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ÍNDICE
ASIGNATURA 3.
SAGRADA ESCRITURA
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
La respuesta del hombre al anuncio del evangelio es la fe. Los hombres son
invitados a oír la Palabra de Dios, aceptarla con fe y a vivir su vida a la luz de esa
Palabra, quien la oye y no lo pone por práctica es como el que edifica su casa sobre la
arena (Mt 7, 24). Cada uno será juzgado según su actitud ante la Palabra: quien crea será
salvado (Mt 16, 16).
Jesús es el revelador, pues proclama la Buena Noticia del Reino y enseña la
Palabra de Dios con autoridad. Tras la Pascua (Ascensión) sus discípulos deben revelar
lo que él les ha encargado: proclamar el mensaje de Salvación, enseñar a los hombres e
invitarlos a la fe. El contenido es la Salvación que se ha hecho concreta y verdad en la
persona de Jesús, palabras y hechos.
En el evangelio de JUAN constituye la invisibilidad de Dios el punto de partida 10
de su teología de la revelación. «A Dios no lo ha visto nadie jamás» (1, 18). El
definitivo mediador de la revelación es Jesucristo, el Hijo, que por la Encarnación
aparece en medio de nosotros. «El que está en el seno del Padre, nos lo ha revelado» (1,
18). Los discípulos han oído su palabra y han visto su gloria. Por esto Jesús no es sólo el
mediador de la revelación, sino Dios mismo hecho visible y cercano en Él. Quien lo ve,
ve también al Padre (14, 6).
Según Juan la revelación de Dios nos viene dada con la persona del Hijo, hecho
hombre. Jesús revela al Padre a través de su persona, de sus obras y de su palabra. Esta
da testimonio de la verdad. Revelar es hablar de aquel que es la misma Palabra de Dios.
En contraposición a los profetas, Jesús predica lo que él mismo ha visto y oído.
Él descubre los misterios de Dios, de los que sólo él tiene experiencia. Dado esto, el
hombre debe sentirse obligado a aceptar este testimonio en la fe. La tragedia de Jesús,
es que siendo la Luz y la Verdad los hombres prefirieron las tinieblas a la Luz.
En las cartas de PABLO es Jesús no tanto el mediador de la revelación cuanto el
contenido de la revelación. La comunidad que ofrece la Salvación es la Iglesia de la que
Jesús es cabeza. El descubrimiento y realización de este plan de Salvación es la
revelación. Dios hizo de este plan de Salvación por puro amor al hombre. Plan que
estaba oculto en Dios y fue revelado en plenitud, en los tiempos de Jesucristo.
El punto central de la revelación en Pablo es personal: el encuentro del hombre
con Dios en Cristo a través de la Iglesia. Secundariamente es también comunicación de
verdades.
El carácter histórico se aprecia claramente en Heb 1, 1: «en otros tiempos y de
muchas maneras habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas». El encuentro,
las experiencias reveladoras de Dios tuvieron lugar en acontecimientos, que tienen una
propia historia, la historia de la Salvación. POR ÚLTIMO, HABLO DIOS POR
MEDIO DEL HIJO. La revelación del Hijo está en continuidad con la revelación que
les fue dada a los padres. El hecho que la última revelación tenga lugar a través del
Hijo, marca no solamente el fin del acontecimiento de la revelación, sino que también
presenta la cumbre de ella misma.
2. Conclusión
La auto-revelación de Dios en el NT es su autocomunicación en Jesucristo su
Hijo único, hecho hombre. Él no es sólo el que trae la Salvación, no solo Mesías sino
Dios. Dado que Jesús es una personalidad histórica, la revelación del NT tiene también
carácter histórico, y como el hombre encuentra a Dios en Jesús, posee la revelación
también un carácter personal. Además, en el NT está garantizado el primado de la
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
Palabra porque Cristo es la Palabra, el Logos del Padre, hecho carne. Y por último la
revelación del NT es también un acto libre, soberano, gratuito, realizado por Dios por
amor al hombre.
V. LA REVELACION SEGÚN EL VATICANO I Y II: CONTINUIDAD Y
PROGRESO
A. La doctrina de la revelación en el Vaticano I
Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir
de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún
modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la revelación divina (cf. DH 3015) 1. Por
una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su 11
misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo a favor de
todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado y al
Espíritu Santo.
El concilio Vaticano I hizo frente al deísmo, racionalismo, panteísmo,
materialismo, monismo, agnosticismo que atacaban la realidad de la revelación cristiana
desde diversos puntos de vista. Se estaba plenamente convencido de que el «espíritu de
la época» era hostil a la fe, la ignoraba, la combatía o la rechazaba furiosamente.
Se negaba toda filosofía metafísica en nombre del positivismo. Este situaba a la
religión y a la filosofía en un estadio superado y no reconocía ninguna otra realidad más
que la empírica. Surgió el marxismo y su crítica de la religión. Y nació una concepción
científica del mundo, que hizo del ateísmo el resultado de la ciencia y elevó el
materialismo al rango de principio que todo lo explica.
Ante esta actitud no es extraño que la Iglesia se considerara opuesta a este
espíritu y que también ella estuviera convencida de que sólo así podía permanecer fiel a
sí misma. La actitud de la Iglesia fue cerrarse, retirarse al campo propio y hacerse fuerte
en él, tratando de ser como un arca en medio del diluvio.
Como el espíritu de la época se articulaba a sí mismo, en general, en las
diferencias ideológicas de los «ísmos», es comprensible también que fuera, así como se
saliera al encuentro, y que se formulara la fe primordialmente como doctrina y como
verdad.
1. Revelación natural y sobrenatural
(Vaticano I: DH 3004) Texto decisivo sobre la revelación: «...Dios, principio y
fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón
humana partiendo de las cosas creadas...» (Dei Filius).
Cuando «revelar» se dice de Dios se da por supuesto que es un Dios oculto, que
sale de su ocultamiento y se manifiesta. La revelación incluye y abarca: revelar como
acto y facultad, revelar como cosa revelada.
En el texto se nombra «otro camino sobrenatural» en el que ha acontecido la
revelación de Dios. Y si una es llamada sobrenatural entonces la primera sólo puede ser
una vía natural, aunque no se diga expresamente: la revelación sobrenatural es
contrapuesta a la revelación natural. Ésta ha acontecido y ha sido dada en la obra de la
creación, que permite reconocer a Dios como fundamento y fin de todas las cosas (Rm
1
DH = H. DENZINGER – P. HÜNERMANN, El Magisterio de la Iglesia. Enchiridion symbolorum,
definitionum et declarationum de rebus fidei et morum (Madrid 2006).
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
1, 20). Esta revelación está al alcance de la luz natural de la razón humana, en forma de
conocimiento.
En DH 3005 se habla sobre la realización concreta de este conocimiento de
Dios. DH 3004 y DH 3005 no encierran ninguna contradicción. Cada una de ellas
describe el todo de una manera diferente: describe el horizonte de la posibilidad real y la
extensión en que este horizonte puede ser alcanzado y cumplido de hecho en el terreno
histórico.
La expresión teológica «revelación natural», es revelación de Dios en la
creación, revelación de Dios en su obra. Por revelación natural hay que entender
objetivamente la creación en cuanto que, partiendo del ser creado, se manifiesta, se
muestra la existencia y esencia de Dios que está sobre el mundo y fuera del mundo, en 12
cuanto que el hombre, con la luz de su razón, puede alcanzar, reconocer y considerar
esta manifestación, y en cuanto que puede expresarla con su palabra.
2. Distinción y conexión entre revelación natural y revelación sobrenatural
En la revelación sobrenatural no se da a conocer cualquier determinación,
cualidad y propiedad de Dios como en la creación, sino que Dios se manifiesta a sí
mismo y su intención salvífica con los hombres.
La revelación sobrenatural es aquella forma de manifestación divina que
objetivamente no está incluida en la creación y en el hombre, y que subjetivamente no
puede ser alcanzada por la capacidad intelectual del espíritu humano. Supera y desborda
la revelación que se da en la naturaleza como obra de Dios. Dios de una manera, que no
puede ser deducida ni alcanzada a partir de la creación ni del hombre, se da a conocer «a
sí mismo y los decretos eternos de su voluntad».
La revelación sobrenatural acontece en la Palabra, a diferencia de la revelación
natural que acontece en la obra de la creación. La revelación sobrenatural aconteció en
la historia, en determinadas épocas y momentos, en un entonces y en un ahora
concretos. La revelación natural está al principio de la historia, en cuanto que con la
creación comienza historia. Así la revelación natural se llama revelatio generalis pues
por principio está abierta a todos los hombres en todas partes y en todo tiempo desde el
inicio. Sin embargo, la revelación sobrenatural, revelatio specialis, acontecido por
medio de los profetas y del Hijo de forma concreta e histórica, está destinada a todos los
hombres.
La revelación sobrenatural va hasta el hombre y le afecta en lo más profundo.
Revela al hombre algo decisivo acerca de sí mismo. Le descubre que está destinado a la
comunidad personal con este Dios que se manifiesta a sí mismo en palabra y en
persona, en sabiduría y amor.
La revelación sobrenatural, como palabra, como hacho y acontecimiento del
Dios que se comunica, no puede ser descubierta por el hombre ni alcanzada desde la
revelación natural. Sólo puede ser recibida, oída y percibida como algo absolutamente
nuevo, nacido del libre amor de Dios, otorgado por benevolencia y gracia. El hombre es
el oyente de la palabra en el sentido más universal. Pero en esto no se da ningún posible
pronóstico sobre el hecho, el contenido y el modo de una manifestación nueva, libre y
amorosa de Dios al hombre.
Es justo e imprescindible considerar al mismo tiempo la conexión que existe
entre ambas formas de revelación. Es el mismo Dios el que se revela en la creación y en
la palabra, en el hecho y en la historia y, finalmente, en forma personal, humana. Y es el
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
mismo hombre a quien se le da, como a ser inteligente y creyente, la revelación en sus
dos formas. La revelación en la creación, en la obra, en el hombre, es el presupuesto
para la revelación de Dios en la acción, en la palabra, en la historia y en la persona.
No puede entenderse como si la revelación sobrenatural ofreciera una plenitud
sin más al hombre. El hombre histórico concreto es una naturaleza caída. Esta
naturaleza no puede ser confirmada en su falsa dirección. Es preciso romper la
autoglorificación del hombre pecador para poderle comunicar su auténtica plenitud. El
hombre debe, pues, convertirse, «perderse», debe hallarse a sí mismo auténticamente,
debe «negarse a sí mismo».
La conexión entre las dos formas de revelación a partir de sus propias
características internas: La revelación por las obras ha sido hecha por la Palabra (Jn 1, 13
3). En su obra Dios quiere decir algo: «Los cielos pregonan la gloria de Dios» (Sal 18,
1). El hombre, como criatura inteligente y con capacidad para la palabra, es el centro
sonde tiene lugar la toma de contacto entre obra y palabra. La revelación por la palabra
es también una revelación por las obras, las acciones, los hechos, pues tiene lugar en el
campo de la historia. En la historia del pueblo de Israel, en la elección, en la alianza, en
los acontecimientos del NT, en la encarnación, en la vida, en la muerte y exaltación de
Jesucristo, quiere Dios decir algo, quiere pronunciar su propia palabra.
B. El Vaticano II: progreso en la continuidad
La Constitución Dei Verbum es un auténtico progreso dentro de la evolución
histórica. Este proceso se hace visible en la sustitución del concepto impersonal de
«revelación» por la denominación personal de «Palabra de Dios». El Vaticano II no
hace distinción de dos formas o caminos de revelación, sino que describe el
acontecimiento revelador en su conjunto. Designa a Dios mismo, en su bondad y
sabiduría, como origen de toda revelación.
- Queda mejor subrayado el teocentrismo de la revelación al
describirse ésta como un movimiento «trinitario» que, partiendo de
Dios Padre, nos llega a través de Jesucristo y nos otorga, en el
Espíritu Santo, el acceso al encuentro con Dios.
- El acento doctrinal de la concepción del Vaticano I es corregido por
la introducción del elemento dialogal: Dios habla a los hombres y
busca el encuentro con ellos. El Vaticano II no presenta la revelación
como una suma atemporal de doctrinas y decretos, sino que la ofrece
en el horizonte de una economía y historia de la salvación. La
revelación es, por tanto, una manifestación de acontecimientos en los
que se mezclan y se compenetran los hechos y las palabras.
- Jesucristo es el mediador y la plenitud de toda la revelación. Él es el
acontecimiento definitivo de la revelación. «De una manera
fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros
Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha
hablado por su Hijo» (Hb 1, 1-2). Cristo, el Hijo de dios hecho
hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre, de
forma que no habrá ya otra revelación después de Él.
- El objetivo último de la revelación no es una información, sino una
oferta de comunión y de transformación del hombre.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
Es la suprema certeza que Dios mismo, en su infinito amor, quiere dar al hombre
de todo tiempo, haciendo de su pueblo un testigo de ello. Es este misterio grande de la
Palabra como supremo don de Dios que la Iglesia desea adorar, agradecer, meditar,
anunciar a la Iglesia y a todos los pueblos.
El hombre contemporáneo muestra de tantas maneras tener una gran necesidad
de escuchar a Dios y de hablar con Él. Hoy entre los cristianos se advierte un
apasionado camino hacia la Palabra de Dios como fuente de vida y gracia de encuentro
del hombre con el Señor.
No sorprende, por lo tanto, que a tal apertura del hombre responda Dios
invisible, que ha movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos
para invitarlos y recibirlos en su compañía. Esta generosa revelación de Dios es un 16
evento continuo de gracia.
Reconocemos en todo esto la acción del Espíritu Santo, que a través de la
Palabra desea renovar la vida y la misión de la Iglesia, llamándola a una continua
conversión y enviándola a llevar el anuncio del Evangelio a todos los hombres, Apara
que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).
La Palabra de Dios tiene su centro en la persona del Cristo Señor. Del misterio
de la Palabra la Iglesia ha hecho una constante experiencia y reflexión a lo largo de los
siglos. «¿Qué creéis que es la Escritura sino la palabra de Dios? Cierto, son muchas las
palabras escritas por la pluma de los profetas; pero único es el Verbo de Dios, que
sintetiza toda la Escritura. Este Verbo único, los fieles lo han concebido come semilla
de Dios, su legítimo esposo, y, generándolo con boca fecunda, lo han confiado a los
signos —las letras— para hacerlo llegar hasta nosotros».
El Concilio Vaticano II, con la Constitución dogmática sobre la Divina
Revelación Dei Verbum, compendia el Magisterio solemne de la Iglesia sobre la
Palabra de Dios, exponiendo su doctrina e indicando su puesta en práctica. Ella, en
efecto, lleva a cumplimiento un largo camino de maduración y de profundización,
marcado por las tres Encíclicas Providentissimus Deus de León XIII, Spiritus Paraclitus
de Benedicto XV, Divino Afflante Spiritu de Pío XII; camino, incrementado por una
exégesis y por una teología renovada, enriquecido por la experiencia espiritual de los
fieles y en el Catecismo de la Iglesia Católica. Después del Concilio, el Magisterio de la
Iglesia universal y local ha promovido con insistencia el encuentro con la Palabra, en la
convicción que ésta «producirá en la Iglesia una nueva primavera espiritual».
Sin embargo, otros aspectos permanecen todavía abiertos y problemáticos.
Graves aparecen los fenómenos de ignorancia e incertidumbre sobre la misma doctrina
de la Revelación y de la Palabra de Dios; es notable el alejamiento de muchos cristianos
de la Biblia y persiste el riesgo de un uso incorrecto de la misma; sin la verdad de la
Palabra se hace insidioso el relativismo de pensamiento y de vida. Se ha hecho urgente
la necesidad de conocer integralmente la fe de la Iglesia en la Palabra de Dios, de
ampliar, con métodos adecuados, el encuentro con la Sagrada Escritura de parte de
todos los cristianos y, al mismo tiempo, de abrirse a nuevos caminos que el Espíritu
sugiere hoy, para que la Palabra de Dios, en sus diversas manifestaciones, sea conocida,
escuchada, amada, profundizada y vivida en la Iglesia, y así se transforme en Palabra de
verdad y de amor para todos los hombres.
A. Revelación, Palabra de Dios, Iglesia
«De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a
nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos»
(Hb 1, 1-2).
1. Dios tiene la iniciativa. La divina Revelación se manifiesta como Palabra de Dios
«Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el
misterio de su voluntad». Frente al riesgo de encerrar el misterio de Dios en esquemas
sólo humanos y en una relación fría y arbitraria, el Concilio Vaticano II, en la Dei
Verbum, hace una síntesis de la fe plurisecular de la Iglesia, proponiendo las líneas
maestras de una correcta reflexión. Dios se manifiesta en manera tanto gratuita cuanto
directa, orientada a establecer una relación interpersonal de verdad y de amor con el
hombre y el mundo que ha creado. Él se revela a Sí mismo en las realidades visibles del
cosmos y de la historia «con obras y palabras intrínsecamente ligadas», mostrando así 17
una «economía de la revelación», o sea un proyecto que mira a la salvación del hombre
y con él de toda la creación. Resulta así revelada al mismo tiempo la verdad sobre Dios,
uno y trino, y la verdad sobre el hombre, que Dios ama y desea hacer feliz, verdad que
alcanza el máximo esplendor en Jesucristo, el cual es, al mismo tiempo, «mediador y
plenitud de toda la revelación».
Esta relación de gratuita comunicación, que supone una profunda comunión, en
analogía con la comunicación humana, es cualificada por Dios mismo como su Palabra,
«Palabra de Dios». Ella, por lo tanto, debe ser radicalmente comprendida como un acto
personal de Dios, uno y trino, que ama, y por ello habla, y habla al hombre para que
reconozca su amor y le corresponda. Una lectura atenta de la Biblia lo manifiesta desde
el Génesis hasta el Apocalipsis. Cuando se lee, y sobre todo cuando se proclama la
Palabra de Dios, como sucede en la Eucaristía, «Sacramento de los sacramentos», y en
los otros sacramentos, el Señor mismo nos invita a «realizar» un evento interpersonal,
singular y profundo, de comunión entre Él y nosotros, y entre nosotros. La Palabra de
Dios, en efecto, es eficaz y cumple lo que afirma (cf. Hb 4, 12).
2. La persona humana tiene necesidad de Revelación
El hombre tiene la capacidad de conocer a Dios con los recursos que Él mismo
le ha dado (cf. Rm 1, 20), en concreto el mundo de la creación (liber naturae). Sin
embargo, en las condiciones históricas en las cuales se encuentra, a causa del pecado,
este conocimiento se ha hecho oscuro e incierto y negado por no pocos. Pero Dios no
abandona su creatura, poniendo en ella un íntimo, aunque no siempre reconocido, deseo
de luz, de salvación y de paz. El anuncio del Evangelio en todo el mundo ha contribuido
a tener vivo tal anhelo, produciendo valores religiosos y culturales. Ellos ayudan a
muchos a dedicarse hoy a la búsqueda del Dios de Jesucristo.
En la misma vida del pueblo de Dios se advierte una aguda aspiración —además
de una necesidad— de gustar una fe pura y bella, removiendo el velo de la ignorancia,
de la confusión y de la desconfianza respecto de Dios y del hombre, y así discernir y
reforzar en la verdad de Dios las numerosas conquistas del progreso. Por lo tanto, se
puede hablar de una necesidad profunda y difundida que, como una invocación, abre
existencialmente a la verdad de la Revelación, actuada por Dios mismo en favor de la
humanidad, es decir, a escuchar su Palabra. Interesarse en esto constituye el fundamento
de los objetivos de la Iglesia, en vista de las consecuencias en el ámbito pastoral, en
cuanto de este modo se autentica y se impulsa el proceso de la nueva evangelización y,
al mismo tiempo, se pueden percibir valiosas indicaciones para el diálogo ecuménico,
interreligioso y cultural.
3. La Palabra de Dios se entrelaza con la historia del hombre y guía su camino
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
cierto modo, es válido hoy con más fuerza aún, porque se abre una confrontación nueva
entre la Palabra de Dios y las ciencias del hombre, en particular en el ámbito de la
investigación filosófica, científica e histórica. Se reconoce la riqueza de verdad y de
valores sobre Dios, sobre el hombre, sobre las cosas, que proviene de este contacto entre
Palabra y cultura, como también se propone una continua confrontación sobre
problemas inéditos. Por lo tanto, la razón interpela la fe y por ésta es invitada a
colaborar para una verdad y una vida en armonía con la revelación de Dios y con las
esperanzas de la humanidad.
Pero no faltan también los riesgos de la interpretación arbitraria y reductiva,
como el fundamentalismo: de una parte, puede manifestar el deseo de permanecer fiel al
texto, y por otra parte desconoce la naturaleza misma de los textos, incurriendo en 24
graves errores y generando también inútiles conflictos. Otros riesgos surgen de las
lecturas «ideológicas» o simplemente humanas, sin el sostén de la fe (cf. 2 Pe 1, 19-20;
3, 16), hasta llegar a formas de contraposición y de separación entre la forma escrita,
atestiguada sobre todo en la Biblia, la forma viva del anuncio y la experiencia de vida
de los creyentes. Así también se encuentra dificultad en reconocer el rol que
corresponde al Magisterio en el servicio de la Palabra de Dios, tanto en cuanto a la
Biblia como en lo que se refiere a la Tradición. En general, se nota un escaso o
impreciso conocimiento de las reglas hermenéuticas, correspondientes a la identidad de
la Palabra, compuestas por criterios humanos y revelados, en el contexto de la Tradición
eclesial y en la escucha del Magisterio.
A la luz del Vaticano II y del Magisterio sucesivo, algunos aspectos merecen
hoy una atención y reflexión específica, en vista de una adecuada comunicación
pastoral, es decir que la Biblia, libro de Dios y del hombre, ha de ser leída unificando
correctamente el sentido histórico-literal y el sentido teológico-espiritual. Esto significa
que el método histórico-crítico es necesario para una correcta exégesis,
convenientemente enriquecido con otras formas de interpretación. Debe enfrentarse el
problema interpretativo de la Escritura, pero para alcanzar su sentido total, es necesario
valerse de criterios teológicos, propuestos por la Dei Verbum: «el contenido y la unidad
de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe». Hoy se
advierte la necesidad de una profunda reflexión teológica y pastoral para formar las
comunidades en un recto y fructuoso conocimiento de la Sagrada Escritura como
Palabra de Dios, comprendida en el misterio de la cruz y resurrección de Jesucristo,
viviente en la Iglesia.
«Dicho de otra manera —afirma el Papa Benedicto XVI— me interesa mucho
que los teólogos aprendan a leer y amar la Escritura tal como lo quiso el Concilio en la
Dei Verbum: que vean la unidad interior de la Escritura —hoy se cuenta con la ayuda de
la “exégesis canónica” (que sin duda se encuentra aún en una tímida fase inicial)— y
que después hagan una lectura espiritual de ella, la cual no es algo exterior de carácter
edificante, sino un sumergirse interiormente en la presencia de la Palabra. Me parece
que es muy importante hacer algo en este sentido, contribuir a que, juntamente con la
exégesis histórico-crítica, con ella y en ella, se dé verdaderamente una introducción a la
Escritura viva como Palabra de Dios actual». En esta perspectiva debe considerarse con
atención la contribución del Catecismo de la Iglesia Católica, las diversas resonancias y
tradiciones que la Biblia suscita en la vida del pueblo de Dios y el aporte de las ciencias
teológicas y humanas.
Junto a todo este empeño no debe olvidarse aquella interpretación de la Palabra
de Dios, que se cumple cada vez que la Iglesia se reúne para celebrar los divinos
misterios. A este respecto la Introducción al Leccionario, que es proclamado en la
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
Eucaristía, recuerda: «Por voluntad del mismo Cristo, el nuevo pueblo de Dios se halla
diversificado en una admirable variedad de miembros, por lo cual son también varios
los oficios y funciones que corresponden a cada uno, en lo que atañe a la palabra de
Dios; según esto, los fieles escuchan y meditan la palabra, y la explican únicamente
aquellos a quienes, por la sagrada ordenación, corresponde la función del magisterio, o
aquellos a quienes se encomienda este ministerio. Así la Iglesia, en su doctrina, en su
vida y en su culto, perpetúa y transmite a todas las generaciones, todo lo que ella es,
todo lo que cree, de modo que, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la
plenitud de la verdad divina hasta que en ella tenga su plena realización la palabra de
Dios».
6. Antiguo y Nuevo Testamento, una sola economía de la salvación 25
No es posible quedarse completamente satisfechos del conocimiento y de la
práctica que tantos tienen de las Escrituras. A causa de dificultades no resueltas, se
asiste a veces a una cierta resistencia frente a páginas del Antiguo Testamento que
aparecen difíciles, expuestas a la marginación, a la selección arbitraria, al rechazo.
Según la fe de la Iglesia, el Antiguo Testamento ha de ser considerado como parte de la
única Biblia de los cristianos, reconociendo en él los valores permanentes y la relación
que vincula los dos Testamentos. De todo esto se deriva la necesidad de una urgente
formación sobre la lectura cristiana del Antiguo Testamento. En este sentido es de gran
utilidad la praxis litúrgica, que siempre proclama el Antiguo Testamento como página
esencial para una comprensión plena del Nuevo Testamento, como atestigua Jesús
mismo en el episodio de Emaús, en el cual el Maestro «empezando por Moisés y
continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las
Escrituras» (Lc 24, 27). Las lecturas litúrgicas del Antiguo Testamento ofrecen, además,
un valioso itinerario para el encuentro orgánico y articulado con el Texto Sagrado. Tal
itinerario consiste tanto en el uso del salmo responsorial, que invita a rezar y a meditar
cuanto anunciado, como en la relación temática entre la primera lectura y el Evangelio,
en la perspectiva de síntesis del misterio del Cristo. En efecto —confirma el antiguo
dicho— el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, y el Antiguo es revelado en
el Nuevo Testamento: Novum in Vetere latet et in Novo Vetus patet.
Afirma S. Gregorio Magno: «Aquello que el Antiguo Testamento ha prometido,
el Nuevo Testamento lo ha mostrado; lo que aquel anuncia en manera oculta, éste lo
proclama abiertamente como presente. Por lo tanto, el Antiguo Testamento es profecía
del Nuevo Testamento; y el mejor comentario del Antiguo Testamento es el Nuevo
Testamento».
En cuanto al Nuevo Testamento, hoy ciertamente más familiar en la práctica
bíblica, gracias a la riqueza de los Leccionarios y de la Liturgia de las Horas, es
necesario recordar el valor central de los Evangelios, por ello proclamados en modo
completo en los tres años del ciclo litúrgico festivo y cada año en los días feriales, sin
olvidar las grandes enseñanzas de Pablo y de los otros Apóstoles.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
2
Cf. Mt 28, 19-20.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
dice: «La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el
Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y
repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo
de Cristo» 3.
La razón fundamental de esta importancia nos la ofrece el mismo Concilio: «En
los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de
sus hijos, para conversar con ellos» 4.
Las consecuencias para toda la vida de la Iglesia se expresan en los siguientes
términos: «Toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de
alimentar y regir con la Sagrada Escritura... Y es tan grande el poder y la fuerza de la
Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus 29
hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» 5.
Con estas palabras, la constitución dogmática Dei Verbum no hace más, que
recoger una convicción constante que existe en la Iglesia Católica desde los mismos
orígenes cristianos: la Biblia es la Palabra que Dios, por puro amor, dirige a sus hijos e
hijas, a todo ser humano, para «invitarlos y recibirlos en su compañía» 6. El creyente
responde a esta iniciativa amorosa de Dios, acogiendo y venerando la Escritura como
Palabra de Dios, profundizando en ella, alimentándose de ella y apoyándose en ella para
orientar su vida.
II. LA REVELACIÓN DIVINA SEGÚN EL CATECISMO DE LA IGLESIA
CATÓLICA
La historia de la humanidad nos confirma que los hombres de todos los tiempos,
desde los más antiguos hasta el día de hoy, no han dejado de buscar a Dios. El deseo de
Dios, según el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC), «está inscrito en el corazón del
hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios» 7.
Pero antes de que el hombre hubiera buscado a Dios, Él ya había buscado al
hombre. En efecto, nunca ha dejado Dios de buscar al hombre, y, aunque, el ser humano
pueda olvidarlo o rechazarlo, Dios «no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para
que viva y encuentre la dicha» 8.
A. Dios se revela a los hombres mediante la creación, la historia y la palabra 9
El hombre puede conocer a Dios mediante su propia razón a partir de las obras
de la creación 10. Pero Dios quiso ir más allá del simple conocimiento. Él quiso hablar
con el hombre como se habla con un amigo. El Todopoderoso, en un acto de amor
totalmente libre, se reveló a los hombres para que éstos fueran capaces de responderle,
de conocerle en profundidad y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus
propias fuerzas 11. Dios se ha comunicado o se ha revelado, es decir, ha salido
efectivamente al encuentro de los hombres en la historia, para que puedan vivir en
plenitud y encuentren la felicidad total.
3
DV 21.
4
Ibid.
5
Ibid.
6
DV 2.
7
CEC 27.
8
CEC 30.
9
Cf. CEC 51-53.
10
Cf. CEC 50.
11
Cf. CEC 50-51.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
12
Cf. Gn 1.
13
San Pablo nos dice: «Lo cognoscible de Dios está a su alcance, pues Dios se lo ha
manifestado. Ya que, desde la creación, su naturaleza invisible, su poder eterno y su divinidad, son
conocidos por una reflexión sobre las cosas creadas» (Rom 1, 20).
14
Cf. DV 3.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
verdadero pueblo creyente, y dialogó con él como se habla con un amigo. Con Moisés,
la palabra de Dios se hizo Alianza con el pueblo de Israel. Tras la muerte de Moisés, los
profetas fueron los que mantuvieron la intensa comunicación entre Dios y su pueblo,
para que éste lo reconociera a Él como Dios único y verdadero y aceptara las exigencias
de una vida justa. De este modo, el Misericordioso, fue preparando a través de los siglos
el camino del Evangelio 15.
Finalmente, en la plenitud del tiempo, en el siglo I de nuestra era, en la sagrada
gruta de Nazaret, el Padre eterno, con una decisión de gracia y de amor total hacia los
hombres, quiso que en el vientre de una Virgen llamada María, desposada con un varón
de nombre José, su auténtica «Palabra» (el Verbo de Dios) se hiciese carne 16. En la
palabra y en los hechos de Jesucristo, en su muerte y gloriosa resurrección, en el envío 31
del Espíritu de la verdad, Dios habló de un modo nuevo, definitivo e insuperable 17. Así
lo expresa la Carta a los Hebreos: «Muchas veces y de muchas formas habló Dios en el
pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado
por medio de un Hijo, a quien nombró heredero de todo, por quien creó el universo» 18.
Los cristianos estamos convencidos de que Cristo es la plenitud de la revelación
total de Dios, porque «ningún otro puede proporcionar la salvación; no hay otro nombre
bajo el cielo concedido a los hombres que pueda salvarnos» 19. Él es, para siempre y de
un modo definitivo, el «camino, la verdad y la vida» 20.
B. La revelación debe recibirse con fe 21
La respuesta adecuada a esta revelación salvífica de Dios es la fe. Creer en Dios
que me habla a mí, es abandonar la certeza de que encontraré la respuesta a todos los
interrogantes de la vida yo solo y tomar la decisión de construir toda mi vida sobre la
salvación realizada por Jesucristo.
Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «Por la fe, el hombre somete
completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su
asentimiento a Dios que se revela» 22.
El apóstol San Pablo llama a esta respuesta del hombre a Dios que se revela, la
«obediencia de la fe» 23.Obedecer en la fe, es entregarse libremente a la palabra
escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios que es la Verdad misma.
Abrahán es el modelo de esta obediencia total a Dios y su palabra. La Virgen María es
la realización más perfecta de la misma 24.
La Carta a los Hebreos presenta la fe del patriarca Abrahán como un testimonio
ejemplar: «Por fe obedeció Abrahán a la llamada de salir hacia el país que habría de
recibir en herencia; y salió sin saber adónde iba. Por fe se trasladó como forastero al
país que le habían prometido y habitó en tiendas con Isaac y Jacob, herederos de la
misma promesa. Por fe también Sara, aun pasada la edad, recibió vigor para concebir,
15
Ibid.
16
Cf. Jn 1, 14.
17
DV 4.
18
Hb 1, 1-2.
19
Hch 4, 12.
20
Jn 14, 6.
21
Cf. CEC 54-67.
22
CEC 143.
23
Cf. Rm 1, 5; 16, 26.
24
Cf. CEC 144-149.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
pues pensó que era fiel el que lo prometía...» 25. Gracias a esta fe, a esta entrega y
fidelidad de Abrahán a la Palabra de Dios, el patriarca vino a ser el padre de todos los
creyentes 26.
En el misterio de Nazaret, esta entrega y fidelidad a la Palabra de Dios
resplandecen con una luz más perfecta. En los relatos de la Anunciación y Visitación,
que encontramos en el capítulo I del evangelio de San Lucas, la Virgen María es
presentada como el modelo más pleno de la fe. En la Anunciación, María respondió al
ángel: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» 27. Con estas
palabras, María se confía totalmente a Dios, se abandona a Él. María responde con todo
su ser, con absoluta disponibilidad, a la acción del Espíritu Santo, que con su gracia
previene y ayuda. María da su plena adhesión a la Palabra del Dios viviente. Durante 32
toda su vida, y hasta la última prueba 28, cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no
vaciló. María no cesó de creer en el cumplimiento de la Palabra de Dios 29.
C. La Biblia contiene la Palabra de Dios escrita por hombres 30
Para comunicarse con los hombres, Dios podría haber hablado de un modo
directo, sin necesidad de intermediarios. Por ejemplo, podría haber hecho resonar su voz
en las cavidades profundas de la tierra; podría hacer oír su voz como alguien que habla
sin dejarse ver; podría incluso hacer mover el aire para que éste emitiera unos sonidos
significativos.
Sin embargo, tal y como ocurrió en la encarnación de Jesucristo, en la que Dios
se hizo realmente hombre, de igual modo ha querido hablar con un lenguaje
auténticamente humano. No podría ser de otro modo. Si Dios quiere hablar a los
hombres tiene que expresarse con el lenguaje propio de los hombres.
La fe cristiana profesa que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre. De
igual modo, la Palabra de Dios, contenida en la Biblia, es verdadera palabra divina y
verdadera palabra humana.
Dios ha querido hablarnos en palabras realmente humanas y dichas por hombres
y mujeres de la historia real del mundo. Al principio fue en hebreo y en griego, pero, en
seguida, y mediante la traducción de estas lenguas originales, Dios habló a los hombres
en latín, siriaco, copto, etc.; en la actualidad sigue hablando a los contemporáneos en
todas las lenguas vivas. Y Dios habló en el pasado mediante hombres y mujeres
concretos: Isaías, Jeremías, Pablo... En las palabras de estos autores me está hablando
Dios 31.
¿Cómo es posible esto? Habla Isaías con toda su fuerza, y está hablando Dios;
habla Jeremías con gran pasión, y está hablando Dios; habla Pablo con todo su
entusiasmo, y me está hablando Dios. Algo misterioso tiene que ocurrir en Pablo,
Jeremías e Isaías para que, hablando ellos, hable por ellos Dios. Efectivamente, se
25
Hb 11, 8-11.
26
Rom 4, 11.18; Gn 15, 15.
27
Lc 1, 38.
28
Cf. Lc 2, 35.
29
Cf. CEC 148-149.
30
Cf. CEC 101-108.
31
«En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban
todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores,
pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería» (DV 11).
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
realiza una acción misteriosa que encontramos expresada en la segunda carta de Pedro:
«hombres como eran, hablaron de parte de Dios movidos por el Espíritu Santo» 32.
A esta acción del Espíritu la llamarnos «inspiración», y es acción del Espíritu en
orden a la palabra, a la comunicación que Dios quiere establecer con los seres humanos.
Por eso decimos que «Dios es autor de la Escritura» 33. Y con esta expresión no
queremos decir que fuese el mismo Dios quién con su «puño y letra» escribiera los
textos sagrados, sino que eligió a una serie de hombres concretos, en unas
circunstancias históricas concretas, para que comunicasen su voluntad salvífica.
D. Las consecuencias del carácter divino y humano de la Biblia 34
En nuestra profesión de fe afirmamos que, mediante el Espíritu Santo, Dios «ha 33
hablado por los profetas» 35, es decir, mediante hombres concretos y a la manera de los
hombres 36.
La Sagrada Escritura, por ser palabra humana inspirada, contiene la doctrina de
la salvación, posee la verdad y la fuerza de la salvación y exige ser estudiada e
interpretada.
1. La fuerza de la Palabra
La Palabra de Dios es una palabra eficaz, es decir, realiza plenamente lo que
expresa. La Palabra, obrando sobre nosotros y haciéndonos obrar, sirve a la realización
total de los planes de Dios.
En el primer capítulo del Génesis, Dios llama y convoca a la existencia: su
palabra solemne hace existir y las criaturas responden existiendo. La palabra del
Creador está cargada de voluntad y de fuerza creadora. Todo lo que Dios dice se realiza,
nada puede resistirse a la fuerza creadora de la palabra divina. Cuando Dios llama a la
libertad a su pueblo esclavizado en Egipto, su palabra se realiza en liberación efectiva
liderada por Moisés. Habla el profeta a su pueblo en nombre de Dios y su palabra
mueve las voluntades del pueblo y penetra en los acontecimientos históricos.
La palabra de Cristo es también una palabra eficaz. Cuando Cristo enseña lo
hace con autoridad; cuando llama y convoca se produce la vocación y el seguimiento;
cuando habla a los vientos y a las aguas, a la fiebre y a los demonios, su imperativo es
poderoso e irresistible; cuando pronuncia su palabra de perdón se realiza la salvación;
cuando ora al Padre, el Padre lo escucha.
En todos estos ejemplos del Antiguo y del Nuevo Testamento, encontramos
expresada la fuerza salvífica de la Palabra. El profeta Isaías nos presenta esta propiedad
en un bello texto: «Como bajan la lluvia / y la nieve del cielo, /y no vuelven allá, / sino
que empapan la tierra, / la fecundan y la hacen germinar; / para que dé semilla al
sembrador / y pan para comer; / así será mi palabra, / que sale de mi boca: / no volverá a
mí vacía, / sino que hará mi voluntad / y cumplirá mi encargo» 37.
2. La verdad de la Palabra
32
2 Pe 1, 21.
33
DV 16.
34
Cf. CEC 109-119.
35
Credo niceno-constantinopolitano, artículos sobre el Espíritu Santo.
36
CEC 109. Cf. DV 12, 1.
37
Is 55, 10-11.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
Los libros sagrados nos enseñan la verdad fundamental acerca de Dios y de los
hombres 38. No se trata de una verdad de carácter científico o exclusivamente histórico.
Cuando hablamos de «verdad» nos estamos refiriendo a aquella verdad más profunda y
más real en la que encontramos el sentido de la historia del mundo y de nuestra propia
historia, es decir, nos estamos refiriendo a la verdad de la salvación 39. Se trata, en
efecto, de aquella verdad que nos ayuda a vivir en la verdad, a vivir en plena comunión
con Dios y con nuestros hermanos.
Se sigue directamente de esta consecuencia que en la Biblia no hay error ni
engaño, porque Dios no puede mentir ni engañarnos. En ella encontramos el testimonio
verdadero de hombres y mujeres que tuvieron una experiencia auténtica del encuentro
salvífico con Dios y con Jesucristo y comprendieron toda la realidad desde esta 34
experiencia fundamental.
La verdad de la Biblia es la verdad del sentido o significado profundo de la
naturaleza y de la historia, el resultado de una lectura creyente que descubre a Dios en
todo cuanto existe y acontece. No hay, por consiguiente, una oposición entre lo que la
Biblia enseña y lo que la ciencia actual nos descubre, porque Biblia y ciencia responden
a preguntas diferentes, aunque complementarias y convergentes. La ciencia nos
descubre «cómo» es la realidad del mundo y de la historia humana. En cambio, la Biblia
responde a las preguntas del «por qué» y «para qué» de esta realidad, es decir, a las
preguntas sobre el significado profundo y la finalidad de cuanto acontece.
3. El estudio y la interpretación de la Palabra 40
Ya hemos dicho más arriba que Dios ha querido hablarnos en palabras realmente
humanas, escritas por hombres que vivieron en un tiempo histórico concreto y en unas
culturas determinadas.
Entre ellos y nosotros, hombres y mujeres de principios del siglo XXI, hay una
gran distancia espacial y temporal. La cultura en la que vivieron y se expresaron los
autores bíblicos ya no es la nuestra. Sus formas de expresión ya no resultan tan
evidentes y claras como lo fueron en su propia época. Para comprender adecuadamente
su testimonio escrito son necesarias dos tareas: el estudio exegético y la interpretación
de los textos bíblicos.
Mediante el estudio exegético buscamos leer y comprender el texto de modo
crítico, competente y con determinados controles; para librarnos de apreciaciones
demasiado subjetivas e inexactas, nacidas de nuestro desconocimiento de las
condiciones en las que el texto fue producido. Con los diversos métodos, avalados por
la investigación rigurosa, adquirimos un conocimiento científico del medio cultural de
los autores sagrados, del uso de los géneros literarios o formas de comunicación
utilizados en aquella época, de las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel
tiempo 41.
Los autores de la Biblia eran creyentes y literatos que escribieron su experiencia
de Dios utilizando los medios propios del arte de la escritura. Conocer su historia y sus
38
«Como todo lo que afirman los autores inspirados lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los
libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos
libros para salvación nuestra» (DV 11).
39
Cf. DV 1-2.
40
Cf. DV 12.
41
CEC 110; CF. DV 12, 2.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
formas de expresión será, por consiguiente, una tarea primordial para entender
correctamente las Escrituras 42.
Mediante la interpretación de los textos, tratamos de «franquear la distancia
entre el tiempo de los autores y los primeros destinatarios de los textos bíblicos, y
nuestra época contemporánea, para poder actualizar correctamente el mensaje de los
textos y nutrir la vida de fe de los cristianos» 43.
La necesidad de una interpretación de la Biblia que responda a los problemas e
inquietudes de los creyentes de hoy día, es una tarea de gran importancia, porque esta
actualización desarrolla en el tiempo el permanente valor de la Palabra revelada 44. Al
mismo tiempo, se trata de una labor que encuentra un fundamento en la Biblia misma y
en la historia de su interpretación. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, 35
encontramos un largo proceso de reinterpretación de los acontecimientos del pasado en
relación con la vida de las comunidades. El pueblo creyente de Israel y la Iglesia
primitiva no recordaba los acontecimientos del pasado por simple información histórica,
sino porque en ellos encontraban las claves necesarias para comprender su momento
histórico como momento de salvación 45.
Esta necesaria interpretación de la Biblia se realiza dentro de la gran Tradición
de toda la Iglesia. La Biblia surgió en el seno de las comunidades creyentes de Israel y
de la Iglesia del siglo I, y ha llegado hasta nosotros gracias a la tradición bimilenaria de
la Iglesia. Sin la Iglesia no habría «una Biblia», ni ésta habría llegado hasta nosotros.
Esto no significa que la Biblia esté al servicio de la tradición eclesial. Más bien, lo
correcto es afirmar lo contrario, es decir, que la Tradición está al servicio de la Palabra
de Dios. Es la Palabra de Dios la que «sirve para enseñar; reprender y educar en la
rectitud» 46. La gran Tradición eclesial es la que garantiza que toda lectura e
interpretación de la Sagrada Escritura estén al servicio de la maduración de la fe y de la
edificación de la Iglesia 47.
E. El canon de las Escrituras 48
La Biblia se presenta como una colección de libros de épocas y autores muy
diversos: desde la redacción de los pasajes más antiguos hasta aquellos más recientes
transcurren unos diez siglos. El nombre «biblia» es de origen griego y significa
«libros». Las iglesias cristianas clasifican los libros de la Biblia en dos grandes
conjuntos: el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. También pueden
denominarse «Antigua Alianza» y «Nueva Alianza».
1. El canon
42
Ver documento la Interpretación de la Biblia en la Iglesia (IBI),capítulo I: Métodos y
acercamientos para la interpretación; especialmente lo que dice en los apartados A (Método histórico-
crítico) y F (Lectura fundamentalista). En la Biblia encontramos metáforas, imágenes y símbolos. Hay
que reconocerlos bien para entender la profundidad de los mensajes de la Biblia. Pero no todo es figurado
en la Biblia. Hay también abundantes datos históricos. Especialmente en el Nuevo Testamento hay datos
históricamente incuestionables. Pero incluso en éstos, lo que realmente cuenta no es tanto el «hecho» en
sí mismo, sino lo que significan para la comprensión y la realización de la salvación, protagonizada por
Dios.
43
IBI, II, A, n. 2.
44
Afirma el profeta Isaías: «La Palabra de Dios permanece para siempre» (40, 8). Jesús,
refiriéndose a su propia palabra, dice: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán» (Mc 13, 31).
45
Cf. IBI, II, A, n. 2.
46
Tim 3, 16.
47
Cf. CEC 111-113.
48
Cf. CEC 120-130; DV, capítulos IV y V.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
49
Cf. CEC 120; DV 8, 3.
50
Para conocer sus títulos y distribución, puede consultarse el índice general de cualquier Biblia
católica autorizada.
51
Así lo leemos en Ex 34, 6-7: «El Señor pasó ante él (Moisés) proclamando: el Señor, el Señor,
el Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la
milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados...». Ver también el capítulo 2 del profeta
Oseas.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
52
CEC 121.
53
Dice el Concilio Vaticano II: «Contienen (los libros del Antiguo Testamento) enseñanzas
sublimes sobre Dios y una sabiduría salvadora acerca del hombre, encierran tesoros de oración y
esconden el misterio de nuestra salvación” (DV 15).
54
DV 19.
55
CEC 124; cf. DV 20.
56
CEC 125; cf. DV 18.
57
Cf. CEC 128-130; DV 16. 18.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres y que así la Revelación llegue
hasta los confines del mundo: «Dios quiso que lo que había revelado para salvación de
todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las
edades» (DV 7).
A. La Tradición Apostólica
«Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los apóstoles predicar
a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma
de conducta comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los
profetas, que Él mismo cumplió y promulgó con su voz» (DV 7).
1. La predicación apostólica 45
La transmisión del Evangelio, según del mandato del Señor, se hizo de dos
maneras: 1. Oralmente: «los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus
instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras
de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó»; 2. Por escrito: «los mismos apóstoles y
otros de su inspiración pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el
Espíritu Santo» (DV 7).
2. Continuada en la sucesión apostólica
«Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los
apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, “dejándoles su cargo en el
ministerio”» (DV 7). En efecto, «la predicación apostólica, expresada de un modo
especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin
de los tiempos» (DV 8).
Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo es llamada la
Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella.
Por ella, «la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las
edades lo que es y lo que cree» (DV 8). «Las palabras de los Santos Padres atestiguan la
presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de
la Iglesia que cree y ora» (DV 8).
Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el
Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: Dios, que habló en otros tiempos,
sigue conversando siempre con la esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por
quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va
introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la
palabra de Cristo.
B. La relación entre la Tradición y la Sagrada Escritura
1. Una fuente común
La Tradición y la Sagrada Escritura «están íntimamente unidas y compenetradas.
Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un
mismo fin» (DV 9). Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de
Cristo que ha prometido estar con los suyos para siempre hasta el fin del mundo.
2. Dos modos distintos de transmisión
La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del
Espíritu Santo. La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el
Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos,
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
encarnación una apariencia y de la fe un mito nuevo. Por esto hay que acentuar el carácter
histórico del cristianismo y decir que Dios ha entrado verdaderamente a tomar parte de
nuestra historia, asumiéndola y redimiéndola. No por esto se niega el derecho relativo y la
intención legítima de la teología existencial.
La fe no es tener por verdaderas una serie de verdades relativas a una serie de
hechos históricos salvíficos. La acción de Dios en la historia no es nunca un hecho
comprobado. Esta acción es oculta para el ojo humano y no puede ser comparado con otros
sucesos históricos. La acción de Dios es sólo captable desde la fe. La salvación de Dios en
la historia sólo puede conocerla quien desde la fe esté dispuesto a salir del mundo de lo
«medible» (aunque la palabra correcta para el hispanoparlante es «mensurable», creo que
este término contiene un significado profundamente filosófico), para entregarse al mundo 51
de la fe. La historia se convierte en salvífica cuando la acción de Dios en la historia es
aceptada y reconocida en la fe del hombre. La historia de la salvación es una historia con el
hombre, esta historia acontece a través del riesgo histórico de la fe. Es una historia que
acontece, aconteciendo.
No nos está permitido acentuar sólo el carácter objetivo de la historia de la
salvación, por importante que sea. Un objetivismo que niegue la historicidad subjetiva de
la fe, sería funesto. Por muy verdad que sea que la fe está relacionada con una historia que
le sobreviene, es igualmente verdad que uno no puede retirarse tras la fe a los hechos que
otorgan una seguridad a la fe. La seguridad de la fe, su certeza, es sólo posible en el medio
del riesgo histórico.
Hemos de mantener dos aspectos en la fe cristiana: la palabra pronunciada
históricamente y la respuesta pronunciada históricamente. Lo cristiano se nos desvela
como diálogo histórico de Dios con los hombres. Este diálogo puede ser perturbado;
palabra y respuesta pueden ir cada una por su lado. La llamada histórica de Dios puede
resonar en el vacío. Esto nos conduce a la diferenciación entre historia universal e historia
salvífica. Esta diferenciación es problemática. Historia del mundo e historia de la salvación
no se pueden separar o distinguir adecuadamente. La historia no se puede dividir en dos
mitades. Toda la realidad se encuentra bajo la llamada y el ofrecimiento de la gracia de
Dios y es historia salvífica. Por esto hay paganos santos y profetas paganos.
Partimos de que, en la historia de Israel, que llegó a su plenitud en Jesús de
Nazaret, la palabra de Dios llegó «infaliblemente» a su meta, fue «puramente» recibida y
rectamente testimoniada, de que aquí el diálogo de Dios con el hombre se ha «logrado» y
de que aquí poseemos un criterio, a partir del cual podemos juzgar toda otra historia.
La historia salvífica no se logra «en una sede». Ella tiene a su vez una historia, en
la cual se llega a sí misma. Hay que tomar la historia salvífica en su totalidad. El punto de
referencia de toda la historia de la salvación es Jesucristo. En él la historia de Dios con los
hombres se ha «logrado» definitivamente. Todos los enunciados de la Escritura han de ser
interpretados con su referencia a Jesucristo y a partir de él. En él ha acontecido algo
definitivo, capaz de dar medida y consistencia a toda otra historia.
Jesucristo significa también que la historia salvífica no ha llegado con él a su fin; la
plenitud de este comienzo está pendiente. Por esto la Iglesia está entre el ya y el todavía
no. Está vinculada al «comienzo en plenitud», referida a la tradición y necesitada de ella.
Pero esta tradición no es fija sino un proceso vivo. La Iglesia se ha de superar
continuamente hacia su propio futuro; vive de la proclamación de su propia
provisionalidad. No tiene la verdad, sino que la ha de buscar continuamente. La
constitución pastoral del concilio Vaticano II Gaudium et spes (GS) ha puesto de relieve
coeficientes temporales incondicionales de la predicación al decir que la Iglesia tiene que
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
dar respuesta con su predicación a las cuestiones de su tiempo, pero reconoce que la Iglesia
no tiene esta respuesta de un modo «fijo y listo», sino que las cuestiones del tiempo exigen
una profundización en el evangelio provocando respuestas nuevas que engloben lo dicho
hasta el momento. Para esta respuesta hay que correr el riesgo del experimento histórico.
La Iglesia es histórica, peregrina, vive en búsqueda, en lucha, es Iglesia de los
santos y los pecadores, y se encuentra bajo la ley de la historia. Tiene que ser introducida
continuamente en la verdad por el Espíritu Santo (Jn 16, 13). Por esto hay historia de las
Iglesias y de la teología, de los dogmas y de la fe. Por esto no se puede decir que la palabra
de la Iglesia es bajo todo respecto la palabra de Dios; la Iglesia está en camino permanente
hacia ello. Tiene que dar la respuesta en la fe, y al hacerlo ha de confesar su culpa, su
rezagarse contra la meta. 52
La historia de Dios con el hombre no es una historia particular junto a otra historia.
Esto supone que la realidad de la creación está determinada históricamente. No hay un
orden metafísico que pudiera separarse de la concreción histórica e histórica-salvífica.
Teológicamente no hay más que una cosa permanente; el hombre es llamado por Dios
históricamente a dar una respuesta. Esta determinación histórica por la palabra y por la
respuesta es su naturaleza que determina su dignidad, y la ha de realizar renovadamente en
la obediencia y en la responsabilidad histórica ante Dios. Por esto el riesgo histórico
pertenece al comportamiento mundano del cristiano. El cristiano tiene siempre que ver con
lo nuevo, ha de correr el riesgo de lo inexperimentado, de lo imprevisible y no tomar una
actitud conservadora o restauradora agarrándose a lo establecido y ya pasado.
La historia e historicidad son categorías fundamentales de la fe cristiana. La fe
cristiana es histórica. Incluso podemos decir que la categoría de la historia fue descubierta
en el ámbito de la fe bíblica. El pensamiento histórico moderno ha surgido influenciado
por la fe cristiana. Por lo que este pensamiento moderno puede ser la nueva posibilidad de
comprender y formular más adecuadamente el mensaje más propio y originario de la fe.
No es sólo una amenaza. Por otra parte, parece que el pensamiento histórico se vuelve hoy
contra la fe cristiana. Es necesario preguntarse por lo permanente en la historia y llegar a
una diferenciación entre historicidad y relativismo.
Para concluir, afirmar que en la fe cristiana la revelación es histórica; ni en la
naturaleza, las profundidades del alma, o en la Filosofía encontramos a Dios, sino en la
historia, por lo que la predicación debe testimoniar a un Dios de vivos, proclamando su
obra en toda la historia. No hay que huir de la historia recluyéndose en lo interior,
escudándose en la fe de la Iglesia, de manera falsamente ciega, o aceptar una fe que sea
«razonablemente aceptable» sin contenidos. Esto es ignorando la historia; Dios ha venido,
asumiendo el riesgo histórico para atraer y redimir al hombre. La fe no es tener por
verdadero una serie de hechos históricos; la acción de Dios no es verificable, pero sí se
puede captar por la fe. La fe es el fruto de la palabra dada y la respuesta histórica; es un
diálogo. Jesús es la palabra meta en la Historia de la Salvación. Esta Historia no ha llegado
a su fin con él; la Iglesia camina hacia esta meta apoyada en la tradición viva, puesto que la
respuesta que da a su tiempo no es fija. La Iglesia, en su historicidad, corre el riesgo del
experimento histórico; sirva por ejemplo la situación actual de persecución a la fe; obliga a
la Iglesia a buscar, a ser fiel a su misión. No se divide la Historia en universal y salvífica,
puesto que todo existente está bajo la llamada de Dios, por lo que hay paganos santos y
profetas paganos.
3. Lo permanentemente cristiano
La cuestión de lo permanente en la historia no es únicamente un problema
teológico, sino también filosófico, partiendo de una reflexión sobre las palabras «historia»
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
de los hombres. El testimonio del evangelio puede ser actualizado históricamente sólo a
través del testimonio del evangelio. Testimonio y testigos se encuentran vinculados
recíprocamente.
La instancia para anunciar concretamente el evangelio con pretensión de
definitividad es la Iglesia como totalidad. Ella es el sujeto verdadero y propio de la
infalibilidad. Sólo secundariamente es el colegio episcopal y su cabeza, el obispo de Roma.
Papas y obispos son portavoces representantes de la fe de la Iglesia. La infalibilidad
magisterial queda vinculada a la infalibilidad de toda la Iglesia, de hecho, todo cambio en
la Iglesia el Señor lo ha suscitado desde «abajo» y la jerarquía (servicio) lo ha acogido.
La infalibilidad de la Iglesia no es una propiedad y menos una obra suya; de lo que
se trata es de la infalibilidad de la fidelidad de Dios en Jesucristo. Ella es lo definitivo en la 54
historia. La fidelidad no se da junto a la historia, sino en la historia. Por esto, la Iglesia es
mantenida permanentemente en la verdad no junto y a pesar de sus enunciados
magisteriales concretos, sino en y a través de ellos. La fidelidad no es algo estático y sin
vida. Sólo se la puede captar esperando y confiando. La postura cristiana no tiene miedo a
la historia, pues sabe que hay una promesa que se ha levantado y erigido en ella.
El dogma está sometido a la historicidad del lenguaje, por lo que hay que verlo en
su contexto. La verdad no puede resumirse en una frase 59. El dogma no es un enunciado
infalible. Lo único infalible es que Dios ha venido por Jesucristo de manera infalible en
una historia concreta. El riesgo de esta falta en la vida de fe lo podemos ver en los
hermanos separados; degenera en la diversidad, aparte de que olvidan que Dios actúa
siempre por los hombres. La Iglesia es lo infalible 60; lo infalible es la fidelidad mostrada
por Dios en Jesucristo. Esto no se da junto a la historia, sino en la historia, por lo que el
cristiano no ha de temer a la historia, puesto que en ella se ha dado una Promesa.
59
Cf. R. CANTALAMESSA, Jesucristo el Santo de Dios (Madrid 1991) 6. El autor ilustra sobre esto;
«El dogma no pretende ser una síntesis, un extracto que encierra en sí toda la riqueza cristiana, reduciéndolo a
una árida fórmula. Si así fuera, el dogma sería peligroso. La Iglesia predica lo que el NT anuncia. Por el
dogma se establece un marco de referencia o “ley fundamental” que toda afirmación debe respetar. Los
dogmas son “estructuras abiertas”, que acogen lo que cada época aporta de nuevo y de genuino en la Palabra,
en torno a la verdad que han querido definir, no encerrar. Están abiertos a desarrollarse desde su propio
interior, siempre que la interpretación de una época no contradiga a la precedente».
60
En este último párrafo no se entiende por Iglesia al Papa, obispos, ... la jerarquía, pues éstos
representan la fe de la Iglesia, estando sometidos a la infalibilidad de la Iglesia Universal.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
que es como justos o justificados como hacemos lo que es justo» declara Lutero contra
Aristóteles, así, la persona es la que produce las obras y no las obras la persona. Pero la
persona es creada y liberada por Dios, ella se concibe a partir del amor de Dios.
El creyente vive en el nuevo mundo de Dios, donde no existe ninguna ley, n
pecado, ni conciencia, ni muerte, sólo se da la plena alegría, la justicia, la paz, la vida, la
salvación y la gloria. Y el creyente actúa según ese «reino de la libertad», de cual es
ciudadano, mientras existe en este mundo de ley y de muerte; esto quiere decir que la
identidad del hombre se ve libre de la necesidad de rendimiento.
De la fe surgen y brotan «obras libres». La experiencia de ser asumido por Dios
constituye una dignidad imperdible en el hombre, una dignidad que es mucho más grande
de lo que el hombre puede hacer o dejar de hacer. Pero su dignidad no sólo radica en eso. 61
De ahí surgen también obras libres en tanto no se ven necesitadas por la ley y por la
coacción. La persona realiza las obras y hace las obras, no son las obras las que realizan a
la persona. Ahí radica la libertad del hombre frente a sus obras y frente a todas las
valoraciones por sus obras.
Estamos en una sociedad en la que la categoría del «tener» invade las categorías
del ser humano, en ella el hombre es socialmente sólo lo que produce: una fuerza de
trabajo, y lo que él puede hacer de sí: un consumidor. Su identidad humana del yo se ve
sustituida por una identidad del ego, que se halla construida a partir de lo que puede
producir y de lo que puede hacer de sí.
Esta perspectiva de la cosificación de la sociedad es peligrosa, ya Karl Marx criticó
a la sociedad capitalista de los que tenían y de los que no tenían nada. Con esta máxima,
«el hombre es lo que produce», exigió luego Marx una sociedad humana, que «produce» a
los hombres universales y reflexivos como su constante realidad y hace posible a todos los
hombres el producirse como hombres en su esencial riqueza.
La simple liberación del interior del hombre del impulso exterior de las obras y de
los rendimientos a través de la experiencia de la fe se convertiría, en una sociedad de
producción así constituida, en una escapada a la interioridad del corazón, si no estuviera
vinculada con el intento de la humanización de las estructuras y los principios inhumanos
de esa sociedad.
La liberación de la persona por medio de la experiencia de la fe camina de la mano
con las obras libres y liberadas del amor, decía Lutero. Cuando las circunstancias sociales
obligan al hombre a acciones inhumanas, entonces las circunstancias sociales deben
transformarse de tal manera que le ofrezcan la posibilidad de tener actuaciones humanas.
La presión de la sociedad de rendimiento puede destruirse. Pero no se halla asociada a eso
una garantía de felicidad y de libertad. Lo que los hombres hacen de eso radica en ellos
mismos.
La alternativa de la justificación por la fe aportada por la Reforma a la justicia de
las obras es traducida en nuestra sociedad de producción de una manera mucho más
radical. Ella conoce el escándalo de la diferencia cualitativa entre las obras de la ley, que
llevaron a Cristo a la cruz, y aquella justicia del Crucificado, que hace justos por la fe sin
las obras de la ley. Si trasladamos este reconocimiento de la Reforma del hombre que es
justificado por la fe y que encuentra en esa misma fe su identidad del yo a la moderna
sociedad de producción, entonces esto significa que el hombre debe ser liberado de la
representación de que él es lo que produce, porque él encuentra lo genuinamente humano
en que sabe que es aceptado por Dios y que es amado por él, tal como es.
C. Seis consejos
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
tejido, se lo está haciendo a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios camina y
habla con él como un amigo con su amigo, puede excluirse de este destino común. Es
posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Ya veremos. Nosotros sabemos algo que el
hombre blanco descubrirá algún día: que nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes piensan
ahora que Él es propiedad de ustedes, de la misma forma que desean ser propietarios de
nuestras tierras. Pero no puede ser. Él es el Dios de todos los seres humanos, y su
compasión es la misma tanto para el piel roja como para el blanco...».
67
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
La nueva clasificación de las especies en las que se plantea una sucesión temporal
de éstas, donde las formas superiores de vida provienen de las inferiores (con el que venir
detrás de Él es igual que provenir de). De esta evolución parcial se pasa a la general. De la
biológica a la cósmica.
La doctrina de la evolución ya no es positiva, sino de una intuición de la unidad del
mundo que los descubrimientos confirmarán: los paleontólogos principalmente. El tiempo
demuestra que primero es lo imperfecto y en segundo lugar lo perfecto.
El sentido de unidad total exige que la sucesión temporal se sume a la relación de
procedencia causal, es decir, esto es un todo, una unidad que evoluciona por relación
causa-efecto a lo largo del tiempo. Esta teoría cuestiona la teología de la Creación y al acto
creador. 75
C. Purificación de la concepción del acto Creador
Conceptos:
- Dogma de la Creación: verdad contenida en el depósito de la revelación
que es propuesta como tal por el magisterio solemne de la Iglesia. Aquí
entra: a) El mundo y todos sus componentes tanto materiales como
espirituales dependen en su origen, desarrollo y permanencia única y
exclusivamente de Dios que es su fundamento trascendente, absoluto y
último; b) Dios es el fundamento absoluto y Universal de todo cuanto existe
y desde que existe.
- Creacionismo: como sistema explica el origen y permanencia de las
criaturas a partir de Dios, diferente siempre de ellas. Así se opone al
emanatismo y al panteísmo del tipo que sea, y sin presuponer materia
alguna anterior increada: ex nihilo.
- Fisismo: este sistema expone que todas las cosas según sus especies han
sido puestas en la existencia tal y como existen y no presuponen un sistema,
procesos de causa, de dependencia causal y de transito de una especie a
otra. Puede afirmar la existencia de Dios como causa y fundamento de todo
o negarla afirmando la eternidad de la materia y del mundo o el azar. Las
especies surgen por que sí. Puede haber un fisismo que admite a Dios o que
no admite a Dios.
No se puede identificar creacionismo ni con el fisismo ni con el evolucionismo. El
término evolucionismo es usado por los no creyentes, el evolucionismo luchó contra el
fisismo aliado con el dogma. Hoy no se relaciona fisismo y creacionismo. Frente a esos
teólogos, el magisterio reacciona violentamente y esta reacción se mantiene como doctrina
oficial prácticamente hasta Pio XII en Humani Generis. Hasta que la filosofía y teología
difieran nivelar en el acercamiento del tema; diferentes esferas: filosófico, teológico, etc.
Las conclusiones teológicas actuales: Gn 1 al querer fundamentar el reposo
sabático desde la teología afirma que la obra creadora de Dios se limitó al principio, pero
hay una concepción teológica del mundo israelítico del Antiguo Testamento. Is 42-45 o Jn
5,17: en Dios no hay sucesión de acciones, con lo que Creación y conservación son dos
aspectos de una realidad única, la acción.
Por parte del objeto creado, ser creado significa depender absolutamente de la
causalidad trascendente de Dios. Esta dependencia trascendente y permanente de la
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
criatura respecto a Dios es lo que constituye su relación vertical que nunca anula las
relaciones horizontales en el orden lógico, sino que influye en ellas y les da consistencia.
El acto creador de Dios no se limita al principio del mundo, sino que Dios realiza
siempre al mundo como mundo en evolución. Dios está fuera del tiempo y no se puede
encerrar en la categoría tiempo, quizá sea esta la interpretación de «en el principio». El
mundo tiene su fundamento y origen en el acto creador de Dios. «En el principio» tiene el
sentido del Dios que es a partir de su eternidad. La relación de dependencia entre el mundo
y Dios es siempre la misma.
Dios realiza al mundo como mundo en evolución. Si Dios está por encima del
tiempo este no vale para enmarcarlo. «En el principio» fuera del tiempo. El mundo en su
totalidad tiene su origen en el acto creador de Dios, Dios crea a partir de Él mismo, de su 76
eternidad. Dependencia de Él, antes, ahora y siempre. Sobre la Creación ex nihilo en 2
Mac 7-8 se dice lo mismo «al principio»; Dios crea al mundo y lo pone en la existencia sin
materiales previos, ni instrumentos, ni medios preexistentes. El mundo solo proviene de la
potencia y voluntad de Dios. Ex nihilo: causalidad trascendente de Dios que es
fundamental del mundo en su totalidad; componentes y fases constituidas. Dios es el
creador de un mundo en evolución.
D. Aspecto científico del origen del mundo
Parece que las ciencias trabajan y determinan el origen del Universo, siempre como
aproximación, con cifras y datos que se nos escapan. Hay propuestos muchos modelos de
Universos desde la ciencia físico-matemática. Ningún modelo puede ser comprobado,
aunque se respetan los datos si explican de forma coherente el desarrollo del Universo.
Los datos conocidos de las partes del Universo son aproximaciones. La corteza
terrestre tiene de 2.500 a 5.500 millones de años, las cadenas montañosas necesitan
centenares de miles de años para formarse.
Nuestra galaxia: la vía láctea, tiene forma de espiral y su diámetro es de
aproximadamente unos 80.000 años luz. Su espesor: 16.000 años luz, puede tener 100.000
millones de estrellas, una de ellas es el sol. Nuestra galaxia parece que se comenzó a
formar hace unos 10.000 millones de años. Y sabemos por la ciencia que hay millones de
galaxias como la nuestra y las vemos como estrellas donde las grandes son las más lejanas.
Cuando la ciencia habla del principio nunca hablan de hora cero, sino el momento
en que se empieza a explicar lo que ahora tenemos, pero antes de eso, antes del huevo
cósmico ¿qué?
Los modelos de Universo se pueden resumir o sintetizar en dos: evolutivo o
estacionario. Evolutivo: plantea el tiempo que hay desde el estado originario de más
condensación hasta la actual situación. En cuanto a la teoría estática, hay un Universo
estacionario e invariable en su conjunto que ha existido siempre. Se plantean el desarrollo,
no el origen. Evolucionismo: Creación continua de la materia, que ocupa el vacío que deja
la materia que se expande.
Las condiciones físicas del Universo para los científicos Físico-Matemáticos están
fuera de control. La edad del Universo es un formalismo: la ciencia no puede determinar el
estado del Universo y si es consecuencia de otro proceso anterior. Estas teorías no pueden
explicarlo metafísicamente. Tras todo el planteamiento, el problema filosófico y teológico
de la Creación sigue en pie: cómo, cuando, quién: Dios.
III. REFLEXIÓN TEOLÓGICA EN TORNO AL TEMA DE LA FE EN LA
CREACIÓN
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
A. Introducción
Para nosotros la Creación es origen y principio de salvación. La clave de
interpretación es la soteriológica. En ningún momento la clave de interpretación puede ser
la creación ex nihilo. Lo entendemos desde una clave soteriológica, nunca ontológica o
física.
Nunca se puede pretender una demostración metafísica de fe en la creación. Porque
lo metafísico pierde el horizonte bíblico y cristológico, donde está la fe en la creación lo
Físico entra en conflicto con la fe. Es un nivel diferente, una parcela de conocimiento
distinto, no distante. La teología no se preocupa de la causa natural o intra-cósmica: es
competencia de la ciencia. La ciencia se preocupa del cómo con sus hipótesis, para
desentrañar. La GS 36 va a bendecir las preocupaciones y luchas, pero no entra en este 77
estudio.
La teología se pone en un lugar diferente al de la ciencia, no interfiriendo en el
campo de su investigación. Los resultados de la ciencia pueden iluminar la reflexión, pero
nunca con el mismo objeto formal, pero sí material: conocer.
Cuando la pregunta es por qué existe el ser, nosotros respondemos: porque Dios lo
ha creado; desde la hipótesis se Creacionista plantea la bondad de todo, frente al dualismo,
un principio sin dualidad de principios y frente al panteísmo al afirmar la fe en la Creación
nos oponemos al emanatismo que no conoce fin, sino que afirma a Dios trascendente con
realidad propia y diferente de lo creado.
La fe en la creación. La originalidad del concepto creación en el cristianismo es
indiscutible. «Creado por Dios» es y se es como criatura. El mundo no tiene en sí su razón
de ser, no es absoluto, y depende, existe en dependencia. Esto marca toda la existencia.
Hoy la crisis general es crisis de fe en la Creación: soy y no más, soy lo primero y
último, no transciendo en nada o nadie: Crisis. La ciencia y técnica deben tener su
autonomía. Nace en Occidente porque aquí la fe en la creación es opuesta a la divinización
del cosmos, que lo desmitifica, le hace perder el status sagrado e intocable, ante el que el
hombre no puede sino paralizarse por el temor. La fe en la creación así posibilita que sea
objeto de estudio para la ciencia y técnica.
El diálogo fe/ciencia es posible desde estos presupuestos, lo que planteamos es la
diversidad de lenguajes, acercamiento a la misma realidad que perdió su carácter sagrado y
fascinante.
B. Dios crea por la palabra
Génesis 1 es un relato sacerdotal, la expresión «y dijo Dios» aparece siete veces. El
término hebreo DABAR (palabra eficaz) indica la fuerza que en Dios existe por
manifestarse. Dios habla y se realiza: dijo Dios... y se hizo. De manera que casi
encontramos que es igual hacer y decir. Dijo Dios: hizo Dios. Estos relatos en los que Dios
crea por la Palabra intentan destruir, mitigar los residuos mitológicos que venían del viejo
oriente en los que la divinidad hace, crea haciendo, trabajando. Así lo desmitologiza.
Frente a los mitos babilónicos, el libro del Génesis ofrece una nueva interpretación en la
que Dios es Señor absoluto y con su Palabra crea.
Israel en su historia experimenta como Dios actúa en los acontecimientos, dice en
ellos y el pueblo responde a esa Palabra de Dios. Diálogo fecundo y eficaz. Yahvé no hace,
dice, no trabaja, dice. Dice y se hace.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
La finalidad: el por qué o para qué Crea Dios. Nunca la creación tiene una
causalidad final para Dios, ya que si existiese esta implicaría la necesidad de existir eso
creado para ser plenamente lo que Él es, Dios es el fin de todo, fin último (cf. 1 Co 15,
24ss). Dios no Crea buscándose a sí, sino que crea para la alianza. La encarnación, centro
de la Creación, muestra el amor supremo hacia la criatura, y lo muestra en unión con ella:
alianza nueva y eterna. Dios crea para salvar, para comunicar su ser a la Criatura, ser
comunitario, interpersonal, libre y gratuito. En esto pone Él su gloria. «La gloria de Dios es
el hombre vivo» (San Ireneo de Lyon). Y lo que vive plenamente es la salvación (cf. AG
2).
Podíamos decir que el motivo de la acción creadora de Dios está oculto en Dios
mismo. LG 2: «El Padre creó por un misterioso designio...». Dios no recibe nada por la 80
Obra Creada; no le plenifica en nada (Vaticano I: cf. DH 3002); Dios crea por bondad y
poder infinito, no para conseguir nada; sino solo para manifestar su felicidad y perfección
que comunica a las criaturas.
E. La creación ex nihilo
En el Génesis no existe este concepto tal como se entiende hoy. En el contexto
bíblico es una afirmación de la exclusividad de Dios como único Creador más que algo
metafísico. Es una afirmación de fe monoteísta.
Ante los gnósticos la Iglesia elabora una reflexión más profunda sobre este
problema intentando evitar las teorías emanatistas. Valentín plantea esta gnosis: pléroma
divino, es decir, el Padre, no engendrado, hace surgir 30 pares de eones que constituyen el
pléroma. La caída del último eón, que es la sabiduría hace surgir el demiurgo, que los
gnósticos identifican con el dios malo creador de la materia (el mundo) que lo diseña
imitando el pléroma divino. En la materia hay una partícula divina que es salvada por
Jesucristo, persona sobre la que cae el eón Cristo por el bautismo. Desde El la partícula
divina que reside en el hombre, puede liberarse de la materia por la gnosis para alcanzar de
nuevo el pléroma divino del que procede. Contra esto San Ireneo de Lyon afirma que sólo
Dios Padre y el mismo Dios Padre es el fabricante, fundador, inventor, autor y el Señor de
todo. Esta afirmación se estructura en todos los credos de fe católica y aparece también en
el primer concilio toledano (cf. DH 188). La única manera de entender el concepto de la
nada es partir de 2 Mac 7, 28: como expresión en un contexto bíblico histórico salvífico: en
este sentido no es metafísica.
La creación es el primer punto inicial de la elección de Israel por parte de Dios,
dueño absoluto de la historia, elección que culmina en la salvación en Jesucristo
escatológico. Si Dios es el primer punto, quiere decir que este acontecimiento original del
que surge el mundo en el que Dios elige un pueblo y le redime, por Jesucristo, ha de ser un
primer punto sin antecedentes, es decir, incondicional. Si hubiese primer punto, Dios no
sería Señor absoluto de la historia: este es el sentido de la Creación de la nada: ex nihilo.
Ex 20, 2-4: no habrá otros dioses delante de mí: expresión del señorío de Dios, sobre todo,
sin excepción; el único Dios es Yahvé.
Otra forma de comprensión: creación por la Palabra, el «dijo Dios» evita el
emanatismo, no es que a Dios se le caiga la Creación, sino que dice: «Hágase». Ese decir
de Dios excluye que haya una materia previa. La creación ex nihilo habría que entenderla
así: 1. Dios crea con libertad. Nada ni nadie condiciona la obra creadora ni determina o
predetermina; 2. El mundo es objeto del amor y de la gloria de Dios; 3. Sólo Dios es el
Creador. No hay ninguna fuerza o materia que sitúe a Dios en segundo plano. En este
sentido al ex nihilo, tanto en la Biblia como en el magisterio eclesiástico.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
grande; también su responsabilidad: como Dios ama, conoce, domina; ante Dios tendrá
que responder de ese dominio, conocimiento y amor.
ADÁN Y EVA: En hebreo, Adán significa hombre, su nombre indica que procede
de la tierra (adamah = tierra, barro). Eva significa vida. La mujer lleva en sus entrañas la
vida incipiente, da a luz una nueva vida; alimenta y cuida esa vida. Ser madre es una
misión propia de la mujer. Eva es la madre de los que nacen a la vida. Eva es la madre de
los hijos del hombre.
PONER NOMBRE: Adán «pone nombre» a las demás criaturas como signo de que
las domina. Dios las «llama» a existir. El hombre las «llama» a su servicio. En sus manos
quedan para bien o para mal. Puede conservarlas o destruirlas. Las cosas tienen una
orientación fundamental, que destruimos o respetamos. 88
COSTADO: El autor sagrado no nos enseña de qué manera creó Dios a la mujer.
El hombre no encuentra en los animales ninguno igual a él, y reconoce como «otro yo» al
ser que ha sido formado de su cuerpo. La imagen del costado nos da a entender la unidad
de la humanidad y, al mismo tiempo, nos explica la compenetración y atractivo mutuo de
los sexos. Hombre y mujer eran al principio uno; por eso buscan de nuevo convertirse en
uno. Empleando la imagen del costado no puede decirse de manera más gráfica la íntima
relación que existe entre el hombre y la mujer. La mujer es un don de Dios al hombre para
que se amen, se complementen y engendren la vida. La mujer y el hombre tienen la misma
vida, la misma carne y, unidos en matrimonio, un mismo amor para un destino común. El
hombre no debe considerar como inferior a la mujer.
VESTIDO: Si Dios castiga la rebelión del hombre, también protege su pobreza y
desamparo. Dios no abandona al hombre a sus propios recursos; no le deja de la mano. Le
«reviste» de dignidad.
JARDÍN: No debe hablarse del Edén, sino de un jardín o paraíso localizado en
Edén, al oriente. No es posible señalar con seguridad dónde estaba situada esa localidad. El
autor sagrado recoge la mentalidad de los beduinos (habitantes del desierto) y se inspira en
la imagen de un jardín, o de un oasis, para significar la felicidad del hombre antes de pecar.
El paraíso es un regalo de Dios y una tarea encomendada al hombre. El paraíso simboliza
todo lo que de bueno soñamos y echamos de menos.
ÁRBOL DE LA CIENCIA DEL BIEN Y DEL MAL: Conocer el «bien y el mal»
no significa querer saber todo. Tampoco poder discernir moralmente en una ocasión
particular entre bien y mal: Dios no puede negar semejante conocimiento a una criatura
razonable. Significa ser capaz de decidir por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo.
Esto sólo a Dios pertenece. Por eso desobedecer el mandato de Dios es como querer ser
igual a Él. Significa no aceptar en la vida un camino de dependencia confiada de Dios y de
amor humilde; o lo que es lo mismo, rechazar alimentarse del «árbol de la vida» que une
constantemente la criatura con el Creador.
SERPIENTE: No parece casual que el autor sagrado haya introducido en el relato
la figura de la serpiente. ¿Por qué una serpiente? Podemos indicar dos razones: 1. La
serpiente es el símbolo del mal. Los israelitas tenían la experiencia del desierto: es un
animal insidioso, astuto y peligroso que desaparece después de haber picado y que
engendra la muerte. 2. La serpiente era también un ídolo frecuente en la religión cananea:
simboliza la vida, la fecundidad y la sabiduría. De ella nos dice el autor sagrado, que es
criatura (el Señor la ha hecho); luego no hay que adorarla. Sus palabras son engañosas y
falsas. Dejarse convencer por ellas equivaldría a aceptar un culto idolátrico. Promete vida y
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
terrestre, y a toda ave de los cielos y a toda sierpe de sobre la tierra, animada de vida,
toda la hierba verde les doy de alimento". Y así fue. [v31] Vio Dios cuanto había hecho,
y todo estaba muy bien. Y atardeció y amaneció: día sexto.
C2 [v1] Se concluyeron, pues, los cielos y la tierra y todo su aparato, [v2] y dio
por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo
de toda la labor que hiciera. [v3] Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en
él cesó Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho. [v4] Estos fueron los
orígenes de los cielos y la tierra, cuando fueron creados.
E. Creación del mundo y del hombre (Gn 1, 1-2, 4a) en la tradición sacerdotal (P)
1. Exégesis del texto (Gn 1, 1-2, 4a) 91
Este himno de creación, la pieza más grandiosa de P, tiene su prehistoria. La
fórmula litúrgica o mnemotécnica «vio Dios que era bueno» originariamente figuraba tal
vez después de cada obra. Su doble aplicación a los días tercero y sexto se explican
teniendo en cuenta que el autor reduce el relato original a seis días, enseñando que Dios
aprueba la semana tradicional de Israel.
La creación de todas las cosas por Dios indica el poder absoluto de la trascendencia
divina. Los paganos describen la creación como resultado de una lucha entre dioses, frente
al relato bíblico que subraya la actividad tranquila del Dios único. El editor final del
Génesis ha destacado las enseñanzas de P colocando este relato al comienzo.
a) 1, 1-2: 1En el principio creó Dios los cielos y la tierra.2La tierra era caos y
confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de
las aguas.
1El versículo es una afirmación absoluta: todo el mundo visible vino a la existencia
como resultado de la soberana actividad divina. San Juan en su evangelio corregirá este
principio afirmando que «al principio ya existía la Palabra»; así hace culminar la teología
de la sabiduría creadora (cf. Prov 8; Eclo 1 y 24). 2La tierra en cuanto opuesta al cielo,
anterior a toda distinción. El aliento de Dios es su espíritu. Las aguas como masa informe y
revuelta. En el paso del Mar Rojo (cf. Ex 14) el autor recoge la lucha del viento con el
agua, con sentido salvador. En los mitos paganos se describe el caos primitivo del que
surgieron los dioses y contra el que lucharon por dominarlo. Estos elementos constituyen
una imagen concreta del caos, opuesto al orden de la creación. Las implicaciones paganas
han sido anuladas en la teología de P.
b) 1, 3-5: 3Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz.4Vio Dios que la luz estaba bien, y
apartó Dios la luz de la oscuridad;5y llamó Dios a la luz día, y a la oscuridad la llamó
noche. Y atardeció y amaneció: día primero.
3-5 La voluntad de Dios, expresada en su Palabra, tiende un puente entre Dios y el
caos, produciendo primero la luz, el más sublime de los elementos. La luz se da en un
marcado contraste con el caos tenebroso, correspondiendo perfectamente con la divina
voluntad ordenadora, que aparece como buena. Así la principal y primera división «día y
noche», entendiendo la noche y el día como realidades a las que se puede dar nombre, de
acuerdo con la mentalidad semita; sólo el que tiene absoluto dominio sobre todas las cosas.
El día hebreo comienza al atardecer.
c) 1, 6-8: 6Dijo Dios: Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las
aparte unas de otras.7E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del
firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue.8Y llamó Dios al
firmamento cielos. Y atardeció y amaneció: día segundo.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
manifiesto la intención del autor de fomentar el reposo sabático. Dios descansó, así deben
hacer también los hijos de Israel.
2. Comentario al texto (Gn 1, 1-2, 4a)
La creación del mundo es una obra maestra de poesía religiosa: resulta inútil
clasificarla como narración o descripción, como mito o himno o texto litúrgico. Más inútil
aún y peligroso resulta querer encajar esta página, pieza a pieza, en un esquema de nuestra
ciencia, para probar o mostrar la correspondencia.
El autor toma la imagen del mundo tal como la veía la ciencia empírica de
entonces: divisiones elementales de cielo y tierra, continente y mar, noche y día, sol y luna
y estrellas, animales y plantas, aves, peces, cuadrúpedos y reptiles, hierba, legumbres y 94
árboles frutales, y cada grupo dividido en sus especies. La división y oposición es principio
de orden y armonía, la clasificación y nomenclatura son principios de distinción y
conocimiento.
Esta visión empírica es proyectada al momento auroral de su primer existir y allí
aparecen dos principios dinámicos: el poderoso aliento de Dios, que incuba y transforma el
caos en orden, y la soberana palabra de Dios, que hace existir, asigna puesto y nombre,
bendice. Ser y hombre es la primaria realidad diferenciada: a ellas se añade la diversa
función, el «señorío» de sol y luna, la fecundidad de plantas y animales.
Para la realización literaria el autor opera con breves fórmulas fijas, que combina y
repite con calculada diversidad. La totalidad está compuesta por la acción simultánea de
dos principios numéricos: el número diez, de las veces que Dios «dice», y que se reparte en
dos piezas de cinco; el número siete de los días, con puestos clave para el primer día, la
luz, para el cuarto o central, día de sol y luna que miden el tiempo, para el séptimo
santificado por el descanso de Dios.
Así resulta decisivo el principio temporal. El esquema es artificial, su significado es
sugestivo. Al dominar el tiempo, se supera el estatismo de otras concepciones; además el
tiempo es sucesión, historia; finalmente en el tiempo penetra la acción de Dios y establece
una sacralidad del reposo. La semana de seis días laborables y un día de culto se proyecta
al tiempo primordial, presentando la actividad de Dios a imagen de la actividad del
hombre. La analogía hace resaltar la diferencia: acción soberana, obras cósmicas, tarea
perfecta.
La creación entera es buena: Dios, como artesano, va contemplando el resultando
de su tarea, obra por obra, y comprueba que es bueno, contempla el todo y lo encuentra
muy bueno. Por la acción de Dios y por su aprobación auténtica la creación es fundamental
y totalmente buena. La corona de la creación es el hombre (humanidad), imagen de Dios
por señorío compartido, varón y hembra como sede de fecundidad compartida y como
primera célula social.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
sacramentos, que son aquellos signos salvíficos instituidos por Cristo mediante sus
palabras y obras (verba et gesta).
I. LA RUPTURA DEL HOMBRE: EL PECADO
A. El hoy, la humanidad como proyecto de Dios
1. La hominización
El hombre (la humanidad) ocupa un puesto privilegiado en la creación. El concilio
Vaticano II, GS así lo plantea: GS 2 y 3 elabora la reflexión de la centralidad del hombre y
de la humanidad.
Cuando el Concilio se plantea el para qué: es el centro de nuestra reflexión (cf. GS
96
34). GS 12 dará la razón por la que puede proclamar al hombre centro y culmen de la
Creación; la razón será el hombre, imagen de Dios. Creyentes y no creyentes coinciden:
todo está ordenado en función del hombre.
¿Pero que es el hombre? Muchas respuestas positivas y negativas. Optimistas y
pesimistas. El hombre es el centro de la Creación por ser hecho a imagen de Dios, que le
pone en el centro. El hombre llega ahí por sí solo: Dios lo ha querido desde el principio,
centro y culmen de la Creación. GS 14: Espíritu encarnado en unidad total; cuerpo
espiritualizado.
2. El hombre, criatura singular
El hombre no es una especie más entre los primates, ni el más perfecto entre ellos,
no es el final de una serie de superaciones. El hombre es algo totalmente nuevo. La vida en
el planeta es diferente con su aparición. El hombre es tan central que incluso el mundo se
tambalea por su acción: ozono, radioactividad, etc. El hombre afecta y transforma al
mundo. El hombre es el más admirable de todos los seres, por sus aspectos: religioso,
saber, amor, modificar el medio, etc.
El hombre paulatinamente toma conciencia de sí, de lo que es, y conforme se
autodescubre domina la naturaleza a su antojo. Pero podemos decir que lo que eleva al
hombre por encima de la naturaleza es su ser reflexivo, con la capacidad de autodominarse
(homo sapiens). Y por eso domina. El animal reacciona por instintos. Así, la capacidad de
reflexión es exclusiva del hombre: no hace por instinto, porque sabe, porque hay
autodominio (controla sus instintos).
Este ser reflexivo determina una nueva forma de existencia, es una existencia
humana, personal, libre dentro de una comunidad, que se funda en las relaciones
interpersonales. Pero todavía podemos ver algo nuevo del hombre que le supera: la
capacidad de dialogar, de buscar, no sólo es el autocontrol, no sólo comunicar (también el
animal), sino dialogo y búsqueda. Así puede dominar su medio ambiente. No solo domina
su medio, sino que también puede elevar su mente más allá de sí, de sus circunstancias y
puede prever y dirigir el desarrollo de los acontecimientos.
La naturaleza del hombre, aunque está imbuida en lo sensible, por ser espiritual
está abierta a la totalidad, en una naturaleza con ansia de plenitud, con deseo de infinito y
de absoluto. El hombre puede trascender lo visible, captando lo trascendente, conocer al
trascendente y de conocer a Dios como ser personal con el que se puede relacionar.
Esta capacidad supone apertura al infinito, de un espíritu a otro, de libertad a
libertad. Todo esto es lo que hace del hombre un ser singular, excepcional, privilegiado y
que así, esté en el pensamiento de Dios querido y nombrado por Dios. Esta singularidad,
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
lleva a llamar acción especial, la acción trascendente de Dios sobre todo hombre que viene
de nuevo a la existencia.
3. El fenómeno de la hominización
En el proceso histórico de los seres vivos, en un momento, no sabemos en cual, se
rebasan lo animal, se da el salto en la frontera y se pasa de la vida animal a una vida en la
que se manifiesta el Espíritu en el hombre: es el momento de la hominización.
Debe existir un criterio para diferenciar la humanidad de los pre-humanos. En la
antropogénesis se estudia este tránsito, aunque es difícil captar ese momento. Imaginar este
momento, el cambio, tanto biológico como histórico es difícil de imaginar: el eslabón
perdido no se ha encontrado. 97
Fenomenológicamente hablando podemos imaginar el cambio cuando imagino
algo semejante a lo que sucede al desvelar la atención con un gesto levísimo de alguien
que está absorto, que le hace tomar conciencia. Este «despertar» a la «vida» consciente,
entendiendo que los antepasados estaban absortos, y en un momento se produce ese gesto
que desvela la vida en el espíritu.
B. El misterio del mal, del dolor y de la muerte
1. Los relatos del Génesis
La experiencia de todos es que el mal existe. Es más, para muchos hombres es el
más grande obstáculo para creer en Dios: si Dios es bueno, ¿cómo es posible que
aparezca el mal en la obra de sus manos?
La Biblia responde a este interrogante nada más narrar la creación. Lo hace
mediante imágenes simbólicas que se suceden hasta el capítulo once. Para comprender
en profundidad estas narraciones es preciso tener presente que la Escritura habla de las
obras misteriosas de Dios, no mediante expresiones conceptuales, sino utilizando
imágenes simbólicas.
Estas imágenes están tomadas de la vida humana real y, también, de los relatos
míticos de la época. Con ellos, el autor nos quiere explicar cómo Dios no es el culpable
de la existencia del mal: Dios creó el mundo bueno, la presencia del mal y el Maligno
no tienen su origen en Dios, sino que aparecieron en el inicio de la historia de los
hombres.
- El hombre, el árbol y la serpiente (Gen 3)
El autor del relato sabe que el hombre no sigue muchas veces los caminos del
Señor, sino que se deja seducir por sus caprichos, su deseo de independencia, el hacer la
vida para sí mismo, sin contar con nadie más.
Esta realidad, por la que el hombre se apropia del don que Dios ha dado para
todos, va a ser narrada en el capítulo tercero del libro del Génesis utilizando dos
imágenes: el árbol del conocimiento del bien y del mal y la serpiente.
Esta narración quiere expresar que el hombre, creado libre por Dios, puede
recelar de Dios, pensando que el hecho de ser criatura, le lleva a ser menor de edad,
dependiente por siempre. De ahí que intente trazar por sí mismo los caminos de la
historia, sin rendir cuentas a nadie, ni tener en consideración a Dios.
Frente al árbol, los hombres se encuentran ante la opción y podrán escoger entre
aceptar o rechazar el plan de Dios; rechazarlo es decidirse a ser ellos mismos, por sí
mismos y para sí mismos: este es el pecado.
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
El pecado, por tanto, es la decisión humana de romper los lazos con su Creador.
Esta decisión despoja a los hombres del vestido de gloria, pasando a sentirse desnudos,
rotos por dentro y escindidos unos de otros.
- El árbol y la serpiente
El árbol, junto con el fuego, representan en mitos de la antigüedad, la propiedad
de Dios: quien conseguía acercarse a ellos, se convierte en «dios». La serpiente va a
servir para contar en voz alta el deseo interior del hombre de creerse dueño de su vida y
de la creación, viviendo para sí mismo y alejándose del Padre.
Dios respeta esta decisión, deja que el hombre afronte las consecuencias de su
acción: a) el fuerte contraste entre la grandeza de la maternidad y el doloroso trabajo 98
que supone ser padres y sacar una familia adelante; b) las maravillas que pueden salir de
la inteligencia y las manos humanas y la vida arrastrada de quienes, trabajando, apenas
si pueden subsistir; c) la paradoja entre un ser llamado a la vida y la realidad cierta de la
muerte.
El pecado, el dolor y la muerte no sólo suceden en una persona, afectan a todos
los hombres y a todo el universo. Sin embargo, Dios no deja de salir al encuentro del ser
humano.
- Los hombres rompen el amor con los hermanos (Gen 4)
A partir de la desobediencia a Dios, nace la insolidaridad. Esta insolidaridad se
pone de manifiesto en el relato de Caín y Abel. En el momento que se escribe el relato,
hay dos grupos divididos: a) los labradores, que viven bien en tierras de su propiedad;
b) los pastores, sin tierra, que malviven en tiendas de campaña y emigran de un sitio
para otro.
La narración nos dice que Caín era agricultor y Abel pastor. Los dos son
pecadores, son hombres. Sin embargo, el Señor toma partido por el pobre, no porque
sea bueno, sino porque tiene misericordia de él.
Caín, no puede soportar la preferencia del Señor, se cierra al amor del Padre y
convierte a su hermano en un enemigo al que destruye asesinándolo. Ante el clamor de
la sangre, el Señor pide cuentas de la vida del hermano: si la desobediencia a Dios
provoca la ruptura de las relaciones entre los hermanos, el asesinato se torna en ofensa
grave a Dios. Pese a todo, el Padre promete ocuparse de la vida del asesino.
- El diluvio y el Arca (Gen 6-8)
La maldad del hombre se extiende sobre la tierra: ya no es de uno sólo, sino de
toda la humanidad. El Señor aparece en el relato indignado y arrepentido de haber dado
al hombre la soberanía sobre la tierra. Se dispone a purificar de la violencia lo que ha
salido de sus manos: un pequeño resto sobrevivirá para iniciar de nuevo la historia de la
Alianza.
El diluvio se traga a los hombres y animales: ahoga en sus aguas, que caen
durante cuarenta días y cuarenta noches, toda la maldad que hace desgraciado al
hombre. Noé y los suyos, fieles al don de Dios, son germen de la nueva humanidad. La
mano del Señor evita que la humanidad y el universo se hundan en la nada, apareciendo
de nuevo la bendición (Gen 9, 1-3a).
- Babel, la humanidad enfrentada (Gen 11, 1-9)
Los hombres se proponen arrebatar a Dios su señorío, edificando para ello una
torre que llegue hasta el cielo. Parece que cuanto más crece, cuanto más sabe, cuanto
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
el origen del mal y no encontraba solución») dice san Agustín (Confessiones, 7, 7.11), y
su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo.
Porque «el misterio [...] de la iniquidad» (2 Ts 2,7) sólo se esclarece a la luz del
«Misterio de la piedad» (1 Tm 3,16). La revelación del amor divino en Cristo ha
manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la gracia (cf. Rm 5,
20). Debemos, por tanto, examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de
nuestra fe en el que es su único Vencedor (cf. Lc 11, 21-22; Jn 16, 11; 1 Jn 3, 8).
1. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia
- La realidad del pecado
El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o 100
dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado,
es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque
fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera
identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del
hombre y sobre la historia.
La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo
se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de
Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo
únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error,
la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el
conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un
abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y
amarse mutuamente.
- El pecado original: una verdad esencial de la fe
Con el desarrollo de la Revelación se va iluminando también la realidad del
pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de alguna manera
la condición humana a la luz de la historia de la caída narrada en el Génesis, no podía
alcanzar el significado último de esta historia que sólo se manifiesta a la luz de la
muerte y de la resurrección de Jesucristo (cf. Rm 5, 12-21). Es preciso conocer a Cristo
como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El Espíritu-
Paráclito, enviado por Cristo resucitado, es quien vino «a convencer al mundo en lo
referente al pecado» (Jn 16, 8) revelando al que es su Redentor.
La doctrina del pecado original es, por así decirlo, «el reverso» de la Buena
Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación
y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de
Cristo (cf. 1 Cor 2, 16) sabe bien que no se puede lesionar la revelación del pecado
original sin atentar contra el Misterio de Cristo.
- Para leer el relato de la caída
El relato de la caída (cf. Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero
afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia
del hombre (cf. GS 13, 1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia
humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros
padres.
2. El pecado original
- La prueba de la libertad
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
culpa que mereció tal y tan grande Redentor!”» (S.Th., 3, q.1, a.3, ad 3: en el Pregón
Pascual «Exultet» se recogen textos de santo Tomas de esta cita).
II. EL DESIGNIO DE DIOS SOBRE EL HOMBRE: LA GRACIA
A. Del pecado a la gracia
El hecho de la desobediencia de Adán, los cristianos lo contemplamos desde la
Pascua de Jesús. Adán pretendió ser Dios, arrebatar la gracia del Padre, iniciando el
camino de la muerte. Jesús, el Hijo amado del Padre, se entregó por entero al proyecto
de su amor, abriéndose al camino de la vida.
Pero Dios no abandona al ser humano, como decimos en la Plegaria Eucarística
cuarta de la misa: «A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo 104
entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado. Y, cuando
por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que,
compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca. Reiteraste,
además, tu alianza a los hombres; por los profetas los fuiste llevando con la esperanza
de salvación. Y tanto amaste al mundo, Padre Santo, que, al cumplirse la plenitud de los
tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo... Para cumplir tus designios, él
mismo se entregó a la muerte, y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida».
Hemos visto cómo la ruptura con el amor de Dios conduce a la insolidaridad, a
la opresión, al sometimiento del hermano. Sin embargo, Jesús, el Hijo obediente, da a
todos los que la acogen la posibilidad de reconocerse hijos de Dios y hermanos de los
hombres. Si el hombre viejo, representado por Adán, inicia un reino de injusticia que
conduce a la muerte, el Hombre Nuevo inaugura el reino de la justicia para la vida.
Lo que aparecía como un fracaso, es ahora desbordamiento de gracia y
misericordia. La situación incurable y desesperada de la humanidad se abre a la más
grande de las esperanzas y a la certeza de que en Jesucristo ha triunfado la vida. El
pecado redimido es gracia, la muerte vencida es Vida Eterna. Por eso podía decir san
Pablo que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (cf. Rm 5, 20). Por eso el
pecado, la culpa, la conversión la reconciliación hay que entenderlos desde el amor de
Dios y su voluntad de salvarnos. Voluntad de universalizar su gracia a todos los
hombres porque «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2, 3-4).
Sobre la redención, tenemos que entender dos conceptos: 1. Salvación. Significa
alcanzar la vida eterna, la gloria, la comunión amorosa con Dios en el cielo. Hay que
distinguir entre el contenido de la misma (la liberación del pecado y la reconciliación
del hombre con Dios) y el modo de realizarse; 2. Redención. La forma o manera
elegida por Jesús para realizar la salvación de los hombres. Es la acción salvífica del
misterio pascual de la Muerte y Resurrección de Cristo. Esta acción redentora la ha
plasmado Jesús definitivamente a lo largo de los siglos con la institución de la
Eucaristía.
B. Gracia y justificación en el Catecismo
1. La justificación
La gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos
de nuestros pecados y comunicarnos «la justicia de Dios por la fe en Jesucristo» (Rm 3,
22) y por el Bautismo (cf. Rm 6, 3-4): «Y si hemos muerto con Cristo, creemos que
también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos,
ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también
vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rm
6, 8-11).
Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al
pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su
Cuerpo que es la Iglesia (cf. 1 Co 12), sarmientos unidos a la Vid que es Él mismo (cf.
Jn 15, 1-4). «Por el Espíritu Santo participamos de Dios [...] Por la participación del
Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina [...] Por eso, aquellos en
quienes habita el Espíritu están divinizados» (San Atanasio de Alejandría, Epistula ad
Serapionem, 1, 24).
La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la 105
justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: «Convertíos porque
el Reino de los cielos está cerca» (Mt 4, 17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve
a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. La
justificación no es solo remisión de los pecados, sino también santificación y
renovación del interior del hombre.
La justificación libera al hombre del pecado que contradice al amor de Dios, y
purifica su corazón. La justificación es prolongación de la iniciativa misericordiosa de
Dios que otorga el perdón. Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del
pecado y sana.
La justificación es, al mismo tiempo, acogida de la justicia de Dios por la fe en
Jesucristo. La justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con la justificación son
difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza y la caridad, y nos es concedida la
obediencia a la voluntad divina.
La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la
cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de
propiciación por los pecados de todos los hombres. La justificación es concedida por el
Bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a la justicia de Dios que nos hace
interiormente justos por el poder de su misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de
Cristo, y el don de la vida eterna. «Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia
de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la
fe en Jesucristo, para todos los que creen —pues no hay diferencia alguna; todos
pecaron y están privados de la gloria de Dios— y son justificados por el don de su
gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como
instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su
justicia, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la
paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo
y justificador del que cree en Jesús» (Rm 3, 21-26).
La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del
hombre. Por parte del hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios
que lo invita a la conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu
Santo que lo previene y lo custodia. Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante
la iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer nada en absoluto al recibir
aquella inspiración, puesto que puede también rechazarla; y, sin embargo, sin la gracia
de Dios, tampoco puede dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia delante de Él.
La justificación es la obra más excelente del amor de Dios, manifestado en
Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo. San Agustín afirma que «la justificación
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
del impío [...] es una obra más grande que la creación del cielo y de la tierra» [...]
porque «el cielo y la tierra pasarán, mientras [...] la salvación y la justificación de los
elegidos permanecerán» (San Agustín, In Iohannis evangelium tractatus, 72, 3). Dice
incluso que la justificación de los pecadores supera a la creación de los ángeles en la
justicia porque manifiesta una misericordia mayor.
El Espíritu Santo es el maestro interior. Haciendo nacer al «hombre interior»
(Rm 7, 22; Ef 3, 16), la justificación implica la santificación de todo el ser: «Si en otros
tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta
desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad [...] al presente,
libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida
eterna» (Rm 6, 19. 22). 106
2. La gracia
Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el
auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios
(cf. Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf. Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina
(cf. 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf. Jn 17, 3).
La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad
de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza
de su Cuerpo. Como «hijo adoptivo» puede ahora llamar «Padre» a Dios, en unión con
el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la caridad y que forma la
Iglesia.
Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural. Depende enteramente de la
iniciativa gratuita de Dios, porque sólo Él puede revelarse y darse a sí mismo.
Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana, como
las de toda creatura (cf. 1 Co 2, 7-9)
La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por
el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla: es la gracia
santificante o divinizadora, recibida en el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra
de santificación (cf. Jn 4, 14; 7, 38-39): «Por tanto, el que está en Cristo es una nueva
creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió
consigo por Cristo» (2 Co 5, 17-18).
La gracia santificante es un don habitual, una disposición estable y sobrenatural
que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor. Se
debe distinguir entre la gracia habitual, disposición permanente para vivir y obrar según
la vocación divina, y las gracias actuales, que designan las intervenciones divinas que
están en el origen de la conversión o en el curso de la obra de la santificación.
La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta
es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la
fe y a la santificación mediante la caridad. Dios completa en nosotros lo que Él mismo
comenzó, «porque él, por su acción, comienza haciendo que nosotros queramos; y
termina cooperando con nuestra voluntad ya convertida» (San Agustín, De gratia et
libero arbitrio, 17, 33): «Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos
más que trabajar con Dios que trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que
fuésemos curados; nos sigue todavía para que, una vez sanados, seamos vivificados; se
nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que seamos glorificados; se nos
adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para que vivamos por siempre con
Dios, pues sin él no podemos hacer nada» (San Agustín, De natura et gratia, 31, 35).
Módulo I: «Religión, Cultura y Valores»
La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque Dios creó
al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle.
El alma sólo libremente entra en la comunión del amor. Dios toca inmediatamente y
mueve directamente el corazón del hombre. Puso en el hombre una aspiración a la
verdad y al bien que sólo Él puede colmar. Las promesas de la «vida eterna» responden,
por encima de toda esperanza, a esta aspiración: «Si tú descansaste el día séptimo, al
término de todas tus obras muy buenas, fue para decirnos por la voz de tu libro que, al
término de nuestras obras, “que son muy buenas” por el hecho de que eres tú quien nos
las ha dado, también nosotros en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti» (San
Agustín, Confessiones, 13, 36, 51).
La gracia es, ante todo y principalmente, el don del Espíritu que nos justifica y 107
nos santifica. Pero la gracia comprende también los dones que el Espíritu Santo nos
concede para asociarnos a su obra, para hacernos capaces de colaborar en la salvación
de los otros y en el crecimiento del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Estas son las
gracias sacramentales, dones propios de los distintos sacramentos. Son además las
gracias especiales, llamadas también carismas, según el término griego empleado por
san Pablo, y que significa favor, don gratuito, beneficio (cf. LG 12). Cualquiera que sea
su carácter, a veces extraordinario, como el don de milagros o de lenguas, los carismas
están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia.
Están al servicio de la caridad, que edifica la Iglesia (cf. 1 Co 12).
Entre las gracias especiales conviene mencionar las gracias de estado, que
acompañan el ejercicio de las responsabilidades de la vida cristiana y de los ministerios
en el seno de la Iglesia: «Teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido
dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio,
en el ministerio, la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con
sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad»
(Rm 12, 6-8).
La gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra experiencia y sólo
puede ser conocida por la fe. Por tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos
o nuestras obras para deducir de ellos que estamos justificados y salvados. Sin embargo,
según las palabras del Señor: «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7, 20), la
consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en la vida de los santos nos
ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una fe cada
vez mayor y a una actitud de pobreza llena de confianza.
Una de las más bellas ilustraciones de esta actitud se encuentra en la respuesta
de santa Juana de Arco a una pregunta capciosa de sus jueces eclesiásticos: «Interrogada
si sabía que estaba en gracia de Dios, responde: “Si no lo estoy, que Dios me quiera
poner en ella; si estoy, que Dios me quiera conservar en ella”» (Santa Juana de Arco,
Dictum: Procès de condannation).