Está en la página 1de 107

MÓDULO I

«RELIGIÓN, CULTURA Y VALORES»

ISCR de Almería (UPSA)


DECA: Infantil y Primaria
(modalidad online)

Prof. Dr. D. Jesús Ginés García Aiz


Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

ÍNDICE

ASIGNATURA 3. SAGRADA ESCRITURA.......................................................................................... 3


TEMA 1: LA REVELACIÓN DE DIOS. ENCUENTRO CON EL SER HUMANO EN LA HISTORIA Y
POR LA PALABRA ....................................................................................................................... 4
I. INTRODUCCIÓN .................................................................................................................. 4
II. REVELACIÓN E HISTORIA ................................................................................................... 5
III. REVELACIÓN Y PALABRA .................................................................................................. 5 2
IV. LA REVELACIÓN DE DIOS SEGÚN EL AT Y EL NT ............................................................... 6
V. LA REVELACION SEGÚN EL VATICANO I Y II: CONTINUIDAD Y PROGRESO ..................... 11
VI. LA PALABRA DE DIOS EN LA VIDA Y EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA ................................ 14
TEMA 2: LA SAGRADA ESCRITURA SEGÚN EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA ............. 26
I. INICIACIÓN A LOS EVANGELIOS Y A LA BÚSQUEDA DE CITAS BÍBLICAS ........................... 27
II. LA REVELACIÓN DIVINA SEGÚN EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA ..................... 29
TEMA 3: LA ALIANZA DE DIOS CON SU PUEBLO: DIOS SALE AL ENCUENTRO. EL DON DE LA
LLAMADA Y LA RESPUESTA DEL HOMBRE ............................................................................... 43
I. LAS ETAPAS DE LA REVELACIÓN ....................................................................................... 43
II. TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN POR LA SAGRADA ESCRITURA ................................. 44
III. LA FE CRISTIANA ............................................................................................................. 47
TEMA 4: LA DIGNIDAD DEL SER HUMANO Y EL CUIDADO DE LA NATURALEZA ..................... 55
I. ASPECTOS TEOLÓGICOS DE LA VIDA HUMANA EN SU DIGNIDAD COMO COMUNIDAD DE
VIDA Y AMOR ...................................................................................................................... 55
II. LA DIGNIDAD HUMANA Y LOS DERECHOS HUMANOS.................................................... 56
III. LA HUMANIDAD EN LA ESCUELA Y EN LA SOCIEDAD ..................................................... 59
IV. ECOLOGÍA: RECONCILIACIÓN CON LA CREACIÓN .......................................................... 62
TEMA 5: MANIFESTACIÓN DE DIOS EN LA OBRA CREADA. LA FE EN LA CREACION: DIOS
CREADOR ................................................................................................................................. 68
I. FE EN LA CREACIÓN EN EL PENSAMIENTO CRISTIANO .................................................... 68
II. FE EN LA CREACIÓN Y MUNDO MODERNO ..................................................................... 74
III. REFLEXIÓN TEOLÓGICA EN TORNO AL TEMA DE LA FE EN LA CREACIÓN ...................... 76
IV. NARRACIONES DEL LIBRO DEL GÉNESIS SOBRE LA CREACIÓN Y EL ORIGEN DEL MUNDO
............................................................................................................................................. 84
TEMA 6: EL PROYECTO DE SALVACIÓN DE DIOS PARA SU OBRA CREADA: ¿TRUNCADA Y
ENMENDADA? ......................................................................................................................... 95
I. LA RUPTURA DEL HOMBRE: EL PECADO .......................................................................... 96
II. EL DESIGNIO DE DIOS SOBRE EL HOMBRE: LA GRACIA ................................................. 104
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

ASIGNATURA 3.
SAGRADA ESCRITURA
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

TEMA 1: LA REVELACIÓN DE DIOS. ENCUENTRO CON EL SER HUMANO


EN LA HISTORIA Y POR LA PALABRA
I. INTRODUCCIÓN
La palabra revelación se deriva del latín revelare, que al mismo tiempo
corresponde al griego apocalyptein. Ambos significan, etimológicamente, mover un
velo, dar a conocer lo que está escondido, abrir. En el lenguaje común, fuera del
contexto religioso, la revelación implica usualmente una comunicación sorprendente e
inesperada de un conocimiento que tiene un significado profundo para la vida y,
posiblemente, para el mundo que lo rodea. Frecuentemente designa la acción con la que
una persona confía libremente sus pensamientos íntimos a otra, introduciéndola así en
su mundo espiritual. 4
De una forma general podemos decir que, en contexto cristiano, la revelación
significa la manifestación libre de Dios al hombre y a la historia. Manifestación gratuita
y nueva de Dios que llama al hombre y lo invita a la fe, «fundamento y fuente de toda
justificación» (DV 5).
Particularmente, la revelación cristiana es la automanifestación y la
autodonación de Dios en Jesucristo, en la historia, como historia, por la mediación de la
historia, es decir, de unos acontecimientos y de unos gestos interpretados por los
testigos autorizados de Dios. Esta manifestación tiene unos rasgos absolutamente
específicos, que hacen de la revelación cristiana una realidad única y sin precedentes:
historicidad, estructura sacramental, principio encarnacional, centralidad absoluta de
Cristo, Verbo hecho carne, «economía» y pedagogía, diálogo de amor, revelación al
mismo tiempo de Dios y del hombre a sí mismo, realidad siempre en tensión (presente-
pasado, historia-escatología). La singularidad de esta revelación hace de Cristo la clave
de la interpretación de todas las realidades conexas con él o que se le parecen: gracia
universal de la salvación, experiencia de las religiones históricas, iluminación de la fe.
Todos estos rasgos de la revelación se parecen a una inmensa galaxia que tiene su
centro en Cristo, punto universal de interpretación. Esta singularidad de la revelación
cristiana permite identificarla y al mismo tiempo distinguirla de todas las religiones que
se dicen igualmente «reveladas».
El acceso del hombre a la revelación se realiza por la Fe, don de Dios y
respuesta del hombre al mismo tiempo. El hombre está radicalmente preparado para esta
respuesta gratuita ya que está abierto al trascendente y a su posible manifestación
reveladora, en definitiva, el hombre es oyente de la revelación. Sus ejes básicos son:
A. El hombre como capacidad receptiva o «potentia oboediencialis»
Decir esto es afirmar su radical abertura hacia Dios, horizonte infinito. Esta
capacidad se llama obediencial por razón de ser una aptitud fundamental de
disponibilidad y acogida de la revelación de Dios.
El hombre es capacidad receptiva para la Fe, de otra manera ésta sería una
superestructura extraña y sin interés para el hombre. El concepto de potencia
obediencial o capacidad receptiva puede hacerse comprensible humanamente a partir de
la experiencia de amistad y de amor entre dos personas.
B. El hombre como deseo de Dios o «desiderium naturale videndi Deum»
Ya que la potencia obediencial del hombre no es una pura contradicción sino una
tendencia hacia Dios, desde Santo Tomás de Aquino se designó como desiderium
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

naturale videndi Deum o «deseo natural de ver a Dios», o simplemente «deseo de


Dios», a la orientación del hombre hacia Dios, a su abertura dinámica y tendencial.
Para Tomás sirve para cualificar la aspiración que hay en el espíritu humano,
experimentable bajo la forma de tendencia a la felicidad y a la contemplación de la
verdad. Por eso no se trata de un aspecto particular del hombre. Más bien la define
como la situación fundamental de la existencia humana, que apunta siempre más allá,
como movimiento abierto al futuro.
II. REVELACIÓN E HISTORIA
El primer rasgo específico de la revelación cristiana es el vínculo orgánico que la
vincula a la historia. En un sentido muy general, todas las religiones son históricas, es 5
decir, coexisten con la historia; pero lo que especifica a la religión cristiana es no
solamente que se dio en la historia y que posee ella misma una historia, sino que se
despliega a partir de unos acontecimientos históricos, cuyo sentido profundo fue
notificado por unos testigos autorizados, y que se acaba en un acontecimiento por
excelencia, el de la encarnación del Hijo de Dios, un suceso cronológicamente definido,
puntual, en situación y en contexto respecto a la historia universal. Así, a diferencia de
las filosofías orientales, del pensamiento griego y de los misterios helénicos, que no
conceden ningún lugar a la historia o le hacen poco caso, la fe cristiana está
esencialmente referida a unos «acontecimientos» que han «sucedido». La Escritura
narra hechos, presenta a unas personas, describe unas instituciones. En otras palabras, el
Dios de la revelación cristiana no es simplemente el Dios del cosmos, sino el Dios de
las intervenciones, de las irrupciones inesperadas en la historia humana; es un Dios que
viene, interviene, actúa, salva. No se hablaría de revelación, ni de Antiguo Testamento
(AT) ni de Nuevo Testamento (NT), ni de promesa ni de cumplimiento, sin una serie de
acontecimientos situados en el tiempo, en un ambiente cultural determinado y en unos
mediadores que notifican de parte de Dios la «significatividad» de esa historia,
proyectada hacia un cumplimiento definitivo en Jesucristo.
Nunca se ha negado ni olvidado este vínculo orgánico de la revelación con la
historia, aunque a lo largo de los siglos a veces ha sido poco subrayado. Así el concilio
Vaticano I presenta la revelación como un obrar divino por el que se nos comunica la
doctrina revelada o el depósito de la fe. Cita a Heb 1, 1; pero las implicaciones de este
texto no entran de manera significativa en la descripción de la revelación: ésta se
presenta como una acción vertical, cuya conclusión es una doctrina sobre Dios, pero
esta acción apenas roza la historia. La conciencia cristiana no se ha olvidado nunca de
este rasgo fundamental de la revelación: la prueba está en que la Iglesia ha rechazado
constantemente todas las formas de gnosis que renacen continuamente: desde Marción
hasta Bultmann. El concilio Vaticano II ha creído oportuno reafirmar con energía este
carácter histórico de la revelación.
III. REVELACIÓN Y PALABRA
Además de la historia, el posible lugar de una revelación sobrenatural es también
la palabra, realidad constitutiva del hombre. En la palabra se puede hacer presente y
manifiesto todo lo que existe, también el pasado, lo no sensible, lo espiritual. Lo
trascendente, lo divino, al menos en forma de negación. En cualquier forma que pueda
acontecer la revelación de Dios, no puede prescindir de la mediación de la palabra, que
es la forma en que la revelación puede llegar al hombre.
La palabra puede atestiguar un acontecimiento, iluminarlo, interpretarlo, ofrecer
su sentido decisivo a través de sus estratos significativos. La palabra es también el lugar
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

de una posible revelación de Dios porque en su dimensión performativa puede también


crear una realidad nueva, libre, no calculable a partir de lo fáctico.
La palabra como diálogo es la expresión de la libertad, del encuentro personal,
de la no coactividad, del amor. La palabra implica intersubjetividad, comunicación,
comunidad. Si en la revelación sobrenatural se trata de un encuentro entre Dios y el
hombre, en el que éste, como oyente de la palabra, en búsqueda ansiosa de salvación y
felicidad, encuentra su realización, entonces es la palabra en todas sus dimensiones el
lugar de tal revelación.
La categoría fundamental de la Biblia para expresar la revelación de Dios es la
Palabra. No es extraño que la fórmula Palabra de Dios, Oráculo del Señor..., con sus dos
raíces hebreas dabar y amar y sus dos expresiones griegas logos y sema, sea la más 6
empleada en toda la Biblia después de expresión Dios. Se constatan tres grandes
dimensiones bíblicas de la Palabra de Dios:
- La dimensión dinámica, por la cual crea y actúa haciendo signos (milagros)
en el cosmos y en la historia personal y colectiva de Israel y de todos los
creyentes.
- La dimensión noética, por la cual revela y enseña, desde la Ley y la
Sabiduría a las Bienaventuranzas y el Padre Nuestro.
- La dimensión personal, por la cual progresivamente se autocomunica de una
manera total en Jesucristo, «Palabra de Dios».
Su historia se inició en la mañana de la creación: «Dios dijo...» y es en la Palabra
hecha hombre que llega a la plenitud de su significado: «La Palabra se hizo hombre».
No es extraño que el Concilio Vaticano II, cuando quiso tratar la revelación,
eligió como primeras palabras una expresión que clarifica y sintetiza su contenido: Dei
Verbum, es decir, Palabra de Dios. Ya un siglo antes el Concilio Vaticano I, en la
Constitución Dogmática sobre la Fe Católica, Dei Filius, había definido la revelación
con las palabras de inicio de la carta a los Hebreos 1, 1 como «palabra de Dios a los
hombres».
IV. LA REVELACIÓN DE DIOS SEGÚN EL AT Y EL NT
La compresión bíblica de la revelación no se puede reducir a una fórmula, ni
expresarse con un solo concepto. La Sagrada Escritura no es un todo homogéneo ni la
obra de un solo escritor, sino un conjunto de diversos libros escritos en muy distintas
épocas. La Biblia describe el proceso por el que Israel fue conducido a la plenitud de la
Revelación en Jesucristo.
La compresión de la revelación en la Biblia no es, por tanto, algo totalmente
definido desde el principio, sino que se fue desarrollando al mismo tiempo que
evolucionaban las ideas sobre Dios y sobre la Salvación.
La Biblia es la obra de judíos que piensan normalmente teniendo en cuenta la
vida concreta, y no tanto de forma especulativa. Israel tuvo experiencias de Yahvé,
porque El mismo quiso darse a conocer a este pueblo. La relación entre ambos fue tan
pluriforme que el hecho de la Revelación no viene expresado por un único verbo o
sustantivo, sino por muchas expresiones que describen las relaciones interhumanas.
A. El antiguo testamento
El vocablo bíblico que mejor expresa el doble carácter de la manifestación de
Dios en cuanto PALABRA y ACCION, es DABAR. DABAR significa la palabra de
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Yahvé, que se convierte en acción, en obra, y también la acción que procede de su


palabra. DABAR fue y es la Palabra de Dios, que, indicando, aconsejando,
conduciendo, hace historia y actúa en la historia. La revelación no se puede reducir a
una simple comunicación de verdades. DABAR no es la afirmación puramente
inteligible en el sentido del logos griego, sino palabra como poder real, efectivo, como
expresión de la voluntad divina.
1. Fenomenología de la revelación en el AT
La característica fundamental de la religión del AT es la intervención de Dios en
la Historia, como encuentro entre éste y el hombre. La revelación es acontecimiento y
contenido de estos encuentros. La Palabra divina y la respuesta humana descubren su
plan: Dios no habla directamente a toda la humanidad, se escoge a un hombre del que 7
saldrá el Pueblo escogido. En este Pueblo suscita Dios intermediarios que anuncian al
Pueblo su palabra y exigen de éste una respuesta.
- Teofanías y oráculos
Caracterizan la primera época de la revelación en el AT. Dios se aparece a
Abraham, Isaac y Jacob en figura humana (cf. Gen 18, 26, 32). Nada sabemos de la
naturaleza de estos encuentros. Hay que tener en cuenta el modelo y el estilo utilizado
para expresar estas experiencias, que fueron puestas por escrito a partir del s. X a.C.
Israel como sus vecinos, usaban prácticas como adivinaciones, sueños para
conocer la voluntad de Dios referente a las guerras, alianzas y problemas de índole
política. Mientras los pueblos vecinos creían que podían obligar a los dioses con sus
métodos mágicos, Israel esperaba en la bondad de Yahvé que respondería libremente.
- La alianza del Sinaí
Fue un momento decisivo en la historia de la revelación del AT. Una vez
liberado el pueblo de Egipto donde mostró Dios su fidelidad y su poder con el pueblo,
en la Alianza se convierte en Señor de este pueblo. La Alianza es la revelación de la
voluntad de Dios, cuyo cumplimiento o no, traería al pueblo bendiciones o maldición y
desgracia. La Alianza aglutina en un solo pueblo a todas las tribus. Se da una cierta
evolución en la comprensión de la revelación, que pasa de ser una revelación por medio
de apariciones a una revelación por medio de la palabra.
- El profetismo
Aplica las consecuencias de la Alianza a las diversas épocas de la historia del
pueblo. Implica una nueva evolución. El profeta era el portavoz de Dios, que en nombre
de Yahvé hablaba al pueblo. Dios confiaba a estos sus automanifestaciones. Su
contenido era expresión de la voluntad divina, la descripción de esa actividad con
respecto al pueblo.
Los profetas pre-exílicos (Amós, Oseas, Miqueas, Protoisaías) imprecaban al
pueblo para que cumplieran la justicia, fueran fieles a Yahvé y se mantuvieran en su
servicio. Al no hacerles caso, anunciaban la Palabra de Dios, que proclamaba los
castigos y los llevaba a efecto. Palabras y acontecimientos estaban en esta «Palabra de
Yahveh» íntimamente unidos. Dios habla y realiza lo que anuncia. Jeremías estableció
los criterios de la verdadera Palabra de Dios en boca de un profeta:
- Fidelidad del profeta a Dios.
- El testimonio de su vocación, bondad y ternura (Jer 1, 9).
- Cumplimiento de la palabra profética por Yahvé.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

El profetismo es un factor muy importante en la historia de la revelación. Fue


baluarte contra los cultos que atentaban a la exclusividad de Yahvé. Su predicación
subrayó la idea de que el mundo es un mundo histórico, del que es responsable el
hombre que se encuentra en camino hacia el cumplimiento de la promesa hecha por
Dios. No eran «visionarios» al estilo de los helenistas, que predecían el futuro,
seguidores de un predeterminacionismo, donde no cabían arrepentimiento y conversión.
El profeta de Israel habla del futuro en relación con lo que Yahvé va a hacer si su
pueblo no cambia de actitud. El profeta ve al hombre como ser histórico y entiende la
historia como el tiempo de la responsabilidad moral del hombre con relación al futuro.
- Literatura histórica
Aparece en su desarrollo paralela al profetismo. Recogiendo tradiciones 8
antiguas. En Jueces se ven los éxitos y fracasos del pueblo como consecuencia de la
fidelidad o no a la Alianza. Reyes presenta la Palabra poderosa de Dios en medio de la
historia dirigiéndola.
- La apocalíptica
Se da en los dos últimos siglos antes de Cristo. Se da con ellas una nueva
comprensión de la revelación. Las visiones juegan de nuevo un gran papel y un lenguaje
oscuro y misterioso sustituye al lenguaje claro y directo de los profetas. El interés de los
creyentes no se centra en la Palabra que anima, consuela o amenaza, sino en el
cumplimiento real de la glorificación futura.
Según el testimonio del AT, Dios se ha revelado no solamente en los
maravillosos hechos de la historia (Salida de Egipto, Sinaí, Alianza). En el diálogo entre
Yahvé y su pueblo aparece también otro medio de revelación: la creación. Esta tiene
algo que decirle. La «sabiduría» es una propiedad del mundo: es su propia «estructura
de sentido». Su capacidad de interpelación se extiende a todos los hombres y es fuente
de verdad para todos los pueblos.
Cuando Dios sale de su misterio y se manifiesta, el AT suele hablar de «dejarse
ver», de un «anunciar promesas» y de un «actuar de Dios». En cuanto a las apariciones
el AT se muestra reservado. Con frecuencia se refiere a una audición (Ex 20, 22). El
medio ordinario por el que se manifiesta Dios es la Palabra. Pasa a un segundo plano el
«ser visto» y el «mostrarse» de Dios, dejando paso al elemento más importante de la
Palabra que anuncia una acción. El centro de la comprensión israelita de la revelación es
el hablar de Dios con los hombres.
2. Características de la revelación en el AT
LA REVELACION ES AUTOCOMUNICACION DE DIOS EN LA
HISTORIA, posee un finalismo basado en la esperanza de una salvación que se acerca.
El presente es cumplimiento parcial, anticipación del futuro que fue prometido en el
pasado.
LA REVELACION ES SIEMPRE PERSONAL, la central en ella es la
manifestación del YO de Dios frente al TU del hombre. Manifestación que es expresada
en las imágenes de Siervo y de Señor, más tarde relación de amistad llegando a
expresarse esta relación con la imagen del matrimonio.
LA REVELACION ES SIEMPRE ACCION GRATUITA DE DIOS. No es el
hombre quien descubre a Dios, es Él quien se abre al hombre en su absoluta libertad.
Libertad que se muestra en la elección de los medios y maneras de Dios al revelarse.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

LA REVELACION PRIMADO DE LA PALABRA. Dios interpela a los


hombres, los llama a la confianza, a la fidelidad y a la obediencia. La Palabra exige más
atención por parte del destinatario que la visión. Pero al mismo tiempo mediante la
Palabra, Dios respeta más la libertad humana.
B. El nuevo testamento
La autocomunicación de Dios en el NT es una realidad más compleja y rica que
en el AT. Existe entre ellos un acontecimiento decisivo que es la autocomunicación de
Dios en Jesucristo.
Jesús de Nazaret, el Señor, es la cumbre de la revelación en la Historia de
Salvación. Los sinópticos lo presentan como mensajero de la Buena Noticia, Maestro. 9
Juan se encuentra su acción enraizada en su filiación divina. Pablo desarrolla su idea de
revelación al mostrar el misterio salvífico de Dios.
El NT habla de revelación en el sentido de un ofrecimiento de salvación que
Dios hace a los hombres en Jesucristo. Jesucristo es al mismo tiempo el mediador y
objeto de la revelación.
1. Fenomenología de la revelación en el NT
En los SINÓPTICOS (evangelios de Mateo, Marcos y Lucas) viene
caracterizada la actividad reveladora de Jesús sobre todo por dos verbos: «predicó el
evangelio de Reino» y «enseñó en las sinagogas». El verbo «predicar» expresa el
anuncio, la proclamación de una forma general y tiene más carácter dinámico. El verbo
«enseñar» significa enseñar a alguien los misterios de la fe. Esta palabra tiene más un
carácter noético. Normalmente el enseñar sigue al anuncio de la Salvación.
Jesús aparece en los sinópticos como predicador. Al igual que los profetas del
AT y que Juan Bautista, Jesús anuncia el Reino de Dios y llama al arrepentimiento. El
Reino de Dios es el dominio de Dios, la salvación del hombre, que se acerca en la
persona y en la actividad de Jesús. Precisamente esta llegada del Reino en su persona es
un signo de su misión mesiánica.
El pueblo lo venera como profeta, incluso como profeta escatológico y esperado,
los sinópticos describen su final como el destino del profeta, pero Jesús, que nunca se
autodesignó como profeta, supera en todo, de forma eminente a los profetas del AT.
La revelación de Jesús según los sinópticos anuncia a los hombres las
consecuencias de la llegada del Reino, lo que «ahora», en el momento «presente» hay
que hacer necesariamente. El obstáculo al Reino de Dios es el pecado, por tanto, el
hombre concreto debe convertirse a Dios y tomar una decisión personal.
Jesús es presentado como Maestro. 40 veces es llamado así por el pueblo y los
escribas. El enseña en las calles, en las sinagogas, en las casas. También se le presenta
enseñando en el Templo de Jerusalén la víspera de la pasión. Como los rabbí de Israel
también él tenía sus discípulos, a los que enseña el sentido profundo de las parábolas y
de los misterios del Reino de Dios. Ellos experimentaron más tarde el sentido y
significado de su pasión y resurrección. Jesús enseña también a la muchedumbre,
enseñanza que tiene una característica que la diferencia de los escribas: enseña como
alguien que tiene autoridad (Mc 1, 22).
La autoridad de Jesús le viene de ser Hijo (Mc 12, 9). Jesús revela al Padre, a
quien él quiere, pues sólo él conoce sus misterios. El Padre revela al Hijo y el misterio
de su persona. Las dos revelaciones se complementan mutuamente.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

La respuesta del hombre al anuncio del evangelio es la fe. Los hombres son
invitados a oír la Palabra de Dios, aceptarla con fe y a vivir su vida a la luz de esa
Palabra, quien la oye y no lo pone por práctica es como el que edifica su casa sobre la
arena (Mt 7, 24). Cada uno será juzgado según su actitud ante la Palabra: quien crea será
salvado (Mt 16, 16).
Jesús es el revelador, pues proclama la Buena Noticia del Reino y enseña la
Palabra de Dios con autoridad. Tras la Pascua (Ascensión) sus discípulos deben revelar
lo que él les ha encargado: proclamar el mensaje de Salvación, enseñar a los hombres e
invitarlos a la fe. El contenido es la Salvación que se ha hecho concreta y verdad en la
persona de Jesús, palabras y hechos.
En el evangelio de JUAN constituye la invisibilidad de Dios el punto de partida 10
de su teología de la revelación. «A Dios no lo ha visto nadie jamás» (1, 18). El
definitivo mediador de la revelación es Jesucristo, el Hijo, que por la Encarnación
aparece en medio de nosotros. «El que está en el seno del Padre, nos lo ha revelado» (1,
18). Los discípulos han oído su palabra y han visto su gloria. Por esto Jesús no es sólo el
mediador de la revelación, sino Dios mismo hecho visible y cercano en Él. Quien lo ve,
ve también al Padre (14, 6).
Según Juan la revelación de Dios nos viene dada con la persona del Hijo, hecho
hombre. Jesús revela al Padre a través de su persona, de sus obras y de su palabra. Esta
da testimonio de la verdad. Revelar es hablar de aquel que es la misma Palabra de Dios.
En contraposición a los profetas, Jesús predica lo que él mismo ha visto y oído.
Él descubre los misterios de Dios, de los que sólo él tiene experiencia. Dado esto, el
hombre debe sentirse obligado a aceptar este testimonio en la fe. La tragedia de Jesús,
es que siendo la Luz y la Verdad los hombres prefirieron las tinieblas a la Luz.
En las cartas de PABLO es Jesús no tanto el mediador de la revelación cuanto el
contenido de la revelación. La comunidad que ofrece la Salvación es la Iglesia de la que
Jesús es cabeza. El descubrimiento y realización de este plan de Salvación es la
revelación. Dios hizo de este plan de Salvación por puro amor al hombre. Plan que
estaba oculto en Dios y fue revelado en plenitud, en los tiempos de Jesucristo.
El punto central de la revelación en Pablo es personal: el encuentro del hombre
con Dios en Cristo a través de la Iglesia. Secundariamente es también comunicación de
verdades.
El carácter histórico se aprecia claramente en Heb 1, 1: «en otros tiempos y de
muchas maneras habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas». El encuentro,
las experiencias reveladoras de Dios tuvieron lugar en acontecimientos, que tienen una
propia historia, la historia de la Salvación. POR ÚLTIMO, HABLO DIOS POR
MEDIO DEL HIJO. La revelación del Hijo está en continuidad con la revelación que
les fue dada a los padres. El hecho que la última revelación tenga lugar a través del
Hijo, marca no solamente el fin del acontecimiento de la revelación, sino que también
presenta la cumbre de ella misma.
2. Conclusión
La auto-revelación de Dios en el NT es su autocomunicación en Jesucristo su
Hijo único, hecho hombre. Él no es sólo el que trae la Salvación, no solo Mesías sino
Dios. Dado que Jesús es una personalidad histórica, la revelación del NT tiene también
carácter histórico, y como el hombre encuentra a Dios en Jesús, posee la revelación
también un carácter personal. Además, en el NT está garantizado el primado de la
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Palabra porque Cristo es la Palabra, el Logos del Padre, hecho carne. Y por último la
revelación del NT es también un acto libre, soberano, gratuito, realizado por Dios por
amor al hombre.
V. LA REVELACION SEGÚN EL VATICANO I Y II: CONTINUIDAD Y
PROGRESO
A. La doctrina de la revelación en el Vaticano I
Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir
de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún
modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la revelación divina (cf. DH 3015) 1. Por
una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su 11
misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo a favor de
todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado y al
Espíritu Santo.
El concilio Vaticano I hizo frente al deísmo, racionalismo, panteísmo,
materialismo, monismo, agnosticismo que atacaban la realidad de la revelación cristiana
desde diversos puntos de vista. Se estaba plenamente convencido de que el «espíritu de
la época» era hostil a la fe, la ignoraba, la combatía o la rechazaba furiosamente.
Se negaba toda filosofía metafísica en nombre del positivismo. Este situaba a la
religión y a la filosofía en un estadio superado y no reconocía ninguna otra realidad más
que la empírica. Surgió el marxismo y su crítica de la religión. Y nació una concepción
científica del mundo, que hizo del ateísmo el resultado de la ciencia y elevó el
materialismo al rango de principio que todo lo explica.
Ante esta actitud no es extraño que la Iglesia se considerara opuesta a este
espíritu y que también ella estuviera convencida de que sólo así podía permanecer fiel a
sí misma. La actitud de la Iglesia fue cerrarse, retirarse al campo propio y hacerse fuerte
en él, tratando de ser como un arca en medio del diluvio.
Como el espíritu de la época se articulaba a sí mismo, en general, en las
diferencias ideológicas de los «ísmos», es comprensible también que fuera, así como se
saliera al encuentro, y que se formulara la fe primordialmente como doctrina y como
verdad.
1. Revelación natural y sobrenatural
(Vaticano I: DH 3004) Texto decisivo sobre la revelación: «...Dios, principio y
fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón
humana partiendo de las cosas creadas...» (Dei Filius).
Cuando «revelar» se dice de Dios se da por supuesto que es un Dios oculto, que
sale de su ocultamiento y se manifiesta. La revelación incluye y abarca: revelar como
acto y facultad, revelar como cosa revelada.
En el texto se nombra «otro camino sobrenatural» en el que ha acontecido la
revelación de Dios. Y si una es llamada sobrenatural entonces la primera sólo puede ser
una vía natural, aunque no se diga expresamente: la revelación sobrenatural es
contrapuesta a la revelación natural. Ésta ha acontecido y ha sido dada en la obra de la
creación, que permite reconocer a Dios como fundamento y fin de todas las cosas (Rm

1
DH = H. DENZINGER – P. HÜNERMANN, El Magisterio de la Iglesia. Enchiridion symbolorum,
definitionum et declarationum de rebus fidei et morum (Madrid 2006).
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

1, 20). Esta revelación está al alcance de la luz natural de la razón humana, en forma de
conocimiento.
En DH 3005 se habla sobre la realización concreta de este conocimiento de
Dios. DH 3004 y DH 3005 no encierran ninguna contradicción. Cada una de ellas
describe el todo de una manera diferente: describe el horizonte de la posibilidad real y la
extensión en que este horizonte puede ser alcanzado y cumplido de hecho en el terreno
histórico.
La expresión teológica «revelación natural», es revelación de Dios en la
creación, revelación de Dios en su obra. Por revelación natural hay que entender
objetivamente la creación en cuanto que, partiendo del ser creado, se manifiesta, se
muestra la existencia y esencia de Dios que está sobre el mundo y fuera del mundo, en 12
cuanto que el hombre, con la luz de su razón, puede alcanzar, reconocer y considerar
esta manifestación, y en cuanto que puede expresarla con su palabra.
2. Distinción y conexión entre revelación natural y revelación sobrenatural
En la revelación sobrenatural no se da a conocer cualquier determinación,
cualidad y propiedad de Dios como en la creación, sino que Dios se manifiesta a sí
mismo y su intención salvífica con los hombres.
La revelación sobrenatural es aquella forma de manifestación divina que
objetivamente no está incluida en la creación y en el hombre, y que subjetivamente no
puede ser alcanzada por la capacidad intelectual del espíritu humano. Supera y desborda
la revelación que se da en la naturaleza como obra de Dios. Dios de una manera, que no
puede ser deducida ni alcanzada a partir de la creación ni del hombre, se da a conocer «a
sí mismo y los decretos eternos de su voluntad».
La revelación sobrenatural acontece en la Palabra, a diferencia de la revelación
natural que acontece en la obra de la creación. La revelación sobrenatural aconteció en
la historia, en determinadas épocas y momentos, en un entonces y en un ahora
concretos. La revelación natural está al principio de la historia, en cuanto que con la
creación comienza historia. Así la revelación natural se llama revelatio generalis pues
por principio está abierta a todos los hombres en todas partes y en todo tiempo desde el
inicio. Sin embargo, la revelación sobrenatural, revelatio specialis, acontecido por
medio de los profetas y del Hijo de forma concreta e histórica, está destinada a todos los
hombres.
La revelación sobrenatural va hasta el hombre y le afecta en lo más profundo.
Revela al hombre algo decisivo acerca de sí mismo. Le descubre que está destinado a la
comunidad personal con este Dios que se manifiesta a sí mismo en palabra y en
persona, en sabiduría y amor.
La revelación sobrenatural, como palabra, como hacho y acontecimiento del
Dios que se comunica, no puede ser descubierta por el hombre ni alcanzada desde la
revelación natural. Sólo puede ser recibida, oída y percibida como algo absolutamente
nuevo, nacido del libre amor de Dios, otorgado por benevolencia y gracia. El hombre es
el oyente de la palabra en el sentido más universal. Pero en esto no se da ningún posible
pronóstico sobre el hecho, el contenido y el modo de una manifestación nueva, libre y
amorosa de Dios al hombre.
Es justo e imprescindible considerar al mismo tiempo la conexión que existe
entre ambas formas de revelación. Es el mismo Dios el que se revela en la creación y en
la palabra, en el hecho y en la historia y, finalmente, en forma personal, humana. Y es el
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

mismo hombre a quien se le da, como a ser inteligente y creyente, la revelación en sus
dos formas. La revelación en la creación, en la obra, en el hombre, es el presupuesto
para la revelación de Dios en la acción, en la palabra, en la historia y en la persona.
No puede entenderse como si la revelación sobrenatural ofreciera una plenitud
sin más al hombre. El hombre histórico concreto es una naturaleza caída. Esta
naturaleza no puede ser confirmada en su falsa dirección. Es preciso romper la
autoglorificación del hombre pecador para poderle comunicar su auténtica plenitud. El
hombre debe, pues, convertirse, «perderse», debe hallarse a sí mismo auténticamente,
debe «negarse a sí mismo».
La conexión entre las dos formas de revelación a partir de sus propias
características internas: La revelación por las obras ha sido hecha por la Palabra (Jn 1, 13
3). En su obra Dios quiere decir algo: «Los cielos pregonan la gloria de Dios» (Sal 18,
1). El hombre, como criatura inteligente y con capacidad para la palabra, es el centro
sonde tiene lugar la toma de contacto entre obra y palabra. La revelación por la palabra
es también una revelación por las obras, las acciones, los hechos, pues tiene lugar en el
campo de la historia. En la historia del pueblo de Israel, en la elección, en la alianza, en
los acontecimientos del NT, en la encarnación, en la vida, en la muerte y exaltación de
Jesucristo, quiere Dios decir algo, quiere pronunciar su propia palabra.
B. El Vaticano II: progreso en la continuidad
La Constitución Dei Verbum es un auténtico progreso dentro de la evolución
histórica. Este proceso se hace visible en la sustitución del concepto impersonal de
«revelación» por la denominación personal de «Palabra de Dios». El Vaticano II no
hace distinción de dos formas o caminos de revelación, sino que describe el
acontecimiento revelador en su conjunto. Designa a Dios mismo, en su bondad y
sabiduría, como origen de toda revelación.
- Queda mejor subrayado el teocentrismo de la revelación al
describirse ésta como un movimiento «trinitario» que, partiendo de
Dios Padre, nos llega a través de Jesucristo y nos otorga, en el
Espíritu Santo, el acceso al encuentro con Dios.
- El acento doctrinal de la concepción del Vaticano I es corregido por
la introducción del elemento dialogal: Dios habla a los hombres y
busca el encuentro con ellos. El Vaticano II no presenta la revelación
como una suma atemporal de doctrinas y decretos, sino que la ofrece
en el horizonte de una economía y historia de la salvación. La
revelación es, por tanto, una manifestación de acontecimientos en los
que se mezclan y se compenetran los hechos y las palabras.
- Jesucristo es el mediador y la plenitud de toda la revelación. Él es el
acontecimiento definitivo de la revelación. «De una manera
fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros
Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha
hablado por su Hijo» (Hb 1, 1-2). Cristo, el Hijo de dios hecho
hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre, de
forma que no habrá ya otra revelación después de Él.
- El objetivo último de la revelación no es una información, sino una
oferta de comunión y de transformación del hombre.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

- El que ha venido es, al mismo tiempo, el que ha de venir. La


revelación en Jesucristo es, al mismo tiempo, fin y principio, porque
apunta a una última y absoluta plenitud que Dios se ha reservado. El
Vaticano II pone de relieve el horizonte de futuro de la revelación, no
articulado en el Vaticano I.
El camino del Vaticano I al II está marcado por un progreso dentro de una
continuidad. Las afirmaciones del Vaticano II son pastorales, están referidas al hombre,
y están orientadas bíblicamente. Además, este concilio ha reflexionado sobre la
revelación teniendo muy presente la dimensión ecuménica.
«Quiso Dios con su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y manifestar el
misterio de su voluntad: Que, por Cristo, Verbo hecho hombre, y con el Espíritu Santo, 14
pueden los hombres llegar hasta el Padre y se hacen partícipes de la naturaleza divina.
En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos,
trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía. El plan de revelación se
realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la
historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las
palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio. La
verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación,
resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda revelación» (DV 2).
«Dios, creando y conservando el universo por su Palabra, ofrece a los hombres
en la creación un testimonio perenne de sí mismo; queriendo abrir el camino de la
salvación sobrenatural, se reveló desde el principio a nuestros primeros padres...» (DV
3).
- La creación está hecha también por la Palabra, el Verbo.
- La creación no es punto original del pasado, es más bien una relación
constante entre el Dios trascendente y la realidad finita.
- La revelación comenzó de un modo sobrenatural (salvación
sobrenatural) con Adán y Eva, y sigue hoy para todos los hombres.
Nadie queda al margen de la salvación.
- No hay dos economías de la salvación. En el seno de una única
historia de la salvación se dan dos testimonios de Dios:
• una revelación sobrenatural, y después
• una revelación natural.
- Para el Vaticano I, la razón humana puede conocer a Dios (filosofía
objetivista). Para el Vaticano II, Dios soberanamente da un testimonio
perenne de sí mismo (filosofía personalista).
VI. LA PALABRA DE DIOS EN LA VIDA Y EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA
«Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada
alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las
junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4, 12).
Toda la historia de la salvación demuestra que la Palabra de Dios es viva. Quien
tiene la iniciativa en comunicarse es Dios, fuente de la vida (cf. Lc 20, 38). Su Palabra
es dirigida al hombre, obra de sus manos (cf. Jb 10, 3), creado precisamente para ser
capaz de responderle entrando en comunicación con su Creador. Por lo tanto, la Palabra
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

de Dios acompaña al hombre desde la creación hasta el fin de su peregrinación en la


tierra. Ella se ha manifestado en varios modos alcanzando el punto culminante en el
misterio de la Encarnación cuando, por obra del Espíritu Santo, el Verbo, que estaba
con Dios, se hizo carne (cf. Jn 1, 1.14). Jesucristo, muerto y resucitado, es «el Viviente»
(Ap 1, 18), aquel que tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6, 68).
La Palabra de Dios es también cortante. Ella ilumina la vida del hombre,
indicándole el camino a seguir especialmente a través del Decálogo (cf. Es 20, 1-21),
que Jesús ha sintetizado en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo (cf. Mt 22, 37-
40). Las Bienaventuranzas (cf. Lc 6, 20-26) constituyen el ideal de la vida cristiana
vivida en la escucha de la Palabra de Dios, que escruta los sentimientos de los
corazones, inclinándolos hacia el bien y purificándolos de aquello que es pecaminoso. 15
Comunicándose al hombre pecador, que sin embargo está llamado a la santidad, Dios lo
exhorta a cambiar la mala conducta: «Volveos de vuestros malos caminos y guardad
mis mandamientos y mis preceptos conforme a la Ley que ordené a vuestros padres y
que les envié por mano de mis siervos los profetas» (2 Re 17, 13). También el Señor
Jesús hace la llamada en el Evangelio: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos está
cerca» (Mt 3, 2). A través de la gracia del Espíritu Santo, la Palabra de Dios toca el
corazón del pecador arrepentido y lo lleva a la comunión con Dios en su Iglesia. La
conversión de un pecador es causa de gran alegría en el cielo (cf. Lc 15, 7). En nombre
del Señor resucitado la Iglesia continúa la misión de predicar la conversión para el
perdón de los pecados a todas las naciones» (Lc 24, 47). Ella misma, dócil a la Palabra
de Dios, emprende el camino de humildad y de conversión para ser siempre fiel a
Jesucristo, su Esposo y Señor, y para anunciar, con más fuerza y autenticidad, su Buena
Noticia.
La Palabra de Dios es además eficaz. Lo demuestran las historias personales de
los patriarcas y de los profetas, así como también del pueblo elegido de la Antigua y de
la Nueva Alianza. En modo totalmente excepcional lo testimonia Jesucristo, Palabra de
Dios que encarnándose puso su Morada entre nosotros» (Jn 1, 14). Él continúa
anunciando el reino de Dios y curando a los enfermos (cf. Lc 9, 2) a través de su Iglesia.
Ella cumple esa obra de salvación por medio de la Palabra y de los Sacramentos y, en
modo particular, de la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia,
en la cual, por la gracia del Espíritu Santo, las palabras de la consagración se hacen
eficaces, transformando el pan en el Cuerpo y el vino en la Sangre del Señor Jesús (cf.
Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-23; Lc 22, 19-20). La Palabra de Dios es, por lo tanto, fuente
de la comunión entre el hombre y Dios y entre los hombres, amados por el Señor.
«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de
vida, —pues la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os
anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó— lo
que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión
con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo.
Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo» (1 Jn1,1-4).
«En el principio existía la Palabra» (Jn 1,1). «La palabra de nuestro Dios
permanece para siempre» (Is 40, 8). La Palabra de Dios abre la historia con la creación
del mundo y del hombre: «Dijo Dios» (Gn 1, 3.6ss), proclama el centro de esa misma
historia con la encarnación del Hijo, Jesucristo: «Y la Palabra se hizo carne» (Jn 1, 14),
y la concluye con la promesa segura del encuentro con Él en una vida sin fin: «Sí,
vengo pronto» (Ap 22, 20).
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Es la suprema certeza que Dios mismo, en su infinito amor, quiere dar al hombre
de todo tiempo, haciendo de su pueblo un testigo de ello. Es este misterio grande de la
Palabra como supremo don de Dios que la Iglesia desea adorar, agradecer, meditar,
anunciar a la Iglesia y a todos los pueblos.
El hombre contemporáneo muestra de tantas maneras tener una gran necesidad
de escuchar a Dios y de hablar con Él. Hoy entre los cristianos se advierte un
apasionado camino hacia la Palabra de Dios como fuente de vida y gracia de encuentro
del hombre con el Señor.
No sorprende, por lo tanto, que a tal apertura del hombre responda Dios
invisible, que ha movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos
para invitarlos y recibirlos en su compañía. Esta generosa revelación de Dios es un 16
evento continuo de gracia.
Reconocemos en todo esto la acción del Espíritu Santo, que a través de la
Palabra desea renovar la vida y la misión de la Iglesia, llamándola a una continua
conversión y enviándola a llevar el anuncio del Evangelio a todos los hombres, Apara
que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).
La Palabra de Dios tiene su centro en la persona del Cristo Señor. Del misterio
de la Palabra la Iglesia ha hecho una constante experiencia y reflexión a lo largo de los
siglos. «¿Qué creéis que es la Escritura sino la palabra de Dios? Cierto, son muchas las
palabras escritas por la pluma de los profetas; pero único es el Verbo de Dios, que
sintetiza toda la Escritura. Este Verbo único, los fieles lo han concebido come semilla
de Dios, su legítimo esposo, y, generándolo con boca fecunda, lo han confiado a los
signos —las letras— para hacerlo llegar hasta nosotros».
El Concilio Vaticano II, con la Constitución dogmática sobre la Divina
Revelación Dei Verbum, compendia el Magisterio solemne de la Iglesia sobre la
Palabra de Dios, exponiendo su doctrina e indicando su puesta en práctica. Ella, en
efecto, lleva a cumplimiento un largo camino de maduración y de profundización,
marcado por las tres Encíclicas Providentissimus Deus de León XIII, Spiritus Paraclitus
de Benedicto XV, Divino Afflante Spiritu de Pío XII; camino, incrementado por una
exégesis y por una teología renovada, enriquecido por la experiencia espiritual de los
fieles y en el Catecismo de la Iglesia Católica. Después del Concilio, el Magisterio de la
Iglesia universal y local ha promovido con insistencia el encuentro con la Palabra, en la
convicción que ésta «producirá en la Iglesia una nueva primavera espiritual».
Sin embargo, otros aspectos permanecen todavía abiertos y problemáticos.
Graves aparecen los fenómenos de ignorancia e incertidumbre sobre la misma doctrina
de la Revelación y de la Palabra de Dios; es notable el alejamiento de muchos cristianos
de la Biblia y persiste el riesgo de un uso incorrecto de la misma; sin la verdad de la
Palabra se hace insidioso el relativismo de pensamiento y de vida. Se ha hecho urgente
la necesidad de conocer integralmente la fe de la Iglesia en la Palabra de Dios, de
ampliar, con métodos adecuados, el encuentro con la Sagrada Escritura de parte de
todos los cristianos y, al mismo tiempo, de abrirse a nuevos caminos que el Espíritu
sugiere hoy, para que la Palabra de Dios, en sus diversas manifestaciones, sea conocida,
escuchada, amada, profundizada y vivida en la Iglesia, y así se transforme en Palabra de
verdad y de amor para todos los hombres.
A. Revelación, Palabra de Dios, Iglesia
«De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a
nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos»
(Hb 1, 1-2).
1. Dios tiene la iniciativa. La divina Revelación se manifiesta como Palabra de Dios
«Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el
misterio de su voluntad». Frente al riesgo de encerrar el misterio de Dios en esquemas
sólo humanos y en una relación fría y arbitraria, el Concilio Vaticano II, en la Dei
Verbum, hace una síntesis de la fe plurisecular de la Iglesia, proponiendo las líneas
maestras de una correcta reflexión. Dios se manifiesta en manera tanto gratuita cuanto
directa, orientada a establecer una relación interpersonal de verdad y de amor con el
hombre y el mundo que ha creado. Él se revela a Sí mismo en las realidades visibles del
cosmos y de la historia «con obras y palabras intrínsecamente ligadas», mostrando así 17
una «economía de la revelación», o sea un proyecto que mira a la salvación del hombre
y con él de toda la creación. Resulta así revelada al mismo tiempo la verdad sobre Dios,
uno y trino, y la verdad sobre el hombre, que Dios ama y desea hacer feliz, verdad que
alcanza el máximo esplendor en Jesucristo, el cual es, al mismo tiempo, «mediador y
plenitud de toda la revelación».
Esta relación de gratuita comunicación, que supone una profunda comunión, en
analogía con la comunicación humana, es cualificada por Dios mismo como su Palabra,
«Palabra de Dios». Ella, por lo tanto, debe ser radicalmente comprendida como un acto
personal de Dios, uno y trino, que ama, y por ello habla, y habla al hombre para que
reconozca su amor y le corresponda. Una lectura atenta de la Biblia lo manifiesta desde
el Génesis hasta el Apocalipsis. Cuando se lee, y sobre todo cuando se proclama la
Palabra de Dios, como sucede en la Eucaristía, «Sacramento de los sacramentos», y en
los otros sacramentos, el Señor mismo nos invita a «realizar» un evento interpersonal,
singular y profundo, de comunión entre Él y nosotros, y entre nosotros. La Palabra de
Dios, en efecto, es eficaz y cumple lo que afirma (cf. Hb 4, 12).
2. La persona humana tiene necesidad de Revelación
El hombre tiene la capacidad de conocer a Dios con los recursos que Él mismo
le ha dado (cf. Rm 1, 20), en concreto el mundo de la creación (liber naturae). Sin
embargo, en las condiciones históricas en las cuales se encuentra, a causa del pecado,
este conocimiento se ha hecho oscuro e incierto y negado por no pocos. Pero Dios no
abandona su creatura, poniendo en ella un íntimo, aunque no siempre reconocido, deseo
de luz, de salvación y de paz. El anuncio del Evangelio en todo el mundo ha contribuido
a tener vivo tal anhelo, produciendo valores religiosos y culturales. Ellos ayudan a
muchos a dedicarse hoy a la búsqueda del Dios de Jesucristo.
En la misma vida del pueblo de Dios se advierte una aguda aspiración —además
de una necesidad— de gustar una fe pura y bella, removiendo el velo de la ignorancia,
de la confusión y de la desconfianza respecto de Dios y del hombre, y así discernir y
reforzar en la verdad de Dios las numerosas conquistas del progreso. Por lo tanto, se
puede hablar de una necesidad profunda y difundida que, como una invocación, abre
existencialmente a la verdad de la Revelación, actuada por Dios mismo en favor de la
humanidad, es decir, a escuchar su Palabra. Interesarse en esto constituye el fundamento
de los objetivos de la Iglesia, en vista de las consecuencias en el ámbito pastoral, en
cuanto de este modo se autentica y se impulsa el proceso de la nueva evangelización y,
al mismo tiempo, se pueden percibir valiosas indicaciones para el diálogo ecuménico,
interreligioso y cultural.
3. La Palabra de Dios se entrelaza con la historia del hombre y guía su camino
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

En algunas culturas, el hombre contemporáneo se siente artífice, y, por lo tanto,


dueño de su historia y encuentra dificultad en aceptar que alguno se introduzca en su
mundo sin dialogar con él y sin darle razones de su presencia. Tal actitud puede surgir
también con respecto a Dios, en forma a menudo errónea y de todos modos dudosa.
Pero Dios, que no puede callar la verdad de su Palabra, asegura al hombre que se trata
siempre de una Palabra de amigo, a su favor, en el respeto de su libertad, pero al mismo
tiempo pidiéndole una escucha leal sobre la cual meditar. En efecto, la Palabra de Dios
debe ser presentada a cada hombre «como una abertura a sus problemas, una
contestación a sus preguntas, una ampliación de sus valores, al mismo tiempo que la
satisfacción aportada a sus aspiraciones más profundas». También a la luz de la Dei
Verbum, llegamos a conocer que, en cuanto pronunciada por Dios, su Palabra, si
precede toda iniciativa y palabra humana, lo hace para abrir al hombre inesperados 18
horizontes de verdad y de sentido, como lo demuestran Gn 1; Jn 1, 1ss.; Hb 1, 1; Rm 1,
19-20; Ga 4, 4; Col 1, 15-17. Afirma Gregorio Magno: «Si la Escritura se abaja a usar
nuestras pobres palabras, es para hacernos subir lentamente, como a través de escalones,
desde aquello que vemos cerca de nosotros hasta su sublimidad».
Desde los orígenes Dios quiso «abrir el camino de la salvación sobrenatural». A
la luz de la Escritura se nos da a conocer cómo su Palabra potente ha iniciado un
diálogo vivo, a veces dramático, pero finalmente victorioso, con la humanidad desde sus
comienzos y también en la historia de su pueblo, Israel, llegando a la revelación
suprema en la historia de Jesucristo, su Palabra eterna hecha carne (cf. Jn 1, 14). Canta
San Efrén «Contemplaba entonces el Verbo Creador y lo comparaba a la Roca,
peregrina con el pueblo en medio del desierto. Sin recoger para sí ni acumular aguas,
ella vertía sobre el pueblo maravillosos torrentes. No había en ella agua alguna, pero de
ella surgían océanos; así de la nada, el Verbo creó sus obras. ¡Dichoso quien merecerá
heredar tu Paraíso! Moisés, en su Libro, describe la creación de toda la Naturaleza para
que al Creador la Naturaleza y el Libro den testimonio; la Naturaleza, mediante el uso,
el Libro, mediante la lectura. Son estos los testigos que llegan a todas partes. Se
encuentran en todo tiempo, están presentes en cada hora, demuestran al infiel que es
ingrato al Creador».
Relevante es la incidencia pastoral de esta visión de la Palabra de Dios. Ella
entrelaza su historia con la historia humana, se hace historia humana, razón por la cual
nuestra historia de hombres no está constituida exclusivamente por pensamientos,
palabras, iniciativas humanas. Muestra huellas vivas en la naturaleza y en la cultura,
ilumina las ciencias del hombre y asume su justo valor, pero de éstas es ella misma
ayudada a iluminar la propia identidad, y al mismo tiempo irradiar el original
humanismo que le pertenece. En particular, es una Palabra que se ha elegido un pueblo
para compartir el camino de libertad y de salvación, mostrando la seriedad tenaz y
paciente de Dios, ser un «Emmanuel» (Is 7, 14), Dios con nosotros (cf. Is 8, 10; Rm 8,
31; Ap 21, 3). De ahí se explica cómo la Palabra de Dios, gracias al testimonio de la
Biblia, haya encontrado eco en los pensamientos y en las expresiones del hombre a
través de los siglos, a veces en modo intrincado y dramático, como un grito de ayuda, en
las oscuras vicisitudes de la historia, produciendo extraordinarios efectos, que se
manifiestan en manera fascinante en los santos. Viviendo los carismas particulares
como dones del Espíritu Santo, ellos han mostrado las potencialidades enormes y
originales de la Palabra de Dios tomada en serio.
Hoy asume un particular relieve ayudar a comprender la justa relación entre
Revelación pública y constitutiva del Credo cristiano y las revelaciones privadas,
discerniendo la pertinencia de éstas a la fe genuina.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

4. Jesucristo es la Palabra de Dios hecha carne, la plenitud de la Revelación


«Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres
por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo»
(Hb 1, 1ss).
Los cristianos en general advierten la centralidad de la persona de Jesucristo en
la Revelación de Dios. Pero no siempre saben comprender las razones de tal
importancia, ni entienden en qué sentido Jesús es el corazón de la Palabra de Dios, y,
por lo tanto, también en la lectura de la Biblia, experimentan dificultad en hacer de ella
una lectura cristiana.
Además, siempre a la luz de la Dei Verbum, se recordará que Dios ha querido 19
tomar una iniciativa completamente imprevisible, la cual no obstante se ha cumplido:
«Envió a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre
los hombres y les contara la intimidad de Dios (cf. Jn 1, 1-18).Jesucristo, Palabra hecha
carne, “hombre enviado a los hombres”, habla las palabras de Dios (Jn 3, 34) y realiza
la obra de la salvación que el Padre le encargó (cf. Jn 5, 36; 17, 4)». De modo que Jesús
en su vida terrena y ahora en su vida celeste asume y realiza todo el fin, el sentido, la
historia y el proyecto que está dentro de la Palabra de Dios, puesto que, como afirma
San Ireneo: «Cristo nos ha dado toda novedad dándose Él mismo a nosotros».
Es pastoralmente importante, a la luz de Jesucristo, saber comprender, por
analogía, la pluralidad de valencias que reviste la Palabra de Dios en la fe de la Iglesia,
según el testimonio de la misma Biblia. La Palabra se manifiesta, en efecto, como la
Palabra eterna en Dios, se refleja en la creación, asume un perfil histórico en los
profetas, se revela en la persona de Jesús, resuena en la voz de los apóstoles, y hoy es
proclamada en la Iglesia. Forma un todo, cuya clave de interpretación, a través de la
inspiración del Espíritu Santo, es Cristo-Palabra. «La Palabra de Dios, que en el
principio estaba con Dios, no es, en su plenitud, una multiplicidad de palabras; ella no
es muchas palabras, sino una sola Palabra que abraza un gran número de ideas de las
cuales cada una es una parte de la Palabra en su totalidad (...). Y si el Cristo alude a las
“Escrituras”, como aquellas que le dan testimonio, considera los libros de la Escritura
un único volumen, porque todo lo que ha sido escrito de él es recapitulado en un solo
todo». Se percibe así una continuidad en la diferencia.
A esta riqueza de la Palabra, la Iglesia ofrece su esencial anuncio. La comunidad
cristiana se siente generada y renovada por la Palabra de Dios, si la sabe comprender en
Jesucristo. Pero también es verdad que la Palabra de Jesús (que es Jesús) debe ser
comprendida, come Él mismo decía, según las Escrituras (cf. Lc 24, 44-49), o sea en la
historia del pueblo de Dios del Antiguo Testamento, que lo ha esperado como Mesías, y
ahora en la historia de la comunidad cristiana, que lo anuncia con la predicación, lo
medita con la Biblia, experimenta su amistad y su guía en la vida. San Bernardo afirma
que, en el plan de la Encarnación de la Palabra, Cristo es el centro de todas las
Escrituras. La palabra de Dios, ya audible en el Antiguo Testamento, se hizo visible en
Cristo.
5. La Palabra de Dios como una sinfonía
Las indicaciones dadas precedentemente permiten ahora delinear el sentido que,
a la luz de la Revelación, la Iglesia da a la Palabra de Dios. Es como una sinfonía
ejecutada por múltiples instrumentos, en cuanto Dios comunica su Palabra de muchas
formas y en muchos modos (cf. Hb 1, 1) en una larga historia y con diversidad de
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

anunciadores, pero donde aparece una jerarquía de significados y de funciones. Es


correcto hablar de sentido análogo de la Palabra.
- A la luz de la Revelación, la Palabra de Dios es el Verbo eterno de
Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Hijo del Padre,
fundamento de la comunicación intra-trinitaria y ad extra: «En el
principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra
era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y
sin ella no se hizo nada de cuanto existe» (Jn 1, 1-3; cf. Col 1, 16).
- Por ello, el mundo creado narra «la gloria de Dios» (Sal 19, 1), todo
hace resonar su voz (cf. Si 46, 17; Sal 68, 34). Al comienzo del
tiempo, con su Palabra, Dios crea el cosmos, poniendo en la creación 20
el sigilo de su sabiduría, de la cual es interprete natural el hombre,
creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-27; Rm 1, 19-20).
De la Palabra, en efecto, el hombre recibe la palabra para entrar en
diálogo con Dios y con la creación. Así, Dios ha hecho de la entera
creación y del hombre in primis, Aun testimonio perenne de sí
mismo».
- «La Palabra se hizo carne» (Jn 1, 14): la Palabra de Dios por
excelencia, la última y definitiva Palabra es Jesucristo, su persona, su
misión, su historia, íntimamente unidas según el plan del Padre, que
culmina en la Pascua y tiene su cumplimiento cuando Jesús entregará
el Reino al Padre (1 Co 15, 24). Él es el Evangelio de Dios para el
hombre (cf. Mc 1, 1).
- En vista de la Palabra, que es el Hijo encarnado, el Padre ha hablado
en el tiempo pasado a los padres por medio de los profetas (cf. Hb 1,
1) y, en virtud del Espíritu, los Apóstoles continúan el anuncio de
Jesús y de su Evangelio. Así, al servicio de la única Palabra de Dios,
las palabras del hombre son asumidas como palabras de Dios, que
resuenan en el anuncio de los profetas y de los Apóstoles.
- La Sagrada Escritura, fijando por divina inspiración la Palabra de
Jesús con las palabras de los profetas y de los Apóstoles, lo atestigua
de manera auténtica, razón por la cual, ella contiene la Palabra de
Dios y, en cuanto inspirada, es verdaderamente Palabra de Dios, del
todo orientada a la Palabra que es Jesús, porque las Escrituras «son
las que dan testimonio de mí» (Jn 5, 39). Por el carisma de la
inspiración los libros de la Sagrada Escritura tienen una fuerza de
interpelación directa y concreta que no tienen otros textos o
intervenciones eclesiásticas.
- Pero la Palabra de Dios, no permanece encerrada en lo que está
escrito. Si, en efecto, el acto de la Revelación se ha concluido con la
muerte del último apóstol, la Palabra revelada continúa siendo
anunciada y escuchada en la historia de la Iglesia, la cual se empeña
en proclamarla al mundo para responder a sus expectativas. Así, la
Palabra continúa su curso en la predicación viva y en tantas otras
formas de servicio de evangelización, por lo cual la predicación es
Palabra de Dios, comunicada por el Dios vivo a personas vivas en
Jesucristo, a través de la Iglesia. De este cuadro se puede comprender
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

que cuando se predica la revelación de Dios se cumple en la Iglesia


un evento que puede llamarse verdaderamente Palabra de Dios.
A la Palabra de Dios se le deben reconocer todas las cualidades de una verdadera
comunicación interpersonal, como, por ejemplo, una función informativa, en cuanto
Dios comunica su verdad; una función expresiva, en cuanto Dios hace transparente su
modo de pensar, de amar, de obrar; una función vocacional, en cuanto Dios interpela y
llama a escuchar y a dar una respuesta de fe.
Será tarea de los pastores ayudar a los fieles a tener esta visión armónica de la
Palabra, evitando formas de comprensión erróneas, o reductivas o ambiguas, poniendo
en relieve su conexión intrínseca con el misterio de Dios uno y trino y con su
revelación, su manifestación en el mundo creado y su presencia germinal en la vida y la 21
historia del hombre, su suprema expresión en Jesucristo, su atestiguamiento infalible en
la Sagrada Escritura, su transmisión en la Tradición viviente. En relación al misterio de
la Palabra de Dios, transformada en lenguaje humano, se prestará atención a la
investigación de las ciencias sobre el lenguaje y su comunicación.
B. A la Palabra de Dios corresponde la fe del hombre
1. La fe se manifiesta en la escucha
«Cuando Dios se revela, el hombre tiene que someterse con la fe». A Él, que
hablando se da a sí mismo, el hombre escuchando Ase entrega entera y libremente».
Esto implica una respuesta plena a una propuesta de total comunión con Dios y de
adhesión a su voluntad, de parte de la comunidad y de cada uno de los creyentes. Esta
actitud de fe comunional se manifestará en cada encuentro con la Palabra, en la
predicación viva y en la lectura de la Biblia. No es casual que la Dei Verbum proponga
para el encuentro con el Libro Sagrado cuanto afirma globalmente de la Palabra de
Dios: A Dios (...) habla a los hombres como a amigos, (...) para invitarlos y recibirlos en
su compañía». «En los Libros Sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale
amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos». La Revelación es
comunión de amor, frecuentemente llamada por la Escritura con el término «alianza»
(Gn 9, 9; 15, 18; Ex 24, 1-18; Mc 14, 24).
Se toca aquí un aspecto de notable incidencia pastoral: la fe se refiere a la
Palabra de Dios en todos sus signos y lenguajes. Es una fe que, en virtud de la acción
del Espíritu Santo, recibe de la Palabra una comunicación de verdad, a través de la
narración o de la fórmula doctrinal; una fe que reconoce que la Palabra es el estímulo
primario para una conversión eficaz, luz para responder a tantas preguntas de la vida del
creyente, guía para un recto discernimiento sapiencial de la realidad, solicitación a
«hacer» la Palabra (cf. Lc 8, 21), y no solo a leerla o decirla, y finalmente es fuente
permanente de consolación y de esperanza. De ello surge, como sólida lógica de la fe, el
empeño en reconocer y asegurar el primado de la Palabra de Dios en la propia vida de
los creyentes, recibiéndola, así como la Iglesia la anuncia, la comprende, la explica y la
vive.
2. La Palabra de Dios, confiada a la Iglesia, se trasmite a todas las generaciones
«Dios quiso que lo que había revelado para la salvación de todos los pueblos, se
conservara íntegro y fuera transmitido a todas las edades». Amigo y Padre de los
hombres, Dios habla todavía. En cierto sentido la Revelación, que ya está concluida,
continúa su comunicación, por lo cual la Palabra de Dios se nos presenta siempre como
contemporánea y actual. Es más, ella puede manifestar aún mejor su donación de luz y
hacer aumentar nuestra comprensión. Esto sucede porque el Padre, dando el Espíritu de
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Jesús a la Iglesia, le confía el tesoro de la revelación, la hace primera destinataria y


testigo privilegiado de la Palabra amorosa y salvífica de Dios.
Por esta razón en la Iglesia la Palabra no es un depósito inerte, sino que siendo
«suprema norma de su fe» y fuerza de vida, «va creciendo en la Iglesia con la ayuda del
Espíritu Santo» y «crece» cuando «los fieles la contemplan y estudian», cuando
comprenden internamente los misterios que viven, cuando la proclaman los Obispos. Lo
atestiguan, en particular, los hombres de Dios, que han «habitado» la Palabra. Es
evidente que la misión cierta y primaria de la Iglesia es transmitir la divina Palabra a
todos los hombres, en todos los tiempos y en todos los lugares, según el mandato de
Jesús (cf. Mt 28, 18-20). La historia demuestra cómo esto ha sucedido y continúa
también ahora después de tantos siglos, entre diversos obstáculos, pero también con 22
tanta vitalidad y fecundidad.
3. Tradición y Escritura en la Iglesia: un solo depósito sagrado de la Palabra de
Dios
A este respecto es fundamental recordar que la Palabra de Dios, transformada en
Cristo en Evangelio o buena noticia , y como tal, confiada a la predicación apostólica,
continúa su curso a través de dos puntos de referencia, reconocibles y estrechamente
interconectados: el flujo vital de la Tradición viviente manifestada por «lo que (la
Iglesia) es y lo que cree», es decir, por el culto, por la doctrina y por la vida de la
Iglesia; y la Sagrada Escritura, la cual de esta Tradición viviente, por inspiración del
Espíritu Santo, conserva, precisamente en la inmutabilidad de lo que está escrito, los
elementos constitutivos y originarios. «Esta Tradición con la Escritura de ambos
Testamentos, son el espejo en que la Iglesia peregrina contempla a Dios, de quien todo
lo recibe, hasta el día en que llegue a verlo cara a cara, como Él es (cf. 1 Jn 3, 2)». Al
Magisterio de la Iglesia, que no es superior a la Palabra de Dios, corresponde
«interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita».
El Concilio Vaticano II insiste en la unidad de origen y en las múltiples
conexiones entre Tradición y Escritura: la Iglesia las recibe «con el mismo espíritu de
devoción». Un insustituible deber de servicio corresponde al Magisterio, en cuanto lo
trasmitido «por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo lo escucha
devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente», asegurando con ello una
interpretación auténtica de la Palabra de Dios.
Desde el punto de vista pastoral, siguiendo la doctrina de la Iglesia, hay que
aclarar conceptualmente y traducir en experiencia de vida las relaciones entre Tradición
y Escritura, como, por ejemplo, el hecho que la Tradición precede originariamente la
Escritura y es siempre como su humus vital que «hace que (la Iglesia) los comprenda
(los Libros Sagrados) cada vez mejor y los mantenga siempre activos». Así también, por
otra parte, «se aplican a la Escritura de modo especial aquellas palabras: La Palabra de
Dios es viva y enérgica (Hb 4, 12), puede edificar y dar la herencia a todos los
consagrados (Hch 20, 32; cf. 1 Ts 2, 13)». Ambos son canales que comunican la Palabra
de Dios, la cual, por lo tanto, tiene su cumplimiento de sentido y de gracia en la
experiencia de ambos, «uno dentro del otro», y por ello, en esta óptica se pueden llamar
y son Palabra de Dios.
Diversas son las consecuencias de relevante incidencia en el plano pastoral. No
puede existir una sola Scriptura en sí misma: la Escritura está vinculada a la Iglesia, es
decir, al sujeto que recibe y comprende tanto la Tradición como la Escritura. La
Escritura cumple un rol esencial para acceder a la Palabra en su fuente genuina,
transformándose así en criterio para la recta comprensión de la Tradición.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Además debe ser considerada en sus efectos prácticos, la distinción entre


Tradición apostólica constitutiva, tradición posterior que interpreta y actualiza, y las
otras tradiciones eclesiásticas; como también debe evaluarse la capacidad decisiva del
reconocimiento canónico que la Iglesia ha realizado a propósito de las Escrituras
garantizando la autenticidad (73 libros: 46 del Antiguo Testamento, 27 de Nuevo
Testamento), frente a la proliferación de libros no auténticos o apócrifos, de ayer, de
hoy y de siempre.
Permanece, finalmente, siempre en el fondo, la confrontación y el diálogo
delicado, necesario y apasionado entre Escritura y Tradición, con los signos de la
Palabra de Dios en el mundo creado, especialmente con el hombre y su historia.
En el surco de la Tradición viviente, y por consiguiente como servicio genuino a 23
la Palabra de Dios, debe también considerarse la forma del Catecismo, desde el primer
Símbolo de la fe, núcleo de todo Catecismo, a las diversas exposiciones a lo largo de los
siglos, de las cuales los testimonios más recientes son en la Iglesia universal, el
Catecismo de la Iglesia Católica, y en las Iglesias locales, los respectivos Catecismos.
4. La Sagrada Escritura, Palabra de Dios inspirada
«La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios en cuanto escrita por inspiración del
Espíritu Santo». Ella es cualificada con dos nombres en particular: Escritura (sagrada) y
Biblia, títulos que son significativos, ya de por sí, como el Texto y el Libro por
excelencia, con una difusión que va más allá de los confines de la Iglesia.
En principio, por su incidencia operativa en la lectura de la Biblia, hay que
considerar los siguientes puntos: en el cuadro teológico de referencia antes mencionado,
la Escritura y la Tradición comunican inmutablemente la Palabra de Dios y hacen
resonar «la voz del Espíritu Santo»; el significado del carisma de la inspiración con la
cual el Espíritu Santo constituye los libros bíblicos como Palabra de Dios y los confía a
la Iglesia, para que sean recibidos en la obediencia de la fe; la unidad del Canon como
criterio de interpretación de la Sagrada Escritura; la verdad de la Biblia ha de ser
comprendida, sobre todo, como «la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros
para salvación nuestra»; el sentido y el alcance de la identidad de la Biblia como
Palabra de Dios en lenguaje humano, por lo cual la interpretación de la Biblia se realiza
unitariamente, bajo la guía de la fe, con criterios filosóficos y teológicos, a la luz, en
particular, de la Nota de la Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en
la Iglesia.
Hoy en el pueblo de Dios se advierte siempre más, como ya notaba Amos,
hambre y sed de la Palabra de Dios (cf. Am 8, 11-12). Es una necesidad vital que no
puede descuidarse, porque es el Señor mismo que la va provocando. Y, por otra parte,
se nota con tristeza que tal necesidad no es sentida en todos los lugares, porque la
Palabra de Dios circula poco y todavía no resulta adecuadamente favorecido el
encuentro con el Libro Sagrado. Ayudar a los fieles a entender qué es la Biblia, porqué
existe, qué ofrece a la fe, cómo se usa, es una exigencia importante a la cual la Iglesia
ha siempre respondido, y hoy, en particular, en cuatro capítulos de la Dei Verbum.
Conocerlos adecuadamente, sirviéndose de otros aportes del Magisterio y de la
investigación competente, es una tarea necesaria en nuestras comunidades.
5. Una tarea necesaria y delicada: interpretar la Palabra de Dios en la Iglesia
El hecho que tantos cristianos, en comunidad o individualmente, escruten tan
intensamente la Palabra de Dios en el Libro Sagrado, es para la Iglesia una valiosa
posibilidad de capacitar a los fieles en su correcta comprensión y actualización. Esto, en
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

cierto modo, es válido hoy con más fuerza aún, porque se abre una confrontación nueva
entre la Palabra de Dios y las ciencias del hombre, en particular en el ámbito de la
investigación filosófica, científica e histórica. Se reconoce la riqueza de verdad y de
valores sobre Dios, sobre el hombre, sobre las cosas, que proviene de este contacto entre
Palabra y cultura, como también se propone una continua confrontación sobre
problemas inéditos. Por lo tanto, la razón interpela la fe y por ésta es invitada a
colaborar para una verdad y una vida en armonía con la revelación de Dios y con las
esperanzas de la humanidad.
Pero no faltan también los riesgos de la interpretación arbitraria y reductiva,
como el fundamentalismo: de una parte, puede manifestar el deseo de permanecer fiel al
texto, y por otra parte desconoce la naturaleza misma de los textos, incurriendo en 24
graves errores y generando también inútiles conflictos. Otros riesgos surgen de las
lecturas «ideológicas» o simplemente humanas, sin el sostén de la fe (cf. 2 Pe 1, 19-20;
3, 16), hasta llegar a formas de contraposición y de separación entre la forma escrita,
atestiguada sobre todo en la Biblia, la forma viva del anuncio y la experiencia de vida
de los creyentes. Así también se encuentra dificultad en reconocer el rol que
corresponde al Magisterio en el servicio de la Palabra de Dios, tanto en cuanto a la
Biblia como en lo que se refiere a la Tradición. En general, se nota un escaso o
impreciso conocimiento de las reglas hermenéuticas, correspondientes a la identidad de
la Palabra, compuestas por criterios humanos y revelados, en el contexto de la Tradición
eclesial y en la escucha del Magisterio.
A la luz del Vaticano II y del Magisterio sucesivo, algunos aspectos merecen
hoy una atención y reflexión específica, en vista de una adecuada comunicación
pastoral, es decir que la Biblia, libro de Dios y del hombre, ha de ser leída unificando
correctamente el sentido histórico-literal y el sentido teológico-espiritual. Esto significa
que el método histórico-crítico es necesario para una correcta exégesis,
convenientemente enriquecido con otras formas de interpretación. Debe enfrentarse el
problema interpretativo de la Escritura, pero para alcanzar su sentido total, es necesario
valerse de criterios teológicos, propuestos por la Dei Verbum: «el contenido y la unidad
de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe». Hoy se
advierte la necesidad de una profunda reflexión teológica y pastoral para formar las
comunidades en un recto y fructuoso conocimiento de la Sagrada Escritura como
Palabra de Dios, comprendida en el misterio de la cruz y resurrección de Jesucristo,
viviente en la Iglesia.
«Dicho de otra manera —afirma el Papa Benedicto XVI— me interesa mucho
que los teólogos aprendan a leer y amar la Escritura tal como lo quiso el Concilio en la
Dei Verbum: que vean la unidad interior de la Escritura —hoy se cuenta con la ayuda de
la “exégesis canónica” (que sin duda se encuentra aún en una tímida fase inicial)— y
que después hagan una lectura espiritual de ella, la cual no es algo exterior de carácter
edificante, sino un sumergirse interiormente en la presencia de la Palabra. Me parece
que es muy importante hacer algo en este sentido, contribuir a que, juntamente con la
exégesis histórico-crítica, con ella y en ella, se dé verdaderamente una introducción a la
Escritura viva como Palabra de Dios actual». En esta perspectiva debe considerarse con
atención la contribución del Catecismo de la Iglesia Católica, las diversas resonancias y
tradiciones que la Biblia suscita en la vida del pueblo de Dios y el aporte de las ciencias
teológicas y humanas.
Junto a todo este empeño no debe olvidarse aquella interpretación de la Palabra
de Dios, que se cumple cada vez que la Iglesia se reúne para celebrar los divinos
misterios. A este respecto la Introducción al Leccionario, que es proclamado en la
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Eucaristía, recuerda: «Por voluntad del mismo Cristo, el nuevo pueblo de Dios se halla
diversificado en una admirable variedad de miembros, por lo cual son también varios
los oficios y funciones que corresponden a cada uno, en lo que atañe a la palabra de
Dios; según esto, los fieles escuchan y meditan la palabra, y la explican únicamente
aquellos a quienes, por la sagrada ordenación, corresponde la función del magisterio, o
aquellos a quienes se encomienda este ministerio. Así la Iglesia, en su doctrina, en su
vida y en su culto, perpetúa y transmite a todas las generaciones, todo lo que ella es,
todo lo que cree, de modo que, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la
plenitud de la verdad divina hasta que en ella tenga su plena realización la palabra de
Dios».
6. Antiguo y Nuevo Testamento, una sola economía de la salvación 25
No es posible quedarse completamente satisfechos del conocimiento y de la
práctica que tantos tienen de las Escrituras. A causa de dificultades no resueltas, se
asiste a veces a una cierta resistencia frente a páginas del Antiguo Testamento que
aparecen difíciles, expuestas a la marginación, a la selección arbitraria, al rechazo.
Según la fe de la Iglesia, el Antiguo Testamento ha de ser considerado como parte de la
única Biblia de los cristianos, reconociendo en él los valores permanentes y la relación
que vincula los dos Testamentos. De todo esto se deriva la necesidad de una urgente
formación sobre la lectura cristiana del Antiguo Testamento. En este sentido es de gran
utilidad la praxis litúrgica, que siempre proclama el Antiguo Testamento como página
esencial para una comprensión plena del Nuevo Testamento, como atestigua Jesús
mismo en el episodio de Emaús, en el cual el Maestro «empezando por Moisés y
continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las
Escrituras» (Lc 24, 27). Las lecturas litúrgicas del Antiguo Testamento ofrecen, además,
un valioso itinerario para el encuentro orgánico y articulado con el Texto Sagrado. Tal
itinerario consiste tanto en el uso del salmo responsorial, que invita a rezar y a meditar
cuanto anunciado, como en la relación temática entre la primera lectura y el Evangelio,
en la perspectiva de síntesis del misterio del Cristo. En efecto —confirma el antiguo
dicho— el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, y el Antiguo es revelado en
el Nuevo Testamento: Novum in Vetere latet et in Novo Vetus patet.
Afirma S. Gregorio Magno: «Aquello que el Antiguo Testamento ha prometido,
el Nuevo Testamento lo ha mostrado; lo que aquel anuncia en manera oculta, éste lo
proclama abiertamente como presente. Por lo tanto, el Antiguo Testamento es profecía
del Nuevo Testamento; y el mejor comentario del Antiguo Testamento es el Nuevo
Testamento».
En cuanto al Nuevo Testamento, hoy ciertamente más familiar en la práctica
bíblica, gracias a la riqueza de los Leccionarios y de la Liturgia de las Horas, es
necesario recordar el valor central de los Evangelios, por ello proclamados en modo
completo en los tres años del ciclo litúrgico festivo y cada año en los días feriales, sin
olvidar las grandes enseñanzas de Pablo y de los otros Apóstoles.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

TEMA 2: LA SAGRADA ESCRITURA SEGÚN EL CATECISMO DE LA


IGLESIA CATÓLICA
¿Qué es la Biblia? La Biblia es la Palabra de Dios escrita por verdaderos autores
humanos y que la Iglesia nos trasmite de manera autorizada, e interrumpidamente. Es,
por consiguiente: 1. Palabra sagrada o inspirada por el Espíritu de Dios, recogida en
unos libros no como letra muerta sino viva y vivificante que sigue hoy hablando a todos
los hombres (cf. Rom 15, 4); 2. Palabra humana, escrita por hombres que pertenecieron
al pueblo de Israel y a la comunidad cristiana primitiva; y cuyos libros forman lo que
hoy llamamos Antiguo y Nuevo Testamento; 3. Palabra que la Iglesia ha recogido en
una lista de libros que llamamos canon de las Escrituras, porque, reconociendo en ellos
su vinculación a la época de los Apóstoles, contienen y expresan fielmente el designio 26
de Dios, manifestado definitivamente en Jesucristo, de salvar a todos los hombres. Esta
lista de libros o canon es regla de fe para los miembros de la Iglesia.
Los judíos dividen la Biblia en tres grandes bloques: Ley (Tora), es el núcleo
más importante; Profetas, divididos en anteriores y posteriores; y otros Escritos. Cuando
Jesús se refería a la Sagrada Escritura empleaba, la mayoría de las veces esta expresión:
«La ley y los profetas» (Mt 5, 17; 7, 12, 11, 13; 33, 40; Lc 16, 16; 24, 44; Rom 3, 21...).
Los católicos dividen generalmente la Biblia en cuatro bloques: 1. Pentateuco o
cinco libros de Moisés; 2. Libros históricos; 3. Libros poéticos y sapienciales; 4. Libros
proféticos. Atendiendo a la extensión de los libros, no a su importancia, distinguen entre
profetas mayores o menores. Esta es la ordenación de la Vulgata, o traducción latina de
la Biblia que hizo San Jerónimo (siglo IV).
El Antiguo Testamento fue escrito por hombres que atravesaron situaciones muy
diversas a lo largo de más de mil años de historia. Utilizaron diversos modos de decir o
géneros literarios y emplearon lenguas diferentes como el hebreo, el arameo y el griego.
Se sirvieron también de tradiciones orales, trasmitidas de padres a hijos, antes de quedar
fijadas por escrito y entrar a formar parte de la Biblia. Se refieren, fundamentalmente, a
tradiciones sobre la historia de Israel en Egipto y en el desierto; a las narraciones de los
patriarcas; y a los relatos sobre la creación y los orígenes del hombre y del mal.
También hay tradiciones orales sobre Josué y los Jueces.
El Antiguo Testamento fue surgiendo por Palabra de Dios a las preguntas que su
pueblo dirigía a Dios desde los acontecimientos de la historia; es decir, desde la
experiencia del nomadismo de los patriarcas, de la esclavitud y liberación de Egipto por
Moisés, de la conquista de la tierra por Josué, de la sedentarización y reparto del país
entre las doce tribus, de la monarquía, del cisma y destierro posteriores; desde la
restauración y los contactos con otros pueblos y culturas.
También surgió la Biblia como Palabra de Dios a las preguntas que hombres y
mujeres, en un plano más individual, le hacía desde las experiencias del amor y del
dolor, de la prosperidad y de la miseria, de la esclavitud y de la libertad, de la alegría y
la tristeza, de la enfermedad y de la muerte, de la esperanza y de la desesperación...
Los libros del Antiguo Testamento, afirma el Concilio Vaticano II, «aunque
contengan también algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos, demuestran,
sin embargo, la verdadera pedagogía divina», «expresan el sentimiento vivo de Dios», y
en ellos «se encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y una sabiduría salvadora sobre
la vida del hombre, y tesoros admirables de oración» (DV 15).
Los primeros acontecimientos que se pusieron por escrito fueron la liberación de
Israel de Egipto y la Alianza de Dios como su Pueblo en el monte Sinaí, hechos que
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

ocurrieron en el siglo XIII antes de Cristo. Estos acontecimientos dieron lugar a


diferentes tradiciones que hoy encontramos en el libro del Éxodo y que se redactaron en
épocas distintas y por diversos autores. Después del destierro (siglo VI antes de Cristo)
Israel emprendió la tarea de ordenar sus escritos. Primero coleccionó cinco libros que
llamó con el nombre de La Ley (Toráh). Forman el núcleo más importante de la
Sagrada Escritura para un judío. Junto a ellos, colocó otro gran bloque formado por los
escritos de los profetas. Un tercer bloque de libros, llamado escritos completará lo que
hoy conocemos con el nombre de Antiguo Testamento, o historia de la Alianza de Dios
con el pueblo de Israel.
I. INICIACIÓN A LOS EVANGELIOS Y A LA BÚSQUEDA DE CITAS
BÍBLICAS 27
A. ¿Cómo fueron escritos los Evangelios?
Algunos escritos no cristianos del siglo II recogen la noticia de que un tal Jesús
o Cristo murió crucificado en Palestina en tiempos del emperador romano Tiberio. Pero
los evangelios nos dan sobre Jesús mucho más abundante.
La palabra Evangelio, escrita en mayúscula y en singular, no designa un libro,
sino que quiere decir mensaje gozoso, Buena Noticia. En la antigüedad, por ejemplo, el
nacimiento de un hijo del emperador era un evangelio. Para los cristianos la palabra
Evangelio designa la Buena Noticia de que estamos salvados en Jesucristo. En cambio,
llamamos evangelios, con minúscula y en plural, a cuatro libros que recogen el mensaje
de Jesús y que contienen fielmente la Buena Noticia de nuestra salvación.
¿Cómo fueron escritos los evangelios? No hay que pensar que los cuatro
evangelistas, cuyos nombres son: Matero, Marcos, Lucas y Juan; escribieron los
evangelios de una vez y como al dictado del Espíritu Santo. La Iglesia nos enseña que
hubo tres etapas en la formación de los evangelios:
- Jesús: el Hijo de Dios, hecho hijo de María para la salvación de los
hombres, predicó en Palestina, pero no escribió. Vivió con un grupo
de discípulos. Murió crucificado bajo el poder de Poncio Pilato.
- Los Apóstoles: después de la Resurrección de Jesús, obedecieron su
mandato y predicaron por todo el mundo conocido el mensaje de
salvación, el Evangelio. Cuando las personas que aceptaban la
predicación y se convertían preguntaban a los Apóstoles qué tenían
que hacer para seguir el camino de Jesús, estos les recordaban
algunos hechos y dichos de Jesús. A veces lo hacían en las
celebraciones litúrgicas. Pero no les preocupaba tanto el lugar o las
circunstancias concretas en las que el Señor las había dicho cuanto
que sirvieran para responder y dar luz a los problemas que se
planteaban los cristianos en las comunidades. Para guardar con mayor
fidelidad el mensaje de Jesús, que transmitían a los Apóstoles con su
enseñanza, las celebraciones y la vida, los cristianos empezaron a
recoger en pequeños escritos lo más importante de la predicación
apostólica: en primer lugar, relatos de la Pasión y Resurrección del
Señor; después parábolas y relatos de milagros de Jesús; finalmente,
algunos episodios de su infancia. Estas tradiciones escritas no son
todavía los evangelios, pero los evangelistas las tuvieron en cuenta
para redactar los evangelios.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

- Los Evangelistas: empezaron a escribir los evangelios por inspiración


del Espíritu Santo uno 40 años después de la muerte de Jesús. No
dicen todo lo que Jesús dijo y enseñó, sino que escogen algo de lo
mucho que se transmitía de viva voz o en pequeños escritos. A veces
reducen los datos de la Tradición o los amplían más, es decir adaptan
el mensaje de Jesús a las necesidades del grupo de cristianos a
quienes este va dirigido.
El Concilio Vaticano II afirma que la Santa Iglesia sostuvo y sostiene
firmemente y con la máxima constancia que los cuatro evangelios, cuya historicidad a
firma sin ninguna duda, trasmiten fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre
los hombres hizo y enseñó realmente. 28
Por eso, cuando la Iglesia enseña que los evangelios son una predicación, unos
testimonios de la fe en Jesús, y que sus autores han querido, sobre todo, ser testigos de
la Buena Noticia, no está diciendo que los evangelios son indiferentes a la realidad
histórica de los hechos que relatan.
B. Cómo leer las citas bíblicas
Los libros de la Biblia están divididos en capítulos, y cada capítulo en
versículos. Las referencias o citas de la Biblia se hacen siempre de la misma manera.
Primero se pone la sigla del libro, es decir, la letra o letras que sirven para identificarlo.
Luego se pone el capítulo y a continuación el versículo.
Por ejemplo, Mt 1, 13 se lee de la siguiente manera: evangelio según san Mateo,
capítulo primero, versículo uno a tres ambos inclusive. Otros ejemplos para leer
correctamente referencias o citas bíblicas:
- Mt 1-3: evangelio según san Mateo, desde el capítulo primero hasta
el capítulo tercero inclusive.
- Mt 1, 3: evangelio según san Mateo, capítulo primero, versículo
tercero.
- Mt 1, 3.5: evangelio según san Mateo, capítulo primero, versículo
tres y cinco.
- Mt 1, 3-5: evangelio según san Mateo, capítulo primero, versículos
tres a cinco.
- Mt 1, 5-3, 9: evangelio según san Mateo, desde el capítulo primero,
versículo cinco, hasta el capítulo tercero, versículo nueve.
- Mt 1, 3; 3, 9: evangelio según san Mateo, capítulo primero, versículo
tres y capítulo tercero, versículo nueve.
C. La Palabra de Dios
La escucha de la Palabra de Dios y la voluntad de obedecerla plenamente
sostienen toda la reflexión que la Iglesia está realizando para renovarse en profundidad
y seguir anunciando el Evangelio a todos los hombres y mujeres de nuestra tierra 2.
El Concilio Vaticano II ha sido muy claro respecto a la importancia capital que
la Sagrada Escritura tiene para la vida de la Iglesia, para la vida de todo creyente. En la
constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum (La Palabra de Dios),se

2
Cf. Mt 28, 19-20.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

dice: «La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el
Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y
repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo
de Cristo» 3.
La razón fundamental de esta importancia nos la ofrece el mismo Concilio: «En
los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de
sus hijos, para conversar con ellos» 4.
Las consecuencias para toda la vida de la Iglesia se expresan en los siguientes
términos: «Toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de
alimentar y regir con la Sagrada Escritura... Y es tan grande el poder y la fuerza de la
Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus 29
hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» 5.
Con estas palabras, la constitución dogmática Dei Verbum no hace más, que
recoger una convicción constante que existe en la Iglesia Católica desde los mismos
orígenes cristianos: la Biblia es la Palabra que Dios, por puro amor, dirige a sus hijos e
hijas, a todo ser humano, para «invitarlos y recibirlos en su compañía» 6. El creyente
responde a esta iniciativa amorosa de Dios, acogiendo y venerando la Escritura como
Palabra de Dios, profundizando en ella, alimentándose de ella y apoyándose en ella para
orientar su vida.
II. LA REVELACIÓN DIVINA SEGÚN EL CATECISMO DE LA IGLESIA
CATÓLICA
La historia de la humanidad nos confirma que los hombres de todos los tiempos,
desde los más antiguos hasta el día de hoy, no han dejado de buscar a Dios. El deseo de
Dios, según el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC), «está inscrito en el corazón del
hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios» 7.
Pero antes de que el hombre hubiera buscado a Dios, Él ya había buscado al
hombre. En efecto, nunca ha dejado Dios de buscar al hombre, y, aunque, el ser humano
pueda olvidarlo o rechazarlo, Dios «no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para
que viva y encuentre la dicha» 8.
A. Dios se revela a los hombres mediante la creación, la historia y la palabra 9
El hombre puede conocer a Dios mediante su propia razón a partir de las obras
de la creación 10. Pero Dios quiso ir más allá del simple conocimiento. Él quiso hablar
con el hombre como se habla con un amigo. El Todopoderoso, en un acto de amor
totalmente libre, se reveló a los hombres para que éstos fueran capaces de responderle,
de conocerle en profundidad y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus
propias fuerzas 11. Dios se ha comunicado o se ha revelado, es decir, ha salido
efectivamente al encuentro de los hombres en la historia, para que puedan vivir en
plenitud y encuentren la felicidad total.

3
DV 21.
4
Ibid.
5
Ibid.
6
DV 2.
7
CEC 27.
8
CEC 30.
9
Cf. CEC 51-53.
10
Cf. CEC 50.
11
Cf. CEC 50-51.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

1. La revelación de Dios en la creación


Todo lo que existe, existe por Dios. En la gran obra de la creación, el hombre
puede contemplar la presencia activa y comprometida de Dios en el mundo. El primer
relato de la creación 12 nos invita a descubrir el mundo tal y como salió de las manos de
Dios. Con solo existir y aparecer, los cielos y la tierra proclaman la gloria de Dios. El
narrador nos descubre un mundo que está en perfecta armonía con el plan de Dios y, por
tanto, nos dice que el universo es bueno, que en él no hay nada malo ni perverso.
El mundo, en efecto, es hermoso y maravilloso. Esta belleza le viene de la
apertura a Aquel que es su creador. Por eso, el mundo no está hecho para girar sobre sí
mismo, sino para orientarse en la dirección de su Señor. Existe y se mantiene porque
Dios no cesa de dar vida y de crear. Vivir esta dependencia no es esclavitud, sino el 30
reconocimiento de que la vida y el mundo son entregados a los hombres cada día como
un don y un precioso regalo.
En la actualidad, todavía, podemos ir más allá de la superficie de las cosas, y tras
ellas, en el fondo de ellas, encontrar la grandeza de Dios creador 13. La experiencia
puede resultar recompensada si tenemos un poco de sensibilidad y capacidad de ver más
allá de las apariencias. En la creación, Dios ofrece a los hombres «un testimonio
perenne de sí mismo» 14.
2. La revelación de Dios en la historia y en la palabra
La creación es el espacio de la historia, la cuna que acoge al hombre, la sede de
la que el hombre procede y en la que desarrolla sus pensamientos y sentimientos en
acciones y relaciones. Dios interviene también en esta historia, relacionándose con los
seres humanos como un protagonista importante.
No podríamos entender la historia de Israel o la historia de Jesucristo y la
primitiva comunidad cristiana sin tener en cuenta el protagonismo histórico de Dios. En
los acontecimientos históricos de Israel (alianza, éxodo, instalación en Canaán, exilio y
regreso a la patria), en los hechos de Jesucristo (nacimiento, ministerio público, pasión,
muerte y resurrección) y en las acciones de la comunidad cristiana primitiva
(pentecostés, anuncio del Evangelio a judíos y paganos, signos milagrosos en nombre
de Jesucristo), Dios está manifestándose a los hombres.
Sin embargo, los hechos históricos exigen la clarificación de la palabra.
Mediante la palabra se explica el significado de lo que está sucediendo. De hecho,
siempre que Dios se revela en los acontecimientos históricos, envía su palabra para
explicar su sentido.
El Dios que descubre el lector de la Biblia aparece, desde la primera página del
Antiguo Testamento, como un Dios que actúa por la palabra. A su palabra, en efecto,
los hombres se ponen en camino, otros pasan a la acción, surgen nuevos
acontecimientos.
En el principio de los tiempos, Dios habló con los antepasados de toda la
humanidad, representados, de un modo simbólico, en los personajes de Adán y Eva.
Siguió después con Noé. Eligió a un personaje de la historia, a Abrahán, para formar un

12
Cf. Gn 1.
13
San Pablo nos dice: «Lo cognoscible de Dios está a su alcance, pues Dios se lo ha
manifestado. Ya que, desde la creación, su naturaleza invisible, su poder eterno y su divinidad, son
conocidos por una reflexión sobre las cosas creadas» (Rom 1, 20).
14
Cf. DV 3.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

verdadero pueblo creyente, y dialogó con él como se habla con un amigo. Con Moisés,
la palabra de Dios se hizo Alianza con el pueblo de Israel. Tras la muerte de Moisés, los
profetas fueron los que mantuvieron la intensa comunicación entre Dios y su pueblo,
para que éste lo reconociera a Él como Dios único y verdadero y aceptara las exigencias
de una vida justa. De este modo, el Misericordioso, fue preparando a través de los siglos
el camino del Evangelio 15.
Finalmente, en la plenitud del tiempo, en el siglo I de nuestra era, en la sagrada
gruta de Nazaret, el Padre eterno, con una decisión de gracia y de amor total hacia los
hombres, quiso que en el vientre de una Virgen llamada María, desposada con un varón
de nombre José, su auténtica «Palabra» (el Verbo de Dios) se hiciese carne 16. En la
palabra y en los hechos de Jesucristo, en su muerte y gloriosa resurrección, en el envío 31
del Espíritu de la verdad, Dios habló de un modo nuevo, definitivo e insuperable 17. Así
lo expresa la Carta a los Hebreos: «Muchas veces y de muchas formas habló Dios en el
pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado
por medio de un Hijo, a quien nombró heredero de todo, por quien creó el universo» 18.
Los cristianos estamos convencidos de que Cristo es la plenitud de la revelación
total de Dios, porque «ningún otro puede proporcionar la salvación; no hay otro nombre
bajo el cielo concedido a los hombres que pueda salvarnos» 19. Él es, para siempre y de
un modo definitivo, el «camino, la verdad y la vida» 20.
B. La revelación debe recibirse con fe 21
La respuesta adecuada a esta revelación salvífica de Dios es la fe. Creer en Dios
que me habla a mí, es abandonar la certeza de que encontraré la respuesta a todos los
interrogantes de la vida yo solo y tomar la decisión de construir toda mi vida sobre la
salvación realizada por Jesucristo.
Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «Por la fe, el hombre somete
completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su
asentimiento a Dios que se revela» 22.
El apóstol San Pablo llama a esta respuesta del hombre a Dios que se revela, la
«obediencia de la fe» 23.Obedecer en la fe, es entregarse libremente a la palabra
escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios que es la Verdad misma.
Abrahán es el modelo de esta obediencia total a Dios y su palabra. La Virgen María es
la realización más perfecta de la misma 24.
La Carta a los Hebreos presenta la fe del patriarca Abrahán como un testimonio
ejemplar: «Por fe obedeció Abrahán a la llamada de salir hacia el país que habría de
recibir en herencia; y salió sin saber adónde iba. Por fe se trasladó como forastero al
país que le habían prometido y habitó en tiendas con Isaac y Jacob, herederos de la
misma promesa. Por fe también Sara, aun pasada la edad, recibió vigor para concebir,

15
Ibid.
16
Cf. Jn 1, 14.
17
DV 4.
18
Hb 1, 1-2.
19
Hch 4, 12.
20
Jn 14, 6.
21
Cf. CEC 54-67.
22
CEC 143.
23
Cf. Rm 1, 5; 16, 26.
24
Cf. CEC 144-149.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

pues pensó que era fiel el que lo prometía...» 25. Gracias a esta fe, a esta entrega y
fidelidad de Abrahán a la Palabra de Dios, el patriarca vino a ser el padre de todos los
creyentes 26.
En el misterio de Nazaret, esta entrega y fidelidad a la Palabra de Dios
resplandecen con una luz más perfecta. En los relatos de la Anunciación y Visitación,
que encontramos en el capítulo I del evangelio de San Lucas, la Virgen María es
presentada como el modelo más pleno de la fe. En la Anunciación, María respondió al
ángel: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» 27. Con estas
palabras, María se confía totalmente a Dios, se abandona a Él. María responde con todo
su ser, con absoluta disponibilidad, a la acción del Espíritu Santo, que con su gracia
previene y ayuda. María da su plena adhesión a la Palabra del Dios viviente. Durante 32
toda su vida, y hasta la última prueba 28, cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no
vaciló. María no cesó de creer en el cumplimiento de la Palabra de Dios 29.
C. La Biblia contiene la Palabra de Dios escrita por hombres 30
Para comunicarse con los hombres, Dios podría haber hablado de un modo
directo, sin necesidad de intermediarios. Por ejemplo, podría haber hecho resonar su voz
en las cavidades profundas de la tierra; podría hacer oír su voz como alguien que habla
sin dejarse ver; podría incluso hacer mover el aire para que éste emitiera unos sonidos
significativos.
Sin embargo, tal y como ocurrió en la encarnación de Jesucristo, en la que Dios
se hizo realmente hombre, de igual modo ha querido hablar con un lenguaje
auténticamente humano. No podría ser de otro modo. Si Dios quiere hablar a los
hombres tiene que expresarse con el lenguaje propio de los hombres.
La fe cristiana profesa que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre. De
igual modo, la Palabra de Dios, contenida en la Biblia, es verdadera palabra divina y
verdadera palabra humana.
Dios ha querido hablarnos en palabras realmente humanas y dichas por hombres
y mujeres de la historia real del mundo. Al principio fue en hebreo y en griego, pero, en
seguida, y mediante la traducción de estas lenguas originales, Dios habló a los hombres
en latín, siriaco, copto, etc.; en la actualidad sigue hablando a los contemporáneos en
todas las lenguas vivas. Y Dios habló en el pasado mediante hombres y mujeres
concretos: Isaías, Jeremías, Pablo... En las palabras de estos autores me está hablando
Dios 31.
¿Cómo es posible esto? Habla Isaías con toda su fuerza, y está hablando Dios;
habla Jeremías con gran pasión, y está hablando Dios; habla Pablo con todo su
entusiasmo, y me está hablando Dios. Algo misterioso tiene que ocurrir en Pablo,
Jeremías e Isaías para que, hablando ellos, hable por ellos Dios. Efectivamente, se

25
Hb 11, 8-11.
26
Rom 4, 11.18; Gn 15, 15.
27
Lc 1, 38.
28
Cf. Lc 2, 35.
29
Cf. CEC 148-149.
30
Cf. CEC 101-108.
31
«En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban
todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores,
pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería» (DV 11).
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

realiza una acción misteriosa que encontramos expresada en la segunda carta de Pedro:
«hombres como eran, hablaron de parte de Dios movidos por el Espíritu Santo» 32.
A esta acción del Espíritu la llamarnos «inspiración», y es acción del Espíritu en
orden a la palabra, a la comunicación que Dios quiere establecer con los seres humanos.
Por eso decimos que «Dios es autor de la Escritura» 33. Y con esta expresión no
queremos decir que fuese el mismo Dios quién con su «puño y letra» escribiera los
textos sagrados, sino que eligió a una serie de hombres concretos, en unas
circunstancias históricas concretas, para que comunicasen su voluntad salvífica.
D. Las consecuencias del carácter divino y humano de la Biblia 34
En nuestra profesión de fe afirmamos que, mediante el Espíritu Santo, Dios «ha 33
hablado por los profetas» 35, es decir, mediante hombres concretos y a la manera de los
hombres 36.
La Sagrada Escritura, por ser palabra humana inspirada, contiene la doctrina de
la salvación, posee la verdad y la fuerza de la salvación y exige ser estudiada e
interpretada.
1. La fuerza de la Palabra
La Palabra de Dios es una palabra eficaz, es decir, realiza plenamente lo que
expresa. La Palabra, obrando sobre nosotros y haciéndonos obrar, sirve a la realización
total de los planes de Dios.
En el primer capítulo del Génesis, Dios llama y convoca a la existencia: su
palabra solemne hace existir y las criaturas responden existiendo. La palabra del
Creador está cargada de voluntad y de fuerza creadora. Todo lo que Dios dice se realiza,
nada puede resistirse a la fuerza creadora de la palabra divina. Cuando Dios llama a la
libertad a su pueblo esclavizado en Egipto, su palabra se realiza en liberación efectiva
liderada por Moisés. Habla el profeta a su pueblo en nombre de Dios y su palabra
mueve las voluntades del pueblo y penetra en los acontecimientos históricos.
La palabra de Cristo es también una palabra eficaz. Cuando Cristo enseña lo
hace con autoridad; cuando llama y convoca se produce la vocación y el seguimiento;
cuando habla a los vientos y a las aguas, a la fiebre y a los demonios, su imperativo es
poderoso e irresistible; cuando pronuncia su palabra de perdón se realiza la salvación;
cuando ora al Padre, el Padre lo escucha.
En todos estos ejemplos del Antiguo y del Nuevo Testamento, encontramos
expresada la fuerza salvífica de la Palabra. El profeta Isaías nos presenta esta propiedad
en un bello texto: «Como bajan la lluvia / y la nieve del cielo, /y no vuelven allá, / sino
que empapan la tierra, / la fecundan y la hacen germinar; / para que dé semilla al
sembrador / y pan para comer; / así será mi palabra, / que sale de mi boca: / no volverá a
mí vacía, / sino que hará mi voluntad / y cumplirá mi encargo» 37.
2. La verdad de la Palabra

32
2 Pe 1, 21.
33
DV 16.
34
Cf. CEC 109-119.
35
Credo niceno-constantinopolitano, artículos sobre el Espíritu Santo.
36
CEC 109. Cf. DV 12, 1.
37
Is 55, 10-11.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Los libros sagrados nos enseñan la verdad fundamental acerca de Dios y de los
hombres 38. No se trata de una verdad de carácter científico o exclusivamente histórico.
Cuando hablamos de «verdad» nos estamos refiriendo a aquella verdad más profunda y
más real en la que encontramos el sentido de la historia del mundo y de nuestra propia
historia, es decir, nos estamos refiriendo a la verdad de la salvación 39. Se trata, en
efecto, de aquella verdad que nos ayuda a vivir en la verdad, a vivir en plena comunión
con Dios y con nuestros hermanos.
Se sigue directamente de esta consecuencia que en la Biblia no hay error ni
engaño, porque Dios no puede mentir ni engañarnos. En ella encontramos el testimonio
verdadero de hombres y mujeres que tuvieron una experiencia auténtica del encuentro
salvífico con Dios y con Jesucristo y comprendieron toda la realidad desde esta 34
experiencia fundamental.
La verdad de la Biblia es la verdad del sentido o significado profundo de la
naturaleza y de la historia, el resultado de una lectura creyente que descubre a Dios en
todo cuanto existe y acontece. No hay, por consiguiente, una oposición entre lo que la
Biblia enseña y lo que la ciencia actual nos descubre, porque Biblia y ciencia responden
a preguntas diferentes, aunque complementarias y convergentes. La ciencia nos
descubre «cómo» es la realidad del mundo y de la historia humana. En cambio, la Biblia
responde a las preguntas del «por qué» y «para qué» de esta realidad, es decir, a las
preguntas sobre el significado profundo y la finalidad de cuanto acontece.
3. El estudio y la interpretación de la Palabra 40
Ya hemos dicho más arriba que Dios ha querido hablarnos en palabras realmente
humanas, escritas por hombres que vivieron en un tiempo histórico concreto y en unas
culturas determinadas.
Entre ellos y nosotros, hombres y mujeres de principios del siglo XXI, hay una
gran distancia espacial y temporal. La cultura en la que vivieron y se expresaron los
autores bíblicos ya no es la nuestra. Sus formas de expresión ya no resultan tan
evidentes y claras como lo fueron en su propia época. Para comprender adecuadamente
su testimonio escrito son necesarias dos tareas: el estudio exegético y la interpretación
de los textos bíblicos.
Mediante el estudio exegético buscamos leer y comprender el texto de modo
crítico, competente y con determinados controles; para librarnos de apreciaciones
demasiado subjetivas e inexactas, nacidas de nuestro desconocimiento de las
condiciones en las que el texto fue producido. Con los diversos métodos, avalados por
la investigación rigurosa, adquirimos un conocimiento científico del medio cultural de
los autores sagrados, del uso de los géneros literarios o formas de comunicación
utilizados en aquella época, de las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel
tiempo 41.
Los autores de la Biblia eran creyentes y literatos que escribieron su experiencia
de Dios utilizando los medios propios del arte de la escritura. Conocer su historia y sus

38
«Como todo lo que afirman los autores inspirados lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los
libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos
libros para salvación nuestra» (DV 11).
39
Cf. DV 1-2.
40
Cf. DV 12.
41
CEC 110; CF. DV 12, 2.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

formas de expresión será, por consiguiente, una tarea primordial para entender
correctamente las Escrituras 42.
Mediante la interpretación de los textos, tratamos de «franquear la distancia
entre el tiempo de los autores y los primeros destinatarios de los textos bíblicos, y
nuestra época contemporánea, para poder actualizar correctamente el mensaje de los
textos y nutrir la vida de fe de los cristianos» 43.
La necesidad de una interpretación de la Biblia que responda a los problemas e
inquietudes de los creyentes de hoy día, es una tarea de gran importancia, porque esta
actualización desarrolla en el tiempo el permanente valor de la Palabra revelada 44. Al
mismo tiempo, se trata de una labor que encuentra un fundamento en la Biblia misma y
en la historia de su interpretación. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, 35
encontramos un largo proceso de reinterpretación de los acontecimientos del pasado en
relación con la vida de las comunidades. El pueblo creyente de Israel y la Iglesia
primitiva no recordaba los acontecimientos del pasado por simple información histórica,
sino porque en ellos encontraban las claves necesarias para comprender su momento
histórico como momento de salvación 45.
Esta necesaria interpretación de la Biblia se realiza dentro de la gran Tradición
de toda la Iglesia. La Biblia surgió en el seno de las comunidades creyentes de Israel y
de la Iglesia del siglo I, y ha llegado hasta nosotros gracias a la tradición bimilenaria de
la Iglesia. Sin la Iglesia no habría «una Biblia», ni ésta habría llegado hasta nosotros.
Esto no significa que la Biblia esté al servicio de la tradición eclesial. Más bien, lo
correcto es afirmar lo contrario, es decir, que la Tradición está al servicio de la Palabra
de Dios. Es la Palabra de Dios la que «sirve para enseñar; reprender y educar en la
rectitud» 46. La gran Tradición eclesial es la que garantiza que toda lectura e
interpretación de la Sagrada Escritura estén al servicio de la maduración de la fe y de la
edificación de la Iglesia 47.
E. El canon de las Escrituras 48
La Biblia se presenta como una colección de libros de épocas y autores muy
diversos: desde la redacción de los pasajes más antiguos hasta aquellos más recientes
transcurren unos diez siglos. El nombre «biblia» es de origen griego y significa
«libros». Las iglesias cristianas clasifican los libros de la Biblia en dos grandes
conjuntos: el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. También pueden
denominarse «Antigua Alianza» y «Nueva Alianza».
1. El canon

42
Ver documento la Interpretación de la Biblia en la Iglesia (IBI),capítulo I: Métodos y
acercamientos para la interpretación; especialmente lo que dice en los apartados A (Método histórico-
crítico) y F (Lectura fundamentalista). En la Biblia encontramos metáforas, imágenes y símbolos. Hay
que reconocerlos bien para entender la profundidad de los mensajes de la Biblia. Pero no todo es figurado
en la Biblia. Hay también abundantes datos históricos. Especialmente en el Nuevo Testamento hay datos
históricamente incuestionables. Pero incluso en éstos, lo que realmente cuenta no es tanto el «hecho» en
sí mismo, sino lo que significan para la comprensión y la realización de la salvación, protagonizada por
Dios.
43
IBI, II, A, n. 2.
44
Afirma el profeta Isaías: «La Palabra de Dios permanece para siempre» (40, 8). Jesús,
refiriéndose a su propia palabra, dice: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán» (Mc 13, 31).
45
Cf. IBI, II, A, n. 2.
46
Tim 3, 16.
47
Cf. CEC 111-113.
48
Cf. CEC 120-130; DV, capítulos IV y V.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Entendemos por «canon» el conjunto de los libros del Antiguo y Nuevo


Testamento que son reconocidos por la Iglesia como «libros sagrados e inspirados» y
que, por consiguiente, constituyen la norma fundamental para la fe 49. La Iglesia católica
acepta como canónicos 46 libros en el Antiguo Testamento y 27 libros en el Nuevo
Testamento 50.
La razón para aceptar como canónicos estos libros y no otros hay que buscarla
en la autoridad de Jesús como Señor. Su persona y su doctrina son recibidas en la
Iglesia como la norma definitiva para recibir o no un escrito como canónico. Por la
autoridad de Jesús, bajo la guía de su Espíritu, la Iglesia recibe de la comunidad hebrea
sus escritos santos (el Antiguo Testamento), y configura los escritos de la Nueva
Alianza (el Nuevo Testamento). Unos y otros, Antiguo y Nuevo Testamento, forman 36
una única Sagrada Escritura, recibida en la Iglesia por tradición apostólica bajo la
acción del único Espíritu de Jesús.
Así pues, la Iglesia no crea el canon de las Escrituras. No es ella la que
determina qué libro es canónico y cuál no. Ella recibe y acoge los escritos que el
Espíritu de Jesús le determina acoger y recibir.
2. El Antiguo y el Nuevo Testamento
Los libros del Antiguo Testamento tratan de las relaciones entre Dios y el pueblo
de Israel. Es a este pueblo al que Dios se da a conocer en primer lugar, salvándolo de la
esclavitud, uniéndose a él por una alianza en el monte Sinaí, revelándole su voluntad,
dándole la Tierra Prometida y acompañándolo generación tras generación a lo largo de
su historia.
A través de esta historia larga y difícil, el pueblo de Israel esperó que Dios le
enviase un Salvador, el Mesías. En el comienzo de nuestra era, muchos judíos
reconocieron a Jesús de Nazaret como el Mesías esperado y también reconocieron que,
por la vida, la muerte y la resurrección de Jesús, Dios había extendido su alianza a toda
la humanidad. Esta es la razón por la que todos los testimonios escritos referentes a
Jesús, el Cristo o Mesías, ya la primitiva comunidad cristiana fue reagrupando bajo el
título de «Nuevo Testamento» o «Nueva Alianza».
Existe todavía una idea errónea acerca del carácter del Antiguo Testamento. Se
considera que el Antiguo Testamento ha sido superado por el Nuevo, y se contrapone al
Dios «castigador y cruel» del Antiguo Testamento, el Dios «del amor y la misericordia»
del Nuevo.
Olvidamos que el Dios del Antiguo testamento, Yahvé, es el mismo Dios a quién
Jesucristo llama «Padre»; que el Antiguo Testamento fue la «Biblia» utilizada por Jesús
y la Iglesia primitiva; que Jesús solamente puede ser entendido y comprendido a la luz
del Antiguo Testamento. Pero sobre todo no percibimos que el Dios del Antiguo
Testamento es también el Dios del amor y de la misericordia 51.

49
Cf. CEC 120; DV 8, 3.
50
Para conocer sus títulos y distribución, puede consultarse el índice general de cualquier Biblia
católica autorizada.
51
Así lo leemos en Ex 34, 6-7: «El Señor pasó ante él (Moisés) proclamando: el Señor, el Señor,
el Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la
milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados...». Ver también el capítulo 2 del profeta
Oseas.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

El Antiguo Testamento es una parte fundamental de la Sagrada Escritura de la


que no se puede prescindir 52. Aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros, los
libros del Antiguo Testamento dan testimonio de la intervención paciente de Dios en la
larga y dilatada historia del pueblo de Israel y ayudan a comprender mejor la definitiva
intervención de Dios en la vida y obra de Jesucristo y de su Iglesia 53.
Esta dilatada y paciente Palabra de Dios en el Antiguo Testamento «encuentra y
despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento» 54.En él encontramos
la verdad definitiva sobre Dios y su relación con los hombres. El sujeto central es
Jesucristo, el Hijo de Dios, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su resurrección, así
como los comienzos de la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo 55.
El centro del Nuevo Testamento y del Antiguo Testamento es el Evangelio, los 37
cuatro Evangelios, porque en ellos encontramos explícitamente la obra y la enseñanza
de la gran Palabra de Dios que es Jesucristo 56. Todo lo que Dios ha querido comunicar a
los hombres se encuentra condensado en la persona de Jesús de Nazaret.
Los cristianos leemos, por consiguiente, el Antiguo Testamento y el resto de las
obras del Nuevo Testamento desde el contenido fundamental de la proclamación
evangélica: Jesucristo, el Hijo de Dios, por su muerte y resurrección, ha salvado a toda
la humanidad 57.
F. Naturaleza, interpretación y sentidos de la Sagrada Escritura
1. Naturaleza de la Sagrada Escritura
La Biblia es el conjunto de libros que contiene la Palabra de Dios, expresada en
palabras humanas y en hechos. En ella descubrimos que Dios sale al encuentro de los
hombres para nuestra salvación.
Hay que distinguir entre, la Tradición que es la transmisión oral del mensaje de
Jesús a través de lo que predicaron los Apóstoles sobre lo que habían aprendido de las
obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó, y la Sagrada Escritura
que es la transmisión por escrito de lo que los mismos Apóstoles y varones apostólicos
escribieron sobre el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo. La Biblia
se divide en:
- Antiguo Testamento (AT)
Prepara la venida de Cristo. Contiene 46 libros divididos en cuatro grandes
temas: 1. El Pentateuco, Toráh o Ley, que trata de la creación del mundo y de los
orígenes y primeras vicisitudes del pueblo elegido por Dios. 2. Los libros históricos, que
narran los acontecimientos del pueblo de Israel. 3. Los libros sapienciales, que enseñan
el camino para cumplir la voluntad de Dios. 4. Los libros poéticos, que expresan la
revelación de Dios al pueblo de Israel por medio de los profetas.
- Nuevo Testamento (NT)

52
CEC 121.
53
Dice el Concilio Vaticano II: «Contienen (los libros del Antiguo Testamento) enseñanzas
sublimes sobre Dios y una sabiduría salvadora acerca del hombre, encierran tesoros de oración y
esconden el misterio de nuestra salvación” (DV 15).
54
DV 19.
55
CEC 124; cf. DV 20.
56
CEC 125; cf. DV 18.
57
Cf. CEC 128-130; DV 16. 18.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Ofrece la salvación realizada por Jesucristo. Contiene 27 libros agrupados en


tres bloques: 1. Libros históricos que comprenden los cuatro Evangelios y los Hechos
de los Apóstoles. 2. Libros sapienciales, que comprende las cartas de san Pablo y la de
los Hebreos, más las cartas católicas escritas para todas las comunidades cristianas. 3.
Libro profético, el Apocalipsis de san Juan.
Es importante para el cristiano saber localizar y citar textos bíblicos, así como
conocer y saber interpretar bien la Sagrada Escritura, ya que constituye el sustento y
vigor de la Iglesia, firmeza de fe, alimento del alma y, una fuente limpia y perenne de
vida espiritual. Esto es porque la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se
consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo. La inspiración divina
consiste en la acción de Dios sobre los autores humanos de los libros sagrados para que 38
escriban todo y solo lo que Dios ha querido que escriban. Al escritor sagrado se le llama
hagiógrafo y está bajo la acción divina, por lo que se puede decir que Dios es el autor de
la Sagrada Escritura, que Dios inspira a los autores humanos de los libros sagrados y
que los libros sagrados inspirados enseñan la verdad revelada. En la Sagrada Escritura,
todo es de Dios y todo es del hombre.
2. Interpretación de la Sagrada Escritura
Tipos de interpretaciones de la Sagrada Escritura: 1. Interpretación histórico-
literaria: análisis de los textos a partir del estudio de los géneros literarios y de la
cultura de la época; 2. Interpretación teológica: investigación y estudio de las verdades
que Dios ha querido revelar por medio de los autores sagrados para la salvación de los
hombres. Interpretar con el mismo Espíritu que fue escrita; 3. Interpretación auténtica:
llevada a cabo por la Iglesia.
Para una adecuada interpretación hay que tener en cuenta algunos conceptos y
planteamientos habituales: 1. Exégesis: busca el significado salvífico de los textos; 2.
Hermenéutica: interpretar, traducir, lo que el mismo texto nos dice hoy a nosotros en un
contexto distinto y en un lenguaje comprensible al hombre moderno; 3. La
condescendencia de Dios: el modo humano de expresarse Dios con los hombres. La
expresión más grandiosa de condescendencia de Dios se da en la Encarnación del
Verbo.
Los fundamentales errores de interpretación son: 1. El racionalismo que se
queda preso solo en las palabras y rechaza todo lo sobrenatural (análisis histórico-
crítico); 2. El fundamentalismo movido por un falso afán de fidelidad a la Palabra de
Dios, dando al texto un valor absoluto -literalista- ajeno a su sentido histórico. Para
evitar esto hay que conocer la palabra de Dios a través de la fe.
Si nos detenemos en el análisis de los textos bíblicos descubrimos tres planos: 1.
Plano histórico-literario. Estudia lo que los autores y redactores han querido expresar
en los textos literarios a partir del análisis histórico-crítico (las fuentes, la lengua, las
tradiciones de la época, los géneros literarios, la coherencia interna de los textos y las
modificaciones que los textos sufrieron) y el estudio de los géneros literarios (histórico,
profético, poético, sapiencial, evangélico, epistolar); 2. Plano teológico. Estudio del
significado salvífico del texto prestando atención al contenido y a la unidad de toda la
Escritura, a leer la Escritura en la Tradición viva de toda la Iglesia y en la analogía de la
fe; 3. Plano actualizante. Interpretación de la Escritura como Palabra de Dios que
interpela al lector de hoy. Traducir el lenguaje de la Escritura al nuestro y a los afanes y
problemas actuales.
3. Sentidos de la Escritura
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Se distinguen tres sentidos principales: 1. Sentido literal. Es el sentido preciso de


los textos tal y como han sido expresado directamente por los autores humanos
inspirados y descubierto por la exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación.
No hay que confundirlo con la interpretación literalista de los fundamentalistas; 2.
Sentido espiritual. Es el sentido que se deduce cuando un texto se lee desde el misterio
pascual de Cristo y de la vida nueva que proviene de él. Puede tener varias expresiones:
a) Sentido alegórico, expresa una comprensión más profunda de los acontecimientos
reconociendo su significado en Cristo. b) Sentido moral, descubre que los
acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos a un obrar justo, pues
fueron escritos «para nuestra instrucción». c) Sentido anagógico, no lleva a ver las
realidades y los acontecimientos narrados en la Escritura en su significación eterna; 3.
Sentido pleno. Es el sentido profundo del texto, querido por Dios, pero no claramente 39
expresado por el autor humano.
G. Origen y formación del Antiguo Testamento
1. El Antiguo testamento
El Antiguo Testamento es aquella parte de la Sagrada Escritura que nos trasmite
la revelación de Dios al pueblo de Israel y la Antigua Alianza. El catecismo enseña que
el Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede
prescindir. Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como verdadera Palabra de
Dios. La enseñanza de Jesús y luego, la de los Apóstoles y de los Padre de la Iglesia
ponen de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el
misterio de Cristo
2. La memoria de un pueblo
- La memoria del pueblo de Israel
En Israel, las narraciones de los acontecimientos históricos, las leyes y
preceptos, los cantos y poemas, las sentencias y los proverbios han sido transmitidos
oralmente. Se trata de una historia que manifiesta las asombrosas intervenciones de
Dios a favor de los hombres, lo que llamamos revelación divina. La memoria de un
pueblo es su historia. La memoria del pueblo de Israel tiene su base en la transmisión
oral. La transmisión oral se apoyaba en la memoria; el arte de aprender y de retener
cualquier asunto en la memoria formaba una sola cosa con el arte de componer. De ahí
que el estilo oral tuviese un influjo directo sobre el estilo literario del texto escrito.
- Marco histórico del Antiguo Testamento.
La revelación de Dios al pueblo de Israel se fue realizando en diversas épocas
históricas; estas épocas responden también a la puesta por escrito de los libros que dan
testimonio de esa revelación. El conocimiento de las líneas fundamentales de la historia
antigua de Israel facilita la comprensión de la revelación. El acontecimiento importante
que pone el acento en la primacía de la Ley y ayuda a discernir cuáles era los libros
sagrados: Después del regreso de la tierra prometida; un día de otoño, en la época de las
cosechas Esdras vino a proclamar el libro de la Ley de Moisés; la lectura y explicación
del libro entusiasmó. La consolidación de la fiesta de las Tiendas pone el acento en la
primacía de la Ley y ayuda a discernir cuáles eran los libros sagrados. El marco
religioso de esta fiesta es: el sufrimiento del pueblo con el castigo del destierro; la
memoria que hace el pueblo de sus raíces con el arrepentimiento de sus pecados; la
escucha del libro de la Ley de Moisés que el Señor hacia dado a Israel y la liberación o
salvación del pueblo.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

- Marco histórico del Nuevo Testamento


En el Nuevo Testamento se da un proceso similar al del antiguo Israel. Es el
nuevo pueblo de Dios se da el trasvase espontáneo de la palabra hablada a la escritura,
asumiendo esta última la misma autoridad vinculante que la predicación oral. La
primitiva Iglesia tiene conciencia de tener en los Evangelios de Jesús la definitiva
Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento descubrimos unas etapas que constituyen la
clave de la historia de la salvación.
3. Etapa Patriarcal: Siglos XVIII a XVII a.C.
La primera etapa de la historia de Israel está ligada a tres generaciones de
patriarcas arameos: Abraham, Isaac y Jacob. Los patriarcas son propiamente, los 40
primeros personajes históricos de la Biblia. En torno a los santuarios del norte (Siquem
y Betel) y los del sur (Hebrón y Berseba) se rememoran las antiguas experiencias de los
padres fundadores del pueblo escogido y se fija el llamado “primer credo de Israel”.
4. Etapa Mosaica: Siglo XIII a.C.
Los libros de Éxodo, Levítico y Números narran las vicisitudes de los
descendientes de Jacob-Israel, que pasan de la esclavitud en Egipto a convertirse
propiamente en el pueblo de Dios. La historia del pueblo escogido puede considerar
como una liberación que apunte a una alianza. En el Decálogo, código moral de este
pacto, Dios se presenta a sí mismo.
- La cena de Pascua
El pueblo de Israel tiene como celebración principal la Cena de Pascua. La
palabra Pascua significa paso, que será la liberación salvadora para los hebreos. Jesús
instituyó el sacramento de la Eucaristía en el contexto de una cena ritual con la que se
conmemoraba el acontecimiento fundamental del pueblo de Israel: la liberación de la
esclavitud de Egipto.
- El Éxodo: paso del Mar Rojo
La salida de Egipto es uno de los jalones más brillantes de la historia del pueblo
hebreo. Esa salida supone la liberación de la esclavitud egipcia y el camino hacia la
tierra prometida.
- La Alianza en el Sinaí
En camino hacia la tierra prometida, el pueblo hebreo realiza una alianza con
Dios en el monte Sinaí por medio de Moisés. Esta alianza tiene dos grandes
significados. En primer lugar, el pueblo hebreo es elegido por Dios para guardar y
transmitir la revelación divina. Al mismo tiempo, el pueblo se compromete a vivir lo
que recibe de Dios: que Él mismo es el único Dios verdadero y que ofrece al pueblo un
código de conducta, los Diez Mandamientos.
5. Los Jueces: Siglos XII y XI a.C.
Tras la muerte de Josué comienza la época de los Jueces, personajes rudos en los
que encontramos las debilidades humanas y la grandeza de Dios, escogidos por Dios y
dotados de un particular carisma. El libro de los Jueces muestra que Dios castiga a Israel
cada vez que se muestra infiel, acepta su conversión y le renueva su amor. Todo el libro
es una llamada a mantener la fidelidad a la Alianza y un canto de liberación. La
redacción definitiva del libro parece que tuvo lugar durante el destierro de Babilonia y
se debe a la escuela deuteronomista.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

6. Los Reyes: David y Salomón: 1030-931 a.C.


Esta etapa se caracteriza por la transformación social de un régimen de liderazgo
ocasional en las tribus de la consolidación de un estado organizado como monarquía
hereditaria.
Samuel comienza a profetizar en el santuario de Silo, durante el reinado de
David, contribuye a la fusión de las diversas tribus en un único pueblo. Saúl es el primer
rey de Israel. Alcanza algunas victorias sobre los amonitas y los filisteos. Fue derrotado
en Gelboé, donde murió. David fue rey en Jerusalén y consolidó una monarquía unida.
Escribió algunos salmos. Salomón fue un gran rey de Israel que pronunció al reino paz
y riqueza. Destacan su sabiduría y la construcción del Templo de Jerusalén. En su época
se escribieron crónicas reales que serían incorporadas a los libros de los Reyes. 41
7. Los Profetas: 870-722 a.C.
Los profetas son hombre elegidos por Dios para hablar en su nombre. En el
Reino del Norte sobresalen los profetas Elías y Eliseo. En el sur destaca Isaías, el gran
profeta mesiánico y Miqueas. Los profetas predican incansablemente la fidelidad a la
Alianza del Sinaí. Se considera que el contenido de los libros proféticos está orientado
directamente a anunciar a Jesucristo.
8. El destierro: 597-538 a.C.
Los historiadores llaman a esta época hebraísmo; a ella le sigue la que llaman
judaísmo. El libro del Deuteronomio se sitúa en la confluencia de tres grandes
corrientes: la tradición mosaica, el profetismo y la sabiduría. El libro sobrepasa los
límites históricos de la época de su composición. Los investigadores opinan que es
ahora cuando cristaliza lo que llamamos comúnmente la historia sagrada. Los redactores
de la tradición deuteronomista entendieron la continuidad que existía entre Israel del
desierto y el reino de Judá. De este modo se compusieron los libros denominados con
tanta exactitud profetas anteriores, que además del libro del Deuteronomio, comprende
Josué, Jueces los dos de Samuel y los dos de Reyes. Los cincuenta años de destierro van
a ser la época dorada del libro escrito. En esas circunstancias históricas se redactan los
libros de Ezequiel y posiblemente el llamado Segundo Isaías.
9. El judaísmo: 538-167 a.C.
Se llama Judaísmo a la etapa que va desde la vuelta del destierro hasta la
dominación romana. Fue preparada por la dura experiencia del destierro y dirigida por
creyentes providenciales como Esdras y Nehemías. La renovación recoge tradiciones
antiguas y las presenta como palabras del Señor dirigidas a Moisés. La renovación del
Judaísmo tendrá su cumplimiento en Jesucristo, ya que abre la salvación a todas las
gentes y trae un culto nuevo fundado en los sacramentos y pide una vida ejemplar cuyas
obras den gloria a Dios.
10. Formación del Pentateuco
Tiene una forma unitaria la opinión predominante sobre las tradiciones con las
que se formó el Pentateuco, la Toráh o la Ley de los judíos. Los cinco primeros libros
de la Biblia (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) fueron considerados
como una unidad en la tradición judía y designados como la Toráh, la Ley
Fundamental.
Sobre la formación del Pentateuco han surgido numerosas hipótesis sin que haya
alcanzado unanimidad en los expertos. Suele hablarse de cinco grandes tradiciones:
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

tradiciones orales sobre los orígenes; la Yahvista; la Elohísta; la Deuteronomista y la


Sacerdotal.
11. Etapa Helenista: 333-164 a.C.
Época Helenista se le llama al tiempo comprendido entre la muerte de Alejandro
Magno y la dominación romana de Medio Oriente. Se caracteriza por la difusión de la
cultura griega en los pueblos del Mediterráneo oriental y del Oriente Medio. La cultura
griega invadió Palestina y produjo cambios notables, fruto de la helenización es la
construcción cerca del Templo de Jerusalén de un gimnasio. A finales del siglo III tiene
lugar el inicio de la traducción de la Biblia al griego, conocida como la versión de los
Setenta. La helenización también se difundió en Palestina, lo que llevó a algunos a
diluir la fe religiosa. 42
12. Los Macabeos. Independencia: 167-63 a.C.
Es un periodo de dominación griega en la que se encuadra la gran obra del
Cronista. Se redactan los dos libros de Las Crónicas, los libros de Esdras y de Nehemías
y se dan los últimos toques al libro de los Salmos.
13. Dominación romana: 63 a.C.
En los últimos siglos se produce un notable avance en la revelación. La doctrina
de la retribución se enriquece con la idea de que tendrá lugar no solo en esta vida, sino
en la vida eterna. También adquiere luces nuevas la teología de la creación. El pueblo
hebreo guardó memoria de las gestas de sus antepasados. Con el correr de los tiempos,
estos recuerdos sirvieron para actualizar la fe en Dios, iluminar las nuevas situaciones y
reafirmar la fidelidad a la Alianza del Sinaí. Los libros históricos tienen mucha
importancia, pues relatan una etapa fundamental en la preparación de la venida de
Cristo por medio del pueblo de Israel.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

TEMA 3: LA ALIANZA DE DIOS CON SU PUEBLO: DIOS SALE AL


ENCUENTRO. EL DON DE LA LLAMADA Y LA RESPUESTA DEL HOMBRE
Dios quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados
por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos. Al revelarse a sí mismo,
Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más
allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas.
El designio divino de la revelación se realiza a la vez «mediante acciones y
palabras», íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente (cf. DV 2). Este
designio comporta una «pedagogía divina» particular: Dios se comunica gradualmente
al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí
mismo y que culminará en la persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo. 43
I. LAS ETAPAS DE LA REVELACIÓN
A. Desde el origen, Dios se da a conocer
«Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres
testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la
salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros padres ya desde
el principio» (DV 3). Los invitó a una comunión íntima con Él revistiéndolos de una
gracia y de una justicia resplandecientes.
Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres.
Dios, en efecto, «después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación con la
promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida
eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras»
(DV 3).
B. La alianza con Noé
Una vez rota la unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el
comienzo salvar a la humanidad a través de una serie de etapas. La alianza con Noé
después del diluvio expresa el principio de la Economía divina con las «naciones», es
decir, con los hombres agrupados «según sus países, cada uno según su lengua, y según
sus clanes».
Este orden a la vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de las naciones,
confiado por la providencia divina a la custodia de los ángeles, está destinado a limitar
el orgullo de una humanidad caída que, unánime en su perversidad, quisiera hacer por sí
misma su unidad a la manera de Babel. Pero, a causa del pecado, el politeísmo, así
como la idolatría de la nación y de su jefe son una amenaza constante de vuelta al
paganismo para esta economía aún no definitiva.
La alianza con Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones,
hasta la proclamación universal del Evangelio. La Biblia venera algunas grandes figuras
de las «naciones», como «Abel el justo», el rey-sacerdote Melquisedec, figura de Cristo,
o los justos «Noé, Daniel y Job». De esta manera, la Escritura expresa qué altura de
santidad pueden alcanzar los que viven según la alianza de Noé en la espera de que
Cristo «reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos».
C. Dios elige a Abraham
Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abram llamándolo «fuera de
su tierra, de su patria y de su casa», para hacer de él «Abraham»; es decir, «el padre de
una multitud de naciones»: «En ti serán benditas todas las naciones de la tierra».
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hacha a los


patriarcas, el pueblo de la elección, llamado a preparar la reunión un día de todos los
hijos de Dios en la unidad de la Iglesia; ese pueblo será la raíz en la que serán injertados
los paganos hechos creyentes. Los patriarcas, los profetas y otros personajes del AT han
sido y serán siempre veneradas como santos en todas las tradiciones litúrgicas de la
Iglesia.
D. Dios forma a su pueblo Israel
Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo
salvándolo de la esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por
medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo
y verdadero, Padre providente y juez justo, y para que esperase al Salvador prometido 44
(cf. DV 3). Israel es el pueblo sacerdotal de Dios, el que «lleva el Nombre del Señor».
Es el pueblo de aquellos «a quienes Dios habló primero», el pueblo de los «hermanos
mayores» en la fe de Abraham.
Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la
espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres, y que será grabada
en los corazones. Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la
purificación de todas sus infidelidades, una salvación que incluirá a todas las naciones.
Serán sobre todo los pobres y los humildes del Señor quienes mantendrán esta
esperanza. Las mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit
y Ester conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más
pura es María.
E. Cristo Jesús, mediador y plenitud de toda la Revelación 58
1. Dios ha dicho todo en su Verbo
«De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a
nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por
su hijo» (Hb 1, 1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta
e insuperable del Padre. En Él lo dice todo; no habrá otra palabra más que ésta.
2. No habrá otra revelación
«La economía cristiana, por ser alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay
que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor
Jesucristo» (DV 4). Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está
completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente
todo su contenido en el transcurso de los siglos.
A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas «privadas», algunas de
las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Éstas, sin embargo, no
pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de «mejorar» o «completar» la
Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta
época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus
fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada
auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.
II. TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN POR LA SAGRADA ESCRITURA
Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad», es decir, al conocimiento de Cristo Jesús. Es preciso, pues, que Cristo sea
58
Cf. DV 2.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres y que así la Revelación llegue
hasta los confines del mundo: «Dios quiso que lo que había revelado para salvación de
todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las
edades» (DV 7).
A. La Tradición Apostólica
«Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los apóstoles predicar
a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma
de conducta comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los
profetas, que Él mismo cumplió y promulgó con su voz» (DV 7).
1. La predicación apostólica 45
La transmisión del Evangelio, según del mandato del Señor, se hizo de dos
maneras: 1. Oralmente: «los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus
instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras
de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó»; 2. Por escrito: «los mismos apóstoles y
otros de su inspiración pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el
Espíritu Santo» (DV 7).
2. Continuada en la sucesión apostólica
«Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los
apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, “dejándoles su cargo en el
ministerio”» (DV 7). En efecto, «la predicación apostólica, expresada de un modo
especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin
de los tiempos» (DV 8).
Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo es llamada la
Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella.
Por ella, «la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las
edades lo que es y lo que cree» (DV 8). «Las palabras de los Santos Padres atestiguan la
presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de
la Iglesia que cree y ora» (DV 8).
Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el
Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: Dios, que habló en otros tiempos,
sigue conversando siempre con la esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por
quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va
introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la
palabra de Cristo.
B. La relación entre la Tradición y la Sagrada Escritura
1. Una fuente común
La Tradición y la Sagrada Escritura «están íntimamente unidas y compenetradas.
Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un
mismo fin» (DV 9). Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de
Cristo que ha prometido estar con los suyos para siempre hasta el fin del mundo.
2. Dos modos distintos de transmisión
La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del
Espíritu Santo. La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el
Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos,
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan


fielmente en su predicación.
De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la
interpretación de la Revelación «no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de
todo lo revelado. Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción»
(DV 9).
C. La interpretación del depósito de la fe
1. El depósito de la fe confiado a la totalidad de la Iglesia
«El depósito sagrado» de la fe (depositum fidei), contenido en la Sagrada
Tradición y en la Sagrada Escritura fue confiado por los apóstoles al conjunto de la 46
Iglesia. «Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores,
persevera siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la Eucaristía y la oración, y
así se realiza una maravillosa concordia de pastores y fieles en conservar, practicar y
profesar la fe recibida» (DV 10).
2. El Magisterio de la Iglesia
«El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido
encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de
Jesucristo» (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el
obispo de Roma.
«El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para
enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del
Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y
de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para
ser creído» (DV 10).
Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus apóstoles: «El que a vosotros
escucha a mí me escucha», reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus
pastores les dan de diferentes formas.
3. Los dogmas de la fe
El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo
cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo
cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina
o verdades que tienen con ellas un vínculo necesario.
Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los
dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De modo
inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos
para acoger la luz de los dogmas de la fe.
Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el
conjunto de la Revelación del Misterio de Cristo. «Existe un orden o “jerarquía” de las
verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento
de la fe cristiana» (UR 11).
4. El sentido sobrenatural de la fe
Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad
revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye y los conduce a la
verdad completa.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

«La totalidad de los fieles... no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta


propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo:
cuando “desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos” muestran estar
totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y moral» (LG 12).
«El Espíritu de la verdad suscita y sostiene este sentido de la fe. Con él, el
Pueblo de Dios, bajo la dirección del Magisterio... se adhiere indefectiblemente a la fe
transmitida a los santos de una vez para siempre, la profundiza con un juicio recto y la
aplica cada día más plenamente en la vida» (LG 12).
5. El crecimiento en la inteligencia de la fe
Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades 47
como de las palabras del depósito de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia: 1.
«Cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón» (DV 8); es en
particular la investigación teológica quien debe «profundizar en el conocimiento de la
verdad revelada» (DV 23; 24); 2. Cuando los fieles «comprenden internamente los
misterios que viven» (DV 8); «Cuando las proclaman los obispos, que con la sucesión
apostólica reciben un carisma de la verdad» (DV 8).
«La Tradición, la Escritura y la Magisterio de la Iglesia según el plan prudente
de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los
tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen
eficazmente a la salvación de las almas» (DV 10).
III. LA FE CRISTIANA
Por su revelación, «Dios invisible habla a los hombres como amigo, movido por
su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en
su compañía» (DV 2). La respuesta adecuada a esta invitación es la fe.
Por la fe, el hombre somete su inteligencia y su voluntad a Dios. El hombre da
su asentimiento a Dios que revela. La Sagrada Escritura llama obediencia de la fe a esta
respuesta del hombre a Dios.
A. La obediencia de la fe
Obedecer en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su
verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma.
1. Abraham, «el padre de todos los creyentes»
La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste
particularmente en la fe de Abraham: «Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar
que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba» (Hb 11, 8).
El Antiguo Testamento es rico en testimonios acerca de esta fe. La carta a los
Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar de los antiguos, por la cual fueron
alabados. Sin embargo, Dios tenía ya dispuesto algo mejor: la gracia de creer en su Hijo
Jesús, el que inicia y consuma la fe.
2. María: «Dichosa la que ha creído»
La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la
fe, acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que nada es
imposible para Dios y dando su asentimiento.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Durante toda su vida, y hasta la última prueba en la cruz, su fe no vaciló. María


no cesó de creer en el cumplimiento de la palabra de Dios. por todo ello, la Iglesia
venera en ella la realización más pura de la fe.
3. Creer sólo en Dios
«Yo sé en quien tengo puesta mi fe» (2 Tim 1, 12). La fe es ante todo una
adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el
asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a
Dios y asentimiento a la verdad revelada, la fe cristiana difiere de la fe en una persona
humana.
4. Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios 48
Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha
enviado, «su Hijo amado», en quien ha puesto toda su complacencia. Podemos creer en
Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne.
5. Creer en el Espíritu Santo
No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu
Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque «nadie puede decir: “Jesús es
Señor” sino bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Cor 12, 3).
B. Las características de la fe
1. La fe es una gracia
La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por El. «Para dar esta
respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con
el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los
ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad» (DV 5).
2. La fe es un acto humano
Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo.
Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni
a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a
las verdades por El reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra
propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus
intenciones, y prestar confianza a sus promesas, para entrar así en comunión mutua.
3. La fe y la inteligencia
El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan
como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural, creemos a causa de la
autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos. Sin
embargo, para que nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los
auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su
revelación.
La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la
Palabra de Dios, que no puede mentir. La fe trata de comprender: es inherente a la fe
que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender
mejor lo que ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe
mayor. La gracia de la fe abre los ajos del corazón para una inteligencia viva de los
contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los
misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Fe y ciencia: la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de


un modo realmente científico y según las normas morales, nunca estará realmente en
oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe tienen su
origen en el mismo Dios.
4. La libertad de la fe
Cristo invitó a la fe y a la conversión, El no forzó jamás a nadie, dio testimonio
de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían, pues el
reino crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él.
5. La necesidad de la fe
Creer en Cristo y en Aquel que lo envió para salvarnos es necesario para obtener 49
esa salvación.
6. La perseverancia en la fe
La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre, este don inestimable podemos
perderlo. Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la
Palabra de Dios, debemos pedir al Señor que la aumente y debe estar enraizada con la fe
de la Iglesia.
7. La fe, comienzo de la vida eterna
La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de
nuestro caminar, es un gusto anticipado del conocimiento que nos hará bienaventurados
en la vida futura.
C. La historicidad de la fe
1. La historia, nuestro mayor problema
Hoy todo se entiende desde una perspectiva histórica, acentuando el cambio y la
transformación. Esto también afecta a la Iglesia y a su comprensión de la fe. Haciendo un
poco de historia vemos como la Iglesia y sus profesiones de fe habían tomado forma en la
antigüedad. El pensamiento antiguo parte de un cosmos con leyes eternas. Se daba también
movimiento y cambio; pero eran considerados fenómenos accidentales de un fundamento
último. El fenómeno de la historia y del cambio no fue nunca un problema formulado. La
historia era un fenómeno dentro del marco de un orden comprensivo. Por el contrario, para
el pensamiento moderno la historia ha dejado de ser un momento dentro de un orden; más
bien, cada orden es un momento dentro de una historia que lo vuelve a relativizar. La
realidad no tiene una historia, sino que es historia en lo más profundo.
El viraje hacia el pensamiento histórico es preparado por el humanismo. En el
terreno del pensamiento y del arte esta revolución acontece de mano del romanticismo e
idealismo alemán. Para Hegel lo verdadero es la totalidad.
El hombre no vive en una historia externa a él; la historia es la dimensión interna y
la constitución del hombre; el hombre es el ser en camino entre ser y devenir, pasado y
futuro. El hombre está en juego en las decisiones decisivas de su vida. Recurriendo a Marx
se dice que el hombre debe transformar históricamente el mundo por su trabajo, la técnica
y la civilización, para hacer un mundo más humano. El mundo no está listo ni acabado,
sino que se halla en un proceso en el que el hombre transforma el mundo, y esto determina
al hombre. No es un orden natural, sino histórico. La historia es tal una vez que la tradición
histórica dejase de ser vivida como una realidad evidente. La llegada de la conciencia
histórica presupone el giro moderno hacia el sujeto, lo que conlleva la relativización de los
argumentos existentes hasta entonces a favor de la autoridad y a su vez pone en tela de
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

juicio la validez la validez absoluta de los documentos sagrados. De este modo se


posibilitaba una relación nueva con la historia y una confrontación crítica con la tradición.
La comprobación de la inautenticidad de la donación constantiniana por Laurentius Valla,
la edición de los Fragmente des Wolffenbüttelschen Ungenannten por Lessin, discutiendo
la resurrección de Cristo, las cuestiones exegéticas e histórico-dogmáticas planteadas por
Simon, Semler y Strauss son buena muestra de este importante giro. La escuela católica de
Tubinga del siglo pasado afrontó estas cuestiones inaugurando una nueva forma de
teología.
La historia de la religión y la exégesis ha puesto de relieve la condicionabilidad
histórica del mensaje bíblico, su dependencia de otras religiones, de los géneros literarios,
de las formas de pensar y representar de su tiempo, su desarrollo histórico. La sociología y 50
la historia nos hacen ver que muchas formas y momentos estructurales de la Iglesia están
condicionadas por su tiempo, lo que hace que sus correspondientes doctrinas sean
sospechosas por ser meras superestructuras de un determinado status histórico y
sociológico. Lo más notable es el cambio en la teología moral.
El problema de la historicidad es universal y concierne al pensamiento moderno y a
la fe como totalidad. Pone en cuestión la pretensión de absolutez del cristianismo. Por esto
nos preguntamos; ¿cómo hemos de juzgar teológicamente este pensamiento radicalmente
histórico?
Conclusión: La historia es una sucesión de órdenes, donde cada uno relativiza a su
anterior. La realidad es historia y ésta es constitutiva del hombre; en ella se da la
historicidad. La Iglesia está dentro de esta realidad. Para Marx el hombre transforma el
mundo por su trabajo y lo hace más humano; el orden es histórico (y no natural) y el
hombre es el protagonista. En este devenir el hombre relativiza lo anterior, y anterior son
los Documentos Sagrados. Estudios del siglo pasado negaron lo que, en la fe, se daba por
verdadero. La escuela de Tubinga afrontó el reto. Hoy sabemos que la historia condiciona
el mensaje bíblico, lo que también sucede en la Iglesia al elaborar su doctrina.
2. La fe cristiana bajo la ley y la promesa de la historia
Comenzamos con la diferencia entre la revelación del AT y NT y otro tipo de
revelación: la fe cristiana es histórica, mientras que de otras religiones no puede decirse lo
mismo. La auto-exteriorización de Dios en Jesucristo es el fin de un largo diálogo histórico
mantenido por Dios en diversos tiempos y formas (Heb 1, 1). Ni en la naturaleza, ni en las
profundidades, sino en la historia es donde nos encontramos con Dios. Por esto, la
predicación cristiana no tiene que enseñar un fundamento de la realidad, ni al Dios de los
filósofos, sino testimoniar al Dios de Abrahán, Isaac y Jacob. No tiene que defender un
sistema de verdades, sino que debe proclamar las hazañas históricas de Dios y actualizarlas
por la palabra y el sacramento.
Si la fe cristiana es histórica no podemos sustraernos de los problemas que plantee
la historia a base de retirarse a un espacio interior de la fe o de acabar con las cuestiones
históricas declarándolas irrelevantes. Esta huida de la historia se intenta de dos formas: a)
Poniendo la fe de la Iglesia como referencia última, viendo en ella su propia garantía,
donde refugiarse sin cuestionarse nada, aun cuando el no creyente se cuestione todo. b)
Intentar una interpretación existencial de la fe para adquirir posiciones que sean aceptables,
más sin contenidos.
En ningún de los dos casos puede la historia refutar la fe, porque en ambos la
historia no significa nada para la fe, con lo que indirectamente se niega la referencia de la
fe a la Iglesia. Quien abrace estos criterios cae en un nuevo docetismo, haciendo de la
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

encarnación una apariencia y de la fe un mito nuevo. Por esto hay que acentuar el carácter
histórico del cristianismo y decir que Dios ha entrado verdaderamente a tomar parte de
nuestra historia, asumiéndola y redimiéndola. No por esto se niega el derecho relativo y la
intención legítima de la teología existencial.
La fe no es tener por verdaderas una serie de verdades relativas a una serie de
hechos históricos salvíficos. La acción de Dios en la historia no es nunca un hecho
comprobado. Esta acción es oculta para el ojo humano y no puede ser comparado con otros
sucesos históricos. La acción de Dios es sólo captable desde la fe. La salvación de Dios en
la historia sólo puede conocerla quien desde la fe esté dispuesto a salir del mundo de lo
«medible» (aunque la palabra correcta para el hispanoparlante es «mensurable», creo que
este término contiene un significado profundamente filosófico), para entregarse al mundo 51
de la fe. La historia se convierte en salvífica cuando la acción de Dios en la historia es
aceptada y reconocida en la fe del hombre. La historia de la salvación es una historia con el
hombre, esta historia acontece a través del riesgo histórico de la fe. Es una historia que
acontece, aconteciendo.
No nos está permitido acentuar sólo el carácter objetivo de la historia de la
salvación, por importante que sea. Un objetivismo que niegue la historicidad subjetiva de
la fe, sería funesto. Por muy verdad que sea que la fe está relacionada con una historia que
le sobreviene, es igualmente verdad que uno no puede retirarse tras la fe a los hechos que
otorgan una seguridad a la fe. La seguridad de la fe, su certeza, es sólo posible en el medio
del riesgo histórico.
Hemos de mantener dos aspectos en la fe cristiana: la palabra pronunciada
históricamente y la respuesta pronunciada históricamente. Lo cristiano se nos desvela
como diálogo histórico de Dios con los hombres. Este diálogo puede ser perturbado;
palabra y respuesta pueden ir cada una por su lado. La llamada histórica de Dios puede
resonar en el vacío. Esto nos conduce a la diferenciación entre historia universal e historia
salvífica. Esta diferenciación es problemática. Historia del mundo e historia de la salvación
no se pueden separar o distinguir adecuadamente. La historia no se puede dividir en dos
mitades. Toda la realidad se encuentra bajo la llamada y el ofrecimiento de la gracia de
Dios y es historia salvífica. Por esto hay paganos santos y profetas paganos.
Partimos de que, en la historia de Israel, que llegó a su plenitud en Jesús de
Nazaret, la palabra de Dios llegó «infaliblemente» a su meta, fue «puramente» recibida y
rectamente testimoniada, de que aquí el diálogo de Dios con el hombre se ha «logrado» y
de que aquí poseemos un criterio, a partir del cual podemos juzgar toda otra historia.
La historia salvífica no se logra «en una sede». Ella tiene a su vez una historia, en
la cual se llega a sí misma. Hay que tomar la historia salvífica en su totalidad. El punto de
referencia de toda la historia de la salvación es Jesucristo. En él la historia de Dios con los
hombres se ha «logrado» definitivamente. Todos los enunciados de la Escritura han de ser
interpretados con su referencia a Jesucristo y a partir de él. En él ha acontecido algo
definitivo, capaz de dar medida y consistencia a toda otra historia.
Jesucristo significa también que la historia salvífica no ha llegado con él a su fin; la
plenitud de este comienzo está pendiente. Por esto la Iglesia está entre el ya y el todavía
no. Está vinculada al «comienzo en plenitud», referida a la tradición y necesitada de ella.
Pero esta tradición no es fija sino un proceso vivo. La Iglesia se ha de superar
continuamente hacia su propio futuro; vive de la proclamación de su propia
provisionalidad. No tiene la verdad, sino que la ha de buscar continuamente. La
constitución pastoral del concilio Vaticano II Gaudium et spes (GS) ha puesto de relieve
coeficientes temporales incondicionales de la predicación al decir que la Iglesia tiene que
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

dar respuesta con su predicación a las cuestiones de su tiempo, pero reconoce que la Iglesia
no tiene esta respuesta de un modo «fijo y listo», sino que las cuestiones del tiempo exigen
una profundización en el evangelio provocando respuestas nuevas que engloben lo dicho
hasta el momento. Para esta respuesta hay que correr el riesgo del experimento histórico.
La Iglesia es histórica, peregrina, vive en búsqueda, en lucha, es Iglesia de los
santos y los pecadores, y se encuentra bajo la ley de la historia. Tiene que ser introducida
continuamente en la verdad por el Espíritu Santo (Jn 16, 13). Por esto hay historia de las
Iglesias y de la teología, de los dogmas y de la fe. Por esto no se puede decir que la palabra
de la Iglesia es bajo todo respecto la palabra de Dios; la Iglesia está en camino permanente
hacia ello. Tiene que dar la respuesta en la fe, y al hacerlo ha de confesar su culpa, su
rezagarse contra la meta. 52
La historia de Dios con el hombre no es una historia particular junto a otra historia.
Esto supone que la realidad de la creación está determinada históricamente. No hay un
orden metafísico que pudiera separarse de la concreción histórica e histórica-salvífica.
Teológicamente no hay más que una cosa permanente; el hombre es llamado por Dios
históricamente a dar una respuesta. Esta determinación histórica por la palabra y por la
respuesta es su naturaleza que determina su dignidad, y la ha de realizar renovadamente en
la obediencia y en la responsabilidad histórica ante Dios. Por esto el riesgo histórico
pertenece al comportamiento mundano del cristiano. El cristiano tiene siempre que ver con
lo nuevo, ha de correr el riesgo de lo inexperimentado, de lo imprevisible y no tomar una
actitud conservadora o restauradora agarrándose a lo establecido y ya pasado.
La historia e historicidad son categorías fundamentales de la fe cristiana. La fe
cristiana es histórica. Incluso podemos decir que la categoría de la historia fue descubierta
en el ámbito de la fe bíblica. El pensamiento histórico moderno ha surgido influenciado
por la fe cristiana. Por lo que este pensamiento moderno puede ser la nueva posibilidad de
comprender y formular más adecuadamente el mensaje más propio y originario de la fe.
No es sólo una amenaza. Por otra parte, parece que el pensamiento histórico se vuelve hoy
contra la fe cristiana. Es necesario preguntarse por lo permanente en la historia y llegar a
una diferenciación entre historicidad y relativismo.
Para concluir, afirmar que en la fe cristiana la revelación es histórica; ni en la
naturaleza, las profundidades del alma, o en la Filosofía encontramos a Dios, sino en la
historia, por lo que la predicación debe testimoniar a un Dios de vivos, proclamando su
obra en toda la historia. No hay que huir de la historia recluyéndose en lo interior,
escudándose en la fe de la Iglesia, de manera falsamente ciega, o aceptar una fe que sea
«razonablemente aceptable» sin contenidos. Esto es ignorando la historia; Dios ha venido,
asumiendo el riesgo histórico para atraer y redimir al hombre. La fe no es tener por
verdadero una serie de hechos históricos; la acción de Dios no es verificable, pero sí se
puede captar por la fe. La fe es el fruto de la palabra dada y la respuesta histórica; es un
diálogo. Jesús es la palabra meta en la Historia de la Salvación. Esta Historia no ha llegado
a su fin con él; la Iglesia camina hacia esta meta apoyada en la tradición viva, puesto que la
respuesta que da a su tiempo no es fija. La Iglesia, en su historicidad, corre el riesgo del
experimento histórico; sirva por ejemplo la situación actual de persecución a la fe; obliga a
la Iglesia a buscar, a ser fiel a su misión. No se divide la Historia en universal y salvífica,
puesto que todo existente está bajo la llamada de Dios, por lo que hay paganos santos y
profetas paganos.
3. Lo permanentemente cristiano
La cuestión de lo permanente en la historia no es únicamente un problema
teológico, sino también filosófico, partiendo de una reflexión sobre las palabras «historia»
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

e «historicidad». La palabra «historia» está de moda teológica y filosóficamente. Por lo


que a priori nos interesa conocer su significado. La historia se da donde hay libertad. La
historia no es un desarrollo orgánico. La historia no se desarrolla, se encuentra en la
opción. La libertad no es un devenir y perecer, sino que exige la decisibilidad concreta.
Una libertad a lo solterón, que pretende estar «abierto a todo sin atarse a nada» es la no-
libertad; la libertad es la capacidad de hacer lo que más nos realiza (el animal no tiene esta
capacidad de decisión, por lo que no es libre). Por lo que a la libertad está unido la esencia
de la historia; lo definitivo. Quien apelando a la historicidad del hombre oprime o reprime
por principio enunciados y decisiones que tienden a la definitividad, debería pensar
seriamente qué dice.
El hombre no tiene nunca la libertad de un ángel, que puede decidir sobre sí mismo 53
de un modo definitivo de una vez para todas. Nuestra libertad es dispersa, velada y
ambigua. Tiende a la definitividad pero no puede ser nunca completamente objetivada.
¿Por qué esto? ¿Viene dada con la corporeidad del hombre o es expresión de la ruptura del
pecado? Lo único importante es que la libertad remite a una dimensión invisible. Ha de
correr el riesgo de entregarse a un misterio no alcanzable. Esta es la razón interna de que la
libertad humana, según el punto de vista cristiano, haya llegado definitivamente a su meta
en la cruz de Jesucristo. La fidelidad y el amor de Dios revelados de una vez para todas en
la entrega de Jesús son lo permanentemente cristiano en la historia. Lo que en toda la
historia es operante únicamente como tendencia y esperanza, se ha realizado aquí. Aquí ha
acontecido algo definitivo en la historia, por lo cual la resurrección de Jesús y el inicio del
nuevo Eón representan de alguna manera la otra cara de la cruz. Puesto que cruz y
resurrección de Jesucristo como suceso escatológico son el centro de la fe cristiana, la
definitividad escatológica es un rasgo esencial de la fe cristiana. Toda oposición es
revisable y superada. Una Iglesia, que dejase esto merecería que nadie se interesase por su
predicación degenerada en charlatanería.
En la raíz de la historia está la libertad, ésta no es hacer lo que se quiera, sino lo que
más nos haga personas. La historia está unida a lo definitivo. Nuestra libertad está
mediada. La expresión de la libertad cristiana está en Cristo crucificado. Una Iglesia que
deje esto de lado merecería ser despreciada, pues su predicación degenera en charlatanería.
4. ¿Qué quiere decir infalibilidad?
No significa que no esté excluido la falta o el defecto. Los dogmas están sometidos
a la historicidad del lenguaje y son concretamente verdaderos sólo en relación al contexto
que les corresponde. Por esto tienen que ser continuamente reinterpretados y traducidos a
nuevas situaciones. En principio nunca se puede decir la verdad en una frase. De ahí que
una cuestión teológica nunca quede cerrada y decidida de una vez para siempre con un
dogma. Dogmas infalibles no son dogmas inmejorables. No hay que tratar aisladamente,
sino que deben ser interpretados dentro del testimonio total de la Escritura y de la
tradición. No se trata de enunciados o frases infalibles, sino de una «cosa» infalible. La
«cosa» de que se trata es que la verdad de Dios ha venido al mundo con Jesucristo
infaliblemente, y que por la fidelidad de Dios ya no puede ser vencido por la mentira. Este
enunciado central cristológico-escatológico se ha de testimoniar históricamente. No se
trata, pues, de la infalibilidad de afirmaciones muertas y estáticas, sino de la infalibilidad
de instancias vivas históricas. Pueden hablar históricamente y reinterpretar en una nueva
situación históricamente sus antiguos enunciados. La idea en sí válida de alguna manera de
la auto-evidencia del evangelio, de la fuerza y el poder del evangelio para hacerse valer y
escuchar de un modo permanente y renovado ha fallado de las más diversas maneras en la
historia del protestantismo; por otra parte, no tiene en cuenta suficientemente una ley
fundamental del orden salvífico de lo cristiano, según la cual Dios siempre actúa a través
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

de los hombres. El testimonio del evangelio puede ser actualizado históricamente sólo a
través del testimonio del evangelio. Testimonio y testigos se encuentran vinculados
recíprocamente.
La instancia para anunciar concretamente el evangelio con pretensión de
definitividad es la Iglesia como totalidad. Ella es el sujeto verdadero y propio de la
infalibilidad. Sólo secundariamente es el colegio episcopal y su cabeza, el obispo de Roma.
Papas y obispos son portavoces representantes de la fe de la Iglesia. La infalibilidad
magisterial queda vinculada a la infalibilidad de toda la Iglesia, de hecho, todo cambio en
la Iglesia el Señor lo ha suscitado desde «abajo» y la jerarquía (servicio) lo ha acogido.
La infalibilidad de la Iglesia no es una propiedad y menos una obra suya; de lo que
se trata es de la infalibilidad de la fidelidad de Dios en Jesucristo. Ella es lo definitivo en la 54
historia. La fidelidad no se da junto a la historia, sino en la historia. Por esto, la Iglesia es
mantenida permanentemente en la verdad no junto y a pesar de sus enunciados
magisteriales concretos, sino en y a través de ellos. La fidelidad no es algo estático y sin
vida. Sólo se la puede captar esperando y confiando. La postura cristiana no tiene miedo a
la historia, pues sabe que hay una promesa que se ha levantado y erigido en ella.
El dogma está sometido a la historicidad del lenguaje, por lo que hay que verlo en
su contexto. La verdad no puede resumirse en una frase 59. El dogma no es un enunciado
infalible. Lo único infalible es que Dios ha venido por Jesucristo de manera infalible en
una historia concreta. El riesgo de esta falta en la vida de fe lo podemos ver en los
hermanos separados; degenera en la diversidad, aparte de que olvidan que Dios actúa
siempre por los hombres. La Iglesia es lo infalible 60; lo infalible es la fidelidad mostrada
por Dios en Jesucristo. Esto no se da junto a la historia, sino en la historia, por lo que el
cristiano no ha de temer a la historia, puesto que en ella se ha dado una Promesa.

59
Cf. R. CANTALAMESSA, Jesucristo el Santo de Dios (Madrid 1991) 6. El autor ilustra sobre esto;
«El dogma no pretende ser una síntesis, un extracto que encierra en sí toda la riqueza cristiana, reduciéndolo a
una árida fórmula. Si así fuera, el dogma sería peligroso. La Iglesia predica lo que el NT anuncia. Por el
dogma se establece un marco de referencia o “ley fundamental” que toda afirmación debe respetar. Los
dogmas son “estructuras abiertas”, que acogen lo que cada época aporta de nuevo y de genuino en la Palabra,
en torno a la verdad que han querido definir, no encerrar. Están abiertos a desarrollarse desde su propio
interior, siempre que la interpretación de una época no contradiga a la precedente».
60
En este último párrafo no se entiende por Iglesia al Papa, obispos, ... la jerarquía, pues éstos
representan la fe de la Iglesia, estando sometidos a la infalibilidad de la Iglesia Universal.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

TEMA 4: LA DIGNIDAD DEL SER HUMANO Y EL CUIDADO DE LA


NATURALEZA
I. ASPECTOS TEOLÓGICOS DE LA VIDA HUMANA EN SU DIGNIDAD
COMO COMUNIDAD DE VIDA Y AMOR
El respeto de la dignidad humana concierne a todos los seres humanos, porque
cada uno lleva inscrito en sí mismo, de manera indeleble, su propia dignidad y valor. El
origen de la vida humana, por otro lado, tiene su auténtico contexto en el matrimonio y
la familia, donde es generada por medio de un acto que expresa el amor recíproco entre
el hombre y la mujer. Una procreación verdaderamente responsable para con quien ha
de nacer «es fruto del matrimonio».
55
El matrimonio, presente en todos los tiempos y culturas, es una sabia institución
del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante
su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de
sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en
la generación y en la educación de nuevas vidas. En la fecundidad del amor conyugal el
hombre y la mujer ponen de manifiesto que en el origen de su vida matrimonial hay un
sí genuino que se pronuncia y se vive realmente en la reciprocidad, permaneciendo
siempre abierto a la vida… La ley natural, que está en la base del reconocimiento de la
verdadera igualdad entre personas y pueblos, debe reconocerse como la fuente en la que
se ha de inspirar también la relación entre los esposos en su responsabilidad al engen-
drar nuevos hijos. La transmisión de la vida está inscrita en la naturaleza, y sus leyes
siguen siendo norma no escrita a la que todos deben remitirse.
La Iglesia tiene la convicción de que la fe no sólo acoge y respeta lo que es
humano, sino que también lo purifica, lo eleva y lo perfecciona. Dios, después de haber
creado al hombre a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26), ha calificado su criatura como
«muy buena» (Gn 1, 31), para más tarde asumirla en el Hijo (cf. Jn 1, 14). El Hijo de
Dios, en el misterio de la Encarnación, confirmó la dignidad del cuerpo y del alma que
constituyen el ser humano. Cristo no desdeñó la corporeidad humana, sino que reveló
plenamente su sentido y valor. En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en
el misterio del Verbo encarnado.
Convirtiéndose en uno de nosotros, el Hijo hace posible que podamos
convertirnos en «hijos de Dios» (Jn 1, 12) y «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1,
4). Esta nueva dimensión no contrasta con la dignidad de la criatura, que todos los
hombres pueden reconocer por medio de la razón, sino que la eleva a un horizonte de
vida más alto, que es el propio de Dios, y permite reflexionar más adecuadamente sobre
la vida humana y los actos que le dan existencia.
A la luz de estos datos de fe, adquiere mayor énfasis y queda más reforzado el
respeto que según la razón se le debe al individuo humano: por eso no hay contrapo-
sición entre la afirmación de la dignidad de la vida humana y el reconocimiento de su
carácter sagrado. Los diversos modos con que Dios cuida del mundo y del hombre, no
sólo no se excluyen entre sí, sino que se sostienen y se compenetran recíprocamente.
Todos tienen su origen y confluyen en el eterno designio sabio y amoroso con el que
Dios predestina a los hombres «a reproducir la imagen de su Hijo» (Rm8, 29).
A partir del conjunto de estas dos dimensiones, la humana y la divina, se
entiende mejor el porqué del valor inviolable del hombre: él posee una vocación eterna
y está llamado a compartir el amor trinitario del Dios vivo. Este valor se aplica
indistintamente a todos. Sólo por el hecho de existir, cada hombre tiene que ser
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

plenamente respetado. Hay que excluir la introducción de criterios de discriminación de


la dignidad humana basados en el desarrollo biológico, psíquico, cultural o en el estado
de salud del individuo. En cada fase de la existencia del hombre, creado a imagen de
Dios, se refleja, el rostro de su Hijo unigénito... Este amor ilimitado y casi
incomprensible de Dios al hombre revela hasta qué punto la persona humana es digna
de ser amada por sí misma, independientemente de cualquier otra
consideración: inteligencia, belleza, salud, juventud e integridad. En definitiva, la vida
humana siempre es un bien, puesto que «es manifestación de Dios en el mundo, signo
de su presencia, resplandor de su gloria» (Evangelium vitæ, 34).
Las dimensiones natural y sobrenatural de la vida humana permiten también
comprender mejor en qué sentido los actos que conceden al ser humano la existencia, en 56
los que el hombre y la mujer se entregan mutuamente, son un reflejo del amor trinitario.
Dios, que es amor y vida, ha inscrito en el varón y en la mujer la llamada a una especial
participación en su misterio de comunión personal y en su obra de Creador y de Padre.
El matrimonio cristiano hunde sus raíces en el complemento natural que existe
entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos
de compartir su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son; por esto tal comunión es el
fruto y el signo de una exigencia profundamente humana. Pero, en Cristo Señor, Dios
asume esta exigencia humana, la confirma, la purifica y la eleva, llevándola a la
perfección con el sacramento del matrimonio: el Espíritu Santo infundido en la
celebración sacramental ofrece a los esposos cristianos el don de una comunión nueva
de amor, que es imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la Iglesia el
indivisible Cuerpo místico del Señor Jesús.
II. LA DIGNIDAD HUMANA Y LOS DERECHOS HUMANOS
Un hombre, cuya dignidad humana sea despreciada, se ve destruido en su
existencia. Una sociedad que no reconoce los derechos humanos como derechos
fundamentales de todos sus ciudadanos, es una sociedad inhumana. Una política que no se
ha configurado según las normas de los derechos humanos es una política inmoral.
El que hoy es portador de un rostro humano y pretende ser un hombre, debe luchar
por los derechos humanos, en esta lucha se está decidiendo hoy nuestro futuro.
Pero, ¿a qué derechos humanos se hace referencia aquí? ¿Son los «derechos
humanos» únicamente la base de la democracia política y de nuestro «derecho estatal
liberal»? ¿Son ellos únicamente la ideología del mundo occidental? De hecho, el que
entiende bajo los derechos humanos los derechos humanos individuales a la libertad de la
persona frente a las pretensiones del Estado y la sociedad, debe considerarlos como una
conquista o una adquisición del mundo occidental. Tiene que pensar que, en el socialismo,
en último término, no se dan derechos humanos, y por ello, debe creer que el socialismo,
en principio, es inhumano. Sin embargo, se equivoca aquel que sólo considera como
derechos humanos los derechos individuales a la libertad. Por desgracia, también los
socialistas tuvieron mucho tiempo esta concepción estrecha de los derechos humanos.
Cuando hablamos hoy de «derechos humanos», tenemos que tratar tres grupos que
son esenciales para el ser humano: 1. Los derechos humanos individuales, a partir de los
cuales surgieron las democracias occidentales, se encuentran formulados en la Declaración
general de los derechos humanos de las Naciones Unidas de 1948. En ella se advierte qué
derechos personales de libertad han de defenderse de los ataques del Estado; 2. Los
derechos sociales fueron formulados en 1966 en el Pacto internacional de derechos
económicos, sociales y culturales. Este pacto nació de los sufrimientos bajo el
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

colonialismo y la lucha contra el imperialismo económico; 3. Partiendo de los pueblos del


«tercer mundo», se ha defendido hoy un derecho humano fundamental, que se ha pasado
por alto puesto que se ha preservado como algo evidente, se trata del derecho a la vida, a
la supervivencia, el derecho a la existencia.
Cuestión importante es hoy la que nos habla del lazo común que existe entre los
múltiples derechos humanos. ¿Existe una raíz común de los derechos humanos? En este
sentido, la fe cristiana debe comenzar a hablar para exponer se concepción acerca de la
dignidad humana y de sus derechos. Todos los hombres pueden esperar que los cristianos
les digan y les muestren cuál es la contribución que ellos tienen que aportar acerca de la
dignidad humana y de la humanización del mundo.
A. ¿Qué derechos humanos resultan de la semejanza con Dios? 57
Para la fe cristina, la dignidad humana radica en que éste debe buscar a Dios para
corresponderle. Con el símbolo de la semejanza con Dios, se abarca al hombre que «busca
a Dios» y al hombre que «corresponde a Dios» (K. Barth). Pues el hombre que busca a
Dios es el comienzo, y el hombre que corresponde a Dios es la meta de la historia de Dios
con el mundo. Desarrollamos cuatro dimensiones en las cuales los hombres deben
corresponder a Dios.
1. Según el relato de la creación, el hombre completo con todas sus relaciones vitales
es imagen de Dios
El hombre se halla destinado a «vivir en la presencia de Dios». No se puede limitar
la semejanza del hombre con Dios al alma o al corazón del hombre. El hombre es un
misterio, que no puede ser solucionado o resuelto por nada o por nadie. La fe en Dios
exige respetar a cada uno y a todos los hombres como un sacramento que no puede ser
tocado.
Las instituciones del derecho, de la economía y del Estado tienen que respetar esta
dignidad del hombre como persona, como misterio, como sacramento, si tienen la
pretensión de ser instituciones «humanas».
En la historia política de la edad moderna, de la fe en la semejanza con Dios de
todo hombre se derivó la democratización inicial de cualquier dominio del hombre sobre el
hombre. Esto comenzó en la revolución puritana de Inglaterra y, luego, se trasplantó a la
revolución americana y a la revolución francesa.
Sólo donde los hombres, en situaciones extremas, se hallan dispuestos a la
oposición, se da una auténtica democracia. La oposición es un derecho humano y un deber
cristiano. Es amor al prójimo en los usos extremos. Ahora bien, ¿en qué casos es hoy la
oposición un derecho humano y un deber cristiano?
- Cuando un régimen quebranta sus propias leyes.
- Cuando un gobierno promulga leyes en oposición a la ley fundamental y a
la Constitución.
- Cuando un gobierno decide que a los ciudadanos se les escatimen los
derechos fundamentales.
2. Imagen de Dios es el hombre únicamente junto con los demás hombres
«Dios creó al hombre a su imagen, varón y hembra los creó», se dice en el relato de
la creación. Así, pues, el hombre que corresponde a Dios es el hombre social.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Los hombres deben y pueden corresponder a Dios sólo juntos, es decir, en y a


través de su comunicación mutua. El mismo Dios trino es el modelo y arquetipo de la
socialidad. Según eso, los derechos sociales son tan irrenunciables como los derechos
individuales del hombre. La fe en Dios exige respetar como un sacramento la comunidad
en la que los hombres son unos para otros, indudablemente, los derechos de la persona sólo
pueden realizarse en una comunidad justa, así como a la inversa, una sociedad resta sólo
puede edificarse sobre la base de los derechos a la libertad de la persona.
3. La semejanza con Dios fundamenta el derecho del hombre al dominio sobre la
tierra y la comunión con la creación no humana
Al dominio del hombre sobre la tierra corresponde también su comunión con la
tierra, el dominio, según eso, se legitima únicamente si en la cooperación y en la comunión 58
con el mundo se ejerce y se realiza la simbiosis vital entre la sociedad humana y el mundo
natural circundante.
Si se ha otorgado al hombre el derecho sobre la tierra, se sigue que todos los
hombres tienen derechos económicos fundamentales a una participación justa en la vida,
en la alimentación, en el trabajo, en la defensa y en la propiedad personal. La
concentración de los medios vitales y de producción en manos de unos pocos debe ser
considerada como una distorsión y perversión de la imagen de Dios en el hombre.
Si, juntamente con el derecho del hombre a la tierra, se establece también el
«derecho» de la tierra con el hombre, entonces con estos derechos económicos
fundamentales se asocian también derechos fundamentales ecológicos. La lucha del
hombre por la supervivencia no puede apurarse a costa de la naturaleza, puesto que, de lo
contrario, se prepara una «muerte ecológica» para toda vida humana y, en consecuencia, se
pondrá fin a esa misma vida.
4. La semejanza con Dios fundamenta el derecho del hombre a su futuro y su
responsabilidad respecto a sus sucesores
El hombre es sus relaciones humanas tiene, como imagen de Dios, un derecho a la
autodeterminación y a su futuro. Su verdadero futuro radica en la realización de lo que le
corresponde ser con relación a Dios. Su derecho a ese futuro y su responsabilidad con el
presente sólo la puede realizar el hombre si, correspondiendo a ello, mira por el derecho a
la vida de los que le han de suceder, debe esforzarse por lograr un equilibrio justo entre las
oportunidades de vida y de libertad de las presentes generaciones y de las futuras.
B. La justificación y la humanización del hombre
En la lesión y en el uso inadecuado de los derechos humanos, se hace patente hoy
la inhumanidad de los hombres. Por eso detrás de la cuestión práctica de cómo pueden
realizarse los derechos humanos sobre la tierra, se halla la cuestión más profunda de dónde
puede experimentar el hombre su verdadera humanidad y cómo puede superar de hecho su
efectiva falta de humanidad.
A partir de la Declaración universal de los derechos humanos de 1948, las
conclusiones políticas de los derechos humanos han llegado a la conciencia de la opinión
pública mundial. Por eso, se conoce hasta qué punto y cuán generalmente se violan a diario
los derechos humanos fundamentales del hombre por el poder político y por el dominio
injusto, por el odio y el asesinato de los hermanos.
La teología cristiana denomina la crueldad del hombre, tal como se muestra en el
mal uso de los derechos humanos, pecado. Los derechos humanos explicados sólo son
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

efectivos en la medida en que se llega a la justificación del hombre injusto y a la


renovación de su humanidad.
La fe cristiana reconoce y anuncia que Dios justifica al hombre injusto por medio
de Jesucristo y que le renueva hasta conducirle a una verdadera humanidad. A través de su
encarnación, Dios aporta al hombre, que pretende «ser como Dios», su verdadera
humanidad que había perdido.
Para el cristianismo, en este mundo carente de derecho y de humanidad, se hace
patente el derecho de Dios sobre los hombres mediante el evangelio de Cristo (Rom 1,
16.17). Y puesto que mediante este evangelio se anuncia a todos los hombres el derecho
divino de la gracia, con él se proclama al mismo tiempo la dignidad otorgada por Dios a
todos y a cada uno de los hombres. 59
El cristianismo tiene el encargo divino de aportar el derecho de la reconciliación a
la lucha universal por los privilegios y por el dominio. Es un testigo del futuro de Dios y
un abogado de la esperanza del hombre.
Constituye una tarea del cristianismo anunciar, en los conflictos reales del mundo
en el que vive, el evangelio justificador, vivir la fe liberadora, ejercer el servicio de la
reconciliación y presentar en sus comunidades la humanidad reconciliada en la comunión
de todos los hombres, y sembrar, en la glorificación de Dios, la semilla de la esperanza.
La lucha por la realización de los derechos humanos pertenece a la historia más
amplia de la dignificación del hombre. Y la dignificación del hombre pertenece a la
historia más amplia del reino de la libertad. La dignidad del hombre y sus derechos son
una unidad, pues el Dios trino está en camino para unificar todo consigo y en sí.
III. LA HUMANIDAD EN LA ESCUELA Y EN LA SOCIEDAD
A esa falta de humanidad que caracteriza a los ciudadanos de las sociedades
industriales desarrolladas la entendemos bajo el nombre de «sociedad de producción». Las
sociedades industriales se hallan orientadas al crecimiento y a la expansión, por eso exigen
a sus miembros una vida orientada al rendimiento y una estricta disciplina.
Partimos de la situación de las escuelas en esta sociedad de producción. Unos
planes docentes sobrecargados son continuas exigencias para alumnos y profesores, una
presión por las notas, agudizada por la falta de puestos docentes y de trabajo en general
provoca una lucha de concurrencia o rivalidad entre los alumnos entre sí, ya desde los
estudios primarios. Esta lucha de concurrencia por conseguir las mejores notas provoca la
angustia, en vez de vivir una comunidad de clase, los alumnos viven desde muy temprano
una lucha de clases. Cuanto más inseguras e inciertas son las perspectivas del futuro, tanto
más agresivos, destructivos y dominados por la angustia y el miedo aparecen los alumnos.
Por eso se dedican al consumo de música, o fuman, o se entregan a la bebida.
A. El camino hacia la sociedad de producción
Detrás de los cambios del inmediato presente se halla la cuestión antropológica
fundamental: ¿Qué es lo que hace que el hombre se convierta en hombre?
- Todas las naciones industriales han caído en la recesión económica,
altos índices de paro oprimen a los pueblos, no existen ya puestos libres
a los que poder aspirar. Por otra parte, se ha introducido en las
universidades el numerus clausus, la sola aceptación de los mejores
alumnos influye en los certificados escolares, y los certificados
escolares influyen en la enseñanza, en los profesores y en los alumnos.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

En lugar de la reforma de la enseñanza para lograr una escuela más


humana, hemos llegado a una escuela que se adecua al rendimiento.
- En la antigüedad, el trabajo equivalía a «no ocio», el trabajar no
correspondía al hombre libre puesto que el que trabaja no puede
desarrollar las virtudes. Con la Reforma, el trabajo se consideró en la
«profesión». El «sacerdocio común» convertía el trabajo de todo
creyente en su divina profesión. Todos trabajaban y vivían «según su
estado». Con la aparición del sistema de producción industrial, surgió el
mundo de los asalariados, lo que se dice ya es «cada uno según su
producción». Lo que en el mundo burgués se paga es sólo la fuerza de
trabajo y la producción de ese mismo trabajo, el trabajo se convirtió en
la condición más importante del hombre. Todos estamos atrapados en 60
ese proceso, la sociedad de producción individualiza a los hombres, ella
descompone las seguridades sociales establecidas fundadas en la
familia, en el parentesco y en la comunidad y las sustituye por el Estado
social.
- En la transición de la «sociedad de estado» a la «sociedad de
producción», surgen graves problemas para la identidad del hombre.
Toda sociedad impulsa a sus miembros a una determinada identidad.
La sociedad de producción impulsa a la identidad de «yo soy lo que puedo
producir». La comida, la vivienda, los viajes de recreo o las vacaciones no son ya símbolos
de posición, sino símbolos de producción. Cuando se obliga al hombre a escoger esa
identidad, entonces nos encontramos con una identidad propia de la pubertad, en la medida
en que un joven comienza a desvincularse de su familia, sitúa su conciencia en su propio
rendimiento o en la propia realización.
B. ¿Qué es el hombre?
¿Cómo se convierte el hombre en verdadero hombre? La tesis que formuló primero
Aristóteles es bien simple: El hombre se hace a sí mismo hombre, pues es siempre lo que
hace de sí mismo. Por tanto, nosotros nos convertimos en verdaderos hombres cuando
ejercitamos la humanidad y actuamos de manera humana hasta que, para nosotros, la
humanidad se convierte en costumbre y en algo completamente natural. Según esto, la
humanidad y la no-humanidad están en la mano del hombre, éste puede realizase a sí
mismo, pero también puede echarse a perder. Así, la cuestión no es cómo puede
convertirse el hombre en un verdadero hombre, sino cómo puede un no-hombre
convertirse en hombre.
La tesis que formuló Lutero dice que la justificación por la fe libera al hombre y lo
hace verdaderamente hombre. La fe en el evangelio parte de una experiencia de fondo
completamente distinta de la de la filosofía aristotélica de la «sana razón humana». Si el
hombre es lo que se hace de sí mismo, entonces no es libre frente a las propias obras, sino
que depende de ellas, en el fondo, son las obras las que le hacen a él, y no él el que hace las
obras. Lutero consideró una blasfemia decir que nosotros somos las roturas de nosotros
mismos, puesto que entonces deberíamos ser asimismo dioses y creadores nuestros.
Rechazó la antropología del hombre que se crea a sí mismo y, con una fórmula breve, le
situó ante la antropología cristiana: «El hombre es justificado por la fe».
El hombre es «engendrado de nuevo» se dice en el evangelio de Juan. Esa
experiencia que denominamos fe, no es una virtud que se pueda aprender, sino más bien es
algo comparable al proceso del nacimiento. El Dios digno de toda confianza «engendra» la
fe del hombre que confía en él. «No nos hacemos justos al practicar lo que es justo, sino
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

que es como justos o justificados como hacemos lo que es justo» declara Lutero contra
Aristóteles, así, la persona es la que produce las obras y no las obras la persona. Pero la
persona es creada y liberada por Dios, ella se concibe a partir del amor de Dios.
El creyente vive en el nuevo mundo de Dios, donde no existe ninguna ley, n
pecado, ni conciencia, ni muerte, sólo se da la plena alegría, la justicia, la paz, la vida, la
salvación y la gloria. Y el creyente actúa según ese «reino de la libertad», de cual es
ciudadano, mientras existe en este mundo de ley y de muerte; esto quiere decir que la
identidad del hombre se ve libre de la necesidad de rendimiento.
De la fe surgen y brotan «obras libres». La experiencia de ser asumido por Dios
constituye una dignidad imperdible en el hombre, una dignidad que es mucho más grande
de lo que el hombre puede hacer o dejar de hacer. Pero su dignidad no sólo radica en eso. 61
De ahí surgen también obras libres en tanto no se ven necesitadas por la ley y por la
coacción. La persona realiza las obras y hace las obras, no son las obras las que realizan a
la persona. Ahí radica la libertad del hombre frente a sus obras y frente a todas las
valoraciones por sus obras.
Estamos en una sociedad en la que la categoría del «tener» invade las categorías
del ser humano, en ella el hombre es socialmente sólo lo que produce: una fuerza de
trabajo, y lo que él puede hacer de sí: un consumidor. Su identidad humana del yo se ve
sustituida por una identidad del ego, que se halla construida a partir de lo que puede
producir y de lo que puede hacer de sí.
Esta perspectiva de la cosificación de la sociedad es peligrosa, ya Karl Marx criticó
a la sociedad capitalista de los que tenían y de los que no tenían nada. Con esta máxima,
«el hombre es lo que produce», exigió luego Marx una sociedad humana, que «produce» a
los hombres universales y reflexivos como su constante realidad y hace posible a todos los
hombres el producirse como hombres en su esencial riqueza.
La simple liberación del interior del hombre del impulso exterior de las obras y de
los rendimientos a través de la experiencia de la fe se convertiría, en una sociedad de
producción así constituida, en una escapada a la interioridad del corazón, si no estuviera
vinculada con el intento de la humanización de las estructuras y los principios inhumanos
de esa sociedad.
La liberación de la persona por medio de la experiencia de la fe camina de la mano
con las obras libres y liberadas del amor, decía Lutero. Cuando las circunstancias sociales
obligan al hombre a acciones inhumanas, entonces las circunstancias sociales deben
transformarse de tal manera que le ofrezcan la posibilidad de tener actuaciones humanas.
La presión de la sociedad de rendimiento puede destruirse. Pero no se halla asociada a eso
una garantía de felicidad y de libertad. Lo que los hombres hacen de eso radica en ellos
mismos.
La alternativa de la justificación por la fe aportada por la Reforma a la justicia de
las obras es traducida en nuestra sociedad de producción de una manera mucho más
radical. Ella conoce el escándalo de la diferencia cualitativa entre las obras de la ley, que
llevaron a Cristo a la cruz, y aquella justicia del Crucificado, que hace justos por la fe sin
las obras de la ley. Si trasladamos este reconocimiento de la Reforma del hombre que es
justificado por la fe y que encuentra en esa misma fe su identidad del yo a la moderna
sociedad de producción, entonces esto significa que el hombre debe ser liberado de la
representación de que él es lo que produce, porque él encuentra lo genuinamente humano
en que sabe que es aceptado por Dios y que es amado por él, tal como es.
C. Seis consejos
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

1. Juzga a un hombre no por lo que rinde, sino mira más profundamente ¡a


lo que padece!
2. Juzga a un hombre no por lo que sufre, sino acéptalo como uno por quien
Dios sufrió la muerte en Jesucristo.
3. No identifiques a ningún hombre con sus acciones buenas o malas, sino
¡establece una diferencia entre la persona y las obras!
4. Entiende las obras y las realizaciones del otro como exteriorizaciones
vitales de la persona humana en libertad y ¡no las sitúes bajo la presión del
éxito o bajo la angustia de la existencia!
5. Descubre en la instrucción religiosa la identidad humana en la fe, la cual 62
libera de la angustia por el éxito y de la identidad del rendimiento, y
¡ejercítala comunitariamente!
6. Tomado o asumido por tu Dios y liberado de la opresión social del
rendimiento y de tu propia angustia ante el éxito, oponte a la fijación de la
publicidad en la identidad del rendimiento que es propia de la pubertad.
IV. ECOLOGÍA: RECONCILIACIÓN CON LA CREACIÓN
En el marco de la fe, la naturaleza aparece como revelación de la bondad y
sabiduría de Dios y como tarea por realizar para que la salvación de Dios se haga presente
en ella del mejor modo posible. Dentro de la naturaleza las cosas son un bien, con un valor
instrumental, pero con leyes propias y valores propios, subordinadas al hombre como a su
centro y vértice, quien puede modificarlas mediante el progreso, la cultura y el trabajo.
Dios ha puesto en nuestras manos la creación para trabajarla y perfeccionarla, no
para degradarla y destruirla. En el momento presente cobra actualidad con ribetes de
urgencia la instauración de unas nuevas relaciones del hombre con la creación.
A. Francisco de Asís, paradigma de reconciliación con Dios y las criaturas
Nadie como el Pobre de Asís, ha experimentado tan hondo el Don de Piedad, al
sentirse simultáneamente hijo de Dios y hermano universal de las criaturas. A San
Francisco le debió nacer algo así como ternura o piedad de las plantas, los animales y todos
los vivientes.
El patrono de los ecologistas le dijo en una ocasión al hermano León: «Al cortar los
materiales respetarás las raíces, para que puedan revivir y retoñar». La creación completa
para este santo tan carismático es «un gigantesco sacramento de Dios». Todas las criaturas
le gritan el amor de Dios, porque al estar el corazón en armonía con Dios lo está
igualmente con todas sus criaturas, incluso la más débil e insignificante.
B. La tragedia ecológica del mundo de hoy
Todos somos testigos de que la tierra sufre, pruebas de esta afirmación terrible son
la presencia del fuego en los bosques; la contaminación en los ríos, lagos, mares; la
discriminación gradual de la capa de ozono y el «efecto invernadero»; el peligro inminente
de desaparición de algunas especies animales; la deforestación incontrolada; el
agotamiento de recursos; el avance de la desertización; el progresivo deterioro ambiental.
Todos somos conscientes de las consecuencias sufridas por la fuga radioactiva de
la central nuclear de Chernóbil, de la deforestación de la selva amazónica. Todos hemos
oído hablar de los efectos negativos que produce la industrialización: residuos radiactivos,
gases producidos por la combustión de carburantes fósiles. ¿Qué respuesta dar a todo esto?
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

C. Juan Pablo II y la creación


Era dramático el fuerte grito ecológico que el Papa hizo resonar en los últimos años
de su pontificado.
1. Discursos a los jóvenes
Cuando se dirigía a la juventud el Papa les recomendaba: a) Contacto con la
naturaleza: Es necesario que el hombre vuelva a mirar la naturaleza como objeto de
admiración y contemplación, viendo reflejada en ella el amor del Creador; 2. Defensa de la
naturaleza; 3. Respeto a la naturaleza: Sí a la vida, sí al hombre, sí a lo creado y a toda la
naturaleza; 4. Cuidado con la naturaleza: Proteger el mundo animal y la vida humana en
todas sus fases. 63
2. Mensaje para la Jornada Mundial por la Paz de 1990.
En el umbral de la década de los 90, el Papa alertaba sobre la transcendencia y
gravedad del problema ecologista. El origen de la crisis ecológica no se debe sólo a un
nuevo modelo de desarrollo industrial o a un uso irracional de los recursos. Entre las
causas más profundas aparece, en primer lugar, el olvido de la íntima relación entre la
actuación humana y la integridad de la Creación. Decía el Papa que el hombre, cuando se
aleja del designio de Dios Creador, provoca un desorden que repercute inevitablemente en
el resto de la Creación. Si el hombre no está en paz con Dios, la tierra misma tampoco está
en paz. En segundo lugar, añadía que era necesario afrontar en su conjunto la profunda
crisis moral de la que el deterioro ambiental es uno de los aspectos más preocupantes.
Tras señalar que el derecho a un ambiente seguro podría incluirse en una carta de
derechos del hombre puesta al día, el mensaje ponía de relieve la urgente necesidad moral
de una nueva solidaridad.
D. La Carta Encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco
«¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que
están creciendo?» (n. 160). Esta pregunta está en el centro de Laudato si’, la esperada
Encíclica del Papa Francisco sobre el cuidado de la casa común. Y continúa: «Esta
pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la
cuestión de modo fragmentario», y nos conduce a interrogarnos sobre el sentido de la
existencia y el valor de la vida social: «¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué
vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta
tierra?»: si no nos planteamos estas preguntas de fondo -dice el Pontífice- «no creo que
nuestras preocupaciones ecológicas puedan obtener resultados importantes».
La Encíclica toma su nombre de la invocación de san Francisco, «Laudato si’,
mi’ Signore», que en el Cántico de las creaturas recuerda que la tierra, nuestra casa
común, «es también como una hermana con la que compartimos la existencia, y como
una madre bella que nos acoge entre sus brazos». Nosotros mismos «somos tierra (cf.
Gn 2, 7). Nuestro propio cuerpo está formado por elementos del planeta, su aire nos da
el aliento y su agua nos vivifica y restaura».
Pero ahora esta tierra maltratada y saqueada clama y sus gemidos se unen a los
de todos los abandonados del mundo. El Papa Francisco nos invita a escucharlos,
llamando a todos y cada uno –individuos, familias, colectivos locales, nacionales y
comunidad internacional– a una «conversión ecológica», según expresión de San Juan
Pablo II, es decir, a «cambiar de ruta», asumiendo la urgencia y la hermosura del
desafío que se nos presenta ante el «cuidado de la casa común». Al mismo tiempo, el
papa Francisco reconoce que «se advierte una creciente sensibilidad con respecto al
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

ambiente y al cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa preocupación por


lo que está ocurriendo con nuestro planeta», permitiendo una mirada de esperanza que
atraviesa toda la Encíclica y envía a todos un mensaje claro y esperanzado: «La
humanidad tiene aún la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común»; «el
ser humano es todavía capaz de intervenir positivamente»; «no todo está perdido,
porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, pueden también
superarse, volver a elegir el bien y regenerarse».
El Papa Francisco se dirige, claro está, a los fieles católicos, retomando las
palabras de San Juan Pablo II: «los cristianos, en particular, descubren que su cometido
dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte
de su fe», pero se propone «especialmente entrar en diálogo con todos sobre nuestra 64
casa común»: el diálogo aparece en todo el texto, y en el capítulo 5 se vuelve
instrumento para afrontar y resolver los problemas. Desde el principio el papa Francisco
recuerda que también «otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras
religiones– han desarrollado una profunda preocupación y una valiosa reflexión» sobre
el tema de la ecología. Más aún, asume explícitamente su contribución a partir de la del
«querido Patriarca Ecuménico Bartolomé», ampliamente citado en los nn. 8-9. En
varios momentos, además, el Pontífice agradece a los protagonistas de este esfuerzo –
tanto individuos como asociaciones o instituciones–, reconociendo que «la reflexión de
innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales [ha] enriquecido
el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones» e invita a todos a reconocer «la
riqueza que las religiones pueden ofrecer para una ecología integral y para el desarrollo
pleno del género humano».
El recorrido de la Encíclica está trazado en el n. 15 y se desarrolla en seis
capítulos. A partir de la escucha de la situación a partir de los mejores conocimientos
científicos disponibles hoy (cap. 1), recurre a la luz de la Biblia y la tradición judeo-
cristiana (cap. 2), detectando las raíces del problema (cap. 3) en la tecnocracia y el
excesivo repliegue autorreferencial del ser humano. La propuesta de la Encíclica (cap.
4) es la de una «ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y
sociales», inseparablemente vinculadas con la situación ambiental. En esta perspectiva,
el Papa Francisco propone (cap. 5) emprender un diálogo honesto a todos los niveles de
la vida social, que facilite procesos de decisión transparentes. Y recuerda (cap. 6) que
ningún proyecto puede ser eficaz si no está animado por una conciencia formada y
responsable, sugiriendo principios para crecer en esta dirección a nivel educativo,
espiritual, eclesial, político y teológico. El texto termina con dos oraciones, una que se
ofrece para ser compartida con todos los que creen en «un Dios creador omnipotente», y
la otra propuesta a quienes profesan la fe en Jesucristo, rimada con el estribillo
«Laudato si’», que abre y cierra la Encíclica.
El texto está atravesado por algunos ejes temáticos, vistos desde variadas
perspectivas, que le dan una fuerte coherencia interna: la íntima relación entre los
pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está
conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la
tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el
valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates
sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la
cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida.
E. SER CRISTIANO Y ECOLOGISTA
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Si la situación ecológica es grave, se debe a la profunda crisis moral del hombre.


En la medida que el hombre se convierte a su Creador y lo coloca en el centro de su vida y
de su corazón, las criaturas son respetadas y amadas. La reconciliación con la creación ha
de ser consecuencia de nuestra reconciliación con Dios.
Francisco de Asís le dice al hermano León: «No hay milagros, hay reconciliación,
amé a los lobos y los lobos me dieron cariño; amé a los árboles, y los árboles me dieron
sombra; amé a las estrellas, y las estrellas me dieron resplandor; fui cortés con el fuego, y
el fuego me ha devuelto cortesía. No hay milagros, todo es milagro».
Siempre que los cristianos nos hemos referido a «hacer un mundo mejor», lo
hemos hecho en un sentido restrictivo: el aspecto moral. Hemos entendido que es trabajar
comprometidamente por la justicia y la libertad; solidarizarse con los marginados; ser 65
portadores y constructores de paz; crear fraternidad; combatir la corrupción y el mal. Todo
ello es cierto y necesario, por supuesto. Pero, sin embargo, nos olvidamos de un aspecto
que muy pocas veces consideramos: el aspecto físico, material, biológico.
Construir un mundo mejor es trabajar también por defender la naturaleza contra las
agresiones que la deterioran y destruyen. Es levantar nuestra voz para denunciar el pecado
de unas estructuras económicas que aplastan no sólo a las personas sino a todos los seres
creados. Un mundo mejor es un mundo más limpio y menos contaminado, más protegido,
más digno, no masacrado ni violentado impunemente. La creación es un regalo de Dios, y
como tal debemos saber apreciarla y valorarla. Es para nosotros motivo de contemplación
y respeto. Allí se nos muestra Dios. A través de su obra, llegamos a él.
Ser ecologista no es más que sacar las consecuencias de nuestra identidad cristiana.
Agradecer a Dios el don de la creación es convertirnos en defensores del medio ambiente;
es denunciar cuanto atenta contra la naturaleza; es combatir los intereses de lucro de
muchas grandes empresas que destrozan la que tocan, contaminando y ensuciando; es
proteger y conservar lo que a nuestro alrededor bulle de vida y energía; es tomar
conciencia de que mis pequeñas actitudes de cada día contribuyen a perjudicar o
embellecer este mundo hermoso que Dios quiere llevar a la perfección a través nuestro.
Estamos ligados a la naturaleza. Un cristiano no puede situarse ante ella más que
con una postura de respeto, defensa y protección. Lo contrario no es conforme a los planes
de Dios. Somos administradores. Dios es el único Señor absoluto y Él no destruye, sino
que crea y construye.
«El hombre es rey y señor no sólo de las cosas, sino también y sobre todo de sí
mismo... Sin embargo, no se trata de un señorío absoluto, sino ministerial, reflejo vivo e
infinito de Dios. Como sucede con las cosas, y más aún con la vida, el hombre no es dueño
absoluto y árbitro incensurable, sino -y aquí radica su grandeza sin par- que es
administrador del plan establecido por el Creador (Pablo VI)» (Evangelium Vitae 52).
El ser humano, aunque es superior a todo lo creado, no puede actuar contra la
naturaleza en actitud explotadora y opresora. Está inmerso en la naturaleza, no la
contempla desde fuera. Debe protegerla y perfeccionarla, no destruirla abusivamente.
Somos administradores de los bienes naturales, no señores absolutos. Si Dios es el Creador
y Señor de la vida y nosotros somos su imagen, también nosotros debemos respetar,
conservar y amar la vida. «Someted la tierra» nunca ha querido decir que podemos
pisotearla y expoliarla a nuestro antojo. A los cristianos en concreto, todavía nos falta
mucho para vivir la dimensión «ecológica» de nuestra fe. Pero se abren perspectivas de
futuro que nos van llevando a un redescubrimiento de la verdadera concepción bíblica de
la naturaleza, lejos a la vez de una idolatría y de una tiranía opresora.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Reproducimos, como conclusión, algunos fragmentos de la carta que el jefe


sioux Noah Seattle, de la tribu Suwamish, escribió al presidente Franklin Pierce en
1854, cuando este quiso comprar sus tierras. Es la más hermosa declaración de
principios respecto a la naturaleza y debemos leerla con el corazón más que con el
entendimiento: «¿Cómo puede usted comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? La
idea resulta extraña para nosotros. Si no nos pertenecen la frescura del aire ni el destello
del agua, ¿cómo nos lo podrían comprar ustedes? Cada partícula de esta tierra es sagrada
para mi pueblo. El majestuoso pino, la arenosa ribera, la bruma de los bosques, cada
insecto que nace con su zumbido..., es sagrado en la memoria y la experiencia de mi
pueblo. La savia que recorre los árboles, lleva los recuerdos del piel roja. Los muertos del
hombre blanco se olvidan de su tierra natal cuando se van a pasear entre las estrellas.
Nuestros muertos jamás olvidan a esta hermosa tierra, porque ella es madre del piel roja. 66
Somos parte de la tierra y ella es parte nuestra. Las perfumadas flores son nuestras
hermanas. El ciervo, el caballo, el águila majestuosa..., son nuestros hermanos. Las
cumbres rocosas, el olor de las praderas, el calor corporal del potrillo y el hombre: todos
pertenecemos a la misma familia. Por eso, cuando el “gran Jefe” en Washington nos
manda decir que desea comprar nuestra tierra, es mucho lo que está pidiendo de nosotros.
El “Gran Jefe” dice que nos reservará un lugar, de forma que vivamos cómodamente. Él
será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso, estamos considerando su oferta
de comprar nuestra tierra. Pero no va a ser fácil, porque esta tierra es sagrada para
nosotros. El agua centelleante que corre por los arroyos y los ríos no es agua solamente: es
la sangre de nuestros antepasados. Si nosotros les vendemos la tierra, ustedes deberán
recordar que es sagrada y deberán enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada imagen
que se refleja en el agua cristalina de los lagos, habla de acontecimientos y recuerdos de la
vida de nuestro pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son
hermanos nuestros, mitigan nuestra sed, conducen nuestras canoas, alimentan a nuestros
hijos. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deberán recordar y enseñar a sus hijos que los
ríos son hermanos nuestros y hermanos de ustedes. Y deberán darles en adelante la
atención que merece un hermano... No sé. Nuestras costumbres son diferentes a las de
ustedes. La imagen de sus ciudades hiere la mirada del piel roja. Pero, posiblemente, es
porque el piel roja es salvaje y no entiende. No hay tranquilidad en las ciudades del blanco.
No hay en ellas lugar donde se pueda escuchar el rumor de las hojas en primavera, o el
susurro de las alas de un insecto. Pero quizás digo esto porque soy salvaje y no entiendo.
En sus ciudades, el ruido insulta a los oídos. ¿Cómo sería la vida si el hombre no pudiera
escuchar el grito solitario del chotacabras o la animada conversación nocturna de los sapos
en las ciénagas? Yo soy piel roja y no entiendo. El indio ama el sonido suave de la brisa al
deslizarse delicadamente sobre la superficie de la laguna, o ese olor característico del
viento purificado por la llovizna mañanera y perfumado por la esencia de los pinos. El aire
es precioso para el piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento. La bestia,
el árbol, el hombre..., todos compartimos el mismo aliento. El hombre blanco parece no
darse cuenta de que respira el aire. Como un ser que agoniza largamente, es insensible al
mal olor. Pero si nosotros les vendemos nuestra tierra, ustedes deberán recordar que el aire
es precioso para nosotros. Que el aire comparte su espíritu con toda la vida que él sustenta.
El aire que permitió su primer aliento a nuestro abuelo, también recibe su último suspiro. Y
si nosotros les vendemos nuestra tierra, ustedes deberán mantenerla intacta y sagrada,
como un lugar adonde incluso el hombre blanco pueda ir a saborear el viento purificado
por el perfume de las flores... Nosotros sabemos esta: la tierra no pertenece al hombre; es
el hombre el que pertenece a la tierra. Nosotros sabemos esto: todas las cosas están
relacionadas, como la sangre que une a una familia. Todo está unido. El hombre no
construye el tejido de la vida. Él es, sencillamente, uno de sus hilos. Lo que él hace a ese
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

tejido, se lo está haciendo a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios camina y
habla con él como un amigo con su amigo, puede excluirse de este destino común. Es
posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Ya veremos. Nosotros sabemos algo que el
hombre blanco descubrirá algún día: que nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes piensan
ahora que Él es propiedad de ustedes, de la misma forma que desean ser propietarios de
nuestras tierras. Pero no puede ser. Él es el Dios de todos los seres humanos, y su
compasión es la misma tanto para el piel roja como para el blanco...».

67
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

TEMA 5: MANIFESTACIÓN DE DIOS EN LA OBRA CREADA. LA FE EN LA


CREACION: DIOS CREADOR
La Sagrada Escritura nos enseña que el Dios eterno ha dado principio a todo lo
que existe fuera de Él, que solo Dios es creador y que todo lo que existe depende de
Aquel que le da el ser. Según el concilio Vaticano I, «el mundo ha sido creado para la
gloria de Dios», es decir, para manifestar y comunicar su grandeza y felicidad a las
criaturas. El Compendio del Catecismo dice que la creación del mundo es una acción de
Dios libre y llena de sabiduría y amor. Rechaza las opiniones de científicos que piensan
que el mundo es necesario y que tiene su origen en un destino ciego o en el azar.
El Concilio Vaticano II recuerda que la Biblia enseña tres verdades nucleares
sobre la creación del hombre: a) que el hombre es la cima de la creación; no hay otro ser 68
visible que se pueda igualar a él. b) Que el hombre ha sido creado a imagen de Dios. c)
Que el hombre no ha sido creado en solitario, sino como varón y mujer.
Los cristianos profesamos que Dios es creador del cielo y de la tierra.
Afirmamos que, desde el principio, las cosas existen porque han sido creadas libre y
amorosamente por Dios mismo. Esta afirmación fundamental aparece expresada en la
Sagrada Escritura y ha sido recogida en la fe de la Iglesia. Vamos a tratar de profundizar
en su significado.
El ser humano cuanto más conoce la realidad y su mundo más se conoce a sí
mismo y le resulta más urgente preguntarse por el sentido de las cosas y por su propia
existencia. Fue Juan Pablo II quien nos recordó, al comienzo de su encíclica Fides et
ratio, que «una simple mirada a la historia antigua muestra con claridad cómo en
distintas partes de la tierra, marcadas por culturas diferentes, brotan al mismo tiempo las
preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana: ¿quién soy?
¿De dónde vengo y adónde voy? ¿Por qué existe el mal? ¿Qué hay después de esta
vida? Son preguntas que tienen su origen común en la necesidad de sentido que desde
siempre acucia al corazón humano: de la respuesta que se dé a tales preguntas, en
efecto, depende la orientación que se dé a la existencia». ¿Qué es el hombre? se
pregunta en resumen el salmista, admirado frente al acontecimiento de la creación (cf.
Sal 8, 5).
Los primeros capítulos del libro del Génesis no pretenden ofrecemos una
cosmología destinada a formular una respuesta a la hipotética pregunta acerca de qué
sucedió realmente en los orígenes del cosmos y del hombre, sino que tratan de
responder a la pregunta de qué sentido tiene el hombre en el cosmos: si está gobernado
por el azar, un destino ciego, una necesidad anónima, o bien por un Ser trascendente,
inteligente y bueno, llamado Dios (cf. CEC 284). El relato del polvo de la tierra y del
aliento de Dios nos dice qué es el hombre, no cómo ha sido el origen del hombre, nos
ilustra sobre el proyecto que está detrás de él. La ciencia, en cambio, nos explica los
mecanismos bioquímicos que integran la vida, elabora teorías razonables sobre los
procesos que han desembocado en la aparición del hombre sobre la tierra, pero no agota
el motivo último de la vida humana, el espesor de su misterio.
Los cristianos profesamos que Dios es creador del cielo y de la tierra, de todo lo
que existe y hasta que exista. Afirmamos que, desde el principio, las cosas existen
porque han sido creadas libre y amorosamente por Dios mismo. Esta afirmación
fundamental aparece expresada en la Sagrada Escritura y ha sido recogida en la fe de la
Iglesia.
I. FE EN LA CREACIÓN EN EL PENSAMIENTO CRISTIANO
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

La acción de Dios es trascendente, Dios actúa, habla personalmente y espera


respuesta a su Palabra que es acción. En el Antiguo Testamento encontramos una
narración del drama de la salvación: Dios ofertando la salvación y el pueblo infiel. El
primer acto de este drama es la narración del origen del Universo y humanidad. En la
Escritura está unido el aspecto cosmológico y soteriológico. No hay reflexiones sobre cada
punto por separado. El Nuevo Testamento sigue en la misma línea y la plenifica en la
teología cristológica.
El pensamiento cristiano recibe la Palabra y entre sus misiones está el mantenerla
en pureza, y en lo que nos ocupa, tiene que mantener la pureza de la creación frente a dos
tendencias: Monismo (panteísmo) ante el que afirma al Creador y a la creatura;
Espiritualismo y materia frente al dualismo ante el que mantiene el único principio 69
creador, todo es sostenido por el único Dios.
La cosmovisión judeocristiana tendrá que enfrentarse a varias tendencias o tesis: 1.
Creación ex nihilo que entendido filosóficamente termina con la idea de la divinidad y
plantea la preexistencia de la materia; 2. El mito del eterno retorno, o la concepción cíclica
de la temporalidad. Afirma ante esto la creación en el tiempo: Dios existe desde siempre y
por siempre, y en un momento crea; 3. Defender el carácter libre y amoroso de la iniciativa
creadora subrayando la trascendencia del único Dios y afirmando una visión optimista de
la realidad.
Estas tesis mitológicas que existían y las tesis filosóficas griegas frente al
cristianismo: son objeto de encuentro y seguirán rebrotando periódicamente a través de las
herejías: la Iglesia las condenará para defender la originalidad de su cosmovisión. Así la
Iglesia defiende el dato bíblico y la originalidad de su cosmovisión. Sin la referencia
bíblica y cristológica esta originalidad entra en crisis y pierde su contacto con la historia de
la salvación.
A. La Iglesia primitiva
Hereda la tradición apostólica. Vive con la doctrina de los padres, especialmente
paulina y joánica. Así la Iglesia con su fe en Dios Creador no es la consecuencia de unas
teorías cosmológicas, sino una visión de la realidad desde Jesucristo, externa.
En los símbolos de fe hay especulaciones teológicas y compendios de la vida de la
fe, siendo expresión de la vida de fe y responden a la historia de la salvación: creación,
redención, consumación.
El primer artículo de los símbolos siempre expresará a Dios Creador, fundamento
de la vida. En los símbolos hay una evolución fruto del influjo grecorromano. En esta
evolución los símbolos de fe van adquiriendo una estructura trinitaria con una visión más
estática «olvidando» lo histórico-dinámico: la historia de la Salvación. No es el esquema
del origen.
Esta evolución no olvida que la creación es atribuida al Padre y se va a difuminar el
matiz cristológico de este dogma de la Creación, aunque no se olvida completamente: se
difumina.
- En la diferenciación de funciones de los símbolos: Niceno y
Constantinopolitano está presente la preocupación anti-modalista de
estos símbolos. Se trata de afirmar ante todo las diferencias entre las
personas divinas, por eso se difumina esa participación cristológica en la
Creación.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

- En la vida cristiana la fe en la creación: elemento distintivo frente al


mundo pagano, creer en el Dios creador los diferencia. Esta fe en la
Creación es fuente, punto de partida de un ethos moral con sus
obligaciones morales.
- En la lucha contra las herejías. Es en los momentos donde se refleja la
afirmación de la Creación como algo importante en la fe de la Iglesia. La
Iglesia lucha contra el dualismo marcionita o gnóstico o maniqueo. El
Dios del Antiguo Testamento es el Dios Creador del mundo, de la
materia, creador de todo lo existente. Esto se contrapone a los
dualismos: la materia es origen de todos los males. Ese Dios para el
dualista es el creador de la materia (mal) que se opone al Dios cristiano.
La Iglesia por los padres apologetas lucha contra estas herejías 70
oponiéndose a este doble principio y afirma la fe en el Dios Creador que
es la misma que la fe en el Dios Redentor: Jesucristo. Ambos son el
mismo, el Creador es bueno.
La lucha contra la herejía y el pensamiento griego lleva a la Iglesia a fijar los
dogmas en sí misma y en esta lucha un principio apologeta distingue aspectos en el dogma
cristiano de la Creación, en la lucha contra la herejía. Lo que nos lleva a separar las
funciones de las personas divinas: así se «olvida» lo histórico Salvífico y se pasa a la
teología, metafísica, reflexiva, que culmina en lo tomista: el acto creador en sí al margen
de la economía salvífica. Así resalta el aspecto cosmológico y lleva a una especulación
sobre la materia y la creación ex nihilo como categoría filosófica donde no hay dos
principios: dos demiurgos.
La creación ex nihilo es un concepto desconocido del platonismo y Estoicismo:
para ambos el mundo ha sido creado por una entidad intermedia ordenadora del cosmos,
para el platonismo: el demiurgo, y para el estoicismo: el logos espermatikós. Frente a
ambas corrientes san Justino, Atenágoras, etc., defienden que Dios es eterno e infinito y
que el mundo es temporal y finito. Desde ahí superan el monismo al igual que el dualismo.
Gnosticismo-dualista intraeclesial, busca la salvación del hombre mediante la
gnosis (conocimiento): hay que salvarse del mundo (obra de un mal demiurgo) buscando el
espíritu fruto de un Dios bueno; el mundo es bueno, es lugar de Dios y su manifestación.
Lo gnóstico separa creación y salvación. Nunca lo cristiano plantea el mundo como
algo malo: dios asume la historia, el hombre, el mundo; esta es la postura de san Ireneo de
Lyon, con su teología histórico-salvífica: «lo que no ha sido asumido, no ha sido salvado».
Las afirmaciones de Ireneo de Lyon se resumen en: 1. No hay otro creador, salvo el único
Dios; 2. No hay más que un único Dios. Esta creación es obra trinitaria, y así evita el
modalismo y dualismo.
La bondad de la Creación y el amor de Dios sobre todo lo creado, donde toda la
creación es buena, amada por Dios, manifestada en Jesucristo creador y salvador del
mundo que es el mismo Dios. No un demiurgo. Esta creación se desarrolla en historia de
salvación, donde entra la Iglesia. La vieja época se plasma en estos criterios
fundamentales.
B. Las escuelas teológicas
Las de la tradición cristiana afirman el dogma de la Creación, aunque en ellas se
dará paulatinamente un desplazamiento de lo histórico salvífico a lo metafísico y
cosmológico sobre el tema de la creación. En el encuentro cristianismo con la filosofías
griegas y árabes se llega a un punto en el que casi se exclusiviza el pensamiento cristiano
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

en lo cosmológico olvidando lo cristológico, que desde el principio estaba en el


pensamiento cristiano.
Frente a los errores de estas filosofías la teología encuentra un término que usa para
presentar conflicto: Creatio ex nihilo. La obra del Pastor de Hermas comienza a hacer
elaboraciones centrándose en 2 Mac 7: «Creación desde la nada», concepto metafísico y
cosmológico. Un nuevo sentido teocéntrico: nueva reflexión metafísica que culminará en
la Escolástica.
1. San Agustín de Hipona
Orígenes, escritor eclesiástico de la antigüedad cristiana, intentó un concordismo
con el gnosticismo, y en esa labor confunde creación y generación necesaria, junto a otras 71
contradicciones que el Papa Vigilio (cf. DH 403) condenó. Pero queda un reducto de
dualismo gnóstico que es el maniqueísmo: S. Agustín lo fue, pero luego afirmó la fe de la
Iglesia: un único Dios creó todo de la nada; la materia es temporal, no eterna y el tiempo es
creado con la materia.
En el intento de solucionar el problema del mal, Agustín elabora la idea de la
participación descendente del ser (idea neoplatónica). Así plantea: todo lo que no es Dios
no es eternamente bueno, porque la participación se degrada con la limitación, así el mal es
consecuencia de ser menos, solo Dios es.
Así surge el peligro: emanatismo (de emanación). S. Agustín para evitar este
peligro plantea el concepto de Creación ex nihilo para afirmar la trascendencia de Dios: es
el principio del cambio de las perspectivas bíblicas para pasar a la reflexión ontológica; por
tanto, un cambio teológico.
2. La Escolástica pretomista
Agustín evitó el panteísmo, que se plasmó en Escoto Eriúgena que hace una teoría
de la emanación múltiple y Eriúgena plantea esto como doctrina de la creación.
Dualismo también en cátaros y albigenses. Dualismo materia/espíritu. Esta herejía:
la materia mala que procede de Dios apunta a un doble principio: un Dios malo y otro
bueno; esto es condenado por el IV Concilio de Letrán (cf. DH 800).
3. Santo Tomás de Aquino
Dios es causa total, ejemplar, eficiente, final de la creación total. Dios crea ex
nihilo y esto se puede probar por la razón distinguiendo entre lo contingente y lo necesario:
Dios. Esto evita el emanatismo neoplatonizante. La teología de Tomás influenciada por la
metafísica aristotélica conduce la teología a la especulación racional que olvida lo histórico
salvífico y cristológico; esta división entre histórico y salvífico se superará en el Concilio
Vaticano II.
4. Renacimiento y Reforma
Ruptura: Copérnico que plantea el heliocentrismo de la creación frente al
geocentrismo; pasando del teocentrismo al antropocentrismo. La ciencia se desvincula de
la teología: principio de la cultura secular. Esto hace que la teología, la doctrina de la
Creación que estaba en lo cosmológico olvide lo histórico salvífico: cae en descrédito;
consecuencia: se había enmarcado en el contexto que entra en crisis con Copérnico.
Renacimiento: acentúa lo antropológico y natural desligando lo divino y lo
humano. En esta obra se da lugar a pensamientos y planteamientos panteístas: Giordano
Bruno. Lutero defiende el geocentrismo, intentó recuperar el contexto histórico salvífico
para la doctrina de la Creación. Posteriormente el concilio tridentino mantiene la
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

desvinculación entre Doctrina Creadora e histórico salvífico reforzando el planteamiento


metafísico y desoyendo la ciencia naciente, que se queda sin interlocutor y tiende a
declarar la teología como especulación sin sentido: la ruptura entre fe y ciencia es la
consecuencia.
5. Los últimos tiempos
Las corrientes naturalistas del renacimiento que dieron lugar al panteísmo se
consolidan en Hegel y los maestros de la sospecha. Por un lado, el panteísmo espiritualista
de Hegel en el que el Dios espíritu creador camina por la historia: idealismo panteísta;
afirma a Dios como creador pero que no tiene que ver con el Dios cristiano.
El concilio Vaticano I aborda una definición de la Creación ante el nuevo 72
problema, aunque no acertará en lo histórico salvífico de esta doctrina, lo que hizo que no
se estableciese un diálogo entre el Vaticano I y la cultura; fue una lucha contra el
racionalismo, panteísmo y ciencia. El Papa Pío XII en la Encíclica Humani Generis
condenó las posiciones extremas y es beligerante frente al evolucionismo materialista,
aunque dialoga con el evolucionismo siempre que se respete la creación del alma por Dios
(cf. DH 3895-3896): principio de apertura-diálogo con las ciencias modernas. El auténtico
diálogo será con el concilio Vaticano II.
C. Replanteamiento de los puntos de vista
Durante los siglos XIX y XX se llegará a un diálogo con las formas de pensar de la
época moderna y de las ciencias que en ella se desarrollan. La independencia de la ciencia,
filosofías no externas, racionalismo y panteísmo no adquieren una respuesta válida ni en
los tratados-manuales ni en el concilio Vaticano I que lo único que hizo fue volver a repetir
la doctrina del concilio lateranense IV (cf. DH 3001-3003; DH 3021-3025). Sólo el Papa
Pío XII con la Encíclica Humani Generis revisa la teología y oferta una vía de solución.
Así sigue fiel a la tradición eclesiástica en sus directrices generales, condenando las
posiciones extremas y da cierto paso a nuevas hipótesis: los momentos teológicos y
bíblicos modernos, los que se esfuercen por entrar en el mensaje de la revelación, libre de
adherencias y de interpretaciones humanas del mensaje revelado. El Vaticano II es el
término de este proceso y el principio de una nueva etapa.
D. El Dogma de la Creación
Dogma: afirmación de una verdad de fe expresada con la autoridad del magisterio
de la Iglesia. Una afirmación dogmática responde a un problema que afecta a la fe de la
Iglesia, así lo defiende. El dogma de la creación tuvo un largo camino.
Pasos:
1. Símbolos de Fe. La fe forma parte desde el principio de la fe cristiana (cf.
DH 1-2; DH 125-126; DH 150).
2. Concilio II de Constantinopla (V concilio de los ecuménicos; cf. DH
421). La confesión de la fe en la creación distingue las funciones de las tres
personas trinitarias frente al modalismo. «El padre de quien todo», etc.
3. Profesión de fe de los Valdenses. Surgen los Valdenses en el año 1173 y
son condenados por el III Concilio de Letrán en el año 1179: esto es
redactado por el Papa Inocencio III y aparece en la carta al Obispo de
Tarragona en el año 1208 (cf. DH 790).
4. Concilio IV de Letrán. Celebrado en el año 1215 es el XII de los
ecuménicos. Dirigido a los Cátaros, albigenses y Valdenses. Rechaza los
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

errores de un principio malo eterno y un principio bueno creador del


espíritu, el otro de la materia. Es la primera intervención del Magisterio
extraordinario sobre el tema de la creación. Para el Concilio (cf. DH 800)
las proposiciones del año 1215 son las primeras de la historia: a) Existe un
único Dios, trino, sujeto y principio de todo; b) Este Dios es creador desde
el principio de la nada (ex nihilo); c) Creó toda creatura, material y
espiritual, angélica, mundana y humana, es decir, a todas las criaturas; d) El
hombre está compuesto de espíritu y cuerpo; e) El origen del mal no es
ontológico, sino moral.
5. Concilio de Florencia (1438-1445). Es el XVII concilio ecuménico. Su
intención: unirse con griegos, armenios y jacobitas (cf. DH 1330-1335). En 73
la bula Cantate Domino, concretamente en el decreto pro jacobitis
(monofisitas cismáticos de Egipto), se profesa la trinidad antimodalista y
antidualista: un único Dios creador.
6. Concilio de Trento: el tridentino es el XIX Ecuménico y se dirige a los
protestantes. El trasfondo cultural también pesó. El luteranismo desde la
creación de la nada va a desvalorar al hombre como criatura y sus obras en
orden a la salvación (cf. DH 1555). El libre albedrío está dañado, no
perdido. Así afirma también el dogma de la creación desde la libre (valga la
redundancia) libertad del hombre no perdida tras el pecado de Adán. El
Creador se relaciona con esa voluntad libre debilitada, así el orden de la
creación es restaurado por la gracia de Jesucristo.
7. Concilio Vaticano I (1869-1870). Es el XX de los concilios ecuménicos;
tiene ante sí los materialismos panteístas. Recoge al concilio Lateranense
IV (cf. DH 3001-3003; cánones 1-5): sobre la fe, define contra esas
corrientes en DH 3021-3025. Doctrina: a) Hay un sólo Dios Creador
diferente del mundo tanto real como esencialmente que; b) crea libremente
para manifestar su perfección; c) crea desde el principio del tiempo y de la
nada a la criatura espiritual y corporal, la humana (alma y cuerpo); d) la
consecuencia de la creación es la conservación que gobierna por parte de
Dios de todo lo creado dando margen a la libertad de las criaturas. Así, Dios
creador: fundamentalmente del dogma, el Vaticano I recuperó esa
orientación bíblica e histórico salvífico que culminará en el Vaticano II. El
Vaticano I también es racionalista y acristológico. El Vaticano I se sitúa
ante el dogma de la creación más desde la razón que desde la revelación. El
vaticano I deja sin resolver dos cuestiones: 1. El diálogo fe/cultura;
fe/ciencia; 2. La reinterpretación con una nueva clave de los textos bíblicos
sobre la creación. Así las cosas, el mundo es dinámico y no estático, aunque
se mantiene una lectura literalista del Génesis: la inerrancia.
8. Vaticano II. Se desarrolla tras una evolución en la hermenéutica y
exégesis bíblica. De manera que afecta a la teología el aspecto evolutivo.
Lo nuevo es la interpretación histórico salvífica de la creación. El marco de
reflexión desde donde obra: la Constitución Pastoral Gaudium et Spes,
donde la Creación se fundamenta en: a) Imagen dinámica del mundo.
Líneas de acción: el Dios creador y el hombre creativo se integran en una
misma actividad (cf. GS 34); b) Se reconoce la autonomía de lo creado con
sus leyes y valores propios. Se recupera la consistencia, verdad y bondad de
todo lo creado (cf. GS 36); c) Se recupera la dimensión cristológica e
histórico Salvífica de la doctrina de la Creación (cf. GS 38-39). La función
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

cósmica de Cristo está en el principio, es un proceso histórico y Él es el


culmen. Esta presencia de Cristo dinamiza y orienta a la plenitud
escatológica (cf. GS 45). La Iglesia sólo espera el advenimiento del Reino
de Dios.
Podemos decir que el Vaticano II hace una lectura religiosa de lo real, rescatando la
realidad del racionalismo, de donde estaba presa desde la época del Vaticano I. El
Vaticano II afirma sobre la creación: 1. El mundo está fundamentado y conservado por el
amor del creador (cf. GS 2; GS 36); 2. Dios nos creó libremente y nos llama a participar de
su gloria; Él es el creador del Universo (cf. AG 2; LG 2); 3. El verbo mediador
cosmológico, se encarna y recapitula toda la historia en sí. Es el fin de la historia y
convergencia de todos los deseos de la humanidad; 4. El mismo Dios es Salvador y 74
Creador (cf. GS 41).
El Vaticano II sitúa la Doctrina de la Creación en el contexto religioso y bíblico
que le es propio y abre la posibilidad a un diálogo entre fe y cultura.
II. FE EN LA CREACIÓN Y MUNDO MODERNO
A. Nacimiento de nuevas formas de pensamiento
Hasta la edad moderna el mundo tenía una visión estática en la que la categoría
espacial era la predominante. La característica fundamental era el inmovilismo.
El platonismo marcó la reflexión, en torno a la filosofía. Esto hace olvidarse del
mundo real y de las nuevas opiniones que se establecen. Galileo, ... etc. Son un golpe para
esta visión. El fundamento de toda filosofía nueva será la observación del hombre por los
sentidos, y seguidamente incluso esa observación que fue fundamental se pondrá en
cuestión; se verá como engañoso lo que se percibe por los sentidos, todo el edificio que
existía se tambalea; así se revisa el sistema de conocimiento: el subjetivismo.
Apologética clásica: frente a esto, hizo de la teodicea una ciencia abstracta. A Dios
lo alejó cada vez más de la realidad humana y de la marcha del mundo; la razón se
implantó dentro de la teología y Teodicea; Dios era un demiurgo y no más. Esa apologética
clásica: Demiurgo, Dios lejano del hombre, y su lucha da lugar a un encuentro con
pensadores, autónomos, independientes, sin unión alguna con el Dios creador; es el
principio del ateísmo moderno como sistema de pensamiento. El ateísmo plantea un
inmanentismo: concepción cerrada del Universo, que no admite la posibilidad de un ser
que fundamenta la existencia del hombre y del mundo.
B. El Evolucionismo
La revolución copernicana es el origen de otras revoluciones, el siglo XIX es
prolífero en filosofía, ciencia, ideologías que determinan el siglo XX con su pensamiento y
evolución.
En 1859 se publica el origen de las especies de Darwin. Esta doctrina influye de
forma determinante en la creación de nuevos pensamientos. Ante la cosmovisión anterior:
el mundo perfecto desde el principio, ahora sale una nueva visión del mundo, en continua
formación, el evolucionismo se presenta como teoría biológica, las especies no fueron
creadas tal y como están desde el principio, sino que aparecen con dependencia causal. Lo
imperfecto se va haciendo perfecto. La ciencia tradicional había clarificado las especies y
no requería en ningún momento, dependencia mutua. Había conexión y unidad entre los
seres vivientes. Frente a esto hay una evolución de las ciencias que corroboran y hacen
realidad aquella intuición de la dependencia causal que se realiza en la sucesión temporal.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

La nueva clasificación de las especies en las que se plantea una sucesión temporal
de éstas, donde las formas superiores de vida provienen de las inferiores (con el que venir
detrás de Él es igual que provenir de). De esta evolución parcial se pasa a la general. De la
biológica a la cósmica.
La doctrina de la evolución ya no es positiva, sino de una intuición de la unidad del
mundo que los descubrimientos confirmarán: los paleontólogos principalmente. El tiempo
demuestra que primero es lo imperfecto y en segundo lugar lo perfecto.
El sentido de unidad total exige que la sucesión temporal se sume a la relación de
procedencia causal, es decir, esto es un todo, una unidad que evoluciona por relación
causa-efecto a lo largo del tiempo. Esta teoría cuestiona la teología de la Creación y al acto
creador. 75
C. Purificación de la concepción del acto Creador

Conceptos:
- Dogma de la Creación: verdad contenida en el depósito de la revelación
que es propuesta como tal por el magisterio solemne de la Iglesia. Aquí
entra: a) El mundo y todos sus componentes tanto materiales como
espirituales dependen en su origen, desarrollo y permanencia única y
exclusivamente de Dios que es su fundamento trascendente, absoluto y
último; b) Dios es el fundamento absoluto y Universal de todo cuanto existe
y desde que existe.
- Creacionismo: como sistema explica el origen y permanencia de las
criaturas a partir de Dios, diferente siempre de ellas. Así se opone al
emanatismo y al panteísmo del tipo que sea, y sin presuponer materia
alguna anterior increada: ex nihilo.
- Fisismo: este sistema expone que todas las cosas según sus especies han
sido puestas en la existencia tal y como existen y no presuponen un sistema,
procesos de causa, de dependencia causal y de transito de una especie a
otra. Puede afirmar la existencia de Dios como causa y fundamento de todo
o negarla afirmando la eternidad de la materia y del mundo o el azar. Las
especies surgen por que sí. Puede haber un fisismo que admite a Dios o que
no admite a Dios.
No se puede identificar creacionismo ni con el fisismo ni con el evolucionismo. El
término evolucionismo es usado por los no creyentes, el evolucionismo luchó contra el
fisismo aliado con el dogma. Hoy no se relaciona fisismo y creacionismo. Frente a esos
teólogos, el magisterio reacciona violentamente y esta reacción se mantiene como doctrina
oficial prácticamente hasta Pio XII en Humani Generis. Hasta que la filosofía y teología
difieran nivelar en el acercamiento del tema; diferentes esferas: filosófico, teológico, etc.
Las conclusiones teológicas actuales: Gn 1 al querer fundamentar el reposo
sabático desde la teología afirma que la obra creadora de Dios se limitó al principio, pero
hay una concepción teológica del mundo israelítico del Antiguo Testamento. Is 42-45 o Jn
5,17: en Dios no hay sucesión de acciones, con lo que Creación y conservación son dos
aspectos de una realidad única, la acción.
Por parte del objeto creado, ser creado significa depender absolutamente de la
causalidad trascendente de Dios. Esta dependencia trascendente y permanente de la
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

criatura respecto a Dios es lo que constituye su relación vertical que nunca anula las
relaciones horizontales en el orden lógico, sino que influye en ellas y les da consistencia.
El acto creador de Dios no se limita al principio del mundo, sino que Dios realiza
siempre al mundo como mundo en evolución. Dios está fuera del tiempo y no se puede
encerrar en la categoría tiempo, quizá sea esta la interpretación de «en el principio». El
mundo tiene su fundamento y origen en el acto creador de Dios. «En el principio» tiene el
sentido del Dios que es a partir de su eternidad. La relación de dependencia entre el mundo
y Dios es siempre la misma.
Dios realiza al mundo como mundo en evolución. Si Dios está por encima del
tiempo este no vale para enmarcarlo. «En el principio» fuera del tiempo. El mundo en su
totalidad tiene su origen en el acto creador de Dios, Dios crea a partir de Él mismo, de su 76
eternidad. Dependencia de Él, antes, ahora y siempre. Sobre la Creación ex nihilo en 2
Mac 7-8 se dice lo mismo «al principio»; Dios crea al mundo y lo pone en la existencia sin
materiales previos, ni instrumentos, ni medios preexistentes. El mundo solo proviene de la
potencia y voluntad de Dios. Ex nihilo: causalidad trascendente de Dios que es
fundamental del mundo en su totalidad; componentes y fases constituidas. Dios es el
creador de un mundo en evolución.
D. Aspecto científico del origen del mundo
Parece que las ciencias trabajan y determinan el origen del Universo, siempre como
aproximación, con cifras y datos que se nos escapan. Hay propuestos muchos modelos de
Universos desde la ciencia físico-matemática. Ningún modelo puede ser comprobado,
aunque se respetan los datos si explican de forma coherente el desarrollo del Universo.
Los datos conocidos de las partes del Universo son aproximaciones. La corteza
terrestre tiene de 2.500 a 5.500 millones de años, las cadenas montañosas necesitan
centenares de miles de años para formarse.
Nuestra galaxia: la vía láctea, tiene forma de espiral y su diámetro es de
aproximadamente unos 80.000 años luz. Su espesor: 16.000 años luz, puede tener 100.000
millones de estrellas, una de ellas es el sol. Nuestra galaxia parece que se comenzó a
formar hace unos 10.000 millones de años. Y sabemos por la ciencia que hay millones de
galaxias como la nuestra y las vemos como estrellas donde las grandes son las más lejanas.
Cuando la ciencia habla del principio nunca hablan de hora cero, sino el momento
en que se empieza a explicar lo que ahora tenemos, pero antes de eso, antes del huevo
cósmico ¿qué?
Los modelos de Universo se pueden resumir o sintetizar en dos: evolutivo o
estacionario. Evolutivo: plantea el tiempo que hay desde el estado originario de más
condensación hasta la actual situación. En cuanto a la teoría estática, hay un Universo
estacionario e invariable en su conjunto que ha existido siempre. Se plantean el desarrollo,
no el origen. Evolucionismo: Creación continua de la materia, que ocupa el vacío que deja
la materia que se expande.
Las condiciones físicas del Universo para los científicos Físico-Matemáticos están
fuera de control. La edad del Universo es un formalismo: la ciencia no puede determinar el
estado del Universo y si es consecuencia de otro proceso anterior. Estas teorías no pueden
explicarlo metafísicamente. Tras todo el planteamiento, el problema filosófico y teológico
de la Creación sigue en pie: cómo, cuando, quién: Dios.
III. REFLEXIÓN TEOLÓGICA EN TORNO AL TEMA DE LA FE EN LA
CREACIÓN
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

A. Introducción
Para nosotros la Creación es origen y principio de salvación. La clave de
interpretación es la soteriológica. En ningún momento la clave de interpretación puede ser
la creación ex nihilo. Lo entendemos desde una clave soteriológica, nunca ontológica o
física.
Nunca se puede pretender una demostración metafísica de fe en la creación. Porque
lo metafísico pierde el horizonte bíblico y cristológico, donde está la fe en la creación lo
Físico entra en conflicto con la fe. Es un nivel diferente, una parcela de conocimiento
distinto, no distante. La teología no se preocupa de la causa natural o intra-cósmica: es
competencia de la ciencia. La ciencia se preocupa del cómo con sus hipótesis, para
desentrañar. La GS 36 va a bendecir las preocupaciones y luchas, pero no entra en este 77
estudio.
La teología se pone en un lugar diferente al de la ciencia, no interfiriendo en el
campo de su investigación. Los resultados de la ciencia pueden iluminar la reflexión, pero
nunca con el mismo objeto formal, pero sí material: conocer.
Cuando la pregunta es por qué existe el ser, nosotros respondemos: porque Dios lo
ha creado; desde la hipótesis se Creacionista plantea la bondad de todo, frente al dualismo,
un principio sin dualidad de principios y frente al panteísmo al afirmar la fe en la Creación
nos oponemos al emanatismo que no conoce fin, sino que afirma a Dios trascendente con
realidad propia y diferente de lo creado.
La fe en la creación. La originalidad del concepto creación en el cristianismo es
indiscutible. «Creado por Dios» es y se es como criatura. El mundo no tiene en sí su razón
de ser, no es absoluto, y depende, existe en dependencia. Esto marca toda la existencia.
Hoy la crisis general es crisis de fe en la Creación: soy y no más, soy lo primero y
último, no transciendo en nada o nadie: Crisis. La ciencia y técnica deben tener su
autonomía. Nace en Occidente porque aquí la fe en la creación es opuesta a la divinización
del cosmos, que lo desmitifica, le hace perder el status sagrado e intocable, ante el que el
hombre no puede sino paralizarse por el temor. La fe en la creación así posibilita que sea
objeto de estudio para la ciencia y técnica.
El diálogo fe/ciencia es posible desde estos presupuestos, lo que planteamos es la
diversidad de lenguajes, acercamiento a la misma realidad que perdió su carácter sagrado y
fascinante.
B. Dios crea por la palabra
Génesis 1 es un relato sacerdotal, la expresión «y dijo Dios» aparece siete veces. El
término hebreo DABAR (palabra eficaz) indica la fuerza que en Dios existe por
manifestarse. Dios habla y se realiza: dijo Dios... y se hizo. De manera que casi
encontramos que es igual hacer y decir. Dijo Dios: hizo Dios. Estos relatos en los que Dios
crea por la Palabra intentan destruir, mitigar los residuos mitológicos que venían del viejo
oriente en los que la divinidad hace, crea haciendo, trabajando. Así lo desmitologiza.
Frente a los mitos babilónicos, el libro del Génesis ofrece una nueva interpretación en la
que Dios es Señor absoluto y con su Palabra crea.
Israel en su historia experimenta como Dios actúa en los acontecimientos, dice en
ellos y el pueblo responde a esa Palabra de Dios. Diálogo fecundo y eficaz. Yahvé no hace,
dice, no trabaja, dice. Dice y se hace.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

La Palabra de Dios configura la historia de Israel, esa Palabra contacta con la


naturaleza y ahí sitúa Israel la Palabra en relación con la historia y con la creación. La
Palabra no es fuerza natural, sino un poder histórico, soberano, libre y personal, fruto de un
querer de Dios por manifestarse. Dios se comunica libremente, y así, habla cuando y como
quiere.
La creación y el hombre son Palabras de Dios, respuesta a ella: se hizo. Esta
reflexión dentro del cristianismo, adquiere fuerza en la concepción de la teología clásica
(San Agustín, San Buenaventura, Sto. Tomás) que hablan de dos libros de revelación:
Escritura y naturaleza.
El libro de las criaturas es una fuerza reveladora de parte del Dios Creador.
También lo dijo San Pablo en el capítulo 2º de la carta a los Romanos: desde ahí se puede 78
descubrir a Dios. Dios crea por la Palabra que adquiere respuesta; la creación es fruto del
hablar eficaz de Dios.
Calvino dijo que el mundo es el escenario de la Gloria de Dios. Así cuando el
hombre dice lo que contempla, la realidad, desde la ciencia o la teología, está siendo
testigo de la Gloria de Dios. Actúa como imagen y semejanza de Dios. Ese hombre co-
creador con Dios por ser a su imagen y semejanza le lleva a que el hombre vuelva a decir
sobre la realidad, en cuanto él fue dicho, fue hecho. El hombre cuando pone nombre a lo
que no es humano está co-creando con Dios.
Gn 2,19: el hombre está diciendo el mundo: Está haciéndole co-creador. Las cosas
adquieren su realidad cuando éste las nombra, de manera que lo que no nombró para el
hombre existía: así no nombró América, por ejemplo. Este denominar todo nos dice que
las cosas son para el hombre, creadas para él y que el hombre es el referente primero y
último de Dios. El hombre es Señor de las cosas: Las puede denominar, les pone nombre:
es superior.
Nunca en la Biblia Dios habla con las creaturas. El hombre es la creatura que habla,
el interlocutor de Dios, la creatura por antonomasia. Palabra de Dios y respuesta del
hombre: dos caras de una moneda. Dios comunica al hombre su palabra, da la Palabra y el
hombre se relaciona con ella positiva o negativamente. El hombre es libertad de respuesta,
Dios se comunica y espera la respuesta, decisión positiva o no sobre la salud que él ofrece.
Dios pregunta y espera respuesta y cuando el hombre calla peca. Dios pregunta al hombre
¿dónde estás? y éste se esconde. El hombre creado por la Palabra está llamado siempre a
responder a Dios. Este diálogo puede ser potenciado por la gracia o cerrado por el pecado.
C. Dios, trino, es el Creador
La creación, obra del Dios único está en todos los símbolos de fe. El Theos del
Antiguo Testamento y Nuevo Testamento es el Creador de todo. En el Nuevo Testamento,
sobre todo en Juan aparece la palabra participando en la obra de la Creación. Es
participación en el principio, durante y en la consumación, no siendo el instrumento, sino
el mismo Creador. Es consustancial al Padre. Dios es el mismo, el que crea y nos lanza a
aceptar la Creación como Misterio de fe. Esta aceptación la vemos culminada en la
Encarnación del verbo. Lo creado es elevado en cuanto que el Creador se hace criatura. La
razón se desborda: sólo por fe se entra aquí.
A raíz de la revelación que se produce con el Dios hecho hombre, vamos
descubriendo al Espíritu como tercera persona y descubrimos a su vez la acción creadora
del Espíritu. Es el amor de Dios donado el que actúa en la autodonación de Dios. El amor
de Dios que se da es el que posibilita el descubrimiento del amor intradivino.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

En el Antiguo Testamento no se revela el ES, pero lo prepara. La Palabra es la


sabiduría y en el Nuevo Testamento Jesucristo es la sabiduría de Dios. San Ireneo de Lyon
será el primero que interpretará trinitariamente la Creación. Para San Agustín la creación
es vestigio de la trinidad, tiene huellas de ella, como también el hombre es imagen de Dios.
La tradición cristiana interpreta siempre la Creación en clave trinitaria. Verdad y
bondad de todo es vestigio de la trinidad, en la línea agustiniana. Esa imagen trinitaria será
semejante con la trinidad por la gracia. Por la creación: imagen. Por Jesucristo: semejanza.
La Escolástica mantiene el enfoque trinitario agustiniano. La creación en el
mundo moderno aparecerá como creación de Dios, pero una creación que se sitúa más en
lo ontológico que en lo histórico salvífico: idealismo de Hegel, monismo panteísta
idealista. Esto olvida la tradición judeo-cristiana que entiende la Creación en un sentido 79
diverso al ontológico.
El Vaticano II recupera lo histórico salvífico de la Fe en la Creación. Las personas
divinas influirán en la obra creadora cada una según su propia peculiaridad. El Padre se
autoexpresa con las creaturas por medio de su Palabra y se da por el Espíritu, que une a
ambos (Padre e Hijo).
La afirmación «Dios creó el mundo a través del Hijo en el Espíritu» es la clave
histórico salvífica de la fe en la creación. Dios crea por la Palabra y la creación es don
Creado. Palabra y don de amor son los momentos trinitarios que determinan como
personas que son, todo lo que sucede en y fuera de Dios (trinidad económica).
D. Dios es Creador por la comunicación libre de su amor y de su gloria
La creación tiene lugar como comunicación y participación que Dios hace de sí y
esto es un acto libre y voluntario de Dios.
Negar la libertad de Dios es negar su trascendencia. Sería situarse en el panteísmo.
Si Dios está obligado a Crear no sería libre, por lo creado no sería autónomo. La gracia no
sería don, sino necesidad de parte de Dios, con lo que el orden sobrenatural no existiría.
Cuando postulamos que Dios crea libremente afirmamos que la creación es gracia,
que Dios es el totalmente otro, que Dios es el trascendente, lo expresamos con el «Creado
de la nada». La libertad de Dios al crear se preserva en la trinidad. Dios es un ser personal,
por tanto, es reconocido en sí y no necesita la creación para que le reconozca. En Dios la
comunicación es necesaria. Dios está en sí porque es comunidad, por tanto, no necesita lo
exterior para realizarse, si la hace es libremente.
En el Antiguo Testamento se apunta a la Palabra o Sabiduría como «Compañeros»
de Dios. El concepto de Creación falta en otras religiones porque no tienen el concepto de
trinidad. La libertad de Dios al crear viene expresada por Dios en la Biblia en la relación:
Alianza/Creación. Dios hace alianza y eso se retrotrae hasta el origen. La encarnación no
es consecuencia de la divinidad, sino el culmen del diálogo de amor, que culmina en un
pacto plenamente humano.
Desde nuestra visión cristológica la acción creadora es por amor, y tiene como ley
la entrega y esta comunicación no es necesaria, sino por amor. El Vaticano I al abordar el
tema de la Creación repite al concilio lateranense IV y utiliza esa expresión «libertad
plena» evitando toda confusión respecto a la libertad del Dios Creador (cf. DH 3002). La
libertad máxima es el amor activo. Dios al crear da libertad y se da libertad: no se trata de
necesitar algo para ser, sino que en el amor se entrega, se da libremente por que es trinidad,
no necesita un tú. En la libertad del Dios creador no se puede mezclar ninguna necesidad.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

La finalidad: el por qué o para qué Crea Dios. Nunca la creación tiene una
causalidad final para Dios, ya que si existiese esta implicaría la necesidad de existir eso
creado para ser plenamente lo que Él es, Dios es el fin de todo, fin último (cf. 1 Co 15,
24ss). Dios no Crea buscándose a sí, sino que crea para la alianza. La encarnación, centro
de la Creación, muestra el amor supremo hacia la criatura, y lo muestra en unión con ella:
alianza nueva y eterna. Dios crea para salvar, para comunicar su ser a la Criatura, ser
comunitario, interpersonal, libre y gratuito. En esto pone Él su gloria. «La gloria de Dios es
el hombre vivo» (San Ireneo de Lyon). Y lo que vive plenamente es la salvación (cf. AG
2).
Podíamos decir que el motivo de la acción creadora de Dios está oculto en Dios
mismo. LG 2: «El Padre creó por un misterioso designio...». Dios no recibe nada por la 80
Obra Creada; no le plenifica en nada (Vaticano I: cf. DH 3002); Dios crea por bondad y
poder infinito, no para conseguir nada; sino solo para manifestar su felicidad y perfección
que comunica a las criaturas.
E. La creación ex nihilo
En el Génesis no existe este concepto tal como se entiende hoy. En el contexto
bíblico es una afirmación de la exclusividad de Dios como único Creador más que algo
metafísico. Es una afirmación de fe monoteísta.
Ante los gnósticos la Iglesia elabora una reflexión más profunda sobre este
problema intentando evitar las teorías emanatistas. Valentín plantea esta gnosis: pléroma
divino, es decir, el Padre, no engendrado, hace surgir 30 pares de eones que constituyen el
pléroma. La caída del último eón, que es la sabiduría hace surgir el demiurgo, que los
gnósticos identifican con el dios malo creador de la materia (el mundo) que lo diseña
imitando el pléroma divino. En la materia hay una partícula divina que es salvada por
Jesucristo, persona sobre la que cae el eón Cristo por el bautismo. Desde El la partícula
divina que reside en el hombre, puede liberarse de la materia por la gnosis para alcanzar de
nuevo el pléroma divino del que procede. Contra esto San Ireneo de Lyon afirma que sólo
Dios Padre y el mismo Dios Padre es el fabricante, fundador, inventor, autor y el Señor de
todo. Esta afirmación se estructura en todos los credos de fe católica y aparece también en
el primer concilio toledano (cf. DH 188). La única manera de entender el concepto de la
nada es partir de 2 Mac 7, 28: como expresión en un contexto bíblico histórico salvífico: en
este sentido no es metafísica.
La creación es el primer punto inicial de la elección de Israel por parte de Dios,
dueño absoluto de la historia, elección que culmina en la salvación en Jesucristo
escatológico. Si Dios es el primer punto, quiere decir que este acontecimiento original del
que surge el mundo en el que Dios elige un pueblo y le redime, por Jesucristo, ha de ser un
primer punto sin antecedentes, es decir, incondicional. Si hubiese primer punto, Dios no
sería Señor absoluto de la historia: este es el sentido de la Creación de la nada: ex nihilo.
Ex 20, 2-4: no habrá otros dioses delante de mí: expresión del señorío de Dios, sobre todo,
sin excepción; el único Dios es Yahvé.
Otra forma de comprensión: creación por la Palabra, el «dijo Dios» evita el
emanatismo, no es que a Dios se le caiga la Creación, sino que dice: «Hágase». Ese decir
de Dios excluye que haya una materia previa. La creación ex nihilo habría que entenderla
así: 1. Dios crea con libertad. Nada ni nadie condiciona la obra creadora ni determina o
predetermina; 2. El mundo es objeto del amor y de la gloria de Dios; 3. Sólo Dios es el
Creador. No hay ninguna fuerza o materia que sitúe a Dios en segundo plano. En este
sentido al ex nihilo, tanto en la Biblia como en el magisterio eclesiástico.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

En el Antiguo Testamento, con el término bará (sobre todo en Gn 1) se tenían en


cuenta los relatos circundantes que usan conceptos desmitologizados. En esta
desmitologización de la creación es donde se entiende el término de Creación ex nihilo.
Sin identificar que el concepto bará es el «de la nada», pero nos apunta a un sentido,
dentro de una desmitologización. No hay nada preexistente.
La obra del Pastor de Hermas va a usar en su afirmación del Dios creador
conceptos que se aproximan al concepto ex nihilo que se desarrolla en la Iglesia. Dios crea
todo y completa todo y de la nada hace que todo sea. El Papa San León Magno usará esta
expresión: creación de la nada (cf. DH 285). Y los concilios medievales usarán este
término para expresar la omnipotencia divina, especialmente el concilio Lateranense IV
(cf. DH 800), II Concilio de Lyon (cf. DH 851) y del I concilio de Florencia (cf. DH 1333- 81
1335).
El concilio Vaticano I asumirá al Lateranense IV en la construcción católica:
afirma la creación desde el principio del tiempo; de la nada (cf. DH 3002). Y así mismo, en
los Cánones se expresa igual (cf. DH 3025).
Frente al monismo panteísta no hay un mundo que fluya de Dios, ni Dios adquiere
perfección con lo creado. Dios no está sometido a la dialéctica mundana. Frente al
dualismo y monismo panteístas tenemos la dialéctica entre inmanencia y trascendencia:
creador y creatura. Negar el monismo es negar la trascendencia de Dios que crea
libremente. Frente al dualismo se afirma que Dios es el origen de quien todo procede y por
tanto a lo más íntimo, a todas las cosas. San Agustín afirma que «Dios es lo más profundo
dentro de mí y lo más alto por encima de mí».
La expresión ex nihilo opuesta al dualismo y monismo va a originar una
cosmovisión estática de la Creación; las creaturas son acabadas y concluidas desde el
primer momento. El evolucionismo de Darwin donde todo procede de algo anterior e
inferior, lleva a plantear el ex nihilo en la primera realidad. Esto no significa que la
creación se limite a un gesto único, solitario, en el inicio del Universo, ya que la Creación
también la puede entender como punto unitario.
La evolución implica progreso, proceso que supera ontológicamente a la creación,
sobrepasando el límite ontológico, y esto por la causalidad creada; es la capacidad de
creación de lo que es Creado. Esta causalidad es trascendental ya que Dios actúa
potenciando las causas normales intramundanas para que se sobrepasen, aun sabiendo que
no es una causalidad perceptible en los fenómenos. Esta acción de Dios está en la
evolución: que es que una cosa proviene de otra menos perfecta, donde el ser del hombre
evoluciona, y esto es también creación, el hombre camina a la perfección, peregrina hacia
el cielo, por tanto, evoluciona de lo menos perfecto a lo más perfecto. El hombre avanza
diferenciándose de lo anterior; en este avance progresivo, en este devenir, vemos la
continuación de la creación, esto no cierra la autocomprensión del hombre, en cada época
es diferente; es también continuación de la creación. La evolución es perfeccionamiento.
El hombre de hoy es más perfecto que el del año cero.
Materialistas: unicidad sustancial que lleva a una única realidad física e impide el
evolucionismo. Los filósofos de la ciencia y científicos no aceptan el materialismo
fisicalista que lleva a aceptar un mundo homogéneo donde la creatividad y la novedad no
cabrían. Los materialismos emergentistas plantean un monismo de sustancia, pero con
propiedades diversas. En este sistema si cabe la evolución y el pluriformismo, aunque al
hablar de pluriformidad (diferencias sustantivas de la realidad), plantea no un auténtico
monismo, sino una diversidad de sustancias, pese que no explica el cómo del salto
cualitativo.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

El materialismo fisicalista al negar novedad en el cosmos es más consecuente con


su postura, la cuestión es cómo en el mundo que evoluciona se da la creación. El
evolucionismo es un modelo descriptivo, no explicativo. El por qué va más allá de las
teorías evolucionistas.
El concepto creación responde al por qué existe el ser y no la nada, mientras que el
concepto de evolución responde al cuándo y cómo aparecen estos seres y no otros.
Evolucionismo y creacionismo no se contraponen ni están en el mismo nivel de reflexión,
pese que para conjugarlos hay que tener presente la diferencia de niveles. Hoy la teoría en
el diálogo con la ciencia y la cultura mantendrá su identidad propia sin aferrarse sólo al
evolucionismo. Lo importante en la fe es la referencia a Dios como realidad última para el
creyente. 82
F. La temporalidad del mundo
Desde la Biblia tiene sentido este apartado. El acto creador, procede libre de Dios,
que está fuera del tiempo, y desde el mundo no podemos hablar de una temporalidad. El
mundo existe con el tiempo: espacio-temporal. No había tiempo previo a la existencia del
mundo. Desde que existe la creación, el cosmos, hay tiempo. En Dios no hay ni tiempo ni
espacio.
Para el mundo no tiene sentido comenzar antes o después ya que antes del mundo
no hay tiempo, no hay antes ni después. La ciencia al hablar del tiempo del mundo lo data
entre 13.000 y 20.000 millones de años, luego no hay eternidad. Los modelos cesados en
cosmología: 1. Universo en expansión limitada: Huevo cósmico en proceso de expansión.
El final vuelve a ser otra vez huevo cósmico; 2. Universo en expansión ilimitada: No existe
finitud: el huevo explotó y todo se expande eternamente; 3. Universo oscilante o pulsante:
El huevo explota, se recoge y vuelve a explotar, así sucesivamente; 4. El Universo
estacionario: Una creación continua de la materia; siempre en expansión.
Los más aceptados los que parten de una explosión principal, aunque no expliquen
la materia inicial. El big-bang es lo más aceptado, aunque no dan un paso anterior; ahí
quedan, porque a lo demás responde la filosofía o la metafísica, la ciencia positiva no
puede. Los más comunes son el uno y el dos.
Lo cierto es que hoy no se sabe si el Universo está abierto o cerrado, si es finito,
limitado, pese a las búsquedas no hay respuesta válida. Lo cierto es que en estos modelos
hay mucho de metafísica y filosofía junto al dato científico. No hay pruebas científicas que
conduzcan a afirmar un modelo. Los filósofos han entrado a responder esto. El problema
está ahí: el cristiano acepta que nada, excepto Dios, puede existir desde de la eternidad.
El concilio IV de Letrán al hablar contra los albigenses: que admitían la existencia
de la materia sin principio (cf. DH 1530-1531) responde que todo es en el tiempo. El
Vaticano I repite lo mismo (cf. DH 3002). No es una formulación dogmática sobre la
temporalidad del mundo. La creación se circunscribe en la historia de la salvación; sin
principio no hay historia, ni historia de la salvación, que sucede en el tiempo.
La temporalidad determina el modelo o tipo de salvación. Si entendemos el tiempo
como eterno retorno la salvación es salir del círculo, si es una degeneración la salvación es
volver al principio, pero si es creciente la participación está en el final; conceptualización
bíblica: principio y fin, y en medio la historia de la salvación.
La concepción católica mantiene que el tiempo existe con el mundo y por el
mundo. El mundo y el tiempo han sido creados juntos. El tiempo limita la representación
de lo escatológico; está fuera de lo espacio-temporal. Lo importante es que el mundo ha
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

comenzado en el tiempo, ambos no son eternos, infinitos ni inmutables: sino finitos,


temporales y mudables.
La existencia no es eterna, salvo en Dios. Lo supratemporal también existe, y su
realidad es Dios. La doctrina de la Creación dice que existe el Dios eterno y también lo
temporal: el mundo, lo creado. La dualidad Creador, creatura.
Biblia: lo mundano tiene un origen y camina a un fin; la encarnación conduce lo
temporal a lo eterno que es Dios, por eso Jesucristo es la plenitud de los tiempos, así la
cristología es una antropología perfecta.
El cristianismo es la religión del progreso, del peregrino. La historia tiene una
plenitud que tiene un principio: la creación, un momento culmen: la encarnación, y una 83
consumación: lo escatológico. La teología en clave histórico-salvífica nos dice que el
espacio y el tiempo hay que entenderlo en clave de alianza.
G. La providencia divina. Hay una realidad
Tanto el judío como el cristiano experimentan el cuidado de Dios: experiencia
histórica que Israel vive y que posteriormente plasmará en la fe en la creación. Primero
vive el amor, luego ve que es el Creador.
Providencia en la Biblia es la acción de Dios en el mundo como una promoción de
la criatura, su potenciación, un hacer-hacer: hacer que haga. Es la acción creadora de Dios
en un mundo en evolución. Este mundo en devenir está guiado por Dios. El hebreo usa el
término bará para hacer de Dios, un hacer espectacular en la historia, en conexión con la
creación, también aplicables a grandes acciones en favor del pueblo. El término
«Providencia» de origen griego, es aceptado por el cristiano al asentarse en el mundo
griego. Usado en la obra del Pastor de Hermas y por los Santos Padres y Escritores
Eclesiásticos. San Agustín en su obra La Ciudad de Dios desarrolla toda una teología
providencialista, teoría histórica marcada por la providencia. Pese a que esta doctrina de la
providencia es definida en el Vaticano I (cf. DH 3003).
La fundamentación teológica se entiende desde un concepto amplio de creación.
Cuando Israel reflexiona (cf. Gn 1) lo hace en un esquema semanal, donde la providencia
se pierde. Esta visión de la creación constante por parte de Dios es la que fundamenta la
providencia: hizo y sigue cuidando (cf. Caín y Abel: la creación continúa, y Dios lo
gobierna todo).
La escolástica probaba la existencia desde la contingencia. El mundo es
contingente en cuanto podía no existir. Contingencia en todo el existir, no sólo en el
principio. Por tanto, necesita un creador y conservador, un providente. Una creación
conservadora del mundo. Otra cuestión escolástica: cómo Dios actúa, cómo hace en la
historia.
Todos coinciden: Dios actúa de forma que el hombre mantiene su autonomía en la
acción. Esta reflexión es más filosófica que bíblica. Este tipo de reflexiones entran en la
teología. La fe en la creación lleva a aceptar primero que este mundo procede de Dios y
por tanto es ontológicamente bueno, está ordenado y es estable. Que este mundo procede
de la nada, es contingente y por eso el mundo es nada, caducidad.
Sólo el Salvador en la consumación escatológica puede resolver esta aporía.
Mientras caminamos en esta aporía existente contingente, esperamos que éste entre dos
aguas se resolverá en el salvador (en Jesucristo), así caminamos (cf. Prov 14, 24) en
prudencia.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

IV. NARRACIONES DEL LIBRO DEL GÉNESIS SOBRE LA CREACIÓN Y EL


ORIGEN DEL MUNDO
Los relatos primordiales narran unas tradiciones antiquísimas que están más allá
del tiempo histórico, como el Génesis. Se caracterizan por utilizar un lenguaje mítico, la
intención religiosa, carecer de información sobre la estructura del mundo y por no
permitir sacar consecuencias claras sobre los aspectos morfológicos y biológicos del
primer hombre. En el Génesis se aprecia la cosmología bíblica pero también se sirve de
la cosmología sumeria o egipcia. Existen dos relatos de la creación del hombre.
Nosotros abordaremos y nos centraremos solo en el primer relato.
El primer relato bíblico sobre la creación del hombre, que trata sobre el hombre
como imagen de Dios: Anuncio de la creación del hombre (cf. Gn 1, 26), con una 84
potente carga metafísica. El acto creador (cf. Gn 1, 27), que expresa las características
del hombre: dignidad e igualdad entre hombre y mujer; y la bendición nupcial (cf. Gn 1,
28) que trata la fecundidad y el domino sobre el mundo.
El segundo relato, que trata una visión alegórica y subjetiva de la creación: Es
más antiguo que el primero y destaca la importancia del hombre para quien fue creado
todo lo demás. Destacan los siguientes puntos: El hombre procede de Dios (cf. Gn 2, 7);
el hábitat humano: el paraíso (cf. Gn 2, 8-14); el trabajo humano (cf. Gn 2, 15); el
mandamiento divino (cf. Gn 2, 16-17); y la soledad de Adán y creación de la mujer (cf.
Gn 2, 18).
A. Dos paneles de un díptico
La estructura fundamental del libro del Génesis se apoya en dos paneles de un
mismo díptico. El primero comprende los once primeros capítulos y tiene por protagonista
a ha-`Adam; hombre. En hebreo esta palabra lleva el artículo, equivaliendo a nuestro
término humanidad. Es decir, el hombre-Adán de todos los tiempos y de todas las regiones
de nuestro planeta.
Al llenar de color estos dos cuadros han colaborado muchas voces y muchas
manos. Las narraciones cristalizaron después de haber sido largamente anunciadas en
tradiciones orales y parcialmente redactadas, en las aldeas, en las asambleas litúrgicas, en
las enseñanzas de los padres a sus hijos, en la catequesis, sobre los primeros pasos de Israel
y las antiguas reflexiones sobre la situación del hombre.
Estas corrientes vivas de palabras se transformaban en «tradiciones» que los
autores catalogarán siglos más tarde apelando a los términos con que se designa en ellas a
Dios. Se habla de la tradición yahvista (J), elohísta (E), sacerdotal (P) y deuteronomista
(D). Estos ríos literarios convergen en un grandioso delta; nuestro Génesis, que pese a estar
redactado como unidad, sigue revelando esta influencia.
B. El panel de «ha-`Adam»
Nos centramos en sus líneas fundamentales, muchas veces heterogéneas por la
diversidad de tradiciones que hemos identificado.
1. Las áreas literarias
El primer panel tiene por protagonista al hombre en sentido amplio, no sólo al
hebreo. Está construido a través de dos formas literarias; la genealogía y la narración,
debido a las tradiciones yahvista y sacerdotal. Este es el esquema de este primer cuadro del
Génesis según ambas tradiciones o escuelas:
ESCUELA YAHVISTA
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

2, 4b-3, 24 narración de la creación y del pecado-castigo.


4, 1-2 genealogía Adán-Eva/Caín-Abel.
4, 3-16 narración de un delito-castigo (Caín-Abel).
4, 17-26 genealogía Caín-Lamec/Adán-Enós.
6-8 (fragmentos) narración de un delito-castigo (diluvio).
9, 18-19 genealogía de Noé.
9, 20-27 narración de un delito-castigo (hijos de Noé)
10 (fragmentos) genealogía (tabla de los pueblos).
85
11, 1-9 narración de un delito-castigo (torre de Babel).
ESCUELA SACERDOTAL
1, 1-2, 4a narración de la creación.
5 genealogía de Adán a Noé.
6-9 (fragmentos) narración (diluvio y nueva creación).
genealogía de Noé (6, 9-10).
10 (fragmentos) genealogía (tabla de los pueblos)
11, 10-26 genealogía de Sem a Abrahán.
2. Delito y castigo
En la tradición J prevalecen las narraciones mientras que en P prevalecen las
genealogías, modo característico de hacer historia en las tribus nómadas. Al abordar la
genealogía de la humanidad entera, el antepasado se llama Adán, «hombre». Es un intento
de describir y explicar los orígenes; es lo que se denomina técnicamente etiología, esto es,
la búsqueda de las causas, volviendo a la raíz de las cosas. Las narraciones de J están
distribuidas en escenas con un esquema ideológico y narrativo: el binomio delito-castigo.
Fundamental es la escena de apertura, célebremente definida como «historia del
pecado original». Dios traza en su creación un proyecto de armonía, en cuya realización
Dios compromete a Adán (al hombre que hay en todos nosotros). El proyecto divino
buscaba la armonía entre el hombre y el mundo (los animales «nombrados» por Adán son
el signo del trabajo, ciencia, civilización, del cosmos que el hombre desarrolla y controla);
quería la armonía del hombre con sus semejantes, encarnada en la relación ejemplar del
amor matrimonial, prototipo de toda relación humana, quería a su vez la armonía entre el
hombre y Dios, que al atardecer entraba en el jardín.
Al cuadro luminoso del capítulo segundo se opone el cuadro tenebroso del tercer
capítulo, donde el hombre quiere prescindir del proyecto de Dios, realizando un proyecto
alternativo. Es el pecado original, que se haya injertado en cada ser humano. El hombre,
optando por otro orden moral conquistado por sí mismo, se aliena en un trabajo ingrato y
en causa de explotación de los demás, a su vez considera a la mujer como objeto de deseo
y es alejado del jardín del diálogo con su Dios, al que ahora siente lejano y hostil.
También es significativa la historia tribal de Abel y Caín (4, 3-16), donde vemos la
relación de dos tipos de culturas (agrícola y pastoril), rota por la violencia. Caín es símbolo
de las rupturas sociales y del odio.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Es también fina la escena de la Torre de Babel (11, 1-9) donde se simboliza la


potencia político-religiosa que ambiciona la sumisión de toda la tierra, llegando a desafiar
a Dios. Pero éste castiga esta iniciativa.
Ambas tradiciones J y P son de corte pesimista. Usan materiales mitológicos,
reflexiones simbólicas desarrolladas en el ámbito de la «Media luna fértil». Estos
materiales son purificados y leídos a la luz de la revelación bíblica en general.
La categoría interpretativa más destacada es sin duda la de la bendición-maldición.
El hombre está bajo el signo del pecado y de la maldición. Esta trama del mal es borrada
por la gracia divina, que anula la maldición con la bendición de Abraham. En la narración
de J de la vocación de este patriarca se repite por cinco veces la raíz hebrea brk, que
significa «bendecir»; es la gracia que se derrama y que da origen al hombre nuevo, al Adán 86
según justicia, al Abrahán, pero esto es ya parte del segundo panel del díptico del Génesis.
C. Estructuración y contenido de Génesis 1-11
1. Estructuración
La estructura general de los capítulos del 1 al 11 del libro del Génesis plantea estas
3 ideas de fondo: a) Dios es el origen de la creación, el origen del bien, el origen del
hombre. b) El mal aparece cuando el hombre tomó la grave decisión de elegir el camino
del orgullo, dándose a sí mismo su propia ley (Adán, pecado original). c) De ahí derivan el
odio criminal (Caín), la degeneración total (Diluvio) y la soberbia de los hombres que
quieren prescindir de Dios (Torre de Babel). Así, podemos divisar la siguiente
estructuración de los capítulos 1-11 del Génesis:
ORIGENES (Gn 1-11)
1) Historia del cielo y la tierra (Gn 1,1-2, 4a)
2) Historia de Adán y sus hijos (Gn 2, 4b-5, 32)
a) Creación del hombre y de la mujer (2, 4b-25)
b) La caída (3, 1-24)
c) Caín y Abel (4, 1-16)
d) Genealogía de Caín (4, 17-26)
e) Genealogía de Adán a Noé (5, 1-32)
3) Historia de Noé y sus hijos (Gn 6, 1-11-32)
a) Prólogo al diluvio (6, 1-22)
b) El diluvio (7, 1-8, 22)
c) Alianza con Noé (9, 1-17)
d) Los hijos de Noé (9, 18-27)
e) Los pueblos de la tierra (10, 1-32)
f) La torre de Babel (11, 1-9)
g) Genealogías conclusivas (11, 10-32)
Es corriente considerar estos capítulos como unidad dentro del Génesis. Desde la
gloriosa creación de un mundo bueno y fecundo, se van adentrando por la historia humana
hasta terreno científicamente controlable.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

El misterioso paraíso terrenal, orígenes de la cultura (con rasgos del neolítico y de


la edad de bronce), razas y pueblos que desfilan con sus puros nombres, longevidad
fantástica, el diluvio perdido en los recuerdos vagos de la humanidad, hasta la torre de
Babel perfectamente anclada en geografía e historia conocidas.
Atraviesa estos hechos «profanos» (es decir, que podrían contarse en una historia
profana) un movimiento trágico: la crecida del pecado, en forma de desobediencia a Dios,
de asesinato fratricida, de venganza desmedida, hasta que el pecado inunda con su diluvio
a la humanidad; del nuevo comienzo pasamos en seguida a la arrogancia humana que se
agrupa y se yergue para afirmarse frente a Dios y de nuevo desemboca en la trágica
división de la humanidad.
Los críticos suelen atribuir estos capítulos a dos manos o corrientes literarias 87
principales: la sacerdotal (P) describe el origen del mundo: Gn 1, y traza una genealogía de
nombres y años: Gn 5; entre estas dos piezas el Yahvista (J) narra la creación del hombre,
el pecado, la historia de Caín y Abel, los orígenes de la cultura. Después Yahvista y
Sacerdotal se funden en la gran narración del diluvio. Juntos también nos dan la lista de
pueblos y completan la historia de la torre de Babel.
Tres estilos se distinguen en estas pocas páginas: la narración con la breve noticia,
la descripción hierática del capítulo 1 y las listas uniformes rellenas a trechos con noticias
curiosas.
Los autores originales y el último autor que compuso orgánicamente el todo tienen
sus problemas y a ellos responden: numerosas preguntas que nosotros nos hacemos o nos
haríamos no están ni respondidas ni planteadas en estas páginas. Ha sido un error
lamentable pretender encontrar en la Biblia respuestas auténticas a las preguntas que la
ciencia se iba planteando.
2. Contenido
PRINCIPIO: ¿Cuándo? No importa. Es Dios, que crea con absoluto dominio. La
Palabra de Dios es serena y definitiva. No discute, no lucha, crea. Ordena el caos, ilumina,
fundamenta, puebla de vida.
BÓVEDA: El autor sagrado se imagina el universo como los hombres de su
tiempo. El cielo está arriba; la tierra en el centro; y abajo un lugar oscuro que los judíos
llamaban sheol o infierno. El autor ve la tierra como una plataforma llana, apoyada sobre
columnas. Encima coloca la bóveda celeste de la que cuelgan, como lámparas, el sol, la
luna y las estrellas. Y descansando sobre esa bóveda se encuentran «las aguas de arriba» o
mar celeste.
DESCANSO: Trabajo y descanso alternan en nuestra vida. El primera significa,
sobre todo, colaboración con Dios Creador. El hombre, imagen de Dios, debe dominar la
creación. El descanso es bueno y necesario. Dios lo bendice y lo impone con su ejemplo.
El peligro de hacernos esclavos del trabajo es muy real. Por eso tenemos que dejar un
espacio libre, y consagrar un día a la semana para reconocer de una manera especial que el
tiempo pertenece a Dios y que vivimos en alianza con Él.
MODELÓ: Dios modeló al hombre de arcilla del suelo y le infundió un aliento de
vida. Estas imágenes nos muestran a Dios como alfarero del hombre y nos enseñan el
cuidado que tiene con su «imagen» y criatura predilecta (cf. Gn 1, 27).
IMAGEN: Dios parece detener el ritmo vertiginoso de su creación. Hay un
misterioso diálogo. Una consulta y una solemne decisión. La dignidad del hombre es
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

grande; también su responsabilidad: como Dios ama, conoce, domina; ante Dios tendrá
que responder de ese dominio, conocimiento y amor.
ADÁN Y EVA: En hebreo, Adán significa hombre, su nombre indica que procede
de la tierra (adamah = tierra, barro). Eva significa vida. La mujer lleva en sus entrañas la
vida incipiente, da a luz una nueva vida; alimenta y cuida esa vida. Ser madre es una
misión propia de la mujer. Eva es la madre de los que nacen a la vida. Eva es la madre de
los hijos del hombre.
PONER NOMBRE: Adán «pone nombre» a las demás criaturas como signo de que
las domina. Dios las «llama» a existir. El hombre las «llama» a su servicio. En sus manos
quedan para bien o para mal. Puede conservarlas o destruirlas. Las cosas tienen una
orientación fundamental, que destruimos o respetamos. 88
COSTADO: El autor sagrado no nos enseña de qué manera creó Dios a la mujer.
El hombre no encuentra en los animales ninguno igual a él, y reconoce como «otro yo» al
ser que ha sido formado de su cuerpo. La imagen del costado nos da a entender la unidad
de la humanidad y, al mismo tiempo, nos explica la compenetración y atractivo mutuo de
los sexos. Hombre y mujer eran al principio uno; por eso buscan de nuevo convertirse en
uno. Empleando la imagen del costado no puede decirse de manera más gráfica la íntima
relación que existe entre el hombre y la mujer. La mujer es un don de Dios al hombre para
que se amen, se complementen y engendren la vida. La mujer y el hombre tienen la misma
vida, la misma carne y, unidos en matrimonio, un mismo amor para un destino común. El
hombre no debe considerar como inferior a la mujer.
VESTIDO: Si Dios castiga la rebelión del hombre, también protege su pobreza y
desamparo. Dios no abandona al hombre a sus propios recursos; no le deja de la mano. Le
«reviste» de dignidad.
JARDÍN: No debe hablarse del Edén, sino de un jardín o paraíso localizado en
Edén, al oriente. No es posible señalar con seguridad dónde estaba situada esa localidad. El
autor sagrado recoge la mentalidad de los beduinos (habitantes del desierto) y se inspira en
la imagen de un jardín, o de un oasis, para significar la felicidad del hombre antes de pecar.
El paraíso es un regalo de Dios y una tarea encomendada al hombre. El paraíso simboliza
todo lo que de bueno soñamos y echamos de menos.
ÁRBOL DE LA CIENCIA DEL BIEN Y DEL MAL: Conocer el «bien y el mal»
no significa querer saber todo. Tampoco poder discernir moralmente en una ocasión
particular entre bien y mal: Dios no puede negar semejante conocimiento a una criatura
razonable. Significa ser capaz de decidir por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo.
Esto sólo a Dios pertenece. Por eso desobedecer el mandato de Dios es como querer ser
igual a Él. Significa no aceptar en la vida un camino de dependencia confiada de Dios y de
amor humilde; o lo que es lo mismo, rechazar alimentarse del «árbol de la vida» que une
constantemente la criatura con el Creador.
SERPIENTE: No parece casual que el autor sagrado haya introducido en el relato
la figura de la serpiente. ¿Por qué una serpiente? Podemos indicar dos razones: 1. La
serpiente es el símbolo del mal. Los israelitas tenían la experiencia del desierto: es un
animal insidioso, astuto y peligroso que desaparece después de haber picado y que
engendra la muerte. 2. La serpiente era también un ídolo frecuente en la religión cananea:
simboliza la vida, la fecundidad y la sabiduría. De ella nos dice el autor sagrado, que es
criatura (el Señor la ha hecho); luego no hay que adorarla. Sus palabras son engañosas y
falsas. Dejarse convencer por ellas equivaldría a aceptar un culto idolátrico. Promete vida y
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

da muerte; promete sabiduría y produce la humillación y la ignorancia; promete


fecundidad y engendra la esterilidad, la tristeza y la mentira.
En este relato la serpiente sirve de careta a un personaje, enemigo de Dios y
envidioso de la felicidad del hombre. La tradición bíblica ha reconocido en la serpiente, al
diablo, al adversario, a Satanás.
SERÉIS COMO DIOSES: He aquí la tentación y el espejismo del hombre; la gran
mentira. Pretender «ser como Dios» es querer disfrutar de una situación de vida donde
todos nuestros deseos estén colmados y todas las necesidades se vean cubiertas y
satisfechas. Esta es la tentación de la «omnipotencia» y no renunciamos a ella con
facilidad. Al hombre la resulta duro enfrentarse a diario con la realidad de la vida. Por eso
intenta huir de ella. Presta oído a las voces que le invitan a volver a una situación primitiva, 89
diríamos infantil, donde todos sus deseos estaban colmados.
DESNUDO: El autor sagrado enseña con la imagen de la desnudez el fruto del
pecado. El hombre ve con claridad su situación ante Dios, ante sí mismo y ante el resto de
la creación: está desnudo. El hombre se da cuenta de que ya no refleja la gloria del Creador
y se ha separado de la fuente de aguas vivas. Está sin dignidad. Y el temor entra en su vida.
Teme a Dios. Huye su mirada. Teme a los hombres. No quiere ver expuesta ante ellos la
humillación que lleva en el fondo de su corazón. Por eso vive en la mentira y en la
apariencia. Dios quiere detener la huida asustada del hombre.
SUFRIR: Las penas impuestas por Dios a Adán y a Eva -dolor, fatiga, muerte- son
fruto de esa situación de pecado en que cayeron los primeros hombres. Todos nacemos en
estado de pecado. Este no es consecuencia de un mal ejemplo recibido; se propaga como
por una especie de contagio universal, que afecta a lo más hondo del hombre desde su
mismo nacimiento.
CAÍN Y ABEL: La intención teológica del autor sagrado parece doble. Primero,
demostrar que Dios no abandona nunca a sus criaturas. Caín ha cometido un crimen muy
grave dando muerte a su hermano Abel, por lo cual Dios le impone un castigo, pero no lo
deja abandonado a su suerte, sino que lo marca con una señal protectora para que nadie le
haga daño (cf. Gn 4, 1-15). Segundo, al colocar la historia de Caín después del episodio del
paraíso, donde el hombre rompió con Dios (cf. Gn 3), el autor quiere decir que a la
rebelión y a la ruptura del hombre con Dios sigue automáticamente la ruptura mutua entre
los hombres.
GUARDIÁN DE MI HERMANO: Casi tanto como su envidia impresiona el
desinterés y la indiferencia de Caín: el no querer saber nada de su hermano. Pero siendo
todos hijos de Dios, cada hombre es prójimo para cada hombre.
NOE: El nombre de Noe está asociado al diluvio, del cual se salvó junto con su
familia y una representación del mundo animal, como germen de una nueva creación. La
humanidad y el cosmos salidos de las aguas de diluvio, son como una segunda creación.
Dios establece con ellos una alianza como garantía de estabilidad y permanencia, y al
Creador le renueva a Noé la bendición, el mandato y la misión que le había otorgado a
Adán (cf. Gn 9, 7) con el fin de que la nueva humanidad se sienta totalmente segura y libre
de sobresaltos, sin miedo a que ningún cataclismo pueda jamás poner de nuevo en peligro
su existencia (cf. Gn 6-9).
BABEL: La palabra Babel probablemente significa en lengua sumeria «Puerta-de-
los-dioses». La torre con su templo en la cima era como una puerta, abierta al cielo, para
comunicar con los dioses. El autor sagrado utiliza una palabra de su propio idioma hebreo
que se parece en los sonidos a la palabra sumeria Babel, y que la sirve para dar un mensaje
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

religioso contra la idolatría y el orgullo de los hombres. Es la palabra «confundir».


Termina afirmando que «el Señor confundió la lengua de toda la tierra». Esto quiere decir
que los hombres se dividieron por motivos de odio, envidia y discordia interna. Está
bastante extendida la idea de que este episodio bíblico explica la diversidad de idiomas en
la tierra. Sabemos sin embargo que las «lenguas» son el resultado de evoluciones muy
lentas. No será inútil recordar, una vez más, que la Biblia no tiene como objetivo transmitir
nociones culturales sino religiosas. Está interesada por la salvación de los hombres. No hay
por qué recurrir a la Biblia para explicar el origen de las lenguas humanas.
D. El relato de Génesis 1, 1-2, 4a
C1 [v1] En el principio creó Dios los cielos y la tierra. [v2] La tierra era caos y
confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima 90
de las aguas. [v3] Dijo Dios: "Haya luz", y hubo luz. [v4] Vio Dios que la luz estaba
bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; [v5] y llamó Dios a la luz día, y a la oscuridad
la llamó noche. Y atardeció y amaneció: día primero. [v6] Dijo Dios: "Haya un
firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras". [v7] E hizo Dios el
firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima
del firmamento. Y así fue. [v8] Y llamó Dios al firmamento cielos. Y atardeció y
amaneció: día segundo. [v9] Dijo Dios: "Acumúlense las aguas de por debajo del
firmamento en un solo conjunto, y déjese ver lo seco; y así fue. [v10] Y llamó Dios a lo
seco tierra, y al conjunto de las aguas lo llamó mares; y vio Dios que estaba bien. [v11]
Dijo Dios: "Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que
den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra". Y así fue. [v12] La tierra
produjo vegetación: hierbas que dan semilla, por sus especies, y árboles que dan fruto
con la semilla dentro, por sus especies; y vio Dios que estaban bien. [v13] Y atardeció y
amaneció: día tercero. [v14] Dijo Dios: "Haya luceros en el firmamento celeste, para
apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; [v15] y
valgan de luceros en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra". Y así fue. [v16]
Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero
pequeño para el dominio de la noche, y las estrellas; [v17] y los puso Dios en el
firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra, [v18] y para dominar en el día y en la
noche, y para apartar la luz de la oscuridad; y vio Dios que estaba bien. [v19] Y atardeció
y amaneció: día cuarto. [v20] Dijo Dios: "Bullan las aguas de animales vivientes, y aves
revoloteen sobre la tierra contra el firmamento celeste". [v21] Y creó Dios los grandes
monstruos marinos y todo animal viviente, los que serpean, de los que bullen las aguas
por sus especies, y todas las aves aladas por sus especies; y vio Dios que estaba bien;
[v22] y los bendijo Dios diciendo: "sed fecundos y multiplicaos, y henchid las aguas en
los mares, y las aves crezcan en la tierra". [v23] Y atardeció y amaneció: día quinto.
[v24] Dijo Dios: "Produzca la tierra animales vivientes de cada especie: bestias, sierpes y
alimañas terrestres de cada especie. Y así fue. [v25] Hizo Dios las alimañas terrestres de
cada especie, y las bestias de cada especie, y toda sierpe del suelo de cada especie: y vio
Dios que estaba bien. [v26] Y dijo Dios: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen,
como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en
las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la
tierra. [v27] Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó,
macho y hembra los creó. [v28] Y los bendijo Dios, y les dijo Dios: "Sed fecundos y
multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves
de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra". [v29] Dijo Dios: "Ved que os
he dado toda hierba de semilla que existe sobre la faz de toda la tierra, así como todo
árbol que lleva fruto de semilla; para vosotros será de alimento. [v30] Y a todo animal
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

terrestre, y a toda ave de los cielos y a toda sierpe de sobre la tierra, animada de vida,
toda la hierba verde les doy de alimento". Y así fue. [v31] Vio Dios cuanto había hecho,
y todo estaba muy bien. Y atardeció y amaneció: día sexto.
C2 [v1] Se concluyeron, pues, los cielos y la tierra y todo su aparato, [v2] y dio
por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo
de toda la labor que hiciera. [v3] Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en
él cesó Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho. [v4] Estos fueron los
orígenes de los cielos y la tierra, cuando fueron creados.
E. Creación del mundo y del hombre (Gn 1, 1-2, 4a) en la tradición sacerdotal (P)
1. Exégesis del texto (Gn 1, 1-2, 4a) 91
Este himno de creación, la pieza más grandiosa de P, tiene su prehistoria. La
fórmula litúrgica o mnemotécnica «vio Dios que era bueno» originariamente figuraba tal
vez después de cada obra. Su doble aplicación a los días tercero y sexto se explican
teniendo en cuenta que el autor reduce el relato original a seis días, enseñando que Dios
aprueba la semana tradicional de Israel.
La creación de todas las cosas por Dios indica el poder absoluto de la trascendencia
divina. Los paganos describen la creación como resultado de una lucha entre dioses, frente
al relato bíblico que subraya la actividad tranquila del Dios único. El editor final del
Génesis ha destacado las enseñanzas de P colocando este relato al comienzo.
a) 1, 1-2: 1En el principio creó Dios los cielos y la tierra.2La tierra era caos y
confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de
las aguas.
1El versículo es una afirmación absoluta: todo el mundo visible vino a la existencia
como resultado de la soberana actividad divina. San Juan en su evangelio corregirá este
principio afirmando que «al principio ya existía la Palabra»; así hace culminar la teología
de la sabiduría creadora (cf. Prov 8; Eclo 1 y 24). 2La tierra en cuanto opuesta al cielo,
anterior a toda distinción. El aliento de Dios es su espíritu. Las aguas como masa informe y
revuelta. En el paso del Mar Rojo (cf. Ex 14) el autor recoge la lucha del viento con el
agua, con sentido salvador. En los mitos paganos se describe el caos primitivo del que
surgieron los dioses y contra el que lucharon por dominarlo. Estos elementos constituyen
una imagen concreta del caos, opuesto al orden de la creación. Las implicaciones paganas
han sido anuladas en la teología de P.
b) 1, 3-5: 3Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz.4Vio Dios que la luz estaba bien, y
apartó Dios la luz de la oscuridad;5y llamó Dios a la luz día, y a la oscuridad la llamó
noche. Y atardeció y amaneció: día primero.
3-5 La voluntad de Dios, expresada en su Palabra, tiende un puente entre Dios y el
caos, produciendo primero la luz, el más sublime de los elementos. La luz se da en un
marcado contraste con el caos tenebroso, correspondiendo perfectamente con la divina
voluntad ordenadora, que aparece como buena. Así la principal y primera división «día y
noche», entendiendo la noche y el día como realidades a las que se puede dar nombre, de
acuerdo con la mentalidad semita; sólo el que tiene absoluto dominio sobre todas las cosas.
El día hebreo comienza al atardecer.
c) 1, 6-8: 6Dijo Dios: Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las
aparte unas de otras.7E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del
firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue.8Y llamó Dios al
firmamento cielos. Y atardeció y amaneció: día segundo.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

6-8 El firmamento es considerado como un inmenso cuenco invertido, de metal


trabajado, que retiene las aguas situadas encima de él. Puesto que la división de las aguas
no se realiza hasta el tercer día, no se da la fórmula de aprobación divina. Las aguas de
lluvia, nieve y rocío pertenecen a la zona celeste y serán don de Dios a la tierra.
d) 1, 9-10: 9Dijo Dios Acumúlense las aguas de por debajo del firmamento en un
solo conjunto, y déjese ver lo seco; y así fue.10Y llamó Dios a lo seco tierra, y al conjunto
de las aguas lo llamó mares; y vio Dios que estaba bien.
9-10 La obra del tercer día proporciona la base para la división en «tierra y mares».
Así se completa la obra del segundo día; se impone un límite efectivo a las aguas caóticas,
lo mismo que a la tiniebla del primer día.
92
e) 1, 11-13: 11Dijo Dios Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y
árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra. Y así
fue. 12La tierra produjo vegetación: hierbas que dan semilla, por sus especies, y árboles
que dan fruto con la semilla dentro, por sus especies; y vio Dios que estaban bien.13Y
atardeció y amaneció: día tercero.
11-13 La vegetación es creada por la madre tierra. Pero el poder productivo de la
tierra procede de Dios, negando el culto a aquella.
f) 1, 14-19: 14Dijo Dios: Haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el
día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años;15y valgan de luceros
en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra. Y así fue. 16Hizo Dios los dos
luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el
dominio de la noche, y las estrellas;17y los puso Dios en el firmamento celeste para
alumbrar sobre la tierra,18y para dominar en el día y en la noche, y para apartar la luz de
la oscuridad; y vio Dios que estaba bien.19Y atardeció y amaneció: día cuarto.
14-19 La obra de equipamiento comienza con la creación de luminarias celestiales.
De las tres funciones del sol, la luna y las estrellas, la segunda subraya la finalidad cúltica.
No se nombra al sol ni la luna, pues sus nombres semitas recordarían a dioses paganos, y
esto era un peligro para los desterrados. La personificación de las luminarias (que rigen el
día y la noche) no es ajena a la mentalidad semita. Se insiste en la función de servicio al
hombre. Como grandes lámparas colgadas de una bóveda, pero con movimiento. Su
función es diferenciar y ordenar el curso del tiempo. Sol y luna no son dioses, sino
creaturas a quienes Dios asigna tiempos limitados y alternos.
g) 1, 20-23: 20Dijo Dios: Bullan las aguas de animales vivientes, y aves
revoloteen sobre la tierra contra el firmamento celeste.21Y creó Dios los grandes
monstruos marinos y todo animal viviente, los que serpean, de los que bullen las aguas
por sus especies, y todas las aves aladas por sus especies; y vio Dios que estaba bien;22y
los bendijo Dios diciendo: sed fecundos y multiplicaos, y henchid las aguas en los mares, y
las aves crezcan en la tierra.23Y atardeció y amaneció: día quinto.
20-23 En el día quinto brillan dos expresiones: ser viviente y crear. Toda vida viene
de Dios. La creación directa de estas criaturas por Dios y la especial bendición que reciben
se explica por el hecho de que el hombre primitivo no pensaba que el mar y el aire tuvieran
el poder productivo de la tierra.
h) 1, 24-25: 24Dijo Dios Produzca la tierra animales vivientes de cada especie:
bestias, sierpes y alimañas terrestres de cada especie. Y así fue.25Hizo Dios las alimañas
terrestres de cada especie, y las bestias de cada especie, y toda sierpe del suelo de cada
especie: y vio Dios que estaba bien.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

24Advertimos aquí la pluralidad de redacciones. Los animales son producidos por


la tierra. 25 Dios hace a las criaturas directamente. La bendición divina se omite pues se
pensaba que el poder creador de los animales procedía indirectamente de Dios a través de
la tierra.
i) 1, 26-27: 26Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como
semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las
bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la
tierra.27Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho
y hembra los creó.
Con esta declaración sobre el hombre, el Antiguo Testamento nos da en su primera
página la clave de su lenguaje posterior: todo el Antiguo Testamento será un hablar de 93
Dios en términos humanos, a imagen del hombre; ello es legítimo, porque el hombre fue
creado a imagen de Dios. Como el autor no especifica en qué consiste la semejanza, los
comentadores han propuesto sus teorías: por ser espiritual, porque cada hombre en cuanto
persona es único, por su dominio del mundo, ... 26 La tradición P, para indicar que la
creación alcanza su punto culminante en el hombre, menciona la consulta divina con la
corte celestial. Los semitas no reconocían en el hombre ninguna dicotomía, el hombre
entero tenía una imagen de Dios, manifestada especialmente en su capacidad para dominar
sobre las demás criaturas. El hombre, por ser imagen de Dios, es su representante en la
tierra. 27La versión poética añade que la distinción de los sexos es de origen divino y, por
tanto, buena. El pleno sentido de la «humanidad» sólo se realiza cuando hay hombre y
mujer.
j) 1, 28-31: 28Y los bendijo Dios, y le dijo Dios: Sed fecundos y multiplicaos y
henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en
todo animal que serpea sobre la tierra.29Dijo Dios: Ved que os he dado toda hierba de
semilla que existe sobre la haz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de
semilla; para vosotros será de alimento.30Y a todo animal terrestre, y a toda ave de los
cielos y a toda sierpe de sobre la tierra, animada de vida, toda la hierba verde les doy de
alimento. Y así fue.31Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Y atardeció y
amaneció: día sexto.
28Evitando la confusión con nociones paganas, P indica que el poder procreador
del hombre no es una prueba de su semejanza con Dios, sino el fruto de una especial
bendición. Al usar este poder, el hombre cumple un precepto divino. El gobierno del
hombre no es omnímodo como el divino, pues el hombre es sólo embajador de Dios.29-30
En la referencia al alimento del hombre y de los animales se esboza la paz que existía al
comienzo por voluntad divina. Esta armonía caracterizará los tiempos escatológicos, que
se romperá más tarde como consecuencia del pecado. 31El orden y la armonía del cosmos,
que P ha expresado en el orden del proceso creador, está plenamente de acuerdo con la
voluntad ordenadora de Dios.
k) 2, 1-4a:1Se concluyeron, pues, los cielos y la tierra y todo su aparato,2y dio
por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo
de toda la labor que hiciera.3Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él
cesó Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho. 4aEstos fueron los orígenes
de los cielos y la tierra, cuando fueron creados.
1-4a Al final Dios descansa; según la tradición literal «hizo el sábado». Con
mentalidad y lenguaje de los hombres de su tiempo, el autor sagrado resume y ordena la
obra creadora de Dios en seis días de trabajo y uno de descanso. Esta distribución pone de
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

manifiesto la intención del autor de fomentar el reposo sabático. Dios descansó, así deben
hacer también los hijos de Israel.
2. Comentario al texto (Gn 1, 1-2, 4a)
La creación del mundo es una obra maestra de poesía religiosa: resulta inútil
clasificarla como narración o descripción, como mito o himno o texto litúrgico. Más inútil
aún y peligroso resulta querer encajar esta página, pieza a pieza, en un esquema de nuestra
ciencia, para probar o mostrar la correspondencia.
El autor toma la imagen del mundo tal como la veía la ciencia empírica de
entonces: divisiones elementales de cielo y tierra, continente y mar, noche y día, sol y luna
y estrellas, animales y plantas, aves, peces, cuadrúpedos y reptiles, hierba, legumbres y 94
árboles frutales, y cada grupo dividido en sus especies. La división y oposición es principio
de orden y armonía, la clasificación y nomenclatura son principios de distinción y
conocimiento.
Esta visión empírica es proyectada al momento auroral de su primer existir y allí
aparecen dos principios dinámicos: el poderoso aliento de Dios, que incuba y transforma el
caos en orden, y la soberana palabra de Dios, que hace existir, asigna puesto y nombre,
bendice. Ser y hombre es la primaria realidad diferenciada: a ellas se añade la diversa
función, el «señorío» de sol y luna, la fecundidad de plantas y animales.
Para la realización literaria el autor opera con breves fórmulas fijas, que combina y
repite con calculada diversidad. La totalidad está compuesta por la acción simultánea de
dos principios numéricos: el número diez, de las veces que Dios «dice», y que se reparte en
dos piezas de cinco; el número siete de los días, con puestos clave para el primer día, la
luz, para el cuarto o central, día de sol y luna que miden el tiempo, para el séptimo
santificado por el descanso de Dios.
Así resulta decisivo el principio temporal. El esquema es artificial, su significado es
sugestivo. Al dominar el tiempo, se supera el estatismo de otras concepciones; además el
tiempo es sucesión, historia; finalmente en el tiempo penetra la acción de Dios y establece
una sacralidad del reposo. La semana de seis días laborables y un día de culto se proyecta
al tiempo primordial, presentando la actividad de Dios a imagen de la actividad del
hombre. La analogía hace resaltar la diferencia: acción soberana, obras cósmicas, tarea
perfecta.
La creación entera es buena: Dios, como artesano, va contemplando el resultando
de su tarea, obra por obra, y comprueba que es bueno, contempla el todo y lo encuentra
muy bueno. Por la acción de Dios y por su aprobación auténtica la creación es fundamental
y totalmente buena. La corona de la creación es el hombre (humanidad), imagen de Dios
por señorío compartido, varón y hembra como sede de fecundidad compartida y como
primera célula social.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

TEMA 6: EL PROYECTO DE SALVACIÓN DE DIOS PARA SU OBRA


CREADA: ¿TRUNCADA Y ENMENDADA?
Los dos relatos del libro del Génesis que narran la creación confiesan que Dios
es el origen de todo lo que existe. Además, el ser humano aparece como una criatura
singular, creada a imagen y semejanza de Dios, con una dignidad que procede de su
especial relación con su Creador. La fe en la creación no disminuye ni la grandeza del
hombre ni la autenticidad de su compromiso en la construcción del mundo. Lejos de
servir como coartada para una ideología evasionista y un modelo de salvación
desencarnado, funciona como estímulo para la empresa de edificar el mundo como
hogar de la gran familia de Dios.
Pero la creación, que ha salido buena de las manos de Dios, ha quedado dañada 95
desde el momento en que el hombre, sospechando de la Alianza que Dios establece con
él, se pone en el camino de construirse un mundo para sí mismo, lo que supone que sus
relaciones con los demás, con el mundo, consigo mismo y con Dios queden pervertidas.
Esta situación, que provoca dolor, enfermedad, culpa y muerte, no es definitiva: es más
fuerte la voluntad salvífica de Dios Padre, que actúa a través de su Hijo Jesucristo, el
Hombre Nuevo, en el que participamos gracias al don de su Espíritu derramado en
nuestros corazones. Como expone san Pablo en el capítulo segundo de la carta a los
filipenses, Jesucristo recorre a la inversa el camino de Adán: frente a la autonomía de
éste, se convierte en la total dependencia, en el siervo que no hace uso de la fuerza sino
del amor, capaz de descender hasta la muerte en cruz y poner en alto allí la verdad
dando su vida.
El colofón de los dos relatos de la creación del hombre -e introducción al tema
del pecado- es el tema de la caída, donde el hombre no quiere (no elige) a Dios (cf. Gn
2, 25-3, 24). Se habla del paraíso, la tentación, la caída, las consecuencias del pecado
original y las condenas de Dios.
En el deterioro de la imagen del hombre, los daños del pecado afectan a tres
aspectos: a su dignidad y capacidad de representar a Dios ante el mundo, a su
fecundidad y a las relaciones humanas que se hacen violentas. San Juan lo expresa con
la triple concupiscencia: soberbia de la vida, concupiscencia de la carne y
concupiscencia de los ojos.
La Escritura se inicia con dos narraciones de la creación en las que todo tiene su
origen en Dios (cf. Gn 1-2), a las que sigue el capítulo en el que se presenta la tentación
del maligno, el pecado y el mal (cf. Gn 3). No obstante, a pesar de la caída, Dios no
abandona a sus criaturas, y enciende una llama de esperanza hacia el futuro de una
nueva creación liberada del mal (cf. Gn 3, 15). La acción creadora de Dios, la rebelión
del hombre y, ya desde los orígenes, la promesa por parte de Dios de un mundo nuevo,
forman el tejido de la historia de la salvación, determinando el contenido global de la fe
cristiana en la creación. Así Dios mantiene su alianza con los hombres ofreciéndoles su
gracia, de forma definitiva e irrevocable, con su Hijo Jesucristo.
Así, a través de su pasión, muerte y resurrección sana nuestras heridas (pecado)
para restaurarnos haciéndonos hijos en el Hijo, pasando del estatus de creaturas de Dios
a hijos de Dios. Eternizando la oferta de salvación en aquellos que fueron creados a
imagen de Dios. Restableciendo su proyecto salvífico y universal para con todos los
hombres. Ahora la gracia y la salvación son dones universales dispuestos a la
humanidad a través de la Iglesia de Cristo, que sigue subsidiariamente dicho proyecto
salvífico por mandato de su Señor (cf. Mt 28, 19-20) a través de la recepción de los
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

sacramentos, que son aquellos signos salvíficos instituidos por Cristo mediante sus
palabras y obras (verba et gesta).
I. LA RUPTURA DEL HOMBRE: EL PECADO
A. El hoy, la humanidad como proyecto de Dios
1. La hominización
El hombre (la humanidad) ocupa un puesto privilegiado en la creación. El concilio
Vaticano II, GS así lo plantea: GS 2 y 3 elabora la reflexión de la centralidad del hombre y
de la humanidad.
Cuando el Concilio se plantea el para qué: es el centro de nuestra reflexión (cf. GS
96
34). GS 12 dará la razón por la que puede proclamar al hombre centro y culmen de la
Creación; la razón será el hombre, imagen de Dios. Creyentes y no creyentes coinciden:
todo está ordenado en función del hombre.
¿Pero que es el hombre? Muchas respuestas positivas y negativas. Optimistas y
pesimistas. El hombre es el centro de la Creación por ser hecho a imagen de Dios, que le
pone en el centro. El hombre llega ahí por sí solo: Dios lo ha querido desde el principio,
centro y culmen de la Creación. GS 14: Espíritu encarnado en unidad total; cuerpo
espiritualizado.
2. El hombre, criatura singular
El hombre no es una especie más entre los primates, ni el más perfecto entre ellos,
no es el final de una serie de superaciones. El hombre es algo totalmente nuevo. La vida en
el planeta es diferente con su aparición. El hombre es tan central que incluso el mundo se
tambalea por su acción: ozono, radioactividad, etc. El hombre afecta y transforma al
mundo. El hombre es el más admirable de todos los seres, por sus aspectos: religioso,
saber, amor, modificar el medio, etc.
El hombre paulatinamente toma conciencia de sí, de lo que es, y conforme se
autodescubre domina la naturaleza a su antojo. Pero podemos decir que lo que eleva al
hombre por encima de la naturaleza es su ser reflexivo, con la capacidad de autodominarse
(homo sapiens). Y por eso domina. El animal reacciona por instintos. Así, la capacidad de
reflexión es exclusiva del hombre: no hace por instinto, porque sabe, porque hay
autodominio (controla sus instintos).
Este ser reflexivo determina una nueva forma de existencia, es una existencia
humana, personal, libre dentro de una comunidad, que se funda en las relaciones
interpersonales. Pero todavía podemos ver algo nuevo del hombre que le supera: la
capacidad de dialogar, de buscar, no sólo es el autocontrol, no sólo comunicar (también el
animal), sino dialogo y búsqueda. Así puede dominar su medio ambiente. No solo domina
su medio, sino que también puede elevar su mente más allá de sí, de sus circunstancias y
puede prever y dirigir el desarrollo de los acontecimientos.
La naturaleza del hombre, aunque está imbuida en lo sensible, por ser espiritual
está abierta a la totalidad, en una naturaleza con ansia de plenitud, con deseo de infinito y
de absoluto. El hombre puede trascender lo visible, captando lo trascendente, conocer al
trascendente y de conocer a Dios como ser personal con el que se puede relacionar.
Esta capacidad supone apertura al infinito, de un espíritu a otro, de libertad a
libertad. Todo esto es lo que hace del hombre un ser singular, excepcional, privilegiado y
que así, esté en el pensamiento de Dios querido y nombrado por Dios. Esta singularidad,
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

lleva a llamar acción especial, la acción trascendente de Dios sobre todo hombre que viene
de nuevo a la existencia.
3. El fenómeno de la hominización
En el proceso histórico de los seres vivos, en un momento, no sabemos en cual, se
rebasan lo animal, se da el salto en la frontera y se pasa de la vida animal a una vida en la
que se manifiesta el Espíritu en el hombre: es el momento de la hominización.
Debe existir un criterio para diferenciar la humanidad de los pre-humanos. En la
antropogénesis se estudia este tránsito, aunque es difícil captar ese momento. Imaginar este
momento, el cambio, tanto biológico como histórico es difícil de imaginar: el eslabón
perdido no se ha encontrado. 97
Fenomenológicamente hablando podemos imaginar el cambio cuando imagino
algo semejante a lo que sucede al desvelar la atención con un gesto levísimo de alguien
que está absorto, que le hace tomar conciencia. Este «despertar» a la «vida» consciente,
entendiendo que los antepasados estaban absortos, y en un momento se produce ese gesto
que desvela la vida en el espíritu.
B. El misterio del mal, del dolor y de la muerte
1. Los relatos del Génesis
La experiencia de todos es que el mal existe. Es más, para muchos hombres es el
más grande obstáculo para creer en Dios: si Dios es bueno, ¿cómo es posible que
aparezca el mal en la obra de sus manos?
La Biblia responde a este interrogante nada más narrar la creación. Lo hace
mediante imágenes simbólicas que se suceden hasta el capítulo once. Para comprender
en profundidad estas narraciones es preciso tener presente que la Escritura habla de las
obras misteriosas de Dios, no mediante expresiones conceptuales, sino utilizando
imágenes simbólicas.
Estas imágenes están tomadas de la vida humana real y, también, de los relatos
míticos de la época. Con ellos, el autor nos quiere explicar cómo Dios no es el culpable
de la existencia del mal: Dios creó el mundo bueno, la presencia del mal y el Maligno
no tienen su origen en Dios, sino que aparecieron en el inicio de la historia de los
hombres.
- El hombre, el árbol y la serpiente (Gen 3)
El autor del relato sabe que el hombre no sigue muchas veces los caminos del
Señor, sino que se deja seducir por sus caprichos, su deseo de independencia, el hacer la
vida para sí mismo, sin contar con nadie más.
Esta realidad, por la que el hombre se apropia del don que Dios ha dado para
todos, va a ser narrada en el capítulo tercero del libro del Génesis utilizando dos
imágenes: el árbol del conocimiento del bien y del mal y la serpiente.
Esta narración quiere expresar que el hombre, creado libre por Dios, puede
recelar de Dios, pensando que el hecho de ser criatura, le lleva a ser menor de edad,
dependiente por siempre. De ahí que intente trazar por sí mismo los caminos de la
historia, sin rendir cuentas a nadie, ni tener en consideración a Dios.
Frente al árbol, los hombres se encuentran ante la opción y podrán escoger entre
aceptar o rechazar el plan de Dios; rechazarlo es decidirse a ser ellos mismos, por sí
mismos y para sí mismos: este es el pecado.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

El pecado, por tanto, es la decisión humana de romper los lazos con su Creador.
Esta decisión despoja a los hombres del vestido de gloria, pasando a sentirse desnudos,
rotos por dentro y escindidos unos de otros.
- El árbol y la serpiente
El árbol, junto con el fuego, representan en mitos de la antigüedad, la propiedad
de Dios: quien conseguía acercarse a ellos, se convierte en «dios». La serpiente va a
servir para contar en voz alta el deseo interior del hombre de creerse dueño de su vida y
de la creación, viviendo para sí mismo y alejándose del Padre.
Dios respeta esta decisión, deja que el hombre afronte las consecuencias de su
acción: a) el fuerte contraste entre la grandeza de la maternidad y el doloroso trabajo 98
que supone ser padres y sacar una familia adelante; b) las maravillas que pueden salir de
la inteligencia y las manos humanas y la vida arrastrada de quienes, trabajando, apenas
si pueden subsistir; c) la paradoja entre un ser llamado a la vida y la realidad cierta de la
muerte.
El pecado, el dolor y la muerte no sólo suceden en una persona, afectan a todos
los hombres y a todo el universo. Sin embargo, Dios no deja de salir al encuentro del ser
humano.
- Los hombres rompen el amor con los hermanos (Gen 4)
A partir de la desobediencia a Dios, nace la insolidaridad. Esta insolidaridad se
pone de manifiesto en el relato de Caín y Abel. En el momento que se escribe el relato,
hay dos grupos divididos: a) los labradores, que viven bien en tierras de su propiedad;
b) los pastores, sin tierra, que malviven en tiendas de campaña y emigran de un sitio
para otro.
La narración nos dice que Caín era agricultor y Abel pastor. Los dos son
pecadores, son hombres. Sin embargo, el Señor toma partido por el pobre, no porque
sea bueno, sino porque tiene misericordia de él.
Caín, no puede soportar la preferencia del Señor, se cierra al amor del Padre y
convierte a su hermano en un enemigo al que destruye asesinándolo. Ante el clamor de
la sangre, el Señor pide cuentas de la vida del hermano: si la desobediencia a Dios
provoca la ruptura de las relaciones entre los hermanos, el asesinato se torna en ofensa
grave a Dios. Pese a todo, el Padre promete ocuparse de la vida del asesino.
- El diluvio y el Arca (Gen 6-8)
La maldad del hombre se extiende sobre la tierra: ya no es de uno sólo, sino de
toda la humanidad. El Señor aparece en el relato indignado y arrepentido de haber dado
al hombre la soberanía sobre la tierra. Se dispone a purificar de la violencia lo que ha
salido de sus manos: un pequeño resto sobrevivirá para iniciar de nuevo la historia de la
Alianza.
El diluvio se traga a los hombres y animales: ahoga en sus aguas, que caen
durante cuarenta días y cuarenta noches, toda la maldad que hace desgraciado al
hombre. Noé y los suyos, fieles al don de Dios, son germen de la nueva humanidad. La
mano del Señor evita que la humanidad y el universo se hundan en la nada, apareciendo
de nuevo la bendición (Gen 9, 1-3a).
- Babel, la humanidad enfrentada (Gen 11, 1-9)
Los hombres se proponen arrebatar a Dios su señorío, edificando para ello una
torre que llegue hasta el cielo. Parece que cuanto más crece, cuanto más sabe, cuanto
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

más fuerte se cree el hombre, más se va hundiendo: los constructores no se entienden


entre sí, se dividen y todo se viene abajo.
Un mundo sustentado en la voluntad humana, desarraigado de Dios, se vuelve
contra el hombre, dividiendo la humanidad y enfrentándola. El pecado se extiende a la
humanidad y el pecado se hace comunitario. Y este pecado invade las estructuras del
mundo, originando grandes divisiones, rupturas, injusticias y muerte. Pese a todo,
aunque los hijos se alejen del Padre, y se opriman unos a otros, el Padre sigue con los
brazos abiertos, cerca de aquellos que había llamado a la vida.
2. La universalización del pecado
La consecuencia de haber roto el hombre su relación con Dios es que se 99
perturban las relaciones que tenía con el mundo, con los demás hombres y consigo
mismo. El hombre se encuentra privado de su verdadera perfección, de la santidad y de
la justicia, de la participación en la vida divina. A esta situación es a lo que la doctrina
católica llama: pecado original.
La Iglesia ha enseñado siempre la realidad misteriosa del primer pecado del
hombre y de la humanidad. Basándose especialmente en la contraposición que hace san
Pablo sobre el Primer Adán y el Segundo Adán, Cristo (cf. Rm 5, 12-20), afirma que
éste no sólo fue el primero de una cadena de pecados, sino que, además, dejó una huella
en todos los hombres que vienen a este mundo, con excepción de la Virgen María.
El pecado ha corrompido y desgarrado internamente al hombre y al mundo, los
ha dañado, pero no los ha destruido. En el estado de pecado, aun estando privado de la
amistad de Dios, a la que aspira, el hombre, todo hombre, sigue siendo imagen de Dios.
Como señalaba el cardenal J. H. Newman, el mundo caído se parece a un espejo
roto: refleja todavía algo de la gloria de Dios, pero también desfigura su imagen, hasta
el extremo de que toma rasgos demoníacos que originan en el ser humano angustia y
temor.
La humanidad busca, consciente o inconscientemente, una señal clara y
definitiva de salvación, que lleve a plenitud todas las otras señales que suscitan en el
hombre confianza y esperanza.
El cristiano puede decir, como Pablo en Atenas, «eso que veneráis sin conocerlo,
es lo que yo os anuncio» (Hch 17, 23), ya que en Jesucristo se han cumplido todas esas
promesas y en Él ha llegado la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4, 4).
«Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y la justicia
originales que había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los
humanos. Adán y Eva transmitieron a su descendencia la naturaleza humana herida por
su primer pecado, privada, por tanto, de la santidad y justicia originales. Como
consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas,
sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte, e inclinada al pecado
(inclinación llamada “concupiscencia”)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 416-
419).
C. Enseñanza del Catecismo sobre el pecado
Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie
escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza —que aparecen
como ligados a los límites propios de las criaturas—, y sobre todo a la cuestión del mal
moral. ¿De dónde viene el mal? Quaerebam unde malum et non erat exitus («Buscaba
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

el origen del mal y no encontraba solución») dice san Agustín (Confessiones, 7, 7.11), y
su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo.
Porque «el misterio [...] de la iniquidad» (2 Ts 2,7) sólo se esclarece a la luz del
«Misterio de la piedad» (1 Tm 3,16). La revelación del amor divino en Cristo ha
manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la gracia (cf. Rm 5,
20). Debemos, por tanto, examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de
nuestra fe en el que es su único Vencedor (cf. Lc 11, 21-22; Jn 16, 11; 1 Jn 3, 8).
1. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia
- La realidad del pecado
El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o 100
dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado,
es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque
fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera
identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del
hombre y sobre la historia.
La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo
se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de
Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo
únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error,
la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el
conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un
abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y
amarse mutuamente.
- El pecado original: una verdad esencial de la fe
Con el desarrollo de la Revelación se va iluminando también la realidad del
pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de alguna manera
la condición humana a la luz de la historia de la caída narrada en el Génesis, no podía
alcanzar el significado último de esta historia que sólo se manifiesta a la luz de la
muerte y de la resurrección de Jesucristo (cf. Rm 5, 12-21). Es preciso conocer a Cristo
como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El Espíritu-
Paráclito, enviado por Cristo resucitado, es quien vino «a convencer al mundo en lo
referente al pecado» (Jn 16, 8) revelando al que es su Redentor.
La doctrina del pecado original es, por así decirlo, «el reverso» de la Buena
Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación
y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de
Cristo (cf. 1 Cor 2, 16) sabe bien que no se puede lesionar la revelación del pecado
original sin atentar contra el Misterio de Cristo.
- Para leer el relato de la caída
El relato de la caída (cf. Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero
afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia
del hombre (cf. GS 13, 1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia
humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros
padres.
2. El pecado original
- La prueba de la libertad
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

Dios creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura


espiritual, el hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre sumisión
a Dios. Esto es lo que expresa la prohibición hecha al hombre de comer del árbol del
conocimiento del bien y del mal, «porque el día que comieres de él, morirás
sin remedio» (Gn 2, 17). «El árbol del conocimiento del bien y del mal» evoca
simbólicamente el límite infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer
libremente y respetar con confianza. El hombre depende del Creador, está sometido a
las leyes de la Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad.
- El primer pecado del hombre
El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su
creador (cf. Gn 3, 1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de 101
Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5, 19). En adelante, todo
pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.
En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello
despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su
estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre, constituido en un
estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente «divinizado» por Dios en la
gloria. Por la seducción del diablo quiso «ser como Dios» (cf. Gn 3, 5), pero «sin Dios,
antes que Dios y no según Dios» (San Máximo el Confesor, Ambiguorum liber: PG 91,
1156C).
La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera
desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (cf.
Rm 3, 23). Tienen miedo del Dios (cf. Gn 3, 9-10) de quien han concebido una falsa
imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (cf. Gn 3, 5).
La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original,
queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se
quiebra (cf. Gn 3, 7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf.
Gn 3, 11-13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gn 3, 16).
La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña
y hostil (cf. Gn 3, 17.19). A causa del hombre, la creación es sometida «a la
servidumbre de la corrupción» (Rm 8, 21). Por fin, la consecuencia explícitamente
anunciada para el caso de desobediencia (cf. Gn 2, 17), se realizará: el hombre «volverá
al polvo del que fue formado» (Gn 3, 19). La muerte hace su entrada en la historia de la
humanidad (cf. Rm 5, 12).
Desde este primer pecado, una verdadera invasión de pecado inunda el mundo:
el fratricidio cometido por Caín en Abel (cf. Gn 4, 3-15); la corrupción universal, a raíz
del pecado (cf. Gn 6, 5.12; Rm 1, 18-32); en la historia de Israel, el pecado se manifiesta
frecuentemente, sobre todo como una infidelidad al Dios de la Alianza y como
transgresión de la Ley de Moisés; e incluso tras la Redención de Cristo, entre los
cristianos, el pecado se manifiesta de múltiples maneras (cf. 1 Co 1-6; Ap 2-3). La
Escritura y la Tradición de la Iglesia no cesan de recordar la presencia y la universalidad
del pecado en la historia del hombre: «Lo que la Revelación divina nos enseña coincide
con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también
inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que
es bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió
además el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su
ordenación en relación consigo mismo, con todos los otros hombres y con todas las
cosas creadas» (GS 13, 1).
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

- Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad


Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. San Pablo lo afirma:
«Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores» (Rm 5,
19): «Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte
y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron...» (Rm 5, 12). A
la universalidad del pecado y de la muerte, el apóstol opone la universalidad de la
salvación en Cristo: «Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la
condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos
una justificación que da la vida» (Rm 5, 18).
Siguiendo a san Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria
que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin 102
su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado
con que todos nacemos afectados y que es «muerte del alma». Por esta certeza de fe, la
Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no
han cometido pecado personal.
¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes?
Todo el género humano es en Adán sicut unum corpus unius hominis («Como el cuerpo
único de un único hombre») (Santo Tomás de Aquino, Quaestiones disputatae de malo,
4,1). Por esta «unidad del género humano», todos los hombres están implicados en el
pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la
transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente.
Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia
originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al tentador,
Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza
humana, que transmitirán en un estado caído. Es un pecado que será transmitido por
propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana
privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado
«pecado» de manera análoga: es un pecado «contraído», «no cometido», un estado y no
un acto.
Aunque propio de cada uno, el pecado original no tiene, en ningún descendiente
de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia
originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus
propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la
muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada «concupiscencia»). El
Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el
hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal,
persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.
La doctrina de la Iglesia sobre la transmisión del pecado original fue precisada
sobre todo en el siglo V, en particular bajo el impulso de la reflexión de san Agustín
contra el pelagianismo, y en el siglo XVI, en oposición a la Reforma protestante.
Pelagio sostenía que el hombre podía, por la fuerza natural de su voluntad libre, sin la
ayuda necesaria de la gracia de Dios, llevar una vida moralmente buena: así reducía la
influencia de la falta de Adán a la de un mal ejemplo. Los primeros reformadores
protestantes, por el contrario, enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y
su libertad anulada por el pecado de los orígenes; identificaban el pecado heredado por
cada hombre con la tendencia al mal (concupiscentia), que sería insuperable. La Iglesia
se pronunció especialmente sobre el sentido del dato revelado respecto al pecado
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

original en el II Concilio de Orange en el año 529 y en el Concilio de Trento, en el año


1546.
- Un duro combate...
La doctrina sobre el pecado original —vinculada a la de la Redención de
Cristo— proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre
y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un
cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original
entraña la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del
diablo (cf. Hb 2, 14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al
mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción
social y de las costumbres. 103
Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los
hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser
designada con la expresión de san Juan: «el pecado del mundo» (Jn 1, 29). Mediante
esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas
las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de
los hombres.
Esta situación dramática del mundo que «todo entero yace en poder del
maligno» (1 Jn 5, 19; cf. 1 P 5, 8), hace de la vida del hombre un combate: «A través de
toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las
tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según
dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para
adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz
de lograr la unidad en sí mismo» (GS 37, 2).
3. «No lo abandonaste al poder de la muerte»
Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama
(cf. Gn 3, 9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento
de su caída (cf. Gn 3, 15). Este pasaje del Génesis ha sido llamado «Protoevangelio»,
por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente
y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta.
La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del «nuevo Adán» (cf. 1 Co
15, 21-22.45) que, por su «obediencia hasta la muerte en la Cruz» (Flp 2, 8) repara con
sobreabundancia la desobediencia de Adán (cf. Rm 5, 19-20). Por otra parte, numerosos
Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el «protoevangelio» la
madre de Cristo, María, como «nueva Eva». Ella ha sido la que, la primera y de una
manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue
preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: Bula Ineffabilis Deus) y,
durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase
de pecado.
Pero, ¿por qué Dios no impidió que el primer hombre pecara? San León Magno
responde: «La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos
quitó la envidia del demonio» (Sermones, 73, 4: PL 54, 396). Y santo Tomás de
Aquino: «Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más
alto después de pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de
ellos un mayor bien. De ahí las palabras de san Pablo: “Donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Y en la bendición del Cirio Pascual: “¡Oh feliz
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

culpa que mereció tal y tan grande Redentor!”» (S.Th., 3, q.1, a.3, ad 3: en el Pregón
Pascual «Exultet» se recogen textos de santo Tomas de esta cita).
II. EL DESIGNIO DE DIOS SOBRE EL HOMBRE: LA GRACIA
A. Del pecado a la gracia
El hecho de la desobediencia de Adán, los cristianos lo contemplamos desde la
Pascua de Jesús. Adán pretendió ser Dios, arrebatar la gracia del Padre, iniciando el
camino de la muerte. Jesús, el Hijo amado del Padre, se entregó por entero al proyecto
de su amor, abriéndose al camino de la vida.
Pero Dios no abandona al ser humano, como decimos en la Plegaria Eucarística
cuarta de la misa: «A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo 104
entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado. Y, cuando
por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que,
compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca. Reiteraste,
además, tu alianza a los hombres; por los profetas los fuiste llevando con la esperanza
de salvación. Y tanto amaste al mundo, Padre Santo, que, al cumplirse la plenitud de los
tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo... Para cumplir tus designios, él
mismo se entregó a la muerte, y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida».
Hemos visto cómo la ruptura con el amor de Dios conduce a la insolidaridad, a
la opresión, al sometimiento del hermano. Sin embargo, Jesús, el Hijo obediente, da a
todos los que la acogen la posibilidad de reconocerse hijos de Dios y hermanos de los
hombres. Si el hombre viejo, representado por Adán, inicia un reino de injusticia que
conduce a la muerte, el Hombre Nuevo inaugura el reino de la justicia para la vida.
Lo que aparecía como un fracaso, es ahora desbordamiento de gracia y
misericordia. La situación incurable y desesperada de la humanidad se abre a la más
grande de las esperanzas y a la certeza de que en Jesucristo ha triunfado la vida. El
pecado redimido es gracia, la muerte vencida es Vida Eterna. Por eso podía decir san
Pablo que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (cf. Rm 5, 20). Por eso el
pecado, la culpa, la conversión la reconciliación hay que entenderlos desde el amor de
Dios y su voluntad de salvarnos. Voluntad de universalizar su gracia a todos los
hombres porque «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2, 3-4).
Sobre la redención, tenemos que entender dos conceptos: 1. Salvación. Significa
alcanzar la vida eterna, la gloria, la comunión amorosa con Dios en el cielo. Hay que
distinguir entre el contenido de la misma (la liberación del pecado y la reconciliación
del hombre con Dios) y el modo de realizarse; 2. Redención. La forma o manera
elegida por Jesús para realizar la salvación de los hombres. Es la acción salvífica del
misterio pascual de la Muerte y Resurrección de Cristo. Esta acción redentora la ha
plasmado Jesús definitivamente a lo largo de los siglos con la institución de la
Eucaristía.
B. Gracia y justificación en el Catecismo
1. La justificación
La gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos
de nuestros pecados y comunicarnos «la justicia de Dios por la fe en Jesucristo» (Rm 3,
22) y por el Bautismo (cf. Rm 6, 3-4): «Y si hemos muerto con Cristo, creemos que
también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos,
ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también
vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rm
6, 8-11).
Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al
pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su
Cuerpo que es la Iglesia (cf. 1 Co 12), sarmientos unidos a la Vid que es Él mismo (cf.
Jn 15, 1-4). «Por el Espíritu Santo participamos de Dios [...] Por la participación del
Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina [...] Por eso, aquellos en
quienes habita el Espíritu están divinizados» (San Atanasio de Alejandría, Epistula ad
Serapionem, 1, 24).
La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la 105
justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: «Convertíos porque
el Reino de los cielos está cerca» (Mt 4, 17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve
a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. La
justificación no es solo remisión de los pecados, sino también santificación y
renovación del interior del hombre.
La justificación libera al hombre del pecado que contradice al amor de Dios, y
purifica su corazón. La justificación es prolongación de la iniciativa misericordiosa de
Dios que otorga el perdón. Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del
pecado y sana.
La justificación es, al mismo tiempo, acogida de la justicia de Dios por la fe en
Jesucristo. La justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con la justificación son
difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza y la caridad, y nos es concedida la
obediencia a la voluntad divina.
La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la
cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de
propiciación por los pecados de todos los hombres. La justificación es concedida por el
Bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a la justicia de Dios que nos hace
interiormente justos por el poder de su misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de
Cristo, y el don de la vida eterna. «Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia
de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la
fe en Jesucristo, para todos los que creen —pues no hay diferencia alguna; todos
pecaron y están privados de la gloria de Dios— y son justificados por el don de su
gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como
instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su
justicia, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la
paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo
y justificador del que cree en Jesús» (Rm 3, 21-26).
La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del
hombre. Por parte del hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios
que lo invita a la conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu
Santo que lo previene y lo custodia. Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante
la iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer nada en absoluto al recibir
aquella inspiración, puesto que puede también rechazarla; y, sin embargo, sin la gracia
de Dios, tampoco puede dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia delante de Él.
La justificación es la obra más excelente del amor de Dios, manifestado en
Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo. San Agustín afirma que «la justificación
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

del impío [...] es una obra más grande que la creación del cielo y de la tierra» [...]
porque «el cielo y la tierra pasarán, mientras [...] la salvación y la justificación de los
elegidos permanecerán» (San Agustín, In Iohannis evangelium tractatus, 72, 3). Dice
incluso que la justificación de los pecadores supera a la creación de los ángeles en la
justicia porque manifiesta una misericordia mayor.
El Espíritu Santo es el maestro interior. Haciendo nacer al «hombre interior»
(Rm 7, 22; Ef 3, 16), la justificación implica la santificación de todo el ser: «Si en otros
tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta
desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad [...] al presente,
libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida
eterna» (Rm 6, 19. 22). 106
2. La gracia
Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el
auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios
(cf. Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf. Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina
(cf. 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf. Jn 17, 3).
La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad
de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza
de su Cuerpo. Como «hijo adoptivo» puede ahora llamar «Padre» a Dios, en unión con
el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la caridad y que forma la
Iglesia.
Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural. Depende enteramente de la
iniciativa gratuita de Dios, porque sólo Él puede revelarse y darse a sí mismo.
Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana, como
las de toda creatura (cf. 1 Co 2, 7-9)
La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por
el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla: es la gracia
santificante o divinizadora, recibida en el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra
de santificación (cf. Jn 4, 14; 7, 38-39): «Por tanto, el que está en Cristo es una nueva
creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió
consigo por Cristo» (2 Co 5, 17-18).
La gracia santificante es un don habitual, una disposición estable y sobrenatural
que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor. Se
debe distinguir entre la gracia habitual, disposición permanente para vivir y obrar según
la vocación divina, y las gracias actuales, que designan las intervenciones divinas que
están en el origen de la conversión o en el curso de la obra de la santificación.
La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta
es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la
fe y a la santificación mediante la caridad. Dios completa en nosotros lo que Él mismo
comenzó, «porque él, por su acción, comienza haciendo que nosotros queramos; y
termina cooperando con nuestra voluntad ya convertida» (San Agustín, De gratia et
libero arbitrio, 17, 33): «Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos
más que trabajar con Dios que trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que
fuésemos curados; nos sigue todavía para que, una vez sanados, seamos vivificados; se
nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que seamos glorificados; se nos
adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para que vivamos por siempre con
Dios, pues sin él no podemos hacer nada» (San Agustín, De natura et gratia, 31, 35).
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»

La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque Dios creó
al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle.
El alma sólo libremente entra en la comunión del amor. Dios toca inmediatamente y
mueve directamente el corazón del hombre. Puso en el hombre una aspiración a la
verdad y al bien que sólo Él puede colmar. Las promesas de la «vida eterna» responden,
por encima de toda esperanza, a esta aspiración: «Si tú descansaste el día séptimo, al
término de todas tus obras muy buenas, fue para decirnos por la voz de tu libro que, al
término de nuestras obras, “que son muy buenas” por el hecho de que eres tú quien nos
las ha dado, también nosotros en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti» (San
Agustín, Confessiones, 13, 36, 51).
La gracia es, ante todo y principalmente, el don del Espíritu que nos justifica y 107
nos santifica. Pero la gracia comprende también los dones que el Espíritu Santo nos
concede para asociarnos a su obra, para hacernos capaces de colaborar en la salvación
de los otros y en el crecimiento del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Estas son las
gracias sacramentales, dones propios de los distintos sacramentos. Son además las
gracias especiales, llamadas también carismas, según el término griego empleado por
san Pablo, y que significa favor, don gratuito, beneficio (cf. LG 12). Cualquiera que sea
su carácter, a veces extraordinario, como el don de milagros o de lenguas, los carismas
están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia.
Están al servicio de la caridad, que edifica la Iglesia (cf. 1 Co 12).
Entre las gracias especiales conviene mencionar las gracias de estado, que
acompañan el ejercicio de las responsabilidades de la vida cristiana y de los ministerios
en el seno de la Iglesia: «Teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido
dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio,
en el ministerio, la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con
sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad»
(Rm 12, 6-8).
La gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra experiencia y sólo
puede ser conocida por la fe. Por tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos
o nuestras obras para deducir de ellos que estamos justificados y salvados. Sin embargo,
según las palabras del Señor: «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7, 20), la
consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en la vida de los santos nos
ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una fe cada
vez mayor y a una actitud de pobreza llena de confianza.
Una de las más bellas ilustraciones de esta actitud se encuentra en la respuesta
de santa Juana de Arco a una pregunta capciosa de sus jueces eclesiásticos: «Interrogada
si sabía que estaba en gracia de Dios, responde: “Si no lo estoy, que Dios me quiera
poner en ella; si estoy, que Dios me quiera conservar en ella”» (Santa Juana de Arco,
Dictum: Procès de condannation).

También podría gustarte