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Epítome de la Política social


(1917-2007)

Jerónimo Molina Cano


del Verein für Socialpolitik

Sociedad de Estvdios Políticos de la Región de Mvrcia


Seminario «Lvis Olariaga» de Política social – Vniversidad de Mvrcia
Cartagena * Año 2007 * Mvrcia

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Epítome de la Política social


(1917-2007)

Jerónimo Molina Cano

Publicación conmemorativa del


XC Aniversario de la Institución
de la
Cátedra de Política Social y Legislación Comparada del Trabajo
de la
Universidad Central de Madrid (1917)

2007

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Ediciones Isabor · www.edicionesisabor.com

Sociedad de Estudios Políticos de la Región de Murcia


Seminario «Luis Olariaga» de Política Social
Universidad de Murcia

© Jerónimo Molina Cano, 2007

ISBN: 978-84-935721-0-5

Depósito legal: MU-2.308-2007

Impreso en España - Printed in Spain

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Homenaje

Luis Olariaga Pujana (1895-1976)


Catedrático de «Política social y Legislación comparada del trabajo» en la Facultad de
Derecho de la Universidad Central

Eugenio Pérez Botija (1911-1966)


Catedrático de «Política social y Derecho del trabajo» en la Facultad de Ciencias polí-
ticas y económicas de la Universidad Central

Federico Rodríguez Rodríguez (1918)


Catedrático de «Política social» en la Facultad de Ciencias políticas y económicas de la
Universidad Central

Efrén Borrajo Dacruz (1928)


Catedrático de «Política social y Derecho del trabajo» en la Facultad de Ciencias polí-
ticas y económicas de la Universidad Central

Manuel Moix Martínez (1927)


Catedrático de «Política social» en la Facultad de Ciencias políticas y sociología
de la Universidad Complutense

En el Nonagésimo Aniversario de la Provisión de la Primera ­Cátedra


española de Política Social

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Sumario

I. Justificación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
II. El Genio Político del Siglo xix . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
III. La Época de la Política Social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20
IV. Los Precursores de la Política Social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
1. Sismonde de Sismondi y la crítica ética de la Economía política . 26
2. Louis Blanc y los Talleres sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
3. Lorenz von Stein y la Monarquía de la Reforma social . . . . . . . . 29
4. Gustav Schmoller y la Asociación para la política social . . . . . . . . . . 31
V. La Política Social como saber constituido . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
1. Tres disputas científicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
a) La polémica sobre el método científico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
b) La polémica sobre la neutralidad axiológica . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36
c) La polémica sobre el intervencionismo estatal . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
2. El desarrollo de la Política social en Alemania . . . . . . . . . . . . . . . . 38
a) Heinrich Herkner . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
b) Ludwig Heyde . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
3. El desarrollo de la Política social en Inglaterra . . . . . . . . . . . . . . . . 42
a) T homas H. M arshall . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
b) R ichard M. T itmuss . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
4. El desarrollo de la Política social en España . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
a) Federico Rodríguez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
b) M anuel Moix . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49

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VI. Hacia una Teoría de la Política Social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
1. La Política social como una teoría de la mediación social . . . . . . . . 51
2. La Política social como actividad estatal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
3. La Política social da carácter a una época histórica . . . . . . . . . . . . . 57
4. La Política social se realiza jurídicamente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60
a) Política social y Derecho social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60
b) Política social y Servicios sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
c) La socialización del derecho como un aspecto de la Política social . . . . 62
5. La Política social tiende a estructurarse institucionalmente . . . . . . 63
a) El impuesto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
b) La meritocracia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64
c) La negociación laboral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
d) El aseguramiento colectivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
VII. Repertorio Bibliográfico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68
V III. Index Onomasticum . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
IX. Obra del Autor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77

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Justificación

L a reforma en marcha de los planes de estudios universitarios es la consecuen-


cia lógica del desbastamiento de la Universidad como modo de vida, programa
pedagógico alumbrado durante la década de 1980. Las revocaciones sucesivas de
los graves errores de la LO 11/1983, de 25 de agosto, de Reforma Universitaria,
han desnortado los claustros y laminado los cuerpos docentes. En este sentido, la
LO 4/2007, de 12 de abril, por la que se modifica la LO 6/2001, de 21 de diciem-
bre, de Universidades, no es sino la legalización de un general desconcierto. El
complejo de inferioridad de la dirigencia universitaria nacional explica la radica-
lidad de las reformas emprendidas, cuyo designio, excusado por el desarrollo del
llamado Espacio Europeo de Educación Superior, no es otro que la ocultación de las
irregularidades de su cursus honorum. ¿Cómo ha de entenderse, si no es así, que
quienes más se han beneficiado del sistema ahora en demolición, se hayan con-
vertido en sus mayores enemigos?
Toda reforma universitaria es la antesala de una alteración de los planes de estu-
dios. El afán de novedad, la proyectomanía, la vanidad y la ignorancia, general-
mente con predominio de esta última, conspiran contra la prudencia y el buen
sentido. Así, no resulta extraño comprobar que planes juiciosos desaparecen para
instituir, en su lugar, una colección irregular de créditos. En el cambio pueden
incluso desaparecer, por inadvertencia culpable, asignaturas de tradición casi
centenaria. Es el caso de la «Política social», saber cultivado tradicionalmente
por los juristas de la antigua Universidad Central de Madrid. Durante los próxi-
mos meses no es improbable que, apellidada ad usum delphini, desaparezca de los
planes de estudios que todavía la conservan. Ello es motivo suficiente para dar a
las prensas estas páginas, pues en 2007 se ha cumplido el XC aniversario de la
provisión de la primera cátedra española de Política social.
Por Real Orden de 7 de marzo de 1916 se mandó transformar la cátedra de
«Legislación comparada», en la que profesó hasta su jubilación Gumersindo de

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Azcárate, en otra de «Política social y Legislación comparada del trabajo». La
incardinación docente de la nueva asignatura sería la de la anterior, los cursos de
doctorado de la Facultad de Derecho de la Universidad Central. Entre las razo-
nes aducidas por el claustro madrileño ante el Ministerio de Instrucción Pública
y Bellas Artes destaca el «[desamparo] en que están los estudios sociales en rela-
ción con el Derecho en las Universidades y Escuelas Superiores de España, lo
cual contrasta con la importancia creciente de estas cuestiones y de las institu-
ciones incluso sociales a ellas concernientes en la vida universal moderna». El
procedimiento para la provisión de la nueva cátedra se abrió por la Real Orden
de 25 de marzo de 1916. En ella se resolvía anunciar que la misma se adjudicaría
en «oposición libre». A principios de septiembre se designó el tribuna juzgador
del concurso: Gumersindo de Azcárate (Presidente), Joaquín Sánchez de
Toca, José Gascón y Marín, Antonio Flores de Lemus y Gabriel Maura .
Una vez expirado el plazo para la presentación de solicitudes se dio a conocer la
lista de aspirantes: Fernando de los Ríos urruti, Jaime Algarra y Pos-
tius, Francisco Berns y Carrasco, Recaredo Fernández de Velasco
Calvo, Francisco de Casso y Fernández, Juan L. Martín Mengod, Enri-
que Martí Jara, Juan de Hinojosa Ferrer, Plácido Álvarez Buylla y
Lozano, Tomás Juan Elorrieta Artaza, Pablo de Azcárate y Flores,

 Sobre el desarrollo de la oposición a dicha cátedra, en el contexto de una historiografía del Derecho del
trabajo y del movimiento de las ideas sociales desde el siglo xix, puede consultarse el documentado estu-
dio de Mª José María e Izquierdo, «El Doctorado y la génesis del Derecho del trabajo en la Universidad
Española», Cuadernos del Instituto Antonio de Nebrija, nº 9, 2006, espec. pp. 69-90.
 Merece la pena reproducir aquí en su literalidad las razones aducidas por el Real Decreto, que hacía
suyos los argumentos del claustro universitario: «A compás de ellas han ido las Universidades y las
Escuela especiales y técnicas de todos los países dedicando a la legislación del trabajo, a la reforma social
y a la pacificación de las luchas de clases de nuestros tiempos estudios que en todas partes tienen ya una
sustantividad bien merecida en los organismos científicos oficiales, y hasta han llegado en algunos a ser
objeto de Institutos especiales de preparación científica y práctica, bien para los investigadores de la
realidad social y de las soluciones a sus complicados problemas, bien para los hombres de la Adminis-
tración que han de ponerse al frente de los Centros que todos los días organiza una eficiente burocracia
del Estado. A partir de 1848, la Ciencia jurídica, la económica, la administrativa, encontráronse, efec-
tivamente, principios y prácticas que dentro de la economía capitalista y el derecho y el estado a ellas
peculiares podrían señalar rumbos de paz y de cooperación de clases en medio de las agrias discordias
revolucionarias. Las Universidades y las Escuelas descubridoras de estos principios y de sus aplicaciones,
perfeccionaron sus métodos de creación y de vulgarización. A partir de 1880 fue general en el mundo
la organización de estos estudios en todas las organizaciones oficiales de enseñanza superior. París y las
Universidades francesas, las belgas y muy especialmente la de Lovaina; las alemanas, las suizas, por no
citar otras, fueron de ello buen ejemplo. En Alemania, hasta los dominios particulares de la política
social, tales como la cooperación, el contrato de trabajo, el seguro en sus diversas modalidades, los acci-
dentes del trabajo, el ahorro, la historia de los conflictos entre el capital y el trabajo, las instituciones de
mejor alimentación, las casas baratas, las reclamaciones internacionales del trabajo, etc. etcétera, tienen
ya clases diferenciadas cuando no seminarios especiales. En España no hay una sola Cátedra de Política
y de Legislación del Trabajo. Apenas pueden rozarse sus asuntos someramente en otras enseñanzas». Vid.
Real Decreto de 7 de marzo de 1916, Gaceta de Madrid nº 80, de 20 de marzo, p. 663.
 Vid. Real Decreto de 25 de marzo de 1916, Gaceta de Madrid nº 104, de 13 de abril, p. 82.
 Vid. Real Decreto de 6 de septiembre de 1916, Gaceta de Madrid nº 253, de 9 de septiembre, p. 529.

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José María Yanguas y Messía, Amando R. Castroviejo Nabajas, Luis
Olariaga y Pujana, Máximo Peña y Mantecón, José Calvo Sotelo, Leo-
poldo Palacios Morini, Domingo Villar Grangel, José Castillejo y
Duarte, Arturo Suárez Malfeito, Pedro Sangro y Ros de Olano, José
López Soso y Rafael Díaz Aguado y Salaberri.
El concurso se verificó en la primavera de 1917, alcanzando el rango de memora-
ble en el famoso deporte nacional hispano de las oposiciones a cátedras. Aunque
sólo cinco de los aspirantes concurrieron al llamamiento del tribunal, no es difícil
representarse las expectativas que suscitó a la vista de una relación de nombres
que incluye a algunos de los más distinguidos maestros universitarios de la gene-
ración de preguerra.
Se destacaron en el concurso Palacios Morini, un hombre del Instituto de
Reformas Sociales, patrocinado por Azcárate, y Olariaga Pujana, patro-
cinado por Ortega y Gasset. Por Real Orden de 7 de mayo de 1917 se resol-
vió «nombrar a D. Luis Olariaga Pujana, Catedrático numerario de Política
social y Legislación comparada del trabajo, de la Facultad de Derecho, de la
Universidad Central».
La creación de la Facultad de Ciencias políticas y económicas después de la Guerra
(1943), según el modelo de la London School of Economics and Political Science,
preferido por el decano Fernando Mª Castiella, ofrecía un más amplio hori-
zonte académico a la «Política social» que durante varias décadas había impartido
Olariaga en la Facultad de Derecho. Los cursos de la nueva Facultad principia-
ron el 15 de febrero de 1944. Su plan de estudios incluía la asignatura «Política
social, especialmente de España» en los cuatrimestres 3º y 4º, correspondientes
al 2º curso de la licenciatura (Sección de Ciencias políticas). Durante el curso
1944-45 se ocupó de la misma, como encargado de cátedra, Alberto Martín
Artajo, que al año siguiente abandonaría la docencia para desempeñarse como
Ministro de Asuntos Exteriores.

 Resultó excluido Hipólito González Rebollar. Vid. Resolución del Ministerio de Instrucción Pública y
Bellas Artes del 31 de octubre de 1916, Gaceta de Madrid nº 514, de 9 de noviembre, p. 575.
 Vid. Real Orden de 7 de mayo de 1917, Gaceta de Madrid nº 150, de 10 de mayo, p. 337. Luis Olariaga
impartió su asignatura hasta 1944. A partir de la nueva ordenación del doctorado (Decreto de 7 de julio
de 1944 sobre la ordenación de la Facultad de Derecho, BOE nº 217, de 4 de agosto), Olariaga fue nom-
brado catedrático de Economía política. Lo más representativo de su pensamiento político-social en La
orientación de la política social. Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1950 (discurso
de ingreso); y La sociedad a la deriva. Madrid, Moneda y Crédito, 1971. Sobre esta faceta intelectual de
Olariaga: Sergio Fernández Riquelme, El pensamiento social de Luis Olariaga. Murcia, Ediciones Isabor,
2006.
 Vid. Decreto de 7 de julio de 1944 sobre la ordenación de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas,
BOE nº 217, de 4 de agosto. Se estudiaba «Derecho sindical y del trabajo» en el cuatrimestre 5º del 3er
curso (Sección de Ciencias políticas). En la Sección de Economía (especialidades B = Política económica
y Hacienda pública, y C = Economía privada) se estudiaba «Derecho del trabajo» (cuatrimestre 6º, 3er
curso) y «Teoría y técnica del Seguro» (cuatrimestre 7º, 4º curso).

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Por Orden de 6 de febrero de 1947, la Dirección General de Enseñanza Uni-
versitaria convocó por «oposición directa, turno único» una cátedra de «Política
social y Derecho del Trabajo» en la Facultad de Ciencias políticas y económicas.
El tribunal designado por el Ministerio, por Orden de 30 de abril de 1947, lo
integraban José Castán Tobeñas (Presidente), José Gascón y Marín, Luis
Olariaga Pujana, Carlos García Oviedo y Segismundo Royo-Villa-
nova. La entrega del programa y memoria de la asignatura tuvo lugar el 20 de
junio de 1947. El Tribunal resolvió que la plaza se proveyera a favor de Eugenio
Pérez Botija, que había sido catedrático de Derecho Administrativo en Murcia
en 194010.
En el verano de 1949 se resolvió dotar doce plazas de Profesores adjuntos en la
Facultad de Ciencias políticas y económicas. Una de ellas debía quedar vincu-
lada a la cátedra de Políticas social y Derecho del trabajo11. Comoquiera que el
concurso no había sido verificado transcurrido un año desde su convocatoria, el
Ministerio resolvió, según era preceptivo, abrir un nuevo plazo de presentación
de instancias12. Un nuevo retraso, que volvía a afectar a la Adjuntía de Política
social y Derecho del trabajo, obligó a una nueva convocatoria13.
Así las cosas en la Facultad de Ciencias políticas, por Orden de 26 febrero de 1960
se convocó oposición para proveer una segunda cátedra de «Política social»14, que
salía a concurso por el procedimiento «directo» (restringido). El único opositor
admitido, Federico Rodríguez Rodríguez15, entregó memoria16 y trabajos el
2 de febrero de 1961, ante un tribunal presidido por Alberto Martín Artajo
del que también formaban parte Eugenio Pérez Botija, Segismundo Royo-

 Vid. Orden de 6 de febrero de 1947, BOE nº 54, de 23 de febrero, p. 1336.


 Vid. Orden de 30 de abril de 1947, BOE nº 130, de 10 de mayo, p. 2763.
10 Vid. Orden de 23 de julio de 1947, BOE nº 246, de 3 de septiembre, p. 4935. Sobre la memoria de Pérez
Botija puede consultarse Mª Jesús María e Izquierdo, «Contexto doctrinal de las primeras cátedras
de Derecho del trabajo», Cuadernos del Instituto Antonio de Nebrija, nº 7, 2004. De Botija interesan
particularmente: «Importancia política del Derecho del Trabajo», Revista de Trabajo, nº 21-22, 1941;
y El Derecho del trabajo. Concepto, sustantividad y relaciones con las restantes disciplinas jurídicas. Madrid,
Revista de Derecho Privado, 1947. Esta última obra contiene la Memoria de su oposición a la Cátedra
de la Facultad de Ciencias políticas y económicas.
11 Vid. Orden de 11 de junio de 1949, BOE nº 180, de 29 de junio, p. 2888.
12 Vid. Orden de 21 de diciembre de 1951, BOE nº 6, de 6 de enero de 1952, p. 72.
13 Vid. Orden de 8 de enero de 1954, BOE nº 60, de 1 de marzo, p. 1164. No puedo precisar si, finalmente,
la selección tuvo lugar y en quién recayó el nombramiento.
14 No obstante la denominación de la cátedra de Pérez Botija, la práctica de la facultad había puesto de
manifiesto la separación de facto, tanto docente como científica, de sus contenidos formales, por un
lado el Derecho del trabajo y por el otro la Política social. Este desdoblamiento quedaba reconocido al
dotarse la nueva cátedra.
15 Vid. Resolución de la Dirección General de Educación Universitaria de 26 de abril de 1957, BOE nº
119, de 18 de mayo, p. 6643.
16 La parte más importante de su Memoria de cátedras se recoge en el tomo I de su Introducción en la
Política social. Madrid, Fundación Universidad Empresa – Civitas, 1979.

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Villanova, Gaspar Bayón Chacón y Manuel Alonso García17. El nom-
bramiento del candidato se hizo público por Orden de 21 de marzo de 1961.
La muerte prematura de Pérez Botija en 1966 dejó vacante la cátedra de «Polí-
tica social y Derecho del trabajo», que salió a concurso de traslado por Resolución
de la Dirección General de Enseñanza Universitaria de 18 de agosto de 196618.
Dirimió el mismo la comisión constituida al efecto por Alfonso García-Gallo
(Presidente), Gaspar Bayón Chacón, Federico Rodríguez, José Jiménez
Blanco y Luis Jordana de Pozas19. En el plazo ordinario concurrieron los
aspirantes Efrén Borrajo Dacruz, catedrático de Derecho del trabajo en la
Universidad de Valencia, y Manuel Alonso Olea, catedrático de Derecho del
trabajo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid. Tras la renuncia
de este último, el tribunal acordó proveer la cátedra vacante de la Facultad de
Ciencias políticas y económicas a favor de Borrajo Dacruz20.
En la década de 1970, contrariamente a las optimistas previsiones de Federico
Rodríguez para la Política social española –cuyo modelo debía ser el de las «40
cátedras alemas de Sozialpolitik»–, únicamente se convocó una Agregaduría de
«Política social» (equivalente en la práctica a una cátedra), adscrita a la nueva
Facultad de Ciencias políticas y sociología. El concurso se dirimió en mayo de
1975, resultando seleccionado Manuel Moix Martínez, discípulo de Rodrí-
guez. El tribunal que lo propuso por unanimidad estaba presidido por Federico
Rodríguez y contaba con los vocales Gaspar Bayón, Efrén Borrajo, Luis
González Seara y Manuel Medina Ortega. Los ejercicios de Moix 21, en
opinión de Luis Díez del Corral, fueron de los más brillantes realizados des-
pués de la Guerra.
Desde entonces no ha habido nuevos concursos a cátedras de Política social, que-
dando amortizadas, a la jubilación de sus titulares, las desempeñadas por Rodrí-
guez, Borrajo Dacruz y Moix. El desarrollo universitario de los llamados
«Servicios sociales», hasta la fecha sobre supuestos científicos heterogéneos y
carentes de «clasicismo», no explica plenamente la decadencia de una disciplina

17 Vid. Orden de 2 de noviembre de 1960, BOE nº 288, de 1 de diciembre de 1960, p. 16558.


18 Vid. Resolución de 18 de agosto de 1966, BOE nº 210, de 2 de septiembre, p. 11449.
19 Vid. Orden de 30 de enero de 1967, BOE nº 36, de 11 de febrero, p. 1905.
20 Vid. Orden de 4 de abril de 1967, BOE nº 98, de 25 de abril de 1967, p. 5385. De Efrén Borrajo pueden
consultarse: Política social. Madrid, Doncel, 1959; y De la cuestión social a la Política social. Madrid,
Ministerio de Trabajo, 1970.
21 Su oceánica Memoria de oposiciones constaba de VIII tomos. El contenido de los tres primeros ejer-
cicios de Manuel Moix, recogidos en grabación magnetofónica, fueron publicados en el volumen De
la política social al bienestar social. Madrid, Ediciones Partenón, 1976. La idea directriz de este libro,
expuesta sistemáticamente diez años después en Bienestar social (Madrid, Trivium, 1986), supone la
recepción de la sociología y el pensamiento social anglosajón en una disciplina cultivada por su prede-
cesor al modo germánico. Vid. infra V.4.

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universitaria que a los XC años puede, en justicia, considerarse clásica entre los
saberes jurídicos, sociales y políticos de la Universidad española.
En 1992 salió a concurso una «Cátedra de Escuela Universitaria» de «Política
social» en la Universidad Complutense (Escuela Universitaria de Trabajo Social).
En la oposición reglamentaria fue seleccionado el aspirante Luis Vila López22.
Integraban la Comisión Gilberto Gutiérrez (Presidente), José Iturmendi,
Juan Ruiz Manero, Fernando Quesada Castro y Luis Prieto Sanchís.
Diez años después, en 2002, salió a concurso en la Universidad de Murcia una
plaza de Profesor Titular de «Política social», la primera que con la denominación
clásica se dirimía fuera de la Universidad de Madrid. Integraban la Comisión
Dalmacio Negro Pavón (Presidente), Fº Javier Prados de Reyes, Mª Jesús
Uriz Pemán, Antonio Gorri Goñi y Jesús Hernández Aristu. Resultó
seleccionado el autor de este ensayo23.

22 La lección del segundo ejercicio de la oposición de Vila fue un estudio sobre El factor institucional y el
factor humano como supuestos para la aparición y el desarrollo de la política social: una verificación histórica
para España. Madrid, 1992. Aprendí mucho de esas páginas mientras preparaba en 1999 mi memoria
de oposición.
23 La Memoria de esta oposición, de la que sólo he publicado algunos fragmentos, contiene un primer
intento sistemático de repertoriar la obra los cultivadores españoles de la «Política social», tanto en
Facultades Universitarias como en Escuelas Sociales.

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1

El Genio Político del Siglo xix

E l desarrollo exponencial de la tecnología durante el siglo xx parece bastar


para justificar la originalidad de ese periodo de la historia frente a los demás.
El espacio, asediado por la razón técnica, encogió. Comparadas con las distan-
cias siderales, los recorridos intercontinentales parecieron, por vez primera, reba-
jarse hasta la escala humana. El fenómeno hoy cotidiano de la mundialización ha
sido, en este punto, la conclusión lógica de un proceso impulsado por una nueva
mentalidad geográfica; aquella que, después del Congreso de Berlín (1885), el
legalizador del último gran reparto de la tierra, manifiesta como nunca antes la
sensación de finitud del mundo. La sugestión de las largas distancias cedió la vez,
en el imaginario europeo, a la utopía de nuevas formas de ocupación de espacios
vacíos con el apoyo de elementos técnicos revolucionarios. Es Jules Verne figu-
rándose la ocupación de los polos geográficos, las profundidades del océano y el
centro de la tierra. O Herbert G. Wells fabulando sobre máquinas que viajan
en el tiempo.
El impacto de la técnica determinó también, qué duda cabe, grandes transfor-
maciones en la organización de la vida humana. La política se tecnificó. No
sólo en el Occidente, en donde apareció la tecnocracia, sino también en el Este,
de donde vino la fórmula futurista «soviet es igual a electricidad más koljoses».
La economía, que llegó a ser concebida como una máquina fabulosa, servidora
del esfuerzo bélico (la economía de guerra, inventada por Walther Rathenau
durante la Guerra mundial I), desarrolló complejas formas de planificación. Pero
en realidad, el siglo xx se limitó a desarrollar las ideas incoadas en el xix, la
centuria verdaderamente creadora. Decía con razón el literato francés Pierre
Drieu la Rochelle que el novecientos no era un siglo de ideas originales, sino

 Interesante Jesús Fueyo, Esquema de la subversión de nuestro tiempo. Madrid, Ediciones del Movimiento,
1958.

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de métodos y repeticiones. Únicamente una mirada histórica libre de prejuicios
puede calar en la originalidad del siglo xix.
Aquel siglo pacífico, que después de las Guerras napoleónicas no conoció sino
conflictos limitados, ha tenido mala prensa entre los historiadores. El siglo de la
verdadera unidad de Europa, regida por el Jus gentium europaeum y el patrón oro,
ha quedado así como eclipsado por el espíritu de las Luces, de la Ilustración, y por
los fogonazos de la técnica contemporánea. Una historiografía particularmente
adversa lo ha presentado como el siglo del pauperismo industrial, los derechos de
contenido puramente formal y el parlamentarismo fatuo o, como decía Donoso
Cortés, discutidor. Pero la realidad social de aquel siglo no se agota en estos
datos.
El Ochocientos conoció, en sucesivas oleadas, el despliegue del movimiento cons-
titucional, habilitante de la transformación jurídica política del Antiguo Régi-
men. Ha sido enorme el influjo de tales doctrinas, pues no puede decirse que la
ideología constitucional de nuestra época haya alterado sus supuestos históricos.
Así, la onda del neoconstitucionalismo europeo de 1945, homogeneizadora del
patrón político continental, es en realidad la actualización, acaso la última, de los
viejos principios del constitucionalismo liberal. También es una peculiar creación
decimonónica el régimen parlamentario, así como la renovación de las formas
de representación política, estancadas desde la Edad Media. ¿Qué decir de la
codificación del derecho privado, de la racionalización del derecho histórico y la
confección de los modernos Códigos civiles? También el Estado contemporáneo,
tomado, en el sentido de Bertrand de Jouvenel como la forma en la que la ins-
titución política máxima se presentará después de la Revolución francesa , es de
ese tiempo. Y la transformación de la Economía política capitalista, que amplía
su radio de acción (internacionalización del capitalismo) al mismo tiempo que el
Estado intensifica sus funciones (aparición del Estado Administrativo). Desde
un punto de vista espiritual, el siglo xix conoció la aceleración del proceso de
secularización del mundo, el desencantamiento del que habló el sociólogo alemán
Max Weber. En el plano de las ideas operantes en la esfera política y econó-
mica, se destacan como máxima creación del genio decimonónico el liberalismo
y el socialismo. Estos, en rigor, no son ideologías políticas ni teorías económi-
cas puras, sino doctrinas sociales, es decir, una nueva especie de representaciones
de la realidad social en las que se pone de manifiesto la interpenetración de la
política y la economía. Dicho de otro modo, son las doctrinas sociales intentos
de resolución de la cuestión social. En el caso del liberalismo, a partir de instru-

 Vid. F. A. Hayek, T. S. Ashton, L. M. Hacker, B. de Jouvenel, R. M. Hartwell y W. H. Hutt, El capi-


talismo y los historiadores. Madrid, Unión Editorial, 1991.
 Vid. B. de Jouvenel, Los orígenes del Estado moderno. Historia de las ideas políticas en el siglo xix. Madrid,
Magisterio Español, 1977.
 Vid. J. Freund, «Les trois types d’économie», Politique et impolitique. París, Sirey, 1987, pp. 379-384.

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mentos como la propiedad privada, y en el del socialismo mediante el recurso a
la propiedad colectiva. Se trata, en uno y otro caso, de mediaciones en lo político y
lo económico. El gran problema del siglo xix fue justamente la integración de dos
sistemas divergentes: el sistema industrial, anunciado por Saint-Simon, y el sis-
tema político configurado por las Declaraciones de derechos liberales, individua-
listas y formales. Según este mismo esquema, la Política social puede concebirse
como una mediación entre lo que conviene desde un punto de vista político y lo
que es posible según el cálculo económico, siempre bajo el monopolio de la acción
pública .
Indudablemente, la Política social, como actividad especial del Estado neutral, es
otro de los elementos que dan su gracia al siglo xix. Hace mucho tiempo que su
originalidad no ha sido vindicada, pues ya antes de la Guerra mundial II cayó en
la órbita de las polémicas ideológicas. Mas la Política social, dada su dependencia
del principio estatal de neutralidad, comenzó operando como un elemento neu-
tralizador de los conflictos entre clases sociales (entre poseedores y desposeídos o
entre capital y trabajo). Quizá habría que ver en ella una formulación precoz de
una nueva especie de acción política, la política desideologizada y técnica.
En el siglo pasado menudearon, como se ha sugerido, las versiones sucesivas
de las mismas ideas. Hubo todo tipo de liberalismos de nuevo cuño (neolibera-
lismo, ordoliberalismo, liberalismo austriaco) y nuevos socialismos (laborismo
y socialdemocracia, leninismo, nacionalsocialismo, maoísmo, polpotismo, etc.)
Esta novomanía confirma insospechadamente el prestigio de las doctrinas origi-
nales. Algo parecido ha sucedido con la Política social, pues a pesar del tiempo
transcurrido sigue estando rodeada de un gran prestigio intelectual y político,
científico no tanto. No obstante, aunque se sigue utilizando la terminología clá-
sica, la expresión Política social ha mencionado diversas realidades a lo largo de
su historia. Nada tienen que ver las primeras acepciones (Política social como
política laboral o como política de equilibrio entre clases sociales) con las que se
imponen después de la Guerra mundial II (Política social como bienestar social,
como difusión de la ciudadanía social, incluso como expansión de la personali-
dad). Al mismo tiempo, el relativo escaso interés por esta disciplina académica
fuera de Alemania, y la generalización de los principios de intervención sobre
la estructura de la sociedad propios de la Política social, han determinado un
cierto olvido de su carácter configurador; no sólo de la mentalidad social con-
temporánea, sino de la forma de Estado hoy vigente, al menos de iure (Estado de
Bienestar o Social).

 Vid. J. Freund, «La cuestión social», Cuadernos de Trabajo social, nº 11, 1998. También J. Molina, «Aco-
tación sobre la Política social en Julien Freund», Cuadernos de Trabajo social, nº 11, 1998.
 Vid. G. Fernández de la Mora, El crepúsculo de las ideologías. Madrid, Espasa-Calpe, 1986, pp. 126 sq.
 Únicamente en Alemania mantiene la Política social (Sozialpolitik) un sentido científico fuerte, inde-
pendiente de lo que llaman los anglosajones el Social Welfare.

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La primera aproximación a la Política social, fenómeno singular que alumbra el
genio del siglo xix, debe partir de la «situación histórica». Esta categoría filo-
sófica permite ahondar en la afirmación recurrente y, en ocasiones, superficial,
del industrialismo y la aparición de nuevas formas de pobreza (miseria industrial,
proletarización, etc.) como razones últimas de la Política social. ¿Qué es la situa-
ción histórica? ¿Por qué reclama la atención de quienes aspiran a comprender el
desenvolvimiento de los fenómenos históricos?
La vida humana, individual o colectiva, resulta inseparable de la experiencia
particular de cada hombre o de cada pueblo, es decir, de su situación. El filó-
sofo Xavier Zubiri solía distinguir tres factores propios de la experiencia de
cada época: su contenido concreto, es decir, el repertorio de acontecimientos o
hechos históricos; su situación de partida y, por último, su horizonte histórico.
Especialmente estos dos últimos se proyectan sobre el pensamiento y la reflexión
humanos, que se configuran y despliegan por vía incoativa. En este sentido, el
pensamiento opera con las categorías intelectuales y espirituales vigentes en un
espacio y en un tiempo concretos, siendo sobremanera sensible a determinadas
realidades y refractario a otras.
La noción del horizonte puede resultar, en este punto, muy clarificadora. El hori-
zonte que vemos, en el que, si los datos de la consciencia no nos traicionan, nos
hallamos instalados, constituye también una limitación, pues debe tenerse en
cuenta que la vista no alcanza más allá. Del mismo modo, el pensamiento que
piensa algo apunta siempre hacia algo más, hacia aquello que provisionalmente
está oculto y cuyas manifestaciones todavía no se han hecho sentir o, al menos,
no se tienen ni se perciben como algo novedoso. La inteligencia humana no siem-
pre sale airosa de su pugna por desentrañar la realidad circundante, en cuyo caso
se dice que el pensamiento está por debajo del nivel del tiempo. Se tiene entonces
la impresión de que todo está ya dicho, de que todo es ya algo consabido. Es lo
que sucede en las postrimerías de las épocas históricas continuistas u orgánicas,
agravándose la situación cuando ha comenzado ya la declinación de los tópicos y
las verdades establecidas.
Las circunstancias que actualmente cuestionan la continuidad histórica de las
complejas arquitecturas políticas económicas de los Estados de bienestar, o pro-
videncialistas o sociales traen su causa remota, al menos en lo fundamental, de la
gran transformación histórica que tuvo lugar en Europa después de la Revolución
francesa. El siglo xix se vio a sí mismo como una ruptura real (y no sólo ideal o

 El paro obrero, realidad sociológica que conmovió la segunda mitad del siglo xix, es un fenómeno ple-
nariamente contemporáneo. El paro o desempleo forzoso causado por el ciclo económico no existe como
tal antes de la Revolución industrial. En las sociedades preindustriales europeas, abrumadoramente
agrícolas, la ociosidad o la inactividad estaban generalmente determinadas por los ciclos de la natura-
leza.
 Vid. X. Zubiri, «El acontecer humano», Naturaleza, Historia, Dios. Madrid, Alianza Editorial, 1987.

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meramente técnica) con el mundo anterior. Ello fue obra en buena parte de los
filósofos, escritores y hombres de acción liberales. Sin embargo, desde media-
dos de la centuria, esa visión del mundo fue puesta en cuestión por una nueva
mentalidad que, exacerbando el ingrediente crítico de la razón, rechazó todo lo
precedente. La crisis del año 1848 marcó, probablemente, una profunda ruptura
en el orden de las creencias y del poder espiritual (auctoritas), ya percibido todo
ello, no obstante, por Comte.
La guerra de las ideas que se libró en Europa desde 1789, si bien no estuvo exenta
de batallas decisivas, empezó a solventarse de veras hacia 1840, en vísperas de la
llamada Revolución de los intelectuales. Desde un punto de vista histórico espiri-
tual fueron años decisivos para el destino ulterior de Europa. En su mayor parte,
las elites intelectuales y políticas no supieron distinguir, entre tantos aconteci-
mientos memorables, los hechos decisivos, las transformaciones verdaderamente
radicales.
El año 1848 constituye pues la divisoria política de la Europa contemporánea10.
De la irreversibilidad y alcance de sus efectos ha quedado un rastro indeleble en la
política del siglo xx. En los últimos años han hecho fortuna un buen número de
términos e ideas que aspiran a dar cuenta fielmente del cariz que están tomando
los acontecimientos. A la luz de la razón histórica, la época que aquí me interesa,
en la que se conoce la aparición de la Política social, cobra un perfil específico,
pues en el contorno de su horizonte vemos proyectarse, justamente, lo que el
hombre ha sido y ya no es y, además, lo que puede ser.
A continuación se presentará una síntesis histórica y teórica de la política social:
su desarrollo en el marco de la época de la Política social; sus referentes intelec-
tuales máximos; su constitución como saber académico en Alemania, Inglaterra
y España y, por último, la concreción del esquema de sus contenidos desde la
perspectiva teórica de la mediación sociológica (dialéctica).

10 Desde una óptica teológico-política, pero igualmente realista, fue plenamente consciente de la fractura
espiritual de Europa Juan Donoso Cortés. Vid. J. Donoso Cortés, Ensayo sobre el catolicismo, el libera-
lismo y el socialismo. Edición de J. L. Moreneo. Granada, Comares, 2006. Imprescindible para cualquier
estudioso de la obra de Donoso es la edición y traducción alemana de Günter Maschke. Vid. J. Donoso
Cortés, Essay über den Katholizismus, den Liberalismus und den Sozialismus. Viena y Leipzig, Karolinger,
2007.

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1

La Época de la Política Social

U na aproximación teórica a la Política social necesita no sólo de conceptos


unívocos, sino también de un examen de la historia. En este sentido, a pesar
del desarrollo de la Historia social, se echa a veces en falta una historiografía que
conecte sistemáticamente lo social con el curso de la modernidad. Pues no en
vano, lo social representa una culminación del espíritu moderno (en el sentido,
por ejemplo, en el que el Estado social supone una radicalización de las premi-
sas securitarias del Estado moderno). Esta preterición de lo social se encuentra
incluso en quienes han hecho profesión de la llamada «historia de los concep-
tos». Así, en un monumento de la historiografía contemporánea, los Geschichtliche
Grundbegriffe (Conceptos históricos fundamentales) de Reinhart Koselleck, no
aparece registrada la voz Sozialpolitik. Que no se haya recogido en esta obra
uno de los conceptos torales de la última etapa de la modernidad resulta muy
llamativo. Por esa razón, toda introducción en la Política social debe esforzarse
por presentar los elementos en los que se acusa su originalidad: sus precursores
intelectuales, las etapas del desarrollo de su estatuto científico y una elaboración
teórica adecuada. Sin embargo, debe principiarse por la ubicación del concepto
en la historia . La cuestión es dilucidar qué época es ésa de la que nuestro tiempo
trae su causa, qué ha acontecido en su transcurso que exige la atención del estu-
dioso. Debo ocuparme ahora de la época o siglo de la Política social.
Merece un comentario especial la obra del profesor de la Universidad de Ginebra
Patrick de Laubier, autor de L’âge de la politique sociale, más tarde refundido y
ampliado en La politique sociale dans les sociétés industrielles (1800 à nos jours). Su
trabajo, sobre todo en la versión de 1984, resulta un complemento muy valioso

 Vid. R. Koselleck et al., Geschichtliche Grundbegriffe: historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in
Deutschland. Stuttgart, Klett-Cotta, 1979.
 Vid. J. Molina, La Política social en la historia. Murcia, Ediciones Isabor, 2004, pp. 17-71.
 París, Éditons Techniques et Économiques, 1978.
 París, Economica, 1984.

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para abordar el estudio teórico de la Política social. No obstante su título, el
autor no elabora el concepto historiográfico de «época», sino que arranca de la
crítica de la Economía política de Sismondi para revisar la historia de la Política
social en la que él considera sus tres grandes etapas: la que transcurre entre 1800
y 1914, según escribe de Laubier: la «era del liberalismo»; la que va de 1917 y
1939, caracterizada por una feroz lucha ideológica y, por último, la que continúa
a partir de 1945, tratada polarmente según las categorías de la «prosperidad» y
la «crisis».
Pero lo más importante de esta obra es su «Conclusión», dedicada a los que con-
sidera los tres grandes escritores sociales de nuestro tiempo, curiosamente los
tres economistas: Schumpeter, Hayek y Röpke. Laubier sostenía que frente
a la tesis de la inevitabilidad del socialismo auspiciada por Schumpeter y la
creencia en un liberalismo ajeno a todo compromiso atribuida a Hayek, había
que reparar en la «tercera vía» postulada por Röpke, de tan honda influencia en
la política social y económica de la Alemania del milagro económico y de las
Comunidades Europeas. En cierto modo, la idea röpkeana de la «tercera vía»
o «humanismo económico» podría reclamar para sí la condición de uno de esos
conceptos unívocos tan necesarios para las ciencias humanas. Sin embargo, la
pureza del concepto, cuya atribución personal no resulta ni mucho menos pací-
fica, se ha ido perdiendo con el transcurrir del siglo xx, de modo que lo que hoy
se entiende por Tercera vía muy poco o nada tiene que ver con lo sostenido en
los años 1940 por economistas como Luigi Einaudi y algún historiador de los
estilos económicos.
Para el estudio de la Política social resulta emblemática la fecha de 1848. «El
acontecimiento más importante de toda la moderna historia de Europa», decía
uno de sus más agudos escrutadores, Lorenz von Stein. Es, como se sabe, el
momento en el que irrumpe con fuerza en la política europea la figura del inte-
lectual, proyectada y aumentada su imagen por la revolución de París. En ésta,
además, adquirieron carta de naturaleza no pocos de los lugares comunes, polí-
ticos y también ideológicos, de la política contemporánea ­­­­­­ –Democracia social,
derecho al trabajo y otros–. Así mismo, empezó entonces, después del relativo
fracaso del partido de François Guizot y los liberales doctrinarios franceses,
el declive, de enormes consecuencias, del liberalismo político, cuyo papel fue en
buena medida desempeñado en Francia por una minoría de economistas a partir
de la década de 1870 (la Escuela de París).

 Vid. P. de Laubier, La politique sociale dans les sociétés industrielles (de 1800 à nos jours), pp. 210 sq.
 Vid. J. Molina, La Tercera vía en Wilhelm Röpke. Pamplona, Instituto de Empresa y Humanismo, 2001;
L. Einaudi, «Economia di concorrenza e capitalismo storico. La terza via fra i secoli XVIII e XIX»,
Revista di Storia Economica, junio de 1942; E. F. Heckscher, La época mercantilista. Historia de la orga-
nización y de las ideas económicas desde el final de la Edad media hasta la sociedad liberal. México, F. C. E.,
1983. Cfr. A. Giddens, La tercera vía: La renovación de la socialdemocracia. Madrid, Taurus, 1999.
 Vid. L. von Stein, Movimientos sociales y monarquía. Madrid, C. E. C., 1981, p. 225.

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Analizando aquella época con la perspectiva de la II postguerra, F. A. Hayek
aventuró en el año 1959 una fórmula que la caracteriza certeramente, si bien los
estudiosos del tema no han reparado en ella. Decía el economista austríaco que
«los futuros historiadores considerarán, probablemente, el período comprendido
entre la revolución de 1848 y el año 1948 como el siglo del socialismo europeo».
Influido decisivamente por las experiencias planificadoras democráticas (sobre
todo inglesas) y las totalitarias (nacionalsocialismo), que provocadoramente vin-
culaba desde el punto de vista de las consecuencias, siendo estas lo verdadera-
mente importante para la vida humana colectiva, Hayek interpretó la historia
política y social de ese tiempo.
Aunque no puedo detenerme ahora ni en las limitaciones de su manera de pensar
consecuencialista, ni en los errores de su visión sumaria de los acontecimientos –no se
olvide que, sobre todas las cosas, su Camino de servidumbre es un libro de guerra–,
debe reconocerse que las fechas elegidas por el economista –la Revolución francesa
y las nacionalizaciones inglesas– no son del todo arbitrarias; en cualquier caso, ni
más ni menos arbitrarias que otras posibles. Mas Hayek no fue el único en per-
cibir los cambios. Ya en 1912 se habían planteado estas cuestiones, si bien desde
el punto de vista de lo que Josef Pieper llamó mucho más tarde el mundo totali-
tario del trabajo. Fue Hilaire Belloc, autor del sobrecogedor ensayo El Estado
servil, quien ya advirtió antes de la Gran guerra el cariz que estaban tomando unos
acontecimientos10 que, atropelladamente, traían la convergencia entre capitalismo y
socialismo. Curiosamente, también Belloc se refirió a una «tercera vía» o «camino
medio», si bien con unas connotaciones negativas a las que resulta ajena su concep-
tualización en los años 1940.
En España, atendiendo sobre todo al apogeo de la conciencia clasista, Legaz defi-
nió nuestro tiempo como la «época por excelencia de la política social», viendo pues
en esta última una instancia mediadora y templada11. Mas, volviendo a Hayek,
tal vez fuese preferible introducir alguna modificación cronológica en su concepto
epocal del «siglo socialista», para adaptarlo al objeto de esta exposición.
En un sentido estrictamente historiográfico el tiempo que aquí interesa comienza
unos pocos años antes de la Revolución de 1848. Admítase convencionalmente
como punto de referencia el año 1839, cuando uno de los llamados socialistas
utópicos, Louis Blanc, hizo imprimir su panfleto Organisation du travail (La
Organización del trabajo). En él propuso una sociedad de nueva factura cuyo prin-
cipio organizador sería el trabajo y el universo de sus relaciones. Blanc se opuso
de esta manera, en el terreno económico, a las ideas del capitalismo utópico,

 Vid. F. A. Hayek, Los fundamentos de la libertad. Madrid, Unión Editorial, 1991, p. 315.
 Vid. J. Pieper, El ocio y la vida intelectual. Madrid, Rialp, 1979, p. 52.
10 Vid. H. Belloc, El estado servil. Buenos Aires, La espiga de oro, 1945.
11 Vid. L. Legaz, «Supuestos conceptuales de la política social», Cuadernos de Política social, nº 4, 1949, p.
30.

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por tomar el término de Pierre Rosanvallon12, propio de Frédéric Bastiat
y sus correligionarios parisienses del Journal des Économistes, grupo que distaba
de ser mayoritario. En el plano político, el autor rechazaba, por incompleta, la
configuración del espacio público propia de las revoluciones burguesas o libe-
rales. Al menos a corto plazo, Blanc fracasó como político; sin embargo, a la
larga, su pensamiento, integrado en última instancia por el repertorio de ideas
de los intelectuales y agitadores de su contexto, a las que dio forma, ha tenido
un éxito insospechado en los sistemas políticos actuales, en cuyas constituciones
aparecen consagrados como conquistas sociales algunos derechos y conceptos de
aquel tiempo: entre otros, el derecho al trabajo, el derecho subjetivo a la asistencia
pública y la democracia social como forma de gobierno.
En la Organisation du travail no apunta solamente la figura del trabajador, uno
de los protagonistas del siglo xx a juicio de Ernst Jünger13; ahí están también
las cooperativas de producción, el «derecho al trabajo», la democracia social y,
naturalmente, los principios de la representación política orgánica, vinculada
a los sectores más lúcidos del socialismo político hasta los años 192014. Estos
y otros asuntos allí incoados, a los que será necesario volver, hacen del opús-
culo de Blanc un punto de referencia para todo estudioso de la Política social.
Por ejemplo, marcó el abandono de la tradicional separación entre el socialismo
que Marx llamó utópico y la política y el Estado, como prueba el invento de la
«socialdemocracia», doctrina y términos acuñados por un antiguo admirador de
Blanc y del socialismo no estatista francés, el alemán Ferdinand Lasalle.
En 1839 se eleva en Europa el astro de las nuevas formas de la actividad política y
de los nuevos sujetos históricos y de sus recién estrenadas doctrinas. Paralelamente
comienza el declive de la política liberal, que culminará en el liberalismo social
del cambio de siglo. Lo que entonces sucede da razón de la Política social. Ahora
bien, puede decirse que la época que se inaugura en torno a la década 1839-1848
se cierra hacia 1945, coincidiendo con el fin de la que algunos historiadores han
llamado la Guerra civil europea15. A partir de esa fecha las condiciones históricas
se transformaron radicalmente. Aunque el propio Hayek quiso proyectar su obra
hacia el futuro, dejando atrás la época del intervencionismo, realmente hablaba
el mismo lenguaje histórico que Blanc. De hecho, no son pocos los escritores
liberales (o neoliberales) contemporáneos que a fuer de críticos de las economías
socializadas o intervenidas se han convertido, como sus precursores del siglo xix,

12 Vid. P. Rosanvallon, Le libéralisme économique. Histoire de l’idée de marché. París, Seuil, 1989.
13 Vid. E. Jünger, El trabajador. Domino y figura. Barcelona, Tusquets, 1993.
14 Vid. G. Fernández de la Mora, Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica. Barcelona, Plaza y
Janés, 1985, pp. 99-103.
15 Vid., por todos, Ernst Nolte, Bolscevismo e fascismo. La Guerra civile europea, 1917-1945. Milán, Rizzoli,
1997.

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en «escritores sociales», aunque partiendo de una visión de lo social antagonista
de la propia del socialismo (o neosocialismo).
Por el tipo de problemas que tratan Blanc y Hayek, los dos se ubican en el plano
de las doctrinas sociales, manifestaciones superficiales de lo que Dalmacio
Negro ha denominado la «mentalidad ideológico-social»16. Aunque esta tesis ha
sido discutida por el neoliberalismo contemporáneo, cuyas premisas dependen
más bien de la mentalidad «técnico-ideológica», lo cierto es que el pensamiento
de Hayek cierra una época, justamente la de la Política social. El éxito intelec-
tual de este economista a partir de los años 1970 no ha refutado, antes bien ha
reforzado esta hipótesis. Blanco de las críticas socialdemócratas, Hayek, como
acabo de decir, participa, lógicamente, de la misma mentalidad que sus adversa-
rios17.
El año que convencionalmente se propone como cierre de la época es 1944, el
de la publicación del combativo libro Camino de servidumbre. Su autor, el mismo
Hayek, advertía sobre los riesgos de la planificación, palabra que pusieron de
moda escritores como Karl Mannheim y los políticos occidentales en general,
pero que ya se había usado profusamente en los años de la Guerra mundial I. Sin
embargo, a pesar de todo, el hilo rojo del libro es la preocupación del autor por
el «camino abandonado»18, el camino de los que considera principios fundamen-
tales de la civilización occidental. De hecho, en la obra que puede considerarse
como su testamento intelectual, La fatal arrogancia19, vuelve a interrogarse sobre
los problemas que acuciaban a la mentalidad ideológico-social: las formas de
autoorganización de las sociedades pluralistas.
Uno de los grandes problemas del siglo xix fue precisamente el de la «autoorga-
nización de la sociedad», que desemboca en el Estado total. Ello presuponía que
la política (del Estado) debía pasar a un segundo plano, pues ya Comte había
certificado su fracaso. Intelectualmente se buscó la solución con la sociología o
física social; ejecutivamente, en cambio, se recurrió a lo que los escritores alema-
nes llamaron precisamente Política social 20.

16 Vid. D. Negro Pavón, «Modos del pensamiento político», Anales de la Real Academia de Ciencias Morales
y Políticas, XLVIII, 1996, pp. 546-51.
17 De interés A. de Benoist, Hayek. Roma, Settimo Sigillo, 2000.
18 Vid. F. A. Hayek, Camino de servidumbre. Madrid, Alianza Editorial, 1985, pp. 27-36.
19 Madrid, Unión Editorial, 1990.
20 Para la delimitación de la época de la Política social también podría recurrirse al examen de otros dos
pensamientos, en cierto modo complementarios a pesar del tiempo y las circunstancias que les separan,
a saber: Sismonde de Sismondi y Wilhelm Röpke. Sus obras, con sus respectivas críticas a la Economía
clásica del laissez-faire y a la Economía política del colectivismo, delimitan también un «siglo social».
Vid. J. Molina, Röpke. Roma, Settimo Sigillo, 2007.

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1

Los Precursores de la Política Social

A unque se suele decir que la expresión «Política social» la utilizó por vez
primera el publicista Robert von Mohl hacia 1845, en realidad, su incor-
poración al lenguaje científico puede datarse en 1854. En un libro del economista
Wilhelm H. Riehl, La historia natural del pueblo como fundamento de una política
social para Alemania, se registra el uso de la locución soziale Politik para subra-
yar en esta novísima rama de la política una mediación entre la sociedad civil o
económica (bürgerlichen Gesellschaft) y el sistema político (politischen Gesellschaft).
Desde entonces, la Política social se ha convertido en una de las creaciones más
originales del genio político del siglo xix. Su inmenso prestigio la ha hecho salir
indemne de la atracción que sobre ella ejercieron, en los años 20 y 30 del siglo xx,
los regímenes autoritarios y totalitarios europeos. Como se sabe, no han corrido
la misma suerte otros idearios sociales que, si bien procedían igualmente del siglo
anterior, se hundieron con los regímenes derrotados en la Guerra mundial II. Es
el caso del corporativismo, pero también, por ejemplo, el de la Geopolítica.
Durante todo este tiempo han sido muy numerosas las influencias que han dejado
un poso importante en el concepto de la Política social. No obstante su origen
político conservador, especialmente vinculado con la misión social de los princi-
pados protestantes alemanes, su configuración mediadora o dialéctica le ha per-
mitido incorporar sucesivamente idearios socialistas y liberales, filantrópicos y
religiosos. Así, el desarrollo de la moderna Política social no puede comprenderse
plenariamente sin el influjo del pensamiento político socialista y el desarrollo del
movimiento obrero y sindical, en sus distintas variantes europeas (desde el guil-
dismo anglosajón al cooperativismo conservador alemán de mediados del siglo
xix, desde el sindicalismo politizado de finales del xix al sindicalismo revolu-
cionario de Georges Sorel y los socialismos nacionales autoritarios del periodo

 Vid. W. H. Riehl, Die Naturgeschichte des Volkes als Grundlage einer deutschen Sozialpolitik. Stuttgart y
Berlín, Cotta, 1925, p. 5.

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de entreguerras). Pero tampoco sin el ascendiente que sobre tantos tratadistas
político-sociales han tenido la Doctrina social católica, el paternalismo del pen-
samiento tradicionalista o, ya más cercanos a nosotros, la crítica social de la Eco-
nomía política liberal o la divulgación de la mentalidad anglosajona del Social
Welfare, no exenta, por cierto, de puritanismo.

1. Sismonde de Sismondi y la crítica ética de la Economía política

El ginebrino de origen francés Jean C. L. de Sismonde [1773-1842], conocido


como Sismonde de Sismondi, es el Tocqueville de los estudios económicos
y sociales, por tanto, el primer «teórico de la política social moderna». En estos
términos se refería a él uno de sus más importantes comentadores, Patrick de
Laubier. Aunque la obra de este economista, historiador, político y agricultor
es ingente, lo que le ha dado fama intelectual ha sido la Economía política. No
gozó Sismondi del favor de sus contemporáneos, lo que según parece le desazo-
naba. Tampoco patrocinó una escuela, sino que su pensamiento constituyó una
isla durante la primera mitad del siglo xix. Su posición doblemente crítica en
contra del liberalismo del laissez-faire y del colectivismo socialista le valieron el
denuesto intelectual de unos y otros.
La vasta obra de Sismondi, a pesar de la escasez crónica de reediciones, alcanzó
durante el siglo xix una notable difusión en España, sobre todo su libro de 1836
Estudios sobre las constituciones de los pueblos libres, en el que se desarrolló una ciencia
social o del gobierno, constituida por la pedagogía, la religión, la ciencia militar,
la jurisprudencia, la historia, la teoría de las constituciones y la economía política.
Sus juicios se vierten en gruesos volúmenes sobre los asuntos más variados: desde
la historia de Italia al desarrollo de la literatura española entre los siglos xii y xix.
Lo que hace de Sismondi un precursor de la Política social es su concepción ética
de la Economía política, incidiendo en su dimensión prescriptiva o moral.
En 1803, bajo la influencia de la Economía clásica, redactó un tratado escasa-
mente original Sobre la riqueza comercial (o principios de economía política aplicados
a la legislación del comercio), que apenas suscitó interés. Después de las Guerras
napoleónicas, instigado por la escasez y las convulsiones sociales causadas por
ella, abandonó con determinación a los clásicos ingleses para inaugurar una crí-
tica novedosa. Esta quedó plasmada en un ensayo de 1815 titulado Economía polí-
tica, en el que se anuncia ya el elemento ético que gravitará sobre la ciencia de los
economistas a finales del siglo xix. «La economía política, escribía entonces Sis-
mondi, es una investigación de los medios por los que el mayor número posible
de individuos en un Estado determinado pueden participar en el más alto grado
de felicidad física, en tanto en cuanto ello depende del gobierno. Dos elementos
ha de tener, indudablemente, siempre presente el legislador: el aumento de la

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felicidad y su difusión entre todas las clases sociales. Así es como la Economía
política, a gran escala, se convierte en la teoría de la beneficencia». Estas y otras
anticipaciones encontraron un desarrollo sistemático en una nueva versión de su
tratado de 1803 publicada en 1819, Nuevos principios de economía política o de la
riqueza en sus relaciones con la población, en el que se anuncia una nueva preocupa-
ción: que la riqueza debe aprovechar a la población. Por otro lado, casualmente,
el mismo año que este libro se imprimía en París se adoptó en Inglaterra la ley
que prohibía el trabajo nocturno de los niños en las fábricas de algodón y limitaba
el horario de trabajo. Sismondi, debelador de los excesos del sistema industrial,
constituye por ello una divisoria de la Economía política. W. Röpke solía recor-
dar que Sismondi había sometido la moderna economía de mercado «a una crí-
tica severa, logrando con ella un efecto que se hace sentir aún hoy».
Su alegato a favor del intervencionismo estatal para combatir los nuevos fenóme-
nos asociados a las recesiones económicas, le convierte, como recordaba Joseph
A. Schumpeter, en un teórico de lo que hoy se llama Estado de bienestar. Fue
también partidario del impuesto progresivo o, en su propia terminología, «más
que proporcional», pues entendía que lo «justo es que el rico contribuya no sólo
con proporción a su fortuna, sino más que proporcionalmente, a sostener un sis-
tema que tan ventajoso le resulta». Sismondi repudió la riqueza como objeto la
Economía clásica, concentrando su interés en el hombre. Ese tipo de economía,
que llamó «crematística» siguiendo la clasificación de Aristóteles, ha ocasio-
nado la aparición del proletariado, clase social que consideraba condenada a la
dependencia. Estas condiciones explican la aparición del pauperismo, peligroso
fermento de lo que llamó una «San Bartolomé social», aludiendo a las funestas
matanzas de hugonotes que tuvieron lugar en Francia la noche de San Bartolomé
de 1574. Para remediar la «calamidad» del pauperismo, neologismo que trae su
origen de la Inglaterra de 1830, se había generalizado la «caridad legal», si bien,
ya en tiempos de Sismondi, existía la convicción de que la sociedad no podía
afrontar las crecientes necesidades financieras de los establecimientos de benefi-
cencia pública.
La preocupación social de Sismondi alcanzó su clímax en el artículo Du sort des
ouvriers dan les manufactures («Sobre la suerte de los obreros de las manufactu-
ras»), publicado en 1834 en la Revue mensuelle d’Économie politique. Este famoso
texto, uno de los aldabonazos sociales del siglo xix, fue redactado bajo la impre-
sión que le causó la revuelta de los tejedores de Lyon. Creyó vislumbrar Sismondi
en el remolino de los acontecimientos como un nuevo principio emancipador de
los trabajadores, una especie de salario social que permitiera socializar los costes

 Vid. J. C. L. Sismonde de Sismondi, Economía política. Madrid, Alianza Editorial, 1969, p. 208.
 Vid. W. Röpke, Civitas humana. Madrid, Revista de Occidente, 1949, p. 14.
 Vid. J. A. Schumpeter, Historia del Análisis económico. Barcelona, Ariel, 1982, p. 554.
 Vid. Sismondi, op. cit., p. 181.

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de lo que hoy llamaríamos un sistema de seguridad social. A pesar de su conexión
con el pensamiento socialista, el reformismo crítico de Sismondi no fue colecti-
vista, pues aparece templado por su aceptación de la propiedad privada.

2. Louis Blanc y los Talleres sociales

El periodista y escritor político francés Louis Blanc nació en 1811 y murió en


1882. Aunque su pensamiento y realizaciones intelectuales están casi olvidados,
algunos de los conceptos de este escritor socialista y filántropo han pasado a
formar parte de la doctrina oficial de los Estados sociales, particularmente el
llamado «derecho al trabajo», del que Blanc se convirtió en abogado durante la
Revolución de 1848.
Blanc, como tantos otros en el siglo pasado, era un conspirador, un activista, un
intelectual empeñado en hacer caer la Monarquía de julio –de hecho, su papel fue
muy destacado entre febrero y junio de 1848–. Como político le cupo el honor de
ser el primer ministro socialista que, en rigor, ha formado parte de un gobierno.
Junto a Alphonse Lamartine y algunos otros estampó su firma en la célebre
proclama del 28 de febrero en la que, reconociéndose la importancia suprema de
la «cuestión obrera» (question du travail), se acordaba la creación de una comisión
permanente encargada de mejorar la suerte de los trabajadores. Ese texto ha mar-
cado un hito en la consideración del trabajo humano desde la óptica del Derecho
público. El propio Blanc vio en esa proclamación la ocasión para erigirse en el
inspirador de una suerte de «Estados Generales» del trabajo, culminación defini-
tiva del ciclo revolucionario francés.
El gobierno provisional de la República encargó a Blanc la presidencia de una
Commission de Gouvernement pour les travailleurs. Ubicada en el Palacio Luxem-
burgo, alejada por tanto de la sede del gobierno, la Comisión organizó numerosos
debates, pero ni fue operativa ni el Gobierno provisional estuvo dispuesto a tran-
sigir con sus propuestas más de lo estrictamente necesario. Objeto central de sus
sesiones fue el trabajo industrial dependiente. Puede decirse, en relación con esto
último, que aquella fue la primera cámara corporativa de la historia contemporá-
nea, pues reunió a representantes de los trabajadores de París con miembros de la
aristocracia, la burguesía y la intelectualidad. Su única realización fue la reduc-
ción de la jornada laboral, que pasó a ser de 10 horas en París y de 11 horas en
las provincias, además de una prohibición general de las subcontratas de trabajo,
causa de gran malestar entre los obreros. Su gran proyecto de los «talleres socia-
les» fracasó, convertido en unos «talleres nacionales» que Karl Marx estigma-
tizó como una suerte de «casas de trabajo inglesas (Workhouses) al aire libre».
Blanc expuso por vez primera estas ideas en un sugestivo folleto de 1839 titu-
lado La organización del trabajo, que conoció sucesivas ediciones y ampliaciones.

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Escrito en el contexto de la crítica al laissez-faire, sus páginas presentan una crí-
tica del mercado, abundando en el señalamiento de sus males. A juicio de Blanc,
la «concurrencia constituye un sistema de exterminio para el pueblo» y, al mismo
tiempo es «causa de empobrecimiento y ruina para la burguesía». Con estos
principios rechazó fenómenos tan deplorables como el extenuante trabajo infantil
en las fábricas o los males físicos y morales implícitos en las largas jornadas de
los adultos. En términos parecidos se expresaba cuando se refería a la burguesía,
pues el sistema de la competencia había condenado a los empresarios a una lucha
sin cuartel en la que sólo cabía la victoria total o la desaparición del mercado. Para
evitar esas situaciones y organizar racional y éticamente el trabajo postulaba un
nuevo sistema basado en la «asociación». Lo que Blanc proponía era una red de
cooperativas de producción (ateliers sociaux o talleres sociales) organizadas por el
Estado y, en su caso, financiadas inicialmente por el crédito público.
Vinculada con la reforma del mundo del trabajo aparece en Blanc una insistente
vindicación de la reforma agraria. También hizo suyo el ideal de la reforma moral
y la reforma pedagógica, proponiendo la educación obligatoria y gratuita para los
niños.
Criticado por la socialdemocracia y por el liberalismo, que no supo entender su
innovadora visión de la «asociación» como instrumento de una nueva forma de
organización política y económica, su pensamiento ha trascendido su siglo de un
modo casi secreto o inconsciente, pues raramente se ponen en contacto sus ideas
con el movimiento constitucionalizador de los derechos sociales, particularmente
del derecho al trabajo.

3. Lorenz von Stein y la Monarquía de la Reforma social

Nacido en el año 1815, justo después de las guerras napoleónicas, y fallecido en


1890, Lorenz von Stein constituye uno de los más notables ejemplos del pen-
samiento jurídico político de gran estilo del siglo xix, época con la que su vida y
su obra se identifican plenamente. Resulta sorprendente la escasa atención que los
escritores de temas político-sociales le han dispensado. En términos generales,
durante el siglo pasado se le vio como el gran teórico de la Monarquía social,
remedio contra las revoluciones socialistas futuras incubadas en la onda revolu-
cionaria europea de 1830. Su teoría de la sociedad le ha valido a veces la compa-
ración con Karl Marx, a quien probablemente aventajó. Uno de los primeros
entre nosotros en llamar la atención sobre él como configurador del pensamiento

 Vid. L. Blanc, Organisation du travail. París, Bureau de l’Industrie Fraternelle, 1847, p. 27.
 Vid. L. Blanc, op. cit., p. 116.

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político social fue Federico Rodríguez. Sobre von Stein influyó visiblemente
Blanc, a quien tal vez trató en el París prerrevolucionario de 1830, en donde se
dice que estuvo desempeñando funciones de espía al servicio de los Hohenzo-
llern. Su gran obra es la Historia del movimiento social en Francia, de 1850.
Von Stein fue uno de los primeros en señalar el cariz que los acontecimientos
tomaron a partir de la tremenda conmoción de 1848. Es la época de los «movi-
mientos sociales», por él entrevista y teorizada precursoramente. Von Stein
partió de las limitaciones constitutivas del individuo, enfrentándolas con su
inagotable capacidad para desear. Esa situación, raíz de su infelicidad, le impulsa
a asociarse con otros seres humanos para alcanzar sus fines. En ese movimiento
de la voluntad se fundan las comunidades humanas o, si se prefiere, el mismo
Estado. Frente al Estado, que el autor concibe como el reino de la libertad, la
Sociedad es el reino de la necesidad, pues se justifica por razones meramente
utilitarias. En ella la posición de los individuos se fija en función de la propiedad,
la cual depende, a su vez, del trabajo. Von Stein planteó la dialéctica entre la
Sociedad y el Estado, categorías intelectuales sin las cuales tan difícil resulta
pensar el siglo xix. Se transparentan en la mencionada dialéctica, por ejemplo, el
conflicto entre la propiedad y el trabajo, elemento fundamental para una buena
inteligencia de la Política social.
En la Sociedad, regida por el «principio de sujeción», el individuo es simplemente
un medio, situación dependiente e instrumental sancionada por el ordenamiento
jurídico. Es aquí precisamente donde el Estado cobra importancia como instan-
cia liberadora. Pues únicamente el Estado puede elevar al individuo, facilitando
sus posibilidades de desarrollo. Esta idea ética enfrenta históricamente al Estado
con la Sociedad.
Pero resulta que la libertad únicamente se encuentra realizada en la clase posee-
dora, que tiene un interés natural en impedir que otros hombres accedan a la
propiedad. Para ello se vale del Estado, al que «contamina» con sus intereses de
clase hasta el punto de desviarlo de su finalidad ética liberadora. A la larga, sin
embargo, la situación resulta insostenible, pues no se puede retrasar indefinida-
mente la incorporación a la propiedad de otros individuos. Los recién incorpo-
rados, no contentos con la mera adquisición de la propiedad, aspiran a revertir la
situación jurídica, adaptando el sistema jurídico a sus intereses. Esta adaptación
se realiza por dos vías, la reformadora o la revolucionaria. Es el ejemplo clásico de
la historia de las revoluciones burguesas, que en parte se explican por el anhelo de
que la posesión de la propiedad legitime, como en el caso de la antigua nobleza,
la administración del poder.

 Vid. F. Rodríguez, Introducción en la Política social, t. I, pp. 54-60; también Ángel López-Amo, El poder
político y la libertad. La monarquía de la reforma social. Madrid, Rialp, 1987.
 Vid. L. von Stein, op. cit.

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A juicio de von Stein las posibilidades de la reforma política se agotaron en
vísperas de la Revolución de 1848. Al quedar reducido el salario obrero a los
mínimos de subsistencia (el salario máquina del imaginario económico socialista),
la burguesía triunfante se permitía impedir que el trabajo de la clase proletaria o
dependiente se transformara en propiedad. Así, la nueva revolución, la de 1848,
tendría un carácter novedoso, pues sería ante todo una revolución social. La única
forma de contener sus efectos era la Monarquía social, instancia independiente
(tercero superior y neutral) capaz de encarnar el ideal ético del Estado. Sólo esta
especie monárquica, convencida de su misión social, podría adoptar las medi-
das adecuadas para la elevación de la condición de las masas proletarizadas, sin
poner en peligro la estabilidad del orden social. Independiente de todo interés de
clase, la Monarquía social representaría mejor que cualquier otra institución los
ideales de la reforma social. Esta habría de ser ejecutada mediante tres institutos
básicos: el impuesto progresivo, la instrucción pública universal y el acceso a la
propiedad.

4. Gustav Schmoller y la Asociación para la política social

El pensamiento de Gustav Schmoller [1838-1917] constituye una de las más


notables aportaciones que desde la ciencia económica han marcado el devenir
de la Política social. En su obra encontramos nuevamente casi todos los rasgos
intelectuales y actitudes espirituales del cultivador del saber político-social con-
temporáneo. Aunque nunca formuló una definición expresa de las metas de la
política social, percibió con claridad su misión en el contexto de la época, abrién-
dose una nueva etapa de la Economía política en la que debía promoverse la
moralización general de la actividad económica, cifra ética de la llamada Nueva
escuela histórica. Schmoller gozó de un inmenso prestigio y poder en la Uni-
versidad alemana, siempre al servicio de su causa intelectual, que utilizó para
apartar de las cátedras de economía, cuando le fue posible, a los candidatos libe-
rales. Al contrario que Max Weber, mucho más preocupado por la neutralidad
axiológica (Wertfreiheit), Schmoller entendía, como puso de manifiesto en su
discurso rectoral berlinés de 1897, que «conceder la misma importancia a las
escuelas desaparecidas y a los métodos anticuados que a las escuelas nuevas y a
los métodos más perfectos, equivaldría a marchar contra el progreso; por eso un
puro discípulo de Smith, lo mismo que uno de Marx, no pueden pretender hoy
ser tratados de igual manera que los demás»10.

10 Vid. G. Schmoller, «Teorías variables y verdades estables en el dominio de las ciencias sociales y de la
Economía política alemana actual», Política social y Economía política. Barcelona, Heinrich y cía, 1905,
vol. II, p. 79.

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La moralización de la Economía política es su contribución más importante a
la política social. Si bien la crítica al laissez-faire aparece en diversos lugares de
su obra –por ejemplo en sus famosos Principios de Economía política–, lo que le
ha valido ser calificado como uno de los fundadores de la Política social es un
artículo de 1881, La justicia en la economía11. En esas páginas, canon de la crítica
historicista, se formalizó el problema de la evaluación ética de los resultados del
laissez-faire, moralmente neutrales según sus partidarios liberales. Escribe Sch-
moller: «La verdadera cuestión está en saber si la acción de las fuerzas naturales
que no podemos domeñar y que incluimos entre lo que denominamos en general
azar, es la fuente verdadera de la repartición de la riqueza y de las rentas. Si así
fuese no habría ciencia económica política, ni política social, porque los caprichos
de la fortuna o del azar no podrían servir de fundamento a los juicios de orden
general»12.
La injusticia que genera el tráfico económico, bien por la degradación de la idea
de comunidad, bien por la confusión sobre sus fines, que no consisten únicamente
en la adquisición de riqueza, no debe dejar indiferente al Estado y a sus institu-
ciones. Su opinión es tajante: «sería un error creer que el Estado no está encar-
gado más que de la administración de la justicia penal y civil y de la repartición
del impuesto, y que no debe preocuparse de asegurar una justa repartición de los
bienes»13. Se justifica de este modo la intervención del Estado, que debe ponerse
al frente de una verdadera reforma social. Schmoller rechazó la concepción
moralmente neutral de los resultados de la libertad económica, pues entendía
que su premisa intelectual era falsa: no hay una acción económica natural, some-
tida a leyes inmutables a las que los hombres deben plegarse, y sobre las que
sólo cabe un juicio técnico y cuantitativo. Más bien, la economía pone en juego
todas las fuerzas espirituales de la sociedad, de modo que sus resultados caen
bajo la jurisdicción del juicio ético. Pero Schmoller no sólo se opuso a la escuela
librecambista inglesa, sino también a las ideas económicas socialistas. Aunque en
parte aceptó su dimensión moralizante, Schmoller consideraba que en rigor no
existía una teoría socialista de la economía. Pues su talón de Aquiles es que las
«cuestiones decisivas nunca habían sido planteadas».
Pero Schmoller fue también un creador de instituciones. Una de ellas, la Aso-
ciación para la Política social (Verein für Socialpolitik) sigue siendo, todavía hoy,
más que un vestigio del pasado, un símbolo de la Política social todavía operativo.
La Asociación, constituida en 1873, traía causa de las sesiones que del 6 al 7 de
octubre de 1872 reunieron en la ciudad alemana de Eisenach a algunos de los más
destacados economistas y juristas alemanes de la época. En el discurso de aper-
tura, pronunciado por Schmoller, se exigía precisamente la reorientación ética

11 Vid. G. Schmoller, op. ult. cit., pp. 5 sq.


12 Vid. G. Schmoller, op. ult. cit., p. 30.
13 Vid. G. Schmoller, op. ult. cit., p. 52.

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de la ciencia economía, postulando la intervención del Estado para remediar la
cuestión obrera. La Asociación, que atrajo también a comerciantes, industriales
y financieros, se constituyó como una asociación privada dedicada a patrocinar
todo tipo de investigaciones sobre cuestiones económicas y sociales, con el fin
de proponer medidas de reforma social al legislador, sobre la base de informes
técnicos. Durante los primeros años manifestó un espíritu muy combativo contra
el liberalismo económico, lo que explica la fama socializante de sus miembros, así
como el mote de «Socialistas de cátedra». Los estudios, que solían ser encomen-
dados a los distintos miembros de la asociación según su especialidad, constitu-
yeron trabajos verdaderamente precursores en el campo de las ciencias sociales y
económicas, contribuyendo, por ejemplo, al perfeccionamiento de los estudios de
campo y los instrumentos estadísticos. El ejemplo cundió en otros países euro-
peos y distintas administraciones hicieron suyo el mismo modelo perfeccionán-
dolo. Así se creó en Francia el Bulletin de l’office du travail (1894) y en Alemania
el Reichsarbeitsblatt (1903). En el caso de España, aunque sus resultados prácticos
estuvieron lejos de los rendimientos de la Asociación alemana, no puede dejar de
mencionarse la creación de la Comisión de reformas sociales (1883) y el Instituto
de reformas sociales (1903), cuyos trabajos, según Ramón Carande, se inspira-
ron en la institución privada alemana14.
Uno de los grandes males de la sociedad europea del Ochocientos había sido,
según Schmoller, su ceguera ante la necesidad de emprender reformas para
proteger a la sociedad de las convulsiones revolucionarias. Así pues, estimó que
ninguna revolución era inevitable. Entre los instrumentos de los que dispone un
Estado para evitar o al menos retrasar la quiebra del orden social se cuenta la
Reforma social. Esta consiste en el restablecimiento de la «buena armonía entre
las clases sociales» mediante la aplicación del principio de la justicia distributiva
y el desarrollo de una legislación social que «garantice el levantamiento material
y moral de las clases inferiores y medias»15.

14 Vid. R. Carande, «Azcárate en sus últimos años», Personas, libros y lugares. Valladolid, Ámbito, 1982,
pp. 24-25.
15 Vid. G. Schmoller, op. ult. cit., p. 140.

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1

La Política Social como saber constituido

D ecía Ortega y Gasset en unas nótulas escritas para la instrucción y guía


de Luis Olariaga, aspirante entonces a ocupar la primera cátedra uni-
versitaria española de Política social, que el cultivo de esta disciplina carecía en
España de «clasicismo». En efecto, no había entonces en la academia hispana
grupo alguno de estudiosos especializados en esta temática. Sus cultivadores
eran sociólogos, economistas o moralistas. La opinión del filósofo español tenía
como contrapunto el elevado grado de sofisticación teórica y empírica alcanzado
por la ciencia alemana en las materias político-sociales. No hubo en España un
círculo intelectual equiparable a la llamada Nueva Escuela histórica alemana.
Sus miembros, con Schmoller haciendo cabeza, son los responsables de la
incorporación del saber político-social al palenque de las ciencias humanas. No
fue, sin embargo, un proceso sencillo, pues en el camino debieron ventilarse,
entre otras cuestiones, tres graves polémicas científicas. Sin contar con ellas no
hay modo de inteligir la configuración científica de la Política social. Pues es
claro que su destino pudo ser otro que el académico y universitario si hubiese
quedado reducida a un doctrinarismo más o menos ideologizado. El estudio de
las disputas sobre el método, el intervensionismo del Estado y la objetividad
científica nos introduce en el esquema de la Política social germánica (Sozial-
politik) y la Política social anglosajona (Social Welfare). De una y otra se ha ali-
mentado la Política social hispana a lo largo del siglo pasado. Lo de menos, en
realidad, es si nos encontramos ante una ciencia en sentido estricto o, más bien,
ante un «campo científico».

 Vid. J. Ortega y Gasset, «Notas a Luis Olariaga», Revista de Occidente, mayo de 1990.
 La mejor exposición en español de la escuela germánica de la Política social es la de F. Rodríguez, op.
ult. cit.
 Vid. M. Moix, «Algunas precisiones sobre el concepto de la Política social como disciplina científica»,
Revista de Política social, nº 127, 1980, p. 12.

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1. Tres disputas científicas

Si algo pusieron de manifiesto las polémicas a las que a continuación me referiré


fue, sin duda, la ruptura de la inteligencia entre la Política y la Economía, carac-
terística de la modernidad, época que había sido capaz de alumbrar un saber que
las comprendía, la Economía política. En realidad, la Política social constituye un
intento de remediar el alejamiento que el industrialismo, como sistema, mentali-
dad, etc., había impuesto entre la reflexión política y la reflexión económica. Por
tal razón puede afirmarse que la Política social es, justamente, una mediación
entre los polos económico y político del actuar humano. Esta idea mediadora está
presente en los clásicos, pero también en los contemporáneos: desde von Stein a
Thomas H. Marshall. Mas para llegar hasta ese punto hubieron de ser dirimi-
dos los problemas del método, de la neutralidad axiológica y del intervencionismo
estatal.

a) La polémica sobre el método científico


Resulta llamativo que el saber político-social tenga como origen directo un
debate académico entre profesores: el famoso Methodenstreit o querella sobre el
método de la ciencia económica. De un lado se alinearon los economistas libe-
rales, partidarios del método deductivo o economistas puros, cuyo representante
máximo fue Carl Menger; del otro, los economistas socializantes, partidarios
del método inductivo y proclives al historicismo, capitaneados por Schmoller,
ya mentado anteriormente. En su libro Investigaciones sobre el método de las ciencias
sociales, de 1883, defendía Menger la preeminencia de la teoría económica sobre
la historiografía de la omnipresente Escuela de los economistas alemanes. El
método deductivo, también llamado compositivo, podía desarrollarse sistemáti-
camente, según Menger, a partir de unos cuantos axiomas fundamentales. A lo
que se oponía Schmoller, partidario del método científico del historicismo, en
cuya potencia para colmar las lagunas de la economía abstracta basó el cultivo de
la Economía política y la Política social.
La polémica de 1883, por lo demás, no quedó circunscrita, como a veces se pre-
tende, a estos dos ingenios. Sus episodios ulteriores no dieron en realidad mucho
más de si y la misma puede considerarse agotada a finales de siglo en una relación
de Eugen Böhm-Bawerk: «El objeto de la polémica no estriba en si el método

 Vid. J. Molina, La Tercera vía en Wilhelm Röpke, espec. cap. I.


 Vid. C. Menger, Investigations into the Method of the Social Sciences. Grove City, Libertarian Press, 1996,
y G. Schmoller, «Zur Methodologie der Staats- und Sozialwissenschaften», Jahrbuch für Gesetzgebung,
Verwaltung und Volkswirtschaft im deutschen Reich, 1883, vol. III, pp. 239-58.
 Vid. J. Huerta de Soto, «El Methodenstreit, o el enfoque austriaco frente al enfoque neoclásico en la
ciencia económica», Nuevos estudios de Economía política. Madrid, Unión Editorial, 2002.

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adecuado es el histórico o el exacto, sino sencillamente si junto al método funda-
mental de la investigación económica, el histórico, sobre cuya legitimidad no cabe
duda alguna, se puede reconocer también como otro método igualmente funda-
mental el aislante o abstracto». «En la nefasta disputa entre Menger y Schmo-
ller –escribía en 1940 el economista ordoliberal Walter Eucken–, ninguno
de los dos tenía razón, y la verdad tampoco está en el término medio. No corres-
ponden a la realidad económica ni el dualismo de Menger, cuyo peligro percibió
Schmoller, ni el empirismo de Schmoller, cuyo fracaso previó Menger».
Fue aquello una división «de índole literaria» que no resolvió la «gran antinomia»
de la economía. A pesar de sus modestos resultados científicos, el Methoden-
streit significó la definitiva separación de las teorías económica y política.
Hay que mencionar también otras dos notables polémicas de aquel periodo. Gran
trascendencia tuvieron las discusiones sobre la neutralidad científica (Werturteils-
streit) y el intervencionismo estatal, si bien todas quedaron eclipsadas en apenas
una década por el debate sobre la posibilidad del cálculo económico en una eco-
nomía socialista, que se inició inmediatamente después de la Guerra mundial I.

b) La polémica sobre la neutralidad axiológica


La polémica sobre los juicios de valor, que llevó a Max Weber a enunciar como
principio rector de las ciencias del espíritu el criterio de la neutralidad con res-
pecto a valores o, en mejor estilo, neutralidad axiológica (Wertfreiheit), enfrentó
al gran sociólogo con la Nueva Escuela histórica alemana. Weber, en la perspec-
tiva del científico realista, rechazó la propensión de la Nueva Escuela histórica,
representada en el Sozialpolitiker Schmoller, a producir juicios de valor, pues se
corría el riesgo de transformar las ciencias humanas en meros expedientes nor-
mativos, ordenados por la vocación moralizadora de sus cultivadores10. Pero estos
problemas axiológicos, no obstante el realce que le ha dado la doctrina española11,
tuvieron menor impacto sobre la disciplina que el enfrentamiento entre Schmo-
ller y el nacionalista liberal Heinrich von Treitschke.

 Vid. E. Böhm-Bawerk, «Economía histórica y economía teórica», Ensayos de teoría económica. Madrid,
Unión Editorial, 1999, vol. I.
 Vid. W. Eucken, Cuestiones fundamentales de Economía política. Madrid, Revista de Occidente, 1947, pp.
334, 51, 58.
 Una exposición sistemática e histórica de la misma en J. Huerta de Soto, Socialismo, cálculo económico y
función empresarial. Madrid, Unión Editorial, 1992.
10 Vid. M. Weber, «L’objectivité de la connaissance dans les sciences et la politique sociale», Éssais sur la
théorie de la science. París, Pocket, 1992, p. 117 sq.
11 Vid. F. Rodríguez, op. ult. cit., pp. 127 sq.

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c) La polémica sobre el intervencionismo estatal
En el fascículo de abril de 1874 del Preußischer Jahrbuch apareció un ensayo de
Schmoller sobre La cuestión social y el Estado prusiano12. La historia, a su juicio,
viene a ser la alternancia entre épocas de estabilidad y conflicto, resultado de las
luchas sociales por la propiedad y la libertad personal. Expresión de todo ello,
escribe inspirándose en von Stein, son los movimientos sociales. En este con-
texto, consideraba que en Alemania sólo había una instancia capaz de asegurar
la paz social mediante una reforma gradual de las instituciones: la monarquía
(social) prusiana (preußische Königtum), auxiliada por sus funcionarios (Beamten-
tum), los únicos elementos neutrales (neutralen Elemente) en las luchas sociales.
La reacción de Treitschke fue inmediata: acusó a Schmoller y a sus adictos
de actuar como sostenes y patronos de la socialdemocracia y ser proclives al esta-
tismo igualitarista13. En la réplica confirmó Schmoller, una vez más, los pos-
tulados de su pensamiento social: adaptación del sistema legislativo a las nuevas
realidades históricas; caracterización del estudioso de la Política social (Sozial-
politiker) por su preocupación por las injusticias, particularmente de aquellas que
tienen apariencia de legalidad; finalidad de la reforma social y condiciones de las
medidas reformistas (papel económico y pedagógico del Estado); reforma moral
del hombre como condición de la reforma social. En el último capítulo discurría
el economista, con no poca agudeza, sobre el liberalismo y su deficiente rea-
lización, precisando las condiciones éticas implícitas en la crítica socialista al
manchesterismo14 y reafirmando la independencia de la Asociación para la Política
social, que no era un partido y cuyos miembros únicamente están de acuerdo en
la bancarrota de la Economía política clásica, en algunas generalidades sobre el
método científico y en ciertas reformas sociales de carácter urgente15.

12 Vid. G. Schmoller, «Die sociale Frage und der preußische Staat», Zur Social- und Gewerbepolitik der
Gegenwart. Reden und Aufsätze. Leipzig, Duncker und Humblot, 1890.
13 Vid. H. von Treitschke, «Der Sozialismus und seiner Gönner», Zehn Jahre Deutschen Kämpfe. Schrifften
zur Tagespolitik. Berlín, Georg Reimer, 1913.
14 El término «manchesterismo» (Manchestertum), que suele utilizarse todavía hoy para significar un cierto
radicalismo liberal o librecambista, tiene su origen en esta época. Lo pusieron en circulación los eco-
nomistas alemanes para referirse a los liberales, identificados simplistamente con los comerciantes del
Cobden Club de Manchester, partidarios del librecambismo. Los liberales, por su parte, respondieron a
los economistas socializantes inventando el concepto de «Socialismo de cátedra» (Kathedersozialismus),
que mortificaba a los intelectuales de círculo de Schmoller. El término fue puesto en circulación por
un periodista, Heinrich Oppenheim, en el mismo año de la fundación de la Asociación para la Política
Social, 1873.
15 Vid. G. Schmoller, «Über einige Grundfragen des Rechts und der Volkswirtschaft. Ein öffenes Send-
schreiben an Herrn Profesor Dr. Heinrich Treitschke», Über eine Grundfragen der Socialpolitik und der
Volkswirtschaftslehre. Leipzig, Duncker und Humblot, 1989.

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2. El desarrollo de la Política social en Alemania

La Escuela alemana de la Política social fue durante décadas el referente inte-


lectual europeo para los estudiosos de la cuestión social, las instituciones de la
reforma social y el ordenamiento sociolaboral. Desde la época de Robert von
Mohl y Johann K. Rodbertus, en cuyo pensamiento ya se acusa o, al menos,
se intuye esta nueva rama de la política, hasta los desarrollos científicos de la II
postguerra, generalmente asociados a la empresa de reconstitución de la nación
alemana, la Política social cultivada en Alemania ha contado con estudiosos y
expositores de nota. De la mayoría de ellos dio cuenta Federico Rodríguez
hace años en uno de los mejores libros sobre la materia, el tomo primero de su
Introducción en la Política social. Comparecen en esas páginas la Política social
concebida como administración de las relaciones laborales o industriales, orien-
tada al compromiso entre ética y política. También la Política social entendida,
con el sociólogo Leopold von Wiese, como una integración de las clases sociales
o bien, según la tesis de Otto von Zwiedineck-Südenhorst, como un com-
promiso para limitar los riesgos de la oposición entre las clases sociales. Las ideas
de los escritores político-sociales alemanes posteriores a 1945 van apartándose
poco a poco de su tradición anterior. Así, es frecuente la asimilación de la Política
social con una especie de política de la sociedad imbuida en el planismo16. Eso
sin contar la asimilación de los estudios anglosajones y la concepción de la Social
Policy y, así mismo, las renovadas teorías del catolicismo social (principio de sub-
sidiariedad) y la aproximación de la Política social a una Tercera vía, también muy
difundida en Alemania hasta mediados los años 60. Por estas razones parece
oportuno concentrarse en dos de los escritores que mejor representan la tradición
alemana de la Sozialpolitik: el sucesor de Schmoller en la cátedra de Economía
política de Berlín, Heinrich Herkner, y el jurista Ludwig Heyde17. Se da la

16 Vid. M. Moix, «Algunas aportaciones de la moderna doctrina alemana a la cuestión del concepto de la
Política social. Preller, Burghardt, Becker», Revista de Política social, nº 132, 1981, pp. 7 sq.
17 En cualquier caso, resulta imprescindible una referencia sumaria a la literatura alemana reciente. A
pesar del tiempo transcurrido, siguen haciendo autoridad la 2ª edición del clásico de Hans ­Achinger,
Sozialpolitik als Gesellschaftspolitik: vor der Arbeiterfrage zum Wohlfahrsstat (La Política social como
Política configuradora de la sociedad. De la cuestión social al Estado de bienestar). Francoforte del
Meno, Schriften des Deutschen Verein für Öffentliche und Private Fürsorge, 1971. También, del
mismo, su incursión teórica, algo más anticuada, Sozialpolitik als Wissenschaft (La Política social como
ciencia). Stuttgart, Enke, 1963. Junto a los Preller (vid. L. Preller, Sozialpolitik. Theoretische ­­Ortung.
Tubinga, Mohr, 1962) y Burghardt (vid. A. Burghardt, Kompendium der Sozialpolitik. Berlín, ­Duncker
und Humblot, 1979), habría hoy que considerar con mucha atención la obra de Jürgen Zerche y Fritz
Gründger, titulada significativamente Sozialpolitik. Einführung in die ökonomische Theorie der Sozialpoli-
tik (Política social. Una introducción en la teoría económica de la Política social). Düsseldorf, Werner,
1996. En la misma línea fronteriza con la ciencia económica destaca la Sozialpolitik. Eine sozialwissen-
schaftliche Einführung (Política social. Una introducción en la perspectiva de las ciencias sociales), de
Lothar Böhnisch, Wolfgang Schröer y Helmut Arnold (Weinheim y Múnich, Jumenta Verlag, 1999).
En cuanto a la Política social como acción organizada del Estado en Alemania, la obra más completa

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circunstancia de que ambos tuvieron un gran influjo sobre los cultivadores espa-
ñoles de la política social durante la primera mitad del siglo xx.

a) Heinrich Herkner
Herkner [1862-1932] constituye el más claro exponente de los éxitos científicos
de la Nueva escuela histórica. Su obra es un puente entre la idea de una Política
social moralizadora de la economía y una Política social entendida como política
legislativa laboral. Su figura es esencial para comprender el desarrollo de la política
social alemana, sin olvidar su influjo en España a través de la traducción de su gran
libro Die Arbeiter Frage (La cuestión obrera)18. La obra de Herkner es bastante
extensa, predominando en ella los estudios empíricos sobre la condición obrera,
entre otros los dedicados a la industria alsaciana del algodón. Debe mencionarse
aquí por su especial interés el estudio sobre la reforma social como exigencia del
progreso económico: Die Soziale Reform als Gebot des wirtschaftlichen Fortschrittes
(1891). Ahí se encuentran sintetizadas las premisas más importantes de la reforma
social según la óptica de la Nueva escuela histórica alemana.
En La cuestión obrera el autor trazó un plan exhaustivo de la temática de la política
social entendida como una disciplina científica. El libro consta de tres partes: en la
primera parte se expone su concepción de la Política social; en la segunda lo que
podría denominarse teoría institucionista de la Política social o Reforma social; y en
la última la revisión de «teorías y partidos sociales», temáticas que se corresponden
con lo que, siguiendo a Freund, he denominado «doctrinas sociales».
La delimitación conceptual de la Política social realizada por Herkner tiene
un interés especial. El autor es muy claro en cuanto al objeto de su trabajo, pues,
como advierte al principio, consiste en «exponer el origen y forma del moderno
movimiento social y la naturaleza de las reformas que se han propuesto para
resolverlo»19. Ahora bien, aunque el autor entiende que la cuestión social cons-
tituye un problema de civilización, puesto de manifiesto precisamente en lo que
denomina «moderno movimiento social», estima que aquella afecta particular-
mente al «proletariado industrial empleado en la grande y mediana industria, que
es el que da carácter al mundo moderno». Su estudio, por tanto, dejará a un lado
otras manifestaciones de la cuestión social (en un sentido impropio), como las
referidas a la agricultura, el comercio, las comunicaciones, el servicio doméstico
e, incluso, el trabajo a domicilio. No es que estos casos no resulten relevantes,
sobre todo cuando afectan a populosos estratos sociales, pero Herkner entendía

es Sozialpolitik und soziale Lage in Deutschland (La Política social y la situación social en Alemania) en
dos tomos, de Gerhard Bäcker, Reinhard Bispinck, Klaus Hofemann y Gerhard Naegele (Wiesbaden,
Westdeutscher, 2000).
18 Madrid, Reus, 1916.
19 Vid. H. Herkner, La cuestión obrera, p. 3.

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que la novedad de la cuestión social en la era industrial se caracterizaba justa-
mente por afectar a un nuevo sujeto histórico: el proletariado. Haciendo suyas las
aportaciones metodológicas de la Nueva escuela histórica, acentuó su proyección
sociológica para explorar la condición obrera. De alguna manera, al igual que
sus colegas, este economista necesitaba fundamentar empíricamente las bases de
toda acción, en este caso la político-social. Así, advirtiendo previamente sobre
las limitaciones de las fuentes utilizadas –aspecto menor para los miembros de
otras escuelas económicas–, Herkner analizó pormenorizadamente el impacto
del industrialismo sobre los obreros –higiene y seguridad en el trabajo, duración
de las jornadas laborales, trabajo de mujeres y niños, habitación obrera en las
grandes urbes industriales–. Indicativo de su altura de miras es también su pre-
ocupación por la degradación de la vida espiritual.
Por otro lado, por lo que se refiere a las instituciones de Política social, entiende
Herkner que la cuestión obrera admite soluciones graduales; no es, por tanto,
necesario el recurso a soluciones extremistas (transformación radical del orden
social, etc.) En su opinión el remedio pasa por la puesta en marcha de la reforma
social, expediente histórico político a cuya ejecución está llamada la Monarquía
social. En efecto, decía el autor, «si se nos pregunta qué organización política abre
mayores esperanzas de mejoramiento de la situación de la clase obrera, contestare-
mos que en nuestro concepto es una monarquía fuerte, por lo menos en los grandes
Estados»20. En última instancia, Herkner no hace otra cosa que seguir los plan-
teamientos de su maestro Schmoller sobre la misión social de los Hohenzollern,
apoyados por el pueblo y una burocracia fuerte y eficaz. Así introduce el estudio
sistemático de las instituciones político-sociales: contrato de trabajo, sindicatos,
política social estatal, municipal y patronal, legislación protectora de la persona del
trabajador, leyes de los seguros obreros y cooperativismo.

b) Ludwig Heyde
La figura intelectual de Ludwig Heyde [1888-1961] culmina toda una época
de la política social germánica, justamente la que desemboca, por un lado, en la
autonomía conceptual del Derecho del trabajo y, por el otro, en la orientación
hacia la Gesellschaftspolitik de la política social clásica (Sozialpolitik), concepción
mucho más próxima al estilo anglosajón. No es casual la siguiente afirmación del
autor, muy pronto verificada: «avanzamos hacia una época de separación precisa
entre las disciplinas Política social y Derecho obrero, deslinde que permitirá,
tanto a los juristas como a los economistas y a los sociólogos, desarrollar una
actuación más libre en su especialidad respectiva»21. La obra más conocida de
Heyde, su Compendio de Política social, que conoció varias ediciones hasta los

20 Vid. H. Herkner, op. cit., p. 43.


21 Vid. L. Heyde, Compendio de Política social. Barcelona, Labor, 1931, p. 30.

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años 50. En rigor, en sus páginas quedó recogida una exposición muy sintética y
ordenada de la Política social, particularmente de las instituciones jurislaborales
que le dan contenido. Esto dejó en su concepción de la política social la impronta
de la política legislativa laboral, lo que responde a una de las concepciones clási-
cas de la misma. Sin embargo, cabe señalar una importante diferencia entre esta
obra suya y los tratados jurídicos convencionales. En esencia, Heyde desarrolló
su plan a partir de los conceptos de la cuestión y la política sociales, aspectos que
poco a poco van perdiendo su lugar en los tratados jurídicos sistemáticos. Este
pequeño clásico está construido sobre tres pilares: uno teórico, otro histórico y, el
último, lo jurídico-institucional.
El Compendio es, por muchos motivos, una verdadera síntesis teórica de la disci-
plina, en una medida que difícilmente se podrá exagerar. ¿Qué entiende Heyde
por Política social? En principio, el autor ofrecía una definición aparentemente
sencilla con la que la mayoría de especialistas de su tiempo (y también los de
épocas más recientes) se hallan familiarizados: así, «en su sentido actual y más
estricto, la política social [es] una intervención consciente en las relaciones que
existen entre la clase obrera, de una parte, y las demás clases, o el Estado, de
otra»22. De entrada, la mediación político-social entre las clases debe responder
a «ciertas ideas estimativas (especialmente la de equidad)»23, lo que automáti-
camente nos coloca ante la disyuntiva weberiana de una ciencia con valores o
sin ellos. Heyde responde literalmente a la exposición de Max Weber sobre el
particular: «La Política social como ciencia expone y sistematiza los fenómenos
sociales y políticos, y facilita su comprensión refiriéndolos a determinados valo-
res. Cuanto más conscientemente se efectúa esta relación, tanto mejor se defiende
la política social, como ciencia, contra el peligro de las valoraciones arbitrarias,
a que se hallan expuestas todas las ciencias humanas. Esto no quiere decir que
defendamos la relatividad de los valores sino el carácter indemostrable e incoerci-
ble de las valoraciones»24. ¿Qué valores son los inspiradores de la Política social?
Con cierta imprecisión el autor se refiere a los valores estamentales, a los de clase,
a los nacionales y a los de la humanidad. En el esquema de la estimativa de
Heyde está curiosamente previsto el movimiento de la política social desde el
clasismo original hasta el sentido humanitarista o solidario que hoy prevalece,
pasando por la dimensión nacional o nacionalista de las políticas sociales del
periodo de entreguerras.
De los valores referidos, la especie que sin duda atrae más a Heyde es la de la
nación, pues ve en esta última, siguiendo a Johann G. Fichte y al idealismo
alemán, la gran mediadora entre el hombre y la humanidad. Además de esta
mediación esencial para la perfectibilidad de cada individuo, Heyde añadía la de

22 Vid. L. Heyde, op. cit., p. 14.


23 Vid. L. Heyde, op. cit., p. 13.
24 Vid. L. Heyde, op. cit., p. 14.

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la educación. Así pues, nación y educación deberían orientar el sentido último de
la política social, al servicio de la perfección personal. En último análisis, toda
Política social es parte de la Política de cultura, «sector que necesita adquirir
gran extensión, porque sin esta base amplia toda profundidad y toda elevación
son imposibles»25. Aunque nunca se ha dejado de tener en cuenta la educación
como factor de promoción social, es cierto que o bien ha ocupado siempre una
posición secundaria en la temática de los especialistas de Política social, o bien
ha terminado por convertirse en una acción autónoma que ha dado contenido a
la retórica del pedagogismo.
Heyde trazó un cuadro general de las instituciones jurídicas de la política social
más importantes, agrupadas en «tres sectores»: el de la protección al trabajo, el de
la política de salarios y el de la protección a la personalidad del trabajador. Entra
ahí la exposición jurídico-positiva, pasando revista a las limitaciones de jornada,
la protección de la salud, la organización de las oficinas de colocación, los seguros,
la organización sindical, el derecho de huelga, etc. En rigor, su examen no puede
calificarse de propiamente institucional, pues, por ejemplo, no hay un concepto
elaborado del «contrato de trabajo», sino que se refiere, más o menos vagamente, a
lo que la doctrina alemán llamará muy pronto la «relación de trabajo», categoría del
pensamiento jurídico en órdenes concretos ligada a una «comunidad de trabajo».

3. El desarrollo de la Política social en Inglaterra

La Política social anglosajona tiene un perfil muy diferente de la germánica. Podría


incluso afirmarse que son dos realidades políticas disímiles. Entre las abundan-
tes razones que justifican esta divergencia hay al menos dos que no suelen ser
tenidas en cuenta. Se mencionan con cierta frecuencia elementos diferenciadores
como el pragmatismo de la mentalidad anglosajona o la incompatiblidad de las
escuelas económicas alemana (Escuela histórica) e inglesa (Escuela de la Econo-
mía política clásica), pero se echa en falta un análisis de las determinaciones que
tienen que ver con la forma política. En este sentido, la Política social germánica
tiene un acentuado carácter estatal, mientras que su equivalente inglés es más
bien una cuestión de gobierno. Se ha dicho a veces, con razón, que en Inglaterra
no existe el Estado como tal, sino que es el Gobierno el ápice de la política 26.
Ello puede explicar la tendencia del modelo germánico a la centralización, así
como su predilección por la constitucionalización de la Administración social,
y el pluralismo tradicional de la Social Administration inglesa. La importancia
del elemento religioso no es menor, pues en la concepción anglosajona de la Polí-
tica social se deja traslucir el espíritu puritano más o menos secularizado. Pocos

25 Vid. L. Heyde, op. cit., p. 18.


26 Vid. D. Negro Pavón, Gobierno y Estado. Madrid, Marcial Pons, 2002, pp. 33-40.

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ejemplos históricos de instituciones sociales tienen, como las célebres Casas de
trabajo del Derecho de pobres inglés, el estigma de la reforma moral coactiva. Por
lo demás, no es menos cierto que la correspondencia entre Sozialpolitik y Social
Policy no es completa. La expresión inglesa se refiere más bien, en un sentido
dinámico o ejecutivo, al bienestar social (Social Welfare).
La historia de la Política social anglosajona es pues la historia de las instituciones
del «bienestar social» canalizadas por el Derecho de pobres. De su historia se ha
ocupado en España Manuel Moix, entroncando la tradición preisabelina y los
avatares de la recopilación legal ordenada por la reina Isabel I con la evolución
contemporánea del sistema 27. Mención aparte merecería la exposición temática
de la historia del pensamiento sobre el Social Welfare inglés, pues ensayar simple-
mente una nómina de escritores relevantes resulta imposible en este lugar28. Aquí
me ceñiré a quienes pueden considerarse dos de los más influyentes escritores
político-sociales de Inglaterra en la segunda mitad del siglo xx: Thomas H.
Marshall y Richard M. Titmuss.
Los dos fueron profesores de Social Administration en la London School of Econ-
mics, sucediéndose en la cátedra. El desarrollo de su obra coincide con la etapa
expansiva del sistema de bienestar británico, fundado como hoy es conocido, no
obstante las reformas de los años 80, mediada ya la Guerra mundial II. La expe-
riencia bélica resultó determinante, pues ocurrió que una nación entera afrontó la
lucha sin caer en el caos o la desorganización social o política. Los sacrificios exi-
gidos a toda la sociedad tuvieron como contrapartida la cristalización del Estado
de bienestar, pilar del nuevo orden social. Pilares del sistema, como recordaba
Marshall, fueron la Education Act, la National Insurance Act y la National
Health Service Act, promovidas respectivamente por un liberal, un conservador

27 Vid. M. Moix, Bienestar social. Madrid, Trivium, 1986.


28 Una buena guía de autoridades se encuentra en M. Moix, De la política social al bienestar social, p. 128. En
la vasta literatura anglosajona actual sobre la Política social se alternan las aproximaciones sociológicas
y politicológicas. Un ensayo de cierto interés teórico es el de M. Lavalette y A. Pratt, Social Policy. A
conceptual and theoretical introduction (Londres, Sage Publications, 1997), aunque defrauda las expecta-
tivas iniciales del investigador. Más interés tiene la obra de M. O’Brienn y S. Penna, Theorising Welfare.
Enlightement and modern society (Londres, Sage Publications, 1998), pues presenta a la Política social
en una perspectiva histórica. De orientación claramente politicológica, pues se incluyen en la rama del
Policy Analysis, las obras de Peter Levin, Making Social policy. The mechanism of Government and politics,
how to investigate them (Buckingham, Open University Press, 1997) y K. Blakemore, Social policy. An
introduction (Buckingham, Open University Press, 1998). Con respecto a Italia, puede constatarse que
la literatura científica equivalente a la recién mencionada se ha desarrollado extraordinariamente desde
los años 80, siguiendo un patrón parecido al hispano. Destacan los trabajos de M. Ferrera, Le trappole
del welfare (Bolonia, Il Mulino, 1998) y P. P. Donati, Fundamenti di politica sociale (Roma, N. I. S.,
1993). La obra de Ferrera tiene un interés particular, pues marcó a principios de los años 80 una línea
científica de estudios comparados semejante a la de Gøsta Esping-Andersen. Cfr. M. Ferrera (Ed.),
Lo Stato del Benessere: una crisi senza uscita? Germania, Italia e Gran Bretagna a confronto. Florencia,
Le Monnier, 1981. G. Esping-Andersen, Los tres mundos del Estado del bienestar. Valencia, Alfons el
Magnànim, 1993.

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y un socialista 29. Este eclecticismo tal vez tenga que ver con el secreto de la esta-
bilidad de la sociedad inglesa.

a) Thomas H. Marshall
Marshall [1893-1982], que cultivó la sociología hasta su jubilación académica,
se dedicó desde mediados de los años 50 al estudio del Estado del bienestar.
Sirve de enlace entre el sociólogo y el cultivador de temas político-sociales su
ensayo sobre Ciudadanía y clase social, proveniente de unas lecciones pronuncia-
das en Cambridge en 194930. Volvía a plantear Marshall en aquellas páginas
el problema del progreso de la clase obrera. ¿Existen obstáculos insalvables para
la difusión de la igualdad? Recurrió el autor al análisis de la que llamó ciudada-
nía social, cuyo presupuesto es la creencia en la igualdad plena de los individuos
basada en la pertenencia a una comunidad31. Ahora bien, ¿acaso no era cierto
que esa igualdad en la ciudadanía no era incompatible con desigualdades de otra
índole? Es más, según Marshall, buena parte de las desigualdades contem-
poráneas se legitiman precisamente por la ciudadanía. ¿De dónde proviene este
concepto?
Marshall vio tres dimensiones de la ciudadanía. La civil, decantada en el siglo
xviii; la política, desarrollada en el siglo xix; y la social, característica del siglo
xx. La primera está integrada por las libertades de expresión, de pensamiento, de
conciencia y religión, por el derecho a la propiedad y la autonomía de la voluntad.
Las instituciones que velan por estos derechos son los tribunales de justicia. La ciu-
dadanía política, en cambio, presupone «el derecho a participar en el ejercicio del
poder político como miembro de un cuerpo investido de autoridad política, o como
elector de sus miembros», y tiene como institución de referencia el parlamento. Por
último, la ciudadanía social, que da su carácter a la época actual, abarca «desde
el derecho a la seguridad y a un mínimo de bienestar económico al de compartir
plenamente la herencia social y vivir la vida de un ser civilizado conforme a los
estándares predominantes en la sociedad». La desarrollan típicamente la institu-
ción educativa y los servicios sociales32. A pesar de la desigualdad radicada en la
ordenación social en clases, entendía Marshall que esta resulta necesaria, pues es
incentivo del esfuerzo y determinante de la distribución del poder33.
El estudio de la ciudadanía social, que presume en los individuos una «lealtad
a la civilización percibida como patrimonio común», abocó al autor a la Política
social. El principio rector de sus prestaciones ha de ser la constatación de que

29 Vid. T. H. Marshall, Social policy in the Twentieth century. Londres, Hutchinson, 1979, p. 95.
30 Vid. T. H. Marshall y T. Bottomore, Ciudadanía y clase social. Madrid, Alianza Editorial, 1998.
31 Vid. T. H. Marshall y T. Bottomore, op. cit., p. 21.
32 Vid. T. H. Marshall y T. Bottomore, op. cit., p. 23.
33 Vid. T. H. Marshall y T. Bottomore, op. cit., p. 37.

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toda intervención «produzca un enriquecimiento general del contenido concreto
de la vida civilizada, una reducción generalizada del riesgo y la inseguridad»34.
Bajo esta perspectiva hay que contemplar uno de sus libros más conocidos, Social
Policy in the Twentieth Century. En esta obra, que parte de la dificultad de ofre-
cer una definición de la Política social, se estudia el desarrollo del Estado de
bienestar inglés entre la época victoriana y la Guerra mundial II. Las críticas a
la administración social en los años 50 y los consiguientes esfuerzos de readapta-
ción inducen al autor a ver en los nuevos modelos, que por entonces comenzaban
a desarrollarse, la emergencia de la «sociedad del bienestar». Para Marshall,
que repasa las grandes instituciones sociales (seguridad social, sanidad pública,
vivienda, lucha contra la pobreza y la exclusión, servicios sociales), el problema
del capitalismo no es su desaparición, su posible humanización o su franquea-
miento de cualquier servidumbre o intervención pública, sino que sea reconocida
su naturaleza de forma económica mixta35.

b) Richard M. Titmuss
La teorización sobre la Política social de Titmuss [1907-1973] ha sido, sin duda,
la más importante y divulgada entre los años 50 y 70. A diferencia de Marshall,
que aceptaba el sistema capitalista (bajo la especie de la economía) como un ele-
mento esencial del progreso social, Titmuss lo rechazaba, fundamentalmente
por razones morales. La legión de sus seguidores, muchos de ellos reclutados en
las filas del socialismo fabiano, permiten hablar incluso de una escuela. Cierta-
mente, Titmuss fue un sociólogo estatista, pero entendía que más allá del Estado
y sus medios coactivos, las relaciones sociales están sustentadas en la solidaridad
espontánea entre los grupos humanos.
En una de sus obras más conocidas en España, aunque no es la más importante
entre las suyas, estableció Titmuss una clasificación trimembre de las políticas
sociales. En realidad se refería a tres modelos sociales: el residual, el de logro
personal-resultado laboral y el institucional-redistributivo36.
La Política social residual es típicamente asistencial y se corresponde con el
Estado mínimo y el principio de la menor coacción política. Está concebido como
un sistema incentivador del trabajo, el esfuerzo y la responsabilidad personales.
Opera subsidiariamente en ausencia de una respuesta del mercado o la familia. El
modelo de logro personal-resultado laboral se considera a veces como un modelo
funcional para el sistema capitalista, pues «asigna una función importante a
las instituciones de bienestar como auxiliares de la economía»37. Por último, el

34 Vid. T. H. Marshall y T. Bottomore, op. cit., p. 58.


35 Vid. T. Marshall, Social policy in the Twentieth century, p. 105.
36 Vid. R. M. Titmuss, Política social. Barcelona, Ariel, 1981, pp. 38-39.
37 Vid. R. M. Titmuss, op. cit., p. 39.

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modelo institucional-redistributivo «considera el bienestar social como una insti-
tución muy importante integrada en la sociedad, que proporciona servicios gene-
rales fuera del mercado basándose en el principio de necesidad»38. Partidario de
este último, Titmuss define la Política social como aquella actividad pública que
«se refiere sobre todo a elecciones entre objetivos y fines políticos en conflicto y su
formulación; analiza aquello que constituye una buena sociedad o aquella parte
de la buena sociedad que distingue culturalmente entre las necesidades y aspira-
ciones del hombre social en contradicción con las del hombre económico»39. Es
por tanto la Política social un problema de estimativa: «debemos escoger, entre
más gobierno o más mercado; más libertad para algunos a expensas de la de otros;
más justicia social para algunos y menos libertad para otros; etc.» 40.

4. El desarrollo de la Política social en España

La precariedad o inexistencia de una tradición científica hispánica en los estudios


de Política social es una opinión muy extendida. Un tanto precipitadamente, tal
vez, se ha decidido que los estudiosos de la realidad político-social, por recoger
una expresión muy utilizada por uno de los clásicos de la disciplina en España,
Federico Rodríguez, no tienen otros referentes intelectuales que la escuela del
Social Work anglosajona o la concepción, hoy abandonada, del Derecho social y
la Política laboral. Según las opiniones dominantes, la Política social, entendida
más como ingeniería social que como disciplina científica, o bien debe continuar la
fecunda tradición británica, o bien, emancipada desde hace no demasiado tiempo
de la Política laboral, debe concentrarse en la teorización sobre el Estado del
Bienestar.
Este contexto científico es en realidad un panorama muy sugestivo. De entrada, no
es el del todo cierta la ausencia de una tradición española. Aunque no se la pueda
considerar original, se pueden citar algunos tratadistas españoles cuyas aportacio-
nes no son sólo dignas, desde el punto de vista del decoro exigible al estudioso
universitario o al jurista de profesión, sino también notables desde el punto de vista
académico. Por otro lado, al examinar con algún cuidado los mejores frutos de la
que se podría denominar, a pesar del eclecticismo, Escuela española de la Política
Social41, la sorpresa intelectual es segura. Hay en ella sugestivas aproximaciones,

38 Vid. R. M. Titmuss, op. cit., ibid.


39 Vid. R. M. Titmuss, op. cit., pp. 65-66.
40 Vid. R. M. Titmuss, op. cit., p. 182.
41 Dejando a un lado su concepción laboralista (Eugenio Pérez Botija, Efrén Borrajo Dacruz o José
Luis Monereo entre otros), podría afirmarse que son tres las corrientes que integran la Política social
hispana: la filosófico-social y filosófico-jurídica, representada por el filósofo del derecho Luis Legaz
Lacambra, que apenas tuvo continuadores en este campo (vid. L. Legaz Lacambra, Lecciones de política
social. Santiago, Sucesores de Gali, 1947); la economicista o político-económica de Manuel de Torres

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todavía útiles, a algunos de los problemas político-sociales de nuestro tiempo.
Dejando a un lado la inevitable arbitrariedad presente en la elaboración de una
nómina de intelectuales doctrinalmente significativos, los dos que aquí he seleccio-
nado, Federico Rodríguez y Manuel Moix, permiten confrontar dos visiones
divergentes de la disciplina: una de ellas se ha nutrido de la tradición germánica; la
otra está enraizada en la escuela anglosajona y ha hecho de gozne intelectual entre
dos etapas, la de la Política social y la de los Servicios sociales.

a) Federico Rodríguez
Especial atención merece, la obra de quien ha sido Catedrático de Política social,
Letrado del Consejo de Estado, miembro de la Unión de Estudios Sociales de
Malinas y autor de innumerables artículos y libros de tema político-social, Fede-
rico Rodríguez Rodríguez [1917]42. En la trayectoria intelectual de este eru-
dito profesor, ocupa un lugar especialmente relevante su obra, concebida en V
partes y publicada en tres volúmenes, Introducción en la Política Social43. Por su
concepción filosófica (inspirada en la Filosofía de los valores de Max Scheler
y en el personalismo) y epistemológica (en este caso deudora de Max Weber),
por el rigor científico (centenares de referencias bibliográficas que se remontan
a los orígenes de la disciplina, centenares de acotaciones críticas a esa misma
bibliografía) y, también, por el lento proceso de maduración de los textos (desde
el año 1953), nos encontramos, sin duda, ante una de las elaboraciones científicas
españolas más sólidas y meditadas en el campo de la Política social. A esto hay
que darle su justa importancia, pues, como el propio autor recuerda, fuera de
Alemania apenas si ha habido interés por las cuestiones teóricas de la Política
Social. «Los autores no alemanes que pudieran citarse, observa el autor, en gene-
ral, abordan directamente temas concretos de la política social, prescindiendo
de decirnos qué entienden por tal y aún de justificar su selección de objetivos,
remitiéndose –cuando lo hacen– a una especie de ‘communis opinio’, tampoco
demostrada» 44. Rodríguez ha sabido presentar con gran claridad los problemas
del método científico y del estatuto científico de la Política Social.
Reparar en esta obra es en realidad una necesidad, sobre todo porque conviene deli-
mitar, por razones científicas y prácticas, los límites del estudio de la Política social.
Para lo que aquí interesa, el estatuto científico de la Política social, parece oportuno

(vid. M. de Torres, Teoría de la política social. Madrid, Aguilar, 1949); y, por último, la político-social,
en el sentido de la Sozialpolitik, de Federico Rodríguez.
42 Sus últimas páginas publicadas son el prólogo a mi libro La política social en la historia.
43 F. Rodríguez, Introducción en la política social. Madrid, Fundación Universidad Empresa – Civitas,
1979, 1984, 1990. Vol. I: Parte I. La Política social como objeto de conocimiento. Parte II. Los proble-
mas metódicos de la Política social. Vol. II: Parte III. La propiedad. Parte IV. El trabajo. Vol. III. Parte
V. La empresa.
44 Vid. F. Rodríguez, Introducción en la Política social, vol. I, p. 179.

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destacar tres nociones básicas: 1º El modo formal de la Política social. 2º El criterio
de la Política social. 3º La distinción entre Política social y Bienestar social.
Federico Rodríguez optó por un examen filosófico de la cientificidad de la
Política social, pues esta es la única manera de «colocar los problemas en su
sitio»45. Esos «problemas» que en su opinión hay que ubicar correctamente son
básicamente tres: a) el ámbito de la Política social, lo que siguiendo la doctrina
germánica denomina realidad político-social; b) el método de la Política social,
determinado por la fugacidad de lo social, su carácter estructural y la ausencia
de conceptos unívocos46; y c) el modo formal de la disciplina. Esto último tiene
particular interés, pues presume que existe un modo peculiar de teorizar sobre el
objeto material de la Política social –por este orden: el trabajo, la propiedad y la
empresa–. En su opinión, la Política social es una de las ciencias políticas. Como
tal, se caracteriza por su dimensión proyectiva. Se trata, entonces, de definir el
tipo de proyecto que debe ser aplicado a la realidad, para que esta se perfeccione o,
como diría Zubiri, dé de sí. A partir de aquí, todo el problema de la Política social
como disciplina científica se traslada de la sede epistemológica a la axiológica y
praxiológica, pues se trata de elucidar el criterio o valor rector de una ciencia que,
además, es una ciencia de medios, es decir, una técnica social47.
El carácter proyectivo de la Política social trae prendido de sí «el problema del
juicio de valor»48, pues la pretensión del método empírico de justificar cuales-
quiera principios propuestos como fines de la Política social resulta infundada.
He aquí, dicho sea de pasada, uno de los males que afectan a los saberes sociales
contemporáneos: la creencia en que los presupuestos científicos pueden justifi-
carse científicamente. F. Rodríguez, resolviendo a su manera la antinomia cien-
cia-valor alojada en el pensamiento weberiano, estima que hay alguna forma de
captar objetivamente los valores que deben inspirar toda política social. Según sus
propias palabras: «parece claro que si existen juicios de valor y supuestos previos
no demostrables por vía empírica, precisamente por su carácter previo, a priori,
respecto de todo conocimiento científico, habrá de existir algún camino para su
captación objetiva. Camino que es el que parece mostrarnos, al menos en parte,
la tesis intuicionista de la filosofía de los valores» 49. Ahora bien, según la razón
práctica o estimativa, ¿qué valor o criterio permite enjuiciar la realidad social y
señalar fines? En su opinión, el criterio esencial de la Política social, al que se

45 Vid. F. Rodríguez, op. ult. cit., p. 8.


46 Aunque el autor no profundiza en esta cuestión, llega a plantearse si en la ciencia de la Política social no
sería conveniente sustituir la noción epistemológica de concepto por la de proceso. Vid. F. Rodríguez,
op. ult. cit., p. 30.
47 Téngase en cuenta que el constructivismo y el sociologismo son los paradigmas todavía dominantes en
la familia de las ciencias sociales. Tiene interés P. Manent, La cité de l’ homme. París, Fayard, 1994.
48 Vid. F. Rodríguez, op. ult. cit., pp. 131 sq.
49 Vid. F. Rodríguez, op. ult. cit., p. 287.

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subordinan, entre otras, la idea de justicia social, resulta ser la persona humana 50
La primacía y la perfectibilidad de la persona no constituyen una ideología, sino,
más bien, todo lo contrario, una anti-ideología 51.
Finalmente, aunque ello suponga un salto, es necesario dejar aquí constancia
de la distinción que el autor establece entre la Política social (Sozialpolitik) y la
Acción social (Social Work, Wohlfahrtspflege, Bienestar Social)52: mientras que la
primera se ocupa de problemas sociales, entendiendo por tales los que afectan a
la propiedad, al trabajo y a la empresa, qua instituciones que envuelven a la per-
sona, la segunda limítase al tratamiento de situaciones individuales53. Aunque la
distinción puede parecer demasiado formalista, lo cierto es que la evolución de la
Política social y de disciplinas, en parte afines, como la que estudia los servicios
sociales, parecen darle la razón. Actualmente puede decirse que el predominio
académico de la Política social sobre la Acción social, propio de otras épocas, se
ha invertido. En efecto, la temática científica de la Política social contemporánea
gira, casi en exclusiva, en torno a los problemas del Bienestar social, bien desde un
punto de vista político –Estado del Bienestar–, bien económico –Economía del
Bienestar–, bien administrativo –Servicios sociales–. No parece casual que uno
de los autores determinantes de este giro de la Política social haya sido Manuel
Moix Martínez, discípulo del profesor Rodríguez.

b) Manuel Moix
El problema de los linderos científicos entre la Política social y los Servicios
Sociales no se termina de captar en toda su magnitud si no se tiene en cuenta la
evolución del pensamiento de Moix [1927]. Con ser importante y bien conocido
su libro Bienestar Social, que es a la escuela inglesa del Social Welfare lo que la
Introducción en la Política Social de F. Rodríguez a la tradición alemana de la
Sozialpolitik, mucho más significativo resulta un libro de la década anterior: De
la política social al bienestar social. Su título ya representa todo un programa cien-
tífico, disidente y creador a un tiempo.
Su punto de partida es la crítica de la posición tradicional de la doctrina espa-
ñola sobre los tipos de Política social. Según Federico Rodríguez existen dos
políticas sociales, la continental o latina, rectius germánica, y la anglosajona. La

50 Vid. F. Rodríguez, op. ult. cit., pp. 342 sq.


51 De toda axiología cabe deducir una praxiología, lo que presupone una ordenación de fines y medios. El
profesor Rodríguez propone la siguiente: fin primordial: la persona; fines derivados o secundarios: a) pro-
piedad; b) trabajo; y c) empresa; fines específicos: a) protección de la persona como trabajador; b) protec-
ción de la persona como consumidor; c) promoción de la persona; y d) creación de instituciones o política
social constitutiva; instrumentos: a) derecho (estatal o convencional); y b) pedagogía social; medidas (su
concreción e inmediatez hace imposible su catalogación). Vid. F. Rodríguez, op. ult. cit., pp. 408-413.
52 Vid. F. Rodríguez, op. ult. cit., pp. 437 sq.
53 Vid. F. Rodríguez, op. ult. cit., p. 142.

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primera se caracteriza por su idealismo y su aproximación deductiva a la rea-
lidad. En cambio, la Política social anglosajona es inductiva, partiendo de los
problemas concretos en vez de un repertorio de principios abstractos. De ello se
deduce un mayor «realismo sociológico» de esta última: «la Política social anglo-
sajona, escribe Rodríguez, se muestra particularmente realista»54. Por otro lado,
mientras que la Política social anglosajona tiende al conservadurismo reformista,
la germánica, montada sobre ciertos ideales «invita a destruir todo lo existente
para tratar después de construir una realidad con arreglo a aquellos principios
ideales»55. Moix, que aspiraba a «replantear ab initio un concepto tan debatido,
vidrioso y esquivo» como la Política social 56, reconocía que en España sólo se
había constituido científicamente una Política social de tipo germanizante.
Ahora bien, el desarrollo del Estado del bienestar en España ponía de manifiesto
una grave contradicción doctrinal, pues «no parece congruente admitir por un
lado la existencia de la Política social anglosajona e ignorarla, por otro, a la hora
de formular el concepto de Política social»57.
Desde una perspectiva superadora del dualismo antecedente, la Política social
es «toda acción organizada o profesional, ejercida sobre el individuo o sobre la
comunidad o sobre ambos a la vez, que afecte directa o inmediatamente a la
posibilidad del libre perfeccionamiento y desarrollo integral del hombre, es decir,
a la posibilidad de su plena y libérrima realización personal, que es en lo que se
cifra el imperativo de la justicia social»58. Su origen, en su opinión, es similar al
apuntado por Rodríguez: el «contraataque a las teorías normativas de la Eco-
nomía política»59. Si para el maestro la Política social quedaba determinada por
la proximidad con los instrumentos jurídicos de la reforma social, para Moix
resulta imperativo avecindar la Política social en el terreno de la sociología60. ¿A
qué se debe la difusión contemporánea de la Política social como Social Welfare?
Si durante décadas la Sozialpolitik se vio impulsada por el prestigio de la ciencia
alemana, que hizo de ella un objeto imitable en la mayoría de países europeos,
después de la Guerra mundial II se convirtió en factor de difusión del nuevo
estilo la victoria aliada en la contienda y las recomendaciones de la Organización
de las Naciones Unidas. Se entiende así que, en una perspectiva internacional, la
Política social anglosajona aparezca contemplada en las regulaciones de la Orga-
nización Internacional del Trabajo61.

54 Vid. F. Rodríguez, op. ult. cit., p. 438.


55 Vid. F. Rodríguez, op. ult. cit., p. 438.
56 Vid. M. Moix, De la política social al bienestar social, p. 93.
57 Vid. M. Moix, op. ult. cit., p. 101.
58 Vid. M. Moix, op. ult. cit., pp. 130-131.
59 Vid. M. Moix, op. ult. cit., p. 137.
60 Vid. M. Moix, op. ult. cit., p. 6.
61 Vid. M. Moix, «¿Cómo se entiende hoy la política social? Consideraciones críticas», Cuadernos de Tra-
bajo social, nº 1, 1988, p. 85.

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1

H acia una Teoría de la Política Social

L a política social es, ante todo, una actividad humana. Producto histórico de
la Razón de Estado y la neutralidad como principio de la forma estatal, consti-
tuye un hacer circunstancial, resultado del genio político del siglo xix que se sigue
proyectando sobre el xxi. Precisamente por tratarse de un hacer se puede desa-
rrollar una teoría dialéctica de la Política Social. Ello permite abordar su estudio
como una mediación histórica. Ya se ha señalado aquí: conviene examinar la
Política social como una mediación entre la política y la economía. El complemento
de esta teoría fenomenológica de la Política social es una praxiología política, es
decir, una teoría de la acción político-social.

1. La Política social como una teoría de la mediación social

Una de las aproximaciones a la Política social más originales de los últimos años
ha sido la de Julien Freund. Su conceptualización de las «doctrinas socia-
les» ofrece la posibilidad de recuperar algunas lecciones olvidadas de la Política
social, entendida, en cualesquiera de sus manifestaciones, como una actividad
de la mediación y un pensamiento de las ordenaciones concretas. En este sentido,
no parece casual que la primera vez que apareció registrado el uso de la locución
soziale Politik (1854) fuese para subrayar que la misma se configura a partir de
la bürgerlichen Gesellschaft (sociedad civil o económica) y la politischen Gesellschaft
(sistema político). En este sentido, también el mercado se nos presenta como
una de las magnas mediaciones operadas en la realidad social por el pensamiento
social. Aunque esta puede tomarse como una afirmación problemática, dado el
influjo de la leyenda sobre las supuestas leyes naturales del mercado (Paleolibera-
lismo), no puede pasarse por alto que el mercado es siempre una tarea (Aufgabe) de

 Vid. W. H. Riehl, op. cit., p. 5.

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naturaleza política y jurídica. Es la idea del mercado como mediación y empresa
política, según la ha entendido el ordoliberalismo. En último análisis, lo social
como un nuevo sector de la vida colectiva e instancia mediadora no sólo permite
plantear nuevamente, y de una forma orgánica, la historia social toda del siglo
xix, sino que también facilita empeños más modestos; por ejemplo, la revisión
crítica de la misión del Estado social, forma política tardoestatal, acaso la forma-
límite del Estado moderno.
En esencia, la Política social como mediación nos remite a un esquema feno-
menológico básico: la dialéctica entre la política y la economía. Esta dialéctica
o conflicto presenta matices diferentes según las épocas. Así, los años de radical
contraposición (situación prerrevolucionaria que condujo a 1848) se alternan con
etapas pacíficas (la de la monarquía de la reforma social en el siglo xix y la década
corporativa –1930– del siglo xx). A partir de este dato de la experiencia lazó
Freund una teoría general de la Política social.
Según Julien Freund lo económico y lo político son dos «esencias», a cuyo
estudio consagró dos de sus obras más importantes. Como campo pragmá-
tico, podría decir Ortega, fundado en la naturaleza humana, las esencias están
determinadas por su propia donnée o antecedente. Así, la sociabilidad natural del
hombre determina ontológicamente la condición política del ser humano. Pues
estando el hombre abierto a los demás, debe forzosamente organizar la convi-
vencia, tiene por tanto que ser político. La realidad natural de lo económico, sin
embargo, es muy distinta, pues presupone la menesterosidad del ser humano y el
carácter necesitado de su naturaleza.
Ambas esencias son «eternas», en el sentido de que mientras la naturaleza humana
persista, el hombre no podrá dejar de ocuparse de ordenar la convivencia humana
y satisfacer sus necesidades. La cuestión, entonces, resulta ser la siguiente: ¿existe
una forma ideal o perfecta de satisfacer las exigencias de lo político y lo econó-
mico? Freund creía que esta pregunta plantea mal la cuestión, pues el problema
que hay que resolver no es el de la ciudad o la economía ideales, sino el de una
ciudad y una economía a la altura de los tiempos, según las posibilidades dadas
por la situación histórica concreta.
Según Freund, si bien nunca dio realmente este asunto por zanjado, pues el
pensamiento no descansa, los presupuestos de lo político son tres: la dialéctica

 Vid. F. Böhm, Die Ordnung der Wirtschaft als geschichtliche Aufage und rechtsschöpferische Leistung. Stutt-
gart y Berlín, Kohlhammer, 1937; del mismo, Wirtschaftsordnung und Staatsverfassung. Tubinga, Mohr,
1950.
 Vid. J. Donzelot, L’invention du social. Éssai sur le déclin des passions politiques. París, Seuil, 1994,
passim.
 Vid. J. Conde, Teoría y sistema de las formas políticas. Granada, Comares, 2006, espec. pp. 68-74.
 Vid. J. Freund, L’essence du politique. París, Sirey, 1987, y L’essence de l’économique. Estrasburgo, Presses
Universitaires de Strasbourg, 1993.

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mando-obediencia, la dialéctica público-privado y la dialéctica amigo-enemigo.
La naturaleza de lo económico, por otro lado, comporta principios formales de
muy distinta naturaleza. Así, lo económico está determinado históricamente
según Freund por la mediación entre lo útil y lo perjudicial, la escasez y la
abundancia y la dialéctica, de ecos hegelianos, del señor y el esclavo que, por
cierto, hace alusión a las relaciones de dependencia que atraviesan las relaciones
económicas.
Mas el punto decisivo del razonamiento fenomenológico freundeano se alcanza
al notar que lo político y lo económico tienen razón de ser en la realización de
unos fines concretos, sin los cuales carecerían de sentido las distintas activida-
des humanas. ¿Puede entenderse el «ejercicio» de la política «por la política», o
de la economía «por la economía»? ¿No sería todo esto, como el vetusto «arte
por el arte», un mero activismo? Para Freund, el fin de lo político es el bien
común; el de lo económico, el bien estar o un «estado de relativa independencia
en la existencia, sin que ello exija demasiados cuidados con respecto a las ame-
nazas de privación que gravitan sobre la vida personal y, así mismo, sobre la de
aquellos que nos rodean» . Aunque, ciertamente, desde el punto de vista de los
fines últimos o escatológicos uno y otro tienden a la realización de la plenitud
humana –Freund insistió siempre en ello–, en la historia resulta que muchas
veces entran en conflicto los fines de lo económico con los de lo político, de
modo que lo que conviene según un punto de vista, resulta contraproducente
según el otro. Probablemente, a lo largo del siglo xix se produjo ese tipo de
situación. No era para menos teniendo en cuenta el impacto de la Revolución
francesa y la Revolución industrial. Naturalmente, existen muchas maneras de
abordar estos asuntos, pero sin duda la que aquí propongo, siguiendo a Freund,
resulta muy útil.
Al alcance de cualquiera está comprobar de qué modo la movilización y dina-
mización extraordinarias de las estructuras sociales provocadas por el industria-
lismo capitalista, causaron una profunda fractura en las naciones incorporadas
al progreso económico. Las soluciones políticas tradicionales arbitradas por la
administración de policía quedaron obsoletas en apenas cincuenta años. Era
del máximo interés «organizar el trabajo», incluso la economía toda. La política
social se originó pues en la floración de decisiones políticas sobre el destino de
lo económico. Su aspecto decisivo, tanto en la vertiente liberal como en la socia-
lista, está constituido no por la satisfacción concreta de las necesidades, pues ello
pertenece a la finalidad de lo económico, sino por la imposición coactiva de las
necesidades que deben ser satisfechas. Si desde el punto de vista económico la
política social presupone una cierta politización del tráfico económico –¿acaso
puede subsistir el mercado sin lo político y sin lo jurídico?–, según la óptica de lo

 Vid. J. Freund, L’essence de l’économique, p. 135.

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político, la política social presupone el paso al primer plano de la política inte-
rior. Esto por lo demás explica el crecimiento del Estado y la multiplicación de
sus actividades. Lo vio, sin duda, el barón Hertling cuando en su libro sobre
el derecho natural y la Política social escribía en 1893: «No hace mucho tiempo
que la palabra política designaba exclusivamente la política exterior. Las fuerzas
respectivas de los diversos Estados, sus relaciones recíprocas, amistosas o tiran-
tes, sus alianzas variables, sus proyectos y aspiraciones: tal era el objeto exclusivo
que interesaba a diplomáticos y hombres de Estado... Después el interés político
cambió de orientación, recayendo especialmente en cuestiones de orden interior,
tales como la constitución y administración del Estado, puestas al día por el
entonces llamado constitucionalismo... Poco a poco, en un principio fuera de los
círculos políticos, se habló de una cuestión social... Política social –concluye– es
el santo y seña de nuestra época».
La Política social, que depende de una voluntad política y una situación econó-
mica, tiene como presupuestos dos pares de dialécticas: riqueza y pobreza y dona-
ción y vindicación. Riqueza y pobreza no son realmente estados económicos,
sino un estado social en el que la economía desempeña cierto papel, aunque no el
más importante. Riqueza y pobreza son más bien, como vino a decir Thorstein
Veblen en su Teoría de la clase ociosa, categorías sociológicas. Por su propia cons-
titución dialéctica, el conflicto interno a este presupuesto no tiene una solución
histórica, se llame a esta justicia social o envidia igualitaria. El valor de la Polí-
tica social consiste precisamente en introducir como elemento equilibrador entre
ambas las «distribución» (de la riqueza). El segundo presupuesto dialéctico de la
política social es la donación y la vindicación. Está presente en la historia social
de formas diversas: desde la caridad más o menos secularizada a las huelgas de las
sociedades contemporáneas. La institución que media entre ambas es, a juicio de
Freund, la «solidaridad», noción fundamental inventada por Léon Bourgeois
a finales del siglo xix. La solidaridad puede ser voluntaria (mutualismo), pero
también impuesta coactivamente (progresividad fiscal). Como actividad espe-
cífica, concluía Freund, la Política social tiene una finalidad privativa que el
autor denomina «confortación», pues indirectamente implicaría tanto el bienestar
económico como la seguridad política. También posee la Política social un medio
propio: la reivindicación, una de cuyas formas extremistas, la revuelta, se rela-
ciona contemporáneamente con la huelga10.

 Vid. G. von Hertling, Política social. Madrid, Calleja, s. f. (ca. 1910), pp. 7-9.
 Vid. Th. Veblen, Teoría de la clase ociosa. México, F. C. E., 1992, p. 91.
 Vid. L. Bourgeois, Solidarité. Villanueva de Ascq, Presses Universitaires du Septentrion, 1998.
10 Un desarrollo de la teoría de J. Freund en J. Molina, La política social en la historia, pp. 149 sq.

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2. La Política social como actividad estatal

La teoría fenomenológica de la Política social debe complementarse con una defi-


nición operativa de esta rama de la acción política. Así pues, la Política social se
presenta como una actividad eminentemente estatal que, dando un carácter peculiar a
una época histórica, se realiza jurídicamente en un doble sentido: globalmente a través
de la socialización del derecho y específicamente por medio de su configuración institu-
cional a través del impuesto, la meritocracia, la negociación laboral y el aseguramiento
colectivo, en sus diferentes variantes. Corresponde ahora dar razón de todo ello.
La Política social se ha configurado históricamente como una actividad estatal.
Bien se trate de la Sozialpolitik o política social germánica, bien de la Social
Policy o política social anglosajona, todo en ella ha tendido a responder a los
patrones del Estado –en el caso del modelo anglosajón por contagio, a partir de la
Guerra mundial II, del sesgo administrativista continental y el florecimiento del
Statute Law (equivalente al Derecho administrativo continental) en los países del
Common Law–. Ahora bien, es preciso hacer dos salvedades: la primera de ellas
referida a las tentativas de una Política social no basada en las prerrogativas del
Estado. Estas abundaron en el siglo xix (el mutualismo privado), pero también
en ciertos momentos del siglo xx (el corporativismo de los años 30 y la cogestión
y la política social sindical y de empresa de los años 50)11.
En efecto, es concebible una Política social no estatista inspirada, por ejemplo, en
el cooperativismo de Blanc o, más tarde, en el movimiento corporativo. ¿Qué
hubiese acontecido de prevalecer una Política social de las corporaciones o, en un
sentido más amplio, «de la sociedad», algo en lo que coincidían originalmente
liberalismo y socialismo?12 Esta pregunta no tiene una respuesta razonable fuera
de la ucronía. Ahora bien, la situación histórica del siglo xix abocó a que la
Política social tuviera que caer en algún momento en la esfera del Estado, consti-
tuido en poder neutral. En cierto modo, el éxito de la Política social se ha debido
al usufructo del prestigio del Estado como poder neutro y pacificador. Sólo el
Estado podía erigirse en un «tercero superior», capaz de imponer ciertas reglas a
las Industrial Relations. Sólo el Estado podía «socializar» el derecho de propiedad
o juridizar el mercado y la empresa.
La actual crisis del Estado, que dura ya un siglo, parece retrotraer a sus orígenes
el problema de los sujetos de las políticas sociales: la Política social de los sindica-
tos tuvo gran importancia después de la Guerra mundial II y hasta finales de los

11 Vid. G. A. Ritter, El Estado social, su origen y su desarrollo en una comparación internacional. Madrid,
Ministerio de Trabajo y de la Seguridad Social, 1991, p. 200.
12 La crítica liberal de la Política social no es en realidad abolicionista, sino que plantea una rectificación
sobre la base de la devolución de la misma a la sociedad civil. El instrumento de esta reforma global de
las políticas sociales es el principio de la subsidiariedad.

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años 1960, pero nuevamente, una vez superada la crisis de los años 1980 (neocor-
poratismo)13, los sindicatos se presentaron como sujetos activos en el trazado de
las grandes líneas político-sociales (concertación social) y como promotores de
«políticas de formación», junto al fomento de las políticas clásicas de higiene
y seguridad en el trabajo y demás; se habla de nuevo de las políticas sociales
de empresa, si bien, con una nueva terminología (función social de la empresa,
etc.); finalmente, la misión asistencial y político-social del Estado se ha visto
desbordada a lo largo de las últimas dos décadas por la pujanza de organizaciones
privadas de todo tipo, que aspiran a llegar allí donde el Estado, o no puede llegar
o su acción resulta demasiado onerosa.
En este punto se contempla la posibilidad de políticas sociales que trasciendan el
impulso y la administración estatales. Si la Política social está ligada sustancial-
mente al Estado, la crisis de esta forma política obliga a replantear la función en
las nuevas circunstancias. En este sentido, no es raro que se produzca un cierto
malentendido que enfrenta a la Política social del Estado con el mercado, pre-
tendiendo que el predominio de este último ha de eclipsar necesariamente a la
primera. En rigor, el mercado es o, al menos, debería ser un instrumento de la
política social estatal; así pues, los abusos del mercado –entre otros, la mercan-
tilización de los derechos14 – habrían de referirse más bien a la crisis del Estado,
de cuya función neutralizadora depende la ordenación del tráfico. Por otro lado,
la crisis que arrastra el Estado de Bienestar desde mediados de los años 1970,
estudiada en casi todos sus flancos y con notable acierto por Ramón García
Cotarelo15, constituye realmente la expresión de la crisis general del Estado,
pues como «forma política vinculada a una época histórica» pertenecen a su esen-
cia este tipo de episodios16.
El verdadero desafío intelectual consiste en el trazado de las líneas de lo que
puede ser una Política social postestatal, y no meramente postwelfarista17. Indicios
de esa política hay en la generalización del principio de la gestión privada de las
políticas y los servicios sociales o en el crecimiento del llamado «voluntariado
social», canalizado por las instituciones de solidaridad voluntaria (Organiza-
ciones No Gubernamentales y demás entidades de finalidad político-social sin
ánimo de lucro); así mismo, en la extensión del viejo principio corporativo de
la subsidiariedad, de inspiración católica. Por eso tiene razón Luis Vila cuando
escribe que «un instrumento operativo –no el único– de las políticas sociales
serán los servicios sociales» y, así mismo, que «una de las filosofías y metodologías

13 Vid. R. Mishra, «El corporativismo, tercera vía», Razón Española, nº 16, 1986, y El Estado de bienestar
en crisis. Madrid, Ministerio de Trabajo y de la Seguridad Social, 1992.
14 Vid. G. Esping-Andersen, Los tres mundos del Estado del bienestar.
15 Vid. R. García Cotarelo, Del Estado de bienestar al Estado del malestar. La crisis del Estado y el problema de
la legitimidad. Madrid, C. E. C., 1990.
16 Vid. C. Schmitt, «El Estado como concepto vinculado a una época histórica», Veintiuno, nº 39, 1998.
17 Vid. M. Moix, Bienestar social, pp. 333-346.

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–no la única– para actuar en los servicios sociales, pero que los desborda, es el
trabajo social»18. En último análisis, sobre el horizonte histórico postestatal se ha
proyectado ya la cuestión decisiva: ¿podrá concebirse la Política social como ins-
tancia mediadora cuando ya no exista un poder neutral (estatal) al que imputarla?
¿Podrá seguir manteniéndose neutral una Política social que dependa exclusiva-
mente del pluralismo de los actores sociales, cada uno de ellos concentrado en la
persecución de su propio interés?

3. La Política social da carácter a una época histórica

No es necesario seguir insistiendo en la vinculación de la Política social con las


formas tardoestatales (Estado social o Estado de bienestar). Conviene remachar
sin embargo que la actividad social que nos ocupa constituye un ingrediente
esencial de una época histórica determinada. En mi opinión, según ha quedado
expuesta al principio, hubo una «época de la política social». Esta terminología
se superpone en parte con la utilizada por diversos especialistas, en un contexto
que guarda ciertas analogías con el que aquí llama mi atención. Sociólogos como
Daniel Bell19 y Alain Touraine20 se han referido a la «sociedad postindus-
trial», categoría de la experiencia histórica no exenta de trascendencia para la
Política social. Lo mismo cabría decir de la noción de la «sociedad industrial»,
categoría que puede rastrearse ya en el pensamiento de los padres de la sociolo-
gía y que, por ejemplo, alcanza una sugestiva elaboración en Raymond Aron21.
¿Qué decir del «nuevo Estado industrial» de John K. Galbraith22 y de la tec-
noburocracia y conceptos afines de muchos sociólogos de los años 50 y 60? No se
trata ahora de agotar la vasta literatura que, desde distintas fuentes, contribuyó
a saturar los saberes sobre la planificación social, la sociedad industrial, la buro-
cratización de la vida o la «revolución de los managers»23. Interesa simplemente
constatar de qué modo se relaciona la Política social con los tipos de sociedad
llamados postcapitalista y postindustrial, pues estimo que aquella ha contribuido
notablemente a la configuración de estas últimas.
Las doctrinas marxistas han sostenido reiteradamente que bien la Política social,
bien el Estado de bienestar constituyen instrumentos que han propiciado la
reproducción del sistema capitalista, sin llegar a reformarlo. Las tesis socialistas
más ortodoxas han sostenido desde antiguo que la función de las estructuras asis-

18 Vid. L. Vila, «Política social europea», en C. Alemán Bracho y J. Garcés Ferrer, Política social. Madrid,
McGraw Hill, 1998, p. 105.
19 Vid. D. Bell, El advenimiento de la sociedad postindustrial. Madrid, Alianza Editorial, 1970.
20 Vid. A. Touraine, La sociedad postindustrial. Barcelona, Ariel, 1973.
21 Vid. R. Aron, Dix-huite leçons sur la société industrielle. París, Gallimard, 1970.
22 Vid. J. K. Galbraith, El nuevo Estado industrial. Barcelona, Ariel, 1970.
23 Vid. J. Burnham, La revolución de los directores. Buenos Aires, Sudamericana, 1967.

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tenciales consiste en impedir el desencadenamiento de la crisis final del modo de
producción capitalista. Por otro lado, es cierto que en el plano político se atribuye
a Bismarck el ardid de recurrir a la política del seguro obrero para contener los
excesos revolucionarios de la socialdemocracia germánica. Estas tesis, especial-
mente en su acepción económica, han debido ser una y otra vez revisadas, pues la
prevista crisis nunca llegaba, al menos en los términos de la teoría marxista de la
acumulación de capital. Desde luego, los Treinta años gloriosos, por usar una frase
consagrada por la literatura francesa 24, dejaron muy atrás las cábalas del volun-
tarismo económico marxista. Pero mucho antes, el revisionista socialdemócrata
Eduard Bernstein ya fue consciente de la mejora de la condición obrera a con-
secuencia del aumento de la productividad capitalista y de las medidas sociales
adoptadas por algunos gobiernos conservadores25.
Sea como fuere, no resulta posible separar la Política social y sus efectos media-
dores del desarrollo del sistema capitalista, incluidas sus profundas depresiones.
Desde este punto de vista, el keynesianismo no es sino una versión de la polí-
tica social con unas peculiaridades económicas muy acentuadas. Precisamente a
partir de categorías del análisis keynesiano elaboró James O’Connor su demole-
dora crítica de lo que llamó el Estado bélico-asistencial (Welfare-Warfare-State).
En su famoso libro de 197326, una crítica del Estado post-capitalista, O’Connor
insistía en que el crecimiento del sector estatal, del que forman parte las políticas
sociales, constituye la condición indispensable para la expansión capitalista.
La idea de la sociedad postindustrial, para bien o para mal, también está íntima-
mente ligada con la política social o, cuando menos, con una interpretación par-
ticular de la misma. Del paisaje de este tipo de sociedad forma parte la noción del
«poder compensador» desarrollada por Galbraith. Esta idea opera ciertamente
como principio rector de la Política social, al menos en el terreno de la ordenación
de las relaciones laborales o industriales. El desarrollo de ese poder compensador
ha determinado por ejemplo la neutralización de los conflictos laborales, pues
en esencia aquel consiste en la habilitación gubernamental de los instrumentos
necesarios –v. gr. negociación colectiva– para que sea posible compensar el predo-
minio de un actor determinado sobre el mercado. Escribe Galbraith: «El poder
sobre un lado del mercado crea a la vez la necesidad y la perspectiva de recom-
pensa del ejercicio del poder compensador de otro lado»27. Cuando el fomento de
esa especie de contrapoder social produce buenos resultados, puede pretenderse
legítimamente, como hace el autor, que esta actividad se convierta «en la función

24 Vid. J. Fourastié, Les Trente Glorieuses ou la Révolution invisible de 1946 à 1975. París, Hachette, 1998.
25 Vid. E. Bernstein, Socialismo democrático. Madrid, Tecnos, 1990.
26 Vid. J. O’Connor, La crisis fiscal del Estado. Barcelona, Península, 1981.
27 Vid. J. K. Galbraith, Capitalismo americano. El concepto del poder compensador. Barcelona, Ariel, 1968, p.
165.

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(de política) interior más importante del Gobierno»28. Mas no es esta, ni de lejos,
la única vertiente desde la que se pueden abordar los problemas sociales del sis-
tema industrial. El propio Galbraith incursiona también en la sociedad post-
industrial a partir de la noción de «nuevo Estado industrial»; incluso se ocupa del
«productivismo», mal inherente a la sociedad del consumo29.
Galbraith, curiosamente, no se refería ni a la política social en sentido estricto
ni a la sociedad postindustrial, sin embargo, los estadios de la mentalidad con-
sumista que se describen en su obra resultan todavía pertinentes30. Otros escrito-
res sí se han dedicado expresamente a la sociedad postindustrial, especialmente
aquellos que han desarrollado este concepto: Daniel Bell y Alain Touraine.
Si fuese preciso detenerse en un único concepto relevante para la Política social
extraído de la obra y el pensamiento de Bell, sería sin duda en su idea del «hogar
público», cuya dimensión mediadora hace pensar en las posibilidades de superar
algunas de las «contradicciones culturales del capitalismo». En efecto, sugiere
Bell que el «hogar público» ha de operar la reconciliación entre el liberalismo
individualista y el comunitarismo propio de la idea de la administración social 31.
Por lo demás, se trata de una idea que toma de la tradición hacendística y se
refiere a la formalización de un espacio público configurado para la satisfacción
de las necesidades sociales. Tiene mucho interés examinar cómo se ha ido enri-
queciendo dicho concepto.
En su opinión, «el hogar público (a diferencia del mercado, que sirve a diversos
deseos privados) ha existido siempre para satisfacer necesidades comunes, para
brindar bienes y servicios que los individuos no pueden comprar por sí mismos,
por ejemplo, la defensa militar, caminos, ferrocarriles, etc. Pero en los últimos 40
años se ha transformado, por su dedicación a tres nuevas tareas»32. Concretamente
se refiere el autor al establecimiento de una política económica normativa a raíz
de la gran depresión de 1929; en segundo lugar, menciona el desarrollo científico-
tecnológico como una tarea gubernamental («pública») a partir de los años 1950
y, por último, la consagración como parte del monopolio gubernamental de la
«intervención en la política social normativa». Esto último implicaría para Bell,
si bien la opinión común ha variado al respecto, el compromiso estatal de «corre-
gir la influencia de todas las desigualdades económicas y sociales»33. Ahora bien,
la idea del hogar público, en virtud de la generalización del modelo democrático,
ha sufrido un importante desgaste, pues la lucha electoral ha desplazado el logro

28 Vid. J. K. Galbraith, op. ult. cit., pp. 179, 188.


29 Vid. J. K. Galbraith, La sociedad opulenta. Barcelona, Ariel, 1969.
30 Vid. J. K. Galbraith, La cultura de la satisfacción. Barcelona, Ariel, 1993. Uno de los mejores ensayos
sobre la sociedad de consumo en la reciente literatura es el de Carlo Gambescia, Il migliore dei mondi
possibili. Il mito de la società dei consumi. Roma, Settimo Sigillo, 2006.
31 Vid. D. Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo. Madrid, Alianza Editorial, 1977, p. 170.
32 Vid. D. Bell, op. ult. cit., p. 213.
33 Vid. D. Bell, op. ult. cit., p. 214.

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del interés general en beneficio de los fines particularistas. A partir de premisas
hasta cierto punto análogas se desarrolló la Escuela de la elección pública, cuya
aportaciones no puede desconocer la Política social34.
Llama particularmente la atención la importancia que tiene el plano de lo cultural
en la teoría de Bell, pues lo que él denomina contradicciones ofrece una sugestiva
pista para el estudio de las relaciones entre la cuestión social y la cuestión cultu-
ral. Muy claro resulta en este sentido el sociólogo francés Alain Touraine, pues
en la introducción de su famoso libro sobre La sociedad industrial advertía neta-
mente en 1969 que «las luchas propiamente sociales se hallan en vías de resultar
sustituidas por revoluciones culturales»35.

4. La Política social se realiza jurídicamente

Con independencia de la amplitud del concepto que de la Política social se


maneje («residual», «logro personal-resultado laboral», «institucional-redistribu-
tivo»36) es claro que la Política social siempre se ejecuta mediante instrumentos
de naturaleza jurídica. Tanto la Política social en su acepción original, próxima a
la idea de una política jurídica laboral, como las políticas sociales de la sociedad
del bienestar, tienen una fundamentación jurídica, la cual determina, quiérase o
no, la institucionalización de su repertorio de medidas y su ulterior desarrollo.
Ofrece pues la Política social una triple dimensión jurídica. En primer lugar, el
consabido desarrollo de la legislación laboral y de la Seguridad social. A conti-
nuación, la importancia del derecho de los servicios sociales. Finalmente, también
pertenece al espíritu jurídico de la Política social un plano mucho más difuso,
pero de enorme trascendencia: me refiero concretamente a lo que se denomina
la «socialización» de ciertos sectores del derecho, distribuidos en distintas ramas
del ordenamiento.

a) Política social y Derecho social


No puede desconocerse que los orígenes de la Política social son inseparables de
la regulación del trabajo humano dependiente, así como de las medidas adopta-
das para proteger al trabajador y su familia de determinados riesgos y contingen-
cias sociolaborales. Naturalmente, la dimensión político-social del Derecho del
trabajo, no se agota en el instituto contractual laboral, sino que se prolonga en
un buen número de medidas (formación profesional, políticas activas de empleo,

34 Vid. James M. Buchanan, Economía constitucional. Madrid, I. E. F., 1993.


35 Vid. A. Touraine, op. cit., p. 21.
36 Vid. R. M. Titmuss, op. cit.

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determinaciones de tipos contractuales específicos para la promoción del empleo,
etc.) que contribuyen en última instancia a la realización de los postulados de la
justicia social y de la igualdad de oportunidades. No debe extrañar, por tanto,
que el Derecho del trabajo, a pesar del formalismo que exige su propia contextura
jurídica, presuponga siempre una mirada que va más allá del derecho estricto,
conectando, por ejemplo, con las grandes preocupaciones de la política social de
tipo keynesiano, atenta como se sabe al objetivo del pleno empleo.
También el Derecho de la Seguridad social, en el que reposa una de las partes
más sustanciales de las políticas sociales de los Estados de bienestar modernos,
desborda los límites del ordenamiento positivo; buena prueba de ello es que
los sistemas de la Seguridad social constituyen el centro de algunos de los más
importantes debates ideológicos (transferencia y solidaridad generacional frente
a capitalización personal; la Seguridad social como uno de los derechos esencia-
les de la ciudadanía social), económicos (sostenibilidad del sistema, ampliación
del campo de aplicación del sistema, integración de los niveles asistenciales) o
demográficos (envejecimiento de la población, encuadramiento de los trabajado-
res emigrantes) de nuestro tiempo.

b) Política social y Servicios sociales


Un cierto «voluntarismo de lo social» ha hecho que durante algún tiempo se haya
considerado casi infranqueable la frontera de lo jurídico, ámbito del que parecían
quedar excluidos los servicios sociales. Se diría que para algunos escritores la
juridización presuponía una transacción, hasta cierto punto inaceptable, entre
los ideales (igualitarismo, justicia social, redistribución de la riqueza, integración
social) y las exigencias de una realidad en la que debe operar el compromiso
materializado por el Derecho. Este aspecto de la cuestión tiene sin duda expli-
caciones históricas, referidas esencialmente al carácter residual de las medidas de
asistencia social o beneficencia pública. Pero además, desde el punto de vista de
la teoría jurídica, podría argumentarse que esa situación, no-jurídica tan sólo en
apariencia o en intención, era producto, en cierto modo, de la inexistencia de un
sólido concepto de la idea de los derechos públicos subjetivos aplicados al ámbito
de los servicios sociales. En efecto, puede decirse que este tipo de derechos son
una elaboración relativamente reciente –en el sentido de los derechos sociales
de ciudadanía37– y presuponen la superación concreta de la época en la que las
prestaciones y la asistencia públicas casi eran consideradas concesiones graciables.
Pero incluso en el supuesto de la dádiva pública, la beneficencia estaba fundada
sobre un conjunto de disposiciones normativas y en los correspondientes actos

37 Sobre estos: José Luis Monereo, «La política social en el Estado de bienestar: los derechos sociales de
ciudadanía como derechos de desmercantilización», Revista de Trabajo y Seguridad Social, nº 19, 1995.

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administrativos. Había a este respecto una suerte de Derecho administrativo del
Estado asistencial.
En la actualidad, el vasto aparato normativo de los servicios sociales abarca así
mismo una nueva e importante rama del ordenamiento jurídico, cuya naturaleza
constituye un mixtum del Derecho de la seguridad social, el Derecho adminis-
trativo y el Derecho de la asistencia social tradicional. Teniendo en cuenta que
los servicios sociales, como instituto jurídico, son uno de los medios de la Política
social, tal vez convenga apuntar de una vez hacia su formalización y consolida-
ción como saber jurídico especializado38. Ello exige que se manejen conceptos
precisos como el de la «procura existencial», presupuesto para Ernst Forsthoff
de todo análisis del Estado social39.

c) La socialización del derecho como un aspecto de la Política social


Decía el civilista José Castán que la «idea de socialización va muy ligada al
concepto de la Política social. Si esta acusa una tendencia y un movimiento en
sentido social, la socialización significa el fenómeno a que aquella da lugar: la
realización de tales tendencias e impulsos»40. A esta idea, muy presente en la
opinión común jurídica desde finales del siglo xix (socialismo jurídico alemán;
corriente sociológico-jurídica italiana)41, no siempre se le ha dado la importancia
que en efecto tiene desde el punto de vista de la Política social. El concepto de
reforma del Derecho público y privado que implica constituye un instrumento
social de la Política social como Gesellschaftspolitik o política configuradora de
las relaciones societarias. La transformación progresiva de los ordenamientos,
«basándola no en la noción de individuo aislado, sino en la del individuo unido a
los demás por lazos de solidaridad familiar, corporativa y humana»42, constituye
desde el punto de vista por mí adoptado uno de los grandes éxitos de la Política
social. En este sentido, la Política social ha desbordado sus límites laborales y
asistenciales originales, imprimiendo un sesgo particular en importantes sectores
del ordenamiento. Lo cual, por cierto, concuerda plenamente con la tesis, vatici-
nada por Hertling, de que en el siglo xx numerosos sectores de la política inte-
rior se han transformado en expedientes de política social. Este desplazamiento
de los fines ha afectado a la mayoría de las instituciones sociales tuteladas por el

38 Vid. Bernardo Gonzalo y José María Alonso, La asistencia social y los servicios sociales en España. Madrid,
BOE, 2000.
39 Vid. Ernst Forsthoff, Sociedad industrial y administración pública. Madrid, E. N. A. P., 1967, p. 21.
40 Vid. José Castán, La socialización y sus diversos aspectos. Madrid, Reus, 1967, p. 6.
41 Vid. J. L. Monereo, «Derechos sociales y Estado democrático social en Anton Menger», en Anton
Menger, El derecho al producto íntegro del trabajo. El Estado democrático del trabajo. Granada, Comares,
2004. También de Monereo: «Reformismo social y socialismo jurídico», en A. Menger, El Derecho civil
y los pobres. Granada, Comares, 1998.
42 Vid. J. Castán, op. cit., p. 21.

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Estado, que han visto ampliada su «misión social». Un ejemplo llamativo es el de
la Universidad, que desde una perspectiva política debe justificarse no sólo por la
transmisión del saber, sino por la realización de una tarea social.
Es precisamente la difusión del espíritu social en el derecho lo que permite ofrecer
una visión institucional de la Política social, pues su configuración jurídica da lugar a
una serie de «estructuras» o «realizaciones» presentes en la mayor parte de los siste-
mas político-sociales avanzados. Esto nos lleva a recalcar la dimensión institucional
de toda Política social, concretada en una gavilla de «instituciones político-sociales».

5. La Política social tiende a estructurarse institucionalmente

La configuración institucional de la Política social tiene una clara inspiración


jurídica, pero sin dejar por ello de reclamar la conexión política y económica de
aquella. A continuación se tematizan las grandes instituciones de Política social.
Su esquematismo, coherente con los objetivos de estas páginas, tiene la virtud de
que todas las políticas sociales particulares pueden reconducirse, de una forma u
otra, a alguna de las instituciones que aquí se refieren: el impuesto, la meritocra-
cia, la negociación laboral y las medidas de aseguramiento colectivo.

a) El impuesto
El impuesto es, antes que nada, una manifestación del poder estatal. Hasta
cierto punto el jus fisci no es sino una de la expresiones de la soberanía. En este
esquema, la idea del impuesto se presenta bajo dos fórmulas. La primera es el
«impuesto progresivo», que en la perspectiva aquí adoptada constituye un ins-
trumento esencial para toda Política social. Al menos en el sentido de que de él
depende el allegamiento de los medios económicos para la realización de las más
diversas políticas sociales. Complemento indispensable de esta variedad fiscal es
el sistema de «exenciones, regulaciones y bonificaciones» que permitían a R. M.
Titmuss hablar del «sistema del Bienestar fiscal» 43. Gran importancia ha adqui-
rido también durantes los últimos veinte años el impuesto negativo. Aunque no
es una institución novedosa, su importancia todavía no ha sido reconocida en
toda su extensión, pues subsisten ciertas confusiones. De entrada, esta forma del
impuesto se asimila generalmente y exclusivamente a las transferencias de renta
desde el Estado hacia los particulares. Pero existe una acepción alternativa a esta
forma invertida de fiscalidad.
En efecto, una parte del pensamiento neoliberal se refiere al impuesto negativo
como una medida cuya implantación general contribuiría a la racionalización del

43 Vid. R. M. Titmuss, op. cit., pp. 191-194.

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gasto social. Consistiría, según escritores como M. Friedman, en una transfe-
rencia neta de renta a quienes reuniesen ciertas condiciones, con la particularidad
de que esa renta constituiría una alternativa general a la provisión pública de
los fondos necesarios para el mantenimiento de la administración social. Según
esta tesis, la institución de semejante impuesto tendría la virtud de introducir la
competencia en el «mercado» de los servicios sociales, dejando a los ciudadanos
la libertad de elegir44. Este sistema, que ha alcanzado mayor desarrollo teórico en
el plano del llamado «bono escolar», recibió importantes reparos. Sin embargo,
este impuesto negativo presenta evidentes similitudes conceptuales con la idea,
más próxima al pensamiento socialdemócrata, de las «rentas mínimas de inser-
ción», cuya finalidad es lograr la integración social por medio de transferencias
de rentas bajo determinadas condiciones.

b) La meritocracia
También la meritocracia puede considerarse una institución básica de toda Polí-
tica social. Abona esta tesis la constatación de la importancia original que la edu-
cación tuvo en el reformismo social decimonónico. Ahora bien, una visión amplia
de la meritocracia la conecta con diversas instituciones sociales responsables, en
última instancia, de habilitar las condiciones del desarrollo personal, no sólo en
un sentido material, sino también espiritual. Naturalmente, el reconocimiento
del derecho al trabajo, que debe correr parejo a la garantía de la libertad de profe-
sión y empresa, constituyen puntales básicos del desarrollo personal. Bastará aquí
con resaltar su conexión con las posibilidades de mejora de las «condiciones de
partida» que ofrece una sociedad a los individuos que la integran. Haré empero
mención especial de dos instrumentos muy señalados de la Política social: la polí-
tica pedagógica, de la que es parte la política educativa; y el sistema de la oposi-
ción pública, consecuencia del desarrollo de la participación democrática.
Lo que podríamos llamar «política pedagógica» no ha recibido últimamente una
atención específica por parte de los especialistas de la Política social. Esto resulta
ciertamente sorprendente, pues el recurso a la pedagogía para la emancipación de
las clases dependientes constituye una constante del pensamiento social. Así, resulta
connatural a los estudios pedagógicos la referencia directa o indirecta a la educación
como remedio social o principio de la reforma social, operante en una doble dimen-
sión: la construcción o, en su caso, reforma del hombre interior (educación) y la escola-
rización, normalmente obligatoria, con vistas al adiestramiento y la instrucción.
Indudablemente, la educación aporta al bienestar meramente material una dimen-
sión psicosocial que nunca debería perderse de vista45. La intervención en situa-

44 Vid. Milton y Rose Friedman, La libertad de elegir. Barcelona, Planeta-Agostini, 1993, pp. 170-176.
45 Vid. Antonio Gorri Goñi, «Política social y educación», en C. Alemán Bracho y J. Garcés Ferrer, op.
cit., p. 272.

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ciones concretas –integración de minorías y discapacitados físicos o psíquicos y
situaciones análogas– probablemente acentúa el perfil psicológico de la inter-
vención político-social. De la misma manera, la conceptualización de la escuela
como elemento esencial de la meritocracia en la que Peter F. Drucker ha lla-
mado «sociedad del saber» 46, acentúa el perfil sociológico de la Política social, lo
que, en última instancia, no la deja exenta de las críticas que hacen hincapié en la
reproducción de los modelos hegemónicos. En este sentido, siguen manteniendo
parte de su interés los estudios de Carlos Lerena, particularmente su Escuela,
Ideología y Clases sociales en España 47.
Mas debe contarse aquí también, aunque pueda causar sorpresa, con la inclusión
del sistema de la «oposición pública» entre las instituciones de la Política social.
No cabe duda de que primariamente estamos hablando de una institución esen-
cial del Derecho público, pues es el instrumento al que recurren los países de
administración continental (francogermánica) para la provisión de los puestos de
servidores de lo público. Ahora bien, la racionalidad burocrática de este sistema
de reclutamiento de personal sirve también a otros fines, pues sus efectos tras-
cienden la mera selección de los más capacitados técnicamente. El propio Weber
era consciente de la inevitabilidad de las «transposición de los fines de las organi-
zaciones burocráticas». En efecto, la racionalidad del reclutamiento burocrático
se ha convertido, sobre todo después de la Guerra mundial II, en un sistema de
ascenso social de los más capaces, con independencia de la adscripción social de
partida. Precisamente por eso aparece consagrado en las constituciones continen-
tales el principio del mérito y la capacidad como criterio básico de selección.
No es este el lugar para tratar del impacto sociológico de la oposición pública,
pues ello exigiría un estudio de amplias series temporales que está todavía por
realizar. Sin embargo, me parecen dignas de mención dos circunstancias, muy
expresivas de la situación actual del sistema de oposición pública. Por un lado, es
cierto que este sistema ha sido especialmente sensible a las dificultades de las per-
sonas discapacitadas, habilitándose un cupo especial que facilite su incorporación
–porcentaje mínimo reservado en cada oposición para quienes acrediten cierto
nivel de minusvalía–. Por el otro lado, sin embargo, parece operarse de manera
contraria a la objetividad de este sistema, al que se acusa –sobre todo los parti-
darios de la radical privatización de la gestión pública– de rigidez e ineficiencia.
Así, con el fin de evitar estos vicios, se postulan sistemas de selección más flexi-
bles. Pero ello supone por regla general la destrucción del principio del mérito48.

46 Vid. P. F. Drucker, La sociedad postcapitalista. Barcelona, Apóstrofe, 1993.


47 Barcelona, Ariel, 1976.
48 Por otro lado, la decadencia de la meritocracia es un indicio inequívoco del menoscabo sufrido por la
neutralidad en el Estado de partidos.

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c) La negociación laboral
No podría faltar en esta relación de instituciones político-sociales la referencia a
los grandes institutos jurislaborales, a los que me referiré en una exégesis mínima,
por corresponder su estudio a los tratados de Derecho social. En cualquier caso,
me parece importante recalcar que la institucionalización de este tipo de relacio-
nes de negociación y conflicto viene a reforzar la tesis de la vindicación como un
recurso de la Política social.49
La primera especie de negociación laboral es la individual, instituida a través del
contrato de trabajo. Constituye el Derecho del trabajo, centrado en ese instituto,
un claro ejemplo de la dimensión transaccional del derecho, pero también del
carácter mediador de la Política social. El convenio colectivo es la segunda espe-
cie de negociación laboral. Su misión es la ampliación del ámbito de la negocia-
ción individual, facilitando la adopción de medidas globales con las que alcanzar
la llamada «paz laboral». En cualquier caso, nada excluye que el convenio colec-
tivo integre lo que se podría denominar medidas de Política social de empresa o
sindicales. La experiencia de la concertación social en Austria, España (Pactos
de la Moncloa de 1977 y acuerdos de concertación de los años 80), Italia y otros
países ha demostrado las elevadas cualidades de la negociación colectiva como
gran instrumento de Política social y económica nacional 50. La última forma de
la negociación laboral es el llamado conflicto colectivo (huelga y cierre patronal).
Se trata pura y simplemente de medidas de presión.

d) El aseguramiento colectivo
A pesar del posible equívoco semántico, la expresión «aseguramiento colec-
tivo» puede y debe ser tomada en un sentido institucional, pues como actividad
humana se presenta históricamente revestido de ciertas fórmulas recurrentes, que
los especialistas agrupan en torno al concepto de la previsión. La dimensión feli-
citaria implícita en toda política social exige que sean tenidos en cuenta determi-
nados instrumentos político-sociales de los que muchas veces depende la seguri-
dad personal y familiar. Me refiero, si bien la lista no es exhaustiva y está sujeta a
revisión y ampliación, a la Seguridad social y las políticas sanitaria y urbanística
en su sentido más amplio.
La Seguridad social, desarrollada desde el siglo xix a partir de la técnica del
seguro privado, ha adquirido su actual relevancia gracias al famoso informe de
Lord Beveridge. Con él se convierte la Seguridad social en uno de los pilares

49 Vid. supra, p. 54.


50 Vid. R. Mishra, «El corporativismo, tercera vía», loc. cit.

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de toda Política social estatal. Su sintonía plena con los objetivos de las políticas
económicas keynesianas es característica de una etapa del Estado social 51.
También la política sanitaria forma parte, a no dudarlo desde época muy tem-
prana, de la Política social52. En su conceptualización concurren, además de los
saberes médicos, los políticos, económicos y jurídicos. No en vano los llamados
Sistemas Nacionales de Salud se inspiran en principios como la promoción de
la salud, la prevención, la educación para la salud, la gratuidad de la asistencia
sanitaria y la suficiencia de las prestaciones farmacéuticas. El desarrollo de los
sistemas sanitarios modernos ha tenido lugar en aluvión, proceso que ha deter-
minado algunos de sus problemas principales, como los desajustes entre los dis-
tintos niveles del sistema. En cualquier caso, una Política social con perspectivas
de futuro debe hacerse eco de los grandes retos de las políticas sanitarias, entre
los que cabría contar con la tendencia a la universalización de las prestaciones
(con la eventual inclusión de los inmigrantes y de los llamados grupos socialmente
excluidos), el rápido envejecimiento de la población o la cronificación de ciertas
enfermedades –algunas de ellas relativamente nuevas– que suponen un impor-
tante volumen de gasto.
El planeamiento urbano tiene también hondas raíces político-sociales, pues la
configuración de la ciudad ha atraído siempre al pensamiento social. Hacer de las
ciudades lugares habitables y saneados constituyó uno de los grandes retos para
los reformistas sociales del cambio de siglo. A ese contexto de preocupaciones
sociales, culturales e higienistas pertenecen las ideas de la «ciudad-jardín». En
la perspectiva actual, el urbanismo sigue teniendo una trascendencia social deci-
siva, pues determina, entre otros aspectos de la vida urbana, la distribución de
los equipamientos públicos (desde los jardines y zonas verdes hasta los centros de
ocio, de salud y otros). En estrecha relación con el urbanismo, el siglo xx ha visto
constituirse, aunque con altibajos, la idea de una «política social de vivienda»53,
que en España arranca con las políticas de «casas baratas», consolidadas a partir
de los años 1920. De la importancia político-social de la vivienda habla suficien-
temente la creación en 1956 del Ministerio de la Vivienda, bajo la Dictadura del
General Franco, y su oportunista reintegración en 2004. En última instancia, el
acceso a la vivienda no es otra cosa que la expresión más importante del acceso a
la propiedad como principio de una determinada concepción de la Política social.
La vivienda propia, decía Röpke, constituye un dique contra la proletarización.

51 Vid. J. L. Monereo Pérez, M. Monereo Pérez y C. Ochando Claramunt, «Keynesianismo y políticas


económicas y sociales: una aproximación crítica a las políticas de empelo», Sistema, nº 155-156, 2000,
p. 108.
52 Vid. C. Alemán Bracho y M. García Serrano, «Política social y salud», en C. Alemán Bracho y J.
Garcés Ferrer, op. cit., p. 212.
53 Vid. Pedro Sánchez Vera, «Política social y vivienda», en C. Alemán Bracho y J. Garcés Ferrer, op. cit.

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1

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1

Index Onomasticum

Hans Achinger 38, 68 Lothar Böhnisch 38, 68


Carmen Alemán Bracho 57, 64, 67, 68, Efrén Borrajo Dacruz 5, 13, 46, 68
70, 73 Tom Bottomore 44, 45, 54, 69, 71
Jaime Algarra y Postius 10 Léon Bourgeois
José Mª Alonso 62, 70 James M. Buchanan 60, 69
Manuel Alonso Olea 13 A. Burghardt 38, 69, 71
Plácido Álvarez Buylla y Lozano 10 James Burnham 57, 69
Aristóteles 27
Helmut Arnold 38, 68 José Calvo Sotelo 11
Raymond Aron 57, 68, 78, 79 Ramón Carande 33, 69
T. S. Ashton 16, 70 Francisco de Casso y Fernández 10
Gumersindo de Azcárate 10, 11, 33, 69 José Castán Tobeñas 12
Pablo de Azcárate y Flores 10 Fernando Mª Castiella 11
José Castillejo Duarte 11
Gerhard Bäcker 39, 68 Amando R. Castroviejo Nabajas 11
Frédéric Bastiat 23 Auguste Comte 19, 24
Gaspar Bayón Chacón 13 Javier Conde García 52, 69, 77, 78
Daniel Bell 74
Hilaire Belloc 22, 68 Rafael Díaz Aguado y Salaberri 11
Alain de Benoist 24, 68 Luis Díez del Corral 13
Francisco Berns y Carrasco 10 P. P. Donati 43, 69
Eduard Bernstein 58, 68 Juan Donoso Cortés 16, 19, 69
William H. Beveridge (Lord) 66 Jacques Donzelot 52, 69
Otto von Bismarck 58 Pierre Drieu la Rochelle 15
Reinhard Bispinck 39, 68 Peter F. Drucker 65, 69
K. Blakemore 43, 68
Louis Blanc 22-24, 28-30, 55 Luigi Einaudi 21, 69
Franz Böhm 52 Tomás Juan Elorrieta Artaza 10
Eugen Böhm-Bawerk 35, 36, 68 Gøsta Esping-Andersen 43, 56, 69

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Walter Eucken 36, 69 Ludwig Heyde 38, 40-42, 70
Juan de Hinojosa Ferrer 10
Gonzalo Fernández de la Mora 17, 23, K. Hofemann 39, 68
69, 79 Jesús Huerta de Soto 35, 36, 70
Recaredo Fernández de Velasco 10 W. H. Hutt 16, 70
Sergio Fernández Riquelme 11, 69
M. Ferrera 43, 69 Isabel I (Reina de Inglaterra) 43
Johann Gottlieb Fichte 41 José Iturmendi 14
Antonio Flores de Lemus 10
Ernst Forsthoff 62, 69 José Jiménez Blanco 13
Jean Fourastié 58, 69 Luis Jordana de Pozas 13
Francisco Franco 67 Bertrand de Jouvenel 16, 70
Julien Freund 16, 17, 39, 51-54, 69, 71, Ernst Jünger 23, 70
77, 78, 79
Milton Friedman 63, 70 Reinhart Koselleck 20, 71
Rose Friedman 64, 70
Jesús F. Fueyo Álvarez 15, 70 Alfphonse Lamartine 28
Ferdinand Lasalle 23
John Kenneth Galbraith 57, 58-59, 70 Patrick de Laubier 20, 21, 26, 71
Carlo Gambescia 59, 70, 78 M. Lavallette 71
Jorge Garcés Ferrer 57, 64, 67, 68, 70, Luis Legaz Lacambra 46, 71
73 Carlos Lerena 65, 71
Alfonso García-Gallo 13 P. Levin 43, 71
Ramón García Cotarelo 56, 70 Ángel López Amo 30, 71
Carlos García Oviedo 12 José López Soso 11
M. García Serrano 67, 68
José Gascón y Marín 10, 12 Pierre Manent 48, 71
Anthony Giddens 21, 70 Karl Mannheim 24
Hipólito González Rebollar 11 Mª José María e Izquierdo 10, 12, 71
Luis González Seara 13 Thomas Humphrey Marshall 35, 43-45,
Bernardo Gonzalo 62, 70 71
Antonio Gorri Goñi 14, 64, 70 Enrique Martí Jara 10
Fritz Gründger 38, 73 Alberto Martín Artajo 11, 12
François Guizot 21 Juan L. Martín Mengod 10
Gilberto Gutiérrez 14 Karl Marx 23, 28, 29, 31
Günter Maschke 69
L. M. Hacker 16, 70 Gabriel Maura 10
R. M. Hartwell 16, 70 Manuel Medina Ortega 13
Friedrich A. Hayek 16, 21, 22-24, 68, 70 Anton Menger 62, 72
Eli F. Heckscher 21, 70 Carl Menger 35, 71
Heinrich Herkner 38-40, 70 Ramesh Mishra 56, 66, 71
G. von Hertling 54, 62, 70 Robert von Mohl 25, 38

– 75 –

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Manuel Moix Martínez 5, 13, 34, 38, 43, Claude H. de Rouvroy (Conde de Saint-
48-50, 56, 71 Simon) 76
Jerónimo Molina 17, 20, 21, 24, 35, 54, 69, Segismundo Royo-Villanova 12
71, 72 Juan Ruiz Manero 14
José Luis Monereo Pérez 19, 62, 67, 69, 72
Manuel. Monereo Pérez 72 Joaquín Sánchez de Toca 10
Pedro Sánchez Vera 67, 73
Gerhard Naegele 39, 68 Pedro Sangro y Ros de Olano 11
Dalmacio Negro Pavón 14, 24, 42, 72, 77 Max Scheler 47
Ernst Nolte 23, 72 Carl Schmitt 56, 73, 78
Gustav Schmoller 31-37, 38, 40, 73
M. O’Brien 72 Joseph A. Schmumpeter 73
James O’Connor 58, 72 Wolfgang Schröer 38, 68
C. Ochando Claramunt 67, 72 Jean Charles-Leonard Sismonde de Sis-
Luis Olariaga Pujana 5, 11, 12, 72 mondi 24, 26-27, 73
Heinrich Oppenheim 37 Adam Smith 31
José Ortega y Gasset 11, 34, 72 Georges Sorel 25
Lorenz von Stein 21, 29-31, 35, 37, 73
Leopoldo Palacios Morini 11 Arturo Suárez Malfeito 11
S. Penna 43, 72
Máximo Peña Mantecón 75 Richard M. Titmuss 43, 45-46, 60, 63, 73
Eugenio Pérez Botija 5, 12-13, 46, 72 Alexis de Tocqueville 26
Josef Pieper 22, 72 Manuel de Torres 46, 47, 73, 79
A. Pratt 43, 71 Alain Tourain 76
Ludwig Preller 38, 71, 72 Heinrich von Treitschke 36-37, 73
Luis Prieto Sanchís 14
Thorstein Veblen 54, 73
Fernando Quesada Castro 14 Jules Verne 15
Luis Vila López 14
Walther Rathenau 15 Domingo Villar Grangel 11
Wilhelm H. Riehl 25, 51, 72
Fernando de los Ríos Urruti 10 Max Weber 16, 31, 36, 41, 47, 65, 73
Gerhard A. Ritter 55, 72 Herbert G. Wells 15
Johann K. Rodbertus 38 Leopold von Wiese 38
Federico Rodríguez Rodríguez 5, 12-13,
30, 34, 36, 38, 46, 47-49, 50, 72, 77 José Mª Yanguas Messía 11
Wilhelm Röpke 21, 24, 27, 35, 67, 71, 72,
73, 77, 79 Jürgen Zerge 76
Pierre Rosanvallon 23, 73 Xavier Zubiri 18, 48, 73
Otto von Zwiedineck-Südenhorst 38

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1

Obra del Autor

Libros y Opúsculos
1. La filosofía de la economía de Julien Freund ante la economía moderna. Madrid,
Fundación Cánovas del Castillo, 1997, 49 pp.
2. Julien Freund, lo político y la política. Prólogo de Dalmacio Negro Pavón.
Madrid, Sequitur, 1999, 386 pp. (Traducción italiana: Julien Freund e la
genealogia del politico. Roma, Settimo Sigillo, 2008.)
3. La política social en la historia. Presentación de Federico Rodríguez y Prólogo
de Luis Vila. Murcia, Diego Marín Librero-Editor, 2000, 161 pp. (2ª ed.
corr. y aum.: Murcia, Ediciones Isabor, 2004, 228 pp.)
4. La Tercera vía en Wilhelm Röpke. Pamplona, Instituto Empresa y Humanismo,
2001, 99 pp.
5. Conflicto, gobierno, economía. Cuatro ensayos sobre Julien Freund. Presentación
de Juan Carlos Corbetta. Buenos Aires, Struhart y cía, 2004, 157 pp.
6. Röpke. Roma, Settimo Sigillo, 2007, 80 pp.
7. Epítome de la Política social (1917-2007). Murcia, Ediciones Isabor –
SEPREMU, 2007, 80 pp.
8. Teoría de la Política social. Valencia, Tirant lo Blanc, 2008 [en prensa.]
9. Teoría de los Servicios sociales [en elaboración.]

Ediciones y Estudios Preliminares


1. «Estudio preliminar» a L. del Valle Pascual, La Política social y la Sociología y
otros escritos breves. Murcia, Ediciones Isabor, 2004, LIV pp.
2. «Javier Conde, jurista de Estado», Estudio preliminar a Javier Conde, Teoría
y sistema de las formas políticas. Granada, Comares, 2006, L pp.
3. «Un anticipador de la constitución política española. Las posiciones jurídico-
políticas de Javier Conde», Estudio preliminar a Javier Conde, Introducción al
Derecho político actual. Granada, Comares, 2006, LVIII pp.

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Contribuciones a Obras colectivas (Selección)
1. «El supuesto apoliticismo liberal», en F. Sanabria y E. de Diego (Editores), El
pensamiento liberal en el fin de siglo. Madrid, Fundación Cánovas del Castillo,
1997, 33 pp.
2. «La filosofía de lo jurídico de Julien Freund», en L. Martínez-Calcerrada y
Gómez, Homenaje a don Antonio Hernández Gil. Vol. I. Madrid, Centro de
Estudios Ramón Areces, 2001, 26 pp.
3. «Diego Saavedra Fajardo (1584-1648)», en Rafael Domingo (ed.), Juristas
Universales. Vol. II. Madrid, Marcial Pons, 2004, 4 pp.
4. «Sin ilusión, sin pesimismo. El realismo político liberal de Raymond Aron»,
en J. Mª Lassalle (Editor), Raymond Aron: liberal resistente. Madrid, FAES,
2005, 43 pp.
5. «Pensare per ordini concreti: il politico e la sfera economica e sociale», en C.
Gambescia (Editor), Che cos’è il politico. Indagini sul politico como «fatto sociale
totale». Roma, Settimo Sigillo, 2006, 24 pp.
6. «Le refus d’admettre la possibilité de l’ennemi», en Bernard Dumont, Chris-
tophe Reveillard y Claude Polin (Editores), La culture du refus de l’ennemi.
Limoges, Presses Universitaires de Limoges – Université La Sorbonne Paris
IV, 2007, 15 pp.

Artículos (Selección relativa al Realismo político)


1. «Los inéditos de Fernández-Carvajal», Razón Española, nº 112, 2002.
2. «Realismo e saperi politici in Francisco Javier Conde», Studi Perugini. Rasse-
gna semestrale di scienze politiche e sociali (Perugia), nº 8, 1999.
3. «La ciencia política de Rodrigo Fernández-Carvajal», Empresas Políticas, nº
2, 2003.
4. «El jurista político Luis del Valle y la sociología», Empresas Políticas, nº 3,
2003.
5. «Primat du politique et politique de la culture dans la pensée libéral», Cahto-
lica (París), nº 83, 2004.
6. «Julien Freund, del realismo político al maquiavelianismo», Anales de la Facul-
tad de Ciencias sociales de la Universidad Católica de la Plata (La Plata), 2004.
7. «Carl Schmitt – Javier Conde: correspondencia (1949-1973)», Razón Espa-
ñola, nº 131, 2005.
8. «Carl Schmitt e la componente telurica», Behemoth (Roma), nº 37, 2005.
9. «El Derecho político en Ignacio María de Lojendio», Empresas Políticas, nº 6,
2005.
10. «La théorie polémologique du droit de Julien Freund», Krisis (París), nº 26,
2005.
11. «La costituzione come colpo di Stato», Behemoth (Roma), nº 38, 2005.

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12. «Dalmacio Negro, historiador europeo del Estado», Ius Publicum (Santiago
de Chile), nº 16, 2006.
13. «Africanismo y africanistas españoles (I): José María Cordero Torres»,
Empresas Políticas, nº 7, 2006.
14. «Le primat du politique. El realismo político de Raymond Aron», Sociologia
(Oporto), nº 16, 2007.
15. «Wilhelm Röpke, conservador radical. De la crítica de la cultura al huma-
nismo económico», Revista de Estudios Políticos, nº 136, 2007.
16. «El realismo político de Gonzalo Fernández de la Mora», Co-herencia. Revista
de humanidades (Medellín), nº 6, 2007.
17. «Gaston Bouthoul. En conmemoración de un pionero de la polemología»,
Revista Española de Investigaciones Sociológicas, nº 119, 2007.
18. «Raymond Aron ante el maquiavelismo político», Revista Internacional de
Sociología, 2008 [en prensa].

Traducciones
1. Julien Freund, ¿Qué es la política? Buenos Aires, Struhart y cía, 2003, 200
pp.
2. Hans Hermann Hoppe, Monarquía, democracia y orden natural. Madrid,
Gondo, 2004, 371 pp.

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Epítome de la Política social (1917-2007)
salió de las prensas el
17 de diciembre de
20 07
se imprimieron 250 ejemplares
de los que este hace el

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