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Amor

Verdadero

María Agustina Chiappe


I

Gladys se levantó, como de costumbre, temprano, pero su


hermana Helen continuaba durmiendo, cosa que también era
costumbre en ella cuando tenía la mañana libre.
Gladys, al contrario, disfrutaba de aprovechar el día al
máximo, así que se acostaba y levantaba temprano. Ese sábado,
planeaba salir a pasear y hacer ejercicio a un prado que había oído
nombrar, un lugar hermoso y sin edificar.
Se dirigió al baño y se dio una ducha rápida. Se puso ropa
de deporte, un conjunto rosado, y zapatillas de correr. Se
desenredó trabajosamente el liso y largo cabello rojo caoba y se
hizo una colita alta. Agarró una mochila grande y un bolso más
pequeño. En el segundo metió galletitas de agua, agua mineral,
una botella de medio litro y protector solar. En el grande metió el
bolso pequeño y un equipo de música, junto con otras cosas que
ya tenía allí. Después tomó un buen vaso de leche. Se puso lentes
de sol y salió.
Tuvo que tomar dos colectivos para llegar, y caminar veinte
cuadras en total. En el camino, desayunó algunas de las galletitas
de agua. Y, finalmente, llegó al prado.
Era un lugar hermoso, encantador. Se sentía un fuerte olor a
flores en el aire, fresco. Caminó un rato, hasta que le gustó un
lugar junto a un árbol y se sentó. Se sacó el bolso y lo dejó en el
suelo. Sacó de éste el equipo de música y puso un CD de música
clásica, todo instrumental. La puso a volumen bajo, se aplicó
protector solar y se recostó sobre el verde pasto, al sol. Notó
como el canto de los pájaros y la música se hacían uno, de forma
magnífica.
Pasó media hora cuando decidió dar un paseo. Se levantó,
volvió a guardar el equipo, y agarró el bolso pequeño. Metió un
pequeño recipiente con tapa que tenía en el otro dentro de éste. Lo
dejó al pie del árbol, agarró el bolso grande, y trepó con él hasta
la punta del árbol, unos quince metros por encima del suelo. Allí
lo dejó, escondido tras unas ramas muy frondosas. Luego
descendió. Visualizó sus cosas desde abajo, pero no creía que
nadie más las viera, puesto que nadie más las estaría buscando. Y
si alguien las veía, dudaba profundamente de que pudiese
alcanzarlas.
Tomó el otro bolso, se lo colgó en su espalda y emprendió la
caminata. Así caminaba, bebía, caminaba, trotaba, bebía, corría,
bebía, caminaba, bebía, descansaba, y todo de vuelta, una y otra
vez. Mientras caminaba se dedicó a observar el entorno. Localizó
zonas boscosas y árboles solitarios desparramados por el campo,
con frutos a veces, que ella recogía y guardaba en el recipiente.
Vio animales, como ardillas y conejos, y se sonreía al observar
sus movimientos. Localizó montes pequeños, colinas. Y vio
estanques de lodo, acompañados de rocas musgosas. Se quedó
mirándolos, tentada. Se quitó sus zapatos y medias, y sumergió
los pies. Le resultó muy cómodo, relajante incluso. Después
agarró su calzado y siguió caminando, descalza.
Encontró más tarde un lago cristalino, donde se enjuagó los
pies. Aprovechó también para lavar la fruta recolectada. Decidió
entonces hacer una pausa para comer algo. Se sentó junto al lago,
sobre el pasto cálido. Agarró sus galletitas y las frutas. Comió
lentamente, sin prisa por marchar. Disfrutó especialmente las
frutas. Éstas le encantaban, y las pequeñas eran su pasión. Más
tarde tiró las semillas en distintos lugares donde había tierra
abierta, para que creciera el árbol correspondiente a cada fruto.
Siguió caminando hasta que se halló frente al árbol del que
había partido. Elevó la vista, buscando el bolso, pero no lo vio. Se
alarmó un poco, pero tal vez las hojas lo ocultaban ahora también
a sus ojos. Trepó el árbol nuevamente, pero sus cosas no estaban.
Se sentó en una rama fuerte, frustrada. Entonces vio un benteveo
hermoso. El pájaro soltó uno de sus particulares graznidos y
Gladys no pudo evitar reír. El pájaro salió volando, y Gladys lo
siguió con la mirada; dio vueltas por el prado, ascendió y descen-
dió, y pasó junto a una muchacha rubia.
Luego siguió su camino, pero Gladys ya no se fijaba en él,
sino en la muchacha. Ésta tenía cabello rubio claro, tez clara
bronceada y ojos celeste cielo. Sus rasgos estaban poco marcados,
su nariz y orejas eran pequeñas, y sus labios rosados. Pero lo que
llamó la atención de Gladys fue que la muchacha estaba
sosteniendo su bolso. Algo de adrenalina corrió por su cuerpo, y
saltó del árbol. Cayó bien con todo, aunque algo dolida de pies.
No le importó. Corrió hacia la rubia y le gritó:
-¡Oye, deja mis cosas!
La chica se sobresaltó, asustada. Miró a Gladys; le llevó un
largo segundo analizar la situación. Luego, se calmó.
-Oh, lo siento, no sabía que eran tuyas. Las vi en el árbol, y lo
cierto es que me sorprendió bastante. Luego las bajé. Lo siento.
Gladys sonrió y se le acercó. Bajó el tono de voz.
-Bueno, está bien, no importa. Solo me sorprendió que alguien
más que yo pudiese trepar hasta allí. ¿Cómo te llamas?
-Soy Christine, y a mí también me sorprendió. ¿Tú? ¿Cómo te
llamas?
-Soy Gladys.
Así se quedaron charlando de diversos temas, comenzando
una amistad duradera.

Cuando Helen despertó, se encontró sola, y no le importó


mucho; tampoco le llamó la atención.
-Nota a eliminar:
.Helen: ojos atractivos y desafiantes; voz fuerte y decidida.
.Gladys: ojos dulces y tranquilos; voz suave y cariñosa.
.Christine: ojos valientes y angelicales; voz tranquila pero firme.
.Emily: ojos seductores y malvados; voz atrayente y melodiosa.

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