presentes, e incluso multiplicados, pues vamos a obli-
gar a todos los chicos a seguir dos años más en las aulas. Desde esta perspec-
tiva, es fácil deducir que el propio sistema educativo estatal obligará al
profesorado a tomar aún mayor conciencia de la problemática específica de la
adolescencia.
Por su parte, el profesorado de Enseñanzas Medias —que siempre ha tra-
bajado con adolescentes—, está actualmente asistiendo a un considerable
aumento del porcentaje de alumnos que «no les entienden», que «sienten una
mínima o ninguna atracción por los programas escolares», que «no aprueban
los exámenes», etc. Una de las razones de ello hay que buscarla en que, a lo
largo de las últimas décadas, ha aumentado considerablemente el porcentaje
de individuos que realiza estudios de Bachillerato y Formación Profesional.
Hace unos cuantos años el porcentaje de alumnos que ingresaba en los Institu-
tos correspondía a una pequeña parte seleccionada de quienes habían supe-
rado los Estudios Primarios y con unos claros intereses académicos; hoy en día
los Institutos se han convertido en el lugar común de estudios de la práctica
totalidad de nuestros adolescentes. Como resultado de todo ello, el profeso-
rado de Enseñanzas Medias en nuestro país ha aumentado su receptividad ha-
cia temas tales como la psicología de la adolescencia, el aprendizaje significa-
tivo, el pensamiento formal, la atención y motivación escolar, etc.
Por otra parte, también hemos de considerar que los propios avances en la
investigación de lo que comúnmente se denomina Psicología Cognitiva, han
contribuido enormemente a relanzar este apasionante tema del desarrollo
cognitivo de la adolescencia: cómo, por qué y cuándo adquirimos las más po-
derosas formas del entendimiento humano.
149
Dicho en otras palabras, la cognición humana consiste en el uso de dos fun-
ciones básicas: organización y adaptación. Organizamos en nuestro conoci-
miento la interpretación de los datos que nos llegan del medio y adaptamos
nuestra conducta y nuestro pensamiento a esos datos.
Lo que llamamos capacidad de entender, cognición, inteligencia, etc., ha
sido considerada desde los primeros tiempos de la Filosofía como una de las
características básicas de la especie humana, e incluso como definitoria de su
especificidad: recordemos la clásica definición del hombre como «animal ra-
cional».
Pero estas funciones de organización y adaptación no son, en modo alguno,
exclusivas del ser humano; las encontramos en toda vida animal, e incluso en
todo ser vivo. A modo de ejemplo, muchas plantas ornamentales, cuando se
desea regenerarlas, se corta una ramita y se la sitúa en una nueva maceta. Al
cabo de un cierto tiempo volvemos a tener una nueva planta joven. ¿Qué ha
ocurrido? La planta, cuya estructura básica está organizada en raíz, tallo y ho-
jas, al desorganizarla y situarla en un medio adecuado, vuelve a generar dicha
estructura. Por tanto, podemos llegar a decir que ciertas formas básicas de lo
que llamamos inteligencia —organización y adaptación—, podemos encon-
trarlas en todo ser vivo. Más ejemplos podemos encontrarlos en el perro vaga-
bundo que se apega a quien le acaricia, o en el árbol cuya raíz se prolonga
buscando la humedad y cuyo tronco se curva buscando la luz, etc.
Estructuralmente hablando, estas funciones de adaptación al medio y orga-
nización de sus estructuras difieren considerablemente entre las diferentes for-
mas de vida, acorde al grado de complejidad propio de la especie. Pero funcio-
nalmente hablando, son inherentes a todo ser vivo, incluido el hombre. Y es
precisamente basándose en esas funciones como se define la inteligencia hu-
mana.
La cognición humana, por tanto, ha de considerarse inserta en el meca-
nismo biológico del hombre, porque sus funciones básicas son inherentes a
todo ser vivo. Y el desarrollo intelectual ha de considerarse como un caso par-
ticular del desarrollo biológico en general.
Por lo que respecta al desarrollo, al igual que las diferentes especies bioló-
gicas presentan formas diferentes de organización y adaptación acordes a su
grado de complejidad, el ser humano, a lo largo de su desarrollo, también pre-
senta diferentes formas de organización y adaptación acordes al nivel de su
maduración evolutiva. El bebé sólo cuenta con formas motrices y sensoriales;
a partir de ellas organiza su mundo y se adapta a su medio; el mundo del bebé
no es más que una realidad chupable, una realidad visible, una realidad pren-
sible, etc. No podrá entender —conocer— otros aspectos del mundo adulto
compuestos por formas simbólicas o lógicas, pues se interpretan desde esque-
mas no accesibles a su estadio evolutivo. El niño preescolar cuenta, además,
con otros esquemas de tipo simbólico que le permiten representarse mental-
mente los objetos, las acciones y las relaciones entre ellos; su mundo ha de-
jado de ser simplemente esa realidad chupable, prensible, etc., y ha pasado a
ser una realidad imaginable donde casi todas las cosas ideadas pueden tener
lugar: sólo tres Reyes Magos pueden dejar juguetes a todos los niños del
150
mundo, la cigüeña trae a los hermanitos, etc. El escolar ya accede a ciertas for-
mas lógicas del pensamiento adulto; su mundo está gobernando por unas leyes
lógicas donde ya no caben los cuentos de hadas como realidad. Y el adoles-
cente ya puede operar con las formas abstractas del pensamiento adulto. Cada
periodo de edad se corresponde con determinadas formas cualitativamente di-
ferentes de cognición. Cada una de ellas supone una particular forma de en-
tender el mundo.
151
tiva. La estructura cognitiva humana está en un proceso de cambio conti-
nuado: cada vez que adquirimos una habilidad —mental o motriz—, se produ-
cen cambios en nuestra estructura cognitiva. Incluso cada vez que usamos una
habilidad adquirida —mental o motriz—, ésta suele perfeccionarse, corregirse,
generalizarse a otros usos, etc., lo que supone un cambio en el proceso de
organización cognitiva. De esta forma, hablar de cuatro estadios típicos en el
desarrollo cognitivo supone hablar de cuatro tipos de estructura cualitativa-
mente diferentes.
El desarrollo cognitivo no sólo es fruto de añadir o modificar cuantitativa-
mente habilidades —esquemas sensomotores o cognitivos—, a las estructuras.
Observando el comportamiento a lo largo del tiempo puede deducirse que
existen ciertos momentos en que el cambio se hace cualitativo. Estos cambios
cualitativos son los que definen los diferentes estadios del desarrollo anterior-
mente indicados y que a continuación pasamos a describir.
152
jeto, una acción, un sentimiento, etc. El niño ya no necesita manipular un
objeto o realizar una acción para poder tenerla presente. Un nuevo tipo de co-
nocimiento, la inteligencia simbólica, acaba de ampliar el mundo de la inteli-
gencia sensomotriz.
A pesar de todo ello, los datos sensoriales aún van a seguir ejerciendo una
poderosa influencia en la elaboración de las percepciones del niño y le van a
conducir a multitud de juicios erróneos: Las clásicas pruebas piagetianas sobre
la conservación de la masa, del volumen, del número, etc., son un claro ejem-
plo descriptivo de ello: al aplastar una bola de plastilina, ésta aumenta su can-
tidad; lo mismo al trasvasar una determinada cantidad de agua de un vaso an-
cho a otro estrecho; etc. Igualmente la centración de la atención en el aspecto
más llamativo de un objeto o acción, las explicaciones contradictorias con que
explica los sucesos del mundo, o lo que Piaget llamó «razonamiento transduc-
tivo» —uso de asociaciones yuxtapuestas, más que deducciones—, constituyen
una clara prueba de que el pensamiento del niño aún no se gobierna por leyes
lógicas, y que depende directamente de los datos percibidos.
153
desde el mundo de lo posible. Hasta ahora, el punto inexorable de partida era
el mundo directamente percibido. En la cognición adolescente —y adulta—, el
mundo real pasa a no ser más que una porción de lo posible.
Desde esa pura posibilidad, donde todo son hipótesis, se aplica ahora otra
de las adquisiciones nuevas del razonamiento adolescente: la deducción ló-
gica, que acepta unas hipótesis y rechaza otras en función de la validez que se
les asignen. Y sólo ahora, tras deducir la bondad de las conclusiones, se dirige
el adolescente a la experimentación para confrontar sus conclusiones teóricas
con lo que ocurre en la realidad. Sólo tras esta confrontación final se acepta-
rán las conclusiones como válidas.
Obsérvese que este tipo de razonamiento difiere cualitativamente del em-
pleado hasta ahora. En el estadio anterior, el niño ya era capaz de un pensa-
miento lógico, pero atado al mundo percibido, al mundo real; al razo-
namiento empírico-inductivo. El adolescente se libera de esas ataduras. Su ra-
zonamiento hipotético-deductivo, propio de la ciencia actual, relega a un se-
gundo plano al empírico-inductivo, propio de estadios anteriores. Estas carac-
terísticas, junto a la posibilidad del uso manifiesto de las leyes de la
combinatoria dotan al adolescente de unas potentes armas para emitir juicios
correctos acerca de los fenómenos del mundo.
También ha de tenerse en cuenta que con la entrada en la adolescencia no
se acaba, de ninguna forma, el desarrollo cognitivo humano. Ya Piaget, tras
haber realizado una teoría sobre el desarrollo cognitivo durante los 16 prime-
ros años del desarrollo, y tras las primeras investigaciones provocadas por su
difusión, dejó encomendado que habría que estudiar en profundidad la etapa
de 15-20 años. Las estrategias cognitivas, también en la vida adulta, pueden
seguir evolucionando como lo han hecho hasta ahora a lo largo del desarrollo:
éstas pueden generalizarse al aplicarse a contenidos nuevos, y pueden diferen-
ciarse entre sí llegando a generar nuevas estrategias cognitivas.
154
9.3.3. El pensamiento lógico-concreto y el pensamiento lógico-formal
155
gicas, como son la capacidad de clasificar y ordenar los objetos y las relaciones
entre ellos.
A nivel cualitativo también se encuentran diferencias entre el pensamiento
lógico infantil y el pensamiento lógico adulto. Con la llegada de la adolescen-
cia suele producirse un «salto» cualitativo en el desarrollo cognitivo: el niño
de 7-11 años depende de los datos empíricos para explicarse el mundo. Hacia
la edad adolescente, el individuo que vive en un medio adecuado, comienza a
manifestar el uso de un tipo de razonamiento diferente, donde los datos pro-
venientes de los sentidos suelen pasar a un segundo plano, e incluso, en caso
de confrontación con las leyes del pensamiento, se cuestiona su validez.
Consideremos un ejemplo repetidamente citado desde que Inhelder y Pia-
get lo describieran en su obra De la lógica del niño a la lógica del adolescente.
Se trata de pedir explicaciones a diferentes sujetos sobre la frecuencia de osci-
lación de un péndulo. Para ello se proporcionan al sujeto cuerdas de diferente
longitud, diversos pesos y un cronómetro. Con dichos objetos y lo que él
puede hacer, se pide al sujeto que explique cuáles son los factores que afectan
a la velocidad de oscilación del péndulo. Por física sabemos que el periodo del
péndulo (tiempo que tarda en completar una oscilación) depende únicamente
de la longitud.
Los niños más pequeños, del estadio preoperacional (2-6 años aproximada-
mente), llegan a conclusiones tales como que la velocidad de oscilación de-
pende del impulso inicial que se le da al péndulo, o de la altura desde la que
dejamos caer el peso al comienzo.
Los niños del estadio concreto ya son capaces de un razonamiento mucho
más refinado. Estos niños ya son capaces de tener en cuenta y de experimen-
tar con las diferentes variables que pueden incidir en la resolución del pro-
blema: experimentan con diferentes longitudes, con diferentes pesos, con dife-
rentes alturas de caída, con diferentes impulsos. Estos individuos son capaces
de aplicar su lógica (clasificaciones y seriaciones) a las diferentes posibilidades
de experimentación. Sin embargo, se observan fallos: olvidan posibles casos,
manipulan a la vez dos variables (cambian a la vez el peso y el impulso, la lon-
gitud y la altura). Como consecuencia de todo ello emiten juicios erróneos a la
hora de dar soluciones al problema.
En los adolescentes suele observarse una forma muy diferente de enfrenta-
miento al problema. Presentan un método mucho más reglado y sistemático.
Tras hacer un análisis reflexivo de las posibles variables que pueden in-
cidir en la solución del problema (longitud de la cuerda, peso, impulso inicial,
altura de caída), van probando con cada una de ellas por separado, mante-
niendo intactas todas las demás. Así van explicando la intervención de cada
una de las variables en la rapidez de las oscilaciones. Y no solamente de ca-
da una de las variables por separado, sino también la posible intervención de
las diferentes combinaciones de esas variables. Esta metodología, semejante a
la usada por las ciencias de la naturaleza en la elaboración de sus leyes, capa-
cita al adolescente para llegar a la conclusión de que el impulso inicial no in-
fluye en la velocidad de oscilación, que la altura de caída tampoco es rele-
vante, ni siquiera el peso —aunque intuitivamente así lo pareciera—, y que el
156
único factor que hace cambiar la velocidad de oscilación del péndulo es la lon-
gitud de la cuerda.
Obsérvense las diferencias existentes tanto en el acercamiento al problema
como en la experimentación entre los niños de 7-10 años y los adolescentes.
Los niños del estadio concreto van directamente a lo empírico: sin un plan de
acción predeterminado, ensayan desordenadamente y asistemáticamente dife-
rentes posibilidades de solución que se les van ocurriendo, este desorden les
hace pasar por alto otras muchas posibilidades; igualmente, sus experimenta-
ciones no aseguran un control riguroso de los efectos de cada variable, pues a
la vez combinan los efectos de dos o más variables en una misma experimen-
tación. Sin embargo, el típico acercamiento al problema por parte del adoles-
cente es cualitativamente diferente: antes de acudir a la experimentación, el
adolescente elabora mentalmente posibles soluciones a partir de las variables
que intervienen. Tras asegurarse de haber listado todas las posibles soluciones
al problema, deduce mentalmente sus implicaciones en la realidad y, sólo des-
pués de ello, se dirige a la comprobación experimental. Obsérvese que, de esta
forma, cuando el adolescente se dirige a la experimentación, lo hace bajo las
directrices de un plan rigurosamente elaborado y ordenado, intentando
controlar todas las variables que pueden intervenir en la solución del pro-
blema, tanto por separado como combinadas, de una forma muy semejante
a los métodos que tan buenos resultados vienen ofreciendo a las ciencias
actuales.
Basándose en estas diferencias entre la lógica del niño y la lógica del ado-
lescente, suele hablarse de la diferencia entre el pensamiento lógico-concreto
y el pensamiento lógico-formal, caracterizado por un razonamiento empírico-
inductivo el primero, e hipotético-deductivo el segundo. Sin embargo, en
modo alguno debemos pensar que el segundo supera y anula al primero. El
pensamiento formal surge del pensamiento concreto, al que sigue necesitando,
de forma semejante a como ocurre a lo largo del desarrollo con otros esque-
mas y operaciones cognitivas: todos ellos surgen de esquemas anteriores más
básicos sobre los que se fundamentan. Por otra parte, el recién adquirido pen-
samiento deductivo del adolescente tampoco anula al pensamiento inductivo:
la deducción consiste en un riguroso proceso de razonamientos, pero en sí
misma no aporta ninguna verdad nueva a la cadena del razonamiento; toda es-
tructura cognitiva, al igual que toda ciencia, para ampliar sus conocimientos
necesita de supuestos intuitivos e inductivos. Y el pensamiento lógico-formal
del adolescente también seguirá usando los métodos empírico-inductivos ca-
racterísticos de la etapa anterior.
A continuación analizaremos más detenidamente las características del
pensamiento formal. En primer lugar las características funcionales, esto
es, las nuevas formas y estrategias que se observan en el adolescente al enfren-
tarse a la explicación del medio, resolver problemas, etc. Posteriormente estu-
diaremos las características estructurales, o sea, las estructuras cognitivas
lógicas que pueden inferirse en el pensamiento adolescente a partir de
sus actuaciones y que ya Piaget utilizó para formalizar este tipo de pensa-
miento.
157
9.3.4. Características funcionales del pensamiento formal
158
1. El mundo de lo posible frente al mundo de lo real: Uno de los principa-
les rasgos del pensamiento formal viene a ser la capacidad del adolescente
para pensar en los objetos del mundo real y en sus leyes, como un subconjunto
de lo que pudiera haber sido. En el adolescente comienza a observarse una ca-
pacidad para pensar en términos de lo puramente posible. El mundo real, sus
objetos y las relaciones entre los objetos son consideradas como parte de lo
que potencialmente pudiera ser.
Esto marca la principal diferencia con el estadio anterior: el niño del esta-
dio concreto puede ya realizar operaciones lógicas de cierta dificultad, pero se
encuentra atado al mundo de lo real. Su pensamiento parte de lo empírico, de
la experiencia, de lo concreto. El gran paso hacia la adolescencia —cognitiva-
mente hablando—, queda marcado por una capacidad de independizarse de
aquello que llega directamente a sus receptores sensoriales. El caso del pén-
dulo, citado en un apartado anterior, es un claro ejemplo de las posibilidades
recién adquiridas por el adolescente: antes de manipular experimentalmente
con los materiales que se le han dado, el adolescente ha pensado en las dife-
rentes posibilidades que pueden condicionar las leyes de la oscilación del pén-
dulo.
2. El pensamiento hipotético deductivo: Derivado de esa capacidad de
pensar en términos de lo puramente posible, el adolescente, a la hora de resol-
ver un enigma, es capaz de formular mentalmente hipótesis o soluciones posi-
bles, cuya validez deberá contrastar posteriormente en la realidad. Ante un
determinado problema, el adolescente comienza por considerar las posibles
soluciones. Tras ello, por deducción, concluirá con razonamientos de este tipo:
si la hipótesis A fuera verdadera, entonces debería ocurrir el fenómeno X.
Posteriormente comprobará experimentalmente la validez real de dicho fenó-
meno, lo que le llevará a aceptar unas hipótesis como verdaderas y a rechazar
otras. El adolescente es capaz de deducir conclusiones no sólo basándose en la
observación de la realidad, sino también a partir de simples hipótesis. Obsér-
vese que este tipo de razonamiento hipotético deductivo es el que suele citarse
como método científico por antonomasia.
Siguiendo con el ejemplo de la velocidad de oscilación del péndulo, el ado-
lescente comienza a enfrentarse al problema formulando posibles soluciones
del siguiente tipo: el periodo del péndulo muy bien podría depender de varia-
bles tales como la longitud de la cuerda, o del peso, o de la altura de caída, o
del impulso inicial, por separado; o también de una combinación dos a dos de
dichas variables; o tres a tres; o de la combinación de las cuatro variables a la
vez. Una vez formuladas las posibles soluciones o hipótesis, el adolescente de-
rivará por deducción qué implicaciones experimentales conllevarían cada una
de esas hipótesis. Tras ello, diseña las pruebas experimentales capaces de
comprobar las hipótesis elaboradas, con lo que llega a solucionar el problema
de forma semejante a como se comprueban las teorías en las ciencias actuales.
3. El pensamiento proposicional: Otra de las características esenciales de
la cognición del adolescente es la aparición del pensamiento proposicional. El
adolescente, al igual que el niño del estadio concreto, sigue manejando en sus
razonamientos los datos de la realidad, pero no se queda sólo ahí. El adoles-
159
cente comienza a ser capaz de operar con proposiciones, esto es, con enuncia-
dos, afirmaciones, implicaciones, conjunciones, disyunciones, etc., que contie-
nen los datos de la realidad. De esta manera, el pensamiento proposicional
consiste en el manejo de operaciones lógicas que contienen los resultados de
otras operaciones más concretas, propias del estadio anterior.
Volviendo a nuestro ejemplo sobre el problema del péndulo, es relativa-
mente fácil oír al adolescente razonamientos semejantes al siguiente: «Si en la
velocidad de oscilación del péndulo sólo influyera la longitud de la cuerda, en-
tonces el péndulo debería dar el mismo número de oscilaciones por minuto
tanto aumente el peso como lo disminuya, tanto lo impulse fuerte como flojo,
tanto lo dejemos caer de mayor altura como de menor. Tan sólo variará el nú-
mero de oscilaciones cuando se cambie la longitud de la cuerda». Este tipo de
expresiones proposicionales son características del pensamiento formal —y di-
fíciles de encontrar en estadios anteriores—. Son expresiones que contienen
proposiciones implicativas: «Si... entonces...», proposiciones disyuntivas: «o
esto, o lo otro», conjunciones: «debe variarse conjuntamente el peso y la lon-
gitud», etc., o incluso una combinación de ellas: «si hiciéramos variar el peso y
la longitud, pero no el impulso, entonces...».
4. El uso de la combinatoria: El pensamiento formal se caracteriza por
poseer un mecanismo cognitivo lógico que le permite listar todas las posibles
soluciones a un determinado problema sin olvidar ninguna. De alguna forma,
es una característica que se deriva de las anteriores, a la vez que las comple-
menta: si han de formularse las posibles soluciones a un determinado pro-
blema en que intervienen dos o más variables, parece lógico pensar que se ha
de disponer de ese mecanismo mental lógico capaz de someter a un análisis
combinatorio completo las variables que intervienen y, de esta forma, revisar
mentalmente todas las posibles soluciones al problema.
Ante el problema del péndulo, el adolescente lista las variables que pueden
intervenir en la velocidad de oscilación: peso, longitud de la cuerda, impulso
inicial y altura de caída inicial. Y las somete a un análisis combinacional
completo que le permite formular todas las posibles soluciones al proble-
ma: La velocidad de oscilación puede depender de cada una de ellas por
separado: puede depender del peso y no de la longitud, ni del impulso, ni de la
altura; puede depender de la longitud y no del peso, ni del impulso, ni de la al-
tura de caída, etc. Igualmente la velocidad de oscilación puede depender de
una combinación dos a dos de las variables: peso y longitud, peso e impulso,
peso y altura, longitud e impulso, etc. Puede depender de una combinación
tres a tres de las variables: peso, longitud e impulso; peso, longitud y altura;
etc. Puede igualmente depender de una combinación conjunta de las cuatro
variables, e incluso de ninguna de ellas. La capacidad del adolescente para
usar el análisis combinacional le permite listar mentalmente todas las posibles
soluciones al problema.
Intentando sintetizar todas estas características que hemos enumerado, po-
demos decir que el pensamiento formal consiste en una nueva forma de cono-
cimiento consistente en «una orientación generalizada, a veces explícita, a ve-
ces implícita, para la resolución de problemas: una orientación hacia la orga-
160
nización de los datos (análisis combinacional), hacia el aislamiento y control
de variables, hacia lo hipotético y hacia la justificación y la prueba lógicas»
(Flavell, 1963. Trad: 1982, pág. 230-231). Efectivamente, el adolescente es ca-
paz de pensar en lo que no tiene presente, en lo posible, y, basándose en ello,
puede formular hipótesis sobre las diferentes posibilidades de solución del
problema. Usando las leyes de la combinatoria con las diferentes variables
que intervienen en el problema, puede asegurarse de haber listado todas las
posibles soluciones. Mediante el pensamiento proposicional y la deducción, el
adolescente puede elaborar mentalmente las consecuencias lógicas empíricas
que conllevaría cada una de las hipótesis de ser ciertas. De esta forma puede
asignar a cada una de las hipótesis un grado de validez real, que confrontará
experimentalmente en la realidad física antes de aceptarlas como verdaderas.
161
tema lógico observando solamente cómo piensan las personas. La Lógica es
un sistema, en principio, independiente de la Psicología, pero que muy bien
podría estar profundamente implicada en ella.
Al margen de la discusión, lo que sí parece cierto es que las estructuras
cognitivas de los últimos estadios del desarrollo —concreto y formal—, se
pueden describir y comprender mejor utilizando como modelos explicativos
algunas estructuras lógico-matemáticas. Para describir el estadio de las opera-
ciones formales, Piaget e Inhelder utilizaron dos estructuras lógico-matemáti-
cas que servirán para describir las capacidades intelectuales de los adolescen-
tes: las operaciones interproposicionales como retículo y las operaciones
interproposicionales como grupo. Con ello no se quiere decir, en modo al-
guno, que los adolescentes, cuando adquieren las operaciones formales, sean
capaces de manejar explícitamente estas estructuras matemáticas, sino que es-
tas estructuras subyacen a sus formas de operar. El adolescente puede mane-
jar estas operaciones así estructuradas, sin que ello signifique que todo adoles-
cente sea capaz de formular las propiedades de un grupo o de un reticulado.
162
miento: existen dos variables que inciden en la inclinación de sus brazos: peso
y distancia.
Si este problema se lo planteamos a un individuo del periodo anterior, con-
creto (7-11 años), observaremos que ya es capaz de acercarse al problema de
una forma un tanto sistemática y ordenada: experimentaría con ambas varia-
bles Ay B —peso y distancia al eje—, para observar cómo influye su presen-
cia o no presencia en la inclinación de los brazos. Basándose en sus manipula-
ciones, podría llegar a establecer las combinaciones de variables Ay B —peso
y distancia—, A y ¬ B —el peso, pero no la distancia—, ¬ A y B —no el peso,
pero sí la distancia—, ¬ A, ¬ B —ni el peso ni la distancia—. De ahí, podría lle-
gar a inducir experimentalmente, por ejemplo, que «el fenómeno se mani-
fiesta en presencia de B», o que «el fenómeno no se manifiesta en ausencia de
A», y muy poco más. El niño del estadio concreto va descubriendo las posibili-
dades de asociación de las variables a medida que experimenta. Claro está:
muy bien puede llegar a olvidar un cierto número de asociaciones posibles de
esas variables.
El adolescente, en cambio, se enfrenta al problema de una forma muy dife-
rente: En primer lugar, y como ya hemos visto anteriormente, no necesita acu-
dir a la experimentación para descubrir las posibles asociaciones entre la va-
riable y su efecto; sino que las concibe de antemano como proposiciones
—esto es, como afirmaciones, negaciones, asociaciones, disyunciones, etc., que
contienen los datos de la realidad—, como posibilidades que después compro-
bará experimentalmente. Y en segundo lugar, el adolescente posee un meca-
nismo mental que le permite generar todas las posibilidades de combinación
de la variable con su efecto, sin olvidar ninguna. Aquí es donde encontramos
esa propiedad descrita por Piaget e Inhelder de las operaciones interproposi-
cionales como retículo.
Siguiendo con el ejemplo de la balanza anteriormente estudiado, suponga-
mos que el adolescente se enfrenta al problema de si la variación en la inclina-
ción de la balanza depende o no de la variación del peso. Llamemos p a la va-
riación del peso, ¬ p a la no variación del peso, q a la variación en la
inclinación de la balanza y ¬ q a la no variación de la inclinación de la balanza.
Con la variable distancia puede hacerse exactamente lo mismo.
El adolescente, antes de ponerse a experimentar, puede llegar a formular
mentalmente las cuatro posibilidades de relación de la variable con el efecto:
163
que serían las 16 hipótesis, o posibilidades de solución de cualquier relación
que se desee investigar entre una determinada causa (p) y su efecto (q). Apli-
cado a la posible influencia de la variación del peso en la variación de la incli-
nación de la balanza, la proposición n.° 13, por ejemplo, significaría la hipóte-
sis según la cual serían válidas las afirmaciones a, b y d; en dicha hipótesis, la
única posibilidad negada sería c: «la no variación del peso incide en la inclina-
ción de la balanza».
Este conjunto de las 16 combinaciones cumple las propiedades de la estruc-
tura lógico-matemática de retículo. Recordamos que, en matemáticas, un re-
tículo es un conjunto no vacío X, dotado de un orden parcial, tal que para
todo par de elementos (x, y) de X, existe un elemento x ∨ y, que es la mayor
cota inferior de ambos y un elemento x ∧ y, que es la menor cota superior de
ambos. El conjunto de las partes de un conjunto ordenado por la relación
de inclusión tiene estructura de retículo; consideremos el conjunto X = {a, b, c,
d}. P(X) = {Ø, {a}, {b}, {c} {d}, {a, b}, {a, c}, {a, d), {b, c}, {b, d}, {c, d}, {a, b, c},
{a, b, d}, {a, c, d), {b, c, d}, {a, b, c, d}}. P(X), como puede observarse, está or-
denado parcialmente por la relación de inclusión (reflexividad y transitividad).
Además tiene estructura de retículo, pues dados dos elementos cualesquiera
de P(X), existe una máxima cota inferior, que es la intersección de ambos, y
una mínima cota superior que es la unión de ambos. En nuestro caso, la má-
xima cota inferior de {b, c} y {a, b, d}, por ejemplo, sería {b} y la mínima cota
superior sería {a, b, c, d}.
164
I. Identidad: consistente en no cambiar nada sobre una proposición deter-
minada. Por ejemplo, I (p ∧ q) = p ∧ q; I ( ¬ p ∨ q) = ¬ p ∨ q; etc.
N. Negación: consistente en cambiar todo sobre una proposición determi-
nada: las afirmaciones en negaciones, las negaciones en afirmaciones, las dis-
yunciones en conjunciones y las conjunciones en disyunciones. Por ejemplo, N
(p ∧ q) = ¬ p ∨ ¬ q; N ( ¬ p ∨ q) = p ∧ ¬ q; etc.
R. Recíproca: que cambia las afirmaciones por negaciones y las negacio-
nes por afirmaciones, dejando conjunciones y disyunciones tal como están.
Por ejemplo, R (p ∧ q) = ¬ p ∧ ¬ q; R ( ¬ p ∨ q) = p ∨ ¬ q; etc.
C. Correlativa: que cambia las disyunciones por conjunciones y las con-
junciones por disyunciones, dejando afirmaciones y negaciones tal como es-
tán. Por ejemplo, C (p ∧ q) = p ∨ q; C ( ¬ p ∨ q) = ¬ p ∧ q; etc.
165
pues la acción del peso puede ser compensada tanto por la acción del peso,
como por la acción de la distancia, como ambas a la vez.
La cognición adolescente queda tipificada por estas características estruc-
turales de reticulado y de grupo. Volvemos a recordar que ello no supone que
el adolescente conozca conscientemente estas estructuras, o que sea capaz de
operar conscientemente con ellas; cuando decimos que esas estructuras lógico-
matemáticas caracterizan el pensamiento formal, sólo estamos afirmando que
esas estructuras subyacen a las formas cognitivas de esta edad.
166
c) El esquema de doble sistema de referencia. Consistente en comprender
la acción de dos sistemas que varían conjuntamente, pudiendo sus acciones
compensarse, anularse, sumarse, etc. La comprensión del movimiento de un
viajero, que anda por el pasillo de un tren en marcha, referido a la tierra sería
un típico ejemplo de ello: el viajero puede estar andando por el pasillo del
tren en sentido igual o contrario al movimiento del tren, en cuyo caso la com-
posición de ambos movimientos, referidos a la tierra, se suman o se restan; la
velocidad del viajero puede ser igual y en sentido contrario a la del tren, en
cuyo caso el movimiento del tren anula al movimiento del viajero, etc.
d) El esquema de equilibrio mecánico. Consistente en la comprensión del
principio newtoniano de acción-reacción. Por ejemplo, tenemos una prensa hi-
dráulica en forma de U; en uno de sus brazos colocamos un pistón cuyo peso
podemos aumentarlo o disminuirlo a voluntad; a medida que aumenta el peso,
el nivel del líquido sube en el otro brazo; de igual forma, también podemos va-
riar el peso específico del líquido —agua, alcohol, glicerina—, que subirá en
este último brazo a medida que el líquido sea más liviano. Los adolescentes
comprenden que la acción del peso específico del líquido actúa como reacción
al peso del pistón. Los niños de estadios anteriores, sin embargo, piensan que
el peso del líquido se suma al del pistón, actuando en el mismo sentido.
e) El esquema de probabilidad. Que consiste en comprender la posibili-
dad de aparición de un determinado fenómeno entre un conjunto de otros po-
sibles. De alguna forma este esquema consiste en una combinación de los es-
quemas de combinatoria y de proporciones anteriormente descritos. Así, por
ejemplo, usamos este esquema cuando afirmamos que existen más probabili-
dades de sacar al azar un rey seguido de un caballo en una baraja española
completa, que de acertar el primer premio del sorteo de la lotería navideña.
f) El esquema de correlación. Que consiste en comprender la posible rela-
ción existente entre diversas variables. En realidad, el esquema de correlación
es una combinación del esquema de probabilidad y proporción. Así, por ejem-
plo, podría llegar a establecerse una correlación, en una determinada muestra
de estudiantes, entre las calificaciones obtenidas en la Formación Primaria y la
Formación Secundaria.
Todos estos esquemas, y otros semejantes que podrían estudiarse, se deri-
van de las actuaciones específicas del sujeto adolescente. Y en un segundo
grado de abstracción, puede observarse que estos esquemas quedan íntima-
mente emparentados con la estructura de las operaciones formales anterior-
mente estudiada: bajo estos esquemas subyace tanto el reticulado necesario
para realizar combinaciones de elementos y probabilidades, como la estruc-
tura del grupo INCR —identidad, negación y las dos reversibilidades: recí-
proca y correlativa—, junto a la operación de la combinación, necesario para
los esquemas de las proporciones, doble referencia, etc.
En su esencia, estos esquemas forman parte de la estructura cognitiva tí-
pica del hombre adulto y del pensamiento científico, y comienzan a observarse
sólo en la edad adolescente.
Tampoco debemos pensar que la adquisición de una determinada estruc-
tura cognitiva llegue a suponer la desaparición de las estructuras anteriores o
167
de los esquemas anteriormente adquiridos. Las estructuras formales del pen-
samiento nacen de las estructuras concretas, y sólo a partir de los esquemas
concretos se llega a operar con los abstractos. Existen muchos esquemas pro-
pios de estadios anteriores que siguen manifestándose posteriormente, en el
estadio formal. Es más, incluso en ciertos casos, las formas de cognición ante-
riores pueden resultar más relevantes que otras que consideramos más avan-
zadas. Así, por ejemplo: el razonamiento deductivo, propio del estadio formal,
es riguroso y preciso, pero no aporta ninguna verdad nueva. El razonamiento
deductivo no podría hacer avanzar los conocimientos de las ciencias sin la in-
ducción —propia del razonamiento concreto—, que, aún sin la rigurosa cer-
teza científica, es capaz de aportar verdades nuevas al conocimiento.
168
tipo de pensamiento se presentaría muy raramente en individuos pertenecien-
tes a culturas de bajo nivel científico. Igualmente, tampoco presentarían este
tipo de pensamiento formal los individuos de civilizaciones avanzadas que po-
sean serias deficiencias de instrucción.
5. Los diferentes individuos parecen alcanzar las operaciones formales
en ámbitos diferentes, que se corresponderían con sus aptitudes y sus espe-
cializaciones profesionales. De este modo, la estructura cognitiva formal se
manifestaría en multitud de realizaciones concretas dependiendo del queha-
cer personal del individuo: el tipo de estudios realizado, la actividad profe-
sional, etc.
Estas cuestiones parecen poner en tela de juicio la misma esencia del esta-
dio y la propia estructura del pensamiento formal.
Resumiendo: por un lado, es un hecho generalmente aceptado que el paso
de la edad infantil a la adolescencia queda determinado y definido por un
cambio en las formas de pensamiento, claramente observable y acorde con lo
expresado en el presente capítulo; por otro lado, este cambio parece adolecer
de una escasa universalidad tanto en lo que se refiere a su momento de apari-
ción en el desarrollo ontogenético, como en lo que se refiere a la forma de
presentarse en los diferentes individuos.
Una explicación que resuelve el dilema, al menos en parte, puede encon-
trarse en el profundo paralelismo existente entre el pensamiento formal y el
pensamiento científico. Vivimos en un mundo altamente científico y tecnifi-
cado, desde el que se han formulado, acorde a sus formas de pensar, las teo-
rías del desarrollo cognitivo y la descripción del pensamiento formal. Los mé-
todos calificados de científicos han hecho progresar enormemente a las
diferentes ciencias actuales. Y las características del método científico con-
cuerdan con las características del pensamiento formal, tal como ya hemos
visto: razonamiento hipotético-deductivo, sistematicidad, etc. Parece lógico
pensar que el estado actual de la ciencia sólo puede entenderse desde una es-
tructura de pensamiento análoga a aquella desde la que ha sido formulada.
Cuando socializamos y enculturizamos a nuestros niños y adolescentes,
también les transmitimos nuestro mundo y nuestra forma de entender el
mundo; esto es, nuestra ciencia, sólo inteligible desde los métodos científicos
desde los que ha sido construida. De esta forma podría explicarse la relevan-
cia de la instrucción y la escolaridad en la adquisición de las operaciones for-
males: a la par que transmitimos la ciencia, transmitimos la forma de hacerla.
Igualmente, así se explicaría el hecho de que ciertas civilizaciones, que cali-
ficamos de subdesarrolladas, no lleguen a alcanzar el pensamiento formal en
su vida adulta, pues, entre otras cosas, no lo necesitan: viven en un mundo que
no posee ese nivel de abstracción, y que puede entenderse desde un puro pen-
samiento concreto.
Incluso, por las mismas razones, podría explicarse el hecho de que ciertos
individuos de nuestro mundo científico, pertenecientes a ciertos grupos socia-
les, no presenten el paso al estadio formal hasta muy tarde o nunca: su medio
queda bastante al margen de la ciencia y de los métodos científicos.
169
Muy semejantes argumentos pueden argüirse para explicar el hecho de que
un individuo manifieste el manejo de operaciones formales en una determi-
nada actividad que le es común y no en otra que le es extraña; no debe sor-
prendernos, pues, que un ingeniero de automoción presente el uso de las ope-
raciones formales en determinados aspectos donde no las manifiesta un
lingüista y viceversa.
Otro tema paralelo es el de la evolución del pensamiento formal dentro de
la adolescencia y de la vida adulta. Al igual que ocurre en los estadios anterio-
res, la adquisición del pensamiento formal se realiza a través de una fase más
o menos larga, donde los primeros contenidos formales, recién adquiridos, co-
existen con los esquemas propios del estadio anterior. Poco a poco las estruc-
turas formales del pensamiento se van afianzando en la continua interacción
con el medio; y sólo hasta bien entrada la edad adolescente quedan —relativa-
mente— consolidadas.
170
mente—, a un mundo gobernado por el pragmatismo y el utilitarismo, a super-
valorar sus ideas frente a las de los demás, etc.
Este estado de cosas va cambiando a medida que avanza el desarrollo; el
pensamiento formal va madurando, lo que implica una cierta capacidad para
conjugar más acertadamente las teorías con los hechos, para juzgar más acer-
tadamente las posibilidades de realización de las diferentes hipótesis mental-
mente concebidas. Además, el adolescente va realizando una paulatina inser-
ción en el medio laboral, social y cultural, con lo que se le obliga a considerar
otras perspectivas diferentes a las suyas, que le van apartando paulatinamente
de esa excesiva confianza en sí mismo y en las ideas propias, característica de
los primeros momentos de la adolescencia.
La adolescencia es precisamente la edad de los grandes ideales, del co-
mienzo de las grandes teorías, frente a lo que hasta ahora ha sido el desarrollo
ontogenético consistente en sucesivas adaptaciones, más o menos complejas, a
un medio potencialmente estimulante. Y esto es así, no sólo desde el punto de
vista de lo cognitivo, sino también de lo social, personal, etc.
Dicho en palabras de Piaget (1964; trad: Barral-Labor, 1980, págs. 86-87),
«... según una ley, cuyas primeras manifestaciones hemos podido apreciar ya
en el lactante y, posteriormente, en la primera infancia, todo nuevo poder de
la vida mental empieza incorporándose al mundo en una asimilación egocén-
trica, para encontrar a continuación el equilibrio componiéndose con una aco-
modación a lo real. Por tanto, existe un egocentrismo intelectual de la adoles-
cencia, comparable al egocentrismo del lactante que asimila el universo a su
actividad corporal y al egocentrismo de la primera infancia que asimila las co-
sas al pensamiento naciente (juego simbólico, etc.). Esta última forma de ego-
centrismo se manifiesta mediante la creencia en el infinito poder de la refle-
xión, como si el mundo debiera someterse a los sistemas y no los sistemas a la
realidad..., el equilibrio se alcanza cuando la reflexión comprende que su fun-
ción característica no es contradecir, sino preceder e interpretar a la experien-
cia. Y entonces este equilibrio es ampliamente superior al del pensamiento
concreto puesto que, además del mundo real, engloba las construcciones inde-
finidas de la deducción racional y de la vida interior».
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172
10. Identidad del adolescente
José Labajos Alonso
10.1. INTRODUCCIÓN
173
individuo. El adolescente se encuentra sometido a presiones conflictivas del
exterior y a las expectativas que sobre él tienen las personas de su entorno in-
mediato. Tiene que aceptar el mundo tal como es, y no como le gustaría que
fuera. Y si desde niño ha ido aprendiendo los diversos papeles sociales que la
sociedad le ha ido adjudicando, ahora, en cambio, tiene la oportunidad de ele-
girlos y de escoger el modo de interpretarlos. Pero esta adopción de papeles
resulta más problemática que en cualquier otro período de la vida. La inde-
pendencia propia de esta edad y los cambios a los que se ve sometido en ra-
zón de ocupar un puesto de trabajo, los conflictos entre papeles... es una
fuente de dificultad, y hacen de la adolescencia una fase de la vida generadora
de tensión.
174
yo y de conflictos no son estériles, como una locura pasajera o un mal necesa-
rio, sino que son los que permiten progresos rápidos y decisivos (Debesse,
1977); y de esta forma accede a una noción más interna y pensada de lo que es
él. Según esto, la crisis viene a ser como una toma de decisión o la reorganiza-
ción en una dirección. Y ello es aplicable tanto en el campo de la política, de
la historia, de la economía,... como en el de la psicología; es decir, en todas
aquellas situaciones o conflictos que exijan tomar una decisión o hacer una
reorganización, como en el caso del adolescente. Así lo entienden M. Debesse
(1955), P. Male (1964) y E. Erikson (1968).
En la crisis de identidad se puede distinguir un doble aspecto: clínico y
normativo. Ambos presentan una sintomatología similar; pero se distinguen
porque las crisis de identidad patológicas tienen una propensión a autoperpe-
tuarse, hay una creciente pérdida de energía defensiva y un aislamiento psico-
social, mientras que las crisis normativas son más transitorias, se da una abun-
dancia de energía disponible que reactiva la ansiedad latente y provoca
nuevos conflictos, pero que también fundamenta nuevas y más amplias fun-
ciones del yo.
La crisis de identidad de la adolescencia es una crisis normativa, es decir,
una fase normal del desarrollo con un aumento de conflictividad, caracteri-
zada por una aparente fluctuación de la fuerza del ego, así como por un ele-
vado potencial de desarrollo (Erikson, 1968, pág. 140). Así pues, hay que en-
tenderla como la forma diferente de sentir y vivenciar la propia realidad
individual en comparación con la realidad vivida durante la infancia. En ella
se pasa de una manera brusca de la niñez a la vida adulta; y este cambio de si-
tuación vital o la vivencia de esta transición es lo que produce un sentimiento
de despersonalización y de extrañeza de sí mismo. Ha cambiado su modo de
sentir y su referencia del mundo exterior. Él mismo no se reconoce, ni sabe
quién es. Las transformaciones somáticas y las correlativas implicaciones psi-
coafectivas que tienen lugar con la entrada del niño en la adolescencia, con-
mocionan su estructura psíquica e impulsan su desarrollo hacia una verdadera
crisis de identidad, experimentando en este momento una especie de eferves-
cencia afectiva, que no comprenden, empezando así a cuestionarse, mediante
preguntas, su propia individualidad, a descubrir su yo, y a tomar conciencia
del mundo exterior como algo distinto de su yo interior (E. Fernandes, 1992,
págs. 45-46).
Para los psicoanalistas la crisis de identidad del adolescente viene provo-
cada por factores internos, como:
175
ras que le ofrecen la familia y la sociedad no dan cabida ni satisfacen sus de-
seos de ser algo singular y único. En la crisis de identidad los roles familiares
no valen para vivir como adulto.
En opinión de algunos autores, hay que tener en cuenta dos cosas respecto
a la crisis de identidad adolescente: primera, que no se puede hablar de la cri-
sis de identidad como de un acontecimiento único, sino que existen pruebas
de que los adolescentes sufren una serie de crisis; en un determinado mo-
mento un sector de contenidos puede mostrarse estable, mientras que otro se
encuentra sometido a una crisis muy intensa; segunda, que aunque las crisis
de la adolescencia sean más notorias que las de otras épocas, identificando
crisis con adolescencia, no se puede generalizar, ya que, según ciertos autores,
no es más de un treinta a treinta y cinco por ciento el porcentaje de jóvenes
que experimentan dicha crisis, tratando así de caracterizar esta etapa por sus
manifestaciones anormales más que por las normales. El hecho de que la cri-
sis de identidad se plantee en nuestro tiempo con más crudeza que en otras
épocas, se debe, en opinión de muchos psicólogos, a que los jóvenes son
ahora mucho más conscientes de sus propios conflictos, y quieren resolverlos
según sus planteamientos infantiles.
176
briéndose como realidad íntima, el adolescente encuentra una razón para dis-
tinguirse y afirmarse en tanto que individuo (Debesse, pág. 117). Se considera
algo excepcional y único; aspira a no ser como las demás personas que co-
noce; se considera diferente; cree vivir una vida excepcional, imagina un des-
tino fuera de lo común. El adolescente quiere ser él mismo, el centro de toda
verdad y de toda realidad. Sobreestima sus posibilidades y considera que en
su yo íntimo hay algo único y grandioso. En definitiva, desea ser original. Tal
afán de singularidad lo pone de manifiesto a través de:
— Una tendencia a la soledad. El adolescente siente un atractivo fasci-
nante hacia la soledad. Busca aislarse; pero no para convertirse en un ser soli-
tario, sino en cuanto es en la soledad donde conversa consigo mismo y desde
la que entiende y profundiza en la propia realidad. El alejamiento de los de-
más le permite concentrarse en el conocimiento de sí mismo. Es el momento
de las lecturas a solas, de los diarios íntimos, de las poesías, de las canciones...
a través de los cuales se pretende guardar celosamente la intimidad. Pero el
motivo esencial del aislamiento no es ocultar y preservar la intimidad, sino
el de considerarse diferente de los demás y de que posee cualidades que no se
dan en ningún otro. Creo ser la única de la promoción que reflexiona sobre mí
misma. Los otros parecen desprovistos de vida interior, decía una adolescente
(Debesse, pág. 120).
— Un excentricismo. Es otra forma de afirmación del yo. El gusto por lo
excepcional y raro y su comportamiento absurdo y extravagante ha hecho que
este período adolescente haya sido bautizado como la edad del escándalo. En
su deseo de singularizarse y de llamar la atención de los demás aprovechan
todas las oportunidades de la vida cotidiana. Sus rarezas y extravagancias es-
tán relacionadas principalmente con:
• El modo de vestir: la forma, el color, el modo de llevarlo, el peinado, el
calzado... son formas de singularizarse. De ahí el rechazo instintivo hacia
cualquier tipo de uniforme y su especial atractivo hacia formas de vestir un
tanto carnavalescas.
• Su comportamiento: son frecuentes también en los adolescentes ciertas
formas de comportamiento un tanto excéntricas. Poseen capacidad e ingenio
para llamar la atención con formas de conductas insólitas y desconcertantes.
Con su comportamiento excéntrico busca un doble objetivo: unas veces es-
candalizar a los demás, y otras proporcionarse la pequeña satisfacción perso-
nal de gozar de sus hazañas y su ingeniosidad.
• El lenguaje y la escritura. Para el adolescente tales actividades no son
medios de expresión, sino que los convierte en signos importantes de su yo.
Vienen a ser una forma más sutil de excentricidad que exige imaginación. Su
atracción por los neologismos, las frases expresivas, las antinomias, los juegos
de palabras, tacos, las palabras malsonantes..., es una muestra más, rom-
piendo los moldes convencionales del lenguaje, de su deseo de autoafir-
mación.
• La formación de grupos. El actual asociacionismo y la formación de pe-
queños grupos en los que se fijan unas actividades, unas formas de vestir o de
177
peinar, unas insignias... no son otra cosa que un modo de afirmarse a sí mis-
mos, a nivel colectivo, como distintos de los otros grupos y del resto de los
adultos.
178
significa, desde luego, en gran parte, aquello que ha sido designado como el sí
mismo por distintos autores, ya en forma de concepto de sí mismo o en el de
fluctuante experiencia de sí mismo (Erikson, 1968, pág. 180).
De una manera general, la identidad es entendida como la versión privada
que la propia persona hace sobre el conjunto de características personales que
mejor la definen (Hopkins, 1987), como la vivencia que cada persona tiene de
sí misma, en la cual se experimenta como poseyendo una continuidad y una
uniformidad (Monedero, 1976). Para Erikson, identidad se refiere con fre-
cuencia a algo enojosamente manifiesto, a una búsqueda más o menos deses-
perada o casi deliberadamente confusa, y que se encuentra localizado en el
núcleo del individuo y de la cultura comunitaria. Apoyándose en las expresio-
nes de W. James (El yo auténtico es sentirse a sí mismo más íntimamente ac-
tivo y viviente) y de Freud {conciencia clara de íntima identidad), la entiende
como el sentimiento subjetivo acerca de una vigorizante mismidad y continui-
dad (pág. 16). Pero creemos que lo más distintivo de la identidad es la diferen-
ciación y la singularidad: De este modo es entendida como un sentimiento de
separación y de singularidad individual (Hopkins, 1987), la percepción de uno
mismo como algo distinto y separado de los demás, aunque comparta con
ellos los mismos valores e intereses, o como el sentimiento que un sujeto tiene
de su singularidad.
179
— La imagen del propio cuerpo: Se constata que el adolescente se siente
más interesado por el aspecto físico y la apariencia corporal que por sus cuali-
dades intelectuales y morales (Coleman, 1984, Fierro, Í985). La satisfacción
con el propio cuerpo se halla correlacionada positivamente hacia sí mismo,
mientras que la insatisfacción respecto a la estatura y el peso ejerce una in-
fluencia negativa respecto a la autoestima (Gunderson, 1956, Juorard y Se-
cord, 1955).
— El ambiente familiar: Igualmente, recientes investigaciones han consta-
tado que los adolescentes manifiestan tendencia a una autoestima más alta y a
una autoimagen más estable cuando sienten cerca la atención de sus padres; y
que ésta aumenta el nivel de autoestima en la medida en que son objeto de
una atención equilibrada y madura por parte de los padres (Rosenberg, 1973,
págs. 51-54).
— El ambiente o el contexto sociocultural: Los factores sociales determi-
nan, en gran medida, el concepto o la imagen de sí mismo, puesto que la eva-
luación que uno hace de sí mismo no la hace en abstracto, sino en conformi-
dad con los criterios y las condiciones de una sociedad particular. Por lo
mismo, no se puede dudar que el concepto que de sí mismo tiene el adoles-
cente esté condicionado por una serie de factores sociales y culturales, como
el ambiente social, el status socioeconómico, la pertenencia a un grupo,... La
falta de organización y estructuración social en que se encuentra inserto mo-
delan y determinan, en cierta medida, la imagen que de sí mismo tiene el ado-
lescente.
180
lio personal, o a un rechazo y rebelión contra ella; segundo, que el padre re-
nuncie a imponer su autoridad, pues ante tal situación, el hijo puede tomar al-
guna de estas opciones: bien renunciará a la consecución de su autonomía,
bien optará por la violencia en las relaciones familiares, o bien optará por la
huida ante la imposibilidad de luchar contra la imposición paterna.
Los estudios empíricos demuestran: primero, que las diversas formas de
disciplina parental se solucionan con la consecución de la autonomía, así
como un sentimiento de rechazo de los hijos hacia la familia; segundo, que,
por lo general, consiguen antes y mejor la independencia y la autonomía per-
sonal los hijos de padres liberales que los de padres autoritarios.
La emancipación respecto a la familia abre al adolescente otras vías de
acoplamiento a la sociedad. Va a ser en el grupo de amigos donde encuentre
ahora la acogida, comprensión y reconocimiento personal negado por los pa-
dres. Es el pequeño grupo de amigos, o la pandilla, con los que comparte la
vida tanto en el trabajo o el estudio como en el ocio y las diversiones, los que
van a ejercer ahora las importantes funciones de definición y regulación de
los valores. Sin embargo, aunque el grupo de amigos ejerza ahora las funcio-
nes que antes había ejercido el grupo familiar, el contraste entre los valores
dominantes del grupo y de la familia no es tan grande que se hagan incompa-
tibles e irreconciliables, pues en los casos de conflicto no siempre opta por los
valores del grupo de iguales, sino que en los asuntos de modas, estilos o afi-
ciones opta por las decisiones de los compañeros, y no por las de los padres;
pero en lo referente a proyectos de futuro y en las decisiones sobre su futuro
profesional opta por las decisiones y orientaciones de la familia, y no por las
del grupo de amigos.
181
una mayor confianza en sí mismos, y les cuesta menos trabajo establecer una
conducta propia de su sexo.
El status social de la familia: La clase social alta fija unas metas vocaciona-
les y ocupacionales para sus miembros, y determina una serie de profesiones y
ocupaciones como propias de su clase social, dentro de las cuales han de ele-
gir sus adolescentes. De tal manera que si el adolescente se determina por
una profesión de un rango inferior al que corresponde a su clase social, en-
cuentra el rechazo y la desaprobación por parte de la familia, pues tales elec-
ciones están fuera de las metas ocupacionales propias de la categoría social de
los padres.
Las posibilidades económicas: Aunque todos los adolescentes de las dife-
rentes clases sociales desean las profesiones de mayor prestigio social, la elec-
ción de cada uno de ellos sí está ligada a la percepción de la clase social a la
que pertenecen y a las posibilidades económicas. Pueden tener un cierto idea-
lismo en sus aspiraciones profesionales, pero son realistas a la hora de elegir.
Conscientes de las posibilidades económicas modifican sus aspiraciones adap-
tándolas a sus posibilidades económicas. Es menos probable que el hijo de
una familia de posición económica baja aspire a profesiones cuyos costes de
preparación no pueden pagarle los padres, que aquel otro a quien la familia le
proporciona abundantemente todos los medios.
La motivación de los padres: La elección de profesiones de reconocido
prestigio social por parte de adolescentes de la clase media y baja es claro que
viene determinada por el estímulo y el apoyo de los padres. Muchachos de
clase social media y baja que se ven incitados y firmemente apoyados por sus
padres, sienten un especial impulso y atractivo por lograr profesiones de pres-
tigio social. Investigaciones hechas al respecto han confirmado que el nivel de
aspiraciones profesionales de los hijos está positiva y significativamente corre-
lacionado con el grado de motivación y apoyo de los padres.
182
formación y consolidación de la identidad del adolescente hay que tener en
cuenta cuatro cosas:
1. Aunque la teoría de Erikson presenta ciertas características del psicoanálisis ortodoxo, tiene
también diferencias tan notables como las siguientes: a) Pone el período decisivo de la formación de la
personalidad en la adolescencia y no en la primera infancia. Y, aun cuando los cuatro primeros esta-
dios del modelo de Erikson mantienen características similares a las fases pregenitales freudianas,
Erikson las subordina a los intereses de la identidad de la adolescencia, b) Quita el énfasis dado por
Freud a la sexualidad y acentúa los aspectos psicosociales, de tal manera que habla de etapas psicoso-
ciales y no de etapas psicosexuales, a la vez que añade otras tres a las de Freud. c) El yo freudiano se
forma a partir de los impulsos innatos, mientras que la identidad adolescente eriksoniana se forma a
partir de los factores sociales: El psicoanálisis tradicional, dice Erikson, no puede captar suficiente-
mente la identidad, ya que no ha desarrollado términos relativos al medio ambiente... Condición previa
para captar la identidad sería un psicoanálisis lo suficientemente sofisticado como para incluir el medio
ambiente (Erikson, 1968, pág. 21). d) El estudio de Freud se fundamenta en la personalidad neurótica,
mientras que Erikson lo hace en el estudio de una personalidad normal.
183
torno a cada una de estas tareas se desarrolla una tensión psicológica que re-
quiere que el individuo llegue a un tipo de superación. Los éxitos o los fraca-
sos de cada una de estas etapas preparan los éxitos y fracasos de las siguien-
tes; de manera que la identidad de la adolescencia se va conformando
mediante las resoluciones hechas en las etapas anteriores.
184
Estas impresiones de haber sido privado y abandonado, dejan en el niño
un sedimento de desconfianza. De la calidad de las relaciones de la madre es
como el niño va elaborando las nociones básicas de confianza con otras perso-
nas, así como de las de privaciones maternas elabora también los patrones de
desconfianza con otras personas. Las madres crean un sentimiento de con-
fianza en sus hijos mediante aquel género de administración que combina en su
calidad la sensitiva satisfacción de las necesidades individuales del hijo lactante
y un firme sentimiento de ser personalmente digna de confianza... Esto forma
en el niño la auténtica base de un componente del sentimiento de identidad; con
él se combinarán más adelante los sentimientos de estar perfectamente, de ser
uno mismo y de llegar a ser lo que otras personas confían que ha de ser uno.
185
3.° Iniciativa frente a culpa: Abarca de los tres a los seis años y se co-
rresponde con la fase fúlica. Su principal objetivo es el de fomentar la volun-
tad de planear y acometer tareas, y el de evitar el peligro de un sentimiento
de culpa permanente. El desarrollo físico de esta edad, permite que el niño se
mueva y que se dé cuenta de que puede hacer lo que hacen los demás. Se ve a
sí mismo tan grande como los otros niños y haciendo lo que hacen ellos. Apa-
rece en él una gran curiosidad por las características diferenciales de las cosas,
así como curiosidad y preocupación por las cuestiones relativas al sexo. Se
imagina tan capaz como su padre o su madre, y que se convertirá en padre
respecto a la relación con la madre, o en madre respecto a la relación con el
padre. Desarrolla las condiciones previas para una iniciativa masculina o fe-
menina, que más tarde determinarán los aspectos positivos o negativos de su
futura identidad sexual. Comienza, también, a imaginar las posibles tareas a
realizar en el futuro, ensayando tareas que se asemejan a las de los adultos. El
ejemplo y los relatos de la vida pasada de los adultos ofrecen a los niños idea-
les fascinantes. A esta edad el niño se siente dichoso ayudando a su padre y,
además, está dispuesto a seguir a cualquier líder que le presente metas fasci-
nantes a conquistar.
La mucha imaginación y los juegos aumentan su imaginación, dando lugar
a fantasías secretas que despiertan en él un sentimiento de culpa, cual si hu-
biera cometido grandes crímenes. La iniciativa trae consigo un cierta rivalidad
hacia aquellos que consiguieron primero la propia iniciativa.
La contribución de este estadio de iniciativa al ulterior desarrollo de la
identidad adolescente, consiste en liberar la iniciativa y los propósitos del
niño para misiones adultas que prometen un cumplimiento del propio caudal
de capacidades, y la firme convicción de que puede ser aquello que puede
imaginar que será. Pero es también evidente que la frustración le puede con-
ducir al desencadenamiento de un ciclo de culpa y de violencia, debida a la
discrepancia entre los ideales infantiles y la realidad adolescente.
4.° Laboriosidad frente a inferioridad: Se extiende de los seis años a la
pubertad, coincide con la fase de latencia freudiana y tiene una relación espe-
cial con la experiencia escolar. Su principal tarea es la de sentirse capaz de ha-
cer cosas y hacerlas bien, y de superar el sentimiento de inferioridad frente a
las distintas tareas escolares. Durante este período de tiempo el niño tiene
una enorme disposición de aprender y de hacerse mayor para compartir las
obligaciones y trabajos con otros. Gustan de imitar a los padres y las personas
representantes principales de las diferentes actividades. Aparece en ellos un
sentimiento de laboriosidad. Se sienten capaces de hacer cosas y de hacerlas
bien, y se muestran descontentos e insatisfechos si no las hacen. Si en la fase
anterior soñaba en convertirse en padre, ahora que es ya psicológicamente un
padre rudimentario, ha de comenzar a ser a modo de un trabajador y un poten-
cial proveedor, antes de convertirse biológicamente en padre. Se adapta con fa-
cilidad a los instrumentos de trabajo y tiene perseverancia.
Sin embargo, este estadio tiene también un peligro de extrañamiento de sí
mismo y de las propias tareas escolares, es decir, tiene el peligro de un senti-
186
miento de inferioridad. Prefiere seguir siendo bebé en su casa, que niño ma-
yorcito en el colegio; desea más estar con su mamá, que adquirir conocimien-
tos. El niño rebaja el concepto de sí mismo a un estadio inferior y rechaza los
aprendizajes de la escuela. Esto puede venir producido bien porque la vida fa-
miliar no le ha preparado para el colegio, o bien porque nada de lo que ha
aprendido anteriormente le sirve en la nueva situación escolar que le ofrece el
aprendizaje de los papeles preparatorios para las realidades de la tecnología y
de la economía.
Este estadio escolar es sumamente decisivo desde el punto de vista social
para la formación de la identidad. En primer lugar, la laboriosidad supone ha-
cer cosas conjuntamente con otros, y esto debe incluir el apoyo para que el
niño desarrolle un sentimiento de competencia, es decir, el libre ejercicio de
su inteligencia y de sus destrezas en la realización de tareas, lo que, por una
parte, le protege contra el sentimiento de inferioridad y, por otra, constituye
una base sólida para la cooperación participativa en la vida adulta productiva.
En segundo lugar, el sistema educativo llevado a cabo en las escuelas puede
desarrollar en el niño un inconmovible sentimiento del deber del que no
pueda desprenderse jamás, haciendo desdichada su vida y la de otras perso-
nas, o puede conducirle a la idea de que en la escuela no debe aprender nada,
sino que sólo tiene la obligación de hacer lo que quiera, es decir, que el niño
se sienta obligado a emprender diariamente la aventura de hacer cosas, que
no son fruto del juego y de la fantasía, sino de la realidad, lo cual desarrolla
en el niño un sentido práctico y lógico y un sentimiento de participación en el
mundo real de los adultos.
187
nar durante el período de iniciativa, le han preparado para plantearse metas
imaginativas y aspiraciones no ilusorias, y el desempeño en la vida futura de
alguno de esos roles anteriormente imaginados; pero al mismo tiempo se
opone violentamente a todos los que ponen limitaciones a sus aspiraciones, e
intentará acallar su sentimiento de culpa por su ambición mediante acusacio-
nes a otros. El sentimiento de laboriosidad de los años escolares despertará
ahora en el joven un sentimiento de competencia y una creencia de que es ca-
paz de realizar cosas importantes para el mundo, sin tener en cuenta la remu-
neración y el status social que de ellas se puedan derivar; pero, al mismo
tiempo, algunos adolescentes prefieren no trabajar en cierto tiempo, antes
que seguir una carrera o realizar una profesión prometedora pero sin satisfac-
ción personal.
De una manera general se puede decir que la identidad viene a ser fruto
de las identificaciones parciales con personas. La vida humana es, cierta-
mente, un proceso de absorción de. comportamientos, conductas y normas de
personas admiradas, imitadas y tomadas como modelo o patrón de comporta-
miento. Por ello, la identidad podría ser considerada como el resultado de la
apropiación, asimilación e interiorización de las distintas identificaciones pro-
cesadas por el propio individuo, mediante constantes y sucesivas interacciones
psicoafectivas, emocionales y sociales que hacen que tome conciencia de sí
mismo (E. Fernandes, 1991).
En los diferentes estadios de su desarrollo los niños se han ido identifi-
cando con aquellos aspectos parciales de las personas por los que eran más di-
rectamente afectados, ya se tratase de la realidad o de la fantasía. Sus identifi-
caciones con los padres se centran principalmente en aquellos aspectos o
cualidades que sobrevaloran excesivamente, aspectos que son preferidos por
el niño no en razón de su aceptabilidad social, sino debido a su fantasía infan-
til. Estas identificaciones permiten al niño formar ciertas pautas de conducta
en una sociedad determinada, pautas que considera como su propia mismidad
y que le van proporcionando ciertas expectativas acerca de lo que será de
mayor.
Ahora bien, la identidad del adolescente es algo más que la suma de las
identificaciones de la infancia. Tales identificaciones tienden a quedar subor-
dinadas a una Gestalt nueva, única, que es más que la suma de las partes;
viene a ser el resultado de la interacción fundida de las identificaciones de la
infancia con la propia individualidad, lo que permitirá que el adolescente pre-
sente una nueva configuración, afirme su individualidad, integre en su yo to-
das sus identificaciones y dé un nuevo sentido a su existencia. Erikson dice
que la identidad fijada para el final de la adolescencia está por encima de
cualquier identificación aislada con individuos del pasado, e incluye todas las
identificaciones de importancia, mas también las altera, a fin de constituir con
ellas una totalidad única y razonablemente coherente (Erikson, 1968, pág.
138). Y el proceso de identidad de la adolescencia sólo queda completo
cuando el individuo ha subordinado sus identificaciones infantiles a un nuevo
género de identificación, llevado a cabo mediante una absorbente sociabili-
dad, y en el aprendizaje competitivo entre compañeros de la misma edad, y
188
junto con ellos. Estas nuevas identificaciones fuerzan, con urgencia, al adoles-
cente a elecciones y decisiones que tienden de modo creciente e inmediato a
compromisos de por vida.
189
— Confusión de la identidad: Cuando el joven no ha experimentado aún
la crisis ni ha establecido compromiso alguno, ni hay indicios de establecerlo.
No sólo no se entrega a un trabajo o a una ideología, sino que ni siquiera
siente interés por ello, ni tiene planes de futuro.
— Identidad prematura o hipotecada: Cuando el joven se ha comprome-
tido con unas ideas o creencias, debido en gran parte a elecciones realizadas
por otros, pero sin haber experimentado la crisis. Ha aceptado cómodamente
el plan de vida marcado por otra persona sin haber explorado personalmente
otras posibilidades. Es el caso de los hijos que toman decisiones ocupaciona-
les o ideológicas influidos u obligados por los propios padres, sin haber tenido
antes oportunidad de experimentar otros roles.
— Moratoria: Cuando el joven se encuentra en un estado de crisis y aún
no se ha comprometido. Busca entre distintas alternativas que se le presentan,
con la intención de elegir o determinarse por una. El ejercicio fiel de alguna
de estas actividades juveniles suelen ser las iniciadoras de un posterior com-
promiso y del logro de la identidad.
— Logro de la identidad: Cuando el joven ha experimentado una crisis, la
ha resuelto por sus propios medios y se ha comprometido con una profesión o
alguna ideología. Aunque solamente una minoría de estudiantes universita-
rios manifiestan haber conseguido la identidad ocupacional, éstos sí manifies-
tan haber decidido sobre sus carreras profesionales y sobre sus posiciones
ideológicas después de un cuidadoso análisis de las alternativas disponibles.
190
como dimensión de la vida: El adolescente simultáneamente se siente muy jo-
ven y muy viejo, mas sin posibilidad de recuperación de la juventud. Además,
este problema va asociado a una angustia de convertirse en adulto y a una in-
credulidad acerca de que el tiempo pueda hacer que las cosas cambien; así
mismo, tiene un temor a que esto pueda suceder; vive en una permanente
contradicción e inseguridad. En los adolescentes con pérdida de perspectiva
temporal se hace presente también un deseo de morir como una tentativa
para comenzar de nuevo. Pero tal deseo tan solo es realmente suicida en aque-
llos casos en los que ser suicida resulta una ineludible elección de una identidad
en sí (Erikson, 1968, pág. 146).
— Una incapacidad para el trabajo en serio bien por incapacidad para con-
centrarse sobre las tareas a realizar o bien por una autodestructiva preocupa-
ción por alguna actividad particular. Cualquier trabajo supone un compro-
miso; y, como defensa contra éste, el individuo, o bien puede encontrar
imposible concentrarse, o bien puede emprender frenéticamente una activi-
dad, excluyendo todas las demás. Esta forma de confusión tiene el peligro de
afectar el sentido de adecuación del adolescente, y, en casos extremos, puede
producir una parálisis para el trabajo, dificultando así una identidad ocupacio-
nal. Los estudiantes que experimentan tal confusión ni sienten interés ni se
entregan a ninguna ocupación ni ideología.
— La elección de una identidad negativa u hostilidad frente a los roles
ofrecidos por la familia. Los padres no sólo tienen determinadas, a nivel in-
consciente, las futuras profesiones de sus hijos, sino también el que sigan los
roles profesionales paternos; y, además, les exigen la entrega a dichas activi-
dades antes de que hayan alcanzado el desarrollo necesario para la aceptación
de estos compromisos. Ante esto, no es extraño que el adolescente se deter-
mine por una identidad opuesta a la deseada como más adecuada por sus pa-
dres y las personas de su entorno. Y lo hace mediante una desdeñosa y pre-
suntuosa hostilidad. Cualquier rol que se le ofrezca puede ser rechazado con
agrio desdén por parte del adolescente.
La elección de una identidad negativa puede presentarse bajo las formas
de un extrañamiento respecto a los orígenes nacionales o étnicos y, también, de
una identidad perversamente basada en identificaciones o roles anteriormente
presentados como indeseables o peligrosos (fugas, actos delictivos...), pero
todo ello no es otra cosa que una tentativa desesperada de recuperar el domi-
nio de una situación en la que se excluyen los elementos de una identidad po-
sitiva, y una defensa contra los ideales excesivos exigidos por padres patológi-
camente ambiciosos.
191
adolescencia, pero que sólo presenta una forma patológica en alguno de ellos.
Es una pérdida de la perspectiva y de las expectativas de futuro y una clara
regresión a la primera infancia, cuando el tiempo no existía. Y así como en el
lactante la experiencia del tiempo surge a partir de la tensión que le produce
la puntual o retrasada satisfacción de las necesidades, de igual modo la confu-
sión temporal, en los casos extremos únicamente, hace también que para el
adolescente toda demora sea una decepción, toda espera una experiencia de
impotencia, toda esperanza un peligro, todo proyecto una catástrofe. Por el
contrario, en su forma normal y transitoria, conduce rápida o gradualmente a
perspectivas que permiten y exigen un intenso e incluso fanático compromiso
de futuro, o una rápida sucesión de diversos futuros posibles (Erikson, 1968,
pág. 157).
— La conciencia de identidad: Es una dolorosa forma de autoconciencia
que consiste en una discrepancia entre el concepto o la imagen que tiene
de sí mismo como persona autónoma y lo que puede parecer a los ojos de
los demás. La desaparición o el debilitamiento de la autoestima produce
un narcisista y esnob desdén del juicio ajeno, o una desafiante desvergüenza
frente a las críticas, mecanismos de defensa de su vacilante seguridad fren-
te a un sentimiento de duda y de vergüenza (Erikson, 1968, pág. 158). Así
como en la infancia dudaba de la confianza que le merecerían los padres,
ahora en la adolescencia duda de la fiabilidad de la infancia y de la con-
fianza que le merece todo el mundo social. Esta dolorosa forma de auto-
conciencia es, normalmente, un fenómeno transitorio, que resulta com-
pensado por un sentimiento de independencia de la familia y de seguri-
dad en sí mismo, y que le lleva a comprometerse con una identidad autó-
noma.
— La fijación de roles: Es un compromiso libre respecto a un rol o la ex-
perimentación de roles por parte del adolescente. Tal compromiso presenta
una conexión, en la realidad, en la fantasía o en el juego, con la etapa de ini-
ciativa y de culpa. Las regresiones por debajo de esta etapa toman como única
forma de iniciativa la actitud autoderrotista de una completa negación de am-
biciones (Erikson, 1968, pág. 159). La expresión normal de una iniciativa libre
de culpa es una experimentación con roles sujetos a códigos no escritos de las
subsociedades de adolescentes.
— Una parálisis de la actividad laboral: Viene producida por un senti-
miento profundo de incapacidad o de falta de dotes o de cualidades. Tal sen-
timiento no refleja una auténtica falta de posibilidades, sino más bien puede
expresar: que se han planteado unos ideales inalcanzables, que el entorno so-
cial no dispone de un puesto adecuado a las cualidades, o que desde el co-
mienzo de la vida escolar se ha inducido al niño a una especialización antes de
desarrollar la identidad. Todo ello impide que a través del juego y del trabajo
realice el aprendizaje de su identidad laboral. Para la consecución de la iden-
tidad laboral, el joven debe haber disfrutado antes de un aprendizaje y debe
tener también una confianza en sí mismo de que podrá hacer algo importante.
Esto, precisamente, se encuentra muy debilitado en aquellos que, por uno u
otro motivo, no sienten estar participando de la identidad tecnológica de la
192
época, bien porque sus dotes no les han permitido establecer contacto con las
metas productivas de la edad de las máquinas, bien porque pertenecen a una
clase social que no interviene en la marcha del progreso (Erikson, 1968,
página 160).
193
quiere ser, aquel que haya aprovechado la moratoria en el ejercicio de experi-
mentación de las actividades y valores de los adultos.
La moratoria no es preciso que sea conscientemente experimentada. Mu-
chos jóvenes pueden sentirse profundamente comprometidos, sin darse
cuenta de que aquello que tomaban tan en serio y como algo definitivo, no
era más que algo transitorio.
10.4. BIBLIOGRAFÍA
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194
11. La vivencia grupal en la adolescencia
Marisol Rodríguez Gutiérrez
195
miento, el individuo ya inicia un proceso por el cual comienza a incorporar y a
organizar los elementos necesarios para poder construir la matriz simbólica de
lo que será la futura estructura grupal. De esta forma, la primera configura-
ción grupal surge en relación al cuerpo de la madre a través de un mecanismo
de complementariedad corporal (yo/no-yo) para posteriormente quedar am-
pliado el espacio grupal con la inclusión, como nuevo punto referencial, del
cuerpo-imagen del padre (triangulación edípica). Es así como la constelación
familiar se constituye en la organización grupal primaria de pertenencia y de
referencia a partir de la cual el individuo podrá poner en práctica su capacidad
socializadora: el niño podrá aprender a interaccionar y a comunicarse con
aquellos otros modelos estructurales que, inherentes a otros grupos (como el
colegio y los amigos), difieren de estos primeros modelos de identificación. Es
así como la red de vínculos intrafamiliares (marital, filial y fraternal) se pre-
sentan como un modelo grupal: «El grupo está representado a través de las re-
laciones constituidas dentro del grupo primario que es la familia».1 Por lo
tanto, en este primer organizador grupal que es la familia, será donde el sujeto
encontrará el espacio idóneo para desarrollarse emocionalmente y comenzar a
internalizar el macrocontexto cultural e histórico que configuran la realidad
externa, donde las figuras paternas serán sus principales transmisores y refe-
rentes (enculturación primaria o temprana). En consecuencia, la familia nutre
y satisface material y psicológicamente, a la vez que ayuda a resolver transito-
riamente el conflicto entre lo individual y lo social.
El grupo-familia como grupo psicosocial posee una estructura propia
donde cada uno de sus miembros («yoes») desempeña una serie de activida-
des interdependientes («funciones y obligaciones para con el grupo») que se
desprenden de su propio rol, quedando de esta forma definidos los llamados
«lugares del parentesco»,2 donde la madre nutre, el padre aporta la referencia
sociocultural y el hijo ocupa el lugar destinado por los padres y la sociedad.
Esta topología familiar conlleva en sí misma la alteridad definida en términos
de diferenciación sexual y diferenciación generacional, y marcará las relacio-
nes externas entre sus miembros, organizándose en torno a tres fantasías o es-
cenas básicas (novela familiar):3 fantasía de la escena primaria (los orígenes
del sujeto), fantasía de seducción (surgimiento de la sexualidad) y fantasía de
castración (diferenciación sexual).
Todo ello hace del grupo familiar un conjunto específico con sus propios
roles sexuales, sus vínculos únicos, sus funciones y leyes internas a través de
los que se contribuye a la creación de un sentimiento de pertenencia, de iden-
tidad (una piel común). El individuo se siente así dentro de la familia, la cual
constituye una presencia grupal compartida (estructura grupal internalizada),
sobre la cual se fundamenta la distribución del espacio común de la casa fami-
liar (A. Eiguer, 1983). La supervivencia de esta unidad-identidad necesita de
196
una estabilidad basada en el control ejercido desde los distintos roles asigna-
dos (padre, madre e hijo); controlar las acciones y las emociones proyectadas
por los miembros familiares permite mantener la cohesión grupal en momen-
tos de crisis (vg. el destete, el control esfinteriano, el complejo edípico y el ad-
venimiento de la pubertad).
Y será precisamente esta unidad familiar la que peligre cuando el hijo, ya
adolescente, intente elaborar los conflictos y las angustias que se desprenden
de su nueva situación evolutiva.
197
El grupo se convertirá en la otra familia que, regida por el principio del
placer, contendrá toda aquella dinámica familiar proyectada, desplazada y
condensada fuera de los límites de la consanguinidad.
Toda esta dinámica se desencadena a raíz de la búsqueda por parte del
adolescente de una nueva identidad (sexual, social y psicológica), lo que le lle-
vará a impugnar los antiguos patrones y normas preestablecidos (brecha gene-
racional) y desear desarrollar un campo de acción y de manifestación
realmente propio (cultura adolescente), lo que vendrá a significar un impacto
sociocultural renovador inherente a toda nueva generación. Al deseo de en-
contrar nuevos y diferentes intereses se junta el duelo por lo perdido y el te-
mor al fracaso y a lo desconocido. Entre lo nuevo y lo viejo el joven va osci-
lando mientras elabora lentamente las pérdidas inadvertibles que acompañan
a su despertar. Esta moratoria social se transforma en la lucha por la necesi-
dad de encontrar otros modelos de actuación («héroes extrafamiliares») que
en ocasiones se convierte a los ojos de los padres en un foco de angustia, que
les lleva a percibir a su hijo como un agente extraño que hay que controlar y
vigilar; así, el miedo a una sexualidad precoz (embarazos no deseados, enfer-
medades de transmisión sexual), el temor al mundo de las drogas y la preocu-
pación por una posible conducta antisocial en sus hijos (delincuencia en ban-
das), les lleva a ejercer, en algunos momentos, un estricto y autoritario control
(horarios, salidas, dinero) que se hace extensible también a los amigos (deseo
de conocerles y de conocer a sus padres), lo que generalmente ocasiona que el
joven perciba a sus padres como agentes persecutorios y superyoicos.
Por lo tanto, el resultado de la pugna en este período entre la «autoridad
legítima» representada por los progenitores y el deseo de «poder renovador»
ostentado por los hijos adolescentes, va a depender del equilibrio alcanzado
con anterioridad por la familia y la capacidad de adaptación de ambas partes
ante los nuevos retos planteados.
198
culturalizadores6 le proporcionarán los mecanismos psíquicos y sociales nece-
sarios para una buena y plena integración. De entre todos estos mecanismos,
cabe mención especial el rol que juega el llamado rito iniciático,7 el cual, dado
su carácter definitorio, le va a permitir al adolescente conquistar una identi-
dad colectiva (grupal) a la vez que una individual (adulta).
El rito iniciático, junto a los ritos del nacimiento (bautismo), matrimonio
(esponsales) y muerte (entierro), constituyen ceremonias que proporcionan
una significación totalizadora a los acontecimientos básicos del devenir hu-
mano: el origen de la vida, la adquisición del rol adulto, la sexualidad y la fa-
milia así como el tránsito al otro mundo.
La necesidad y presencia de estas ceremonias mítico-religiosas van a de-
pender de la estructura social que las acoge; así, por ejemplo, en las llamadas
tribus primitivas las iniciaciones constituyen acontecimientos clave para la in-
serción de nuevos miembros adultos en la comunidad, de tal forma que era la
propia sociedad tribal quien se hacía cargo del individuo en este período de
transición, otorgándole los instrumentos necesarios para ello. Es así como: «el
ritual otorga rango al individuo como creación y posesión de la sociedad o de
la parte de la sociedad en la que va a incorporarse a través del rango» (M.
Fortes, 1962).8 Por el contrario, en las actuales sociedades modernas, más
complejas y extensas, las pautas de comportamiento y los valores culturales
imperantes, junto a un cambio de valoración y significación del fenómeno
adolescente, ha generado que los antiguos ritos ancestrales hayan desapare-
cido y que, en el caso de que aún persistan, hayan perdido su carácter colec-
tivo y mágico-religioso primigenio. Por lo tanto, la articulación temporal del
rito se ha fragmentado, ya que los valores colectivos actuales basados tan sólo
en el presente han perdido su unidad histórica pasada. A todo ello hay que su-
marle una considerable dilatación del período adolescente que actualmente
podríamos delimitar entre los 12-13 años hasta, aproximadamente, los 28-30
años, momento en el cual el individuo puede organizarse una propia vida in-
dependiente. Evidentemente, todos estos factores han generado que sea ex-
tremadamente difícil el establecimiento de un momento de tránsito colectivo,
puesto que en los más de diez años de vivencia adolescente el joven debe en-
frentarse en cada momento a factores de distinta índole que le van a permitir
la consolidación final del proceso madurativo.
¿Dónde situar, por lo tanto, en la actualidad al rito iniciático? ¿Tienen ca-
bida o sentido en nuestra sociedad los llamados ritos iniciáticos? Ambas pre-
guntas son de difícil respuesta. Realmente, en las postrimerías del siglo xx en
199
que nos encontramos, en nuestra sociedad se hace manifiesto de una forma
acuciante el cambio de significación y de valoración de instituciones como la
familia, la moral y la religión, consecuencia de lo cual se deriva la necesidad
de nuevos mitos y cultos (modelos maduros de identificación) que orienten y
den un sentido a nuestras vidas; no es de extrañar, por lo tanto, que el joven
sea extremadamente sensible a todos estos vacíos en un momento en el cual
más necesita de reglas prácticas que le guíen en su largo camino hacia la ma-
durez: «Los rituales proporcionan puntos de referencia estables en un mundo
de cambios y decepciones desconcertantes».9 La confusión y la incertidumbre
ante un futuro variopinto y no siempre seguro le hace ávido de una serie de ri-
tos a través de los cuales dramatizar la integración en la sociedad (grupo) y le
concedan un cada vez mayor grado de independencia hasta alcanzar su defini-
tivo rol adulto.
Aunque la sociedad marque como ritos iniciáticos: la Primera Comunión,
la Confirmación, el Servicio Militar, el derecho al voto, la mayoría de edad, o
las puestas de largo, entre otros, éstos no indican de una forma definitiva el
término de la infancia y la asunción plena del estatus adulto. Por ello, la falta
de modelos adecuados, la carencia de cohesión social y de las estructuras insti-
tucionales para actualizar el proceso ritual, provocan la solución individual de
«cada individuo por sí mismo» o microgrupal. De esta forma, el joven buscará
experimentar en el grupo y con sus iguales una serie de «pseudorritos» que le
otorguen un sentimiento de pertenencia en función de una ética y una estética
específica en un marco de redes comunicacionales (configuración de una «cul-
tura adolescente»). A través de la confraternización y el igualitarismo la agru-
pación adolescente puede hacer frente a las exigencias provenientes de los sis-
temas jerarquizados y estructurados10 representados principalmente por la
familia y la escuela, los cuales esperan del joven: continencia sexual (control
de las relaciones heterosexuales), obediencia (control de horarios, de activida-
des, disciplina y orden) y aprendizaje de un rol social y profesional (período
de larga instrucción), y de los cuales se desprenderán los conflictos básicos a
los cuales el joven debe hacer frente: instrucción en la sexualidad (pareja-ma-
trimonio y familia), asunción de un rol socioprofesional, y la adquisición de los
valores del grupo de pertenencia y los saberes (conocimientos técnico-empíri-
cos) transmitidos a través de la instrucción.
9. May, R. (1992). La necesidad del mito. La influencia de los modelos culturales en el mundo
contemporáneo. Paidós, Barcelona, p. 50.
10. A través de los rituales iniciáticos el individuo accedía a las claves mágico-religiosas (mitos,
leyendas, héroes) y al sistema de valores de su comunidad que los más mayores (anciano o sabio de la
tribu), representantes del sistema sociocultural imperante, le transmitían. Esta autoridad legítima está
encarnada en la actualidad por la familia, la escuela y las instituciones sociales.
200
claro está, ningún núcleo conflictivo o ansiógeno que perturbe su normal desa-
rrollo. Este es el momento en el cual (y siguiendo a Van Gennep) los jóvenes
de las tribus son segregados y separados de sus casas y confinados a las afueras
de la aldea, lejos del mundo maternal e infantil, y donde son sometidos a una
serie de prácticas cruentas y sangrientas: flagelación, circuncisión, mutilacio-
nes (para los varones) y purificación, extirpación del clítoris (para las muje-
res), producto de las cuales el iniciado deberá hacer frente a algún tipo de he-
rida: la rotura de un hueso o un diente, el tatuaje del cuerpo, la perforación
de la piel. Los púberes de nuestra sociedad no son sometidos a este tipo de
torturas sino que deben enfrentarse a «heridas interiores o simbólicas» que
amenazan su ego principesco (herida al narcisismo y a la onmipotencia); así, la
vergüenza experimentada por el adolescente en este momento le golpea seria-
mente y los cambios experimentados en el propio cuerpo ponen al descubierto
aspectos negativos: «Y siempre hay algo malo en nosotros. Un chico se siente
demasiado delgado, o bajo, o fibroso; otro tartamudea o cojea. Uno es dema-
siado tímido,...».12 A ello hay que sumarle el sentimiento de que poco a poco
se van alejando y separando del universo infantil y materno en el cual estaban
refugiados bajo el reinado de la grandeza. Al duelo corporal (pérdida del
cuerpo infantil) se añade el duelo por la pérdida de las imagos paternas infan-
tiles (madre nutricia y padre protector).
Esta transformación corporal va a ir acompañada de una serie de cambios
en la forma de percibir y valorar su entorno, junto a la aparición de una serie
de interrogantes producto de la crisis de identidad sufrida: ¿Quién soy? ¿De
dónde vengo? y ¿A dónde voy? Es el momento en el que el púber comienza a
reclamar la necesidad de estar con otros chicos y chicas que comparten sus
mismas incertidumbres alejando de sí el fantasma de la soledad y el vacío ex-
perimentado. La respuesta a éstas y a otras preguntas pasa necesariamente
por la búsqueda de la «identidad complementaria» y/o «especular» en la rela-
ción dual con el amigo o la amiga íntima, vínculo que, a su vez, constituye el
primer paso en el camino hacia la separación del vínculo paterno; así como
por la necesidad de formar parte de un determinado grupo, de la clase o del
barrio, el cual constituirá el lugar idóneo donde ensayar el futuro rol sexual y
comenzar a experimentar los primeros acercamientos hacia el otro sexo (citas,
cartas, flirteo).
ii. De esta forma, el adolescente se encuentra abocado a la vivencia cada
vez más clara de su diferencialidad sexual (pérdida de la seguridad unisexual)
y generacional. Sin embargo, esta diferenciación pasa previamente por la ne-
cesaria experimentación de la indiferenciación o liminalidad («ni lo uno ni lo
otro»)13 que se simboliza según las diferentes culturas por la bisexualidad, la
soledad, la muerte o la pérdida del nombre. Nuestro joven busca igualmente
vivenciar esta indefinición especialmente a través de la homogeneidad grupal,
11. Bly, R. (1992). Iron John. Plaza y Janes, Barcelona, cap. 2; Bettelheim, B. (1973). Heridas
simbólicas. Los ritos de pubertad y el macho envidioso. Seix Barcal, Barcelona.
12. Bly, R. (1992). Op. cit., p. 41.
13. Turner, V. W. (1969). El proceso ritual. Taurus, Madrid, cap. 3.
201
siendo en las llamadas «tribus urbanas» donde más claramente se van a encon-
trar comportamientos ritualizados de este tipo (jerga, tatuajes, vestimenta, dis-
tintivos, etc.) que permiten la desindividuación y la vivencia, en un sentido
casi místico, de una identidad común. Además, el carácter repetitivo del ritual
asegura de esta forma la perduración del grupo y conforta el sentimiento que
el individuo tiene de sí mismo en un grupo dado.
iii. Tras la integración en el grupo del «yo corporal» (protoadolescencia)
y del «yo mental» (mesoadolescencia), llega la recta final del desarrollo ado-
lescente; la postadolescencia pone punto y final a un proceso de tránsito que
había dado comienzo al final de la latencia y, consecuentemente, le va a supo-
ner la definitiva integración del «yo social» tras la conquista de sus dos objeti-
vos básicos: la elección de pareja y la asunción de un rol socioprofesional. Si-
guiendo los rituales de integración es este el momento en el cual los miembros
de las tribus celebraban y festejaban la entrada del joven en el poblado en su
condición de iniciado mediante comidas comunales y danzas. Atrás deja al
grupo con el cual vivenció todos sus anhelos y temores (duelo por la pérdida
de la grupalidad); frente a sí tiene un vasto horizonte de retos que deberá su-
perar y resolver ya como individuo: la constitución de una familia, el rol pa-
rental, el desempeño de un oficio, etc. Esta situación no difiere excesivamente
de la nuestra: nosotros también festejamos con fiestas las licenciaturas, el pri-
mer trabajo y las bodas, siendo esta última la ceremonia que ya marca clara-
mente la independencia del esquema familiar. Es así como el período adoles-
cente funciona a modo de un gran rito iniciático donde «todo ocurre por
primera vez»: el primer beso, el primer cigarrillo, la primera fiesta, la primera
cerveza, el primer maquillaje, la primera experiencia sexual, etc., tal y como
en el sistema ritual se reproduce en cada ocasión y de forma cíclica «lo que
ocurrió la primera vez» (en los orígenes).
202
Estas nuevas manifestaciones contraculturales encuentran actualmente su
máximo exponente en las llamadas tribus urbanas,15 que con su peculiar ma-
nera de pensar y de comportarse nos proporcionan una visión de esa necesi-
dad que experimentan los adolescentes de buscar en el grupo una identidad
corporal, mental y social, a la vez que nos permiten ver con mayor claridad la
importancia del grupo como espacio cultural donde va a tener lugar la rituali-
zación del tránsito adolescente, en torno a unas nuevas coordenadas espacio-
temporales (dentro del proceso ritual, el espacio y el tiempo son distintos que
en un lugar profano), y con la consecución de una nueva identidad corporal y
mental.
a. La territorialidad y la temporalidad
El grupo es del espacio, está en el espacio, es una noción espacial. El
asiento de un grupo es un territorio: «sus elementos toman allí posición, asig-
nan correlativamente un sitio a los demás y construyen de tal modo un espacio
habitable, con un afuera y un adentro, un continente y un contenido, una co-
bertura y un centro, un límite».16
El territorio grupal aparece como sustitutorio del espacio familiar (vg. el
comedor); la casa paterna deja paso al banco del parque, al bar de copas, al es-
tadio de fútbol, a las discotecas, a los conciertos o a la asociación juvenil del
barrio, respondiendo a la necesidad del joven de proveerse de unos propios
espacios de libertad que le aseguren una autonomía fuera del control y del do-
minio adulto. Algunos chicos en ocasiones llegan incluso a ocupar solares
abandonados o a construir en los descampados «cabañas» (la otra casa) que
constituyen auténticos «refugios» frente al «enemigo», las pandillas rivales, y
en donde se reúnen con sus colegas (la otra familia/los hermanos) a leer co-
mics, fumar, beber y estar con chicas. Sin embargo, en realidad el «enemigo» a
combatir es otro más difícil: una autoridad paterna severa, una soledad afec-
tiva, una incomprensión en el seno familiar, etc.
Pero, sin lugar a dudas, la habitación constituye la primera demarcación es-
pacial que el adolescente hace dentro del territorio familiar, y el foco de no
pocas disputas, especialmente con la madre, dado el «desorden» (o confusión)
que normalmente presentan para los progenitores los dormitorios de sus hijos
adolescentes; la decoración (posters, emblemas, muñecos, etc.) y la distribu-
ción de éstos marcan un «nueva organización» (orden vs. desorden) que mues-
tra claramente su estilo a la vez que proyecta el estado emocional del joven.
Fuera de su habitación el joven encuentra en el grupo el otro espacio de
reunión donde poder actuar libremente lejos de la vigilancia paterna; las afi-
ciones compartidas, la música y el equipo preferido, la camaradería, etc., ha-
cen que los adolescentes «formen un cuerpo» y delimiten un propio territorio
15. Maffesoli, M. (1990). El tiempo de las tribus. Icaria, Barcelona, cap. 4.; Informe del Ayunta-
miento de Barcelona (1990). El món deis joves a Barcelona. Imatges i estils juvenils. «Projecte Jove»;
Bollón, P. (1990). Rebeldía de la máscara. Espasa, Madrid.
16. Kaes, R. (1977). Op., cit., p. 159.
203
simbólico que, junto al espacio físico conquistado, van a constituir una per-
fecta envoltura que condense toda la intensa actividad comunicacional y rela-
cional establecida entre sus miembros. Constituye, sin lugar a dudas, el «espa-
cio sagrado», que Mircea Eliade nos dio a conocer de forma magistral, y que
el proceso ritual necesita para su contexto de elaboración final.
La construcción de este espacio se enmarca necesariamente dentro de un
determinado lapsus temporal: especialmente los fines de semana («salir de
marcha», «ir de farra»). Así como los espacios vitales del adolescente varían,
también la distribución y la vivencia temporal se transforman; el tiempo se
convierte en un tiempo presente, activo y experiencial con posibilidad de ma-
nipularlo. La semana transcurre llena de obligaciones (escuela, trabajo) y de
proyectos para el fin de semana (tiempo de trabajo-estudio vs. tiempo libre):
ir al cine, ir a la discoteca, acudir a una fiesta o asistir al partido semanal del
equipo preferido: «Nos pasamos la semana esperando que llegue el sábado.
Es lo que más sentido tiene en nuestras vidas. Es como una religión, desde
luego que sí. Así de importante es para nosotros. El sábado es nuestro día de
adoración».17 A su vez es también el tiempo de compartir experiencias vividas
(disputas familiares, problemas de amistad, dificultades escolares, ilusiones y
proyectos, etc.) en torno a una mesa, bebiendo y/o fumando, en cualquier bar
opub.
Otras formas de demarcación territorial las constituyen la música y los
graffitis, los cuales permiten, a su vez, ser utilizados como canales de expre-
sión de un propio mensaje crítico (elemento ideológico). Las letras de las can-
ciones y las pintadas urbanas son un claro testimonio de la estrecha relación
entre lo simbólico y lo espacial.
204
cribe en una amplia escena (el grupo) en la que cada cual es a la vez especta-
dor y actor20 (la exhibición ante el otro sexo como si de una danza ritual se
tratase). La importancia dada al cuerpo viene alimentada por la estética cor-
poral imperante en el contexto sociocultural de pertenencia, valiéndose para
ello de la coacción publicitaria, el ofrecimiento de modelos corporales y la uti-
lización de un propio lenguaje corporal. Es lo que se dice «seguir la moda»,
imitando los modelos que se ofrecen: cuerpos delgados, musculosos, jóvenes,
bellos, fuertes, audaces, etc., que se imponen como baremos de valoración
sociogrupal. El rechazo a estas modas viene de la mano de las tribus urbanas,
las cuales practican una moda minoritaria, «marginal» y alternativa que va en
contra de todo aquello que parezca «normal» e «integrado»: «... la máscara
hace del yo un conspirador contra los poderes establecidos; pero podemos
afirmar desde ahora mismo que esta conspiración une al yo con los
demás...».21
Así, a través de la vestimenta muestran esa disconformidad y actúan como
prismas que permiten nuevas y diferentes apreciaciones de una misma reali-
dad social y cultural: los pantalones estrechos, las «chupas» con chapas, los ca-
bellos largos y las camisetas llenas de ídolos constituyen el uniforme del
heavy; por contra, los hip-hop llevan el cabello rapado a los lados de la cabeza,
collares con muchas cadenas, pantalones amplios, jerseys negros o blancos de
cuello alto y una gorra (la imagen de un B-BOY); los integrantes del movi-
miento hardcore-skateboard se caracterizan, sobre todo, por la práctica del
monopatín o «skate», que comporta riesgo y autocontrol; para los kumbayás o
pardillos, aficionados a las excursiones y a la guitarra, la cazadora y los vaque-
ros Levi's junto al uso de fulards constituyen sus signos de identificación; sin
olvidar el movimiento skin los cuales usan básicamente ropa militar: botas con
punta de hierro, negras o granates (Marten's y las rangers), pantalones deste-
ñidos con lejía, militares o de camuflaje, y las cazadoras de aviador verdes, ne-
gras o azules decoradas con chapas o anagramas de fuerte contenido político
(vg. la esvástica nazi), siendo las Pailot y las alfa las más preferidas; completa
este conjunto la cabeza rapada, la cual da incluso nombre al movimiento: los
«cabezas rapadas», los «cocos pelados» o «los calvos».
Aunque cada uno de estos grupos posean unas propias señas de identidad,
parece difícil decir actualmente que existen grupos claramente delimitados
con un estilo único y homogéneo. Existe más bien una cierta permeabilidad y
flexibilidad entre las diferentes formas culturales, que ha dado lugar a una he-
terogeneidad de estilos o, lo que es lo mismo, a una mezcla. Se hace mani-
fiesto, por lo tanto, la capacidad camaleónica o proteánica22 (Proteo: mito del
cambio) de los adolescentes que intentan, tomando elementos de distintos
grupos (algo heavy, algo punk, etc.), transformarse y crearse un «estilo pro-
205
pió» y nuevo que lo identifique con «los suyos» y le diferencia ante «los
otros». El símbolo (máscara-corporal) engendra reconocimiento (proximidad-
identidad).
Los símbolos y las imágenes constituyen, sin lugar a dudas, los pilares so-
bre los que se edifica el mundo de la apariencia, de lo que hemos venido en
llamar estilos. Sin embargo, no solamente el lenguaje corporal a través del
vestido constituye formas de manifestación. No olvidemos la importancia de
la música y del baile (música heavy, hip-hop, ska, oi, punk, trahs-metal, hard-
core, etc.). Las discotecas y los conciertos se convierten en espacios donde se
ritualiza la vivencia grupal del caos bajo el reinado de la sensorialidad: la ne-
cesidad de sentir el cuerpo y sus vibraciones. La vuelta a lo sensible y a la cor-
poralidad remiten claramente a una lógica del tacto, donde lo racional y lo
abstracto han perdido toda su hegemonía.
206
venga ésta de donde venga», y la cual puede traducirse en una postura más acti-
vista (protestas, proyectos, militancias, compromisos sociales, etc.) o bien en un
«(falso) pasotismo» (pasividad, astenia, impotencia, etc.).
A modo de ejemplo, veamos algunas letras de canciones-protesta que muy
bien nos pueden servir para entender el valor que los jóvenes dan a los mensa-
jes transmitidos por sus grupos musicales preferidos:25 «Trastorno juvenil es
una frustración/violencia por la cara, la primera reacción»; «Un rayo de sol
pasa a duras penas/por entre el aire contaminado/alumbrando el mar azul
lleno de ful/y los verdes campos son basureros de plástico sobrante,/los fron-
dosos bosques pelados de lluvia ácida./La pálida luna está ocupada por rusos y
americanos» (denuncia ecologista); «No me dejan decir lo que pienso,/No me
dejan divertirme y no me dan curro;/.../no te salgas de las normas que nos han
impuesto,/.../Sé buen chico, no te metas en jaleos»; «Llegó tu hora y vienen a
por ti/a convertirte en un hombre/y a hacerte sufrir/.../Llegas al cuartel medio
asustado/de las historias que allí pasan/y tu hermano te ha contado/te pegan
un pelado que no es normal/.../no le hagas caso a los abuelos/se creen superio-
res/.../solución... un ejército profesional/o si no... supresión del servicio mili-
tar/.../y para colmo siempre lo tenemos/de argumento electoral/y nosotros
cumplimos/el servicio militar» (rechazo al Servicio Militar obligatorio); «Te
has arrancado el corazón/para la heroína en esta aventura/maldita aventura de
coacción sintética» (el mundo de las drogas).
Se trata, pues, de proyectar las carencias comunes-grupales en deseos utó-
picos promoviendo una ruptura con el pasado y promocionando un espacio y
un tiempo nuevos.
25. Información obtenida del Informe del Ayuntamiento de Barcelona: «Projecte Jove» anterior-
mente citado.
207
brindar ya que ésta también se encuentra huérfana de ellos; consecuente-
mente, la pérdida de defensas culturales provoca en el individuo un senti-
miento interior de pérdida y de vacío que se persigue llenar con pseudomitos
y creencias mágicas como las sectas y/o el mundo de la droga. Ambas formas
producen, especialmente en el adolescente, una nefasta fascinación ya que les
alimenta sus anhelos de experimentar un orden de cosas distinto al de la ruti-
naria vida cotidiana cargada muchas veces de dificultades: soledad, incom-
prensión, desorientación, temor, aburrimiento, depresión, etc.
Durante miles de años era la propia familia o la comunidad la que se en-
cargaba de desvelar al adolescente los misterios de la vida (el nacimiento, la
muerte, la sexualidad, la organización del cosmos) mediante el relato de las
hazañas y aventuras de los héroes de los antiguos mitos y leyendas (tradición
oral). Con la aparición de la Revolución Industrial la relación afectiva entre
padres e hijos se vio seriamente dañada, dado el alejamiento que se produjo
entre ellos a raíz del radical cambio que se generó en el mundo laboral: los pa-
dres se van a las fábricas, a las oficinas lejos de la casa y el hijo ya no puede
participar del mundo de sus mayores. Evidentemente, en la sociedad actual el
distanciamiento se ha profundizado aún más si cabe y será el universo de la
imagen (cine, televisión, videojuegos, comics) quien tomará ahora las riendas
enculturalizadoras, narrando historias de «héroes» y «heroínas» que personifi-
can la vida fácil y vertiginosa del «vivir presente» y la adquisición rápida de
fama y dinero. Se confunde de esta manera el heroísmo con el proceso de
amasar dinero tal y como lo hacen los yuppies. Es comprensible, pues, que es-
tos ídolos de la música, el deporte y el celuloide se conviertan en modelos de
identificación para una gran parte de los adolescentes, puesto que sumergirse
en este universo de «ganadores» y formar parte de él, le facilita vivir ilusoria-
mente la superación de sus propios fracasos personales en una dimensión
donde el tiempo y el espacio anteriores quedan abolidos instaurándose un
nuevo modelo de acción. No obstante, estos «héroes» poseen un vida tan efí-
mera que no les permite llegar a convertirse en referentes culturales estables,
pues son tan cambiantes como la propia sociedad que los crea. Una sociedad,
por otra parte, que se debate en una cruenta dualidad: superficialmente se
presenta como optimista tal y como se plasma en los anuncios televisivos, en
las películas o en las teleseries, pero en su substrato se esconde el miedo y la
preocupación por un posible desastre nuclear, el miedo por enfermedades de
transmisión sexual, el temor a un futuro incierto, la crisis económica, etc. Su-
perar esta contradicción pasa por el redescubrimiento de mitos (y héroes) que
puedan proporcionarnos, a la sociedad y a los adolescentes, la estructura psi-
cológica necesaria para enfrentarnos a esta dualidad.
En este estado de cosas, el héroe arquetípico de nuestro actual contexto so-
ciocultural se encontraría en la línea de Belerofonte,26 héroe patriarcal y sus-
tentador del individualismo heroico cuyas leyendas narradas por Plutarco nos
26. Hornilla, T. (1991). Los héroes de la mitología vasca. Antropología y Psicoanálisis. Ed. Men-
sajero, Bilbao, pp. 21-22.
208
lo describe como un personaje con soberbia, con deseos de afirmación perso-
nal por encima del grupo, con un individualismo radical y con deseo de éxito y
fama; actitudes todas ellas que conducen al aislamiento y la angustia.
Sostener esta capacidad individualista, por otra parte valorada social-
mente, implica un gran coste psíquico que el adolescente a duras penas puede
pagar; es por ello que necesita del grupo, de la vivencia común (grupofratría)
de los valores emocionales: la solidaridad, la afectividad, el compañerismo,
que sirven de argamasa contra los poderes patriarcales (las instituciones, Dios,
el gobierno, etc.). Es así como en el seno del grupo se gesta la «epifanía he-
roica» o la ilusión grupal (el estar bien juntos): llevar determinada ropa, ha-
blar un lenguaje determinado, usar una marca de cigarrillos, escuchar una de-
terminada música, adorar a un mismo ídolo, etc. La hazaña del grupo heroico
se traslada de esta forma al objeto fetiche, el cual da sentido de pertenencia y
emblematiza una «corporación».27
209
11.4.1. El vandalismo
210
conquistar un territorio que va más allá del campo de fútbol: las calles de la
ciudad: «Nos hemos adueñado de la ciudad»,31 hazaña que luego celebran be-
biendo cerveza en algún local: «Había un ambiente de júbilo, un ambiente de
merecido descanso tras un buen día de trabajo».32 La experiencia compartida
genera un sentimiento común, un «yo colectivo» que sirve de argamasa a una
muchedumbre comprometida consigo misma y poseedora de un propio im-
pulso interno: vencer al enemigo común (los aficionados del equipo contrario,
la sociedad, en definitiva la autoridad paterna).
211
tiende: un grupo primario, más o menos espontáneo, que llega a ciertas for-
mas de organización y a una solidaridad real, como consecuencia de su reac-
ción, a veces inconsciente, ante el medio ambiente. Ejerce un fuerte control
entre sus miembros, practica a veces ritos de iniciación, y en él existe ordina-
riamente un jefe a quien los demás reconocen autoridad y prestigio.33 Son,
pues, jóvenes que experimentan una insatisfacción ante la realidad actual y el
futuro que se les presenta. Por ello, estas bandas están formadas por chicos
que han fracasado en la escuela, que no sienten satisfacción de estar en el ho-
gar, que se sienten socialmente inseguros y abandonados. Es entonces cuando
la banda se convierte en una especie de hogar, la otra familia, en donde el jo-
ven intenta compensar todas sus frustraciones y en donde encuentra unas di-
rectrices que le orienten su acción.
El objeto principal de ataque para estos grupos es la propia sociedad, la
cual les ha privado de lo más elemental: una familia equilibrada. El hecho de
crecer en un ambiente hostil ha generado una apatía e indiferencia que
desemboca en una negación de cualquier valor ético, religioso y social. Tanto
es así que en el grupo se crea un nuevo sistema de valores donde robar, aten-
tar contra la propiedad privada y contra la integridad física de las personas
está bien visto y es aplaudido. Además, el hecho de ir en contra de las normas
morales y sociales «es debido al placer que les produce demostrar que son ca-
paces de burlar los sistemas de control de la sociedad misma».34 La banda ju-
venil se configura como un grupo a la vez perseguidor y perseguido.
212
see una jerarquización interna: el líder, el peón (miembro ordinario) y el
«gafe» o «chivo emisario».
Como todo grupo la banda posee un asentamiento especial propio, el lugar
de reunión y de depósito de lo robado. Este espacio puede ser una casa aban-
donada, un bar o un garaje, dentro de los límites del barrio de pertenencia.
Sus acciones delictivas son llevadas a cabo fuera, en otros puntos de la ciudad
y la suma de éstas van configurando la historia de hechos (crónica grupal) que
son relatadas y recordadas como hazañas gloriosas.
11.5. BIBLIOGRAFÍA
213
12. Socialización del adolescente
Ignacio González Almagro
12.1. INTRODUCCIÓN
215
Las características de la socialización, atendiendo la complejidad de su pro-
ceso, pueden resumirse así:
216
vergencia conceptual sobre la socialización. Aunque, como es obvio, el interés
por este tema es casi tan antiguo como el que ha podido existir por cualquier
otro problema humano; así, aparece en la Biblia, en obras de filósofos clásicos,
en autobiografías y en tratados sobre las prácticas de crianza de niños (Burton,
1974). En este breve recorrido histórico, citaremos los hitos más representati-
vos en función de la época, el autor o autores y el modelo teórico subyacente.
E. Durkheim, catedrático de ciencias de la educación de La Sorbona, en su
obra postuma de 1922 sobre Educación y Sociología, fue quien utilizó el voca-
blo socialización en el sentido que comenzó a tener en esta década, al hablar
de la naturaleza social y de la «socialización metódica». Concibió el hecho so-
cial como «algo» existente fuera de la conciencia individual y coaccionando al
individuo. Como heredero del positivismo, entiende la conciencia moral como
la interiorización por parte del individuo de las obligaciones que están institu-
cionalizadas (Durkheim, 1975).
En las décadas de los años veinte y treinta, y más concretamente en Esta-
dos Unidos, convergen, por un lado, los intereses de los antropólogos, dado el
enfrentamiento entre culturas y etnias diferentes; por otro, las influencias de
las tesis freudianas sobre la «identificación» e «internalización»; y, como ter-
cer elemento, la Teoría del Aprendizaje. Como resultado de esta concurren-
cia, está el Seminario celebrado en el Instituto de Relaciones Humanas de la
Universidad de Yale, en el que tomaron parte representantes de la Antropo-
logía (B. Malinowski; G. P. Murdock, entre otros), de la teoría psicoanalítica
(J. Dollard y E. Zinn) y de la teoría del aprendizaje y de la conducta (C. Hov-
land; C. Hull; R. Sears, entre otros) (Whiting, 1974).
En la aportación de la Antropología, merece destacar a M. Mead, quien en
1925, fue la primera antropóloga con intención expresa de estudiar un aspecto
de la socialización entre los habitantes de la isla de Samoa. En su informe ha-
bla de la vida de las muchachas, en la que no encontró ni complejo de Edipo
(Electra) ni fijaciones orales, en contraste con la vida de las jóvenes america-
nas (Mead, 1990). En 1935, investiga tres sociedades de Nueva Guinea (los
arapesh, los mundugumor y los tchambuli), y llega a la conclusión (ya con
cierta influencia freudiana) de que la personalidad (en ambos sexos) es un
producto de la sociedad y, por lo tanto, puede variar; de tal modo que el este-
reotipo de base biológica puede llegar a invertirse (Mead, 1950). Fruto de este
acercamiento antropológico a los planteamientos psicoanalíticos, fue la crea-
ción en la Universidad de Columbia de un Seminario sobre el desarrollo de la
personalidad, auspiciado por A. Kardiner y R. Linton. El trabajo de Cora Du-
Bois sobre los aloreses (habitantes de Alor, nombre de dos islas de Indonesia)
marcó el punto de unión entre el Psicoanálisis y la Antropología cultural en el
estudio de la Socialización (Kardiner, 1945).
12.2.2. El psicoanálisis
217
tropólogos, hasta que, en 1913, apareció Tótem y Tabú (Freud, 1973); lo que
supuso una invasión en la ciencia etnológica. La reacción fue, en general, ne-
gativa; así, Malinowski (1927) niega que se diera complejo de Edipo en las is-
las Trobiand. Freud y sus seguidores mantenían una posición mixta ante la
controversia sobre las influencias innata y ambiental: Las fuerzas impulsivas
básicas son heredadas; pero muchas de las fuerzas manifiestas de la conducta
son adquiridas en las situaciones de relación interpersonal. En el comporta-
miento social son cruciales y determinantes las primeras influencias familiares
para el futuro desarrollo de la personalidad. Su estructura está formada por el
«ego» (nivel consciente y perceptible), el «id» o «ello» (presión instintual in-
consciente) y el «super-ego», que constituye la interiorización de las represio-
nes culturales, cuyas pautas encarnan las exigencias de la sociedad, y que se
transmiten a través de las actitudes paternas.
Partiendo de este esquema freudiano, el proceso de socialización consiste
en la acomodación del ego con el super-ego. Éste es, en última instancia, un
producto de las relaciones sociales que el niño mantiene durante sus primeros
años en su medio familiar. Estas fuerzas interrelacionadas dinámicamente ex-
plican el comportamiento social manifiesto del individuo (Chauchard, 1973).
218
Bandura y Walters (1974), con su teoría del Aprendizaje Social, postulan
que el niño no sólo aprende por ensayo y error o por condicionamientos clásicos
u operantes; sino que también aprende por observación de modelos (aprendi-
zaje vicario), por lo que ve en los demás, por la información que otros les facili-
tan, y por lo que él descubre. Las consecuencias de las las respuestas pueden ser,
por tanto, informativas, motivadoras y reforzantes. Estos tres elementos son los
que pueden producir cambios en la conducta social del individuo.
12.2.4. El funcionalismo
219
bélico, configurando así un conductismo social, cuyo símbolo básico es el len-
guaje. El aprendizaje social o socialización se realiza por la formación del
«mind» (espíritu o ser individual) y del «self» (persona social), que determi-
nan el comportamiento humano (Mead, G. H., 1974). El individuo como ser
individual («mind») realiza el acto social, que es el resultado de un proceso so-
cial de comunicación mediante símbolos significantes (lenguajes), captando
así los comportamientos, actitudes, valores y roles de los otros. Estos esque-
mas o pautas de conducta son incorporados al individuo como propios, con lo
que se configura el yo profundo o ser social («self»). Concede gran importan-
cia a los factores externos como determinantes del comportamiento social.
Junto a esta corriente interaccionista, podemos situar tanto a la fenomeno-
logía, como a la etnometodología. Estas tres tendencias, como alternativa
epistemológica al funcionalismo, mantienen un interés común por el plano de
la intersubjetividad, por la comunicación interpersonal y por la interacción co-
tidiana (Perelló, 1991), es decir, cómo los seres humanos confieren significa-
dos a sus propias acciones y a las de los demás. A través de la verosimilitud
que el lenguaje confiere a la realidad (en el decir una cosa, existe esa cosa) se
apoya todo el proceso de socialización.
Los roles sociales suelen ir vinculados a identificaciones de tipo emocional
que el individuo realiza al darle «significado» a los otros que le rodean. Estos
otros suelen ser de la familia (socialización primaria); pero también pueden
ser otros más lejanos, que proporcionan al individuo una realidad más com-
pleja y variada (Berger y Luckman, 1989).
220
lo más cómodamente posible por el individuo, para una ubicación adecuada de
éste en el mundo social. El objetivo, pues, de la socialización (concebido como
aprendizaje social) es triple: a) como conformismo con los valores y pautas vi-
gentes en una sociedad o grupo; b) como capacidad para comunicarse con los
demás en el terreno simbólico; c) como interiorización de la cultura de la so-
ciedad en que se vive (González-Anleo, 1991). En este proceso de socializa-
ción, el individuo va participando en las diversas estructuras sociales a través
de diversas etapas (Sánchez de Horcajo, 1990, p. 179, señala cuatro). En esta
sucesión puede darse una discontinuidad por aparecer pautas incongruentes
entre una etapa y otra (como puede suceder en la adolescencia) o por cambios
bruscos de tipo cultural o social (Romero Peñas y González-Anleo, 1978).
3. Modelo «interaccionista». Los principales presupuestos de este modelo
son los siguientes:
221
Concluyendo, vemos que la socialización no sólo puede ser contemplada
como un proceso de aprendizaje de normas, adiestramiento en un rol y su con-
siguiente adaptación social (lo que supondría un reduccionismo), sino que hay
que partir de una concepción más global e interdisciplinar, considerando así la
socialización como (Barajas y Linero, 1991):
222
12.3.1.1. Como contexto de interacción social
223
transferido muchas funciones a la sociedad; por el contrario, en su estructura
se da un progresivo desarrollo hacia una mayor autonomía y libertad entre sus
miembros, hacia un mayor intercambio de los roles masculino y femenino, y
hacia una mayor participación de la mujer casada en las tareas y actividades
reservadas tradicionalmente al hombre (González Almagro, 1986). La familia,
como un subsistema del sistema social, está sometida a los cambios sociocultu-
rales (industrialización, movilidad geográfica y profesional, aumento de sepa-
ración y divorcio, pérdida de la autoridad del varón, etc.).
Al hablar del cambio familiar hay que hacerlo con cautela, y no olvidar los
distintos matices o flecos de este cambio, dada la complejidad de las diversas
transformaciones. W. J. Goode (1964), al analizar los cambios de los patrones
familiares, sostiene que estas teorías no son más que «hipótesis monofactoria-
les», ya que la familia y las variables industriales son independientes, pero in-
teractuantes e influyentes mutuamente. La misma resistencia al cambio de los
sistemas familiares muestra su independencia en cuanto grupo de fuerza, aun-
que la política masiva y los cambios económicos venzan finalmente esa resis-
tencia (Bott, 1990). El indicador del cambio familiar más significativo es de
tipo relacional: De una «subordinación», propia de la familia extensa, hacia
una mayor igualdad, propia de la familia nuclear moderna.
En la perspectiva del cambio familiar, existen diversas apreciaciones, como
la de un matrimonio temporal y no permanente (Toffler, 1972); que el hijo, al
saber más, representa el principio de la realidad madura frente a las formas
paternales obsoletas (Marcuse, 1968); o el reconocimiento de la validez del
matrimonio sin la intervención del sacerdote o del funcionario del Registro
Civil (Altavilla, 1972). Incluso se ha afirmado que la familia no sólo está
muerta, sino que debe morir (Cooper, 1976), ya que posee una estructura alie-
nante, cuya finalidad es reproducir la «normalidad», y poner las bases del con-
formismo. Frente a todo lo anterior, constatamos que siguen habiendo mu-
chos hombres y mujeres que se casan, y que permanecen casados, a pesar del
aumento del divorcio y de otras alternativas parafamiliares. No es una crisis
de la familia como tal institución, sino más bien una crisis de nuestros sistemas
de valores y patrones de conducta.
Se ha discutido y analizado sobre cuáles pueden ser las funciones esencia-
les de la familia. Se citan, entre otras, cuatro funciones: la sexual, la reproduc-
tiva, la económica y la educativa (Cavan, 1965). Algunos autores (Caparros,
1981) tratan de estudiar las funciones que cumple la familia en una triple ver-
tiente: Para con el individuo, para consigo misma, y para la sociedad. Algunas
funciones varían o se comparten con la sociedad; incluso la función sexual y
reproductiva no se satisface necesariamente siempre dentro del grupo fami-
liar. De aquí que mantengamos, simplificando esta problemática, que son dos
las funciones irrenunciables de la familia: a) Función educadora afectiva, b)
Función socializadora autónoma (González Almagro, 1986). En las páginas
anteriores nos hemos referido a esta primera función.
En cuanto a esta segunda función, sabemos que la socialización primaria
de la familia tiene efectos diferenciales, según las primeras experiencias del
niño, las diferentes formas de crianza, el contexto familiar y otros factores so-
224
cioeconómicos (Belsky, Steinberg y Draper, 1991). La familia reproduce los
esquemas axiológicos y las conductas sociales. Así surge el llamado «conflicto
generacional», que no es un hecho biológico o vital, sino fruto de la disonancia
entre la sociedad como realidad objetiva y la sociedad como realidad subjetiva
(Ortega, 1976), es decir, la ideología dominante autoritaria obstaculiza la li-
bertad de expresión de los hijos y la organización democrática familiar. La ac-
titud existencial de los hijos de tipo libertario debe ser encauzada en la fami-
lia; por lo que ésta debe preparar al individuo para la libertad, que es
justamente una de sus funciones básicas (Pinillos, 1976). Educar para la auto-
nomía y la libertad, conciliando individualidad y colectividad (autoridad y li-
bertad) supone un difícil equilibrio, al que debe aspirar el sistema familiar
(Bueno Belloch, 1985) para que los efectos socializadores contribuyan a una
sociedad democrática real y no meramente formal (Flaquer, 1993).
225
1. Ayuda a transformar la estructura emocional jerárquica de los adultos,
proporcionando un espacio de mayor libertad; favoreciendo así la autonomía
del pensamiento mediante la discusión y la crítica. Todo lo cual produce un
efecto liberador de las perspectivas anteriores al agudizar el juicio personal; y
«desvalorizando» en cierto sentido el ambiente familiar.
2. Convierte las reglas y principios heterónomos en convicciones propias,
interiorizando los conocimientos, normas y valores, rol sexual, por medio de
una adaptación a su propio grupo. Éste proporciona al sujeto una nueva
fuente de aprobación y aceptación no adulta. La aprobación y/o rechazo del
grupo va a influir en la autoestima; lo que contribuye directa o indirectamente
al desarrollo del concepto de sí mismo (Mussen, Conger y Kagan, 1969).
3. Amplía los modelos de identificación que ofrecen los medios de comu-
nicación de masas. El grupo de iguales presta una función selectiva y orienta-
dora en relación con la «exposición» del niño ante estos medios. Éstos son va-
lorados según su contribución a la vida social del grupo. La afición a ciertos
medios, programas o personajes depende en gran medida de las corrientes de
opinión del grupo, que suponen un instrumento de prestigio.
226
preservando «la irreductibilidad y la autonomía de la cultura del grupo
de iguales» (1988, p. 892). Sus tesis básicas son: a) los niños producen su pro-
pia socialización en su grupo de iguales, teniendo un efecto directo cuando
interactúan entre ellos; b) el principal cambio que se produce en los niños es
su movimiento fuera de la familia; en el grupo de iguales, los niños desarrollan
el conocimiento y habilidades necesarias para la vida adulta.
En este estudio no se resalta suficientemente el papel de la interacción
adulto-niño, ni los efectos directos que los niños tienen sobre los adultos y vi-
ceversa. Por otra parte, el conocimiento social del niño en su contexto de igua-
les se vuelve a dirigir frecuentemente dentro de la familia; por lo que pueden
surgir conflictos de socialización cuando el grupo de iguales y el grupo familiar
dirigen al niño unos mismos problemas, pero de distinto modo (Handel, 1990).
En la réplica a esta polémica, Corsaro y Rizzo se defienden diciendo que su
principal objetivo en dicho estudio era demostrar la importancia de la cultura
de iguales para el proceso de socialización, y que la interacción niño-adulto es
crucial para una teoría de la socialización.
Para situar en perspectiva esta polémica, y aclarar ambigüedades en lo que
ambos contextos (familia e iguales) aportan al proceso de socialización, pa-
rece oportuno reseñar las siguientes conclusiones (Handel, 1990): a) las ruti-
nas culturales son aprendidas, en la larga interacción padres-hijos, antes de
que el niño se integre y participe en los llamados grupos de iguales; b) estas
rutinas culturales se hacen latentes durante los primeros meses, antes de que
el niño tenga capacidad para entender o hacer uso del lenguaje (la socializa-
ción es, a veces, no verbal); c) el grupo de iguales no es el primer grupo donde
la socialización de los niños se produce colectivamente; para la mayoría de los
niños, su primer mundo social es la familia; d) son necesarios estudios de
socialización para un mayor entendimiento teórico sobre las diferencias e
interrelaciones de ambos contextos.
227
ciedad injusta y burocratizada difícilmente deriva en una educación racional y
humana; una sociedad autoritaria y de privilegios no suele ser fuente de una
educación para la libertad o para una enseñanza democrática. La crítica de
corte marxista hacia la sociedad francesa de los años sesenta (Bourdieu y Pas-
seron, 1977) de que el sistema educativo sirve para reproducir y marcar más
las diferencias sociales, aún tiene vigencia actualmente en nuestra cultura oc-
cidental. Los múltiples peldaños selectivos y discriminatorios de la mayoría de
los sistemas educativos, perpetúan las desigualdades sociales, al condicionar la
movilidad social.
Como contrapartida, la escuela también tiene una función renovadora de
las estructuras sociales, y contribuye a la movilidad y cambio sociales. La inde-
pendencia afectiva de las figuras paternas proporciona al niño otras fuentes de
conocimiento. Los profesores son, o pueden ser, modelos significativos y di-
versificados para el niño; y proporcionan un espacio para la actividad crítica.
Las experiencias de aprendizaje, donde el niño es uno más entre otros niños;
su interacción social; su ambiente físico y social diferentes, en muchos aspec-
tos, del contexto familiar (Wells, 1988) pueden ser un marco teóricamente po-
sitivo para el niño.
Entre las funciones inherentes a la escuela, de control y/o cambio social
(con oscilaciones históricas y coyunturales hacia uno u otro sentido), subyacen
los valores típicos de una sociedad como la actual, orientada al «desarrollo»
(González-Anleo, 1991, p. 267): 1) El logro o éxito personal como valor cen-
tral. Individualismo y agresividad. 2) Acción, eficacia, trabajo duro, «ser prác-
tico». 3) Valoración de las cosas según la cantidad de dinero, seguridad o con-
fort que proporcionan. 4) Desarrollar buenas relaciones personales. 5) El
trabajo en equipo.
En este clima social, resalta más la importancia del profesor y de los agen-
tes educativos, cuya defensa del valor «justicia» debe basarse en una actitud
de respeto al alumno, como sujeto moral progresivamente autónomo, es decir,
capaz de diálogo y de discurso racional. La práctica de una enseñanza verda-
deramente democrática es un problema fundamentalmente educativo. El dis-
curso moral, en un modelo de «Escuela Justa» (Escámez, 1992) significa que
el joven aprende a desarrollar su personal punto de vista a la misma vez que
considera el punto de vista de los otros; coordina las diferentes interpretacio-
nes; aprende la práctica racional de la comunicación con los demás, aunque
persistan los desacuerdos. Todo esto supone superar los modelos tradicio-
nales de autoridad, y aprender a participar democráticamente en la responsa-
bilidad de la toma de decisiones (Paolitto, Herch y Reimer, 1988); ya que,
de lo contrario, la escuela reproduce el modelo democrático social no partici-
pativo, que existe en muchos sistemas sociales actuales. La idea fundamental
de Kohlberg (1981), aunque roza la utopía, trataba de crear una comunidad
moral, basada en la justicia y la democracia participativa, extendiendo la res-
ponsabilidad del gobierno de la escuela a los estudiantes, creando una atmós-
fera de veracidad y confianza, estimulando la responsabilidad colectiva a
través de un contrato social y una constitución escolar democráticamente
aprobada.
228
12.3.4. Los medios de comunicación social
229
a) Función conferidora de estatus. El ser reconocido por estos medios
(prensa, radio, televisión) confirma el triunfo y la «importancia» del individuo,
que se distingue de la multitud anónima.
b) Imposición de normas sociales. La publicidad ejerce una presión para
una moralidad única. Las normas sociales son confirmadas al denunciar la des-
viación de las mismas.
c) La disfunción narcotizante. La cantidad de información puede servir
para narcotizar y no para estimular al lector o al oyente medio.
230
ción industrial, la incorporación de los adolescentes a la etapa adulta se ha re-
trasado notablemente, ya que muchos de nuestros adolescentes se caracteri-
zan por: estar aún en el sistema escolar o en un contexto de aprendizaje profe-
sional o en busca de su primer empleo; por estar viviendo y dependiendo de
sus padres; por realizar una transición desde un sistema de apego familiar a un
sistema de apego centrado en el grupo o en una persona del otro sexo; por
sentirse miembros de la llamada cultura adolescente, con hábitos, valores y es-
tilo de vida propios; por tener unas preocupaciones que no son las de la infan-
cia, pero que tampoco coinciden plenamente con las de los adultos (Palacios,
1990).
Con esta situación relativamente nueva, se precisa y clarifica aún más la
vieja distinción entre pubertad y adolescencia. La pubertad, como conjunto de
cambios físicos que capacitan para la reproducción, es un hecho biológico fun-
damentalmente, y un fenómeno universal, propio de nuestra especie. La ado-
lescencia es un hecho psicosociológico no necesariamente universal, y cuyo
patrón no es siempre igual en todas las culturas (Palacios, 1990). La adoles-
cencia, como período y como proceso, posee unas características en gran parte
determinadas por la cultura. En toda sociedad, con variable duración y carac-
terísticas socialmente determinadas, hay adolescencia, es decir, se da un pe-
ríodo, más o menos largo, de desarrollo psicosocial de la persona, en torno a
la pubertad (Fierro, 1990; Trost, 1990).
El profesor Aguirre Baztán (1990/1991) en su análisis sobre la adolescencia
femenina, plantea, siguiendo la línea de otros autores, una nueva periodifica-
ción o división temporal de la adolescencia con un carácter expresamente di-
dáctico y operativo: a) Pubertad y Preadolescencia; b) Protoadolescencia (12-
16 años); c) Mesoadolescencia (17-22 años); d) Postadolescencia (23-29 años).
La preadolescencia viene dada por el desarrollo puberal. La protoadolescen-
cia o período «grupal» viene fundamentalmente definida por la emergencia
del grupo, que sustituye (sólo en parte) al grupo familiar; es la etapa de las
«camarillas» y «bandas». La mesoadolescencia comporta dos momentos: la
heterosexualidad individual, y la selección del rol social y profesional. La
postadolescencia puede prolongarse casi hasta los treinta años por la sucesión
de los estudios, en muchos casos; por la imposibilidad de independencia eco-
nómica, al carecer de un salario suficiente. En esta subetapa se plantean dos
grandes temas: la construcción de una pareja, más o menos estable, y el acceso
laboral a una profesión.
231
formas de unión, problemas de conducta, tiempo medio de pubertad, activi-
dad sexual y procesos de unión de parejas) de tal forma que amplían, sin vio-
lentar, las teorías y perspectivas modernas del desarrollo humano (Coleman y
Hendry, 1990). Como se puede observar en la figura 1, la teoría evolucionista
de la socialización integra una variedad de aspectos evolutivos, que habían
permanecido relativamente separados.
En esta figura se contrastan dos trayectorias prototípicas (Tipo I y Tipo II)
que conducen a unas estrategias reproductivas distintas. Así, pues, esta
teoría no supone ningún determinismo biológico, sino que, de acuerdo con la
ecología conductual contemporánea, el niño, mediante una gran capacidad
adaptativa, responde a las condiciones del contexto; y, como resultado de sus
relaciones, desarrolla unos patrones de conducta que están al servicio de me-
tas biológicas, es decir, de un ajuste reproductivo.
Desde esta perspectiva (Belsky, Steinberg and Draper, 1991), los indivi-
duos (Tipo II) cuya experiencia les conduce a percibir a los otros como fiables,
las relaciones como permanentes y mutuamente gratificantes; y con los recur-
232
sos adecuados desde las mismas personas clave, desarrollarán patrones de
conducta que hacen retrasar la edad de maduración biológica y su actividad
sexual; y estarán motivados a establecer en su futuro apareamiento una vincu-
lación permanente. Todo lo cual determina que este tipo de sujetos vuelque
sus energías reproductivas hacia un compromiso en el ejercicio de su paterni-
dad. En contraposición, los individuos (Tipo I), cuyas experiencias familiares
tempranas son altas en tensión, y muestran conductas problemáticas durante
la infancia, tienen más probabilidad de sufrir una más temprana maduración
en la pubertad y en actividades sexuales. Aunque es verdad que el tiempo me-
dio de la pubertad está fuertemente influenciado por la genética y por factores
de nutrición y de clima, los teóricos del desarrollo han puesto poca atención
en la posibilidad de que una temprana ecología social y el desarrollo de la con-
ducta puedan influenciar la maduración de la pubertad. La explicación de que
la edad de la menarquia, por ejemplo, ha disminuido en sociedades industriali-
zadas como resultado de las mejoras en la nutrición y en las condiciones
generales de vida (Potts, 1990), no supone descartar la posibilidad de que una
sociedad industrializada puede, en ciertos aspectos, ser más tensa que su
correspondiente preindustrial.
El rasgo que distingue la Teoría Evolucionista de la socialización, a dife-
rencia de otras teorías, es la predicción de que el contexto de crianza, las rela-
ciones padres-niño, y el desarrollo conductual de la infancia, influyen en el «ti-
ming» de la pubertad; y que estos acontecimientos y procesos evolutivos van a
afectar a la conducta sexual del adolescente, y a la posterior vinculación que
pueda establecerse en las relaciones de pareja. En definitiva, esta teoría nos
presenta unas líneas futuras de trabajo muy sugerentes, tanto por las conexio-
nes que propone entre determinadas áreas de la psicología evolutiva, como
por las interpretaciones de la experiencia social resultante en relación con la
regulación de la pubertad. Las consecuencias derivadas resultan claramente
desafiantes, ya que siempre se había contemplado a la pubertad como variable
independiente, y al desarrollo conductual y psicológico como variables depen-
dientes. La hipótesis de que el tiempo medio de la pubertad está afectado por
condiciones sociales precedentes y contemporáneas está ampliamente acep-
tada por los científicos que estudian el desarrollo reproductor entre los mamí-
feros y primates no humanos. Estas investigaciones apoyan el hecho de que
«el tiempo medio de maduración es contextualmente plástico, mediatizado
socialmente y acelerado por la tensión intrafamiliar» (Belsky, Steinberg y
Draper, 1991, p. 657).
233
1988, p. 585). Siempre hay que tener presente que los procesos adolescentes
deben implicar constantemente las interacciones entre el individuo, otra gente
y el contexto. Así, la importancia de la familia y el amplio ambiente social en
el desarrollo de la sociabilidad supone enfatizar los efectos del contexto en
todo el proceso adolescente (Jessor, 1993).
Las principales actividades en las que se implica este desarrollo adoles-
cente podemos resumirlas, siguiendo a P. Noller y V. Callan (1991), de la si-
guiente manera:
234
Fig. 2. Factores asociados a la rebelión adolescente (Noller y Callan, 1991, p. 67).
235
de dificultades. La intensidad de estos problemas depende de la disponibilidad
de apoyo emocional e instrumental de los otros, es decir, de la familia, de los
iguales y amigos o de una persona «ficticia» que puede «materializarse» a tra-
vés del diario (Krichler, Pombeni and Palmonari, 1991).
En este contexto socializador, el grupo de iguales adquiere una importan-
cia capital, que es el medio adecuado, como señalan Brown, Eicher y Petrie
(1986) para:
236
50%) suelen estar de acuerdo con sus padres en áreas temáticas en las
que suele haber mayor comunicación familiar: a) trabajo o estudios; y b) pla-
nes para el futuro. En otras cuestiones, como el empleo del tiempo y diver-
siones, el acuerdo sólo alcanza una tercera parte; los demás discrepan siempre
(27 %) o muchas veces (33 %) con los criterios y opiniones de sus padres.
Es en el campo de las relaciones sexuales donde menos frecuente es
el acuerdo; la discrepancia entre padres e hijos respecto a la moral sexual
es muy alta (más de la mitad de los jóvenes declaraban que nunca, o
casi nunca, estaban de acuerdo), pese a la pretendida tendencia actual (de
dudosa base empírica) de los jóvenes hacia posiciones más tradicionales en
este campo.
Comparando estos resultados con los estudios realizados en 1984 (De Zá-
rraga, 1989, pp. 82-85) vemos que se da una tendencia general hacia la dismi-
nución de los desacuerdos absolutos entre padres e hijos, sobre todo, en
cuanto al empleo del tiempo (diversiones) y en los planes para el futuro. Pare-
cida tendencia se da en lo que respecta a cuestiones religiosas y morales, y a
los problemas personales. Sin embargo, en los temas relativos al sexo y rela-
ciones sexuales (tema tradicional de desacuerdo entre padres e hijos) la situa-
ción no parece haber cambiado significativamente desde 1984.
237
con las expectativas de la sociedad, es decir, el adolescente es, en parte, una
expectativa definida social (Dusek, 1987).
La definición de comportamiento aceptable, incluido el sexual, está en con-
tinuo cambio, sobre todo, en las últimas tres generaciones. El concepto que un
padre actual tiene del rol sexual masculino o femenino es diferente al que te-
nían sus padres, y quizás muy diferente al que tienen hoy sus propios hijos. Los
distintos modos de comportamiento sexual (masculino y femenino) no pueden
ser atribuidos totalmente a factores genéticos, ya que las predisposiciones bio-
lógicas pueden ser alteradas sustancialmente por influencias sociales.
Para acercarnos a la explicación sobre la adquisición del rol sexual, pode-
mos reseñar tres perspectivas teóricas que, combinando sus puntos de vista
distintos, pueden aclarar este tema:
238
entre el organismo y el ambiente (entre las acciones de uno mismo y las accio-
nes de los otros). La representación cognitiva del niño sobre su mun-
do social externo determina el aprendizaje básico de su rol sexual. Los chicos
empiezan a valorar las cosas masculinas; y las chicas, las femeninas. La identi-
ficación sexual es, pues, el resultado de un juicio cognitivo hecho por el niño
tempranamente; pero sujeto a otros aspectos de cambio que se dan durante la
infancia, adolescencia y madurez. Como en la adolescencia tienen lugar cam-
bios cognitivos, es fácil concluir que los cambios en la percepción del rol se-
xual son posibles desde el punto de vista cognitivo.
A estas anteriores perspectivas hay que añadir que las tareas de socializa-
ción de los adolescentes actuales son más difíciles que en las previas generacio-
nes, incluso en lo referente a la socialización y adquisición de su rol sexual. El
adolescente adelanta su proceso de maduración biológica y psicológica respecto
a sus antepasados. Por otra parte, los roles masculino y femenino cada vez más
van careciendo de límites definidos socialmente. Así, por ejemplo, las tareas
domésticas, los modos de vestir y de comportarse que tradicionalmente tenían
un encaje diferencialmente definido según el sexo, actualmente dichos moldes
van uniformándose y perdiendo dichos límites diferenciales; lo que contribuye a
una mayor plasticidad y flexibilidad de los roles sexuales masculino y femenino.
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13. Relaciones parentales del adolescente
Mariano Moraleda Cañadilla
13.1. INTRODUCCIÓN
243
En este capítulo abordaremos este tema a través de cinco apartados: En el
primero, el más extenso, estudiaremos el desarrollo de la independencia y
autonomía de los adolescentes con respecto a sus padres a través de las tres
formas en que éstas suelen manifestarse más frecuentemente: la independen-
cia y autonomía emocional, la de conducta y la de valores morales. En el se-
gundo estudiaremos las pautas diferenciales de este desarrollo en función de
una serie de variables más significativas. En el tercero y en el cuarto nos cen-
traremos en los posibles conflictos y demoras en la adquisición de la autono-
mía e independencia familiar. Y en el quinto, por fin, abordaremos el pro-
blema de la estabilidad o extinción de la dependencia-independencia después
de la adolescencia.
244
Para Fromm (1941) el desarrollo, que es un proceso hacia la autonomía y
la responsabilidad, y cuyo primer paso es la ruptura de los vínculos primarios
que unen al niño a su madre y de los cuales depende su seguridad, tiene un
carácter dialéctico: individualización e independencia gradualmente crecien-
tes significan también aislamiento creciente, soledad y angustia.
Conforme el preadolescente adquiere conciencia de sí mismo como enti-
dad separada, los vínculos primarios que le unían con su madre son rotos y se
hace necesario que obtenga seguridad con otros medios. Tiene que vincularse
con las personas que le rodean y consigo mismo a niveles de mayor madurez,
ampliando a cada paso sus relaciones con la comunidad y preservando su in-
dividualidad y su autonomía.
En el desarrollo del carácter, la armonía o, por el contrario, la falta de co-
rrespondencia entre ambos procesos, el de individualización, que implica so-
ledad intolerable y el de vinculación con el mundo en formas progresiva-
mente más maduras, de los cuales el primero es automático y el segundo no lo
es, constituyen los factores decisivos y dependen tanto de la dotación bioló-
gica como de la situación que lo rodea. Si la dependencia de la madre persiste
más allá de ciertos límites, dependencia y pasividad constituirán las formas
predominantes que orientarán el desarrollo caracterológico del niño. Por otra
parte, si los vínculos primarios son rotos prematuramente antes de que el in-
dividuo haya desarrollado un grado considerable de autodependencia, puede
fracasar éste en sus intentos de ganar seguridad y la soledad y la angustia le
obligarán a replegarse y a buscar formas neuróticas de vinculación con las de-
más personas.
Las interpretaciones de A. Freud (1980) y Bloss (1962) presentan una con-
cepción freudiana de esta crisis de emancipación y autonomía mucho más or-
todoxa.
A. Freud hace notar la semejanza que existe entre los adolescentes que
atraviesan esta crisis y las personas que han sufrido un desengaño amoroso o
están en duelo. Piensa A. Freud que para estos adolescentes esta crisis es fun-
damentalmente la pérdida de una cierta imagen de los padres o porque han
cambiado o porque el adolescente tiene de ellos una imagen diferente debido
a la evolución de las relaciones humanas. Se trata, pues, en cierta medida y en
el plano de los fantasmas, de asistir a la muerte de los padres de la infancia. Y,
quien dice padres, de todas aquellas personas que de una u otra forma han
participado en una relación análoga. Ésta muerte de los padres, su rechazo y
la violencia con que se reviste frecuentemente la autonomía, tienen un carác-
ter netamente defensivo: de lo que se huye es del peligro de un padre y de
una madre edípeos y también de las propias pulsiones frente a ellos. Se huye
de ellos porque se les quiere. Por el peligro de regresión definitiva a la que le
pueden llevar sus deseos de vuelta al paraíso perdido, al pasado feliz del que
los padres son representantes simbólicos. Este miedo puede tener un funda-
mento real, ya que a veces los padres del adolescente tratan de que éste siga
siendo niño; no quieren que crezca.
Este carácter defensivo del rechazo de las imágenes parenterales explica,
por una parte, las oscilaciones que pueden producirse en el conflicto depen-
245
dencia-independencia; y, por otra, las tentativas de identificación con las imá-
genes parentales que se deriven (identificarse con ellos supone conservarlos,
aun no teniendo necesidad de su presencia). La ruptura de relaciones objeta-
les con los padres explica igualmente la frecuencia de relaciones nostálgicas
en esta edad. Según los psicoanalistas, la nostalgia expresa, sobre todo, un de-
seo de volver a la situación preedípea; a una época en la que el niño era feliz
con sus padres en una unión pasiva. Se situaría, pues, en la perspectiva de un
deseo de volver a encontrar el juego, pero a un nivel anterior, en el cual el
conflicto estaba ausente. La nostalgia lleva el sello de esa tendencia a la re-
gresión que trae consigo la dolorosa tarea de separación que debe cumplir el
adolescente.
Otro factor muy importante debido al cambio de las imágenes parentales
es su efecto sobre la persona del adolescente. La relación de objeto que le
unía a sus padres era recíproca y complementaria. Ellos le dispensaban amor
y seguridad y la opinión que tenía de sí dependía de la que sus padres tenían
de él; éstos eran garantía de su valor personal. Cuando se produce la separa-
ción o, por lo menos, la relajación de los lazos, la actitud del adolescente
frente a sí mismo queda correlativamente modificada.
El «yo» no se encuentra sostenido y reconocido por las figuras parentales,
sino que se considera, por el contrario, amenazado agresivamente por ellas.
Tiene la impresión de que trata de vengarse de él porque se le opone, critica y
juzga. El «yo» se ve obligado entonces a buscar en otra parte los fundamentos
de su propia estima.
Puede parecer que cuanto más débil sea este afecto edípeo a la madre más
fácil será la entrada en la adolescencia a causa de la debilidad de las fijaciones
que es necesario abandonar. Y a la inversa. Pero esto no es cierto. La debili-
dad de la imagen materna no hace que este período sea más fácil de atravesar.
Se ha comprobado, en efecto, que la ausencia de relación o de fijación ma-
terna representa un peligro para la coherencia interna de la personalidad de
esta época. Se produce entonces una búsqueda desesperada de una imagen
materna estable. Esta es la condición para que luego el adolescente pueda de-
satar la libido y, después de haber cumplido con el trabajo del duelo, transfe-
rirla a un semejante. Pero las defensas del adolescente contra estos objetos li-
bidinosos no consisten sólo en dejar de investirlos interiormente. Estas
defensas pueden ser múltiples:
246
dose entonces el adolescente aprisionado en una relación sadomasoquista de
dos polos alternantes, de carácter compulsivo.
La angustia que acompaña a este tipo de relación suele ser muy intensa.
Unas veces debida al miedo de perder el objeto amado y la seguridad que
éste le dispensa. Otras debido al miedo a su propia agresividad; a quedar en-
cerrado en un círculo vicioso. Esta angustia y culpabilidad provocan en el
adolescente nuevos mecanismos de defensa contra la misma, con los que
busca su justificación. Uno de ellos es la proyección: mediante él atribuye a
sus padres su propia hostilidad. El adolescente se siente entonces perseguido
por unos padres hostiles, vigilado por ellos, espiado, buscado, lo cual viene a
reforzar sus tendencias agresivas al mismo tiempo que su angustia ante el te-
mor de perderlos. Pero, al mismo tiempo, su culpabilidad también se reduce,
ya que su conciencia de ser bueno o malo depende de sus padres. Como con-
secuencia de todo esto el adolescente se torna suspicaz, reivindicativo y, por
último, verdaderamente paranoico. Este último rasgo se manifiesta en él a
través de sus protestas de ser virtuoso, normal, amable.
Otro medio de defensa contra la angustia por la agresividad contra los pa-
dres consiste en volver esa agresividad contra el propio «yo» en lugar de pro-
yectarlo hacia el exterior, hacia los padres. Cuando esto ocurre, el adoles-
cente se tortura y atormenta a sí mismo con pensamientos y sentimientos
desvalorizantes y autopunitivos. Los resultados en este caso suelen ser más
graves que en la proyección, pues de este modo el sujeto llega a apartarse del
mundo, aislarse en sí mismo, quedar prisionero de su propio masoquismo y,
aun en ciertos casos, a dejarse llevar por tendencias suicidas. Estas tenden-
cias de la agresión contra sí mismo suelen ser más frecuentes en el adoles-
cente cuando los padres no responden a la agresión, pues entonces se siente
más culpable de su propia agresividad, desprovisto de hostilidad que la justi-
fique.
A lo largo de este proceso el adolescente experimenta una necesidad
fuerte de ser ayudado, ya que se siente auténticamente acorralado tanto en un
conflicto interpersonal que le exacerva como en un conflicto interior entre el
amor y el odio, el deseo de independencia y dependencia desembocando am-
bos en la angustia y los sentimientos de culpabilidad. En esta situación es muy
difícil ayudar al adolescente. Difícil sobre todo si los padres desean someterle
a un tratamiento. En este caso el psicólogo es considerado como aliado de los
padres y se rechaza de plano. Si, por el contrario, actúa por sí mismo en opo-
sición a los padres, tampoco es muy fácil ayudarle; desde que se instaura, en
efecto, una dependencia positiva, los fantasmas del inconsciente se hacen
conscientes, puesto que se percibe al analista como una imagen parental y de
nuevo reacciona con formaciones reaccionales, haciéndose agresivo hacia el
analista.
247
hacia nuevos objetos. En este caso caben diversas soluciones: la libido puede
aplicarse a sustitutos de los padres (profesores e incluso amigos de los padres;
frecuentemente estos sustitutos son diametralmente opuestos a los originales
en cuanto a su carácter y actitudes). Otras veces el apego puede fijarse a líde-
res o personajes que encarnan el ideal del yo, o hacia otros adolescentes de
uno u otro sexo.
Todas estas soluciones no son anormales; pueden ser incluso enriquecedo-
ras para la personalidad. Sin embargo, son defensivas y, por lo mismo, de ca-
rácter transitorio. A veces la huida afectiva va acompañada de una huida real,
que empuja al muchacho o chica a salir del hogar o fugarse.
1.a Fase de obstinación frente a los demás: Durante la infancia el niño vi-
vía en las cosas, sumergido en los acontecimientos sin casi conciencia de sí
mismo. Al llegar la pubertad, con el nacimiento de la introspección, el chico
248
llega descubrir su yo como un mundo insospechado, a descubrir los valores de
su persona. Esto le lleva, según expone Debesse (1942), a una exaltación de
su yo, es decir, a la creencia de que en sí hay algo único y grandioso, así como
a un afán de liberar y actualizar todas las energías descubiertas en sí. El ado-
lescente, dice Freud (1905) vive encerrado, como Narciso, en sí mismo.
Este narcisismo se manifiesta en el adolescente de dos formas: unas veces
su afán de hacerse valer le lleva a un deseo de batir marcas. El poder que
realmente le falta lo suple con la jactancia. El afán de renombre es un rasgo
también típico de esta edad. Pero el adolescente no sólo intenta engañar a los
demás con sus apariencias, sino que se engaña también a sí mismo. Con su
comportamiento exagera artificialmente el sentimiento de su propio valor
hasta que, por fin, llega a creerse un individuo extraordinario. En esto le
ayuda la fantasía que se pone al servicio de esta manía de hacerse valer. Al
fantasear el chico se ve como un futuro hombre, como campeón, investigador,
descubridor, etc.; la muchacha, análogamente, como mujer admirada en todas
partes, como estrella, profesional competente, ama de casa, etc.
Pero al mismo tiempo y junto a esta exaltación del yo, junto a esta presun-
ción, este endiosamiento, el adolescente se ve sometido a profundos y fre-
cuentes sentimientos de inferioridad, de falta de confianza en sí mismo, de
pusilanimidad, de abatimiento. En realidad, muchas de las manifestaciones de
conducta que acabamos de describir están relacionadas con este sentimiento
de inferioridad; son movimientos reaccionales, por lo que el adolescente in-
tenta defenderse contra dicho sentimiento.
Los orígenes de este sentimiento de inferioridad son múltiples. Entre ellos
cabe citar la propia labilidad y excitabilidad de los sentimientos, la no integra-
ción de las nuevas experiencias que, por desconocidas, le resultan amenaza-
doras, las limitaciones que a su fantasía (y no pocas veces su inexperiencia) le
impone su realidad: descenso en el rendimiento escolar, llamadas a la obe-
diencia por los padres, frustraciones en la vida, etc.
Según esto encontramos que en la adolescencia, al menos en los primeros
años, el chico se nos presenta con un carácter típicamente contradictorio en el
que el sentimiento de exagerada confianza en sí, en las propias fuerzas y en
el propio valer, se alterna con el desaliento y la desconfianza. Un pequeño
éxito o un insignificante elogio bastan para que el adolescente confíe con des-
medido optimismo en su propio valor. Y, a la inversa, un fracaso insignifi-
cante o un ligero reproche bastan para quebrantar la confianza que tiene el
adolescente en sí y desanimarse. Dicho de otro modo, el sentimiento de sí
mismo es lábil y oscila continuamente entre sentirse satisfecho e insatisfecho
de sí mismo.
Este afán de hacerse valer, por una parte, como los sentimientos reaccio-
nales contra su propia inseguridad, por otra, intensifican en el adolescente su
afán de independencia de los padres y adultos y su necesidad de libertad: ya
no es niño y, por tanto, no quiere ser tratado como tal; le molesta la relación
de dependencia de los adultos; intenta liberarse del yugo que supone hacer
siempre lo que éstos le ordenan; quiere imponer sus propios objetivos y ha-
cer lo que le agrada.
249
Este afán de independencia y autoafirmación es la raíz de una serie de for-
mas de comportamiento que han llevado a designar a este estadio como se-
gunda edad de la obstinación, de la insubordinación, de la oposición, de la
mala educación.
Entre estas formas de conducta las más características tal vez sean la me-
nor unión con la familia y rechazo inconsciente del mundo de los adultos. Al
comienzo de la adolescencia, durante la pubertad, los chicos denotan frecuen-
temente una terrible indiferencia frente a la vida íntima de la familia; se com-
portan en casa como extraños, no tienen ganas de salir con la familia a pasear;
en algunos casos se avergüenzan de los padres y empiezan a distanciarse de
ellos de modo manifiesto. Pero, sobre todo, oponen resistencia a tenerlos que
obedecer, se sublevan ante toda sujeción y tutela y responden con obstinación
ante toda intromisión en sus asuntos.
2.a Fase crítica frente al mundo de los padres: Con este querer ser mayo-
res está relacionado el afán de poseer una actitud independiente con respecto
a los padres y a los valores tradicionalmente admitidos y enseñados por ellos.
Si los púberes rechazan inconscientemente, acabamos de verlo, los valores, el
mundo de los padres, los adolescentes mayores se oponen ahora a él con una
actitud crítica, con la conciencia de que ya no son niños.
Según diversas encuestas que han sido realizadas entre adolescentes (Fun-
dación Santa María, 1989), tres puntos principalmente son objeto de crítica en
los padres:
— Por lo que respecta al carácter o modo de ser familiar de los padres po-
demos constatar que, según una encuesta realizada entre adolescentes france-
ses de 14 a 17 años (Zazzo, 1966), los chicos de esta edad señalan en su padre
una serie de características negativas que les dificultan sus deseos de auto-
realización: les acusan de excesiva seguridad en sí mismos, de ser orgullosos
hasta la parcialidad y de autoritarismo o bien de proteccionismo. Frente a la
madre suelen ser más benévolos en sus críticas. Pero junto a estas acusacio-
nes, una gran mayoría señala también, al describir a sus padres, una serie de
cualidades positivas: altura profesional, ánimo para el trabajo, sentido de la
responsabilidad, comprensión, etc. Es decir, que la actitud de los adolescentes
hacia sus padres es compleja y matizada. Y, según expresión del psicoanálisis,
ambivalente: por un lado se presenta como amenazadora, castrante de sus de-
seos de autonomía y autorrealización; más por otro, es el modelo y la pro-
mesa que les estimula a dicha autonomía y autorrealización.
— Otro aspecto de los padres, objeto de crítica, es su actitud ante lo
nuevo, ante el cambio, que tan particular atractivo ejerce en los adolescentes.
La frecuente generalización que hacen los adolescentes les lleva a asimilar a
250
sus padres a una generación totalmente opuesta a su actitud ante lo nuevo,
ante el cambio y, consiguientemente, ante sus deseos de realización según su
particular punto de vista.
En la investigación anteriormente citada de Zazzo encontramos que entre
las 33 características que éstos atribuyen a los chicos de su edad están, en pri-
mer lugar, la audacia y el riesgo, y en segundo lugar, el deseo de libertad e in-
dependencia. Los demás rasgos que se atribuyen, más de las tres cuartas par-
tes van orientados siempre en el mismo sentido: la tendencia a entusiasmarse
por un ideal y la importancia atribuida al éxito profesional. Sólo en sexto lu-
gar señalan la amistad; el amor ocupa el duodécimo lugar. Así pues, para los
muchachos de esta edad, el deso más ardiente y constante es el afirmarse, li-
berarse y triunfar profesionalmente. En esta misma encuesta encontramos
que, entre las 33 características que estos adolescentes atribuyen a los adultos,
está en tercer lugar el apego a las costumbres y en los últimos lugares es la
tendencia a aceptar lo nuevo, a anteponer el sentimiento a la razón, a tener
opiniones originales.
Es evidente, por lo tanto, que esto significa la existencia de un conflicto la-
tente o manifiesto entre la generación de adolescentes y adultos. Este con-
flicto, con todo, no es debido, según ellos, a su sentimiento de que los adultos
sean intransigentes: sólo atribuyen este rasgo a los adultos entre en 11.° y 18.°
lugar (en la misma investigación reconocen que ellos también son intransigen-
tes), sino que más bien está en relación con la falta de calor y entusiasmo ante
las cosas que para los adolescentes son arrebatadoras.
Entre las chicas el cuadro de respuestas es diferente. Su deseo de libertad
e independencia ocupa también un segundo lugar, seguido de la tendencia a
aceptar lo nuevo. Con todo, entre ellas, y sobre todo en ambientes más culti-
vados, existe menos audacia para afirmar estos deseos con hechos y para re-
belarse contra los padres (la audacia y el amor al riesgo se señalan sólo en 15.°
lugar). De ahí se sigue, en parte, que no sea frecuente, como veremos, que las
chicas se enrolen, como los muchachos, en la delincuencia agresiva.
Por lo demás, estos deseos de libertad se ven en ellas restringidos, en gran
medida, por los convencionalismos radicales (existencia de la doble moral) y,
en parte también, por el apego que las chicas tienen al hogar (contrariamente
a los chicos más apegados al mundo exterior).
251
Estos deseos de libertad se concretan en ellos en las siguientes exigencias:
• Libertad e independencia para estar fuera de casa, tener una vida perso-
nal fuera de la familia, escoger sus propias distracciones personales (61 %los
chicos y 50 % las chicas).
• Libertad e independencia para asumir su propia responsabilidad sin
verse sometido a la tutela familiar (29 % los chicos y 33 % las chicas).
• Libertad e independencia para poder expresar sus propias opiniones
personales (14 % los chicos y 12 % las chicas).
• Libertad e independencia en las actividades escolares y profesionales:
menos control, más iniciativa, etc. (4 % los chicos y 5 % las chicas).
252
dres, mientras que el 64 % de los adolescentes de 19-21 años contesta que
prefieren vivir solos. Es decir, el deseo de independencia crece en ellos nota-
blemente con la edad. Este deseo es más evidente entre los adolescentes em-
pleados y aquellos que viven en las grandes ciudades debido, en parte, a las
condiciones difíciles de alojamiento que les obliga a la promiscuidad y les im-
pide estar solos.
• Un aspecto significativo que se desprende de sus contestaciones
es también el descenso, a medida que aumentan los años, de la confianza
y comprensión con los padres: a los 18-19, un 24 % indica que sus relaciones
con sus padres son confiadas y un 38 % que son comprensivas; mientras
que a los 20-21 años estos porcentajes descienden al 19 y 22 % respectiva-
mente.
• Para un porcentaje relativamente importante de adolescentes, el 20 %,
el medio de evitar los conflictos con sus padres es no tratar con ellos los pro-
blemas difíciles. Este porcentaje aumenta con los años. Los de más edad se
esfuerzan por establecer un «modus vivendi» con sus padres, en el que procu-
ran evitar, cuanto les es posible, las ocasiones de fricción.
• Entre los temas más frecuentemente discutidos con los padres figuran: el
empleo del tiempo libre, las salidas, las vacaciones (82 %); el trabajo (81 %);
las amistades (76 %); las relaciones heterosexuales (76 %); los problemas po-
líticos (35 %).
253
particular, a dos sectores: la poca participación en la gestión de los centros do-
centes, los reglamentos y normas, la poca competencia de los profesores, el
equipamiento escolar, la poca reacción entre profesores y alumnos y la poca
utilidad práctica de los estudios que realizan. En general, a medida que los
adolescentes se van haciendo mayores, crece la insatisfacción, que llega a su
punto máximo a los 20 años de edad. Esta insatisfacción es particularmente
notoria en los universitarios: solamente el 10 % están satisfechos de la gestión
del centro, el 20 % de la competencia pedagógica de sus profesores, el 35 %
de su competencia científica y el 26 % de la utilidad práctica de la enseñanza
que reciben.
254
que no lo hicieran, o permitirías que cada uno hiciera lo que quisiera? Se
comprobó por los resultados de esta investigación cómo a medida que declina
el número de actitudes favorables hacia los padres en la adolescencia,
aumenta la aprobación de las malas conductas que se presentan en estos dile-
mas. Esto no obstante, cabe observar que, pese a que los adolescentes van ha-
ciéndose cada vez más independientes de los padres, pueden verse influidos
por éstos así como por sus coetáneos, dependiendo esta influencia del tipo de
situación que se evalúe (Curtis, 1975). A similares resultados se ha llegado
mediante el llamado Test de Presiones Opuestas (un cuestionario donde se
plantean dilemas en situaciones en las que hay que decidir entre expectativas
opuestas mantenidas por los padres o por los iguales del adolescente). Los
sujetos responden a este test, en general, en función del área de conte-
nido (Britain, 1967). Cuanto mayor sea la importancia que se percibe en
una situación, más probable es que los adolescentes consientan en la elección
que se asume harían los padres (Sebald y White, 1980). Mientras que en
las áreas más triviales, como los temas de vestir, modas, etc., los adoles-
centes reflejan estar de acuerdo con los iguales. Los padres tienen una
influencia particularmente fuerte en el área de los planes educativos sobre
el parecer de los iguales, aunque éstos sean muy amigos del adolescente
(Kendel y Lesser, 1969).
Posteriormente, este tipo de estudios sobre la orientación de los adoles-
centes hacia los padres versus hacia los iguales ha sido sustituido por la aplica-
ción de inventarios de sentimientos en los que se pedía a los chicos hacer elec-
ciones que después serían clasificadas por los investigadores según estos dos
tipos de categorías. Sus resultados confirman las anteriores conclusiones. Es
decir, que se produce, ciertamente, un cambio en la adolescencia en cuanto a
la orientación social; el cambio se dirige hacia la orientación de los iguales,
pero sin asumir necesariamente que se produzca un alejamiento de los padres
por parte del adolescente.
255
proceso esencialmente activo sustentado por dos pilares básicos: la madura-
ción mental del individuo y su interacción social. Estos dos mecanismos psico-
lógicos son los responsables de que el sujeto se desplace desde la sumisión a
la autoridad-heteronomía hasta la aceptación de la reciprocidad o la coopera-
ción, que representa la autonomía moral. El desarrollo de esta moral autó-
noma, última etapa de esta evolución moral, acaba, según Piaget, al final de la
niñez y se da, sobre todo, como fruto de la interacción con los iguales.
Kohlberg (1969, 1976) que se inserta dentro de la corriente teórica piage-
tiana, cree que la madurez cognitiva como la interacción entre iguales reali-
zada en la infancia y primeros años de la adolescencia es una condición nece-
saria, pero no suficiente para el desarrollo moral; que la madurez moral
requiere también otros rasgos personales y otros tipos de experiencias. Du-
rante los años de la infancia y adolescencia, la experiencia determinante del
desarrollo moral es ciertamente cognitiva. Pero después de la experiencia
adolescente existen otros tipos de experiencias que pueden influir decisiva-
mente en el cambio evolutivo. Uno de ellos se obtiene al vivir fuera de la fa-
milia formando parte de una comunidad en la que convive con personas de
posiciones ideológicas diferentes, dando lugar a contextos sociales regular-
mente conflictivos que cuestionan muchas veces la propia identidad. Una ver-
sión de esta experiencia juvenil es la vida en los Colegios Mayores Universita-
rios. La otra experiencia alude a la responsabilidad profunda por el bienestar
por los demás.
Según esto, el desarrollo moral no acaba, contrariamente a lo que indica
Piaget, con la infancia, sino que se prolonga a través de la adolescencia como
etapa de transición, desde una moral preconvencional, según terminología de
Kohlberg, hasta otra llamada postconvencional o de principios, propia de la
edad adulta.
Según Ausubel (1952) el desarrollo moral viene a ser como una subserie
del proceso global de desatelización de la persona. En este desarrollo cabe
distinguir diversas etapas: la etapa presatelizante, en la que existe un someti-
miento a la autoridad más que una aceptación; la etapa satelizante en la que
el niño se da cuenta de la dependencia de sus padres y de la necesidad de asu-
mir sus valores; la etapa satelizante final en la que el niño consuma la interna-
lización y asimilación de los valores morales parentales; la etapa desateli-
zante, que se extiende a través de la adolescencia y que se caracteriza porque
los sentimientos de responsabilidad moral adquieren una dimensión social y
dejan de centrarse en la relación entre padres e hijos. Se toman principios de
justicia y responsabilidad más abstractos que se fundan en relaciones exterio-
res a la familia inmediata.
El comienzo de este período de desatelización durante la adolescencia si-
gue, no obstante, centrado en la moral convencional y en mantener la autori-
dad; pero no ya bajo la idea de obligación unilateral y del respeto a los adul-
256
tos, sino basado en unas obligaciones recíprocas puestas de relieve por las ins-
tituciones convencionales de la sociedad.
Estos cambios se llevan a cabo por las modificaciones que surgen en las re-
laciones entre padres e hijos a través de la adolescencia, así como por la pro-
pia maduración de las facultades perceptual y cognitiva: si el individuo consi-
deraba antes a los padres como fuentes de autoridad moral, ahora será al
grupo al que considerará como fuente de «status» primario y tenderá a com-
pletar a aquéllos como fuente de dicha autoridad. Pero para Ausubel no es ne-
cesario que durante la adolescencia se dé un repudio de la autoridad paterna y
de los lazos filiales para adquirir concepciones maduras de responsabilidad
moral, culpabilidad fundada en la intención, en las necesidades interpersona-
les y en las obligaciones recíprocas. Lo único que se necesita es un cambio en
las necesidades de «status» y de dependencia, pero con la suficiente experien-
cia social como para entender las relaciones de autoridad existentes.
Una reciente investigación de Moraleda (1992) llega a confirmar en cierto
modo esta hipótesis de Ausubel en su concepción del desarrollo moral en la
adolescencia como un proceso global de desatelización y transición de la per-
sona desde una moral de sometimiento a la autoridad a una moral de princi-
pios morales de la edad adulta. A través de los resultados obtenidos en esta
investigación, Moraleda llega a distinguir en este estadio tres fases de desa-
rrollo de diferente nivel de complejidad: Una primera fase de moral conven-
cional basada en las expectativas interpersonales y mutua conformidad inter-
personal, que coincide básicamente con el estadio evolutivo llamado pubertad
(12-14 años). Una segunda fase de racionalismo moral, idealista e intransi-
gente, que coincide básicamente con el estadio evolutivo llamado adolescen-
cia (15-17 años), y que se caracteriza porque el pensamiento moral de los su-
jetos es menos convencional y, por el contrario, tiende a apoyarse más en el
juicio personal. El adolescente sobrestima su facultad recién adquirida de
pensamiento formal y cree captar en conceptos la complejidad de la vida y así
establece reglas morales comunes que violentan los casos particulares. De-
bido a su idealismo moral intransigente y arbitrario, pero también a su falta
de experiencia, los adolescentes intentan reconstruir los principios morales
desde una perspectiva personal, rechazando en bloque la moral convencional
adulta, sobre todo aquellos que han estado vinculados a su mundo de la infan-
cia. Este rechazo de la normativa tradicional y esta búsqueda de una nueva
ética va unida en ellos a una marcada tendencia a la autenticidad y sinceridad
frente a los que acusan de inconformismo y fidelidad a la ética tradicional.
Una tercera fase de equilibrio entre el racionalismo moral idealista y el racio-
nalismo crítico, coincide con el estadio llamado juventud (18-24 años). Carac-
terística del pensamiento moral de esta fase es que, unido a los progresos del
pensamiento formal y a la socialización, los individuos llegan a una mejor
comprensión de la existencia de una serie de valores y derechos universales,
como la vida, la familia, la justicia, etc., que pueden ser defendidos en cual-
quier sociedad y a pesar de la opinión mayoritaria. Pero la mayoría de los
adolescentes ya no sobrestima este mundo de los principios morales ideales
como ocurría en la fase anterior. Ahora examinan críticamente. Su gran des-
257
cubrimiento es que muchos de esos principios morales son relativos a ciertos
grupos o a ciertas situaciones. Esta aproximación crítica al mundo objetivo
conduce a muchos jóvenes al realismo moral de la edad adulta, pero sin
desembocar en ésta. Ahora bien, el idealismo y realismo moral quedan, du-
rante esta fase hasta cierto modo equilibrados: junto a sus expectativas de una
moral ideal totalmente nueva, se da en ellos la necesidad de ser cautos y con-
frontar sus criterios morales con los demás, sobre todo con aquellos adultos
que les merecen confianza.
258
13.2. PAUTAS DIFERENCIALES DE DESARROLLO
EN LA EMANCIPACIÓN DE LOS ADOLESCENTES
b) El estilo de relación mantenida por los padres con sus hijos: La facili-
dad o dificultad en la adquisición de la independencia y autonomía por los
adolescentes parece ser que está también relacionada en gran medida con el
modo de ejercer los padres la autoridad en el hogar.
Un factor evidentemente importante, indican Mussen y cols. (1971), es la
predisposición de los padres a ejercer control y autoridad versus libertad y
autonomía con los hijos. Los padres que estimulan la creciente autonomía a
medida que el niño va aumentando en edad, aunque se interesen en sus deci-
siones y se reserven alguna responsabilidad, probablemente fomentarán en
ellos la responsabilidad y la independencia (Eider, 1962). Mientras que los
padres autocráticos o autoritarios tenderán a sofocar la adquisición ordenada
de las respuestas de independencia; en tanto que los indiferentes o totalmente
permisivos tal vez no fomenten el desarrollo del sentido de la responsabilidad.
Eider (1972) a partir de las estimaciones que un grupo de 7.400 adolescentes
de Estados Unidos hicieron de las técnicas empleadas por sus padres en la
crianza de sus hijos, llegó a definir siete estilos diferentes en esta crianza:
259
— Democrático: los adolescentes participan libremente en el análisis de
las cuestiones particulares a su propia conducta e incluso pueden tomar deci-
siones. Sin embargo, la decisión final es tomada siempre por los padres o al
menos cuenta con su aprobación.
— Igualitario: aquí los papeles presentan unas diferencias mínimas. Pa-
dres y adolescentes participan en igual medida en la toma de decisiones perti-
nentes a la conducta del adolescente.
— Permisivo: el adolescente participa de modo más activo e influyente
que los padres en la formulación de decisiones que le conciernen.
— «Laissez-faire»: en este tipo de relación el adolescente tiene la facultad
de acatar o desacatar los deseos de los padres al tomar sus decisiones.
— Indiferentes: este tipo de estructura relacional, si es que se la puede
considerar como tal, supone una completa indiferencia por parte de los pa-
dres en lo que respecta a dirigir la conducta de los adolescentes.
Porcentaje de adolescentes según el estilo de relación que mantienen con ellos sus padres.
(Eider, 1962)2).
261
Porcentaje de adolescentes según los tipos de control de sus padres, frecuencia en sus explicaciones
y tipos de autonomía (Eider, 1963).
Dependencia-independencia
de los adolescentes:
Desconfianza Confianza
262
desatelización). Se ha encontrado bastante apoyo para la hipótesis de que la
calidad de las relaciones con los adultos influye en el grado de implicación o
pertenencia a un grupo de iguales. En un estudio de Iacovetta (1975) reali-
zado con 600 estudiantes encontró, en efecto, que la mayoría de los que seña-
laron que su interacción con los padres era negativa, empleaban mayor canti-
dad de tiempo en el grupo de iguales que aquellos que señalaban que su
relación con los padres era positiva.
Son también numerosas las investigaciones que han llegado a establecer
un nexo evidente entre otros tipos de atributos y comportamientos de los pa-
dres y el desarrollo de la autonomía e independencia en los adolescentes. Dos
son las dimensiones que, según Baldwin, Kalhorne y Bréese (1949) y Schaefer
(1959) parecen ser importantes en el desarrollo de estas dimensiones de la
personalidad. La una radica en la cuantía de la dedicación afectiva de los pa-
dres (en su aspecto negativo sería el retraimiento o el repudio); la otra estriba
en las oportunidades de desplegar su personalidad que conceden al hijo (en su
aspecto negativo sería la represión y el control excesivo de su conducta). A
estas dos dimensiones Becker (1964) ha añadido una tercera: la de acerca-
miento ansioso y emocional contra alejamiento frío. Vamos a centrarnos aquí
en las dos primeras dimensiones ya que la investigación se ha ocupado más
de ellas.
263
Cuando aparece combinada la severidad con la hostilidad las consecuen-
cias en el adolescente parecen ser la retracción social, la ansiedad y ciertas
formas de agresión dirigidas contra uno mismo (Watson, 1957).
264
a) La distancia generacional: En esta edad suelen surgir conflictos y di-
vergencias de opiniones, sobre todo, en aquellos temas en los que, por creerse
el adolescente tanto o más informado o competente que sus padres, quiere
imponer su parecer frente al de ellos. Como, por ejemplo, los temas referen-
tes a la moda en el vestir, los contactos sociales, vida sexual, opiniones políti-
cas, creencias religiosas, conocimientos científicos, gustos e intereses, etc. Son
temas que según la investigación de Dubbe (1965) por ser frecuente ocasión
de fricción con los padres, los adolescentes los rehúyen en sus conversaciones
con ellos.
No cabe duda que en tales conflictos entran en juego las diferentes
posturas de las distintas generaciones. La actitud de los adultos, indica
Nickel (1978), determinada frecuentemente por experiencias lejanas en el
tiempo y consolidadas en ellos de tal modo que llegan a convertirse en la
única norma válida de conducta, se enfrenta con la postura de la nueva
generación que desea vivir sus propias experiencias y que desautoriza a aque-
llas otras nacidas de un mundo que ha sufrido desde entonces cambios tan
vertiginosos.
Sería, con todo, una simplificación gratuita del problema el querer ver en
las dificultades del adolescente por conseguir su independencia y autonomía
tan sólo un conflicto generacional. Lo cierto es que los estudios realizados so-
bre la actitud entre adolescentes y sus padres nos revelan pocas evidencias de
la existencia de esta distancia generacional. De hecho, aparece una sorpren-
dente consistencia entre los dos grupos (Harmid y Wyllie, 1980). Un modo de
medir esta consistencia de actitudes consiste en administrar el mismo cuestio-
nario a los adolescentes y a los padres (como, por ejemplo, el cuestionario de
Tópicos Contemporáneos). En una de estas aplicaciones realizadas por Olfoff
y Weistock, 1975) se encontró que los adolescentes llegaban a mostrar un
acuerdo con sus padres del orden del 80 % en los elementos de este cuestio-
nario. Si bien es interesante resaltar cómo los adolescentes tienden a sobresti-
mar estas diferencias de actitudes entre ellos y sus padres, mientras que los
padres tienden a subestimarlas (Lerner y Knapp, 1975). El término, pues, de
distancia generacional que se ha venido utilizando en los últimos años como
explicación de los posibles conflictos entre padres e hijos es un tanto abusivo.
El que surjan complicaciones en el desarrollo de la autonomía de los hijos de-
pende no tanto de dicha distancia, cuanto del comportamiento y grado de
comprensión, flexibilidad y tolerancia de la generación adulta, sobre todo de
los padres y educadores.
265
No ocurre así con los chicos y chicas de nuestra cultura occidental. Cuando
un chico o una chica de nuestra cultura quiere alcanzar determinadas cotas de
independencia se ve sometido a multitud de conflictos y tensiones. Una oca-
sión de conflicto radica en la inconsistencia de nuestra sociedad en sus expec-
tativas sobre los adolescentes y jóvenes en torno a la conquista de esta liber-
tad: pues, si por un lado se les anima a ser independientes y autónomos, por
otro se les presenta multitud de obstáculos para que lo consigan. Tal es lo que
ocurre, por ejemplo, con muchos de los ideales de vida propuestos a los ado-
lescentes: conseguir un trabajo digno, formar un hogar propio, etc., condicio-
nes necesarias para una vida autónoma e independiente pero cuya consecu-
ción se ve precedida de modo necesario por multitud de obstáculos, tales
como la necesidad de realizar antes largos estudios, encontrar una colocación,
seguridad económica, etc., que prolongan la situación de dependencia de los
padres muchas veces hasta edades avanzadas.
Esta incongruencia entre las demandas de la sociedad hacia una mayor in-
dependencia y los obstáculos que presenta luego para conseguirla suele ser
para el adolescente fuente de ansiedad y conflicto.
Otra fuente de conflicto radica en la frecuente incongruencia entre las le-
yes y formas institucionalizadas de reconocer la creciente independencia de
los adolescentes. Una edad es la de ser penalmente responsable de sus actos,
otra la de ser ciudadano con plenos derechos; una en la que se considera al in-
dividuo competente para conducir un automóvil y otra para poder trabajar,
poder casarse, ser propietario, beber bebidas alcohólicas, comprar tabaco, etc.
Así pues, un adolescente que tiene que enfrentarse a los problemas de la tran-
sición desde la dependencia infantil hasta la independencia adulta, lo que más
le llamará la atención no es el acuerdo de expectativas de los adultos, sino
más bien su grado de discrepancia. En unos casos, y respecto a determinadas
personas, descubrirá que son recompensadas las respuestas independientes y
en otros casos, y respecto a otras personas, descubrirá que, por el contrario,
son castigadas. La escuela, la iglesia, los miembros de determinadas clases so-
ciales e incluso los padres del adolescente pueden tener ideas diferentes
acerca del momento conveniente para que la protección y guía de los adultos
ceda su lugar a una mayor responsabilidad individual (Mussen y cols., 1971).
Esta incongruencia podrá observarla el adolescente a su alrededor en el
modo distinto de entenderse la autonomía e independencia en esta edad en
los diferentes hogares de sus compañeros. Así podrá observar, por ejemplo,
cómo a alguno de estos compañeros se le permite decidir cómo gastar su di-
nero, usar el coche de la familia, salir hasta altas horas de la madrugada con
los amigos, elegir su propia profesión, etc., mientras que a otros de la misma
edad esas cosas les son negadas por sus padres.
Pero aun dentro de su mismo hogar puede ocurrir que su padre y su madre
tengan concepciones diferentes respecto al nivel de independencia que se
debe conceder a los hijos. Que tengan sentimientos distintos respecto a esta
independencia. O que incluso esta inconsistencia respecto a la emancipación
de los hijos se dé en una misma persona, en cada uno de sus padres. Los in-
vestigadores señalan diversas causas de esta posible inconsistencia personal.
266
En algunos casos puede ser un simple reflejo de la confusión que se tiene res-
pecto al papel que la sociedad espera que desempeñen los padres. ¿En qué
momento debe permitir a su hijo tal o cual comportamiento? Más frecuente-
mente esta inconsistencia de los padres es el resultado de sus propias necesi-
dades que son contradictorias; necesidades profundamente arraigadas y que
son con frecuencia inconscientes (en ocasiones desean los padres, por ejem-
plo, que los hijos manejen sus propios asuntos, porque lo ven necesario, mas
al mismo tiempo desearían seguir protegiéndoles de los aspectos desagrada-
bles de la existencia).
Pueden existir otras posibles causas de las inconsistencias de los padres: la
necesidad de mostrarse todopoderoso y omnisciente ante los demás por no
haber sido suficientemente reconocido por la sociedad y, en consecuencia, es-
tar receloso de conceder la independencia al hijo; la proyección de los propios
deseos ilícitos del padre en el hijo y el temor consiguiente de que éste pueda
hacer lo mismo que él desea inconscientemente si tuviera libertad; los celos
inconscientes del hijo que le llevan a no permitir que él disfrute de aquellas
cosas que ellos como padres no pudieron disfrutar, etc.
La causa, no obstante, más común de la ambivalencia de los padres res-
pecto a la concesión de libertad a los hijos es, indican Mussen y cols. (1971), el
pensamiento, por una parte, de que éstos tendrán que valerse un día por sí so-
los; pero, al mismo tiempo, el temor de que el proceso de convertirse en indi-
viduos independientes pueda causarles profundas heridas.
Estas diferencias de concepción y sentimientos probablemente se refleja-
rán en pautas de conducta inconsistentes de los padres como ocurre, por
ejemplo, cuando se les pide que sean independientes en ciertos casos y, al
mismo tiempo, se les castiga cuando se manifiestan como tales en otros. Los
adolescentes en estos casos se sentirán inseguros y confusos: tal vez desean
ser libres, pero puede que con igual fuerza deseen la seguridad y falta de res-
ponsabilidad ligadas a la continua dependencia. Por lo cual se sentirán atrapa-
dos en un conflicto personal. Cuando a estas inconsistencias del ambiente se
suman las propias incertidumbres de la edad, ya no se sorprende uno de en-
contrar que el camino que tiene que recorrer el adolescente para llegar a la
madurez resulte espinoso tanto para el individuo como para sus padres (Rué,
1960).
267
Existen adultos que psicosociológicamente siguen siendo eternos adoles-
centes y que Sebald (1976) describe del modo siguiente: sujetos de un patrón
conductual caracterizado por un sentimiento de inferioridad, incapacidad de
tomar decisiones, pautas de comportamiento irresponsable, ansiedad, parasi-
tismo emocional, egocentrismo y narcisismo. Este patrón de conducta estaría
relacionado con una madre de las siguientes características: de clase media,
educación superior e incluso preparación científica, con un marido periférica-
mente ocupado de los hijos; una madre que, aun habiendo tenido posibilida-
des de haber desempeñado una carrera profesional, ha renunciado a ella para
ocuparse del hogar y formar a su hijo perfecto, lo cual trata de conseguirlo
mediante técnicas educativas basadas en el amor.
13.6. BIBLIOGRAFÍA
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269
14. Ideología y valores en la adolescencia
Florencio Vicente Castro
Por tanto, ante la ideología y ante los valores, se ponen en juego distintos
mecanismos como son los que dependen de que toda ideología o valor im-
plica:
271
a) Una elección en tanto que aceptación o rechazo comparado con otro
valor.
b) Un elector o grupo de electores que ejecutan la elección.
c) Exige igualmente unas motivaciones o razones para esa elección.
Aplicado todo ello a ese período crítico adolescente vemos que referente a
la elección frente a un valor, ciertamente éste ha de ser sentido (consciente o
inconscientemente) como tal valor y es obvio que ello viene condicionado por
las experiencias e influencias anteriores de la vida. Pero en el caso que nos
ocupa, el adolescente, esta elección es más difícil porque el adolescente se en-
cuentra precisamente con el deseo y el imperativo, psicológico, de romper con
el mundo anterior, al mismo tiempo que mantiene el efecto de lo vivido como
valor en la etapa anterior, como veremos después.
En cuanto al elector, el adolescente, se encuentra dentro de la bipolaridad
de opciones sin que ninguna de ellas le satisfaga plenamente. De ahí su pro-
ceso crítico.
El tercer aspecto, el de los motivos de la elección, ocasiona también en el
adolescente una ruptura frecuente de sentimientos, una fase de contradiccio-
nes unida a su propio desarrollo físico y social. De ahí que con certeza hable-
mos de la mutabilidad de los valores y de las ideologías en los adolescentes,
así como una cierta fase ciclotímica de los adolescentes que les hacen sentirse
realmente mal.
Estas dificultades provienen de que el adolescente está continuamente en
un proceso de cambio.
Vamos a exponer a continuación qué significa y qué implicaciones tiene
ese cambio.
272
14.2.1. Cambio físico, cambio social
Junto a los desproporcionados cambios ocurridos en el evolucionar del
niño al púber y adolescente, resalta como el más impresionante, somática-
mente considerado, el brusco crecimiento de sus estructuras corporales. Pero
ello lleva unido otro gigantesco cambio: el cambio de sus profundas y desco-
nocidas «arquitecturas» psíquicas, que, sin orden ni directriz durante estos
años, buscarán y tratarán de ordenarse, estructurarse, adaptarse y formar
nuevamente un todo psicosomático nacido de aquel caos indiferenciado. Es
difícil encontrar a los adolescentes estructurados plenamente y con un todo
coherente de valores por los que actuar.
2. Schonfeld, W. A.: «La psiquiatría del adolescente, un reto para todos los psiquiatras». En Psi-
copatología y Adolescencia, núm. 7.1971.
273
la situación de adaptarse a la situación heterosexual y, de otro, al despertar de
sus pulsiones edípicas. En este sentido se hace indispensable pasar de la iden-
tificación con los padres y adultos a un nuevo tipo de identificación. Se hace
necesario pasar de los valores que representan los padres a los valores que se
aceptan como propios. Se entra en la lucha de lo que se ha vivido como valor
y que se desea olvidar o que desaparezca del entorno vital de cada uno, para
aceptar «con el arte de la imaginación y la fantasía» lo que empieza a satisfa-
cerles más.
Como dice Canestrari,3 el adolescente pasa a cuestionar gran parte de las
certezas y defensas de la edad de la latencia, tales como la certeza de la om-
nisciencia y omnipotencia de los adultos, la certeza de la univocidad de la
realidad externa, la certeza de la simplificación de la vida interior y la certeza
de la existencia de un esquema de referencias externas como guía estable y
segura. De ahí su mundo de dudas frente a los valores de los mayores. A ve-
ces ello le lleva a una deformación inexacta de la realidad. Todo su mundo se
mueve en tremendas ambivalencias.
Ambivalencias no sólo con respecto a la percepción de su cuerpo en cam-
bio, sino también con respecto a su identidad, pues ambivalencias se mueven
entre el deseo meramente instintivo y el idealismo racional; entre la inseguri-
dad y la afirmación de su Yo, entre el radicalismo fanático y la tolerancia más
permisiva.
Varias podrían ser, a este respecto, las características y las luchas en el
mundo interno y de valores por las que pasa el adolescente y que van desde la
debilidad e inestabilidad emocional apoyada en la duda e incertidumbre hacia
todo, en esa obligación de elegir, de tomar postura y de situarse en el mundo
con lo que es y con lo que desea ser, hasta la dramatización de toda situación
existencial generadora de heroicidad, sublimidad, altruismo etc., que posee el
joven; o, por otro lado, desde la impulsividad o tendencia a la violencia instin-
tiva que busca la satisfacción inmediata de las pulsiones; o las frustraciones
sentidas por estar presionado por esta sociedad competitiva que crea y ali-
menta necesidades sin ofrecer posibilidades de satisfacerlas, hasta, final-
mente, la iniciación y el crecimiento del sentido de la independencia y la auto-
nomía personal.4
En este sentido también Piaget habla de cómo lo posible desplaza, en el
adolescente, a lo real y a lo actual.
Es, pues, durante esta fase cuando el adolescente trata de buscar su identi-
dad personal con relación a los diferentes papeles sociales, a los valores y nor-
mas éticos, a sus relaciones interpersonales, a su autonomía, etc. En una pala-
bra, el adolescente trata de salir airoso de su «crisis de identidad». Crisis de
identidad que pone en juego toda una serie de ideologías y valores diferentes
en relación a los cambios por los que va pasando.
274
Así, el joven se enfrenta a nuevos valores respecto a su identidad personal
en relación con la serie de papeles sociales que el entorno le ofrece. Y a los
que frecuentemente ofrece respuestas ideales más que reales.
Igualmente el adolescente acepta, critica y rechaza la sumisión ante deter-
minados valores éticos dominantes, frente a los que debe conectar su identi-
dad sin encontrarse satisfecho de ello. En este sentido, pone en juego su crí-
tica sobre determinadas ambiciones sociales específicas donde aparece el
tener frente al ser, sin plena justificación.
También pone en juicio el sistema de valores existente en las relaciones in-
terpersonales, frente a la ficción, la hipocresía, o el engaño. Él busca las rela-
ciones interpersonales plenas.
Es igualmente importante el nuevo valor que se imprime al deseo de lo-
grar la autonomía e independencia de los padres, de los adultos, etc.
Finalmente, entra en juego el nuevo papel de los valores referentes al lo-
gro de la identidad sexual.
275
crecimiento de organizaciones, la burocratización de los contactos humanos
han cambiado el papel y los valores sociales dominantes de los adolescentes.
Ajuriaguerra señala que los conflictos de la adolescencia se resolvían antes
mediante procesos de interiorización y sublimación, reprimiendo los impul-
sos; la sexualidad era culpabilizadora y los ideales y valores eran los de la fa-
milia. Se castigaba la transgresión de la norma, y ello incluso tranquilizaba al
adolescente. Se daban el pudor y la vergüenza, la monotonía y la melancolía,
pero también la seguridad y la tranquilidad, lograda mediante diferentes me-
canismos compensatorios.
276
determinado individuo tiene dentro de la sociedad y, por tanto, desde un
principio se ha diferenciado el criterio y la autovisión subjetiva ya para el
hombre, ya para la mujer.
En la búsqueda de definir y diferenciar el concepto de «bueno» o de sus
opuestos trabajaron intensamente los griegos estimulados por los contactos
interculturales y la comparación de sus costumbres con las de otros pueblos a
los que llegaron en sus viajes. Los cronistas contaban las diferentes costum-
bres, los filósofos se esforzaron en buscar una medida o una regla con la que
medir los distintos comportamientos. ¿Por qué unos comportamientos se juz-
gaban mejor que otros? Con una gran dosis de relativismo cultural se negaron
a defender que una acción o un comportamiento era mejor que otro por ser el
comportamiento de su propio pueblo. La medida que les permitía ordenar sus
costumbres era la «phisis», la naturaleza. Era menos natural, por ejemplo, la
costumbre de las mujeres escitas de cortarse el pecho que la de las atenienses
que no lo hacían y así otros muchos aspectos conductuales.
Pero se seguían y nos seguimos preguntando: ¿Hasta qué punto la Phisis
puede dar rigor al pensamiento de un hombre o hacerlo justo y exacto? En
nuestra cultura occidental se empieza a hablar del rigor del pensamiento
cuando se somete todo a la reflexión filosófica. Pero con esa misma filosofía
entra la duda sobre la verdad, sobre lo bello y sobre lo bueno. Platón puso la
realidad y la verdad fuera del hombre, en un mundo de ideas subsistentes.
Aristóteles las puso en este mundo, en las cosas y en el hombre: las cosas
cambian porque no son completamente lo que son, ya que son, al mismo
tiempo, en potencia, algo distinto y hasta contrario a lo que son en acto. Pla-
tón sentenció que el hombre, en este mundo, sólo percibe falacias, y para lle-
gar a la verdad tiene que entrar dentro de sí y, por un difuso recuerdo, revivir
jirones de lo que conoció antes, cuando habitó, él mismo, en ese mundo supe-
rior de las ideas y de la verdad de donde fue expulsado por alguna transgre-
sión. Aristóteles enseñó que parte de la realidad está en la mente cuando abs-
trae y también parte está en la realidad, cuando se adecúa a las cosas como
son en sí mismas. La verdad para ambos resulta siempre difícil de conocer.
Desde Aristóteles a nuestros días y en ese contexto cultural por él iniciado
(occidental) se afianza el hecho de que todos creemos tener un conocimiento
experiencial (subjetivo) del bien y el mal, de lo bueno y lo malo.
Cuando desde las diversas orientaciones actuales se quiere seguir reflexio-
nando sobre esa inicial posición filosófica y se quieren encontrar razones ex-
plicativas de las conductas, se recurre, como en los tiempos griegos, a «rece-
tas» con las que dar orientaciones o soluciones a la conducta. Se trata de dar
una explicación de hechos fácticos conformes a realidades normativas o a
transgresiones de lo normativo.
La phisis no es explicativa de las diferencias culturales en cuanto, por
ejemplo, a la diferente valoración de los distintos comportamientos sociales, y
en cuanto a las distintas expectativas que se atribuyen a cada edad de la vida.
Hoy día el estudio de la adecuación del individuo al comportamiento mo-
ral, de los valores y de las diversas ideologías, es uno de los elementos de
estudio del desarrollo psicológico. Se independiza así la ética de las ciencias
277
religiosas, teológicas y morales y entra en el campo de la psicología, la socio-
logía y, en general, en las ciencias sociales. En este sentido, la definición y los
términos para explicar la moralidad, las ideologías y los valores, se relativiza y
depende más de la orientación que se da a la investigación que se realiza que
a la misma ciencia en sí. Son por ello dispares las definiciones y diversos los
criterios y orientaciones dados a esta ciencia.
Dice Hurlock (1966) que la moral es la conformidad con el conjunto de
normas, con el código moral, del grupo social. Conformidad aceptada volunta-
riamente y que representa la transición de la autoridad externa a la autoridad
interna. Es, por tanto, un comportamiento regulado desde el interior, con res-
ponsabilidad personal en ello.
Los conceptos morales, por tanto, son las reglas a las que se han ido acos-
tumbrando, a través del tiempo, los individuos de una determinada cultura,
cuyas reglas marcan las formas de conducta de todos los miembros de dicha
cultura. Así, podemos decir que actuar de forma moral es actuar en conformi-
dad con las normas de conducta del grupo. Cabe en este sentido preguntarse:
¿Esas normas son diferentes para cada edad dentro del grupo en Tazón de la
misma edad, o en razón de las mismas normas, independientemente de la
edad a que se apliquen?
No debemos, sin embargo, confundir la conducta moral o amoral de un in-
dividuo con la conducta ética, ya que ésta se enmarca en un contexto mucho
más amplio y estudia la conducta humana en general y no sólo la de un deter-
minado grupo cultural, o de edad, en particular.
Si la moralidad es tal y como la hemos definido, la inmoralidad, la trans-
gresión, es la falta de conformidad con las exigencias de dicho grupo. Un indi-
viduo inmoral es aquel que intencionadamente viola las normas, porque no se
siente identificado con ellas o porque no siente la obligación de someterse a
ellas. Generalmente, esta falta de voluntad de los sujetos por conformarse con
las reglas deriva de su creencia en que no debe nada al grupo ya que éste no
le ha tratado favorablemente, y se siente resentido. O de la creencia de que él
debe sentirse a sí mismo, y se encuentra más cuando decide por sí y no son los
otros, los que a través de la norma, deciden por él. La transgresión es, psicoló-
gicamente, necesaria para la evolución de una persona. La transgresión, en
cuanto que supone tener opiniones distintas de los padres, de la sociedad,
buscar experiencias personales, salir del «claustro» materno, es una necesidad
evolutiva y el principio de la moralidad autónoma experiencial que se ad-
quiere en años anteriores a la adolescencia y se madura en la adolescencia.
278
Existen diversos métodos por los que un niño, y posteriormente el adoles-
cente, puede aprender a comportarse de una forma socialmente aceptable o
inaceptable, como forma de expresar su personalidad. Estos diversos modos
son:
• por ensayo-error,
• por identificación,
• por enseñanza directa.
Los más usuales son los dos últimos, ya que con el primero no se obtienen
unos resultados satisfactorios. En los adolescentes, como vemos, se actúa con-
tradictoriamente en este caso. Por un lado, se tiene presente la identificación
con los padres realizada durante tantos años de infancia y, por otro, se lucha
por independizarse. Incluso, en este sentido, el rasgo de identificación con el
padre o la madre también es diferente según se sea varón o mujer.
Los trabajos de Gilligan (1982) sobre la evolución diferencial del juicio
moral en varón/mujer muestran que al llegar a la adolescencia las niñas pre-
sentan una identificación basada en una ética del cuidado, mientras que en los
varones lo que prevalece es la lógica de la justicia. Pero al ser ambos evalua-
dos con métodos diseñados basándose en patrones masculinos, como la escala
de Kohlberg, las niñas aun poseyendo una sólida ética del cuidado y del so-
metimiento y responsabilidad y una muy avanzada lógica de la elección, serán
clasificadas como alcanzando un menor nivel de independencia; mientras que
los varones, en aras de mayor libertad y de valores más sociales, alcanzan an-
tes la aceptación social de independencia.
279
Vemos, pues, que en la educación moral y de los valores, al igual que en
todos los aspectos de la educación, uno de los problemas que nos planteamos
es saber cómo el grado de aprendizaje adquirido en una determinada situa-
ción actuará en un nuevo y diferente comportamiento y de cómo podrá po-
tenciar la asunción estable de ese comportamiento con la maduración y con el
crecimiento del individuo.
Thorndike sostiene que el grado de transferencia de una situación a otra
depende del grado de extensión en que existen elementos comunes en las dos
situaciones. Pero los elementos de dos situaciones no son comunes más que
cuando el individuo que reacciona e interactúa, las considera como tales. Por
consiguiente, es correcto, a nuestro juicio, desde el punto de vista educacio-
nal, ayudar a los niños en el análisis de las nuevas situaciones, a fin de que
puedan descubrir en ellas los elementos que les son comunes y a partir de esa
situación, y tras la superación de las dudas sobre lo que hay de propio en el
comportamiento del adolescente, hacer suya la decisión de actuar libremente
con ese criterio ante situaciones semejantes.
Los jóvenes y adolescentes necesitan de sus experiencias para aprender,
porque, no sólo las generalizaciones, las transferencias no se establecen sin la
existencia de experiencias concretas variadas, sino que nunca actúan sino en
presencia de éstas. Por tanto, un niño habrá de ser educado de forma que sea
capaz de ver libremente las posibilidades de aplicación de lo que ha aprendido
en situaciones nuevas e imprevistas. Igualmente le ocurre al adolescente. No se
dará un grado de madurez suficiente en su proceso de independencia y autono-
mía, mientras no haya sometido a contraste todos sus motivos de actuación.
14.4.2.2. Identificación
280
ñera selectiva y que hace que interiorice ciertos valores con preferencia a
otros. Todo ello se realiza en dos fases: «contagio cultural» e «imitación moti-
vada».
A medida que el niño va creciendo, cambian sus modelos de conducta, se
identifica con personas diferentes. En los años preescolares, por ejemplo,
se identifica con su padre o con su hermano mayor, normalmente del mismo
sexo; más tarde lo hace con su maestro, para después pasar a identificarse con
un miembro de su pandilla. También es posible que los niños se identifiquen
con el personaje de un libro, de una película o de la televisión, o incluso de los
tebeos. Pero esta identificación con personajes de ficción puede resultar no-
civa para un buen desarrollo moral del niño, si los modelos que imita no son
moralmente aceptables como puede ser un héroe que se toma la justicia por
su mano.
Vemos, pues, la importancia de la identificación como fuente de aprendi-
zaje de la conducta moral del niño y más aún si tenemos en cuenta la impor-
tancia que adquiere conforme el niño se hace mayor y se rebela contra la dis-
ciplina de la casa y de la escuela. El problema queda solucionado si encuentra
a alguien con quien identificarse, y este modelo es socialmente aceptado.
La diferencia en cuanto a la repercusión social de los distintos papeles so-
ciales del hombre y de la mujer son manifiestos y por ello la identificación de
las niñas con sus respectivos papeles sociales son igualmente manifiestos, en
una sociedad que, como la denomina Zilborg, puede considerarse falocén-
trica. De ahí que la niña tenga, desde su más temprana infancia, dificultades
de aceptarse al mismo nivel que el niño.
Sin embargo, este proceso de identificación también sufre un duro y
brusco cambio con la llegada del individuo a la adolescencia.
Los adolescentes necesitan discrepar para sentirse a sí mismos como desli-
gados de esa edad en que la unión con los mayores era acrítica. Sin embargo,
como dice Moraleda: «La mayoría de los jóvenes, con todo, manifiestan que
existe una gran coincidencia entre ellos y sus padres».
281
ción del individuo y la disciplina que recibe son buenos. Sin embargo, le re-
sulta difícil asumir la responsabilidad de tenerse que someter a estos princi-
pios y, por ello, si no está suficientemente motivado, aunque sepa qué debe
hacer, no siempre lo hará.
El desarrollo de los conceptos morales no aparece aislado sino que está ín-
timamente relacionado con todos los aspectos del desarrollo de los sujetos
(desarrollo cognitivo, social, emocional y cultural).
La manera en que estos conceptos morales se van formando en la persona
y la relación existente entre ellos y su conducta moral, han dado lugar a dife-
rentes teorías acerca del desarrollo moral.
14.5.1.1. Piaget
Piaget ha sido uno de los grandes psicólogos que han investigado el desa-
rrollo moral del niño. En su obra «El criterio moral en el niño», es donde co-
mienza a hablarnos de la importancia de las reglas para el niño, ya que para
él, «toda moral consiste en un sistema de reglas y la esencia de cualquier mora-
lidad hay que buscarla en el respeto que el individuo adquiere hacia estas
reglas».
Para trabajar con los niños Piaget eligió un sistema de reglas conocidas y
elaboradas por ellos mismos que le permitieron saber qué pensaban y cómo
actuaban los niños ante las mismas.
Este sistema de reglas fue el del juego de las canicas planteándose Piaget
primeramente dos cuestiones:
282
l.er estadio: motor o individual, donde el niño realiza una actividad mani-
pulativa en función de sus propios deseos y de sus necesidades motrices. Esta-
blece esquemas ritualizados, pero el juego sigue siendo individual, con lo cual
no se da una sumisión a algo superior al yo, sumisión necesaria para la apari-
ción de las reglas, y, por tanto, sólo podemos hablar de reglas motrices, no de
reglas propiamente colectivas.
2.° estadio: es el estadio denominado del egocentrismo, que comienza, se-
gún los casos, entre los dos y cinco años. En estos momentos el niño recibe
del exterior el ejemplo de reglas codificadas y le gusta pensar que juega de
acuerdo con ellas.
Sin embargo, utiliza las reglas y las cambia según sus intereses. De la
misma manera, cuando juega con un compañero no intenta imponer unas re-
glas comunes a las que someterse sino que cada uno sigue jugando para sí (to-
dos pueden ganar a la vez) sin preocuparse de la codificación de las reglas.
El juego egocéntrico pretende un doble objetivo: por un lado, sentir que
juega como los demás, sobre todo como los mayores, y, por otro lado, seguir
utilizando sus adquisiciones para sí mismo; es decir, persigue un placer motor
más que un placer social, al mismo tiempo que intenta imitar un ideal obte-
nido de los ejemplos que hasta ese momento ha tenido.
3.er estadio: también se le llama estadio de la cooperación naciente. Se da
entre los siete y ocho años, y se caracteriza porque aparece una necesidad de
llegar a un acuerdo mutuo en las reglas del juego, ya que cada jugador intenta
dominar a su compañero. Pasa, por tanto, del anterior placer motor a un pla-
cer social. Aunque los niños tienen algún conocimiento de las reglas, éste to-
davía es vago, ya que cada uno da una explicación diferente de las mismas.
4.° estadio: codificación de las reglas (se da hacia los 11 o 12 años). En este
estadio las reglas quedan totalmente establecidas en sus más mínimos deta-
lles, siendo conocidas por todos los niños de la misma forma que son conoci-
das por la sociedad entera. El niño se divierte complicando las reglas ya que
busca la regla por la regla.
l.er estadio: abarca de los cuatro a los siete años. Los niños consideran las
reglas como ejemplos interesantes y no como realidades obligatorias. La regla
no es coercitiva todavía, pero las consideran como sagradas e intocables, y si
aceptan las innovaciones es porque realmente no se dan cuenta de que exista
esa innovación.
2° estadio (desde los siete a los diez años): Los niños consideran la regla
como algo sagrado e intangible, de origen adulto y de esencia eterna. Toda
modificación es considerada como una transgresión. Este estadio también se
corresponde con la primera mitad del estadio de cooperación, pero esta coo-
peración naciente no es suficiente para rechazar la mística de la autoridad.
Esto es normal si tenemos en cuenta que el pensamiento, según Piaget, va
siempre atrasado respecto a la acción y que, por tanto, la cooperación se debe
283
practicar mucho antes para que sus consecuencias puedan ponerse en claro a
través de la reflexión.
3.er estadio (a partir de los diez años, en la segunda mitad del estadio de la
cooperación y durante todo el estadio de la codificación de las reglas): A la
heteronomía sucede la autonomía porque el niño siente la regla como el re-
sultado de una libre decisión y no impuesta por el adulto o una ley divina. Se
considera la regla digna de respeto en la medida que hay un consentimiento
mutuo y transformable a voluntad, siempre a condición de que participe la
opinión general.
Hay que tener en cuenta que la correlación entre los estadios de la práctica
y conciencia de las reglas es de carácter muy general y estadístico, así como el
reparto en edades o en estadios de los niños. En la realidad, los niños se pre-
sentan como un contenido sin cortes ni divisiones. Además, esta continuidad
no es en absoluto lineal y su dirección general sólo se percibe si se esquemati-
zan las cosas.
Piaget nos habla, por tanto, de la adquisición de la moral autónoma en el
tercer estadio, y en los anteriores aparece una moral heterónoma. Vamos a
exponer con más detalle estos dos conceptos tan importantes de Piaget:
284
En esta etapa de la moral de la obligación o de la heteronomía el niño cree
en la «justicia inminente» donde confunde las leyes morales con las físicas y
cree que cualquier accidente o percance físico que ocurra después de una
mala acción es un castigo enviado por Dios o por cualquier otra fuerza sobre-
natural, por lo cual el castigo es el resultado invariable de una violación de las
reglas, y también define en sí mismo la maldad de un acto: un acto es malo si
produce un castigo. Están a favor de un castigo severo y expiatorio para pena-
lizar la desobediencia a la regla.
Vemos, pues, cómo el deber moral se ve simplemente como obediencia a
la autoridad adulta. El respeto unilateral conduce a un sentimiento de obliga-
ción de guiarse por las normas de los adultos y obedecer las reglas de éstos.
285
por el contrario, las han puesto en tela de juicio. En unos estudios intercultu-
rales se afirmó que algunas dimensiones de Piaget son genuinamente evoluti-
vas y se encuentran en diversas culturas. Estas dimensiones son de carácter
cognitivo y van desde la subjetividad a la objetividad y desde el absolutismo al
relativismo. Pero, sin embargo, se le achaca a Piaget que no tuviera más en
cuenta las condiciones que favorecen o retardan dicha transición, así como la
diversidad de factores sociales que influyen y, sobre todo, la importancia de
las técnicas que van a transmitir las reglas de la sociedad.
De hecho, un punto discordante en las teorías de Piaget es que en algunos
adultos se encuentra todavía la moral heterónoma y que aún siguen confun-
diendo la intencionalidad con la consecuencia. Nosotros no coincidimos con
Piaget en el sentido de que la moralidad se adquiere en la infancia, afirmamos
que se sigue adquiriendo también en la adolescencia.
14.5.1.2. Kohlberg
Kohlberg (1969,1976) fue otro gran investigador, que inspirándose en Pia-
get, realizó estudios acerca del desarrollo moral de los niños. Durante un pe-
ríodo de doce años estudió un grupo de setenta y cinco sujetos, que estaban
entre los diez y los dieciséis años cuando comenzó el estudio, y también estu-
dió a otras culturas. Las investigaciones que llevó a cabo confirmaron la idea
de Piaget de que el nivel de razonamiento moral de un niño depende de la
edad y madurez del mismo. En sus teorías destacó varios tipos diferentes de
razonamiento moral, que se clasifican en seis etapas y tres niveles:
Nivel I: Premoral.
Entre los cuatro y los diez años. En este nivel se destaca la importancia
que tiene el control externo. Las normas son impuestas por los demás y los ni-
ños las acatan, bien para evitar el castigo, bien para recibir una recompensa.
La primera etapa está caracterizada por juicios que intentan resolver el pro-
blema orientándose hacia el castigo o hacia la obediencia, y considera una ac-
ción mala si recibe un castigo y no en razón de sus méritos intrínsecos. Un se-
gundo paso de este nivel se caracteriza porque el niño acata las leyes en vistas
de su propio interés y pensando en la retribución que los otros pueden hacer
por él. Los juicios que se emiten en esta etapa denotan un claro hedonismo
instrumental principal y una orientación egoísta.
Nivel II. Moralidad de ceñirse a la función convencional.
Se da entre los 10 y 13 años. Los niños quieren agradar y complacer y de-
sean que las personas de las que les interesan sus opiniones les consideren
buenos. Son capaces de tomar las funciones de figuras de autoridad lo sufi-
cientemente bien como para saber si una acción es buena según sus normas.
Aunque siguen observando las normas de otros, hasta cierto punto ya las han
interiorizado.
Otro momento evolutivo se caracteriza porque la respuesta del niño al di-
lema es un intento de mantener buenas relaciones y someterse a las reglas
286
para evitar la desaprobación. Pueden juzgar las intenciones de los otros y de-
sarrollar sus propias ideas sobre lo que es una buena persona. La orientación
del niño hacia las normas se respalda constantemente en su contexto familiar
para pasar luego a un marco social más amplio, que caracteriza a la cuarta
etapa. En dicha etapa la autoridad mantiene a la moralidad. Las personas tie-
nen que cumplir sus deberes, respetar la autoridad superior y mantener el or-
den social.
287
temas evolutivos diferenciados, ya que los han tratado como parte de la
misma secuencia del desarrollo.
14.5.1.3. Ausubel
288
miento de las facultades de autocrítica y de la aptitud de generalizar los prin-
cipios de lo bueno y lo malo más allá de ciertas situaciones específicas. No
surge de una manera espontánea sino como consecuencia de la presión del
nuevo rol autoritario de los padres y de las exigencias del entrenamiento. En
definitiva, las etapas iniciales de la conciencia satelizante representan un com-
promiso entre el negativismo agresivo y un sentido inestable de responsabili-
dad moral. El niño de preescolar se esfuerza en justificar sus malas conductas
culpando a factores accidentales, al olvido, a compañeros de juegos reales o
imaginarios, a deficiencias sensoriales, a movimientos involuntarios y a equi-
vocaciones.
289
sión funcional del trabajo. Después, los grupos van siendo más amplios, me-
nos aislados y más estables. El niño va experimentando la diversidad de reglas
y valores y va construyendo los suyos propios. Cuanto más mayor se va ha-
ciendo, más considera al grupo como una fuente de status primario y tiende a
suplantar a los padres como fuente de autoridad moral (durante la preadoles-
cencia y, especialmente, en la adolescencia).
Pero, para Ausubel, el repudio de la autoridad paterna y de los lazos filia-
les no es necesario para adquirir concepciones maduras de responsabilidad
moral y de culpabilidad fundadas en la intención, en las necesidades interper-
sonales y en las obligaciones recíprocas. Lo único que se necesita es un cam-
bio en las necesidades de status y de dependencia, pero con la suficiente expe-
riencia social como para entender las relaciones de autoridad existentes. En
definitiva, es la fase final de la desatelización y se diferencia de la anterior
sólo en cuanto a la intensidad y la consumación de la desatelización.
290
14.5.1.5. Teoría psicoanalítica
Estos modelos teóricos, sin embargo, en los últimos años están siendo
puestos en tela de juicio. Así el Dr. Moraleda contrasta los posicionamientos
aportados por algunos psicólogos cognitivos, principalmente Piaget (1932),
Kohlberg (1971), Peck y Havighurt (1960) y Williams (1970), en torno al de-
sarrollo de la moralidad, con los datos empíricos recogidos a través de una in-
vestigación realizada con una muestra de 1600 adolescentes españoles. Las hi-
pótesis de que parte esta investigación son fundamentalmente dos: La
primera, que, contrariamente a lo que supone Piaget, el desarrollo moral no
culmina al final de la niñez, sino que se prolonga a través de la adolescencia;
la segunda, que este desarrollo de la moralidad a través de la adolescencia se
caracteriza por un proceso de tránsito desde una situación de rebeldía y dis-
tanciamiento de los valores morales adultos hacia una autonomía moral;
desde un comportamiento en el que predomina una moral situacional a otro
de criterios universales; desde una situación en la que priva una moral indivi-
dualista hacia otra de responsabilidad personal.
Las conclusiones a que llega el Dr. Moraleda, en este análisis, son las si-
guientes y que entresacamos de su Ponencia en el II Simposium Infad.5
291
14.6.1. El pensamiento moral de los adolescentes tiene un desarrollo
progresivo
292
zan a tener las motivaciones de la conducta de los hombres. Este descubri-
miento va a repercutir de modo decisivo en su concepción de la moral: el va-
lor moral de las acciones no se medirá ya sólo por la conformidad material
con la ley, sino también, y sobre todo, por la responsabilidad del sujeto en di-
chas acciones; es decir, por su intención de respetar la ley en su espíritu más
que en la letra.
Hasta estos momentos hemos estado intentando dar una respuesta general
a cómo se produce el desarrollo moral de un individuo cualquiera, sin atender
a sus características personales, ni al medio ambiente que le rodeaba. Sin em-
bargo, es imprescindible tratar los factores innatos y ambientales que se en-
cuentran presentes en el desarrollo del individuo, ya que van a ser ellos los que
marquen las diferencias individuales en el desarrollo moral de cada sujeto.
293
principios abstractos del código moral e ir adquiriendo cada vez un conoci-
miento moral más amplio. En este sentido, los sujetos más inteligentes ten-
drían más ventajas sobre los menos inteligentes, como también pueden pre-
decirse, con más facilidad, las consecuencias que pueden ocasionar su com-
portamiento o las ventajas que pueden proporcionarles el acomodarse a las
normas sociales.
Sin embargo, se ha demostrado que la relación existente entre la inteligen-
cia y la conducta moral no es tan importante como podía parecer. Los estu-
dios realizados sobre esta cuestión han llegado a la conclusión de que los suje-
tos más inteligentes aventajan a sus compañeros en rasgos como la rectitud, la
perseverancia o la prudencia. Pero esta supremacía sólo se da en cuanto se re-
fiere a rasgos morales que dependen del conocimiento moral, no los que re-
flejan actitudes morales. Es decir, que el individuo más inteligente tiene más
facilidad para conocer las expectativas de su cultura y, por tanto, la manera de
actuar adecuadamente para conseguir un éxito personal.
Igualmente, cuando se estudió la relación que existía entre la inteligencia y
la honestidad en personas de edad escolar, se halló un + 0,50 de correlación;
pero esto podía ser debido a que los individuos más inteligentes tienen menos
necesidad de hacer trampas que los otros, o también que son más astutos para
evitar que los descubran, o saben elegir el momento más propicio para come-
ter el fraude.
En definitiva, la buena inteligencia no garantiza reacciones morales ade-
cuadas, pero si va unida a las ventajas y oportunidades a que da lugar, tiene
más posibilidades de tener un comportamiento moral elevado.
Todavía no se han marcado con total claridad las diferencias que pueden
surgir en el desarrollo moral según se pertenezca a un sexo o a otro. Parece
ser que las adolescentes, en estudios efectuados sobre los aspectos piagetia-
nos, revelan menos inclinación hacia la justicia inmanente y al realismo moral,
así como se muestran menos convencidas ante la eficacia de un castigo severo.
En cuanto a los estudios realizados sobre el fraude, se obtuvo que las ado-
lescentes se resisten más a violar una prohibición. Pero que, sin embargo, es
más frecuente en ellas la falta de honradez en situaciones sociales. Como con-
secuencia de que la educación de las niñas es más estricta, y que se les exigen
en mayor grado que se comporten de acuerdo a las reglas sociales, es normal
que digan más mentiras de tipo social que los chicos, ya que les cuesta más
irse adaptando a las normas que se les exigen. Esto también puede explicar el
porqué las niñas se muestran mucho más adheridas a los códigos morales de
su grupo de pertenencia que los chicos. De hecho, los adolescentes son mucho
más rebeldes a la hora de acatar las normas y está mejor visto entre ellos de-
safiar a la autoridad porque lo consideran «masculino». Debido a esto, mu-
chos chicos se comportan mal sólo para ser mejor aceptados en su grupo, lo
que puede explicar, en parte, por qué hay más chicos delincuentes que chicas,
294
aunque, por supuesto, no sea ésta la única razón, ya que hay otras muchas va-
riables que influyen.
Por último, podemos decir que si bien no se ha demostrado que los niños y
niñas tengan diferente desarrollo moral por factores congénitos, sí podemos
decir que los modelos de conducta que esperamos de cada uno de ellos mar-
can diferencias en la educación que reciben con las consiguientes consecuen-
cias que esto conlleva en el comportamiento de cada uno de los sexos.
295
de los padres respecto a los hijos pautará a éstos desde la más temprana in-
fancia en sentido diferenciado según sean niños o niñas.
El sujeto recibe la influencia de sus padres y de toda la familia, a los que va
a tomar como modelo de conducta. Debe ir aprendiendo a través de su apro-
bación y desaprobación lo que está bien y mal. Y de esta relación con la fami-
lia el individuo se sentirá motivado o no para obrar correcta o incorrecta-
mente. Estos modelos de conducta son ciertamente bien distintos según se sea
varón o mujer. Las expectativas de los padres sobre su hijo o hija son bien dis-
tintas. De la niña se espera más afectuosidad, más cariño, más agradeci-
miento, permanecen más en casa, ayudan a las tareas domésticas, son más su-
misas, etc., y sus códigos de valores pronto se diferencian del de los niños. El
primer elemento diferenciador es, pues, de valor simbólico.
Cuando un individuo mantiene relaciones de afecto con sus padres los
convierte en sus guías y orientadores, tanto por el ejemplo que le dan como
por las enseñanzas que le predican. Si la disciplina es razonable y no arbitra-
ria, el sujeto desarrollará una conducta moral que le conducirá a su propio
autocontrol y autodirección.
En el caso de las hijas, aparece pronto la necesidad en los padres de negarles
más la libertad que a los niños y de imponerles una mayor disciplina, es decir,
de inculcarles las normas y el temor a su infracción, antes que en el caso del
niño.
Cuando, por el contrario, las relaciones entre padre e hijo son desfavora-
bles, la conducta moral del niño se deteriora fácilmente y manifiesta grandes
dificultades para adaptarse, pudiendo llegar incluso a ocasionar conductas
psicopáticas como destructividad o deshonestidad, que pueden generar delin-
cuencia juvenil. En el caso de las niñas no se suele, salvo en pocos casos, lle-
gar a permitir ese deterioro y se actúa antes por parte de los padres.
Junto con la familia, el grupo de amigos ejerce una gran influencia sobre el
comportamiento del adolescente. Como vimos en algunas de las teorías del
desarrollo moral, estos amigos le permiten ir abandonando la creencia abso-
luta en los valores de sus padres, para poder ver la gran gama de valores que
le ofrece la sociedad.
Estas influencias de los compañeros le lleva a un sentimiento de respeto
mutuo y reciprocidad, donde las normas y autoridad del grupo se van ha-
ciendo cada vez más influyentes. Por otro lado, el que un niño participe so-
cialmente en instituciones y ejerza un control sobre éstas le ayuda a tener una
mayor madurez moral, pero es aquí donde la diferencia entre sexos es mani-
fiesta. Mientras todo ello se ve bien en el niño se critica en la niña. Se genera
en ello una doble moral.
Sin embargo, durante la infancia, el grupo de amigos no constituye, en sí
mismo, una fuente importante de valores morales, ya que los valores de grupo
son sólo el reflejo de los valores de los adultos vinculados con sus componen-
296
tes; sin embargo, son comportamientos aprendidos que han de ser tenidos en
cuenta.
En las investigaciones presentadas por Hoffman (1977) y por Anderson y
Butzin (1978) se comprobó que la relación entre los resultados de un niño, en
las pruebas de fraude o engaño, y los de un amigo perteneciente a otra clase
era de 0,23, mientras que la correlación entre niños de la misma clase era de
0,66, lo que demuestra que existe una mayor influencia cuando el contacto es
más directo, ya que se puede influenciar la conducta del otro mediante suges-
tiones, comentarios, o procedimientos de este tipo.
Esta influencia viene marcada, sobre todo, por las experiencias que van a
surgir de la relación del niño con sus compañeros y con el profesor, más que
por la simple asistencia a la escuela. No se ha podido demostrar que la con-
ducta moral de los niños mejore a medida que va pasando por los diferentes
cursos de la escuela, y aunque es cierto que en algunos aspectos pueden
evolucionar positivamente, también hay otros donde, por el contrario, retro-
ceden.
La relación que se establezca entre el profesor y el alumno va a ser deci-
siva para la adaptación del niño a la escuela. Un maestro autoritario puede
hacer que el niño se atemorice y rechace no sólo la figura del maestro sino
también el trabajo escolar y la propia escuela.
La personalidad del maestro así como su comportamiento frente a los ni-
ños, es lo que en definitiva va a marcarlos, más que la filosofía que rige en la
escuela.
El diferente comportamiento frente a niños y niñas en las escuelas, tanto
por parte de profesores como de profesoras, va igualmente a pautar el dis-
tinto comportamiento de aquéllos.
Otro elemento que debe ser tenido en cuenta en esa doble moral que ya se
empieza a definir, a medida que el niño va creciendo, es la diferencia de pape-
les a imitar en su proceso de socialización y los distintos prototipos ofreci-
dos por los libros de texto. La diferenciación basándose en el sexo emerge
con particular evidencia. La literatura infantil muestra bien a las claras esas
diferencias que tan duramente han sido puestas de manifiesto por numero-
sos autores (Erik Erikson, 1967; Simone de Beauvoir, 1971; M. de Wilde,
1972, etc.).
En cuanto a la relación con sus compañeros, si éstos tienen los mismos sis-
temas de valores que el niño/a en su casa, le ayudará a reforzarlos, y si no es
así, se producirá un rechazo, como dijimos anteriormente, de los valores fami-
liares en favor de los valores que defienda el grupo.
Es importante el papel que el maestro representa, tanto en la interacción
social entre los compañeros como sobre el niño/a concreto. En primer lugar,
el profesor, como maestro (guía) del desarrollo moral de sus alumnos, debe
tener él mismo una idea psicológica precisa de la fase en la que se encuentra
297
el alumno. Debe conocer las motivaciones exactas por las que actúa el niño.
Las investigaciones en este sentido han demostrado fiablemente que el profe-
sor es la figura más importante en la creación de condiciones que promuevan
el desarrollo moral (Selman y Lieberman, 1975).
El camino más idóneo para alcanzar esos objetivos consiste, en primer lu-
gar, en generar un conflicto que facilite el crecimiento moral del niño por la
respuesta que deba darse al mismo. Según Hersh (1984) este conflicto puede
alcanzar la solución estimulando el diálogo del alumno consigo mismo, en el
que por la necesidad de solucionar el conflicto modifica su comportamiento y
cambia de estadio; o el diálogo del alumno con otros alumnos, que les propor-
cionan etapas de pensamiento superiores a su propio nivel y les estimulan a ir
más allá de su modo de pensar; o el diálogo del alumno con el profesor, que le
ayuda a superarse.
Todo ello ayuda al alumno a adoptar puntos de vista diferentes.
298
Si bien el desarrollo del razonamiento moral surge de forma casi idéntica
en las diferentes concepciones religiosas, éstas pueden incidir de una forma u
otra en el nivel del juicio moral según las determinadas creencias o prácticas
que observen y, en el caso que nos ocupa de diferenciar el papel hombre/mu-
jer, también. Es en el papel que en cada religión juega el ser varón o mujer
donde radica la diferencia.
Esto nos conduce a pensar que la religión no puede considerarse como
condición necesaria o imprescindible para el desarrollo moral del niño. Pero
tampoco quiere ello decir que la religión y la conducta moral estén intrínseca-
mente desvinculadas, sino más bien que no existe una alta correlación entre la
observancia religiosa y el comportamiento moral.
299
Estas formas de enseñanza van a estar íntimamente relacionadas con la
transmisión (más o menos disciplinada de las mismas), ya que la finalidad de
ésta es la de enseñar al niño el código moral del grupo, con el enseñante, y
con el objeto de la enseñanza, ya sean conscientes o no algunos de estos pará-
metros.
La disciplina, entendida como medio de educación, que lleva al niño/a ha-
cia su propio autocontrol, se le hace necesaria a éste en la medida que va a su-
poner una guía para él, que le va a proporcionar un sentimiento de seguridad
al indicarle qué es lo que puede y no puede hacer. También va a reforzar su
yo, porque el niño/a se va a sentir motivado para hacer aquello que sabe que
esperan de él o de ella, y de esta manera irá desarrollando su conciencia hasta
que pueda elegir por sí mismo.
Por todo esto, es imprescindible que los criterios educativos que se utilicen
sean firmes y regulares. Si son arbitrarios o diferentes para cada sexo, el
niño/a no sabrá qué es lo correcto o incorrecto y se sentirá confundido y deso-
rientado o afianzado en su desigualdad sexual. Además, al no saber lo que se
espera exactamente de él hará lo que quiera, generando con frecuencia con-
ductas contrarias a las normas sociales. Aquí ciertamente sí se puede hablar
de doble moral o de moral diferente, de forma que conductas que se aplauden
en los niños se censuran en las niñas, o viceversa.
Las reglas y leyes ayudan al niño a irse acostumbrando a las normas que va
a imponerle el grupo. Para llevar un control sobre el cumplimiento de estas
leyes y reglas se utiliza el premio o el castigo. Los castigos como forma de in-
hibir el incumplimiento de las reglas y los premios o recompensas como refor-
zamiento de las conductas deseables. Es importante tener en cuenta que, si
premiamos o castigamos una acción de un niño/a cuando frente al otro la he-
mos dejado pasar inadvertida, podemos crear en el niño/a una gran confusión
e inseguridad.
Es imprescindible que, antes de juzgar las acciones de los niños, intente-
mos comprender las motivaciones internas que les han llevado a ejecutar ese
acto, sin atender a su diferencia sexual; sólo así podremos ser más justos con
ellos, conseguir que se sientan más confiados ante nuestras respuestas y con-
tribuir a una menor desigualdad sexual.
Una disciplina que se base en una motivación positiva, bajo forma de re-
compensas, resulta más beneficiosa y agradable para el niño que una basa-
da en el castigo. Si se hace más hincapié en los aspectos negativos, se le en-
seña al niño lo que no debe hacer. Esto le puede llevar a tener una visión pe-
simista, ya que al ser reñido constantemente pensará que es más fácil caer en
el error que portarse bien. Generalmente, la recompensa más simple y, sin
embargo, más efectiva es la aprobación social, bajo la forma de felicitación o
estima.
Las niñas frecuentemente viven una disciplina demasiado estricta, y aun-
que aparentemente parezcan estar totalmente adaptadas a las normas, en su
interior se hallan resentidas y tienen una visión diferente del mundo y de su
mundo. Esto puede conducirlas a la apatía y a la resignación, a sentimientos
de temor, retraimiento y sumisión.
300
14.8. PAPEL DE LA CONCIENCIA, LA VERGÜENZA Y LA CULPA
301
norma y exigen que sea cada sujeto quien en cada situación de su vida invente
una solución o decisión personal».
Los juicios emitidos por estos adolescentes sobre los principios morales es-
tán cada día más vinculados a una moral natural. Se valoran los principios de
respeto a la vida y la familia; y los de la justicia conmutativa y justicia social.
Desciende lo relacionado con los deberes cívicos, como son los deberes de pa-
gar las multas, los impuestos, etc., lo cual, aparte de mostrar una cierta inco-
herencia con sus valoraciones anteriores, avala aún más la hipótesis sobre la
naturaleza de una moral situacional. También desciende notablemente el jui-
cio sobre los valores relacionados con la moral personal y la moral sexual fa-
miliar. Igualmente exteriorizan un rechazo de aquellos principios morales que
impliquen dependencia del medio social, y todo ello en aras de sus propios
impulsos de independencia y autorrealización, característicos de la adoles-
cencia.
302
los crueles, por el contrario, se incorporan a la malignidad (la corporalizan) y
echan fuera de sí sus posibles partes humanitarias, considerándolas endebles.
En este sentido, se instaura la prevalencia del sistema fuerte/débil, que se im-
pone y sobrepone sobre el sistema bueno-malo: En todo caso, el malo es el
débil.
Predominio de valores rígidos, basado en valores morales irreflexivos,
donde no existe posibilidad de plantearse y de ponerse en cuestión comporta-
mientos, o de sentir culpa y reparar ni de deprimirse por lo mal hecho.
Predominio de valores psicopáticos, dependiendo de la personalidad rí-
gida, se da una fuerte caracterización, que normalmente sirve para crear una
coraza de carácter suficientemente fuerte para hallarse protegido. Hay psicó-
patas crueles, duros (fanáticos) y psicópatas blandos (inconscientes, influen-
ciables) pero en ambos sólo importa su Yo.
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306
15. El acceso al trabajo en la adolescencia
Rosa Marín Benet*
15.1. INTRODUCCIÓN
307
tenido (en su mayoría) una infancia feliz y fácil, pero la familia ha perdido el
papel de agente socializador que tenía.
El joven ha podido escolarizarse, pero una vez terminada la EGB, y des-
pués de un período de cualificación específica (FP, estudios universitarios, es-
tudios de tercer ciclo, etc.), busca su primer empleo en medio de una crisis
económica. El no encontrar un empleo revela un mal ajustamiento social, que
a corto, medio o largo plazo va a incidir en su equilibrio psicoafectivo, en las
esperanzas y expectativas futuras del joven.
Viendo la situación, quizás ya no sea «tan grande ser joven», pues lo que
en un período de expansión económica suponía una etapa de «puesta a punto»
para la inserción social, de socialización y aprendizaje, ahora es un período an-
gustioso, en el que la falta de perspectiva futura castiga a los que, se supone,
están construyendo su identidad social y personal y constituyen el motor de
funcionamiento de la sociedad futura.
Ante la dificultad de emanciparse, no sólo se alarga la adolescencia sino
que los jóvenes se aíslan y marginan de una sociedad que les priva de un papel
reconocido y al que tienen derecho, dando como resultado una falta de identi-
ficación social («pasan de todo») y una falta de identidad generacional. Este
deseo de emanciparse topa con la falta de empleo y el joven acaba aceptando
el trabajo que sea, confirmando la hipótesis de que lo primero es ganar dinero
(cuanto más y en menos tiempo mejor) para acceder al ocio y al consumo,
quedando desplazadas la motivación y la realización personal.
Ante esta incertidumbre y confusión, parece «lógica» la falta de vocaciones
de todo tipo; la orientación vocacional y/o profesional, desde los últimos años,
se erige como vía de ayuda al adolescente y a sus educadores, para que, el
paso de los estudios al trabajo y/o la elección de la profesión, sea algo gradual,
progresivo, donde se bareman, de forma lo más precisa y objetiva posible, los
factores individuales y socioculturales que intervienen en esa elección y que
van a determinar la autoimagen y el futuro del adolescente.
308
— entre los 20-24 años: a) 898.400 son varones,
b) 591.270 son mujeres;
— entre los 25-54 años: a) 5.936.390 son varones,
b) 2.782.040 son mujeres;
— más de 55 años: a) 1.336.740 son hombres,
b) 493.600 son mujeres.
309
El más bajo corresponde a: La Rioja, Ceuta y Melilla y Navarra, con
11.350,11.730 y 21.290, respectivamente.
Los últimos datos de que disponemos, del tercer trimestre de 1992 del INE,
cifró el número de parados en 2.780.000. Asimismo, la Confederación Espa-
ñola de Organizaciones Empresariales (CEOE) cifra el número de parados,
durante los primeros meses de 1993, en 3.123.000.1
El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS.) realizó una encuesta de
opinión a una población de 7.027 sujetos entre 15 y 29 años, a los que se les
preguntaba:
«Si ahora te dieran a elegir entre un buen empleo, en donde ganaras un
buen sueldo, o seguir estudiando hasta acabar tus estudios o especialidad,
¿qué es lo que más probablemente elegirías?»
1. Oliveras, E. (1993, febrero 10): El paro creció en España en más de 62.000 personas en enero.
El periódico de Catalunya. Sección Tema del día. Pág. 3.
310
como no tiene trabajo, se siente confuso ante el esperar a que salga un trabajo,
o seguir especializándose.
311
dedicadas a la industria y sus relaciones, al mundo laboral, a la pobreza, las
emigraciones, etc., que amplían y mejoran el conocimiento en este campo.
Existe toda una serie de estructuras socioambientales, las cuales surgen del
contexto de donde procede el joven, que influyen en su elección profesional.
Nos encontramos, en primer lugar, que se prestigian determinadas profesiones
en detrimento de otras, las cuales pueden agradar o satisfacer más al joven. La
medicina, el derecho, económicas, ingeniería, informática, etc., son carreras
que se consideran ligadas a una posición social elevada, desprestigiándose
profesiones más relacionadas con lo humanístico, la filosofía, etc., es decir, ca-
rreras «no científicas», ni «técnicas».
Por otra parte, se valoran los méritos y éxitos conseguidos en todos los ór-
denes de la vida, rechazándose a las personas que no consiguen alcanzar las
cotas impuestas por la sociedad. Lo que importa es ser de los primeros en
todo, ganar más dinero, tener más poder, consumir más, aumentar los títulos
académicos, subir en la escala social, etc.
La sociedad promueve y ensalza los valores materiales, la búsqueda de pla-
cer y la obtención inmediata de las cosas (procesos primarios), lo cual hace
que el joven se decepcione al descubrir la irrealidad de conseguirlo todo.
312
Los medios de comunicación muestran una serie de ídolos o héroes adoles-
centes que son valorados por sus hazañas, trabajo o éxitos, no conseguidos por
el estudio ni el sacrificio, lo que va a generar en el joven una gran contradic-
ción: por un lado, la sociedad le exige buenas calificaciones escolares y títulos
académicos, y, por otro, le ofrece un mundo sólo accesible si se tiene una
buena remuneración económica, un trabajo, lo que a su vez, parece ser sinó-
nimo de madurez e independencia. Estudiar y trabajar le son presentados
como dos mundos diferentes e incluso incompatibles.
La estratificación social, la desigualdad, han provocado diferentes tipos de
clases sociales cada una de las cuales dispone de clasificaciones profesionales
distintas, «el lugar que ocupa una persona en su sistema estratificado produce
importantes efectos en el desarrollo de su vida y en las oportunidades labora-
les deseadas o rechazadas» (Rodríguez Moreno, 1992). El hecho de pertene-
cer a una determinada clase social puede influir positiva o negativamente en
los resultados profesionales, ya que, por ejemplo, un joven de clase baja no
podrá acceder a estudios superiores probablemente por factores socioeconó-
micos, a pesar de tener un buen expediente académico.
Otro factor a tener en cuenta son los importantes cambios que, en la actua-
lidad, está produciendo el acceso al mundo laboral de la mujer. Cambios que
se aprecian, por ejemplo, en la ocupación de determinadas profesiones que
hasta ahora eran «exclusivas» del género masculino; en la partición del trabajo
doméstico y la crianza de los hijos si la mujer sale a trabajar (compartir o cam-
biar roles), etcétera.
Las «presiones sociales» son otro tipo de influencias que el adolescente re-
cibe de su familia al intentar elegir su profesión.
Los padres, a veces, imponen a sus hijos determinadas opciones profesionales
porque creen que éstos son incapaces de tomar decisiones maduras por sí mis-
mos. Estas presiones (directas o indirectas) suelen consistir en «aconsejar» qué
elección es la más favorable para ellos, «orientarles» hacia qué profesiones no
debe elegir hablando desfavorablemente de ellas, etc. Estos padres no suelen te-
ner un verdadero conocimiento de las capacidades y motivaciones, aconsejándo-
les profesiones hacia las que no tienen quizás ningún interés ni cualificación.
Otras veces, los padres proyectan sus deseos frustrados sobre su hijo, espe-
rando ver su narcisismo gratificado a través del joven.
La tradición familiar puede hacer que los padres anhelen que su hijo conti-
núe el mismo trabajo que todos sus antecesores.
La seguridad económica y el estatus social son otros factores que empujan a
los padres a presionar y a encaminar a sus hijos hacia determinadas profesiones.
313
Puede influir en la decisión del adolescente la propia profesión de los pa-
dres; en un intento de identificarse con ellos elegirá la misma, o si quiere desa-
pegarse de ellos optará por otro camino. La actitud positiva o negativa de los
padres hacia su propio empleo incidirá, en gran medida, en la percepción que
el trabajo en general, y la profesión en particular, tendrá para su hijo.
La tendencia profesional puede hallarse influida por el clima cultural exis-
tente en la familia. La transmisión cultural por parte de los padres y el hecho
de que éstos dispongan de conocimientos acerca del proceso académico de sus
hijos, de sus motivaciones y capacidades, del mercado de trabajo existente,
etc., son factores que ayudan a la hora de decidir.
314
no, también en la vejez (a pesar de la jubilación). En este proyecto influyen
factores tanto individuales como socioambientales, a través de los que se va
formando la identidad vocacional-ocupacional.
Es necesario que los conflictos entre instancias (yo-ideal del yo; superyó-
yo, etc.) que reflejan confusión y discontinuidad entre lo real (externo) y lo
psíquico (interno), sean llevados a niveles conscientes para evitar sentimientos
de culpa, fracaso, debidos a una elección que responde a un intento de com-
pensar situaciones de malestar y frustración vividas en la primera infancia y
que no han sido elaboradas.
315
A) La identidad «imaginaria»
Podemos establecer que la identidad vocacional pasa por un período de
«elecciones fantaseadas» o de «ilusión profesional» (etapa latente, hasta los 11
años) en las que el niño/a desea ejercer la profesión de la persona a la que ad-
mira y con la que se identifica, el «ideal del yo» (padre, madre, profesor, etc.),
o bien, vocaciones como bombero, futbolista, piloto de carreras, aventurero,
etc., por la fascinación que ejercen sobre el pequeño; en estos casos, el niño no
tiene en cuenta sus capacidades, ni la relación medio-fin.
Posteriormente (entre los 11-17 años), hay un «período de elecciones ten-
tativas», donde más consciente de sus intereses, habilidades, capacidades, etc.,
empieza a configurarse su elección, aunque, debido a la crisis por la que atra-
viesa, a la necesidad de gratificación inmediata, le es difícil concretar una ima-
gen de sí mismo objetiva y realista.
La progresiva resolución de la crisis adolescente, la consecución de la iden-
tidad sexual y psicológica, hacen que el adolescente esté más capacitado para
decidir y, junto a influencias socioambientales, dé paso al «período de eleccio-
nes realistas» (a partir de los 17 años).
Son muchos los jóvenes que deciden poner fin a sus estudios una vez termi-
nada la EGB, sólo porque se «ahogan» en el colegio y quieren demostrarse su
adultez. Toman por un deseo razonado y argumentado, lo que es una reacción
normal a los contenidos teóricos de la escuela. Así, el adolescente con fracaso
y/o rechazo escolar idealiza el momento en que podrá trabajar con la espe-
ranza de alejarse de ese sentimiento de fracaso. Al no estar preparados, sólo
encuentran trabajos poco seguros y mal remunerados, en el mejor de los ca-
sos. La mayor parte de los que empiezan a trabajar, se arrepienten pronto de
su decisión e intentan retomar los estudios, a veces con más ganas y esfuerzo.
Otros, seguirán trabajando y compensarán sus déficits a través de nuevos inte-
reses, hobbies, etc., culpando en algunos casos a sus padres por no ser lo sufi-
ciente autoritarios al no obligarles a seguir estudiando, reconociendo que el
hecho de trabajar estaba idealizado e hiperinvestido.
Otros, a pesar de que no les gusta nada su trabajo, lo conservarán, ya sea
por necesidad, o por una actitud cuasi masoquista. Los menos, decidirán re-
plegarse en sí, apareciendo la depresión, la desesperanza, o la angustia, que
pueden llevar a la delincuencia, el pasotismo, o el suicidio, como contestación
a una sociedad «injusta».
Por otro lado, la producción en cadena, la tecnología y el automatismo, impi-
den toda participación personal e intelectual en el esfuerzo colectivo, frustrando
las fantasías de omnipotencia, de autosatisfacción narcista en el adolescente.
No obstante, la verificación en la realidad de las «fantasías de trabajo» es
positiva, ya que le sirve como aprendizaje y maduración para cuando se in-
serte de forma real en la comunidad adulta.
316
ñeros, etc., con el temor y la fantasía de perderlo todo, apareciendo sentimien-
tos de añoranza, soledad, etc. Si con la ayuda de padres, profesores, profesio-
nales, el joven interioriza que lo que deja supone un crecimiento, el logro de
metas deseadas, contribuirá a elaborar positivamente el duelo, a sentirse más
seguro y objetivo y elegir con mayores garantías de éxito.
Así, se hace necesario investigar en qué medida la decisión que ha tomado
el adolescente es producto del intento de controlar la crisis, compensar frus-
traciones de la primera infancia, a través de lo que llamaríamos las «vocacio-
nes preedípicas», y las que tienen una organización más tardía o «vocaciones
edípicas» (Male, 1986).
317
trol esfinteriano y hábitos de limpieza, por ejemplo el artesano, alfarero, pin-
tores, mineros, escultores, etc.
En los obsesivos se observa un predominio del superyó, y suelen presen-
tarse como portadores de la cultura, el orden y la moral, eligiendo profesiones
muy mecanizadas, repetitivas, monótonas, jerarquizadas, donde no haya lugar
para la sorpresa y que ofrezcan seguridad, por ejemplo: mecanógrafa, taquí-
grafa, costurera, mujer de la limpieza, etc.
El tipo narcisista, son sujetos independientes, agresivos, con iniciativa,
aptos para ayudar al prójimo, asumir el papel de conductores y dar nuevos
estímulos a lo ya existente, que normalmente no son más que formaciones
reactivas a su inseguridad y desorientación; éstos suelen elegir profesiones
relacionadas con el ejército, pilotos, escaladores, líderes sindicales, gestión
empresarial, marketing, publicidad, etc.
318
• Rechazar la profesión de su padre, eligiendo otra en la que, sin-
tiéndose inferior, evita sentirse culpable y competir.
• «Identificación con el agresor» a través de profesiones como mili-
tar, miembro de los COE, profesor, etc.
• Eligiendo profesiones compensatorias, de «defensor de los débi-
les». Por ejemplo abogado, político, etc. Satisfaciendo pulsiones
sádicas y agresivas, por ejemplo ser cirujano, lo que le permite, a
la vez, reparar el objeto agredido por los cuidados que se le dis-
pensa.
— Identificación con la madre (mala resolución del conflicto edípico):
inclinación hacia profesiones de tipo (desde el punto de vista cultu-
ral) más femenino, como peluquero, modisto, diseñador de moda,
decorador, pastelero, poeta, etc.
ii) En la chica:
319
sino disminuir su autoestima, sumirlo en un sentimiento de fracaso, tendrán la
sensación de estar perdiendo el tiempo, dejarán de esforzarse, viéndose inca-
pacitados hasta para lo que pueden hacer.
Otros padres subestiman a su hijo, impidiéndole hacer unos estudios para
los que está capacitado y motivado.
Entre ambas actitudes, el profesional u orientador, debe evaluar las capaci-
dades del joven, sus intereses, sus aptitudes, etc., atendiendo no sólo a lo que
manifiesta querer hacer (influencias externas), sino a móviles más profundos
(motivos inconscientes).
Entre los motivos conscientes que hay que conocer:
A) Las actitudes
Entendemos por actitud «la tendencia o predisposición adquirida y relati-
vamente duradera a evaluar de determinado modo a una persona, suceso o si-
tuación y a actuar en consonancia con dicha evaluación. En una orientación
social, inclinación subyacente a responder de manera favorable o desfavora-
ble».2
En una actitud diferenciamos:
2. Vader Zanden, J.W. (1977): Manual de psicología social, pág. 199. Ed. Paidós. Buenos Aires.
3. Pasquasy, R. (1974): Las aptitudes y su medida. Pág. 16. Ed. Marova. Madrid.
320
Las aptitudes básicas a observar cara a la elección de estudios y/o profesión
serían:
— Capacidades psicomotrices.
— Capacidades físicas: para profesiones en las que el aspecto corporal y la
resistencia física son importantes; atienden a: estatura, peso, fuerza de las ma-
nos, capacidad vital, etc.
— Capacidades sensoriales y artísticas: vista, oído (música), sentido kines-
tésico, gusto (gastrónomos), olfato (degustadores), etc.
— Habilidades manuales: manipulación simple, coordinación bimanual,
etcétera.
C) Intereses
Se definen como «atención a un objeto al que se le atribuye un valor subje-
tivo (...). Relativamente constante, adquirido, puede tener parte en la motiva-
ción de la acción».4
Tanto las aptitudes como los intereses son «la punta del iceberg» de la
elección vocacional; debajo de éstos, encontramos las motivaciones incons-
cientes.
En algunos casos existen aptitudes en estado latente, que conviene descu-
brir, satisfaciendo de forma directa o indirecta los intereses.
López Bonelli (1989), relaciona aptitudes e intereses:
321
La motivación y los intereses también se relacionan. Los motivos son los
que impulsan la conducta y suelen ser inconscientes, y los intereses suelen ser
conscientes y tienen su raíz en los motivos y necesidades de carácter emocio-
nal y dinámico.
a) Tipo realista: son sujetos agresivos, que prefieren actividades que im-
pliquen destreza física, masculinidad, problemas concretos; las profesiones li-
gadas a ellos son: obreros, aviadores, maquinistas, carpinteros, etc.
b) Tipo intelectual: prefieren el pensamiento, lo racional a la acción. Re-
huyen los contactos personales. Suelen ser físicos, antropólogos, matemáticos,
etcétera.
c) Tipo sociable: establecen fácilmente relaciones personales, evitando si-
tuaciones que les exijan soluciones intelectuales o grandes habilidades físicas.
Eligen la psicología, abogacía, ser profesores, etc.
d) Tipo convencional: muy controladores, se identifican con el poder y el
status social. Buscan profesiones que impliquen jerarquías, por ejemplo ban-
queros, cajeros, estadísticos, contables, funcionarios, etc.
e) Tipo emprendedor: sujetos hábiles en el uso del lenguaje que utilizan
para manipular o persuadir. Gustan del poder y la posición social. Suelen ser
vendedores, políticos, publicistas, subastadores, etc.
f) Tipo artístico: se orientan hacia la expresión artística. Sujetos emotivos
pero con poco autocontrol, introvertidos y asociales, como poetas, músicos,
dramaturgos, escultores, etc. Siguiendo esta línea, López Borelli (1989) piensa
que la elección del sujeto es más fruto del tipo de personalidad que de su ca-
pacidad.
Sea como fuere, lo cierto es que ante los mismos intereses, aptitudes, opor-
tunidades ambientales, dos sujetos pueden elegir diferente profesión, siendo,
por tanto, el factor más importante la historia personal y la estructuración de
la personalidad total.
Para orientar vocacionalmente, debemos conocer el ajuste y las caracterís-
ticas del sujeto: cómo reacciona a la frustración, su estabilidad emocional, su
autoconcepto, grado de perseverancia en las tareas, creatividad, impulsividad,
extroversión, rasgos depresivos, histéricos, paranoides, grado de dependencia,
si es una persona emprendedora, conservadora, etc.; todo ello, a través de
pruebas y tests, que nos permitan conocer la personalidad y orientarlo hacia
determinadas profesiones.
322
15.4 ORIENTACIÓN VOCACIONAL EN LA ADOLESCENCIA
323
se prepare y acceda a la profesión adecuada a sus aptitudes, intereses y rasgos
de personalidad, teniendo en cuenta las posibilidades de estudio y de trabajo
existentes» (Gerardo Castillo, 1985). Todo ello debe realizarse mediante un
equipo orientador interdisciplinario (tutor, profesores, psicólogos, pedago-
gos).
Los objetivos básicos de todo proceso de orientación están dirigidos:
324
— Al final de los ciclos educativos, cuando se le presentan alternativas y
opciones diversas (al fin de la Educación Secundaria obligatoria, de FP, de
Bachillerato o al obtener la titulación universitaria).
— Al término de la escolaridad secundaria obligatoria (16 años): debe ele-
gir entre trabajar o seguir estudiando.
— Cuando el joven no tiene trabajo, y necesita conocer y potenciar sus
propios recursos y las vías de acceso al mundo laboral.
— Cuando el joven trabaja y no le satisface el trabajo que tiene.
325
Contrastar y valorar los datos de toda la información recibida, hacer un in-
forme y tener una entrevista posterior con el orientador, el tutor, el psicólogo y
los padres del joven son los últimos pasos a seguir en este proceso orientador.
326
La transición de la escuela al trabajo, sea como sea, supone la posibilidad
de acceder a un rol adulto, de asumir un rol profesional que le permita ser re-
conocido y clasificado socialmente. El paso de la formación académica a la ac-
tividad laboral es un proceso que va a plantear al adolescente serios conflictos:
ha llegado «la hora de la verdad», debe mostrar sus capacidades y habilidades
ante una sociedad expectante, que le va a exigir y a juzgar.
Ante esta situación, en muchas ocasiones, el joven se va a encontrar que no
está lo suficientemente preparado y formado. La formación académica reci-
bida se lleva a cabo prácticamente separada de lo que es la realidad laboral.
Asimismo, tampoco las demandas laborales encuentran adecuación con las
ofertas existentes. A pesar de esto, parece ser que actualmente se están lle-
vando a cabo programas educativos en el campo de las nuevas profesiones,
que dan nuevas salidas, o reciclan profesionalmente, permitiendo una mejor y
mayor inserción laboral, y un mejor ajuste formación académica-trabajo; éste
es el caso del Instituí Cátala de Noves Professions (INCANOP), que divulga
las actividades formativas efectuadas entre los sectores empresariales y
promueve la relación entre las empresas interesadas y las personas que han
superado los cursos. Las actividades formativas giran en torno a las nuevas
tecnologías, materiales y procedimientos en ámbitos prioritarios como la ge-
rontología, la educación social y del tiempo libre, hostelería y turismo, medio
ambiente, ofimática, etc. Pero, normalmente, al sujeto no se le orienta en acti-
vidades productivas, ni se le informa adecuadamente sobre sus posibilidades
laborales, sino que se le ofrecen una serie de materias abstractas y generales
(educación globalizada) que no va a utilizar, ni necesitar más tarde en el
campo laboral. Es entonces cuándo el joven se siente decepcionado y fraca-
sado, cuestionándose la utilidad real de tantas horas de estudio.
La orientación ocupacional se hace necesaria porque la enseñanza general
se mueve en un plano global, generalizado, en. contra de la formación profe-
sional, que es específica. Esta orientación debería mediar entre lo general y lo
específico, para que los adolescentes pudieran acceder a la especificidad que
suponen los empleos actuales sin olvidar otros conocimientos y aptitudes más
generales.
327
b) tendencia psicométrica: medición y evaluación de procesos psicológi-
cos para un diagnóstico diferencial;
c) enfoque psicopedagógico: mecanismos por los que el niño construye
una representación del mundo educativo, laboral y profesional;
d) enfoque institucional-psicopedagógico: integra los procesos afectivos y
cognitivos que tienen lugar en la formación y se desarrolla en el marco escolar
y curricular del alumno.
La entrevista.
La técnica de reflejo.
La información.
Psicodiagnóstico general.
15.4.3.1. La entrevista
328
En un grupo puede utilizarse la técnica de R-O o de «realidad ocupacio-
nal» de Nora Sturm, pues permite tomar conciencia de que necesitan informa-
ción, corrige distorsiones cognitivas, y permite ver la posición del individuo y
del grupo frente al mundo laboral y profesional.
15.4.3.4. Psicodiagnóstico
Después de una entrevista, se propone una batería de test, que debiera in-
cluir (aunque la pasación de pruebas estará en función del objetivo o de-
manda):
A continuación citamos algunos test que permiten explorar las áreas antes
mencionadas.
A) Capacidades generales:
a) Inteligencia:
— NEMI: Nueva Escala de Medida de Inteligencia (Zazzo, M. Gilly, M.
Verba-Rad, 1960): evalúa la inteligencia general de 3 a 14 años.
— WISC-R: escala de Inteligencia de Weschler para niños (Weschler,
1974): evalúa la inteligencia y da información clínica sobre la organización de
la conducta en niños de 5 a 15 años.
— WAIS: Escala de Inteligencia de Weschler para adultos (Weschler,
1955): aprecia la inteligencia general y permite detectar perturbaciones pre-
vias. Se aplica de los 15 años en adelante.
— D-48 (E. Anstey, 1955): Evalúa la inteligencia general, el factor «G».
Aplicable a mayores de 12 años.
— Test de factor «G» (R.B. Cattell y A.S.K. Cattell, 1973): tiene 3 escalas:
la escala 1 para niños entre 4-8 años; la escala 2 para sujetos entre 8-14 años y
adultos con un nivel cultural bajo; la escala 3 para mayores de 15 años y adul-
tos con un nivel cultural alto.
Todos los test citados incorporan escalas de memoria, pensamiento lógico,
etcétera.
b) Aptitudes
— ABI: Aptitudes básicas para la informática (M.V. de la Cruz): evalúa
algunas aptitudes requeridas para el trabajo con equipos informáticos, a partir
de los 16 años y con un nivel cultural medio.
329
— DAT: Test de Aptitudes Diferenciales (G.K. Bennet, H. Seashore y
Wesman, 1947): evalúa rasgos de la inteligencia: verbal, numérico, razona-
miento abstracto, rapidez y precisión perceptiva, comprensión mecánica y do-
tes especiales; a partir de los 14 años y nivel cultural medio o superior.
— BADIG: Batería de aptitudes diferenciales y generales (C. Yuste Her-
nanz): evalúa madurez intelectual, inteligencia general verbal y no verbal; de
los 4 a los 18 años.
— McQUARRIE: Test de aptitudes mecánicas (T.W. McQuarrie, 1968):
mide inteligencia técnica y habilidades relacionadas con la precisión y rapidez
manual; a partir de los 10 años.
— Test de oficios (F. Secadas): mide dos aspectos de la aptitud mecánica:
reconocimiento de herramientas y conocimientos prácticos de mecánica. Apli-
cable a adolescentes y adultos.
— BTA: Batería de tareas administrativas (TEA): mide las aptitudes para
un mejor desempeño de tareas administrativas; para adolescentes y adultos
con un nivel básico de estudios primarios o medios.
— SET: Test de aptitudes administrativas-I (Bennett-Gelink, 1976): selec-
ciona y clarifica personal administrativo. Para mayores de 11 años con un ni-
vel cultural bajo o medio.
— SEASHORE: Test de aptitudes musicales (CE. Seashore, 1939): evalúa
aptitudes musicales a partir de los 9-10 años. Aplicación individual o colectiva.
— Test guestáltico visomotor (Bender, 1938): evalúa a partir de los 4 años
la aptitud guestáltica visomotora.
c) Intereses vocacionales
— Intereses profesionales (L.L. Thurstone, 1948): instrumento de orienta-
ción y consejo para elegir la vocación del sujeto. Investiga diez campos: cien-
cias físicas y químicas, biología, cálculo, negocios, actividades ejecutivas y hu-
manitarias, artes plásticas y música, permitiendo obtener un perfil de
intereses. Aplicable a nivel individual y colectivo a partir de los 14 años.
— Kuder-C: Registro de preferencias vocacionales (F. Kuder, 1960): mide
los intereses en diez áreas: aire libre, mecánica, cálculo, científica, persuasiva,
artística, literaria, musical, asistencial y administrativa. Dispone de una escala
«V» que permite verificar la fiabilidad de la aplicación y sus resultados. Indivi-
dual o colectivo a adolescentes y adultos.
— Temario vocacional (TV-76 de García Yagüe, 1977): mide los siguientes
intereses profesionales: teórico-especulativos, técnico-aplicados, estéticos, fí-
sico-matemáticos, biológicos, humanísticos, terapéuticos, negocios y persona-
les. Individual o colectivo a adolescentes y adultos.
Presenta baremos para escalas puras (universitarios varones y de secunda-
ria para ambos sexos) y escalas profesionales (población general universitaria
y específica de cada carrera).
— CIPSA: Cuestionario de intereses profesionales (Fernández-Seara, An-
drade, Navarro Marco): aprecia intereses vocacionales en doce áreas labora-
les: física y química, derecho y legislación, medicina y sanidad, servicios, cien-
cias humanas, biológicas, actividades literarias, publicidad y comunicación,
330
artes plásticas y música, organización y mando, enseñanza, económicas y em-
presariales. Aplicación individual y colectiva a partir de los 13-14 años.
— Decatest: Batería de tests de oficios (F. Secadas): apreciación de aptitu-
des en el aprendizaje y ejercicio de profesiones u oficios manuales especializa-
dos. Indicado en la selección, orientación de aprendices. Individual y colectivo
entre los 12-17 años.
d) Personalidad
Podemos dividirlos en dos tipos: i) los tests factoriales y ii) los proyectivos.
i) Tests factoriales:
— CEP: Cuestionario de personalidad (Pinillos, 1957): evalúa los siguien-
tes rasgos de personalidad: estabilidad emocional, extroversión social, para-
noidismo. A partir de los 14-15 años.
— EPQ: Cuestionario de personalidad (H.J. Eysenck y S.B.G. Eysenck,
1957): evalúa tres dimensiones: inestabilidad, extraversión y dureza. Incluye
una escala de sinceridad. La forma «J» se aplica entre los 8-15 años; la forma
«A» a partir de 16 años.
— EPI: Cuestionario de personalidad. Formas A y B (Eysenck y Eysenck,
1964): evalúa las dimensiones: neuroticismo, extraversión y sinceridad. Para
adolescentes y adultos.
— MSPQ: Cuestionario de personalidad para adolescentes (Cattell, Be-
lloff y Coan, 1958): evalúa catorce factores de primarios de personalidad, de
donde se obtienen cuatro factores básicos. Aplicable entre los 12 y 18 años.
— MMPI: Cuestionario multifásico de personalidad de Minneapolis
(Hathaway, McKinley, 1967): evalúa rasgos de personalidad en diez escalas:
hipocondriasis, depresión, histeria, esquizofrenia, desviación psicopática, mas-
culinidad, femineidad, paranoia, psicastenia, hipomanía, introversión social.
Hay cuatro escalas de validación: sinceridad, interrogantes, fiabilidad y factor
«K» de corrección. La edición española (TEA, 1970-75) incluye otras escalas
adicionales: fuerza del yo, dependencia, dominancia, responsabilidad y con-
trol. Se aplica a adolescentes y adultos.
— 16 PF: Cuestionario factorial de personalidad. Formas A, B y C (Cat-
tell, 1972): evalúa 16 factores de personalidad de los que se obtienen cuatro o
cinco básicos. Aplicable a partir de los 16 años.
ii) Proyectivos:
— Test del árbol (Koch, 1949): apreciación proyectiva de los problemas de
adaptación y evolución a diversos rasgos de personalidad. Aplicable a todas
las edades.
— H.T.P. (Hammer): permite proyectar a través del dibujo gráfico (casa,
árbol, persona) las relaciones interfamiliares y con el entorno, el concepto de
sí mismo, la imagen corporal. Aplicable a todas las edades.
— Test de Rorschach (Rorschach y Zullinger, 1921-1948): evalúa diferen-
tes aspectos de la personalidad a través de la percepción de manchas de tinta.
Jóvenes y adultos.
331
— Test de relaciones objétales (Phillipson, 1955): permite medir las princi-
pales variables de personalidad. A partir de los 11 años.
— Test de la figura humana (Machover, 1971): percepción del «yo» del su-
jeto. Todas las edades.
332
— las capacidades innatas,
— la motivación,
— el equilibrio emocional;
— Parece ser que éstos tienen como promedio dos años de adelanto res-
pecto a los otros niños durante los años escolares. En la edad adulta, son inte-
lectualmente superiores a la media de la población general, aunque aparecen
muchos casos de inadaptados sociales; esta inadaptación explicaría el fracaso
profesional de algunos de estos sujetos talentosos.
— Están dispuestos a afrontar la vida profesional antes que los otros.
— Su éxito futuro va unido a la estabilidad emocional.
333
Sin embargo, «parece que los superdotados no consiguen todos un éxito
socioprofesional a la medida de su talento, sino que una parte de ellos alcanza
solamente lo que podría llamarse un buen nivel de éxito profesional» (Coriat,
1990).
Uno de los principales problemas vocacionales con que se encuentran estos
jóvenes es la llamada «multipotencialidad» (Pallares, 1989), es decir, la capaci-
dad de poder realizar potencialmente con éxito, varias ocupaciones; ello no
parece, en principio, un problema a no ser por la dificultad que encuentran a
la hora de seleccionar una de las opciones.
Otro problema reside en las expectativas propias y en las que tienen los
otros con respecto al joven superdotado ya que, una vez elige determinada
profesión, nunca se le valora lo suficiente esa elección e incluso se le critica
aludiendo a que podría haber optado por una mejor o que su rendimiento no
es el que cabía esperar; todo ello genera grandes sentimientos de culpa y baja
autoestima en el adolescente superdotado.
Por último, muchos de los jóvenes acaban conformándose con cualquier ta-
rea con tal de parecer personas normales, disfrazando o minimizando sus ver-
daderas dotes, lo cual provocará que, en muchas ocasiones, se encuentre pro-
fesionalmente insatisfecho y frustrado.
Existe cierto consenso en afirmar que la Orientación Profesional en jóve-
nes superdotados es un proceso omitido o incompleto en su educación. Lo
más importante a tener en cuenta a la hora de orientar a un superdotado es
«su detección y el estudio de toda su personalidad» (Pallares, 1989), pues es
fácil que pasen inadvertidos en muchas ocasiones.
Posteriormente, es aconsejable que sean instruidos en centros especiales o
con grupos pequeños homogéneos, recibiendo una enseñanza individualizada
pero integrada con los demás. También se les puede aumentar el ritmo de
aprendizaje y ampliar los diversos conocimientos mediante otro tipo de expe-
riencias, incluso fuera del aula: visitas culturales, lecturas, monitores que les
asesoren sobre las carreras que les puedan ser más adecuadas, etc.
Se habla de la necesidad de un sistema orientador-preventivo (Palla-
res, 1989), que trate, por ejemplo, de las potencialidades múltiples desde
una perspectiva personal, revisando los posibles conflictos internos y exter-
nos que se crean cuando, al intentar seleccionar una profesión, son posibles
muchas.
334
La mejor escuela para el deficiente es compartir la vida y enfrentarse a las
dificultades como cualquier persona normal. No obstante, con el deficiente se
ha de tener en cuenta no sólo su lesión orgánica, su deficiencia, sino la actitud
de la sociedad que lo considera «no válido». Ahora hay más conciencia de que
deben integrarse y, para ello, hay que rehabilitarlos y organizarse basándose
en las capacidades que tiene y en las que no tiene, pues de lo contrario se le
fomenta una mayor dependencia y un estancamiento personal y social.
Pero, seamos realistas: en una sociedad donde el paro es un problema im-
portante y en aumento, el trabajo un bien escaso para los que consideramos
adolescentes «normales», ¿cuánto más difícil será para un deficiente? Debe
ser la Administración la que tome conciencia del problema y estimule el fo-
mento de empleo para el joven en general y para el deficiente en particular.
A pesar de la decepcionante realidad laboral, al joven deficiente debe
orientársele profesionalmente, en vistas a conseguir equipararle, en oportuni-
dades y ámbitos, a un joven «normal». Para ello debe realizarse un diagnóstico
integral que comprende las siguientes áreas:
Según Bueno y cols. (1990) hay tres fórmulas de ocupación laboral para el
deficiente mental:
335
a) empleo ordinario, abierto, competitivo, ligado a trabajos más manua-
les del sector secundario que no necesitan cualificación (pastelero, montador
de piezas, soldador, etc.);
b) trabajo protegido: para los que no se integran en el anterior;
c) actividades ocupacionales: es más una terapia que un trabajo; para de-
ficientes profundos, con vistas a fomentar su autonomía, la comunicación y la
socialización.
Pero el trabajo de por sí, no realiza a la persona: para que tenga lugar una
realización personal y profesional, esa actividad debe ser reconocida y valo-
rada socialmente.
15.6. CONCLUSIONES
La elección de una profesión y/o trabajo apunta no sólo hacia una activi-
dad u opción profesional, sino a una forma de vida, por tanto, la elección debe
hacerse consciente de que con ella, formamos parte de nuestra identidad, de
nuestro «yo», y que a través de ella, asumimos un rol, un status y elegimos una
pareja.
La vocación no aparece como algo puntual y espontáneo sino que se inicia
en la infancia, va configurándose durante la adolescencia para definirse en la
adultez. No obstante, estas vocaciones tempranas «preedípicas» o «edípicas»
pueden estar «enmascaradas» de motivos inconscientes que no son sino com-
pensaciones, mecanismos de defensa ante conflictos de la primera infancia;
por ello, es necesaria una buena orientación para realizar una elección con-
forme al «yo» real del sujeto.
Esta vocación no sólo está determinada por los motivos inconscientes, sino
también por otros más conscientes como las aptitudes, actitudes, intereses, ca-
pacidades y personalidad. A su vez, éstos pueden potenciarse o no, influidos
por factores socioambientales y culturales como agentes de socialización (fa-
milia, amigos), por el prestigio y auge de ciertos estudios en detrimento de
336
otros, el género, etc. La vocación es el resultado de unos factores más incons-
cientes (a veces desconocidos por el sujeto) que pueden o no modificarse a
través de factores más socioambientales y culturales.
Pero la situación de crisis económica está retrasando la transición al tra-
bajo, a la adultez prolongando la juventud de forma obligada: el alargamiento
de la postadolescencia no es causa de no querer inserirse en el mercado profe-
sional ya sea por temor, búsqueda de seguridad, etc. La juventud sabe que el
trabajo es central en nuestra sociedad y que es un elemento de integración so-
cial; el que no trabaja está mal visto socialmente, es un marginado.
El trabajo da independencia, seguridad, perspectivas de futuro y, por con-
tra, el no tenerlo produce sensación de impotencia, de tiempo perdido, depre-
sión, minusvaloración, etc. Las consecuencias en la dificultad de acceder a un
trabajo regular no sólo es el retraso de la independencia económica y psicoló-
gica, sino que se ven afectados la asunción de roles sexuales adultos, la auto-
nomía personal en la toma de decisiones, la autoimagen, el acceso a bienes de
consumo, la autoestima, etc. En el ámbito de la psicopatología se observa que
en los jóvenes que llevan tiempo parados, y buscan pero no encuentran tra-
bajo, y en los que son eventuales, aparecen trastornos psicosomáticos como
cefaleas, palpitaciones, impotencia sexual, afecciones cardíacas, depresión,
etcétera.
Vista esta situación parece paradójico que en tiempos de crisis aparezca
una disciplina, la orientación escolar, profesional y/o vocacional que ayude al
adolescente a decidir. Esta aparente contrariedad, no lo es tanto, si pensamos
que supone una ayuda al joven para evitar un fracaso posterior mayor: si ade-
más de no encontrar trabajo resulta que eligió unos estudios para los que no
estaba capacitado o los hizo por presiones familiares, o son una compensación
de deficiencias personales, las consecuencias de esta mala elección serán ma-
yores. La orientación pretende clarificar y aconsejar para ayudar al joven,
pero jamás elige por él. Una vez hecha la elección, de la forma menos enmas-
carada posible, queda el poder inserirse laboral y socialmente.
Hay que ser conscientes de que el desarrollo, la modernización, la consoli-
dación del sistema democrático, dependen en gran medida de que estos jóve-
nes se sientan integrados socialmente, para que incidan en el devenir social y
sean los autores y actores de su propia existencia.
15.7. BIBLIOGRAFÍA
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