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Post scriptum
Publicado en: Moraña, Mabel y Guido Podestá (ed.). José Carlos Mariátegui y los
estudios latinoamericanos. Pittsburgh: Instituto Internacional de Literatura
Iberoamericana, 2009, p. 379-383.
En esta ocasión, no responderé a unos ni a otros, aunque insistiré, como queda dicho en
el libro, que despedirse, cuando se manifiesta la voluntad de dialogar con el pasado de
nuestro propio presente, no significa olvidar. Por otra parte, quiero también dejar en
claro que la reconciliación a la convoco en el último ensayo no da para ser entendida
como una apología de las actuales condiciones de existencia. Lo que me propongo en
ese ensayo es llamar la atención sobre tres aspectos –el territorio, la historia y la
diversidad cultural, lingüística y étnica- a los que las propuestas políticas y el
pensamiento peruano han prestado poca, si alguna, atención.
Y lo que ellos no pensaron ni podían pensar son las condiciones de existencia propias de
la actualidad, porque éstas o no se habían producido o estaban solo en germen y
nuestros pensadores no lo advirtieron.
Para comenzar por lo que estaba en germen aludiré, aunque sea de pasada, a la crítica
que estaba erosionando la credibilidad del proyecto moderno y de sus categorías
básicas. Cifrada como tenían la esperanza en la realización del proyecto moderno –
entendido en clave liberal o socialista o mezclando ambas-, los fundadores del
pensamiento crítico moderno en el Perú identificaron y denunciaron las patologías y
promesas incumplidas de la modernidad occidental, porque eran un componente
manifiesto de su propia actualidad, pero no encontraron otro camino de salida que el
cumplimiento cabal de esas promesas.
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El pensamiento crítico de los años 20 pone sus miras en el desenmascaramiento de las
perversidades del proyecto moderno, ateniéndose para ello a categorías conceptuales y
perspectivas societales hijas de la modernidad. Pero las condiciones hermenéuticas de
los fundadores del pensamiento crítico moderno en el Perú no daban para pensar que lo
realmente innovador fuese desenmascarar los desenmascaramientos, hacer ver que estos
seguían siendo fieles a la primacía de la conciencia, la centralidad del sujeto, la
dicotomía rígida entre sujeto y objeto, la unilinealidad de la historia y su organización
en etapas, la idea de progreso, etc.
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Tomo esta terminología de El soñado bien, el mal presente. Rumores de la ética, un inédito de Miguel
Giusti que publicará pronto el Fondo Editorial de la PUCP y cuya lectura recomiendo porque el autor
hermana, con inusual destreza, claridad expositiva con profundidad en la reflexión.
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fundacionales del pensamiento crítico de corte moderno- de defender
argumentativamente la preferencia por una determinada concepción moderna del bien
frente a otras, desenmascarando, si fuera el caso, las patologías implícitas en las otras
concepciones del bien. La tarea que hoy tiene frente a sí el pensamiento crítico es, como
previera Nietzsche y reitera Vattimo, desocultar la supuesta solidez de los fundamentos
tanto de los enmascaramientos como de los desenmascaramientos de corte moderno.
Este situarse “más allá del bien y del mal” (Nietzsche) o de “el bien soñado y el mal
presente” (Giusti) es lo que constituye el talante característico de la condición
hermenéutica de nuestro tiempo. Y es precisamente esta condición la que nos invita a la
perplejidad y a la escucha atenta de la diversidad de voces y juegos de lenguaje que nos
enriquece.
Dije al comienzo que mi pretensión aquí no era discutir con quienes han comentado mi
libro, sino más bien referirme a algunos los rasgos de la condición hermenéutica de la
actualidad que me han llevado a escribirlo. Cualquier lector avisado sabe que mi
reflexión es, en más de un aspecto, tributaria del pensamiento que viene de Nietzsche y
llega a Vattimo pasando por Heidegger y Gadamer. Quiero aclarar, sin embargo, que lo
que me ha llevado a ellos es la necesidad de darle enjundia teórica a una interpelación
que me viene de la actualidad: las diversidades han decidido tomar la palabra y esa
palabra nos interpela a nosotros, los occidentales, de dos maneras. Primero, porque nos
da de los otros una imagen que nosotros, cuando hablamos de ellos desde nosotros
mismos, no somos capaces de descubrir; y segundo y principalmente, porque da de
nosotros una imagen que no coincide con la que nos habíamos trazado de nosotros
mismos. La palabra del otro, cuando se escucha atentamente, me lleva al
convencimiento de que mi propia palabra tiene una validez solo particular. Este
convencimiento es la condición necesaria para el diálogo intercultural. Y el diálogo
intercultural es el clima propicio para entender nuestras construcciones teóricas y
nuestras nociones de la vida buena como particulares. Sé que me estoy encerrando en un
círculo, pero se trata de un círculo virtuoso en el que todos podemos tomar la palabra y
escuchar atenta y gozosamente la palabra del otro.
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