Gladys se levantó, como de costumbre, temprano, pero su
hermana Helen continuaba durmiendo, cosa que también era costumbre en ella cuando tenía la mañana libre. Gladys, al contrario, disfrutaba de aprovechar el día al máximo, así que se acostaba y levantaba temprano. Ese sábado, planeaba salir a pasear y hacer ejercicio a un prado que había oído nombrar, un lugar hermoso y sin edificar. Se dirigió al baño y se dio una ducha rápida. Se puso ropa de deporte, un conjunto rosado, y zapatillas de correr. Se desenredó trabajosamente el liso y largo cabello rojo caoba y se hizo una colita alta. Agarró una mochila grande y un bolso más pequeño. En el segundo metió galletitas de agua, agua mineral, una botella de medio litro y protector solar. En el grande metió el bolso pequeño y un equipo de música, junto con otras cosas que ya tenía allí. Después tomó un buen vaso de leche. Se puso lentes de sol y salió. Tuvo que tomar dos colectivos para llegar, y caminar veinte cuadras en total. En el camino, desayunó algunas de las galletitas de agua. Y, finalmente, llegó al prado. Era un lugar hermoso, encantador. Se sentía un fuerte olor a flores en el aire, fresco. Caminó un rato, hasta que le gustó un lugar junto a un árbol y se sentó. Se sacó el bolso y lo dejó en el suelo. Sacó de éste el equipo de música y puso un CD de música clásica, todo instrumental. La puso a volumen bajo, se aplicó protector solar y se recostó sobre el verde pasto, al sol. Notó como el canto de los pájaros y la música se hacían uno, de forma magnífica. Pasó media hora cuando decidió dar un paseo. Se levantó, volvió a guardar el equipo, y agarró el bolso pequeño. Metió un pequeño recipiente con tapa que tenía en el otro dentro de éste. Lo dejó al pie del árbol, agarró el bolso grande, y trepó con él hasta la punta del árbol, unos quince metros por encima del suelo. Allí lo dejó, escondido tras unas ramas muy frondosas. Luego descendió. Visualizó sus cosas desde abajo, pero no creía que nadie más las viera, puesto que nadie más las estaría buscando. Y si alguien las veía, dudaba profundamente de que pudiese alcanzarlas. Tomó el otro bolso, se lo colgó en su espalda y emprendió la caminata. Así caminaba, bebía, caminaba, trotaba, bebía, corría, bebía, caminaba, bebía, descansaba, y todo de vuelta, una y otra vez. Mientras caminaba se dedicó a observar el entorno. Localizó zonas boscosas y árboles solitarios desparramados por el campo, con frutos a veces, que ella recogía y guardaba en el recipiente. Vio animales, como ardillas y conejos, y se sonreía al observar sus movimientos. Localizó montes pequeños, colinas. Y vio estanques de lodo, acompañados de rocas musgosas. Se quedó mirándolos, tentada. Se quitó sus zapatos y medias, y sumergió los pies. Le resultó muy cómodo, relajante incluso. Después agarró su calzado y siguió caminando, descalza. Encontró más tarde un lago cristalino, donde se enjuagó los pies. Aprovechó también para lavar la fruta recolectada. Decidió entonces hacer una pausa para comer algo. Se sentó junto al lago, sobre el pasto cálido. Agarró sus galletitas y las frutas. Comió lentamente, sin prisa por marchar. Disfrutó especialmente las frutas. Éstas le encantaban, y las pequeñas eran su pasión. Más tarde tiró las semillas en distintos lugares donde había tierra abierta, para que creciera el árbol correspondiente a cada fruto. Siguió caminando hasta que se halló frente al árbol del que había partido. Elevó la vista, buscando el bolso, pero no lo vio. Se alarmó un poco, pero tal vez las hojas lo ocultaban ahora también a sus ojos. Trepó el árbol nuevamente, pero sus cosas no estaban. Se sentó en una rama fuerte, frustrada. Entonces vio un benteveo hermoso. El pájaro soltó uno de sus particulares graznidos y Gladys no pudo evitar reír. El pájaro salió volando, y Gladys lo siguió con la mirada; dio vueltas por el prado, ascendió y descen- dió, y pasó junto a una muchacha rubia. Luego siguió su camino, pero Gladys ya no se fijaba en él, sino en la muchacha. Ésta tenía cabello rubio claro, tez clara bronceada y ojos celeste cielo. Sus rasgos estaban poco marcados, su nariz y orejas eran pequeñas, y sus labios rosados. Pero lo que llamó la atención de Gladys fue que la muchacha estaba sosteniendo su bolso. Algo de adrenalina corrió por su cuerpo, y saltó del árbol. Cayó bien con todo, aunque algo dolida de pies. No le importó. Corrió hacia la rubia y le gritó: -¡Oye, deja mis cosas! La chica se sobresaltó, asustada. Miró a Gladys; le llevó un largo segundo analizar la situación. Luego, se calmó. -Oh, lo siento, no sabía que eran tuyas. Las vi en el árbol, y lo cierto es que me sorprendió bastante. Luego las bajé. Lo siento. Gladys sonrió y se le acercó. Bajó el tono de voz. -Bueno, está bien, no importa. Solo me sorprendió que alguien más que yo pudiese trepar hasta allí. ¿Cómo te llamas? -Soy Christine, y a mí también me sorprendió. ¿Tú? ¿Cómo te llamas? -Soy Gladys. Así se quedaron charlando de diversos temas, comenzando una amistad duradera.
Cuando Helen despertó, se encontró sola, y no le importó
mucho; tampoco le llamó la atención. -Nota a eliminar: .Helen: ojos atractivos y desafiantes; voz fuerte y decidida. .Gladys: ojos dulces y tranquilos; voz suave y cariñosa. .Christine: ojos valientes y angelicales; voz tranquila pero firme. .Emily: ojos seductores y malvados; voz atrayente y melodiosa.