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Lía y los ladrones transparentes

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Los Colores de Meiret

En medio de un paisaje hecho de nubes, Lía vio una extraña flor que colgaba desde lo alto.
Cuando se acercó más, se sorprendió muchísimo: ¡era de un color que ella nunca antes
había visto! Los pétalos de la flor brillaban mucho, iluminando el lugar de ese nuevo y
extraño color. Lía estaba maravillada. Pero al intentar tocarla con su mano, de pronto algo
la distrajo: escuchó un sonido agudo, como de una ráfaga de viento. Creyó ver a una
diminuta creatura gris, parecida a una lagartija, que se escabullía.

- ¡Arriba, Lía! ¡Ya es tarde!


La voz de su mamá la despertó. Mientras sus ojos se abrían y su sueño se desvanecía, le
pareció ver a la lagartija escapando por la ventana de su habitación.

Esa mañana se les había hecho especialmente tarde, así que como pudo, Lía se limpió las
lagañas de sus grandes ojos color miel, aterrizó en su uniforme y se lanzó con su madre
rumbo a la escuela. Al colgarse la mochila, sintió algo raro en su espalda, como si estuviera
un poco hinchada. En el trayecto, mientras intentaba peinar su abundante y oscura melena,
solo pensaba: “Si el día tiene tantas horas, ¿cuál es la prisa por empezar a estudiar tan
temprano?”

Ya en la puerta de la escuela, y antes de darle el beso de despedida, su madre se detuvo a


inspeccionar detrás de la oreja izquierda de Lía. Se asustó mucho al encontrar una extraña
sustancia verde y gelatinosa. Visiblemente agobiada, le dijo a su hija que tendrían que salir
de viaje ese mismo día. La puerta de entrada ya estaba por cerrar, así que Lía se apresuró a
entrar sin entender nada de lo que estaba pasando. Desde el otro lado de la reja escuchó a su
madre gritar.
– Límpiate eso y no llames mucho la atención, ¿ok? Al rato te explico todo.
Lía asintió, confundida.

El día de clases transcurrió como cualquier otro, solo que en esta ocasión Lía no podía
concentrarse. La inquietaba esa horrible plasta en su oreja, que, a pesar de habérsela
limpiado, parecía que al poco rato salía de nuevo. Además, su espalda continuaba
hinchándose y comenzaba a dolerle. Incluso le pareció como si un extraño bulto le
estuviera creciendo ahí. Se sentía tan desconcertada que en un momento pensó en ir a la
enfermería, pero se acordó de lo que le había dicho su madre y prefirió quedarse.

Sus nervios eran tales que, sin darse cuenta, tiró su lápiz al piso. Cuando se agachó a
recogerlo, encontró junto a él una pluma blanca. Lía la observó. ¿De dónde habría salido?
Rápidamente, la escondió en su mochila.
- Se los dije, ¡Lía es un fenómeno! – Luis, el fastidioso niño que siempre la
molestaba, se había dado cuenta del bulto en su espalda.
Ella trató de defenderse, pero Luis, quien se creía mucho por ser robusto y rubio, siempre
encontraba las palabras justas para ser insoportable:
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- ¡Cállate, jorobas, y mejor regrésate a Notre Dame! – gritó mientras los niños a su
alrededor se reían de ella.

Angustiada, Lía quiso volverse invisible. Su timidez siempre le había estorbado para
sobrellevar esas situaciones y ahora se sentía más vulnerable e insegura que nunca. De
pronto algo más importante captó su mirada: una extraña silueta al otro lado de la ventana.
Era transparente y alargada, solo se veía su contorno negro. Todas las formas y colores en
su interior se mezclaban, como cuando se revuelven pinturas en el agua. Mientras las burlas
continuaban, Lía miraba esa silueta siniestra, que nadie más parecía ver. Se movía lenta y
silenciosamente hacia ella, haciéndola temblar. En un momento se acercó tanto que…
¡atravesó la pared! Lía lanzó un grito, horrorizada.
- ¡Silencio, allá atrás! – la maestra los regañó sin darse cuenta de nada.
La clase continuó con la explicación de la raíz cuadrada. Lía volteó a su alrededor, pero ya
no vio rastros de la extraña silueta. Respiró aliviada. Estaba contando las horas para salir
huyendo de ahí.

Al poco rato sonó el timbre del recreo y Lía corrió rápidamente al baño. Se escondió en uno
de los gabinetes, dispuesta a permanecer todo el recreo ahí. Pero, su mejor amiga, Abril,
cuyo rostro lleno de pecas siempre estaba exhibido en el cuadro de honor, se encargó de
encontrarla y tratar de ayudarla. Abril no podía creer lo que veía a través de sus lentes: el
bulto en la espalda de su amiga había crecido tanto que había atravesado la tela de su blusa,
dejando ver una extraña masa blanca. Pero lo que más les sorprendió fue descubrir un
diminuto tubo blanco que tenía incrustado detrás de la oreja, desde donde parecía salir esa
horrible plasta verde.

Con mucho trabajo, Abril logró despegarle el pequeño tubo. Estaba ayudándole a limpiarse
cuando Ana Gaby entró al baño y las descubrió. Su cara se llenó de asco cuando vio la
espalda deforme de Lía y la extraña sustancia que ambas tenían embarrada. La antipática
niña las insultó y se marchó dispuesta a acusarlas.

Lía y Abril decidieron adelantarse a la dirección y tratar de llamar a la madre de Lía. Solo
ella podría salvarla. Caminaron por el patio lleno de niños, tratando de pasar
desapercibidas. Pero a pesar de que Lía se había puesto el suéter de Abril para disimular el
bulto de su espalda, varios lo notaron y comenzaron a señalarla. Y claro, no podía faltar
Luis y su grupito de buscapleitos que les cerraron el paso y se burlaron de Lía.
- ¿Se te perdió el desierto, camellita?
- Déjanos ver tu joroba.
Abril intentó defenderla, pero los niños la detuvieron. A lo lejos sonaban unos extraños
graznidos y aleteos, pero nadie les prestaba atención. Todos estaban más pendientes de reír
en torno al espectáculo de burlas que Lía protagonizaba.

Luis consiguió empujarla al suelo, la inmovilizó y justo se disponía a levantarle el suéter,


cuando sucedió algo inesperado. Lía se armó de valor y gritó enfurecida. Fue como si ese
grito hubiera despertado una fuerza oculta en ella. Sin saber cómo, el bulto comenzó a
moverse por sí mismo. Todos se quedaron mudos cuando lo observaron: un enorme par de
alas surgieron desde su espalda, rompiendo por completo el suéter y desplegándose en todo

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su esplendor. Estudiantes y maestros voltearon a verla perplejos, mientras ella se ponía de
pie, agitando esas hermosas alas blancas que brillaban ante la luz del sol.

Abril sonrió y, orgullosa, aprovechó el shock en el que todos estaban para tomar a su amiga
de la mano y salir de ahí. Se alejaron del cuerpo inconsciente de Luis, quien se había
desmayado de la impresión. Lía parecía fuera de sí. Se toparon con la maestra Sandra, que,
aunque estaba a punto de un colapso nervioso, logró mantener la calma.

Mientras las tres avanzaban hacia la dirección, sucedió algo todavía más sorprendente. Los
graznidos que habían comenzado a sonar hacía rato, estaban cada vez más cerca. De pronto
el sol se oscureció. Al voltear al cielo, todos observaron algo que jamás habrían imaginado.
Una enorme águila sobrevolaba la escuela y poco a poco se acercaba al patio. El pánico se
desató en el lugar, todos huían despavoridos. Abril y Lía se apresuraron a correr, pero esas
nuevas alas se movían sin control, estorbándole. El ave color marrón volaba cada vez más
bajo, como si estuviera asechándola.

En eso, sin que nadie pudiera evitarlo, la gigantesca águila atrapó a Lía y, sin lastimarla,
hacer una especie de jaula con sus inmensas garras y así, levantarla por los aires. Ella
estaba aterrada, mientras todos observaron impactados cómo el ave colosal se elevaba del
colegio llevándose cautiva a la niña.
- ¿Qué le voy a decir a su mamá? – dijo para sí misma la maestra Sandra.

Pero la mamá de Lía ya lo sabía. Desde el estacionamiento de la escuela lo estaba


observando y, por alguna razón, no parecía tan sorprendida al ver a su hija ser llevada por
esa descomunal ave y alejarse volando en el firmamento.

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II

Lía continuó viajando por los aires en las garras de aquella águila. Se alejaron de la ciudad,
atravesaron nubes y sobrevolaron valles y cordilleras. Después de varias horas de vuelo sin
detenerse subieron a lo alto de una gran montaña y aterrizaron en un altísimo risco. Ahí, el
ave colocó suavemente sobre las rocas a Lía, quien, a pesar de estar muy asustada, no tenía
ni un rasguño. Después de contemplarle las alas con curiosidad, la inmensa ave emprendió
de nuevo el vuelo y se alejó por el horizonte.

Lía respiró aliviada. ¡Vaya día había tenido! Se alegró de que al menos continuara con vida,
y se dispuso a explorar el lugar. Caminó entre las rocas y descubrió un profundo barranco
que se extendía por completo alrededor de aquel elevado peñasco. Parecía estar atrapada en
ese sitio tan inaccesible. Temerosa de caerse, recordó que tenía unas alas nuevas y se
preguntó si podría usarlas para volar. “Sería genial”, pensó. Intentó agitarlas, pero era
difícil mantener el control: las alas parecían ir a su propio ritmo.

Entre las rocas descubrió la entrada a una misteriosa cueva, y al no tener demasiadas
opciones, decidió armarse de valor y entrar. Después de atravesar un túnel, llegó a una gran
bóveda, iluminada por la luz del sol que se filtraba a través de las rendijas entre las rocas.
Le sorprendió encontrar signos de que alguien habitaba ahí. Observó unos diminutos
muebles algo anticuados y también un librero repleto de volúmenes y unos singulares
frascos con líquidos de diversos colores. Aquello parecía un antiguo estudio y aunque se
veía descuidado, también se sentía acogedor.

- ¿Eres tú? ¡Por fin! – exclamó desde una esquina un extraño hombrecito que se
acercaba emocionado. Era muy bajito, de expresión simpática y con el pelo casi
blanco. Sus grandes dientes hacían sonar su voz un tanto graciosa. - ¡Grilda! ¡Llegó
la niña!
Lía no entendía nada, pero al hombrecito parecía no importarle. Actuaba como si ella
conociera algún protocolo ya establecido. Sin que ella pudiera reaccionar, él la inspeccionó
de pies a cabeza, como buscando signos de sospecha. Le preguntó si no traía consigo algo
de shimo, y ella, tratando de adivinar, le contó sobre la plasta gelatinosa color verde y el
pequeño tubito que dejó en el baño de su escuela. El largo viaje por las alturas había
limpiado por completo todo rastro.
- Perfecto, estamos seguros. Con los tiempos que corren debemos ser muy
cuidadosos.

El hombrecito corrió apresurado hacia un viejo baúl y comenzó a sacar extraños cacharros,
mientras hablaba nerviosamente:
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- Mañana a las ocho, Inday te traerá aquí para que empieces el entrenamiento. ¡Ya
viste qué noble es! Sería mejor comenzar hoy mismo, pero el sol ya está por
ocultarse.
Lía lo observaba confundida sin saber qué hacer.

- ¡Cornelo! – se escuchó una voz femenina desde otra esquina - ¡Estás asustando a la
niña!
Lía observó que se acercaba una mujer pequeñita y regordeta, con las mejillas sonrosadas y
el pelo también blanco. Su ropa parecería la de una abuelita muy tradicional, si no fuera por
la gran cantidad de botones de diversas formas y tamaños, que lucían a través de la tela.
- ¡Qué bien que has llegado! Hemos esperado tanto para conocerte. Mírate, estás
preciosa. – la contemplaba con ternura – Igualita a tu abuela.
- ¡¿Mi abuela?! – Lía se asombró al escuchar eso. – Perdón, pero no entiendo nada.
¿Quiénes son ustedes? ¿Cómo conocieron a mi abuela?
- ¿Tu madre no te contó nada sobre Meiret? – preguntó Cornelo, extrañado.

Claramente no lo había hecho. Hasta hoy, Lía había vivido una infancia como la de
cualquier otra niña de once años. Le sorprendían todos esos nombres y sucesos
extraordinarios. Quizá esta curiosa pareja de pequeños ancianos también podría explicarle
por qué le habían brotado esas inmensas alas.

Se sentaron en una salita contigua y fue ahí donde Lía se enteró que no era humana. Al
parecer, pertenecía a un antiguo linaje de seres alados llamados arvents, que habían
habitado en una tierra escondida en las alturas. Cornelo y Grilda le narraron que sus
abuelos, como la mayoría de los demás arvents habían fallecido intentando defenderse de
los hummur, unos terribles seres que siempre estaban hambrientos y succionaban los
colores de las cosas para sobrevivir.

Al escuchar eso a Lía le vino a la memoria esa extraña silueta alargada y transparente que
la asustó en la escuela. Con solo acordarse volvió a temblar.
- Pero, mi madre dice que mis abuelos murieron en la guerra.
- Dijo la verdad, querida. – argumentó Grilda- Solo que no especificó de qué guerra
se trataba.

Lía continuaba incrédula ante semejante historia, pero cuando le mostraron una vieja
fotografía con una pareja joven y una niña, comenzó a dudar. La niña se parecía mucho a su
madre y la mujer en la foto tenía rasgos muy similares a ella misma: el brillo de sus ojos
miel e incluso el mismo hoyuelo en la mejilla. ¡De pronto se impactó! Con asombro
descubrió que lo que parecía un fondo blanco, en realidad eran dos grandes pares de alas
blancas detrás del hombre y de la mujer. Incluso alcanzó a distinguir un par de pequeñas
alas que la niña tenía replegadas junto a su cuerpo.
- Pero, ¿cómo es posible? ¿Y las alas de mi madre?

Cornelo y Grilda hicieron una expresión de tristeza. Con dificultad le compartieron que
durante la terrible batalla de Yelanz ella logró sobrevivir, pero lamentablemente perdió sus
alas.
- Ellos se las cortaron.
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Lía se estremeció. No podía creer que su madre hubiera vivido algo así.
- Fue muy duro. A todos en Meiret aún nos duele recordarlo.
- Era apenas una niña, como de tu edad. Nosotros cuidamos de ella hasta que se fue
con los humanos, para intentar vivir como ellos.

Lía observó que la niña de la foto llevaba puesto un brazalete de piedrecillas negras…
¡idéntico al que ella tenía en su propio brazo! Lía se restregó los ojos para examinar de
nuevo la fotografía. Era cierto. El brazalete lucía exactamente igual al que le había regalado
su madre. ¿En verdad podía ser genuina esa disparatada historia? Había que reconocer que,
aunque parecía una locura, había varias cosas que indicaban su veracidad.

- Por eso, ahora que por fin se desplegó tu herencia arvent es muy importante
protegerte de ellos. – Grilda le acariciaba la cabeza.
- Y comenzar tu entrenamiento lo antes posible. – dijo Cornelo al tiempo que se
aproximó de nuevo a revolver el viejo baúl.
- ¿Te refieres a que aprenda a volar?
- ¡Y también a que domines la extracción! - exclamó desde el fondo del baúl.
Cornelo le habló de una habilidad que solo los arvents podían desarrollar, con la cuál eran
capaces de manipular los colores de los objetos. Su abuelo y varias generaciones de arvents
la habían aprendido a través de Teldor, el Gran Hechicero, para protegerse de los hummur.

- Hemos esperado años por conocerte. Hay quienes incluso dudaban que existieras.
Se pondrán felices al descubrir que se equivocaban. En Meiret te necesitan mucho.
– dijo Grilda al tiempo que le servía a Lía un trozo de tarta de moras.
Pero ella no podía comer, solo observaba esas extrañas alas que tenía detrás, a la vez que
por su mente se acumulaban muchas más preguntas.
- ¿Qué es Meir…?

Un suceso singular interrumpió abruptamente a Lía. Le pareció ver que por el suelo se
arrastraba una diminuta criatura gris, parecida a la lagartija de su sueño. Se la señaló a
Grilda, quién alcanzó a verla escapar entre las piedras. Ella se alarmó muchísimo y llamó a
su esposo. Angustiados, inspeccionaron a la niña en busca de algún rastro. Para su mala
suerte, ahí estaba: cerca de su tobillo derecho había una pequeña plasta de shimo verde.

Al verla, ambos se quedaron helados.


- Debe irse. Corre peligro aquí. – dijo él sumamente preocupado.

Cornelo salió corriendo de la cueva e hizo sonar una peculiar corneta. Un sonido agudo y
penetrante se extendió por toda la zona. Dentro de la cueva, Grilda arrancó un pequeño
tubito blanco que Lía tenía incrustado en el pie, igual al que le había quitado su amiga
Abril.
- ¿A dónde iré? – preguntó Lía.
- A Meiret. Solo ahí estarás segura, los hummur no pueden entrar. – explicó Grilda
mientras le limpiaba los restos de shimo.
Cornelo volvió y siguió moviendo objetos y libros, desesperado. La diminuta pareja estaba
muy agitada, temerosa de lo que pudiera ocurrir. Al parecer, la criatura gris le habría
colocado esa viscosa sustancia a la niña, a través de la cuál los hummur podían rastrearla.
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- ¡Los encontré! – exclamó Cornelo, al tiempo que le mostraba a Lía una caja de
cartón con lo que parecían ser unos casettes viejos. Los colocó dentro de un morral
y se lo dio a Lía. – Aplícate bien, debes aprender rápido.
Lía se puso el morral, esforzándose por mantenerse tranquila. – Pero, ¿y mi mamá? ¿No se
preocupará?
- Ella estaría de acuerdo. Créeme, nos va a agradecer el haberte resguardado.

En eso, Lía vio algo aterrador en la pared de piedra del fondo. De entre las rocas comenzó a
sobresalir un contorno negro, que tomó la forma como aquella silueta transparente que
había visto en su escuela. Los colores de las rocas y los muebles se comenzaron a
distorsionar, mezclándose dentro de la silueta, mientras avanzaba lentamente hacia ella.
- ¡Ya llegaron! ¡No hay tiempo! – gritó Cornelo.

La niña y sus protectores salieron corriendo hacia la entrada de la cueva, pero otras dos
siluetas siniestras se interpusieron en su camino. Estaban acorralándolos lentamente. No
sabían qué hacer. ¡Las siluetas se acercaban cada vez más! Lía, se sintió angustiada y lanzó
un gran grito. En ese momento las siluetas se difuminaron en el suelo. Grilda y Cornelo se
maravillaron al ver eso. Aprisa, continuaron su camino con Lía hacia el exterior. Al voltear
atrás, Lía descubrió que las dos siluetas habían vuelto a conformarse desde el suelo y los
perseguían a través del túnel.

Ya afuera, los tres observaron aliviados que la enorme águila se aproximaba volando al
risco.
- Tranquila, con Inday pronto estarás a salvo. – Grilda la abrazó.
- Pero, ¿y ustedes?
- Nosotros les damos igual, los hummur te buscan a ti.
Cornelo le dio un objeto redondo y metálico.
- Era de tu abuela. Úsala sabiamente.
Lía asintió y lo metió en su morral. Las siluetas ya habían salido del túnel y se acercaban
hacia ellos entre las piedras, cuando por fin aterrizó la inmensa ave. Lía, nerviosa, se
apresuró a subirse a su lomo.
- Cuando llegues, entenderás mejor todo. Yun te ayudará. – dijo Cornelo.
- ¡Sujétate bien! – se despidió Grilda.

El águila levantó el vuelo y se alejó rápidamente de la montaña. Desde lo alto, Lía vio
cómo en un instante las siluetas desaparecieron del lugar. Apenas podía creer lo que
acababa de vivir.

Más aliviada, se abrazó a la gran ave y contempló como el sol se ocultaba tras el fabuloso
paisaje de la cordillera. Mientras el viento le agitaba el cabello, Lía se alegró de descubrir
porqué siempre se había sentido tan distinta a los demás niños. Sonrió por primera vez en
todo el día, pues se dio cuenta de que la parte más fascinante de su vida recién acababa de
comenzar.

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III

El vuelo de Lía continuó sobre el lomo de aquella impresionante águila, que había
descubierto, se llamaba Inday. Conforme se hacia de noche a Lía le costaba trabajo
mantenerse despierta, pues acababa de vivir el día más agitado de toda su vida. Se preguntó
cómo haría para resistir, pues si se llegaba a dormir corría el riesgo de caer desde esa altura.

Una espectacular luna llena coronó la vista, Lía nunca la había observado desde esa altura.
El maravilloso paisaje nocturno la fascinó, y comenzó a entretenerse contando a las
estrellas, que nunca antes había visto tan cerca. En un momento se le cerraron los ojos y sin
darse cuenta, sus manos soltaron el lomo de esa gran ave.

Adormilada, Lía comenzó a caer por los aires. En el instante en que sintió la gravedad de su
cuerpo cayendo desde lo alto, Lía despertó abruptamente y comenzó a gritar asustada.

Ella desesperada, comenzó a agitar los pies y las manos, y sin saber bien, cómo lo hizo, en
un momento de instinto sus alas se desplegaron abriéndose de par en par. Fue algo
increíble, pareció como si toda su vida lo hubiera hecho. El aire se detuvo debajo de las
alas, y su cuerpo logró estabilizarse, comenzando a planear como lo hacen las aves. Lía no
podía creerlo, la sensación de mantenerse flotando en el aire era indescriptible. No logró
disfrutar mucho de ella, pues tras solo unos breves momentos, una veloz ráfaga impactó
sobre su ala izquierda, haciéndola girar y perder la estabilidad. Lía continuó cayendo sin
saber cómo recuperar el equilibrio. Justo estaba intentando volver a hacerlo cuando sintió el
enorme pico de Inday mordiéndola suavemente y deteniendo su caída. La enorme ave la
había vuelto a salvar. ¡Qué alivio!

Lía se incorporó y trepó por el cuerpo de Inday hasta llegar de nuevo a su lomo. Pero esta
vez, el ave no continuó volando hacia la misma dirección. Más bien descendió hacia los
montes, y parecía buscar un lugar adecuado para aterrizar. Encontraron el sitio en la cima
de un monte, donde comenzaba a brotar un pequeño arroyo. Ahí Inday se detuvo y Lía se
apresuró a bajar. Estaba tan cansada que se quedó dormida junto al enorme pájaro al poco
rato de haber llegado. Inday cubrió parte de su cuerpo con su ala para protegerla del frío.

Entre sueños, Lía vio un volcán que expulsaba grandes cantidades de lava, pero ella en
lugar de tratar de protegerse de ella, la tomaba entre sus manos y no le quemaban. Ella
tomaba la lava y la colocaba en un hoyo en la tierra y ahí se convertía en agua. Luego,
encontró en un costado del volcán una roca que se movía y mostraba la entrada a un
pasadizo con unas misteriosas escaleras. Y justo ahí se despertó.

Apenas estaba asimilando su sueño, cuando se dio cuenta que ya había amanecido. Le había
parecido tan breve el tiempo de descanso. El sol ascendía detrás de los montes, iluminando
el bosque que tenían a su lado. Lía se incorporó y se sorprendió al descubrir que Inday ya
estaba despierto. ¿Habría estado vigilando su sueño toda la noche? Se conmovió por la
nobleza de aquella gigantesca ave.

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- Gracias, Inday. Debes estar muy cansado, pronto llegaremos y podrás dormir todo
lo que necesites. – le dijo mientras le acariciaba la cabeza. El ave pareció agradecer
mucho el cariño de su nueva amiga.

Lía se lavó en el arroyuelo que brotaba desde las rocas. Nunca antes había sentido agua tan
fresca y cristalina. Mientras se mojaba la cabeza, tuvo una extraña sensación en el cabello,
se examinó y logró atrapar entre sus manos a un curioso pececito rojo, que brincaba
queriendo volver al agua. Lía vio que su cola no tenía color, era como si solo se viera su
contorno y el interior fuera completamente transparente. Lía se le quedó mirando,
extrañada. Lo devolvió al arroyo, pensativa.

Tuvo la misma sensación cuando al morder una de las manzanas que acababa de recolectar
con Inday, se dio cuenta que en la parte inferior, el color rojo se había desvanecido. Se la
mostró a Inday, quien se quedó mirándola también, sorprendido. Después se mostró agitado
y apresuró a Lía a subirse de nuevo a su lomo y salir de prisa de ahí.

Lía continuó comiendo de los frutos silvestres, mientras continuaban el vuelo. Ante la
preocupación del águila, sólo podía pensar que también los hummur estaban detrás de lo
que acababan de ver. ¿Sería posible que terminaran de succionar el color rojo y después de
él los demás colores del mundo? Esa idea era tan aterradora, que Lía no fue capaz de
imaginar cómo podría ser el mundo sin colores.

Pronto lo descubrió.

Después de varias horas de vuelo, Inday comenzó a ir cada vez más y más alto. Atravesaron
una gruesa capa de nubes, y debajo de ellos ya no se alcanzaba a distinguir ningún cerro,
ninguna montaña, ni nada que hiciera referencia a la tierra. Sólo podían ver los colores
blanco y azul a su alrededor. Pero poco a poco, el paisaje comenzó a cambiar de un modo
espeluznante. El color blanco de las nubes comenzó a desvanecerse, y conforme avanzaban
le impactó ver sólo el delgado contorno negro de lo que parecía ser una nube transparente.
Mientras avanzaban vio cada vez más de esas nubes sin color, que sólo dejaban ver el azul
del cielo. Lía no podía creer lo que veían sus ojos.

Hasta que de pronto a lo lejos frente a ellos se cernía un paisaje tan extraño y
desconcertante que sus ojos tardaron varios minutos en distinguir una forma congruente. En
medio del azul del cielo había un descomunal revoltijo de delgadas líneas negras, que se
interponían unas a otras

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