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Política y gobierno en África Subsahariana

Lorena Navarro Cicuéndez

Lorena.navarroc@estudiante.uam.es

Nota de lectura:

El fuego de los orígenes, Emmanuel Dongala, Ediciones del Bronce, Barcelona,


1996.

Emmanuel Dongala, de madre centroafricana y padre congoleño, nació en la


República del Congo en 1941. Estudió en Estados Unidos y enseñó en la
Universidad de Brazzaville donde también ocupó un cargo directivo. La guerra civil
que asoló su país le obligó a emigrar. Actualmente es profesor de Química en el
Simon's Rock College, Massachusetts, y profesor de Literatura Africana Francófona
en el Bard Collage de Nueva York. Junto con ello, fue ganador del prestigioso
Fonlon Nichols Prize en 2003 por su excelencia literaria.

Este libro hace un recorrido histórico por la turbulenta colonización del


África central por parte de los franceses y sus respectivas consecuencias, la
“modernización” del país, la independencia de éste y, finalmente, la revolución
política, vivida y contada a través del protagonista de la obra, Mandala Mankunku.
Aunque en el libro no se menciona abiertamente, podríamos situar el desarrollo de
esta historia en lo que fueron los reinos bantúes. El término bantú se refiere a
cualquier individuo perteneciente a los más de 400 grupos étnicos de pueblos
melanoafricanos, que hablan lenguas bantúes, y que viven al sur de una línea que
va desde Duala (Camerún) hasta la desembocadura del Yuba (Somalia). Tras la
colonización se convirtió en una colonia de Francia bajo el nombre de “Congo
francés”. Finalmente, y tras obtener su independencia a mediados del siglo XX, el
país atravesó por varios regímenes políticos hasta alcanzar la democracia
multipartidista que rige al país actualmente.

Este recorrido histórico se vive a través del protagonista, como hemos


mencionado anteriormente plasmando, a su vez, sus propias contradicciones y

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luchas internas. Desde el momento de su nacimiento Mandala Mankunku no encaja
en su sociedad. Nadie asistió al parto, por lo que dentro de su comunidad la duda
de si realmente nació o simplemente apareció en este mundo, será permanente.
Este hecho marcará el resto de su vida. Así, el primer capítulo del libro transcurre
en el poblado del protagonista, situado a orillas del río Nzadi. En esta sociedad
tribal, a la que ama pero que no le termina de aceptar, Mankunku se convierte en
un gran sabio, en nganga, incentivado por su incesante ansia de conocimiento. Se
trata, en palabras de Lukeni, de aquel que se enfrenta a los poderosos, el que
destruye para construir, aquél de cuyo nacimiento nadie está seguro y cuya muerte
no se sabe si podrá llegar. De este modo, en su juventud se enfrentará a una
tradición colapsada pero cuya evolución lógica se rompe con la llegada de la
colonización.

Este brutal colonialismo podríamos situarlo entre 1920-30. En el poblado


del protagonista se ejerce una primera resistencia contra los hombres blancos que,
poco después, pasaría a convertirse en una relación “diplomática” entre éstos y el
jefe del poblado, el tío de Mankunku, un hombre que se deja embaucar por los
regalos de los colonos a costa de ceder sus tierras a éstos. El poblado, de repente,
se ve inmerso en un proceso colonial de explotación de los recursos y el pago de
impuestos al nuevo imperio. La estructura de la sociedad se desvirtúa por
completo y se impone la nueva forma de organización económica y política de los
colonos franceses.

El derecho de cualquier país a ocupar un lugar bajo el Sol (un derecho


casualmente reclamado únicamente por países europeos) significaba la
justificación de la colonización y la explotación de los recursos de territorios
extranjeros. Tales preceptos morales carentes de ética fueron firmados y
aceptados en la Conferencia de Berlín de 1885, donde Europa decidió
unilateralmente el futuro y el destino de África.

En este discurrir colonial, encontramos muchas referencias históricas en la


obra, como la construcción del ferrocarril Congo-Océano de Brazzaville a Pointe-
Noire, en la que trabajará nuestro protagonista, y en la que, mediante trabajos
forzados, perdieron la vida más de 17.000 personas. Mankunku se pregunta qué
tipo de poder tienen los hombres blancos, admira ese poder, pero entiende que no
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es lo mismo llegar a donde un quiere por su propio pie, que llegar empujado por el
cañón de un arma acompañado de un látigo que busca la sangre atravesando la
piel. Harto de los trabajos forzados en el ferrocarril, vuelve al poblado y encuentra
que sus padres han sido asesinados, lo que llevará a Mankunku a enfrentarse a su
tío en una pelea a muerte, de la cual el protagonista sale vencedor. Tras este
acontecimiento, decide marcharse a la ciudad.

Fascinado por los cambios y las posibilidades, la aparición de grandes


ciudades donde la opresión de la tradiciones no es señalada, Mandala Mankunku
concibe que el pasado no ha de ser una losa que lastra, sino un ladrillo para
construir un futuro. En este primer contacto con la ciudad, ocurre aquello de que
se le da un nombre nuevo al protagonista, junto con sus papeles, a fin de que su
identidad tenga validez en el nuevo imperio, pues su identidad había sido
transmutada, sustituida, desarraigada. Se convierte en una persona de fama social
al ser nombrado el primer maquinista autóctono. Así, Mankunku se ve inmerso en
la transformación social, política y económica de todo su entorno, una
transformación además que transmuta los valores simbólicos en la generación de
conocimiento y su relación con la Realidad, pero no exentas de tensiones. Esto se
cristaliza, por ejemplo, en la ciencia y conocimiento que traen consigo los
colonizadores, que bien si al principio son temidas, serán admirados y adoptados
por aquellos que fueron víctimas de su violencia, lo cual tampoco implica la
desaparición de sus ideas y cosmovisiones. Junto con ello, el suceso como la
segunda guerra mundial desvirtualiza ese poder sostenido por el hombre blanco:
resultaban no ser tan poderosos.

Tras ello, el libro solo nos muestra un capítulo destinado a la guerra de


independencia en la que solo dedica una página con un tono bastante sombría,
para dar paso a la etapa postcolonial, en la que la vida del país y del protagonista
conoce momentos de gran felicidad, pero en la que, poco a poco, va creciendo el
desencanto marcado por el desgaste de toda una vida de lucha y contradicción,
cerrando el libro con la contraposición entre la contradicción de la generación de
conocimiento y simbolismo occidentalizado adoptado por las gentes autóctonas, y
las raíces de las que Mankunku no se llega a desprender jamás.

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De este modo, vemos a lo largo de toda la novela una tensión antagónica
entre dos polos, esto es, por un lado la representación de lo eterno y lo permanente
y, por otro, el discurrir histórico junto con el cambio político y social. Sería
esencializar la obra si caemos en analizar esta obra en posiciones dicotómicas, es
decir, señalar que, o bien es una novela contra el colonialismo idealizando un
pasado, o bien darle demasiada importancia a la narrativa histórica recreando una
narración plana y unidimensional. En realidad, lo que esta novela nos muestra, es
la complejidad de estos dos procesos y su entrecruzamiento, mostrando una
tensión y contradicción constante que se destila en el propio pensamiento y
accionar del protagonista. Así, sus reflexiones y sentimientos permiten acceder a
un contrapunto individual necesario para complementar la descripción general
que hace el narrador. Así, a medida que discurre la obra, poco a poco se van
desdibujando los absolutos y las certezas, al tiempo la importancia otorgada a las
ideas y procesos abstractos van diluyéndose en beneficio de los individuos y sus
emociones. Mandala Mankunku, nganga, trata así de conjugar desde la alquimia la
sabiduría de los ancestros con los nuevos conocimientos y realidades, pese al
sufrimiento y caos que éstos han generado.

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