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le conocía como Anselmo de Aosta por la ciudad donde nació, Anselmo fue un monje
benedictino, Arzobispo de Canterbury en Inglaterra, proclamado Doctor de la Iglesia en
1720 por el Papa Clemente XI y considerado uno de los más grandes teólogos y filósofos
de su tiempo.
San Anselmo contaba con una piedad y caridad desbordante, es precursor de Santo Tomás
de Aquino. También fue un hábil maestro para sus hermanos de la Orden de san Benito, a
quienes enseñó teología, así como también luchó incansablemente por conseguir la libertad
de la Iglesia a pesar de sufrir destierros.
Anselmo definió a Dios como «aquel del que nada más grande [que él] puede ser pensado»,
y argumentó que este ser debe existir en la mente, incluso en la mente de la persona que
niega la existencia de Dios. Sugirió que, si el mayor ser posible existe en la mente, también
debe existir en la realidad. Si solo existe en la mente, entonces un ser aún mayor debe ser
posible: uno que existe tanto en la mente como en la realidad. Por lo tanto, este ser más
grande posible debe existir en la realidad.
La postura de Anselmo ante el problema de los universales intenta resolver un viejo dilema
presente en el pensamiento medieval, sobre todo, en los comentarios que Porfirio y Boecio
hacían de la Lógica Aristotélica. Dicho problema llevaría a discusiones, no siempre
pacíficas entre los teólogos y filósofos de aquella época.
En resumen, si en realidad nuestras ideas tienen un valor objetivo en la realidad o sólo son
puros conceptos o nominaciones convencionales. Dependiendo de la solución que se dé al
problema, las consecuencias teológicas y ontológicas son diversas.
Anselmo sostiene una teoría que se podría llamar realismo exagerado, presente ya en sus
meditaciones sobre la existencia de Dios, tanto en el Monologio, como en el Proslogio. Este
realismo exagerado es fruto del tiempo y de la formación recibida en sus estudios.
Recuérdese que la filosofía imperante en esa época es agustiniana, la cual, como se sabe,
hunde sus raíces en el platonismo y neoplatonismo.
Teología Natural
Ello implica la existencia de un modelo, una norma de virtud: Dios, Suprema Verdad. Este
inicio continúa con la comprensión de lo creído, porque el hombre solo tiene un modo de
contemplar a Dios: mediante la comprensión intelectual de su fe. San Anselmo, a diferencia
de San Agustín, que creía para entender y entendía para creer, sólo cree para entender. El
cristiano debe ir por la fe al intelecto. La fe de San Anselmo es una fe que busca
comprender.
La especulación filosófica, según él, era una consecuencia exigida por la fe. Sostenía la
necesidad de creer para comprender a fin de intentar luego comprender lo que se creía. No
anteponer la fe, según Anselmo, era vanidad; sin embargo, no Recurrir a una solución a
continuación a la razón era negligencia.