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1 Si como afirma Derrida (1995) “Hay que recontextualizar al máximo, no solamente en el contexto
sociopolítico, sino también el contexto biográfico: fechar, identificar, etc. Es necesario a la vez tener
en cuenta el poder de descontextualización y, por lo tanto, de la indeterminación del origen y de la
destinación, y, al mismo tiempo, aferrarse lo más cerca posible al origen singular (...) Habrán
Justamente ese registro audiovisual de memorias es lo que diferencia el proyecto del
archivo como depósito de documentos.
A la luz de tales consideraciones, la problemática abordada consiste en la pregunta
por los efectos de esa decisión de consignación entendida como un posicionamiento político
y ético -que podemos sintetizar en las preguntas ¿qué hay que guardar? y ¿a quién se le
dará acceso?. Para su abordaje se desarrolla una propuesta teórica y metodológica, en la
que devienen clave los conceptos de archivo y consignación de Jacques Derrida (1995).
Dichos envíos teóricos se articulan con el concepto de memoria colectiva y con los
desarrollos de Leonor Arfuch (2002) sobre la especificidad del género entrevista. Desde
este marco, la dimensión biográfica de las memorias colectivas constituye el eje de
interrogación del trabajo.
terminado su trabajo cuando el archivo no tenga más necesidad de ustedes (...) Cuando hayan
constituido el contexto más determinable y datado la singularidad del acontecimiento, tendrán la
impresión de haber tenido que ver con la “cosa misma” como archivo” (216).
que resulta clave para revisar la dicotomía entre las esferas de lo público y lo privado. Para
Arfuch,
“(...) el “yo” verdadero, el más íntimo y personal, aquel que expresa pensamientos,
convicciones, reacciones afectivas, rasgos de carácter, se conformará (...) en esa trama de
relaciones sociales de la cual emerge y en la que se inscribe (Arfuch, 2002: 74)
Si el otro (social, cultural, subjetivo) es condición de emergencia de ese yo,
entonces, la dicotomía entre la esfera de lo público y de lo privado no existe como tal, es
decir, como dos esferas separadas e inconexas. Sostener que su distinción es un efecto
discursivo, sobre todo, abre la posibilidad de desplegar nuevos sentidos en torno a la
constitución de identidades colectivas: si toda subjetividad es intersubjetiva toda biografía o
relato de la experiencia es, en un punto, expresión de una narrativa común de identidad
(Arfuch, 2002: 80)
Lo dicho nos permite “leer” en los capítulos documentales esas voces
autobiográficas -esas voces que dicen “yo”- en sus acentos colectivos y de entender las
diferentes formas de puesta en sentido de la experiencia. Porque, además, tampoco
podemos entender al sujeto como previo al orden narrativo: la dimensión simbólica/narrativa
es constituyente del sujeto y, en el caso de la entrevista, involucra una orientación ética: se
configura como respuesta a un otro.
Aquí el entrevistador asume un posicionamiento institucional complejo, en tanto
existe un guión que prefigura aquello que debe/puede decirse. En el caso del corpus
constituido, el hecho de que opere un borramiento de su figura (a través de la técnica de
montaje) y, por ende, un des-centramiento de su responsabilidad enunciativa suma mayor
complejidad al intercambio dialógico. Ese des-centramiento es una operación constitutiva de
la instancia de consignación que cuenta un posicionamiento político: la pluralidad de voces
que posibilita la proliferación de narrativas podría (porque no siempre es así) habilitar la
apertura a nuevas narrativas, identidades y modelos de vidas posibles, cuya manifestación
en la esfera de lo público significa la pugna y el conflicto.
La articulación entre memoria cultural y memorias biográficas está dada por los
acentos colectivos que posee toda narración de la experiencia individual. La noción de
memoria cultural de Lotman (1996) resulta operativa puesto que uno de los mecanismos
mediante los que se configura es el olvido. Además, para el autor, memoria y cultura se
definen mutuamente: el espacio de la cultura es un espacio de cierta memoria común
(Lotman, 1996: 109). La memoria y su mecanismos son centrales en la definición del
paradigma de lo que se debe recordar (y conservar) y de lo que se ha de olvidar en una
cultura dada2, que delimita en torno a lo considerado como no cultura. En la delimitación del
2 La memoria, el olvido y lo extrasistémico o alosemiótico (lo que pertenece a otro sistema cultural)
contribuyen al carácter delimitado de la semiosfera, entendida como el espacio semiótico fuera del
cual es imposible la existencia de la semiosis (Lotman, 1996: 24), es decir, de los procesos de
objeto de estudio de su sistema teórico, Lotman caracteriza a la cultura como un área
cerrada sobre lo considerado no-cultura, que puede ser otra cultura, pero también
comportamientos, visiones de mundo, identidades que resulten incompatibles con el modelo
cultural establecido.
Si recuperamos la definición de archivo y consignación presentadas en primer lugar,
principalmente la inscripción de lo archivable mediante la creación del acontecimiento, es
posible afirmar que, al menos y dada la imposibilidad de abordar un estudio de los efectos
de sentido de su presentación al público, el Archivo de Memorias Sexodisidentes discute los
valores de lo que puede/debe ser archivado, resguardado del olvido y, por ende, cuáles son
las voces autorizadas a “poner en público” su biografía.
Con la mirada en el corpus
Para pensar la técnica de consignación, en tanto instancia de construcción del sentido y del
acontecimiento como tal, como operación en clave política para clave una labor de
recontextualización (de recuperar una ficción de origen). Así, me encuentro con diversos
textos (entrevistas, artículos, notas periodísticas, documentos) que me permitieron delimitar
algunos puntos de ese entramado discursivo en el que adquiere sentido el Archivo.
Me permito dos citas un poco extensas que recuperan las voces de lxs coordinadorxs del
proyecto, Emmanuel Theumer y Alejandra Ironici:
Nos interesa pensar estas memorias como sexodisidentes con el objetivo de problematizar la
construcción histórica de identidades personales y colectivas, pero también teniendo a
consideración el componente sexual de las mismas, que entra en tensión con las memorias
dominantes sobre el pasado reciente (...), así como con ciertas prácticas historiográficas que
nos informan sobre algunos sujetos de la historia en detrimento de otrxs
producción, circulación y recepción del sentido; tal característica –la definición de una exterioridad—
se vincula con el concepto de frontera, mecanismo bilingüe que traduce mensajes externos al
lenguaje interno de la semiosfera y a la inversa (Lotman, 1996: 26)
género3. Debido a que los activismos sexodisidentes, históricamente, tomaron como punto
de partida la reapropiación de taxonomías científicas (homosexual, transexualidad,
identidad de género) y de la injuria social (gay, travesti, queer). Las consecuencias de estos
desplazamientos políticos se “hacen cuerpo” en los relatos biográficos de la sección
“Memorias en montaje”, en la diferencia establecida entre la autopercepción y
autorepresentación actual y las experiencias de ese yo pasado.
Las tres entrevistas que conforman el corpus comienzan de la misma manera y, si bien el
montaje borra la pregunta, deja huellas en la respuesta de las entrevistadas: ¿Quién es
Marina Quintero? ¿Quién es Noelia Trujillo? ¿Quién es Mari Mangold? En las tres
entrevistas el relato que se le cuenta al otro comienza por la infancia -el biografema de la
infancia- y, por la apelación al nombre: A Marina Quintero una compañera del albergue de
menores de Recreo, en el que su papá la encerró por “mariquita”, le dio ese nombre; Noelia
Trujillo es “Noly”, porque de chiquita se sintió mujer; Mari Mangold se autodenomina
“tortillera bisexual”, porque no se identifica con la palabra “lesbiana” y porque “tortillera” es
una forma de reivindicar sus orígenes barriales.
El nombre y, con ello, la posibilidad de nombrarse constituyen uno de los biografemas
estructurantes de las entrevistas; por ejemplo, relata Marina Quintero que “En esa época [la
de su infancia] no éramos trans, éramos mariquitas y así nos llamábamos” y más adelante,
al relatar sus comienzos en la militancia política, “aprendí a usar las palabras”13. La lucha
por la reapropiación, despatologización y la posibilidad del nombramiento de acuerdo a la
auto-percepción del género adquiere visibilidad en las últimas décadas del siglo XX, de
hecho, muchas de estas reivindicaciones son más recientes aún: “El tema de la identidad de
género surgió no hace mucho tiempo. Todas creíamos que éramos gays y nos vestíamos
de mujer. No se entendía, no se hablaba sobre el género”, relata Noly Trujillo que afirma su
identidad de mujer trans. Estos procesos se entretejen con la historia de diversos
movimientos políticos sexodisidentes, como las primeras organizaciones identificadas como
lesbianas o como travestis y transexuales que, hacia fines de los ochenta y principios de los
noventa, comienzan a producir un discurso alternativo sobre la experiencia de sí en un
esfuerzo por superar la clausura e invisibilización de buena parte de lo dicho en torno a la
sexualidad homosexual (Theumer, 2017: 13). Tanto Marina Quinteros y Noelia Trujillo,
reconocidas activistas trans de Santa Fe, relatan los conflictos y pugnas en torno a las
reapropiaciones de las definiciones que, en muchos casos, aún se actualizan como signo de
exclusión.
Para concluir recupero la hipótesis que he intentado argumentar a lo largo de esta
investigación: uno de los efectos de la consignación del archivo como operación de
3 En una de las entrevistas consultadas, “Cuéntame tu vida” (Curia, 2017), se explicita que la
elección del término “sexodisidente” intenta dar cuenta del estado de elaboración en el que se
encontraban categorías como gay, lesbiana, transgénero.
construcción del sentido es la articulación entre los relatos biográficos y las
(dis)continuidades de un sujeto político. Hablo de continuidades porque, como política de
memoria, la consignación del archivo en cuestión re-construye un relato del pasado histórico
que establece las condiciones de posibilidad de futuras reivindicaciones. Además, estas
memorias discuten las prácticas de las disciplinas historiográficas (y sus supuestos
heteronormados), ya que a diferencia del gesto académico de “dar voz”, su archivación
discute la autoridad enunciativa de las ciencias sociales para relatar el pasado: “Las
memorias abren otro ‘territorio políglota’ en el que parecen testimonios de razzias,
asesinatos impunes, saberes subalternizados, alianzas micropolíticas” (Curia, 2017: 3).
Hablamos de discontinuidades porque, como vimos, la historización y politización de las
categorías identitarias de sexo y género y su apropiación (y resignificación) por parte de
diferentes sujetos da cuenta la singular de este proceso, en fin, de la marca íntima.