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PEC I Textos Literarios Modernos

Agustín Noguera Sánchez

DNI: 08106773D

Comente el siguiente texto (i) en su marco estético y cronología, (ii) el/los


tema/s principal/es y (iii) el lenguaje, estilo y figuras retóricas para
expresar dicho/s tema/s. Para la PEC1, debe realizar el comentario usando
y citando bibliografía crítica y en no menos de 1.500 palabras y no más de
2.000 (sin contar la bibliografía ni las notas al pie bibliográficas, pero sí
contando las notas al pie no bibliográficas)

Los ojos tristes, de llorar cansados,


alzando al cielo, su clemencia imploro,
mas vuelven luego al encendido lloro,
que el grave peso no los sufre alzados.

Mil dolorosos ayes desdeñados


son, ¡ay!, tras esto de la luz que adoro;
y ni me alivia el día, ni mejoro
con la callada noche mis cuidados.

Huyo a la soledad, y va conmigo


oculto el mal, y nada me recrea;
en la ciudad en lágrimas me anego;

aborrezco mi ser, y aunque maldigo


la vida, temo que la muerte aun sea
remedio débil para tanto fuego.

Juan Meléndez Valdés, "El despecho"


El que se indique que el soneto pertenece a Juan Meléndez Valdés (1754-1817) ya
nos lo sítúa en el periodo de la Ilustración, aunque no por eso debamos calificarlo, al
menos no antes de profundizar en su análisis, como neoclásico.

Meléndez Valdés fue, probablemente, el poeta más importante de la segunda mitad del
siglo XVIII, y, aunque su fama se cimentase sobre la poesía denominada rococó, de
“tono menor, elegante y frívolo” (Arce, 1983: 33-38), también cultivó el estilo filosófico-
moral, si bien en una etapa avanzada de su producción.

El texto que nos ocupa fue escrito, según Antonio Astorgano (Barco, 2017: 251-282)
antes de 1777, es decir, cuando el poeta era aún muy joven, y, sin embargo, no es un
texto que podamos calificar como plenamente rococó, estilo cuyo exponente más típico
en el siglo XVIII era las composiciones anacreónticas, generalmente odas, donde se
exaltan los placeres sensuales, como el amor o la embriaguez. Hacia mitad de siglo “se
apoderó de los poetas españoles una auténtica furia anacreóntica” (Polt, 1979: 193-206),
fomentada por Cadalso con sus Ocios de mi juventud (1773), y no olvidemos que
Cadalso fue una de las mayores influencias del joven Meléndez, sin embargo, una
composición como la “Anacreóntica” de la obra mencionada:

“Dime, dime, muchacho,


¿cuántas veces te he dicho
que me des de lo añejo
cuando te pida vino?
Anoche, en vez de darme
del viejo bueno tinto,
me diste malo y nuevo,
y pagué tu descuido […]”

poco parece tener que ver con el texto que hemos de analizar.

Pero, en la misma obra de Cadalso, también encontramos este soneto:

“Todo lo muda el tiempo, Filis mía,


todo cede al rigor de sus guadañas;
ya transforma los valles en montañas,
ya pone un campo donde un mar había.

Él muda en noche opaca el claro día,


en fábulas pueriles las hazañas,
alcázares soberbios en cabañas
y el juvenil ardor en vejez fría.

Doma el tiempo al caballo desbocado,


detiene al mar el viento enfurecido,
postra al león y rinde al bravo toro.

Sola una cosa al tiempo denodado


ni cederá, ni cede, ni ha cedido,
y es el constante amor con que te adoro”
Mucho más en la línea del texto de Meléndez. En ambos vemos cómo, pese a que el
tema de los mismos sea el amor, le expresión es más profunda, mucho más íntima que
en las anacreónticas, relacionándolos con la lírica renacentista y, más concretamente,
con Garcilaso; y esto es así porque la poseía del siglo XVIII, pese a llegar a ser una
reacción contra el “mal gusto” barroco, parte de él -como no podía ser de otra manera-
para ir recuperando, a medida que avanza el siglo, a los clásicos mediante un retroceso
a lo largo de los autores, partiendo de Lope o Góngora, pasando por Fray Luís y
Garcilaso hasta llegar a los clásicos latinos.

Esto lo podemos comprobar comparando el soneto de Meléndez con este otro de


Garcilaso:

"¡Oh dulces prendas por mi mal halladas,


dulces y alegres cuando Dios quería,
juntas estáis en la memoria mía
y con ella en mi muerte conjuradas!

¿Quién me dijera, cuando las pasadas


horas qu'en tanto bien por vos me vía,
que me habiades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?

Pues en una hora junto me llevastes


todo el bien que por términos me distes,
llévame junto el mal que me dejastes;

si no, sospecharé que me pusistes


en tantos bienes porque deseastes
verme morir entre memorias tristes."

Vemos la semejanza estructural y temática de ambos.

Centrándonos en el tema, hay que decir que el soneto parece hablarnos del
sentimiento de pesar del autor por un amor no correspondido, y en esto, sí que coincide
plenamente con la temática renacentista y posterior. El tema del dolor producido por
amor está ampliamente recogido en la obra de Garcilaso -desde las églogas a los
sonetos-, Boscán o San Juan de la Cruz pasando, durante al barroco, por Góngora o
Lope de Vega. Parece que la antítesis amor-dolor o dolor causado por amor es una de
las maneras mas efectivas de expresar la profundidad de sentimientos, y, para ello, la
mejor composición parece ser el soneto, cuya estructura de dos cuartetos y dos tercetos
de versos endecasílabos, hace que se pueda producir un equilibrio entre el sentimiento y
la razón, impidiendo que el primero se desborde.

En este texto de Meléndez vemos cómo el autor se ha ceñido a la estructura clásica


del soneto, incorporando recursos que, en ocasiones, recuerdan a los textos del Siglo de
Oro, como el uso del hipérbaton en los dos cuartetos, que producen un efecto de cierto
patetismo, así los ojos están “de llorar cansados” y del cielo “su clemencia imploro”,
además, dentro de los propios hipérbatos, utiliza una adjetivación que enfatiza las
sensaciones que nos quiere transmitir, por ejemplo, el lloro es “encendido” y la noche
“callada”; en el primer caso nos transmite la idea de un intenso sufrimiento, al asociar el
“encendido lloro” con el fuego, con un ardiente dolor, por el contrario “la callada noche”
produce el efecto contrario, sensación de algo apacible y tranquilo, pero, el autor emplea
precisamente esa expresión para contraponerla a su sufrimiento mostrándonoslo con
más intensidad, y así vemos como no encuentra alivio a su dolor, ni durante el día ni en
la callada y apacible noche.

Junto a la noche, otro término que, en principio, se asocia a quietud y tranquilidad es


“cielo”, a ese cielo le alza el protagonista sus ojos, pero es para implorar una clemencia
que no llega a recibir; el cielo, pues, se transforma en una especie de juez que no
consuela pues no puede sufrir alzados esos ojos. El sentimiento de dolor -de ardiente
dolor- se enfatiza en el primer cuarteto mediante la aliteración de consonantes líquidas -l
y ll- que recuerdan, precisamente, al llanto, desembocando en el cuarto verso, donde las
r de “grave” y “sufre” dan la sensación de abatimiento que el protagonista siente al no
obtener clemencia del cielo.

La aliteración de l y ll prosigue en el primer verso del segundo cuarteto “mil


dolorosos ayes”, enlazando este con el anterior. En este cuarteto lo que se expresa es
la impotencia del protagonista para mitigar su dolor, un dolor que se expresa de
manera muy efectiva mediante el sustantivo “ayes”, enfatizado en el verso siguiente
con su correspondiente interjección “¡ay!”; esta rompe el ritmo, marcando un brusco
ascenso en la entonación, como un súbito quejido que nos indica que el dolor no
puede ser mitigado, a esto contribuye, en el séptimo verso, la anáfora con “ni”, “ni me
alivia el día, ni mejoro [...]”, además, ya hemos visto antes que esa mejoría buscada
no se produce ni siquiera con la tranquilidad de la noche, es decir, el dolor está tan
dentro que el estar a solas con sus pensamientos, no aminora el sufrimiento. En este
cuarteto es importante el participio “desdeñados” puesto que es el que nos indica la
causa de tanto sufrimiento, el ser los ayes; los desdeñados lamentos del protagonista
nos dicen que quien los producen es una persona, alguien por quien siente un amor
no correspondido; esto queda corroborado por la referencia a “la luz que adoro”, única
referencia -la de la luz- a algo positivo, algo claro y puro en toda la composición, pero
que, al estar situada justamente detrás de la interjección, nos la presenta como una
luz -una esperanza, un amor- ya perdida.

El primer terceto -versos 9 a 11- ahonda en lo expresado anteriormente: no hay


consuelo para el protagonista; el sustantivo “soledad” enlaza con la “callada noche” del
verso anterior. En estos tres versos vemos que se produce aliteración de sonidos
nasales: “conmigo”, “mal”, “nada”… Además, el uso del reflexivo “me” acrecienta la
sensación de soledad, o, mejor, de inconsolable soledad: “nada me recrea”, “en
lágrimas me anego”. Es interesante la referencia a la ciudad en el verso 11; uno de los
motivos renacentistas, muy presente en la obra de Garcilaso, es el concepto de locus
amoenus, lugar natural en donde se alcanza la paz o se sufren las penas de manera
menos amarga; aquí, Meléndez parece querernos decir que la ciudad es un sitio
opresivo, si bien no ahonda en el tema, no expresando su voluntad de querer salir de
ella; esto puede ser un reflejo del pensamiento racionalista de la época: la ciudad, aún
siendo el lugar donde no se encuentra consuelo, es donde se debe estar, donde el
hombre ilustrado debe vivir.

El final del poema abunda en la desesperación y, aquí, en la autoculpa; el protagonista


se aborrece a sí mismo, maldice la vida, de hecho, maldice la vida como concepto, no su
propia vida; el no emplear el posesivo en esta expresión hace que su dolor parezca
inmenso; la muerte, sin embargo, aún siendo lo más terrible que le puede ocurrir a una
persona, es en este caso minimizada, pues es tildada de “remedio débil”. Es decir, se
intercambian los conceptos, haciendo de la vida algo terrible y de la muerte un remedio,
aunque no muy efectivo. Todo este efecto se ve realzado, una vez más, por la aliteración
de sonidos nasales, como en el anterior terceto: “maldigo”, “temo”, “muerte”, “remedio”,
todos conceptos negativos, de desesperación, a excepción de “remedio”, aunque, como
hemos visto, en este caso no sirve de nada, de hecho el remedio es débil porque no
cree el protagonista que sea efectivo para “tanto fuego”, expresión que nos retrotrae al
primer cuarteto y su “encendido lloro”.

Vemos como este soneto de Meléndez Valdés se ajusta perfectamente a la


estructura y temática de los escritos en el Renacimiento, algo que no ha de extrañar,
pues esta también fue una época de recuperación de los clásicos, como el siglo XVIII,
si bien, se ve una clara adaptación a los tiempos en que fue escrito, así hay que
entender el uso de la interjección, la referencia a la ciudad o el tono, francamente
violento, del último terceto, donde el protagonista aborrece su ser y maldice la vida,
respecto a esto último, no hemos de olvidar la gran influencia que Cadalso ejerció en
el autor y que aquel ya había escrito sus Noches lúgubres, que, según muchos
autores, preludia el Romanticismo, quizá este último terceto haya que entenderlo
también en la estética prerromántica.
BIBLIOGRAFÍA

- ARCE FERNÁNDEZ, Joaquín (1983). "Rococó, neoclasicismo y prerromanticismo en la


poesía española del siglo XVIII". En RICO, Francisco (coord.) Historia y crítica de la
literatura española, vol. 4, tomo 1, pp. 447-477. Disponible en:
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musicalizados por Miguel del Barco”, Revista de Estudios Extremeños, 73.1 [Ejemplar
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-FROLDI, Rinaldo (1988). “La poesía ilustrada de Meléndez Valdés”, Ínsula, 504, 19-
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- GARCILASO DE LA VEGA: Poesía castellana completa. Edición de Consuelo Burell.


Madrid: Cátedra. 29ª edición, 2017.

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Review, Vol. 47, num. 2, pp. 193-206. Disponible en:
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- PALACIOS FERNÁNDEZ, Emilio (sa.). “El autor: biografía”, en Portal Juan Meléndez
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- PALACIOS FERNÁNDEZ, Emilio (1979). “Estudio preliminar, en Juan Meléndez Valdés,


Poesías, edición, introducción y notas de Emilio Palacios Fernández. Madrid:
Alhambra. Edición digitalizada por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, sp.
Disponible en:
http://www.cervantesvirtual.com/portales/juan_melendez_valdes/obra/estudio-
preliminar-de-las-poesas-de-juan-melndez-valds-0/
[último acceso 26/03/2020]

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