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Roland Barthes
Roland Barthes
En El Seminario1
¿Se trata de un lugar real o de un lugar ficticio? Ni una cosa ni la otra. Una
institución debe tratarse a la manera utópica: trazo un espacio y le llamo seminario. Bien
es verdad que la asamblea a la que me refiero tiene lugar semanalmente, en París, es
decir, aquí y ahora; pero estos adverbios son también los del fantasma. Así pues, no hay
la garantía de la realidad, pero tampoco la gratuidad de la anécdota. Podría decirlo de otra
manera: el Seminario (real) es, para mí, un objeto de un (leve) delirio y yo estoy
literalmente enamorado de ese objeto.
El segundo espacio es transferencial (la palabra esta aplicada sin ningún rigor
psicoanalítico). ¿Dónde está la relación transferencial? En el estilo clásico, esta se
establece entre el director (del Seminario) y su auditorio. No obstante, incluso dentro de
este sentido, esta relación no es segura: yo no digo lo que sé, yo expongo lo que hago; no
me presento revestido del discurso interminable del saber absoluto, no me atrinchero en
el terrorífico silencio del examinador (todo profesor – es un vicio del sistema – es
virtualmente un examinador); no soy ni un personaje sagrado (consagrado) ni un
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Roland Barthes, “En el seminario”, en Lo obvio y lo obtuso. Imágenes, gestos, voces, Paidos,
España, 1986, pp. 337 – 347.
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Este material es proporcionado con fines académicos
para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en
materia de derechos de autor. Este sección no tiene costo alguno.
La Diferencia
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¿Qué quiere decir la diferencia? Que cada relación, poco a poco (hace falta algún
tiempo) se originaliza: recupera la originalidad de los cuerpos tomados de uno en uno,
interrumpe la reproducción de los <roles>, la repetición de los discursos, desbarata toda la
puesta en escena del prestigio, de la rivalidad.
La Decepción
Desde el momento en que esta asamblea tiene algo que ver con el placer, es fatal
que se convierta, a la vez en un espacio de decepción.
Moral
El único motivo para hablar de todo esto es que normalmente se omite. Partimos
del hecho de que parece incongruente que un lugar de enseñanza tenga también la
función de considerar los cuerpos que ahí se representan; no hay nada más transgresor
que ponerse a leer la expresión corporal de una asamblea. Devolver el cuerpo al lugar del
que ha sido arrojado permite adivinar todo un desplazamiento de la civilización: < yo
considero la moral griega {¿hoy día no sería mejor decir: asiática?} como la más elevada
que jamás se ha dado; la prueba, para mí, es que ha llevado al extremo la expresión
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corporal. Pero la moral en que pienso es la moral efectiva del pueblo, no la de los
filósofos, la decadencia de la moral comienza con Sócrates…> El odio a todo socratismo.
La Conversación
Quizás, es esto lo que Mallarmé sugería cuando pedía que el libro fuera análogo a
una conversación. Porque en la conversación hay también una reserva, y esta reserva es el
cuerpo. El cuerpo es siempre el futuro de lo que se ha dicho <entre nosotros>. Unas pocas
décimas partes, como el comienzo de un desgonzamiento, separan al discurso del cuerpo:
son precisamente esas tres décimas partes cuya falta define el estilo, en boca del actor
Zeami (Japón, siglo XIV: <Haz que tu espíritu se mueva diez décimas partes, haz que tu
cuerpo se mueva siete décimas partes>.
La Nota Aturdida
Prácticas
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La Cadena
En los dos extremos de la metáfora hay dos imágenes de la cadena: una, odiosa,
remite a la cadena de la fábrica; la otra, voluptuosa, remite a la imagen de Sade, al rosario
del placer. En la cadena alienada, los objetos se transforman (un motor de automóvil), los
individuos se repiten: la repetición del individuo (su insistencia) es el precio de la
mercancía. En la cadena del placer, del saber, el objeto es indiferente, pero los individuos
van pasando.
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El espacio del seminario puede tener sus reglas (siempre las tienen los juegos),
pero no está reglamentado; nadie es el contramaestre de los otros, nadie está ahí para
vigilar, contabilizar, amontonar; cada cual, a su vez, puede convertirse en maestro de
ceremonias; la única marca es la inicial; tan solo en el momento de empezar hay una
figura, cuyo papel consiste en poner en circulación el anillo. Más adelante, la metáfora del
juego de la sortija pierde exactitud; porque no se trata ya de una cadena, sino de un orden
de ramificaciones, de un árbol de deseos: esa cadena extendida, escindida, que Freud
describe así: <Las escenas… no forman simples ringleras, como las de un collar de perlas,
sino conjuntos que se ramifican a la manera de árboles genealógicos…>
El saber, la muerte
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Enseñar
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Enseñar lo que solo sucede una vez. ¡Menuda contradicción en los términos!
Enseñar ¿no es repetir, siempre?
Y eso es no obstante lo que Michelet creía haber hecho: <He tenido siempre
mucho cuidado en no enseñar nunca más que lo que no sabía… yo había transmitido esas
cosas tal como eran entonces para mi apasionamiento, nuevas, animadas, ardientes
(llenas de encanto para mí) bajo la primera atracción del amor>.
Güelfo/ gibelino
O quizás ese paradigma, que Michelet vivía directamente, nosotros tenemos que
contornearlo, sutilizarlo; ya no oponemos la seca inteligencia al cálido corazón; sino que
nos servimos de los formidables aparatos de la ciencia, el método de la crítica, para
enunciar en voz baja, a veces y en alguna parte (esas intermitencias constituyen la misma
justificación del seminario) lo que, en un estilo pasado de moda, se podrían llamar las
mociones del deseo. Es más: al igual que para Brecht, la razón no es sino el conjunto de
las personas razonables, para nosotros, gente del seminario, la investigación no es sino el
conjunto de las personas que buscan (¿Qué se buscan?).
Jardín colgante
En la imagen del jardín colgante (por cierto ¿de dónde procede ese mito, esa
imaginación? Lo que atrae y halaga es la suspensión. Nuestro seminario, colectividad en
paz en un mundo en guerra, es un lugar colgante; tiene lugar cada semana, mejoro peor,
empujado por el mundo que le rodea, pero también resistiéndose a él, asumiendo
suavemente la inmortalidad de una fisura en la totalidad que presiona por todas partes
(mejor diríamos que el seminario tiene su propia moral). Esta idea sería difícilmente
soportable si no se concediera un derecho momentáneo a la incomunicación de las
conductas, de los motivos, de las responsabilidades. En resumen, el seminario dice que no
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a la totalidad; está llevando a cabo, si es que podemos decirlo así, una utopía parcial (de
ahí la constante referencia a Fourier).