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ISSN 1853-2713
OBSERVATORIO LATINOAMERICANO 9
DOSSIER EL SALVADOR
Buenos Aires, noviembre 2012
Sobre la portada:
Las imágenes han sido cedidas por el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI – El Salvador) y se
encuentran disponibles para su consulta en la página del Museo: http://museo.com.sv. Agradecemos
a Carlos Henriquez Consalvi por su generosidad.
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Autoridades Facultad de Ciencias Sociales
Decano
Sergio Caletti
Vicedecana
Adriana Clementi
Secretaria Académica
Stella Martini
Secretaría de Estudios Avanzados
Subsecretaria de Investigación: Mónica Petracci
Subsecretaria de Doctorado: Mercedes Calzado
Subsecretario de Maestrías y Carreras de Especialización: Sebastián Mauro
Secretaria de Gestión Institucional
Mercedes Depino
Secretario de Cultura y Extensión
Alejandro Enrique
Secretaria de Hacienda
Cristina Abraham
Secretaria de Proyección Institucional
Shila Vilker
Instituto de Investigaciones Gino Germani
Director: Julián Rebón
Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe
Directora: Mabel Thwaites Rey
Biblioteca Norberto Rodríguez Bustamante
Director: Daniel Comande
Números publicados
1. Haití, febrero 2010
2. Paraguay, mayo 2010
3. Guatemala, agosto 2010
4. Bolivia, octubre 2010
5. Colombia, diciembre 2010
6. México, abril 2011
7. Ecuador, junio 2011
8. Chile, agosto de 2011
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Lucrecia Molinari es becaria doctoral por CONICET (2011-), maestranda en
Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional de San Martín (2009-)
y Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (2005). Integra
el Grupo de Estudios sobre Centroamérica del Instituto de Estudios de
América Latina y el Caribe de la Universidad de Buenos Aires, y el Centro de
Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.
Fue becada por el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la
República Argentina a través del Programa de Formación y Capacitación para
el Sector Educación (PROFOR, 2009-2010) y del Proyecto de Fortalecimiento
de las Redes Inter-universitarias (REDES IV, 2011). En el marco de este
último, realizó una estancia de investigación en el Programa de Posgrado de Estudios
Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la Universidad de
El Salvador (UES) y en la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (UCA).
Ha integrado, como investigadora tesista, los proyectos UBACYT (2010-2012) “Memoria y
Responsabilidad. Sobre los modos de elaboración del genocidio”, dirigido por el Dr. Daniel
Feierstein y “En torno a la problemática del orden político en América Central”, dirigido por el Dr.
Esteban De Gori, entre los más recientes.
En la actualidad, se desempeña como docente (ayudante de 1°) en la materia “Análisis de las
Prácticas Sociales Genocidas” en la Licenciatura en Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de
la Universidad de Buenos Aires. Participa en congresos nacionales e internacionales y en marzo de
2011, brindó una conferencia titulada “Escuadrones de la muerte: Grupos paramilitares, violencia y
muerte en Argentina (1973-1975): pistas para analizar el caso salvadoreño” organizada en la ciudad
de San Salvador por la Dirección Nacional de Investigaciones de la Secretaría de Cultura de El
Salvador y la Unidad de Investigaciones sobre la Guerra Civil salvadoreña del Instituto de Estudios
Históricos, Antropológicos y Arqueológicos de la Universidad de El Salvador.
Sus investigaciones se centran en el análisis de la historia reciente salvadoreña y
centroamericana, especialmente en lo que respecta a la represión política al movimiento obrero y las
organizaciones sociales. En ese sentido, sus publicaciones más recientes son “El Salvador: de la
masacre de 1932 a la guerra civil” en Terrorismo de Estado y genocidio en América Latina, Daniel Feierstein
(comp.), Buenos Aires, Editorial Prometeo, 2009, “Las elites salvadoreñas y la Doctrina de Seguridad
Nacional en los 60” en el Boletín de la Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica,
Nº 49, 2011, y “Escuadrones de la muerte: Grupos paramilitares, violencia y muerte en Argentina
(‘73-‘75) y El Salvador (‘80)” en Diálogos - Revista Electrónica de Historia. Universidad de Costa Rica, vol.
10, n° 1, 2009.
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MAPAS
EL SALVADOR
CENTROAMÉRICA
EL SALVADOR
División en Departamentos
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ESCUDO Y BANDERA DE EL SALVADOR *
PRESIDENTES DE EL SALVADOR
Desde 1927 a la actualidad *
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CONTENIDO
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INTRODUCCIÓN
EL PROBLEMA DE HABLAR DE EL SALVADOR, CON EL
AGRAVANTE DE HACERLO DESDE ARGENTINA
LUCRECIA MOLINARI*
Hace dos décadas y algunos meses, en el Castillo de Chapultepec del Distrito Federal
Mexicano, representantes del gobierno salvadoreño y dirigentes de una de las guerrillas más
importantes de Latinoamérica firmaban los Acuerdos de Paz, poniendo fin a una guerra civil que se
había extendido más de 10 años (1980-1991) y había cobrado la vida de 80 mil salvadoreños
(Naciones Unidas, 1992-1993).
Se cerraba en ese momento una de las etapas más dolorosas de la historia de El Salvador. Se
extinguía, también, en muchos países del mundo, el interés por los sucesos de la región
centroamericana. El Salvador, al igual que sucedió en el resto de los países centroamericanos que
atravesaron conflictos armados, había recibido una cantidad considerable de atención de
investigadores y militantes políticos y sociales de otras latitudes, tal como lo muestra la selección de
afiches de solidaridad en distintos idiomas que ilustra el presente dossier. En muchas bibliotecas
argentinas, por ejemplo, pueden encontrarse libros editados aquí durante la guerra civil salvadoreña, y
que son evidencia cabal de este interés y diálogo que concluyó con la guerra.
Es difícil y necesario volver a asomarse a la realidad salvadoreña. Es esto lo que quisimos
reflejar al parafrasear, en el título de esta sección, el genial prólogo de Roque Dalton a “Un libro rojo
para Lenin” (2001). Ubicado no al inicio del libro, sino varias páginas después, y titulado “El
problema de hablar de Lenin en América Latina con el agravante de hacerlo desde un poema
(prólogo)”, el texto propone una lectura irreverente del pensador ruso, ácida, alegre, y desde y para
nuestra propia realidad. Una lectura orientada por nuestros propios problemas y nuestra
preocupación por encontrar soluciones.
Consideramos que las discusiones que en Argentina se han desarrollado por décadas alrededor
de los procesos más traumáticos por los que atravesamos pueden ser útiles para que los salvadoreños
continúen debatiendo su propia historia. A la vez, los argentinos encontraremos perspectivas más
amplias para pensar cuestiones que nos preocupan, si dejamos de mirarnos a nosotros mismos y
ampliamos la mirada a una América Latina que incluya los países recurrentemente olvidados de la
región.
Es objetivo de esta iniciativa colaborar en la construcción de puentes que permitan fortalecer el
diálogo entre nuestro país y el pequeño El Salvador, para continuar pensando juntos,
enriqueciéndonos de las experiencias, muchas veces dolorosas, que, pese a las diferencias,
compartimos.
Valga el recorrido por los interesantes artículos que generosamente han proporcionado los
autores -a quienes estamos profundamente agradecidos-, a modo de breve introducción a la historia
de los últimos dos siglos salvadoreños.
Acerca del Dossier: La primera parte, “La constitución del Estado: debates, actores y
relaciones de fuerza”, recorre un largo período que incluye los años que van desde inicios del siglo
XIX a las primeras décadas del XX. Los autores enfocan en sus trabajos tres hitos claves de este
período: las luchas independentistas de inicios del XIX; el progresivo giro en la orientación del
Estado, a una versión liberal, transcurrido durante la segunda mitad del mismo siglo, y finalmente, la
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organizaciones paramilitares responsables de ingentes cuotas de violación a los derechos humanos
durante la guerra y la década inmediatamente anterior.
El segundo artículo de esta sección, “Una visión general de la guerra de las cien horas” de Carlos
Pérez Pineda, aborda un evento clave del período: la guerra que enfrentó a Honduras con El Salvador en
1969. Mal denominada “la guerra del fútbol” –en tanto fue precedida por incidentes alrededor de una
serie de partidos entre las selecciones de ambos países-, las causas de este episodio se encuentran, en
cambio, en problemáticas de primer orden en la historia reciente de estos países. El autor relata cómo,
ante la posibilidad de que miles de campesinos salvadoreños instalados en Honduras regresen al país,
recurrir a la violencia y el enfrentamiento bélico fue la única salida que, tanto el gobierno militar
salvadoreño como sus aliados civiles, vieron viable para evitar una situación que podría conducir al caos
político y a la revuelta social.
Los frentes de masas, constituidos entre 1975 y 1979 por dirigentes sindicales y campesinos
vinculados a las organizaciones político-militares, son analizados por Kristina Pirker en su artículo
“Radicalización política y movilización social en El Salvador: Los Frentes de Masas”.
Frente a otras perspectivas que analizan las iniciativas de los dirigentes de las organizaciones
político militares y su “trabajo de masas”, Pirker restituye protagonismo a los militantes de la izquierda
radical de las organizaciones populares anti-gubernamentales que luego integrarían los frentes de
masas. Fueron estos dirigentes, quienes reforzaron las prácticas contestatarias reivindicativas
imprimiéndoles una dirección política revolucionaria y funcionaron como “vasos comunicantes”
entre las luchas gremiales y la vía armada. Los frentes de masa expresaron, sostiene la autora, nuevas
modalidades de organización que permitieron involucrar directamente a las bases en los conflictos
sociales y entrelazar las luchas de diferentes sectores para orientarlas hacía la insurrección.
Si los dirigentes sindicales y campesinos tuvieron un papel clave en la conformación de los frentes
de masa, la composición de las cúpulas de las organizaciones político militares -surgidas a partir de 1970
y protagónicas desde la segunda mitad de esa década- exige prestar atención a los politizados y
comprometidos estudiantes universitarios salvadoreños del período. Ricardo Antonio Argueta analiza en
su artículo “Los estudiantes de la Universidad Nacional y la lucha armada en El Salvador (1970-
1989)” la progresiva radicalización de los jóvenes que ingresaron a la Universidad Nacional de El
Salvador (UES) desde mediados de los años sesenta. Fueron algunos de ellos los que, a principios de
los setenta, fundaron los primeros grupos armados de izquierda revolucionaria que se opusieron al
régimen militar. Tal como afirma el autor, la comunidad universitaria había estado presente en las
calles, manifestándose contra los diversos gobiernos militares a lo largo de todo el siglo XX, pero
durante las décadas de los setenta y ochenta, esto se profundiza: muchos estudiantes que ingresaron a
la Universidad pasaron inmediatamente a engrosar las filas de las guerrillas. El autor recorre además,
las sucesivas represalias que la universidad debió sufrir en respuesta a su involucramiento: cierres
totales (en 1973 y 1980), supresion de su autonomía e intervención (1977), e inclusive masacres
(como la jornada del 30 de julio de 1975).
Es la génesis de las organizaciones político militares -en cuyas cúpulas se encuentran muchos
de estos universitarios- el eje del artículo de Alberto Martín Álvarez, titulado “Ideología y redes sociales
en el surgimiento de violencia colectiva: el caso salvadoreño”. Pese a que existen abundantes estudios
sobre la guerra civil, pocos de ellos abordan los procesos de socialización política de los primeros
miembros de la guerrilla. A través de la realización de cuarenta entrevistas en profundidad a ex
comandantes de las cinco organizaciones que compusieron el FMLN entre otros recursos, el autor
desanda el proceso de radicalización de cada uno de ellos. Sostiene que una gran parte de estos
primeros militantes mantenían algún tipo de sistema de creencias (por su pertenencia a comunidades
religiosas o su entorno familiar) donde los valores de justicia social y solidaridad ocupaban un lugar
primordial. La participación en redes juveniles de la Iglesia Católica, partidos políticos, redes
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estudiantiles, sindicales y familiares profundizó estas ideas y los puso en contacto con sistemas de
creencias más estructuradas (como el marxismo - leninismo y el pensamiento del “Che” Guevara).
Finalmente, Edelberto Torres Rivas recorre el período enfatizando en las profundas crisis y
reformulaciones que sufre el Estado. Ahonda en su artículo en dichos virajes, dando cuenta de los
cambios en los términos de la relación entre oligarquía y militares, usualmente simplificada en
fórmulas que no reconocen en los segundos más que a títeres o lacayos de los primeros. Es este
trabajo, un excelente racconto del período que finaliza en 1981, cuando la ofensiva del FMLN -
calificada por dicha organización como “final”- marca en cambio el inicio de la guerra civil, que será
abordada específicamente en la cuarta parte.
Antes de esto, es decir, en la tercer sección de este dossier titulada “Desgarramientos: los
intelectuales y la política”, se analizan las figuras de Roque Dalton (1935-1975), poeta, periodista,
militante e intelectual de izquierda, y de Ignacio Ellacuría (1930-1989), filósofo, sacerdote jesuita y
rector -desde 1979 hasta su asesinato- de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”. El
compromiso con la realidad de las mayorías salvadoreñas y sus agudas críticas al statu quo y a las vías
para modificarlo, siguen siendo claves en la constitución del pensamiento crítico salvadoreño. Fueron
esas mismas razones las que condujeron al asesinato de ambos. No en vano, Dalton –quien no
concebía la función intelectual si no como expresión de un profundo compromiso social- describe a
la relación entre lo que un intelectual escribe y lo que vive, como un “desgarramiento” (Dalton et alii,
1969).
Las trayectorias de Ellacuría y Dalton ilustran, además, dos figuras de las que artículos
precedentes darán cuenta: la de los curas y sacerdotes adherentes a la teología de la liberación y la de
los jóvenes de clase media que, en contacto con la injusticia y la miseria de su pueblo, se radicalizan y
pasan a integrar las filas revolucionarias.
Estudiante de derecho de la UES, militante del Partido Comunista de El Salvador desde 1954,
referente de la renovación literaria reflejada en lo que se dio en llamar la “generación
comprometida”, exiliado en México, invitado a Cuba y Checoslovaquia, Roque Dalton fue además
ganador del Premio “Casa de las Américas” en 1969 e integrante del Ejército Revolucionario del
Pueblo (desde 1973 hasta su muerte). Es este último período de su vida, precedido por la ruptura con
el PCS, el que aborda Luis Alvarenga en su artículo “La crítica de Roque Dalton a las vanguardias
políticas tradicionales. Relectura de ¿Revolución en la revolución? y la crítica de derecha”. Constituye además,
según el autor, el momento en que el poeta salvadoreño comienza sus más agudas críticas a las
vanguardias “tradicionales”, tanto literarias como políticas. De la crítica a estas últimas da cuenta el
artículo, que propone una relectura de uno de los textos no literarios más ricos de Dalton.
David Gómez Arredondo, por su parte, es el autor de “Ignacio Ellacuría: breve aproximación a las
tres dimensiones de su pensamiento”. Ignacio Ellacuría no sólo constituye uno de los pensadores
más importantes de la teología de la liberación en América Latina, sino que además su compromiso
político de primer orden con la realidad salvadoreña, impactó dejando una huella en la escena política
salvadoreña y determinó su asesinato en 1989, a manos del ejército. El autor aborda las principales
dimensiones de su pensamiento, caracterizado además por una constante reflexión sobre el lugar de
construcción de su discurso teórico, América Latina y el Tercer Mundo o, en su propia terminología,
desde los “pueblos oprimidos” representados en el sufrimiento y la postración de las mayorías
populares en el marco de un sistema internacional expoliador. Estas dimensiones las constituyen la
exigencia de liberación ante la injusticia y el cuestionamiento de un orden social injusto, la categoría
de injusticia estructural, y la función “desenmascaradora” que el filósofo atribuía a la crítica filosófica.
La cuarta sección del presente dossier se titula “¿Tiempos de locura?: la guerra civil y sus
actores” y busca dar cuenta no sólo del cruento proceso donde alrededor de 75.000 salvadoreños
perdieron la vida, sino también de los diversos actores implicados en su génesis, desarrollo y auge.
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Parafraseando el Informe de la ONU (1992), titulado De la locura a la esperanza: la guerra de 12 años en
El Salvador, el artículo que integra esta sección busca dar cuenta de una perspectiva que no apele a la
locura, la irracionalidad, y explicite, en cambio, las lógicas, las razones y los recorridos que
atravesaron la guerra y le dieron forma.
En ese sentido, el artículo de Carmen Elena Villacorta, “El FMLN y el movimiento popular
durante la guerra”, enfatiza no sólo en la estrategia de la insurgencia durante los ochenta, sino
también en la participacion de Estados Unidos durante dicha década, y la mutación de ambos actores
para dar cabida a los procesos que llevaron a la firma de los Acuerdos de Paz en 1992. En lo que
respecta a la injerencia norteamericana, afirma la autora, la llegada de R. Reagan a la Casa Blanca
supuso un giro trascendental en la evolución de la guerra civil, convirtiendo al pequeño país
centroamericano en uno de los cinco principales receptores de “ayuda” económica norteamericana, y
en el escenario donde se puso a prueba la Guerra de Baja Intensidad. Por su parte, el Frente
Farabundo Martí de Liberación Nacional, organización político militar conformada por las cinco
guerrillas del país, implementó una estrategia que le permitió resistir la embestida del ejército -
demostrando su poder de fuego-, alentar la organización social, mantener los nexos con el
movimiento popular y abrir canales políticos que legitimaran su accionar militar y los posicionaran
favorablemente en eventuales mesas de diálogo con el gobierno. Es interesante, finalmente, resaltar
la paradoja de la cual da cuenta Villacorta en su artículo: no fue si no en paralelo a este cruento y
complejo proceso que se dio el afianzamiento de la democracia electoral que funciona hasta la fecha
en El Salvador.
De los déficits de esta democracia nos habla Rafael Guido Véjar en su artículo “Los acuerdos de
paz: ¿refundación de la república?”, el cual abre la quinta y última seccion, “El día después: Estado,
grupos económicos y militancia después de la guerra”. Véjar se pregunta sobre la pertinencia de
hablar de la “refundación de la república”, en referencia a los cambios motorizados por la firma de
los Acuerdos de Paz y el fin de la Guerra Civil, a 20 años de su acaecimiento. Luego de un minucioso
recuento de las acciones que llevaron a la firma de los acuerdos, el autor describe un país con grandes
avances y dolorosos déficits, entre los que se destacan los índices de violencia, los límites de la
justicia y la débil vigencia de los derechos sociales. Reinstala así la discusión alrededor de lo que falta,
lo que urge y los desafíos de una república que “todavía se debate entre lo posible y lo deseado”.
Uno de estos déficits, desafío que la sociedad salvadoreña no ha superado en toda su vida
republicana, es la vigencia de una abismal desigualdad que impacta en lo económico, lo político y lo
social. En ese sentido, Carlos Velásquez Carrillo analiza la historia detrás del mito de las “14 familias”.
Dueñas de los recursos económicos y poseedoras de enormes cuotas de poder político durante un
siglo (entre 1880 y 1980), esta elite –considerada la oligarquía salvadoreña- ha logrado reconstituirse,
reemplazando la tradición agraria-cafetalera en favor de un modelo neoliberal basado en las finanzas
y los servicios. Los virajes que permitió la increible capacidad de adaptación de este grupo, han ido
de la mano de atroces continuidades: el ejercicio de su poder continua implicando una visión
excluyente del desarrollo económico, una concentración de la riqueza en pocas manos y la
reproducción de un sistema socioeconómico basado en desigualdad e injusticia estructurales.
Tras estas continuidades, existen fenómenos propios de las dos últimas décadas. Uno de ellos
es la presencia, en el escenario político, de dos partidos políticos que nacieron de las fuerzas locales
más gravitantes de la Guerra Civil. Estas fuerzas eran la extrema derecha, representada actualmente
por la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) que ha gobernado el país desde 1989 hasta 2009,
y la izquierda revolucionaria, hoy organizada como partido político y que conserva el nombre Frente
Farabundo de Liberación Nacional (FMLN). En su artículo “La memoria militante: historia y política
en la posguerra salvadoreña”, el investigador Ralph Sprenkels examina cómo ambas fracciones
construyen narrativas mitologizadas de sus respectivos líderes históricos; narrativas en las que se
incluye una “memoria militante”, más cercana en sus objetivos a la “propaganda” que a la historia, lo
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que obstaculiza, según el autor, la construccion de espacios académicos y políticos donde construir
otras versiones de la guerra civil salvadoreña.
Los festejos por el 20° aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz encuentran a El Salvador
con un presidente, Mauricio Funes, que representa un viraje histórico: en 2009 por primera vez, se
dio la primera transferencia pacífica del poder a un partido de izquierda en ciento ochenta y ocho
años de historia de El Salvador. 1
Es Paul Almeida, autor de “Movimientos populares y elecciones en El Salvador, 1990-2009”,
quien destaca este dato, para detallar las razones por las cuales considera que este suceso histórico,
impensable hasta hace pocos años atrás, haya sido posible. Entre esas razones, Almeida destaca la
alianza que el FMLN supo forjar –en los noventa y principios de la década siguiente- con los
movimientos populares salvadoreños. Fueron estos últimos los que dieron forma a una enorme red
de asociaciones cívicas desde la cual lanzaron las huelgas más importantes en la historia salvadoreña y
“uno de los esfuerzos más largos de resistencia en contra de la privatización en Latinoamérica”. El
FMLN supo acompañar estos esfuerzos y capitalizar votos que fueron aumentando en sucesivos
comicios de distinto nivel, hasta llegar a la victoria en las elecciones presidenciales de 2009. Los
desafíos a los cuales el presidente salvadoreño Mauricio Funes se enfrenta hoy, entre los que se
cuentan las protestas por cuestiones relativas a la minería, especialmente en los departamentos
norteños, demuestran que esa alianza no está garantizada y que ni las acciones del Frente durante y
después de la guerra, ni la imagen de su joven líder, son suficientes para asegurar su permanencia en
el poder.
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PRIMERA PARTE
La constitución del Estado: actores,
debates, relaciones de fuerza
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DE LA PERIFERIA A LA “CABEZA DEL REINO”.
INSURRECCIÓN AUTONOMISTA E INDEPENDENCIA EN
SAN SALVADOR
ESTEBAN DE GORI*
Crisis y travesía política
La crisis de la monarquía hispana (1808), provocada por la invasión napoleónica y
profundizada por la interrupción de la dinastía de los Borbones por decisión de Napoleón
Bonaparte, llevó a la conformación de juntas peninsulares que buscaron suturar el vacío de poder.
Estas intentaron organizar la resistencia contra el Rey intruso José I -hermano de Napoleón- y
reconstruir un poder político frente a la licuación territorial y política que promovía la ausencia del
monarca.
En 1808, el Reino de Guatemala2 recibe noticias contradictorias, por un lado, la abdicación de
Carlos IV en su hijo Fernando VII, y luego las cédulas que hablaban de una abdicación de los
borbones en la figura del Emperador Napoleón Bonaparte y éste en su hermano. Frente a esa
situación política se produjo una impugnación a la invasión francesa y una superlativa exaltación de
lealtad al Rey cautivo. Como comenta Jordana Dym (2007: 108), en 1808 el Cabildo de Guatemala
“comisionó el panfleto ‘Guatemala por Fernando VII’, y a principios de 1809 intentó imprimir una
proclama patriótica para celebrar sus ‘vínculos estrechos con la metrópoli’ y distribuirla, junto con un
acta de la Suprema Junta Central, a los demás pueblos del reino. El Cabildo de San Salvador, la
Universidad de San Carlos (Guatemala) y el Consulado de Comercio (Guatemala) pidieron para
acuñar y portar medallas ‘en señal de fidelidad y vasallaje’ a Fernando VII y la Suprema Junta Central
en 1809”.
Esta exaltación de la lealtad expresaba, entre otras cosas, la necesidad de las autoridades de
clausurar cualquier situación que erosione su poder y el sistema impuesto por los Borbones. La
incertidumbre y los rumores sobre los destinos peninsulares impulsaron al Capitán General, Antonio
González Saravia, a convocar a una junta general para desconocer el contenido de las abdicaciones.
Por lo tanto, este es el primer acto político de los funcionarios reales para impedir posibles cursos de
acción de las elites locales y, sobre todo, de un curso que socave la legitimidad de las autoridades
nombradas por la Corona.
El conocimiento de la guerra en la Península y la conformación de juntas fueron produciendo
en Centroamérica la consolidación de prácticas autonomistas por parte de los diversos cabildos. Es
decir, sin Rey la monarquía hispana “se jugaba” en cada territorio. Cada jurisdicción, en la exaltación
de lealtad y fidelidad, asumía por sí misma la defensa del Rey y, lentamente, reivindicaba formas
singulares para instrumentar dicha defensa. Ese sentimiento autonómico abrió diversas trayectorias:
una, fue la constitución de juntas como en La Plata (1809), La Paz (1809), Buenos Aires, Caracas y
México (1810) y otra, la de la capital del Reino de Guatemala, la cual, habiendo instituido una junta
para negar el carácter legítimo de la abdicación de los Borbones, solicitaba como territorio ser
invitada a nombrar diputados y vocales a las Cortes que había convocado la propia Junta Central. De
esta manera, la Ciudad cabecera se presentaba como un espacio institucional que, al solicitar ser parte
* Doctor en Ciencias Sociales (UBA), Investigador CONICET, Docente de la Facultad de Ciencias Sociales
(UBA) y Profesor (UNSAM), Director Proyecto UBACyT (2012-2015) 00103 “Elites políticas, culturales y
económicas en Centroamérica”.
2 El Reino de Guatemala tenía jurisdicción sobre los territorios actuales de: Costa Rica, El Salvador,
Nicaragua, Chiapas y Honduras. Pese a ser el territorio mas pequeño de la Monarquía en territorios
americanos, es por lejos el más densamente poblado.
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de los sucesos constituyentes, buscaba representar políticamente un territorio. Este intento de
representar a un territorio poblado de cabildos e instituciones fue observado por algunas elites
locales, por un lado, como un “camino a seguir frente a la crisis” y, por otro, como una práctica
arbitraria frente a la existencia de otros distritos.
La propuesta del Capitán General dispararía un conflicto al interior de los notables y elites
locales sobre qué trayectoria política debía adoptar el Cabildo de Guatemala: esperar prudentemente el
regreso del monarca -“manteniendo todo como estaba”- o bien, hacerse novedad de la “eclosión
juntera”, reconocer los sucesos políticos peninsulares y obrar en consecuencia. Esta última
posibilidad suponía reconocer a las instituciones supremas o centrales que en nombre del Rey
buscasen “representar” y dotar de una articulación política a todo el territorio de la monarquía. Es
decir, se aceptaría que el “pulso” de la crisis estaría dictado por la resistencia peninsular.
El reconocimiento de la Junta Central en el Reino de Guatemala abrió otros dilemas. Por
ejemplo, aquel que se preguntaba sobre si se debía mantener adhesión a la península o sólo al Rey, ya
que América era una posesión del Reino de Castilla. Ahora bien, cualquier respuesta que sostuviese
que el vínculo era con el Monarca o con la Península, dotaba a la acción política local de un
fundamento que legitimaba el autogobierno y la soberanía en las decisiones. Tal fue así, que el
Capitán General, en junio de 1809, adhiriendo a la convocatoria a elegir diputados por parte de la
Junta Central “dijo que con todo cambiado, ‘las leyes no tenían fuerza ni vigor y creía que en las
Américas la autoridad residía en los Cabildos’.” (Dym 2007: 118)
Esta actitud debe ser considerada desde la siguiente perspectiva: primero, la posición del
Capitán General apelaba a “tomar partido” en las decisiones constituyentes de la Junta Central
reconociéndola como autoridad; segundo, entendía que con esta decisión podía clausurarse la
incertidumbre y el vacío de poder provocado por la ausencia del Rey; y tercero, esto podía ser una
interesante estrategia para relegitimar a las autoridades reales frente a las elites locales. Es decir, la
propuesta para estas últimas y para las autoridades, según Avendaño Rojas era reformularse “para no
perder sus privilegios” (2010: 64).
Los cabildos, ante la necesidad de elegir representantes, fueron construyendo un lugar
significativo en el proceso político. Desde mayo de 1809 y marzo de 1810, quince cabildos
participaron en la elección de un diputado para participar en las Cortes. Lo cual ahondó una práctica
decisoria en las diversas jurisdicciones.
El avance del ejercito francés y la caída de la Junta Central complejizaron la coyuntura política,
lo cual implicó una redefinición de la obediencia con respecto a las instituciones peninsulares. El
Capitán General, González Saravia, ordenó a los diversos cabildos jurar lealtad al Consejo de
Regencia, lo cual ponía en entredicho los gestos autonómicos que habían experimentado en la
elección del representante a las Cortes. Sobre todo, porque percibían que dicho Consejo no poseía la
legitimidad que había ostentado la Junta Central. Es decir, no se podía igualar una Junta Central
legitimada por una casi veintena de juntas provinciales peninsulares, con un Consejo menguado de
representatividad.
El Consejo de Regencia, pese a diversas resistencias, fue reconocido y proclamado. Esto en
parte se debía a que los funcionarios y las elites locales tenían temor de un alzamiento de los sectores
subalternos3 y a una posible invasión extranjera. Es decir, los temores políticos obligaron -por lo
menos hasta finales 1811- a las elites locales a adoptar un camino que consideraron seguro: reconocer
las instituciones forjadas en la Península. Por lo tanto, esto expresaba una alianza entre funcionarios
reales y elites locales frente a una crisis con pronóstico incierto.
La travesía decisional fue la siguiente: las elites políticas del Reino de Guatemala prestaron
juramento al Rey Fernando VII, a la Junta Central -inclusive aceptando una asimétrica proporción
representativa- y al Consejo de Regencia. Esto marcaba una diferencia con otros lugares de América
3 Situación que, según estos sectores, comprobarían con el proceso revolucionario mexicano de 1810.
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que habían establecido juntas (La Plata, La Paz, Buenos Aires, México, Caracas, Santiago y Bogotá).
Por lo tanto, mientras otros territorios desconocían al Consejo de Regencia por su exigua legitimidad,
el Reino de Guatemala lo legitimaba.
Las elites del Reino de Guatemala demostraron, hasta finales del año 1811, que podían
construir su unidad en torno a la aceptación de las propuestas políticas peninsulares. Es decir, “la
ruta” de construcción de legitimidad y obediencia provenía de los ensayos españoles. Hasta ese año
la dominación política y la cohesión territorial fueron garantizadas por los funcionarios y las elites.
Ahora bien, pese a ello, comenzaba a presentarse una discursividad que reclamaba autonomía y que
reconocía el pacto como una metáfora de la institución de autoridades. Se presentaba como una
metáfora4 potente que orientaba la imaginación de los actores a la hora de pensar en la construcción
de un orden. Pero a su vez, esa metáfora poseía cierta “base material” donde podía imaginarse la
afirmación de un sujeto político concreto y visible: los cabildos y, por ende, la comunidad. De esta
manera, la política se resituaba con mayor intensidad en dichas instituciones, lo que potenciaba una
discusión sobre su control y legitimidad.
4 La metáfora monárquica, que si bien seguía manteniendo una profunda legitimidad, no podía hacerse eficaz
o viable sin la presencia del Rey.
5 Delgado fue el primer presidente de la Asamblea Nacional Constituyente de Centro América e Intendente
de la provincia de San Salvador.
6 Arce se convertiría en el primer Presidente de la Confederación Centroamericana (1825-1829).
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“representativa-territorial”. Una representación que pudiese reconstituir un poder capaz de
“traducir” los intereses de elites y plebes.
El movimiento insurgente de noviembre de 1811 eligió un nuevo Cabildo en San Salvador al
que convocaron, como sostiene Dym (2009), a “vecinos españoles y mulatos honrados.” La elección
del Cabildo y de su composición expresaba una apuesta por ampliar la base del poder social y, a su
vez, por extender la defensa frente a la posible reacción militar de la ciudad cabecera. Para ello, los
insurrectos se apropiaron de armas e intentaron conformar una milicia.
Frente a este movimiento, el 15 de noviembre de 1811, el Arzobispo de Guatemala Ramón
Casaus y Torres indicaría:
yo creo, que el primer delirio y efervescencia habrá pasado; que os habrá amanecido la luz
clara de la razón y del desengaño; que la voz de la Religión os habrá hecho entender lo
absurdo, lo injusto, lo sacrílego y sanguinario de cualquier insurrección, porque es un
atentado contra las mismos principios de la religión cristiana usurpar el gobierno y la
autoridad, (…); atraer su patria guerras civiles, provocar al legitimo gobierno, y ponerlo
en la triste precisión de castigar a los rebeldes y amotinados, y llevar las armas de los leales
y valientes soldados del Rey contra los indignos e ingratos vasallos de Fernando VII el
suspirado, a quien más ultrajan semejantes cabecillas, cuando toman su nombre para
formar gobiernos usurpados, que llevan en todo la marca indeleble de nulidad.7
El Arzobispo reaccionaba así contra una Carta de San Salvador a los pueblos donde los insurgentes
manifestaban -el 7 de noviembre- que el Cabildo en “el nombre de ntro. Amado Fernando Séptimo”
“había reasumido en sí, las facultades políticas que residían en aquel Jefe [el intendente].” 8 De esta
manera, el intento de reasunción del poder político, a la luz del pensamiento de Ramón Casaus, era
un acto de herejía y de usurpación.
La carta del Arzobispo nos advierte acerca de la mirada sobre los procesos autonomistas que
poseían las autoridades civiles y eclesiásticas de la ciudad cabecera en un proceso de licuación política
y territorial. Estos ensayos autonómicos son rápidamente calificados como insurgentes, rebeldes e
infieles a la monarquía, pese a la apelación al nombre del Rey. También hablan de cabecillas que
“alucinan” a los miembros de la comunidad, como si la práctica insurgente fuese explicada a través
de una metáfora que da cuenta de un accionar vil que enloquece y niega luz a los actores. Los
cabecillas serán considerados, y no sólo en San Salvador, por un lado, como el problema (es decir, sin
“cabecillas no habría insurrección”) y, por otro lado, como sujetos capaces de alucinar, de “arrastrar”
mas allá de la razón y de la religión, a los miembros de una comunidad.
A su vez, la Carta del Arzobispo poseía otro objetivo cuando se refería a los cabecillas ya que
entre los insurgentes había algunos sacerdotes que habían tenido un lugar preponderante en la
organización de los acontecimientos de 1811. El conflicto al interior del clero se debía a que si bien
las reformas borbónicas habían elevado a San Salvador al rango de Intendencia y habían posibilitado
la creación de un obispado, las autoridades reales y eclesiales de Guatemala había negado dicha
posibilidad, lo cual cercenaba su poder en el universo eclesial y político. Por ello, debemos considerar
que los sacerdotes sansalvadoreños estuvieron, desde un primer momento, aliados a los miembros
del cabildo en su intento por reasumir el poder político.
Ahora bien, en términos estrictos, los diversos contrincantes -tanto los autonomistas como los
partidarios de conservar las jerarquías propuestas por los Borbones- van a fundamentar sus acciones
en los universos de culturas políticas que habitaban en la monarquía hispana. Como los construidos
por esta en su debate con las realidades políticas europeas.
7 [1811] El Arzobispo electo de Guatemala a sus diocesanos de San Salvador, 15 de noviembre de 1811, BNE,
Madrid, 23864.
8 Citado por Jordana Dym (1970) [Carta de San Salvador a los pueblos, 7 de noviembre de 1811]
20
Los que apelaban a la reasunción autónoma del poder, como los que se inspiran en el derecho
divino o secular de la Corona para defender el orden, van a intentar orientar sus acciones bajo el signo
del Rey. Como sucede en los territorios americanos donde se instituyen juntas, éstas -legitimadas en el
lenguaje pactista- se erigirán como autónomas en nombre de un Rey cautivo. Todas las juntas
intentaron consolidarse y convocar representantes territoriales para organizar políticamente un
territorio que se imaginaba como parte integrante de la monarquía.
Ahora bien, pese a esta experiencia de autogobierno que enfrentaba diversas maneras de
comprender la soberanía y las fuentes de las mismas, también se reactualizaban y profundizaban
conflictos entre potestades y entre jurisdicciones. Es decir, la Ciudad de Guatemala, ante una crisis
que arrase todas las jerarquías, deseaba mantener bajo su egida el poder territorial y todas las demás
provincias como San Salvador, Granada o Tegucigalpa. Pretensión que llevó a los funcionarios reales
de la ciudad cabecera a estar atentos ante cualquier acto que podría ser “leído” como
cuestionamiento a su propia jerarquía. En este sentido, todo acto de autonomía fue interpretado
como una acción rebelde en ambos sentidos: al Rey y al poder del Reino de Guatemala.
La convocatoria a otros pueblos que realizó el Cabildo de San Salvador para elegir a sus
representantes abrió un periodo de insurrecciones en los ayuntamientos españoles de Metapán,
Zacatecoluca, Usulután y Santa Ana. No todas estas insurrecciones terminaron de manera exitosa, ni
adhirieron a la Junta de San Salvador. Lo que sí queda demostrado, tanto por Dym como por
Avendaño Rojas, es que la idea de que la fuente del poder y de las autoridades es la comunidad
misma comenzaba a extenderse como argumento para legitimar la instauración de nuevos gobiernos
en los centros urbanos como rurales.
En Santa Ana, fue sofocado un movimiento insurgente que había articulado en la proclama de
autogobierno, reivindicaciones como la abolición del tributo, los estancos y las alcabalas. Es decir, las
reformas borbónicas habían dejado como saldo un conjunto de reclamos y de tensiones que se
actualizarían en estos conflictos. Pero no se actualizaban como problemas puramente económicos,
sino que eran comprendidos bajo una lectura política que entendía que esas reformas expresaban la
arbitrariedad política de los funcionarios reales.
Frente al intento de consolidación de la Junta de San Salvador y de una posible organización de
milicias, los cabildos de San Miguel, Sonsonate y San Vicente se organizaron para suprimir la
insurrección. La estrategia de estos territorios era circunscribir la rebelión a San Salvador -cuestión
que se logró- evitando cualquier intento de guerra civil, y aprovechar la situación para ampliar su
autoridad política frente a una capital provincial ahora rebelde y frente a una ciudad cabecera que
requería su ayuda.
Ante esta situación, el Cabildo de Guatemala solicitó negociar con los insurrectos de San
Salvador una salida al conflicto enviando como mediador a José Maria Peynado. Se dicto una
amnistía para los alzados y la Ciudad cabecera tomó el control de San Salvador, dando por finalizado
el intento de autogobierno y el proceso de insurrección en dicha provincia. Así, los funcionarios
reales y los partidos leales terminaron constituyéndose en los vencedores de este conflicto. En este
sentido, fue nombrado Intendente de San Salvador José de Aycinena, un antiguo regidor
guatemalteco.9
La lealtad a la Ciudad de Guatemala fue premiada por la Regencia peninsular y los tres cabildos
de españoles que se opusieron al levantamiento (San Vicente, Santa Ana y San Miguel) recibieron un
grado superior en la escala de las poblaciones. Por ejemplo, San Miguel se le confirió el titulo de Muy
noble y Muy leal ciudad; a San Vicente fue condecorada como Ciudad y Santa Ana -apenas un pueblo-
fue elevado a la condición de Villa; como así fueron premiadas las jerarquías eclesiásticas que
colaboraron con la milicia enviada desde la Ciudad cabecera.
9 Unos meses más tarde, José Maria Peynado sería nombrado como Intendente.
21
Entonces, funcionarios reales, elites locales y eclesiásticas de Guatemala y otros partidos se
enfrentaron con las elites locales y eclesiásticas de San Salvador. Por lo cual podemos advertir que la
crisis política atravesó transversalmente el cuerpo social en los territorios centroamericanos y que en
los casos de San Salvador y Nicaragua se observa un intento de incluir a las plebes urbanas y rurales
(mulatos honrados y representantes de los barrios). Pero también hay otro dato a destacar: no se
produjo una guerra civil entre contrincantes, no se conformaron dos ejércitos o dos milicias. Las
negociaciones e imposiciones de la Ciudad capital desactivaron cualquier conflicto bélico limitando
dos cuestiones que se observaron en territorios atravesados por la guerra civil: la primera, la
radicalización política de los actores en la búsqueda de consolidar un orden y diferenciarse de su
adversario y, la segunda, la intensa incorporación de los sectores subalternos que suponía un
emprendimiento armado.
En diciembre de 1811, en León, intendencia de Nicaragua, se registró un intento de
constitución de Junta gubernativa, como también en la Ciudad de Granada se intentó erigir el
llamado “Junti-Ayuntamiento”. En enero de 1812, en Tegucigalpa se formaron juntas que, como las
de Nicaragua, terminaron siendo reprimidas o desactivadas por la ciudad de Guatemala y sus
funcionarios. Por lo tanto, durante los primeros años la ciudad cabecera había triunfado, aunque
relativamente, manteniendo unido y bajo su dominio el territorio del Reino de Guatemala.
23
en la disconformidad con las políticas iniciadas por las reformas borbónicas y en el mismo derrotero
de respuestas políticas que abre la crisis de la monárquica. O mejor dicho, la crisis de 1808 y los
intentos de clausura de ensayos autonómicos van a articular viejas y nuevas demandas, lo que permite
la consolidación de una elite insurgente con ascendencias sobre una plebe mestiza e indígena.10 Estos
comprendieron que las coyunturas políticas eran una buena oportunidad para resolver demandas
económicas y políticas, para lo cual debían establecer alianzas u organizar resistencias frente a los
grupos dirigentes.
Entonces, si bien no existió una guerra civil en San Salvador, ni en el Reino de Guatemala, los
diversos procesos -que van desde el cautiverio del Rey, pasando por la conformación de la Junta
Central, el Consejo de Regencia, el establecimiento de la Constitución de Cádiz, hasta el retorno de
Fernando VII- promueven la consolidación de una elite insurgente conformada tanto por miembros
de las familias principales como de la Iglesia local y que va a persistir en el tiempo y mantener un
vínculo e interpelación con las plebes mestizas e indígenas.
Esos líderes autonomistas, también serán, en su mayoría, los dirigentes de la independencia.
Éstos pudieron mostrar como plusvalor político la capacidad de dirigir y organizar a plebes rurales y
urbanas, dejando atrás cualquier mirada superlativamente elitista de la historiografía tradicional.
En relación con la dinámica política de la Capitanía General de Guatemala con respecto a otros
territorios, podemos observar, durante todo este proceso, el carácter centralizador que la ciudad
cabecera, frente a otras provincias y, en sus antípodas, la posición autonomista de San Salvador. Por
lo tanto, en momentos de independencia, estas tensiones que pervivían se van a presentar con fuerza
en el debate sobre la construcción del orden político. En este sentido, Ansaldi y Giordano indican
que sobre todo fue “fuerte el sentimiento antiguatemalteco, provincia que sustentaba el poder
político y chocaba, sobre todo, con el dinamismo económico-social de El Salvador” (2012: 250).
Ahora bien, la declaración de la independencia no fue el resultado de una guerra anticolonial.
Fue parte de la crisis que abrió el levantamiento de Rafael de Riego contra el absolutismo fernandino.
Es decir, nuevamente un acontecimiento internacional volvía a constituir un contexto de disputas
entre actores, potestades y jurisdicciones. Este levantamiento victorioso lograría que Fernando VII
aceptase la Constitución de 1812, lo cual pretendía volver a dar cumplimiento a sus mandatos en la
Península y en América.
El conflicto en la Península entre fernandistas y constitucionalistas que terminará en el Trienio
Liberal, llevará a las elites locales guatemaltecas y sansalvadoreñas a adherir a la idea de la
independencia. Por diversos motivos, inclusive paradójicos: unos porque se oponían a la
Constitución de 1812, algunos porque apoyaban una monarquía constitucional y otros porque se
oponían al poder central guatemalteco y peninsular. Actores con objetivos contradictorios se
encaminaban a la separación absoluta de España. Nuevamente sin guerra civil, ni independentista, el
15 de septiembre de 1821 se proclamaba la independencia del Reino de Guatemala.
En el Acta de septiembre de 1821, se establecía una Junta Consultiva y se convocaba a cada
provincia a elegir diputados o representantes para “formar el Congreso que debe decidir el punto de
independencia general y absoluta, y finar, en caso de acordarla, la forma de gobierno y ley
fundamental que deba regir” (2°). Se determinaba que se debería elegir un diputado cada 15000
habitantes y no se excluiría “de la ciudadanía a los originarios de África. (4°)” 11. Con esto se pretendía
integrar a todos los actores a la decisión política. La estrategia de las elites apostaría a constitucionalizar
el poder y reconocer las autonomías de los territorios.
En San Salvador, jurar por la Declaración de la Independencia llevó implícita una unión a
México, lo cual les permitía sustraerse del poder central de Guatemala. Pero esa unión se fracturó
10 El tributo y el reparto de mercancía eran las fuentes de descontento indígena. Con respecto al tributo, éste
había sido eliminado por la Constitución de 1812. Pero también, éstos como los mestizos reclamaban por los
derechos de propiedad y por sus derechos políticos.
11 Acta de Independencia, 15 de noviembre de 1821.
24
cuando, en 1823, se disolvió la monarquía en México, y las provincias de la Capitanía General de
Guatemala declararon por segunda vez la independencia.
En esta declaración se advertía que “circunstancias tan poderosas e irresistibles exigen que las
provincias del antiguo reino de Guatemala se constituyan por sí mismas i con separación del Estado
mejicano”12 (2°). De alguna forma, se planteaba una doble independencia con respecto al gobierno
español, al de México desde una clave autonómica. Lo cual, implicaba que cada provincia debía
constituirse en un orden soberano y autogobernado. Esto se vería explicitado en la nueva
denominación: “Que las provincias sobredichas, representadas en esta Asamblea (y las demás que
espontáneamente se agreguen de las que componían el antiguo reino de Guatemala) se llamarán por
ahora, y sin perjuicio de lo que se resuelva en la Constitución que ha de formarse ‘Provincias Unidas
del Centro de América’”13 (3°).
En el caso de El Salvador, sus elites dirigentes llamaron a una asamblea que, en su carácter de
constituyente, firmó -el 24 de junio de 1824- la primera Constitución. Es decir, esta estrategia no sólo
expresaba la necesidad de establecer un orden político soberano, sino que se constituía y se reconocía
en un pie de igualdad con las otras provincias. Por lo tanto, sus elites dirigentes decidieron apostar,
con otros territorios, por la construcción de una organización política fundada en la asociación de
provincias-Estados, que, a partir de fines de 1824, decidió convertirse en Federación
Centroamericana.
Conclusiones
El trabajo pretende mostrar la travesía política de las elites dirigentes en la Intendencia de San
Salvador. Esta travesía, a partir de la crisis de 1808, esta atravesada por un conflicto vinculado al
reclamo de autonomía y autogobierno de dicho territorio. Ahora bien, a diferencia de otros
territorios americanos, este conflicto no se dirime en una guerra civil, ni en un guerra
independentista, sino en un juego de fuerzas entre elites y en su capacidad de controlar y dirigir a los
sectores subalternos.
Diversos sucesos trascendentales, como la Constitución de 1812, como su impugnación por el
retornado Fernando VII en 1814 y su implantación en 1820 -con el Trienio Liberal- develan la
compleja institución y legitimación de actores y la configuración de un conflicto donde intervienen
elites, mestizos e indígenas. Pero también una disputa donde intervienen poderes territoriales como
la Capitanía General de Guatemala que apostaba a organizar el territorio desde una perspectiva
centralista.
La ausencia de una guerra independentista no imposibilitará que, ante los sucesos del
alzamiento de Riego (1820), los territorios congregados en la Capitanía de Guatemala asuman un
trayecto independentista. Tampoco imposibilitará que actores con motivos, inclusive contradictorios,
adhieran a la independencia y luego a la conformación de una Federación.
Documentos
“Acta de Independencia”, 15 de noviembre de 1821.
“Arzobispo electo de Guatemala a sus diocesanos de San Salvador”, 15 de noviembre de 1811,
BNE, Madrid, 23864.
“Carta de San Salvador a los pueblos”, 7 de noviembre de 1811.
“Decreto de independencia de la Asamblea Nacional Constituyente”, 1 de julio de 1823.
26
EL LIBERALISMO POLÍTICO DE FINALES DEL SIGLO
XIX*
* El presente artículo ha sido publicado originalmente en AAVV (2011), El Salvador: historia mínima, Secretaría
de Cultura de la Presidencia de la República, San Salvador. Los editores agradecen al autor el haber cedido el
artículo para la presente publicación.
** Doctor en Filosofía Iberoamericana; Jefe del Departamento de Filosofía de la Universidad
Centroamericana "José Simeón Cañas", El Salvador.
27
Miguel en 1875; y, por supuesto, también estaba en juego la pérdida de una visión de mundo que le
daba sentido y seguridad a la existencia humana (el tradicional rol social de la mujer, religión única,
cementerios, matrimonio y educación católica). Es innegable, pues, que algunas de las políticas
estatales implementadas por liberales secularizantes y masones afectaban la vida diaria de los habi-
tantes del país; y es claro que esos cambios afectaron y dañaban a uno de los sectores más poderosos:
la Iglesia católica.
Se suele sostener que la Iglesia católica salvadoreña tenía muy poco que perder con las
reformas políticas del último cuarto del siglo XIX, porque siempre fue una Iglesia pobre, sin grandes
posesiones territoriales o riquezas económicas; pero ¿acaso no era suficiente poder el monopolio de
la verdad y la falsedad, de lo que se debe leer o no, de lo que se debe enseñar o no, o si una persona
merece ser enterrada en un cementerio o no, etc.? En ese sentido, implicaba un gran cambio el que a
las nuevas generaciones de ciudadanos ya no se les iba a enseñar que la religión católica era la única
verdadera, que de ahora en adelante se tolerarían en el país la práctica pública de todos los cultos
religiosos. Y por supuesto, la Iglesia católica luchó denodadamente por no perder el control de los
nacimientos y las defunciones, o de los matrimonios. En fin, como parte de este movimiento de
oposición a los procesos de secularización debe entenderse los graves disturbios de San Miguel en
Junio de 1875.*
Por otro lado, también se suele sostener que la llegada de Santiago González al poder no
implicó grandes cambios en la estructura económica, o que su Presidencia no representó ningún
cambio fundamental para la historia política e institucional del país. De nuevo, se trata de una
afirmación demasiado tajante para ser verdadera. Porque, ¿acaso lo económico es lo único
fundamental o necesario para entender el devenir histórico de los pueblos? Más bien, es obligatorio
preguntarnos a estas alturas cómo es posible que la mayoría de los investigadores de los procesos
históricos que tuvieron lugar a lo largo del siglo XIX en Centroamérica le hayan dado tan poca
importancia al proceso de secularización que arrancó tan tempranamente -aunque sin éxito- durante
los mandatos en Guatemala de Mariano Gálvez (1831-1838) y de Francisco Morazán, para terminar
absolutizando los procesos económicos como los únicos decisivos a la hora de escribir la historia de
los pueblos centroamericanos. Y resulta mucho más sorprendente constatar el esfuerzo que han
hecho algunos de estos historiadores por nulificar o desvirtuar la trascendencia y lo traumático que
resultaron estos tempranos procesos de secularización.
Frente a esta interpretación, historiadores como Ralph Woodward han logrado probar que
fueron precisamente los “curas fanáticos” de Guatemala los que iniciaron el incontenible
movimiento popular-católico de protestas que llevó al poder al conservador Rafael Carrera y a ejercer
la Presidencia durante 30 años. Especialmente cacofónicos resultan aquellos historiadores que sólo
ven en el ascenso del café y las oligarquías cafetaleras las únicas causas para explicar lo acontecido en
Centroamérica a partir de 1871; luego terminan concluyendo que tanto conservadores como liberales
impulsaron el café, por lo que al final se quedan sin el necesario y estricto contrincante dialéctico que
ayuda a entender los movimientos históricos.
Y sin embargo, al igual que ocurrió en tiempos de Mariano Gálvez en Guatemala, durante los
años de las llamadas “reformas liberales” las fuentes católicas refieren categóricamente a que entre
1871 y 1886 en El Salvador se libró una intensa batalla entre “liberales ateos” y “buenos católicos”; y
por su parte, las fuentes liberales confirman también la percepción de que con la llegada de la
Administración de Santiago González había iniciado un significativo cambio en las políticas de
Estado que fueron arrinconando progresivamente a los “fanáticos católicos”, quienes eran
concebidos como los verdaderos enemigos del progreso, de la Libertad, de la Igualdad y la
Fraternidad. Además, ambas fuentes confirman que estas medidas “diabólicas” o “progresistas”
*[N. del E.]: El autor hace referencia a un motín ocurrido en el Partido de San Miguel el 21 de junio de 1875.
Fue dirigido por el cura Manuel Palacios en protesta contra el gobierno liberal presidido por el mariscal
González.
28
fueron continuadas y profundizadas durante la larga presidencia de Rafael Zaldívar, con el claro
apoyo de liberales radicales y masones, a pesar de que Zaldívar había sido un cercano colaborador del
conservador Francisco Dueñas (1863-1871).
Tanto era la convicción de que había habido una ruptura entre la manera de entender y hacer
política desde los tiempos de Dueñas, que las ambigüedades mostradas por el General Francisco
Menéndez al inicio de su mandato no dejaron de alarmar a los radicalizados defensores del
liberalismo secularizante que contemplaban con horror cómo Menéndez había reservado a Manuel
Gallardo el decisivo cargo de Ministro de Hacienda, “á pesar del general desagrado que provocaba su
presencia en el Gabinete” dadas sus posturas políticas conservadoras. Seguramente no menos
vergüenza generaba para los liberales radicales comprobar cómo Menéndez era elogiado por
conservadores y católicos, y cómo, en fin, Menéndez había abierto las puertas para que el clero
“fanático y reaccionario” participara en la Constituyente de 1885, o cómo había permitido la
reintroducción de la cátedra de derecho canónico en la Universidad.
Aunque siempre es difícil tener certeza sobre las convicciones religiosas de las personas,
podríamos conceder que muy probablemente los planteamientos ideológicos de Dueñas eran muy
similares a los de González, que quizás ambos eran fervientes creyentes en un liberalismo moderado,
sinceros y temerosos católicos; pero, ¿qué decir de los Ministros de Estado de Dueñas y de los de
González? O, ¿qué decir de los Representantes que redactaron la Constitución de 1864 y los que
redactaron las Constituciones de 1871-72 en adelante? Un análisis detallado mostraría que la clase
política y los burócratas en el poder a partir de 1871 fueron modelando e introduciendo poco a poco
políticas que efectivamente fueron secularizando el Estado salvadoreño, medidas que fueron
generando importantes resistencias de parte de estos sectores católicos y conservadores. Es en este
sentido que debe entenderse la expulsión de jesuitas, capuchinos y hasta de obispos a partir de 1872,
la ruptura del Concordato con el Vaticano, la supresión de periódicos católicos en los que se atacaba
a la nueva generación de liberales radicales centroamericanos. Y también la férrea insistencia de parte
de los sectores católicos y conservadores de que, con la llegada de Santiago González al poder y la
fundación de la Logia masónica “Progreso Nº 5”, había iniciado una era de terribles y lamentables
cambios en la conducción política del Estado.
A la luz de todas estas consideraciones, sería un error, a mi juicio, considerar que las únicas
motivaciones que tenían los Presidentes salvadoreños para convocar a una nueva Constituyente
durante los años 1871-1886 era que se aprobara su reelección o se ampliara el período presidencial.
Aunque los deseos de eternizarse en el poder tanto ayer como ahora han sido una poderosa
motivación para convocar a una Constituyente, para la clase política de liberales secularizantes y
masones, cada Constituyente era una nueva oportunidad para ir profundizando en el proceso de
transformación del Estado desde los ya vetustos, anacrónicos y ahora reaccionarios principios del
liberalismo católico hispánico, a los principios más avanzados del moderno liberalismo laicizante;
pero también cada Constituyente era una oportunidad más para que conservadores y católicos
hicieran importantes críticas a este proceso de transformación y pedir su reversión al estado de cosas
en que había dejado al país la conservadora Constitución de 1864, cuyo Congreso Constituyente
había hecho un esfuerzo por no romper con el paradigma del liberalismo católico español. Y las
mismas resistencias se producían cada vez que liberales radicales y masones intentaban introducir
leyes que transformaran el carácter católico de la educación o promovieran la educación intelectual
de la mujer, etc.
A mi parecer, pues, hubo significativas rupturas ideológicas y de políticas de Estado entre las
Constituciones de 1864 y la de 1871, y estas diferencias se fueron haciendo cada vez más amplias a lo
largo de las restantes que fueron siendo aprobadas hasta llegar a la de 1886; es decir, cada nueva
Constituyente iba reafirmando las conquistas del liberalismo laicizante ya logradas, e introduciendo
nuevas; quizás las que se atrevían a introducir o las que tuvieron éxito en imponer del amplio
catálogo de reformas que incluía el proyecto Liberal de secularización del Estado. Y sobre todo no
29
puede obviarse que muchas de estas políticas secularizantes se estaban tratando de implementar en
países tan distantes como Francia, Bélgica o Alemania. Recuérdese, por ejemplo, que Bismark
expulsó a los Jesuitas de Alemania en 1872, es decir el mismo año que lo hizo Guatemala y El
Salvador.
Por ello sostengo que las reformas políticas liberales salvadoreñas deben ser definidas más
precisamente como “secularizantes”. Es claro que liberales radicales y masones estaban convencidos
de que los tiempos habían cambiado, que ahora sí les había llegado su turno para implementar las
políticas que las generaciones anteriores de liberales radicales soñaron con hacer realidad, pero con
resultados catastróficos. Me refiero a las generaciones de Mariano Gálvez, de Francisco Morazán,
pero también a la de Gerardo Barrios, Manuel Suárez y Manuel Irungaray. Ciertamente la tarea seguía
siendo harto difícil, las resistencias del clero y de los católicos seguían siendo poderosas. Pero la
historia demostró al final -al menos en el caso de El Salvador- que liberales secularizantes y masones
estaban en lo correcto: el tiempo les favorecía. La permanencia desde entonces del espíritu laico de
las Constituciones de 1885 y 1886 es una buena prueba de esta afirmación.
30
EL SALVADOR, 1932: LOS COFRADES INSURRECTOS.
HERENCIA CORPORATIVA COLONIAL EN LA SOCIEDAD
SALVADOREÑA
PABLO BENÍTEZ*
Las cofradías en el entramado corporativo de la sociedad colonial
La estructura básica de la sociedad colonial en la América hispánica era la corporación. Las
corporaciones marcaban la pauta de comportamiento social en prácticamente todos los ámbitos de la
vida pública, poseían lazos de diverso origen, fundamentalmente familiares, étnicos, económicos,
políticos y religiosos.
Algunas de las unidades corporativas más importantes eran la parroquia, el gremio, la familia y
la municipalidad. En estas corporaciones, los beneficios y las responsabilidades se asignaban y se
ceñían a los intereses del grupo. Las relaciones sociales se originaban y desarrollaban al amparo de las
corporaciones. El derecho, las instituciones públicas y la sociedad en general no consideraban a los
individuos por sí mismos, los concebían como integrantes de colectivos y los ubicaban en el eslabón
jerárquico-social correspondiente, de acuerdo con el estamento al que pertenecieran.
Este modo corporativo de proceder es el que entrará en combate con el imaginario individual
que las reformas ilustradas pretenderán establecer al final del periodo colonial.
Estudios como el de Marta Elena Casaús demuestran que estos lazos corporativos pervivieron
y que actualmente poseen gran relevancia en el estudio de los procesos históricos latinoamericanos.
Casaús pone de manifiesto que el parentesco constituyó un “elemento clave” en la formación de la
sociedad colonial “en casi toda la región latinoamericana” (Casaús, 2007: 2). Para el caso
centroamericano, aclara que el análisis de las relaciones de poder entre familia y Estado se vuelve un
punto de rigor si se quiere estudiar periodos como “el momento de la formación de los Estados
nacionales y del surgimiento de las oligarquías centroamericanas” (Casaús, 2007: 4).
Otro tipo de corporaciones desempeñaron un papel importante para fortalecer tejidos sociales.
Los ejidos y las cofradías, por ejemplo, fueron útiles para alimentar los mecanismos de resistencia
cultural y de integración entre las comunidades indígenas.
Este tipo de corporaciones además cumplieron funciones políticas y económicas. Consta en
archivos municipales que las cofradías tuvieron capacidad de compra-venta de tierras. Esas tierras se
adquirían de acuerdo con los intereses de la colectividad. El titular de la propiedad pasaba a ser la
cofradía toda. El documento de propiedad se entregaba “a manos” de los “cofrades”, “alcaldes” y
“fiscal” de la corporación.1
Las cofradías estaban exentas de alcabalas por privilegio real. El patrimonio de estas
corporaciones estaba conformado por dinero, ganado, tierras y, aunque rara vez, por especies que
podían servir de mercancía. Los ingresos los obtenían por medio de limosnas, esquilmos y usura
pupilar (Montes, 1977: 22).
En el campo de las representaciones sociales, las cofradías también incidieron notablemente.
“La pertenencia a una cofradía otorgaba al individuo el acceso a una institución que brindaba formas de
sociabilidad, de representación, protección y prestigio (…) ser miembro, entonces, equivalía a poseer un
http://afehc.apinc.org/index.php?action=fi_aff&id=1087http://afehc.apinc.org/index.php?action=fi_aff&id
=1106. Consultado el martes 9 de junio de 2009.
31
timbre de honor y dignidad” (Citado por Florescano, 1997: 233). Enrique Florescano señala que en la
América hispánica colonial cada estamento hacía valer sus diferencias con respecto a los demás. Los
conflictos que desataba ese “hacer valer” provocaban la reafirmación de las diferencias. En la
presencia de esas distancias y esos alejamientos radicó la estabilidad de aquella sociedad, “pues creó
una suerte de pesos y contrapesos entre los grupos” (Ibídem).
Sin embargo, esos pesos y contrapesos no obedecían a diferencias en un solo aspecto
diferenciador. Por ejemplo, en las cofradías, las diferencias étnicas no eran en modo alguno un punto
único diferenciador. Por el contrario, las cofradías fueron organismos estamentales que se
desarrollaron en grupos sociales muy diversos. Desde el siglo XVI “las había de indios, negros y
mulatos libres, o de grupos de comerciantes blancos ricos y de artesanos pobres” (Florescano, 1997:
232-233).
La complejidad del entramado social que componían las cofradías se manifestaba aun con
mayor fuerza en las ceremonias públicas de la sociedad colonial hispanoamericana. Puede tomarse
por caso la ceremonia de las reales exequias para el señor don Carlos III, rey de las Españas y
Américas, y real proclamación del señor don Carlos IV, su heredero (Ximena, 1974).
En tal ceremonia, los cuerpos que conformaban la sociedad colonial ocupaban lugares
absolutamente predefinidos. Tal sitio servía especialmente para dibujar el esquema jerárquico-
estamental de aquella sociedad y para asignar un lugar en el imaginario social a cada una de las
corporaciones.
Don Pedro Ximena ha legado una descripción en suma interesante y muy valiosa de tales actos
públicos. En el primer día de celebraciones, las autoridades marchaban por la ciudad. Iban de la plaza
a la catedral para bendecir el pendón real, “señal auténtica de jurar y proclamar por su Rey y Señor D.
CARLOS IV”, y luego de la catedral a la plaza, para colocar el pendón “al lado de las reales estatuas”
(Ximena, 1974: 124-125).
En la descripción de ambos momentos del recorrido, se pone de manifiesto la importancia del
sitial que cada corporación debe ocupar en las marchas.
(…) se formó el paseo en la forma siguiente: el navío con velas tendidas, maniobrando los
marineros y haciendo saludos a nuestros Reyes a uso de la mar y disparando de rato a rato
coetes voladores rompiendo el concurso de gentes, como si dividiera las aguas, daba
principio a el que seguían los cinco bayles de los indios, después las milicias con pausada y
vistosa marcha. Sucedían gallardamente montados a caballos los indios alcaldes y
regidores de los pueblos, y seguían todos los vecinos principales, cerrando tan lucido y
magnífico aparato el Alférez Real con el Pendón.
Otra ceremonia pública que demuestra la voluntad de representación de la sociedad colonial es
la de las honras fúnebres o reales exequias por Felipe IV, en el año 1666. Enrique Florescano cita un
estudio de Clara García Ayluardo en el cual se expone con detalle la composición y el orden en que
se desarrolla la procesión en la Nueva España, en honor del monarca muerto.
Iniciaban el cortejo 18 cofradías de negros, mulatos, filipinos e indios tarascos. Cada
grupo llevaba al frente las insignias que representaban a sus respectivas devociones.
Seguían luego las 89 cofradías de las comunidades indígenas de los barrios urbanos y de
los pueblos de vecinos. Este numeroso contingente compuesto por 4000 individuos
terminaba con los caciques, principales, alcaldes y gobernadores indios, vestidos con
sobrias túnicas negras.
Luego de estos dos primeros grupos seguían las cofradías de españoles, que sumaban 19;
continuaba un grupo de estudiantes de los principales colegios, que agregaba 1.000 personas a la
procesión; la archicofradía del Santísimo Sacramento encabezaba a 1.325 miembros del clero
diocesano, que se integraban a los grupos de las demás órdenes religiosas y sus cruces respectivas. La
segunda sección correspondía a las autoridades civiles, los tribunales reales y las corporaciones
civiles. Por último, desfilaban los ministros de la Real Hacienda y la Audiencia, los más altos jueces y
32
magistrados, para cerrar con la persona de autoridad suprema de la monarquía en la Nueva España:
el virrey.
Hay muchos ejemplos más de los mecanismos que la sociedad colonial utilizaba para
representarse a sí misma públicamente, desde la pintura y la distribución de los espacios urbanos
hasta la parafernalia ritual consignada anteriormente y que concierne a los actos públicos de fe
católica. La sociedad colonial hispanoamericana gustaba retratarse y hacerse respetar por medio de
esas representaciones.
Pero lo que interesa poner de manifiesto, finalmente, es la dimensión y la incidencia que poseía
el fenómeno de las cofradías en esa sociedad estamental de la que venimos hablando, y cómo ese
peso propio de las cofradías permanece a lo largo de la colonia y continúa después en la vida
republicana como una herramienta de resistencia cultural y lucha política en las comunidades
indígenas (Florescano, 1997: 235-236).
Aunque puede alegarse que la ceremonia de las honras fúnebres por Felipe IV data de 1666 y
que en aquella época la población indígena era mucho más numerosa, no deja de ser sorprendente
que las cofradías de las comunidades indígenas abarcaran casi el 70% del total de cofradías
mencionadas en el documento y que en la procesión sumaran 4.000 personas.
33
ciertamente en esta y todas las parroquias y creo que (sin peligro de engañarme) en toda la
América… (Larraz y Cortés, 2000: 82)
Esta y otras afirmaciones de Cortés y Larraz ponen de manifiesto la pugna religiosa y cultural
que se libraba entre autoridades católicas e indígenas. Instituciones tan importantes para el
catolicismo como el matrimonio no eran significativas para los indios. Se rehusaban a enviar a sus
hijos a la escuela para aprender castellano y doctrina cristiana. Los ya adoctrinados incumplían los
sacramentos de la confesión y la eucaristía.
¿Cómo se explica entonces la participación indígena masiva y organizada en actos de
representación social vinculados a la religión católica?, ¿cómo se explica la “repugnancia” fuerte de
los indios hacia los ritos más cotidianos de la fe católica?
Se explica en función de las relaciones de poder, de la vida política colonial. Las cofradías
constituyeron un mecanismo de resistencia cultural de parte de las comunidades indígenas. Esa
resistencia implicaba una pugna por el poder político local. Los indígenas, ya inmersos en la dinámica
política que la conquista les había impuesto, luchaban por conservar el poder de las localidades. Por
medio de las cofradías favorecían la cohesión social e impulsaban sus prácticas culturales, hasta
donde fuera posible. Esas prácticas se mezclaban con la ritualidad católica, y esa mezcla producía
finalmente un híbrido que no gustaba nada a las autoridades eclesiales, quienes las veían como “un
puro pretexto para deshonestidades, embriagueces y desórdenes”. 2
A pesar de las solicitudes de clausura que algunos personajes difundieron tanto en América
como en España, las cofradías fueron toleradas por las autoridades, gracias a que procedían de una
tradición religiosa europea que se trasladó a América, y que implicaba la aceptación de ciertos moldes
eclesiales que beneficiaban a no pocas corporaciones. El caso más cercano de ese beneficio lo
hallamos en los sacerdotes encargados de los curatos. Las cofradías, a pesar de que muchas
declaraban nulo movimiento económico, es decir cero capital y cero bienes, sostenían en gran parte
el funcionamiento de las parroquias, organizaban las festividades de los santos (que llamaban
guachivales), construían altares y sufragaban la “subsistencia” del cura párroco.
Las cofradías contribuyen para ornamentos, cera, vino, hostias, y cuanto es necesario para
las Parroquias, y no solamente para esto, sino para edificar, y reparar los Templos (…)
Las Cofradías es casi lo único, con que se puede contar para la subsistencia de los Curas,
y Ministros necesarios para el servicio de las Parroquias. 3
Las cofradías pasaron a ser espacios propicios para que las comunidades indígenas se
organizaran políticamente y consolidaran sus lazos identitarios y culturales. El aspecto religioso
también se prestaba para esos fines. Los indios amoldaron la ritualidad católica a su propia
mentalidad religiosa, desgarrada y oculta, pero que había sido heredada junto con la lengua náhuat,
todavía viva a fines del siglo XIX. Esta organización y esta cohesión aportaban mayores posibilidades
de participación en la vida pública de la localidad, incluso en las elecciones municipales.
Con toda seguridad, las cofradías permitieron la construcción de redes sociales muy fuertes,
que facilitaron la organización de acciones políticas rebeldes. Son muchos los levantamientos
indígenas ocurridos durante los siglos XVIII, XIX y XX. Y los pactos tampoco estuvieron fuera de las
prácticas políticas de las comunidades indígenas.
Virginia Tilley registra 43 rebeliones indígenas entre 1771 y 1918 en diferentes localidades,
especialmente en las zonas occidental y central del país. Se trataba de afrentas contra el poder
establecido y protestas contra los abusos de las autoridades (Tilley, 2005: 123-127). Erik Ching
analiza el caso de un municipio en el cual las comunidades indígenas llegaron a poseer el control del
2 Cortés y Larraz, Pedro. “Quaderno 2. Razón del Instituto, y advocación de las enunciadas Cofradías, y
Hermandades, del aprovechamiento y perjuicio, que resulta a los fieles, y de si deben reformarse en todo, o en
parte, y que terminos”; en Montes (1977: 84).
3 Cortés y Larraz, Pedro; en Montes (1977: 85-86).
34
gobierno municipal gracias a las elecciones en varias oportunidades: Nahuizalco (Ching, Tilley y
López, 2007: 81-91). Tilley termina su conteo de rebeliones indígenas con el registro de un pacto
político coyuntural entre las comunidades y la Liga Roja, organismo represivo montado por los
Meléndez Quiñónez.
35
Pero no es el carácter altamente político y organizado de las cofradías lo que está en discusión.
El punto que se encuentra en la mesa de debate es si el Partido Comunista de El Salvador
auténticamente hizo labor organizativa en las poblaciones insurrectas; si planificó y dirigió junto con
ellas la insurrección de 1932.
Los mencionados hallazgos documentales (especialmente el que Erik Ching dio a conocer al
abrirse los archivos de la Komintern en Moscú) condujeron a restarle protagonismo al Partido
Comunista, a conjeturar acerca de la no-participación de tal organización en la gesta insurreccional.
En uno de sus más recientes trabajos publicados, Ching afirma que los agitadores comunistas
no pudieron haber tenido éxito al tratar de acercarse políticamente a las cofradías debido, entre otros
aspectos, al ateísmo profesado por el comunismo (digamos) clásico.
La desconfianza tradicional entre indígenas y ladinos generó sospechas entre los
primeros, cuando los segundos se presentaron como portadores de promesas de
redención política y económica. Es más, el ateísmo propio del comunismo estaba muy
reñido con el papel destacado que jugaban las cofradías en la vida de los indígenas (Ching,
Tilley y López, 2007: 61).
En esa misma línea argumental, Ching asegura que el PCS decidió “no formular una estrategia
específica” para atender organizativamente las comunidades indígenas en cuanto tales. La
“heterogeneidad étnica” habría sido desestimada. La labor política se habría basado en la idea de
“homogeneidad de clase”, según la interpretación de Ching. Para reforzar y rematar su análisis, el
historiador cita a un miembro del PCS que delata “la falta de trabajo entre los indios nativos”.
Finalmente, Ching acepta que el PCS logró “influencia en algunas comunidades campesinas” gracias
a que se concentró en atender las reivindicaciones que planteaban “los mismos campesinos”
(Ibídem).
Ching contradice fehacientemente la línea interpretativa que vincula a los comunistas con las
cofradías y pareciera desechar la idea de que esa relación es caldo de cultivo para el trabajo
organizativo insurreccional.
Sin embargo, hay dos cabos sueltos en la interpretación de Ching. En primer lugar, la
militancia comunista salvadoreña difícilmente puede calificarse como atea. A pesar de que reniegue
de la religión en general y de que responda duramente a los sermones de predicadores
conservadores, es imposible negar que la formación cultural y el origen social de los militantes
impedían que se desligaran absolutamente de las creencias religiosas.
El famoso sobreviviente de la matanza entrevistado por Roque Dalton, Miguel Mármol,
afirma que desarrolló “sentimientos religiosos” y “devoción” por la Virgen María y por San
Francisco de Asís desde su infancia, por influencia de su abuela. Agrega que su “fe católica” se
fortalecía por las soluciones que con frecuencia tenían las “necesidades más extremas” de su familia,
gracias a los rezos de su madre (Dalton, 1972: 43). En varias ocasiones, más adentrado en sus relatos,
hará hincapié nuevamente en su formación religiosa. No obstante, Mármol también hará un matiz
importante: desde sus primeras experiencias de trabajo en San Salvador, específicamente en la
zapatería La Americana, comenzó a dudar de la fe por influencia de otras personas. Ya para ese
momento, recuerda Mármol, “advertía que problemas como los de la existencia de Dios, el diablo o
de la mismísima Ciguanaba, no eran fundamentales, ni mucho menos”. Puede inferirse que para los
militantes comunistas salvadoreños de los años veinte y treinta la fe religiosa dejó de ser prioritaria,
pero no por eso pasaron a declararse ateos. Al contrario, Mármol utiliza un término interesante para
referirse a su condición de no creyente: “descreído” (Dalton, 1972: 77). Su actitud es la de un
desengañado, no la de un ateo. En ningún momento se atreve a declararse como tal.
En otro texto, escrito por Mármol en 1981, titulado “La Regional va a las masas del campo”, el
viejo militante hace una recapitulación breve y superficial sobre las tareas organizativas de la
Federación Regional de Trabajadores Salvadoreños (FRTS) fuera de las zonas urbanas. Este repaso
36
contiene una declaración sumamente importante para comprender la relación entre comunistas e
indígenas-cofrades.
Para contrarrestar la denuncia del clero, de que se era ateo, irreligioso, los propagandistas
y organizadores de la Federación Regional participaban en la construcción de los altares, y
en muchas otras actividades relacionadas con la festividad de tal o cuál santo. Y rezaban
como todos. Por lo tanto no hubo una actitud de dogmatismo anti-religioso sino [que] se
mostró a la población quiénes eran los verdaderos enemigos, los ricos y la necesidad de
pelear por sus derechos, por encima de banderas religiosas (Mármol, 1981: 50).
Los altares y las festividades de santos a los que se refiere Mármol, sobre todo si se tienen en
mente las localidades en donde caló más hondo la agitación, son seguramente las vinculadas a la
actividad religiosa de las cofradías, especialmente los guachivales. Probablemente, ese tipo de
colaboración fue la que abrió brecha para ganarse la confianza de dirigentes indígenas que
administraban cofradías o participaban activamente en ellas, como José Feliciano Ama, sin desdeñar
el amplio rodaje político de los dirigentes de las cofradías y la calidad de interlocución que ofrecían,
como se advierte fácilmente al referir el nivel de alianzas políticas que vienen estableciendo desde
fines del siglo XIX.
Podría aducirse que Mármol, pasados casi cincuenta años, tal vez esté cargando las tintas para
favorecer la idea de que la insurrección sí fue producto de la labor política de los comunistas. No
obstante, existe otra fuente que verifica el fuerte lazo entre trabajo de agitación comunista y las
manifestaciones religiosas populares. Se trata de dos estampas católicas decomisadas a Mármol
cuando fue capturado en el año 1934. La primera de ellas presenta una imagen de la Santa Cena (ver
Figura 1 en Anexos). La segunda estampa presenta una imagen de Jesús predicando (ver Figura 3 en
Anexos). En ambos casos, lo interesante es que en el reverso se leen textos escritos con máquina de
escribir, que vinculan la fe cristiana con la lucha revolucionaria. “Cristo, el descamisado de Nasareth,
el primer revolucionario que supo convatir a los poderosos y a los explotadores”, se lee en la primera
estampa (ver Figura 2 en Anexos). En la otra imagen se lee: “Los COMUNISTAS, únicos verdaderos
discípulos de CRISTO en la actualidad, merecen el respeto a sus doctrinas” (ver Figura 4 en Anexos).
Además de aquellas estampas, en el archivo judicial figura también correspondencia entre
sobrevivientes de la masacre fechada principalmente en 1933. No resulta extraño inferir entonces que
ese tipo de propaganda decomisada a Mármol haya sido utilizada para cooptar cofrades y ganar
simpatías entre grupos religiosos.
En cuanto a las declaraciones citadas por Erik Ching, en donde un militante del PCS acusa “la
falta de trabajo entre los indios nativos”, se trata de una afirmación que debe contrastarse. En rigor,
la estructura partidaria comunista se montó sobre una base organizativa ya existente: la base
construida por la FRTS y por el Socorro Rojo Internacional (SRI) algunos años antes de la fundación
del PCS.4 Tal y como lo señala Ching, la labor de organización que el PCS pudo llevar a cabo antes
de 1932 debió ser mínima. Fue la estructura ya constituida la que sirvió de apoyo al Partido. Nótese,
para el caso, que Mármol no habla de “propagandistas y organizadores” del PCS, sino de
“propagandistas y organizadores de la Federación Regional”. Existen contrastes que Ching no toma
en cuenta, que bien podrían resumirse así:
i. El PCS en cuanto tal solamente pudo tomar decisiones estratégicas entre 1931 y 1932,
cuando seguramente la estructura ya estaba montada por la FRTS y las comunidades
indígenas cooptadas.
ii. La FRTS fue fundada en el año 1927, su estructura abarcaba gran parte del territorio
nacional. Tan sólido fue el apoyo organizativo que la correspondencia decomisada a
Mármol en 1934 da cuenta de la pervivencia de grupos comunistas ubicados en la zona
4 Esta aseveración se verifica fácilmente a partir de los datos que aportan las diversas fuentes de la época,
incluso las descubiertas por Erik Ching en el archivo de la Komintern.
37
oriental (Usulután y La Unión) y la zona occidental del país (Santa Ana). En el informe
judicial consta que le fue decomisada “correspondencia comunista [fechada] desde el mes
de octubre del año retro-próximo”, es decir desde octubre de 1933, y menciona entidades
como el “Consejo Ejecutivo Sindical” o el “Consejo Federal Ejecutivo Sindical”. Tal y
como evidencia el informe, los cargos y las estructuras mencionadas siguen remitiendo a
la organización sindical montada por la FRTS, pero el sello que calza varios de los
escritos, es el del Partido Comunista de El Salvador (ver Figura 5 en Anexos).
iii. En el testimonio de Miguel Mármol que nos traslada Dalton y en los mismos
documentos estudiados por Ching provenientes de la Komintern es claro que el PCS no
fue una organización granítica, con un solo criterio de lucha. La división final ocurre antes
de enero de 1932, cuando Farabundo Martí finalmente asume el control del Comité
Central, y quienes lo apoyan son facciones que pertenecen principalmente a la Juventud
Comunista y el SRI. La militancia restante se replegó.
En definitiva, hay mucha tela que cortar en cuanto a los testimonios que pueda aportar uno de
los sobrevivientes de la matanza que no apoyó el ala insurrecta que dirigía Martí, como trasluce en la
transcripción que cita Ching.
Estas fuentes dan pistas suficientes como para no descartar la línea argumental abierta por
Schlesinger en cuanto que las cofradías sí fueron un vehículo organizativo cooptado por el PCS. Las
fuentes presentadas apuntan a que no solamente hubo un fuerte trabajo de agitación entre las
cofradías, sino que, en efecto, probablemente fueron el mayor bastión del plan insurreccional.
El hecho de que las cofradías constituyeran en 1932 un espacio clave para la lucha político-
insurreccional, gracias a su sólida estructura social y a su tradición de resistencia cultural y política,
también habla elocuentemente de las herencias corporativas que la sociedad colonial insufló a la
sociedad salvadoreña.
38
ANEXOS
39
Transcripción literal reverso de la imagen de Jesús predicando
Si los actuales mercaderes de la relig-
gión predicaran con la misma sa[n]tidad
del alma con que Cristo predicaba su
doctrina de igualdad, por otros sende-
ros anduviera el mundo.
Los COMUNISTAS, únicos verdaderos dis-
cípulos de CRISTO en la actualidad,
merecen el respeto a sus doctrinas y
no las actitudes infamantes de los
perros que calumnian sus doctrinas
por congratularse con los que mandan.
CAMARADA: SALUD Y TRABAJO
40
Fuentes primarias
Expediente judicial de caso de captura Miguel Mármol, 1934.
Archivo MUPI: SV/MUPI/F001/005/HS/F5.02
Archivo MUPI: SV/MUPI/F001/005/HS/F5.03
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LA MUY NOBLE Y LEAL CIUDAD DE GRANADA, PROVINCIA DE NICARAGUA, REYNO DE GUATEMALA.
Banco Central de Nicaragua, Managua.
42
SEGUNDA PARTE
LOS AÑOS “GLORIOSOS”: MODERNIZACIÓN,
AUTORITARISMO Y CRISIS POLÍTICA
Portadas de Diario “La Prensa Gráfica”, fechas: 20 de febrero de 1967 (arriba, izquierda), 7 de julio
de 1967 (arriba derecha), 16 de febrero de 1968 (abajo)
Archivo de la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (UCA).
43
EL CAMINO HACIA LA REVOLUCIÓN Y LA GUERRA*
CARLOS M. VILAS**
Desde el sangriento aplastamiento de la insurrección campesina e indígena de 1932 dirigida por el
Partido Comunista, El Salvador permaneció bajo gobierno militar; conjurado el peligro, los grupos
oligárquicos se concentraron en el manejo de sus intereses económicos y delegaron en el ejército la
gestión gubernamental. Hasta 1979 todos los presidentes del país fueron altos oficiales del ejército. Se
llevaban a cabo elecciones invariablemente ganadas por el candidato militar, quien ya convertido en
presidente administraba los asuntos públicos de conformidad con la óptica de la clase terrateniente.
Sobre la base de la derrota popular, se configuró una fórmula política que relevaba a la élite económica
de un involucramiento directo en los poco rentables negocios públicos, al mismo tiempo que
garantizaba la marginación institucional de los grupos medios y, sobre todo, de los campesinos y los
trabajadores. El ejército fue, a un mismo tiempo, partido político y policía política de la oligarquía.
Los nuevos aires de la política interamericana insuflados por la Alianza para el Progreso en los
inicios de la década de 1960 y la diferenciación de la sociedad derivada del crecimiento económico,
introdujeron elementos de tensión en esa fórmula política. Después de la revolución cubana, el gobierno
de los Estados Unidos decidió promover algunas reformas sociales con el fin de reducir el potencial de
conflicto y prevenir situaciones similares a las registradas en la isla. Por su lado, el desarrollo de la
urbanización y la modernización capitalista aceleraron el crecimiento de sectores medios urbanos que no
se sentían representados por el régimen político. Finalmente, las propias filas del ejército resultaron
receptivas a la necesidad de adaptar el sistema institucional a los nuevos términos del desarrollo. La
década de 1960 se caracterizó en consecuencia por una sucesión de tensiones entre algunas iniciativas
gubernamentales de reforma económica -por ejemplo, regulaciones estatales e intervención en diferentes
aspectos del crédito y la producción- y de moderada apertura política, y las rigideces de la estructura
económica y de los grupos oligárquicos.
Después de que en 1963 se aprobara el sistema de representación proporcional para las elecciones
parlamentarias, los partidos políticos contaron con una actitud más tolerante del gobierno. Las
elecciones municipales y legislativas de 1964 dieron un resonante triunfo al Partido Demócrata Cristiano
(PDC), apoyado sobre todo por el voto de los sectores emergentes urbanos de clases medias; la
oposición ganó 24 de las 52 bancas legislativas. En las elecciones de 1968 el PDC obtuvo la misma
cantidad de bancas y en las de 1971 solamente 21, pero ganó la alcaldía de San Salvador. El voto por el
PDC era eminentemente urbano; los cuerpos de seguridad dificultaban enormemente a la oposición el
reclutamiento de simpatizantes en el campo. El carácter limitado de las reformas y la resistencia que de
todas maneras suscitaban en algunos sectores del ejército y en la oligarquía por un lado, y por el otro lo
que ante los ojos de muchos activistas era renuencia de las dirigencias opositoras a presionar por
mayores márgenes de acción, confluyeron para favorecer una progresiva radicalización de algunos
sectores de la oposición. La resistencia del gobierno a reconocer a las organizaciones campesinas que se
estaban formando de todos modos, la represión a los activistas, y la demanda de reformas políticas y
económicas efectivas, provocaron en 1970 rupturas en el PDC y en el Partido Comunista, de jóvenes
* El presente artículo está basado en Vilas, Carlos (1994) Mercado, Estados y Revoluciones: Centroamérica 1950-
1990, México, Universidad Nacional Autónoma de México.
** El autor es docente de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa). Durante toda la década de 1980 vivió en
Nicaragua y colaboró con el gobierno de la Revolución Popular Sandinista. Es autor de Perfiles de la revolución
sandinista (1984), Estado, clase y etnicidad: la Costa Atlántica de Nicaragua (1992) y Mercado, Estados y Revoluciones:
Centroamérica 1950-1990 (1994), entre muchos otros títulos.
44
militantes que criticaban el compromiso de sus partidos con el régimen, y que ingresarían
posteriormente a las organizaciones guerrilleras que comenzaron a operar en esa década.
También se activó la protesta sindical. Los sindicatos de maestros y de empleados Gapúblicos
fueron particularmente activos. La primera expresión de una nueva actitud de los trabajadores urbanos
fue la huelga de maestros en 1968; el movimiento recibió el apoyo de otras organizaciones laborales y de
la población en general, y culminó con demostraciones masivas en San Salvador protagonizadas por
sectores de clases medias, estudiantes y pobres urbanos; situación que se reiteraría con la huelga de
maestros de julio-agosto de 1971. Especialmente importante para el tensionamiento del escenario
político fueron la impresionante movilización de la población marginal urbana, que crecía con las
migraciones, y la activación social en el campo. Las nuevas organizaciones que empezaron a crecer en las
barriadas pobres salvadoreñas en las décadas de 1960 y 1970, como las que comenzaban a hacerse sentir
en el campo, caían en gran medida fuera de los alcances de los sindicatos y los partidos tradicionales. Las
nuevas prácticas de pastoral de la iglesia católica estimularon el surgimiento de los sindicatos
campesinos; sin embargo, dada la prohibición legal, las nuevas organizaciones sólo podían tener
existencia como asociaciones de intereses mutuos, y no como sindicatos orientados hacia la negociación
colectiva u otras actividades relacionadas con el trabajo. La situación se tornó particularmente precaria
para el campesinado sin tierra, que migraba temporalmente hacia Honduras; tras la guerra con ese país
(1969), la frontera se cerró y permanecería así por más de una década. Los pequeños agricultores
salvadoreños que se habían instalado de manera permanente fueron expulsados violentamente,
agravando con su regreso la presión sobre la tierra, especialmente en los departamentos fronterizos,
como Chalatenango.
El cuadro 1 muestra el crecimiento del movimiento sindical tanto en lo que toca a organizaciones
y afiliados como en el tamaño medio de las organizaciones. Entre principios de los años sesenta y
mediados de los setenta el número de sindicatos creció 50% y el de afiliados 150%, y el tamaño medio
de las organizaciones aumentó 60%. El deterioro de las condiciones de vida de los asalariados después
de la guerra con Honduras, combinado con el crecimiento del empleo industrial impulsado por el
aumento de la inversión nacional y extranjera, creó una coyuntura favorecida además por las tensiones
entre los grupos dominantes tradicionales y las orientaciones tibiamente reformistas de algunos
elementos de las fuerzas armadas.
45
Las elecciones presidenciales del 20 de febrero 1972 marcaron el fin de una década de
experimentos militares de cautelosa apertura del sistema político. Contra los pronósticos oficiales, una
alianza electoral muy amplia entre el PDC, el socialdemócrata Movimiento Nacionalista Revolucionario
(MNR) y la Unión Democrática Nacionalista (UDN, frente electoral del Partido Comunista) ganó las
elecciones, que fueron desconocidas por el régimen militar. La represión a los manifestantes que
protestaron contra el fraude ocasionó ese mismo día más de 300 víctimas entre heridos y muertos. El
malestar se hizo sentir también dentro del ejército, donde se abortó un golpe militar de jóvenes oficiales
que trató de instalar en el gobierno a los candidatos efectivamente ganadores. A partir de entonces
comenzó una etapa de terrorismo de Estado encaminada a arrasar con la oposición. La represión
selectiva se convirtió en masiva; las matanzas de trabajadores rurales y campesinos, de activistas
sindicales y barriales se hicieron cotidianas durante toda la década de 1970. Los grupos parapoliciales de
represión y aniquilamiento (la Organización Democrática Nacionalista –ORDEN- y FALANGE), que
habían tenido una primera intervención durante la huelga de maestros de 1968, se incorporaron
abiertamente al funcionamiento del sistema político. En 1975 una manifestación de estudiantes fue
brutalmente reprimida con un alto saldo de víctimas.
La radicalización represiva del Estado encontró respuesta en las clases populares. En 1972,
después del fraude electoral, comenzó a actuar la primera organización guerrillera: las Fuerzas Populares
de Liberación (FPL), formada un año antes por disidentes del Partido Comunista. Poco después se
fundó el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP); en 1975 una disidencia dentro del ERP dio
nacimiento a las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN), y en 1976 se creó el Partido
Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC), como organización político-militar. Las
organizaciones de masas también se consolidaron y aumentaron sus niveles de acción. En 1974 se creó
el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU); posteriormente surgieron el Bloque Popular
Revolucionario (BPR), la Unión de Pobladores de Tugurios (UPT), y otros.
A mediados de 1976, durante la presidencia del coronel Arturo Armando Molina -surgida del
fraude electoral de 1972- se trató de ejecutar un tibio proyecto de transformación agraria encaminado a
eliminar algunas situaciones particularmente primitivas y a reducir los niveles de tensión social en el
campo; para entonces los trabajadores sin tierra y el campesinado pobre mostraban niveles crecientes de
organización, y presionaban por un reparto agrario y mejores condiciones de producción. A pesar de sus
alcances limitados -unas 150 mil hectáreas debían distribuirse entre unas 12 mil familias- el proyecto y
sus propulsores fueron enfrentados por una intensa movilización empresarial conducida por la
Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP); las acusaciones de comunismo llovieron sobre los
principales responsables del proyecto. Finalmente la oposición terrateniente consiguió introducir
reformas en el proyecto que desvirtuaron su sentido. El triunfo de la oligarquía en esta confrontación
enardeció la agresividad de los terratenientes y de los servicios de seguridad contra los activistas rurales y
los sacerdotes reformistas. Aumentaron los ataques a sacerdotes, a los que los terratenientes
responsabilizaban de la agitación campesina, y a edificios parroquiales, lo que a su turno tuvo como
respuesta el aumento de las protestas y movilizaciones populares.
En las elecciones presidenciales del 28 de febrero 1977 el triunfo fue adjudicado al candidato
oficialista, general Carlos Humberto Romero. Los reclamos opositores de fraude fueron reprimidos con
gran violencia; varios dirigentes fueron obligados a dejar el país, y comenzó una verdadera caza de
opositores: secuestros, torturas, asesinatos. Con los partidos políticos ya no más vistos como una
alternativa al régimen, los sindicatos urbanos y las organizaciones de campesinos pusieron de relieve una
nueva militancia y canalizaron sus energías políticas a través de los frentes populares de masas. Desde el
inicio del gobierno del general Romero aumentaron la represión con procedimientos más brutales y la
frecuencia y masividad de las movilizaciones, huelgas, invasiones de tierras, manifestaciones de protesta
en el campo y en las ciudades. Después del fraude electoral y de la masacre del 28 de febrero el Partido
Comunista modificó su orientación; en 1979 creó las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) y se sumó a
la lucha guerrillera. Ese mismo año se formaron las Ligas Populares 28 de Febrero (LP-28), como un
46
nuevo frente de masas. Se estima que para esta fecha los frentes de masas movilizaban a unas 100 mil
personas. El cuadro 2 presenta las relaciones entre organizaciones político-militares, frentes de masas y
organizaciones militares, hacia 1979.
Al margen de éstas y con una orientación menos radicalizada se encontraba la Unión Comunal
Salvadoreña (UCS), que desde sus orígenes a fines de los sesenta mantenía buenas relaciones con el
Instituto Estadounidense para el Desarrollo del Sindicalismo Libre (American Institute for Free Labor
Development, AIFLD). Hacia 1980 la UCS era la mayor organización campesina de El Salvador, con una
membresía estimada en unos sesenta mil afiliados.1
Las movilizaciones populares registraron una participación creciente de las mujeres, sobre todo a
partir de 1975-76. El involucramiento de las mujeres creció inicialmente en el movimiento de maestros y
en las organizaciones de barriadas pobres. Una proporción muy alta de la militancia y de la dirigencia de
ANDES, el sindicato de maestros, estaba constituida por mujeres, lo mismo que la membresía y
dirigencia de la Unión de Pobladores de Tugurios (UPT). A mediados de la década se creó la Asociación
de Mujeres Progresistas de El Salvador (AMPES) que inicialmente centró su actividad en el terreno de
los derechos laborales, extendiéndola posteriormente a terrenos más directamente ligados a la
movilización política. En 1977 se fundó COMADRES (Comité de Madres y Familiares de Presos,
Desaparecidos y Asesinados Políticos de El Salvador), de notable militancia en materia de derechos
humanos; al año siguiente surgió AMES (Asociación de Mujeres de El Salvador), vinculada al BPR. En
1979 se creó la Asociación de Trabajadores y Usuarios de Mercados de El Salvador (ASUTRAMES), en
la que las mujeres llegaron a representar 75% de la membresía; dejó de funcionar hacia 1982-83 por la
represión gubernamental y el incremento de la violencia política.
La incapacidad de los grupos dominantes de introducir cambios en los términos brutales de la
explotación social y de aceptar aperturas del sistema político hacia los actores medios que podrían haber
actuado como factores de moderación del conflicto, y el fracaso de los intentos reformistas dentro del
ejército por sus propias limitaciones y por la intransigencia de la oligarquía, arrojaron a El Salvador a una
espiral de violencia que se extendería por más de una década.
El deterioro económico producto del clima de violencia generalizada, la evidente ingobernabilidad
del sistema político, y el deterioro de la imagen internacional por la repercusión de las violaciones a los
derechos humanos, introdujeron divisiones dentro de las fuerzas armadas. Después de fracasar algunos
intentos de conseguir la renuncia del general Humberto Romero, el 15 de octubre 1979 un grupo de
1 El Secretario General de la UCS, José Rodolfo Viera, sería nombrado en 1980 director del Instituto Superior
de Transformación Agraria y, como tal, encargado de ejecutar la reforma agraria del régimen cívico militar. Fue
asesinado por un comando paramilitar de extrema derecha en enero 1981.
47
jóvenes oficiales dio un golpe de Estado y lo destituyó. Los militares contaban con apoyo de segmentos
del empresariado modernizante, y de profesionales del PDC y el MNR vinculados a la Universidad
Centroamericana "José Simeón Cañas" (jesuita), y aparentemente con la anuencia de la embajada de
Estados Unidos. El objetivo político del golpe era doble: por un lado, frenar el baño de sangre en que el
país se encontraba sumergido en los últimos años; por el otro, impulsar reformas económicas y sociales
que fueran una alternativa de cambio pacífico a la convocatoria revolucionaria de las guerrillas.
El golpe de octubre tensionó al ejército y explicitó sus divisiones internas, y tomó de sorpresa
tanto a las guerrillas como a los sectores de la extrema derecha. Sin embargo la falta de arraigo social del
golpe y las divisiones internas del propio gobierno militar conspiraron contra la realización de sus
intenciones reformistas. Después de una primera crisis en enero 1980 el PDC ingresó formalmente al
gobierno, en virtud de un "Pacto PDC-Fuerza Armada" promovido por funcionarios de la embajada de
Estados Unidos, que pretendía excluir de la Junta de Gobierno a los elementos civiles y militares más
progresistas. Sin embargo el incremento de la violencia contra los dirigentes populares, incluidos
dirigentes de las organizaciones que integraban el gobierno, agotó rápidamente sus posibilidades.
Cuerpos paramilitares apoyados por los sectores más recalcitrantes del ejército asesinaron al dirigente del
PDC Mario Zamora (febrero 1980) y al mes siguiente al arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo
Romero, mientras oficiaba misa. La impunidad del terror detonó una segunda crisis en el gobierno con
la renuncia de varios de sus miembros, y se proyectó al propio PDC. Un número importante de
dirigentes de primera línea rompió con el partido, para formar el Movimiento Popular Socialcristiano
(MPSC), aunque muchos debieron salir al exilio para salvar sus vidas.
El terrorismo de Estado en sus manifestaciones más brutales, que había aumentado en 1979,
entró en un período de desenfreno que alcanzaría en 1981 sus niveles más espeluznantes, incluso para
un país con la tradición de represión salvaje como es El Salvador. En 1980 se contabilizaron más de
8.000 ejecuciones extrajudiciales de civiles no combatientes por causas políticas, y en 1981 más de
13.000. De éstas casi 61% fueron cometidas por cuerpos combinados militares y de seguridad, y 35%
por grupos paramilitares; el 14% restante fue responsabilidad de "escuadrones de la muerte". En el
trienio 1980-82 el 91% de las víctimas consistió de campesinos (71%), trabajadores (10%) y estudiantes
(10%).
La importancia de la reunificación interna en la victoria del Frente Sandinista de Liberación
Nacional (FSLN) en Nicaragua y el desafío planteado por el golpe militar, impulsaron a las
organizaciones revolucionarias salvadoreñas a buscar la unidad. En enero de 1980 se formó la
Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM), que agrupó a los cinco frentes de masas, y en marzo del
mismo año se creó la Dirección Revolucionaria Unificada (DRU) de las cinco organizaciones político-
militares. En abril se constituyó el Frente Democrático, una coalición de pequeños partidos y
organizaciones sociales que incluía al MPSC, el MNR, el MIPTES (Movimiento Independiente de
Profesionales y Técnicos), y organismos estudiantiles y de pequeños y medianos empresarios. De la
unión del Frente Democrático con la CRM surgió el Frente Democrático Revolucionario (FDR); su
primer presidente fue Enrique Alvarez Córdoba, quien como ministro de Agricultura había impulsado el
frustrado intento de transformación agraria en 1976. La "Plataforma del Gobierno Democrático
Revolucionario" planteaba, entre otros puntos, el desarrollo independiente y la liberación popular, y la
creación de las bases económicas para desarrollar el socialismo (CDR 1980). En octubre de 1980 las
cinco organizaciones guerrilleras se integraron en el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional,
aunque conservando una marcada autonomía operativa. El fracaso del reformismo "desde arriba", el
techo alcanzado por las movilizaciones de masas, y la exacerbación del terrorismo de Estado,
reorientaron la lucha política al terreno de la guerra. En noviembre de 1980, Álvarez Córdoba y otros
dirigentes del FDR fueron asesinados por un "escuadrón de la muerte".
El papel de la Iglesia
48
El proceso que condujo a la formación de las organizaciones populares salvadoreñas estuvo
estrechamente ligado al trabajo pastoral: inicialmente con el Partido Demócrata Cristiano y el
involucramiento de la iglesia católica en la organización de cooperativas en la década de 1950. Los clubes
de Cáritas funcionaban desde 1965, con actividades para amas de casa y para jóvenes, y enseñanza de
algunos oficios, ligadas a cursos de evangelización; el PDC organizaba cursos de entrenamiento, con
algún apoyo de la iglesia y de la AID. A fines de los sesenta el PDC comenzó a organizar a los jornaleros
agrícolas y a los campesinos pobres sobre todo. El apoyo de la iglesia fue vital para estas primeras
experiencias: dadas las restricciones que el sistema político imponía a la actividad de los partidos
opositores en el campo, los sacerdotes y las religiosas se convirtieron en activistas y organizadores. A
principios de 1968 aparecieron las primeras "Uniones comunales", que rápidamente se multiplicaron: a
mediados de ese mismo año había unas 20 con unos 4.000 pequeños agricultores (no asalariados) que se
fusionaron en la Unión Comunal Salvadoreña (UCS).
El influjo de la reunión de Medellín y los efectos de la guerra con Honduras impulsaron a la
jerarquía católica salvadoreña a adoptar en 1969 una posición sin precedentes de defensa del
campesinado y efectuar una moderada apelación a una reforma agraria. En una carta pastoral los obispos
de la Conferencia Episcopal Salvadoreña llamaron a los terratenientes a apoyar una distribución más
justa de la tierra; los instaron a que vendieran algo de sus tierras a los campesinos que trabajaban en ellas,
y a que se desprendieran de las tierras ociosas. Asimismo declararon que la diócesis de San Vicente había
donado tierra a un proyecto privado de reforma agraria. La declaración impresionó a la opinión pública
y alarmó a los latifundistas.
Sin embargo, el mayor impacto estuvo a cargo de las comunidades cristianas de base que desde
finales de los sesenta empezaron a organizarse en Suchitoto, San Salvador, Cuscatlán, Chalatenango y
San Vicente. Estas comunidades, caracterizadas por un fuerte profetismo, habrían de tener amplia
gravitación en el campesinado. El cuestionamiento de las estructuras tradicionales a través de las nuevas
prácticas de pastoral, de las comunidades de base y de las nuevas interpretaciones de los textos bíblicos,
ligaron fuertemente la identidad cristiano-campesina al activismo social.
La creación de la Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños (FECCAS) en 1969 marcó
un punto de inflexión en este proceso. FECCAS se formó como una federación de ligas campesinas que
habían nacido afiliadas a la Unión de Obreros Cristianos (UNOC), creada en 1960 con el apoyo de la
Central Latinoamericana de Sindicatos Cristianos (CLASC). Problemas de corrupción y la intervención
del gobierno llevaron a la disolución de UNOC, lo que dejó sin representación a las ligas. En 1974
FECCAS confluye con otras organizaciones para crear, en 1974, el Frente de Acción Popular Unificada
(FAPU), del que posteriormente se retiraría para crear el BPR. La presencia de sacerdotes en la
formación de organizaciones sociales y su aproximación a las organizaciones revolucionarias fue amplia
y no se redujo al BPR. También en las organizaciones de masas ligadas a las FARN hubo importante
participación cristiana y por lo menos dos ministros bautistas formaron parte de sus integrantes iniciales.
El ERP, por su lado, fue formado por elementos de la Juventud Comunista y por jóvenes salidos de la
democracia cristiana. La Universidad Centroamericana, de la Compañía de Jesús, desempeñó un papel
importante en la radicalización de las jóvenes generaciones de cristianos. Apoyó activamente el frustrado
proyecto de transformación agraria de 1976, y formó grupos de apoyo a las iniciativas de cambio en el
campo y a las experiencias de nueva pastoral. El gobierno respondió con el arresto y deportación de
varios sacerdotes notoriamente involucrados en estas experiencias.
Monseñor Chávez, arzobispo de San Salvador y cabeza de la iglesia católica en el país, había
cobijado con simpatía las nuevas manifestaciones de pastoral y el compromiso de curas y monjas. La
designación de monseñor Oscar Arnulfo Romero como su sucesor marcó el punto de inflexión en el
involucramiento de la iglesia en la activación social y política del país. El nombramiento de Romero
coincidió con una escalada de violencia y represión contra los sacerdotes. Entre febrero y mayo de 1977
diez curas habían sido asesinados, otros tantos habían sido expulsados del país -varios de ellos previa
tortura-, y varios más habían sido sometidos a arresto. Monseñor Romero asumió un papel muy
49
dinámico en la defensa de los sacerdotes y monjas perseguidos por las autoridades y víctimas de la
represión, y legitimó la participación cristiana en la lucha por transformaciones sociales. Condenó con
valor el primitivismo de los grupos dominantes y la instrumentalización del gobierno y las fuerzas
armadas en defensa de sus privilegios y de la explotación social. En marzo de 1980, cuando aún no tenía
tres años al frente del arzobispado, fue asesinado por un "escuadrón de la muerte" mientras oficiaba
misa en una capilla, ante decenas de feligreses. Investigaciones emprendidas años después por
organismos ligados a la ONU -especialmente por la Comisión de la Verdad, creada tras los acuerdos de
paz de 1992-, comprobarían que el operativo fue directamente ordenado por el mayor Roberto
D’Aubuisson.2
2 El mayor D'Aubuisson fue fundador del partido ARENA y, durante muchos años, su presidente.
3 Véase Nairn (1984) sobre la participación de militares de Estados Unidos en la formación de "escuadrones de
la muerte".
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Bibliografía
McClintock, Michael (1985) The American Connection. Volume I: “State Terror and Popular
Resistance in El Salvador”, Zed Books, Londres.
Menjivar, Rafael (1985) “Notas sobre el movimiento obrero en El Salvador” en González
Casanova, Pablo, Centroamérica: hacia una integración para la paz, Revista Polémica, n° 4, enero-abril.
Nairm, Allan (1984) “De Kennedy a Reagan. El Salvador y la disciplina de la muerte” en Revista
Nexos, n° 79, año VII, vol. 7, julio.
North, Liisa (1985) Bitter grounds. Roots of revolt in El Salvador, Westport, Lawrence Hill.
Torres Rivas, Edelberto (1986) “Centroamérica: guerra, transición y democracia” en Cuadernos de
divulgación, CINAS, n°2, diciembre.
Vilas, Carlos (1994) Mercado, Estados y Revoluciones: Centroamérica 1950-1990, México: Universidad
Nacional Autónoma de México.
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UNA VISION GENERAL DE LA GUERRA DE LAS CIEN
HORAS
CARLOS PÉREZ PINEDA*
La ignorancia de lo que cualquier examen casual de la historia muestra como un rasgo
crónico y abrumadoramente obvio de los asuntos humanos -el recurso a la violencia y a la
Guerra- es uno de los vacíos más extraordinarios en la teoría social del siglo veinte.
Anthony Giddens1
La guerra de julio de 1969 entre Honduras y El Salvador ha sido uno de los conflictos armados
más cruentos y breves de la historia de América Latina y constituye un parteaguas histórico en el
desarrollo de los Estados que la protagonizaron. Sorprendentemente, la llamada “Guerra de las Cien
Horas” ha recibido muy poca atención en los ámbitos académicos. Ninguna obra general sobre el tema,
producida en el ámbito académico, ha aparecido en la región desde la publicación de La Guerra Inútil a
inicios de la década de 1970 (Slutzky y Carías, 1971). La indiferencia de los historiadores
centroamericanos en relación al tema es tanto más sorprendente por cuanto la guerra de 1969 marcó el
punto de ruptura del proceso regional de integración económica, política y militar más significativo
desde la disolución de la federación centroamericana en 1839.
La “Guerra de las Cien Horas” enfrentó en el campo de batalla a dos burocracias militares que
controlaban el sistema político de sus respectivas sociedades. Ambas instituciones castrenses habían
derrocado a principios de la década de 1960 a gobiernos civiles reformistas que habían generado
expectativas de transformación democrática en sus respectivas sociedades. Los militares de ambos países
promovieron agendas desarrollistas modernizadoras y proclamaron hasta la saciedad su vocación
anticomunista.
Los gobiernos dominados por las fuerzas armadas aliadas a la cúpula de un partido tradicional
como en Honduras, o apoyadas en un partido oficial de reciente creación como en El Salvador,
representaban una variante intermedia entre un gobierno directo de las fuerzas armadas y un gobierno
de liderazgo civil. Los “regímenes militares” en El Salvador y en Honduras fueron en realidad
coaliciones militar-civiles en las que los políticos civiles compartían valores e intereses con los militares y
estaban dispuestos a conceder su poder y autonomía en aras de la restauración de la estabilidad política
después de los golpes militares de 1961 en El Salvador y de 1963 en Honduras. A diferencia de
regímenes decididamente militares, como en el caso chileno, en donde la junta militar prohibió toda
* El autor, MSc. Carlos Pérez Pineda, realizó la Maestría en Historia de Centroamérica en el Postgrado
Centroamericano de Historia de la Universidad de Costa Rica y su campo de investigación es la Historia
Militar y Política de Centroamérica. Ha publicado: “La Guerra con Honduras: ¿Nacionalismo o falta de
visión?”, Autores varios, El Salvador: Historia Mínima, El Salvador, 2011; “La Guerra de las Cien Horas: la
historia y el mito 40 años después”, Boletín de la Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica
(AFEHC), n° 44; “Aliados en el campo del honor: las fuerzas expedicionarias de Guatemala, El Salvador y
Honduras en la guerra contra los filibusteros”, 11 de Abril: Cuadernos de Cultura, n°17, Alajuela, Museo
Histórico Cultural Juan Santamaría, 2009; “Los orígenes del predominio militar en los sistemas políticos
salvadoreño y hondureño”, en Revista Diálogos, número especial, 2009; “Reflexiones sobre el estudio del
conflicto Honduras-El Salvador, julio de 1969”, en Revista Estudios 21, San José, Costa Rica, 2008. Su trabajo
de tesis “Una guerra breve y amarga: retaguardia, cultura de guerra y movilización patriótica en el conflicto
Honduras-El Salvador, julio de 1969”, será publicado próximamente. Contacto: gualcho2002@yahoo.com.
1 “The neglect of what any casual survey of history shows to be an overwhelmingly obvious and chronic trait
of human affairs –recourse to violence and war- is one of the most extraordinary blank spots in social theory
in the twentieth century”, Anthony Giddens, citado en Holden, Robert H. (2004). La traducción del inglés al
español es mía.
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actividad política y asumió todos los poderes del Estado después del golpe militar que derrocó al
gobierno del presidente Salvador Allende, los militares salvadoreños y hondureños permitieron la
continuación de las labores del órgano legislativo. En Honduras, el pronunciado caudillismo del general
Oswaldo López Arellano podría sugerir que el régimen hondureño en realidad era más personalista que
institucional. No obstante, el caudillismo del general López Arellano estaba circunscrito por la cúpula
militar que participaba en la toma de decisiones y que finalmente lo obligó a retirarse del poder a
mediados de la década de 1970.
En la segunda mitad de la década de 1960 existían en El Salvador tendencias hacia una creciente
diversificación del poder político a pesar de que el oficial Partido de Conciliación Nacional (PCN)
decidía la participación de los otros partidos políticos en las elecciones mediante el control del Consejo
Central de Elecciones (CCE). El Partido Demócrata Cristiano (PDC), apoyado por la Iglesia y algunos
miembros de la élite terrateniente e industrial, abogaba por reformas sociales de tipo liberal y había
mostrado una fuerza creciente en las elecciones municipales. La fuerza del partido oficial, PCN,
provenía principalmente de las áreas rurales, mientras que los partidos de oposición y, especialmente el
PDC, tenía fuerza en las áreas urbanas y suburbanas. El coronel Julio Adalberto Rivera (julio 1962- junio
1967) gobernó El Salvador con mucha flexibilidad garantizando a la oposición política una cuota de
representantes electos a la Asamblea Legislativa y un espacio político de maniobra. A pesar de la
desaprobación de los poderosos grupos oligárquicos anti-reformistas, el coronel Rivera estableció un
sistema de reformas políticas bajo la influencia del programa de la Alianza para el Progreso (Dunkerley,
1990: 355). El aperturismo riverista creó las condiciones para la emergencia del Partido Demócrata
Cristiano (PDC) como la principal fuerza de oposición. Los procesos electorales crearon expectativas de
cambio de régimen entre los actores civiles opuestos a los militares. El sucesor del coronel Rivera, el
general Fidel Sánchez Hernández continuó el proceso iniciado por su antecesor.
En Honduras, los militares que derrocaron al gobierno de Ramón Villeda Morales el 3 de octubre
de 1963 representaban intereses tradicionales y temían a cualquier política que amenazara su posición
privilegiada dentro de la sociedad. El jefe de las fuerzas armadas hondureñas tenía autoridad,
fundamentada en la Constitución de 1957, para cuestionar las órdenes presidenciales y, cuando era
necesario, la decisión final sobre los asuntos en disputa estaba en manos del Congreso de la República
(Rowles, 1980). El Partido Nacional apoyó, por medio del control de la asamblea legislativa, al entonces
coronel Oswaldo López Arellano quien fue “constitucionalizado”, ascendido de grado militar y
nombrado Presidente de la República en 1965. Antes de los acontecimientos que condujeron al
conflicto con El Salvador, Honduras se encontraba políticamente dividida en una moderna zona costera
y un atrasado mundo interior, básicamente rural. El opositor Partido Liberal obtenía su apoyo principal
en la zona costera, la capital del país y sus alrededores mientras que el Partido Nacional era la fuerza
política más fuerte en el interior montañoso del país. Los nacionalistas derivaban su poder del apoyo de
la poderosa élite terrateniente y de la fracción dominante de la oficialidad de las fuerzas armadas
(Rowles, 1980: 27).
Las fuerzas armadas hondureñas que combatieron la guerra de 1969 eran un nuevo poder que
había ganado recientemente su autonomía institucional y que conservaba un estilo de conducción
marcadamente caudillista. Los militares hondureños de 1969, y especialmente el general López Arellano,
utilizaron hábilmente los viejos antagonismos políticos de los partidos tradicionales, que habían
gobernado en los años cincuenta y sesenta con el consentimiento de los militares, para fortalecer su
propia posición dentro del sistema político. A diferencia de la institución militar salvadoreña, los
militares hondureños tuvieron la habilidad de ocupar el centro de la escena política sin desplazar
completamente a otros grupos de interés importantes (Ropp, 1974: 504-28, 524). La articulación de
intereses de los principales actores sociales continuó siendo el rasgo predominante del paisaje político
hondureño después de que los militares asumieron el poder en 1963. Las fuerzas armadas establecieron
un sistema de gobierno basado en la negociación y la cooptación en el que la represión era un recurso
usado de manera intermitente. Las organizaciones de trabajadores urbanos y rurales fueron
53
principalmente dominadas por el gobierno a través de la manipulación y la división (Dunkerley, 1990:
522-23).
Crisis y guerra
Los factores que explican el amplio contexto económico, político y social del conflicto armado
entre El Salvador y Honduras han sido identificados por la mayoría de los académicos estudiosos del
tema:
i. el impacto social de la migración masiva de salvadoreños hacia Honduras
ii. la distribución desigual de los beneficios del Mercado Común
Centroamericano
iii. la no delimitación de la frontera entre ambos países.
iv. los intentos de contrarrestar crecientes tensiones sociales y políticas en el
plano doméstico.
Los aspectos arriba expuestos, considerados equivocadamente por algunos como “causas” del
conflicto, contribuyen a entender la coyuntura crítica que derivó en el desenlace violento de la disputa
entre los gobiernos de El Salvador y de Honduras en 1969. Ciertamente, la crisis política que condujo a
la ruptura de hostilidades en gran escala entre ambos Estados se desarrolló en el marco de una de las
varias crisis experimentadas por el Mercado Común Centroamericano, pero fueron principalmente
decisiones y acontecimientos vinculados a problemas agrarios y migratorios los que generaron la crisis
interestatal en los meses de junio y julio de 1969. Los incidentes alrededor de la serie de partidos de
fútbol entre las selecciones nacionales de ambos países fueron el detonante que desencadenó
abiertamente la crisis (Anderson, 1981).
Las tensiones políticas relacionadas con la presencia masiva de inmigrantes salvadoreños en
territorio hondureño no eran ninguna novedad. En repetidas ocasiones durante las décadas de 1950 y de
1960 inmigrantes salvadoreños, en números variables, habían sido detenidos y expulsados del territorio
hondureño por agentes del Estado. Algunas veces, las expulsiones habían precedido o sucedido a
tensiones fronterizas como las ocurridas en los años 1966 y 1967. El presidente hondureño López
Arellano enfrentó las manifestaciones de descontento social y las demandas de reformas por parte de
importantes fuerzas sociales del país haciendo uso de una estratagema que supuestamente sería una
solución de bajo costo político para su gobierno: la aplicación parcial de la vieja ley agraria del período
del derrocado presidente liberal Ramón Villeda Morales, que discriminaba directamente a los
campesinos salvadoreños, una buena parte de ellos indocumentados, asentados en tierras nacionales
excluyéndolos de los beneficios de la reforma agraria y obligándolos a desalojar las parcelas de tierra que
laboraban. El objetivo político de la aplicación de la ley agraria de Villeda Morales era reducir la
conflictividad social en el medio rural y dividir, a través de líneas nacionales, a un movimiento
campesino enfrentado a los terratenientes mediante una campaña propagandística extremadamente
agresiva dirigida contra los campesinos precaristas salvadoreños, el sector más vulnerable del
campesinado en Honduras. Un problema interno derivado de la competencia por las tierras baldías entre
el campesinado y los terratenientes hondureños se convertiría en un problema internacional entre los
gobiernos de El Salvador y de Honduras (Durham, 1988).
El principal promotor de la política anti-salvadoreña en Honduras fue la Federación Nacional de
Agricultores y Ganaderos de Honduras (FENAGH) cuyos miembros competían con los campesinos
por la apropiación de las tierras baldías pertenecientes al Estado. Los grandes terratenientes hondureños
organizados en la FENAGH denunciaron la participación de campesinos salvadoreños en las llamadas
“ocupaciones” de tierras baldías reclamadas por los hacendados como propiedad privada y
convencieron al gobierno del general López Arellano de la necesidad de expulsar del territorio nacional a
54
los campesinos precaristas salvadoreños para distribuir las tierras que ocupaban entre el campesinado
hondureño, con el fin de apaciguarlo2.
La presión ejercida sobre el gobierno por grupos representantes de los grandes terratenientes se
hizo más notoria durante los meses de febrero y marzo de 1969 en relación directa al agravamiento de
los conflictos agrarios en el país. Los campesinos precaristas salvadoreños fueron sistemáticamente
desalojados de las tierras en donde habían construido sus hogares mediante la amenaza del uso de la
fuerza y el uso directo de la fuerza, por agentes del Instituto Nacional Agrario (INA) apoyados por
autoridades locales, civiles y militares. Grupos locales de vecinos y miembros de una violenta fuerza de
choque organizada por el Partido Nacional para reprimir a los adversarios del gobierno, conocida como
La Mancha Brava, participaron en la persecución, desalojo y expulsión de miles de inmigrantes
salvadoreños. A principios de 1969 el gobierno hondureño se negó rotundamente a prorrogar el tratado
migratorio entre ambos países.3 La expulsión sistemática de salvadoreños comenzó en mayo y adquirió
mayor intensidad en el mes de junio de 1969.
Las medidas unilaterales del gobierno hondureño significaban el cierre de la válvula de escape
tradicional de los “excedentes” de población salvadoreña. La élite económica y la cúpula militar
salvadoreñas temían que un retorno masivo de campesinos sin tierra provocaría una situación que
podría degenerar en una rebelión agraria como la ocurrida en enero de 1932. En los círculos de poder
no había duda de que las disposiciones del gobierno hondureño amenazaban con desestabilizar
políticamente al país creando una situación potencialmente peligrosa. Ante el empecinamiento del
gobierno hondureño de continuar aplicando sus nuevas políticas, el gobierno salvadoreño, los militares y
sus aliados civiles, consideraron que el recurso a la violencia era la única opción disponible para revertir
una situación que podría conducir al caos político y a la revuelta social.
La situación general de los salvadoreños en Honduras se tornó todavía más vulnerable como
resultado de incidentes ocurridos durante los juegos de fútbol en ambas capitales en la primera mitad del
mes de junio de 1969. La divulgación, extremadamente distorsionada, por la prensa hondureña de los
incidentes protagonizados por turbas de aficionados salvadoreños en contra de la selección y aficionados
hondureños en la capital salvadoreña a mediados de junio desencadenó inmediatamente represalias
violentas en contra de establecimientos comerciales y hogares de salvadoreños residentes en Honduras.
La divulgación en los medios de prensa salvadoreños de innumerables abusos y atrocidades,
convenientemente magnificados por la imaginación periodística, en contra de los compatriotas en
Honduras, creó una opinión pública indignada que demandaba al gobierno y a las fuerzas armadas
salvadoreñas intervenir para detener la intolerable violencia anti-salvadoreña en Honduras.
Indudablemente, hubo actos de violencia atroz en contra de inmigrantes salvadoreños en
Honduras que produjeron un número desconocido pero probablemente considerable de muertos y
lesionados, pero parece ser que la violencia fue menos generalizada que lo que el gobierno y los medios
de prensa salvadoreños divulgaron. De lo que no cabe ninguna duda, es que la hostilidad manifiesta en
contra de la presencia de la minoría salvadoreña se extendió rápidamente a lo largo y ancho de la
geografía hondureña como resultado de una campaña sistemática de demonización de los salvadoreños
en los medios de comunicación de masas, iniciada mucho antes de los incidentes futbolísticos.
La violencia indiscriminada contra civiles de ambos países, sistemática, colectiva y no provocada
en el caso de Honduras, y circunstancial, reactiva, pero no por ello menos reprobable, y asociada al
2 El sociólogo británico Alastair White sostiene que la decisión del gobierno del general López Arellano, a
principios del año 1969, de desposeer, en el marco de una Ley de Reforma Agraria aprobada en julio de 1968,
y expulsar a un gran número de campesinos salvadoreños fue el factor que precipitó la guerra con El Salvador.
(White, 1996).
3 Además de la reforma agraria que discriminó a los agricultores salvadoreños, Alastair White destaca también
la no renovación del tratado migratorio con El Salvador y las campañas contra las manufacturas salvadoreñas.
White afirma que, probablemente, entre el 60 y 70% de los residentes salvadoreños en Honduras en 1969 eran
agricultores en pequeña escala (White, 1996).
55
fenómeno bélico en el territorio fronterizo hondureño convertido en escenario de la guerra, en el caso
salvadoreño, constituye uno de los silencios más significativos de la memoria sobre el conflicto de 1969
en ambos países.
Las fuerzas militares salvadoreñas estaban en general mejor organizadas, entrenadas y equipadas.
Exceptuando a las unidades de infantería receptoras de la asistencia militar americana a través del
programa de asistencia militar (MAP)*, las tropas terrestres hondureñas eran menos desarrolladas, menos
eficaces y estaban peor dirigidas que las de su oponente, pero, apremiadas por circunstancias
desesperadamente adversas, mostraron suficiente flexibilidad para integrar rápidamente a numerosos
voluntarios civiles a sus filas. Básicamente, ambas fuerzas militares estaban armadas y equipadas con
inventarios de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra de Corea. El ejército hondureño utilizó
también armamento de la Primera Guerra Mundial y del período de entreguerras mundiales. La
correlación de fuerzas militares terrestres favorecía indudablemente a El Salvador. La rama militar más
importante de la Fuerza Armada de El Salvador (FAES) era la infantería. Honduras reconocía una
importancia excepcional a su fuerza aérea considerada como la más poderosa de la región. Los dos
Estados contaban con fuerzas de seguridad pública diversificadas. La organización de ambos ejércitos a
nivel administrativo y operativo no presentaba diferencias abismales y las unidades más grandes en
ambos bandos no superaban el tamaño de un batallón. La organización militar hondureña era más
fragmentada y apenas comenzaba a desarrollar un cuerpo de dirección unificada superior, es decir un
Estado mayor capaz de garantizar un control central eficaz. La artillería de campaña estaba menos
desarrollada en Honduras, y las unidades de ingenieros tenían un rol subsidiario. No existían unidades
supremas de abastecimiento dignas de ese nombre, carencia que tuvo una expresión muy dramática
durante las operaciones, sobre todo en el bando hondureño, y que explica la relevancia de los auxilios
civiles improvisados para compensar esa grave deficiencia orgánica.
El gobierno y las Fuerzas Armadas hondureñas fueron sorprendidos por la invasión militar
salvadoreña. Los militares y los políticos hondureños esperaban una crisis parecida a la de 1967, con
choques fronterizos aislados, retórica patriótica encendida en los espacios públicos, denuncias ante
organismos internacionales, movilización de tropas a sectores de la frontera común, y, finalmente,
mediación y apaciguamiento. La elite política hondureña consideraba además que el gobierno americano
impediría cualquier intento de los salvadoreños de emprender una aventura militar contra Honduras.
Las expectativas del gobierno, las fuerzas armadas y la elite económica salvadoreñas de una
campaña fulminante que colocaría a las fuerzas enemigas en un estado de postración total no se
cumplieron. Los reveses y las pérdidas militares hondureñas fueron relativamente severos pero el
esperado colapso no se produjo. El gobierno del general López Arellano no solamente no cayó sino que
recibió el apoyo total de todas las fuerzas políticas y civiles de la sociedad hondureña. Los éxitos iniciales
de la Fuerza Armada Salvadoreña (FAES) se diluyeron posteriormente debido a la falta de decisión de
los mandos de los teatros de operaciones, a deficiencias en la planificación y en la ejecución de las
operaciones militares y a la pobreza de los recursos logísticos disponibles.
Pese a los constantes ataques de la Fuerza Aérea Hondureña (FAH), que logró un predominio
táctico casi total sobre los diferentes teatros de operaciones, las fuerzas de infantería salvadoreña
mantuvieron la progresión hasta la imposición de un cese de fuego por la OEA el 18 de julio. Al cesar
los combates el 20 de julio, la situación militar en los teatros de las operaciones militares favorecía
ampliamente a los salvadoreños. Las fuerzas militares de Honduras habían logrado estabilizar su
defensa, a un gran costo en vidas humanas, en nuevas líneas defensivas llamadas por la propaganda
oficial “Líneas de la Libertad”, que, no obstante, carecían de la profundidad y de la solidez necesarias
para repeler un decidido movimiento ofensivo del adversario. Las tropas salvadoreñas amenazaban con
romper los dispositivos defensivos hondureños en el momento en que la OEA presionaba a ambos
* [N. del E.] Por las siglas en inglés de “military assistance program”
56
países, especialmente al bando salvadoreño que quería continuar la guerra, con un boicot económico en
caso de no cesar inmediatamente los combates.
El gobierno salvadoreño no pretendía apoderarse de Tegucigalpa y de la ciudad de San Pedro
Sula, principal centro económico del país, en una campaña relámpago al estilo israelí, ni proyectaba
anexar el territorio hondureño conquistado para colonizarlo con salvadoreños tal y como lo asegura el
coronel hondureño César Elvir Sierra (2006). Los objetivos de los salvadoreños eran limitados, y no
podían ser de otra manera ya que plantearse objetivos militares más ambiciosos que amenazaran
inclusive la existencia misma del Estado enemigo excedía ampliamente la capacidad militar del invasor.
Los militares salvadoreños se habían propuesto degradar la capacidad militar hondureña, ocupar
porciones de territorio enemigo y negociar, desde una posición de fuerza, una solución favorable a El
Salvador, pero lograron alcanzar únicamente los dos primeros objetivos.
La guerra demostró que los mandos superiores de la FAES no estaban preparados para
enfrentarse con lo imprevisto ni a asumir ciertos riesgos necesarios, como, por ejemplo, poner en peligro
a su más poderoso armamento de apoyo, los obuses de 105 milímetros, adelantándolos dentro del
territorio conquistado para poner en ejecución una acción ofensiva más contundente en la profundidad
del dispositivo enemigo y llevar a cabo una persecución despiadada de las vapuleadas fuerzas del
adversario. El fracasado intento de golpear decisivamente a la Fuerza Aérea Hondureña (FAH),
mediante un ataque sorpresivo a sus bases el 14 de julio, impidió el traslado de numerosas
ametralladoras calibre 50, que protegían importantes objetivos militares y civiles en la retaguardia
salvadoreña, a posiciones dentro del territorio enemigo conquistado para brindar una eficiente cobertura
antiaérea a las fuerzas de infantería constantemente atacadas por aviones de combate hondureños. La
excesiva cautela de los mandos superiores salvadoreños tuvo probablemente su expresión más dramática
en el teatro de operaciones oriental, en donde se pretendía fijar a las mejores fuerzas del enemigo sin
avanzar más allá de la ocupación de un número de poblaciones muy próximas al borde fronterizo
(Castro Morán, 1989). El “quietismo” y la falta de agresividad del liderazgo militar salvadoreño permitió
al mando hondureño realizar un contraataque muy costoso en vidas humanas en su frente sur-oriental el
16 de julio que, a pesar de haber sido exitosamente contenido y rechazado por las tropas salvadoreñas
sin modificaciones sustanciales en la situación militar de dicho teatro, proporcionó un nuevo aliento a la
moral del pueblo hondureño, gracias a una oportuna cobertura noticiosa que magnificó exageradamente
los resultados del fallido contraataque. El desesperado contraataque hondureño tenía como uno de sus
principales objetivos distraer la atención del alto mando salvadoreño mientras la mitad de la Guardia de
Honor Presidencial era trasladada por vía aérea desde la capital al tambaleante teatro de operaciones sur-
occidental con la misión de contener el avance de la infantería salvadoreña hacia La Labor y Santa Rosa
de Copán (Overall, 2004). El alto mando hondureño pudo reorganizar apresuradamente la defensa de su
maltrecho frente sur-occidental y rechazar un avance pésimamente ejecutado por una columna de tropas
salvadoreñas transportada en vehículos automotores. La exitosa emboscada a dicha columna en el
desfiladero de El Portillo, el 17 de julio de 1969, debidamente ajustada y engrandecida por la
propaganda, es actualmente un componente central de la memoria hondureña de la guerra que la
denominó “batalla de San Rafael de las Mataras”.
Consecuencias
El gobierno salvadoreño no logró su objetivo de revertir las nuevas políticas migratoria y agraria
del gobierno de López Arellano y el flujo masivo de salvadoreños desde Honduras no solamente no
cesó sino que continuó, ante las narices de los observadores de la OEA, después de la retirada de las
tropas salvadoreñas de Honduras hasta alcanzar a principios de 1970 un número aproximado de más de
100.000 personas, la mayor parte de ellas en condiciones de indigencia. Un número no determinado de
salvadoreños emigró directamente de Honduras a Nicaragua, asentándose en la región fronteriza
nicaragüense de Las Segovias. Probablemente cerca de 200.000 personas de origen salvadoreño, muchos
57
de ellos de segunda y tercera generación nacidos a veces en hogares mixtos honduro-salvadoreños,
permanecieron en Honduras.
Los daños materiales ocasionados por la invasión militar salvadoreña y las subsiguientes acciones
armadas en territorio hondureño fueron muy considerables y ascendieron seguramente a muchos
millones de dólares. Existen controversias sobre el costo humano del conflicto que probablemente
nunca serán resueltas. La información sobre el número de bajas es más sugestiva que conclusiva. El
famoso periodista polaco Ryszard Kapuczinski afirmó que en la guerra murieron 6.000 personas y que
12.000 resultaron heridas (Kapuscinski, 1991). El coronel César Elvir Sierra, autor de la más importante
obra sobre el conflicto publicada en Honduras, sostiene que las operaciones armadas afectaron
directamente a más de 300.000 personas y que el costo de la confrontación fue de más de 6.000
muertos, 2.000 heridos, 500 desaparecidos, el éxodo de más de 130.000 salvadoreños desde Honduras y
el desplazamiento obligado de cerca de 150.000 personas residentes en las zonas de las operaciones
militares (Elvir Sierra, 2006). Fuentes periodísticas americanas informaron de alrededor de 2.000
muertos, en su mayoría hondureños. Otras fuentes sostienen que el número de militares muertos fue de
cerca de 1,200, la mayor parte de ellos hondureños. El número de bajas de la guerra no será nunca
conocido mientras los militares de ambos países no abran sus archivos a los historiadores, pero lo que es
importante poner de relieve en este punto, considerando las diferentes estimaciones arriba expuestas sin
descartar exageraciones, es que la guerra de 1969 entre El Salvador y Honduras fue particularmente
cruenta y estuvo muy lejos de ser una escaramuza fronteriza irrelevante. Las bajas definitivas de las cien
horas de guerra superaron a las bajas de conflictos armados posteriores más prolongados en los que se
utilizaron sistemas de armamento infinitamente más modernos, como la Guerra de Las Malvinas entre
Argentina y Gran Bretaña y la Guerra del CENEPA entre Perú y Ecuador. El episodio bélico fue
acompañado de importantes movilizaciones de inspiración patriótica que legitimaron las decisiones de
los gobiernos, de un importante componente de voluntariado civil en los campos de batalla, de procesos
inéditos de unidad nacional e impactó directamente a las agendas y los reagrupamientos políticos de
posguerra en ambos países. Los gobiernos beligerantes hicieron uso de los recursos disponibles para
imponer su voluntad política al adversario y la violencia de los combates ocasionó importantes pérdidas
humanas y materiales.
El papel de los Estados Unidos de América en el conflicto no ha sido suficientemente esclarecido
pero las breves referencias a la cuestión van desde la posición de que el gobierno americano y la
compañía bananera United Fruit Company fueron los culpables de la guerra hasta apreciaciones más
sobrias y mejor sustentadas que indican que el gobierno de los Estados Unidos mantuvo un perfil
relativamente bajo a lo largo del conflicto, no apoyó a ninguno de los beligerantes y su preocupación
estuvo focalizada principalmente en la ruptura de la alianza militar anticomunista en la región como
consecuencia de la guerra.4
4 Una de las bajas más notorias de la guerra fue el Consejo de Defensa Centroamericano (CONDECA). El
derrumbe de la Guardia Nacional de Nicaragua y el derrocamiento de la familia Somoza fue posible gracias a
la desarticulación del CONDECA, resultado directo de la Guerra de las Cien Horas. El CONDECA era un
instrumento militar regional tutelado por los Estados Unidos de América, para enfrentar lo que era
considerado como la amenaza del comunismo internacional a la región centroamericana. El CONDECA
había sido pacientemente diseñado e implementado, superando dificultades derivadas de la rivalidad entre los
militares centroamericanos, por el Comando Sur de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos con sede en
Panamá, para hacer frente a emergencias regionales como la de 1978-1979 en Nicaragua. La derrota de
Somoza y la desaparición de uno de los pilares del agonizante CONDECA hizo posible el ascenso al poder en
ese país de fuerzas guerrilleras que, inspiradas en el castrismo, desafiaron la tradicional hegemonía de los
Estados Unidos de América en la región.
58
Los resultados políticos de la guerra fueron paradójicos.5 Mientras en Honduras la guerra produjo
una difícil transición a posturas políticas más flexibles y convergentes por parte de las fuerzas armadas,
los sindicatos y los partidos políticos, en El Salvador la gran unidad nacional alcanzada durante el
conflicto armado no fue capitalizada políticamente por los militares para impulsar urgentes medidas de
reformismo social, en particular la esperada reforma agraria cuya puesta en marcha había sido anunciada
por el gobierno del general Fidel Sánchez Hernández en los primeros días de la inmediata posguerra. El
gobierno salvadoreño desistió posteriormente de enfrentar la férrea oposición de la poderosa oligarquía
terrateniente agro-exportadora a cualquier reforma que amenazara su poder. El derrumbe prematuro de
la unidad nacional, por iniciativa del opositor Partido Demócrata Cristiano, derivó en el mediano plazo
en una renovada polarización política de la que surgieron nuevos actores radicalizados convencidos de
que la vía de la violencia insurgente era la única posible para alcanzar el poder político y cambiar
radicalmente el orden establecido. La guerra de 1969 marcó el final de un período de crecimiento
económico, industrialización, crecimiento urbano, modernización y reformismo político bajo control
militar, y marcó el inicio de una nueva etapa en la que lenta pero inexorablemente se gestó, a lo largo de
una década, la mayor y más violenta crisis política en la historia republicana de El Salvador.
5 Juan Arancibia, observa que a pesar de que El Salvador parecía haber estado ganando la guerra militarmente,
los resultados de la guerra favorecieron a Honduras: salida del Mercado Común Centroamericano, expulsión
de los residentes salvadoreños y ruptura de todas las relaciones con El Salvador (Arancibia, 1988: 70-73).
59
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61
RADICALIZACIÓN POLÍTICA Y MOVILIZACIÓN SOCIAL
EN EL SALVADOR: LOS FRENTES DE MASA*
KRISTINA PIRKER**
* Este artículo se elaboró en el marco de una estancia posdoctoral en el Centro de Investigaciones sobre
América Latina y el Caribe (CIALC) posibilitado por el Programa de Becas Posdoctorales de la Universidad
Nacional Autónoma de México (2012/2013). Una primera versión de estas reflexiones se encuentra en la tesis
doctoral que la autora presentó en el Posgrado en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional
Autónoma de México (Pirker, 2008).
** Becaria del Programa de Becas Posdoctorales en la UNAM, Centro de Investigaciones sobre América Latina
salvadoreñas que desembocaría en la formación del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional
(FMLN) en octubre de 1980 por las Fuerzas Populares de Liberación-Farabundo Martí (FPL), el Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP), las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN), el Partido
Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC) y las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL),
brazo armado del Partido Comunista Salvadoreño (PCS).
62
había iniciado en la segunda mitad de 1960 y fue protagonizado por un conjunto amplio y
heterogéneo de organizaciones y movimientos.
Un destacado estudioso de este proceso como Alain Rouquié, ha señalado que fue
precisamente este contexto de ebullición social caracterizado por prácticas de autodefensa, el carácter
insurreccional de organizaciones sindicales y campesinas y el fervor revolucionario de un cristianismo
de base comprometido con la opción por los pobres, que impulsó la creatividad de los grupos
armados para abandonar la estrategia foquista y buscar activamente la vinculación con organizaciones
campesinas y sindicales contestatarias (Rouquie, 1994: 145). Si bien coincido con el autor francés en
que la creciente movilización obrera y campesina, que marcó el ambiente político salvadoreño desde
fines de los años 1960, constituyó las condiciones de posibilidad para el crecimiento de las
organizaciones armadas, es necesario matizar esta perspectiva para visibilizar el papel activo de
militantes de la izquierda radical en las organizaciones populares anti-gubernamentales. Fueron ellos
los que reforzaron las prácticas contestatarias de las luchas reivindicativas al darles direccionalidad
política, publicidad y también apoyo económico. Como máxima expresión de esta articulación
podemos considerar los Frentes de Masa, fundados entre 1975 y 1979 por dirigentes sindicales y
campesinos vinculados a las OPM, y concebidos como “vasos comunicantes” entre las luchas
gremiales y la vía armada, así como instancias de coordinación y representación política en un
contexto caracterizado por la prohibición y persecución de la oposición política al régimen cívico-
militar.
En la segunda mitad de los setenta existían cinco Frentes de Masa: la Unión Democrática
Nacionalista (UDN) -formada por el Partido Comunista como vehículo electoral en 1962 para
enfrentar la prohibición política-, que operaba como un partido reformista convencional con
vínculos históricos con dos federaciones sindicales no oficialistas, la Federación Única Sindical
Salvadoreña (FUSS) y la Federación de Sindicatos de Trabajadores de la Industria de Alimentación,
Vestimenta, Textiles y Similares (FESTIAVSCES). El Frente de Acción Popular Unificado (FAPU),
fundado entre 1974 y 1975, representaba a grupos campesinos del departamento Cuscatlán (a 40kms
de la capital San Salvador) y a la Federación Nacional Sindical de Trabajadores Salvadoreños
(FENASTRAS), una federación de nuevo cuño con una gran capacidad de movilización a partir de
agrupar a algunos de los sindicatos más importantes de las empresas públicas. El FAPU estaba
vinculado al grupo guerrillero Resistencia Nacional. En 1975 se formó el Bloque Popular
Revolucionario (BPR), que iba a ser el Frente de Masa más influyente, al agrupar a los gremios anti-
gubernamentales más relevantes de la época como el sindicato magisterial Asociación Nacional de
Educadores Salvadoreño 21 de Junio (ANDES 21 de Junio) y las organizaciones campesinas
Federación Cristiana Campesina Salvadoreña (FECCAS) y Unión de los Trabajadores del Campo
(UTC). El “Bloque” operaba como brazo político de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) y, al
igual que el FAPU, declaró que en El Salvador las vías institucionales para lograr cambios sustantivos
en el sistema político y la sociedad salvadoreña se habían agotado, por lo cual la derrota del Estado
militar era sólo un paso en la lucha por el Socialismo. En 1977, cuadros del ERP fundaron las Ligas
Populares-28 de Febrero (LP-28). Aunque las LP-28 nunca alcanzaron la influencia social del BPR o
la inserción en sectores económicos estratégicos como el FAPU, fueron un vehículo importante para
consolidar la posición del ERP en zonas geográficas donde operaban sus núcleos guerrilleros, como
en los departamentos Morazán, Usulután, San Vicente, La Unión, Santa Ana y en algunos cantones
de Chalatenango. En San Salvador, las LP-28 formaban las milicias urbanas que en 1980
acompañaban y defendían las marchas convocadas por la CRM. El último Frente de Masa en
constituirse fue en 1979 el Movimiento de Liberación Popular (MLP) vinculado a la organización
armada PRTC.
El propósito de las siguientes páginas es reconstruir la emergencia de estas plataformas de
acción por dos vías: primero, describiendo los principales rasgos de los procesos de movilización
campesina y obrera, a fin de mostrar las condiciones sociales y organizativas de posibilidad para la
63
articulación entre luchas gremiales y proyectos revolucionarios. A partir de presentar las principales
estrategias que emplearon los militantes para consolidar los vínculos entre organización
revolucionaria y gremial y debilitar la presencia y representatividad de liderazgos reformistas
(democratacristianos o comunistas) -especialmente la promoción de la acción directa por encima de
las vías institucionales y de la “lucha político-ideológica por la hegemonía”-, me interesa mostrar
cómo se fueron afincando los lazos de pertenencia y de afinidades ideológicas entre determinadas
organizaciones populares y organizaciones político-militares, hasta resultar en una fuerte
identificación entre ciertas organizaciones populares y organizaciones político-militares que duró
hasta después de la guerra civil.
3 En la década de los años sesenta en El Salvador, el proletariado agrícola representaba el 40 por ciento de la
población rural, los campesinos arrendatarios con menos de dos hectáreas de tierra constituían el 50 por
ciento y los pequeños campesinos que poseían entre dos y diez hectáreas representaban el 8 por ciento de la
población rural. En cambio, sólo un 2 por ciento de la población rural eran grandes latifundistas -en su
mayoría ganaderos y dueños de grandes extensiones de tierra sembradas con café, algodón o caña de azúcar-
vinculados por lazos familiares con la burguesía agroindustrial (Álvarez y Chávez, 2001: 31).
4 La organización anticomunista paramilitar Organización Democrática Nacionalista (ORDEN) es el ejemplo
más conocido de redes de colaboradores civiles con la violencia del Estado, por haber sido una estructura
nacional y fundada desde el ejército. Sin embargo, las prácticas de colaboración civil en la represión del Estado
salvadoreño vienen desde antes, como lo señalan Alvarenga (1996) y Paige (1997).
64
en los años cincuenta y sesenta que debilitó mecanismos tradicionales de control y compromiso,
como el colonato, creó condiciones de posibilidad para que estos espacios de sociabilidad se abrieran
y transformaran en plataformas para organizar luchas reivindicativas (Bataillon, 2008: 82-149).
A grandes rasgos es posible ubicar tres momentos en el proceso de organización y
radicalización campesina: El primer momento se caracterizó por el surgimiento de organizaciones
locales en la segunda mitad de los años sesenta, las cuales fueron concebidas como espacios para
promover estrategias mutualistas con el fin de mejorar las condiciones de vida de los afiliados, y
educar a los campesinos, principalmente a los líderes comunitarios. En esta primera fase, la
intervención de militantes locales de los partidos de oposición (especialmente democristianos o
comunistas), y de los sacerdotes de las parroquias, fue crucial. Tarde o temprano, estas
organizaciones independientes tendieron a enfrentarse a las relaciones clientelares creadas en las
comunidades en torno a los poderes fácticos (terratenientes, jueces, ORDEN y la Guardia Nacional).
Esta confrontación contribuyó a la radicalización política de asociaciones que originalmente habían
surgido como formas de autoayuda (Alas, 2003, Rico, 2004: 255), lo cual abrió espacios de
intervención a activistas vinculados con organizaciones radicales. Por esta razón, el segundo
momento, en la primera mitad de los años setenta, se inició con la ruptura de estas formas incipientes
de participación social y se manifestó en el surgimiento de nuevas organizaciones con demandas y
estrategias más radicales, o en cambios de liderazgos en las ya existentes. Así sucedió por ejemplo en
la organización FECCAS, donde una crisis interna del liderazgo democristiano hacia fines de la
década de 1960 permitió que la dirección de la organización se convirtiera en espacio en disputa
entre distintos grupos políticos, la cual fue ganada en 1974 por militantes campesinos de las FPL. El
tercer momento -los años inmediatamente antes del estallido de la guerra civil- se caracterizaron por
el incremento y la radicalización de las protestas en el campo que incluía enfrentamientos armados
entre integrantes de las organizaciones radicales, de la organización paramilitar ORDEN y la Guardia
Nacional.
¿Qué prácticas permitieron la radicalización del campesinado? Es conocido el papel central que
jugaron sacerdotes y laicos de la Iglesia católica en la construcción del movimiento campesino. Los
sacerdotes, inspirados en la doctrina socialcristiana y en la teología de la liberación, promovieron -por
medio de una lectura y discusión histórica de la Biblia- una interpretación de la misma orientada a
identificar y denunciar “el pecado social”, es decir, la desigualdad y la explotación. Pero la novedad
residía no sólo en el impulso “espiritual”, o desbloqueo ideológico, sino en la emergencia de nuevas
prácticas organizativas. El surgimiento de la organización campesina en municipios como Aguilares y
Suchitoto (Departamento Cuscatlán), muestra como la selección y educación de delegados de la
palabra y preparadores creaba una red que vinculaba las comunidades entre sí y con la parroquia.
Adicionalmente, la realización de talleres educativos sobre derechos gremiales, historia y política
dirigidos a los delegados resultó en la constitución de una nueva generación de líderes comunitarios
que combinaban espiritualidad y voluntad de sacrificio con la disposición de participar en un
proyecto colectivo para transformar las condiciones de desigualdad social a partir de lo local pero
con una perspectiva nacional.
La iglesia contribuía también a la construcción de una mística de liderazgo -no muy alejada de
las concepciones marxistas-leninistas- que combinaba el imperativo del servicio a la colectividad con
una idea de vanguardia. José Inocencio Alas, el sacerdote de Suchitoto, relata cómo intentaba
transmitir estos valores en las asambleas donde se elegía a los delegados de la palabra:
Pasaba a explicar las cualidades o características de un líder, entre ellos los más
importantes, el servicio a la comunidad, la aceptación del líder por la comunidad, el ser
cabeza y no cola dentro de la comunidad. Un líder hace progresar a la comunidad en
ideas, en valores y en acciones. Después les explicaba mi interés en darles mejor
preparación a los líderes acerca de su fe. Como la comunidad, mejor que nadie, conoce a
65
sus líderes, éstos deberían ser elegidos por la misma mediante la presentación de
candidatos y la elección formal. (Alas, 2003: 82).
5 “Las luchas obreras en El Salvador (1974-1977)” (1977) en Revista Polémica. Problemas de la Revolución
Salvadoreña, Época I, No. 2, mayo-junio, p. 26.
69
establecidos por el Ministerio de Trabajo y sin tomar en cuenta a las federaciones, aunque los
sindicatos involucrados en el conflicto laboral estuvieran afiliados a una de ellas. Así sucedió, por
ejemplo, con una de las huelgas emblemáticas del periodo previo al estallido de la guerra civil, el de
los trabajadores portuarios del Puerto de Acajutla (entre diciembre de 1976 y enero de 1977),
afiliados a la CGS. En este caso, la movilización obrera se realizó sin tomar en cuenta las estructuras
de la federación progubernamental. El conflicto laboral desembocó en la intervención del ejército y
la militarización de la empresa. Procesos similares ocurrieron durante la huelga en la Empresa Diana
(Sector Alimentos) en octubre de 1977, y en la central azucarera de Izalco en enero de 1978. Todos
ellos siguen un determinado patrón: participaron militantes sindicales del FAPU -por lo cual los
sucesos están documentados y analizados con detalle en los periódicos de esta organización-, sus
causas fueron demandas “económicas” por aumentos de salarios y prestaciones y hubo actos de
intimidación y enfrentamientos violentos entre los piquetes, los cuerpos armados y los “esquiroles”.6
A la presencia de cuerpos armados en las afueras de las fábricas en huelga se sumaron
detenciones, secuestros y asesinatos de activistas que fueron denunciados en los periódicos de los
Frentes de Masa y en los periódicos de la oposición.
Las estrategias de las fuerzas gubernamentales y del empresariado para desarticular las huelgas -
infiltrar las asambleas sindicales con provocadores de ORDEN, la intervención violenta de la
Guardia Nacional o de la policía en locales sindicales o el secuestro de activistas y dirigentes
sindicales- daban argumentos adicionales a aquellos que cuestionaron la efectividad de las estrategias
reformistas para resolver los conflictos laborales. Además, contribuyeron a la radicalización de la
protesta porque sirvieron como un impulso para denunciar la complicidad entre empresarios y
fuerzas gubernamentales y sacar los conflictos al espacio público, fuera del centro de trabajo.
Estos conflictos laborales, que sin excepción se originaban en reivindicaciones laborales,
fueron oportunidades para que los activistas políticos lanzaran las nuevas estrategias de organización
y probaran las correlaciones de fuerza entre los actores políticos. Así, el cuestionamiento de las
federaciones como instituciones legítimas de representación obrera fue acompañado por la creación
de nuevas formas de organización, orientadas a involucrar directamente a las bases sindicales en las
luchas obreras y la movilización de solidaridades: en agosto de 1977 el papel clave de STECEL en la
radicalización del movimiento sindical se confirmó, cuando los activistas sindicales del FAPU
aprovecharon la oportunidad de una huelga de este sindicato para fundar el Comité Intersindical,
como una plataforma para realizar acciones de solidaridad, canalizar apoyos a las empresas en paro y
crear una estructura alternativa de representación legitimada a través de la participación directa de
activistas. Algunos, pero no todos los sindicatos que participaron en el Comité Intersindical,
formaron parte de FENASTRAS.7 En este mismo periodo y con la misma lógica se fundó, por
iniciativa de activistas del BPR, el Consejo Sindical de Obreros (COSDO) que también se planteó la
unificación de las bases de diferentes sindicatos al margen de las federaciones existentes. COSDO se
convertiría en 1979 en el Comité Coordinador de Sindicatos “José Guillermo Rivas”, afiliado al BPR
(EIAP, 1984: 58-64).
A partir de las plataformas sindicales para potenciar y aglutinar las luchas obreras aisladas, los
militantes radicales se planteaban el objetivo político de introducir en estas luchas una orientación
revolucionaria. Los diversos comités contribuyeron, entonces, a coordinar las formas de protesta
obrera, introducir nuevas estrategias de lucha y entrelazar las diversas organizaciones sindicales con
los Frentes de Masa. Las acciones de protesta sirvieron, al mismo tiempo, como plataformas para
denunciar agresiones y presentar reivindicaciones de luchas específicas. Al sumarse luchas locales y
6 Ibíd., 30-32; “El asalto a la central azucarera de Izalco” (1978), en Revista Polémica. Problemas de la Revolución,
San Salvador, Época I, n°4, p.3-10.
7 “Las luchas de los obreros de STECEL”(1977), en Revista Polémica. Problemas de la Revolución Salvadoreña, San
8 “Comité Coordinador de Sindicatos José Guillermo Rivas” (1979), en Combate Popular, Periódico del BPR,
San Salvador, mayo, p.5-7.
9 “Balance de la Coyuntura” (1977) en Revista Polémica. Problemas de la Revolución Salvadoreña No. 3, San Salvador,
Octubre, p.44.
71
como las ocupaciones de centros de trabajo o iglesias, enfrentaron no sólo el poder de la patronal y
de los cuerpos armados sino se impusieron “por vía del hecho” a otros trabajadores y empleados.
Por ejemplo, en septiembre de 1979 varias empresas anunciaron su cierre como respuesta a las
ocupaciones de las plantas por los sindicalistas, provocando con esto el desempleo de miles de
trabajadores. La situación de lock-out produjo enfrentamientos entre los trabajadores afectados por
los cierres de las fábricas y los sindicalistas del BPR o FAPU, que tenían ocupadas las plantas
(Inforpress Centroamericana, 1979: 6-7).
El autoritarismo del aparato sindical tradicional, expresado en la concentración del poder de
representación y decisión en pocas personas y cuestionado por los activistas revolucionarios, se
reprodujo hasta cierto punto en la práctica del nuevo sindicalismo anti-gubernamental de imponer las
decisiones a través de la movilización masiva de sus simpatizantes. La confrontación entre la alianza
Estado-fuerzas armadas-grupos dominantes versus el movimiento sindical radicalizado-Frentes de
masa-OPM, que se manifestaba cada vez más en el espacio público, visibilizaba también las
diferencias políticas entre los trabajadores. La izquierda y la derecha, al optar por la lógica de
polarización impulsaron la politización e ideologización del espacio social, al exacerbar las diferencias
entre los grupos. De esta manera la espiral de la radicalización política se aceleró y profundizó,
creándose las condiciones de posibilidad para el estallido de la guerra civil.
10 Señalaba Beatriz Sarlo sobre el ambiente de época de los sesenta y setenta: “Las ideas eran defendidas como
núcleo constitutivo de la identidad política, sobre todo en las fracciones marxistas del movimiento
radicalizado. La afirmación de la primacía intelectual no debería tomarse como descripción de lo que
efectivamente sucedía con los sujetos, sino como indicación de qué debía suceder. Pero esta indicación en sí
misma era un elemento activo de la realidad e incidía en la configuración de las identidades políticas: la utopía
de una teoría revolucionaria que informara y guiara la experiencia presionaba sobre la práctica cotidiana de los
movimientos. Esto no convirtió a todos los militantes en eruditos, pero señaló un ideal.” (Sarlo, 2005: 88). En
el caso salvadoreño, no hay que olvidar que los cinco grupos guerrilleros que conformaron el FMLN en 1980
“nacieron” a partir de escisiones de los dos grandes partidos de oposición.
73
organizaciones reformistas funcionaba porque los revolucionarios compartieron con los reformistas
las nociones y concepciones sobre el “qué hacer” para cambiar la sociedad salvadoreña (aunque no se
compartiera el “cómo”, “cuándo” y “con quién”). Todas las plataformas políticas y de gobierno -
desde el Proyecto de plataforma programática del Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR)
de mayo de 1962 hasta el programa de gobierno del Foro Popular o la Coordinadora Revolucionaria
de Masas- señalaban como medidas necesarias las siguientes puntos: disolución de los cuerpos
represivos y el castigo a los violadores de los derechos humanos, una reforma agraria, la
nacionalización de empresas estratégicas, del comercio exterior y del sector bancario y reformas
sociales para mejorar el nivel de vida y el poder adquisitivo de la población.
Conclusiones
En síntesis, los Frentes de Masa expresaron en su momento la politización de las
organizaciones populares, entendiéndola como la emergencia de nuevas modalidades de organización
que permitieron involucrar directamente a las bases en los conflictos sociales y entrelazar las luchas
de diferentes sectores para orientarlas hacía la insurrección. En lo discursivo, se trataba de interpretar
agravios particulares a partir del marco cognitivo de las OPM, para dar significado al descontento
social y mostrar que la solución deseada y posible se encontraba en la ruptura revolucionaria con el
régimen político imperante. La reproducción de esta convicción mediante redes sociales y
conexiones, que formaban parte de una contracultura de oposición, explican el fervor revolucionario
de esta época. En el ámbito de las prácticas, la politización se expresó en la llamada “lucha por la
hegemonía” de la propia organización, la cual condicionaba las relaciones entre los actores
independientes del aparato estatal. Desde “fuera” del movimiento, y desde la perspectiva de hoy,
estos principios de acción fomentaron el sectarismo y divisionismo del movimiento popular y la
izquierda salvadoreña. En ese entonces, y desde “adentro”, los principios ideológicos, defendidos en
contra de los otros agentes en la lucha ideológica, afirmaban la identidad política y cohesionaban el
grupo -la comunidad virtuosa de militantes revolucionarios- en un contexto amenazante y
desgastante por la creciente violencia política.
El efecto práctico del vínculo entre organizaciones guerrilleras y populares, con importantes
consecuencias para la futura evolución del movimiento popular, fue la conversión de las afinidades
político-ideológicas de la izquierda radical en principios de diferenciación que condicionaron la
acción colectiva y las alianzas políticas en el campo político salvadoreño. Esto quiere decir que las
alianzas que los actores sociales formaron desde su sector, así como las propuestas y estrategias de
acción, se hicieron siempre desde la perspectiva y postura de la organización política. Así, cada uno
de los Frentes de Masa agrupó en su interior a organizaciones heterogéneas en cuánto al sector
social, pero homogéneas en cuánto a la ideología. Solamente cuando, después de la revolución
sandinista, la toma de poder parecía “a la vuelta de la esquina”, estas organizaciones convergieron en
la Coordinadora Revolucionaria de Masas, y en lo militar, la alianza se formalizó primero en la DRU
y, posteriormente, en la Comandancia General del FMLN. El terrorismo de Estado y los inicios de la
guerra civil en 1980/81 pusieron fin a la actividad política de los Frentes de Masa, cuyos integrantes y
dirigentes fueron principales blancos de la violencia contrainsurgente, por lo cual muchos salieron al
exilio o se incorporaron a las estructuras militares de sus respectivas organizaciones.11 Por esta razón,
el movimiento popular anti-gubernamental que (re)apareció en el espacio público en 1985 y 1986
tuvo un carácter más gremial y menos político que los Frentes de Masas, aunque mantuvo de manera
clandestina los vínculos con las OPM.
11Si bien toda la población salvadoreña sufrió las consecuencias de la violencia política en la década de 1980,
de acuerdo al estudio de Seligson y McElhinny sobre los efectos demográficos de la guerra civil en El
Salvador, el análisis del número de víctimas de ambos lados muestra que fue una guerra en contra de la
izquierda, siendo activistas y simpatizantes de izquierda el grupo más propenso a sufrir una muerte violenta
(Seligson y McElhinny, 1997: 82).
74
La unidad en el FMLN no significó que los viejos conflictos ideológicos desaparecieran, ni que
las identidades políticas formadas al calor de la movilización de los setenta se disolvieran en una
identidad colectiva representada simbólicamente e institucionalmente en el FMLN (Pirker, 2007).
Los desacuerdos en la dirección del FMLN después de 1992 en torno al carácter, el proyecto -
revolucionario o socialdemócrata- y las políticas de alianzas, mostraron que si bien la unidad político-
militar había funcionado para el enfrentamiento bélico y las acciones diplomáticas concertadas para
alcanzar una solución política del conflicto, no era suficiente para consolidar un instituto partidista
para participar en la institucionalidad de una democracia liberal representativa. Para las
organizaciones populares que habían apoyado al FMLN durante la guerra, la salida del ERP y de
Resistencia Nacional de la alianza revolucionaria en 1994, así como la inserción de la estructura
política del FMLN en las instituciones del Estado (Poder Legislativo, gobiernos municipales y, desde
el 2009, el Poder Ejecutivo), las obligó a (re)definir los puntos de contacto, pero también las
(necesarias) fronteras, entre acción partidista e intereses sectoriales. Este proceso complejo y
contradictorio en torno a la resignificación de las lealtades políticas y las militancias sociales en el
periodo actual sigue estando abierto y con resultados inciertos.
75
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Seligson, Mitchell A. y McElhinny, Vincent (1997). “Low Intensity Warfare, High Intensity
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76
Luis Rosero-Bixby, editores, Demographic and Change in the Central American Isthmus, Rand, Washington,
pp. 59-95.
Documentos:
“Balance de la Coyuntura” (1977) en Revista Polémica. Problemas de la Revolución Salvadoreña No. 3,
San Salvador, Octubre.
“Comité Coordinador de Sindicatos José Guillermo Rivas” (1979), en Combate Popular,
Periódico del BPR, San Salvador, mayo.
“El asalto a la central azucarera de Izalco” (1978), en Revista Polémica. Problemas de la Revolución,
San Salvador, Época I, No. 4.
“Las luchas de los obreros de STECEL”(1977), en Revista Polémica. Problemas de la Revolución
Salvadoreña, San Salvador, Época I, No. 2, octubre.
“Las luchas obreras en El Salvador (1974-1977)” (1977) en Revista Polémica. Problemas de la
Revolución Salvadoreña, Época I, No. 2, mayo-junio.
Bases de datos:
OIT, LABORSTA, disponible en http://laborsta.ilo.org.
Inforpress Centroamericana (2002). Colección 30 Años (1972-2002), Formato CD.
77
LOS ESTUDIANTES DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL Y
LA LUCHA ARMADA EN EL SALVADOR (1970-1989)
*Sociólogo por la Universidad de El Salvador e Historiador por la Universidad de Costa Rica. Actualmente es
Director Unidad de Investigaciones de la Facultad de Ciencias y Humanidades de la Universidad de El
Salvador rarguetahernandez@yahoo.es
78
sobre el método a seguir para derrumbar el régimen militar que por años había gobernado el país.
Varias generaciones de estudiantes se involucraron en el conflicto armado que vivió el país desde los
años setenta. Los que fundaron las primeras organizaciones de izquierda revolucionaria armada se
convirtieron prontamente en comandantes de la naciente guerrilla, pero el ingreso de estudiantes a las
filas guerrilleras no cesó durante las siguientes dos décadas. En este breve artículo visualizamos las
oleadas de protesta de 1970, las divisiones de la izquierda revolucionaria de los años setenta y su
impacto en los estudiantes, el ascenso del Coronel Molina a la presidencia en 1972 y el cierre de la
Universidad, la reapertura de la Universidad en 1973 y su efecto en la reorganización estudiantil hasta
“la masacre del 30 de julio de 1975”, la supresión de la autonomía en 1977 y la creación del Consejo
de Administración Provisional de la Universidad de El Salvador (CAPUES), el cierre de la
Universidad en junio de 1980, la reapertura en 1984 y el fraccionamiento estudiantil. Finalmente, nos
interesa ver el contexto familiar del estudiante alzado en armas y como cumplía su función de
estudiante.
1Este sistema consistía en que los estudiantes de nuevo ingreso antes de seguir sus estudios en determinada
carrera profesional debían cursar algunas asignaturas de formación básica tanto en las ciencias naturales como
en las sociales. En las áreas comunes se encontraban decenas de estudiantes que pretendían estudiar, medicina,
humanidades, economía, etc.
79
Un tercer conflicto sucedió en la Facultad de Medicina, en donde los estudiantes y las
autoridades de la Facultad consideraban que el gobierno violentaba la autonomía universitaria al
intentar distribuir el trabajo de los estudiantes que realizaban su servicio social en los hospitales del
país. Todas estas protestas generaban en el gobierno cierta preocupación por el giro revolucionario
que estaba dándose en la Universidad. En el fondo estos estudiantes expresaban un rechazo a la
influencia imperialista de los Estados Unidos, un cuestionamiento a las mismas autoridades de la
Universidad que no comulgaban con sus ideas y la defensa de la autonomía universitaria. Las oleadas
de protestas de 1970 indicaban que los estudiantes no aceptaban sin más ni más a las figuras de
autoridad establecidas. Varios de los estudiantes que participaron en estas protestas aparecieron luego
militando en las primeras organizaciones armadas.
4 Cuando mencionamos a los estudiantes marxistas pro lucha armada, no queremos decir que todos estaban
alzados en armas, existía una tendencia a tomar las armas; pero esto era un proceso en el cual el estudiante al
ingresar a la organización estudiantil se iniciaba participando en acciones de protesta en las calles, ocupando
edificios públicos y en un momento determinado cuando la organización lo requería podía participar en
acciones armadas, hasta pasar a la clandestinidad.
5 Documentos del UR-19, Centro de Investigación, Documentación y Apoyo a la Información, 1980.
82
lucha a seguir para sacar a los militares del poder. El FAU se alineaba a la vía electoral. Durante años
el FAU mantuvo bajo su control la mayoría de asociaciones estudiantiles. Sin embargo, después del
cierre de la Universidad en 1972 las cosas comenzaron a cambiar. Las organizaciones estudiantiles de
la autodenominada nueva izquierda: UR-19, FUERSA y otras fueron ganando terreno. Esta pérdida
de hegemonía del FAU se concretó en 1975 cuando el UR-19 en alianza con el FUERSA obtuvo la
dirección de la AGEUS.
A partir de la reapertura de la Universidad, los estudiantes siguen dos líneas de lucha política contra
el régimen militar, por un lado la lucha armada; algunos estudiantes cursaban clases en la
Universidad, pero también participaban en acciones armadas por lo que llevaban dos vidas, una
clandestina, en la que utilizaban un seudónimo, estaban organizados en una “célula” vivían en casas
de seguridad; y otra pública con su nombre verdadero y cumpliendo la función de estudiante en las
aulas universitarias. Por otro parte, algunos estudiantes aunque formaban parte de las organizaciones
que estaban vinculadas a la naciente guerrilla (ERP y FPL) se limitaban a participar en acciones de
protesta colectiva como manifestaciones en la vía pública, ocupación de edificios gubernamentales, y
apoyo a huelgas sindicales. En algún momento estos estudiantes podrían a realizar acciones armadas,
por lo que en muchos casos pasaban a la clandestinidad.
Como ya hemos mencionado, a partir de la reapertura de la Universidad en 1973, el régimen
a través de los funcionarios leales trató de controlar a los estudiantes revolucionarios para ello
implementaron varios mecanismos como reducir la representación estudiantil en los órganos de
dirección, despedir a aquellos profesores que consideraban de izquierda revolucionaria, prohibir las
protestas colectivas en el campus. No obstante, el intento de controlar a los estudiantes anti-régimen
no fue muy efectivo. El FUERSA, el UR-19, el FAU se reorganizaron al interior de la Universidad y
frecuentemente realizaban acciones de calle para protestar contra el gobierno o las autoridades
universitarias.
En 1975, el gobierno junto a empresas privadas impulsó la realización del concurso Miss
Universo, con el objetivo de publicitar al país para atraer el turismo internacional. La AGEUS
impulsó una serie de protestas de calle para rechazar ese evento. El gobierno manifestó que ninguna
concentración pública o desorden sería permitido durante los días en que se efectuara el certamen,
programado para el 19 de julio. Los estudiantes desoyeron las advertencias del gobierno. El 30,
mientras se llevaba a cabo una manifestación, el gobierno ordenó reprimirla dando como resultado
un estudiante muerto, siete desaparecidos (por testimonios de algunos participantes, estos también
fueron muertos; pero sus cadáveres desaparecidos por los cuerpos de seguridad) y numerosos
heridos. El acontecimiento se conoce en la memoria estudiantil como “La masacre del 30 de julio”.
Este hecho dejó entrever las divisiones entre las organizaciones estudiantiles. El FAU hizo circular
un documento en el que expresaba que había advertido al resto de estudiantes que no se llevara a
cabo la manifestación, acusaba al FUERSA de haber insistido en la necesidad de hacer la protesta a
pesar de que no había condiciones para salir a las calles. Mientras la AGEUS exigía al rector Alfaro
Castillo que condenara lo ocurrido; pero este se limitó a desaprobar la intervención de grupos
armados en la Universidad. Por lo que la AGEUS manifestó su malestar ante las declaraciones del
Rector e hizo un llamado a los estudiantes para que desconocieran a Alfaro Castillo.6 Sobre los
estudiantes desaparecidos o asesinados jamás se supo nada, mientras los responsables nunca fueron
llevados ante la justicia.
6 La Prensa Gráfica, “Rector se manifiesta contra violación autonomía de la U”, 31 de junio 1975, 3.
83
cierre no lo llevó a cabo el gobierno; sino las autoridades universitarias. Se decretó después de que se
registrara una balacera al interior del campus en la que fue asesinado un estudiante, mientras un
vigilante resultó herido. La Universidad se mantuvo cerrada alrededor de cuatro meses, al ser
reabierta en marzo de 1977, el gobierno había creado un consejo de regencia, el Consejo de
Administración Provisional de la Universidad de El Salvador (CAPUES) que administraría la
Universidad por los siguientes dos años. El liderazgo del CAPUES lo mantendría Alfaro Castillo.
Para llevar a cabo su labor, el CAPUES promulgó un reglamente disciplinario que buscaba apartar a
la Universidad de toda participación política, decretó que mientras las asociaciones estudiantiles
existentes no legalizaron su situación de conformidad con la legislación universitaria no tenían
derecho a ocupar ningún local dentro de los edificios y demás recintos universitarios, varios
profesorados considerados opositores al régimen fueron destituidos. La violencia estaba a la orden
del día, el 16 de septiembre de 1977 fue asesinado el rector Carlos Alfaro Castillo, asesinato del cual
se responsabilizó las FPL. Según las FPL Alfaro Castillo:
Se había destacado ante la mirada del pueblo como uno de los más despreciables
enemigos del estudiantado, de los docentes, de los trabajadores de la Universidad y del
pueblo mismo para quienes la Universidad se venía convirtiendo en un verdadero centro
cuartelario apéndice de la tiranía militar fascistoide, sujeto a los mismos intereses de la
burguesía criolla y del imperialismo yanqui. Alfaro Castillo consecuente con el mandato
de sus amos participó directamente en la masacre estudiantil del 30 de julio de 1975
cuando envió a la policía universitaria a mezclarse entre los manifestantes para atacarlos
por la espalda cuando el ejército reaccionario y los cuerpos represivos entraron en acción.
Desde que se apoderó del mando de la Universidad urdió y ejecutó las siguientes
medidas: elevación del número de policías universitarios armándolos con equipos
antimotines y ampliación de la red de orejas* encabezados por el gorila Castro Sam.
Imposición de un régimen disciplinario militarista que trata de ahogar todo brote de lucha
estudiantil así como las luchas de los trabajadores universitarios y personal administrativo,
limitación del cupo de las facultades, recorte al presupuesto de becas, aumento de las
cuotas de matrícula y escolaridad, planes de estudio represivos, todo esto con la finalidad
de impedir el ingreso de estudiantes provenientes de las clases trabajadoras.7
La AGEUS y el UR-19 también emitieron un comunicado aprobando el asesinato del Rector.
Ambas organizaciones consideraban que:
Esta acción revolucionaria ha sabido interpretar plenamente en la práctica, el sentimiento
generalizado de odio y repudio que la comunidad universitaria sentía contra Carlos Alfaro
Castillo, y demuestra también que el estudiantado y el pueblo ya no se encuentran solos
en su lucha, y que los crímenes y atropellos de los enemigos del pueblo no quedarán sin
castigo.8
A la altura de 1978, el gobierno militar había puesto en práctica todos los mecanismos posibles para
desarticular las organizaciones estudiantiles revolucionarias y quitarle el espacio universitario a la
izquierda armada: la había cerrado, colocado vigilancia en el campus, había nombrado autoridades
pro-régimen, reprimido las protestas estudiantiles, etc. No obstante, ninguno de estos mecanismos
había resultado completamente efectivo. ¿Qué más podría hacer? En julio de 1977 asumió la
presidencia el Gral. Carlos Humberto Romero, un militar de mano dura que se mantuvo en el cargo
apenas un poco más de dos años, siendo derrocado en octubre de 1979. En un intento por lograr
cierta legitimidad para su impopular gobierno Romero disolvió el CAPUES y dio paso a la creación
* [N. del E.]: Se denomina “orejas” a individuos que actuaban como informantes, denunciando cualquier
disturbio u oposición ante el gobierno y/o las Fuerzas Armadas.
7 La Crónica del Pueblo, “Por qué mataron al Rector de la Universidad explican los guerrilleros de las FPL”, 19
septiembre de 1977, 4.
8 La Crónica del Pueblo, “Asociación estudiantil aprueba asesinato”, 20 de septiembre de 1977, 3
84
del Consejo Directivo Provisional (CDP) que asumió el gobierno universitario el 3 de enero de 1979,
se encargaría de organizar las elecciones para elegir un nuevo Rector. El CDP emitió algunas medidas
de distensión como la disolución de los cuerpos de vigilancia, la restitución de los profesores
destituidos por el CAPUES, amnistía para los estudiantes expulsados, destrucción de las cercas
internas construidas durante la administración del CAPUES. Con la disolución del CAPUES el
gobierno prácticamente dejaba en manos de la izquierda el campus universitario. El CDP apenas
duró un mes, en febrero fue electo el nuevo Rector. A lo largo de ese año se sucedieron tres rectores:
Eduardo Badía Serra (febrero-julio), Luis Argueta Antillón (julio-noviembre) y Félix Ulloa
(noviembre 1979-octubre 1980), todos identificados con la izquierda revolucionaria. Ulloa fue
asesinado por los grupos paramilitares de derecha el 29 de octubre de 1980.
9 El Diario de Hoy, “27 muertos reconocidos durante incidente en U”, 28 de junio 1980, 4.
85
política contra el régimen, ya sea a las organizaciones estudiantiles como FUERSA, UR-19 y la
AGEUS que mantenían acciones de protesta de calle o a las organizaciones armadas. La guerra se
trasladó a las zonas rurales, lo cual provocó que los estudiantes que se habían vinculado a la lucha
armada o a la lucha de calle entre 1971- 1980 optaran por trasladarse a las zonas bajo control de la
guerrilla en los departamentos de Morazán, Chalatenango, San Miguel y otros, o se exiliaran en
Europa, Australia, Canadá, México u otros países.
El 24 de marzo de 1983, la Asamblea Constituyente creo la Comisión de Entrega de las
Instalaciones de la Universidad de El Salvador, pero sería diez meses después que comenzaría la
entrega de los edificios. Esta se fue haciendo de manera paulatina, el 17 de enero de 1984 fue
entregado el Centro Universitario de Oriente ubicado en San Miguel, el 7 de febrero el Centro
Universitario de Occidente localizado en Santa Ana y finalmente el 22 de mayo fueron entregadas las
instalaciones de la Ciudad Universitaria en San Salvador.
La reapertura colocaba nuevamente a la Universidad en medio de las disputas entre el régimen
y el FMLN por ganar terreno en el espacio universitario. Durante los cuatro años en que la
Universidad estuvo cerrada, el régimen mantuvo un férreo control tratando de evitar que los jóvenes
estudiantes se incorporaran al movimiento revolucionario, además de quitarle un espacio territorial
importante a las organizaciones revolucionarias para la movilización política. Reabierta la
Universidad, al régimen le sería más complicado controlar a los estudiantes y contener la influencia
de miembros del FMLN entre los universitarios. La posibilidad de que el movimiento revolucionario
dirigido por antiguos estudiantes universitarios enrolara en sus filas a nuevos militantes provenientes
de las aulas universitarias era mayor.
Después de cuatro años de cierre la Universidad estaba en ruinas. Todo estaba por hacerse,
reconstruir la infraestructura, convocar nuevo ingreso estudiantil, reorganizar la burocracia
administrativa. Los estudiantes debían reactivar las asociaciones estudiantiles. El gobierno del
presidente Napoleón Duarte (1984-1989) se limitó a reabrir la Universidad; pero no otorgó apoyo
financiero para reconstruir la infraestructura dañada, por lo que las actividades académicas se
realizaban en precarias condiciones. Sumado a ello en octubre de 1986 un fuerte terremoto echó por
el suelo varios edificios de la Universidad. La situación era crítica; pero la izquierda revolucionaria
podría sacar tajada política.
De hecho, apenas reabierta la Universidad, la izquierda revolucionara reinició su trabajo
político en la Universidad, para ello varios estudiantes que antes del cierre habían militado en el
FUERSA, en el UR-19, en el FAU o que provenían del Movimientos de Estudiantes Revolucionarios
de Secundaria (MERS) se inscribieron al iniciar las clases en el campus. Rápidamente fue
reorganizada la AGEUS que asumió la bandera de lucha del ingreso masivo de los estudiantes con el
propósito de atraerse a los nuevos estudiantes pero también para justificar futuras protestas de calle.
En la medida que el gobierno no aumentara el presupuesto de la Universidad sería imposible que esta
pudiese admitir a todos los estudiantes que demandaban ingresar, entonces la AGEUS llamaría a los
estudiantes a protestar en las calles con lo que se generaba cierta inestabilidad que para la izquierda
contribuía a la lucha contra el gobierno de Duarte.
Las divisiones en la recién organizada AGEUS llegarían pronto. En 1983, las FPL sufrieron
una ruptura debido a las disputas internas entre sus máximos dirigentes. El comandante Cayetano
Carpio se suicidó después de ordenar el asesinato de la segunda al mando de la organización, la
comandante Ana María, seudónimo de Mélida Anaya Montes. Esta división en las FPL tuvo un
efecto inmediato en la organización estudiantil. Muchos jóvenes seguidores de Cayetano Carpio
consideraba que las FPL y el FMLN en general habían traicionado la revolución por intentar sentarse
a dialogar y negociar el fin de la guerra con el gobierno. La AGEUS era el brazo político del FMLN
en la Universidad. Los jóvenes disidentes se retiraron de la AGEUS y el 5 de mayo de 1985
conformaron su propia organización la Unión Consecuente de Estudiantes Universitarios (UCEU).
Las batallas campales entre la AGEUS y el UCEU eran frecuentes. Los dirigentes de la AGEUS
86
acusaban a los miembros del UCEU de ser gente de derecha, mientras para el UCEU, los militantes
de la AGEUS eran traidores. La existencia del UCEU fue efímera, en diciembre de 1987 después de
una batalla campal contra miembros de la AGEUS en las calles adyacentes a la Universidad. La
AGEUS, en connivencia con las autoridades universitarias, expulsó al UCEU del campus. De aquí en
adelante no habría más disidencias, el FMLN tendría bajo control al movimiento estudiantil.
La lucha de calle de la AGEUS era constante, pero al igual que en los años setenta muchos
estudiantes que conformaban la AGEUS terminaban incorporándose a la lucha armada. Algunos
combinaban sus estudios con la militancia armada, otros dejaban sus estudios y se marchaban a las
filas de la guerrilla en el interior del país. No fueron pocas las ocasiones en que desde el campus se
lanzaron ataques a unidades militares del ejército. Así sucedió el 25 de mayo de 1989, cuando a partir
de la seis de la tarde comandos urbanos del FMLN realizaron un fuerte ataque a la Primera Brigada
de Infantería ubicada a unas pocas cuadras de la Universidad. Unos de los jóvenes que comandó el
ataque afirma que en ella participaron unos cincuenta elementos entre comandos urbanos y
milicianos (es decir jóvenes que no estaban dedicados completamente a la lucha armada). Varios de
los atacantes eran estudiantes de sociología y de jurisprudencia. El 11 de noviembre el FMLN llevó a
cabo una ofensiva militar denominada “Al tope y punto” durante esta ofensiva la Primera Brigada de
Infantería fue nuevamente un blanco militar y, como había sucedido en mayo, los guerrilleros se
habían apostado en los alrededores y adentro de la Universidad para realizar el ataque. El ejército
ocupó nuevamente el campus, cerrando la Universidad alrededor de seis meses. La ofensiva militar
no le permitió al FMLN tomar el poder, unas semanas después de iniciada, las fuerzas guerrilleras
tuvieron que replegarse a las zonas rurales.
La Universidad fue reabierta el 5 de junio de 1990. La reapertura del campus supondría un
nuevo esfuerzo de reorganización estudiantil. Pero el final de la guerra estaba cerca. La firma de la
Paz se llevó a cabo el 16 de enero de 1992.
10Entrevista a un estudiante de sociología entre los años 1987-1992, que se incorporó a los comandos urbanos
del Ejército Revolucionario del Pueblo. 6 de diciembre de 2010.
88
estudiantes organizaba círculos de estudio, fue a través de ellos que se incorporó a las
acciones de calle y de ahí a las milicias.11
Otro estudiante relata que cuando ingresó a la Universidad, los estudiantes de la sociedad de
estudiantes de Ciencias Sociales llegaban a invitar a los estudiantes de nuevo ingreso para que
participaran en actividades que organizaba la sociedad. Lo que le estímulo a visitar el local de la
sociedad de estudiantes fue el interés que uno de los estudiantes mostraba por Roque Dalton. Poco a
poco fue entrando en confianza con ese estudiante y él lo introdujo en actividades de calle que
realizaban los estudiantes de la sociedad. Por las noches en un edificio abandonado de la Universidad
recibía entrenamiento, acondicionamiento físico, manejo de algunas armas. Con un entrenamiento
básico, pronto estaba participando en operaciones militares. Algunas de esas acciones eran realizadas
en grupos pequeños de dos a cuatro personas, lo que en la jerga revolucionaria se llamaban “células”.
Pero también participó en acciones armadas más grandes como el ataque a la Primera Brigada de
Infantería en mayo de 1989 y en la ofensiva militar de noviembre de ese mismo año. Después de la
cual desertó de las filas guerrilleras y se exilió en Europa.12
Conclusión
A principios de los años setenta varios estudiantes universitarios fueron fundadores de los
primeros grupos armados de izquierda revolucionaria que se opusieron al régimen militar. A lo largo
del siglo XX era común que los estudiantes protestaran en las calles contra los diversos gobiernos
militares; pero en los años setenta ya no era nada más un asunto de manifestarse en las calles; sino de
empuñar las armas contra el régimen. El gobierno militar estuvo atento a este giro que estaba
sucediendo en la Universidad. Para tratar de controlar a los estudiantes revolucionarios intervino en
diversas ocasiones a través de los cierres del campus.
Si bien es cierto que desde principios de los años setenta la Universidad pasó a ser
hegemonizada por la izquierda revolucionaria, esta era una izquierda dividida en varias tendencias,
que se peleaban el control del gobierno estudiantil y la hegemonía sobre el estudiantado. La lucha
entonces se llevaba a cabo en varios escenarios: por un lado contra el régimen militar -orientado
tanto hacia el interior de los muros universitarios como hacia fuera-; por otro lado entre los mismos
estudiantes revolucionarios por controlar el espacio universitario. A lo largo de dos décadas muchos
estudiantes ingresaban a la Universidad con el propósito de seguir una carrera profesional, pero
terminaban alzados en armas contra el régimen. Algunos trataban de combinar su función estudiantil
con la lucha revolucionaria, pero esto no era posible siempre. Tenían que decidir entre dedicarse por
completo a la lucha armada o a sus estudios. Varios optaron por lo primero.
En los años ochenta, todo el movimiento estudiantil estaba de cara a la lucha armada que el
FMLN conducía contra el régimen, pero las divisiones en el interior del FMLN provocaron también
luchas internas entre los estudiantes, entre aquellos que se concebían como verdaderamente
revolucionarios y que al mismo tiempo veían a los otros como traidores de la revolución. Uno podría
afirmar que la Universidad de El Salvador fue durante la guerra civil de los años ochenta un
“territorio liberado”, o si acaso un territorio en plena capital en disputa entre las fuerzas militares del
gobierno y los alzados en armas del FMLN.
11 Entrevista a un estudiante del profesorado en Ciencias Sociales de la Universidad de El Salvador entre los
años 1986-1989, que se incorporó al Ejército Revolucionario del Pueblo.
12 Entrevista a un estudiante de sociología entre los años 1987-1992, que se incorporó al Ejército
Periódicos
Diario Latino (San Salvador) 1-31 de julio de 1971.
Diario El Mundo (San Salvador) 1-31 de julio de 1972.
La Prensa Gráfica (San Salvador) 1- 31 de junio de 1975. 1-30 de mayo de 1989.
La Crónica del Pueblo (San Salvador) 1-30 de septiembre de 1977.
El Diario de Hoy (San Salvador) 1-30 de junio de 1980. 1-30 de noviembre de 1989.
Documentos
Documentos del UR-19 (1980), Centro de Investigación, Documentación y Apoyo a la
Información, Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, San Salvador, El Salvador.
Entrevistas
Estudiante de Sociología (anónimo), San Salvador, El Salvador, 6 de diciembre de 2010.
Estudiante del Profesorado en Educación Media para la Enseñanza de las Ciencias Sociales
(anónimo), San Salvador, El Salvador, 6 de septiembre de 2009.
90
IDEOLOGÍA Y REDES SOCIALES EN EL SURGIMIENTO DE
VIOLENCIA COLECTIVA: EL CASO SALVADOREÑO*
Introducción
Durante la década de los ochenta del pasado siglo, El Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional (FMLN)1, se convirtió en una de las guerrillas más poderosas de la historia de
América Latina.2 Las organizaciones que lo integraron surgieron en los albores de la década de los
setenta como pequeños grupos de guerrilla urbana compuestos por apenas unas docenas de
integrantes. Sus primeros miembros eran en su mayoría estudiantes universitarios y ex -militantes del
Partido Comunista (PCS) y del Partido Demócrata Cristiano (PDC). A partir de esos primeros
núcleos, las guerrillas salvadoreñas se expandieron hacia otros sectores en las ciudades, así como
hacia las áreas rurales aprovechando las estructuras construidas por las comunidades de base de la
Iglesia Católica. Gran parte de los primeros jóvenes que se sumaron a la guerrilla, se socializaron
políticamente en el seno de la universidad o de institutos de educación secundaria donde
experimentaron procesos de conversión ideológica a partir de los cuales pasaron a asumir la lucha
armada como la única vía posible para modificar las estructuras políticas, económicas y sociales de El
Salvador.
Sin negar la existencia de causas de naturaleza estructural, -como la pobreza, la desigualdad, la
represión y el autoritarismo -, en el surgimiento de la guerra civil salvadoreña, se argumenta aquí que
el comportamiento de los primeros activistas de la guerrilla constituye un ejemplo de acción
ideológicamente estructurada (Zald 2000), esto es, de una movilización guiada por sistemas de
creencias que atacan las relaciones y el sistema social vigentes. Fue precisamente la existencia de
dichas causas estructurales lo que provocó una reacción de rechazo en jóvenes con fuertes
convicciones morales. Ese inicial rechazo de carácter moral encontró vías de expresión a través de
los canales provistos por el repertorio cultural de la época, caracterizado por el predominio del
marxismo - leninismo, la Teología de la Liberación y la influencia de la Revolución Cubana. En el
contacto con estas ideas y sistemas de creencias, el rechazo y la indignación de carácter moral se
convirtieron en activismo político radical y en opción por la “lucha armada”.
Como afirma González Calleja (2002, 328), en las organizaciones que practican violencia
política, “la ideología da coherencia y sentido a los actos violentos y los justifica moralmente,
* Este trabajo fue preparado para el XIV Encuentro de Latinoamericanistas Españoles, organizado por la
Universidad de Santiago de Compostela y el Consejo Español de Estudios Iberoamericanos (Santiago, 15-
18/09/2010). Sus trabajos fueron publicados en Actas del XIV Encuentro de Lationoamericanistas
Españoles: Congreso Internacional 200 años de Iberoamérica (1810-2010). Edición a cargo de E. Rey Tristán
y P. Calvo González. Santiago: Universidad de Santiago de Compostela, 2010. CD-ROM. ISBN: 978-84-
98872903. Las Actas de los Encuentros Latinoamericanistas pueden consultarse en el repositorio Redial-
CEEIB disponible en:
[http://www.americanismo.es/congreso-Encuentro_de_Latinoamericanistas_Espanoles-206.html]. Este
trabajo se encuentra disponible en [http://halshs.archives-ouvertes.fr/halshs-00531247/]
** Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora (México DF).
1 Integrado por: las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL), el Ejército Revolucionario del
Pueblo (ERP), las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN), el Partido Revolucionario de los
Trabajadores Centroamericanos (PRTC) y el Partido Comunista Salvadoreño (PCS).
2 Llegó a contar con 12.000 militantes armados y varias decenas de miles de simpatizantes, en un país de
3 El concepto de ideología es extremadamente polémico y ambiguo, y dar cuenta de los debates en torno al
mismo está fuera del alcance de este trabajo introductorio. Los trabajos de Marx (1979) y Mannheim (1987)
constituyen dos clásicos imprescindibles, junto a ellos las obras de Eagleton (2005), Freeden (2003) Rudé
(1995), Thompson (2006) o Zizek (1994) son también obras de referencia esenciales.
4 Con la excepción parcial del trabajo de Karen Kampwirth (2007).
5 Por ejemplo, el trabajo de Whickham – Crowley (1992) quien realizó un análisis sociológico comparado de la
La ideología revolucionaria
Como afirma Mayer Zald (1999, 386), las ideologías de los movimientos sociales surgen “a
partir de definiciones culturales ya existentes”. En una sociedad profundamente religiosa como la
salvadoreña, los valores de justicia y solidaridad propios de la moral católica, constituyeron una
suerte de sistema de creencias “inherentes” (Rudé 1995) mantenidas por buena parte de los jóvenes
salvadoreños que, más tarde, fundarían las primeras organizaciones armadas. Esas ideas les llevaron
en muchos casos a participar en un primer momento en el trabajo social desarrollado por la Iglesia
Católica, a adherirse a asociaciones estudiantiles, o a participar en huelgas de solidaridad con distintos
colectivos. Habitualmente sus objetivos en este primer momento fueron en muchos casos el
mejoramiento de las condiciones de vida de determinados grupos sociales o la democratización del
régimen político. Más tarde, el contacto con sistemas de ideas más articuladas -o “derivadas” para
seguir utilizando la terminología de Rudé -, y en concreto con el marxismo - leninismo a su paso por
la universidad o los institutos de secundaria, la experiencia de la represión y de los fraudes electorales,
contribuyeron a que aquellos activistas optaran por la violencia política como forma de cambiar la
realidad de su país, un cambio que ya no tenía objetivos reformistas, sino revolucionarios. La
experiencia de las consecuencias del autoritarismo, favoreció por tanto la absorción y expansión de
las ideologías de cambio radical y determinó en última instancia las características particulares que
aquellas asumieron en el caso salvadoreño.
El ejemplo de la Revolución Cubana, el marxismo - leninismo y la Teología de la Liberación,
formaron parte del repertorio cultural en el que se socializaron políticamente los primeros militantes
de la guerrilla. La transmisión de estas ideas, como se verá más adelante, se produjo preferentemente
en el marco de las distintas redes a las que los activistas pertenecían. El ámbito de las organizaciones
de base de la Iglesia Católica, de las asociaciones creadas por el Partido Comunista, de las aulas
universitarias y en menor medida, del entorno familiar, fueron los espacios fundamentales de su
socialización política.
El triunfo de la revolución en Cuba constituyó a los ojos de miles de jóvenes latinoamericanos
un ejemplo exitoso de cambio social y político por la vía armada. En palabras de Martí (2004, 110), el
triunfo cubano provocó un cambio en el repertorio cultural de la acción colectiva en toda América
Latina. A partir de ella, la formación de grupos guerrilleros y la consecuente toma del poder por las
armas se convirtieron en respuestas aceptables a los ojos de aquellos que trataban de responder al
interrogante de cómo cambiar de raíz una realidad marcada por la pobreza, la desigualdad y el
autoritarismo político. La Revolución Cubana contribuyó a hacer aparecer como posible y legítimo el
uso de la violencia como forma de transformación social y política. La versión que se popularizó en
toda América Latina del modelo cubano de revolución enfatizaba la importancia de los elementos
subjetivos en el triunfo revolucionario. Según esta interpretación -el foquismo-, en el contexto
latinoamericano la voluntad de una vanguardia de militantes escogidos podía crear las condiciones
para un estallido revolucionario. Como resultado de la influencia del ejemplo cubano, revolución y
lucha armada se convirtieron casi en imperativos morales para miles de jóvenes salvadoreños. De
forma paralela, la aceptación de la vía revolucionaria cubana significó también el rechazo de las
propuestas políticas que proponían una vía gradual hacia el socialismo - caso del Partido Comunista
Salvadoreño (PCS) -, o de aquellas otras que hacían énfasis en la posibilidad de realizar reformas en el
marco del capitalismo, como por ejemplo el Partido Demócrata Cristiano (PDC).
Otro de los elementos constitutivos de la ideología de los revolucionarios salvadoreños fue el
marxismo -leninismo. Sin embargo, frente al marxismo de manual exportado por la Unión Soviética
y propagado por el PCS, la versión dominante en la universidad salvadoreña a finales de los años
93
sesenta -de donde provino el grueso de los fundadores de la guerrilla -era el denominado “marxismo
occidental” (Anderson, 1990). Especialmente las obras de Antonio Gramsci, Herbert Marcuse o
Louis Althusser, así como lecturas de economistas alineados con el trotskismo como Ernest Mandel. 6
Junto a ello, las obras de Lenin, el marxismo vietnamita de Truong Chinh, o el pensamiento de Che
Guevara constituyeron las fuentes de las que se nutrió la versión ecléctica de marxismo - leninismo
que construyeron los primeros militantes de la guerrilla salvadoreña. De estas influencias, aquellos
activistas extrajeron una serie de asunciones básicas. En primer lugar, la falta de autonomía del
Estado, que era identificado mecánicamente como la expresión de los intereses de la clase dominante
(la oligarquía terrateniente). El rechazo de la democracia, a la que se identificaba como un régimen
político de fachada construido para ocultar el dominio de la oligarquía, lo que conllevaba a su vez el
rechazo de las elecciones como forma de alcanzar el poder. La convicción de la imposibilidad de
alcanzar la justicia social en el marco del capitalismo, lo que les llevó a criticar cualquier estrategia
reformista, a aspirar a la construcción de una sociedad socialista y a asumir la lucha armada como
única forma posible de alcanzar el poder. Y por último, la consideración del papel necesario de una
“vanguardia” de revolucionarios profesionales que debía desencadenar la revolución anti - capitalista,
derrotar al ejército del régimen y capturar el aparato del Estado (Grenier 1999, 75).
Otro de los elementos integrantes del repertorio cultural en el que se socializaron los primeros
militantes de la guerrilla fue la Teología de la Liberación. De acuerdo con Berryman (1987, 11), esta
interpretación de la fe cristiana incluyó desde su origen en los años sesenta una “crítica de la sociedad
y de las ideologías que la sustentan”. Los sacerdotes inspirados por ella buscaron una aproximación a
los pobres y excluidos de sus respectivas sociedades, estimulando en ellos una postura activa de
transformación de su realidad y una crítica a las visiones fatalistas que habían caracterizado
secularmente a esos sectores. En el caso salvadoreño, los religiosos seguidores de la Teología de la
Liberación llevaron a la práctica esta nueva orientación principalmente - aunque no exclusivamente -
a través del desarrollo de estructuras asociativas entre el campesinado de las zonas más deprimidas
del país - comunidades de base, asociaciones campesinas -. De otra parte, esta nueva interpretación
del cristianismo influyó también en los sectores juveniles del Partido Demócrata Cristiano (PDC).
Muchos jóvenes pertenecientes a organizaciones juveniles vinculadas a este partido -como Acción
Católica Universitaria Salvadoreña (ACUS)-estaban comprometidos también con frecuencia en el
trabajo pastoral de la Iglesia Católica, y se involucraron en el apoyo a las comunidades campesinas a
través por ejemplo de tareas de alfabetización utilizando el método del educador brasileño Paulo
Freire. Este trabajo puso en contacto a jóvenes de clase media, con la situación de miseria en la que
sobrevivían miles de campesinos salvadoreños. Muchos de aquellos jóvenes, imbuidos de creencias
religiosas, encontraron en las enseñanzas de la Teología de la Liberación una legitimación para luchar
incluso con las armas en la mano por la mejora de las condiciones del campesinado, mientras que el
marxismo - leninismo y el ejemplo cubano les aportaron las estrategias organizativas y los objetivos
políticos últimos de esa lucha.
Las FPL
En el caso de las FPL sus primeros fundadores fueron obreros sindicalizados y estudiantes
universitarios ex - miembros del PCS. El entonces secretario general del PCS Salvador Cayetano
6De acuerdo con Roberto Cañas, ex –comandante de las FARN, en entrevista con el autor, San Salvador
11/08/2009.
94
Carpio fue el promotor de la escisión en el seno del partido en abril de 1970 que desembocaría en la
creación de las FPL. Carpio aducía que la estrategia del Partido Comunista de penetración en el
movimiento sindical y de lucha política pacífica se había agotado. En su cambio de postura 7 influyó la
represión desplegada por el gobierno en contra de la huelga de maestros mantenida por la Asociación
Nacional de Educadores Salvadoreños 21 de junio (ANDES -21). Dicha huelga fue convocada en
febrero de 1968 por este sindicato como respuesta a la reforma educativa realizada por el gobierno
de Fidel Sánchez Hernández. De acuerdo con Erik Ching (2007), la forma en que esta reforma se
implementó motivó la oposición de los maestros. Las marchas convocadas por ANDES -21 fueron
secundadas por estudiantes universitarios -a través de la Asociación General de Estudiantes
Universitarios (AGEUS)- y de secundaria, muchos de los cuales se convertirían poco después en
líderes estudiantiles y en fundadores de la guerrilla. La huelga de ANDES fue reprimida duramente
por las fuerzas de seguridad el Estado. Como resultado, fueron asesinados dos obreros
pertenecientes a la Federación Unitaria Sindical Salvadoreña (FUSS) del Partido Comunista -
organización que había secundado la huelga-, y fueron encarcelados al menos treinta líderes del
movimiento. Los cuerpos de los dos obreros asesinados aparecieron mutilados pocos días después.
Esto influyó fuertemente para que cambiara la percepción de los estudiantes y de los profesionales de
la educación hacia el Estado, y fue sin duda uno de los factores coyunturales que impulsaron a los
disidentes del PCS a romper con el partido y a volcarse hacia la práctica de la violencia política. 8 Hay
que destacar que entre los fundadores de las FPL9 se encontraban cuatro obreros, incluyendo a tres
miembros de la FUSS que participaron en la huelga de febrero de 1968. Al menos uno de ellos
(Ernesto Morales) fue encarcelado brevemente por su participación en dicha huelga. Junto a estos,
acompañaron a Carpio en su marcha del PCS tres estudiantes pertenecientes a la célula Frank País de
la Unión de Jóvenes Patriotas (UJP)10 de la Facultad de Medicina de la Universidad de El Salvador.
Estos últimos eran miembros también de la AGEUS, la más importante organización estudiantil
universitaria del país, controlada en aquel momento por los comunistas.
La socialización política de estos primeros activistas se produjo de forma bastante
convencional a través de su participación en las estructuras del PCS, que era hasta aquel momento la
única organización marxista - leninista que existía en El Salvador. Al ser una organización ilegal, el
PCS estableció una serie de estructuras más o menos clandestinas durante los años sesenta -en
ocasiones bajo la cobertura de asociaciones culturales- para la difusión del marxismo entre la
juventud. Este es el caso por ejemplo de la Asociación 5 de Noviembre, a partir de 1960 de la
Vanguardia de la Juventud Salvadoreña (VJS) y finalmente y desde 1969, de la UJP. 11 En estos
círculos de estudio se socializaron políticamente un buen número de los futuros dirigentes de las
diversas organizaciones estudiantiles y futuros líderes de la guerrilla. 12 La represión de la huelgas de
7 Durante toda la década de los sesenta Carpio se había destacado como un defensor de la línea de
coexistencia pacífica de la URSS, y e incluso se había opuesto en 1962 a la creación de núcleos armados en el
seno del PCS.
8 Junto a ello, también hay que destacar el impacto que tuvo la posición oficial del PCS ante la guerra entre El
Salvador y Honduras del verano de 1969. El Comité Central del PCS mantuvo una postura ambigua respecto
del conflicto, lo que implícitamente significó un apoyo al gobierno militar salvadoreño en aquella coyuntura,
mientras que su Secretario General y un pequeño sector crítico de las juventudes del partido se opusieron
frontalmente a la guerra.
9 Véase: ANEXO II.
10 Rama juvenil del PCS.
11 Domingo Santacruz, ex – miembro del Comité Central del PCS, en entrevista con el autor, San Salvador
3/08/2009.
12 Incluyendo a Francisco Jovel, máximo dirigente del PRTC quien frecuentó la UPJ; Eduardo Sancho,
número uno de las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN) que participó en la Asociación 5 de
Noviembre y en la UPJ, así como Lilian Mercedes Letona, Jorge Meléndez y Sonia Aguiñada Carranza,
quienes llegaron a ser comandantes del ERP y que también fueron miembros de la UPJ.
95
1968 fue interpretada por estos jóvenes como la confirmación de que no había ninguna posibilidad
de negociación o salida política en el régimen autoritario, y que sólo la violencia revolucionaria podría
abrir la puerta a los cambios estructurales que consideraban necesarios. Tras los hechos de 1968, para
muchos miembros de la UPJ la estrategia gradualista del PC había quedado totalmente desacreditada,
sintiéndose al mismo tiempo mucho más cercanos de la figura del Che Guevara y de los relatos de las
acciones que estaban llevando a cabo las guerrillas urbanas del Cono Sur, especialmente los
Tupamaros uruguayos. En este sentido, y como demuestra el trabajo de Paul D. Almeida (2008) la
formación de las organizaciones armadas salvadoreñas se produjo dentro de la fase ascendente de un
ciclo de protesta que se extendió entre 1967 y 1972, (y que alcanzó su clímax en 1971). Este hecho
contradice en cierta forma la dinámica que caracterizó a las organizaciones armadas de extrema
izquierda europeas, las cuales surgieron en momentos de declive de los ciclos de protesta como han
mostrado diversos autores (della Porta 1995, Zwerman et al. 2000; Sánchez Cuenca y Aguilar 2009).
De otra parte, el ambiente intelectual en la Universidad de El Salvador (UES) 13 a finales de la
década de los sesenta estimulaba la difusión de pensamiento crítico. Por un lado, la configuración
curricular permitía el acceso a materias de Ciencias Sociales a todos los estudiantes, incluso a los de
Ciencias Experimentales. Desde 1965, el alumnado de los primeros cursos de la universidad debía
obligatoriamente cursar materias del currículo de Ciencias Sociales -las denominadas áreas comunes-,
lo que lo expuso a las ideas de los clásicos del marxismo, así como a las de los teóricos de la
dependencia y de la teoría crítica latinoamericana, que constituían los enfoques dominantes en la
universidad en aquel momento. Ello se vio favorecido también por la acogida dada por la UES a
profesores universitarios exiliados provenientes del Cono Sur, los cuales ayudaron a difundir el
marxismo y el “dependentismo” entre su alumnado. Este fue por ejemplo el caso de los sociólogos
argentinos Jacobo Waiselfisz y Daniel Slutzky14 quienes apoyaron los círculos de estudio del
marxismo organizados por los estudiantes, y a los que aún hoy los propios militantes otorgan cierto
reconocimiento como parte importante de su formación.
A partir del primer núcleo, las FPL desarrollaron una estrategia de expansión en diversos
sectores sociales, y de forma destacada en la universidad a partir de la célula de la facultad de
medicina. La consigna inicial fue que cada miembro debía organizar una red de quince
colaboradores15 de los primeros dos comandos urbanos en los que se estructuró la organización. A
través de los nuevos activistas captados en la universidad, las FPL llegarían también a entrar en
contacto con grupos socialcristianos y con la estructura de las comunidades de base organizadas por
la Iglesia Católica.
Las organizaciones sociales de la Iglesia Católica, como la Juventud Estudiantil Católica (JEC)
y la Acción Católica Universitaria Salvadoreña (ACUS), y las organizaciones juveniles de la
Democracia Cristiana, como el Movimiento Estudiantil Social Cristiano (MESC), constituyeron un
espacio donde centenares de jóvenes de clase media se comprometieron en tareas de trabajo social en
comunidades rurales y urbanas desfavorecidas, lo que estimuló en ellos el desarrollo de una
conciencia acerca de los problemas de pobreza y desigualdad que sufría una mayoría de
salvadoreños.16 Estas organizaciones, en la línea de la doctrina social de la iglesia emanada del
Concilio Vaticano II y de la Conferencia de Medellín, promovían una actitud de compromiso activo
13 La universidad pública de El Salvador, y hasta finales de la década de los sesenta, la más prestigiosa del país.
14 Roberto Cañas, ex –comandante de las FARN, en entrevista con el autor, San Salvador 11/08/2009. Ambos
llegaron invitados por el rector de la universidad, Fabio Castillo Figueroa, militante comunista y futuro
miembro fundador del grupo guerrillero Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos
(PRTC).
15 Medardo González, ex – comandante de las FPL, en entrevista con el autor, San Salvador 2/10/1998.
16 María Marta Valladares Mendoza (Nidia Díaz), ex – comandante del PRTC- en entrevista con el autor, San
Salvador 5/10/1998.
96
con la realidad, de transformación de la misma a través de la solidaridad y la educación liberadora, 17
lo que denominaban una “revolución sin sangre”. Más tarde, el contacto con el marxismo -leninismo
y la teoría social crítica a través de la universidad o de los círculos de estudio de las juventudes
comunistas, permitió a muchos de estos jóvenes articular respuestas a las preguntas que se
formulaban acerca de las causas de los problemas sociales de los que habían sido testigos de primera
mano en su trabajo con los grupos religiosos. En el marxismo - leninismo y en el ejemplo cubano
creyeron encontrar una estrategia y un nuevo orden social que les permitieran cambiar esa realidad.
Uno de los activistas clave en el desarrollo de este proceso de conexión de las FPL con los
grupos católicos de base fue Felipe Peña Mendoza, quien se incorporó a la guerrilla en algún
momento entre finales de 1970 o inicios de 1971.18 Educado en un prestigioso colegio jesuita de San
Salvador, militante de la Juventud Estudiantil Católica cuando era estudiante de bachillerato y de
ACUS y AGEUS en su etapa como estudiante universitario de economía, Peña Mendoza, entre
otros, conectó a las FPL con su red de contactos procedentes de los movimientos de base de la
Iglesia Católica, así como con jóvenes sacerdotes jesuitas seguidores de la Teología de la Liberación. 19
Gracias a la labor de Peña Mendoza y del estudiante de Sociología y miembro de ACUS, Andrés
Torres Sánchez, las FPL comenzaron a organizar campesinos en el departamento de Chalatenango a
finales de 1972, un territorio que se convertiría en el bastión de la guerrilla en la década de los
ochenta. Aprovechando sus contactos en ACUS, Torres contactó con el sacerdote Benito Tovar,
quien a su vez, le puso en contacto con las comunidades campesinas del norte de Chalatenango
donde ejercía el sacerdocio (Ascoli, s.f.). Su labor consistió en la creación de bases rurales de apoyo a
la guerrilla que se organizaron a partir de 1974 bajo el paraguas de una asociación campesina: la
Unión de Trabajadores del Campo (UTC), la cual se convertiría a su vez en base de reclutamiento de
las FPL.
De otra parte, en la universidad los militantes de las FPL reprodujeron la estrategia de
expansión entre la juventud puesta en práctica por el PCS, a través de la formación de círculos de
estudio del marxismo y, poco más tarde, de la creación de asociaciones estudiantiles. 20 En la
universidad, los primeros activistas de esta guerrilla iniciaron dichos círculos de estudio con el
propósito de captar a los estudiantes más radicalizados. Contactaron frecuentemente a compañeros
de clase, amigos o conocidos más o menos cercanos, y con los que en no pocas ocasiones habían
participado en las movilizaciones estudiantiles de 1968. Es el caso por ejemplo de Atilio Montalvo,21
quien se incorporó a las FPL en 1971 durante su primer año en la facultad de psicología de la UES y
tras haber participado en manifestaciones estudiantiles en las que presenció la represión de algunos
de sus compañeros de estudio. Fue reclutado por uno de sus amigos más cercanos, Felipe Peña
Mendoza, quien fue uno de los primeros activistas estudiantiles de las FPL. 22 A su vez Montalvo, una
vez incorporado a la organización, organizó junto a otros militantes círculos de estudio en la facultad
de Psicología a los que fue invitando a otros compañeros universitarios. De entre ellos, cabe citar a
otro activista destacado, Napoleón Rodríguez Ruiz, 23 a quien tras varios meses de participación en
dos primeros) y nicaragüense. Los tres llegaron a ser comandantes y miembros de la Comisión Política de las
FPL.
20 La organización estudiantil universitaria de las FPL se denominó Universitarios Revolucionarios 19 de julio
(UR-19).
21 En los años ochenta llegó a ser el número tres de las FPL con el pseudónimo de “Salvador Guerra”.
22 Atilio Montalvo, ex – miembro de la Comisión Política de las FPL, en entrevista con el autor, San Salvador,
1/10/1998.
23 Conocido como “Miguel Castellanos”, llegó a ser comandante de las FPL y miembro de su Comisión
El ERP
Esta organización fue el producto de la confluencia al menos tres distintos grupos de jóvenes,
en su mayoría con militancia política previa. El primero de estos grupos estaba compuesto
mayoritariamente por estudiantes universitarios de origen social - cristiano (ANEXO I). Algunos de
ellos participaron en tareas de alfabetización en organizaciones de la Iglesia Católica cuando todavía
eran estudiantes de secundaria. Más tarde, participaron en las huelgas estudiantiles de 1968 siendo ya
miembros del Movimiento Estudiantil Social Cristiano (MESC), rama juvenil del Partido Demócrata
Cristiano (PDC). Sensibilizados hacia los problemas sociales por su experiencia en las organizaciones
de base de la Iglesia Católica y socializados políticamente en los grupos juveniles de la Democracia
Cristiana, estos activistas se comprometieron en inicio con objetivos de democratización del régimen
y de desarrollo económico en favor de los pobres. Estos, junto a otros jóvenes activistas
FPL.
98
provenientes de la UJP, participaron en la campaña electoral de 1967 en apoyo de la candidatura por
el Partido de Acción Renovadora (PAR) del rector de la UES Fabio Castillo Figueroa, y se vieron
frustrados por la consiguiente ilegalización del partido tras las elecciones. 28 Asimismo, la experiencia
de la represión de las movilizaciones magisteriales y estudiantiles de 1968, y el contacto con la
contracultura revolucionaria dominante en la UES, les llevó a estructurar una organización con
objetivos revolucionarios: “El Grupo”, formado en diciembre de 1969. De entre los miembros de
origen socialcristiano de este colectivo seminal cabe destacar a Lil Milagro Ramírez, Edgar Alejandro
Rivas Mira,29 y al primo de éste último, Carlos Eduardo Rico Mira, entre otros. El caso de Lil Milagro
Ramírez ilustra un itinerario frecuente en la socialización política de los miembros de este
agrupamiento. Tras ingresar en la UES en 1963, comenzó a frecuentar ya en 1965 un círculo literario
juvenil al que pertenecían algunos activistas democristianos como Marianela García Villas y Rubén
Zamora.30 De acuerdo con Wilson (2007), en 1967 Ramírez se unió a una organización de base de la
Iglesia Católica influida por la Teología de la Liberación - el Movimiento Estudiantil Social Cristiano
(MESC)-, a través de la que comenzó a familiarizarse con el “socialismo cristiano” propugnado por
el ala juvenil del PDC. Del análisis de la correspondencia de Lil Milagro realizado por este autor, en
el contacto con compañeros más politizados, ésta adquirió conciencia de los cambios que necesitaba
El Salvador. Ya integrada en esa organización y con responsabilidades como dirigente estudiantil en
la facultad de Derecho de la UES, participó en las movilizaciones de 1968. Estas constituyeron un
momento definitivo en su radicalización política, ya que de ellas extrajo la conclusión de que los
cambios sociales a los que aspiraba no se podían lograr en el marco de la dictadura militar. A finales
de 1969 en compañía de otros ex - miembros del MESC formó “El Grupo” (Sancho 2002).
Junto a estos militantes, y provenientes de la UPJ, se encontraban Eduardo Sancho Castaneda31
y Angélica Meardi. Sancho, en aquel momento un estudiante de Sociología de la UES, se inició en la
actividad política en las huelgas obreras de 1965. Tras su ingreso en la universidad se introdujo en la
lectura de literatura marxista, y comenzó a realizar trabajo de organización política en el
departamento de San Vicente, participando asimismo en la campaña electoral del PAR en 1967
(Sancho 2002, 44).Cabe destacar que también en San Vicente, Sancho fue a finales de los años
sesenta uno de los animadores de un círculo literario y político conocido como “La Masacuata”. De
éste surgirá un grupo de jóvenes poetas y literatos que se convertirán en futuros dirigentes de la
guerrilla como el propio Sancho, Alfonso Hernández o Carlos Eduardo Rico Mira.
A “El Grupo” se unieron otros activistas más jóvenes procedentes de Acción Católica
Universitaria Salvadoreña (ACUS) y de la Unión de Jóvenes Patriotas (UJP). Entre ellos se
encontraban Joaquín Villalobos32 y Rafael Arce Zablah, dos activistas clave en el futuro desarrollo del
ERP. Ambos fueron compañeros de estudios en el Liceo Salvadoreño, un prestigioso colegio
católico de la capital, y se implicaron también juntos en tareas de alfabetización de campesinos junto
al padre Alfonso Navarro Oviedo cuando todavía eran estudiantes de secundaria. Ya como
estudiantes de la UES y miembros de ACUS participaron en la organización de movilizaciones
28 El PAR fue una etiqueta electoral de la que se apropió el Partido Comunista para poder competir en
elecciones.
29 Lil Milagro Ramírez fue una de las fundadoras y dirigentes del ERP y en 1975, también de una organización
nacida como escisión de este: las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN). Edgar Alejandro
Rivas Mira fue el máximo responsable del ERP en el período 1972 – 1976.
30 García Villas fue diputada democristiana en la década de los setenta y más tarde fundadora de la Comisión
de Derechos Humanos de El Salvador. Rubén Zamora, perteneció al ala izquierda del PDC en los años
setenta, fue miembro fundador del Movimiento Popular Social Cristiano y del Frente Democrático
Revolucionario y se convirtió en el líder socialcristiano más importante del país en la década de los ochenta.
31 Quien llegó a ser entre 1981 y 1992 Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de la Resistencia
Nacional (FARN).
32 Máximo dirigente del ERP entre 1977 y 1993.
99
estudiantiles en 1969, y se incorporaron al naciente ERP hacia 1971. Arce Zablah, ya como miembro
del ERP, y aprovechando sus contactos con sacerdotes progresistas, entró en contacto en 1974 con
el sacerdote Miguel Ventura, párroco del municipio de Torola en el norte del departamento de
Morazán quien le introdujo en las Comunidades Eclesiales de Base organizadas por él en la región
Torola/Villa El Rosario/San Fernando (Binford 2004, 122). Precisamente esta región se convirtió en
el área de mayor desarrollo del ERP y en el bastión de la organización durante la guerra civil. La
labor de Arce Zablah en las comunidades rurales de Morazán fue continuada a su muerte en 1975,
entre otros, por un estudiante de filosofía: Juan Ramón Medrano 33. Medrano inició su militancia en la
universidad en 1971 donde formó parte de círculos de estudio del marxismo organizados por
profesores universitarios de filiación comunista (Comandante Balta 2006, 47), incluyendo a Rolando
Orellana quien fue miembro del Comité Central del PCS. Asimismo se afilió a la Asociación General
de Estudiantes Universitarios Salvadoreños (AGEUS) con la que participó en huelgas estudiantiles
en ese mismo año,34 siendo reclutado en 1972 por un compañero de estudios que militaba en el ERP,
quedando a partir de ese momento bajo la responsabilidad de Lil Milagro Ramírez.
El tercer núcleo de activistas que compusieron el ERP estaba integrado por estudiantes de
secundaria del Instituto Obrero José Celestino Castro, miembros también en su mayoría de la UJP
del PCS. Este centro educativo fue creado en 1967 con dinero donado por el Sindicato de
Trabajadores Universitarios Salvadoreños (STUS), integrado a su vez en la Federación Unitaria
Sindical Salvadoreña (FUSS),esta última controlada por el PCS. El propósito del Instituto era la
formación de futuros dirigentes sindicales, y sus directores y profesores ejercían también posiciones
importantes en la asociación de maestros ANDES -21 (Almeida 2008, 81). Entre éstos cabe citar por
ejemplo a Mario Medrano, quien fue secretario general de dicho sindicato, Emma Guadalupe Carpio
-hija de Salvador Cayetano Carpio, fundador de las FPL-, o Armando Herrera, entre otros.35 En el
Celestino Castro funcionaban células de la UJP que estimularon la participación de los estudiantes en
las movilizaciones de 1968. Algunos de estos activistas contactaron entre 1970 y 1972 con los
militantes de “El Grupo” y se unieron a ellos conformando en marzo de éste último año el ERP. De
entre los militantes procedentes del Instituto Celestino Castro destacan Jorge Meléndez, Vladimir
Rogel, Mario Vigil y Sonia Aguiñada Carranza.36 Entre 1969 y 1970, estos activistas abandonaron la
estrategia gradualista y de participación en elecciones propugnada por el PCS, y se volcaron en la
organización de un grupo armado. También en este caso, la ilegalización del PAR y la represión de
1968 les llevaron a concluir que la única forma posible de luchar por la democracia y la justicia social
era a través de la revolución y la “lucha armada”.37
Conclusiones
Del análisis de los procesos de socialización política de los primeros activistas de la guerrilla
salvadoreña se pueden extraer algunas conclusiones valiosas.
Una gran parte de estos primeros militantes mantenían algún tipo de sistema de creencias
inherente donde los valores de justicia social y solidaridad ocupaban un lugar primordial. Estas
convicciones de tipo moral provenían en muchos casos de sus creencias religiosas, o de su entorno
familiar, y se vieron reforzadas por la participación en redes juveniles de la Iglesia Católica, partidos
políticos, redes estudiantiles, sindicales, familiares, y con frecuencia incluso en varias de estas a la
Política.
37 Sonia Aguiñada Carranza, ex – comandante del ERP, en entrevista con el autor, San Salvador 11/08/2009.
100
vez.38 La pertenencia a dichas redes ayudó, a su vez, a desarrollar sus opiniones políticas y reforzó su
convicción de integrarse a la lucha armada. Frecuentemente, la participación en estas estructuras les
puso en contacto con sistemas de creencias más estructuradas y, en concreto, con el marxismo -
leninismo y el pensamiento y la figura de Che Guevara. El ambiente intelectual reinante en la UES
fue un factor de enorme importancia en este sentido, ya que las redes estudiantiles construidas en su
interior a finales de los años sesenta, estaban imbuidas de estas doctrinas y ayudaron a su difusión. La
ideologización y politización desarrolladas en el entorno de estas redes sociales, condujeron a estos
jóvenes a la participación activa en movimientos sociales de protesta, cuyo ejemplo paradigmático
son los actos de solidaridad con la huelga de maestros de 1968. El nivel de represión desplegado por
el régimen frente a dichas movilizaciones, condujeron a muchos de estos activistas a decantarse por
opciones radicales de cambio y, en muchos casos, a romper con sus organizaciones de procedencia.
De otra parte, estas redes se convirtieron en canales de expansión de las guerrillas a lo largo de
las décadas de los setenta. En esta dirección es especialmente relevante el papel representado por
jóvenes estudiantes fundadores de las guerrillas que habían pertenecido a organizaciones de base de
la Iglesia Católica. Los contactos realizados en dichas organizaciones les sirvieron para buscar la
colaboración de sacerdotes progresistas quienes, a su vez, conectaron a la guerrilla con las estructuras
construidas por la Iglesia en las comunidades rurales del norte del país.
ERP
(Ejército Revolucionario del
Pueblo)
Fuente: Elaboración propia a partir de entrevistas realizadas por el autor con: Rafael Velásquez, San Salvador
4/02/2010; Sonia Aguiñada Carranza, San Salvador 11/08/2009; Jorge Meléndez, San Salvador 13/10/1998;
Juan Ramón Medrano, San Salvador 1/10/1998.
39De la convergencia de estos tres núcleos de activistas surge el 2 de marzo de 1972 el ERP. Los miembros de
“El Grupo” eran en su mayoría estudiantes universitarios de ascendencia social -cristiana y parte de ellos
fueron responsables de la primera acción de importancia, el secuestro del empresario Ernesto Regalado
Dueñas en 1971, tras la cual se dispersaron. El segundo núcleo estaba compuesto por jóvenes universitarios
vinculados a organizaciones de base de la iglesia católica o a las juventudes del Partido Demócrata Cristiano
(PDC). El tercer grupo estaba integrado mayoritariamente por estudiantes de secundaria miembros de la
Unión de Jóvenes Patriotas (UPJ), rama juvenil del PCS. Algunos otros activistas sin militancia política previa
se unieron también al ERP principalmente en la Universidad Nacional en este primer momento, caso de
Francisco Jovel, quien se convertiría en Secretario General del PRTC, o de Roberto Cañas y José Luis Quan
más tarde miembros de la dirección de las FARN.
102
ANEXO II
FUNDADORES DE LAS FPL
1970
Fuente: Elaboración propia a partir entrevistas realizadas por el autor con: Atilio Montalvo, San Salvador
1/10/1998; Medardo González 2/10/1998; Facundo Guardado 19/08/2008, Domingo Santacruz 3/08/2009.
ANEXO III
Índice de entrevistas citadas
Aguiñada Carranza, Sonia. Ex - miembro de la Comisión Política del ERP, San Salvador
11/08/2009.
Cañas, Roberto. Ex - miembro de la Comisión Política de la RN y de la Comisión Político -
Diplomática del FMLN, San Salvador 11/08/2009.
González Trejo, Medardo. Ex - miembro del Comité Central y de la Comisión Política de las
FPL, San Salvador 2/10/1998.
Guardado, Facundo. Ex - miembro del Comité Central y de la Comisión Política de las FPL y
Ex - Secretario General del FMLN, San Salvador 19/08/2008.
Jovel, Francisco. Ex -Secretario General del PRTC y ex - miembro de la Comandancia General
del FMLN, San Salvador 15/08/2008.
Medrano, Juan Ramón. Ex - miembro de la Comisión Política del ERP y ex - jefe del Frente
Sur - Oriental, San Salvador 1/10/1998.
Meléndez Jorge, Ex - miembro de la Comisión Política del ERP y ex - jefe del Frente Nor -
Oriental, San Salvador 13/10/1998.
Montalvo, Atilio. Ex - miembro del Comité Central y de la Comisión Política de las FPL, San
Salvador 1/10/1998.
Santacruz, Domingo. Ex -miembro del Comité Central del PCS, San Salvador 3/08/2009.
Valladares Mendoza, María Marta. Ex - miembro de la Comisión Política del PRTC y de la
Comisión Político - Diplomática del FMLN, San Salvador 5/10/1998.
Velásquez, Rafael. Ex - miembro de la Comisión Política del ERP y ex - coordinador de las
Ligas Populares 28 de febrero, San Salvador 4/02/2010.
103
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105
EL SALVADOR, EL LARGO CAMINO DE LA
REVOLUCIÓN*
El genio salvadoreño produjo, lo que John Foran, el más reciente estudioso de las revoluciones
en el mundo, reconoce como “… probablemente la más intensa experiencia revolucionaria en la
historia de la humanidad, que falló en la tomar el poder” (Foran, 2005: 206). Contra todo pronóstico,
de no ser la abierta intervención norteamericana el Frente Farabundo Martí para la Liberación
Nacional (FMLN) habría tomado el poder hacia 1987/88. Documentos del Departamento de Estado
concluyen que sin “la ayuda militar norteamericana, material y técnica, el régimen no se habría
sostenido” (Byrne, 1996: 56).
Esta “situación” particular, fue el resultado de la prolongada crisis política que produjo el
fracaso de las luchas por la democracia (1944/48, 1960/62), que fueron las formas como se
expresaba el repudio contra la oligarquía y sus gobiernos militares, su ethos cultural, en suma, contra
su Estado. En Guatemala fue la opción jacobina la que se frustró hacia 1954 por la intervención
norteamericana. En El Salvador, fue, menos que la debilidad de los movimientos populares, la fuerza
de oligarquía lo que impidió que se alcanzaran los cambios modernizadores.
El malestar popular continuó profundizándose hasta llegar a 1972, fecha donde la historia se
quiebra y da inicio a una década (1972/1981) en que las luchas sociales y políticas de clase y partido,
definen a los actores del conflicto final: la guerra civil. Ello se analiza en tres etapas, en la primera se
observan la radicalización y al aumento del accionar destructivo y sangriento, ascendente en cada
vuelta del remolino que condujo a la guerra. Ese es un ciclo de fachada política electoral, en que de nuevo
el sufragio sólo sirvió para deslegitimar el poder; sus actores son los militares, los partidos políticos, y
algunos demócratas que todavía creían en las elecciones.
Cuando el descontento popular se expande, la energía de las masas conduce a la creación de
nuevos canales de protesta, nuevas formas de organización. Sus actores son agrupamientos sociales,
sindicatos, las organizaciones político-militares, destacamentos campesinos, y aquellos ciudadanos
que dejaron de creer en las elecciones. La segunda etapa hace referencia a la construcción de la
opción político-militar como la vía exclusiva para resolver la crisis, y por último, la etapa de la opción
política para establecer la paz.
Primera etapa:
* Es este el Capítulo V, con modificaciones, del libro Revoluciones sin Cambio Revolucionario, F&G Editores,
Guatemala, 2012.
** El autor es un reconocido intelectual guatemalteco. Actualmente se desempeña como investigador en
viceversa, en el cual cada cónyuge conservaba su condición anterior. Llámase así porque en la ceremonia
nupcial el esposo daba a la esposa la mano izquierda. En otra parte lo calificamos como un matrimonio
morganático, que viene a ser lo mismo.
106
casi medio siglo los militares no lograron consolidar el control del Estado y la oligarquía tampoco
pudo construir un poder legítimo de base democrática.
E. Baloyra, conocedor de la historia del país afirmó que durante varias décadas los militares
controlaron la sociedad sin llegar a dominarla. “No lograron convertirse en el actor hegemónico que
podría reemplazar a la oligarquía (…) Los militares, en su experimento político de 1948 a 1972
fracasaron puesto que fueron incapaces de formar un pacto social duradero que legitimara su
gobierno…” (Baloyra, 1987: 36). El gobierno fue siempre militar, y por ello, los soldados fueron los
guardianes del orden oligárquico, pero no los sirvientes de los “barones” del café.
En este sentido era un Estado débil porque retuvieron simbólicamente el poder pero no el
gobierno, se hicieron obedecer pero no siempre respetar. La relación de mando no fue de una sola
vía. Hubo desencuentros como en toda pareja mal avenida. La crisis política que se fue
constituyendo al impulso de la protesta popular, se desencadenó en los setentas cuando ocurre la
división del locus político dual, la alianza entre “grupo dirigente/fuerza dominante” se desequilibró
por la irrupción del nuevo actor en el interior del pacto oligárquico: el sujeto popular revolucionario.
La constitución de la crisis salvadoreña no se comprende sin reconocer que en las elecciones
presidenciales se comprometían los mecanismos internos de representación y negociación de los
grupos dominantes, así como la búsqueda de legitimidad para el sistema político. Por ello resulta
elocuente el fracaso del proyecto electoral oligárquico-militar (democracias-de-fachada), pues no
puede haber estabilidad por medio de “elecciones autoritarias”. Fueron estas un nuevo factor de
descontento entre los ciudadanos desilusionados ante unas elecciones con los resultados
predeterminados. En la medida en que la legalidad del proyecto electoral no implique legitimidad, va
tomando forma el descontento y la presencia del actor popular, radical, que lo critica. La democracia
como una formalidad vacía es una forma vicaria de democracia y su ejercicio, que como búsqueda de
legalidad fracasa, se convierte en otro factor de protesta. Una elección fraudulenta no sólo
desacredita el procedimiento sino su motivación.
En 1966/67 tuvo lugar una campaña electoral presidencial que alentó la creencia en los
procesos electorales abiertos hacia los intereses populares. El Partido Acción Renovadora (PAR)
agrupó a un sector amplio de profesionales independientes con la clara participación del Partido
Comunista Salvadoreño (PCS) liderado entonces por Salvador Cayetano Carpio. El candidato a la
presidencia fue el rector de la Universidad Nacional, Fabio Castillo. El gobierno militar trató de
disolver el PAR legalmente. La iglesia católica, a través del obispo Pedro Arnoldo Aparicio y
Quintanilla, prohibió la participación de los católicos en el PAR y declaró la excomunión de sus
militantes. Esta fue la primera experiencia de amplia participación popular.
El análisis de las elecciones de febrero de 1972 constituye un ejemplo y un antecedente para
entender la “constitución de oportunidades políticas” perdidas en un escenario ya calificado por
heridas críticas, y que confirma el dictum de que Júpiter enloquece a los que quiere perder. El proceso
electoral se convocó y se preparó como prueba de la responsabilidad democrática alcanzada por el
ejército en su modelo de democracia corporativa que ya se calificó como “iliberal democracy”.
Aún más, se comprometieron tanto los mecanismos internos de representación, como las
formas e instrumentos que la clase dominante decidió utilizar para legitimar el sistema político
vigente, asediado por la huelga de la Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños (ANDES) en
julio 1971. El sector gubernamental participó fraccionado con tres candidatos frente a la oposición
política que armó el prodigio de una unidad ejemplar. La Unión Nacional Opositora (UNO)
compuesta por la Democracia Cristiana (DC), el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR),
socialdemócrata y la Unión Democrática Nacionalista (UDN), fachada del Partido Comunista.
Con este engañoso triunfo vuelto certeza, el PCN se jugó a ir en solitario en las presidenciales
de 1972, las que perdió en el sufragio pero ganó en el escrutinio frente a la UNO el coronel Arturo
Armando Molina; no está en la lógica de las elecciones autoritarias reconocer derrotas. El fraude creó malestar
en el interior del ejército lo que llevó a la insurrección de un grupo de oficiales jóvenes dirigidos por
107
el coronel Benjamín Mejía, dispuestos a aliarse con la oposición civil en un golpe de estado el 25 de
marzo. La radicalización y la calidad del desprendimiento militar contrastaron con la inesperada pero
pusilánime actitud del liderazgo demócrata cristiano. La jefatura democristiana, fue reprimida, el Ing.
Duarte hecho preso y expulsado a Venezuela.
La corrupción del voto en el pasado -del Estado finquero- se producía en el acto de votar por
campesinos llevados con engaño, a la fuerza, en la ignorancia o corrompidos por unos centavos,
porque no eran ciudadanos. Pero en 1972, la corrupción estaba en el momento del escrutinio, con la
complicidad de algunos licenciados, la maquinaria administrativa y la prensa. Así, la frontera de la
legalidad no es la democracia sino el mantenimiento del orden. El malestar popular creció porque la
trampa electoral no se percibió ya como el fracaso democrático sino como el hundimiento del orden.
En las elecciones anteriores y en esta del 72, la participación electoral de las masas fue en
aumento, pero tal extensión no se tradujo como incorporación popular en los movimientos sociales,
ni guardó proporción con la representación directa de intereses populares en el Congreso, o en las
alcaldías, ni incidió en la toma de decisiones políticas. Por eso, ese proceso ha sido calificado como
una incorporación excluyente. ¿Cómo se resuelve la tensión entre la fuerza electoral mayoritaria, que es a
la postre fuerza de masas, con el fraude, que es el desconocimiento visible de esa fuerza real? En
condiciones de enfrentamientos violentos, no votar fue la estrategia revolucionaria olvidando que
esta es una decisión equivocada pues el cálculo del ganador se hace con base en votos válidos. La
desconfianza en la democracia militar (elecciones autoritarias) ya no necesitaba nuevas pruebas. A
raíz del golpe militar, se decretó el estado de sitio y se inició durante ese mes y medio, una inesperada
represión contra la oposición civil.
El descontento ciudadano y la represión militar se multiplicaron con el fraude de 1972. ¿Qué
lecturas admite tanta ceguera? Pudo ser el fracaso del modelo militar/empresarial de incorporar a su
proyecto institucionalizador a los sectores más burgueses o más transigentes del bloque opositor; lo
que se ha llamado “democracia-de-fachada”. O pudo ser el fin de las esperanzas de los demócratas
radicales que creyeron en el camino pacífico, legal, en el que durante muchos años y pese a tantas
decepciones, siempre confiaron. Para las fuerzas de la oposición que se armaba, 1972 fue el inicio del
ciclo que pareció darles la razón.
Y ocurrió una inesperada reacción por parte del ganador, el coronel Molina y sus colegas;
propusieron un programa de reforma agraria, creando el Instituto Salvadoreño de Transformación
Agraria (ISTA) el 30 de junio de 1973, apoyada por masivas manifestaciones campesinas y rechazado
de forma perentoria por la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) que defendió sin
hipocresía el status quo agrario, organizando un poderoso frente antiestatal. La iniciativa militar
produjo de inmediato un desbalance de fuerzas políticas, prueba de que las nubes estaban cargadas
de rayos. La crisis apareció por un lado no previsto: los terratenientes contra el Estado y contra los
militares. El pulso fue parejo hasta el final, cuando la burguesía le torció el puño al ejército y el
reformismo militar cedió.2 Al hacerlo, la alianza histórica volvió a crujir y demostró que el poder en
El Salvador era todavía un poder de clase, el de la burguesía.
La falta de autonomización de la esfera política se experimentó de nuevo ante el fraude del
mecanismo electoral, señalando los límites que el régimen de los militares fijaba a la participación y a
la representación política de la oposición. La imposibilidad para los partidos de oposición de acceder
a las instituciones de decisión política impidió que las demandas y conflictos sociales pudieran
canalizarse, negociarse, resolverse pacíficamente. El descontento de los sectores populares siempre
existió pero no siempre se manifestó de la misma manera. La parodia democrática siempre produjo
decepcionados de variado nivel según los factores convocados.
Es esta una historia sin lecciones. En las elecciones de 1977, la UNO tuvo problemas y casi fue
obligada a retirarse de la contienda por las reformas introducidas a última hora en la Ley Electoral.
2 El intento de reforma agraria fue impedido y su fracaso fue evidente en noviembre de 1973; detalles
importantes en Gordon (1989: 168 y ss). y Alain Rouquie (1994).
108
Fue una convocatoria mendaz a una ciudadanía ya escindida por los odios de la polarización
creciente; en un escenario así configurado, la desconfianza de la oligarquía con los militares cedió con
la postulación del Gral. Carlos Humberto Romero, del sector más derechista del ejército.
La UNO jugó de nuevo, esta vez con un militar, el coronel Ernesto Claramount, y con
Antonio Morales Erlich, democristiano y ex alcalde de San Salvador. Las organizaciones populares se
opusieron al evento electoral calificando como complicidad la participación en el mismo. Ocurrió, de
nuevo, un fraude mejor servido: para evitar dudas, el candidato del ejército, el general Romero,
obtuvo el doble de votos. Tomó posesión en abril de 1977 en un clima de terror y con la respuesta
inmediata de la oposición insurreccional ocupando la Plaza Libertad el 23 de abril con más de 60 mil
personas, exigiendo la anulación de los resultados. El 27 por la noche el ejército asaltó la Plaza y
disparó a su antojo durante 4 horas.
3 Entre los factores claves, H. Byrne (1996: 26 y ss.) subraya que la conciencia campesina cambió gracias a la
acción de agentes externos, sacerdotes y activistas religiosos, así como estudiantes; tuvieron éxito porque las
demandas campesinas ocuparon un lugar importante y no se movilizaron con “agendas ajenas” a sus intereses.
4 En total fueron 14 sacerdotes muertos en ese período.
5 Meson es una casa deteriorada, donde cada familia vive en un cuarto en un hacinamiento insoportable;
Segunda etapa
La multiplicación de tantos factores críticos produjo el 15 de octubre de 1979 el golpe de
Estado contra el general Romero. Lo llamaron el golpe de la “juventud militar” porque un grupo de
mandos medios lo encabezó, pero estos sólo fueron la máscara de los intereses de los más diversos
actores: militares, la Democracia Cristiana, empresarios de la derecha oligárquica, políticos e
intelectuales centristas, sindicalistas y otros, Y la alternativa se plantea como un inmediato cambio de
política, o reformismo a fondo o la revolución popular.8 No fue un golpe militar más, sino la
culminación de un proceso de pudrición política que, en el límite, se propone una sustitución de
actores y políticas, una rectificación para retomar el sentido del orden. En opinión de Menjívar, fue
un golpe anunciado, precedido de consultas y acuerdos tejidos por estrategas norteamericanos
(Menjívar Ochoa, 2006: 89 y ss.).
Fue un quiebre histórico con consecuencias que no se esperaban: de inmediato puso fin a la histórica
alianza entre los intereses clasistas de la oligarquía y los del ejército, un largo maridaje de casi medio
siglo que ha sido analizado en la sección anterior. Aún más, exhibió las discrepancias abruptas en el
interior de la burguesía y de los militares. Tomar conciencia de la crisis, situó el tema de la revolución
en el centro de la política, al exhibir la pérdida de las funciones centrales del Estado, reducido a una
máquina de matar. Todo esto define típicamente una crisis de Estado, de las más importantes
fracciones dirigentes, situando a la Democracia Cristiana en el centro y por ello como la fuerza
política posible ejecutora de una táctica para detener la revolución. Este era el proyecto
norteamericano.
El momento es denso y oscuro, dice Véjar, y en el terminan viejos equilibrios políticos y
sociales de larga data, para dar paso a nuevos pactos fundacionales y a la desobediencia extrema de
grupos hasta entones subordinados al tradicional bloque de poder. 9 Se formó una Primera Junta de
Gobierno, encabezada por los coroneles Adolfo Arnoldo Majano y Jaime Abdul Gutiérrez, y los
civiles Guillermo Manuel Ungo, de la izquierda democrática, Román Mayorga Quirós, del Foro
Democrático, y Mario Andino, del sector empresarial.
6 El FDR comprende a los socialdemócratas del MNR, el Movimiento Popular Socialcristiano (disidentes de
izquierda de la DC), la Universidad, la AGEUS, el Movimiento Independiente de Profesionales y Técnicos
(comunistas) y dos sindicatos independientes.
7 Participan la DC, el MNR, la UDN (comunistas), FENASTRAS y algunos otros, menores.
8 Los numerosos e importantes detalles aparecen en Gordon, (1989: 293 y ss.), Bataillon (2003: 258 y ss.),
Rouquie (1994: 157 y ss.), Brockett (2005: 236), Byrne (1996: 74), Stanley (1996: 148 y ss.). Y por supuesto, en
los trabajos clásicos de Carlos Vilas (1994), James Dunkerley (1982) y otros.
9 Comentario de Rafael Guido Véjar en Menjívar Ochoa (2006: XVII)
111
La lógica de la situación revolucionaria también estaba conformada por hechos objetivos,
independientes y con su propia dinámica. La crisis aumentó cuando la Primera Junta se disgrega,
impotente, y el 10 de enero de 1980 se forma una Segunda Junta con demócrata cristianos y militares;
Héctor Dada y el ala izquierda de la democracia cristiana salen del gobierno, impotentes para frenar
la represión militar. Se forma una Tercera Junta el 22 de diciembre, encabezada por Napoleón
Duarte, la derecha de la DC y una fracción del ejército. ¿Por qué esta fragmentación?
La oposición revolucionaria no reconoció la legitimidad de Duarte y la protesta se extendió.
Puesta a prueba en una nueva configuración política, la conducta del ejército no varió su sentido
homicida, a pesar de los oficiales “progresistas”. En abierto desentendimiento de la oportunidad de
una rectificación histórica, las fuerzas de la derecha burguesa fueron partidarias de aplicar los mismos
métodos del pasado y también se opusieron a Duarte; los democristianos fueron siempre sus
enemigos. En jaque por ambos costados, la crisis se profundizó. No es irrisorio reconocer el hecho
que el primer gobierno civil en el país, con políticas reformistas, surgió también como un feroz poder
contrainsurgente y reprimió sin recordar las enseñanzas de la historia, de la cual habían sido víctimas.
En el marco de una lectura equívoca y oportunista de la situación coyuntural, el gobierno de
Carter se guió por el convencimiento de que la bomba a punto de estallar se desactivaba con
reformas radicales en el interior del sector agrario, de sus relaciones e instituciones.10 Hay aquí una
mezcla de oportunismo y ceguera al hacer suya una parte del tradicional programa de la izquierda. Se
buscó dar lo que en el boxeo se conoce como un “derechazo” (golpe rápido) doble, con el mismo
puño; una ofensiva contra los reaccionarios apoyos políticos de la derecha y aislar a los grupos de la
izquierda: el 6 de marzo de 1981 se promulgó una insólita ley de reforma agraria, que ordenó la
expropiación de 376 fincas mayores de 500 hectáreas, en total equivalente al 15% de la tierra agrícola,
y al día siguiente, la nacionalización de los bancos y los servicios del comercio exterior.
Estas medidas radicalmente antioligárquicas confirmaron el extremismo de derecha de la
burguesía salvadoreña y su total oposición al reformismo demócrata cristiano. La derecha
salvadoreña, en ese momento antagonizó duramente con la política de Carter.
El orden público estaba sustancialmente alterado, alimentando en las fuerzas de izquierda una
disímil lectura de la coyuntura y acerca de si el próximo paso era o no la insurrección general; una
situación de vida o muerte experimentada como los prolegómenos de la guerra, a los que exacerbó la
noticia del triunfo sandinista. Un ejemplo de esa alta temperatura lo muestra cómo al día siguiente
del golpe que expulsó al Gral. Romero, el ERP llamó a un levantamiento urbano y una semana
después, el 24 de octubre, el BPR ocupó varios Ministerios y exigió a la Junta la disolución de las
fuerzas paramilitares. Las organizaciones actuaban separadas en la misma dirección. Muchos
creyeron que se había instaurado una réplica de la república de Kerensky.
Hubo coincidencia y decisión de los sectores reaccionarios ya mencionados en la urgencia de
acabar con la amenaza insurgente: los datos mueven a la incredulidad o al escalofrío: entre octubre de
1979 y enero de 1981, más de quince mil personas fueron asesinadas por paramilitares en sus casas o
en manifestaciones urbanas, huelgas, tomas de edificios en la ciudad y otras movilizaciones en el
campo. Sólo en el primer semestre de 1980 murieron a manos de escuadroneros unos 200 dirigentes
populares. Un hecho grave fue la captura y el asesinato de los siete máximos dirigentes del FDR, el
22 de noviembre de 1980, incluyendo a Enrique Álvarez Córdoba y Juan Chacón. 11
Al asesinar a medio centenar de sus fieles, en vela por la muerte del Monseñor Oscar Arnulfo
Romero el 24 de marzo de1981, los militares mataron 50 veces al arzobispo, en desbocado desafío
10 Naturalmente obsesionados por evitar que se repita la reciente experiencia nicaragüense, el gobierno de
Carter jugó un papel central en la definición de las varias estrategias políticas y militares, todas buscando la
constitución de un gobierno legítimo capaz de unificar a las fuerzas del centro político y pacificar el país.
11 El señor Álvarez era un distinguido político que pertenecía a una familia de la oligarquía; Chacón era el
Secretario General del BPR, una reconocida figura popular. El asesinato de estos dirigentes fue condenado
interna e internacionalmente, justamente cuando regresaban de una gira por Europa.
112
que no produjo sino mayores niveles insurreccionales. Si faltaran ejemplos, he aquí uno más: medio
centenar de civiles, desarmados, de rodillas, orando, olvidando que la revolución está hecha también
de sangre y lágrimas. ¿Los ejércitos nacionales fueron creados para estos crímenes?
La marcha fúnebre en su homenaje fue de nuevo una demostración de masas, 100 mil
personas que en el centro de San Salvador desafiaron la independencia del Ejército que se le suponía
obediente a la Junta de Gobierno. Y la sangría continuó ese año, algunas de notorios efectos como la
muerte de cuatro monjas estadounidenses, dos a la luz del día, a manos de la guardia nacional el 2 de
diciembre, que creó un tsunami de desprestigio internacional. La amenaza del inminente triunfo de
los republicanos en Estados Unidos, en enero de 1981, aumentó las decisiones internas cuando
Ronald Reagan definió a El Salvador como un lugar preeminente que urgía defender. 12
El 22 de enero de 1981 la CRM hizo desfilar más de 100 mil personas, para el aniversario de la
rebelión campesina de 1932.13 Esta movilización exhibió una extraordinaria capacidad de
convocatoria junto a una prueba de coraje popular; días después, el ERP se suma a la CRM. Fue otro
paso adelante la publicación, en esas fechas, de la Plataforma Programática del Gobierno
Democrático Revolucionario, por la CRM. Constituyó en el nivel ideológico una apuesta a la
ofensiva política, una oportuna invitación a ampliar la definición de las fuerzas populares.
El 17 de marzo la CRM llama a la huelga general, sin efectos. El país se vio ante una
encrucijada fatal: el estallido de la guerra civil. El golpe de Estado no surgió para detenerla, como lo
imaginó la estrategia norteamericana, sino para precipitarla. Fue una alternativa tardía para el centro y
para la derecha tradicionales, un desafío a las fuerzas políticas cuyo ánimo reformista se ahogó en la
defensa del orden.14 Las poderosas homilías de monseñor Romero –observador, inspirador y víctima-
proponían un cambio de rumbo para evitar el fratricidio, satisfacer las necesidades de los sectores
mayoritarios pobres y desmontar, de una vez para siempre, el viejo sistema de dominación.
El 10 de enero de 1981 el FMLN, en medio de una fuerte pugna interna anuncia la ofensiva
final, como síntesis de una etapa de acumulación de fuerzas políticas y militares. Años de esfuerzos
llevaron a una “situación revolucionaria” sui géneris, cuando la dirigencia del FMLN consideró que era
posible una ofensiva definitiva contra el sistema. 15 La condición objetiva para iniciar el asalto al poder
parecía darse en la medida del rompimiento del orden interno, pero no de las circunstancias
subjetivas para tomarlo. Son estas las más difíciles de conformar, pues tomar el poder es tener las fuerzas
políticas para destruirlo/ocuparlo. La apelación a la “ofensiva final” podía fracasar y así fue, sólo fue el
primer acto de la guerra civil.16
A juzgar por anécdotas no publicadas, la decisión de lanzar la ofensiva final fue tomada
problemáticamente por “mayorías de votos” en el alto nivel de la Comandancia. Era la dura prueba
que la guerra no unifica a los que la hacen; y que la práctica de la lucha armada no resuelve por sí
12 Véase Documento de Santa Fe, que trazó lo que sería la política de Reagan en América Latina y en especial,
en Centroamérica.
13 La información que se utiliza ha sido tomada de Dunkerley (1982: 381-407), Rouquie (1994: 180-194),
militar con postgrado en telecomunicaciones de la Universidad de Ohio. Es deseable que los protagonistas de
la historia cuenten sus historias y que contribuyan a su recto entendimiento; el testimonio es un instrumento
valioso pero parcial aunque derive de la reflexión, de la noción del valor de los hechos y de la propia madurez
personal.
15 Una sorprendente crónica de estos hechos aparece en el ya mencionado libro de Rafael Menjívar Ochoa
(2006: 15).
16 Frente a la inminente llegada de Reagan al poder y ostensibles amenazas de intervención, se apresura la
creación del FMLN y el anuncio de la insurrección final. Dice Menjívar que las FPL se opusieron al
levantamiento, pero fueron derrotadas en el interior del FMLN por mayoría de votos y presiones del gobierno
cubano. Fermán Cienfuegos se encargó de declarar que “el señor Reagan encontrará una situación irreversible
en El Salvador, cando llegue a la Casa Blanca, el 20 de enero de 1981”. Op. cit. p. 247
113
misma sus divergencias. Es arduo saber el momento preciso para marchar y tomar el Palacio de
Invierno y tener la certeza de Lenin. Tal vez una falsa percepción, exceso de confianza, dudas: la
“autosuficiencia” o el triunfalismo convirtieron la ofensiva final en el inicio de la guerra civil.
Con excepción del levantamiento de la Segunda Brigada de Infantería en Santa Ana, la toma
de San Francisco Gotera del ERP, y el hostigamiento de algunos puntos en Chalatenango por las
FPL, no ocurrió nada. Las masas populares no estaban cansadas sino diezmadas o confundidas. No
se sabe en dónde se ubicaron las mayores ilusiones, si en la acción militar o en el apoyo de masas;
pero el triunfalismo se volvió fracaso. Como final fue el inicio de la guerra y los preparativos para
aquel sirvieron para esta, lo que explica la rápida implantación de la guerrilla en el interior rural. Y sus
primeros éxitos militares. Una década de guerra civil empezó así.
114
Bibliografía
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Bataillon, Gilles (2003) Genèse des guerres internes en Amérique Centrale (1960-1983), Les Belles
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El Salvador, Temple University Press, Philadelphia.
Vilas, Carlos (1994). Mercado, Estados y revoluciones. Centroamérica 1950-1990, Universidad
Nacional Autónoma de México, México.
115
TERCERA PARTE
DESGARRAMIENTOS: LOS
INTELECTUALES Y LA POLÍTICA
116
LA CRÍTICA DE ROQUE DALTON A LAS VANGUARDIAS
POLÍTICAS TRADICIONALES. RELECTURA DE
¿REVOLUCIÓN EN LA REVOLUCIÓN? Y LA CRÍTICA DE
DERECHA*
LUIS ALVARENGA**
La ruptura estética (tanto a nivel formal como a nivel teórico y práctico) y la ruptura política en
Roque Dalton son parte de un proyecto de crítica a la Modernidad estética como manifestación de
un problema fundamental: el de la alienación. La Modernidad estética surge precisamente de enajenar
“lo estético” del “mundo de la vida”, el cual es “colonizado” por los aparatos de dominación
económicos, políticos y sociales.
Esta ruptura estético-política se da en el contexto de la crisis política de la izquierda
latinoamericana, dividida a raíz del triunfo de la revolución cubana en 1959. La manera tradicional de
hacer política de la izquierda prueba ser insuficiente para construir una sociedad diferente a la del
capitalismo. No resulta suficiente ni siquiera el supuesto ejemplo de los países del “socialismo real”,
el socialismo del Este europeo, conocidos por Dalton durante esta etapa de su vida.
El poeta salvadoreño deja Checoslovaquia antes de la invasión soviética a Praga, hecho al que
se opuso. Regresa a Cuba. Un año después, 1969, gana el Premio Casa de las Américas con su libro
Taberna y otros lugares. Es el mismo año de la guerra honduro-salvadoreña, la mal llamada “Guerra del
fútbol”. A raíz del apoyo del Partido Comunista de El Salvador al gobierno de Fidel Sánchez
Hernández (que llegó, inclusive, al llamado a formar filas junto al ejército salvadoreño), Roque
Dalton rompe definitivamente con la organización en la que militaba desde 1954.
Todo esto abre una nueva etapa político-literaria en Dalton: su búsqueda de integrar nuevas
vanguardias político-militares (en concreto: su incorporación al naciente ERP salvadoreño, con sus
consecuencias trágicas) y sus proyectos poéticos más polémicos: Historias prohibidas del Pulgarcito, Un
libro rojo para Lenin, y, por qué no decirlo, las infravaloradas Historias y poemas de una lucha de clases.
En lo que respecta a esta etapa de cuestionamiento de las vanguardias tradicionales, es
importante que nos detengamos en el libro ¿Revolución en la revolución? y la crítica de derecha, pues en él
Dalton expone sus críticas a las vanguardias políticas tradicionales en el contexto del debate dentro
de la izquierda latinoamericana acerca de las vías de la revolución.
* Este artículo forma parte de la Tesis Doctoral del autor, titulada “La crítica de la modernidad en Roque
Dalton” (Departamento de Filosofía, Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, 2010).
** El autor es Doctor en Filosofía Iberoamericana por la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”
*N. del E. Dalton es asesinado en 1975 por integrantes del ERP, la organización político militar que integraba.
Luego del episodio y como consecuencia del mismo, la organización se fracturará, dando lugar a la formación
de la Resistencia Nacional (RN).
122
vietnamitas sobrevivientes de la represión, regresaron a organizar el Partido inclusive en
las cárceles, pero fundamentalmente entre el campesinado. Ambos partidos recogen
ahora los frutos de esa actitud. Claro que hay que decir también, que el PC de El Salvador no
discrepó jamás con la Internacional Comunista y en cambio son famosas las polémicas de los camaradas
vietnamitas, desde el inicio y por muchos medios, pero bien representativamente
concretadas en las polémicas del camarada Ho Chi Minh con la prensa comunista
europea de la época, especialmente con L’Humanité, en reclamo del derecho a partir de las
realidades del propio país para hacer la revolución (Dalton, 1970: 101-102).
Dalton echa en cara a los comunistas salvadoreños su apego a la concepción política imperante
desde Moscú y su renuencia a fortalecer la organización campesina, por dogmas heredados de la III
Internacional.
La argumentación de Dalton no desemboca, sin embargo, en el rechazo de los PC; antes
bien, defiende su necesidad en los procesos revolucionarios: “Nosotros creemos que necesitamos
nuevos partidos comunistas, nuevas vanguardias marxistas-leninistas” (Dalton, 1970: 103), apunta.
Esto equivale a una refundación de los partidos comunistas, a partir del supuesto de que “el eslabón
decisivo actual para hacer avanzar la lucha revolucionaria en nuestro continente está en la guerrilla.
En él hay que poner el esfuerzo principal”. El autor afirma estar convencido de que en el seno de los
PC hay muchos interesados en ponerse a tono con esta idea y que el momento en el que está
escribiendo es “un período de intensa lucha ideológica” en el movimiento revolucionario, incluyendo
a los partidos comunistas, no en el afán de polemizar por el gusto de hacerlo -“no nos interesan las
victorias polémicas a la manera en que se conseguían en los duelos entre los oradores españoles de
fines de siglo”- sino “para plantearnos los problemas que nos afectan a todos, en uso de un derecho
elemental propio de cada militante y en aras de la solución de la cual depende la felicidad de nuestros
pueblos: la Revolución” (Dalton, 1970: 104). En suma, en este momento Dalton confía en que, al
demostrar la necesidad de la lucha armada, será posible sumar a los PC. Empero, al hacer una
retrospectiva de este escrito, el autor lo califica de “excesivamente optimista”, según afirma en el
prólogo del libro, el cual fue escrito en 1969.
123
necesitaremos los latinoamericanos del funcionamiento de organizaciones de nuevo tipo
que, tanto en su estructura como en su actividad, no serán propiamente ni el Partido ni la
guerrilla? Piénsese en las formas de defensa y control de las masas del campo que el
enemigo ha montado en toda América Latina […] y se verá que muy pronto deberemos
diversificar, proliferizar [sic] nuestras formas organizativas” (Dalton, 1970: 111).
-La falta de “un línea político-militar clara, que cubra una gran parte de las posibilidades del
desarrollo de la lucha armada antimperalista” (Dalton, 1970: 113).
Estas dos carencias del texto de Debray son expresión de un problema de fondo: “ EL
PROFUNDO VACÍO TEÓRICO DEL CUAL DEBE PARTIR LA PRÁCTICA REVOLUCIONARIA DEL
CONTINENTE” (Dalton, 1970: 111), problema que ya fue señalado en el apartado anterior. En este
“Balance”, Dalton afirma que el impulso de la lucha armada habría provocado sanas repercusiones a
este respecto:
Mucho se ha progresado ya desde la ingenuidad general de 1959 y tras los nombres y la
obra de los precursores como Camilo Torres, Luis de la Puente, etc., comienza a
permanecer un conjunto de material teórico de paternidad legítimamente latinoamericana.
[…] No hay duda de que el avance será multiplicado en los próximos años: la dialéctica es
implacable (Dalton, 1970: 113).
En este sentido, Dalton tiene una visión un tanto limitada del problema, pues solamente toma
en cuenta la producción teórica circunscrita al tema de la lucha armada. Y aunque es cierto que la
revolución cubana significó una nueva toma de conciencia de la latinoamericanidad, también es
cierto que la producción intelectual más relevante no giró únicamente alrededor de un tema político
concreto, sino también acerca de problemas menos coyunturales, pero igualmente importantes: el
tema de la identidad latinoamericana, la filosofía de la liberación, la elaboración de una perspectiva
latinoamericana sobre el marxismo, etc.
Las críticas de Dalton a las vanguardias políticas tradicionales podrían resumirse en los
siguientes puntos: la recusación del argumento que planteaba que la revolución cubana era un caso
excepcional lo cual implicaba que tomar el poder por la vía armada era imposible y el papel de la
pequeña burguesía en el proceso revolucionario. Analizaremos estos puntos a continuación.
125
A continuación, se afirma que el papel que juegue “una personalidad individual relevante”
(Idem) puede ayudar a compensar las debilidades de los movimientos revolucionarios: más aún,
pronostica que “la escuela de la lucha armada forjará un nuevo tipo de personalidad política en
nuestros países” (Idem), las cuales deberán ser “instrumentos receptivos y ejecutivos de lo nuevo que
está ya presente en la historia de América Latina” (Dalton, 1970: 123). Esto último recuerda al Hegel
de las Lecciones de filosofía de la historia, cuando plantea que las grandes personalidades son las que
sintetizan en sus aspiraciones personales ‘el espíritu de la época’. Síntesis y despliegue de ‘lo nuevo’,
para Dalton el caudillismo revolucionario se convierte en una necesidad de la lucha por la liberación.
El no haber ejercido una crítica sobre este punto colocó a las vanguardias revolucionarias en
prácticas verticalistas e incluso autoritarias. ¿Era, acaso, muy temprano para buscar una superación
del caudillismo en pos de un papel más protagónico de las ‘masas’?
3 Como podrá observarse, algunas consideraciones que Dalton hace sobre las clases medias (la pequeña
burguesía) ya están anticipadas en su trabajo sobre el movimiento estudiantil latinoamericano publicado en la
Revista internacional (1966)
126
Esto conduce al establecimiento, por parte de Debray y las corrientes políticas de las que fue
portavoz en ¿Revolución en la revolución?, de un paradigma del intelectual y del artista: “El secreto
del valor del intelectual no reside en lo que éste piensa, sino en la relación entre lo que piensa y lo
que hace. En este continente, quien no piensa -o en rigor, quien no piensa en-la revolución, tiene
todas las posibilidades de estar pensando poco o mal”. Para Debray, dos ejemplos paradigmáticos del
intelectual de nuevo cuño son Fidel Castro y Ernesto Che Guevara. (Debray citado en Dalton, 1970:
129, las cursivas son mías).
En la medida en que el intelectual pequeño burgués se proletariza, en esa medida su trabajo
intelectual puede legitimarse realmente, cobrando un sentido que no tendría en las relaciones
enajenadas del capitalismo:
Al tiempo que se introduce en la individualidad del ‘conciente?concienzador’ [sic: el signo
de interrogación aparece en el original] hasta volverle a proponer sus más amados
instrumentos tradicionales para participar integralmente en la revolución. Es decir, Régis
Debray propone el combate revolucionario, por ejemplo al sociólogo, como una acción
militar en concreto, pero también como un trabajo de campo, como un área de
investigación en el tiempo y en el espacio; y al novelista, como una operación táctica de su
unidad guerrillera y como materia prima para resolver un capítulo de su narración. Los
días que transcurrimos y los días que vendrán pondrán a prueba las aseveraciones de
Régis Debray en este terreno. Como muchas de ellas tienen que resolverse en diversas
formas individuales de asumir los grados de la conciencia en ascenso, hay que prever, por
lo menos, una operatividad azarosa. Lo importante es que ya se ha plantado la obligación
de pensar en ello. (Dalton, 1970: 129)
Esta es la tentativa que Dalton trata de llevar a cabo en su último año de vida: confía que no
sólo es posible realizar un trabajo intelectual -escribir documentos políticos e Historias y poemas de una
lucha de clases- en una incipiente organización guerrillera, sino que también cree que de esta forma, él,
como intelectual, puede resolver sus propias contradicciones -o desgarramientos-, “proletarizándose”
en las filas revolucionarias. El famoso “Comunicado Nº 1” del ERP es testimonio de la forma en que
estas actividades intelectuales eran vistas por “los revolucionarios”.
127
Bibliografía
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Dalton, Roque, et. alii. (1969) El intelectual y la sociedad, Siglo XXI Editores, México.
128
IGNACIO ELLACURÍA: BREVE APROXIMACIÓN A LAS TRES
DIMENSIONES DE SU PENSAMIENTO*
Liberación y teología
A través de Rahner, Ellacuría estuvo al tanto del Concilio Vaticano II, acontecimiento
fundamental de la Iglesia católica del siglo XX, que pretendía abrirle un lugar a su mensaje en el
mundo contemporáneo (Sols-Lucía, 1999: 19-27). Visto este proceso retrospectivamente, se podría
afirmar que aunque la participación latinoamericana en el Concilio mismo fue poco relevante, su
realización dio pie a una importante transformación en la Iglesia latinoamericana, concretada
claramente en la reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano que se realizó en Medellín en 1968
(Berryman, 2003: 25-27). De hecho, en Medellín los obispos de la región buscaban aplicar los
resultados del Concilio Vaticano II a la realidad de la Iglesia latinoamericana. Como consecuencia de
este enfoque renovador, los documentos de Medellín analizaron críticamente la exclusión y la
injusticia vigentes en América Latina, y se convirtieron en el punto de arranque de la teología de la
liberación, en la que se inscribe toda una faceta de la producción intelectual de Ellacuría:
130
El enfoque de Ellacuría en este plano bien puede calificarse como una ‘teología histórica’, en la
que resulta imperativa la encarnación e historización del mensaje cristiano de salvación. Y para ello,
resulta necesario dar cuenta de la realidad social e histórica con la que el mensaje histórico de la
revelación se tiene que vincular. En esa dirección se sitúa una de sus preocupaciones teóricas: el
diagnóstico de la realidad social de América Latina y, particularmente, de Centroamérica. 1Sólo
confrontándose con los datos esenciales de la realidad social de América Latina y de Centroamérica
es factible la concreción del mensaje cristiano y la realización de tareas pastorales en una dirección
determinada. Aquí justamente se requerirá una concepción de la liberación tras haberle tomado el
pulso a la realidad social e histórica de América Latina y Centroamérica, ya que ésta aparecerá como
negatividad y como polo dominado en el contexto mundial. En este marco, Ellacuría intenta colocar
a América Latina en un ámbito sociohistórico y en el horizonte internacional:
Desde tal punto de vista, debería decirse que América Latina no debe entenderse como
integrante epigonal del mundo occidental, sino como perteneciente de lleno al tercer
mundo. (Ellacuría, 2000: 568).
En la argumentación de Ellacuría, ubicar a América Latina en el Tercer Mundo equivalía a
insistir en la realidad que la cualifica fundamentalmente: la pobreza de sus mayorías. “Los ‘pobres’ no
son en América Latina una estrecha franja social, son la mayoría.” (Ellacuría, 2000: 570) Y para los
fines teológicos de su reflexión, las consecuencias son claras: la Iglesia y su mensaje deben de
historizarse en una realidad social de mayorías empobrecidas. Esta exigencia de historización le
parecía a Ellacuría surgir de dos ámbitos: por la vocación intrínseca al mensaje evangélico y por la
llamada histórica de la región latinoamericana.
Si nos detenemos por un momento en la vocación del mensaje evangélico, tal y como era
captado e interpretado por Ellacuría, podremos notar uno de los aspectos nucleares de su
pensamiento e incluso de su ethos como intelectual y teórico multifacético. Se trata de una lectura del
mensaje cristiano compartida con el resto de los teólogos de la liberación, en la que se enfatiza la
urgencia y necesidad de subvertir un orden injusto. En esta vertiente teológica, los contenidos
mismos del mensaje cristiano exigen una toma de partido y una actitud parcial a favor de los pobres;
actitud que conlleva fuertes implicaciones sociopolíticas. Para estos teólogos, resulta indiscutible que
no se requiere desviarse de los textos bíblicos para extraer un mensaje que impele combatir contra la
injusticia reinante en América Latina.
Ahora bien, como ha señalado con precisión el teólogo jesuita catalán José Sols Lucía, las
lecturas bíblicas de los teólogos de la liberación han enfatizado diversos textos a lo largo de su
desarrollo (Sols Lucía, 1999: 83-101). En primer lugar el interés se centró en el Éxodo, libro del
Antiguo Testamento que narra la gesta liberadora del pueblo de Israel ante sus dominadores egipcios.
Sols-Lucía insiste en que el relato de Éxodo consiste en una sola narración histórico-teologal. “Lo
acontecido es político, lo significado es salvífico. Y todo sucedió en un solo hilo histórico de
acontecimientos” (Sols Lucía, 1999: 87). La pertinencia y actualidad de ese libro veterotestamentario
en América Latina respondía a la necesidad de plantear la posibilidad de la liberación ante la
dominación externa e interna. Más adelante, y no sin que se avanzaran críticas a la teología de la
liberación por haber reducido el mensaje cristiano al Antiguo Testamento, surgirán las cristologías
desde América Latina y la periferia.2
En el estado de la discusión de 1971, Ellacuría consideraba que el mensaje cristiano conlleva
una exigencia de liberación, de confrontación con un orden sociopolítico injusto y apelaba a los
elementos más críticos de ese mensaje:
1 Como simple muestra del tipo de diagnóstico detallado y exhaustivo de la realidad social y económica de
Centroamérica, cf. Ignacio Ellacuría 2005a.
2 Por ejemplo, Leonardo Boff, 1987. Este volumen reúne los estudios cristológicos de Boff escritos desde
La injusticia estructural
La categoría de injusticia estructural constituye un concepto clave utilizado por Ellacuría en
diferentes niveles de su discurso. En el plano de su pensamiento político, se trata de una noción
cuidadosamente construida a partir del análisis de las cifras y datos que revelaban las características
de la estructura social de El Salvador y de Centroamérica durante las décadas de 1970 y 1980. La
categoría ética de injusticia era utilizada por Ellacuría en sus estudios sociopolíticos como un
concepto simultáneamente normativo y descriptivo. Como propuesta normativa suponía e implicaba
una apreciación crítica del tipo de orden social vigente en El Salvador y Centroamérica. Pero esta
apreciación crítica se explicitaba sólo después de un minucioso análisis empírico de la realidad social
centroamericana, realizado recurriendo a gran cantidad de fuentes.
En 1986, ya avanzado el conflicto armado en El Salvador, Ellacuría publicó un estudio en el
que se puede captar con detalle la forma en que fue construyendo el concepto de injusticia
estructural. (Ellacuría 2005a) Ellacuría da cuenta con cierto detalle de un proceso profusamente
referido en la bibliografía sobre el tema: el crecimiento constante de la economía centroamericana en
los 70 años previos a los conflictos armados (Rouquié, 1994). 3 Sin embargo, el pensador vasco-
salvadoreño insiste en los matices y coloca en el centro de su cuadro de Centroamérica a la
desigualdad y a la pobreza, aspectos de la realidad social centroamericana que son claves para
comprender el concepto de injusticia estructural:
Pero aun dando por bueno el índice de crecimiento, todavía tendríamos un fenómeno
básico para nuestro análisis: la situación de pobreza y extrema pobreza en la cual vivía la
mayor parte de la población centroamericana. Según estimaciones de la CEPAL […] a
finales de los setenta, esto es, a finales del boom del desarrollo centroamericano, el 65.2
por ciento de la población centroamericana vivía en estado de pobreza y de este 65.2 por
ciento el 42.1 por ciento vivía en estado de extrema pobreza. (Ellacuría 2005 a: 140-141)
A la par, Ellacuría revisa varias cifras para determinar la distribución del ingreso durante y
después del boom centroamericano. Encuentra que el sector más pobre va acumulando
tendencialmente cada vez mayor pobreza:
Tenemos así que además de existir una enorme población en extrema pobreza, que va
aumentando cuantitativamente cada año, esta población, especialmente en El Salvador y
Guatemala, ve abrirse más y más la brecha con los sectores ricos y los sectores medios.
(Ellacuría 2005 a: 142)
3 Para lo que sigue, hay que precisar que justamente Rouquié se distancia de la interpretación que sitúa a las
guerras centroamericanas como expresiones del carácter secular de la opresión y la miseria en la región. Se
trataría de una interpretación de los procesos revolucionarios centroamericanos que insiste en la existencia de
otros factores, asociados a la modernización acelerada.
132
En su diagnóstico y descripción de la estructura social centroamericana, Ellacuría insistía en la
existencia de una muy pequeña franja de la población que concentra la riqueza y el poder político en
forma desproporcionada:
Pero de todos modos, en el caso de Centroamérica los más ricos […] representan […] tan
sólo el 5 por ciento aproximadamente, el cual, además, cuenta con un poder político
asimismo desproporcionado. (Ellacuría 2005 a: 144)
Y lo más relevante en el estudio sociopolítico de Centroamérica y de El Salvador que realiza
Ellacuría, es que éste vinculaba la presencia de la injusticia estructural con la emergencia de los
movimientos revolucionarios:
[…] sigue sin resolverse la causa principal de la guerra, la injusticia estructural, que afecta
a la mayor parte de la población, ni el efecto principal de la injusticia estructural que es la
guerra misma. (Ellacuría 2005 a: 150)
El concepto de injusticia estructural que fue edificando Ellacuría le permitía volver visibles los
mecanismos y los efectos de la dominación en la región centroamericana. Como concepto
simultáneamente ético y sociopolítico, tiene un indiscutible filo crítico que le permitía acercarse de
cierto modo a la realidad social de El Salvador y de Centroamérica.
4 En este apartado no abordamos su Filosofía de la realidad histórica (Ellacuría, 2007), tratado sistemático
publicado póstumamente en el que se condensa la estrechísima colaboración que mantuvo Ellacuría con el
filósofo vasco Xavier Zubiri.
133
Nuestra sociedad, como ya es evidente después de tantos análisis, no sólo está
subdesarrollada y con graves y casi insuperables necesidades objetivas, sino que está
injustamente estructurada económica, institucional e ideológicamente. Está constituida
bipolarmente por una pequeña clase dominante, flanqueada por toda una serie de grupos
e instituciones a su servicio, y por una inmensa mayoría empobrecida y explotada, parte
de ella organizada políticamente y parte de ella a merced de los flujos sociales. (Ellacuría
2005 c: 38)
La constatación de la situación de opresión y represión de las mayorías populares en América
Latina, sumada a la elaboración teórica en torno a la presencia de representaciones ideologizadas en
sociedades injustamente estructuradas, nos llevan a un terreno fundamental para pensar la función
liberadora de la filosofía. En este plano, la filosofía puede ser un arma crítica clave para combatir las
ideologizaciones. Así, las representaciones falsas de la realidad que circulan a través de la opinión
pública y que tienen una apariencia de verdad, pero que expresan una visión de la realidad con
fuertes elementos de enmascaramiento, al entrar en el terreno del examen filosófico deben ser
negadas teóricamente. El ejercicio crítico consiste en negar una negación. La ideologización ya
contenía elementos negativos que pueden ser captados a través del examen filosófico; la
ideologización incluye elementos falsos con apariencia de verdad. Entonces, la negatividad, el ámbito
de lo negativo y falso se encuentran presentes en el terreno social y la filosofía en función liberadora
tendrá que tomar como blanco de crítica a esa dimensión ideologizada del sistema social.
Ellacuría insiste en que este ejercicio filosófico de negar lo que hay de falso en la
ideologización no es meramente “judicativo”. (Ellacuría 20005 b: 102) No se va solamente a negar un
juicio o una proposición, con lo que no se avanzaría gran cosa. En este tipo de análisis, al asumirse
una actitud de protesta y articularse una crítica de la forma en que una sociedad injustamente
estructurada emite representaciones falsas de sí misma, se abren ya dimensiones positivas de la
realidad. Al negar las representaciones falsas de la realidad que circulan por el campo social en la
modalidad de ideologizaciones, se comienza a revelar positivamente la realidad, previamente
encubierta en las ideologizaciones. Hay, entonces, una visión positiva de la realidad apenas
vislumbrada inicialmente en el momento de la crítica, que irá adquiriendo cada vez más fuerza. El
ejercicio de la crítica desideologizadora encontrará progresivamente asidero en una comprensión
positiva de la realidad, de tal forma que al avanzar en esa dirección la realidad se irá revelando en el
filosofar cada vez con mayor claridad.
¿Qué ocurre entonces al desarrollarse el papel crítico de la filosofía y ejercitarse ésta como
destructora de representaciones falsas e injustas de la realidad? Como acabamos de ver, uno de los
riesgos consiste en no avanzar más allá de la negación judicativa. En ese caso, a la afirmación
ideologizada sólo se le respondería con un juicio o una proposición que negara lo que se asevera en la
proposición ideologizada. Al “es” se le contrapondría un “no es” y no se avanzaría más allá. Se trata
de un camino muy alejado de la dirección que toma la reflexión de Ellacuría. Para éste, la filosofía, al
negar las ideologizaciones reinantes, va descubriendo la positividad, la realidad tal y como ésta es y
no tal y como se encuentra deformada por los intereses que dominan en una sociedad injustamente
estructurada. Por eso, la filosofía en su función liberadora, al negar, afirma y descubre.
En esta dimensión dialéctica que consiste en llegar a lo positivo a través de la negación,
Ellacuría tenía en mente al pensamiento de Hegel. Pero hay otra referencia que es constante en sus
escritos filosóficos de la madurez: Sócrates.5 Combatiendo a través del examen racional y filosófico
las ideologizaciones reinantes, Ellacuría intentaba llevar una existencia socrática. En este tipo de
ejercicio, se hace comparecer ante el análisis filosófico a las representaciones y afirmaciones en torno
a la realidad social, tal y como circulan en la opinión pública. Se examinan los encubrimientos y
5Cf. Ignacio Ellacuría, 2001. También la importancia de Sócrates es clara en “Filosofía y política” (Ellacuría,
2005 d) Quien quizá ha insistido de manera más convincente sobre la actitud socrática de Ellacuría es Antonio
González (González, 1994).
134
deformaciones de la realidad inconscientemente adoptados por sus portadores, por las personas
situadas en distintas posiciones de la estructura social. Ellacuría se tomaba muy en serio el examen
socrático de las opiniones reinantes y sabía de las consecuencias represivas que podía conllevar ese
tipo de vida intelectual. Y la comprendía como una vida filosófica volcada a la polis, con la
peculiaridad de que la polis salvadoreña y centroamericana de su momento adolecía de un
ordenamiento estructuralmente injusto. Abrazar la verdad en el contexto de su realidad histórica
inmediata, suponía combatir la injusticia y eso conllevaba el peligro de desatar los demonios
represivos del statu quo.
Como decíamos, la impronta de Hegel se puede encontrar en la manera en que se describe en
“Funcíón liberadora de la filosofía” la relación entre el papel crítico y el papel creador de la filosofía.
El papel crítico consiste básicamente en negar; pero, como señalábamos, este tipo de negación
intenta destruir el campo ideologizado. ¿Y de qué se conforma el campo ideologizado? Las
ideologizaciones, al ser representaciones ‘falsas’ e ‘injustas’ de la realidad, implican ya la presencia de
lo negativo, pero como algo vigente y aceptado. Para Ellacuría, la negación del campo ideologizado
es una negación determinada y en ese aspecto se acerca al tipo de negación explicado por Hegel en la
Introducción a la Fenomenología del Espíritu.6 La negación es determinada porque al negarse las
ideologizaciones, aparece una comprensión positiva y concreta de la realidad. No se queda la
negación en su propio ámbito, se abre a la intelección positiva de la realidad.
Sintéticamente diríamos entonces que, según Ellacuría, en una sociedad injustamente
estructurada y conformada por una pequeña fracción dominante y una mayoría “empobrecida y
explotada” la verdad es difícilmente accesible. (Ellacuría 2005 c: 38) ¿Por qué es esto así? Justamente
por la recurrencia de las representaciones ideologizadas de la realidad, que le son inherentes a un
sistema social injusto. El punto de partida del filosofar será un medio social en el que lo falso y lo
injusto se han vuelto moneda de uso corriente y por ello el comienzo del filosofar implicará una
negación dialéctica de las opiniones reinantes, de la doxa afectada por las ideologizaciones. Al
respecto, Ellacuría solía citar un pasaje de San Pablo:
[…] se está revelando además desde el cielo la reprobación de Dios contra toda impiedad
e injusticia humana, la de aquellos que reprimen con injusticias la verdad (Rom 1,18)
(Ellacuría, 1994: 205)
Este vínculo entre injusticia y represión de la verdad es el que le llamaba la atención. En su
faceta como intelectual con actitud socrática, a Ellacuría le preocupaba particularmente el estudio y
examen de la realidad social, para desenmascarar las opiniones aceptadas irreflexivamente y para
volver visible la dominación en una sociedad periférica. Aunque es claro que no cualquier verdad es
reprimida con injusticia en una sociedad de este tipo; evidentemente aquí no se está pensando en las
verdades del sentido común, en las proposiciones cotidianas. El terreno de la ideologización abarca
las afirmaciones sobre la naturaleza de la sociedad en cuestión; es allí donde el examen racional no
puede ser proseguido sin una reacción del aparato ideológico o del aparato represivo. Y esto
justamente porque la verdad descubierta a partir de un examen socrático de la realidad social en un
orden injusto se opone a las ideologizaciones dominantes.
En su propuesta teórica de una función liberadora de la filosofía, Ellacuría le daba prioridad al
momento negativo. Esto es, el punto de partida del filosofar es la negatividad reinante en una forma
concreta: falsas e injustas representaciones de la realidad operando de manera pública e impersonal.
Este tipo de representaciones, que encubren la naturaleza injusta de las sociedades periféricas
latinoamericanas, circulan a través de todo el cuerpo social y se adhieren tanto a los sectores
dominantes como a las mayorías dominadas. La filosofía, según esta concepción, debe contribuir a
6 “En cambio, cuando el resultado se aprehende como lo que en verdad es, como la negación determinada, ello
hace surgir inmediatamente una nueva forma y en la negación se opera el tránsito que hace que el proceso se
efectúe por sí mismo, a través de la serie completa de las figuras.” (Hegel, 1993: 55)
135
disipar lo nebuloso de las ideologizaciones y, por lo tanto, debe combatir las formas en que una
sociedad injustamente estructurada se justifica a sí misma. A partir de este enfoque, el punto de
partida negativo condiciona y posibilita la intelección positiva de la realidad que se conformará en el
marco del papel creador de la filosofía:
La negación de la negación cuando no se reduce a una pura función judicativa […] se va
abriendo paulatinamente a un proceso afirmativo; sólo que condicionado y a la vez
posibilitado por el punto negativo del cual se parte. (Ellacuría, 2005 b: 102)
La negación, entonces, condiciona y posibilita la afirmación. Aunque hay que precisar que estas
aseveraciones de Ellacuría deben situarse en el contexto de un filosofar volcado a la realidad
latinoamericana, vía defendida al comienzo de “Función liberadora de la filosofía”. América Latina,
afirma, tiene ciertas peculiaridades en su estructura social, que le hacen configurar un todo ‘injusto’.
Como diagnóstico crítico de la situación latinoamericana, Ellacuría llevaba ya algún tiempo
sosteniendo esto.7 Una pregunta clave en este contexto sería entonces: ¿cómo las sociedades
latinoamericanas tienen cierta viabilidad como sistemas sociales? La respuesta apunta, parcialmente,
al aparato ideológico de las sociedades latinoamericanas, que tiene un carácter distintivo; se trata de
un aparato que básicamente produce representaciones ‘falsas’ de la realidad social.
7 Podríamos remitirnos para documentar esta larga preocupación a “Visión sociológica del hombre
latinoamericano”, escrito inédito de 1968 que se encuentra en el Archivo Ignacio Ellacuría. Allí, se analizan las
cifras de la distribución mundial de la riqueza, centrándose la atención más adelante en América Latina.
Ellacuría desarrolla allí una interesante reflexión sobre los grupos “herodianos” al interior de la periferia
latinoamericana, contraparte necesaria del tema de las “mayorías populares” que precisará algunos años
después.
136
Bibliografía
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137
CUARTA PARTE
¿TIEMPOS DE LOCURA?: LA GUERRA CIVIL Y SUS
ACTORES.
138
El FMLN Y EL MOVIMIENTO POPULAR DURANTE LA
GUERRA*
CARMEN ELENA VILLACORTA**
El colapso gubernamental que encontró su clímax en el golpe de Estado de 1979, marcando
el inicio de la transformación política de El Salvador, devino en dos procesos: la unificación de los
frentes guerrilleros en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) para
emprender una lucha revolucionaria de altos vuelos, y el reacomodo del modelo de dominación
sobre la base de una nueva institucionalidad jurídico-política. En ese sentido, aunque la Junta
Revolucionaria de Gobierno que se instauró a partir del golpe, fracasó en sus propósitos
fundamentales (evitar el estallido de la guerra civil e implementar un programa de reformas
tendientes a modernizar el aparato de acumulación originaria en El Salvador), funcionó como
gobierno bisagra entre el régimen político dominado por los militares y la inauguración de un nuevo
sistema político, edificado de acuerdo a los preceptos formales de la democracia. La guerra y la
edificación de ese nuevo sistema político constituyeron los fenómenos más relevantes de la década
de 1980 en el pequeño país centroamericano.
La instauración de la nueva estructura de poder, diseñada y financiada por Estados Unidos
como estrategia para marginar políticamente a la subversión, se puso en marcha por medio de un
calendario electoral que constaba de tres etapas: en 1982, la elección de una Asamblea Nacional
Constituyente para modernizar la Constitución de 1962 y sentar las bases del arribo de los civiles al
poder; en 1984, la elección del primer presidente civil desde 1931; y en 1985, las elecciones regulares
de alcaldes y diputados. A esta primera ronda sucedieron otras dos jornadas electorales: las de
alcaldes y diputados en 1988 y las presidenciales de 1989. El ciclo de elecciones libres y periódicas fue
instalado y, hasta la fecha, no se ha visto interrumpido.
En un inicio, la expectativa del FMLN era conquistar el poder por medio de una ofensiva
militar, antes de que Ronald Reagan asumiera la presidencia estadounidense 1. Sin embargo, la
fragilidad de la coalición revolucionaria, la carencia de armamento y la inexistencia de una
insurrección popular nacional frustraron dicho propósito. Lejos de impedir el desarrollo de la guerra,
este hecho inauguró una nueva etapa para la izquierda revolucionaria, durante la cual las
organizaciones político-militares empezaron a consolidar sus retaguardias estratégicas, especialmente
en el norte y el oriente del país, y a maniobrar militarmente de modo sistemático y sostenido. Los
primeros años ochenta vieron nacer a un movimiento guerrillero cada vez más cualificado, en
proceso de expansión, cuya legitimidad internacional fue en paulatino ascenso.
Tal y como se temía, el arribo de Ronald Reagan al poder, si bien no significó una ruptura
respecto de la política exterior implementada por el presidente Jimmy Carter, sí intensificó el
programa intervencionista hacia Centroamérica, dándole un cariz más agrio. La llegada de Reagan a la
* El presente artículo es un extracto de: Neoliberalismo y democracia electoral en El Salvador. La transición política
salvadoreña entre 1979 y 2009, Tesis de Maestría en Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM), 2010.
** La autora es Licenciada en Filosofía por la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” y Magíster
con Estados Unidos como parte de su agenda insurreccional, emulando la estrategia del Frente Sandinista
previa al derrocamiento del dictador Somoza. “El FMLN, antes de lanzar su ofensiva del 10 de enero de 1981,
buscó el dialogo […], siendo Estados Unidos quien lo rechazó” (Ribera, 1996: 48).
139
Casa Blanca supuso para el Istmo, primero, que la crisis regional pasara a ser ubicada dentro de las
coordenadas de la confrontación Este-Oeste y, segundo, que, en función de lo anterior, se convirtiera
en el escenario en el que los Estados Unidos pusieran a prueba la Guerra de Baja Intensidad (GBI). El
intelectual y revolucionario salvadoreño Mario Lungo Uclés la calificó como “una estrategia
contrarrevolucionaria más inteligente de lo previsto y con giros novedosos”, e incluso le dio otro
nombre: estrategia contrarrevolucionaria para la región de carácter prolongado (1986: 102, 103). Aunque este
plan intervencionista desarrollado por Estados Unidos en Centroamérica entrelazó componentes
militares, económicos y políticos, fue el primer rubro en el que más recursos se invirtió, en el que
más empeño se puso y al que se dio mayor prioridad.
En la obra Guerra de Baja Intensidad. Reagan contra Centroamérica la investigadora mexicana Lilia
Bermúdez desarrolla una detallada explicación de la estrategia político-militar implementada por los
Estados Unidos en Centroamérica para contrarrestar lo que la Casa Blanca consideraba la avanzada
del comunismo en la región. En esta obra se esclarece por qué y cómo el alto mando militar
estadounidense y los asesores de Ronald Reagan decidieron darle un viraje radical al tratamiento de
las luchas de liberación nacional en el Tercer Mundo. La humillante derrota en Vietnam activó a los
cerebros militares e ideológicos de la primera potencia, quienes cuestionaron duramente la política de
Kennedy y reelaboraron los métodos para sofocar las erupciones revolucionarias. La idea de
“tolerancia cero” frente a los brotes insurreccionales e incluso la de reversión de procesos políticos
contrarios a los intereses estadounidenses fue cobrando fuerza, al tiempo que militares y
neoconservadores anticomunistas fueron recuperando liderazgos a nivel institucional e insuflando en
la opinión pública el temor hacia un eventual triunfo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS) (Bermúdez, 1989).
Los años ochenta debían ser el período en el que Estados Unidos demostrara plena
capacidad para defender sus intereses vitales. Para ello necesitaba evidenciar su superioridad en
materia armamentística y hacer uso de la política exterior como un arma efectiva. La importancia de
ganar legitimidad interna para esa actitud agresiva contra los países y los grupos “enemigos” hacía
indispensable el equilibrio entre lo político y lo militar. Por eso los instrumentos de lucha abarcaban
un amplio abanico que iba desde la diplomacia coercitiva hasta la intervención directa, pasando por la
pugna ideológica destinada a conquistar las “mentes y corazones” de los estadounidenses en aras de
legitimar internamente las incursiones bélicas en los países subdesarrollados. Extrayendo las lecciones
propias de la experiencia en Vietnam y perfeccionando la doctrina contrainsurgente, las nuevas
consignas fueron: flexibilizar las tácticas en los teatros de operaciones, no comprometer a las propias
tropas, otorgar todo el soporte técnico y formativo posible a los ejércitos locales, restarle apoyo
popular a los movimientos insurgentes por medio de la realización de obras sociales, evidenciar lo
más posible un objetivo político claro que incluía el impulso a la democracia representativa y estar
preparados para esperar a que todas esas medidas produjeran el desgaste paulatino de las fuerzas
enemigas (Bermúdez, 1989).
La importancia de Centroamérica para Estados Unidos reviste un carácter estratégico en
virtud de razones militares y geopolíticas, más no económicas. Para 1979, los analistas del
Departamento de Estado tenían claro que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) no
buscaría expandirse militar ni territorialmente en ninguna zona de Latinoamérica. A criterio de la
investigadora mexicana Eva Orduña, el declive que para entonces vivía el mundo socialista forzaba a
la cúpula soviética a ocuparse de sus asuntos internos, más que a volcarse sobre el exterior. También
es sabido que había un respeto “tácito” al reparto geopolítico de la Guerra Fría y América Latina
estaba en el hemisferio opuesto al área de influencia soviética. Así pues, aunque ni la Nicaragua
sandinista ni las revoluciones salvadoreña o guatemalteca representaban un peligro real para la
seguridad de Estados Unidos, la mano dura de Reagan no podía permitir la instauración de una
“segunda Cuba” en su “patio trasero”, a riesgo de perder credibilidad y confianza por parte de sus
140
aliados en contra de la URSS. Además, del régimen castrista, a diferencia del soviético, se temía una
pretensión expansionista y hegemonista en el área.
Así se entiende que el apoyo logístico y económico brindado a la contra nicaragüense y a la
Fuerza Armada de El Salvador durante la década de 1980 haya llegado a ser incondicional y haya
alcanzado sumas estratosféricas.
La asistencia militar norteamericana a la región ascendió vertiginosamente: de 10
millones [de dólares] que fueron otorgados en 1980, para el año 1984 alcanzó los
283,2; de éstos, el 60 por ciento tuvo como destino El Salvador. En la segunda mitad
de la década, la ayuda llegó a ser de 852 millones de dólares, de los cuales las dos
terceras partes correspondió a El Salvador.
El pequeño país se convirtió entonces en uno de los cinco principales receptores de divisas
en concepto de ayuda por parte de Estados Unidos en todo el mundo. “Durante el curso de la
guerra, Estados Unidos proporcionó US$4.5 mil millones de ayuda económica al país y un poco más
de mil millones de dólares en ayuda militar” (Sánchez, 1997: 90). Así evalúa Orduña el impacto del
ingreso de estos fondos:
Esta ayuda económica tenía el propósito de evitar a toda costa que la economía
salvadoreña colapsara. En forma similar, pero en sentido inverso, se reaccionó
respecto a Nicaragua […] La política estadounidense aplicada sobre Centroamérica
trajo para la región graves consecuencias económicas, de las cuales hasta la fecha no
se ha podido recuperar. Las consecuencias fueron adversas tanto para los países que
recibieron la ayuda, como para el que fue objeto de bloqueo y agresiones económicas.
En el primer caso los resultados fueron negativos debido a que el apoyo consistió en
medidas asistencialistas e inmediatas, que tenían como objetivo impedir que el
gobierno aliado colapsara y con ello facilitar a los grupos enemigos la llegada al
poder. El objetivo de las acciones era primordialmente político y no se buscaba en
realidad reactivar la economía o impulsar un proyecto a largo plazo que se mantuviera
y se desarrollara […] Estados Unidos no hubiera podido lograr el desarrollo
económico real y sostenido de los países a los que apoyaba (aun cuando ésta hubiera
sido su intención), debido a que las economías de los países centroamericanos
siempre han estado interrelacionadas. De esta manera, las medidas que tomó en
contra de la economía nicaragüense afectaron en diversas formas a los otros países de
la región (Oduña, 2006: 201, 202).
El carácter regional del experimento estadounidense a nivel político, tendiente a democratizar
los regímenes del Istmo, se puso de manifiesto con la programación de elecciones en las mismas
fechas en Guatemala que en El Salvador (Sánchez, 1997: 95). En este último país, pese a que la
persistencia de la guerra fue una fuente de desestabilización permanente, la burguesía consiguió
replantear su estrategia insertando exitosamente su proyecto político en el marco de la nueva
institucionalidad que ella misma contribuyó a construir. Es así como el partido ARENA, liderado por
Roberto D’Aubuisson, se convirtió en la expresión de un empresariado politizado y dispuesto a
tomar las riendas del aparato estatal salvadoreño, después de haberlo delegado a la institución
castrense a lo largo de medio siglo.
Algunos analistas del proceso salvadoreño (sobre todo los extranjeros) coinciden en subrayar
la importancia del contexto regional y de los cambios en el orden internacional para poder
comprenderlo a cabalidad. La contrarrevolución en Nicaragua y la contrainsurgencia en El Salvador
formaron parte de la misma estrategia anticomunista diseñada y financiada por Estados Unidos. La
millonaria injerencia de la primera potencia mundial en la crisis regional y la presión ejercida por la
Casa Blanca sobre los países latinoamericanos para que sumaran esfuerzos en el objetivo de liquidar
la supuesta amenaza soviética que se cernía sobre todo el continente, intensificó su magnitud hasta el
punto de provocar la llamada “regionalización del conflicto”.
141
Como rasgos característicos de El Salvador de la década de 1980 pueden enumerarse los
siguientes:
i. El FMLN como guerrilla alcanzó la profesionalización militar necesaria para
hacer frente e impedir el triunfo del ejército nacional, respaldado técnica y
financieramente por los Estados Unidos. La fortaleza militar de este grupo
insurgente le permitió mantenerse cohesionado como actor político. Fue así
como pudo conservar la legitimidad y lealtad de ciertos sectores poblacionales, a
pesar de sus errores políticos, militares y humanos.
ii. Después del repliegue que lo caracterizó durante la primera parte de la década, a
finales de los ochenta el movimiento popular dio muestras de un notable
resurgimiento. Su llamado a la finalización del conflicto fue uno de los elementos
que contribuyó a la salida negociada del mismo.
iii. Los sectores más retardatarios del país fueron presionados por Estados Unidos
para encuadrarse dentro de la institucionalidad política emergente, a partir de lo
cual surgió el partido ARENA.
iv. El Partido Demócrata Cristiano (PDC), con Napoleón Duarte a la cabeza, se
convirtió en el brazo político de la estrategia contrainsurgente estadounidense.
v. La dependencia experimentada por el gobierno salvadoreño respecto de los
ingentes recursos proporcionados por Estados Unidos para evitar el colapso
económico del país, los sujetaron a las decisiones políticas y a los intereses
geoestratégicos de la primera potencia en el Istmo centroamericano.
vi. El nombramiento de una Asamblea Constituyente, la aprobación de una nueva
constitución, la elección y consolidación de una Asamblea Legislativa y la
instauración de elecciones periódicas se inscribieron dentro de la estrategia
contrainsurgente estadounidense. Se trató de la fundación de una nueva
institucionalidad que fue ganando cada vez más legitimidad, en la medida en que
hizo realidad parte de la utopía democrática anhelada por el pueblo salvadoreño.
vii. La “regionalización del conflicto” influyó de manera decisiva en la
“regionalización de la pacificación”.
Entre ese conjunto de hechos relevantes para el período más conocido de la historia reciente
de El Salvador, estas notas se concentrarán en el resurgimiento del movimiento popular durante el
conflicto armado y el proceso de moderación del discurso del FMLN a lo largo de la década de 1980.
Ambos fenómenos tienen un impacto considerable en el conjunto de acontecimientos que conducen
a la solución política de la guerra civil en El Salvador.
Si bien las organizaciones de izquierda habían desafiado abiertamente al régimen
demostrando una combatividad admirable, el terrorismo de Estado ejercido durante los años previos
a la “ofensiva final” había logrado desarticular al movimiento popular, diezmando a los mandos
medios, incentivando el desplazamiento forzado y el exilio y golpeando la moral militante. La
socióloga mexicana Irene Sánchez se detiene en el análisis de este aspecto, develando que durante los
meses previos a la ofensiva de 1981 la curva del auge insurreccional presentaba un declive que pasó
desapercibido por las organizaciones político-militares, pero que sería determinante para la
imposibilidad de tomar el poder por medio de la ofensiva. La autora explica el desenlace de la
ofensiva militar en términos del desfase existente entre el tiempo político y la estrategia
revolucionaria implementada por el FMLN. En pocas palabras, cuando el ánimo insurreccional del
movimiento popular estaba en su punto más álgido, las guerrillas carecían de armamento y no habían
logrado unificarse. Como contraparte, cuando el FMLN ya existía como tal y contaba con recursos
armamentísticos aún precarios, pero suficientes para lanzar una ofensiva a nivel nacional, el ánimo de
142
las masas había decaído drásticamente y la insurrección que debía posibilitar a la vanguardia
revolucionaria conquistar el poder no se produjo (Sánchez, 1997).
El historiador español-salvadoreño Ricardo Ribera coincide con éste diagnóstico del
“desfase”, ubicando su razón de ser en las divergencias entre los grupos guerrilleros. Según Ribera,
estas divergencias constituyen “el pecado original” del FMLN, que lo “marcaría para siempre”
(Ribera, 1996: 46). Profundizando aún más en ese argumento, el examen de la ofensiva general del
FMLN propuesto por el intelectual salvadoreño Rafael Menjívar Ochoa abunda en detalles acerca de
la desconexión que predominó en la práctica concreta de las organizaciones revolucionarias, más allá
de las apuestas discursivas que proclamaban la unificación. Los dos autores, Ribera y Menjívar
Ochoa, aluden a la desconfianza mutua que signaba las relaciones entre los grupos guerrilleros y a la
pugna por predominar sobre los demás. Ejemplo de ello fue que, cuando se planificó la ofensiva,
todos los grupos exageraron las cantidades de armas y de combatientes con los que efectivamente
contaban. A la hora decisiva, la capacidad de fuego de todos era mucho menor de la prevista, además
de otra serie de errores logísticos que se cometieron durante el ataque (Menjívar Ochoa, 2006: 1-70).
Fallas de diagnóstico, de coordinación y de estrategia se entrelazaron para dar al traste con la ilusión
de acceder al poder por la vía insurreccional. Desde entonces la unidad de la izquierda revolucionaria
fue un hecho que posibilitó llevar a cabo la guerra y convirtió a la guerrilla salvadoreña en una de las
más potentes del continente. Pero se trató de una unidad posible sólo en el terreno de la táctica y fue
por eso mismo quebrantable.
La “ofensiva final” o “general”, llevada a cabo en enero de 1981, fracasó en su objetivo
fundamental. Pero el afianzamiento de “zonas liberadas” controladas por el FMLN a partir de agosto
de ese mismo año en 5 departamentos (Morazán, Chalatenango, Cabañas, San Vicente y Cuscatlán),
de un total de 14, y la incapacidad del ejército de asestar golpes contundentes a las fuerzas
guerrilleras, mostraron que el FMLN estaba preparado para librar una guerra de larga data. La
consolidación de esas retaguardias estratégicas, bajo la consigna de “resistir, desarrollarse y avanzar”,
trasladaron al campo el escenario de la confrontación. Si durante los setenta y el año de 1980 las
tensiones políticas se habían desarrollado en las áreas urbanas, la guerra transcurrió en zonas rurales.
Un estudio acerca del perfil de los grupos poblacionales más afectados por el conflicto ofrece datos
reveladores al respecto. Señala, en primer lugar, a los parientes de soldados, en segundo lugar, a los
campesinos arrendatarios de tierra y simpatizantes de la guerrilla y, en tercer lugar, a los
profesionales, seguidos de los jornaleros y los trabajadores industriales (Pirker, 2008: 205, 206).
El FMLN se convirtió en un ejército que reclutó a una gran cantidad de campesinos y
encontró en las poblaciones rurales sus bases de apoyo. Por afinidades ideológicas, convicciones
políticas, solidaridad cristiana o miedo, éstas poblaciones prestaron servicios clandestinos a las
fuerzas guerrilleras. Por esa razón, el ejército las calificó como “objetivos legítimos de ataque” que
debían ser tratados igual que el enemigo armado. Para “quitarle el agua al pez” 2, es decir, “limpiar”
las zonas tomadas por las fuerzas insurgentes de habitantes que pudieran contribuir con sus
posibilidades de sobrevivencia, los militares ejercieron operativos de “tierra arrasada”, consistentes
en bombardear cantones, pueblos y caseríos, quemar casas y cultivos, violar a las mujeres y ejecutar
cruentas masacres, con el objeto de obligar a los pobladores a abandonar sus lugares de vivienda y
deshabitar esos sectores.
Dos de las masacres más emblemáticas de ese período ocurrieron en el Río Sumpúl, en mayo
de 1980 —cuando aún no estallaba “oficialmente” el conflicto— y en El Mozote, en diciembre de
1981. En el primer caso, se trató de un ataque contra campesinos del departamento de Chalatenango
que, intentando huir hacia Honduras a través del fronterizo Río Sumpúl, fueron interceptados por
aviones y helicópteros del ejército y atacados con bombas y metralletas. Más de 300 personas,
2La frase “quitarle el agua al pez” se vincula con la metáfora de Mao Tse Tung: “Los guerrilleros son los
peces y el pueblo es el agua en que éstos habitan. Si la temperatura del agua es la adecuada, los peces se
multiplican”.
143
mujeres, ancianos y niños inclusive, fueron asesinadas.3 En el caso de El Mozote, las víctimas
ascendieron a más de 1000 habitantes de una comunidad evangélica, no organizada ni simpatizante
de la guerrilla, pero ubicada al norte del departamento de Morazán, cerca de uno de los
campamentos del FMLN. Unidades del Batallón Atlacatl —uno de los batallones especiales,
entrenados y financiados por el ejército estadounidense— a cargo del general Domingo Monterrosa,
tomaron el pueblo y los cantones aledaños durante tres días en los que se dedicaron a fusilar a uno
por uno de los ancianos, mujeres, hombres y niños que allí habitaban.4
La guerra se instaló en la vida cotidiana sobre todo del campesinado, que se vería de un
modo u otro afectado por el conflicto. Así sintetiza Kristina Pirker la lógica que empezó a
predominar desde entonces:
La situación de la guerra afectó al modo de vida de toda la sociedad salvadoreña, por lo
cual tanto los sectores organizados como el pueblo no organizado tuvieron que
diversificar sus estrategias de superviviencia. A diferencia del pueblo no organizado, los
sectores organizados, al formar parte de una de las dos alianzas enfrentadas, se
convirtieron en actores de la guerra. Esto significaba que todos sus actos de
movilización, resistencia, protesta y negociación formaban parte de una estrategia más
amplia que tenía como finalidad la derrota del adversario. Esta particularidad —que
denominamos la militarización de la política— incidió profundamente en las prácticas
políticas, modalidades de organización y jerarquías internas de las organizaciones
populares, tanto de la izquierda como de la Democracia Cristiana (Pirker, 2008: 200).
Y también del sistema político en su conjunto. Con “pueblo organizado” se hace referencia a
los miembros del movimiento de masas que sobrevivieron a la represión sistemática de los últimos
setenta y 1980, decidieron permanecer en el país y pasaron a tomar las armas o a ejercer funciones
directamente vinculadas con la estrategia insurgente. En agosto de 1981 fue decretado el Estado de
Emergencia Nacional. Las instituciones y fábricas del Estado fueron intervenidas militarmente hasta
el final de la guerra, en 1992. Los derechos de asociación y sindicalización fueron prohibidos de
facto, pese a que a partir de 1982 estuvieron permitidos por ley. Los sindicalistas, activistas de
derechos humanos y líderes estudiantiles continuaron siendo perseguidos, detenidos y maltratados
arbitrariamente. Los escuadrones de la muerte siguieron condenando a la desaparición forzada, la
tortura y el asesinato a todo aquél que consideraran sospechoso de servir de enlace con el FMLN.
Aunque los números varían dependiendo de la fuente, la cifra de alrededor de 38 mil muertos
registrada entre 1980 y 1983 constituye cerca del 50% de la cantidad total de muertes violentas
arrojada por los 12 años que duró el conflicto (alrededor de 80 mil) (Córdova Macías, et. al., 2007:
61). Dato elocuente acerca de cómo el terrorismo de Estado se agudizó durante los primeros años de
la década de los ochenta.
La Comisión de la Verdad para El Salvador, establecida por mandato de los Acuerdos de Paz
en 1992 como grupo ad hoc para ofrecer herramientas que permitieran diagnosticar los daños
ocasionados por el conflicto, documenta, con base en 22 mil testimonios, los hechos de violencia
política perpetrados entre 1980 y 1991. El 70% de las denuncias por violaciones a los Derechos
Humanos hacen referencia a acontecimientos ocurridos entre 1980 y 1984. El 85% de tales
señalamientos implican a grupos militares y a escuadrones de la muerte, el 5% a miembros del
FMLN y en el 10% de los casos no se logró establecer responsabilidad. Las acusaciones contra el
frente guerrillero obedecen a la realización de “ajusticiamientos” que cobraron la vida de presuntos o
identificadas perecieron en El Mozote y en los demás caseríos. Muchas víctimas más no han sido
identificadas”, Ibid., “Caso ilustrativo: El Mozote”, pp. 118-125.
Una investigación exhaustiva sobre las víctimas de El Mozote y alrededores puede leerse en: Binford, 2007.
144
efectivos delatores —mejor conocidos como “orejas”—, asesinatos recurrentes de alcaldes y
reclutamiento forzoso de jóvenes5. Otra expresión de la violencia revolucionaria sostenida a lo largo
del conflicto fue la destrucción de obras públicas, como puentes, carreteras e infraestructura del
alambrado eléctrico, el sabotaje a la celebración de elecciones y la destrucción de los bienes de las
cooperativas del sector reformado.
Estas cooperativas formaban parte del conjunto de reformas que la Democracia Cristiana se
propuso implementar como parte de la estrategia contrainsurgente alentada por Estados Unidos. La
creación de cooperativas se inició en 1981, en el marco de la tercera Junta de Gobierno, con
Napoleón Duarte a la cabeza. Respondían a un plan de Reforma Agraria que constaba de 3 fases.
Debido a que la reforma implicaba la expropiación de los medianos y grandes latifundios, cuando en
1982 el partido ARENA —instrumento político de la gran empresa— logró el predominio dentro de
la Asamblea Constituyente, la profundización de la reforma agraria fue detenida.
Con todo, las cooperativas democristianas lograron impactar positivamente en unas 85 mil
familias. Entre ese grupo poblacional se fomentó la creación de organizaciones populares pro
gubernamentales que rechazaran la opción insurgente como manifestación de descontento y a su vez
sirvieran de base social al Partido Demócrata Cristiano (PDC). Este tipo de relación clientelar entre
ciertos segmentos populares y el gobierno había sido experimentada años atrás por el PCN, partido
oficial de los militares, especialmente bajo el mandato de figuras progresistas dentro del ejército. El
esquema se reeditaba: prohibición, persecución y represión sistemática contra las asociaciones
opuestas al régimen versus permisividad y fomento de gremiales que contribuyeran a la legitimación
del aparato gubernamental y sirvieran como válvula de escape ante las presiones sociales. Un
elemento novedoso dentro del régimen político liderado por Napoleón Duarte fue, de acuerdo con
Pirker, la implementación de una política específicamente dirigida hacia la creación de organismos
sociales pro gubernamentales (Pirker, 2008: 216-220).
El proyecto cooperativista se vio limitado porque la mayor parte del presupuesto
gubernamental se decantó hacia el gasto militar en un contexto de guerra civil que sumergía al país en
una grave situación de crisis económica. Muchos de sus beneficiarios abandonaron los cultivos a
causa de la violencia y de la baja internacional en los precios del algodón, el café y el azúcar. Al no
contar con títulos de propiedad de la tierra mientras no saldaran sus deudas con el Estado, los
corporativistas permanecían en una situación vulnerable que les impedía el acceso a créditos para
modernizar los cultivos6. La pobreza, lejos de disminuir, aumentó. “Por ejemplo, entre 1980 y 1990
los salarios reales disminuyeron un 64 por ciento, y el salario mínimo real de los trabajadores
agropecuarios alcanzó en 1989 sólo el 36,6 por ciento del nivel alcanzado en 1978” (Pirker, 2008:
2016). Otro ejemplo es que, de acuerdo a información arrojada por el BID, a principios de la década
de los noventa, “el 55,7 por ciento de la población rural vivía por debajo de la línea de pobreza y el
81 por ciento no podía cubrir las necesidades básicas” (Pirker, 2008: 2012).
La segunda Junta de Gobierno había decretado el congelamiento de salarios, la prohibición
del contrato colectivo y la represión contra cualquier protesta reivindicativa de los trabajadores,
como supuesta salvaguarda de la seguridad nacional.
En los primeros años de la guerra civil, este marco jurídico, que prohibía de facto el
activismo sindical, y el descenso de las actividades económicas por la guerra, los sabotajes
y el quiebre de muchas empresas, deterioraron aún más las condiciones de vida de los
sectores populares en la ciudad y en el campo” (Pirker, 2008: 2012).
5 Véase “Análisis estadístico de los testimonios recibidos por la Comisión de la Verdad”, Informe de la
Comisión de la Verdad para El Salvador, op. cit.
6 El “cafetalero” Antonio Cornejo cuestiona el impulso a estas cooperativas asegurando que los mismos
campesinos manifestaban sentirse capacitados para poner a producir la tierra, pero no para administrar una
finca, ni para comercializar la producción. Entrevista, San Salvador (12/12/08).
145
Pese a las restricciones y al peligro implícito en la agremiación, durante 1983 empezó a
reactivarse el movimiento popular, tanto en el campo como en las ciudades. Pirker delinea el mapa
de las diferentes organizaciones de empleados gubernamentales, trabajadores de diferentes rubros,
campesinos, repobladores, familiares de víctimas de la violencia política, estudiantes, etc., que a lo
largo de los ochenta se agruparon en torno de demandas específicas. A diferencia del movimiento de
masas de los setenta —cuyo discurso político fue radicalizándose públicamente—, éstos grupos se
esforzaron por circunscribirse a las reivindicaciones de cada sector y procuraron deslindarse de toda
vinculación partidaria. Tanto la amenaza constante a la actividad sindical, como la lucha entre el
gobierno y el FMLN por convertir tales asociaciones en bases sociales que legitimaran sus
respectivos proyectos de nación, imprimieron al movimiento popular emergente altas dosis de
inestabilidad. De ahí que durante ese período se registren incontables reagrupamientos y
modificaciones de los nombres y las siglas que permitían identificar a las organizaciones.
La necesidad de una mayor prudencia ideológica no impidió que la marcada polarización que
caracterizaba al país permeara en la reconfiguración de las organizaciones. Dicha reconfiguración
coincidió con una etapa de “estabilización” del conflicto. 1984 y 1985 fueron los años en los que
menores bajas se registraron. La delincuencia aún no se había desatado en el país. Se trató de un
período más bien “congelado”, que se recuerda por ciertos actores como uno de los más pacíficos en
la historia de El Salvador.7 Durante los años siguientes cristalizaron dos grandes conglomerados de
asociaciones de heterogénea composición, contrapuestas entre sí. Por una parte, las organizaciones
que simpatizaban con el FMLN se aglutinaron a partir de 1986 en la Unión Nacional de
Trabajadores Salvadoreños (UNTS). Por otra parte, en 1987 los grupos ligados al gobierno
democristiano conformaron la Unión Nacional de Obreros y Campesinos (UNOC). Aunque la
UNTS albergaba en su seno a una mayor cantidad de organizaciones, la UNOC contaba con el
respaldo institucional e incluso económico del entonces partido oficial. La pertenencia de ciertos
dirigentes de una y otra asociación a los grupos insurgentes o a la cartera gubernamental evidencian
los nexos que amalgamaban a las organizaciones con uno de los dos bandos enfrentados en el
conflicto. UNTS y UNOC dotaron, pues, a cada uno de esos bandos de la legitimidad social que
necesitaban para defender sus posturas. En esa medida, ambas asociaciones se convirtieron en
actores relevantes y reconocidos dentro del campo político (Pirker 2008: 223-233).
Más allá de sus diferencias políticas, un denominador común en el discurso de estas
organizaciones populares de nuevo tipo fue la demanda del cese a la violación a los Derechos
Humanos y de una salida negociada al conflicto. Respecto de lo primero, las presiones sobre todo
internacionales a favor de esa misma petición consiguieron disminuir los operativos de “tierra
arrasada” ejecutados por la Fuerza Armada, pero la situación general de los Derechos Humanos en
El Salvador no mejoró sostenidamente. Hacia el final de la década, la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA) —por citar sólo uno de de
los organismos especializados en la materia—, aseguró en su informe anual de 1987-1988 que la
situación de los Derechos Humanos en El Salvador durante ese período había empeorado.8
7 Entrevista realizada para esta investigación al investigador holandés y especialista en Derechos Humanos
Ralph Sprenkels, San Salvador (24/03/2009).
8 “Dentro del período a que se refiere el presente informe las estadísticas de muertes ocurridas en El Salvador,
durante el primer semestre de 1988, sin contar a las derivadas del conflicto armado, de acuerdo con las fuentes
más confiables, son las siguientes: muertes atribuidas a asesinatos políticos cometidos por los escuadrones de
la muerte de extrema derecha, 32; muertes atribuibles a las fuerzas militares y de seguridad, 48; muertes
atribuidas a la guerrilla, 19. Durante todo el año de 1987, cada uno de esos grupos habrían sido,
respectivamente, responsables de 24, 60 y 29 muertes, lo cual indicaría durante el presente año un aumento en
lo que respecta a las muertes causadas por los escuadrones de la muerte”. Ver:
https://www.cidh.oas.org/annualrep/87.88sp/cap.4b.htm
146
En ese contexto, el activismo de “militantes bisagra” que fungían como líderes sindicales
abanderando el discurso del sector al que representaban y sumándose a las peticiones de pacificación,
al tiempo que formaban parte de alguno de los grupos del FMLN, da cuenta de la triple estrategia
que la insurgencia desarrolló a lo largo de los ochenta: i) dar golpes contundentes que dieran
muestras constantes de su poder de fuego; ii) alentar la organización social y mantener los nexos con
el movimiento popular; y iii) abrir canales políticos, a nivel nacional e internacional, que legitimaran
su accionar militar y le proporcionaran condiciones favorables en eventuales mesas de diálogo con el
gobierno.
Mario Lungo Uclés ofrece un análisis de los primeros años de la guerra que sintetiza la
posición del FMLN frente a los aspectos determinantes de la misma: el movimiento popular, la salida
negociada, la plataforma programática de la insurgencia y el contexto internacional. Desde la
perspectiva del autor, la contradicción entre lucha armada revolucionaria y lucha política de masas se
resolvió en la rearticulación de un movimiento popular acorde con la nueva situación política del país
y, por eso mismo, distinto del movimiento de masas del período 1977-1980. Pese a la notable
diferencia entre ambas expresiones del poder popular y a la dificultad con que los revolucionarios
asimilaron ese cambio, se trató de la vuelta a la ciudad y a la actitud demandante frente al Estado por
parte de organizaciones diversas del sector productivo. En lo concerniente a la búsqueda de una
negociación con el gobierno, Lungo Uclés señala que en tanto voluntad manifiesta del pueblo
salvadoreño, el FMLN asumió la salida negociada como parte de su agenda política. Pero ello no era
excluyente del sostenimiento y fortalecimiento de la iniciativa militar por parte de las fuerzas
insurgentes. En sus palabras:
[…] debemos hacer una apreciación que consideramos de crucial importancia para evitar
desviaciones reformistas. Incrementar a niveles cada vez mayores la lucha armada
revolucionaria y la lucha política de masas es un imperativo estratégico para el FMLN-
FDR, ya que constituyen el eje fundamental de lucha, y si bien es cierto que esto
contribuye a fortalecer las posibilidades de diálogo y negociación, este incremento no se
hace en función de este objetivo particular, ya que no constituye el componente esencial
de la estrategia revolucionaria (Lungo Uclés, 1986: 64).
La causa del entrampamiento de la salida negociada se encontraba, de acuerdo con Lungo
Uclés, en las diferencias radicales en cuanto al diagnóstico de los principales problemas del país y en
cuanto a las concepciones de diálogo manejadas por el FMLN y su brazo político diplomático FDR,
por una parte, y por el gobierno demócrata cristiano, la Fuerza Armada y el gobierno estadounidense,
por la otra. Mientras que la insurgencia daba al diálogo un lugar prioritario dentro de la negociación,
la contraparte lo reducía a un mero uso táctico, en función de disimular su opción guerrerista (Lungo
Uclés, 1986: 66). Durante los primeros años del conflicto e incluso antes del estallido del mismo,
FMLN-FDR promovieron varias iniciativas de diálogo con el gobierno salvadoreño y con el
estadounidense que fueron desatendidas. Ni Napoleón Duarte ni Ronald Reagan estaban dispuestos,
en esa fase inicial, a reconocer al grupo insurgente como fuerza política. La demanda de ésta última
por el cese a la injerencia norteamericana y por el establecimiento de un diálogo sin condiciones
previas fue desoída por parte de un poder decidido a aniquilar militarmente al enemigo.
Un punto de inflexión en la historia de la lucha revolucionaria en El Salvador lo constituyó el
asesinato de Mélida Anaya Montes, “comandante Ana María”, por orden del hombre fuerte de las
Fuerzas Populares de Liberación (FPL), Salvador Cayetano Carpio, “comandante Marcial”, quien a
su vez se suicidó en circunstancias poco claras. Siendo las FPL la organización más numerosa y
potente del FMLN, tales hechos, ocurridos en 1983, conmocionaron a esa organización en particular
y al ejército guerrillero en su conjunto. Es sabido que Marcial se oponía rotundamente a la
negociación y había en ese aspecto un punto de choque infranqueable entre ésta y las posiciones más
pragmáticas o moderadas dentro de las fuerzas guerrilleras; entre ellas la de la propia Ana María. Si
bien las razones que produjeron la muerte de ambos dirigentes de las FPL no se conocen a ciencia
147
cierta, a partir de entonces las voces menos intransigentes tuvieron más cabida dentro de la
Comandancia General del FMLN (Martín Álvarez, 2004: 194, 195).
En marzo y mayo de 1984 la celebración de las primeras elecciones presidenciales regulares
después de 1931 modificó el panorama político salvadoreño. La elección de Napoleón Duarte en
segunda vuelta constituyó un paso decisivo en el afianzamiento de la institucionalización de la
democracia electoral. Mario Lungo Uclés advirtió éste fenómeno, pero la idea de que la crisis
hegemónica de la oligarquía no lograba resolverse por medio de la democratización persistía en su
análisis. En el siguiente apartado podrá apreciarse con más claridad por qué esa lectura de la
coyuntura política electoral era errónea. Una novedad dentro de la dinámica que venía dándose fue la
convocatoria emanada del presidente electo a un primer intento de diálogo con la insurgencia. Pero
las diferencias entre ambas posiciones volvieron a manifestarse como insalvables: más que una
negociación en la que Duarte se abriera a escuchar las posiciones de la guerrilla, lo que hizo fue
proponerles que dejaran las armas y se incorporaran, sin más, a un proceso democrático del cual él se
sentía adalid.
Respecto del planteamiento programático del FMLN-FDR hay que decir que varió
sustancialmente a lo largo de la década. Lungo Uclés lo explica en función de la transformación que
fue experimentando la propia la lucha revolucionaria en el transcurso de su praxis (1986: 67-90). Para
éste autor, el programa era uno más de los múltiples componentes que configuran un proceso
revolucionario. Es necesario, advierte, que exista un planteamiento ideológico inicial que articule a las
diferentes fuerzas en torno de objetivos comunes sobre la sociedad a la que se aspira. Pero tal
planteamiento tendrá que irse modificando de acuerdo a las realidades concretas que la lucha misma
va generando. En ese sentido, la plataforma de Gobierno Democrático Revolucionario (GDR)
proclamada por la Coordinadora de Masas a principios de 1980 y adherida por el FDR, respondió a
la coyuntura generada por el golpe de Estado de 1979. Los propósitos de tal planteamiento pueden
resumirse del modo siguiente:
Derrocar a la dictadura militar, destruir su maquinaria político-militar y establecer un
gobierno democrático revolucionario; poner fin al poder político y económico
oligárquico, sin afectar a los pequeños y medianos propietarios; romper definitivamente la
dependencia del imperialismo yanqui; asegurar los derechos y libertades democráticas
para todo el pueblo y elevar su nivel de vida; crear el nuevo ejército surgido
fundamentalmente del ejército popular, con la incorporación de los elementos sanos y
patrióticos del ejército gubernamental; impulsar la organización y la participación popular;
autodeterminación y respeto mutuo en política exterior (Lungo Uclés, 1986: 78).
Se trata de puntos considerados por el autor como adoptables por un programa reformista.
Por eso la Reforma Agraria y la nacionalización de la banca y del comercio exterior fueron
abanderadas por la Junta de Gobierno tras el golpe de Estado. El carácter revolucionario del GDR
en esa coyuntura específica descansaba, según él, en dos pilares: la abolición del ejército “burgués” y
la ausencia de la vía electoral como posibilidad de acceso al poder. Hasta 1984, el FMLN-FDR no
modificó esa plataforma. Pero en ese lapso de 4 años, el incremento de la intervención
estadounidense, la profesionalización de los dos ejércitos enfrentados, la prolongación de la guerra, la
apertura del ciclo eleccionario, la reactivación de la actividad gremial y el reconocimiento que la
coalición revolucionaria había alcanzado nacional e internacionalmente, la llevaron a reformular su
propuesta frente a la sociedad. Es entonces cuando surgen: la Plataforma del Gobierno Provisional
de Amplia Participación (GPAP), hecha pública en enero de 1984, y la propuesta de establecimiento
de un Gobierno de Consenso Nacional (GCN), formulada en la segunda ronda de conversaciones
con el gobierno, en noviembre del mismo año.
Ambas propuestas representaron un viraje dentro del discurso insurgente, producto de
intensos debates en su interior y objeto de críticas en la izquierda internacional, que acusaban al
FMLN de estar renunciando a su proyecto revolucionario para abrazar una causa reformista. Lungo
148
Uclés respondió a esos cuestionamientos subrayando el carácter táctico de dicho viraje discursivo,
insistiendo en la importancia de su contextualización histórica —más allá de todo dogmatismo
“maximalista”— y dejando en claro que “en ningún momento el FMLN ha pensado en abandonar
las armas” (1986: 85). Así resume Martín Álvarez el polémico ideario efemelenista de mediados de
los ochenta:
La plataforma del FMLN-FDR ofrecía, como alternativa a la consulta electoral, la
integración provisional de algo similar a un gobierno de salvación nacional para intentar
sacar a El Salvador de la crisis. En dicho gobierno tendrían cabida representantes de los
más variados sectores sociales: campesinos, obreros, empresarios, profesionales,
maestros, partidos políticos, ejército; con la excepción de la oligarquía y los militares más
recalcitrantes. Se proponía por tanto, un gobierno plural que debía tomar medidas
inmediatas para, más tarde, convocar elecciones.
Dichas medidas iban encaminadas, principalmente, a desmontar el aparato represivo del
Estado, depurar las fuerzas armadas, esclarecer las violaciones de los derechos humanos y
reorganizar el poder judicial. Asimismo, proponía derogar la Constitución de 1983 y
disolver ARENA, el partido de la derecha, por considerarlo representante de los
escuadrones de la muerte.
Por otra parte, se planteaban una serie de medidas de política económica y social, como la
fijación de precios de los productos básicos y la implementación de un plan de empleo
masivo. Tras estas medidas de carácter inmediato, se proponían una serie de reformas
estructurales que debían definir las líneas maestras del futuro modelo económico y
político (2004: 195, 196).
Martín Álvarez concibe ese planteo como un ablandamiento de la inflexibilidad inicial del
FMLN, por cuanto subyace en él la renuncia a ser el partido de vanguardia, único representante
legítimo de los intereses populares, para aceptarse como una fuerza política entre otras en busca de
una alianza multisectorial, sin desestimar la realización de elecciones ni la negociación y abriendo la
posibilidad al abandono de las armas, dadas determinadas condiciones. Desde la perspectiva de éste
autor, la negociación era la segunda opción efemelenista, después de la derrota militar del ejército
gubernamental.
Como es bien sabido, en el proceso salvadoreño terminará por imponerse la salida negociada
sobre la militar. Pero a la altura de 1987 esto aún no se veía como un hecho inexorable. En un texto
del mes de abril de ese año, intitulado “¿Por qué no avanza El Salvador?”, el filósofo español-
salvadoreño Ignacio Ellacuría expone su preocupación por el entrampamiento en el que había caído
la situación del país. Este análisis señala al gobierno estadounidense, a la Fuerza Armada, al gran
capital —representado por el partido ARENA—, al gobierno democristiano y al FMLN como “las
distintas fuerzas [que] tiran del cuerpo social en direcciones contrarias o divergentes, con lo cual no
sólo no se avanza, sino que se está destruyendo al país” (Ellacuría, 1991: 176, 177).
El desgaste ocasionado por tal destrucción empezó a ser manifestado cada vez con más
fuerza por diversos sectores sociales durante los últimos ochenta, quienes demandaban con ímpetu
paz para El Salvador. Sin duda ese clamor social influenció en la posición del FMLN en el lapso que
media entre la formulación de las plataformas programáticas de 1984 y la siguiente propuesta
denominada Proclama a la Nación. La Revolución Democrática, hecha pública en 1990. Respecto de este
aspecto, Ellacuría señala a 1987 como el año en el que, además de preparar al pueblo organizado para
una insurrección general, se dio un intenso debate político e ideológico en el seno del FMLN, “el
cual se mostró en 1988 en la aceptación, no sólo de la entrada pública al país del FDR, sino, sobre
todo, de la participación de la Convergencia Democrática (CD) en las elecciones presidenciales. Esta
última discusión va a convertirse en uno de los goznes principales del giro del FMLN” (Ellacuría,
1991: 1856, 1857).
149
Convergencia Democrática fue el nombre que adoptó la coalición integrada por el
Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), el Movimiento Popular Social Cristiano (MPS) y la
Unión Democrática Nacionalista (UDN) —miembros del FDR—, cuando optó por convertirse en
partido político y competir en los comicios de 1989. La inmersión de éste, el brazo político-
diplomático de la insurgencia, al teatro electoral supuso un primer paso hacia su independización
respecto del FMLN y su vuelta a la apuesta por el acceso al poder en un escenario afín con su
posición ideológica. Ocho años habían transcurrido desde el inicio de la alianza entre la izquierda
revolucionaria y la socialdemocracia. El paisaje político salvadoreño había cambiado
considerablemente en ese período. La vía electoral, que a finales de los años setenta se había visto
clausurada, a inicios de los noventa mostraba signos de estabilidad y una mayor apertura frente al
pluralismo ideológico.
En vista de que la realización periódica de elecciones estaba poniendo en riesgo el apoyo
popular a la insurgencia, ésta lanzó en enero de 1989 una Propuesta de paz del FMLN para convertir las
elecciones en una contribución a la paz, exigiendo como requisito “tan solo la postergación por seis meses
de los comicios y una serie de condiciones mínimas encaminadas a conseguir un evento electoral
limpio” (Martín Álvarez, 2004: 198). Si bien no fue ésta la primera vez que el FMLN se declaraba
dispuesto a participar en elecciones —pues ya había hecho mención a ello en 1984—, sí constituyó el
planteamiento más blando respecto de las condiciones que proponía para integrarse al marco
institucional.9
Otro síntoma del desplazamiento que continuaba produciéndose en la posición inicial del
FMLN fue la aparición de un texto firmado por Joaquín Villalobos, hombre fuerte del ERP y
miembro de la Comandancia General del grupo insurgente. El documento, llamado Perspectivas de
victoria y proyecto revolucionario, puede considerarse el antecedente de la Proclama de la Revolución
Democrática. Ellacuría recalca el hecho de que fuera publicado en dos partes, porque, a su juicio, ello
muestra una evolución en el pensamiento de Villalobos. Extractando el contenido de la segunda
parte, el entonces rector de la Universidad Centroamericana (UCA) afirma:
Se sostiene la necesidad de una revolución democrática, donde el término democrático es
entendido fundamentalmente en el sentido de las democracias occidentales. La
revolución, posible y deseable en El Salvador, no es una revolución estalinista o
vietnamita, como tal vez algunos lo pensaron anteriormente, sino que es una revolución
democrática, que acepta el pluralismo de los partidos y de las elecciones, que se mantiene
abierta a las ideas y a las prácticas del mundo occidental, especialmente a la libertad
religiosa y a la idiosincrasia y a las tradiciones del pueblo salvadoreño, que acepta la
economía mixta con buenas posibilidades para la empresa y el capital privado y, desde
luego, para la iniciativa de los ciudadanos, que promueve la libertad de expresión y de
organización y que mantiene buenas relaciones internacionales con todo el mundo,
especialmente con Estados Unidos (Ellacuría, 1991: 1868).
Aparece, pues, plasmado el giro discursivo que posibilitó el salto de la prioridad militar a la
necesidad de la negociación por parte de las fuerzas revolucionarias. Ya en el planteamiento de La
Revolución Democrática como tal, el cambio más significativo fue la propuesta de abolir completamente
ambos ejércitos en función de la creación de un nuevo cuerpo de seguridad de carácter civil.
También se introdujeron manifestaciones en pro de una reforma al sistema electoral, al poder judicial
y la propuesta de una nueva Constitución, mostrando la nueva disposición del FMLN a incorporarse
a la incipiente institucionalidad del país. Hasta 1990 las demandas de un nuevo orden político y social
por parte del FMLN se mantuvieron. Pero en el documento de los Acuerdos de Paz firmados en
9 El académico salvadoreño Carlos Acevedo analizó esta propuesta y las reacciones que suscitó en diversos
sectores de la sociedad salvadoreña en el momento en que fue emitida: Acevedo, C., “La propuesta de paz
más viable del FMLN”, en: La paz en Centroamérica: Expediente de Documentos Fundamentales, 1979-1989, CeIICH-
UNAM, 1989, pp. 58-75.
150
1992 fueron relegadas a un segundo plano. A partir de la firma de los Acuerdos, el FMLN consumó
el cambio que se venía manifestando en su discurso convirtiéndose en un partido político e
insertándose, con mucho más éxito que la Convergencia Democrática, a la competencia electoral.
En definitiva, entre los actores políticos más relevantes durante la década de 1980 destacan,
en el ámbito doméstico: el FMLN y la profesionalización militar de sus cuadros guerrilleros, el
resurgimiento del movimiento popular en torno de demandas gremiales, la consolidación de
ARENA como partido político, el deficiente desempeño de la Democracia Cristiana como partido
gobernante y el protagonismo de la Fuerza Armada en un período caracterizado por la pervivencia de
una guerra civil que mostró altibajos, pero se mantuvo a lo largo de doce años. Paralelo al desarrollo
del conflicto armado se dio la aprobación de la Constitución de la República y la puesta en escena de
la democracia electoral que operan hasta la fecha en El Salvador. Dentro del ámbito internacional,
destacan, entre otros: la negativa del gobierno de Reagan a respaldar la salida negociada del conflicto;
la escalada injerencista de la Casa Blanca que mantuvo a la Democracia Cristiana como aliado en la
reconstitución del régimen dentro de la estrategia contrainsurgente y evitó el colapso de la economía
del país; y el final de la Guerra Fría como parte-aguas que inauguró una nueva fase en las relaciones
internacionales, favorable a la negociación, y motivó en la Casa Blanca el viraje hacia el
favorecimiento de la pacificación en Centroamérica.
151
Bibliografía
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1989, CeIICH-UNAM, México.
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Sociales, UNAM, México.
152
QUINTA PARTE
EL DÍA DESPUÉS: ESTADO, GRUPOS ECONÓMICOS Y
MILITANCIA EN LA POSGUERRA
153
LOS ACUERDOS DE PAZ: ¿REFUNDACIÓN DE LA
REPÚBLICA?
1 Precisamente, el apartado 3 se titula: “La refundación de la nación salvadoreña: una nueva institucionalidad
republicana”.
154
siglo XX, con los Acuerdos de Paz. La sociedad salvadoreña había llegado a un momento conflictivo
de cambios, empantanados en un trágico equilibrio de las armas, y los Acuerdos aceleraron la
posibilidad de muchos de ellos. A propósito, recordando a Hobsbwan, nuestro siglo XXI quizás sea
de los “largos” pues se inició en la última década del XX en que terminó “una época de la historia del
mundo” y que en El Salvador tuvo lugar el final del último conflicto de la “guerra fría” y el primer
proceso de paz en una nueva fase de la globalización.
La guerra y la paz han sido manifestaciones irrebatibles de que nuestra sociedad, nuestra
economía, nuestra institucionalidad política, nuestro Estado, nuestra vida social y nuestra cultura
requieren de cambios consistentes, profundos, apoyados por todos, para abrir y fortalecer la vida
pública y sus instituciones; es decir para construir una república fraterna, equitativa, democrática,
incluyente y generosa. Es el llamado de atención que requerimos bases éticas para erradicar la
violencia, garantizar la justicia y hacer vigentes, exigibles, los derechos sociales.
¿Cuánto hemos avanzado en la acción creadora de esta nueva república que, al menos desde
hace dos décadas de paz, inició su refundación? ¿Qué debemos reformular, qué debemos acelerar,
qué nuevos elementos debemos incluir? ¿Cómo debemos discutir estos aspectos? A continuación se
hace un breve recuento de las acciones que llevaron a realizar los Acuerdos de Paz en El Salvador y a
iniciar nuevas rutas de búsqueda de cómo refundar la república que todavía se debate entre lo posible
y lo deseado.
156
Tabla 2. Cronología del proceso de negociación de los Acuerdos de Paz de El Salvador
(1984- 1992) (continuación)
FASE NEGOCIADORA (1990-1992)
157
En el año 90, la negociación avanzó en la definición de sus objetivos, la agenda de acuerdos
previos a la finalización del conflicto y de la firma de la paz, y la discusión sobre derechos humanos.
Como había sucedido en la primera fase de discusiones con el gobierno de Duarte, el tema de la
Fuerza Armada fue un impasse prolongado.
3 La tabla 3 resume las siete reuniones públicas del primer año (1990) de esta segunda fase
158
Tabla 4. Reuniones del segundo año (1991) y reuniones finales (1992) de fase negociadora1
País Fecha Acuerdos
1991
México DF 3/5 enero Persisten las visiones diferentes sobre la FFAA
México DF 1/2 febrero Acuerdan que Álvaro de Soto presentara propuestas armonizadoras de las posiciones
Acuerdan iniciar negociación intensiva el 4 de abril en México, dejando abierta la fecha de su
Costa Rica 19/29 febrero terminación antes del 23 de abril, para que Asamblea Legislativa pudiera aprobar el paquete de reformas
México DF 21 marzo constitucionales negociadas, antes de terminar su período.
Temas discutidos: cese al fuego, Fuerza Armada y reformas a la Constitución.
"Acuerdo de México sobre Reformas Constitucionales": Álvaro de Soto presentó propuesta que fue
México DF 04/27 abril aceptada por las delegaciones pues tenían que ser presentadas a la Asamblea Legislativa saliente para ser
ratificada por la entrante:
o Limitaba poder de la FFAA
o Cambios en el sistema electoral y judicial.
México DF 14/17 mayo Sin avances importantes en acuerdos por posiciones duras.
Temas centrales: cese al fuego y reforma militar.
Caracas 25 may-02 junio FMLN condiciona firma cese de hostilidades a ratificación de reformas constitucionales, suspensión de
ayuda militar de EUA y concertación de acuerdos políticos sobre depuración, reestructuración y
Querétaro 16/22 junio reducción de la FFAA (no logró incluir desaparición)
Gobierno no aceptó depuración de FFAA y plantea que efectivos Guardia Nacional y la Policía de
México 09/11 julio
Hacienda formen parte de la nueva policía civil.
Secretario General ONU, Javier Pérez de Cuéllar, se involucrara personalmente en el proceso e invita a
presidente Cristiani y a Comandancia General FMLN a reanudar el proceso de negociaciones que perdía
impulso
Propone creación de una Comisión Nacional para la Evaluación y Consolidación de la Paz (COPAZ)
que se crea el 11 de octubre
FMLN accedió a retirar su demanda de fusión de los dos ejércitos, o su integración a la Fuerza Armada.
Nueva York 16/25 septiembre Pedía integración a la PNC
Gobierno acepta discutir esta propuesta
Firman "Acuerdo de Nueva York" que contenía:
o Cese al fuego y depuración de la FFAA y composición PNC debían seguirse trabajando
o Establecen parámetros para su tratamiento y resolución
o Establecen COPAZ y líneas para el proceso de depuración, reducción, cambios en
doctrina y sistema educativo de la FFAA y temas de PNC y el económico social.
1 La tabla 4 sintetiza los resultados de las diecisiete reuniones negociadoras del segundo año (1991) y las reuniones finales (1992)
159
o Gobierno no acepta discutir tema socioeconómico y se establece creación del Foro para la
Concertación Económica y Social.
Nuevo documento de "entendidos" (funciones específicas de la COPAZ en temas del sistema educativo
de la FFAA, ASP y PNC).y una agenda de "negociación comprimida" (modifica agenda de Caracas 90
con nuevo temario para resto de negociaciones)
Acuerdos sobre FFAA: doctrina, sistema educativo, superación de la impunidad, batallones de
México DF 12/22 octubre infantería, suspensión del reclutamiento forzoso, reubicación y baja, y verificación internacional.
Sobre cese del enfrentamiento no hubo acuerdo aunque se acepta discutir medidas para desescalar
México DF 3/13 noviembre conflicto y violencia.
Pendientes: sub-temas de la PNC, reducción de la FFAA y subordinación al poder civil.
25 noviembre/11 Sería la última reunión pero presiones por parte del ejército y de grupos de derecha mantuvieron
San Miguel Allende
diciembre impasse en temas PNC y FFAA
Acta de Se firma el "Acta de Nueva York I" que establece cese del fuego definitivo del 1 de febrero hasta el 31
31 diciembre
Nueva York I de octubre de 1992
1992
México DF 3/5 enero Discusión de calendario de ejecución de acuerdos y modalidad de reincorporación del FMLN a la vida
institucional
Acta de Gobierno y FMLN alcanzan acuerdos que finalizan negociación sobre temas pendientes y están listos
13 de enero
Nueva York II para firmar el acuerdo de paz. en Chapultepec, el 16 de enero de 1992
FIRMA DEL ACUERDO DE PAZ ENTRE GOBIERNO DE EL SALVADOR Y FMLN
El Acuerdo de Paz de Chapultepec contempla un período de transición de nueve meses (01.02.1992 –
31.10.1992) para:
CHAPULTEPEC Reducción de la Fuerza Armada y creación de la PNC,
16 de enero
México DF
Conversión del FMLN en fuerza política
FMLN conservaría sus armas en zonas definidas y bajo la supervisión de Naciones Unidas y se
destruirían las armas en presencia y bajo la supervisión de Naciones Unidas (15/30.10.1992)
160
Es indudable, la política fue el espacio que se privilegió en las discusiones de los Acuerdos de Paz,
aunque otros temas, como los socioeconómicos y legales estuvieron presentes. La Agenda de la paz fue
definida desde la perspectiva de una reforma política que posteriormente permitiera la reformulación en
otros campos de acción. Otra característica que signó a los acuerdos es la fuerte presencia de la comunidad
internacional, anticipando lo que sería la globalización en la resolución de los actuales problemas.
Es importante enfatizar que las bases de la refundación de la república a partir de los Acuerdos está
ligada a procesos y resultados a la institucionalización política en el ámbito de la democratización y que
fueron integradas a la Constitución. En forma muy resumida los logros fueron:
i. Exitoso e irreversible proceso de separación de fuerzas enfrentadas y cese al fuego, sin
mayores contratiempos ni rupturas;
ii. Desmilitarización del Estado y de las instancias políticas que significaron un cambio
institucional de la Fuerza Armada: subordinación del poder militar a las autoridades civiles
constitucionalmente elegidas y salida de los militares del sistema político y de la conducción
política del Estado. Otros aspectos importantes fueron:
La reforma doctrinaria y del sistema educativo de la Fuerza Armada;
La reducción en el número de efectivos y presupuesto militar;
La reorganización de los servicios de inteligencia del Estado y reforma del servicio
militar;
La separación de la función e institucionalidad responsable de la defensa nacional y de
la seguridad pública;
La disolución de los anteriores cuerpos de seguridad y la creación de una nueva Policía
Nacional Civil y una institución formativa de la misma, la Academia Nacional de
Seguridad Pública (ANSP).
iii. La nueva institucionalidad para la democracia electoral como único medio legítimo de acceso
al poder del Estado.
La creación del nuevo Tribunal Supremo Electoral (TSE) y el nuevo Código Electoral
con nuevas reglas básicas que permitieran elecciones libres, limpias y competitivas.
Reconversión de la guerrilla como partido político que amplió el espacio de la
competencia política;
iv. La creación de condiciones para la vigencia del Estado de Derecho:
Creación de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos,
Mejoría en el respeto a los derechos humanos en general, y a los derechos civiles y
políticos en particular;
Así como múltiples medidas orientadas al fortalecimiento de la autonomía de los
órganos del Estado y la profundización de la reforma judicial.
Creación de una institución protectora del consumidor (hoy Defensoría del
Consumidor)
v. Reformas y la creación de nuevas instituciones, que han configurado el nuevo sistema político
de posguerra. Medidas legislativas para garantizar a los ex-combatientes del FMLN el pleno
ejercicio de sus derechos civiles y políticos, y programas de reincorporación, dentro de un marco
de plena legalidad, a la vida civil, política e institucional del país.
161
Déficit de los Acuerdos de Paz
Es importante señalar, que a veinte años de los Acuerdos de Paz, la percepción ciudadana señala, al
menos, cinco desafíos principales que debe enfrentar el país para continuar el proceso efectivo de
refundación de la república:
162
sectores de la población, o al menos no en relación con las expectativas que habrían
tenido
Una reconcentración del poder económico, es decir un proceso de restricción de los
espacios de participación de la riqueza económica
Es necesario que la nueva institucionalidad aborde esta temática y procese las distintas
demandas sociales y económicas de la población, así como la necesidad de impulsar
mecanismos de concertación en el área económico-social
iv. Reducir la inseguridad, la delincuencia y la violencia
En el período del posconflicto comienza a desarrollarse una preocupación ciudadana
por la delincuencia y la inseguridad
Se ha privilegiado un enfoque represivo, en detrimento de los aspectos preventivos y de
readaptación
Tensión entre la exigencia de mejorar la seguridad y la necesidad de garantizar los
derechos de los ciudadanos
Una mejor coordinación y una labor integrada entre los distintos operadores del sistema
de seguridad y justicia, así como el fortalecimiento de la investigación científica del
delito
v. Fortalecimiento del sistema de justicia
Fortalecimiento del Órgano Judicial y de las instituciones que conforman el Ministerio
Público
Promover reformas a la organización y funcionamiento del Órgano Judicial
Como abordar el tema de la relación entre la CSJ y el CNJ
Conclusión:
Los déficit tienen diferentes procedencias, por un lado del carácter incompleto de los Acuerdos de
Paz, al no considerar los aspectos socio-económicos y los del ámbito legal que hacen difícil una visión y
una acción más integrada y de conjunto. No obstante, los acuerdos en el campo político permiten visualizar
nuevas rutas para la refundación de una república más efectiva. El otro origen proviene de la forma en que
fue constituyéndose la institucionalidad para consolidar y dar continuidad a los acuerdos en los que pueden
notarse limitaciones de carácter conceptual y de implementación o de poca profundidad para prever las
complejidades de la acción social y política. Por otra parte, la cultura política anterior deja sentir sus
recursos inerciales que en forma imperceptible también impone su relativa continuidad.
Así, la refundación de la república de El Salvador es un proceso abierto con veinte años de haberse
iniciado; tiene avances muy significativos en la desmilitarización del Estado y la preeminencia del poder
civil, incluso se hace necesario reflexionar cómo evitar que en los sistemas civiles se realicen prácticas que
excluyan la representación ciudadana, y se propicie el elitismo no-democrático. La refundación tiene aún un
largo camino pero hay avances consistentes que prometen, si hay participación ciudadana un mejor futuro
para la sociedad salvadoreña.
163
Bibliografía - libros importantes:
Córdova Macías, Ricardo, Carlos G. Ramos y Nayelly Loya Marín (2007) “La contribución del
proceso de paz a la construcción de la democracia en el salvador (1992-2004)”, en AAVV, Construyendo la
democracia en sociedades posconflicto. Un enfoque comparado entre Guatemala y el Salvador, Otawa, F&G Editores.
El análisis se centra en los aspectos políticos estipulados por los Acuerdos de Paz con el objeto de
democratizar El Salvador. Presenta los impactos de los Acuerdos en los procesos de representación e
institucionalización del régimen democrático, así como en la desmilitarización y la subordinación de
la Fuerza Armada a la autoridad civil legítimamente constituida. Proporciona un panorama general
del proceso de paz y su aporte a la construcción de la democracia en El Salvador en el período 1992-
2004.
Analiza el proceso de negociación de paz y las condiciones políticas, económicas y sociales en el
momento de la firma de los Acuerdos y cinco dimensiones de la democracia (Estado de Derecho,
democracia representativa, participación y espacio público, preeminencia del poder civil y
fortalecimiento de la cultura democrática).
PNUD (2005) El PNUD frente a los desafíos de la paz y el desarrollo: la experiencia de El Salvador 1992-2002.
San Salvador, PNUD.
Estudia el éxito del proceso de negociación y cómo confluyeron diversas voluntades, en especial las
representativas de la sociedad salvadoreña que con el apoyo de la comunidad internacional y el
compromiso del Secretario General de las Naciones Unidas, desarrollaron una gran capacidad de
diálogo y apertura para superar divergencias y armonizar intereses y demandas radicalmente distintas.
Proporciona un seguimiento muy al detalle como los distintos actores dieron cumplimiento a sus
compromisos para impulsar la paz y la democracia salvadoreñas. Dificultades y éxitos son
presentados para reproducir en forma completa los esfuerzos y desempeño de los actores y la
realidad de cómo se ha avanzado en la refundación de la república salvadoreña.
PNUD (1997) Ejecución de los Acuerdos de Paz en El Salvador, recalendarizaciones, acuerdos complementarios y
otros documentos importantes, San Salvador, Naciones Unidas.
Registra las varias adaptaciones realistas al calendario original de cumplimiento de los compromisos
asumidos por las partes del conflicto armado ante las dificultades materiales y políticas que se
presentaron tras el fin de la guerra. Relata cómo se llegó a “puntos de no retorno” aún cuando hubo
incumplimientos y dificultades de las partes. Contiene varios informes importantes del Secretario
General y del Consejo de Seguridad de las NNUU para comprender las etapas del proceso de paz y
las readaptaciones de las NNUU para colaborar con la pacificación. Recopila en los anexos: actas de
discusiones, acuerdos y evaluaciones y recomendaciones en cada momento.
164
165
LA CONSOLIDACIÓN OLIGÁRQUICA NEOLIBERAL EN
EL SALVADOR: UN ACERCAMIENTO HISTÓRICO A LA
EVOLUCIÓN DE UNA ESTRUCTURA DE PODER*
* El presente trabajo se deriva de la Tesis Doctoral del autor, titulada "La Persistencia del Poder Oligárquico
en El Salvador: La Transformación Neoliberal y la Consolidación de la Desigualdad y el Privilegio en el
Período de la Post-Guerra", defendida en mayo de 2012 en la Universidad de York, Toronto, Canadá.
** Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de York, Toronto, Canadá. Investigador Asociado del
Centro para la Investigación de América Latina y el Caribe (CERLAC), Universidad de York, e Investigador
Asociado de FLACSO-El Salvador. Contacto: carvel76@gmail.com
166
entre la oligarquía cafetalera y los militares que se pactó para mantener el sistema a flote hasta 1979.
La tercera sección presentará un recuento del giro neoliberal que catapultó a una nueva oligarquía
dentro del marco de una economía terciaria, importadora y orientada al consumo improductivo, a
costa de las mayorías que continúan marginadas y sumidas en enormes desigualdades
socioeconómicas. Finalmente, la cuarta sección buscará presentar un análisis de la creciente identidad
transnacional de la nueva oligarquía salvadoreña, tanto para dejar constancia de su nuevo carácter
como de su vertiginoso poderío.
¿Cómo podemos caracterizar a este grupo dominante? Edelberto Torres Rivas argumenta que
el concepto de lo “oligárquico” debe ser concebido como una “categoría descriptiva” que hace
referencia a una forma particular de ejercer dominio político y económico dentro del marco de las
168
relaciones y conflictos históricos entre las clases (Torres Rivas, 2007: 214). Asimismo, lo
“oligárquico” se refiere a:
(…) la conducción política que corresponde al periodo de formación del Estado nacional,
momento que corresponde al largo trecho histórico de consolidación de la economía
comercial para la exportación, es decir, cuando se establecen de forma estable, orgánica,
los lazos con el mercado mundial y, al mismo tiempo, cuando internamente las
instituciones del orden colonial quedan redefinidas o superadas en un proyecto de
integración y modernización capitalista. (Ibíd.: 214-215).
Esta caracterización del poder oligárquico se plasmó en El Salvador durante las reformas
liberales y la privatización de la tierra ejidal y comunal, de donde emerge una nueva clase política-
económica que se integra a los mercados internacionales mediante la exportación de café y termina
por dominar el Estado nacional y la economía en su conjunto. Torres Rivas continúa “[en el poder
oligárquico] la élite es capaz de hacerse de tierra y capital para sembrar, procesar o comerciar café, se
convierte en una fuerza social dominante, violenta en sus métodos. Sus intereses son intereses
mayores hasta alcanzar dimensión nacional, y por ellos el poder político se pone directamente a su
servicio” (Ibíd.: 215). Es decir, en virtud del poderío económico acumulado por la oligarquía, el
Estado pasa a subordinarse ante las necesidades e intereses multidimensionales de la clase
oligárquica.
Finalmente, Torres Rivas añade:
en la constitución de esta dominación política se va conformando una relación
profundamente desigual y autoritaria entre un pequeño grupo de propietarios
terratenientes/comerciantes y una masa de campesinos o peones agrícolas (…) la
subordinación política -paralela a la sobreexplotación económica- se apoya en una extensa
y profunda estructura de privilegios sociales reales, con la base que otorga la propiedad de
la tierra, o la tradición que acompaña el color de la piel o el apellido, la herencia de la
posición social, el origen familiar (…) (Ibíd.).
En este sentido, el poder oligárquico encapsula tres aspectos que inciden en la estructura de
poder en formación: el poder político y económico paralelos, el Estado como aparato subordinado a
los intereses de clase dentro del marco del desarrollo capitalista y su conexión con el mercado
mundial, y la consolidación de enormes desigualdades de clase claramente demarcadas. Si tomamos
en cuenta estas características de lo “oligárquico” como punto de referencia para conceptualizar la
clase cafetalera que emergió en El Salvador después de las reformas liberales de finales del siglo
diecinueve, podemos resaltar los siguientes rasgos como constituyentes de este grupo oligárquico:
i. Una clase política conformada por un limitado grupo de individuos
pertenecientes a pocas familias que ostentan reconocimiento histórico y cuyo
prestigio yace en su origen, raza, posición social dentro de la colonia, apellido, o
alguna combinación de éstos
ii. Una clase económica que está fundamentalmente ligada al campo y a la
industria agroexportadora, cuyo domino sobre la espina dorsal de la producción
nacional le permite invariablemente controlar todos los demás sectores
económicos que se derivan del sector primario (como la industria, el comercio, las
finanzas y los servicios, entre otros). Es decir, el grupo oligárquico controla en su
totalidad el sistema económico del país y todos los sectores que lo conforman.
iii. El Estado nacional funciona como un instrumento patrimonialista al servicio
de la clase oligárquica, el cual a su vez es dirigido directamente por la oligarquía.
iv. El sistema socioeconómico que sustenta y reproduce al núcleo del poder
oligárquico es fundamentalmente desigual y explotador, la riqueza está
169
concentrada en muy pocas manos, las grandes mayorías son marginadas y
explotadas al servicio del sector agroexportador, y las posibilidades de
redistribución de la renta o movilidad social son esencialmente nulas.
v. La modalidad de ejercer el poder está basada en la imposición, la violencia y la
represión, no existiendo una mediación institucional constituida que negocie y
reconozca derechos democráticos para la población en general.
vi. Subordinación a la influencia de los poderes imperialistas y hegemónicos.
Esta conceptualización de la oligarquía cafetalera salvadoreña evolucionó a través de los años
de acuerdo con los cambios políticos y socioeconómicos provocados tanto por factores internos
como externos, siendo el protagonismo adquirido por los militares desde 1932 y los intentos de dar
el salto a la industrialización, las variantes más notales antes de 1979. Pero la esencia del poder
oligárquico se mantuvo virtualmente intacta hasta 1979, cuando la crisis interna del sistema
oligárquico, complementada por la disensión dentro del aparato militar y la organización popular de
izquierda, provocó una crisis de poder y el fin del modelo oligárquico agro-exportador que estuvo
vigente por un siglo.
171
El Giro Estratégico: ARENA y el Ajuste Estructural Neoliberal
Con el triunfo de ARENA en 1989, que convirtió en Presidente al oligarca cafetalero Alfredo
Cristiani, las puertas se abrieron para que El Salvador experimentara con el modelo anunciado desde
Washington como la nueva base de la economía mundial. Y es precisamente aquí cuando se lleva a
cabo el quiebre histórico en la ideología constitutiva y funcional de la oligarquía salvadoreña: se da el
salto de la mentalidad agraria tradicional a la “modernidad” de un modo de producción sustentado
en el sector financiero e importador vinculado a los circuitos transnacionales de capital y de servicios.
De oligarquía retrógrada se pasa a una supuesta burguesía “despercudida” concentrada en los
servicios y en las importaciones; del café y el siervo semi-feudal, se pasa al centro comercial y al
trabajador asalariado flexible (Segovia, 2002: 53-91).
Invariablemente, el giro en la economía política que facilitó la consolidación oligárquica en El
Salvador no se puede concebir sin tomar en cuenta el nuevo patrón ideológico mundial que emergió
de los planteamientos del Consenso de Washington y el “Nuevo Orden Mundial” concebidos a
principios de los años noventa. La caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética
dieron la pauta para el inicio de una nueva ofensiva del aparato capitalista mundial para asegurarse un
entorno económico/político a nivel global que propiciase la acumulación de capital y la
multiplicación de las plusvalías. La supremacía del individualismo sobre lo colectivo, la reducción de
la intervención y regulación estatales en la economía, y la preponderancia del mercado como la fuerza
productiva y distribuidora fueron los preceptos fundamentales del giro neoliberal mundial, primero
implementados por Pinochet en Chile, Reagan en los EEUU y Thatcher en el Reino Unido y luego
diseminados por el mundo a través de los Programas de Ajuste Estructural (PAE) y los Programas de
Estabilización Económica (PEE) patrocinados por el Banco Mundial y el FMI.
En El Salvador, el giro neoliberal se comenzó a gestar en 1983, cuando intereses oligárquicos,
amparados por la USAID, fundaron la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y
Social (FUSADES). Este think-tank se dio a la tarea de empezar a articular los preceptos neoliberales
para su eventual implementación en El Salvador, y en 1985 publicó un documento titulado “La
Necesidad de un Nuevo Modelo Económico para El Salvador” (Gaspar Tapia, 1989: 55-58;
Vaquerano, 2005: 209). Aquí se establecían las directivas de un modelo basado en la ampliación del
libre mercado y la iniciativa privada, mientras que se abogaba por un Estado limitado y atacaba las
políticas económicas de los DC que habían continuado con la mayoría de las reformas económicas
implementadas por la Junta a principios de los años ochenta. Fue mediante este pronunciamiento
que una fracción de la oligarquía salvadoreña oficialmente declaró su giro hacia el neoliberalismo
como la estrategia a seguir para restablecer su dominio clasista y recuperar su poderío económico.
En este contexto, y después de más de diez años de lucha armada y 75.000 muertos, el FMLN
y el gobierno de Cristiani firmaron en enero de 1992 los Acuerdos de Paz que pusieron fin al
conflicto y abrieron un nuevo capítulo en la historia del país. En esencia, los Acuerdos de Paz
terminaron siendo pactos netamente políticos e institucionales que dejaron intacto el sistema
socioeconómico del país, que paradójicamente había sido una de las causas de raíz de la guerra civil
(Editorial ECA, 2002: 179-182). Los Acuerdos de Paz pactaron la eliminación del aparato represivo
del Estado, introdujeron cambios en el sistema judicial y el sistema electoral, reconocieron
oficialmente los derechos humanos, y permitieron la transición del FMLN hacia un partido político
legal. Pero al mismo tiempo, los Acuerdos no abordaron el sistema desigual de tenencia de la tierra,
la concentración de la riqueza que aún se concentraba en pocas manos, los altos índices de pobreza y
exclusión social, y dejaron intacto el programa de ajuste neoliberal que estaba en marcha desde que
Cristiani había llegado al poder en 1989 (CIDAI, 2002: 212-4, 222-5).
172
Cuadro 2. Cambios en el empleo rural agropecuario y no agropecuario (1980 y 2004)
(en porcentajes)
Empleo 1980 2004
Industria 13% 12%
Construcción 5% 4%
Comercio 11% 21%
Servicios 6% 10%
Otros 4% 10%
Agropecuario 61% 43%
Fuente: PNUD 2005
Efectivamente, el giro neoliberal que la nueva oligarquía había concebido como su instrumento
de reconfiguración de poder no tendría mayores obstáculos que superar. La primera gran
transformación neoliberal del período de Cristiani fue la reprivatización de la banca, la cual benefició
a un pequeño grupo y cimentó el nuevo poderío financiero que hoy vemos consolidado. Con la
aprobación de la Ley de Saneamiento y Fortalecimiento de Bancos Comerciales y Asociaciones de
Ahorro y Préstamo (Noviembre 1990), el Estado salvadoreño asumió la responsabilidad de sanear la
cartera morosa de los bancos nacionales mediante la transferencia de cartera de alto riesgo, un
proceso que al finalizar le costó al fisco salvadoreño alrededor de 3500 millones de colones,
aproximadamente US$700 millones (Arias, 2008: 90; Segovia & Sorto, 1992: 8). La ley creó el Fondo
de Saneamiento y Fortalecimiento Financiero (FOSAFFI), cuyo objetivo central era el de asegurar
que la cartera de los bancos estuviese solvente a fin de atraer la compra de acciones por parte de
agentes privados (no se permitía la compra de acciones por parte de entes públicos), así como de
proporcionar financiamiento para la adquisición privada de estas acciones, o sea, financiar a aquellos
interesados en comprar acciones (Segovia & Sorto, 1992: 5-6). El 29 de noviembre de 1990 se
aprueba la Ley de Privatización de las Instituciones Financieras Nacionalizadas, y así se abre un ciclo
de compra acelerada por parte de manos privadas de las acciones “saneadas” con capital público.
A pesar de que las leyes de saneamiento y privatización contenían clausulas para impedir la
concentración en la adquisición de acciones (como porcentajes límites y segmentos exclusivos para
pequeños inversionistas), la mayor parte de la cartera bancaria terminó en pocas manos. Un método
utilizado por los oligarcas fue el de pago de testaferros o “prestanombres” que compraban acciones
con nombre propio pero que en realidad eran de otro (o que recibían acciones por medio de
poderes), y así evadir los límites legales establecidos por la ley (Moreno 2009). La falta de trasparencia
llevó a que aliados de los oligarcas terminaran como directores de las instituciones o consiguiendo
mayorías en las asambleas generales de accionistas donde los límites terminaron siendo burlados o
simplemente ignorados. Para mediados de los años noventa, el proceso de privatización de la banca
había confluido en la creación de un oligopolio financiero controlado por familias de apellidos
oligarcas con credenciales históricas y otros que habían ascendido durante el proceso mismo (ver
cuadro 3). Indudablemente, la reprivatización de la banca sirvió como un instrumento fundamental
para catapultar el poder financiero de la nueva oligarquía salvadoreña, la cual ya no cimentaría su
173
poder en el control de las industrias de agro-exportación (café, azúcar y algodón) ni en la protección
históricamente proporcionada por los militares, sino en la acumulación vertiginosa de capital y de
inversiones que eventualmente llevó a la economía salvadoreña a convertirse en un rígido oligopolio
controlado por un puñado de empresas financieras. Este oligopolio financiero llegó a acaparar más
del 90% de la cartera bancaria salvadoreña, y posteriormente el control de los bancos sirvió como
base financiera para expandir los negocios de estas familias a las ramas del comercio, bienes y raíces,
pensiones, aseguradoras, servicios y turismo (Equipo Maíz 2004).
Cuando el capital transnacional le echó el ojo a los bancos salvadoreños, y tomando en cuenta
la eliminación de los límites a las adquisiciones de acciones por agentes extranjeros que vino con la
ratificación del tratado de libre comercio con Estados Unidos (CAFTA) en el 2004, la nueva
oligarquía salvadoreña no tuvo otro remedio que vender los bancos con una ganancia estupenda:
US$4 mil millones de dólares (Arias 2008: 96-97). A esta venta hay que destacarla como una de las
grandes estafas perpetradas contra el pueblo salvadoreño en los últimos años, ya que a pesar que los
bancos nacionales fueron saneados con dinero público, la venta billonaria al capital transnacional no
dejó un centavo en el fisco salvadoreño, por un lado porque la mayoría de los activos estaban
registrados fuera del país, y por otro porque la evasión tributaria por parte de los oligarcas fue pan
diario durante la gestión de ARENA (Ibíd.: 112).
La nueva política crediticia de los bancos privados, que castigaba al agro y alentaba los
servicios, junto a las políticas de liberalización de precios dieron la pauta para la reversión paulatina
de la reforma agraria de los años ochenta, ya que muchas cooperativas entraron en mora por la falta
de apoyo estatal y la baja en competitividad, y de esta forma muchas tierras volvieron a sus dueños
históricos (CONFRAS 2008). Del mismo modo, la comercialización del café y del azúcar volvió a
manos de sus antiguos dueños oligárquicos (Rivera Campos, 2000: 70). La importación del petróleo
también se privatizó, mientras que una liberalización general de precios eliminó los subsidios y otras
formas de apoyo estatal para la producción y consumo de productos de la canasta básica. Cuando el
segundo gobierno de ARENA, liderado por Armando Calderón Sol, privatizó el sistema de
pensiones e introdujo las AFP (Administradoras de Fondos de Pensión) los beneficiados fueron los
grandes banqueros privados ligados a ARENA quienes terminaron integrando las AFP a sus
prósperos circuitos financieros (Equipo Maíz 2005).
174
Cuadro 5. Medidas neoliberales durante los gobiernos de ARENA (1989-2004)
Período Presidente Medidas
- Privatización del Comercio exterior para el café y azúcar
- Privatización del sector bancario
- Privatización del Hotel Presidente
- Privatización de las importaciones de petróleo
- Liberalización de los precios de la canasta básica y
eliminación de los subsidios al sector agropecuario
1989- - Cierre del Instituto Regulador de Abastecimientos (IRA),
Alfredo Cristiani
1994 ente que vendía los granos básicos a precios subsidiados
- Cierre del Instituto de Vivienda Urbana (IVU), que estaba a
cargo de la construcción de vivienda pública
- Reducción del impuesto sobre la renta y los aranceles, y
eliminación del impuesto sobre el patrimonio
- Introducción del Impuesto al Valor Agregado (IVA)
- Liberalización del tipo de cambio y la tasa de interés
- Privatización del sistema de pensiones
- Privatización del sistema de distribución eléctrica
1994- Armando - Privatización de las telecomunicaciones
1999 Calderón Sol - Privatización de los ingenios azucareros
- Privatización del sistema de placas y licencias viales
- Aumento del IVA de un 10% a un 13%
- Dolarización de la Economía
- Privatización de algunos servicios médicos del sector público
1999-
Francisco Flores - Privatización del aeropuerto y puertos
2004
- Firma de tratados de libre comercio con México, Chile,
República Dominicana y Panamá
2004- - Firma del tratado de libre comercio con Estados Unidos
Antonio Saca
2009 (CAFTA)
Fuentes: (Equipo Maíz, 2004: 18-25; Moreno, 2004: 21)
Asimismo, la reforma tributaria impulsada por ARENA tuvo claros ganadores y perdedores.
Para empezar, Cristiani eliminó el impuesto al patrimonio (pagado por los dueños de grandes
propiedades), redujo a la mitad el impuesto sobre la renta (lo cual benefició a los que ganaban más) y
comprimió gradualmente los aranceles (lo que facilitó el negocio de la importación al que muchos
empresarios ya le habían apostado). Los huecos fiscales que esta reforma tributaria acarreó fueron
tapados con el IVA, el impuesto más regresivo que se puede concebir, sobre todo cuando ni los
granos básicos ni las medicinas se salvan de él. El economista César Villalona lo describe de forma
simple pero contundente: “El sistema tributario de El Salvador es como un Robin Hood al revés: le
quita a los pobres para darle a los ricos” (Equipo Maíz, 2003: 25).
La dolarización de la economía en el 2001 significó un paso coherente con la naturaleza de la
nueva orientación económica propiciada por ARENA. Al eliminar al colón, la moneda nacional, no
solamente se le dio el tiro de gracia a la moribunda industria exportadora, si no que también se vino a
beneficiar a los conglomerados bancarios y los grandes importadores ya que el riesgo de un colón
devaluado, un impedimento para las compras en el exterior y un peligro para las deudas externas que
los bancos habían contraído en dólares, fue cortado de tajo. La dolarización es generalmente
considerada como una medida de último recurso para solucionar problemas de cambio y/o
hiperinflación, pero en El Salvador, que no tenía problemas inflacionarios o cambiarios, esta medida
se adoptó para acomodar el sistema monetario a las demandas de los intereses financieros de los
grandes bancos (Villalona 2001; Lazo 2004).
175
Finalmente, los tratados de libre comercio (TLC) facilitan aún más la industria importadora y
han terminado de rematar a las exportaciones y al sector agropecuario. Sucesivos gobiernos de
ARENA firmaron TLC con México, Chile, República Dominicana, Panamá y Estados Unidos, y lo
que se ha logrado es el aumento paulatino de las importaciones mientras las exportaciones se
estancan (Equipo Maíz 2008). En el 2008, y de acuerdo al Banco Central de Reserva, el déficit
comercial fue de más de 5 mil millones de dólares, el nivel más alto registrado en la historia del país.
Las remesas ya no podrán llenar ese vacío, y al no tener un sector exportador que genere divisas, el
camino hacia un continuo endeudamiento parece ser la única opción viable a corto plazo (pero
nefasta en el largo plazo).
Este recuento de las políticas neoliberales (ver Cuadro 5) implementadas por ARENA durante
casi veinte años nos ayuda a dilucidar el nuevo engranaje del poder en El Salvador: una economía de
servicios e importaciones que solamente beneficia los intereses de los nuevos grupos financieros e
importadores y que castiga duramente a la minimizada clase media y a los sectores populares. La
economía neoliberal ha servido como el medio perfecto para que los grupos oligárquicos recuperen y
consoliden sus intereses y privilegios en el ámbito nacional. Como vemos en el cuadro 6, el nuevo
poder económico está concentrado en ocho grupos mayormente financieros, pero que también
controlan la industria, el comercio, la construcción, los seguros, las pensiones, y los servicios, entre
otros sectores. Es importante notar que las familias que conforman este nuevo bloque de poder son,
en su mayoría, las mismas que controlaron la industria cafetalera durante un siglo.
176
Murray Meza, Inversión financiera; sector bancario;
Meza Ayau, Sol aseguradoras; pensiones; industria de cervezas;
Grupo AGRISAL US$768
5 Meza, Meza Hill, industria de bebidas y embotelladoras; industria
(41 empresas) millones
Palomo, Álvarez de calzado, agencias inmobiliarias; exportación de
Meza café; industria de cemento
Inversión financiera; sector bancario;
Grupo aseguradoras; exportación de café; agencias
Poma/Salaverría Poma, Salaverría inmobiliarias; construcción y bienes raíces; US$ 175
6
Prieto/Quirós Prieto, Quirós centros comerciales; importación y distribución millones
(55 empresas) de automóviles; industria de aluminio; industria
de cemento
Grupo Hill/Llach Hill, Llach Hill, Inversión financiera; sector bancario;
US$51
7 Hill Meza Hill, Hill aseguradoras; exportación de café; agencias
millones
(13 empresas) Argüello inmobiliarias; almacenaje y bodegas
aseguradoras; industria química; elaboración y
Grupo De Sola US$25
8 De Sola venta de productos alimenticios; exportación de
(10 empresas) millones
café; agencias inmobiliarias
Fuentes: Equipo Maíz 2006; Goitia 2006
Para el año 2004, el capital y los activos de las empresas de estos ocho grupos empresariales
equivalieron a US$17.585 millones, una cifra de dos mil millones de dólares mayor al producto
interno bruto del país, y que es igual a casi seis veces el presupuesto nacional para ese año, más del
doble de la deuda externa y el equivalente a seis años de entrada de remesas familiares. Es decir,
alrededor de 280 empresas en manos de un puñado de familias oligárquicas, la mayoría de tradición
cafetalera, controlan un nivel mucho mayor de riqueza que los 6,5 millones de salvadoreños y
ostentan una superioridad financiera abrumadora comparada a los recursos del gobierno nacional.
Asimismo, el modelo liberal que facilitó esta reconcentración de riqueza y poder ha despojado al
Estado salvadoreño de su roles reguladores y distributivos, porque éstos se han transferido a la
supuesta justicia y eficiencia del libre mercado y la ética empresarial. Es un Estado neoliberal, pero
también un Estado secuestrado por un pequeño grupo de personas con intereses bien definidos e
intocables. Inevitablemente la concepción de un “libre mercado” en El Salvador no sólo es errada, ya
que la sociedad salvadoreña se maneja con monopolios y oligopolios, sino que ha llevado a un ciclo
perverso de injusticia en la economía política y de corrupción en la administración del Estado.
Después de cuatro gobiernos de ARENA, El Salvador enfrenta una mayor concentración del
ingreso nacional, el cual se alimenta de una economía especulativa que se concentra en las ganancias
a corto plazo. La desigualdad en El Salvador ha crecido y la pobreza se mantiene a niveles menos
alarmantes porque las remesas familiares cumplen un papel vital. Hay un gran segmento de
salvadoreños que sigue marginado y cuya perspectiva es desesperanzadora, mientras unos cuantos
crecen sin límites (Editorial ECA, 2006). Para muestra, un botón: Social Watch reporta que en 1995
el 66% de los frutos de la actividad económica quedaban en manos de los empresarios en forma de
ganancias, mientras que el 34% les quedaba a los trabajadores en forma de salarios; para el 2005, las
ganancias eran del 75% y los salarios del 25% (Hernández & Pérez, 2008: 124). Si esa estadística se
simplifica, se puede decir que “113.000 empresarios se quedan con 75% de lo que producen
2.591.000 personas trabajadoras” (Ibíd.). El índice Gini sitúa a El Salvador entre el 20% de los países
más desiguales del mundo, con un 0.525 (Ibíd.). En cifras reales, esto significa que en El Salvador el
20% más rico recibe más de 58% del ingreso, mientras que el 20% más pobre recibe apenas el 2.4%,
veinticuatro veces menos que los más ricos.
Otras estadísticas hablan por sí solas: entre 500 y 700 salvadoreños salen del país diariamente
en busca de una vida mejor en otras tierras; entre el año 2000 y el 2007, según el Banco Central de
Reserva, el número de hogares que reciben remesas creció casi 13 veces; el 56% de la actividad
económica del país se realiza en la economía informal; el déficit comercial ya pasó los 5 mil millones
177
de dólares (parte del cual debe ser cubierto con préstamos); y el sector agrario ha sido aniquilado
adrede y apenas ronda el 10% del PIB, lo cual obliga al país a asumir la vulnerable posición de
depender de las importaciones para poder adquirir alimentos (Moreno 2004: 51-78; Arias, 2008: 29)
Del mismo modo, las remesas familiares que los migrantes salvadoreños que viven en el
exterior, primordialmente en Estados Unidos, mandan a sus familias periódicamente, se han
convertido en el pilar fundamental de la economía. Millones de salvadoreños han emigrado del país
porque no se les ha brindado la oportunidad de un trabajo digno y un futuro mejor, y la ayuda
financiera que brindan a sus familias constituye el factor que mantiene a flote a la economía
salvadoreña. En el año 2008, las remesas totales fueron casi US$3.787 millones, una suma que llegó
casi al 20% del Producto Interno Bruto (PIB) y cubrió aproximadamente dos tercios del déficit en la
balanza comercial. Lo trágico de la situación es que los migrantes que fueron expulsados del país
mandan fondos que sostienen en pie precisamente al sistema que los expulsó, sobre todo porque más
del 86% de las remesas se usan para el consumo, lo que a su vez contribuye a alimentar la base
consumista, terciaria y de importaciones de la economía neoliberal (Moreno 2009). Por tanto, las
remesas ayudan a la reproducción de un sistema fundamentalmente injusto e insostenible.
Es indudable que la ideología de los grupos de poder ha cambiando y por lo tanto su
naturaleza y orientación funcional son diferentes. El grupo empresarial financiero que se ha logrado
imponer es un grupo neoliberal desligado casi por completo de tendencias agrarias y exportadoras.
La economía que se ha creado, basada en el capital financiero, en los servicios, en las importaciones y
que sobrevive de las remesas, da fe de ello. Pero las relaciones sociales desiguales y la rígida jerarquía
del poder, ancladas en normas históricas, se han mantenido y se han profundizado. Asimismo, la
nueva oligarquía utilizó al Estado nacional como un medio para avanzar sus intereses, un proceso
que se cristalizó en la implementación sistemática del ajuste estructural neoliberal. Entonces,
178
podemos argumentar que las características históricas del poder oligárquico, enumeradas en la
primera sección de este artículo, se han reconfigurado de forma muy similar durante la era neoliberal:
la reconfiguración de una oligarquía conformada por unas cuantas familias en su mayoría de tradición
histórica, el control casi absoluto por parte de este pequeño grupo de la economía nacional en todos
sus sectores estratégicos, su concepción patrimonialista del Estado, su sostenimiento sobre un
sistema fundamentalmente desigual e injusto basado en el despojo y la violencia solapada detrás de
una democracia liberal de fachada, su desprecio por la redistribución y la justicia social, y su
subordinación ante el poder hegemónico transnacional. Lo que cambió fue la mentalidad
instrumentalista de la económica-política que la nueva oligarquía adoptó para rearticular su poder
sobre la sociedad salvadoreña.
Conclusión
El objetivo central de este artículo fue plasmar históricamente y de forma crítica los quiebres y
continuidades de la oligarquía salvadoreña desde sus orígenes en el siglo diecinueve hasta su
consolidación como un reconfigurado grupo de poder durante la época neoliberal de la posguerra.
Es claro que la mentalidad política-económica de la oligarquía salvadoreña experimentó un quiebre
importante al desechar la tradición agraria-cafetalera en favor de un modelo neoliberal basado en las
finanzas y los servicios. Sin embargo, la orientación macro-social de esta “nueva” clase representa
una continuidad oligárquica en cuanto a su visión del desarrollo económico, la concentración de la
riqueza en pocas manos, el rol del Estado, la redistribución de la renta y la justicia social, y la
reproducción de un sistema socioeconómico basado en la desigualdad e injusticias estructurales. Los
medios cambiaron, pero las consecuencias del ejercicio del poder oligárquico se han reproducido e
incluso se han exacerbado.
El estudio de este proceso de consolidación oligárquica es importante por tres razones. La
primera es histórica-conceptual. Para reiterar, el nuevo bloque de poder oligárquico se ha levantado
de las cenizas de la vieja oligarquía cafetalera con un carácter económico nuevo (el neoliberal), pero
su mentalidad política permanece presa de las huestes excluyentes y del hambre de poder que
caracterizaron a “lo oligárquico” históricamente. El Salvador es un país que siempre ha sido
gobernando por atroces tendencias oligárquicas, y la clase dominante ha visto al país como su
inalienable propiedad privada. La nueva oligarquía representa la continuidad de esta tendencia, ahora
con un aura de supuesta modernidad, que también marca contundentemente las fronteras que
dividen a los ganadores de los perdedores del sistema.
La segunda razón es política. Se ha venido anunciando desde 1992 que supuestamente el país
vive una democracia que goza de libertades y a la que se debe defender, pero los grandes
beneficiarios de ésta son los mismos de siempre. Una verdadera democracia no puede crecer
mientras un reducido grupo la manipula por conveniencia propia y se utiliza al Estado como
180
instrumento de clase en aras de fortalecer y consolidar sus privilegios. Como país que sigue luchando
para construir una democracia al menos medianamente decente y alcanzar un mejor nivel de
desarrollo integral, los salvadoreños y salvadoreñas deben preguntarse cuál es la clase de sociedad
democrática que quieren: si la minimalista, donde votar es suficiente, o la que empodera al ciudadano
común mediante canales participativos y promueve la acción en los diferentes ámbitos de la vida
política. La existencia de esta oligarquía reconfigurada incide en esta decisión, porque al final la
democracia tiene que ver con la administración y ejecución del poder mismo.
Finalmente, existe una tercera razón, la socioeconómica. Este bloque de poder es una
estructura que aglutina un descomunal poder económico y, por consiguiente, una influencia política
aplastante que ha sido capaz de moldear al Estado salvadoreño para usarlo a su antojo. Los nuevos
oligarcas controlan un gran capital (relativamente importante tomando en cuenta el tamaño del país)
que ahora es permeable a las fronteras nacionales y se expande regionalmente de forma creciente.
Esto también ha llevado a la reproducción y exacerbación de las desigualdades históricas padecidas,
lo que a su vez incide en el desarrollo de un país con mayor justicia social y oportunidades para
todos.
181
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consultado en http://www.rebelion.org/hemeroteca/economia/casencion040602.htm
Zamora, Rubén (1998). El Salvador: Heridas que no Cierran: Los Partidos Políticos en la Post-
guerra, FLACSO-El Salvador, San Salvador.
184
Foto: Entierro de Schafik Handal.
Fuente: http://cronicadesociales.org
185
LA MEMORIA MILITANTE: HISTORIA Y POLÍTICA EN LA
POSGUERRA SALVADOREÑA*
RALPH SPRENKELS**
Junto con los conflictos en Guatemala y Perú, la guerra civil salvadoreña ha sido uno de los
peores episodios de atropello a los derechos humanos en la historia reciente de América Latina. En
1992, la firma de los Acuerdos de Paz logró por fin terminar con un enfrentamiento armado que
había desembocado en un virtual empate militar entre ejército e insurgentes marxistas. Importantes
reformas políticas e institucionales emanaron de los acuerdos, incluyendo la depuración del ejército y
la constitución de una nueva Policía Nacional Civil (Costa, 1999). La transición democrática
salvadoreña ha sido exitosa en el sentido de que la derecha y la izquierda, los antiguos enemigos
enfrentados en la guerra, hoy participan de elecciones periódicas, generalmente aceptan los resultados
de estos comicios y, en la práctica, entre ambos reparten importantes cuotas de poder, sin que el país
haya perdido su gobernabilidad. Sin embargo, los niveles de polarización política han sido muy altos,
sobre todo en el desarrollo de las campañas electorales. En la dinámica de disputa por el poder entre
la derecha y la izquierda también los años de la posguerra han sido testigos, en varias ocasiones, del
aparecimiento fugaz del fantasma de la violencia política.
El presente artículo examina cómo, tanto la derecha como la izquierda, con la bandera de la
memoria como herramienta para entender el presente, construyen narrativas mitologizadas de sus
respectivos líderes históricos. Bajo los embates de la política, distintas interpretaciones históricas del
papel de los organizaciones políticas y sus líderes en el contexto de la guerra civil son movilizadas de
manera frecuente y enfática. La disputa pública sobre el significado histórico de la guerra aparece con
mayor intensidad en tiempos de campañas electorales, cuando los partidos políticos se esfuerzan por
desacreditarse mutuamente aludiendo a su pasado violento.
Una parte importante de la producción académica reciente sobre memoria histórica en
América Latina se centra en la dicotomía entre el “olvido” propuesto en la historia oficial y una
“lucha por la verdad y la justicia” realizada por opositores, familiares de víctimas de abusos de
derechos humanos y grupos de la sociedad civil que buscan romper la hegemonía de esta historia
oficial.1 Tal como lo retrata este artículo, la pugna por la memoria que realizan militantes de derecha
y militantes de izquierda alrededor de las dos figuras históricas apunta a que, en el caso de El
Salvador, la situación tiende a ser más compleja. Más bien, parecen existir, en el país, dos grupos con
capacidad de construir una interpretación histórica hegemónica en sus propios círculos de influencia;
círculos que por demás son sustanciales en cantidad de adeptos y recursos de diversos tipos y que
juegan papeles determinantes en la vida social, política y económica del país. Estos circuitos gravitan
* Este texto fue publicado originalmente en Eduardo Rey Tristán y Pilar Cagiao Vila (eds) (2011) Conflicto,
memoria y pasados traumáticos: El Salvador contemporáneo, Santiago, Universidad de Santiago de
Compostela. El autor agradece el permiso otorgado por los editores para la reproducción de este artículo en el
presente volumen.
** Ralph Sprenkels (1969) es candidato al doctorado en antropología política y estudios del conflicto en la
2 En todo el artículo las citas procedentes de originales en inglés han sido traducidas por el autor.
187
salvadoreña, en términos generales, se ha hecho más conservadora y se ha alejado de los debates
políticos, pero la figura de Monseñor Romero sigue estando omnipresente en las iglesias y en el país.
Por ejemplo, miles de salvadoreños usan camisetas con su imagen, que también se encuentra pintada
en paredes de incontables barrios populares y pueblos. Circulan decenas de libros dedicados a su vida
y martirio.3 Cada año se realiza una marcha conmemorativa a la catedral metropolitana que termina
con una misa y una vigilia, en las cuales participan miles de feligreses así como personas
políticamente afines a la izquierda. En la década de los ochenta y los noventa, Romero era la figura
más activamente promocionada en el trabajo de rescate de la memoria histórica realizado en el país.
Hoy en día, la figura de Monseñor Romero sigue inspirando a miles de salvadoreños para denunciar
injusticias, confrontar a los poderosos con la verdad y mantener una opción preferencial por los
pobres. Pero, como señalan Anna y Brandt Peterson, mientras antes la memoria del martirio
constituía prácticamente un llamado a la guerra, hacia el final de las casi dos décadas de dominio
neoliberal, el significado concreto de este martirio se ha vuelto más difuso, y “su poder de motivar
activismo e inspirar esperanza ha menguado” (2008: 536). En este contexto, otras dos figuras
históricas con características bastante distintas han sido sujetos de procesos paralelos y contrapuestos
de reivindicación mnemónica4. Detrás de ambas figuras se encuentra el apoyo de grupos importantes
de activistas que intentan posicionarlas en el imaginario de la población como líderes trascendentales
de la historia reciente. Se trata de Roberto D’Aubuisson y Schafik Handal.
De los dos, D’Aubuisson tal vez sea el candidato a gloria eterna más sorprendente, sobre todo
para un lector que no provenga de El Salvador. Graduado de la escuela militar, D’Aubuisson tuvo
varios cargos en la Guardia Nacional, donde llegó al grado de mayor. En los años setenta fungió
como jefe de la Agencia Nacional de Seguridad Salvadoreña (ANSESAL), el órgano de inteligencia
del Estado, que en este período jugó un papel importante en la persecución de opositores políticos.
Numerosas fuentes lo señalan como el dirigente de los infames “escuadrones de la muerte” 5, grupos
paramilitares financiados principalmente por salvadoreños adinerados preocupados por la “amenaza
comunista”, que actuaban con impunidad y a menudo al amparo de la Fuerza Armada y los Cuerpos
de Seguridad (Armstrong y Rubin, 1983). La persecución violenta y desenfrenada contra supuestos
“subversivos” realizada por los escuadrones causó miles de muertes a lo largo y ancho del país,
principalmente entre 1978 y 1982, y fue un factor determinante en la dinámica de escalamiento del
conflicto armado (Cabarrús, 1983). Una comisión oficial de las Naciones Unidas lo declaró
responsable a Roberto D’Aubuisson de ordenar el atentado que terminó con la vida de Monseñor
Romero, arzobispo que fue asesinado mientras decía misa en una capilla en San Salvador (Naciones
Unidas, 1993). Para D’Aubuisson -virulento anti-comunista-, la iglesia católica sufría la infiltración de
curas comunistas, mientras que a los partidarios de la Democracia Cristiana (PDC) de su país, un
partido centrista, los tildaba de sandías: verdes por fuera, rojos por dentro. 6 En su visión, incluso el
3 Algunos ejemplos son: Erdonzaín (1980), Delgado Acevedo (1986), Brockman (1989), López Vigil
(1993), y Cavada (2005). También se encuentra publicado el diario de Romero (2001) y varias complicaciones
con homilías y otros textos (por ejemplo, Romero, 1987).
4 El concepto enfatiza el contexto grupal e identitario en el cuál se socializan las cosas que deben ser
recordadas y las que deben ser olvidadas. Vease Misztal, 2003: 14-20.
5 Ejemplos de publicaciones académicas sobre El Salvador que hablan del papel de D'Aubuisson en la
contrainsurgencia y de su relación con los escuadrones de la muerte son: Montgomery (1995), McClintock
(1985), Dunkerley (1982), Menjívar Ochoa (2006). Ejemplos de trabajos periodísticos que abarcan este tema
son: Didion (1983). El volumen “Los Escuadrones de la Muerte en El Salvador” recoge cinco reportajes
periodísticos publicados en medios de comunicación en los Estados Unidos a lo largo de los 80 (Anónimo,
2004).
6 'Verde' era y es el color que identifica al Partido Democráta Cristiano de El Salvador. Véase, por
ejemplo, http://www.centroamerica21.com/edit/25-21/perso1.html
188
Partido Demócrata de los Estados Unidos era controlado por la conspiración comunista
internacional.
Con la Alianza Repúblicana Nacionalista (ARENA), partido político que fundó en 1981,
D’Aubuisson llegó a ocupar la presidencia de la Asamblea Legislativa del país en 1982. En 1984, en
plena guerra civil, compitió en elecciones presidenciales contra Duarte, el candidato del PDC, contra
la cual perdió. En las siguientes elecciones presidenciales, cinco años después, ARENA ganó la
presidencia con la candidatura del empresario Alfredo Cristiani. D'Aubuisson falleció en febrero del
1992, a un mes de haberse firmado la paz, a causa de un cáncer.
Aunque ciertamente menos controversial que D’Aubuisson, Schafik Handal tampoco es una
figura libre de polémica. Secretario general del Partido Comunista Salvadoreño (PCS) a partir de
1973, durante la década de los setenta los grupos insurgentes, en pleno auge, lo criticaban
fuertemente por acatar la línea oficial de Moscú, que insistía en la participación electoral a pesar del
fraude y que condenaba la lucha armada. El PCS fue el último de las organizaciones políticas en
sumarse a la lucha armada, cuando ya el país vivía una situación de violencia generalizada en 1979. A
partir de la fundación del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), en octubre
de 1980, Schafik integró su Comandancia General junto con los máximos dirigentes de otras cuatro
organizaciones guerrilleras7. El mayor y políticamente más experimentado de los cinco comandantes
del FMLN, Schafik Handal, conocido en esta época como “el comandante Simón”, comenzó a tener
mayor protagonismo a partir de las negociaciones de paz (1990-1992) y la conversión de la
organización guerrillera en un partido político (1992-1994). El informe de la Comisión determinó la
responsabilidad de la comandancia general del FMLN, incluyendo Schafik Handal, en hechos de
violencia que violaban el derecho internacional humanitario. La comisión propuso una inhabilitación
que consistía en que todas las personas implicadas en el informe debían “quedar inhabilitadas para el
ejercicio de cualquier cargo o función pública por un lapso no menor de diez años” (Naciones
Unidas, 1993: 314). El FMLN decidió no acatar la recomendación y, en 1994, Handal fue candidato a
alcalde de San Salvador por el FMLN, elección que perdió. En 1997, el PCS resultó implicado en
casos de secuestro de personas adineradas para lograr rescate. Los secuestros comenzaron en los
últimos dos años de la guerra y, para sorpresa de muchos, luego de los Acuerdos de Paz, una célula
clandestina aparentemente no se desmovilizó y siguió cometiendo este tipo de hechos, culminando
con el secuestro de Andrés Suster, un adolescente perteneciente a una familia adinerada, en
septiembre de 1995. Cuando salió a luz la participación de antiguas estructuras del PCS en los
secuestros, la prensa de derecha arremetió contra Schafik quien finalmente en el juicio que se dio
sobre el caso no resultó implicado personalmente, aunque sí hubo una orden de captura en contra
del comandante Marcelo, otro integrante de la Comisión Política del PCS.8
Con el tiempo, el liderazgo de Handal, que a partir de 1997 fungió como diputado y jefe de
fracción del FMLN, comenzó a ser determinante en las pugnas internas entre diferentes tendencias y
grupos en el FMLN. El grupo que lideraba Handal finalmente impuso su dominio sobre las otras
facciones en el partido, la más importante de estas conocida como “los renovadores”, a partir de
2003, año en el cual también se definió la candidatura presidencial de Handal. Luego de una campaña
tensa y llena de propaganda sucia, sobre todo de parte de la derecha, Handal perdió las elecciones
presidenciales del 2004 en primera vuelta y con una considerable diferencia con Antonio “Tony”
Saca, el candidato de ARENA. Handal murió de un ataque cardíaco en al aeropuerto internacional de
7 El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) acogió a cinco diferentes
organizaciones político-militares. Las dos organizaciones de mayor tamaño y desarrollo eran las Fuerzas
Populares de Liberación (FPL) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Los otros grupos eran la
Resistencia Nacional (RN), las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), brazo armado del partido Comunista de
El Salvador (PCS), y el Partido Revolucionario del los Trabajadores Centroamericanos (PRTC). Para un
estudio histórico sobre la insurgencia salvadoreña, véase Kruijt (2008).
8 El comandante Marcelo nunca fue capturado y a la fecha aún se encuentra prófugo de la justicia.
189
El Salvador, cuando regresaba de un viaje a Bolivia, el 24 de enero del 2006. Su muerte provocó una
gran cantidad de manifestaciones de luto en el país y su entierro se convirtió en un evento
multitudinario.
Como veremos, las narrativas construidas a alrededor de D'Aubuisson y Handal no apelan
tanto a la capacidad de sacrificio, como sucede en el caso de Romero, sino que tienden a enfatizar la
capacidad de acción que tuvieron estas dos personas para empujar los destinos de la nación. El
conflicto armado aparece representado como un episodio lamentable que, sin embargo, constituyó el
nacimiento de la nación moderna, nación en la cual la figura de cada bando ocupa un sitio
correspondiente a un prócer moderno.
190
La reinvidicación de Roberto D’Aubuisson
Pero hay otra dimensión en el trabajo de Galeas que va más allá de la polémica sobre la verdad
de los hechos. Se trata de un trabajo que busca reinvidicar la figura histórica de D'Aubuisson, en vista
de que “ya es hora de abrir puertas a la memoria” (2004: 2). Es una reconstrucción que trata de
“dibujar el rostro de uno de los personajes más polémicos” con el objetivo de “disipar las sombras”
(2004: 2), sombras generadas en parte por “la izquierda y grupos afines (que) montaron
deliberadamente una campaña sucia de mentiras y exageraciones contra él”, una campaña en la cual
el propio Galeas admite haber participado en el 1982 (2004: 44). Y en este afán, intencionalmente o
no, la publicación ayuda a limpiar la imagen de D'Aubuisson y asignarle el estatus de prócer de la
nación salvadoreña moderna.
En los años de la posguerra, varias publicaciones se han tomado la tarea de posicionar a
D'Aubuisson como el líder político determinante en la historia reciente de El Salvador. David
Escobar Galindo, el más prominente intelectual de derecha en el país, calificó a D'Aubuisson como
un “imán controversial” (2002: 87). “En el momento histórico preciso, su mensaje valiente,
desgarrado y virulento galvanizó a la derecha [...]. D'Aubuisson logró convertir a una derecha
militarizada por dependencia en derecha militante por necesidad. [...] Aquel personaje, que
inevitablemente aparece siempre sobre un trasfondo en claroscuro, está ya – también inevitablemente
– en el friso de la historia” (2002: 87).
Su admiración hacia D'Aubuisson fue lo que le motivó a Malena Recinos Martínez, una
periodista jubilada de La Prensa Gráfica, realizar el primer intento de biografía del mayor. El folleto,
que cuenta con 76 páginas y un tiraje de 10.000 ejemplares en 1998, tiene las características de una
hagiografía dedicada a la vida y “lucha cívica”9 de D'Aubuisson. Recinos asegura al lector que “el
contenido de este libro es plenamente cierto” y que se encuentra “respaldado por esa historia que
está escrita en la vida misma de todos los salvadoreños” para luego proceder a narrar las múltiples
cualidades de D'Aubuisson. Lo retrata como un hombre “sencillo, humilde”, un “cristiano
excepcional” que “nunca defendió intereses [...] personales”. El ser perseguido por sus ideales le llevó
al exilio y le hizo llorar “lágrimas de un real hombre, porque a pesar de no tener como darle de
comer a sus hijos, ni como pagar una casa, seguía adelante” 10.
Según Recinos, D'Aubuisson era un “ciudadano fuera de serie” 11 que “siempre estaba atento a
atender al pueblo”; un hombre con un “carisma” que “contagiaba a hombres y mujeres y a dónde él
llegaba, las multitudes se volcaban y lo vitoreaban como a una estrella de cine”. Se trataba de un
“aguerrido y valiente político, sin dobleces” que motivado por “ese amor por El Salvador [...] que lo
mantenía con un impulso que contagiaba” se hizo rodear por “nacionalistas puros que exponen,
frente a la irracionalidad del fanatismo de nuestros adversarios, hasta su vida” ya que “varios de ellos
han caído en la defensa de sus ideales libertarios” y califican como “héroes del nacionalismo”. En el
capítulo titulado “Propaganda Sucia”, Recinos explica que “los del PDC” eran los que “con más
fuerza lo acusaban de atrocidades como el asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Sobre eso
D'Aubuisson afirmada: 'ellos saben quién mató a Monseñor y me tiran el muerto a mí para que el
pueblo me rechace. Si eso fuera cierto, ya me tendrían en la cárcel, pero saben que es una mentira de
ellos’”.
9 Las citas que siguen en este párrafo corresponden a páginas varias de Recinos (1998),
respectivamente: 4, 6, 6, 70, 75, 44, 23.
10 Luego de su arresto el día 7 de mayo de 1980 en la finca San Luis, bajo la acusación de conspirar para
realizar un golpe de Estado, Roberto d'Aubuisson y varios de sus colaboradores cercanos se exiliaron en
Guatemala. Retornó públicamente a El Salvador finales de 1981 para comenzar a trabajar para la campaña
electoral de 1982, en la que participaría el partido ARENA y se haría de 19 de los 60 escaños disponibles. Para
un relato detallada de los acontecimientos de esta época, vea Menjívar Ochoa (2006).
11 Las citas que siguen en este párrafo corresponden a páginas varias de Recinos (1998),
respectivamente: 44, 33, 44, 74, 70, 33.
191
Con un tono más místico, el libro Cruzando el imposible de Ricardo Valdivieso (2008) retrata la
historia de la lucha anticomunista y la fundación de ARENA como una auténtica saga heroica, donde
un pequeño grupo de jóvenes nacionalistas, encabezados por el mayor D'Aubuisson, logran salvar la
Patria de la amenaza comunista. En esta lectura, D'Aubuisson es quien crea “las condiciones que
conducen a una resolución evolutiva del conflicto” (2008:19), constituyéndose como el artífice de
una paz que consistió en superar las intervenciones extranjeras que amenazaron al país. Después de
enumerar una larga lista de injerencias foráneas que según el autor causaron y agudizaron el conflicto
armado en El Salvador, el libro concluye que “no hubo guerra civil en El Salvador; más bien se
perpetuó la estafa más grande en la historia del país” (2008: 242). En su visión, los grandes males que
aquejaron al país se originaron en los extranjeros que se aprovecharon y lucraron con la situación de
El Salvador; para Valdivieso, en términos generales, los salvadoreños se redimen de culpas.
Respecto al D'Aubuisson, el libro afirma que él “personificó la más grande aventura de nuestra
República desde su concepción [...]. El sueño de Roberto D’Aubuisson constituye el sentimiento que
el primer ser humano tuvo al levantar su vista al firmamento en una noche oscura y viendo las
estrellas con su luz y gloria, se llenó de esperanza para emprender el vuelo hacia lo infinito; sin
embargo, ese vuelo astral de un hombre con los pies en el barro significaba un gran sacrificio,
grandes riesgos y grandes sufrimientos, elementos que daban valor agregado y dignidad a este
soñador” (2008: 196).
En otra publicación similar, David Ernesto Panamá afirma que “A medida que las acciones de
denuncia en contra de los terroristas [del FMLN] continuaban, la personalidad de Roberto
D’Aubuisson se ganaba la simpatía y aprecio del pueblo (…)” (2005: 53). También Panamá describe
su participación en el grupo de jóvenes nacionalistas. En este contexto, “mientras los terroristas
destruían todo a su paso”, D'Aubuisson y los suyos se entregaron a una “ardua lucha” agravada por
el hecho de que “el manejo de los medios a nivel mundial estaba bajo control total de los terroristas”
(2005: 57). De D'Aubuisson destaca su “humildad” y lo describe como una persona “de carácter
jovial”, y con una capacidad de trabajo que “no conocía límite de tiempo ni el cansancio. [...] Era un
hombre que amaba la libertad y los valores occidentales, y siempre estuvo dispuesto a ofrendar su
vida por ellos y por su pueblo” (2005: 195-6).
Los libros no son el único medio usado por sus seguidores para lograr la edificación del mito
de D'Aubuisson. El partido ARENA dedica sendos esfuerzos y recursos a la promoción de la imagen
de su fundador, a quien califica como “el salvadoreño más nacionalista, que con su visión nos guió
por el sendero de la libertad, en los momentos en que la patria peligraba por las acciones de los
enemigos de la paz”12. Antiguo Cuscatlán -el municipio más próspero del país y la única alcaldía del
área metropolitana de San Salvador en manos del partido ARENA desde los años ochenta a la
actualidad- cuenta con una rotonda con una plaza interior que lleva su nombre. La plaza consiste de
una inmensa asta que iza la bandera nacional, rodeada con placas de mármol que recogen las cuatro
frases más usados por el mayor D'Aubuisson en su lucha anticomunista13. Su mausoleo en el
cementerio general de la capital edificado en los colores del partido ARENA muestra un busto con la
leyenda “Mayor Roberto D’Aubuisson Arrieta. Presente por la Patria”. Imágenes de D'Aubuisson
están omnipresentes en las sedes del partido ARENA, que se encuentran en casi todos los
municipios del país, y algunas sedes cuentan con su propio busto del líder. En tiempos de elecciones,
imágenes de líder histórico y referencias a sus supuestos servicios invaluables a la patria permean la
propaganda política de ARENA.
y otro artículo de opinión del docente universitario Carlos Gregorio López Bernal en el periódico digital El
Faro de 07/03/2010: http://www.elfaro.net/es/201003/opinion/1315/ ).
18 Inauguración de la Casa Museo Schafik Handal, San Salvador 13/03/2010, transmitido en vivo por
Radio Mayavisión.
19 En inglés: “standard stories”.
196
Debemos tomar en cuenta que es la misma “interacción social [que] genera estas historias que
justifican y facilitan la continuidad de la interacción social, pero lo hace dentro de los límites puestos
por las historias que las personas comparten como consecuencia de interacciones previas” (Tilly,
2002: 39). De ahí la importancia estratégica que tiene para los actores políticos incidir en la
traducción de los procesos sociales y políticos vividos en historias estandarizadas. Las categorías
identitarias que adquieren importancia social y política, que movilizan votos e incluso ejércitos, no
surgen espontáneamente, sino que se gestan y se modifican continuamente a partir de procesos de
interacción social (Reger, Einwohner y Myers, 2008). La política requiere una labor intensa y
continua de construcción de identidad. En interminables reuniones, intervenciones públicas,
entrevistas, boletines, pinturas, cuñas radiales, anuncios televisivos, libros, etc. este trabajo de
identidad es, en el fondo, a lo que juegan los políticos. Y la materia prima por excelencia de esta labor
se llama la memoria.
20 Textos de los himnos oficiales vigentes del FMLN y ARENA, respectivamente. Estos himnos se
cantan rutinariamente en los eventos partidarios.
197
menudo están íntimamente relacionadas con su pertenencia al partido. En los diferentes ámbitos
donde estas personas operan, un parte importante de su labor es precisamente la promoción de la
interpretación de la historia oficial que promueve su partido y la censura de los puntos de vista que
difieren de esta oficialidad.
En este sentido los trabajos de la memoria alrededor de D'Aubuisson y Handal tienen dos
destinatorios principales: el externo, “el pueblo” a quien quieren convencer de las virtudes del
hombre que personifica un marco de interpretación de la historia y la realidad del país, y el
destinatario allegado o interno, para el cual la memoria sirve como un supuesto recordatorio de la
línea correcta que deben seguir el partido. Por ejemplo, Panamá expone que su obra fue creada para
“reencausar la línea original de ARENA 'del pueblo y para el pueblo'”, que en versión del autor se
había perdido en el 1999 (2005: 205). De la misma manera, al interior del FMLN, Handal es
promovido como un guardián de la línea “correcta”.
Tal como nos muestra la reseña anterior, los militantes salvadoreños de ambos partidos se
toman la licencia de escribir la historia de manera tal que logran una síntesis casi perfecta de ésta con
su posición política (actual). Las interpretaciones que proponen deben tener la capacidad de incidir
en el público, pero también de aglutinar y disciplinar a los partidarios. Tres circunstancias le facilitan
esta tarea a los militantes. La primera es la carencia en el país tanto de una historiografía abundante y
seria, como del acompañamiento de ésta por una institucionalidad académica independiente capaz de
interrogar sistemáticamente a las versiones propuestas por los militantes. La segunda consiste en la
incapacidad del sistema judicial de impartir justicia basándose en documentación seria con
parámetros científicos respecto a la verdad de los hechos. Esta impunidad, que ha tendido a
reproducirse en la posguerra, cobra particular relevancia para el tema de la política de la memoria con
respecto a los hechos de la guerra (Popkin, 2000). Con la excepción del caso de los jesuitas 21, no
hubo tribunales, no hubo condenas y no hubo indultos; por ende ¿quién tiene la última palabra con
respecto a lo que realmente pasó? En la posguerra salvadoreña, los militantes pugnan precisamente
por tener una voz dominante en este asunto. Finalmente, la tercera circunstancia es el peso de estas
fuerzas políticas dominantes en la vida pública del país, que posicionan al militante en lugares de
privilegio social e, incluso, económico. La debilidad de las instituciones estatales contrasta con la
fortaleza de estos dos partidos políticos. El militante bien posicionado en el partido posee poder y
comanda voluntades. Cuando los militantes salvadoreños proponen sus relatos sobre la historia, lo
que está en juego es la acumulación de fuerzas del presente y, en última instancia, también el control
y la distribución del poder al interior del partido.
Una nueva mirada al informe de la Comisión de la Verdad nos enseña que la historia oficial
que cada partido promueve, tiene importantes omisiones. Examinando cómo muchas atrocidades
han sido negadas a través de la historia, Cohen (2001) señala que, cuando el pasado no se puede
convertir en un discurso de utilidad política para los ostentadores del poder, fácilmente se recurre la
negación y el olvido. Justamente es esto lo que sucede en el caso salvadoreño. En la lectura de la
derecha, la omisión más importante es la campaña de terror que la derecha paramilitar y el ejército
salvadoreño desataron contra opositores políticos a finales de los años setenta y a principios de los
21 En la noche del 15 de noviembre del 1989, mientras el FMLN estaba realizando una ofensiva militar a
gran escala para tomar la capital, un batallón élite de la Fuerza Armada de El Salvador entró al campús de la
Universidad “José Simeón Cañas” (UCA), y asesinó al rector de esta universidad, Ignacio Ellacuría, que en
este momento era el principal intelectual de izquierda del país, junto con cinco jesuitas más, asi cómo su
empleada y la hija de la misma. Este crimen que conmovió la opinión pública nacional e internacional,
generando una enorme presión para enjuiciar a los responsables. En septiembre de 1991, el caso fue juzgado
en un tribunal salvadoreño que concluyó con la condena del Coronel Guillermo Benavides y el Teniente
Yussy Mendoza. A la fecha ellos son los únicos oficiales del ejército enjuiciados y condenados en El Salvador
por abusos a los derechos humanos en el marco del conflicto armado. Con la Ley de Amnistía, los dos
militares fueron puestos en libertad en 1993.
198
ochenta, que provocó miles de víctimas e incluyó miles de desapariciones forzadas y centenares de
masacres sistemáticas contra la población civil en general, como fue el caso de El Mozote. 22 A lo
largo de la posguerra, ARENA ha obviado, eludido o saboteado las reivindicaciones de
organizaciones de derechos humanos lo cual da cuenta de la aceptación de responsabilidades
concretas en lo que respecta a violaciones de los derechos humanos durante la guerra. 23
Del otro lado, la omisión más importante en la historia oficial propuesta por el FMLN, es la de
purgas internas que se dieron al interior del frente, en el contexto de la guerra civil, como el caso de
Mayo Sibrián en el Frente Paracentral en San Vicente, responsable de centenares de ejecuciones de
combatientes del FMLN bajo la sospecha de ser infiltrados (Wood, 2002). El informe de la Comisión
de la Verdad nos muestra que la responsabilidad de la guerrilla en violaciones a los derechos
humanos es muy inferior, proporcionalmente, a la que tiene el ejército y los escuadrones de la muerte
asociados con la derecha. Sin embargo, el FMLN tiene responsabilidad en 5% de las violaciones a los
derechos humanos registrados por la comisión, que son centenares de casos individuales, y que,
teóricamente, se pueden traducir en centenares de casos penales contra dirigentes o ex dirigentes del
FMLN. De ahí proviene el escaso entusiasmo del FMLN a lo largo de la posguerra para promover la
derogación de la Ley de Amnistía o de ahondar en investigaciones sobre hechos de violencia
ocurridos durante la guerra (Sprenkels, 2002b, 2005).
Conclusiones
Las memorias de Roberto D'Aubuisson y Schafik Handal no son productos autopropulsados.
Son el resultado de una labor ardua, consciente y dedicada de parte de aquellos que buscan hacerle
un lugar en el friso de la historia. Más que memorias, los relatos construidos alrededor de los dos
líderes constituyen mitos en proceso de elaboración que buscan gravitar identidades políticas para
favorecer la acumulación de fuerzas en el presente.
Los importantes esfuerzos que realizan ambos bandos para reivindicar la memoria de sus
líderes como parte de su lectura oficial de la historia, son un indicio del peso que sigue teniendo en la
posguerra salvadoreña los grupos políticos que se enfrentaron en la guerra, que hoy se han
convertido en los partidos políticos dominantes de El Salvador. Y son indicativos también, del peso
de la identidad militante al interior de estos partidos políticos. Como afirma Susan Sonstag: “para los
militantes la identidad lo es todo” (2003: 18). En consecuencia, los militantes buscan plasmar y
construir esta identidad echando mano de la historia, antigua y reciente. Para el caso del militante, se
aplica de una manera instrumental la afirmación de Ankersmit que “los mejores ideales y valores políticos
son aquellos que inspiran y permean la forma más convincente de narrar la historia” (2002, 3)24.
La elección presidencial de marzo del 2009 que ganó Mauricio Funes, candidato del FMLN y el
primer mandatario procedente de la izquierda que ha conocido El Salvador, sin duda generará
nuevos escenarios para la política de la memoria en El Salvador. Ya se están perfilando ciertos
cambios en este sentido. Mientras ARENA y FMLN siguen buscando fortalecer el estatus de sus
respectivos líderes históricos, Mauricio Funes, quien ha buscado ciertas distancias políticas con el
FMLN, parece estar intentando generar una lectura que promueve nuevamente la figura de
Monseñor Romero y los mártires jesuitas como los referentes históricos más importantes de la
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203
MOVIMIENTOS POPULARES Y ELECCIONES EN EL
SALVADOR, 1990-2009*
PAUL ALMEIDA**
Durante la madrugada del domingo 15 marzo 2009, unos quinientos voluntarios del partido
político FMLN se reunieron en el aparcamiento de una gasolinera ESSO en el centro de El Salvador.
Los líderes del FMLN entregaban uniformes y provisiones a sus vigilantes para supervisar las
elecciones presidenciales que iban a comenzar unas horas más tarde. Sobre las 4.30 a.m. los vigilantes
y los monitores electorales, la mayoría de los cuales parecían tener menos de treinta y cinco años, se
pusieron en fila y empezaron a desfilar algunas cuadras por la Calle 29 hacia el segundo centro mayor
de voto en la capital, el Instituto Nacional “General Francisco Menéndez” (INFRAMEN), uno de
los institutos de enseñanza más antiguos del país. Mientras caminaban cantaban y coreaban
canciones de protesta del momento álgido del movimiento popular en los años setenta, “La marcha
de la unidad” y la letra del grupo de música popular Yolocamba Ita. Parecían más un movimiento
social que un partido político institucionalizado.
Antes de que cerrasen los centros de voto a las cinco de la tarde, los rumores se arremolinaban
desde las encuestas de salida: que el candidato del FMLN, Mauricio Funes, había derrotado al
candidato del partido de la Alianza Republicana Nacional (ARENA), Rodrigo Ávila Avilés, antiguo
director de la Policía Civil Nacional. Mientras los monitores contaban los votos de las más de
doscientas mesas electorales en el centro INFRAMEN, se oían gritos al final del recuento en cada
mesa. Cuando ganaba ARENA en la mesa los monitores de este partido gritaban “¡Patria sí,
comunismo no!”.Y cuando ganaba el FMLN los voluntarios gritaban “¡Un paso al frente, con el
Frente!”.
Al fin, el FMLN ganó en más mesas que ARENA en este importante centro de voto. Antes de
las seis de la tarde celebraciones espontáneas y manifestaciones habían brotado por las calles en San
Salvador y en otras ciudades del país. En la Calle San Antonio Abad, cerca de la esquina suroeste de
la Universidad de El Salvador, cientos de jóvenes con las banderas rojas del FMLN salieron
disparados a la calle con inmensa alegría. Antes de las siete, las noticias hablaban de la victoria del
FMLN. Grandes multitudes de gente empezaban a reunirse en la plaza del redondel Masferrer, cerca
del distrito de élite Escalón, en San Salvador, donde estaba previsto que Funes se dirigiese a unas
cincuenta mil personas sobre la medianoche.
En junio de 2009, Funes asumió el poder, representando la primera transferencia pacífica del
poder a un partido izquierdista en ciento ochenta y ocho años de historia de El Salvador. 1 ¿Cómo
sucedió? La victoria sin precedente de Funes y el histórico giro se entienden mejor como el resultado
de una movilización llevada a cabo por una alianza entre el FMLN y los movimientos populares
salvadoreños. Esta alianza de partido/movimiento, forjada en los años noventa y principios de la
siguiente década, se formó bajo la presencia de dos poderosas fuerzas nacidas después de la guerra
civil: la democratización y el neoliberalismo.
* Este texto fue publicado originalmente en Eduardo Rey Tristán y Pilar Cagiao Vila (eds) (2011) Conflicto,
memoria y pasados traumáticos: El Salvador contemporáneo, Santiago, Universidad de Santiago de Compostela.
Agradecemos a los mencionados editores el permiso para la reproducción del trabajo en el presente volumen.
Una versión más detallada de este artículo se encuentra en Almeida, Paul D. (2011) Olas de Movilización Popular:
Movimientos Sociales en El Salvador, 1925-2010, San Salvador, UCA Editores.
** El autor es Doctor en Sociología (2001) por la Universidad de California, Riverside y Profesor Asociado de
2 Para estos períodos anteriores de liberalización política, véase Almeida (2008b), Gould and Lauria
(2008); Lindo, Ching y Lara (2007), y Brockett (2005).
3 Véase Stanley (1996) y Williams y Walter (1997).
4 Las bases de estos dos partidos renegados quedaron con el FMLN o volvieron más tarde como
simpatizantes.
Sobre el tema véase Zamora (1998).
205
principales en la política salvadoreña institucional. Muchos de sus dirigentes importantes con
conexiones con los movimientos populares, como Humberto Centeno, de la asociación de
trabajadores de telecomunicaciones, se involucraron en la movilización electoral del departamento de
Ahuachapán y dejaron atrás su trabajo anterior en los movimientos sociales.
Durante este período, mientras terminaba la guerra civil y el país lograba la paz, el sector de
movimiento social y las organizaciones de la sociedad civil también ajustaban sus estrategias y
alianzas según el nuevo ambiente político. Los estilos tradicionales de organizaciones laborales
intentaban enfrentarse a las medidas de austeridad de Cristiani y llevaban a cabo manifestaciones
cortas de protesta y huelgas de un día.5 Sin embargo, algunos de los conflictos mayores del período
se centraban en cuestiones pendientes de la guerra civil, como las luchas de las asociaciones de
campesinos y de las cooperativas rurales para conseguir acceso a la tierra y los ex-patrulleros que
luchaban contra el Estado empleando acciones callejeras violentas para conseguir compensaciones
indefinidas y beneficios por sus servicios paramilitares al gobierno durante la guerra civil.
Bajo la superficie, El Salvador se transformaba en gran parte en una economía política
neoliberal, sobre todo con la ejecución de una segunda generación de reformas neoliberales (Segovia,
2002). Estas nuevas reformas se centraban en la privatización, el uso del dólar y el comercio libre.
Con la presidencia de Armando Calderón Sol (1994–1999), se impusieron medidas de privatización
por medio del Programa de Modernización Estatal, que comenzaron en 1994 cuando se anunciaron
despidos en masa en el sector público (Anner, 1996). A principios de 1995 Calderón Sol anunció
planes para aumentar el IVA y para privatizar las telecomunicaciones (ANTEL), la red de la potencia
eléctrica y el fondo de pensiones del Estado. Los movimientos populares y el FMLN se enfrentaron
a estas reformas manifestándose por las calles en masa durante aquel año, pero estas manifestaciones
no tenían la capacidad de llevar a cabo una campaña unificada de la oposición, dado el período de
ajuste en el ambiente neoliberal emergente.
En las elecciones locales, parlamentarias y presidenciales de 1994, el FMLN se había
establecido como un partido político sustancial, aunque todavía en minoría, obligando a ARENA a
una segunda vuelta en las elecciones presidenciales, y ganando veintiún escaños de los ochenta y
cuatro de la legislatura unicameral. El FMLN ganaba popularidad, y en las elecciones de 1997 venció
en cincuenta y un gobiernos municipales y ganó veintisiete escaños legislativos, igualando casi el
poder parlamentario de la ARENA (Spence, Lanchin y Thale, 2001). El partido también triunfó al
elegir al Dr. Héctor Silva como alcalde de San Salvador. A pesar de estos aumentos sin precedentes
de una organización política izquierdista en El Salvador, se vio incapaz de atraer el apoyo masivo
necesario para ganar unas elecciones presidenciales, perdiendo en la primera vuelta tanto en 1999
como en 2004. No obstante, a finales de los noventa surgió una nueva ola de actividad en los
movimientos sociales, que ayudaría al FMLN a mantener su base electoral en las elecciones de los
años 2000, 2003 y 2006.6
Sin embargo, la mayor parte de la resistencia en los sectores populares entre 1995 y 1998 se
disputó en cada sector por separado: los trabajadores en las telecomunicaciones lucharon contra la
privatización, la ATMOP (Asociación de los Trabajadores del Ministerio de Obras Públicas) puso
resistencia a los despidos en masa, los trabajadores de las pensiones estatales (SITINPEP) atacaron a
la privatización de las pensiones y las ONG en defensa de los consumidores se opusieron al IVA
regresivo y a aumentos en el precio de la luz. En la mayoría de los casos, los sectores populares no
unificaron sus luchas para hacer una campaña más grande, a la vez que su aliado principal dentro del
parlamento, el FMLN, no tenía el capital político para impedir que estas medidas se aprobasen en la
legislatura. No obstante, el equilibrio en el poder empezó a inclinarse a favor del movimiento popular
5 Estas batallas de principios de los noventa incluían coaliciones de movimientos populares como el Inter-
Gremial y UNASTEMA, los cuales lucharon en contra del cierre de la IRA y de los despidos masivos en el
sector público bajo el primer gobierno ARENA.
6 Sobre la cuestión electoral véase Artiga (2004).
206
y del FMLN a finales de 1999, cuando el gobierno intentó privatizar un sector clave de la economía
salvadoreña: el sistema de la Salud Pública.
Poco después de asumir el cargo, Francisco “Paco” Flores, el tercer presidente consecutivo de
ARENA (1999-2004), perseguía una iniciativa que comenzó a mediados de los años noventa con la
asistencia del Banco Mundial y del Banco de Desarrollo Interamericano para externalizar los servicios
de la primera institución médica, el Instituto Salvadoreño de Seguridad Social (ISSS). Los médicos
del ISSS –que acababan de formar un sindicato en 1997 (SIMETRISS) y habían lanzado una huelga
con éxito en 1998 para mejorar el sueldo y para tener más voz a la hora de reestructurar las iniciativas
del sistema de salud– unieron fuerzas con el sindicato de los trabajadores del ISSS (STISS). Su
campaña combinada de protesta tuvo resultados muy diferentes a los episodios de resistencia de los
noventa. De forma más destacada, efectivamente formaron amplias coaliciones con otros grupos de
la sociedad civil y con el FMLN.7
Esta nueva y exitosa coalición surgió en su mayor parte de un cambio en la estructura de la
sociedad civil salvadoreña a finales de los años noventa. Después de las campañas aisladas de los
sectores individuales a mediados de la década, se fundaron varias alianzas de grupos y sectores
múltiples. En el sector de la salud pública surgió la Comisión Tripartita en 1998 para su defensa, la
cual incluía al recién formado sindicato ISSS, los médicos del sistema hospitalario general y el
Colegio Médico (la Asociación de médicos profesionales). En el sector laboral, el Movimiento de
Organizaciones Laborales Integradas (MOLI) reunió a más de una docena de sindicatos del sector
público, mientras el Comité Coordinador de Sindicatos de los Trabajadores Salvadoreños (CSTS)
unió a los trabajadores del gobierno, de la construcción, maquiladoras y a los trabajadores informales.
Estas dos coaliciones se unieron luego con los empleados municipales, los profesores y varias
organizaciones importantes más allá del trabajo urbano (incluyéndolas organizaciones universitarias
estudiantiles más destacables, las asociaciones de campesinos y las confederaciones comunitarias)
bajo una estructura paraguas de la Concertación Social y Laboral (CLS), formada en junio 1999 para
contrarrestar la privatización del sector estatal, la represión del Estado, el descenso del salario
mínimo e impedir las leyes de flexibilidad laboral. En el sector de las ONG, una organización
importante coordinadora, el Foro de la Sociedad Civil, ya se había formado en la resaca del Huracán
Mitch. Contaba con por lo menos cincuenta ONG, incluyendo las asociaciones agrícolas más
importantes y federaciones rurales de cooperativas, así como asociaciones de las comunidades
rurales.
Por tanto, y en vísperas de la primera huelga de los sanitarios en contra de la privatización,
había tenido lugar una reestructuración importante en la sociedad civil salvadoreña en la que se
aliaron docenas de organizaciones de trabajadores, campesinos, estudiantes, profesionales y de la
defensa del consumidor. Los médicos y trabajadores de la Salud Pública utilizaron esta enorme red
nueva de asociaciones cívicas para lanzar dos de las huelgas más importantes en la historia
salvadoreña y uno de los esfuerzos más largos de resistencia en contra de la privatización en
Latinoamérica.
La primera huelga en contra de la privatización de la salud pública surgió en noviembre de
1999 y duró hasta el siguiente mes de marzo de 2000. La campaña pacífica de protesta constaba de
docenas de marchas en masa en las ciudades y pueblos principales. Algunas movilizaron hasta
cincuenta mil participantes. Esta ronda de movilizaciones destacó por la participación de grupos
múltiples además del propio del sector sanitario. Los campesinos de Chalatenango y la región baja
del Río Lempa utilizaron autobuses para llegar en masa; los sindicatos del sector público realizaron
por lo menos una docena de huelgas solidarias; y la comunidad de la ONG formó una coalición ad
hoc de treinta grupos para apoyar la huelga. Ante esta resistencia en aumento, el gobierno se vio
obligado a echarse atrás y a negociar con la STISSS y a SIMETRISSS.
208
incluso la represión policíaca). En abril 2004, las fuerzas de la policía detuvieron a líderes importantes
de la STISSS durante el intento de ocupar la catedral metropolitana de San Salvador. Un año más
tarde, el gobierno expulsó del país a un médico especialista de la SIMETRISSS. La policía seguía
hostigando a los vendedores callejeros de CDs y DVDs pirateados que intentaban ganarse unos
pesos, dado que violaban las reglas del CAFTA. Después de un insólito tiroteo entre la policía y
manifestantes delante de la Universidad Nacional de El Salvador en julio 2006, el gobierno aprobó la
“Ley especial contra actos de terrorismo”. Se tardó poco en utilizarla en contra de los manifestantes
de las principales ONG que colocaban barricadas en las carreteras cerca del pueblo de Suchitoto, en
una campaña contra la privatización del agua en julio 2007. El gobierno de ARENA también ganó
popularidad en el corto plazo entre 2003 y 2005 con sus programas “Mano Dura” y “Súper Mano
Dura” contra las pandillas callejeras, que incluyeron capturas masivas en zonas pandilleras urbanas y
suburbanas.8
Bajo la presión que significaban las leyes gubernamentales más severas contra las protestas
públicas colectivas y otras razones, los movimientos populares no podían generar el nivel de
movilización que habían conseguido con anterioridad para las dos campañas en defensa de Salud
Pública. Mientras tanto, la capacidad del FMLN para mantener su representación en los municipios y
parlamento desde principios a mediados de la década preparaba el camino para unas elecciones
presidenciales sorprendentes. En agosto de 2007, en vísperas del comienzo de la campaña
presidencial, el FMLN invitó a varias organizaciones cívicas, movimientos sociales y ONG a los
salones de la Asamblea Legislativa para que tuviera lugar un foro especial para exigir un proyecto de
ley nacional que impediría que se privatizara el agua. El jefe de la facción parlamentaria del FMLN,
Salvador Sánchez Cerén, próximo candidato a la Vicepresidencia, suplicó a los asistentes activos en el
sector del movimiento social: “la lucha venidera para defender el agua va a exigir la lucha y muchas
movilizaciones en las comunidades”.9
A finales de 2007, el partido ratificó a Mauricio Funes y Sánchez Cerén como candidatos
presidencial y vicepresidencial, respectivamente, por el FMLN. Funes, famoso ex periodista con
décadas de experiencia en la televisión salvadoreña, no era un militante activo en el partido. Sánchez
Cerén comenzó la participación en el movimiento popular a finales de los años sesenta como líder
local del sindicato de profesores ANDES-21 de Junio en el Departamento de La Libertad. También
era uno de los líderes de más categoría en las antiguas Fuerzas Populares de Liberación (FPL), una de
las organizaciones que dio lugar en 1995 al FMLN como partido político único.
Los candidatos del FMLN empezaron la campaña en el estadio de fútbol Cuscatlán el 11
noviembre 2007, con la asistencia de unas cincuenta mil personas y con una antelación de año y
medio a las elecciones de marzo 2009 (ARENA no eligió la lista de candidatos hasta marzo 2008). La
campaña de Funes aprovechó bien los diecisiete meses de los cuales disponía. El FMLN lanzó la
Caravana de la Esperanza (haciendo eco del mantra de la campaña de la esperanza de Barack Obama
en los Estados Unidos). Esta viajó a través de múltiples municipios todos los fines de semana
emitiendo su mensaje. Los mítines eran similares a las reuniones de protesta de los movimientos
populares, con los mismos eslóganes y canciones de protesta. También había muchísimas canciones
nuevas escritas únicamente para las elecciones.
La campaña de Funes también consiguió el apoyo de las emisoras locales. Una emisora con
alcance nacional era Radio Mi Gente, fundada por un ministro evangelista salvadoreño recién
repatriado. Esta emitía a diario a favor del cambio social y destacaba sin cesar los males sociales y
económicos que atormentaban las clases populares, incluyendo la violencia de las pandillas, la
corrupción oficial, y el alto costo de la vida. Radio Mi Gente, Radio Maya Visión, la Caravana de la
209
Esperanza y un ejército de voluntarios distribuían y vendían también canciones apoyando la
campaña. Los músicos componían docenas de canciones nuevas de todos los tipos, desde cumbia y
merengue a mariachis, rancheras e incluso reggaeton para acompañar la movilización. Todas estas
estrategias de comunicación popular compensaban los errores de las campañas electorales anteriores,
en las cuales los partidos políticos de la derecha controlaban las tres televisiones nacionales y las
emisoras más importantes de la nación.
La campaña de Funes mantenía la confianza durante la primera prueba de su esfuerzo
movilizador, cuando tuvieron lugar unas elecciones municipales y legislativas el 18 de enero de 2009.
El FMLN perdió en la capital, San Salvador, por un margen estrecho frente a ARENA (su margen
ganador sobre ARENA en 2006 fue incluso más estrecho). No obstante, triunfó en más de noventa
gobiernos municipales (a veces en alianza con otros partidos) y consiguió treinta y cinco escaños
legislativos, la proporción más alta de gobiernos locales y diputados legislativos conseguido hasta la
fecha por un partido de izquierdas. En los dos meses previos a las elecciones presidenciales se
retiraron los candidatos de partidos menos importantes, asegurando una última confrontación entre
el FMLN y la ARENA, que se decidiría en la primera ronda electoral. El grupo “Los Amigos de
Mauricio” tuvo un papel fundamental en estos últimos meses, atrayendo el apoyo de miembros
desafectos de otros partidos políticos, de los militares, de grupos de negocios y de parte de la
población evangelista cristiana.
La última prueba para el FMLN ocurrió el 7 de marzo, una semana antes de las elecciones.
Funes y el FMLN convocaron un mitin electoral final en la Alameda “Juan Pablo II” de San
Salvador. La reunión resultó ser uno de los acontecimientos políticos colectivos más grandes en la
historia salvadoreña. La multitud llegó desde Soyapango hasta el Centro del Gobierno, donde había
múltiples plataformas para los discursos políticos y música en directo hasta entrada la tarde. Se
calcula que este último mitin alcanzó los trescientos mil participantes. 10 Puede que esta multitud tan
enorme no hiciera caso al ruego de Funes de convencer a diez personas más a salir, el día de las
elecciones, a votar en su favor, pero parece que los simpatizantes del FMLN sí que lograron sacar
por lo menos a cuatro personas más. El resultado final fue de un millón trescientos mil votos para el
FMLN frente a un millón doscientos mil para ARENA.
Mientras resulta difícil predecir futuros acontecimientos políticos, desde que alcanzó el poder
en junio 2009 el gobierno de Funes ha logrado la tarea poco envidiable de moderar las esperanzas
exaltadas de sus simpatizantes en medio de la crisis financiera mundial. Los movimientos sociales
siguen activos en las calles, sobre todo por cuestiones relativas a la minería en los departamentos
norteños. Hay paralelismos entre esta parte del sector salvadoreño de movimientos sociales y las
escaramuzas entre el Presidente Rafael Correa y las comunidades indígenas del Amazonas en
Ecuador por la extracción de recursos. A la vez, los movimientos populares salvadoreños
defenderían la democratización si el gobierno electo de Funes se viera amenazado, como ocurrió con
los sectores populares y grupos indígenas en Bolivia y Honduras. Cómo responderán en el largo
plazo los nuevos gobiernos de «marea rosa» –incluyendo al FMLN en El Salvador– a presiones desde
los sectores populares que los llevaron al poder, está aún por ver.
10 Luis Romero Pineda, “Torrente rojo de 300 mil personas,” Diario CoLatino, San Salvador, 09/03/2009.
210
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211
MAESTRÍA EN ESTUDIOS SOCIALES LATINOAMERICANOS
Por Resolución CS N° 2060/2011, el Consejo Superior de la Universidad de
Buenos Aires creó la Maestría en Estudios Sociales Latinoamericanos de la Facultad
de Ciencias Sociales, la cual se pondrá en marcha en los próximos meses, una vez
designadas las autoridades responsables de la misma y conformado el cuerpo docente.
La estructura curricular de la Maestría comprende dos (2) ciclos, doce (12) cursos –
diez (10) obligatorios y dos (2) optativos-, un (1) taller de tesis, más la realización de una
(1) Tesis de Maestría y la acreditación de una segunda lengua. La extensión de la
escolaridad es de cuatro (4) cuatrimestres académicos. El total de horas presenciales es de
752, equivalentes a 47 créditos, incluyendo el trabajo para la Tesis. Ésta deberá ser
presentada en un tiempo adicional, cuya extensión máxima es fijada por el específico
Reglamento de Tesis de la Facultad de Ciencias Sociales.
CICLO I. INTRODUCTORIO
Las Ciencias Sociales Latinoamericanas
El Método Comparativo en las Ciencias Sociales
212