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y coim plicacional (cfr.

el concepto de sincronicidad en P O S M O D E R N ID A D :
Jung y de «orden implicado» en D. Bohm, en donde afir- ¿UN A S O C IE D A D T R A N S P A R E N T E ?
m ar el fragmento es coafirm ar la implicación).
Sólo nos resta dar las gracias a los autores y a quienes
han interm ediado esta edición: Josu E rdozain y Vicente Gianni Vattimo
H uid. Nuestro especial agradecim iento al propio G. Vatti-
mo, así com o a F. García Cortázar, p o r facilitam os la
conferencia de aquél en el Aula de Cultura del Correo Es-
pañol; finalmente, al colega M. Maffesoli, que recaló en
Pérgola, la revista dirigida p o r G. Yanke.

An d r é s Or t iz -O s é s

Los autores:

Gianni Vattimo (Universidad de Turín) Hoy día se habla m ucho de posm odernidad; m ás aún
José M aría M ardones (Instituto de Filosofía, CSIC, se habla tanto de ella que ha venido a ser casi obligatorio
Madrid) guardar una distancia frente a este concepto, considerarlo
Iñaki Urdanibia (UNED de Vergara) una m oda pasajera, declararlo u n a vez m ás concepto «su-
Manuel Fernández del Riesgo (Universidad Complutense, perado»... Con todo, yo sostengo que el térm ino posm o-
Madrid) derno sigue teniendo u n sentido, y que este sentido está
Michel Maffesoli (Sorbona, París V) ligado al hecho de que la sociedad en que vivimos es una
Fernando Savater (Universidad del País Vasco, sociedad de la com unicación generalizada, la sociedad de
San Sebastián) los medios de com unicación {«mass media»).
Josetxo Beriain (Universidad Pública de Navarra, Ante todo, hablamos de posm oderno porque considera-
Pam plona) mos que, en algún aspecto suyo esencial, la m odernidad ha
Patxi Lanceros (Universidad de Deusto-Bilbao) concluido. El sentido en que puede decirse que la m oderni-
Andrés Ortiz-Osés (Universidad de Deusto-Bilbao) dad ha concluido depende de lo que se entienda por m o-
dernidad. Creo que, entre las m uchas definiciones, hay una
en la que podemos llegar a un acuerdo: la m odernidad es la
época en la que el hecho de ser m oderno viene a ser un
valor determinante. En italiano y en otras m uchas lenguas,
según creo, es todavía una ofensa llam arle a uno «reaccio-
nario», es decir, adherido a los valores del pasado, a la tra-
dición, a formas «superadas» de pensar. Más o menos, esta
consideración «eulógica», elogiosa, del ser m oderno es lo
que, a mi parecer, caracteriza toda la cultura moderna.

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Esta actitud no es tan evidente desde fines del «Quattrocen- escrito del año 1938 («Tesis sobre la filosofía de la histo-
to» (fecha en que «oficialmente» se pone el comienzo de la ria»), sostenía que la historia concebida com o un decurso
ecjacj nl 0derna), aun cuando desde entonces, por ejemplo unitario es una representación del pasado construida por
en la nueva m anera de considerar al artista como genio los grupos y las clases sociales dom inantes. ¿Qué es, en
creador, gana terreno u n culto cada vez m ás intenso por lo efecto, lo que se transm ite del pasado? No todo lo que ha
nuevo, por lo original, etc., que no existía en las épocas acontecido, sino sólo lo que parece relevante. Por ejemplo,
precedentes (en las que, al contrario, la im itación de los en la escuela aprendim os m uchas fechas de batallas, tra-
modelos era un elemento de sum a importancia). Con el tados de paz, incluso revoluciones; pero nunca nos conta-
paso de los siglos se hará cada vez m ás claro que el culto ro n las transform aciones en el m odo de alim entarse, en el
por lo nuevo y por lo original en el arte se vincula a una modo de vivir la sensualidad o cosas p o r el estilo. Y así,
perspectiva m ás general que, como sucede en la época de las cosas de que habla la historia son las vicisitudes de la
la Ilustración, considera la historia hum ana como un pro- gente que cuenta, de los nobles, de los soberanos y de
ceso progresivo de emancipación, como la realización cada la burguesía cuando llega a ser clase poderosa; en cam -
vez más perfecta del hom bre ideal (el libro de Lessing so- bio, los pobres e incluso los aspectos de la vida que se /
bre La educación del género humano, 1780, es una expre- consideraban «bajos» no hacen historia...
sión típica de esta perspectiva). Si la historia tiene este sen- Si se desarrollan observaciones com o éstas (siguiendo
tido progresivo, es evidente que tendrá más valor lo que es un cam ino iniciado por Marx y por Nietzsche, antes que
más «avanzado» en el camino hacia la conclusión, lo que p or Benjamín), se llega a disolver la idea de historia en-
está más cerca del final del proceso. Ahora bien, para con- tendida com o decurso unitario. No existe u na historia
cebir la historia como realización progresiva de la hum ani- única, existen im ágenes del pasado propuestas desde di-
dad auténtica, se da una condición: que se la pueda ver versos puntos de vista, y es ilusorio pen sar que exista un
como un proceso unitario. Sólo si existe la historia se pue- punto de vista suprem o, comprehensivo, capaz de unifi-
de hablar de progreso. car todos los dem ás (como sería «la historia» que engloba
Pues bien, en la hipótesis que yo propongo, la m oder- la historia del arte, de la literatura, de las guerras, de la
nidad deja de existir cuando —p o r m últiples razones— sensualidad, etc.).
desaparece la posibilidad de seguir hablando de la histo- La crisis de la idea de la historia lleva consigo la crisis
ria como una entidad unitaria. Tal concepción de la his- de la idea de progreso: si no hay u n decurso unitario de
toria, en efecto, im plicaba la existencia de un centro alre- las vicisitudes hum anas, no se podrá ni siquiera sostener
dedor del cuál se reúnen y ordenan los acontecimientos. que avanzan hacia u n fin, que realizan un plan racional
Nosotros concebimos la historia com o ordenada en torno de mejora, de educación, de em ancipación. Por lo demás,
al año del nacim iento de Cristo, y m ás específicamente, el fin que la m odernidad pensaba que dirigía el curso de
com o una concatenación de las vicisitudes de las naciones los acontecim ientos era tam bién u n a representación pro-
situadas en la zona «central», del Occidente, que repre- yectada desde el punto de vista de u n cierto ideal del
senta el lugar propio de la civilización, fuera de la cual hom bre. Filósofos de la Ilustración, Hegel, Marx, positi-
están los hom bres primitivos, las naciones «en vías de de- vistas, historicistas de todo tipo pensaban m ás o menos
sarrollo», etc. La filosofía surgida entre los siglos XIX y XX todos ellos del m ism o m odo que el sentido de la historia
ha criticado radicalm ente la idea de historia unitaria y ha era la realización de la civilización, es decir, de la forma ,
puesto de manifiesto cabalm ente el carácter ideológico de del hom bre europeo m oderno. Como la historia se conci- %
: estas representaciones. Así, W alter Benjam ín, en un breve be unitariam ente a p artir sólo de u n punto de vista deter-

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m inado que se pone en el centro (bien sea la venida de sociedad m ás compleja, incluso caótica, y, p o r último,
Cristo o el Sacro Rom ano Im perio, etc.), así tam bién el c) que precisam ente en este relativo «caos» residen nues- X
progreso se concibe sólo asum iendo com o criterio u n de- tras esperanzas de em ancipación.
term inado ideal del hombre; pero habida cuenta que en la Ante todo: la im posibilidad de concebir la historia
m odernidad ha sido siem pre el del hom bre m oderno eu- com o u n decurso unitario, im posibilidad que, según la te-
ropeo —como diciendo: nosotros los europeos somos la sis aquí defendida, da lugar al ocaso de la m odernidad,
m ejor form a de hum anidad—, todo el decurso de la histo- no surge solam ente de la crisis del colonialism o y del im-
ria se ordena según que realice m ás o m enos com pleta- perialism o europeo: es tam bién, y quizás en m ayor medi-
m ente este ideal... da, el resultado de la irrupción de los m edios de com uni-
Teniendo todo esto en cuenta, se com prende tam bién cación social. Estos m edios —prensa, radio, televisión, en
que la crisis actual de la concepción u nitaria de la histo- general todo aquello que en italiano se llam a «telemáti-
ria, la consiguiente crisis de la idea de progreso y el ocaso ca»— han sido la causa determ inante de la disolución de
V de la m odernidad no son solam ente acontecim ientos de- los puntos de vista centrales de lo que u n filósofo francés,
term inados por transform aciones teóricas, p o r las críticas Jean François Lyotard, llam a los grandes relatos. Este
que el historicism o decim onónico (idealista, positivista, efecto de los m edios de com unicación es exactam ente el
marxista, etc.) ha padecido en el plano de las ideas. Ha reverso de la im agen que se hacía de ellos todavía un filó-
sucedido algo m ucho m ayor y m uy distinto: los pueblos sofo como Theodor Adorno. Apoyado en su experiencia í
«primitivos», los así llam ados, colonizados por los euro- de vida en Estados Unidos durante la segunda guerra
peos en nom bre del buen derecho de la civilización «su- m undial, Adorno, en obras com o Dialéctica de la Ilustra-
perior» y m ás desarrollada, se han rebelado y h an vuelto ción (escrita en colaboración con Max H orkheim er) y Mí-
problem ática de hecho u n a historia unitaria, centralizada. nim a moralia, preveía que la radio (más tarde tam bién la
El ideal europeo de hum anidad se ha m anifestado como televisión) tendría el efecto de producir u n a homologa-
un ideal m ás entre otros m uchos, no necesariam ente ción general de la sociedad, haciendo posible e incluso Y
peor, pero que no puede pretender, sin violencia, el de- favoreciendo, p o r una especie de tendencia propia dem o-
recho de ser la esencia verdadera del hom bre, de todo níaca interna, la form ación de dictaduras y gobiernos to-
hombre... talitarios capaces —com o el «Gran Hermano» de George
Juntam ente con el final del colonialism o y del im pe- Orwell en 1984— de ejercer un control exhaustivo sobre 1
rialism o ha habido otro gran factor decisivo p ara disolver los ciudadanos por m edio de u n a distribución de slogans
la idea de historia y acabar con la m odernidad: a saber, la publicitarios, propaganda (comercial no m enos que políti-
V irrupción de la sociedad de la com unicación. Llegamos ca), concepciones estereotipadas del m undo... Pero lo que
así al segundo punto de esta conferencia, el que se refiere de hecho ha acontecido, a pesar de todos los esfuerzos de
a la «sociedad transparente». Como se h abrá observado, los monopolios y de las grandes centrales capitalistas, ha
la expresión «sociedad transparente» aparece ya en el tí- sido m ás bien que radio, televisión, prensa han venido a
tulo con un signo de interrogación. Lo que trato de defen- ser elementos de una explosión y m ultiplicación general ,
der es lo siguiente: a) que en el nacim iento de u n a socie- de Weltanschauungen, de concepciones del m undo. E n los
dad posm oderna desem peñan un papel determ inante los Estados Unidos de los últim os decenios h an tom ado la
medios de com unicación; b) que esos m edios caracterizan palabra m inorías de todas clases, se han presentado a la
a esta sociedad no como u na sociedad m ás «transparen- palestra de la opinión pública culturas y sub-culturas de
te», m ás consciente de sí, m ás «ilustrada», sino como una toda índole. Se puede objetar ciertam ente que a esta tom a

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de la palabra no ha correspondido una verdadera em anci- dios de com unicación, ha olvidado precisam ente el ideal
pación política —el poder económ ico está todavía en m a- de una sociedad transparente: ¿qué sentido tendría la li-
nos del gran capital, etc. Puede ser —no quiero alargar bertad de inform ación, aunque no fuera m ás que la exis-
aquí dem asiado la discusión sobre esa m ateria. Pero el tencia de m ás canales de radio y de televisión, en un
hecho es que la lógica m ism a del «mercado» de la infor- m undo en que la norm a fuese la reproducción exacta de
mación postula una am pliación continua de este m ercado la realidad, la perfecta objetividad, la identificación total
y exige en consecuencia que «todo», en cierto modo, ven- del m apa con el territorio? De hecho, intensificar las posi-
ga a ser objeto de com unicación... E sta multiplicación bilidades de inform ación acerca de la realidad en sus más
vertiginosa de las com unicaciones, este núm ero creciente variados aspectos hace siem pre m enos concebible la idea
de sub-culturas que tom an la palabra, es el efecto más m ism a de una realidad. Se lleva a efecto quizás en el
evidente de los medios de com unicación y es a su vez el m undo de los m edios de com unicación u n a «profecía» de
hecho que, enlazado con el ocaso o, al menos, la transfor- Nietzsche: el m undo real a la postre se convierte en fábu-
m ación radical del im perialism o europeo, determ ina el la. Si tenem os u na idea de la realidad, no puede entender-
paso de nuestra sociedad a la posm odernidad. El Occi- se ésta, en nuestra situación de existencia m oderna tar-
dente vive una situación explosiva, u n a pluralización irre- día, com o el dato objetivo que está por debajo, m ás allá,
sistible no sólo en com paración con otros universos cultu- etc., de las imágenes que de él nos dan los m edios de
rales (el «tercer mundo», por ejemplo) sino tam bién en su com unicación. ¿Cómo y dónde podrem os alcanzar tal rea-
fuero interno. Tal situación hace im posible concebir el lidad «en sí misma»? La realidad, para nosotros, es más
m undo de la historia según puntos de vista unitarios. bien el resultado de cruzarse y «contam inarse» (en el
La sociedad de los m edios de com unicación, precisa- sentido latino) las m últiples imágenes, interpretaciones,
m ente por estas razones, es lo m ás opuesto a u n a socie- re-construcciones que distribuyen los m edios de comuni-
dad m ás ilustrada, más «educada» (en el sentido de Les- cación en com petencia m utua y, desde luego, sin coordi-
sing, o de Hegel, e incluso de Cornte y de Marx); los nación «central» alguna.
m edios de com unicación, que en teoría hacen posible una A m odo de conclusión provisional, estoy tratando de
inform ación «en tiem po real» de todo lo que acontece en proponer una tesis que puede enunciarse así: en la socie-
el m undo, podrían parecer en realidad com o una especie dad de los medios de com unicación, en lugar de un ideal
de realización práctica del E spíritu Absoluto de Hegel, es de em ancipación m odelado sobre el despliegue total de la
decir, una autoconciencia perfecta de toda la hum anidad, autoconciencia, sobre la conciencia perfecta de quien j
la coincidencia entre lo que acontece, la historia, y la sabe cóm o están las cosas (bien sea el Espíritu Absoluto
consciencia del hombre. M irándolo bien, críticos de inspi- de Hegel o el hom bre liberado de la ideología como lo
ración hegeliana y m arxista, com o Adorno, razonan pen- concibe Marx), se abre cam ino u n ideal de em ancipación
sando cabalm ente en este m odelo y fundam entan su pesi- que tiene en su propia base, m ás bien, la oscilación, la
m ism o en el hecho de que tal m odelo (por culpa, en el pluralidad y, en definitiva, la erosión del m ism o «princi- .
fondo, del m ercado) no se realiza com o pudiera, o se rea- pió de realidad». El hom bre de hoy puede finalm ente lle-
liza de u n m odo pervertido y caricaturesco (como en el gar a ser consciente de que la perfecta libertad no es la de
m undo homologado, quizás incluso «feliz» a causa de la Spinoza, no consiste —com o ha señalado siem pre la m e-
m anipulación de los deseos, y dom inado p o r el «Gran tafísica— en conocer la estructura necesaria de lo real
Hermano»). Pero la liberación de todas esas múltiples para adecuarse a ella. Toda la im portancia de las ense-
culturas y Weltanschauungen, hecha posible por los me- ñanzas filosóficas de autores com o Nietzsche o Heidegger
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está aquí, en el hecho de que estos autores nos ofrecen Pero, ¿en qué consiste m ás específicam ente el posible
los instrum entos para com prender el sentido em ancipante alcance em ancipador, liberador, de la pérdida del sentido
del final de la m odernidad y de su idea de historia. de la realidad, de la verdadera y propia erosión del princi- >4
Nietzsche, en efecto, ha dem ostrado que la im agen de una pio de realidad en el m undo de los m edios de com unica-
realidad ordenada racionalm ente sobre la base de un ción? Aquí, la em ancipación consiste m ás bien en el desa-
principio (tal es la im agen que la m etafísica se ha hecho rraigo (dépaysement) que es tam bién, y al m ism o tiempo,
siem pre del m undo) es sólo un m ito «asegurador» propio liberación de las diferencias, de los elem entos locales, de
de una hum anidad todavía prim itiva y bárbara: la metafí- lo que podríam os llam ar en síntesis el dialecto. Una vez
sica es todavía un modo violento de reaccionar ante una desaparecida la idea de una racionalidad central de la his- 4
situación de peligro y de violencia; trata, en efecto, de toria, el m undo de la com unicación generalizada estalla
adueñarse de la realidad con u n «golpe sorpresa», echan- como una m ultiplicidad de racionalidades «locales» —mi-
do m ano (o haciéndose la ilusión de echar m ano) del norias étnicas, sexuales, religiosas, culturales o estéticas
principio prim ero del que depende todo (y asegurándose (como los punk, por ejemplo)—, que tom an la palabra y
po r tanto ilusoriam ente el dom inio de los acontecim ien- dejan de ser finalm ente acallados y reprim idos por la idea
tos...). Heidegger, siguiendo en esta línea de Nietzsche, ha de que sólo existe u n a form a de hum anidad verdadera fr
dem ostrado que concebir el ser com o u n principio funda- digna de realizarse, con m enoscabo de todas las peculiari-
m ental y la realidad com o u n sistem a racional de causas dades, de todas las individualidades lim itadas, efímeras,
y efectos no es sino un m odo de hacer extensivo a todo el contingentes. Dicho sea de paso, este proceso de libera-
ser el modelo de objetividad «científica», de u n a m entali- ción de las diferencias no es necesariam ente el abandono /
dad que, para poder dom inar y organizar rigurosam ente de toda regla, la m anifestación irracional de la esponta-
todas las cosas, las tiene que red u cir al nivel de puras neidad: tam bién los dialectos tienen una gram ática y una
apariencias mensurables, m anipulables, sustituibles, redu- sintaxis, más aún, no descubren la propia gram ática hasta
ciendo finalm ente a este nivel incluso al hom bre mismo, que adquieren dignidad y visibilidad. La liberación de las
su interioridad, su historicidad... diversidades es un acto p o r el cual éstas «tom an la pala-
Por consiguiente, si con la m ultiplicación de las im á- bra», se presentan, es decir, se «ponen en forma» de m a-
genes del m undo perdem os el «sentido de la realidad», nera que pueden hacerse reconocer; algo totalm ente dis-
como se dice, no es en fin de cuentas u n a gran pérdida. tinto de una m anifestación irracional de la espontaneidad.
Por una especie de perversión de la lógica interna, el El efecto em ancipante de la liberación de las racionali-
m undo de los objetos m ensurables y m anipulables p or la dades locales no es, sin embargo, solam ente garantizar a
ciencia técnica (el m undo de lo real, según la metafísica) cada uno una posibilidad m ás com pleta de reconocim ien-
ha venido a ser el m undo de las m ercaderías, de las im á- to y de «autenticidad»; como si la em ancipación consistie-
genes, el m undo fantasm agórico de los m edios de com u- se en m anifestar finalm ente lo que cada uno es «de ver-
nicación ¿Tendremos que contraponer a este m undo la dad» (en térm inos todavía m etafísicos, spinozianos):
nostalgia de una realidad sólida, unitaria, estable y «auto- negro, m ujer, hom osexual, protestante, etc. La causa
rizada»? Semejante nostalgia corre el peligro de transfor- em ancipante de la liberación de las diferencias y de los
m arse continuam ente en u na actitud neurótica, en el «dialectos» consiste m ás bien en el com pendioso efecto ■
esfuerzo p or reconstruir el m undo de nuestra infancia, de desarraigo que acom paña al p rim er efecto de identifi-
donde la autoridad fam iliar era a la vez am enazante y cación. Si, en fin de cuentas, hablo mi dialecto en un
aseguradora... m undo de dialectos, seré tam bién consciente de que no es

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la única lengua, sino cabalm ente u n dialecto m ás entre fica hacer experiencia de la libertad entendida com o osci-
otros muchos. Si profeso mi sistem a de valores —religio- lación continua entre pertenencia y desasim iento.
sos, estéticos, políticos, étnicos— en este m undo de cultu- Se trata de u n a libertad problem ática, no sólo porque
ras plurales, tendré tam bién u n a conciencia aguda de la este efecto de los m edios no está garantizado, es solam en-
historicidad, contingencia, lim itación de todos estos siste- te u na posibilidad que se ha de reconocer y cultivar (los
mas, com enzando p o r el mío. medios pueden tam bién ser, siem pre, la voz del «Gran
Es lo que Nietzsche, en u n a página de la Gata Ciencia, Hermano»; o de la banalidad estereotipada, del vacío de
llam a «continuar soñando sabiendo que estoy soñando». significado...); sino tam bién porque nosotros mismos
¿Es posible algo p o r el estilo? La esencia de lo que Nietz- no sabemos todavía dem asiado bien qué fisonom ía tiene
sche llamó el «superhombre», el Uebermensch, está aquí —nos cuesta trabajo concebir esta oscilación com o liber-
^ plenamente; y es el com etido que él asigna a la hum ani- tad: la nostalgia de los horizontes cerrados, am enazantes
dad del futuro, precisam ente en el m undo de la com uni- y, a la vez, aseguradores sigue todavía arraigada en noso-
cación intensificada. tros com o individuos y com o sociedad. Filósofos nihilistas
Un ejemplo de lo que significa el efecto em ancipante com o Nietzsche o Heidegger (y tam bién pragm atistas
de la «confusión» de los dialectos se puede encontrar en com o Dewey o W ittgenstein), m ostrándonos que el ser no
la descripción de la experiencia estética que da Wilhelm coincide necesariam ente con lo que es estable, fijo, per-
Dilthey (una descripción que, a mi parecer, sigue siendo m anente, que tiene algo que ver m ás bien con el aconteci-
decisiva tam bién para Heidegger). Dilthey piensa que el miento, el consenso, el diálogo, la interpretación, se es-
encuentro con la obra de arte (como, p o r lo demás, fuerzan p o r hacernos capaces de captar esta experiencia
de oscilación del m undo posm odem o com o oportunidad
el m ism o conocim iento de la historia) es u n m odo de ha-
(chance) de u n nuevo m odo de ser (quizás: p o r fin) hu-
cer experiencia, con la im aginación, de otras form as de
existencia, de otros m odos de vida diversos de aquél en el manos.
que de hecho nos deslizamos en n uestra vida concreta de
cada día. Cada uno de nosotros, a m edida que vamos m a-
durando, restringim os los propios horizontes de la vida,
nos especializamos, nos cerram os dentro de u n a esfera
determ inada de afectos, intereses, conocim ientos. La ex-
periencia estética nos hace vivir otros m undos posibles,
m ostrándonos así tam bién la contingencia, relatividad,
finitud del m undo dentro del cual estam os encerrados.
(Algo parecido se encuentra tam bién en Wittgenstein...)
E n la sociedad de la com unicación generalizada y de
la pluralidad de culturas, el encuentro con otros m undos
y formas de vida es quizás m enos im aginario de lo que
h era para Dilthey: las «otras» posibilidades de existencia se
llevan a efecto bajo nuestros ojos, son aquéllas que están
representadas por los múltiples «dialectos», y tam bién por
los universos culturales que nos hacen accesibles la antro-
pología y la etnología. Vivir en este m undo m últiple signi-

18 19
5
E L N E O -C O N S E R V A D U R IS M O
« DE LOS PO SM O D ERN O S

José Maria Mardones

i
El pensam iento posm oderno ha sabido captar una
sensibilidad que recorre la reflexión de todo nuestro siglo.
Se la puede llam ar «la revuelta contra los padres del pen-
sam iento m oderno» (Descartes, Locke, Kant, e incluso
Marx) (Bernstein, 1983, 18).
E sta sensibilidad deam bula ya, no sólo por la cabeza
de los pensadores posm odernos, sino por el pluralism o de
sub-culturas de nuestro m om ento, p o r la pérdida de peso
de las grandes palabras que m ovilizaron a los hom bres y
m ujeres de la m odernidad occidental (verdad, libertad,
justicia, racionalidad), por el desencanto, en sum a, ante
nociones como la razón, la historia, el progreso o la em an-
cipación.
Ahora predom ina m ayorm ente la identidad p o r refe-
rencia a pequeños grupos cercanos (Dubiel, 1987, 1.042),
los consensos locales, coyunturales y rescindibles, las vi- ' ' 1
siones fragm entadas, escépticas, de la realidad (Welsch,
1987, 4 ss.).
Las concepciones «objetivas», «rigurosas», huyen aver-
gonzadas con la razón del centro de los tribunales dicta-
m inadores y son sustituidas p o r la epistem e m ás plástica
y flexible de «la diferencia», «la discontinuidad», «la de- ^

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construcción» o «la diseminación», es decir, p or «la pro- afirmaciones que trascienden los contextos locales (Ha-
blem ática que da su color dom inante a la filosofía del si- berm as, 1985Z?, 194).
glo XX» (Laruelle, 1986, 7). Las consecuencias políticas, éticas y culturales de una
Una auténtica crítica de la razón ilustrada que, según u otra respuesta son tales, que cabe sostener la acusación
Deleuze, trata de «ilustrar la Ilustración», y que, según J. Ha- de neoconservadores a los posm odernos que lo niegan.
bermas, amenaza con destruir la misma razón (1985, Recorram os, p ara probarlo, algunas de las consecuencias
134). de las posiciones posm odernas, ejem plificadas aquí en
Nos hallam os an te u n juicio encontrado que señala Lyotard, Vattimo y Rorty.
dos estrategias metodológicas: la posm oderna o posilus-
trada, que sospecha de toda universalización, porque ve
tras ella una razón al servicio de la coerción y el discipli- 1. ¿Vivimos presos de la heterogeneidad d e juegos
nam iento generalizado; y la neoilustrada de los teóricos de lenguaje o abiertos a la libre discusión
críticos, que quiere ser tam bién crítica con la razón ilus- y com unicación?
trada, pero tem e el estrecham iento posm oderno de la
razón como una traición al proyecto ilustrado de la m o- La afirm ación de J.F. Lyotard es que vivimos en medio
dernidad (Haberm as, 1985d, 19 ss.), y u na práctica neo- de una pluralidad de reglas y com portam ientos que expre-
conservadora. san los múltiples contextos vitales donde estam os ubica-
o' En esta exposición m e voy a centrar en las reticencias dos y no hay posibilidad de encontrar denom inadores co-
de los universalistas críticos de la Ilustración (o moderni- m unes (m etaprescripciones) universalm ente válidas para
J dad) frente a los posm odernos. Es decir, voy a trata r de todos los juegos. Vivimos sum ergidos en u n pluralism o
m ostrar dónde se apoya la acusación de Haberm as, que heterom orfo y las reglas no pueden p o r m enos que Y
tanto molesta a Lyotard (1987, 12), de que los posm oder- ser heterogéneas (Lyotard, 1984, 116 ss.).
nos son unos neoconservadores. De aquí que la pretensión de encontrar tales reglas
¿Cuáles son las razones que avalan a los teóricos críti- universales de juego puede ser «una causa buena, pero los
cos para tach ar de neoconservadores (H aberm as 1985fo, argum entos no lo son» (Lyotard, 1984, 118).
195) a los posm odernos?, ¿qué se juega en el fondo de Más aún, según Lyotard (1984, 117-118), la búsqueda
esta disputa entre tendencias de m oda, para que m erezca del consenso se ha convertido en u n valor anticuado y
la pena prestarles atención m ás allá del esnobismo? sospechoso. Porque detrás del pretendido consenso o las
Se debate la posibilidad de si los hum anos tenemos reglas universales de juego se esconde el terror de los do-
razones para aceptar que poseemos algún tipo de capaci- m inadores y el deslizam iento hacia el totalitarism o.
dad (razón) para determ inar y fundar u n com portam iento La defensa de la libertad y la justicia (Lyotard, 1984,
y una praxis con pretensiones hum anas, justas, racionales 118) induce a consensos locales, sujetos a una eventual
y universales. Es decir, si tenem os la capacidad para dis- rescisión. Se im pone, p o r tanto, el contrato tem poral ante ]t
tinguir y criticar la libertad de la tiranía, la falsedad de la la violencia de la insania isom órfica en todo lo racional,
verdad, lo justo de lo injusto, o estam os sin razones ante afectivo y político. Pero, ¿estamos realm ente ante una ga-
la opresión de los poderosos o el poder de lo existente. nancia o ante u na grave pérdida? ¿Es ésta la vía mejor
Dicho de otra m anera, la cuestión fundam ental que para defenderse contra el uniform ism o tecnocrático y la
nos planteam os es si tenem os la posibilidad de fundar ley del rendim iento? (Lyotard, 1984, 114). Si no poseemos
unos principios orientadores de nuestras convicciones y ningún criterio universal de verdad, justicia, preferibilidad

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racional, discernim iento ético, ¿cómo podrem os escapar en la libre discusión y com unicación? (Wellmer, 1985b,
de la arbitrariedad del poder, de la violencia del m ás osa- 85).
do o m ás salvaje? Sospechamos, con otros críticos, de la actitud posmo-
Nos encontram os, no libres de las ataduras de lo uni- clerna (Águila, 1987, 30 ss.; P. Dews, 1986, 24 ss.; 1987,
versal y del sofocam iento de las diferencias, sino atrapa- XVI, 228 ss.), que hay u n a inconsecuencia en el mismo
dos en el pequeño recipiente de nueátros contextos y loca- pensam iento posm oderno que salta p o r encim a de sus
lismos. Una tiranía a m enudo m ucho peor que el peligro afirmaciones. Su propia actitud crítica con la razón ilus-
que quiere conjurar. trada y el proyecto m oderno sólo se sostiene en la posibi-
Y no vale reconocer, com o hace Rorty (1982, XIII), lidad de u n a crítica de lo existente desde algún supuesto
que en situaciones dram áticas «es difícil convivir con esta que sostenga la crítica y hasta la incipiente utopía posmo-
, idea». Es, sencillamente, inhum ano e insoportable para la derna. De lo contrario, no hay posibilidad de crítica algu-
razón. Porque si «cuando llega la policía secreta, cuando na, quedam os presos de lo existente y no podem os distin-
los torturadores vulneran al inocente* no hay n ada que guir entre u n atentado en el Líbano o el País Vasco y las
pueda decírseles del tipo "hay algo dentro de vosotros reivindicaciones ecologistas y feministas.
que estáis traicionando. Aunque encarnéis las prácticas de
una sociedad totalitaria que d u rara eternam ente, hay algo
dentro de esas prácticas que os condena”. Es difícil convi- 2. ¿El hom bre com o experim ento y sujeto débil
vir con esta idea». Pero, no obstante, deberíam os, parece o com o m em oria de la p asión de la hum anidad?
decírsenos, acostum brarnos a ella.
¿En razón de qué podríam os resistir y sublevamos? La reivindicación de u n «sujeto débil» es para Vattimo
í Apelar a los valores occidentales es u n a llam ada etnocén- (1986a, 46) un térm ino correlativo a la carencia de funda-
trica y arbitraria. H abría que ser m ás radicales. m ento (G nm d) del pensam iento. Un pretendido pensa-
Sin duda, Rorty y Lyotard se sublevarían contra tales m iento fuerte, que cree saber objetivam ente qué es la rea-
situaciones. Más aún, cabe preguntar si la m ism a resis- lidad, que busca u n fundam ento p ara sus afirmaciones, es
tencia al totalitarism o real y a los m eta-relatos uniform a- una conciencia fuerte, estable, indudable. El sujeto fuerte
dores, al proyecto corrom pido de la m odernidad ¿no está es correlativo al pensam iento de la objetividad. Y detrás,
suponiendo en el m ism o Lyotard u n a confianza en la po- com o han visto Nietzsche y los Adorno y H orkheim er
sibilidad de que pueda surgir u n a verdad sin violencia, (1970, 22), se esconde el afán de dom inación. Porque «al
ajena a toda denom inación? La com prensión m ism a de la sujeto del objeto», al pensam iento objetivador le anim a
realidad com o pluralidad de form as de vida y juegos de u n afán de poderío. Es el sujeto señor del objeto. Este
lenguaje heterogéneos, donde no hay u n a supraautoridad im perialism o objetivante, encarnado en la ciencia-técnica
1 que ponga límites y m arque funciones, ¿no es u n a invita- occidentales y la m ism a burocracia de la adm inistración
ción a u n diálogo sin coacciones a priori y a la búsqueda pública del Estado m oderno (Weber), ya sabem os que tie-
de los mejores argum entos? Su pretensión de u na socie- ne u n dinam ism o expansivo que no cesa de m anipular y
dad inform atizada con libre acceso a las m em orias y ban- colonizar (Haberm as, 1981a, II, 522) m ás y m ás ámbitos.
cos de datos, donde la discusión no se agota, sino que es Desde la política hasta la educación o las relaciones per-
una invitación constante a nuevos envites (Lyotard, 1984, sonales están im pregnadas de modelos tecnocráticos, fuer-
119), ¿no es la confirm ación de la idea básica de que el tes, de com presión y orientación.
avance hacia la sociedad libre y ju sta se tiene que basar No tiene nada de extraño la reacción posm oderna.

24 25
Para acabar con esta tiranía objetivante, que am enaza terhum anas serias ni la conciencia histórica. El error in-
con cosificar todo lo que toca, hay que abandonar el pen- cierto y el esteticism o presentista apuntan, m ás bien, h a-
sam iento de la objetividad y el fundam ento, el pensam ien- cia u na concepción del sujeto hum ano com o experimento.
to de las conciencias y sujetos fuertes. E n su lugar, hay Vertido perm anentem ente en el flujo de los acontecim ien-
que som eter a una cura de adelgazam iento al sujeto, a fin tos, de las sensaciones, llam adas, pero sin u n a memoria
de que el pensam iento se debilite en su afán objetivante y p ara recordarle lo que no se puede repetir, ni unos crite-
v pueda b ro tar u n pensam iento auroral, de la m añana rios para hacer frente a la deshum anización, acabam os
(Nietzsche), que lleve consigo la fruición, el goce de lo sin sujeto. Tenemos u n sujeto a m erced de las m odas pu-
perm anentem ente nuevo, inaugural, que nos desvela la ri- blicitarias que se encubran de autorrealización y expe-
queza inagotable de la profundidad de la vida (Vattimo, riencia del yo. Un «sujeto débil» de este talante es una
1986a, 150). presa fácil p ara la aceptación de los m itos del momento,
Pero para ello se precisa abandonar el pensam iento sobre todo, si se presentan con ropaje exótico.
crítico (Vattimo, 1986a, 154), vivir h asta el fondo la expe- Y lo que es peor, el sujeto débil entregado a la fruición
riencia de la necesidad del error, vivir el «incierto error», del m anantial de la vida, perdido el vigía crítico de la ra -
el «vagabundeo incierto», con la actitud de los hom bres zón, es u n ser peligroso p o r desm em oriado y acritico. No
de buen tem peram ento. Es decir, sin tonos «regañones ni percibe la dureza de la vida, ni la situación de los que en
gruñones», sino alegres y atisbando «el p rim er centelleo esta sociedad y en nuestro m undo apenas alcanzan la ca-
del Ereignis (evento)» que se anuncia y preludia en esta tegoría de seres hum anos. Hay una carencia de solidari-
situación cultural y del pensam iento de nuestro tiem po dad con los m altratados de la historia y la sociedad que
(Vattimo, 1986a, 151). da que p ensar a dónde conduce u n a inteligencia sin histo-
¿Nos hallamos ante el paso a u n pensam iento fruitivo ria, sin pasión por el sufrim iento evitable de la hum ani-
e inaugural que accede al «m anantial m ism o de la rique- dad y sin moral. Estam os m uy lejos de la «solidaridad
za que nos constituye», o el adelgazam iento del sujeto anamnética», del recuerdo p ara con los vencidos y reven-
posm oderno es u n debilitam iento m ortal del sujeto? A pe- tados de la historia que proponía W. Benjamin. El pensa-
sar del cambio de actitud que nos propone Vattim o para m iento posm oderno, concretam ente el de Vattimo, parece
captar el nuevo evento que se anuncia, m e parece am bi- presentar aquí m ás que la solidaridad anam nética una so-
gua cuando no m uy peligrosa la estrategia de debilita- lidaridad amnésica. Predom ina el olvido de los otros y del
m iento del sujeto a través del vagabundeo incierto, de la sufrim iento de los vencidos de la historia. Un pensam ien-
dejación del fundam ento y la inm ersión en las redes de to de este género, m ás que un «sujeto débil», nos oferta
com unicación de nuestra sociedad. un sujeto fatigado y decrépito. Y u n a cultura dom inada
La esperanza de acceder a u n a «estetización general por sujetos de este estilo es, com o dice duram ente B au-
de la vida» (Vattimo, 1986a, 52) com o alternativa al fun- drillard (1987, 58), «una cultura anoréxica: la de la desga-
cionalismo predom inante en la sociedad y el pensam iento na, la expulsión, la antropoem ia, el rechazo. C aracterísti-
actuales, se puede transform ar en la llegada de un sujeto ca obvia de una fase obesa, saturada, pletòrica». Si nos
tan débil y fatigado para la rem em oración de las am bi- atuviéram os a este juicio, el pensam iento y actitudes pos-
güedades y barbarie de la historia, que nos abandone a la m odernas serían expresivas de la cultura cansada del bal-
invasión de lo que hay. neario del Prim er Mundo.
Porque «el vagabundeo incierto» y el esteticism o fruiti- E n esta sociedad posm oderna, cuyo ápice o utopía
vo que m ira el presente no favorecen ni las relaciones in- realizada es, para B audrillard, América (USA) (1987, 106),

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hay, según el últim o estudio de R. Bellah y sus colabora- no hay ningún "Grund", ninguna verdad última; sólo hay
dores (1985, 55 ss.), u n aum ento de la carencia de diálo- aperturas históricas» (Vattimo, 1986, 154). Es decir, esta-
go, crece la soledad de las personas y m uchas se descri- mos ante «el fin de todo proyecto y norm ativa histórica
x ben sin relaciones hum anas, a pesar de estar entrelazadas totalizante» (Vattimo, 1986&, 12). Y nos hallam os ante «el
de cables electrónicos y de vivir cada día «en la masa» y problem a de inventar una hum anidad capaz de existir en
«como la masa». Si no querem os que el prototipo de «su- un m undo en el que la creencia en una historia unitaria,
jeto débil» desem boque en u n sujeto de estas característi- dirigida hacia un fin (la salvación, la racionalidad científi-
cas norteam ericanas (que ya existe entre nosotros), hay ca, la recom posición de la unidad hum ana tras la aliena-
que cam biar «los hábitos del corazón», el com portam ien- ción, etc.), ha sido sustituida por la perturbadora expe-
to interhum ano, y p ara ello hay que dotar a la persona de riencia de la m ultiplicación indefinida de los sistem as de V;
sentido crítico, de orientación m oral y de visión patética valores y de los criterios de legitim ación» (Vattimo,
de la historia (W. Benjamín). 1986¿>, 13).
Pero Vattimo piensa, contra Lyotard, que no podem os
abandonar todas las m eta-historias o grandes narraciones
3. ¿Liquidación de la historia y estetización general de teología y filosofía de la historia. «Las grandes n arra-
de la vida o abandono al anonim ato de la evolución? ciones legitimantes, la filosofía de la historia, no han pa-
sado y desaparecido del todo, com o quería Lyotard; se
El adiós al sentido de la historia es un canto entonado han vuelto problem áticas, pero, así y todo, constituyen to-
con diversas m odulaciones p o r el pensam iento posm o- davía el único contenido de nuestro pensam iento y de
derno. nuestra cultura» (Vattimo, 1986fc, 13). Claro que este au- '
E n Lyotard adopta la form a de aventura biográfica e to r deducirá de esta situación posm oderna una oportuni-
intelectual, de quien se despide de la filosofía de la histo- dad para avanzar en el sentido de Nietzsche: to m ar como
ria m arxista e inicia u na búsqueda o tarea sin térm ino propio el fin de la filosofía de la historia, sin tragedia, y
que llam ará re-escritura (Lyotard, 1986, 23 ss.). Es decir, buscar un sentido en la pérdida de sentido, es decir, «en
«un perm anente intentar hacerse testigo de lo que no se la multiplicación de los horizontes de sentido» (Vattimo,
puede escribir» (Lyotard, 1987fo, 112); testigo de aquello 1986fo, 13), en ese «relativismo cultural» donde cada cul-
que no es escribible, pintable o m usicable y que, sin em- tura ha de ser «juzgada exclusivamente según sus propios
bargo, es lo verdaderam ente im portante, lo que constituye principios, todos igualm ente legítimos».
el honor de pensar (Lyotard, 1987fo, 113). No podem os Desembocamos donde estábam os: fin de la unidad de
encontrar la finalidad de la historia, y este hecho no hay historia y fin de la ética se dan la mano.
que encubrirlo con ningún gran relato, llám ese m arxism o ¿Bastará en esta situación, com o parece proponer Lyo-
o cristianismo. Pero en Lyotard perm anece esa explora- tard, decir adiós a los grandes relatos legitim antes y susti-
ción continua, que no quiere designar u n fundam ento, su- tuirlos p or «millares de historias, pequeñas o no tan
puestam ente libre de prejuicios, sobre los significados y pequeñas, que continúen tram ando el tejido de la vida co-
los hechos de la m odernidad (Lyotard, 1986, 25). tidiana»? (Lyotard, 1987a, 21).
Para Vattimo, al carecer de fundam ento (Grund), de ¿No quedamos, sin u na cierta idea de la historia, de la
centro, cimiento, eje, no poseem os u n único lugar para H um anidad —y esto lo ha visto bien Vattimo—, sin pro-
\ interpretar o dar sentido a la historia de form a objetiva. yecto de libertad ni de justicia?
De aquí «resulta una especie de relativism o historicista: Pero tam poco Vattim o avanza m ás allá de Lyotard al

28 29
y proponer la m ultiplicación de horizontes de sentido y el jetivo. Nos hallam os ante u n a «razón funcionalista» que
' relativismo cultural com o salida. Si hay un cierto «todo autorregula al sistem a social.
vale» («anything goes») histórico-cultural, quedam os pre- Problem ática tam bién parece la vía de entregarnos a
sos de lo que hay, de lo que existe y se impone. «la disolución de la historia» que producen las tecno-
¿Desde dónde critica, entonces, Lyotard el proyecto logías de la inform ación. B audrillard es el m áxim o repre-
«liquidado, destruido de la m odernidad»? ¿Por qué acudir sentante de la declaración del fin de la historia, p o r ca-
a Auschwitz como prueba de esta liquidación? (Lyotard, recer de horizonte donde ubicar lo real. El volumen,
1987a, 30). velocidad y fragm entación de los hechos, tal com o nos
¿Cómo se pueden declarar unos valores y proyectos son presentados p o r estos «aceleradores de partículas»
ñ históricos com o m ás hum anos racionales y justos que (hechos) que son hoy los «media», la inform ática, los cir-
otros? Si no querem os caer en guisos históricos a la carta cuitos, las redes, nos sacan definitivam ente de la órbita
referencial de las cosas (Baudrillard, 1985, 13). El resulta-
en la «nouvelle cuisine de posthistoire», es decir, si no
do final es el secuestro del acontecim iento, la imposibili-
querem os que nuestras únicas alternativas sean la evolu-
dad de la reflexión, la carencia de sentido de la historia
ción anónim a o «literaturizar» la historia, hacer de los
(Baudrillard, 1984, 12 ss.).
graves acontecim ientos hum anos, reportajes, novelas o
Nos sum ergim os en «la simulación, en la incertidum -
cine de consumo, si querem os m antener el ham bre y la
bre radical sobre la verdad, sobre la realidad m ism a del
sed p or la justicia, tenem os que m antener, todavía hoy, la
acontecimiento» (Baudrillard, 1985, 13).
tensión hacia la hum anidad y la solidaridad (Metz, 1987,
Podemos, con Lyotard (1986, 33), estar m uy de acuer-
^ 140).
do con el diagnóstico de Baudrillard. Pero no podemos
Porque (contra Vattimo) Nietzsche (Werker I, Schle-
ver en esta situación una especie de tiem po de liberación,
chta, 1.080) ya vio que la historia desvinculada de un sen-
de «fin de la alienación con el fin de la historia» (Baudri-
tido trascendente caía en la evolución anónim a, que no
llard, 1985, 13). Hay una cercanía en este punto a la espe-
quiere ser nada m ás que evolución: vacío y m onótono
ranza de Vattim o de que la nueva sociedad de la comuni-
continuo que crece indefinidam ente.
cación/inform atización sea la entrada en u n a estetización
Parece m uy dudoso que el nuevo sentido de la historia general de la vida: inm ersos en el m om ento presente, en-
haya que buscarlo «en la pérdida del sentido». Es muy tregados al puro juego de la «diferencia», m ás allá o fuera
probable que sea cierta la sospecha de que los que ven en del «bien» y el «mal», lo «verdadero» y lo «falso», la «rea-
este abandono de la historia a su evolución, la confirm a- lidad» o «la ilusión», esto es, fuera de la historia y del
ción de que los posm odernos, tras la m uerte del individuo pernicioso y lim itador reino de «la referencialidad».
: y el fin de la historia, nos dejan en m anos del «imperativo ¿Estaríam os en el paraíso del libre fluctuar, de la
técnic.o» de la sociedad cibernética (Wolin, 1985, 187). Es em ancipación com pleta del «referente» o en la abolición
decir, nos dejan en m anos de u n funcionam iento sistèmi- total del ser hum ano? B audrillard piensa últim am ente
co de la sociedad donde, de acuerdo con N. Luhm ann, el (1987, 56) que «el éxtasis de la polaroid» conduce a vivir
sujeto desaparece, porque lejos de ser u n agente constitu- en la superficie de lo que hay. Un paraíso donde basta
] yente es «constituido» en un proceso de selectividad con- una ligerísima m odificación p ara im aginarlo com o el in-
tingente. Tam bién p ara L uhm ann, el problem a de la fierno (1987, 67).
em ancipación es obsoleto (Luhm ann, 1972, 378 ss.). Aho-
ra ya estas cuestiones las soluciona el sistema, neutral y
eficientemente, m ediante su funcionam iento sistèmico ob-

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4. Más allá del contextualism o y el fin de la historia T am aña em presa la ha em prendido hoy, entre otros,
J. Habermas; consciente de avanzar contracorriente de la
El pensam iento posm oderno, p o r lo que venimos ex- moda filosófica actual, su denom inada ética universal co-
poniendo, en su afán de resistir a la m etafísica objetiva- municativa o dialógica quiere proporcionar «el punto ar-
dora (G. Vattimo), a los grandes relatos em ancipadores de quimédico» que, según Rawl, necesitam os p ara una ética
la m odernidad que legitim an u n proyecto que se ha m ani- universal, una praxis política y u n a teoría crítica de la
festado corrom pido (J.F. Lyotard) y a todo atisbo funda- sociedad.
1 m entador, nos deja en u na situación de indigencia crítica Carecemos de tiem po p ara esbozar siquiera el camino
y sin fuerzas para resistir la invasión y dom inio de las seguido por Haberm as. B asten unas sugerencias m uy ge-
estructuras y poderes contra los que se quiere luchar. No nerales al hilo de las cuestiones planteadas p o r los pos-
podem os distinguir la aceptación sociológica de lo que modernos.
hay, de un consenso racional: no tenem os criterios para
juzgar si los consensos locales o coyunturales son verda-
deram ente hum anos o fruto de las estrategias del momen- a) La pluralidad de juegos de lenguaje, un incentivo
f \ to. Entram os así en u na racionalidad funcional, estratégi- para el diálogo
ca, coyuntüral con u n a ética del «depende» (V. Camps)
que sabe dem asiado poco p ara poder invocar reglas de Los posm odernos com o Lyotard levantan acta de la
com portam iento general (X. R ubert de Ventos). Hemos pluralidad de juegos de lenguaje en los que estam os su-
visto, además, que las consecuencias que se deslizan ha- mergidos y, de ahí, avanzan hacia la imposibilidad, sin
cia el lado político y social hacen difícil ver cóm o es posi- coerción uniform adora, de u n diálogo m utuo. Pero, ¿no
ble en esta situación la justificación de la dem ocracia y cabe entender la heterogeneidad de form as de vida y jue-
poseer un m ínim o de principios p ara resolver los proble- gos de lenguaje como una invitación, sin cortapisas, al
m as de la justicia/injusticia sociales. diálogo y al entendim iento?
La acusación de neoconservadores, hecha p or Haber- Esto parece entender incluso el últim o Lyotard (1987,
' mas, responde a esta capitulación del pensam iento p o s- 50, 129) cuando adm ite la com unicabilidad entre las di-
m oderno ante u n universalismo ético. Con las propuestas versas islas del archipiélago de la razón m ediante el barco
posm odei'nas no parece posible «proseguir en nuestros (o el m ar) de la reflexión.
días la em presa de la Ilustración y evitar que la entrada Para H aberm as (y Apel) supone u n a profundización de
en la posm odernidad se haga bajo el signo reaccionario la competencia comunicativa, es decir, dirá Apel (1978, II,
de un retorno a lo sim plem ente prem oderno o a im pulsos 147), «lo com ún a todos los juegos lingüísticos está en
de un talante cuya radical oposición a m ás de u na conse- que, con el aprendizaje de un lenguaje [...] se aprende a la
cuencia indeseable de la m odernidad le arriesga a con- vez algo así com o el juego lingüístico, o la form a de vida
vertirse en vacuam ente antim oderno» (Muguerza, 1988, hum ana [...], se adquiere a la vez la competencia para la
cap. 7). reflexión sobre el propio lenguaje o form a de vida y para
Pero, ¿cómo llevar a cabo hoy u n program a que de- la comunicación con todos los dem ás juegos lingüísticos».
fienda una ética universal, u n a concepción pluralista de la Luego hay com unicabilidad y no abism o separador en-
razón, que respete sus diversas dim ensiones, y no olvide tre las diversas dim ensiones de la razón y los diversos
las críticas posm odernas a los proyectos de fundam enta- juegos de lenguaje. Esto no quiere decir uniform ism o o
ción? som etim iento a la tiranía de un m etarrelato, sino apertu-

32 33
ra com unicativa, diálogo, conversación ininterrum pida, Hay que notar que lo alcanzado a través de este m éto-
interacción entre los diversos m odos de h ablar de la reali- do no es ningún contenido, es un principio formal, un
dad o las diversas familias de las proposiciones. procedim iento p ara controlar y validar las norm as que
m erecen ser unlversalizadas y aceptadas com o legítimas.
Puede tam bién funcionar com o instancia crítica: toda
b) Universalidad procedimental y no substantiva norm a social, sin posibilidad de generalización o guiada
p o r intereses que no sean generalizables, no podrá ser
Si estam os abocados a dialogar, la cuestión ahora es si considerada legítima. Se sienta así u n punto de orienta-
poseemos alguna regla o norm a lógica de la validez inter- ción que discrim ina situaciones sociales no legitimables
subjetiva de nuestro diálogo, sobre todo, cuanto éste verse (Mardones, 1985, 257).
sobre cuestiones éticas, norm ativas. De esta form a queda salvada la reticencia posm oderna
El presupuesto del diálogo o com unicación ordinaria a aceptar contenidos de norm as com o universalizables (o
es que las afirm aciones que efectuam os (en este caso so- dadas de una vez por todas) que ocultan un etnocentris-
bre norm as sociales), tienen u n a pretensión de validez (o mo (R. Rorty), y no se pierde, en u n relativism o cultural y
implícitos universales pragm áticos). E sta pretensión de va- ético, la posibilidad de alcanzar u n principio discriminar
lidez no se pone de m anifiesto m ientras funciona la co- dor de situaciones sociales injustas. Porque sólo las nor-
municación. Pero cuando alguna afirm ación es puesta en m as sociales fundadas racionalm ente por referencia a un
entredicho, entonces exige que la validez im plícita con consenso entre los m iem bros de la sociedad pueden ser
que se funcionaba acerca de la verdad o justeza (Richtig- tenidas p or legítimas.
keit) de lo que se afirm a se justifique. Necesitam os argu-
m entar, d ar razones (discurso). Y no basta apelar a que la
norm a (social) existe, sino el problem a está en justificar c) El alcance del principio de universalización y el respeto
su validez (Habermas, 1983, 60; 1985, 194). Hay norm as al pluralismo de formas de vida
sociales reconocidas socialm ente o legalm ente, y no son
legítimas porque no están justificadas (Haberm as, 1983, Ya hem os visto que el pensam iento posm oderno tem e
103). Y lo contrario tam bién puede ocurrir. Hay, p or tan - que tras los principios universales se escondan pretensio-
to, que aportar razones convincentes p ara aceptar una nes totalitarias y tras la búsqueda de fundam entación esté
norm a com o válida. Avanzando p o r esta vía, se puede de- la m etafísica objetivante. ¿Estas sospechas alcanzan tam -
cir que la fundam entación de u n a norm a social (la situa- bién a la fundam entación com unicativa haberm asiana?
ción de discurso práctico) se basa en u n único principio Hay que re sp o n d er negativam ente. La racion alid ad
fundam ental inscrito ya en la estructura de la argum enta- co m unicativa no es la liq u id ació n de las diferencias de
ción: el convencim iento m utuo, por razones, entre los las diversas dim ensiones de la razón, ni de sus resp ec-
m iem bros de la sociedad, de que dicha norm a es lo más tivas auto n o m ías. La d iferen ciació n de la razó n , c a rac -
adecuado para todos. Supone el principio de universaliza- teriz ad a p o r la racio n alid ad m o d ern a y p o sm oderna,
i ción. Es decir, la posibilidad de unlversalizar una norma: ta n ac en tu ad a p o r W eber y H ab erm as (1985, 27), es
im plica que puede ser considerada adecuada p o r todos los m an ten id a. Se afirm a, sin em bargo, la m u tu a in te ra c -
interesados com o tales; o sea, norm a social válida será la ción, el diálogo in tra-racio n a l, «la m u tu a p erm eab ili-
que todos de com ún acuerdo quieren reconocer como dad de los discursos: la su p eració n de la razó n u n a en
norma universal (Me Carthy) avalada por razones. u n a in teracció n y juego de racio n alid ad es plurales»

34
(W ellm er, 1985, 86). In cluso se a p u n ta a la utopía ilus- d) El relato de la pasión de la hum anidad y la creación
trada de u n a razó n que sirva p a ra «el enriquecim iento de formas de vida más hum anas
de la vida co tidiana, es decir, p a ra la organización ra -
cional de la vida cotidiana» (H aberm as, 1985, 28). La
Si, com o reconocen H aberm as y Apel, con el principio
praxis co tid ian a crecerá en h u m an ism o si existe una
de universalización queda todavía la tarea de encontrar la Hr
e q u ilib rad a y lib re in tera cció n en tre lo cognoscitivo
ávida buena», feliz, hum ana, p ara cada com unidad e indi-
con los elem entos ético-m orales y estético-expresivos.
viduo, entonces, podem os recoger una sugerencia posmo-
Sólo si u n a de esas d im en sio n es racio n ales, com o o cu -
derna para esta tarea: la función de los pequeños relatos.
rre hoy con la ra c io n a lid a d fu n cio n al, se d esarro lla
La transm isión, como h a indicado Lyotard (1984, 35 ss.),
ta n to que som ete a los dem ás a su tiran ía, estaríam os
de los relatos conlleva recuerdos, valores, com portam ien-
a n te u n a «razón te rro rista » que d iría L yotard. Pero
tos, modos de entender la vida que, en definitiva, consti-
esta colonización de u n a d im en sió n de la ra zó n no se
tuyen el lazo social que anuda a los colectivos. Con la
soluciona im pulsando o tra de esas dim ensiones o «es-
mediación del principio form al universal de la moral, tie-
feras culturales» (M. W eber) a a b rirse paso y expan-
nen que entrar en funcionam iento estas tradiciones, re-
d irse con ánim o to talizan te, com o p arece que sucede
cuerdos, estilos de com portam iento..., que se transm iten
hoy con la d im ensión estética (H ab erm as, 1985a, 34;
narrativam ente. Sugiero que aquí no se pueden olvidar
1985¿>, 191 ss.). Lo deseable es u n d esarro llo eq u ilib ra-
algunas de las aportaciones de hom bres de la Prim era Ge-
do de todos ellos y, en to d o caso, el papel o rien ta d o r
neración francfortiana, com o W. Benjam ín, que defendía
d eb erá ser ad scrito a la ra z ó n p rá ctica (H aberm as,
la necesidad del recuerdo histórico de los vencidos y re-
1981£>, 35; 1985a, 79), que « rep resen ta la avanzadilla
ventados en la historia com o necesaria para u n a vida ca-
de la evolución social».
balm ente hum ana. La solidaridad del recuerdo con estos
Si hay respeto para los diversos tipos de racionalidad
hom bres y m ujeres funda la posibilidad de crear formas
tam bién lo hay para las diversas form as de vida. El p rin-
de vida más hum anas y felices, a través de la identifica-
cipio de universalización, en cuanto criterio formal de va-
ción con actitudes y m odos de com portam iento concreto
lidez de las norm as sociales o de legitimación, sólo funda
donde se ven encarnados la libertad, la verdad, la justicia
la m oral o u n principio moral, que sirve para orientarse
y el am or a los otros. La existencia feliz no se adquiere al
ante las cuestiones de justicia social, pero no puede ni
precio del olvido de las víctimas que han labrado los su-
quiere fundar u na m oralidad determ inada, el contenido
puestos de una vida actual m ás hum ana. Al revés, sólo j
m oral concreto con sus valores, com portam iento, estilo
m ediante la solidaridad como compasión se puede avistar
de vida que lleva consigo cada form a de vida. Esta m ora-
un futuro sin barbarie y u n presente m ás justo y solida-
lidad determ inada (Sittlichkeit) no deriva del principio de
rio. Para que la m oral tenga razón de ser tiene que estar
universalización; está, com o lo sabe y repite Haberm as
habitada por la com pasión (Horkheim er, 1971, 78). Una
(1985a, 31), ligada a las tradiciones culturales, religiosas,
com pasión que no es sentim iento blando, sino la acepta-
etc., actuando el principio de universalización com o ele-
ción de la dependencia que tenem os respecto a los que no
m ento mediador. No hay, p o r tanto, liquidación del plura-
gozaron de felicidad ni, quizás, de la condición de seres
lismo de las formas de vida, sino su reconocim iento más
hum anos. Pero por esta vía desem bocam os en u n a ética
genuino.
universal de la com pasión solidaria (Mardones, 1985,
280 ss.; Reyes Mate, 1987, 22 ss.) que se sitúa en los ale-
daños de la teología. Ahora bien, com o supo W. Benjamín

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(Pasagen), la m em oria del sufrim iento de la hum anidad m ana de las norm as sociales, sin caer en las acusaciones
nos prohíbe interpretar la historia a-teológicamente, aun- anteriores.
que no nos esté perm itido representárnosla en categorías 3. Se puede, por tanto, seguir defendiendo, crítica-
positivas teológicas. mente, el program a ilustrado de la universalidad de la ra-
Sólo recordando la historia desde el punto de vista zón y de su im portancia para u n a vida m ás racional, justa
de los vencidos y m uertos p o r la felicidad de los otros y hum ana. Aunque p ara la configuración de form as de
y ejercitando la com pasión solidaria, crearem os formas vida concretas se precisará de la m ediación del principio
de vida plurales y m ás hum anas y nos preservará de la de la universalización con la herencia de las tradiciones
trivialidad. culturales. Destaca, p ara u n a vida social m ás feliz, libre y
justa en la solidaridad, el recuerdo de la historia de sufri-
m iento de la hum anidad y la solidaridad compasiva con
Conclusión los m uertos y vencidos.

Al finalizar esta breve confrontación entre posm oder-


nos y teóricos críticos, posilustrados y neoilustrados, po-
demos resum ir las afirm aciones o tesis centrales defendi-
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