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Las áreas en que se centra son algunas de las que con mayor frecuen-
cia nombran los clientes. No es, desde luego, una lista definitiva; habrá
otras áreas en las que querremos centrarnos más adelante.
Fíjate un momento en la rueda. Y ahora quiero plantear estas cate-
gorías:
Tu confianza Confianza
profesional en ti mismo
Tu confianza Confianza
social en tu futuro
Confianza Confianza
en tus finanzas en tu salud
Confianza en ti mismo
Al hablar de la confianza en ti mismo, hay que tener en cuenta dos cosas.
No se trata de que pienses que eres fantástico y que nunca te pones neu-
rótico. Autoconfianza significa que eres capaz de ser humano y sabes que
cuentas con lo que esto requiere, aunque a veces no te lo parezca.
Cuando pienso en las personas con quienes he trabajado en cues-
tiones relativas a la autoconfianza, veo que algunas tenían claro que éste
era su principal problema, y luego están aquellas que se empeñaban en
ocultar esta realidad, no sólo a los demás, sino con frecuencia a ellas
mismas.
Cuando ocurre lo segundo, he visto cómo se repiten una y otra vez
dos patrones, que se emplean en un intento de enmascarar el problema.
Confianza en tu futuro
¿Cómo te sientes ante el futuro? Es una pregunta totalmente abierta. Las
personas la interpretan de diferentes formas: unas la consideran de forma
global, y otras se centran en aspectos concretos de su futuro, por ejemplo,
en su carrera profesional o sus relaciones. Tú decides.
Para tener confianza no es necesaria la certeza. En efecto, a veces la
certeza puede generar un sentimiento completamente opuesto. Imagina
tres personas diferentes: a una le acaban de comunicar que la despedirán
el mes que viene; a otra, que padece una enfermedad terminal; y a la ter-
cera, que su pareja quiere el divorcio. En los tres casos la certeza es total,
y va a afectar directamente al futuro de la persona en cuestión, pero no
hace necesariamente que estas personas tengan mayor confianza.
Es posible que no sepas qué te aguarda, pero pese a todo puedes se-
guir teniendo confianza en el futuro. Así pues, en una escala del uno al
diez, ¿cuál es tu grado de confianza?
Confianza en tu salud
«En estos momentos no me encuentro muy bien, pero sé que puedo con-
fiar en mi cuerpo. En unos días estaré bien.» Esto me decía un cliente
Tu confianza social
Una fiesta, una reunión pública o ir de compras son todas situaciones so-
ciales que implican cierto grado de confianza social. ¿Qué tal te desen-
vuelves, pues, en estas situaciones?
Algunos clientes dan por sentado que, porque son introvertidos, no
pueden tener confianza social. Y no es verdad. Para sentirse socialmente
Tu confianza profesional
No se trata sólo de si te sientes profesionalmente seguro, sino también de
si sabes proyectar y comunicar esta confianza.
Hay un viejo proverbio inglés que dice que los actores que trabajan
consiguen trabajo. Se refiere a la profunda verdad de que es mucho más
fácil conseguir lo que se busca cuando se proyecta una imagen de confian-
za, porque hace que los demás la tengan en la capacidad de uno para
cumplir lo que de él se espera. Una realidad especialmente importante en
el ámbito laboral, porque es parte de tu forma de demostrar tu profesio-
nalidad e inspirar confianza en los colegas, los subordinados y aquellos
que deban informarte. Cuando tienes confianza, tienes también voz, y no
te limitas a estar siempre de acuerdo por miedo a que, de otro modo, se te
considere un lastre. Así pues, la confianza profesional tiene que ver tam-
bién con la valentía de tener tus propias opiniones y ser sincero.
Una de las mejores formas de construir tu confianza profesional es
conocer tus virtudes y aprovecharlas, y al mismo tiempo, ocuparte gra-
dualmente de tus puntos débiles. ¿En qué grado, pues, te sientes profesio-
nalmente seguro de ti mismo en este preciso momento?
***
Tu confianza Confianza
profesional en ti mismo
7
6
Tu confianza Confianza
social 9 4 en tu futuro
8
Confianza Confianza
en tus finanzas en tu salud
10 Día bueno
10 Día malo
8
Confianza
7 7 7
6 6 6 6
4 4 4
3
2 2 2 2
1
0 0 0
0
6 8 10 12 14 16 18 20 22
Hora
Puedes ver en la gráfica anterior que el día malo, cuando Jon sabía que
se le iba a cuestionar, las notas son mucho más bajas. Sin embargo, Jon
anotó pronunciadas fluctuaciones también el día en que no esperaba que
sus niveles de confianza variaran ostentosamente, cuando empezó a fijar-
se y a preguntarse: ¿qué grado de autoconfianza tengo en este momento?
Me decía Jon: «Cuando empecé, me sentía escéptico, porque siempre
había dado por supuesto que la confianza es algo que se tiene o no se
tiene. Algo con lo que se nace o no. Sabía que me sentía seguro de mí
mismo con los viejos amigos, pero menos con las personas nuevas. Sa-
bía que no tenía tanta confianza como me hubiese gustado en el trabajo,
porque es un puesto nuevo, y las personas del equipo con quienes tra-
bajo son mayores y tienen más experiencia que yo.
»Lo que realmente me sorprendió es que las cosas pequeñas pudie-
ran marcar una diferencia tan grande en el nivel de confianza que sentía,
y en sus altibajos, incluso en un día normal, cuando no creía que sentirse
seguro o no, pudiera afectarme tanto.»
Al explicar «las pequeñas cosas» que tan gran impacto habían produ-
cido en su grado de confianza, Jon contó que en la comida del día de
Acción de Gracias se encontró sentado al lado de un recién llegado a la
empresa, que le dijo lo mucho que le había gustado su presentación del
nuevo proyecto a un público de empleados de alto rango la semana ante-
rior, y —¡quién lo diría!— su autoconfianza se le disparó hasta diez. Por
otro lado, aquel mismo «día bueno» acababa de terminar una parte im-
portante del trabajo conjunto del equipo, cuando al sentarse se horrorizó
al ver que se había averiado el ordenador, y había perdido todo el traba-
jo de un mes. Le entró pánico, intentó recuperar el material, y al final
llamó al departamento de tecnología de la información, pero todos se
habían ido ya. En aquel momento, le puso un cero a su confianza en re-
cuperar el trabajo y en sí mismo.
Pero llamó a un antiguo colega que sabía mucho de nuevas tecnolo-
gías y que, en un tono similar al del budista de la escuela zen, le dijo: «Es-
toy seguro de que lo podremos arreglar por la mañana. Duerme tranqui-
lo. Y ¿qué es un mes en la vida de una persona?» En ese momento puntuó
con un tres su confianza en recuperar el trabajo, y, lo que es más impor-
tante, con un siete la que tenía en sí mismo.
Al despertarse por la mañana el día en que se iba a someter a la temi-
da evaluación, Jon calificó con un uno la seguridad en sí mismo, y vio que
bajaba hasta cero al encontrarse con que el tráfico a aquella hora punta le
haría llegar tarde al trabajo. Sin embargo, una vez en el despacho, se recu-
peró, y observó que se sentía un poco más él mismo, en especial al recor-
dar lo que su colega recién llegado le había dicho sobre su presentación
mientras comían el día anterior (seis). Luego llegó la evaluación (cuatro),
y lo mal que se sintió al finalizarla (dos) y mientras estuvo pensando en
ella durante un buen rato (dos). A esto siguió la noticia de que quizá no
fuera posible recuperar todo el trabajo de un mes, y que no se sabría has-
ta dentro de dos días (dos). Al regresar a casa, se le averió el coche y no
consiguió repararlo (cero). Sin embargo, al hablar con su mujer pudo ol-
vidarse un poco de todo esto y reconocer que sí tenía algo que ofrecer. Así
que concluyó el día sintiéndose un poco mejor consigo mismo (seis).
Estas fluctuaciones tan marcadas hacían realmente que Jon fuera
consciente de la volatilidad de su confianza. Le dejó claro adónde quería
ir a continuación. Quería sentirse más seguro de sí mismo para así poder
después capear el temporal. De modo que la construcción de la confian-
El elogio y la confianza
Muchas personas —en especial los padres— suponen que con el elogio
y la entrega pueden aumentar la confianza de alguien. Sin embargo,
investigadores estadounidenses han demostrado que, paradójicamente,
un elogio equivocado puede acabar realmente con la seguridad en uno
mismo.
La psicóloga estadounidense Carol Dweck y su equipo de investiga-
ción de Stanford llevan diez años estudiando cómo reaccionan los niños
ante el elogio. Sus conclusiones sorprenderán negativamente a los pa-
dres que piensen que basta con elogiar a sus retoños para estimularles la
autoestima.
En uno de sus estudios, Dweck y su equipo pasaron una serie de test
de inteligencia a alumnos de quinto [nueve-diez años] de Nueva York, a
quienes después dividieron de forma aleatoria en dos grupos: el grupo al
que se les elogió su inteligencia y el de quienes fueron elogiados por el es-
fuerzo que habían realizado para salir airosos de las pruebas. A continua-
ción, a los dos grupos se les dio la misma opción de escoger entre dos test,
uno de ellos claramente más difícil que el otro. Más del 90 por ciento de
los alumnos a los que se les había elogiado su esfuerzo en el test anterior
optaron ahora por el más difícil, mientras que la mayoría de los chavales
a quienes se les había alabado su inteligencia se escabulleron e hicieron el
test más fácil.
La conclusión de Dweck fue: «Cuando elogiamos a los niños por su
inteligencia, les decimos que de esto precisamente va el juego. Parecer
Las compañías
Como acabamos de ver en el caso del Diario de la Confianza de Jon, las com-
pañías de que nos rodeamos inciden profundamente en nuestra confianza.
Pregúntate: ¿qué impacto producen en mis niveles de confianza las per-
sonas de quienes me rodeo? ¿Me dejan donde estoy? ¿Me perjudican? ¿Me
benefician?
La primera vez que Vivienne vino a verme para iniciar conmigo un
programa de coaching, acababa de abandonar un buen empleo de pe-
riodista a sueldo de un periódico de ámbito nacional, un trabajo por el
que otros hubieran hecho cualquier cosa, cualquiera, que les hubieran
pedido.
Era evidente que la decisión de Vivienne de dejar aquel empleo no
había sido fácil. Llevaba en él ocho años, se había ganado la reputación
de una gran especialista en su campo, era por entonces la única que lle-
vaba dinero a casa, y pese a todo había roto el cordón que la sujetaba a la
seguridad económica y a su sentido del «yo». Me sentía intrigado. No se
me ocurría hacerle más que una pregunta: ¿por qué?
«Visto desde fuera, parecía que lo tuviera todo —me dijo—. Era un
magnífico trabajo, y había trabajado muchísimo durante veinte años para
conseguirlo, pero —y es un «pero» de suma importancia— tenía su pre-
cio, un precio que ya no quería seguir pagando.» El precio era el profun-
do impacto que le estaba produciendo en su autoconfianza.
«Los editores para quienes trabajaba pensaban que me habían “he-
cho”, y tenían muy claro que, del mismo modo, me podían “deshacer”
—me decía—. No reconocían todo el trabajo que había invertido para
llegar a ser una especialista en mi campo, sino que se comportaban como
la zorra de Esopo que, al no poder alcanzar las uvas que pendían de una
hermosa parra, quería convencerse de que estaban verdes; pura envidia.
A fin de cuentas, ellos tenían que fichar por la mañana y por la tarde, y,
por lo que creían saber, yo me pasaba el día entre manicuras y comidas,
de las que me alejaba sólo para redactar mi columna, como quien dice,
mientras dormía. Sabía que me retenían donde me encontraba, y evita-
ban activamente que progresara en mi profesión.
»Mi columna tenía un éxito espectacular, y generaba mucho dinero a
las empresas que recomendaba o sobre las que escribía. Había trabajado
muchísimo entre bambalinas para hacerme un nombre, pero de repente
sentía como si me hubiera convertido en la mejor amiga de todos, no por
mí, sino por lo que podía hacer por ellos. Ni siquiera podía tomarme un
café con alguien sin que la persona en cuestión quisiera sacarme algo. Al
final, me levanté una mañana y desconecté el teléfono de mi despacho,
cambié mis direcciones de correo electrónico y dejé el trabajo. Me pasé
llorando el resto del día. Estaba muy triste, pero entre las uvas verdes de
unos y el acoso de muchos para conseguir que les hiciera publicidad, sa-
bía que no deseaba seguir más por aquel camino.»
Cuando conocí a Vivienne, batallaba contra la pérdida de identidad
que le supuso la dimisión: puertas que se le solían abrir de par en par, aho-
ra se le cerraban con llave, y el teléfono había dejado de sonar. Pero se
mantenía firme, y no lamentaba la decisión de haber dejado aquel trabajo.
«Sigo teniendo todas las habilidades en cuya consecución empleé vein-
te años, y sé que ahora, cuando suena el teléfono, lo más probable es que
sea alguien que realmente se preocupa por mí —y no de lo que me pueda
sacar—, y aunque estoy sin un céntimo y no es fácil encontrar trabajo, sé
que voy a sobrevivir. Sencillamente, estoy mucho mejor sin toda esa gente
en mi vida.»
Lo que a Vivienne le dio seguridad en sí misma no fue aquel trabajo
de renombre, sino tener la valentía de abandonarlo. Sólo entonces pudo
avanzar hacia otro tipo de vida y emplear el tiempo con personas que la
valoraban y realmente le daban nuevas oportunidades para que escribie-
ra. Así que hoy sigue pagando sin problemas su hipoteca.
La autoconfianza es una fuerza interior y una fe en uno mismo. Es
frecuente que nazca de unas circunstancias que uno nunca imaginaría.
A veces, cuando la persona se encuentra sometida a una gran presión y se
siente de todo menos segura de sí misma, es cuando sienta las bases de