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Geroni Ma
Geroni Ma
JORGE PELLEGRINI
(Año - 1998)
INDICE
Juan Sánchez
Escultor y artista rionegrino
Gerónima es la Libertad. (No quiero que me den una mano, quiero que me
saquen las manos de encima.) Pero la Libertad compartida, solidaria con la
naturaleza, que es ser solidario con el porvenir, con los seres grandes y pequeños
que poblarán el mundo. No la libertad de explotar, de humillar, de rapiñar a la
naturaleza. (Lo vi en Berlín occidental: la familia turca del segundo piso donde yo
vivo, traída de Anatolia para mantener bajo el salario y producir con menos costo y
exportar más barato, se compró un automóvil a los dos años de trabajar en una
fábrica. El auto es su orgullo: lo tienen todo el día frente a la casa. No lo manejan.
Y los domingo a la tarde, el marido, la mujer y los tres chicos suben al automóvil y
se quedan sentados en el mismo, sin ponerlo en marcha, y pasan los otros turcos
recién llegados y los miran con envidia y como modelos a seguir. De Anatolia al
paraíso. Un paraíso con ruidos de motores, aire con gases de escapes y noches
donde las estrellas se ven en el televisor. Y esos inmigrantes agradecen su nueva
“libertad” al sistema de “libre empresa”.) Gerónima no quiso el televisor, prefirió el
gran espectáculo de su paisaje estático. (Jorge Pellegrini advierte: Olvidamos que
son parte de un todo expropiado, despojado violentamente de sus antiguas raíces,
que intenta resistir el lento exterminio refugiándose en los restos de la tierra.)
(Gerónima lo ha notado: sus hijos no cantan en la civilización, son pájaros
enjaulados que ya no sienten los olores de la tierra seca ni oyen los ruidos del
amanecer.) Gerónima: Los chicos saben cantar, pero así nomás. ¡Pero qué van a
cantar acá, acá no cantan! (en el hospital).
El sistema envió a los “héroes del desierto” y sus rémingtons. Una y otra
vez, no sólo al sur. Para alambrar, para exportar, para ganar más. A los
mapuches, gente de la tierra, se los dejó sin tierra, se los condeno a “vivir en
suicidio”. Y ahora se los lleva al hospital para “curarlos”. Ese corredor de seguros
de Praga, ese tuberculoso joven de ojos asustados, ese Franz Kafka, había escrito
ya la historia de Gerónima hace setenta años en un paisaje menos luminoso pero
igual de cruel.
Osvaldo Bayer
GERONIMA
¿Cómo llegó desde Trapalco? Podría decirse que no llegó: la llegaron. Una
patrulla policial de El Cuy acertó a pasar por su playa, la cargó y la trajo con sus
hijos. Así fue como entró al hospital sin estar enferma; simplemente por ser
Gerónima, vivir en Trapalco en una cueva, calentarse en invierno con fuego y
piedra calientes, “hablar la lengua” y portar en su presente ese pasado sólo
registrado en el olvido. Lo no asimilable a nuestros valores no existe o no debe
existir.
Trapalco figura en alguno que otro mapa de la provincia de Río Negro
¿como paraje? ¿Como meseta? ¡Vaya uno a saber! Aparece el nombre impreso
en el corazón de la planicie desértica, sin vías de comunicación ni poblaciones. Lo
más cerca − ¿a cuántas leguas?− es un caserío reducido al que llaman El Cuy,
como homenaje al pequeño roedor que puebla esos parajes. Un ratón que sirve
para designar el inmenso territorio en el que se desparraman apenas escasos
habitantes. Cola de león... cabeza de ratón. Según como se piense. O también
cola de ratón.
Zona de Gerónima y sus hijos. Zona de guanacos y de cuises, de mata
achaparrada pegada al suelo para aguantar la nieve y el viento. Tierra donde
alguna que otra noche se agrandan los campos corriendo las alambradas. Menos
para Gerónima o Eliseo que a fuerza de esos misterios catastrales nocturnos han
ido cayéndose cada vez más de “la mapa” como ellos suelen decir.
Hasta hace menos de cien años los campos eran fijos, las alambradas se
quedaban quietas, y la gente paisana le daba su nombre a la tierra, así como ésta
los nombraba, en una especie de bautismo mutuo. Luego al correr el tiempo y los
alambres, Gerónima, Eliseo, fueron perdiendo su nombre y su acta bautismal. Se
fueron desconociendo cada día más, hasta no saber casi quién es cada uno y el
otro.
Se dirá quizás que no hubo premeditación y alevosía. Sin duda que es así.
Pero fuimos los médicos observadores ciegos porque nuestros ojos están
preparados para ver como valores universales los que en realidad son valores de
un determinado estamento social; a pensar que en un país de criollos, aborígenes,
gringos, hay sólo una historia posible; a creer en un modelo abstracto de familia y
de vida; a trabajar en instituciones presuntamente asépticas; a manejar un
conocimiento psicológico que habla de El Hombre en términos ahistóricos y
asociales. Nuestro saber es un saber, sólo eso. Hay otros saberes, que devienen
de otras experiencias e historias humanas. La vida de Gerónima debe ser
comprendida y no valorada según nuestro pensamiento.
VOCABULARIO
VIVIR EN SUICIDIO
LONCO LUAN
Hasta ahora hemos hecho la descripción del proceso recorrido por la etnia
mapuche. Pero, ¿Cuáles han sido desde nuestro campo de tareas las
consecuencias de todo ese camino andado? Por supuesto que este lento
genocidio ha transitado diversas sendas, en las que la enajenación de la tierra ha
ocupado un papel fundante. “Una tierra para ser, no solamente para tener, porque
la ‘ñuque mapu’ (la tierra madre) es la madre, sin la cual los aborígenes nos
sentimos huérfanos”. Así dice un mapuche en un trabajo reciente. La expropiación
del lenguaje y la imposición de otro identificado como el del conquistador. Un
sistema de creencias proscripto, y un Dios venido de otra cultura. ¿A dónde
hemos llegado?
Vemos una experiencia concreta, la matanza de Lonco Luan en el año
1978.
En una comunidad indígena de la zona de Aluminé (provincia de Neuquén)
–la de los Catalán- se produce un cuádruple homicidio ritual, en el que mueren
tres niños de corta edad y la madre de dos de ellos. Hacía un año había penetrado
en la tribu un mensaje evangélico pentecostal, que tiene contenidos revivalistas,
vale decir que propone a una población cuyo sistema de creencias se halla en
crisis nuevos contenidos esperanzadores que revitalicen el ánimo colectivo. El
éxito logrado por estas sectas se basa en un previo conocimiento a fondo de la
cosmovisión mapuche, a la cual “aggiornan” con una alta dosis de pragmatismo. El
objetivo es penetrar en la comunidad, y a ese objetivo ajustan todas sus
consideraciones religiosas. De ahí el carácter cismático que tienen, dado que
existe una gran cantidad de iglesias surgidas de un tronco común que parecen
adaptarse muy precisamente a la necesidad de propagar ese mensaje revivalista a
cada comunidad. El conocimiento previo de la cultura mapuche les permitió
rescatar la importancia del protagonismo comunitario en la práctica religiosa.
Cualquier miembro de la comunidad puede ser pastor de esa iglesia, siendo
reconocido como tal por sus pares. Y el papel del pastor es ser transmisor del
mensaje divino en la lucha contra el Mal. Vale decir un mediador entre lo divino y
lo terreno, entre lo humano y lo celestial. Mediador en la lucha entre el Bien y el
Mal, pero un mediador que al recibir el mensaje del Espíritu Santo lucha contra la
enfermedad y el Mal. Aquí se articula con la figura del machi. En el hecho relatado
el pastor dirige el rito del que participa casi toda la reducción y ante el pedido de
una mujer de “recibir sanidad” por hallarse “atormentada” se inicia el rito que dura
días, en el que el grupo va buscando el origen de su tormento entre los miembros
de la familia. Este proceso es coordinado por el pastor, al que en determinado
momento la situación se le escapa de control, sucediendo los homicidios por
depositarse rotativamente en distintos miembros el Mal, vinculado con el estado
de enfermedad y de tormento y confusión. Durante días la colectividad familiar
ayuna y entra en estado de éxtasis, buscando en su seno la causa de las
penurias, al amparo de un mensaje bíblico leído e interpretado desde la trayectoria
histórica de ese grupo sometido al exterminio lento. Es significativo que de los
cuatro muertos tres son niños de corta edad, y un cuarto halla huido, lo cual
recuerda un hecho ritual sucedido por la misma época también en una comunidad,
donde la víctima fue un niño de tres años. Ante la enorme presión social homicida,
la propia etnia se hace cargo de su desaparición para apaciguar al perseguidor.
También es significativo que el sujeto más viejo de la tribu, no haya participado del
rito, como si su mayor afianzamiento en las creencias de “la gente de antiguo” le
hubiera permitido resistir el mensaje pentecostalista.
¿Pero de dónde venía el mal que se buscaba entre los integrantes de la
comunidad familiar? ¿De dónde venía el tormento? El estado de pauperización del
núcleo venía de largo tiempo. Hubo un hecho considerable como detonante.
Cuatro meses antes un ente oficial había extendido las alambradas desalojando a
los Catalán de sus predios. Se iniciaron los reclamos que no dieron frutos. Luego
al analizarse los hechos, esto no fue suficientemente valorado, recayendo el
acento sobre la influencia del evangelismo en la tragedia. Pero tres años después
un miembro de la misma comunidad, una madre de un niño muy pequeño, intenta
extraerle los malos espíritus a su hijito introduciendo una manguera por la boca,
salvándose providencialmente la vida de éste. Y en este caso la religión profesada
era la católica. Por tanto se hace necesario estudiar la cuestión desde una
perspectiva más totalizadora. Ella es que los grupos familiares comunitarios se
hayan sometidos a mensajes permanentes de confusión, y extrañamiento.
Extraños respecto de su propia historia y del mundo en el que viven. Mensajes
que pueden adquirir contenidos religiosos, educacionales, propagandísticos,
culturales. Así es que en Lonco Luan las víctimas lo fueron de sus propios
familiares, planteándose que la salvación de unos dependía de quitar al Maligno
del cuerpo de otros, aún a costa de su vida. La causa se veía en ellos, en su
propia existencia como grupo.
En otro trabajo –“Gerónima”- hemos planteado el caso de una familia
mapuche ingresada al hospital urbano desde el campo sin ninguna patología y su
desenlace. Madre y cuatro hijos fueron transitando la experiencia de la asistencia
hospitalaria y de la institución centrada en la cura de la enfermedad. A las cuatro
semanas de internación, o mejor dicho estadía, la madre hace un cuadro psicótico
luego de intentar castigar violentamente a sus hijos, desmejorando velozmente su
estado general colocándola al borde de la muerte. Se negaba a alimentarse y a
vivir. El alta, y aun antes la comunicación del alta, y su retorno al campo, hicieron
remitir el cuadro de negativismo desapareciendo su estado psicótico al volver su
terruño. Tiempo después ingresaron un hijo muerto de una coqueluche contraída
en el hospital, muriendo posteriormente dos más por la misma causa y finalmente
la madre que enloquece y muere. Se deja morir. El único hijo sobreviviente, al
realizarse trámites para su adopción por un tío que vivía en la cuidad, escapa y
aparece más tarde en el campo del que había provenido. Había tenido claro el
origen de la muerte de su familia. Esta experiencia muestra cómo a través de otras
sendas, incluso encubiertas de cuidados para vivir y luchar por la salud, el
desenlace es la locura y la muerte cuando la familia es desgajada de la tierra en
que se apoya, cuando se le rompen los espejos de la vida cotidiana, y se la
somete a mensajes contradictorios de violencia encubierta.
Otra experiencia que recordamos es la del cacique Quilapi, en la reducción
del mismo nombre. Durante una visita realizada por funcionarios provinciales a su
comunidad, preguntaba encolerizado quién mandaba, y cuál era su poder. Poco
tiempo después ese jefe comunitario se suicidaba, adelantándose seguramente al
desenlace que él preveía para todos.
Aproximarse a la cuestión indígena es en primer lugar atreverse a saber.
Saber que tenemos un problema indígena, que él existe. Que pertenece a este
mundo social en que vivimos y en el que ellos agonizan. La cuestión aborigen es
un enorme y silencioso espejo que nos refleja imágenes de nuestro mundo
externo que escotomizamos y negamos.
Que a quienes trabajamos en salud mental el abordaje de esta problemática
nos muestra los distintos mundos que conviven en esta sociedad, así como que
nuestro saber, al que alguna vez supusimos de aplicación y utilidad universal, sólo
refleja parcialmente a alguno de esos mundos. Si gris es toda teoría y verde el
árbol de la vida, quizá podamos pensar que en nosotros ese árbol tuvo
malformaciones que debemos corregir. Sin temerle a la violencia que abre el
camino hacia otros saberes, violencia necesaria para penetrar los bosques.
IDENTIDAD Y ENAJENACION
La rana en el agua
el sapo en la arena
cada cual en su sitio:
esa es la problema
Cada cual en su sitio. Cada uno en su pago, dice nuestro criollo. Pago:
palabra de dos acepciones. Una de ellas es la retribución que se recibe a cambio
de un trabajo, y que resulta necesaria para vivir. La otra acepción es la noción de
paisaje, terruño, pasado familiar, escenario de los espejos cotidianos; un pago que
como el otro resulta necesario para vivir. Yo soy de los pagos de Río Negro,
donde muchas ranas fueron sacadas del agua por la violencia conquistadora, y
desde entonces muchos perdieron su sitio. Esa es la problema.
Y hay que escuchar la cuarteta mapuche, porque ¿quiénes sino los hijos-
de-la-tierra, Mapu-che, pueden hablarnos de todo lo que se pierde cuando nos es
enajenada la base sobre la que están parados nuestros espejos interiores?
Enajenados, dije. Se enajena la razón, se nos hace ajena. Pero en nuestra
Provincia hubo y hay otra enajenación tan trágica como la locura: la enajenación
de la tierra a sus legítimos e históricos dueños: los mapuche. Mapu: tierra; che:
gente. Gente de la tierra como ellos se han bautizado. Gente de la tierra sin tierra
como los ha bautizado la violencia enajenadora. Quien pierde su nombre, pierde
su identidad. Es un N.N. ¿Qué pensarán de sí mismos nuestros hermanos
indígenas, que han perdido el terreno sobre el que se apoyan sus historias y
recuerdos? ¿Qué pensarán de nosotros? ¿Y qué pensamos nosotros de todo
esto?
Agosto/1978. Lonco Luan. Cabeza de Guanaco. Paraje cercano al Lago
Aluminé en la pehuenia neuquina. Asiento de la tribu de los Catalán. Unos 155
sobrevivientes, en una de las treinta y una reducciones de la Provincia.
Veinticuatro familias constituidas por entre seis y siete miembros. El país se
sacude con un homicidio múltiple de carácter ritual. Durante una reunión del culto
evangélico pentecostal, en la que participan una veintena de miembros de la
familia, son asesinados tres niños de corta edad, y la madre de dos de ellos.
“Cosas de indios” rezan algunos titulares de serios medios de comunicación. “Son
salvajes”, se murmura por lo bajo. Mientras tanto en todos los rincones del país,
ágiles coches Falcon negros sin patentes siguen practicando el genocidio, sin la
menor repercusión periodística.
¿Qué había pasado? La información daba cuenta de la penetración de un
rito evangélico desde hacía pocos meses, al cual se responsabilizaba
ideológicamente.
Pero rebobinemos: efectivamente en la década del veinte penetraron en las
zonas campesinas del Sur de Chile las sectas evangélicas. Lo hicieron
simultáneamente con levantamientos de pobladores que exigían la propiedad de la
tierra, y con un profundo conocimiento de la historia, la cultura y la región
mapuche. Se fueron distribuyendo en las áreas poblacionales mapuches y así
pasaron a la Argentina, portadoras de un mensaje milenarista, revivalista, que
desprecia lo terrenal e idealiza el otro mundo y la redención final. Tienen una
enorme capacidad de adaptación, y como todas las sectas se subdividen en
mitosis rápidas que van penetrando en la sociedad. Así llegaron a Lonco Luan e
hicieron pastor a un miembro de la comunidad tribal, funcionando en casas de la
gente. Ni iglesias ni sacerdotes ordenados tras largos cursos realizados lejos del
lugar. Estos credos toman a un miembro surgido de la comunidad, y lo ungen
pastor, cabalgando sobre la experiencia de nuestros indígenas que también
formaban su machi, o curador chamán en un proceso social comunitario. Las
machis viejas tomaban aquellas adolescentes que habían recibido el anuncio de
su vocación, y les iban transmitiendo el saber colectivo histórico. Esto hacía que la
palabra de la machi tuviera un peso profundo, dado que surgía de la confianza
depositada en ella por su propio pueblo. Esta es la herencia capitalizada por las
sectas en la institución de los pastores.
Tras dos días continuos de plegarias, cantos y ayuno, el pastor reúne a los
fieles y en esa extraña situación busca entre los presentes el causante de los
males sufridos. El señalado será sacrificado expiatoriamente, para salvar a todos.
Así caen muertos a golpes tres niños y una mujer entre gritos y estados
confusionales condicionados por el ayuno prolongado. Los más viejos de la tribu,
aún apegados a las creencias de sus antepasados no han participado de la
ceremonia. Con ayes y tristes letanías, los Catalán explicarán luego que hicieron
esto por “estar en tormento” y que era necesario expulsar al Maligno provocador
del tormento. Evidentemente una muestra del homicidio transcultural. Una cuenta
más del rosario genocida, esa constante de la historia de nuestro pueblo. Pero:
¿por qué esa penetración tan rápida? ¿De dónde venía el tormento? ¿Cuál era
exactamente el culebrón?
Meses antes, los Catalán habían sido despojados -enajenados- de las
tierras que poseían desde antiguo, y echados a un pedazo árido. Ahí estaba su
tormento. Habían buscado dentro de sí lo que estaba fuera; se habían identificado
con el agresor, y habían terminado haciéndose cargo del mandato social:
“¡Desaparezcan!” (En este momento recuerdo una carta enviada al Ministro de
Guerra hace cien años desde Choele Choel. Su texto decía: “El objetivo final de
esta campaña es que no quede ningún infiel vivo”. Firmaba: Gral. Julio A. Roca).
Los Catalán sin tierra. Enajenados de ella, perdían su nombre, su razón, su
vida. Como decía Don Fonseca, de Ruca Choroi: “Los que viven en tierra ajena,
están siempre en suicidio”.
Hoy en Lonco Luan no hay una religión evangélica, sino tres, a las que se
agregaron otros dos credos distintos más. Cinco iglesias para ciento cincuenta
habitantes que han perdido sus sistemas de creencias; su tierra, sobre la cual
habían crecido esas creencias; y algunos de ellos, su vida. Tiempo después de
estos episodios, en Cutral Co una madre joven enajenada casi mata a su hija
introduciéndole una manguera por la boca para expulsarle el Maligno. Oportuna
ayuda impidió que muriera por asfixia la niña. Esta mujer era una de las Catalán, e
inmediatamente se volvió a hablar de cuestiones religiosas que pronto cesaron
cuando se supo que la señora era católica. Evidentemente el tormento y el
culebrón estaban en otro lado: en su historia de enajenaciones y despojos
violentos. Quizás sea como me decía Doña Cheuquepan de Quila Quina: “Es que
en este mundo ya no hay más lugar para nosotros”. O como dice aquel poema
mapuche:
“10-10-84
Dr. Pellegrini:
Termino de leer el breve libro (pero tan extenso en sabiduría humanística)
que lleva su firma.
Le escribo estas líneas no para felicitarlo; sí para recriminarle la falta de
piedad con que me asoma a la realidad, la que a pesar de haber abierto los ojos y
destapado mis oídos, todavía no quería ver ni escuchar. Porque todavía, y hasta
no hace mucho tiempo, estaba intacta la cobardía que me acorazaba contra las
verdades concretas.
Dr. Pellegrini: yo conozco, y estoy en contacto cotidiano con muchas
Gerónimas. A la mayoría de ellas las soslayo, a pocas las saludo: a veces con
alguna broma insípida, a veces con una seriedad agresiva (depende mi estado
anímico; o si Usted lo prefiere: del funcionamiento de mi psiquis).
Dr. Pellegrini: yo conocí a muchos Cuys. Algunos en el interior del país,
más específicamente en el Chaco; otros en cualquiera de las villas de emergencia
en esta tan loada Bs. As. Pasé por esos Cuys vendiendo sábanas, frazadas...
(perdón, Gerónima: frezadas). Usaba mis argumentos de vendedor y después de
ganar mi jornal escapaba por miedo a intoxicarme.
Dr. Pellegrini: yo recién ahora con su “Gerónima” y su “Cuy” puedo
interpretar el significado del sistema social que para mantener su vigencia necesita
silenciar a los pocos que como Usted osan gritar para ser escuchados. Porque no
es su voz, es la voz de las Gerónimas a las que no se les permite gritar: “¡No
quiero que me den una mano, quiero que me saquen las manos de encima!”
Dr. Pellegrini: su Gerónima me da miedo, mucho miedo.
Dr. Pellegrini: su Gerónima me da valentía, mucha valentía.
Porque soy un internado en el Hospital Neurosiquiátrico “Dr. Alejandro
Korn”.
Por lo que pude averiguar, esta persona desde hace años internada, figura
con el diagnóstico de esquizofrenia. Desconozco el diagnóstico con el que figura la
institución que sigue recluyéndolo.
Octubre 1986.
*
DOMINGO EN LA COLONIA
* Este cuento recibió Mención Especial del Jurado en el Certamen de la Patagonia (1992).
que contaban de Juancho. Lo llamaban delincuente. Formas de ver las cosas –
según se le ocurría a él- porque en ruedas de fogón, o en alguno que otro baile,
había escuchado historias diferentes.
Que había robado para ayudar a los pobres. Que había enfrentado a los
milicos. Que para los patrones era mala palabra.
Lo sentía propio: una pertenencia.
II
III
IV
Boletín Nº 3
VI
VII
VIII
IX
Vasos desparejos, una jarra, trapo limpito y alisado, dos sillas y un cajón,
platos y cubiertos entreverados.
La mesa se anuncia.
-Irma: el sábado amasate unas empanadas para el baile ése. Teneme el
saco gris y el pañuelo blanco.
Ella se queda mirándolo.
Comienzan a comer.
El pan casero se desgrana sobre el hule ajado y brillante. Los sorbos
ruidosos meten bulla en el caldo.
Por la ventana entra un sol casi blanco, bien de julio.
La habitación se ilumina. Los cabellos relumbran. Las pestañas se
entrecierran.
Todo se entibia: es Domingo en la Colonia.