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Había una vez una pequeña niña muy alegre, era amada por todos en su familia, su

nombre era Cielo; sus padres se amaban y por supuesto, ella era su pequeño tesoro.
Cuando nació, su madre le prometió que siempre la cuidaría, protegería y la amaría; todos
los días era una nueva aventura, desde cambiarse de ropa para modelarla todo el día
hasta convertirse en marinera para navegar por las cristalinas aguas de la limpieza. La
mayoría de las veces la acompañaba su madre, su fiel e incondicional amiga, otras veces
la acompañaba su primito Valentín, quien le enseñaba y la cuidaba de los monstruos.

Un día Cielo le toco emprender un viaje por el gran bosque de su casa, se alisto y
acompañada de Valentín se adentraron al bosque, ahí se encontraron con muchas plantas
y árboles, observaron flores hermosas e inigualables, de esas que no se encuentran
fácilmente, se sentían importantes por descubrir muchas cosas. Caminaron y caminaron,
hasta que entre las hojas observaron que algo se movía, Cielo temerosa se puso detrás de
Valentín, y este con mucha valentía la protegió y trato de tranquilizarla diciéndole:

-No tengas miedo Cielo, ¡yo te protegeré! -

Poco a poco y lentamente se acercaron, Valentín acercó su mano y con un movimiento


firme separó las hojas para luego encontrarse con un animal grande y peludo,
inmediatamente Cielo lo reconoció y lo llamo:

- ¡Zack! Que susto nos diste-

Era su fiel amigo, un gato grande, su pelaje era blanco como la nieve y suave como un
peluche; este ronroneando de felicidad se acerco a ellos y los sentó en su lomo para luego
subir y correr por encima de los árboles. Cielo y Valentín miraban el firmamento
maravillados de tanta belleza; los pájaros pasaban por su costado, tenían unos colores
hermosos, como su se hubieran bañado con los colores del arco iris.

Pronto el viaje llegaría a su fin; a lo lejos una mujer de hermosa melena y vestida de
blanco se les fue acercando con un acogedor resplandor y les dijo:
-Mis niños aventureros, es hora de que coman sus alimentos para tener mas fuerzas y
crezcan sanos.

Era la madre de Cielo, que con su suave y amorosa voz los llamaba para comer, ambos
aventureros se fueron a lavar las manos se sentaron a la mesa junto a sus padres.

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